embrujadas - oscura venganza(harrison emma)
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Diana G. Gallagher Oscura Venganza
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SINOPSIS ............................................................................................................... 3
CAPÍTULO 1 ............................................................................................................. 5
CAPÍTULO 2 ........................................................................................................... 14
CAPÍTULO 3 ........................................................................................................... 31
CAPÍTULO 4 ........................................................................................................... 47
CAPÍTULO 5 ........................................................................................................... 55
CAPÍTULO 6 ........................................................................................................... 66
CAPÍTULO 7 ........................................................................................................... 87
CAPÍTULO 8 ........................................................................................................... 96
CAPÍTULO 9 ......................................................................................................... 102
CAPÍTULO 10 ....................................................................................................... 113
CAPÍTULO 11 ....................................................................................................... 125
CAPÍTULO 12 ....................................................................................................... 136
AGRADECIMIENTOS ....................................................................................... 140
BIOGRAFÍA ....................................................................................................... 141
El presente documento tiene como finalidad impulsar la lectura hacia aquellas regiones de habla hispana en
las cuales son escasas o nulas las publicaciones, cabe destacar que dicho documento fue elaborado sin fines
de lucro, así que se le agradece a todas las colaboradoras que aportaron su esfuerzo, dedicación y admiración
para con el libro original para sacar adelante este proyecto.
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Y si la Trinidad del Mal se despertara
Los Virtuosos deberán defender
La Luz de los tiempos remotos o perecer
A manos de los guerreros de las tinieblas
Las Embrujadas están fuera de sí. Phoebe añora a Cole, que se ha
ido una semana para reflexionar. Piper está agobiada con todo lo
que tiene que hacer en casa, como bruja y en el P3, el club
nocturno que regenta. Paige aún se está acostumbrando a su
papel de salvadora de los inocentes y está extremadamente
sensibilizada con el sufrimiento humano.
Al cabo de poco tiempo, Piper empieza a distraerse con unos
jóvenes músicos que quieren tocar en el P3, Phoebe inicia una
amistad con una compañera de su clase de diseño de páginas web
y Paige se entretiene con la gente que va conociendo en el
refugio para gente sin hogar al que acude como voluntaria. Sin
embargo no pasará mucho tiempo antes de que las chicas
descubran que una fuerza siniestra está trabajando en su contra:
Phoebe no consigue recordar las cosas que acaban de ocurrirle,
Piper es incapaz de controlar sus emociones y Paige, se siente
muy, muy cansada.
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Con todo mi amor para John Alan Streb:
amigo, yerno y, en suma, un gran tipo.
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sos calcetines no pegan. —Phoebe Halliwell estaba sentada en
la cama, viendo cómo su prometido hacía las maletas. Como ya
venía siendo habitual, no tenía idea de adónde iba o de cuánto
tiempo estaría fuera. No obstante, intentaba no discutir con él por esos viajes que
hacía tan a menudo a lugares desconocidos y casi sin avisar que se marchaba.
Entendía que le resultase complicado asimilar la muerte de su mitad demoníaca.
—¿De veras? —Cole miró atentamente los calcetines que tenía en la mano, uno de
color azul y el otro beige, como si el hecho de llevarlos desparejados no le importara
demasiado.
Y así es, pensó Phoebe. Comparado con el trauma que le había supuesto convertirse
de pronto en humano, llevar calcetines de distinto color era algo insignificante en su
escala de valores.
Phoebe se cambió de posición y apoyó la barbilla en la mano. Sabía que si ella
hubiera perdido sus poderes, y no tuviera la posibilidad de recuperarlos, tampoco se
contentaría con aceptar la situación sin más. Se sentiría inútil e incompleta y tendría
la sensación de que le habían arrebatado algo extremadamente valioso e
irremplazable.
De modo que, se recordó, no tenía derecho a quejarse porque era evidente que él
necesitaba tiempo para acostumbrarse. Además, no podía olvidar que había sido ella
la que había vuelto a mezclar la poción que Emma, una joven que pretendía vengarse
por la muerte de su marido, había querido utilizar para matar a Balthazor. Cole no
hacía más que repetirle que no le reprochaba haber suprimido sus poderes, pero ella,
de todas formas, se sentía culpable.
Cole se encogió de hombros y metió los calcetines desparejados en el macuto de tela.
—A donde voy, no importará.
—¿Ah, no? — preguntó Phoebe sorprendida. De pronto vio la ocasión de hablar
sobre el tema tabú. Puesto que Cole estaba sufriendo una crisis de identidad, lo
normal es que respetara su derecho a la intimidad, pero decidió insistir un poco — Y,
––EE
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¿por qué no? El vaciló, luego volvió la cabeza para mirarla con una expresión
traviesa.
—Porque me parece que las truchas no ven en color.
—¿Te vas de pesca? —Phoebe se incorporó.
Cuando Cole se marchaba de excursión para "buscarse", solía imaginárselo en algún
hotelucho barato y sucio. Suponía que, durante esos períodos de reflexión, su novio
debía lamentarse por haber perdido sus poderes y renegar de las fechorías que
Balthazor había llevado a cabo. Pero no se le había ocurrido pensar que pudiera estar
divirtiéndose mientras asimilaba que era un humano sin magia.
—Puede. —Cole metió dentro de la maleta las parejas de los calcetines azul y beige,
y cerró la cremallera—. Me han comentado que sentarse en una barca, ahogando a
un gusano ensartado en un anzuelo, con el propósito perverso de que un pez muera de
asfixia, ayuda a pensar. —Esa es una descripción algo macabra, aunque certera, de
ese pasatiempo. —Phoebe hizo una mueca.
—Lo siento. Debe ser que todavía no he logrado deshacerme de todos los residuos
demoníacos. —Cole la besó en la frente y sonrió.
Ella le propinó un golpe suave en el brazo y enarcó una ceja.
—Realmente echas de menos ser peligroso, ¿no?
—Quizá —confesó—, pero estoy intentando superarlo.
—No estoy preocupada —le dijo Phoebe—, Dudo que un demonio llevara calcetines
azules y beige.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir martirizándome por no ir a la moda? —Cole frunció
el ceño.
—Ya está olvidado. —Levantó la mano para hacer un juramento—. Prometo no decir
nada más al respecto. Aunque me gustaría añadir una cosa: que vuelvas pronto y
bien.
—Eso está hecho. —Cole le acarició la cara y en sus labios se dibujó una sonrisa
tensa—. Tengo que irme.
Phoebe asintió y lo siguió por las escaleras. Pese a la insistencia de su novio, no
conseguía deshacerse de la sensación de que le estaba ocultando algo. En cualquier
caso, estaba decidida a no dejarse llevar por sus imaginaciones. Lo que le estaba
escondiendo podía muy bien ser algo tan simple como que no le gustaba el olor de su
champú... aunque también podía ser otra cosa más importante.
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—¿Cuándo empiezan tus clases de informática en la universidad? —Cole se detuvo
en el umbral de la puerta para sacar del bolsillo las llaves del coche.
—Esta noche. —Phoebe sonrió; se alegraba de que hubiera recordado que se había
apuntado a unas clases para diseñar páginas Web—. Estoy un poco nerviosa –
admitió— porque mis conocimientos de informática son bastante básicos.
—¿Y no es para eso para lo que te has apuntado? —le preguntó—. ¿Para mejorar?
—Y para ganar unos cuantos millones —respondió—. Con un poco de suerte, claro.
Cole la miró divertido.
—Estoy seguro de que acabarás convertida en una ricachona punto como en muy
poco tiempo.
—¡No lo creo! —exclamó Phoebe, fingiendo estar espantada—. Los ricachones
punto com son tan escasos que parecen una especie a punto de extinguirse.
—Que te extingas no es una buena idea. —Cole se inclinó y le dio un prolongado
beso en la boca—. Volveré dentro de unos días.
—Te estaré esperando. —Phoebe le sonrió y se quedó mirando hasta que el coche se
perdió de la vista. En el mismo instante en el que cerró la puerta, se sintió
tremendamente sola.
—¿No baja Cole a desayunar? —le preguntó Piper a Phoebe al verla entrar en la
cocina.
—No, acaba de marcharse. —Phoebe cogió un vaso y abrió la nevera.
—¿Otra vez? —Paige levantó la mirada del periódico que estaba leyendo.
—¿Has terminado con la sección de deportes? —preguntó Leo que estaba a punto de
beber un sorbo de café.
Piper le lanzó a su hermana pequeña una mirada de advertencia. Sin embargo, como
Paige estaba centrada en Phoebe, le entregó a Leo la sección de deportes y ni se dio
cuenta del mensaje tácito que Piper había intentado transmitirle.
—¿Adónde ha ido esta vez? — le preguntó Paige con inocente curiosidad.
Piper suspiró mientras doblaba en la sartén la tortilla que estaba preparándole a su
marido. Paige no estaba siendo desconsiderada ni maliciosa, pero era tan novata
como bruja como lo era como hermana. Había sido, hasta hacía poco tiempo, una hija
única y no sabía cuándo debía evitar hablar de ciertos temas bastante incómodos.
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Como, por ejemplo, ahora, pensó Piper, que apartó la sartén del fuego y cogió un
plato. Cinco minutos después de que Cole se hubiera marchado a solo Dios sabía
dónde por no sé qué motivos, no era el momento oportuno para indagar sobre sus
reiteradas ausencias, aunque a Phoebe no parecía importarle.
Como estaba distraída, Piper no se dio cuenta de que la tortilla caliente estaba a punto
de caerle sobre el dedo. — ¡Ay!
Leo dejó de mirar los resultados deportivos del día anterior y miró a su esposa herida.
—¿Estás bien?
Ella asintió, al tiempo que dejaba la sartén en los fuegos, el plato en la encimera y se
chupaba el dedo. Con mucho cuidado cogió las rebanadas de pan que acababan de
terminar de tostarse y las dejó en otro plato.
—Cole se ha ido a pescar —le respondió Phoebe a Paige, mientras vertía zumo de
naranja en un vaso.
—¿De verdad? —Paige la miró con los ojos muy abiertos—. Nunca hubiera pensado
que era de ese tipo. Es tan... típico.
Piper advirtió el sarcasmo en la voz de su hermana. Paige no confiaba en Cole desde
que descubrió que se había pasado los últimos cien años viviendo una vida paralela
como demonio. Por lo visto, no se daba cuenta de que su incredulidad respecto a la
recuperación de Cole hería a su hermana. No obstante, Phoebe solía ignorar sus
sarcasmos para no entrar en disputas familiares.
—¿Has terminado ya de hacer la tortilla, Piper? —le preguntó Leo—, Estoy muerto
de hambre.
—No es muy sabio meterle prisa a la cocinera.
—Su mujer estaba indignada pero, a pesar de ello, untó la mantequilla en las tostadas.
Entonces se dio cuenta de que el Luz Blanca estaba intentando cambiar de tema.
Paige, por desgracia, no estaba dispuesta a dejar la cuestión. Continuó hablando
impertérrita y ciñéndose únicamente a sus intereses.
—Quiero decir que... oh, es tan aburrido en comparación con irse a esquiar, hacer
montañismo o rafting —insistió.
Piper dejó el desayuno de Leo sobre la mesa.
—No se acostumbre a esto, Sr. Wyatt. Mis maravillosas tortillas son un detalle
ocasional, no una tarea doméstica de obligado cumplimiento.
—¿Eh? —Leo frunció el ceño porque no estaba seguro de si su esposa estaba
bromeando—. ¿Lo dices en serio?
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—Por supuesto. —Piper cogió su taza de café de la encimera, se sentó en una silla y
le dedicó a su hermana pequeña una mirada de reproche.
Paige arrugó el gesto al darse cuenta del escrutinio al que estaba siendo sometida.
—¿Qué te ocurre esta mañana, Piper?
—¿Peleas a primera hora del lunes? Parece que todas estuvierais un poco tensas —
comentó Leo.
—No me pasa nada que dos semanas de crucero por el Caribe no pudieran solucionar
— respondió la mayor con sarcasmo. Se giró hacia Phoebe—: ¿Para qué ha ido a
pescar Cole?
Piper tenía la esperanza de parecer casual y no recelosa. Phoebe había aprendido una
valiosa lección cuando les mintió acerca de la muerte de Cole, alias Balthazor,
después de que descubrieran quién era en realidad. Estaba segura de que su hermana
no volvería a traicionarlas para protegerlo. Si había algo que pudiera estar
amenazando su seguridad o la misión de las Embrujadas, Phoebe no vacilaría en
decírselo.
—Puedes buscar en tus recetas y ver si tienes alguna especial para preparar trucha. —
Phoebe volvió a guardar el zumo de naranja en el estante dentro de la nevera y la
cerró—. A lo mejor pesca algo.
—Claro, ya miraré. —Piper se acercó la taza a los labios pero no bebió—, ¿Cuándo
regresará?
—No estoy segura. —Se sentó— Dentro de unos cuantos días.
Piper suspiró, aliviada.
—Bien, porque hoy estoy demasiado ocupada para andar limpiando pescado fresco.
—También para mí —añadió la mediana. Cuando todos se giraron para mirarla,
dijo—: que Cole no vaya a estar aquí esta noche.
—Pero, ¿qué puede ser más importante que estar con el alto, moreno y vil amor de tu
vida? — le preguntó Paige.
—Nada, pero mi clase de diseño de páginas Web empieza a las siete.
—Oh, es verdad. Lo olvidé. —Piper levantó las manos y cruzó los dedos.
—Esperemos que tengas suerte.
Ignoraban cuándo el Poder de Tres haría falta para salvar a un inocente de la terrible
y maligna influencia sobrenatural. Por eso Piper no quería que Phoebe aceptara un do
le venía en gana.
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Bob Cowan, el jefe trabajo de nueve a cinco.
Para ella el empleo no era un problema porque era propietaria del P3. El famoso club
era bastante absorbente, pero le brindaba la oportunidad de hacer lo que quería
cuando Paige en los Servicios sociales de South Bay, solía quejarse a menudo, pero
ella podía ir y venir cuando tenía entre manos algunas de las misiones de las
Embrujadas. Sin embargo, la posibilidad de que Phoebe encontrara un empleo tan
flexible con un jefe muy comprensivo era remota.
—Diseñar páginas Web como autónoma parece el puesto perfecto para una bruja que
tiene que estar atenta las veinticuatro horas y los siete días de la semana por si
aparece cualquier demonio —comentó Paige.
—Además, parece evidente que mi licenciatura en Psicología no me va a servir para
nada —se lamentó Phoebe, suspirando.
—Un poco de dinero extra no nos vendría mal.
Piper miró el montón de facturas almacenadas. No importaba lo que sucediera aquel
día (ni la invasión de unos enemigos hambrientos de sangre, ni una emboscada
planeada por entidades malignas, ni una insidiosa plaga de hongos), nada podría
evitar que se pusiera a repasar las finanzas. Solían tener problemas para llegar a fin
de mes, pero no quería llegar a recibir un aviso de embargo.
—Dicho lo cual... —Paige levantó su bolso del suelo. El cuero que rodeaba el broche
de metal estaba chamuscado —Casi no me alcanza el dinero para renovar todo lo que
destrozan los demonios.
—Veamos primero si puedo acabar el curso, ¿vale? —Phoebe lanzó un profundo y
sonoro suspiro —La tecnología no se me da tan bien como la magia.
—Acabarás convirtiéndote en un as —le animó Paige —Y, ¿quién sabe? Las
empresas Phoebe podrían suponer una revolución en Internet.
—No lo creo probable, pero te agradezco el voto de confianza —la mediana volvió a
suspirar —De todos modos, me será más fácil concentrarme los primeros días si no
tengo a Cole para distraerme.
—Hablando de distracciones... —Leo puso a un lado su plato vacío y se inclinó hacia
Piper — Pensé que quizá te gustaría...
—¡No! —El tono de la mayor fue más brusco de lo que pretendía. En realidad se
sentía un poco culpable por haber dejado a su marido un poco abandonado
últimamente, pero no le apetecía hablar del tema delante de sus hermanas —Hoy no
tengo tiempo ni para divertirme ni para jugar, Leo.
—No me creo que estés tan ocupada —se burló Phoebe.
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—¿Ah, no? —Piper fue levantando los dedos mientras enumeraba todas las cosas que
tenía pensado hacer aquel día —Tengo que repasar las facturas, planchar las camisas
de Leo, ir a la tienda de ultramarinos, escuchar a un grupo nuevo que puede que
toque en el club el fin de semana porque Rock Bottom no ha podido. Además, esta
tarde recibiré un gran pedido en el P3 y todo tiene que estar colocado antes de abrir el
local.
—Por eso pensé que te gustaría que te ayudara —insistió Leo— Puedo hacer la
compra en la tienda de ultramarinos y...
Ella le lanzó una mirada asesina.
—La última vez que fuiste a la tienda de ultramarinos volviste con un repollo en
lugar de una lechuga.
Leo levantó los brazos, frustrado.
—¡Tenía prisa!
—Y, teniendo en cuenta que todavía le estás reprochando algo que hizo hace seis
meses, no creo que vuelva a repetir el mismo error —concluyó Phoebe. —Tal vez no,
pero yo soy una chef y los cocineros somos muy particulares con respecto a la calidad
de los ingredientes. — Piper no estaba dispuesta a ser permisiva. Recordaba que a
nadie le había importado comer el cóctel de camarones servido sobre una cama de
hojas de repollo frescas, pero estaba claro que no compartían sus exigencias
culinarias —Tienen que ser especiales.
—Me parece, Piper, que realmente necesitas divertirte y jugar un poco. —Paige se
terminó el café y se levantó para servirse más —Si no te relajas, enfermarás de tanto
preocuparte por todo y nos volverás locos a los demás.
—Las cosas no se hacen por sí solas —le espetó la mayor. Como acababa de rechazar
la ayuda de Leo, lamentó al instante lo que había dicho. ¿Cuándo se había convertido
en una persona tan maniática? Quizá tuvieran razón al decir que se estaba exigiendo
demasiado.
—Pero, ¿por qué lo tienes que hacer tú todo? —Los ojos castaños de Phoebe se
ensombrecieron por la preocupación —Nosotros también tenemos que arrimar el
hombro porque tenemos tiempo y porque no somos unos incompetentes.
—El único desafío es encontrar la hoja de lechuga adecuada —añadió Paige. Se
agachó cuando Leo hizo una bola con su servilleta de papel y se la lanzó —Perdona,
no me he podido resistir.
—No tiene gracia. —Piper suponía que su café seguiría caliente, así que bebió un
largo sorbo. Se encontró, sin embargo, con una bebida fría y amarga. Escupió
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disgustada y dejó la taza sobre la mesa con tanta fuerza que el café salió disparado y
ensució el mantel limpio —¡Mirad lo que he hecho!
—Es solo un mantel. —Paige le entregó a su hermana un puñado de servilletas —
Tranquilízate, ¿vale?
—Mira, Piper —Phoebe se inclinó hacia delante, atrayendo la mirada desesperada de
la mayor —, estás tan estresada por las cosas insignificantes que quizá no seas capaz
de resistir la presión cuando suceda algo realmente importante.
Piper abrió la boca para protestar, pero la cerró y asintió. Phoebe tenía razón. Destruir
el mal ya era bastante complicado y peligroso cuando estaban a pleno rendimiento. Si
una de ellas fallaba, las cosas se podían poner muy feas al instante.
—Así que, te voy a decir lo que haremos —continuó Phoebe— Yo plancharé las
camisas de Leo mientras tú repasas las facturas.
—Y yo te ayudaré a ordenar el pedido del P3 —dijo el Luz Blanca.
—Vale —asintió Piper. Una sonrisa sincera se dibujó en sus labios. Deseó poder
expresar con palabras la gratitud que sentía, pero nunca se le había dado bien
deshacerse en halagos. Aunque, pensó, podría transmitir el mensaje horneando unas
galletas de chocolate caseras.
—Tendrás que encargarte de escuchar al grupo, pero quizá Paige pueda parar en la
tienda de ultramarinos antes de volver a casa. —Phoebe miró a su hermana por
encima del hombro.
Paige se limitó a devolverle la mirada. No podía creer que, justo aquel día, Piper
necesitara que le hiciera un favor.
—¿Te supone eso un problema? —insistió la mediana.
Piper levantó la mano derecha.
—Prometo no desterrarte al sótano aunque los tomates tengan algún golpe.
—No, no es eso... eh, quiero decir que lo haría si pudiera. —Paige tartamudeaba, así
que se aclaró la garganta —Pero hoy no puedo.
—¿Tienes una cita?
—Ojalá fuera eso —suspiró— Mi agenda social está tristemente vacía.
—¿Ocurre algo maligno que debamos saber? —le preguntó Phoebe, frunciendo el
ceño.
—Solo si cuenta la pobreza.
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Paige volvió a dejar la cafetera sobre la base. Realmente aquella crisis llegaba en un
mal momento. A pesar de lo poco cordial que había sido su relación con Piper al
principio, ahora estaban bastante unidas. Odiaba tener que darle esquinazo cuando
más la necesitaba.
—Tengo que servir la cena en el albergue de la calle Quinta.
—Pero, ¿no trabajaste allí la semana pasada? —le preguntó Leo.
Paige asintió.
—Sí, pero Doug también andaba corto de personal esta semana.
—Así que volviste a ofrecerte como voluntaria. —Piper hizo una bola con las
servilletas de papel y las metió dentro de su taza vacía. —Me parece que no soy la
única que está trabajando demasiado.
—Quizá debas seguir tus propios consejos, Paige —le advirtió Phoebe— ¿O es que
no te basta con tener un trabajo a tiempo completo y el de destruir a todos los
demonios?
—Solo será una semana —insistió Paige— Doug encontró a gente nueva, pero
necesita que alguien con experiencia les explique cómo va el asunto.
—Estoy segura de que Doug Wilson tiene a muchos voluntarios que saben cuál es la
rutina del albergue —le dijo Piper —Eres la única regular de la calle Quinta que tiene
que arriesgar la vida para mantener a salvo al mundo del mal que lo acecha con sus
poderes mágicos.
—Ya, pero eso no puedo decírselo a Doug —le contestó Paige. Había escogido un
empleo como trabajadora social porque quería ayudar a otras personas; a familias que
se habían roto después de un período especialmente difícil, a los que estaban
incapacitados mental y físicamente y, por supuesto, también a aquellos que no
lograban tener ni un momento de respiro. Se había hecho incluso más susceptible al
sufrimiento humano al verse expuesta a los horrores que los demonios trataban de
inflingir. Sencillamente no podía dar la espalda a los menos afortunados cuando sabía
que, con su ayuda, podía marcar la diferencia.
Phoebe miró desafiante a su hermana. —Tú sola no puedes salvar a todos los
desgraciados de la tierra.
—Quizá no, pero puedo intentarlo.
Empezando por el pobre y viejo Stanley Addison, pensó Paige, al recoger el bolso y
dirigirse hacia la puerta.
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ónde estás, Leo? —Piper se apoyó el teléfono en el
hombro y lo sujetó con la barbilla. Echó un vistazo al
reloj que había debajo de la barra, mientras terminaba de
secar una jarra inmensa—. Estoy segura de que el camión de reparto llegará en
cualquier momento.
—Lo siento mucho, pero el váter del piso de arriba se ha atascado —le explicó el Luz
Blanca.
—¿Y eso cómo ha ocurrido? —inquirió, aunque podía imaginárselo. Paige utilizaba
el papel higiénico para todo; desde sonarse la nariz a limpiarse la barra de labios. Iba
tirando las bolitas al váter y esperando a que hubiera unas cuantas antes de tirar de la
cadena para ahorrar agua. Sus esfuerzos por disminuir el gasto eran muy loables, pero
las viejas cañerías no podían soportarlo. Piper ya le había explicado el problema unas
cuantas veces pero Paige no había cambiado el hábito.
—No lo sé, pero se ha organizado una buena. —La voz de Leo sonaba tan exasperada
como se sentía Piper—. Hace unos minutos se desbordó y la marea de basura llegó
hasta el rellano de las escaleras.
Ella gruñó y le dio la espalda al escenario, donde el grupo de música desempaquetaba
su equipo. Hablaba en voz baja para que sus palabras no reverberasen en las paredes
del club casi vacío.
—¿Y cuánto nos va a costar eso?
—Nada —le aseguró Leo—. He utilizado el desatascador y he conseguido solucionar
el problema. Estaré allí en cuanto acabe de fregar la porquería.
—Bueno, pero no se te ocurra hacer una de tus grandes entradas —le advirtió,
refiriéndose a su costumbre de orbitar de un lado a otro que era, por supuesto, el
método más rápido de llegar hasta cualquier sitio— porque Con una Venganza están
a punto de empezar con la audición.
Aunque Leo solía saber cuándo podía orbitar sin ser visto, en un par de ocasiones
habían estado muy cerca de descubrirlo. Algunos sucesos mágicos eran fáciles de
––¿¿DD
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explicar a los testigos mortales, pero ver a una persona formándose a partir de una
espiral de luces brillantes no era uno de esos casos.
—¿Por qué ya nadie usa nombres como los Iluminadores de Estrellas? —preguntó
Leo, aunque no esperaba que Piper le respondiera—. ¿Qué tipo de grupo son?
—Según Masón Hobbs, tocan música celta alternativa —le explicó—. Sea lo que sea
eso.
Dejó caer el trapo húmedo dentro del fregadero y miró hacia el escenario. Había
recurrido a los servicios de Mason desde que abrió el club y el agente de talentos
nunca le había fallado. Esperaba que aquella no fuera la primera vez.
Como Con una Venganza no eran conocidos en San Francisco, estaban dispuestos a
trabajar en casi cualquier local hasta que hubieran establecido un calendario de
conciertos. Por ese motivo estaban libres y habían podido reemplazar a los Rock
Bottom. El grupo estaba compuesto por tres hombres atractivos y una mujer
fascinante.
Y eran, en suma, lo bastante modernos como para gustarle a la clientela del P3. Si
veía que la gente podía bailar su música, Piper, encantada, les permitiría tocar los tres
días seguidos.
Karen Ashley, la joven alta, con cabello rubio, ojos azules y una piel perfecta, cogió
un tambor antiguo. Sostuvo en la mano un palo de unos veinte centímetros y medio,
con los extremos redondeados, y describió un movimiento rápido de arriba hacia
abajo. Los extremos golpearon el tambor alternativamente y emitieron un ritmo que
recordaba a la llamada a la guerra de los antiguos guerreros.
Karen tensó la piel del instrumento y lo depositó sobre una percha de madera. Al
guardarse la extraña baqueta en el bolsillo trasero, se dio cuenta de que Piper la
miraba. Sonrió y asintió con rapidez.
—Se llama bodhran.
—Oh. —Piper también sonrió, aunque forzada.
La demostración le había parecido bastante impresionante, no obstante, no podía
imaginar a su clientela habitual dejándose llevar por una danza primitiva. No durante
tantos días.
—Estaremos preparados en unos minutos —añadió la joven.
—Cuando queráis. Empezad a tocar y yo os escucharé. —Piper dejó de sonreír al
darle la espalda—. El día no parece estar mejorando, Leo —dijo, susurrando al
auricular—. ¿Puedes darte prisa?
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—Tardaré unos quince minutos —le aseguró el Luz Blanca—. Como mucho media
hora. Tranquilízate, ¿vale?
—Ven enseguida. —Piper colgó, cerró los ojos y respiró profundamente varias veces.
¿Cómo se suponía que iba a tranquilizarse si, en lo que iba de día, todo le había salido
mal? Había olvidado pedir que le hicieran una chequera nueva y, por lo tanto,
tampoco había podido pagar todas las facturas que tenía atrasadas. Finalmente, había
ido al banco para realizar las transferencias, pero esto le había llevado mucho tiempo
y había tardado bastante en llegar al P3. A pesar de que estaba allí antes que el grupo
de música, no le había quedado más remedio que limpiar. Se suponía que todo debía
recogerse al cerrar, pero la camarera del último turno había cerrado en cuanto el
último cliente salió por la puerta. Dixie le había dejado una nota de disculpa; al
parecer, la niñera a la que llamaba como último recurso era una estudiante que debía
observar un estricto toque de queda.
Teniendo en cuenta mi maravillosa suerte, dudo que la niñera habitual de Dixie
regrese a su trabajo esta noche, pensó Piper mientras guardaba el último vaso sucio
en la bandeja del lavaplatos. Por lo menos, Dixie había encontrado a una niñera
sustituta y había ido a trabajar. Teniendo en cuenta los últimos acontecimientos, ese
era un golpe de buena suerte.
—¿Estás segura de que no te apetece sentarte, Piper? —le preguntó Karen. Su voz
baja y seductora apenas tenía un ligero acento irlandés—. Va estamos preparados.
—Justo a tiempo. —Piper se secó las manos en los pantalones vaqueros. Acababa de
terminar las tareas diarias del bar y el camión de reparto todavía no había llegado.
Esa era la excusa perfecta para sentarse y tomarse un refresco.
—Te encantaremos. —Daniel Knowles ajustó el micrófono tipo jirafa por encima del
teclado. Era medianamente alto, pero el cuerpo fibroso, el oscuro cabello rizado, la
sonrisa enigmática y los brillantes ojos castaños le conferían una apariencia muy
sugerente—. Gustamos a todo el mundo.
Estoy segura de que, por lo menos las mujeres, adorarán a Daniel, pensó Piper,
mientras metía unos hielos en un vaso y lo llenaba de ginger ale con la manguera de
la barra del bar. Por alguna razón que no lograba comprender, la arrogancia era un
rasgo muy atractivo de los músicos guapos.
—¿Dónde tocabais antes de llegar a San Francisco? —Se sentó y apoyó los pies en
una pequeña mesa con forma de cilindro.
—En Kenny... —El bajista, un tipo algo siniestro que se llamaba Lancer Dunne,
arrugó el ceño cuando el batería lo interrumpió.
—En Kennenbunkport. —Brodie Sparks sacudió la cabeza para echarse hacia atrás
un mechón de cabello pelirrojo que le tapaba un ojo. En sus labios sensuales se
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dibujaba un gesto que no llegaba a formar nunca una sonrisa. Tenía la tez morena
pecosa y su apariencia sugería que era un chico despreocupado y travieso, con un
sentido del humor un poco malicioso—. Y por otras ciudades costeras de la zona
noreste.
—Estáis muy lejos de Maine —comentó Piper, que no se creía ni una sola palabra de
lo que el chico le había dicho. No estaba segura de si Kenny era un bar en algún
vecindario o de si era el nombre de algún amigo suyo que seguramente les hubiera
dejado el garaje de su casa para ensayar. En cualquier caso, tampoco le importaba.
—Así es —añadió Lancer. Hizo sonar un rápido punteado en el bajo y reculó cuando
Karen se acercó al micrófono del centro del escenario.
Daniel y Brodie centraron toda su atención en la belleza rubia. En ese momento,
Piper supo quién estaba al mando.
—¿Te importaría acercarme la flauta? —Karen señaló un estuche de madera que
yacía en una mesa entre la dueña del club y el escenario.
—Claro. —Piper se levantó, pero lo hizo de mala gana.
Si contrataba a Con una Venganza, tendría que dejarles claro que el trabajo no
incluiría a ningún mozo que cargara con sus cacharros.
Piper sacó la flauta de madera del interior forrado de terciopelo y se dio cuenta de
que parecía una antigüedad. El delicado dibujo tallado en la superficie pulida,
describía intrincadas espirales alrededor de los agujeros del instrumento,
incorporándolos al patrón. La pieza era magnífica.
—Gracias —le agradeció Karen, sonriendo. Se inclinó para recoger la flauta y su
mano se cerró en torno al instrumento.
Piper se sintió mareada de pronto. Soltó el instrumento y se agarró a la plataforma del
escenario, pero la sensación pasó rápidamente. Al volver hacia su asiento, se dio
cuenta de que no había comido más que una tostada para desayunar. Un puñado de
cacahuetes solucionaría el problema.
Después de la audición, pensó, al tiempo que Karen hacía sonar una nota prolongada,
baja y tristona. Comer le pareció algo secundario en comparación con escuchar la
música.
Aquel sonido tan melancólico le llegó hasta lo más profundo del corazón y reverberó
en el vacío y la tristeza que habían quedado tras la muerte de Prue. La inquietante
sensación de desesperación se apaciguó cuando, de pronto, la flauta cambió el ritmo y
entonó los rápidos acordes de una melodía irlandesa.
—Mucho mejor. —Piper levantó el vaso de refresco a modo de brindis y luego se
volvió a recostar en la silla, emitiendo un suspiro de satisfacción.
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Se rió para sí y no pudo por menos que preguntarse por qué permitía que las cosas
insignificantes le hicieran tanto daño. Phoebe, Paige y Leo tenían razón al decir que
el estrés que ella misma se había impuesto podía resultarle peligroso y
contraproducente. La vida era demasiado corta para vivirla de forma apresurada y
estando enojada.
Pese a que el folk era totalmente inapropiado para el P3, la encantadora melodía le
subió bastante el ánimo. Sonrió y siguió el ritmo con el pie. Decidió quedarse sentada
durante toda la audición por respeto, pero el agente de talentos tendría que buscarle a
otro grupo. Treinta segundos después cambió de opinión y llegó a la conclusión de
que no sería necesario.
Cuando el sonido sostenido de la flauta todavía reverberaba en el aire, Brodie golpeó
la batería emitiendo un ritmo vibrante. Lancer se unió e hizo sonar el bajo con un
latido amortiguado pero constante. Piper seguía el ritmo, cada vez más intenso, con
todo el cuerpo y se dejó seducir por la sensual voz contralto de Karen que se
mezclaba con la energía de las notas de Daniel.
Se sintió aliviada por no tener que desechar al grupo después de todo, dio otro sorbo
al refresco y dejó el vaso en la mesa. No quería que la decepción de los chicos o
cualquier otra cosa empañara la alegría que le había aportado darse cuenta de lo
evidente: no podía permitir que los pequeños problemas arruinaran su vida. Se meció
en la silla y disfrutó de la música y del momento.
La canción terminó en el instante en el que los cuatro músicos dejaron de tocar de
forma precisa y abrupta. Antes de que Piper asimilara el súbito silencio, el grupo se
relajó y tocó una balada lenta y sensual que acercaría definitivamente a las
potenciales parejas en la pista de baile. Terminaron con una canción rápida y rítmica
que acababa de saltar a las listas de éxitos. Sin duda alguna, tenía que contratar a Con
una Venganza.
—¡Sí! —Piper aplaudió con un entusiasmo desenfrenado.
—Eso significa que te gustamos, ¿verdad? —le preguntó Daniel con una mirada
exageradamente dubitativa.
Piper se echó a reír a carcajadas.
—¡Sois fantásticos!
—Bien, ¿cuándo empezamos?
Karen saltó desde el escenario y guardó la flauta en un estuche forrado de terciopelo
que yacía abierto en una mesa cercana. Teniendo en cuenta el cuidado con el que la
joven cogía el instrumento, Piper supuso que la consideraba una de sus posesiones
más valiosas.
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—Ayer podría haber sido un buen día —confesó el tétrico bajista—. Mi estómago
ruge con su propia melodía de bajo.
—¿Tienes hambre? ¿Realmente andáis tan faltos de dinero? —Piper habló sin
pensarlo y tuvo que taparse la boca para que no se le escapara otra carcajada.
Aunque Lancer había dotado a su comentario de cierto humor, no quería que el grupo
pensara que le resultaba divertida la crítica situación económica en la que se
encontraban. Se dio cuenta de que Karen la miraba con fijeza, así que tosió para
disimular una carcajada.
—Necesitamos el trabajo.
—Y, sobre todo, darnos a conocer —añadió la cantante rápidamente—. Masón nos
dijo que el P3 es uno de los clubes más populares de San Francisco.
Piper, que estaba encantada, miró en rededor y comprobó lo bien que había arreglado
aquel destartalado almacén, convirtiéndolo en el lugar de encuentro favorito de los
solteros de la ciudad.
—El club está a rebosar los días que tenemos música en directo.
—Pues yo soy directo —le dijo Daniel, dándose una palmada en el brazo.
—Y además estás contratado. —Piper recogió el refresco y bebió un largo sorbo.
Tenía la esperanza de poder tragarse el siguiente ataque de risa que ya sentía
hormigueándole en el cuerpo. Al parecer, una vez que había decidido tomarse las
cosas con más ligereza, le había embargado un sentimiento de alegría que parecía no
agotarse nunca.
—¿Entonces empezamos el jueves? —quiso saber Karen.
Piper asintió.
—De nueve a una; desde el jueves al sábado.
—¡Genial! —Brodie lanzó una baqueta al aire y la recogió por la espalda.
—Le diré a Masón que prepare el contrato. —La joven cerró la tapa del estuche y se
lo guardó bajo el brazo—. ¿Te importaría mucho si viniéramos el miércoles por la
tarde a montarlo todo y a ensayar un ratito?
Piper estuvo completamente de acuerdo.
—Podéis venir a partir de las dos. Y no os preocupéis, el sistema de seguridad del
club es una obra de arte, así que podéis dejar aquí los instrumentos sin temor alguno.
Oyó una bocina pitar en el callejón.
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—Guardad todo detrás del telón —Piper ondeó la mano, señalando las cortinas que
estaban detrás del escenario. Se acercó a la barra y dejó el vaso—. Estaré ahí fuera,
por si me necesitáis.
Su espléndido estado de ánimo se prolongó mientras se acercaba a la puerta de atrás.
Como Leo llegaba tarde, tampoco le importó que el camión de reparto no hubiera
llegado a su hora. Sonrió al imaginarse a su desesperado marido achicando el agua
del váter e intentando que la suciedad no inundara todo el primer piso de la vieja
mansión victoriana.
Leo sabía que, si no atajaba el problema de inmediato, aquel atasco les ocasionaría
unos gastos que no se podían permitir en ese momento y una tensión que los
perjudicados nervios de Piper no podrían soportar.
Cuando el Luz Blanca se materializó de improviso cerca de la puerta de la despensa,
se sobresaltó y se llevó una mano al pecho.
—¡Te dije que no hicieras una de tus grandes entradas!
—Pero... si solo... — Leo frunció el ceño, estaba confundido. De pronto, lanzó una
mirada horrorizada hacia el almacén—. ¿Hay alguien ahí dentro?
—No —ella sacudió la cabeza y se echó a reír.
—¿De qué te ríes? —le preguntó su marido, todavía más confuso.
—Pues... no estoy segura. —Piper levantó las manos con las palmas hacia arriba y se
encogió de hombros—. Supongo que me siento bien porque he decidido seguir el
consejo de Paige. Creo que me preocupo demasiado por todo.
—Estoy completamente de acuerdo con eso —afirmó Leo, que se relajó y sonrió.
—Aunque ya no pienso hacerlo más. —Piper se tapó la boca, pero no pudo controlar
las carcajadas—. Lo siento, pero el nuevo bajista me ha contado una cosa muy
graciosa.
—La verdad, me cuesta imaginar que un músico de un grupo llamado Con una
Venganza sea una persona divertida —confesó el Luz Blanca.
Piper imitó el tono patético de Lancer, mientras abría el cerrojo de las puertas de
atrás.
—Mi estómago ruge con su propia melodía de bajo.
Leo parpadeó.
—No lo entiendo.
Ella se reía tanto que apenas podía articular las palabras necesarias para explicárselo.
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—Que el estómago ruja... ¿Cómo el sonido que emite un bajo?
El Luz Blanca se encogió de hombros.
—Piénsalo. —Piper abrió de par en par las puertas.
—Sí, si lo entiendo —continuó Leo, mientras el repartidor le entregaba a
Piper una factura—. Pero no le veo la gracia.
—No importa, cariño —le dijo ella, sonriendo.
Paige cerró el maletero de su escarabajo color verde lima y se guardó las llaves en el
bolsillo. Su monedero estaría allí más seguro que en cualquier otro lugar del albergue
de la calle Quinta. El lugar estaba situado muy cerca del distrito de los almacenes del
puerto.
Siempre y cuando nadie se lleve el coche, pensó, al tiempo que se apresuraba a cruzar
el aparcamiento de suelo de gravilla. Doug Wilson solía bromear diciendo que, antes
o después, alguno de los indigentes habituales le robaría la pequeña caja fuerte que
tenía en la oficina de la despensa. Por lo tanto, y como precaución contra lo
inevitable, no guardaba nada valioso en ella.
—Llegas tarde —ladró Doug con una voz profunda cuando la puerta se cerró detrás
de Paige. Echó un poco de pimienta en una inmensa cacerola donde cocinaba
estofado de vaca.
—¡Solo dos minutos! —Ella miró el reloj que pendía de la pared por encima de una
gran estufa. Eran poco más de las cinco y media—. Tenía que terminar un par de
cosas en la solicitud de Stanley para Hawthorne Hill.
—Excusas, excusas. —Doug se limpió las manos en un delantal blanco manchado
con diversos goterones de salsas sin identificar. Miró hacia atrás de forma tosca y
malhumorada—. Hoy en día no se puede contar con nadie.
El supervisor del albergue, que ya rondaba los cincuenta, era flaco y fibroso, aunque
no tan desagradecido y duro como fingía ser. Pese a que su mirada de ojos gris
verdoso no podía ocultar que la gente le importaba, llevaba una barba puntiaguda y
desafiante que le endurecía bastante el gesto. Los rumores sugerían que, en otro
tiempo, había sido un gurú de la informática. Pero, en cualquier caso, Doug no
hablaba nunca de su pasado, salvo para decir que no le contrataban en ningún sitio
porque solo se afeitaba cuando le apetecía hacerlo.
—Así que... ¿Enviaste la solicitud? —preguntó el supervisor, intentando parecer
casual.
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—Salió con el correo de las cinco en punto —le contestó Paige. Descolgó de una
percha otro delantal limpio que tenía viejas manchas que el detergente no había
podido eliminar y se lo puso—. ¿Está Stanley aquí?
—No, pero sí Kevin Graves. —Doug señaló con una gran cuchara hacia el mostrador
que separaba la cocina del comedor.
Había un joven sentado en un taburete en el extremo más apartado del mostrador
metiendo servilletas blancas de papel en soportes metálicos.
—Así que ese es el nuevo, ¿eh? —preguntó Paige, intentando no parecer demasiado
interesada.
Kevin Graves era el clásico guapo californiano: tenía el cabello rubio y corto, los ojos
azules, un perfil perfecto y un moreno envidiable. La verdad es que no se parece
nada a los voluntarios habituales, advirtió Paige, que estaba muy intrigada.
—Eso es —respondió Doug.
—Y, ¿cuál es su historia? —indagó—. ¿Acaso la policía de la playa le negó su
derecho como surfista?
—No. —Doug tapó la cacerola y la miró con seriedad—. Se hirió en un accidente en
la construcción y se quedó cojo. Quiere hacer algo útil con su tiempo hasta que
encuentre otro trabajo.
—Oh. —Paige 9e sonrojó y volvió a mirar al joven, dándose cuenta de que había un
bastón de madera colgado del mostrador junto a él. Para ser una de las brujas más
buscadas en el plano demoníaco, su capacidad de observación dejaba mucho que
desear—. ¿Parezco tan ridícula como me siento?
—Tranquila, no creo que nadie más se dé cuenta. —Doug se giró cuando la puerta
volvió a abrirse y entró una mujer de mediana edad—. ¡Eh, Sra. Ryan! Cuánto me
alegro de verla.
Jennifer Ryan, que vestía unos pantalones vaqueros de marca, un jersey con mucho
estilo y unas botas de cuero que probablemente costarían más de lo que Paige ganaba
en una semana, sonrió con genuina simpatía cuando Doug las presentó.
—Paige, que ya lleva algún tiempo trabajando aquí, es una experta en nuestra rutina
diaria. —Doug cogió un agarrador un poco chamuscado, abrió el horno y sacó una
fuente grande de panecillos rellenos—. Ella te dirá lo que tienes que hacer.
Paige se acercó a la percha y le entregó a Jennifer un delantal. Luego, con un
movimiento de la mano, la invitó a seguirla.
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—La rutina es bastante básica. Ponemos en los platos lo que sea que Doug ha
cocinado. La mayoría de los días solo hay un plato, así que la gente pasa bastante
deprisa.
—Creo que podré hacerlo —le dijo Jennifer.
A diferencia de los ricos colaboradores con los que Paige trataba en la agencia de
servicios sociales, no había rastro alguno de superioridad en la actitud de Jennifer
Ryan. Era, decidió, muy posible que la mujer sintiera un auténtico deseo de compartir
parte de su tiempo para agradecerle a la comunidad la suerte que tenía.
—También apilamos las bandejas y rellenamos los condimentos antes de las comidas
—continuó— y, después, ayudamos a limpiar.
Cuando llegaron al mostrador, Kevin cogió el bastón y se bajó de la banqueta.
—Me alegra comunicaros que tanto las bandejas como los servilleteros están listos —
explicó, saludándolas con la mano que tenía libre y una gran sonrisa en los labios.
—Ya veo que has estado muy ocupado. —Paige también sonrió e hizo el amago de
extender la mano para estrechársela. No obstante, la retiró inmediatamente al darse
cuenta que Kevin tenía apoyada la mano derecha en el bastón. Cambió rápidamente
de tema para suavizar la tensión del momento—. Ella es Jennifer y yo soy Paige.
—Encantado. —Si Kevin se dio cuenta de lo incómoda que se sentía, no dio muestras
de ello—. Evidentemente estás a la altura de todo lo que me han contado sobre ti.
—¿Qué es lo que te han dicho, si se puede saber? —indagó Paige con cautela.
Sentían realmente ambos un interés mutuo, ¿o quería imaginar que había química
entre ellos? En muy pocas ocasiones había sentido una atracción instantánea hacia
otra persona y el efecto la desconcertaba bastante.
—Que eres un hermoso ángel —respondió él—, llena de bondad y de luz.
—¿Doug te ha dicho eso? —preguntó Paige, asombrada. El brusco supervisor del
albergue de la calle Quinta desdeñaba la poesía y las palabras bonitas. ¿Acaso le
había visto orbitar sin que ella se diera cuenta?
—No, fue un hombre mayor. Me preguntó si estabas aquí y cuando le dije que no, se
marchó hacia los lavabos, arrastrando los pies y hablando para sí. —Kevin señaló con
un gesto de la cabeza hacia el extremo más alejado del comedor—. No pude evitar oír
lo que decía.
—Es Stanley Addison —explicó Paige, aliviada. Dudaba de que el hombre la hubiera
visto orbitar pero, aunque así fuera, tampoco importaría demasiado. Nadie prestaba
atención o le otorgaba credibilidad a las incongruencias del anciano senil.
—¿Es alguien especial? — se interesó Jennifer.
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Ella asintió, percatándose de que el cariño que sentía por aquel hombre se reflejaba
claramente en su rostro.
—Es un viejecito dulce, absolutamente inofensivo y ligeramente confuso. No tiene
familia o, por lo menos, nadie ha podido encontrarla. Como cobra pensión, estoy
intentando conseguirle una plaza en el Hogar de Hawthorne Hill para los jubilados
con pocos ingresos.
—Entonces es verdad que eres un ángel —sentenció Jennifer.
—Por lo menos, el ángel del Sr. Addison —añadió Kevin—. Quizá, después de todo,
no esté tan confuso.
—Mi trabajo consiste en ayudar a la gente —les explicó Paige, que se sentía
avergonzada. La intensidad con la que le miraba Kevin desde sus ojos azules
conseguía que la sangre le hirviera en las venas. Se frotó el rubor que le subía por el
cuello.
—¡Muy bien, muchachos! —exclamó Doug—. Se ha terminado la reunión. La horda
hambrienta llegará en cualquier momento, ¡así que manos a la obra!
¡Doug al rescate!, pensó Paige con gratitud. Necesitaba un respiro de toda aquella
tensión.
Jennifer miró a Doug.
—Es un hombre exigente con un corazón de oro, ¿no es verdad?
—Así es —corroboró Paige—, pero la mayoría de las veces se olvida de que no nos
pagan por hacer esto, lo que explicaría por qué los voluntarios de este enorme
albergue vienen y se van rápidamente.
Jennifer se encogió de hombros.
—Pues yo creo que es un encanto.
—Es un diamante en bruto. —Paige lanzó una mirada fugaz a la mano izquierda de la
mujer. No llevaba alianza de casada. Estaba claro que la semana prometía ser
interesante.
Las siguientes tres horas pasaron volando mientras Doug, los nuevos reclutas y ella
servían la comida a treinta y cinco hombres y mujeres hambrientos que vivían en la
calle por treinta y cinco razones diferentes. Algunos de ellos preferían valerse por sí
mismos en el exterior durante la noche. Otros optaban por dormir en el albergue.
Aquel día retrasaron el montaje de las camas plegables porque Doug acompañó a
Jennifer hasta su coche.
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—¿Ya hemos terminado? —Kevin se sujetó con una mano a la encimera y colgó una
cuchara de servir grande en un clavo que había en la pared.
—Así es. —Paige tiró su delantal en una bolsa para la lavandería.
Kevin se giró, se apoyó sobre una mesa y se cruzó de brazos.
—¿Te vas a ir directamente a casa?
Ella vaciló, suponiendo cuál sería la siguiente pregunta del joven. Aunque su interés
era evidente para cualquiera que tuviera ojos y un conocimiento básico del idioma
corporal, no se le había pasado por la imaginación que fuera a pedirle salir tan pronto.
Por lo menos, no hasta que se conocieran un poco más. Decidió rehuir la cuestión por
el momento.
—Primero quiero asegurarme de que Stanley se queda aquí a pasar la noche —le dijo.
—Pues se acaba de marchar —respondió él, mirando hacia la puerta principal.
Paige levantó las manos con las palmas hacia arriba. Después de mucho pelear, había
conseguido convencer a Doug para que le guardara a Stanley Addison un sitio fijo
donde dormir. No obstante, en ocasiones, el viejo olvidaba la rutina del albergue y
salía fuera. Lo normal era que regresara poco antes de que el supervisor cerrara la
puerta.
—Espero que vuelva —comentó Paige.
—¿Vas a esperarlo? —le preguntó Kevin.
—Por lo menos hasta que me asegure de que Doug no le cierra la puerta en las
narices. Me falta esto para conseguir que admitan a Stanley en Hawthorne Hill. —
Paige levantó la mano, con el pulgar y el dedo índice separados por escasos
milímetros, para darle a entender lo poco que le faltaba para conseguir sus
objetivos—. Me sentiría fatal si le ocurriera algo en la calle antes de que pudiera
cerrar el trato.
—Realmente te gusta ese viejo, ¿no es así? —Kevin parecía contento, como si
compartiera su necesidad de ayudar a los demás.
De hecho, se dio cuenta, puesto que Kevin se ha presentado como voluntario para
trabajar aquí, puede que sea tan aficionado a hacer el bien como lo soy yo. La
combinación de atractivo y buen corazón era difícil de resistir.
—Adoro a Stanley —confesó—. Creo que todo le saldrá bien. Pero... —Vaciló y
suspiró— hay tanta gente que tiene problemas y, a menudo, los han herido tan
profundamente que su situación escapa a nuestro control. Desearía poder ayudarlos a
todos, pero no puedo. Es imposible.
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—Pero te importan y eso es mucho más de lo que pueden decir de la mayoría de las
personas — aseguró Kevin.
—Quizá, aunque a veces la impotencia me agota... —Paige no terminó la frase
porque no podía explicarle que no era solo la miseria corriente la que le hacía
entristecer.
Y, aunque Kevin le parecía un chico bastante comprensivo, tampoco podía contarle
los pormenores y las desgracias que había visto y vivido como bruja.
—Creo que te castigas sin motivo. —Él extendió la mano para coger el bastón que
colgaba del extremo de la mesa.
Podía permanecer de pie, sin ayuda, durante cortos períodos de tiempo y había estado
un rato de pie o sentado en una banqueta mientras servía la cena. El bastón era un
apoyo necesario para caminar.
—Es precioso, ¿es una antigüedad? —le preguntó, admirándolo.
El mango curvilíneo y de plata tenía grabadas unas líneas finísimas que describían
espirales y que se prolongaban hasta el inicio del astil de madera pulida. Estaba claro
que el artesano había puesto mucho cuidado y mimo al hacerlo.
—Pues, de hecho, sí. Es una herencia familiar.
Kevin alzó el bastón para que Paige pudiera examinarlo de cerca. El movimiento lo
desequilibró y se tambaleó hacia un lado.
—¡Cuidado!
Mientras Paige se apresuraba a ayudarlo, el extremo del bastón que apoyaba en el
suelo se giró y la golpeó en el brazo. Se sintió repentinamente sobrecogida por una
pequeña descarga de electricidad estática y reculó.
Kevin, que no se había dado cuenta de nada, se agarró al extremo de la mesa y
consiguió enderezarse. Bajó el bastón y lo apoyó en el suelo.
—Lo siento, normalmente no soy tan torpe.
—No te preocupes... —Paige, que se sintió mareada de pronto, se balanceó.
—¿Estás bien? —Kevin la cogió por el brazo con la mano libre—. Estás un poco
pálida.
—Sí, estoy bien.
Se sintió completamente exhausta y se apoyó en la mesa para evitar que las piernas
cedieran bajo su peso.
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—¿Por qué será que no me lo creo? —Kevin frunció el ceño—. Quizá alguno de los
que vienen aquí te ha contagiado uno de esos raros microbios. Para ser francos, sus
condiciones sanitarias no son las más recomendables.
Paige hizo un gesto con la mano para restarle importancia a la situación.
—Es solo cansancio. Supongo que, entre mi trabajo y el voluntariado, no estoy
durmiendo todo lo que debería.
Pero no le dijo que se había pasado todo el fin de semana trabajando con Piper para
entrenar su memoria. De acuerdo con lo que Leo había dicho, la incapacidad para
recordar a tiempo un encantamiento u otras importantes cosas mágicas habían
provocado que murieran muchas buenas brujas. Ella, desde luego, no tenía intención
de unirse a la lista de las queridas difuntas.
Paige se agarró a la mesa con más fuerza cuando le sobrevino otro mareo.
—Creo que me sentaré unos minutos.
—Pues yo creo que deberías dejarme que te llevara a casa —le dijo Kevin, cuando
ella se sentó en una banqueta.
Quiso protestar pero se dio cuenta de que no tenía otra opción. Si intentaba conducir,
podría quedarse dormida al volante por la fatiga. Piper estaba trabajando en el P3 y
Phoebe todavía estaría en clase. Leo orbitaria si lo llamaba, pero como la parada de
autobús estaba a varias manzanas de distancia, no quería tener que explicar cómo
había llegado tan deprisa sin ir en coche.
—Me encantaría, siempre y cuando no te suponga mucho problema.
—No hay ninguno. —Él sonrió abiertamente—. ¿Y tu coche?
—Mi cuñado puede recogerlo más tarde, cuando cierre el P3 —concluyó,
bostezando.
Phoebe se sentía mareada por todo lo que el profesor les había explicado durante la
clase. Los veinticinco alumnos, incluyéndola a ella, habían empezado a conocer las
funciones más básicas del diseño de páginas Web. Para llevar a cabo esas funciones,
sin embargo, se necesitaban una serie de complicadas secuencias previas, que se
suponía debían tener memorizadas para el lunes siguiente.
—Me encantan los ordenadores —le comentó la joven que estaba sentada junto a
ella—, pero, por ahora, este cursillo me está pareciendo bastante aburrido.
—Pues a mí me da vueltas la cabeza —respondió Phoebe, mirando fugazmente a
Kate Dustin.
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Kate era hermosa, tenía el cutis perfecto, los ojos azules y una sonrisa espléndida.
Era, además, la única estudiante, exceptuándola a ella, que había alcanzado los
rancios veinticinco años.
—No creo que al Sr. Deekle le importe, claro —añadió Phoebe—. Estoy
absolutamente convencida de que nació sin sentido del humor.
Al frente de la clase había un hombre alto, larguirucho, con un bigote tan ralo como
el pelo de su cabeza, que apagaba su ordenador en ese momento. La apariencia de
Wayne Deekle era tan rígida como sus clases lo eran monótonas. No había sonreído
ni una sola vez durante la noche. Si Phoebe conseguía aprender a diseñar páginas
Web, no sería gracias a las aburridísimas clases del profesor.
—¡Ja! —Kate se tapó la boca para no soltar una carcajada e invitó a Phoebe a salir al
pasillo con un gesto de la mano—. Tenía la impresión de que todos los frikis de la
informática del siglo veintiuno eran todo cerebro. Qué tontería.
—Lo que ocurre es que el Sr. Deekle se ha quedado atrapado en el siglo pasado —le
explicó Phoebe.
Caminaron detrás de tres chicos que iban a cierta distancia y abandonaron el edificio
a través de unas puertas de doble hoja. Los muchachos, que eran muy atractivos,
tenían los cuerpos fibrosos de los atletas. Un puñado de potenciales ejecutivos con
éxito, pensó al mirarlos.
—Esos aspirantes a Webmaster son los modelos del nuevo milenio.
—Creo que tienes razón. —Kate suspiró y miró con atención a los tres jóvenes que
caminaban deprisa por el aparcamiento. Cuando entraron en Computa-Una-Taza, un
local situado en la acera de enfrente, miró a Phoebe con una sonrisa traviesa en los
labios—. ¿Te apetece que nos tomemos una taza de café?
La invitación la cogió desprevenida. No se había relacionado demasiado con los
universitarios mientras estudiaba. Además de la evidente diferencia de edad, el ser
una bruja hacía muy difícil entablar sólidas relaciones de amistad.
Kate tenía más o menos su misma edad y parecía querer estar acompañada mientras
se las ingeniaba para conocer a alguien del sexo opuesto. A Phoebe no le apetecía
tenerse que quitar de encima a los hambrientos estudiantes del campus, pero le
vendría bien relajarse después de aquella clase tan pesada. Cole estaba fuera de la
ciudad, Paige estaría trabajando en el albergue y Piper y Leo no regresarían del P3
hasta altas horas de la madrugada, así que no tenía prisa por volver a casa.
—Me parece estupendo —afirmó—, pero no me quedaré mucho. Quiero volver a
casa y repasar los apuntes antes de que se me olvide lo que significan.
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—Tranquila, yo te lo puedo contar. —Kate entró en la pintoresca cafetería y asintió
complacida después de echar un vistazo alrededor—. Es un sitio interesante, ¿no te
parece?
Estaba de acuerdo. Del techo colgaban varias cestas con plantas naturales. Las
paredes estaban decoradas con láminas de cuadros famosos y con corchos repletos de
pequeños mensajes y avisos de futuros conciertos y ventas de pisos. También había
muchos estantes con libros, revistas y periódicos. El mobiliario lo formaban unas
mesas desparejadas, sillas y sofás tapizados. En Computa-Una-Taza había bastante
gente, pero no estaba atestado y además parecía atraer a una clientela silenciosa y
estudiosa.
Quizá porque en todas las mesas hay un ordenador con conexión a Internet, pensó.
Uno de los hombres a los que habían seguido hasta allí, encendió el ordenador antes
de sentarse.
—Sentémonos ahí. —Kate señaló hacia una mesa que hacía esquina y que estaba
situada en el lado opuesto a la de su compañero de clase. Corrió hasta ella para que
nadie la ocupara.
Phoebe se unió a ella en el mismo momento en el que un hombre, que estaba sentado
en una banqueta con una guitarra de doce cuerdas entre las manos, empezaba a cantar
una balada irlandesa. Estar en compañía de Kate, beber un capuchino caliente y
escuchar la voz melosa del tenor de folk era justo lo que necesitaba para olvidar que
había pasado otro día sin encontrar trabajo.
—Muchas gracias por acompañarme —le agradeció, mientras Phoebe se sentaba y
dejaba los libros en el suelo. Empujó el monitor plano hacia la pared sin encenderlo.
—Gracias por pedírmelo. —Se recostó en la silla cuando una camarera, que además
era estudiante, llegó y se puso a limpiar la mesa.
—Bueno, chicas, ¿qué vais a pedir? —La joven esperó expectante. Tenía el bolígrafo
a escasos milímetros del papel para apuntarlo todo rápidamente.
—Quiero un capuchino moka con tarta de queso y fresa... si lo tenéis.
Phoebe pensó que, mientras anduviera sumergida en la vida universitaria, podría
permitirse el lujo de satisfacer su antojo de dulce. Podría quitarse las calorías de
encima si entrenaba un poquito más en el gimnasio del sótano al día siguiente.
—Lo tenemos. —La camarera miró a Kate, que pidió lo mismo.
Una vez que la chica se hubo marchado, Kate volvió a centrar la atención en los tres
hombres que estaban inclinados sobre los monitores.
—De veras que te lo agradezco, Phoebe, me gusta relajarme después de haber estado
pensando mucho, pero me hubiera sentido bastante ridícula estando aquí sola.
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—No te preocupes —insistió—. No tenía nada mejor que hacer que estudiar.
—¿Cómo? ¿No hay ningún hombre en tu vida? —Los ojos de Kate se agrandaron.
A Phoebe no le apetecía comentar su vida privada con una desconocida. Se fijó en el
enorme brazalete de oro, grabado con un intrincado dibujo celta, que Kate llevaba en
el brazo.
—Qué pulsera tan peculiar —comentó para cambiar de tema.
—Perteneció a mi bisabuela... —Kate calló un momento y frunció el ceño,
dubitativa—. O quizá fuera de mi tatarabuela. No estoy segura.
Tiene una inscripción en el interior, pero todavía no he logrado averiguar lo que dice.
—Se lo quitó y lo puso en la mano de Phoebe—. Quizá tú lo sepas.
La bruja gruñó cuando se vio sobrecogida por una visión.
Kate vestía una armadura sobre prendas de piel y de cuero. Estaba de pie junto a un
inmenso árbol. Los relámpagos calan en picado desde una brecha abierta entre las
nubes negras del cielo. El rayo impactó contra las raíces del enorme árbol y lanzó una
cascada de astillas llameantes en todas las direcciones...
Phoebe dejó caer el brazalete al emerger de pronto del trance. Aunque la visión le
había dejado el estómago revuelto, consiguió recuperar la compostura rápidamente.
Por suerte, Kate estaba mirando al cantante de folk y no pareció darse cuenta del
breve lapso.
—¿Y bien? —preguntó la joven, volviéndose para mirarla.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Phoebe con cautela.
—La inscripción. —Kate volvió a ponerse el brazalete—. ¿Tampoco has podido
averiguar cuál era el significado de la inscripción?
Phoebe sacudió la cabeza, se sentía mareada, pero estaba aliviada de que su
compañera no hubiera advertido su estado de trance. Teniendo en cuenta el contexto
y las prendas, estaba convencida de que las violentas imágenes procedían del pasado
de Kate y no de su futuro. Como no podía cambiarlo, no tenía sentido hablar del tema
hasta que fuera evidente que había una conexión con las Embrujadas.
—Ya está —dijo la camarera, que apareció con una bandeja con dos grandes tazas de
capuchino y dos platos de tarta de queso al estilo Nueva York, aderezadas con salsa
de fresa.
Phoebe parpadeó cuando la chica dejó una taza y un plato delante de ella.
—¿Cuándo he pedido tarta de queso?
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so no es asunto tuyo, Doug. —Paige frunció el ceño al mirar al
teléfono. Normalmente ignoraba las burlas del supervisor del
albergue, pero hoy se sentía demasiado agotada e irritable como
para tolerar su insolencia.
—Pues yo me alegro de que Kevin y tú encajarais —le dijo el hombre—. Eres
demasiado joven como para pasar todo tu tiempo libre sirviendo batatas
espachurradas a un puñado de gente sin hogar.
—Pensé que te gustaba esa gente. —Paige advirtió que su jefe la observaba desde el
otro lado de la habitación. Había llegado veinte minutos tarde porque se había
quedado dormida. Una de las cosas que al Sr. Cowan le desagradaban más que un
empleado que llegara tarde habitualmente, era que uno de sus asalariados malgastara
el tiempo en hacer o en recibir llamadas personales. Por desgracia, ella no era un
ejemplo a seguir en ninguno de los dos aspectos.
—Está bien que yo ande rodeado de mendigos —dijo Doug con seriedad—, al fin y
al cabo, soy un viejo maniático.
—Pues a Jennifer no pareció importarle —le respondió Paige con retintín.
El hombre ignoró el comentario.
—¿Me has llamado por alguna razón?
—Sí —afirmó—, solo quería saber si Stanley apareció por allí anoche.
Se tapó la boca para disimular un bostezo y luego sonrió con tensión hacia el Sr.
Cowan. Este frunció el ceño y se metió en su oficina.
—Stanley entró sobre las once, estuvo roncando toda la noche y se marchó a las
ocho. —Doug suspiró—. ¿Se sabe algo de Hawthorne Hill?
—Envié la solicitud ayer. —Paige entendía la frustración que sentía el supervisor del
albergue. Había trabajado en, con y en torno al sistema durante varios años y en
ocasiones parecía que la rueda de la burocracia no giraba en absoluto—. Tengo la
––EE
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esperanza de saber algo a finales de esta semana o, como muy tarde, el próximo
lunes.
—Bien y, solo por si te lo preguntabas —Doug vaciló, como si quisiera poner mayor
énfasis en lo que iba a decir—, Kevin estará trabajando aquí toda la semana.
Paige colgó el teléfono, pero se imaginó que Doug se estaría riendo a carcajadas.
Estaba indignada. Empujó una maceta con un cáctus hasta la esquina más apartada de
la mesa, después abrió el informe de Stanley y empezó a repasar sus notas. Aunque
Doug no se lo creyera, el único hueco que
Kevin Graves tenía reservado en su futuro era de pie, junto a ella, en el mostrador
donde servían la comida a la gente sin hogar.
En el paseo de la noche anterior no había ocurrido nada en absoluto. Kevin y ella
habían estado hablando acerca de sus trabajos, del accidente en el que se había roto la
pierna, del albergue y de Stanley. No le pareció que él quisiera prolongar la
conversación cuando ella salió del viejo coche. Se despidieron con un rápido "adiós,
muchas gracias" y "ya nos veremos mañana". Después, Kevin se alejó conduciendo.
Paige frunció el ceño, se sentía confusa. Estaba casi segura de no haberse imaginado
la atracción existente entre Kevin y ella, es más, estaba convencida de que él también
se había dado cuenta. Así que, ¿qué había enfriado la situación? Suponía que el que
se estuviera quedando medio dormida entre frases no había ayudado demasiado. ¿Y si
Kevin pensaba que la aburría? Eso explicaría su falta de interés.
—Desde luego no es una trama demasiado excitante —murmuró.
—¿Decías algo? —Lila se detuvo junto a la mesa de Paige.
—Nada importante —contestó ella, procurando ser evasiva. Hasta que supiera qué
estaba pasando con Kevin, no quería que ninguna compañera cotilla, aunque amable,
la presionara para obtener información al respecto.
—Vale. —Lila se enganchó el jersey en las espinas del nuevo cáctus cuando se giró
para marcharse. Como no se dio cuenta, siguió andando.
Paige torció el gesto al percatarse del futuro desastre. Su primer pensamiento fue que
la planta, que estaba creciendo lentamente, quedaría muy perjudicada en la caída. En
segundo lugar, y como el Sr. Cowan solía quejarse por las cartas, las velas y demás
tonterías que atestaban su cubículo, no quería que se diera cuenta de que seguía
sumando objetos a su colección de naderías.
Cuando el suéter de Lila arrastró la maceta fuera de la mesa, Paige intentó salvarla de
inmediato.
—Planta —siseó, esperando que el cáctus en peligro orbitara sin problemas hasta sus
manos.
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Pero, en lugar de hacerlo, la pequeña maceta cayó al suelo y se hizo añicos. En ese
instante, varios fragmentos de terracota, un montoncito de arena y la planta
desarraigada de la maceta, se desvanecieron del suelo en una espiral de luz y se
materializaron en sus manos.
Paige juntó las manos para evitar que la arena se le escurriera entre los dedos. Una de
las espinas del cáctus le pinchó la palma de la mano. Lo tiró todo al suelo antes de
que Lila se diera la vuelta para averiguar qué había ocurrido.
—¿Qué ha pasado? —quiso saber su compañera.
Eso mismo quería saber ella. ¿Qué acababa de ocurrir?
—No te preocupes, Lila. Estoy segura de que el cáctus sobrevivirá.
Me preocuparía si no lo hiciera, pensó, mientras se inclinaba para recoger la planta
con cuidado. Había pedazos de la maceta y tierra incrustada en las afiladas espinas y
alrededor de las mismas. Últimamente había trabajado mucho y no había podido
dormir lo suficiente, pero Piper y Phoebe nunca le dijeron que la fatiga podría
mermar sus poderes.
Paige se obligó a mantenerse despierta, al tiempo que echaba toda la tierra y el cáctus
en su taza de café. Quizá, si se echaba una siesta, podría recuperar su capacidad para
orbitar objetos.
—No me has comentado nada acerca de tu clase de diseño de páginas Web. —Piper
lavó una patata pelada y miró por encima de su hombro, mientras la metía en una
cazuela que estaba sobre los fuegos.
Phoebe levantó la mirada del portátil.
—Es demasiado pronto como para saber si estoy perdiendo el tiempo o no.
De hecho, eso solo es una verdad a medias, pensó. No les había dicho nada porque
apenas podía recordar más que unos pocos detalles, por ejemplo, que el profesor era
muy aburrido y que se lo había pasado bien hablando con Kate Dustin en Computa-
Una-Taza. No podía recordar, sin embargo, los detalles de la conversación, claro que
tampoco estaba muy interesada en ligar o en las últimas tendencias de la moda. Por
suerte había cogido muchos apuntes porque, de no ser así, se hubiera sentido
completamente perdida durante la siguiente clase.
—Pero tú siempre has sido el cerebro técnico de este equipo —le dijo Piper.
—Sí, bueno, pero conducir por el vecindario es mucho más fácil que construir las
casas —contestó Phoebe y suspiró—. Lo mismo ocurre con navegar por Internet y
diseñar páginas Web. Navegar es pan comido.
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Phoebe miró el texto escrito en el monitor del portátil. No tenía ningún problema para
crear un enlace a otra página Web, siempre y cuando tuviera las instrucciones
delante. No obstante, se sentía incapaz de memorizar hasta lo más básico.
—Estoy segura de que diseñar un sitio Web es más fácil que construir una casa y
bastante más barato también. —Piper se rió con suavidad. Tiró las pieles de las
patatas en el triturador de basura, luego abrió la llave del agua para llenar el
receptáculo, puso el tapón negro en el desagüe y le dio al interruptor.
A Phoebe le dio un vuelco el corazón cuando oyó a su hermana gritar. Levantó la
vista justo a tiempo de ver cómo el tapón salía despedido por el aire sobre un géiser
de pieles mutiladas de verduras.
La mayor se echó a reír a carcajadas.
—¡Apaga el interruptor! —Phoebe cerró de golpe el portátil para protegerlo del puré
de pieles de patata que volaba en todas las direcciones.
—¡Ya voy! —Piper apagó el triturador pero la fuente de porquería subterránea y de
agua no dejó de salir.
Salvar el portátil era la única prioridad de Phoebe. Sostuvo el aparato fuertemente
contra su pecho y corrió hacia el pasillo, esquivando por muy poco a Leo, que abrió
de improviso la puerta del sótano.
—¿Qué pasa? —inquirió el Luz Blanca, falto de resuello por haber subido las
escaleras corriendo. A veces le resultaba más rápido correr de una habitación a otra
que ir orbitando.
Piper se reía a carcajadas y era incapaz de articular una sola palabra. Señaló a la
fuente de porquería que manaba del fregadero y cerró la llave del agua. El géiser de
agua bajó, pero recuperó toda su fuerza al cabo de unos segundos.
—Creo que tenemos un grave problema con el triturador de basura —le explicó
Phoebe, al mismo tiempo que guardaba el portátil en un cajón.
—¡Y no se apaga! —añadió Piper, entre carcajadas. Extendió la mano para coger un
trapo de cocina y limpiarse la cara manchada, pero se dio cuenta de que el trapo
goteaba agua y puré de pieles de patata, así que lo tiró por encima de su hombro con
cierta frustración. Se mordió el labio para intentar contener la risa, pero no funcionó.
Una vez fuera del alcance de la fuente de porquería, Phoebe no pudo evitar sonreír
también. Les llevaría varias horas limpiar los grumos feculentos que manchaban todo
lo que estaba a varios metros del fregadero, incluyendo a Piper, pero al menos su
hermana se estaba tomando las cosas con filosofía.
—Quizá se haya roto una tubería —Leo avanzó un paso hacia el fregadero y se
resbaló porque el suelo estaba manchado con las pieles de las patatas.
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—¡Cuidado! —Phoebe se encogió, pero el Luz Blanca se agarró a la encimera y no
cayó.
Piper se llevó la mano a la boca para intentar disimular las carcajadas.
No funcionó.
—Lo siento, Leo.
—No pasa nada. Si con un pequeño porrazo logramos que sigas de buen humor, me
caeré encantado. —El ángel abrió la puerta del armario y se asomó. Al salir tenía una
expresión seria en el rostro—. La tubería no está rota.
—Pero eso es bueno, ¿no? —le preguntó Phoebe, confusa por el súbito cambio de
humor.
—Eso depende. —Leo giró una válvula para cortar el agua que llegaba hasta el grifo,
cerró la puerta del armario y se levantó. Recorrió con la yema del dedo el desagüe
mojado y lo sostuvo en alto para que lo vieran las dos mujeres. Tenía la yema del
dedo manchada con una película verde, con una forma circular algo irregular, muy
fina y también brillante.
—¿Qué es eso? —le preguntó Piper.
—Malas noticias —reconoció.
Phoebe frunció el ceño. El váter del segundo piso se había atascado el día anterior y
ahora el triturador de basura se había vuelto loco. Ninguno de los dos eventos suponía
un peligro para su vida, pero probablemente no fueran una coincidencia.
—¿Tan malas como que puede tratarse de algún tipo de demonio del fango con un
sentido de la malicia algo particular?
—No, tan malas como un gremlin —continuó Leo—. Son las ratas del inframundo,
aunque más feos, desagradables y bastante más listos. Muchos son inmunes a la
magia, pero todos tienen escamas. —Tiró el finísimo disco verde en el cubo de la
basura que estaba debajo del fregadero.
—¿Y cómo podemos deshacernos de él? —Piper se inclinó sobre el fregadero para
mirar por el desagüe.
—Tendréis que cogerlo y dejarlo suelto en su hábitat natural. —Leo bajó la mirada
hasta el suelo—. Ahí abajo.
—¿Acaso hay alguna norma que prohíba matar a los gremlins? —indagó Phoebe.
—No —respondió Leo—, pero cuando muere uno, otros lo perciben y acuden al
mismo lugar para ocupar el espacio que ha dejado vacío. La única manera de romper
ese círculo vicioso es atrapando al primero. Cuando se coge a un gremlin o se le
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obliga a marcharse, desprende una feromona de advertencia. Nosotros no podemos
detectarlo, pero el aroma repele a otros gremlins y rompe el vínculo territorial de la
especie.
—Figúrate, ni siquiera existe una manera sencilla de eliminar a esas sabandijas. —
Ahora que había cesado la lluvia de porquería, Phoebe se acercó a la encimera—.
¿Ves algo, Piper?
La mayor, que todavía estaba inclinada sobre el fregadero, sacudió la cabeza.
—No, pero está bastante oscuro ahí...
La puerta del armario se abrió de golpe y una criatura verde, resbaladiza y chillona,
que se parecía mucho a una rana si estas midieran un metro y tuvieran dientes, pasó
como un rayo entre las piernas de Leo.
—¡Cuidado! —A su advertencia le siguió otra repentina carcajada.
Phoebe recurrió a su poder para levitar cuando la pequeña cosa cenagosa cargó en su
dirección. No obstante, en lugar de ascender rápidamente al techo para esquivar el
inesperado ataque, flotó con parsimonia hacia arriba. El animalito le mordió la bota
con sus relucientes colmillos al pasar, dejando las marcas de los dientes en el cuero.
Piper tosió para silenciar su risa y preguntó:
—¿Era eso un gremlin?
Leo asintió.
—Me temo que sí.
Phoebe volvió al suelo preocupándose por algo más que por la maligna rata-rana y
por su bota mordida. ¿Por qué se había alejado del peligro flotando a la deriva en
lugar de hacerlo con la rapidez de un cohete como exigía la situación?
En sus cursos de psicología había aprendido que el estrés a menudo causaba
problemas físicos y mentales, lo que podría explicar el repentino descontrol de sus
poderes y el no ser capaz de recordar algunos datos sencillos. ¿Acaso estaba
ocultando, sin darse cuenta, la ansiedad que podía provocarle las reiteradas ausencias
de Cole?
¿Podría afectar eso a todas sus habilidades?
¿O es que era alérgica a los gremlins?
En cualquier caso, pensó, más me vale descubrir pronto la causa y solucionar el
problema. No podía permitir que ni su mente ni sus poderes fallaran porque pondría
en peligro su seguridad.
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Phoebe no quería alarmar a Leo y a Piper sin tener una buena razón para ello, pero
todos los defectos en la magia eran un motivo importante de preocupación.
—Creo que tenemos un problema.
—Desde luego que sí. ¿Cuántos quebraderos de cabeza crees que nos va a ocasionar
este pequeño gremlin verde, Leo? —La mayor había conseguido dejar de reírse—.
Puntúalo en una escala del uno al diez.
—Uno. Siempre y cuando estemos hablando de un peligro mortal —explicó el Luz
Blanca—. Hay varias clases de gremlins, pero este parece el típico huésped. No es
muy peligroso, pero, si hablamos de lo pesado y destructivo que puede llegar a ser,
entonces le pondría un diez.
—O sea, que nos costará mucho dinero —concluyó Piper, suspirando.
—¿Y qué está haciendo aquí? —Al plantear la pregunta, Phoebe tuvo la sensación de
que se había olvidado de algo importante.
—Andar a sus anchas por la casa. —Piper enarcó una ceja y lanzó una mirada
acusadora a su marido, como si este fuera el culpable de lo sucedido.
Leo miró hacia el pasillo.
—Estoy seguro de que querrá regresar a las cañerías, así que lo más probable es que
se dirija a la salida más cercana.
—No, quería decir que por qué ha infectado nuestra casa —les aclaró Phoebe.
—Porque la mansión está repleta de magia y de viejas cañerías. —Leo cerró la puerta
que conducía al sótano—. Las dos cosas atraerían a cualquier gremlin desplazado.
—¿Quieres decir que está perdido? —le preguntó la mediana, sorprendida.
—Lo estaba hasta que lo encontramos —añadió Piper con sarcasmo—. Ahora solo
tenemos que...
—¡Congélalo! —gritó Phoebe, cuando la pequeña bestia regresó a la cocina y saltó
hacia el fregadero.
Piper hizo un rápido movimiento con las manos, justo cuando el animalito metía la
cabeza en el desagüe.
—¡Te cogí!
Phoebe arrugó la nariz mientras examinaba a la criatura paralizada en su fregadero.
El cuerpo, moteado y de un color marrón verdoso, estaba quieto en una posición
invertida y tenía las dos poderosas patas traseras extendidas. Los pies, que se parecían
muchísimo a las ancas de los anfibios, estaban bien armados con garras retráctiles.
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Las patas y pies delanteros eran versiones más pequeñas de las posteriores.
Efectivamente, se parecía bastante a un sapo terrestre. Los sapos, llegó a la
conclusión, son unas criaturitas encantadoras y tiernas en comparación con esto.
—Esto sí que es un golpe de suerte —comentó Leo—. Parece que este no es
invulnerable a la magia.
—Fíjate bien —le corrigió Piper, señalando al fregadero. La pequeña bestia empezó a
desaparecer por las tuberías cuando se recuperó de los efectos de la magia.
Leo cogió al gremlin por el pie, pero se le escapó.
Phoebe se estremeció cuando la rana con dientes desapareció definitivamente en el
interior de la cañería.
—Vale, esto ha sido muy divertido, pero os vais a quedar solos en la tarea de atrapar
a ese monstruito.
—¿No soportas el cieno, eh? —bromeó Leo.
—No es eso. Tengo que estudiar para mi clase de mañana. —Phoebe arrugó el gesto
al mirar la cocina manchada de puré de pieles de patata—. Creo que lo haré en el
salón.
—Sí, esto está bastante sucio. —Piper se frotó una mancha que tenía en la nariz—.
Vete a estudiar, Leo y yo nos ocuparemos de limpiar.
—Gracias. —Phoebe se volvió hacia la mesa y se quedó parada un instante—. ¿Qué
ha pasado con mi portátil?
—Está en la cómoda, donde lo dejaste. —Leo se agachó bajo el fregadero para volver
a conectar la llave de paso—. En el cajón central.
—Ah, bien. —Phoebe cogió el ordenador y salió rápidamente antes de que su cuñado
y su hermana pudieran interrogarle acerca de sus extrañas pérdidas de memoria.
Piper se detuvo frente a la puerta del ático; llevaba en los brazos un montón de ropa
guardada en bolsas de plástico. Estaba cansada de meter a presión todos los modelos
de su marido y suyos en el pequeño armario del dormitorio y, finalmente, había
optado por empaquetar varios de los conjuntos que no se había puesto desde hacía
varios meses. Como no estaba segura de querer desprenderse definitivamente de la
ropa bonita aunque pasada de moda, escogió guardarla en el ático. Puede que uno de
esos días, sus hermanas y ella se pusieran de acuerdo para echar un vistazo a los
montones de cosas acumuladas durante varias generaciones de las Halliwell y montar
un enorme tenderete en el jardín.
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—O puede que no —murmuró, mientras apoyaba la pila de ropa contra la pared y
extendía la mano en busca del pomo de la puerta.
Al darse cuenta de que no estaba cerrada del todo, le pegó una patada y entró
rápidamente. Tiró el montón de prendas en el espacio vacío más próximo y se giró
para ver a Paige rebuscando entre los viejos baúles de la abuela.
—Eh, ¿qué estás haciendo?
—Buscando esto. —La menor sostuvo un pequeño cuenco de cerámica pintado con
un delicado diseño floral—. Es perfecto.
—Era de la abuela —le dijo con un tono algo crispado—. Ahí solía guardar los
alfileres.
—¿Cómo los que venden en las joyerías? —le preguntó, bostezando.
—Alfileres para coser, alfileres para los pañales, imperdibles, para los sombreros...
En resumen, cualquiera que te puedas imaginar. —Piper se acercó y se dejó caer
sobre un montón de cojines—. No importaba qué clase de alfiler necesitáramos,
siempre sabíamos dónde encontrarlo.
—Entonces es incluso más perfecto de lo que había pensado. —Paige sonrió y cerró
el baúl. Se apoyó sobre los talones y se balanceó levemente, sosteniendo todavía el
delicado cuenco en las manos—. Quiero decir que lo es porque la abuela lo usaba.
—¿Y para qué se supone que lo vas a utilizar? —Piper se inclinó hacia delante y, al
darse cuenta de que su hermana empezaba a cerrar los ojos, extendió una mano para
sacudirla en caso de que se quedara dormida. Solo eran las nueve de la noche, pero,
como trabajaba todo el día en los servicios sociales y luego pasaba parte de la noche
colaborando en el albergue de la calle Quinta, era evidente que estaba agotada.
Paige levantó la cabeza de pronto, pero sus manos y el cuenco cayeron sobre su
regazo.
—Para un cáctus del trabajo. El pequeño amiguito espinoso necesita una nueva
maceta para que yo pueda recuperar mi taza de café.
—¿De veras? —Piper sintió deseos de oponerse, pero vaciló. Al igual que ella,
Phoebe también se lamentaría si algo le ocurría al viejo cuenco, aunque se sentía
incapaz de negárselo a su hermana. Paige podría haberse comprado otra maceta para
el cáctus por muy poco dinero, pero, en lugar de hacerlo, había subido al ático para
buscar algo que tuviera un vínculo familiar. El cuenco donde su abuela solía guardar
los alfileres no era más que otra forma de tender puentes hacia un pasado y una
historia familiar que Paige no había conocido—. ¿Y qué le pasó a la otra maceta?
Antes de que Paige pudiera responder, Phoebe entró como un huracán por la puerta.
Miró ansiosamente el Libro de las sombras.
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La menor, que se había sobresaltado por la abrupta entrada de su hermana, pegó un
respingo y cambió de posición. El cuenco rodó desde su regazo. Al mismo tiempo
que Piper levantaba las manos para congelar el objeto, ella extendió las suyas para
orbitario.
—¡Cuenco! —ordenó la menor.
Piper se tensó cuando la pequeña e irremplazable herencia de su abuela se congeló
durante una fracción de segundo antes de continuar rodando hacia delante. Se detuvo,
sin ningún rasguño, sobre la desgastada alfombra.
—Eso es lo que pasó —contestó Paige a la pregunta que Piper le había formulado.
—No ocurrió nada. —Piper frunció el ceño cuando el cuenco orbitó inesperadamente
a la mano de su hermana menor.
—Así es. —Paige, que estaba pálida y temblorosa, acunó el cuenco contra su
estómago.
La mayor se miró las manos.
—¿Alguna de vosotras propuso que nos reuniéramos hoy? —les interrogó Phoebe,
que miró la habitación con una mirada confusa.
—No —le respondió Piper—, nosotras teníamos cosas que hacer aquí.
—Cuenco. —Paige levantó el cuenco de los alfileres y lo sostuvo con firmeza entre
sus dos manos.
—Empaquetar y guardar. —La mayor señaló el montón de bolsas de plástico en las
que había guardado la ropa, luego le lanzó a su hermana una mirada interrogante—.
¿Querías que nos reuniéramos para algo?
Phoebe parpadeó sorprendida.
—Pues, la verdad, no lo sé.
—¿Y eso qué quiere decir? —Piper tuvo que taparse la boca para no soltar una
carcajada al ver la expresión de perplejidad de su hermana. Su poder para congelar
las cosas acababa de fallarle, lo que, desde luego, no tenía ninguna gracia, pero se
sentía incapaz de controlar su alegría. ¿Y qué tenía eso de malo?
Phoebe levantó las manos, con las palmas vueltas hacia arriba, y se encogió de
hombros.
—No recuerdo por qué he subido.
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—¿Y no te molesta cuando te ocurre eso? —Paige puso los ojos en blanco y volvió a
bostezar— A mí me ocurre constantemente. Voy a la cocina a coger algo y, de
pronto, ya no recuerdo qué era.
—Y luego te acuerdas de lo que querías justo después de marcharte —añadió la
mayor—. O guardas algo en alguna parte y, dos minutos más tarde, no eres capaz de
encontrarlo. A mí eso también me pasa.
Phoebe esbozó tina sonrisa forzada. Se sentó en la mecedora al lado de Paige.
—A mí también me ocurre, pero esta vez es diferente. He tenido una docena de
pérdidas de memoria hoy y eso no me había pasado nunca.
Paige arrugó el ceño, pensativa.
—A mí nunca me había ocurrido que no pudiera orbitar las cosas a tiempo.
—¿Es eso lo que pasó con el cuenco? —indagó Piper, tratando de controlar otra
carcajada—. ¿Fue una reacción retardada?
—No se me ocurre otra forma de llamarlo. —La menor miró a su hermana con el
ceño fruncido; estaba indignada—. A mí no me parece divertido.
—Ya lo sé, es solo que... —Piper se reía tanto que apenas podía explicarse—.
Últimamente todo me parece muy divertido.
—Eso es bastante extraño —comentó Phoebe.
—¿Deberíamos preocupamos? —inquirió Paige.
—Sí, pero todavía no sé de qué. —Piper giró la cabeza cuando Leo entró en la
habitación con una enorme llave inglesa en las manos. Había pasado las últimas horas
urdiendo un plan para atrapar al inesperado huésped—, ¿Lo has cogido ya?
—Todavía no, pero lo conseguiré. —La postura de su barbilla, la mirada dura y su
actitud reflejaban lo decidido que estaba a conseguirlo—. Tengo que cerrar las
válvulas del radiador del ático. Si limito los lugares a donde puede ir el gremlin,
podré incrementar las posibilidades de cogerlo y ahorraré tiempo.
—¿Gremlin? —Phoebe le miró con los ojos como platos—. ¿Qué gremlin?
Paige le dedicó a Piper una mirada interrogante.
—Demuéstralo, no intentes explicarlo —le sugirió la mayor.
La menor asintió y extendió la mano.
—¡Llave inglesa!
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Como Leo esperaba que el objeto se deshiciera en un remolino de luces brillantes, lo
soltó.
Mientras la pesada herramienta caía al suelo, Piper describió un movimiento con sus
manos y murmuró suavemente:
—Venga...
La llave inglesa se congeló durante una fracción de segundo, luego impactó contra el
suelo y orbitó a la mano de Paige.
—¿A qué ha venido todo eso? —preguntó Leo, que estaba estupefacto.
—Orbitación retardada, escaso tiempo de congelación y pérdidas de memoria —
explicó la mayor—. Cuando el gremlin consiguió zafarse de la congelación, pensé
que era inmune a la magia. Pero, al parecer, ese no es el problema. Mi poder se está
apagando.
—Y también el mío —añadió Paige—. He estado muy cansada todo el día y pensé
que era por eso por lo que mi capacidad para orbitar cosas estaba fallando.
—¿Pueden los gremlins drenar los poderes? —preguntó la mayor.
—No que yo sepa. —Leo se mesó los cabellos y se frotó el cuello mientras paseaba
por la habitación. Miró a Phoebe—. ¿Tú también tienes problemas con tus poderes?
—No estoy segura. —Apoyó la barbilla en la mano y entrecerró los ojos—. No
recuerdo haber tenido una visión últimamente, pero eso no significa que no la haya
tenido. Quizá lo haya olvidado. —De pronto, levantó la mirada—. ¿He volado hoy?
—¡Sí! —Piper sonrió abiertamente—. Levitaste para que el gremlin no chocara
contigo, aunque lo hiciste muy despacio.
—¿Despacio? —Phoebe se balanceó hacia delante, puso los pies en el suelo y apoyó
las manos en las rodillas—. Pero, en esas circunstancias, lo lógico hubiera sido
ascender como un rayo, ¿no?
—Ahora que lo mencionas... Sí. —Leo se acuclilló entre Piper y Paige—. Algo ha
disminuido todos vuestros poderes.
—Pero a mí no me ha ocurrido nada extraño hoy... o ayer o el día anterior. —Piper
calló y evocó los acontecimientos más recientes. La repentina aparición del gremlin
era la única anomalía sobrenatural en una semana increíblemente ordinaria.
—Salvo que cuente que hayas recuperado tu sentido del humor —comentó Paige.
Apoyó el codo en el viejo baúl y descansó la cabeza sobre la mano. Estaba claro que
luchaba por mantener los ojos abiertos.
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—La verdad es que te has estado riendo muchísimo últimamente, Piper —le dijo Leo,
irguiéndose de pronto.
—¿Crees que es una señal de un problema más grave? —El rostro de Phoebe se
ensombreció —. No consigo recordar las cosas que me acaban de ocurrir, Piper sufre
un caso agudo de risa crónica y Paige apenas puede mantenerse despierta. Quizá
nuestros poderes no son lo único que se está viendo afectado por... lo que sea que esté
pasando.
—Pero yo tampoco me he encontrado con nada extraño —comentó Paige—, Ningún
demonio o brujo que huela a malas intenciones.
—Que tú sepas. —Piper intentó controlar la carcajada que sintió subiéndole por la
garganta. La situación no tenía gracia y, sin embargo... la tenía.
—En eso tienes razón. —La mediana suspiró—. Nuestros enemigos diabólicos no
siempre advierten su presencia o nos dan a conocer sus propósitos.
—Quizá sea algo que no tiene un objetivo específico —aventuró Leo—. En esta casa
se ha practicado tanta magia a lo largo de los años que los mismos residuos que
llamaron la atención al gremlin podrían haber atraído a otro contaminante mágico.
—¿Cómo? —inquirió Piper—. ¿Cómo un polen tipo supercalifragilisticuespialidoso?
—¿O una alergia abracadabra? —Paige sonrió de oreja a oreja.
—Es posible —continuó el Luz Blanca—, no olvidéis que tenemos un gremlin.
—Es hora de consultar el libro. —Phoebe se levantó como accionada por un resorte y
corrió hasta situarse detrás del atril que sostenía el Libro de las sombras. Echó una
ojeada a las páginas y luego se detuvo—. ¿Qué estaba buscando?
—Algo que pueda aislar cualquier elemento mágico nuevo que se encuentre en la
casa. —Piper se puso en pie con cierta dificultad y apartó a su hermana con un suave
empujón—. Iremos más rápido si lo miro yo.
—Despertadme cuando encontréis algo. —Paige dejó el cuenco de alfileres a un lado
y se recostó en la alfombra echa un ovillo.
Leo empezó a mover cajas y a limpiar el camino que había hasta el radiador que
mantenía a raya el frío en invierno.
Phoebe se giró para mirar por la ventana.
Piper ni siquiera se molestó en intentar borrar esa sonrisa necia que tenía en los labios
mientras examinaba el libro. Frivolizar un poco no les vendría mal y era además un
cambio interesante frente a la perenne sensación de mal augurio y oscuridad que
gobernaba sus vidas habitualmente. Habían lidiado con tantas fuerzas tenebrosas y
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letales desde que se convirtieran en las Embrujadas que una infección de polvo de
pixie o unos microbios mágicos no era más que una molestia insignificante.
—Esto podría funcionar. —Piper levantó la mirada de una página cuyo título rezaba:
Entidades variadas, sustancias, encantamientos y curas. Como tantos otros temas
contenidos en el siempre cambiante Libro de las sombras de las Halliwell parecía que
la referencia se hubiera añadido hacía poco tiempo.
Paige cambió de posición pero no se despertó.
—¿Perdona? —Phoebe la miró, tenía los grandes ojos castaños muy abiertos e
inquisitivos.
Leo apoyó el pie sobre la cañería que desembocaba en la parte más baja del radiador
y tensó la llave inglesa sobre una válvula atascada que estaba por encima. Estaba tan
abstraído con el problema, que ni siquiera oyó lo que decía su esposa.
—No importa. —Piper suspiró y acarició la página para quitarle las arrugas—. Puedo
hacer esto con el Poder de Una.
Respiró profundamente y empezó a recitar un hechizo sencillo que serviría para
desenmascarar los agentes mágicos de nivel inferior.
Magia desconocida que llegas en mareas místicas y quebrantas la oscura barrera;
los fragmentos y seres perdidos, que se esconden y que buscas,
ahora se presentan y sitúan.
Phoebe se giró con ansiedad.
Piper se tensó y esperó.
—¡Ya está! —Leo, victorioso, levantó el puño. En el mismo instante en el que se
inclinaba hacia delante para cerrar la válvula floja, escucharon un agudo chillido
desde el interior del radiador.
—Creo que has encontrado algo —dijo Phoebe.
Vale, pensó la mayor, al tiempo que corría por el ático. No tenía tiempo para
refrescarle la memoria a Phoebe. El gremlin no estaba reaccionando al hechizo, pero
sí al cierre de la válvula que lo atraparía en el interior del radiador.
—¡Date prisa, Leo! ¡Antes de que se vaya!
—¡Lo intento! —Los músculos del Luz Blanca se tensaron cuando intentó hacer girar
la válvula atascada.
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Lo más probable es que esa válvula no se haya cerrado desde hace varias décadas,
pensó su mujer. Como solo era cuestión de segundos que el animal se diera cuenta de
que tenia una salida, Piper intentó paralizarlo en el interior. Su magia ineficaz solo
consiguió enfurecerlo más.
—Pero, ¿qué está pasando? —Phoebe se tapó las orejas para amortiguar el penetrante
sonido de los chillidos.
—¡Es un gremlin! —La respuesta vociferada de Piper resonó en los tabiques. El
berrido de la criatura se fue desvaneciendo a medida que bajaba por las cañerías.
—Se ha ido. —Leo, que estaba falto de resuello, terminó de cerrar la válvula.
—Gracias a Dios. —Phoebe se frotó las sienes y se tambaleó de vuelta a la mecedora.
Casi se tropezó con Paige—. ¿Cómo es posible que no se haya despertado?
—Ojalá lo supiera. —Piper sopló para quitarse un mechón que le caía por la frente y
luego suspiró—. Os diré lo que creo que debemos hacer antes de que empiece a
reírme a carcajadas y no pueda ni hablar.
—Despiértate, Paige. —La mediana sacudió a la bruja para que se despertara—. Una
de nosotras debería saber de qué está hablando.
—¿El hechizo de identificación no ha funcionado? —inquirió Leo.
—Puede ser. —Piper no podía asegurarlo, pero creía que el encantamiento había ido
bien—. La segunda posibilidad es que no haya ningún contaminante mágico en la
casa. Y, la verdad, yo me inclino por esta última opción.
—Así que no sabemos lo que está interfiriendo en nuestros poderes —dijo Paige y se
estiró.
—Ya veo que lo has cogido. —Piper frunció los labios para reprimir una carcajada.
Cuando se le pasó, continuó—: De modo que, puesto que no hay ningún inocente que
necesite que lo salvemos ahora mismo, propongo que dejemos de utilizar nuestros
poderes hasta que averigüemos cuál es el problema.
—Muy bien —respondió Phoebe—. Creo que esta es la primera vez en mi vida que
no me importa mantener los pies en la tierra.
—Esa es buena —Piper se rió.
—Me parece razonable —añadió Paige—, pero, por lo que sabemos hasta ahora, el
estrés y la fatiga sí podrían ser los responsables.
—No lo creo probable. —Leo le entregó a su mujer la llave inglesa—. Será mejor
que vaya a consultarlo con los Mayores.
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—Yo secundo esa idea —confirmó Paige—. Además, no creo que les gustara que les
mantuviéramos al margen de esto.
—Que el cielo nos ayude. —Piper besó a Leo en la mejilla y se despidió de él con un
gesto de la mano al verlo desvanecerse en un remolino de luz azulada.
—¿Y qué pasa con mis visiones? —inquirió Phoebe, nerviosa—. Yo no puedo
desconectar sin más la antena psíquica.
—No, pero como no puedes recordar lo que ves lo suficiente como para decírnoslo,
eso es casi igual a no tener visiones —concluyó la mayor.
Paige bostezó.
—Lo que significa que no sabremos si Phoebe contacta con un inocente que esté
amenazado por un demonio.
—Entonces los Poderes que Serán encontrarán otra manera de hacérnoslo saber —le
tranquilizó Piper—. Siempre lo hacen.
—Esperemos que no tengan que hacerlo —deseó la mediana—. Sin nuestros poderes,
no seremos de mucha ayuda a nadie.
Piper asintió, mientras trataba de no reírse. Como Paige había dicho, no había nada
gracioso en su inexplicable pérdida de potencia mágica. Si algún habitante de la
oscuridad les amenazaba o ponía en peligro la vida de algún inocente, el resultado
podría ser fatal.
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aige! —susurró Lila desde el umbral de la sala donde tenían
la fotocopiadora.
¿Eh? —Paige levantó la mirada de la pila de documentos
que había sobre la máquina. Hawthorne Hill había prometido acelerar el proceso de
admisión de Stanley Addison, si les enviaba inmediatamente toda la información
complementaria que necesitaban. Y, puesto que el fax no funcionaba, estaba haciendo
copias para enviarlas mediante un mensajero.
—¿Le pasa algo a la fotocopiadora? —le preguntó Lila—. Has estado aquí metida
durante media hora.
—No, todo está bien. —Bueno, más o menos, pensó Paige al levantar la tapa de la
máquina, coger uno de los informes de Stanley y poner otra en la placa. No es que se
hubiera quedado dormida de pie. Había estado mirando al vacío lo que en realidad era
casi tan malo como el primer caso.
—¿Puedes esperar cinco minutos más para utilizar la fotocopiadora? Me falta poco
para terminar.
—No necesito hacer copias —le dijo Lila —. Ha venido a verte alguien.
—¿Es una de mis hermanas o un cliente? —Paige estiró el cuello, pero no pudo ver el
interior de su pequeño cubículo.
Es un chico guapo con un bastón —le explicó su compañera.
—¿Kevin Graves? —Paige parpadeó—. ¿Qué está haciendo él aquí? —Dile que
estaré allí en un momento, ¿vale?
Pese a que sentía muchísima curiosidad, decidió terminar primero de fotocopiar todos
los informes de Stanley. Una vez hechas, metió todas las copias en un sobre en el que
previamente había escrito la dirección. Se lo dejó a la recepcionista para que pasara a
recogerlo un mensajero y caminó de vuelta hacia su mesa, intentando no parecer
demasiado ansiosa.
––¡¡PP
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Kevin, que golpeaba nerviosamente el extremo de goma de su bastón contra el suelo,
estaba sentado en una silla. Sonrió al verla entrar.
—Hola, Paige.
—Menuda sorpresa.
¿Acaso me imaginé su absoluto desinterés de las últimas dos noches? se preguntó, al
mismo tiempo que se dejaba caer en otra silla. Le costaba creer que alguien tan
atractivo y con esa fortaleza muscular fuera tímido, pero la vida estaba repleta de
sorpresas inesperadas.
—Espero que esto no te suponga ningún problema. —Kevin sustituyó la sonrisa por
una mirada de preocupada incertidumbre—. Me refiero a venir a verte al trabajo.
—No, de ningún modo —le respondió Paige, mintiendo. Si el Sr. Cowan le
preguntaba algo, le diría que tanto Kevin como ella eran voluntarios en el albergue de
la calle Quinta, lo que obviamente estaba relacionado con los servicios sociales—.
¿Qué puedo hacer por ti?
—Pues... yo... eh... —Kevin se llevó la mano a uno de los bolsillos de su camisa y
sacó unas gafas de sol negras—. ¿Son tuyas? Me las encontré en el coche.
—No, no son mías —le contestó. No hacía falta que examinara las carísimas gafas de
diseño para saber que no eran suyas.
—Oh —dijo él, vacilante—. Pensé que quizá se te hubieran caído del bolso cuando te
llevé a casa la otra noche.
—Lo siento, pero no son mías. Paige no tenía ni idea de lo que pretendía Kevin.
Había sido bastante agradable aquel día, pero durante la noche la atracción entre
ambos se había enfriado.
Él suspiró durante un instante prolongado, luego la miró desde sus oscuras y tupidas
pestañas.
—Vale, no me las encontré.
Paige enarcó una ceja, pero no le interrumpió.
—Son mías. —Kevin volvió a guardárselas en el bolsillo de su camisa—. Necesitaba
una excusa para volver a verte. Bastante absurda, ¿no te parece?
—Mucho —afirmó—, porque no necesitabas ninguna excusa para verme.
—Pero ahora la he fastidiado, ¿verdad? Se levantó, apoyándose en el bastón y se
recostó sobre una de las esquinas de la mesa.
—Pues la verdad es que no me gusta que me mientan, pero...
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—Bueno, permíteme que te recompense. Kevin ladeó la cabeza y se inclinó hacia
ella, consiguiendo que su bastón le rozara la pierna con suavidad—. Daría lo que
fuera por poder llevarte a bailar, pero, puesto que eso es imposible...
Paige se sintió ligeramente mareada.
—¿Qué te parece si te invito a cenar el sábado? —Apartó el bastón al instante, como
si acabara de darse cuenta que le estaba tocando la pantorrilla a Paige con el extremo
de goma. Se levantó de la mesa; parecía avergonzado—. Por lo menos, piénsatelo.
Eh... esto... te veré más tarde en el albergue.
—Claro —asintió Paige —. Vale.
Para cuando consiguió despejarse, él ya se había marchado. Suspiró y dejó que su
cabeza descansara entre los brazos cruzados. Debería de haber aceptado la
proposición de Kevin sin pensárselo dos veces. Al convertirse en bruja, su vida
sentimental se había resentido y no sabía cuándo sería la próxima vez que alguien la
invitara a salir.
Bostezó y se obligó a mantener un ojo abierto para mirar el reloj. Eran solo las tres y
diez de la tarde, pero ya estaba agotada. Se sentía como si hubiera pasado toda la
noche despierta, cuando en realidad había dormido como un tronco durante nueve
horas. De hecho, se había vuelto a quedar dormida y apenas había llegado a tiempo a
la oficina.
Paige pegó un brinco cuando empezó a dormitar. Tendría graves problemas si el Sr.
Cowan la veía en esas condiciones en el trabajo. Dejó a un lado la carpeta con los
informes de Stanley y bajó la mirada hasta el reloj.
Quedaban poco más de dos horas para las cinco y luego tendría que pasar otras cuatro
horas ayudando en el albergue antes de que pudiera volver a casa y meterse en la
cama. Estaba claro que le hacía falta ingerir una buena infusión para despejarse. Miró
al pequeño cáctus que había transplantado al cuenco de los alfileres de la abuela a la
hora de la comida, después cogió la taza y se dirigió al puesto del café.
Piper estaba sentada junto a la barra, rellenando el pedido de bebidas para la próxima
semana, como hacía cada miércoles. Hoy, sin embargo, no estaba sola. Con una
Venganza había llegado a las dos en punto para prepararlo todo para su debut en San
Francisco. Si las sesiones de ensayo eran un anticipo de lo que habrían de hacer el
jueves, definitivamente acabarían arrasando en las listas de éxitos. Todas y cada una
de las canciones que el grupo había tocado allí empezaban ya a abrirse camino en las
listas de novedades musicales.
Cuando terminó, Piper dejó la hoja de pedido a un lado para llamar más adelante al
distribuidor. Se giró hacia un lado y apoyó los pies sobre otra banqueta; concentrando
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toda su atención en el grupo. Como Dixie seguía sin encontrar a otra niñera que no
fuera la colegiala con el estricto toque de queda, el bar necesitaba un barrido y
fregado exhaustivo y también tendría que revisar el almacén. No obstante, todas esas
tareas podrían esperar otros diez minutos.
La bruja se dejó embargar por una melodía de rock clásico que lamentaba la
fugacidad de la alegría que se siente al estar enamorado. Se sentía relajada y de buen
humor, lo que debía ser, sin duda, causa de su síndrome de risa crónica.
Daniel cantaba con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás, llenando de emoción las
palabras.
—... lo que ahora sentimos, pasará, desvaneciéndose como el día se transforma en
noche; como los susurros en el viento, el amor no durará...
Piper se sintió sobrecogida por el pesimismo de la canción. Quien quiera que la
hubiera escrito, no debía saber que el amor se enfrenta continuamente a diversas
pruebas y que solo el auténtico es capaz de superarlas.
Mientras que Daniel prolongaba la última nota con su ronca voz, levantó la mirada
del teclado y, al ver que Piper lo miraba con atención, le guiñó un ojo. Cuando la nota
empezó a languidecer, la señaló primero a ella, luego a sí mismo, y se le insinuó.
Aunque Piper se sintió halagada, levantó la mano izquierda y señaló la alianza que
llevaba en el dedo anular. Se echó a reír cuando él exageró su decepción. Daniel se
encogió de hombros y recorrió el teclado con sus dedos.
Karen lo miró y puso los ojos en blanco antes de saltar desde el escenario. La sonrisa
de su rostro se ensanchó cuando se acercó a la barra.
Daniel no es muy sutil.
—Ya me he dado cuenta —respondió Piper, echándose a reír y compartiendo con la
joven un momento de complicidad femenina. En cualquier caso, aquel flirteo
inocente le recordaba cuánto añoraba a Leo. Para ella habían transcurrido varias horas
desde que se fuera, para él, sin embargo, solo habían pasado unos pocos minutos "allí
arriba".
Karen abrió el estuche de la flauta que había dejado sobre la barra.
Prometo no olvidarme de dejarlo en el escenario este fin de semana. La verdad es que
soy un poco sobreprotectora porque es muy vieja.
—A mí me pareció una antigüedad cuando la vi. —Piper se percató de que parte del
dibujo grabado en la madera tenía un color rojizo. No recordaba haberlo visto así el
lunes—. Es preciosa.
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—Gracias. —Cuando Karen se inclinó sobre la barra para coger una servilleta, la
flauta rozó la mejilla de Piper.
Un hormigueo le recorrió la piel y empezó a sentirse mareada.
Ensayaremos otra canción y nos daremos por satisfechos hasta mañana. Estoy segura
de que tienes mucho que hacer antes de abrir. —Karen utilizó la servilleta para
secarse el sudor de la frente y regresó después al escenario.
—Sí, es verdad. —Piper cerró los ojos y respiró profundamente. Se sobrepuso cuando
el grupo empezó a tocar la última canción un minuto después.
Lancer hizo sonar una nota baja, al tiempo que Brodie sacudía los platillos. El ritmo
sostenido del cobre y del bajo languideció cuando las notas claras y melancólicas de
la flauta inundaron la sala vacía.
Piper suspiró y deseó que Leo regresara pronto para que supiera exactamente de qué
debían preocuparse. No era gracioso ni interesante estarse riendo de todo. Aunque le
parecía probable que aquello que había mermado su poder, fuera responsable también
de su estado de ánimo actual. Aunque era posible que las insoportables cargas que
conllevaba ser una Embrujada la hubieran conducido finalmente al límite de su
aguante y se estuvieran manifestando de esa manera.
Así que, o estoy loca o maldita, pensó y se sintió alicaída. ¿Y qué opción prefería?
Ninguna, decidió. Se bajó de la banqueta y deambuló como alma en pena hasta el
otro lado de la barra para prepararlo todo para la noche.
Karen dejó de tocar la flauta para unir su voz de contralto a la de tenor de Daniel. Al
terminar, los miembros del grupo entrechocaron sus palmas y empezaron a guardar
los instrumentos.
Piper se recordó que debía decirle a la joven que no cantaran todas las baladas lentas
y canciones tristes una detrás de otra cuando debutaran al día siguiente. El que la
gente se sintiera baja de ánimo no ayudaría al negocio.
—¿Qué tal si pasamos por Spoons No Soup para comer algo? —sugirió Brodie—. El
camarero de Jay's Joint hablaba maravillas de la comida que sirven allí.
A Piper le dieron ganas de interrumpirle para decirle que las minúsculas raciones del
conocido restaurante yupi eran demasiado caras y estaban sobrevaloradas. Incluso
durmiendo podría elaborar un menú mejor. No obstante, no dijo nada. Se sentía como
si las preocupaciones de todo el mundo acabaran de aterrizar sobre sus hombros y
estaba demasiado cansada como para hablar.
—Ni siquiera son las cuatro —dijo Daniel—. Si como ahora, volveré a tener hambre
a las diez.
Lancer se encogió de hombros y cogió su bajo.
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A mí no me importa cenar dos veces.
—A mí me apetece una ensalada. —Karen invitó a los chicos a salir por la puerta con
un movimiento de la mano y se acercó a la barra—. Te veremos mañana por la noche,
Piper. Llegaremos como a las ocho y media. Me gusta estar antes para familiarizarme
con la gente que nos va a escuchar.
—Claro. —Piper se obligó a sonreír, mientras Karen guardaba la flauta en el estuche
y cerraba la tapa—. En Banjo's sirven ensaladas muy buenas. Los filetes y las
hamburguesas también están bien y no os costará una fortuna. Está a tres manzanas
en esa dirección. —Señaló y se tensó al darse cuenta de que la cantante la examinaba
con atención.
—Gracias —le agradeció Karen finalmente. Un gesto de desaprobación ensombreció
su rostro suave durante un instante. Al cabo de un rato, y al darse cuenta de que Piper
no estaba por la labor de seguir hablando, asintió y se marchó.
En el mismo momento en el que la puerta se cerró y se quedó sola, se echó a llorar.
Cogió un puñado de servilletas, se deslizó hasta el suelo y sollozó.
Phoebe miró la pantalla del ordenador sin tener idea de lo que hacer. Durante un
instante fugaz deseó que todas las fuerzas del inframundo se reunieran contra sus
hermanas y ella. Enfrentarse a algo mágico que estuviera intentando volverla loca era
mucho mejor que acabar chiflada por su propia incapacidad para retener las cosas en
la memoria.
Salvo que lo más probable es que todo esté relacionado, pensó.
Frunció el ceño. Piper le había llamado justo antes de entrar en clase para decirle que
Leo había regresado del más allá. Parecía preocupada, lo que no era difícil de
entender. Los Mayores estaban perplejos por los problemas emocionales, físicos y
mágicos que estaban sufriendo, pero no estaban al corriente de que existiera una
amenaza inminente. Así que se habían puesto a examinar los archivos en busca de
algún incidente o referencia similar, pero, si no contaban con más detalles e
información, su esfuerzo podría resultar inútil. Leo había vuelto a marcharse
orbitando para ver si podía enterarse de algo más.
Phoebe compartía la preocupación de los Mayores. Todo lo que afectara a los poderes
de las Embrujadas era motivo de alarma. Aun así, no podía evitar preguntarse si el
estrés emocional no sería la causa del problema. Cuando estudiaba en la universidad,
había leído docenas de informes de personas que habían desarrollado graves
enfermedades físicas como consecuencia de la presión a la que estaban sometidos en
casa o en el trabajo. ¿Y no era posible que la tensión que tenía acumulada estuviera
afectando a sus habilidades como bruja?
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Su vida sentimental se ceñía sin duda a ese problemático patrón.
El amar a Cole le había llevado de un grave conflicto emocional a otro; desde la
incertidumbre normal del principio (¿estaba el alto y misterioso fiscal tan interesado
en ella como ella lo estaba en él?) hasta cuando averiguó que tenía una mitad
demoníaca llamada Balthazor que pretendía eliminarlas a todas ellas. Más tarde,
cuando mintió a sus hermanas diciéndoles que le había destruido aunque no era
verdad y finalmente teniendo que lidiar con sus traumas emocionales al verse
convertido en un humano sin poderes.
Mucha gente se ha vuelto loca por menos motivos, pensó prosaica. Pero no podía
olvidar que sus hermanas también estaban sufriendo unos extraños síntomas y ellas
no estaban enamoradas de Cole.
La sensación de que podía perder sus poderes sin saber el motivo la sobrecogió
repentinamente. De pronto, entendió a la perfección por qué su novio tenía tantos
problemas para asumir que era solo un humano. Y, aunque sabía que necesitaba esas
escapadas para acostumbrarse a su nueva condición, deseó por encima de todo que
regresara pronto a casa. Necesitaba su apoyo moral.
—Para hacer tablas se necesitan más pasos previos y dolores de cabeza —dijo el Sr.
Deekle con sequedad—, pero el utilizarlas les ahorrará tiempo y también clientes.
¿Puede alguien decirnos por qué?
Phoebe releyó la serie de instrucciones numeradas en busca de alguna que explicara
cómo se debía regular el tamaño e introducir una tabla en la página Web, no obstante,
sus apuntes parecían estar escritos en sánscrito. Para cuando hubo llegado a la
número ocho, ya había olvidado la número uno. No dudaba que la creatividad fuera la
llave para tener éxito en el diseño de páginas Web, pero estaba claro que contar con
unos buenos reflejos también ayudaba mucho. De cualquier modo, no podría aprobar
el curso si ni siquiera recordaba la información técnica más básica.
—¿Srta. Halliwell? —Los pequeños ojitos del profesor se ensancharon cuando ella
levantó la mirada.
—Eh... ¿cuál era la pregunta? —preguntó Phoebe intentando ganar tiempo.
—¿No hemos leído las páginas recomendadas, verdad? —Los labios finos de Deekle
se comprimieron en una sonrisa de acusación.
—Pues, la verdad es que... sí —tartamudeó—, pero no...
El profesor no la dejó terminar. Se giró y señaló a un joven con gafas que estaba
sentado en otra fila.
—¿Sr. Harrison?
Kate estaba sentada detrás de Phoebe. Se inclinó hacia delante y susurró:
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
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—No permitas que ese imbécil te deprima, Phoebe.
—¿Qué imbécil? —Echó una mirada al profesor Deekle, que escuchaba con atención
a un joven con gafas sentado en otra fila—. ¿Él?
—¿Quién si no? —respondió Kate en tono bajo—. Un buen profesor no pondría
nerviosos a sus estudiantes. Así no hay quien responda a las preguntas.
Phoebe se limitó a asentir.
—Quizá tenga suerte y no vuelva a preguntarme.
—Sigue soñando —dijo Kate.
La sensación de que el frío metal entraba en contacto con la piel de su nuca, le cogió
desprevenida.
—¿Qué ha sido eso?
—¿El qué? —preguntó Kate perpleja.
—¿Eh? —Phoebe miró hacia atrás, sintiéndose casi tan confusa como parecía su
compañera de clase—. ¿Has dicho algo?
—Nop. — Kate sonrió—. Ni una sola palabra.
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eo se materializó en la cocina de la casa victoriana de las Halliwell sin
ninguna nueva noticia. El lado oscuro estaba tan desinformado como
lo estaban los Mayores. No se tenía constancia de que hubiera algún
nuevo complot demoníaco para derrotar a las Embrujadas o para conquistar el
mundo. Por lo menos, no esta semana, pensó el Luz Blanca, al tiempo que miraba en
rededor. Al parecer, las últimas dieciocho horas en la mansión no habían transcurrido
sin novedad.
El dominio culinario de Piper estaba hecho un desastre.
Varios ingredientes mágicos y habituales en sus menús estaban despilfarrados y
diseminados por la mesa y las encimeras. Las puertas de los armarios estaban abiertas
de par en par, los platos estaban rotos y varios charcos de agua se habían formado
debajo de las goteras del techo. En una olla hervía algo que hedía y una cacerola casi
irreconocible estaba quemada y tirada en el suelo.
Al ver el desastre intuyó que algo terrible estaba ocurriendo. Luego se percató del
estruendo de una televisión encendida.
Un movimiento en el fregadero captó su atención. El apartado de menor tamaño
estaba repleto de fruta y verduras hechos papilla y aderezados con una caja de
galletas saladas rotas. Se quedó quieto al ver que el gremlin salía del desagüe del
fregadero de mayor tamaño y se lanzaba directamente al picadillo de desperdicios.
Leo cogió un trapo de uno de los colgadores que había junto a un armario. Apenas
respiraba por miedo a alertar a la criatura, que emitía sonidos de alegría mientras
rebuscaba entre el montón de desperdicios. El Luz Blanca se enrolló el trapo
alrededor de la mano como si fuera un guante y se preparó para saltar sobre el
gremlin. Solo tenía que coger al resbaladizo monstruito y mantenerlo apresado
mientras orbitaba. Luego podría liberarlo en el inframundo.
Justo antes de que Leo se moviera, el gremlin excavó un túnel entre su desagradable
almuerzo y desapareció. Como había perdido la oportunidad de capturar al pequeño
intruso, el Luz Blanca tiró el paño sobre la encimera. Cuando se giraba para
LL
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marcharse, escuchó un eructo en el fregadero. La piel de unas uvas apareció de
pronto entre la basura.
—¡Piper! —Leo siguió la voz bulliciosa de un presentador de concurso que recitaba a
voz en grito los posibles premios. Encontró a su mujer sentada en el salón,
removiendo absorta un potingue gris en un enorme cuenco de madera y mirando a la
televisión. Las lágrimas surcaban sus mejillas.
—¿Piper? —Se arrodilló delante de ella. Sabía que la noche anterior había intentado
disimular su angustia cuando le comunicó que los Mayores no tenían constancia de
que se estuviera planeando algo maléfico contra ellas. Pero, hasta ese momento, no se
había dado cuenta de que había dado un giro de ciento ochenta grados en su estado de
ánimo. Ya no estaba feliz, sino todo lo contrario, muy deprimida—. ¿Qué ocurre?
Ella se sorbió los mocos y se secó la mejilla húmeda con el dorso de la mano.
—Millie ha perdido.
—¿Millie? —Leo, que no entendía a quién se refería, frunció el ceño. Pegó un brinco
hacia un lado cuando Piper utilizó la cuchara empapada de aquel potingue grisáceo
para señalar a la televisión—. ¿La del concurso?
Ella asintió y volvió a verter lágrimas por sus ojos oscuros.
—Millie quería el bote de pesca para regalárselo a su nieto, así que ha seguido
jugando en lugar de conformarse con la pantalla plana de televisión y el home
cinema. Pero, como no ha sabido responder a la gran pregunta, no ha ganado más que
ese estúpido suministro para un año de detergente que, además, no es ni la mitad de
bueno que lo que anuncian.
—Es una auténtica tragedia. —Leo no estaba muy seguro de qué decir. Intentó
cambiar de tema con la esperanza de que la novedad surtiera un efecto calmante—.
¿Qué estás preparando?
—Una poción vitaminada para Gilbert. —Piper respiró profundamente y se
estremeció, al tiempo que intentaba aplacar las ganas de echarse a llorar.
—¿Gilbert? — El Luz Blanca parpadeó, sorprendido—. ¿Estás hablando del gremlin?
Ella asintió.
—¿Lo estás alimentando? —preguntó Leo, horrorizado.
—¡No te atrevas a gritarme, Leo Wyatt! —Su mirada llameó, pero su boca tembló—.
Tenía que hacer algo para mantenerlo ocupado hasta que tú averiguases cómo
cogerlo. ¿Has visto en qué estado está la lavandería?
Leo sacudió la cabeza.
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—¿Está peor que la cocina?
Piper se inclinó hacia delante, acercándose a él y, bajando la voz, dijo:
—Ha pulverizado la gran manga de metal que iba hasta el ventilador de la secadora.
—¿Y qué hacía un gremlin de las cañerías metido en la secadora? —indagó el Luz
Blanca.
—Pues, evidentemente, coger una pataleta —le espetó ella.
—Claro, cómo no se me habrá ocurrido. —También era obvio para él que la
depresión de su esposa se había agravado bastante desde la noche anterior. En
cualquier caso, tenían problemas mucho más acuciantes que un gremlin de mal
humor—, ¿Está Phoebe aquí?
Piper señaló con la cuchara hacia arriba.
—En el ático. Como ya nos hemos convencido de que las crisis de ansiedad no son
las responsables de que yo me haya convertido en una magdalena y ella esté senil, ha
subido para buscar en el Libro de las sombras alguna solución mágica.
—No te muevas de aquí —le ordenó con suavidad—. Volveré en un minuto.
Piper cogió el mando de la televisión y empezó a cambiar los canales cuando él se
disolvió en un remolino de luces para ascender más rápidamente.
—Eh, Leo, ¿qué hay de nuevo? —Phoebe estaba sentada con las piernas cruzadas
revisando el contenido de un viejo baúl.
—Piper me dijo que estabas buscando en el libro. —El Luz Blanca miró hacia el atril.
El libro de las sombras estaba cerrado.
—¿Buscando el qué? —La mediana dobló un echarpe bordado y lo situó sobre un
montón de bonitas prendas de lino.
—Pues, por ejemplo, por qué te olvidas de todo de un minuto para otro.
—Leo calló al darse cuenta de la problemática que conllevaba la situación de su
cuñada—. Así que, no tiene mucha razón de ser que tú estés buscando en el libro, ¿no
te parece?
—Me parece que eso tiene bastante sentido. —Phoebe sacó un jersey rosa de bebé del
baúl—. ¿Debería preocuparme?
—¿Para qué? Si ni siquiera te vas a acordar de por qué estabas preocupada. —Leo
sonrió, pero cada vez estaba más inquieto—. De todos modos, necesito tu ayuda
ahora mismo.
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—Vale. —Ella se puso en pie y se sacudió los vaqueros polvorientos. El jersey de
ganchillo que llevaba puesto encima de una camiseta le llamó la atención. Levantó el
brazo para examinar las largas mangas acampanadas—. ¿De dónde ha salido esto? Es
magnífico.
—Lo más probable es que lo hayas encontrado en el baúl. —El Luz Blanca la cogió
de la mano y se dirigió hacia la puerta—. Venga, necesito que me ayudes.
—Pero, ¿cuál es el problema? —le preguntó.
—Te lo explicaré cuando lleguemos abajo, así solo tendré que hacerlo una vez. —
Leo tiró de ella para que saliera por la puerta. Para cuando hubieron llegado a la sala
de estar, ya no podía recordar lo que habían hablado en el ático.
—¿Qué estás viendo? —le preguntó Phoebe a Piper.
—Una especie de película de ficción que se llama Donde terminan todos los caminos.
—Piper se secó los ojos húmedos con la manga de la camisa—. ¿Cómo es posible
que la gente vea estos programas a diario?
A nadie le salen bien las cosas.
—Eso me resulta vagamente familiar —murmuró Phoebe.
Leo le quitó a su mujer el cuenco de vitaminas para el gremlin. Lo había estado
removiendo durante tanto tiempo que la mezcla se había convertido en una sopa
grumosa de color gris.
—¿Dónde tienes el portátil, Phoebe?
—No lo sé. —Ella miró en rededor—. No lo veo por ninguna parte.
Piper se levantó y le pegó un golpecito a su marido en el pecho.
—Tú dale a Gilbert el almuerzo preparado con todo cariño y yo buscaré el portátil.
—Piper... —El Luz Blanca calló un momento para controlar su desesperación. Lo
habitual es que tuviera la proverbial paciencia de un santo pero, claro, las Embrujadas
no solían comportarse como unas insulsas cabezas huecas—. ¿Habéis intentado
utilizar vuestros poderes hoy?
—No lo sé —confesó Phoebe.
Piper sacudió la cabeza.
—Decidimos no hacerlo, ¿recuerdas?
—¿De veras? —La mediana parecía confusa—. ¿Cuándo?
—El cuándo es lo de menos, Phoebe —le dijo Leo—. Intenta levitar ahora.
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—Vale. —La mediana respiró profundamente. Cuando, un minuto después, descubrió
que todavía tenía los pies en el suelo, rechinó los dientes y cerró los ojos con fuerza.
El sobre esfuerzo la levantó a escasos centímetros del parqué. Flotó durante unos
segundos antes de que la gravedad venciera a su magia y tirara de ella nuevamente
hacia abajo.
—Eso no puede ser bueno. —Piper se mordió el labio.
—Ya estoy en casa —dijo Paige que entró en la sala, tiró su bolso al suelo y se tumbó
en el sofá que la mayor de las hermanas acababa de dejar libre.
—Llegas temprano, ¿no? —Piper miró el reloj y empezó a sollozar—. Son solo las
cuatro, Paige. El Sr. Cowan no te habrá despedido, ¿verdad? ¿Cómo afectará eso a
nuestro presupuesto?
—De ninguna manera —respondió la menor, bostezando—. Me dijo que volviera a
casa porque estoy enferma.
—¿Tienes fiebre? —le preguntó Phoebe, poniéndole la mano en la frente.
Paige se deshizo de ella de un manotazo.
—No, es solo que me cuesta tanto mantenerme despierta que el Sr. Cowan estaba
seguro de que estoy incubando la gripe. Quiso que me marchara antes de que
infectara a todos los demás.
—Puede que ese sea el primer golpe de buena suerte que hayamos tenido en todo el
día— comentó Leo. Por lo menos, cuando Paige estaba despierta, tenía control sobre
sus pensamientos e impulsos.
—¿Es que ha sido un día muy malo? —La joven se obligó a abrir un ojo.
—Creo que sí. —Phoebe suspiró y se sentó en el brazo del sofá—. Apenas puedo
levantar los pies del suelo.
—Pero... ¿qué? —Paige dejó caer la cabeza sobre un cojín y los párpados empezaron
a cerrársele—. Pensé que no íbamos a utilizar nuestros poderes hasta que supiéramos
que funcionarían correctamente.
—¿De veras? —La medicina se tapó la boca con una mano—. ¡Vaya!
—Tengo una teoría acerca de vuestra pérdida de poderes —les dijo Leo. No obstante,
no quiso continuar hasta tener más pruebas que apoyaran su hipótesis—. Intenta
congelar algo, Piper.
—Vale. —La mayor se sorbió los mocos y sacudió las manos hacia la televisión. Las
imágenes no se paralizaron, pero sí se ralentizaron—. Oh, no.
—¿Se supone que es así como tiene que funcionar? —indagó Phoebe.
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Piper arrugó el gesto.
—No, pero quizá mi poder para hacer explotar cosas esté bien.
La bruja volvió a sacudir las manos en dirección a una planta que había junto a la
ventana antes de que Leo tuviera la oportunidad de plantear la conveniencia de probar
una explosión con poderes defectuosos. La maceta, sin embargo, no se destruyó. Las
hojas se marchitaron y los pétalos se cayeron.
—Es mucho peor que ayer, ¿no? —Paige se giró sobre el costado para contemplar la
habitación.
—Es difícil asegurarlo —dijo Piper, encogiéndose de hombros—, porque ayer no
intenté estallar nada.
—Te toca, Paige —le instó el Luz Blanca.
Una leve tensión se adueñó de la habitación cuando la menor de las brujas se
incorporó y flexionó los dedos. Vaciló un instante y, al siguiente, acometió su
propósito con determinación.
—¡Mando! —exclamó, extendiendo la mano frente a sí.
Leo frunció el ceño cuando no sucedió nada. Un minuto después, el mando se
disolvió lentamente en partículas que volaron a la deriva y volvieron a formarse con
la misma lentitud en la palma de la mano de Paige.
—Bueno, no ha ocurrido exactamente como esperaba —confesó ella.
—¿Te importa si lo miro un momento? —Leo recogió el mando de manos de su
cuñada. A simple vista parecía estar bien. No obstante, al examinarlo de cerca, se dio
cuenta de que las letras formaban palabras sin sentido y que los botones estaban
desordenados.—Oh, vaya. —Paige arrugó el ceño al comprobar los defectos—. Estoy
definitivamente peor que ayer.
—Eso es lo que quería averiguar —explicó Leo, práctico. Las tres hermanas se
giraron para mirarle con aire interrogante—. Os debió ocurrir algo que pusiera en
marcha el drenaje de vuestros poderes y esa misma situación se repitió ayer.
Pese a que Phoebe parecía más perpleja que Piper y que Paige, todas estaban
desconcertadas.
—Pero no pasó nada —insistió la menor.
—Claro que sí —reiteró Leo con firmeza—. Nada más podría explicar la disminución
de vuestros poderes y los exagerados síntomas físicos y emocionales que estáis
experimentando.
—Estoy perdida —dijo Phoebe, masajeándose las sienes.
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—Yo también —añadió Piper, que se echó a llorar.
Paige, por su parte, no estaba muy convencida con la explicación.
—Pero eso implicaría que todas hemos estado expuestas a la misma cosa, Leo. Y eso
es difícil de creer, puesto que las únicas veces que hemos estado todas juntas ha sido
aquí, en casa.
—¡Gilbert! —exclamó la mayor con un jadeo.
—¿Quién es Gilbert? —se interesó Paige.
—Piper ha bautizado al gremlin —le explicó Leo—, pero estas criaturas no tienen
poderes que puedan afectar directamente a nadie, de buena o de mala manera. Solo
tienen habilidades mágicas con las que pueden alterar los objetos inanimados, como
los aviones de la Segunda Guerra Mundial o las cañerías.
—¿Le has puesto un nombre al gremlin? —le preguntó la pequeña a la mayor,
mirándola con enojo.
—Olvidaos de Gilbert por ahora —les pidió el Luz Blanca—. Él no es el responsable
de vuestros problemas. Pero algo sí y tenemos que averiguar qué antes de que no os
queden poderes.
—¿Tienes alguna idea? —le preguntó Paige esperanzada.
—No muchas —respondió Leo, sacudiendo la cabeza—. Solo se me ocurre que, en
los últimos días, os habéis encontrado con algo distinto a lo habitual. Y, lo que quiera
que sea, lo habéis tocado dos veces.
Paige intentó sacudirse al gremlin que le estaba mordiendo la pierna, pero la pequeña
y fea criatura se limitaba a hincarle los dientes más profundamente.
—Venga, Paige.
—¿Cómo? ¿Qué... —Se incorporó sobresaltada, despertándose al instante. Phoebe
estaba moviéndole la rodilla.
—Son casi las siete —le dijo Phoebe—. Ya es hora de levantarse.
—¿Por qué? —Paige se quejó, adoptó una posición fetal y se cubrió la cabeza con un
brazo. Todavía estaba en el sofá, donde le habían dejado dormir después de la
reunión familiar de la tarde.
—Eh... —la mediana se aclaró la garganta— espera un momento mientras lo
compruebo.
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La menor, que sentía curiosidad, se giró para observar a su hermana por la rendija de
sus párpados entornados. No reconoció el delicado jersey de ganchillo que Phoebe
llevaba puesto. La prenda era de un estilo hippie como de los sesenta, que combinaba
perfectamente con la camiseta y los vaqueros.
—Bonito jersey. ¿Lo encontraste en una tienda de segunda mano?
—Déjame ver. —Phoebe se sentó en la mesa de café con el portátil sobre su regazo.
Leyó de la pantalla y articuló unas palabras en silencio—. No, en el ático. ¿Cuál era
la otra pregunta?
—Que por qué tengo que levantarme —repitió.
—Ah, vale. —Phoebe volvió a mirar a la pantalla y sonrió—. Porque Piper está
haciendo la cena y Leo quiere que busques en el Libro de las sombras. Ahora mismo
no soy de mucha ayuda en el departamento de investigación.
—¿De quién ha sido la idea de que utilices el portátil como sustituto de tu memoria?
—Paige se obligó a incorporarse del todo y meció los pies hasta dejarlos apoyados en
el suelo. Sentía los párpados como si alguien se los hubiera cosido juntos.
—No estoy segura —dijo la mediana, encogiéndose de hombros—. Lo más probable
es que haya sido Leo. En cualquier caso, funciona bastante bien. —Volvió a mirar a
la pantalla—. Al parecer, hemos hecho una larga lista de todas las cosas que debo
recordar.
—Estoy impresionada —admitió la menor—. ¿Incluye tu lista lo que Leo quiere que
busque en el libro?
—No, pero... —Phoebe recorrió la lista con la yema de su dedo— el libro está en la
cocina, que Piper y él acaban de limpiar.
—¿Y me han dejado dormir? —Paige se estiró hasta que se liberó del
entumecimiento de sus músculos y luego se estiró la blusa para librarse de las
arrugas—. Este debe ser mi día de suerte.
—No creo —le dijo Phoebe, mientras seguía a su hermana por el pasillo—. De
acuerdo con mi lista, Piper está bastante apenada porque has estropeado el mando de
la televisión.
—¿De veras? —Paige se giró para lanzarle una mirada de enojo—. ¿Y cómo se siente
por haber matado a una planta?
La menor de las Halliwell se dirigió directamente a la nevera y sacó una botella de
zumo. Suponía que Piper y Leo habrían limpiado la cocina para mantener la mente
ocupada y no pensar en el problema que tenían entre manos; que, aparentemente, no
tenía causa y tampoco solución. La cocina estaba justo como aquella mañana, muy
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ordenada salvo por el inmenso montón de desperdicios que ocupaba una de las partes
del fregadero.
—¿Ha estropeado Gilbert el triturador de basura?
—No estoy por la labor de encenderlo para averiguarlo. —Piper vertió un potingue
grisáceo sobre el montón de desperdicios, luego dejó el cuenco vacío en el fregadero
libre y lo llenó de agua. Tenía los ojos rojos de tanto llorar—. Ya tenemos bastantes
problemas como para encima añadir a un gremlin haciendo de las suyas.
—¿Tenemos un gremlin? ¿Y no debería eso estar en mi lista? —Phoebe se sentó a la
mesa y murmuró mientras tecleaba—. No encender el triturador de basura. Hay un
gremlin dentro y podría ocurrir cualquier cosa.
—Espero que puedas mantenerte despierta un rato después de tu siesta, Paige. —Leo
terminó de guardar unas tazas de café y cerró el lavaplatos.
—Lo intentaré. —Paige bostezó, se sentó en una silla en frente de Phoebe y abrió el
Libro de las sombras—, ¿Me puedes dar una pista de lo que estoy buscando?
—Lo siento —se disculpó el Luz Blanca, negando con un gesto—. Si hay algo nuevo
ahí, tengo la esperanza de que te des cuenta cuando lo veas.
Paige asintió y empezó a pasar las páginas. El libro familiar de las Halliwell estaba
sometido a un flujo continuo; siempre actualizado por la mano de alguna de sus
predecesoras. La información sobre nuevos peligros solía aparecer en sus páginas
cuando más lo necesitaban.
Tenía la esperanza de que el libro no las defraudara ahora.
—Hay una referencia en mi portátil acerca de un gremlin en el triturador de basuras
—dijo mirando por encima del hombro a Piper y a Leo—. ¿Debería saber algo más
sobre estas criaturas?
—Sí —respondió Piper, cogiendo el teléfono inalámbrico—, que si el fregadero se va
quedando vacío de comida basura para gremlins, lo vuelvas a llenar. ¿Alguien quiere
encargar algo especial del restaurante chino Sun Li?
—Lo que sea, pero agridulce —pidió la mediana.
Paige miró a su hermana, enarcando una ceja. Al parecer, la memoria a largo plazo de
Phoebe estaba completamente intacta y, puesto que el ordenador compensaba su falta
de memoria a corto plazo, parecía llevar relativamente bien aquella difícil situación.
—Rollitos de huevo y de cangrejo —dijo Leo, cogiendo una silla—. Mejor que pidas
un par de raciones porque estoy hambriento.
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—¡El albergue! —exclamó Paige, levantándose de pronto—. Se supone que esta
noche tenía que trabajar en el albergue.
—Llamé a Doug y le dije que no te encontrabas bien —le explicó el Luz Blanca—.
Me pareció lo más lógico.
—Puesto que no puedo servir comida y dormir al mismo tiempo, creo que estoy de
acuerdo. Muchas gracias. —La menor de las hermanas volvió a sentarse. Apoyó la
barbilla en la palma de la mano y continuó pasando las páginas—. Espero que
Jennifer y Kevin hayan ido hoy a ayudar a Doug.
—De todos modos, no podíamos hacer otra cosa. Phoebe se ha saltado la clase y yo
tampoco he ido al P3. Nadie se mueve de aquí hasta que...
—Piper parpadeó y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas obtengamos unas
cuantas respuestas. Perdón. —Sacó el menú de Sun Li de un cajón y desapareció por
el pasillo con el teléfono inalámbrico en la mano.
Paige empezó a dormirse y sacudió la cabeza.
—Esto se está quedando bastante obsoleto...
—Paró al ver una página que no reconocía.
—¿Has encontrado algo? —Leo se inclinó.
—Tal vez. Esto rima, pero no parece un hechizo.
—Paige frunció el ceño, mientras examinaba la estrofa de cuatro versos.
—¿Estás segura de que no es un encantamiento? —insistió su cuñado.
Ella asintió y leyó el pasaje en voz alta. —Y si la Trinidad del Mal se despertara los
virtuosos deberán defender la luz de los tiempos remotos o perecer ante los guerreros
de las tinieblas.
—¿Tenéis idea de qué significa eso? —Phoebe tecleó los versos en su portátil.
—Pues la verdad es que no, pero ya es más de lo que teníamos antes.
—Leo se levantó y miró hacia el pasillo—. Decidle a Piper que he ido a consultar a
los Mayores otra vez.
—Vale. —Phoebe asintió, mientras las yemas de sus dedos repiqueteaban sobre las
teclas—. Decirle a Piper que Leo se ha ido con los Mayores. Lo tengo.
Cuando el Luz Blanca se hubo marchado, Paige apoyó la cabeza sobre el libro y cerró
los ojos.
—No olvides guardar todo lo que escribes.
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—Tomaré nota de eso.
Paige ya estaba dormida antes de que Phoebe terminara de apuntarlo todo.
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aren dejó la chaqueta de cuero en una silla, al mismo tiempo que
Kevin cerraba la puerta del apartamento.
—¿Dónde está Kate?
—¡Aquí mismo! —La joven asomó la cabeza desde la pequeña cocina. Les dedicó
una gran sonrisa y saludó con un gran cuchillo en la mano.
—¿Estás practicando tus habilidades de combate, Ce'kahn? —le preguntó Karen con
evidente sarcasmo.
—Kate ha traído pizza. —Kevin enfatizó el nombre con una mirada gélida y les
recordó, sin palabras, que sus nombres de clan debían mantenerlos en secreto hasta
que hubieran eliminado a las Sol'agath.
—Pienso mejor con el estómago lleno —explicó Kate.
—¿A qué venía tanta prisa? —preguntó Karen sin andarse por las ramas.
Kevin reparó en la dura mirada de la cantante. La que una vez se había hecho llamar
Sh'tara, y que pronto recuperaría su nombre, no discutiría con él. El antiguo hechicero
que había organizado su escapada de aquel terrible destino lo había nombrado a él,
Tov'reh, líder. Ninguna de sus compañeras desafiaría la voluntad o la sabiduría de
Shen'arch.
Cuando Karen los había conocido finalmente en el lugar de encuentro hacía dos años,
él había insistido en que continuaran fingiendo y prosperando en sus vidas humanas.
Se criaron en familias normales y se educaron en colegios, estudiaron sus carreras y
establecieron diversos contactos cuando hubieron alcanzado la edad adulta. Por
consiguiente, no habían dejado ningún vacío sospechoso que pudiera hacer sospechar
a los ancestros de las Sol'agath cuál era su auténtica naturaleza y objetivos. También
se habían asegurado de que los Poderes Supremos no pudieran vincularlos con sus
viejos nombres Dor'chacht.
—Incluso los antiguos guerreros de las tinieblas tienen que comer —bromeó Kevin
con el propósito de aligerar la tensión de su reprimenda.
KK
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—Sí, pero en aquel entonces no existía algo tan útil como la comida para llevar. —
Kate se apresuró hasta la sala de estar llevando sobre las manos una caja de cartón
con una pizza todavía humeante.
—No quiero llegar tarde al P3. —Karen le echó una mirada de desagrado a aquella
combinación americana de pan, queso, carne y salsa de tomate—. Además, añoro el
sabor de un jabalí salvaje cocinado al aire libre.
—¡Qué asco! —Kate se arrodilló junto a la mesita de café y, con mucho cuidado,
cogió un triángulo de pizza y lo depositó en un plato de plástico—. Pues yo prefiero
mil veces las hamburguesas, los camarones o gambas y la ensalada César con dados
de pollo que la carne medio cruda y con nervios de un cerdo.
—Ya basta de hablar de comida. Tenemos un problema y no demasiado tiempo para
solucionarlo. —Kevin tiró al suelo un montón de periódicos de un viejo sofá que
estaba situado en el centro de la habitación e invitó a Karen a sentarse.
—¿Tiene algo que ver con que Kate no esté en la clase de ordenadores y tú no estés
en el albergue? —Karen se sentó en uno de los extremos del sofá y dejó el estuche de
la flauta sobre su regazo.
Kevin observó a Karen mientras esta recoma con su mirada los platos de plástico y
las servilletas que yacían sobre la mesa de café, la televisión y el receptor del satélite
que estaba sujeto a una peana de metal. Un ordenador de tecnología punta reposaba
sobre una mesa en la pared contraria. Sabía que ella se había sentido alienada desde
que comenzara el siglo veinte, mientras que él había logrado adaptarse rápidamente a
las innovaciones técnicas y a las costumbres del mundo moderno.
El interés que Kate sentía por los hombres, la comida y la diversión era tan
conveniente ahora como lo había sido hacía tres mil años.
—Paige no ha ido al albergue —comentó Kevin.
—Pues lo mismo ha pasado con Phoebe en la universidad —dijo Kate, mordiendo un
trozo de su pizza.
Karen se puso tensa.
—¿Creéis que las brujas Sol'agath saben lo que está ocurriendo?
—¿Y cómo iban a saberlo? —Kate se limpió un hilo de queso que le colgaba de la
barbilla—, Shen'arch dijo que los Poderes Supremos no podrían detectarnos mientras
fuéramos humanos y lo seguiremos siendo hasta mañana por la noche... Luego
estaremos en el Valle de las Edades y ya será demasiado tarde como para que nos
detengan.
Karen cerró los ojos y levantó la cabeza; con su gesto, pretendía honrar al fallecido
maestro hechicero Dor'chacht.
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Y nuestros poderes descansan en nuestras reliquias, pensó Kevin. Los poderosos
ancianos de arriba o los elementos demoníacos de abajo no podían detectar la magia
inerte, especialmente cuando esta no había sido utilizada en los últimos tres milenios.
El tiempo y la inimitable habilidad de Shen'arch había servido bien a sus propósitos.
—Doug nos dijo que había llamado su cuñado para decirle que estaba mala —les
explicó—. Puesto que su nivel de fatiga aumenta cada vez que el bastón drena su
poder, no tengo ninguna duda de que esa excusa es cierta.
—Lo más probable es que Phoebe olvidara que tenía una clase —dijo Kate,
echándose a reír—. Anoche, cinco segundos después de que el Sr. Deekle le
preguntara, no podía recordar que se le hubiera formulado una pregunta. Y eso
ocurrió antes de que yo la tocara por segunda vez.
—Pues a mí no me sorprendería averiguar que Piper sospecha algo. —Karen frunció
el ceño y acarició de forma inconsciente el estuche de la flauta—. ¿Cómo podría no
haberse dado cuenta de que ha pasado de estar siempre alegre y riendo a estar
completamente deprimida sin razón alguna? Además, tiene que haberse percatado de
que su poder ha menguado.
—Pero puede que no lo relacione con la flauta —sugirió la otra.
Quizá o quizá no, meditó Kevin. Las melodías que tocaba Karen habían influido en
Piper porque era una bruja. Cuando el instrumento le había arrebatado una fracción
de su poder, se había establecido también un vínculo mágico temporal. Los humanos,
sin embargo, eran inmunes. Los síntomas colaterales infringidos por su bastón y por
el brazalete de Kate eran mucho más fáciles de explicar. En cualquier caso, si las
brujas estaban centradas en su cansancio, sus olvidos y sus cambios de humor, no
tendrían tiempo de descubrir la intriga Dor'chacht. Shen'arch ya lo había previsto.
Pero, incluso aunque Piper haya descubierto lo que ocurre, reflexionó Kevin, ya es
demasiado tarde para ella.
—Sabré si nos han descubierto cuando la vea esta noche en el P3 —les dijo Karen—.
De cualquier forma, conseguiré que vuelva a tocar la flauta. —Entrecerró los ojos al
levantar la mirada—. Pero eso no soluciona vuestro problema. Ambos tenéis que
tocar a Phoebe y a Paige una tercera vez antes de que empiece la batalla.
—Pensaba ir a casa de Phoebe para dejarle los apuntes de clase. —Kate se despegó
una servilleta de los dedos pegajosos—. Hemos salido juntas y nos hemos hecho
amigas, así que no creo que se extrañe.
Karen miró a Kate con recelo.
—Pero hoy no has ido a clase.
La joven puso los ojos en blanco.
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—No, pero sí Stuart Randall y está cogiéndome los apuntes. Vamos a salir más tarde
y me dijo que podíamos parar en la casa de las Halliwell de camino al cine.
—¿Tienes una cita? —preguntó, horrorizada—. ¿Esta noche?
—¿Y qué? —Kate, con su acostumbrada alegría, fingió hacer pucheros —.¿Es que
acaso no tengo derecho a tener un novio después de convertirme en la fuerza mágica
más poderosa del mundo?
Kevin se removió inquieto y consternado por la actitud desdeñosa de Kate. La
concentración inquebrantable y la determinación eran los dos pilares esenciales en el
futuro duelo que tendrían que librar contra Paige y sus hermanas, las poderosas brujas
Sol'agath. Los Dor'chacht habían desafiado a los ancestros de las Halliwell hacía tres
siglos con la esperanza de exterminar a las Sol'agath y a su magia bondadosa, pero
habían subestimado el poder del bien y habían perdido la batalla. Ahora, sin embargo,
se acercaba su inminente venganza.
Kevin respiró profundamente para consolidar su valor. Había viajado hacia el futuro
gracias al último hechizo de Shen'arch y llegó hasta allí con la humillación de la
derrota quemándole todavía en las entrañas. Si volvían a fallar, no tendrían otra
oportunidad de recuperar la magia perdida y la posición de poder del clan Dor'chacht.
Sus matrices mentales, espirituales y emocionales morirían. Solo dejarían tras de sí
unos cuerpos carentes de mente y comatosos que confundirían a todos aquellos que
los habían conocido durante sus vidas como humanos.
Pero se juró que no perderían. Su deseo furibundo de venganza, combinado con la
experiencia de lo pasado, les brindaba una ventaja que no habían tenido antes. En esta
ocasión no serían las víctimas de su propia arrogancia y falso sentido de
invulnerabilidad. Estaban, en este momento, desarmando a las brujas Sol'agath.
—Si te apetece, podrás tener a un hombre distinto cada día, Kate —le dijo Kevin a la
impetuosa hechicera para satisfacerla—. Pero ya no habrá necesidad de que sigas
asistiendo a los cursillos de la universidad.
—Perfecto —gruñó la joven, expresando de manera implícita el ansia de sangre que
había brindado su fortaleza a la magia maligna del clan Dor'chacht.
—Pero, primero, tenemos que ganar —añadió, girándose hacia Karen—. Hoy he
estado trabajando en el albergue para que Doug no sospechara que ocurría algo
extraño y por si mañana tengo que volver para tocar a Paige.
—¿No crees que estás hilando demasiado fino? —le preguntó—. Además, ¿qué
pasará si vuelve a llamar para decir que está mala?
—Ayer fui a la oficina, así que no puedo volver allí —le explicó Kevin—. Pero con
gusto aceptaré vuestras sugerencias.
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—¿Por qué no te pasas esta noche por su casa? —propuso Kate.
—¿No te parece que si los dos vais allí va a resultar demasiado evidente? —preguntó
Karen.
—¿Y qué importa? —La joven se encogió de hombros—. Una vez hayamos
absorbido todo su poder, estarán demasiado confusas como para hacernos daño.
En eso tiene razón, se percató Kevin. El segundo contacto con los objetos había
reducido los niveles de poder de las Embrujadas al cincuenta por ciento. El tercer
toque les drenaría otro veinticinco por ciento, pero conservarían la magia suficiente
como para poder afrontar un duelo mágico. Si se quedaran con menos magia, serían
demasiado humanas como para que pudieran continuar con el plan.
—Vale —accedió Kevin—. Me pasaré por la casa, pero tendremos que asegurarnos
de no coincidir.
—Stuart va a recogerme como a las nueve y media, así que tienes tiempo más que
suficiente para ir allí primero.
Los ojos azules de Kate resplandecieron con maligno regocijo cuando examinó el
brazalete de oro que llevaba en el brazo. La mitad del grabado estaba teñido de color
rojo, lo que implicaba que tenía atrapada en su interior la mitad de la magia de
Phoebe.
Karen abrió el estuche de madera y estudió la flauta. Al igual que los dibujos tallados
en el brazalete de Kate y en el bastón de Kevin, también el suyo estaba rojo. Cerró la
caja de golpe.
—Será mejor que me vaya. Los chicos empezarán a inquietarse si no llego a tiempo
al P3 y no me apetece responder ninguna pregunta.
—Con una Venganza —comentó la más joven, sonriendo—. Es un gran nombre para
un grupo y los chicos son muy monos. Yo voto por dejarlos vivir cuando todo esto
haya pasado.
—Oh, desde luego —respondió Karen, poniéndose en pie—. Por lo menos hasta que
me aburran y decida reemplazarlos. No pienso darle la espalda a mi música solo
porque, con pensarlo, consiga que quien me dé la gana haga lo que yo quiera cuando
lo deseé.
—Estoy completamente de acuerdo. Me muero de ganas de volver a meterles miedo a
los humanos —dijo Kate y suspiró con anhelo.
Kevin entendía muy bien cómo se sentían. Añoraba su capacidad para cambiar las
propiedades físicas de los seres y de las cosas, tanto como Karen echaba de menos
imponer su voluntad a cualquier criatura con una mente. El poder que tenía Kate para
gobernar los elementos era menos elegante, pero muy poderoso.
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—No existe nada más entretenido que perseguir a una presa inteligente con un
tornado de fuerza cinco —añadió la joven.
—Salvo... quizá la venganza —murmuró Kevin con suavidad.
Durante la cena a base de raciones de comida china servida en platos de plástico
reciclado, Piper había estado apuntando todo lo que habían hecho desde el domingo.
Leo tenía la teoría de que las tres habían entrado en contacto dos veces con algo
inusual en los últimos días y, desde luego, tenía sentido, pese a que su lista no les
ofrecía ninguna pista válida. La mayor, que se estaba secando las lágrimas después de
haber llorado amargamente tras la inesperada partida de su marido, suspiró
consternada.
—¿Estás segura de que quieres que meta estos dos juntos? —Paige vaciló antes de
verter un cartón medio lleno de sobras en otro—. No sé qué opinará Leo, pero a mí
no me gustan los fideos empapados, sobre todo, cuando uno espera que estén
crujientes.
—Haz lo que quieras, Paige. —Un gorgoteo captó la atención de Piper. Miró hacia el
fregadero, justo en el instante en el que el gremlin saltaba hasta la encimera—. ¡Oh,
vaya!
—¿Qué es eso? —Phoebe arrugó la nariz, asqueada.
Gilbert olisqueó el aire y volvió a gorgotear. Abrió la boca, mostrando dos filas de
pequeños dientes afilados. Se sacudió a causa de la excitación y emitió una especie de
parloteo que a Piper le recordó a los tenues chillidos de una ardilla indignada.
—Un gremlin que acaba de saludarnos por última vez. —Paige cogió una cuchara de
madera de un pequeño gancho situado en la pared y dio un paso hacia delante,
aproximándose a la descarada criatura con aspecto de rana.
—¡No! —Piper se abalanzó y cogió a su hermana, tirando de ella hacia atrás—.
Tenemos que cogerlo pero sin hacerle daño, ¿recuerdas?
Phoebe tecleó algo en su portátil sin apartar la mirada del gremlin.
—Ah, sí —recordó Paige y frunció el ceño—. ¿Tienes alguna idea de cómo podemos
hacerlo? Porque lo que no pienso hacer de ninguna manera es tocarlo.
—¡Pues a mí no me mires! —La mayor se estremeció.
—¡Oh, por Dios! —exclamó Phoebe—. Pero, ¿qué es lo que quiere? Piper se encogió
de hombros.
—¿Comida china?
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Gilbert cogió al vuelo la galleta de la suerte que Piper le lanzó y se sumergió de
nuevo en el interior del triturador de basuras.
Paige levantó las manos hacia el cielo.
—¡Si sigues alimentándolo, no nos libraremos nunca de él!
—Si lo tenemos localizado —explicó Piper—, quizá Cole pueda ocuparse de él
cuando regrese. Puesto que los gremlins son nativos del inframundo, los demonios de
nivel superior tienen que saber cómo controlarlos.
—Nunca hay un ex demonio por aquí cuando lo necesitamos — se quejó la menor.
—La verdad es que la experiencia de Cole es bastante valiosa, ¿no os parece? —
preguntó Phoebe, como si necesitara que alguien estuviera de acuerdo con ella.
—Pues sí —confirmó Paige, sonriendo.
Sin embargo, Gilbert no es nuestro mayor problema, pensó Piper, al sentarse. Cogió
un lápiz y empezó a repasar sus notas.
De no ser porque el factor mágico gobernaba sus vidas, su rutina parecería
completamente normal y aburrida. Paige había estado trabajando, ayudando en el
albergue de la calle Quinta y en casa. Phoebe había acudido a sus clases y regresado a
casa. Y Piper había estado en el P3, en casa, en la gasolinera o sacando dinero en el
banco para pagar a los proveedores. De hecho, al final, había decidido encargarle a
Leo que fuera a la tienda de ultramarinos y que se ocupara de la manutención de la
casa.
—Tenías razón, Paige —afirmó Piper, apoyando la frente sobre la palma de su
mano—, el único sitio en el que hemos coincidido las tres esta semana ha sido en la
mansión.
—Quizá nos hayamos olvidado de algo —aventuró la menor, mientras guardaba en la
nevera tres cartones de comida junto a los rollitos de huevo y cangrejo que Leo había
encargado.
—Estoy segura de que yo sí. —Phoebe mordió un bolígrafo y echó un vistazo a una
hoja arrancada del cuaderno que utilizaba para sus clases de ordenador.
No importa lo mal que se pongan las cosas, pensó la mayor con cariño, Phoebe nunca
desfallece.
En ese momento, la mediana estaba concentrada en dos de las brillantes sugerencias
de Paige: había hecho una copia en papel de su lista y la llevaba guardada en el
bolsillo y además buscaba más pistas en sus apuntes de clase. Como no encontró nada
de utilidad en el cuaderno, empezó a repasar los papeles que había sacado de su
bolso.
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—Phoebe tiene razón —señaló Paige, volviendo a la mesa—. No recuerda nada y no
sabemos dónde ha estado. Solo podemos suponerlo.
—Fui a Computa-Una-Taza el lunes por la noche —dijo Phoebe, al tiempo que les
mostraba un resguardo de la tarjeta de crédito—. Pagué por dos cafés y dos raciones
de tarta de queso.
Piper apuntó en la lista lo que su hermana acababa de contarles.
—Supongo que no te acordarás de con quién estuviste.
Paige miró a su hermana mayor.
—Pagó la cuenta, así que no fue con un hombre.
—¡Claro que no! —Los ojos de Phoebe relampaguearon a causa de la indignación—.
Yo amo a Cole. No salgo a tomar café con otros chicos solo porque él esté fuera de la
ciudad.
Piper levantó la mirada.
—¿Qué es lo último que recuerdas de lo de Cole, Phoebe?
—Haberle dado un beso de despedida. —La mediana frunció el ceño y miró a Paige
de soslayo—. Y hablar de su viaje durante el desayuno.
—Eso ocurrió el lunes por la mañana. —Piper pasó una página y apuntó la nueva
información en una hoja en blanco —. ¿Qué más recuerdas sobre ese día?
—La verdad es que no mucho. —Phoebe siguió mordisqueando el capuchón del
bolígrafo mientras meditaba —. Recuerdo haber estado planchando un rato, luego
cené un bocadillo con Leo porque tú estabas en el club y Paige en el albergue.
Después me fui a clase.
—¿Y es ahí donde empiezas a no poder recordar nada? —indagó Piper—. ¿Desde
qué te fuiste a clase?
—Pues... ahora que lo mencionas... —El teléfono sonó y la interrumpió.
Paige lo cogió.
—Mansión de las Halliwell... —Después de un momento, le pasó el teléfono a
Piper—. Es del P3, parece importante.
—Soy Piper. —Empezó a sollozar de frustración al escuchar lo que Dixie, que estaba
frenética, le contaba. Con una Venganza había tocado maravillosamente durante la
primera hora. La multitud los adoraba, pero cuando Karen supo que Piper no acudiría
allí por la noche, exigió que se les pagara de inmediato. Si no cobraban, no tocarían
ni una sola hora más.
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—¿Algún problema? —preguntó Phoebe cuando Piper colgó.
—Los músicos... es decir, sí. —Piper respiró profundamente y dio un brinco al oír el
timbre de la puerta—. ¿Y ahora qué? —preguntó entre sollozos.
—Yo me ocuparé. —Paige se puso de pie y cogió a su hermana por los hombros—.
Relájate, ¿vale?
—¿Relajarme? No puedo relajarme. —Piper vio, entre la nebulosa de sus ojos
empañados, cómo su hermana desaparecía por el pasillo. Recogió con brusquedad
su bolso de la encimera, se lo colgó al hombro y se fue tras ella —. Tengo que ir al
club y pagar al grupo antes de que se marchen y menos caben la reputación del P3.
—Pero, ¿cuál es su problema? —Phoebe arrancó la hoja que recuperaba en parte sus
recuerdos perdidos, la dobló y se la guardó, junto con un bolígrafo, en uno de los
bolsillos de sus vaqueros.
—Yo, cuando llegue allí. —A pesar de sus sollozos era obvio que Piper estaba
furiosa.
La mayor caminó con más lentitud para recuperar la compostura antes de que Paige
abriera la puerta principal. No reconoció al hombre rubio que llevaba un bastón y no
se sentía capaz de explicar a un completo desconocido por qué estaba tan afectada.
No obstante, Paige pareció reconocerlo.
—¡Kevin! —La menor de las hermanas estaba gratamente sorprendida—. ¿Qué estás
haciendo aquí?
—Doug me dijo que estabas enferma y, bueno, estaba preocupado. — Kevin se
apoyó en el umbral de la puerta—. Decidí pasarme por aquí para ver si necesitabas
algo.
—Gracias, pero estaré bien en cuanto duerma unas cuantas horas. —Paige sostuvo
con fuerza el picaporte, sin hacer ademán de invitarle a entrar—. El tiempo que he
estado ayudando en el albergue, además de todo el trabajo diario, sencillamente me
han dejado exhausta.
Los nuevos voluntarios son cada día mejores, pensó Piper, mientras se atusaba los
cabellos y se aproximaba a la puerta. Teniendo en cuenta lo atractivo que era Kevin y
lo interesado que parecía en Paige, no le extrañó que su hermana hubiera decidido
seguir ayudando en el albergue otra semana más.
El hombre se sobresaltó al verla aparecer, lo que le hizo perder el equilibrio. Mientras
caía hacia delante, el extremo de su bastón se giró y ascendió, golpeando a Paige en
el brazo.
Piper entrevió por un instante el intrincado dibujo que nacía junto a la empuñadura de
plata del bastón y que recorría después el astil de madera. Justo en el momento en el
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que se dio cuenta de lo mucho que se parecía al diseño tallado en la flauta de Karen,
Paige se derrumbó en el suelo.
—¡Paige! —El bolso se deslizó, cayéndosele del hombro cuando se apresuró a
cogerla antes de que se golpeara contra el parqué.
—¡Eh, tú! —gritó Phoebe desde el umbral de la puerta de la cocina.
—¿Eh? Esto, yo... —Kevin se cogió a la jamba para recuperar el equilibrio y apoyó el
bastón en el suelo. Miró un instante a Paige con una mirada de sorpresa y luego a
Piper, de forma confusa y preocupada—. ¿Qué le ocurre?
Piper dejó caer el bolso y le pasó un brazo por debajo de la espalda a su hermana. No
estaba muy segura de qué le había pasado, pero estaba claro que tenía que ver con
novedoso agotamiento crónico de Paige. En cualquier caso, de una cosa estaba
convencida: no quería tener a Kevin por allí haciendo preguntas que no podía
responder y complicándolo todo.
—Esto, eh... tiene narcolepsia —explicó, al tiempo que Phoebe corría hasta donde se
encontraban. Aquello no era exactamente una mentira, por lo menos, teniendo en
cuenta la situación actual.
—¿Y eso qué es? —Kevin reculó inquieto.
—Un desorden del sueño —añadió la mayor—. Los que la tienen se quedan
dormidos sin más.... —chasqueó los dedos— así.
—¿Por qué le ha pegado este idiota un bastonazo a Paige? —Phoebe le dedicó una
mirada furibunda a Kevin.
—Fue un accidente —balbució él—, no quería...
—No es culpa tuya, Kevin —le interrumpió Piper—. Le diré a Paige que te llame
más tarde, pero lo mejor será que te marches ahora y nos dejes a nosotras ocuparnos
de esto.
—Claro, mañana estaré trabajando en el albergue. —Kevin, que sonreía
forzosamente, se dio media vuelta y bajó las escaleras con dificultad.
Phoebe se acercó al umbral de la puerta.
—¿Quién era ese tío?
—Uno de los voluntarios del albergue de la calle Quinta —explicó Piper,
inclinándose sobre su hermana.
Phoebe apoyó una rodilla sobre el suelo.
—¿Qué le ha pasado?
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Paige respiraba con normalidad y roncaba con suavidad.
—Se ha quedado dormida —concluyó Piper.
—¿En el pasillo? —Phoebe la miró de forma interrogante, reflejando la misma
perplejidad que sentía la mayor—. ¿Por qué?
—Es una buena pregunta, pero ahora no tengo tiempo de responderla.
—Piper sacudió el hombro de Paige. La menor apartó la mano de su hermana de un
manotazo, pero no se despertó.
—Quizá debamos llevarla al sofá, seguramente allí estará más cómoda —sugirió
Phoebe.
—Intentémoslo. —Piper cogió a Paige por las axilas—. Qué pena que no pueda
orbitar estando dormida.
—¿Como si caminara en sueños? —Phoebe agarró a su hermana por los tobillos—.
Eso estaría bien...
—Oh, por Dios —dijo una mujer— , ¿llego en mal momento, Phoebe?
—Eh... pues, más o menos. —La mediana dejó caer los pies de Paige y se giró hacia
la joven que aguardaba de pie en el porche delantero—.
¿Nos conocemos?
Piper miró a la desconocida; tenía el cabello rubio y unos grandes e infantiles ojos
azules. De hecho, la belleza de la mujer le recordaba mucho al atractivo de Kevin.
—¡Pero qué bromista eres! —La joven se echó a reír y puso los ojos en blanco—.
Soy Kate Dustin, tu compañera de la clase de ordenadores. ¿No recuerdas que fuimos
juntas la otra noche a tomar un café a Computa-Una-Taza?
Piper la observó con detenimiento. Karen Ashley, del grupo de música, también era
una mujer muy hermosa, con cabello rubio, ojos azules y una piel perfecta. Empezó a
sentir un incómodo hormigueo en el estómago. Las coincidencias no existían en la
vida de las Embrujadas.
—Ah, claro —dijo Phoebe, asintiendo, aunque era evidente que no la recordaba —. Y
estás aquí porque...
Kate le tendió un cuaderno de espiral.
—Como no has venido hoy a clase, pensé que podrías estudiar por mis apuntes.
Cuando la mediana empezó a ponerse de pie, la otra mujer se inclinó hacia delante.
Al chocar la una contra la otra, Kate dejó caer el cuaderno.
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—¡Pero qué patosa soy! —exclamó la muchacha, encorvándose para recogerlo, al
mismo tiempo que lo hacía Phoebe.
El brazalete de metal se enredó en la manga del jersey de ganchillo de Phoebe y entró
en contacto con su piel cuando Kate trató de recuperarlo.
—Lo siento muchísimo.
Piper advirtió que la joya tenía un dibujo grabado. Era muy parecido al del bastón de
Kevin y de la flauta de Karen, y la mayor parte estaba teñida de un color rojizo.
—No te preocupes... —Phoebe se balanceó un instante, como si estuviera a punto de
desmayarse.
Piper soltó los brazos de Paige para recoger a su hermana. ¿Acaso el contacto con el
brazalete de Kate había desencadenado una visión? se preguntó.
La cabeza de Paige rebotó contra el suelo, pero ella no se despertó.
Kate frunció el ceño y se quedó asombrada al comprobar la mirada vacía de Phoebe.
—¿Se encuentra bien?
—¿A ti te parece que se encuentra bien? —le espetó Piper.
Las cosas se sucedían tan precipitadamente que no sabía muy bien cómo encajarlas,
pero la inquietud que le inspiraba Kate no dejó de aumentar.
—Eh, que yo solo intentaba hacerle un favor. —Kate levantó las manos y las
extendió, frente a sí, como defendiéndose de un ataque invisible. Recogió el cuaderno
con rapidez, se lo apretó contra el pecho y murmuró antes de marcharse—: Olvídalo.
Y a mí qué me importa si catea.
—¿Quién es esa? —preguntó Phoebe, que miraba por encima del hombro de Piper
cómo se alejaba la mujer.
—Esa es Kate. —Piper cerró la puerta de un portazo—. Supongo que es absurdo
tener la esperanza de que recuerdes qué visión has tenido al tocarla.
—¿He tenido una visión? —inquirió la mediana—. ¿Ahora mismo?
—No tienes ni idea de lo que te estoy hablando, ¿verdad? —Piper suspiró.
—Lo siento —respondió Phoebe, encogiéndose de hombros a modo de disculpa—.
Seguramente era muy importante, ¿no?
—Tus premoniciones suelen serlo —Piper calló un momento. De pronto se dio
cuenta de que había supuesto que su hermana estaba teniendo una visión, pero ¿y si
solo estaba mareada? Esa posibilidad desencadenó un recuerdo en el que no había
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reparado siquiera. Ella misma había sufrido algunos mareos justo después de tocar la
flauta de Karen. De hecho, le había ocurrido en... dos ocasiones.
—Eh... ¿Piper? —Phoebe le tocó suavemente en el hombro—. Hay una desconocida
dormida en mitad de nuestro pasillo.
—¡Oh, esto es genial! —Piper, que estaba desesperada, levantó las manos hacia el
cielo—. Por favor, no me digas que has olvidado a Paige.
—Paige... —la mediana sonrió con incomodidad—. ¿Qué tal si me das una pista?
—¿Qué es lo último que recuerdas? —preguntó la mayor, al borde de un ataque de
nervios.
Phoebe frunció el ceño.
—Cole mató a una bruja, salvo que, en realidad no quería hacerlo. Le engañó uno de
los seguidores de la Hermandad de la Espina.
Piper abrió los ojos como platos. ¡Le estaba relatando unos hechos que habían
acontecido hacía ya varios meses!
—Pero entonces me convertí en una banshee — continuó la mediana y sonrió de
pronto — y supe que Cole realmente me ama y que yo le amo a él. Estoy segura de
que hay una forma de arreglarlo, Piper. Yo no me habría enamorado de Cole si fuera
maligno, de verdad.
—Tenemos muchos problemas —concluyó Piper, recostándose con brusquedad
contra la pared.
—¡No puedo beber más café! —Paige se tapó la boca con la mano para subrayar lo
que acababa de decir. La cura a base de cafeína de Piper para atajar la fatiga extrema
estaba funcionando hasta cierto punto, pero su estómago empezaba ya a acusar la
sobrecarga.
—Vale, pero ni se te ocurra dormirte. —Piper se sorbió los mocos y descolgó el
auricular del teléfono cuando este empezó a sonar. Arrugó el gesto—. ¿Y ahora qué,
Dixie?
Lástima que no exista ninguna cura parcialmente eficaz que consiga que Piper deje
de llorar, pensó la menor de las Halliwell. La alegría crónica de su hermana había
resultado ser bastante más llevadera que su depresión.
Ignoró su insuficiencia de poderes y trató de orbitar la taza vacía al fregadero.
Cuando las partículas llegaron finalmente a su destino, lo único que se materializó
fue un montón de fragmentos de cerámica. Orbitó entonces el montoncito a la
papelera. El proceso pareció prolongarse eternamente.
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Paige suspiró y miró la pantalla del portátil de Phoebe. Ella también estaba
atravesando una mala época. Además de su total ausencia de memoria a corto plazo,
Phoebe tampoco podía recordar muchas de las cosas que habían sucedido hacía más
tiempo. Lo había olvidado todo desde poco antes de que asesinaran a Prue.
La mediana golpeó la tecla de "guardar" y recogió el bolígrafo para poner al día los
apuntes que guardaba en una hoja en su bolsillo. Examinó sus notas y luego, con
seriedad, levantó la mirada.
—¿Paige, no?
—Así es —confirmó, recalcándolo con un gesto afirmativo de la cabeza.
Piper y ella habían intentado rellenar las lagunas de la memoria de Phoebe con los
acontecimientos más importantes. Saber que habían destruido a la Fuente, que Cole
era solo humano y que estaban comprometidos, amortiguaba levemente la conmoción
y el dolor que le había supuesto enterarse de que Prue estaba muerta.
—No voy a poder ir esta noche, Dixie —dijo Piper—. Karen no tendrá más remedio
que esperar hasta mañana. —Colgó el auricular y se secó las lágrimas con una
servilleta de papel—. Ahora quiere que le paguemos por adelantado todas las
funciones.
—Lo que significa: quiero llegar hasta Piper —concluyó Paige.
Habían empezado a atar cabos cuando les quedó claro que, después de la visita de
Kevin Graves y de Kate Austin, ella se sentía mucho más cansada y Phoebe había
perdido muchos más recuerdos.
Aparte de la semejanza de sus rasgos físicos, habían conocido a Kevin y a Kate el
lunes, al igual que Piper a Karen. Entonces la mayor se dio cuenta de que ningún
grupo serio y ambicioso toleraría los ataques temperamentales de una cantante.
De acuerdo con lo que Dixie le había dicho, Karen había exigido que se les pagara
después de enterarse de que Piper no iría al club aquella noche. Había extraído una
única conclusión de la inesperada visita de Kevin y de Kate que, aún a riesgo de ser
descubiertos, habían acudido a la mansión con el propósito de tocarlas a su hermana y
a ella por tercera vez. Estaba claro, por tanto, que el comportamiento de Karen era
una medida desesperada para atraer a Piper al P3. Con el fin de evitar caer en una
trampa. Piper autorizó a Dixie a pagar al grupo con la recaudación que hubiera en la
caja registradora después de cada concierto.
—¿Dónde está Leo? —Piper, casi suplicando, levantó la mirada hacia el techo—. ¿Es
que no podéis daros un poco más de prisa?
Paige, que empezaba a quedarse dormida, dio un respingo al escuchar la voz de su
hermana.
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—Tengo que hacer algo para mantenerme despierta. Lo que sea, pero que no tenga
cafeína.
—Repasemos todo lo que he escrito para asegurarnos de que está bien.
—Phoebe subió un pie a la silla y situó el bolígrafo sobre el cuaderno—. Kevin,
Karen y Kate están usando un bastón, una flauta y un brazalete para robarnos los
poderes.
—Eso parece —afirmó Piper.
A pesar de que Paige no quería creer que Kevin fuera un mal chico, no había otra
explicación posible. Le había tocado tres veces con su bastón: el lunes en el albergue,
el miércoles en la oficina y aquella misma noche. Su fatiga había aumentado y sus
poderes se habían debilitado considerablemente después de cada encuentro.
—¿Y cómo de seguras estamos de esto? —Phoebe miró alternativamente a sus
hermanas.
—Bastante convencidas. —Paige se puso en pie y empezó a pasear de un lado a otro.
El movimiento le ayudaba a despejarse—. Pensaste que tus pérdidas de memoria
empezaron al mismo tiempo que tus clases de ordenador. Kate estuvo allí el lunes por
la noche y Piper la oyó decir que habíais ido juntas a tomar un café.
—También estuvo ayer contigo en clase —añadió la mayor—. Llamé por teléfono y
conseguí hablar con el profesor Deekle antes de que se marchara y me lo confirmó.
Estuvo sentada justo detrás de ti.
—Lo que, sin duda, le permitió tocarte una vez más con el brazalete —dijo Paige,
mientras caminaba en círculos por la cocina.
—Vale, eso ya lo tengo. —Phoebe siguió examinando sus apuntes, al tiempo que
mordía el bolígrafo con nerviosismo—. De todos modos, tiene su gracia.
Piper cogió otro pañuelo de papel de la caja que había sobre la mesa y se sonó la
nariz.
—Me temo que no le veo la gracia al asunto.
—Me refiero a cómo las canciones que tocaba Karen influyeron sobre tus cambios de
humor. Recuerdo que en el instituto escribí sobre algo parecido —explicó la mediana.
—Estás de broma. —Paige dejó de pasear para mirar fijamente a su hermana.
—No, pero sí es extraño. —Phoebe se inclinó hacia delante y habló de forma
apresurada, para no olvidarse de lo que tenía en mente—: Había un Tuatha de Danan
en la antigua Irlanda que se llamaba Dagda. Tenía un arpa con la que manipulaba las
emociones.
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—¿Qué es un Tuatha de Danan ? —indagó Paige.
—Eran seres mágicos que vivían en la isla antes de que llegaran los celtas. Debieron
habitar Irlanda en tomo al año 1000 a.C. —les explicó—. De acuerdo con las
leyendas, los Danan se escondieron bajo tierra.
Todos los mitos modernos irlandeses derivan de esa antigua cultura.
—¿Qué hemos cenado esta noche, Phoebe? —le preguntó Piper.
—Eh... No lo sé —respondió ella, suspirando.
Paige parpadeó asombrada.
—¿Cómo es que no recuerdas lo que hemos cenado pero sí todos esos datos
históricos?
—¿Qué datos históricos? —Phoebe dejó de mirar de manera interrogante a su
hermana cuando vio aparecer a Leo entre un remolino de luces blancas—. ¡Eh, Leo!
Piper se levantó y abrazó a su marido. Las lágrimas surcaron sus mejillas.
—Ya era hora de que aparecieras.
—Los Mayores conservan muchos manuscritos en sus archivos —le explicó la Luz
Blanca—. ¿Qué tal van las cosas por aquí?
—Pues nos va a llevar un rato contártelo todo —le dijo su esposa, acariciándole el
hombro—. ¿Tienes hambre?
Mientras Piper le calentaba la cena en el microondas, Paige continuó su paseo por la
cocina y le explicó lo que habían descubierto. Leo ya estaba enterado de todo cuando
la mayor le puso delante un plato de humeantes rollitos de huevo y cangrejo, y chow
mein mezclado con fideos laxos.
—Así que tenías razón, Leo —afirmó Paige, volviendo a sentarse en su silla. Cada
vez le costaba más mantener a raya el cansancio—. Todas estábamos expuestas a
algo o, mejor dicho, a alguien.
—En realidad, a ambas cosas —añadió Piper—. A las malignas "kas" y a sus
reliquias talladas. No sé si esto significa algo, pero parte de los dibujos del brazalete y
del bastón estaban teñidos de color rojo. La flauta de Karen no tenía ningún color el
limes, pero ayer sí.
Leo terminó de masticar un trozo de chow mein y se lo tragó.
—Ese matiz rojo podría corresponderse con la cantidad de poderes que los objetos
han absorbido. ¿Cómo de rojos estaban?
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
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Piper entornó los ojos mientras pensaba.
—Pues... unos tres cuartos en el caso del bastón y del brazalete. Un cuarto en la
flauta, pero eso fue antes de que me volviera a tocar.
—Pero, ¿por qué nos drenan la magia lentamente? —inquirió Paige—. ¿Por qué no
nos quitaron todos los poderes de una vez como hicieron los demonios poseídos por
el Vacío?
—¿El vacío qué? —Phoebe se preparó para teclear en su portátil.
Me temo que no está intentando hacerse la graciosa, se percató la menor. Su hermana
no podía recordarlo porque se habían enfrentado a él hacía muy poco tiempo.
—Solo es un ejemplo, Phoebe. —Piper volvió la mirada hacia Leo—. Así que, ¿por
qué no nos han arrebatado todos los poderes de una sola vez?
—Porque entonces os convertiríais en mortales y los Poderes Supremos anularían
toda la magia con la que intentaran atacaros. —Leo dejó el tenedor sobre la mesa —.
Se parece un poco a la norma de "no utilizar la magia en beneficio propio".
—Espera un momento —intervino Paige—, el mal está utilizando constantemente la
magia contra los inocentes.
—Sí, pero existen ciertas reglas que se deben observar en los enfrentamientos
mágicos —les aclaró Leo—. Si se rompen, se pierde.
—Parece que tu viaje al más allá no ha sido una completa pérdida de tiempo —
concluyó Piper.
—No del todo. —El Luz Blanca apartó el plato y se cruzó de brazos—. Nos llevó
bastante tiempo, pero al final los Mayores encontraron una siniestra referencia a los
guerreros de las tinieblas y a los virtuosos...
Paige levantó la cabeza de pronto. Leo seguía hablando, pero estaba claro que ella se
había quedado dormida en algún momento.
—... duelo entre los clanes mágicos de las Sol'agath y los Dor'chacht. Es un ejemplo
clásico del bien contra el mal.
—¿Quiénes y qué? —preguntó Phoebe.
—A mí también me ha sonado a chino —afirmó Piper.
—Yo no me he enterado —admitió Paige, que apoyó la barbilla en la mano y se
pellizco la pierna para seguir despierta.
Leo, con mucha paciencia, volvió a repetirlo todo.
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—Las Sol'agath y Dor'chacht eran unos clanes milenarios que cohabitaban en la tierra
hasta que estos últimos decidieron retar a las primeras para imponerse mágicamente
en el plano mortal hará unos tres mil años.
—Los guerreros de las tinieblas eran los malos, ¿no? —Phoebe, que ya suponía cuál
sería la respuesta, empezó a teclear.
—Sí —confirmó la Luz Blanca—. Las Sol'agath eran vuestras antepasadas.
—¿Tanto nos remontamos? —inquirió Piper, asombrada.
—¿Pero no empezó todo con Melinda Warren? —preguntó Phoebe, sonriendo.
Estaba contenta porque todavía podía recordar una parte importante de la historia de
su familia.
—Melinda fue el principio del ciclo de las Embrujadas. —Leo se adelantó a su mujer
y cogió del plato el último rollito de cangrejo que quedaba—. Lo siento, Piper, pero
ya sabes que me encantan.
—Pensé que ya habías terminado —se quejó ella, secándose una lágrima. Decidió
coger el último rollito de huevo.
—Vale, así que el clan Dor'chacht retó al Sol'agath hace tres mil años —dijo Phoebe,
leyendo desde la pantalla de su ordenador—. ¿Y qué pasó?
—Que ganaron las Sol'agath —le respondió— y sus descendientes han vivido entre
los humanos, utilizando su magia para hacer el bien, desde entonces. Si hubieran
perdido, podrían haber escogido entre ascender a un plano superior de una existencia
benevolente o convertirse en mortales.
—Pero fueron los Dor'chacht los que perdieron —continuó Piper— de modo que,
¿qué les ocurrió a ellos?
Oscura llevanza.
Leo se tomó un minuto para terminarse el rollito de cangrejo.
—Como su poder manaba de la maldad, deberían de haber perdido el derecho a
adoptar una forma humana y quedar desterrados en el inframundo.
—¿Pero? —inquirió Phoebe.
—Pero si el poema que encontrasteis en el Libro de las sombras es un presagio —
continuó— entonces algunos de los Dor'chacht sobrevivieron... con una apariencia
humana.
—¿Y eso qué implica para nosotras? —le interrogó su esposa.
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
84
—Pues no lo sé —le respondió él, que parecía preocupado—. ¡Ninguno de los
miembros del clan Dor'chacht debería estar aquí!
—Pero están. —Paige arrugó el gesto, mientras pensaba que ojalá no hubiera subido
el Libro de las sombras al ático antes de cenar. Consideró la opción de subir las
escaleras y leer el poema de nuevo, pero estaba exhausta —. ¿No decía el poema que
los virtuosos debían defender la luz de los tiempos remotos o perecer como ocurrió
anteriormente con los guerreros de las tinieblas?
—¿Podría tratarse de una revancha? —aventuró Phoebe.
—Tiene sentido —afirmó Paige, bostezando—, pero es solo una suposición.
—Salvo en el caso de que sobrevivieran algunos de los Dor'chacht —añadió Leo—,
porque, en ese caso, la batalla original nunca terminó.
—Y esa distinción, ¿qué importancia tiene? —Paige sabía que los pequeños detalles a
veces marcaban grandes diferencias cuando uno debía enfrentarse con un adversario
mágico.
—Bueno, podría significar que, técnicamente, los Dor'chacht todavía no han perdido
—concluyó Leo, encogiéndose de hombros—. Y, si no han perdido, entonces es
posible que no se los desterrara al inframundo.
—Vale, pero, si eso es cierto, ¿adónde fueron? —La ira empezó a arder en los ojos
húmedos de Piper—. ¿No tendremos que enfrentarnos con todo el clan Dor'chacht,
verdad?
—No —aseguró Leo—. En asuntos de tanta trascendencia, las fuerzas del bien y del
mal tienen que estar equilibradas. Estoy convencido de que, quien quiera que lanzara
el hechizo entonces, lo sabía. Lo que sea que ocurra, será de tres contra tres. El resto
del clan Dor'chacht puede que esté suspendido en el tiempo y en el espacio,
esperando a que se cumpla finalmente su destino.
—¿Y los Poderes Supremos no sabían que se habían escapado? —indagó Paige.
—No necesariamente —le explicó Leo— . No pueden advertir la magia en suspenso
o saber lo que está ocurriendo en el inframundo. Al igual que yo no puedo percibiros
cuando estáis ahí abajo.
—A mí me parece que estamos suponiendo demasiado — objetó Phoebe.
—Desde luego —coincidió Piper, entornando los ojos—, pero sé quién tiene las
respuestas.
—Karen —concluyó el Luz Blanca.
—Que precisamente está ansiosa por drenarle los poderes con su flauta.
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—Para mantenerse despierta, Paige se puso en pie y cogió el plato de Leo. Lo único
que quedaba era un pequeño montón de chow mein frío con unos cuantos fideos que
hacía tiempo habían dejado de estar crujientes y sabrosos—. ¿Has acabado ya con
esto?
Su cuñado asintió, pero continuó mirando a Piper.
—No puedes arriesgarte a enfrentarte con ella.
—Puedo, si todos estáis allí para apoyarme. —Sus ojos se llenaron de lágrimas y su
voz se quebró, aunque, a pesar de todo, no se sentía insegura—. Karen me robó una
parte de mi poder, pero no todo.
—Un cincuenta por cierto —aclaró la Luz Blanca—. Suponiendo que un cuarto del
color rojo del dibujo represente un contacto con la piel.
Karen la tocó dos veces con la flauta, así que la hipótesis de Leo tiene mucho
sentido, pensó Paige, mientras llevaba el plato al fregadero. El montón de basura en
uno de los lados había quedado reducido a la mitad. Gilbert no era tan rápido y
eficiente como el triturador de basura, pero estaba progresando.
Phoebe empleó el ratón del portátil para recorrer de arriba abajo sus apuntes. Luego
levantó la mirada de la pantalla.
—A menos que mis notas estén incompletas, las reliquias son la única magia que han
usado contra nosotras. Por lo tanto, Piper estará bien siempre que no toque la flauta.
—Pero no podemos contar con mi poder para evitar que eso ocurra. Si tratara de
orbitar el instrumentó, lo más probable es que acabara convertido en polvo —explicó
Paige. La cualidad destructiva de su poder defectuoso podría serles de utilidad en
algún momento, pero no en ese.
—Definitivamente no es una buena idea —corroboró la mayor.
—¿Por qué no? —les preguntó Phoebe—. ¿Acaso eso no evitaría que Karen le robara
más poderes a Piper?
—Sí, pero, por lo que sabemos, nuestros poderes están almacenados en los objetos —
continuó Paige, al tiempo que vertía las sobras de la cena de Leo sobre la pila de
basura para el gremlin.
—Y... destruirlos podría desterrar nuestros poderes al vacío —concluyó la mediana
con un suspiro de frustración—. Debo anotar esto. —Tecleó la nueva información en
el archivo de su portátil, luego puso al día sus notas escritas.
Piper se levantó de pronto de su silla.
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—Quiero recuperar mis poderes y obtener algunas respuestas. Y solo hay un sitio
donde pueda conseguir ambas cosas.
—No tenemos ninguna garantía de que Karen vaya a decirte nada —le recordó Leo.
—Oh, pero se ha esforzado muchísimo para conseguir que fuera al P3 esta noche —
continuó Piper, negándose a darse por vencida— y no quisiera decepcionarla.
¿Vamos a ir conduciendo u orbitando?
Phoebe se guardó las hojas escritas en el bolsillo, cerró el portátil y se lo puso bajo el
brazo.
—Llegaremos antes orbitando.
—Vale. No obstante, como Kevin me ha robado casi todo el poder, Leo tendrá que
llevarnos a todas. — Paige abrió el grifo para enjuagar el plato y reculó al ver que el
cuerpo flexible de Gilbert rezumaba del mismo.
El gremlin siseó y salpicó de cieno a Paige. Ella jadeó horrorizada cuando la criatura
chillona se tiró de cabeza hacia el montón de basura y volvió a esconderse en el
triturador.
—¡Debería convertirte en gachas! —exclamó ella, mirando iracunda hacia el
fregadero.
En ese momento, Gilbert asomó la cabeza y le escupió irnos fideos mezclados con
chow mein.
Paige miró a su familia y suspiró con resignación.
—Espero que nuestra vida no se convierta en algo más desesperante que esto.
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hoebe jadeó cuando su cuerpo se disolvió en una corriente de
partículas de fotones. Durante un instante, su conciencia pareció
combinarse con la vastedad del cosmos antes de que volviera a
recuperar su forma en el callejón que había detrás del P3; donde se descubrió colgada
de su cuñado y en compañía de Piper y de su recién estrenada medio hermana, Paige.
El cosquilleo que apreciaba en cada una de sus células se desvaneció con los destellos
del orbitaje.
—¡Menuda experiencia! —exclamó Phoebe.
—Bastante abrumadora hasta que te acostumbras. —Paige se reclinó sobre un gran
contenedor de basura y disimuló un bostezo tapándose la boca con la mano.
—¿Puedes orbitar de un sitio a otro? —inquirió la mediana, mirando nerviosamente
en rededor—. ¿Qué estamos haciendo aquí?
—No tenemos tiempo para explicártelo, Phoebe —le respondió Piper. Tenía los ojos
hinchados de tanto llorar. Metió la mano en el bolso y sacó las llaves de la puerta
trasera, abriéndola poco después—. Echa un vistazo a los archivos que tienes
guardados en el portátil que llevas bajo el brazo o a las hojas que tienes dentro del
bolsillo. O, mejor, haz exactamente lo que te digamos.
Leo echó un vistazo a su reloj.
—Dixie ya debe haberles dicho a todos los clientes que se vayan.
Phoebe vio que Paige vestía botas altas, una minifalda y una blusa elegante con
chorreras en las mangas. Piper, por su parte, iba con una falda larga, una camiseta de
cuello cisne y unos botines bastante clásicos. Ella, sin embargo, vestía unos vaqueros,
unas zapatillas de deporte y una vieja camiseta de U2. Está claro que no venimos al
P3 para hacer vida social, pensó.
Piper sostuvo la puerta, mientras Leo y Paige se adentraban en el interior. La mediana
siguió a la mayor, que gesticuló para que todos entraran en el almacén.
PP
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Paige se sentó sobre una caja de cartón que estaba llena de diversas cosas. Parecía
exhausta.
—¿Tenemos algún plan?
—Lo que tenemos es una idea general —afirmó Piper— y eso tendrá que bastar.
Phoebe sintió deseos de preguntar contra qué peligro inminente debían enfrentarse
esta vez, pero su hermana mayor parecía tan trastornada que decidió que lo mejor
sería dejarse llevar. Dejó el portátil sobre un montón de cajas de cartón, lo encendió y
abrió el último archivo que había estado utilizando.
Piper marcó un número en su teléfono móvil.
—¿Dixie? Soy Piper. Dime exactamente cómo están las cosas en el bar. Quiero decir,
justo en este momento.
Leo se quedó vigilando la puerta, mientras Paige echaba una cabezadita. Piper, que
tenía la oreja pegada al teléfono móvil, se limitó a asentir. Phoebe aprovechó la
oportunidad para leer los apuntes detallados que tenía guardados en el portátil.
Le llevó muy pocos minutos darse cuenta de que no podía confiar en su memoria a
corto o a largo plazo debido a que una tal Ka te había utilizado un brazalete que le
había drenado casi todos sus poderes. Como estaba segura de no poder tomar las
decisiones adecuadas, lo más lógico era seguir el consejo de Piper y obedecer las
órdenes. Sacó de su bolsillo las hojas de papel y el bolígrafo a los que se hacía
referencia en el archivo del portátil.
—Vale, esto es lo que quiero que hagas, Dixie —dijo la mayor, en voz baja—.
Deshazte de los clientes rezagados y del grupo, pero no de Karen. Dile que llegaré en
seguida para hablar con ella. Después cierra el club y vete a casa.
Phoebe dobló las hojas y dejó a la vista la parte que quedaba en blanco. Entonces
escribió:
—No hacer preguntas, pero sí obedecer en todo a Piper y a Paige. ¡Muy importante!
Piper se quedó un momento en silencio.
—Pero si ya has utilizado todo el dinero de la caja para pagarles, Dixie, así que no
quedará nada que robar. Limítate a llamarme al móvil cuando hayas salido... en uno o
dos minutos, a ser posible.
—¿Crees que es sabio advertir a Karen de que vas a venir? —le preguntó Leo,
preocupado.
—Posiblemente no, pero tenemos que hablar con ella a solas —le explicó su mujer—.
No podemos arriesgarnos a que algún inocente quede atrapado en medio, sobre todo
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porque nuestros poderes no son de fiar. Además, estoy convencida de que Karen no
se espera que salgamos todos del almacén en unos minutos.
—Estoy preparada para... —Phoebe los miró un tanto confusa— lo que sea.
Piper escuchó un estruendo detrás de ella y se giró con los ojos casi saliéndosele de
las órbitas. Phoebe vio que su hermana pequeña adoptaba una posición fetal en el
suelo. A pesar de la estrepitosa calda, no se había despertado.
—Leo, por favor, levanta a Paige e intenta que no se duerma —Piper miró con
nerviosismo su teléfono móvil—. Vamos, Dixie... —Descolgó en cuanto lo oyó
sonar—, ¿Dixie? Genial, muchas gracias. Te veré mañana.
—¿Tenemos un plan ya? —balbució Paige cuando su cuñado intentó que se pusiera
de pie.
—Nos vamos a tirar un farol y a esperar que nuestro ingenio sea tan efectivo como
solían serlo nuestros poderes—concluyó Piper, metiendo el móvil en el bolso.
—Bueno, la maña suele ser mejor que la fuerza —dijo la menor—. Así que, ¿por qué
no iba a funcionar también contra la magia?
Phoebe no podía teclear o leer lo bastante rápido como para mantenerse al día con
todo.
Puesto que el papel que tenía en la mano decía que era importante que obedeciera a
Piper en todo, decidió limitarse a seguir su propio consejo. Dejó el portátil allí, se
guardó las hojas de papel en el bolsillo y siguió a Paige, a Leo y a Piper hasta el
interior del club. Había una mujer rubia sentada sobre un pequeño escenario.
—Piper —pronunció con una calma mortal—, ¿quiénes son tus amigos?
—Pues, de hecho, son mi familia. —Piper se cruzó de brazos e ignoró la solitaria
lágrima que corría por su mejilla —. ¿Por qué no nos saltamos las presentaciones y
vamos directas al grano, Karen?
—Claro. —La mujer extendió la mano para coger una flauta de madera que yacía en
el escenario justo detrás de ella.
—Ni se te ocurra —le advirtió Piper con frialdad, pese a que seguía llorando—. No
volveré a tocar tu flauta.
—Así que lo has descubierto. —Karen apoyó el instrumento sobre su regazo y se
encogió de hombros—. Pero ya no hay nada que puedas hacer. Tus poderes son
inútiles.
—No del todo. —Paige extendió la mano frente a sí y miró hacia la barra del bar—.
¡Vela!
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Phoebe se puso tensa cuando vio desaparecer la vela en forma de lágrima y el
candelabro de cristal en un remolino de luces blancas. No obstante, cuando volvió a
aparecer en la mano de Paige, se había transformado en una masa deforme de cristal
derretido y raspaduras de cera.
—¿Era eso una amenaza? —preguntó Karen, imperturbable.
—Un recordatorio más bien —expuso Paige—. No estamos totalmente indefensas.
—Ha sido un buen intento, pero soy cien por cien humana. No tengo ningún poder —
dijo ella, sonriendo—. No podréis utilizar vuestra magia contra mí sin sufrir las
consecuencias.
—Tiene razón —admitió Leo—. Esa es la razón de que Karen, Kevin y Kate no os
hayan robado todos los poderes, ¿recordáis? Ninguno de los dos bandos puede retarse
contra los simples mortales.
—Pero dejarán de serlo cuando terminemos de librar nuestra rencilla particular, ¿no
es así? —Piper planteó la pregunta como un hecho. Le sostuvo la mirada a Karen
mientras cogía una silla y se sentaba.
¿Qué rencilla? Phoebe estudió sus notas hasta que encontró una referencia a una
arcana batalla que pugnaban dos clanes mágicos llamados los Sol'agath y los
Dor'chacht. Mientras repasaba lo poco que sabían, se dio cuenta de que Piper fingía
saber más con la esperanza de poder engañar a Karen y que esta les diera más
información.
—¿Y por qué iba yo a decirte nada? —se burló.
Paige cogió otra silla y se sentó j unto a su hermana. Hizo crujir los dedos.
—Porque puede que yo no respete las reglas del honor. No he estado tanto tiempo en
el camino del bien como mis hermanas.
—Paige fue una hechicera increíblemente poderosa y malvada en una vida anterior
—añadió la mayor—. En esta vida... ni siquiera ha empezado a desarrollar todo su
potencial.
—Me estáis mintiendo —afirmó Karen.
Debido a que había perdido los recuerdos de los últimos meses, Phoebe conocía a
Paige desde hacía solo unas pocas horas. No obstante, como ella también había sido
maligna en una vida pasada, sabía que Paige no podía seguirlo siendo en esta si
pertenecía a las Embrujadas. Por lo tanto, supuso que Piper confiaba en que Karen no
lo supiera.
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—Quizá. —Pese a que Piper continuaba sorbiéndose la nariz, su mirada era fría e
implacable—. Pero, a menos que quieras descubrir si es o no verdad, te sugiero que
empieces a hablar.
Phoebe aprovechó el momento para sentarse en una mesa próxima, miró a los ojos de
la mujer rubia y advirtió en ellos una sombra de duda. El truco de su hermana mayor
funcionaba.
Karen vaciló y se encogió de hombros.
—Muy bien. Esta vez no podréis frustrar nuestro destino, así que, ¿qué mal podría
hacernos?
—¿Esta vez? —Phoebe miró a Piper.
—Nuestros antepasados vencieron a los Dor'chacht hace tres mil años —le explicó—,
pero ellos no encajaron bien la derrota.
—Así que vienen a por la revancha —añadió Paige.
Karen tomó aire; parecía asombrada de lo mucho que las hermanas habían
descubierto. No obstante, se recuperó con rapidez.
—Sí, Shen'arch lo organizó todo antes de que las Sol'agath nos dieran el golpe de
gracia. Puesto que a Phoebe todo le parecía nuevo, se quedó escuchando atentamente,
sentada en el borde de su silla.
—¿Shen'arch? —le interrumpió Leo.
—Era el maestro hechicero del clan Dor'chacht—le explicó Karen con orgullo—. El
mejor hechicero de la tierra.
—Me temo que no podía ser tan bueno —le interrumpió Paige— porque, al fin y al
cabo, ya no está aquí.
Karen sonrió.
—Volverá cuando reclamemos el destino que vuestros antepasados Sol'agath nos
arrebataron. Entonces nos convertiremos en la fuerza mágica principal del mundo
mortal.
—Sus antepasados os vencieron de forma justa—le recordó Leo con reproche—. Eso
no cambiará solo porque Shen'arch descubriera una manera de engañar al sistema.
—Está claro que la burocracia es algo constante en el universo — murmuró Paige,
antes de empezar a quedarse dormida.
—¿Cómo lo consiguió Shen'arch? —le interrogó Piper.
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Phoebe se dio cuenta de que su hermana mayor contaba con que Karen se mostrara
ansiosa de relatar lo excelentísimos que eran sus antiguos líderes y les revelara algo
de utilidad. Sin embargo, un minuto después, no tenía ni idea de sobre quién estaba
hablando aquella mujer.
—Shen'arch trasladó los poderes de los mejores guerreros Dor'chacht a unos objetos
para que los Poderes Supremos no los pudieran percibir —les explicó Karen.
Phoebe frunció el ceño.
—¿Para qué no pudieran encontrar a los poderes o a los guerreros?
—Los poderes —respondió, sujetando la flauta con más fuerza.
—Por eso los Mayores no sabían nada. —Leo empalideció al darse cuenta de la
magnitud del problema—. No había ningún rastro mágico que ellos pudieran percibir.
—No durante los últimos tres mil años —continuó Karen, regocijándose. Estaba
disfrutando al máximo de la situación—. Y, siempre y cuando la magia de los
Dor'chacht no se libere antes de que regresemos a la batalla, los Poderes Supremos no
podrán tocarnos.
—Qué conveniente —opinó Piper.
—¿Eres una de las guerreras? —le preguntó Phoebe.
—Soy Sh'tara, la que impone su voluntad en las mentes ajenas. —Karen se puso
tensa. Entrecerró los ojos azules hasta que no parecieron más que dos cortantes
rendijas y contrajo los labios hasta formar una sonrisa de supino desprecio—. Las
esencias de los guerreros de Tov'reh, Ce'kahn y la mía fueron transferidas a tres
humanos en el mismo instante de su concepción, hace exactamente veintiséis años.
Paige abrió un ojo.
—Kevin, Ka te y tú.
—Por ese orden, sí. —La sonrisa de satisfacción de Karen era gélida; su mirada
carecía de compasión humana.
Paige la miró con furia.
—Vale, así que ese tal Shen'arch encontró una escapatoria y los Dor'chacht tendrán
una segunda oportunidad. ¿Y qué os hace pensar que ganaréis en esta ocasión?
Piper puso los ojos en blanco.
—Porque están haciendo trampas.
—Eso es una bobada. Todo vale en la guerra.
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—Karen se echó a reír y sostuvo la flauta en alto.
—Inutilizando vuestra magia, en lugar de robaros todos los poderes de una sola vez
—les explicó Leo—, los Dor'chacht pueden retaros siguiendo las viejas reglas, sin
temer las represalias. —Fue mirando a las hermanas de una en una—. Pero, como
vuestra magia individual y el Poder de Tres en su conjunto, se han visto mermados,
su victoria es casi segura.
—¡Leo! —Piper miró iracunda a su marido por dudar de la capacidad de las
Embrujadas para superar una amenaza aparentemente invencible.
—¡Tiempo muerto! —Paige se levantó de la silla de un brinco y juntó las manos para
que formaran una T—. Me quedé dormida en "una segunda oportunidad". ¿Puede
alguien decirme lo que me he perdido?
—Ya he dicho todo lo que tenía que decir. —Karen se levantó y guardó la flauta en el
estuche. Lo cerró con brusquedad y esperó un instante en la base de las escaleras—.
Hasta mañana entonces.
—¿Mañana? —Piper arrugó el gesto—. ¿Qué pasa mañana?
—Lo sabréis a medianoche. —Karen retiró un grueso mechón de su rostro y, con un
movimiento de la mano, se lo peinó detrás del hombro. Subió por las escaleras con
calma; como lo haría alguien que estuviera controlando perfectamente sus emociones.
Abrió la puerta y dejó que se cerrara con suavidad detrás de ella.
Phoebe no se había dado cuenta de que mantenía la respiración hasta que la mujer
abandonó el club. Exhaló con un sonoro suspiro.
Piper cogió a Leo por el brazo.
—¿Su victoria es casi segura? ¿A qué venía eso?
—Sí, eso me gustaría saber a mí. —Paige luchó por mantener los ojos abiertos—. De
hecho, necesitaría que alguien completara ciertas lagunas.
—¿Puedo coger un refresco de la barra? —preguntó Phoebe.
—Claro. —Piper miró a su marido y se cruzó de brazos —. Muy bien, chico,
explícate.
—La arrogancia puede que sea el peor enemigo delosDor'chacht —le advirtió—
porque creen que nadie les podrá ganar.
—¡Y es verdad! —El torrente de lágrimas que Piper había mantenido a raya durante
toda la conversación, manó ahora de sus ojos y surcó sus mejillas —. La fuente de
nuestro poder está prácticamente vacía.
—Ellos tampoco tienen sus poderes —le recordó Paige—, por lo menos, por ahora.
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—Pero no podemos utilizar la magia que nos queda porque son humanos— continuó
Piper, vertiendo más lágrimas.
—Un hechicero tan poderoso y astuto como Shen'arch no habría dejado ningún cabo
suelto.
—Leo, que estaba muy preocupado, se movió con inquietud—. Debemos, por tanto,
suponer que los Dor'chacht recuperarán sus poderes sin necesidad de tener que liberar
los vuestros cuando comience la batalla.
—Mañana a medianoche —recordó Piper, suspirando.
—¿Y si no aparecemos? —Paige se meció hacia un lado, pero recuperó el control de
sí misma antes de caerse de la silla—. Para librar una guerra tiene que haber dos
bandos.
—Salvo que, en esta ocasión, vuestras únicas opciones son pelear o morir. —Leo se
encogió de hombros, como si quisiera disculparse por la rigurosidad de unos códigos
arcanos y de unos rituales que no podía evitar o cambiar —. Todas las antiguas
disputas se decidían en el Valle de las Edades. Puesto que la batalla de mañana es
casi una continuación del conflicto original, también tendrá lugar allí.
—¿Y? —Phoebe se inclinó, apoyándose en la barra del bar y sorbiendo su refresco.
No entendía cuál era el problema. Como Paige había dicho, nadie podía pelearse
contra un enemigo que no estaba presente.
—Pues que mañana a medianoche —les explicó Leo— seréis transportadas
automáticamente al Valle de las Edades para enfrentaros con los tres elegidos del clan
Dor'chacht.
Se sonó la nariz, —Sé que no me va a gustar la respuesta, pero no tengo más remedio
que preguntar. —Piper se aferro al pañuelo de papel y se le deshizo.
Trató de controlar los sollozos, al mismo tiempo que agarraba un montón de
servilletas de la barra—. ¿Qué ocurrirá si perdemos?
Las tres brujas miraron atentamente al Luz Blanca. Leo no quiso andarse por las
ramas:
—Vosotras y todos aquellos que tengan sangre Sol'agath perderéis vuestros poderes...
para siempre.
—¿Y? —Paige se inclinó hacia delante, sospechando que aún le quedaba por oír las
peores noticias.
A Phoebe le recorrió un escalofrío y se frotó los brazos. Leo, por su parte, suspiró.
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—Y, como no quedará magia bondadosa y las Embrujadas no estarán aquí para
proteger a los inocentes, la humanidad acabará sucumbiendo a las influencias del mal
y abrazará el lado más oscuro de su naturaleza.
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evin cogió el teléfono, se incorporó en la cama y miró la hora. Eran
casi las tres de la madrugada. Karen le llamó en cuanto se marchó
del P3 para explicarle cómo había sido la confrontación con las
Embrujadas.
—No pude drenar la última fracción de los poderes de Piper —le dijo Karen con
franqueza.
—Es una pena, pero no un desastre —la tranquilizó. Ya nada podría detener los
procesos místicos que Shen'arch había puesto en marcha tres mil años antes—. En
cualquier caso, no creo que nos venga mal reunimos mañana para asegurarnos de que
todo está preparado.
—Como quieras. Toda precaución es necesaria para nuestra victoria. —Karen calló
un momento, como si estuviera saboreando la idea—. No te puedes imaginar las
ganas que tengo de inmiscuirme en sus mentes Sol'agath.
—¿Tantas como tiene Ce'kahn de desatar un huracán? —Kevin sonrió al imaginarse a
Paige convertida en un magnífico centauro. Apenas podía esperar a recuperar su
antiguo poder para transformar a cualquier objeto o persona en lo que él deseara—.
Mañana, Sh'tara.
—El destino nos aguarda, Tov'reh.
Cuando Karen colgó, Kevin se sentía demasiado inquieto como para quedarse
encerrado entre cuatro paredes. Al verse privado de sus poderes, no había tenido más
remedio que vivir como un humano más. Había odiado cada minuto de los últimos
veintiséis años. Ahora, gracias a las maniobras y a la astucia del más poderoso
hechicero del clan Dor'chacht, Shen'arch, estaban solo a unas pocas horas de
recuperar lo que las Sol'agath le habían arrebatado.
Se puso un chándal y bajó al jardincillo comunitario de los apartamentos donde
residía. Olfateó el aire. El repugnante hedor de la gasolina y de otros componentes
químicos y artificiales enmascaraba el olor del almizcle húmedo de las hojas en
descomposición y del sudor humano. Jadeó y exhaló con vehemencia para expulsar
toda aquella fetidez industrial de su nariz. Los agudos sentidos que había heredado de
KK
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97
su vida anterior como hechicero guerrero habían sido muy difíciles de enmascarar
durante su infancia en las afueras de Seattle. Muy pronto no tendría que preocuparse
de que sus inclinaciones primitivas pudieran ofender a sus civilizados
contemporáneos. Todos ellos estarían a su bárbara merced.
Las refinadas Sol'agath no deberían haber vencido nunca a los salvajes Dor'chacht,
pensó, mientras cruzaba la callé corriendo en dirección al parque que había en el
vecindario. Una angosta hilera de árboles rodeaba una amplia pradera perfectamente
podada. Aquel bosquecillo artificial no era ideal, pero le ayudaba a relajarse.
Kevin se movía entre los árboles que corrían paralelos a los caminillos con el mismo
sigilo que un animal. Ejercitó su prudencia y acechó a un grupo de deportistas, cuyas
apretadas agendas solo les permitían hacer ejercicio por la noche o a primerísima
hora de la mañana. Nunca le vieron u oyeron. Aquel era un juego que había
practicado desde la infancia. Era, además, una forma de demostrar su superioridad
frente a esos humanos a los que tanto odiaba. Le asqueaba ser uno de ellos, estar
prisionero en ese cuerpo y ser incapaz de transformar su apariencia o la de otros.
Pero esto no durará mucho, se recordó, mientras corría por el bosquecillo. Estaba
solo en aquella oscuridad que reinaba antes del amanecer, pero agradecía la soledad.
Mañana sería capaz de matar al pronunciar una sola palabra.
Se sentó en un banco, cerró los ojos y trató de evocar los últimos minutos de su
antigua vida.
Había estado sobrevolando el campo de batalla. De su pico de halcón y de sus garras
goteaba sangre de Sol'agath. Entonces Shen'arch lo había obligado a descender...
Tov'reh no podía contrarrestar el enorme poder del maestro de los hechiceros y
tampoco ignorar su llamada. Descendió a la tierra empapada del agua de la lluvia y
trastabilló cuando sus garras se transformaron en pies enfundados en unas pieles de
animal y sujetas por tiras de cuero. El plumaje de sus alas y de su cabeza pasó a ser
piel herida y cabello sucio. Buscó cobijo detrás de un árbol caído porque estaba
expuesto a la furia de la tormenta de Ce'kahn y era más vulnerable a la magia de las
Sol'agath en su forma humana.
Shen'arch lo estaba esperando, pero no le sería de utilidad si lo destruían con un
hechizo o quedaba reducido a cenizas si lo alcanzaba un rayo.
—¡Tov'reh! —La llamada angustiada de Sh'tara le llegó tras el estruendo de un
trueno—. ¿Dónde estás?
Tov'reh se arrastró hasta las raíces del gigantesco árbol y echó un vistazo al inhóspito
paisaje del Valle de las Edades. El paraje, que estaba separado y oculto del plano
mortal por una serie de parábolas cósmicas y montañas impenetrables, había sido el
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lugar escogido para librar todas las pugnas mágicas desde que los primeros
individuos primitivos aprendieran a canalizar su poder elemental. Ahora, y a pesar de
que existían diversos enclaves de personas mágicas diseminados por la tierra, solo
quedaban dos grandes clanes: los Dor'chacht y los Sol'agath. En el transcurso de
aquella hora quedaría uno solo.
—¡Sh'tara! —Tov'reh se puso de pie y miró con ansiedad cómo su compañera
esquivaba con destreza los géiseres de vapor que manaban de unas fisuras en el
rocoso suelo del valle.
En una colina alta, a su derecha, un par de brujas Sol'agath se dieron las manos y
empezaron a recitar. Las palabras se perdían en el aullido del viento, pero este no
quebrantaba los efectos de su hechizo. De la tierra, justo frente a Sh'tara, surgió una
torre de roca dentada de la que nacían zarcillos enmarañados de mineral fundido. El
poder que tenía para imponer su voluntad en las mentes ajenas era inútil contra
aquella piedra sin personalidad. Vaciló cuando unos dedos de metal en llamas
empezaron a cerrarse en torno a ella.
—¡Hielo! —Tov'reh se concentró en el gigante formado de roca derretida, pero su
poder empezaba a perderse en el éter. No era lo bastante fuerte para contrarrestar el
hechizo de las Sol'agath, no obstante, la ardiente trampa se congeló el tiempo
suficiente como para que Sh'tara pudiera zafarse.
Corrió hacia él; estaba claro que su energía también había menguado. Tov'reh deseó
poder otorgarle las poderosas y rápidas patas de un caballo, pero no se atrevió a
utilizar su fuerza, por temor a que se le agotara. Maldijo cuando ella se detuvo en
seco para recuperar la flauta que se le había caído del cinto, pero dejó de preocuparse
al ver que las brujas Sol'agath de la colina se habían girado y tenían la atención
centrada en otra cosa.
—Shen' arch nos está llamando —le espetó cuando llegó a su lado—. Tenemos que
encontrar a Ce'kahn.
—Lo sé. —Tov'reh le pasó un brazo por debajo de la axila a la hechicera, que estaba
falta de aliento, y examinó el valle que se extendía más allá. Durante la breve
iluminación de los relámpagos, pudo entrever cómo se desarrollaba aquella salvaje
batalla cuyo horror quedaba disimulado en la llovizna de la tormenta que Ce'kahn
había conjurado y que empezaba ya a perder su vigor.
Rubios y con ojos azules, los guerreros Dor'chacht vestían armaduras de metal
taraceadas con oro y plata, sobre el cuero, las pieles y las túnicas fabricadas con
materiales burdos. Los feroces hechiceros lanzaban hechizos explosivos y blandían
espadas encantadas contra las brujas de cabellos color azabache, que vestían camisas
sencillas, polainas y túnicas. Las Sol'agath, que eran pacíficas por naturaleza, se
defendían con escudos y encantamientos que volvían contra los Dor'chacht su
virulenta maldad y sus destructivos poderes. Habían conjurado aquella torre de metal
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
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fundido a partir de la dureza del corazón de Sh'tara y de las ascuas casi apagadas de la
furia de su determinación.
Cada vez que uno de los hechizos de las Sol'agath tenía éxito, disminuía el poder de
los Dor'chacht.
—Allí está —señaló Sh'tara, gritando para hacerse oír por encima del clamor de las
espadas contra los escudos y de las maldiciones de su clan—. Allí.
Tov'reh vio que Ce'kahn yacía en un charco de barro y corrió hacia ella, seguido de
cerca por Sh'tara. Se vio embargado de pronto por la desesperación al ver que
Shen'rach se aproximaba desde la dirección opuesta. El gran hechicero no solía
malgastar su energía física. Al ver que el anciano no estaba utilizando su magia para
encontrarlos, se dio cuenta de que los Dor'chacht estaban perdiendo la batalla.
—Toma, la tempestad te ha agotado. —Tov'reh extendió la mano para ayudar a
Ce'kahn a levantarse, pero ella siseó a modo de advertencia. Se enfadó porque él no
quiso apartarse. Un relámpago impactó en el suelo justo delante de sus pies.
—¡Dejad de reñir! —Shen'arch le golpeó la pierna con una vara con el extremo de
plata. Tenía el ceño fruncido y estaba de muy mal humor—, ¿Acaso no os dais cuenta
de que vuestra magia está desapareciendo? Hemos perdido la batalla y ya casi no nos
queda tiempo.
—Nunca me rendiré —le espetó Ce'kahn, que intentaba ponerse en pie. Tenía varias
heridas y mugre en las mejillas y en la frente. Su largo cabello dorado tenía enredos y
de él pendían palitos y pequeñas raíces. Sus gélidos ojos azules brillaban desafiantes.
Sh'tara levantó la cabeza y lanzó un grito de rabia. Tov'reh, por su parte, miró
iracundo al anciano hechicero.
—Nosotros desafiamos a las Sol'agath, Shen'arch. Si nos derrotan, todos los del clan
perderán sus poderes y sus identidades mágicas para siempre.
—Sí, sí. —El anciano agitó su bastón con indignada impaciencia—. Pero todas las
leyes sobrenaturales tienen sus excepciones, Tov'reh, o eso me parece.
—¿Nos estás diciendo que podemos engañar al destino? —inquirió Sh'tara incrédula.
—Si he leído bien los huesos... —explicó el hechicero —los Dor'chacht tendrán una
oportunidad de cambiar el destino y salvar más adelante lo que ahora perderemos. En
cualquier caso, debemos darnos prisa.
—Haré lo que sea necesario para impedir que las Sol'agath tengan una primacía
mágica en el mundo mortal —afirmó Ce'kahn.
Tov'reh y Sh'tara asintieron a la vez.
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—No podremos evitar que las Sol'agath disfruten de las recompensas de su victoria
—añadió Shen'arch—, pero podemos impedir que su reinado se prolongue
eternamente.
—Explícate —le pidió Tov'reh, intrigado.
—En primer lugar tendremos que esconder vuestros poderes para que los Poderes
Supremos no os los puedan robar o percibir en el futuro. —El hechicero situó su
bastón en el suelo, junto a la flauta de Sh'tara y uno de los brazaletes de oro de
Ce'kahn.
Ninguno cuestionó la utilidad del plan. Cuando el maestro hechicero les pidió que se
arrodillaran y tocaran los objetos con una mano, Tov'reh se decidió por el bastón.
Siguiendo las órdenes de Shen'arch, utilizó el poder que le quedaba para transformar
el largo palo en un bastón más corto para caminar, con un mango curvado de plata.
Shen'arch levantó las manos y entonó un hechizo en voz alta:
—¡Oscura magia del clan Dor'chacht, todos los poderes que fueron vuestros
regresarán; por la sangre se abrirán camino y de vuestra mano fluirán. Haciendo que
estos objetos inanimados cobren vida!
La sangre que corría por las venas de Tov'reh ardió cuando recuperó todo su poder y
se enfrió cuando todas esas habilidades manaron desde las puntas de sus dedos al
bastón. Antes de desplomarse en el suelo junto a Sh'tara y Ce'kahn, vio que los tres
objetos tenían un grabado con intrincados símbolos que representaban la magia
infinita y eterna.
—Escuchad y recordad —les pidió Shen'arch.
Tov'reh, que se sentía exhausto y débil, cerró los ojos y empezó a dormitar mecido
por la calma hipnótica que le inspiraban las palabras susurradas del gran hechicero.
—Dormiréis ahora y despertaréis dentro de tres veces mil años. Lo que debéis saber
lo sabréis a su debido tiempo. Guerreros de las tinieblas: morid ahora para vivir de
nuevo. Nuestro destino está en vuestras manos...
Kevin se sacudió para despertarse del trance, se peinó el cabello con las dos manos y
respiró profundamente. Todavía estaba asombrado por la sabiduría y el poder de
Shen'arch.
Todo había ocurrido tal y como el anciano hechicero había predicho. Sus espíritus,
recuerdos y personalidades habían viajado desde el antiguo campo de batalla y se
habían fundido con unos cuerpos nacidos veintiséis años atrás y tres milenios en el
futuro.
Nacieron huérfanos y fueron adoptados cada uno por una familia distinta. Durante su
adolescencia, a Kevin, a Karen y a Kate se les había dicho lo que tenían que hacer y
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debían saber mediante los sueños. Guiados por unas órdenes idénticas, los tres habían
llegado a una villa francesa, el mismo día, hacía ya dos años. Se habían reconocido
inmediatamente y no habían tenido problemas para encontrar la cueva donde
Shen'arch había escondido la flauta, el brazalete y el bastón. Sin embargo, y para
asegurarse de que los Poderes Supremos no descubrían su verdadera identidad y les
arrebataran sus poderes, juraron no liberar su magia hasta que pudieran vengarse.
Pero, entre tanto, no nos hemos quedado cruzados de brazos, pensó, al levantarse y
estirarse. Shen'arch era consciente de las dificultades a las que se enfrentarían y no se
contentó con preservar su magia. La configuración cósmica que les permitiría volver
al campo de batalla solo acontecería una vez y tendrían que encararse con las
herederas de las Sol'agath, que contaban con una inmensa fuente mágica a la que
llamaban el Poder de Tres.
Para contrarrestar este poder, el anciano se había asegurado de que la balanza
favoreciera a los campeones del clan Dor'chacht. De este modo, Tov'reh, Ce'kahn y
Sh'tara no solo podrían contar con todos sus poderes en la batalla, sino que, además,
las Sol'agath habrían perdido la mayoría de los suyos.
Kevin sonrió.
A pesar de que Piper todavía conservaba la mitad de sus poderes, las Embrujadas no
podrían hacer nada contra la magia de los Dor'chacht. Las brujas perderían la guerra,
los últimos vestigios de su poder y también sus vidas.
Los Dor'chacht recuperarían su lugar en la jerarquía universal del mal y se
convertirían en unos dioses temidos y omnipotentes en el plano mortal.
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
102
ué día es hoy? —Paige entró a trompicones en el baño.
Aún estaba medio dormida.
—Viernes. —Piper apoyó a su medio despierta medio
hermana, contra la encimera del baño. La cogió con una mano para evitar que se
cayera al suelo y, con la otra, abrió el grifo para llenar la bañera.
—¿Qué hora? —La menor se balanceó sobre sus pies y bostezó.
—Hora de despertarse y ayudarme a averiguar cómo podemos vencer a los Dor´chact
con muy pocos poderes y dos hermanas prácticamente inútiles. —Piper no se esforzó
por ocultar su desesperación.
Había dedicado la mañana a ayudar a Phoebe a pasar sus apuntes a una pequeña
agenda. El proceso se había complicado bastante porque su hermana carecía de la
capacidad necesaria para mantener una conversación coherente durante un periodo
relativamente prolongado. La laguna que sufría en su memoria a largo plazo era muy
peligrosa porque había olvidado el vínculo de confianza que tenían con Paige. Piper
no podía ni imaginar cómo eso, combinado con su escasez de poderes, afectaría al
Poder de Tres.
—¿Inútiles? —Paige se abrió uno de los párpados con los dedos pulgar e índice—.
Me parece que es demasiado temprano para empezar a insultarnos.
—Solo quiero motivaros. —Piper metió la mano debajo del chorro del agua para
comprobar la temperatura. Sintió la tentación de ponerla fría, pero decidió que no
estaba de humor para pelear con una bruja furiosa.
—Vale. —La mayor reculó—. El almuerzo estará preparado en cuanto termines.
Luego tendremos que planear una estrategia para nuestra versión particular de los
Hatfields y los McCoys.
—Que no tenemos mucha esperanza de ganar —le recordó, mientras se subía a la
bañera y corría la cortinilla.
—Casi ninguna —corroboró la mayor, sintiéndose otra vez muy deprimida y con
ganas de llorar. Se había acostumbrado tanto a ser una llorona que apenas se daba
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
103
cuenta de cuándo las lágrimas caían de sus ojos. No podía, sin embargo, ignorar la
sensación de que el momento decisivo se cernía sobre ellas, pero opinaba que era
bastante absurdo y peligroso abrigar falsas esperanzas.
—Pero no tiene por qué ser algo desesperado —comentó Paige, como si estuviera
leyéndole la mente a su hermana. Dejó caer su albornoz en el suelo y asomó la cabeza
por la cortina.
La mirada de Piper era, sin lugar a dudas, escéptica. Sus oportunidades de ganar en
un duelo de hechizos con sus poderes debilitados eran, en el mejor de los casos,
bastante lejanas.
—Puede que solo tenga el veinticinco por ciento de mi habilidad para orbitar —le
dijo Paige—, pero teniendo en cuenta lo que hace con las tazas y las velas… —Una
sonrisa traviesa se dibujó en sus labios mientras consideraba sus opciones.
La mayor evocó la imagen de los objetos desintegrados. La idea de convertir a Karen
Ashley en montoncito de miembros inconexos le resultó bastante atractiva, pero no
viable.
—Salvo que no sabemos qué otros poderes tienen las malignas kas guardados en sus
reliquias —le recordó Piper.
—Sabemos que el nombre de Karen era Shi´tara y que esto quería decir que imponía
su voluntad en las mentes ajenas —continuó la menor—. Y, cuando Leo regrese,
sabremos exactamente hasta dónde abarca su poder.
Y qué magia tenían Kevin y Kate como Tov´reh y Ce´kahn, meditó Piper, o, mejor
dicho, qué poderes tendrán cuando los recuperen.
—Teniéndolo todo en cuenta, esta situación podría ser mucho peor. —Paige accionó
la palanca del baño para que el agua dejara de salir por el grifo y lo hiciera por la
alcachofa de la ducha.
La mayor no quería minar la confianza de su hermana, así que decidió permanecer en
silencio. A menos que Leo y los Mayores dieran con otra estratagema, todo parecía
indicar que la situación se desarrollaría como lo había planeado Shen´arch. Como su
marido había dicho anoche, el viejo hechicero Dor´chacht no había dejado ningún
cabo suelto. Lo había preparado todo de tal forma que ellas no tuvieran ni una sola
esperanza de ganar.
Paige volvió a asomar la cabeza.
—¿No nos convierte nuestra casi total falta de poderes en inocentes en esta historia?
—le preguntó, bostezando.
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
104
—Me temo que no —le respondió, encogiéndose de hombros. Por lo que sabía, no
había nadie más involucrado en aquella disputa arcana. En cualquier caso, si los
Dor´chacht ganaban, toda la raza humana acabaría perdiendo su inocencia.
Piper cerró la puerta del baño tras ella y caminó por el pasillo sintiéndose tan
exhausta como lo estaba Paige y muchísimo más deprimida de lo que había estado en
su vida. Carecía del arrojo necesario para hablar con sus hermanas y lidiar con la
catástrofe que tendría repercusiones mundiales. Mantener a Paige despierta sería casi
tan difícil como dialogar coherentemente con Phoebe.
Justo cuando estaba llegando a las escaleras, oyó a su hermana gritar. Piper giró
bruscamente y corrió de vuelta hacia el baño. Cuando llegó allí, abrió la puerta de par
en par.
—¿Qué ocurre? —preguntó al entrar, pero enseguida se dio cuenta de lo que pasaba.
Paige estaba en un extremo de la bañera, alejada del grifo y envuelta en las cortinas
de la ducha. El jabón se deslizaba por su cabello, mientras continuaba emitiendo
pequeños grititos.
Gilbert estaba al otro lado.
El espectáculo de ver jugar a la grotesca bestia escamosa de color verde le pareció tan
cómico que Piper no pudo evitar reírse a carcajadas.
—¡No tiene gracia! —La mayor arrancó la cortina y salió de la bañera. Maldijo entre
dientes.
—Oh… desde luego que sí —Piper siguió riéndose; las lágrimas le surcaban las
mejillas. El alegre gremlin le recordaba a esas personas golosas que saborean al
máximo sus helados de chocolate. El bichito estaba extasiado.
—Eso depende de quién lo sufra — añadió Paige, estremeciéndose.
Gilbert se dio cuenta de pronto de que lo superaban en número y se asustó. Emitió un
chillido que era varios decibelios más alto que el de la bruja y volvió a colarse por el
grifo. Sus enormes patas traseras se quedaron atascadas durante un instante, pero
enseguida desaparecieron.
—¿Cuándo se ha vuelta tan osado? —Piper se secó los ojos, pero siguió riéndose
entre dientes.
—Eso me gustaría saber a mí. —Paige metió una toalla por el agujero del grifo y
volvió a accionar la palanca de la alcachofa para aclararse el cabello—. ¿Crees que
puede ser porque tiene un fregadero atiborrado de alimentos y no parece que nadie
tengo intención de tenderle una emboscada?
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
105
—Vale —admitió Piper, tomando aliento—, soy culpable de los hechos. Pero ya
sabes que Gilbert no es nuestro mayor problema.
—Para ti es fácil decirlo. —La menor arrugó el gesto, disgustada—. No salió del
grifo y cayó justo encima de tus pies.
Piper, que intentaba no reírse, se encogió de hombros.
—¡Bueno, por lo menos te ha despertado!
Paige le tiró un paño empapado que hacía las veces de esponja. La mayor lo esquivó
cerrando la puerta de golpe. Piper no se sentía culpable por instigar a su hermana
porque eso la mantendría activa.
Kate entró como un torbellino en el apartamento de Kevin.
—¿Qué es tan urgente que no puede esperar hasta que lleguemos al campo de
batalla?
—¿Y qué puede ser más importante que acudir a una reunión de estrategia para
asegurarnos de ganar la guerra? —le preguntó Karen, que estaba sentada en el sofá
con la flauta en su regazo. Miró indignada a su compañera.
—Buscar una casa —le respondió la primera con franqueza. Había estado
deambulando por la ciudad para elegir la mansión a la que se trasladaría al día
siguiente. Había tantas casas lujosas que le resultaba muy difícil escoger la que más
le gustaba.
—Podrás tener la que quieras —continuó la cantante— después de que hayamos
derrotado a las Sol´agatha esta noche. De modo que, vamos a centrarnos en eso.
—Vale. —A medida que se aproximaba la medianoche, Kate se sentía más próxima a
su naturaleza bárbara y empezaba ya a saborear la idea de causar múltiples destrozos.
La joven miró con enojo a la reencarnación moderna de la antigua guerrera
Dor´chacht, Sh´tara. Si Karen no empezaba a mostrarle más respeto, se vería obligada
a liberar toda la fuerza de la tormenta sobre ella una vez que las Embrujadas hubieran
quedado reducidas a cenizas.
—Puede que ahora nos cueste más vencerlas —comentó Kevin, pasando por el
pequeño salón—. Karen no pudo tocar anoche a Piper.
—¿Fallaste? —Kate le lanzó una mirada de profundo reproche.
—¿Y qué se supone que debía hacer? —bufó la otra—. ¿Tal vez reclamar mi
habilidad para imponer mi voluntad y asegurarme de que Piper no nos pueda retrasar
durante unos segundos escasos e insignificantes?
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
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—¿Y darle a los Poderes Supremos la excusa que necesitan para mandarnos
directamente al infierno sin la menor oportunidad de plantar cara? —Kate sacudió la
cabeza—. Sería una mala idea.
—Así es, Ce´kahan. —Karen le devolvió una mirada desafiante—. Además, tampoco
tiene esperanzas de ganar.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —le preguntó Kate, arrugando el ceño. Recordaba
muy bien cómo los poderes y los hechizos de las Sol´agath los habían vencido la
última vez. Todavía podía evocar con claridad lo terriblemente traumático que le
había resultado verse arrancada de su cuerpo y proyectada por el tiempo y el espacio.
Pero, si perdían ahora, las consecuencias sería muchísimo peores.
—Incluso con todos los poderes, esas brujas no sería rival para alguien criando en las
costumbres y la magia de los antiguos días —le aseguró la cantante—. Son patéticas
y débiles. Un producto caprichoso de una cultura que ha dejado de respetar la fuerza
y la astucia de los guerreros.
—Pues yo me alegro de haberme criado en ese entorno. —Como Kate había quedado
convencida de que los poderes de Piper no le supondrían un problema, decidió
perdonar a Karen sin mayores aspavientos. Se sentó en un taburete alto sin respaldo
que estaba junto a la cocina y cogió una barrita de cereales de una caja abierta.
—No debes subestimarlas —afirmó Kevin. Miró a Karen con el gesto sombrío—.
¿Acaso has olvidado que estamos aquí porque ellas ganaron tiempo atrás?
—¿De verdad? —La mujer se acercó a la ventana y miró por ella.
Kate miró con detenimiento el panorama urbano que se veía más allá de su hermana
hechicera. Los elevados monumentos a los avances de la tecnología humana eran solo
sombras vagas en comparación con los monolitos atemporales, los peñascos y las
torres de piedras de unas tierras que hacía tiempo había desaparecido del recuerdo.
Ella, sin embargo, empezaba ya a evocar esas imágenes. El corazón se le detuvo un
instantes en el pecho cuando advirtió que los músculos de la espalda de su compañera
se tensaban.
Sh´tara siempre había mantenido sus emociones ocultas bajo un velo de tranquilidad.
En esta nueva vida, Karen seguía controlando la furia que alimentaba su poder. Muy
pronto, su habilidad para controlar las mentes se desataría igual que cualquiera de las
salvajes tormentas de Ce´kahn y destruiría el libre albedrío, esclavizando a todos
cuantos quisiera.
Cuando Karen se giró lentamente, la expresión impasible y fría de la cantante había
quedado sustituida por el semblante fiero de una hechicera Dor´chact. Sus ojos añiles
llameaban con tanta determinación que la sangre arcana que corría por las venas de
Kate se prendió al instante. A medianoche, cuando recuperasen sus auténticas
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
107
identidades de clan, perderían todas las cualidades que los habían ayudado a
integrarse en la vida moderna.
Karen miró alternativamente a Kevin y a KATE.
—Si las Sol´agath hubieran ganado, no nos estaríamos preparando para terminar
ahora el conflicto en el Valle de las Edades, ¿no creéis?
—Así es —Kevin le sostuvo la dura mirada con un control inquebrantable que no era
fruto de una pose, sino de una convicción letal y de un propósito. Shen´arch lo había
puesto al mando porque en su astuta mente no pasaban desapercibidos los pequeños
detalles y matices de los que tan a menudo dependía la victoria—, pero no nos hemos
visto obligados a esperar tres mil años para vengar a nuestro clan porque las
Sol´agath fueran débiles o sus poderes escasos. Shen´arch tuvo que recurrir a una
serie de trucos y hacer uso de su astucia para organizar este encuentro sin precedentes
y deshacer lo que ya era indudable.
—¡No es así! —exclamó Karen furiosa—. En el mismo instante en el que Shen´arch
nos sacó del campo de batalla, cambió el destino.
Kate no había pensado así, pero opinaba que su hermana hechicera tenía razón. No
podían saber con absoluta certeza lo que habría de ocurrir en la batalla si ellos
hubieran estado presentes con su magia intacta.
Cerró los ojos y respiró profundamente. El aire se agitaba con las fuerzas elementales
que pronto podrían gobernar y transformar en un embudo negro de viento o en una
cortina de agua salvaje.
—¿Estás sugiriendo que Shen´arch actúo de manera precipitada? —le interrogó
Kevin.
—Solo estoy diciendo que es posible —afirmó ella—. No debemos dudar ni un solo
momento de nosotros mismos.
—¡Soy una Dor´chacht! —exclamó Kate bajándose de la banqueta y levantando el
puño en lo alto. Podía intuir la tormenta que todavía no tenía el poder de evocar, pero
el vínculo sobrecogedor hervía en su interior.
Kevin también parecía sentir la magia a la que aún no podía acceder. Dobló los dedos
como si pudiera anticipar el momento en el que transformaría un tronco en un dragón
o la piedra en lava.
—Nosotros recuperaremos todos nuestros poderes, mientras que las brujas Sol´agath
apenas les quedará alguno —se mofó Karen entre dientes—. En esta ocasión,
prevalecerán los guerreros de las tinieblas.
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108
—Adivina… —Piper levantó la mirada del Libro de las sombras. Tenía los ojos rojos
e hinchados de tanto llorar, pero secos.
—¿Qué?
Paige dejó de pedalear la vieja bicicleta que había encontrado en un rincón del ático.
La actividad la mantenía despierta y era mucho mejor que darse un baño con Gilbert.
A pesar del susto que se había dado, aquel inesperada encuentro le había aportado
algunas cosas buenas. Ahora sabía que las descargas de adrenalina le servían para
mantener a raya la fatiga durante breves períodos de tiempo y ese momento había
ayudado a su hermana a recuperarse un poco de la depresión mágica que estaba
sufriendo. Además, tenían la impresión de que, después de repetirle mil veces la
misma cosa a Phoebe, ella podría recordar el nombre de Paige a pesar de no tener
claro cuándo se habían conocido.
Phoebe estaba entada en la mecedora y observaba el portátil que descansaba en una
pequeña mesa frente a ella. Teclear todo cuanto se decía no le ayudaba a mantener las
cosas en la mente, pero sí a sentirse frustrada.
—¿Has encontrado algo que nos sirva de ayuda, Piper? —Paige se bajó de la bicicleta
estática y se estiró.
—No, nada. —La mayor cerró el Libro de las sombras y se peinó los cabellos con
los dedos—. Ni encantamientos, ni hechizos, ni pociones. Nada que nos pueda ayudar
a derrotar a la maligna brigada de los rubios.
—¡Pero debe haber algo que podamos hacer!
—Phoebe se echó hacia atrás y se hizo un rizo en el pelo—. ¿No podría un hechizo o
una poción del Poder de Tres destruir —se inclinó hacia delante para leer la
pantalla— a las malignas Kas?
—El libro dice que no —le explicó Paige, bostezando.
Tendría que echarse una siesta prolongada para recuperar sus fuerzas antes de la
ronda final porque estaba claro que no les quedaría otro remedio que enfrentarse
contra los elegidos del clan Dor´chacht. En cualquier caso, ni un milenio dormida
podría servirle de algo sin un medio con el que vencer la magia de Kevin, Karen y
Kate.
Encontrar una solución sería mucho más sencillo si Phoebe pudiera seguir una
conversación más allá de los tres o cuatro primeros diálogos. Lo más probable es que,
de ser así, se hubiera dado cuenta de algo que Piper y ella habían pasado por alto.
Phoebe tecleó algo en el portátil y luego se volvió a echar hacia atrás, mirando
fijamente lo que acababa de escribir.
—No hay ningún hechizo del Poder de Tres que pueda destruir a los Dor´chact.
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109
—Así es. —Paige y Piper intercambiaron miradas.
La mayor le pegó unos golpecitos en la pantalla.
—Limítate a repasar tus apuntes y a decirnos lo primero que se te ocurra.
—Vale —Phoebe frunció el ceño y volvió a concentrarse en el portátil—. Tenemos
grandes problemas, ¿no es así?
—En efecto. —Piper regresó junto al atril y acarició el Libro de las sombras como si
pudiera conjurar una respuesta a sus problemas solo con desearlo lo suficiente.
—Nadie más que nosotras está entre este mundo y el otro donde solo gobierna el mal
—les recordó Paige.
El planeta y sus habitantes humanos no eran perfectos, pero la mayoría de las
personas se inclinaban más hacia el bien. Solo unos pocos, algunos de los cuales
conseguían alcanzar posiciones bastantes predominantes, eran auténticos malvados.
Normalmente vencía el bien, aunque eso cambiaría si no hallaban pronto una
solución.
—Leo… —Piper lloró al ver a su marido orbitar hasta la habitación—. Por favor, que
alguien diga algo gracioso antes de que vuelva a empezar.
Paige miró el gesto preocupado del Luz Blanca y se desanimó por completo.
—Perdóname, Piper, pero no puedo pensar en nada divertido cuando mi vida pende
de un hilo.
—Yo tampoco —añadió Phoebe—. Ni siquiera podía hacerlo cuando todavía me
acordaba de las cosas.
Paige y Phoebe miraron a Piper, era evidente que sus negras bromas no habían
surtido efecto.
—¿Qué sentido tiene lo que acabáis de decir? —les preguntó Leo.
—Pues, teniendo en cuenta que Piper sigue llorando como si se aproximara el fin del
mundo, está claro que ninguno. —Paige volvió a subirse a la bicicleta estática y
cambió de tema—. Teniendo en cuenta la cara que traes, Leo, me alegro mucho de
que ya no esté de moda matar al mensajero.
—¿Hay malas noticias? —Phoebe, que estaba muy nerviosa, se empezó a morder las
uñas.
—No son buenas. —El Luz Blanca rodeó a su esposa por los hombros para
tranquilizarla, pero ella se limitó a agarrarse con más fuerza y a seguir sollozando—.
Shen´arch se aseguró de que nada pudiera interferir con la batalla que se libraría esta
noche, ni siquiera los Poderes Supremos.
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—¿Y eso qué quiere decir exactamente? —Paige sostuvo el manillar con más fuerza,
mientras libraba su propia batalla contra el cansancio—. ¿No pueden interferir para
pararlo? ¿No nos pueden dar alguna pista de cómo ganarles? ¿Qué?
—Pues… definitivamente no pueden interferir —les explicó Leo—. Seréis
transportadas al Valle de las Edades a medianoche para concluir la batalla contra los
Dor´chacht y nada en esta tierra, dimensión o plano podrá evitarlo.
—Me parece que no. —El Luz Blanca ayudó a su mujer a sentarse en uno de los
cojines grandes que había en el suelo—. No creí que fuera a decir esto, Piper, pero
quizá hubiera sido mejor que Karen te tocara con la flauta anoche.
—¿Cómo puedes decir eso? —le chilló su mujer. Sacó un pañuelo de una caja que
había en el suelo; una de las muchas que habían repartido por la casa para que ella las
usara.
—Porque la siguiente emoción podría haber sido la ira —le explicó su marido.
—Lo que, sin duda, es mejor que pasarse el día como una magdalena —concluyó
Paige—. Bastante más útil en una batalla, sobre todo porque prácticamente vamos
desarmadas.
—Por lo menos todavía me queda la mitad de mis poderes. —Piper se sonó la nariz y
tiró el pañuelo usado en una papelera. Quiso congelar su trayectoria, pero, como
esperaba, el pañuelo húmedo se congelé en mitad del espacio durante unos segundos
para caer luego al suelo.
Paige, después de echarse una breve siesta, ya más recuperada, aprovechó el
momento para poner en práctica sus poderes orbitándolo a la papelera. Tuvo éxito en
su cometido, salvo que transformó el papel en un montoncito de confeti.
—¿Me podríais recordar a dónde han ido a parar vuestros poderes? —les peguntó
Phoebe.
—Los míos están en la flauta de Karen —le respondió Piper.
—Y los míos en el bastón de Kevin. —Paige frunció el ceño cuando su hermana
empezó a teclear con rapidez. Sentía curiosidad por saber lo que estaría escribiendo,
pero si la interrumpía seguramente olvidaría para siempre lo que estuviera
pensando—. ¿Qué hay de los poderes de las Kas, Leo? ¿Sabes algo nuevo?
El Luz Blanca asintió con gesto sombrío.
—Como sospechábamos, Karen puede imponer su voluntad a cualquier ser que tenga
una mente; Kevin puede transformar las propiedades físicas de las cosas y de las
personas y, por último, Kate puede controlar los elementos meteorológicos.
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—Estamos perdidas. —Piper escondió la cara tras las manos y cogió aire. De pronto
levantó la mirada—. ¿O no?
—¿Perdidas? —Leo sacudió la cabeza—. No. La batalla tendrá lugar, sí, pero el
desenlace no está claro. Esa es la razón de que Shen´arch organizara la revancha: para
darles la oportunidad a los Dor´chacht de cambiar su destino.
—El suyo y el nuestro. —Paige pedaleó más rápido y luego paró de golpe—. ¿Desde
cuándo nos rendimos sin pelear?
—Nunca lo hemos hecho —dijo Phoebe, apretando la tecla de ―Salvar‖.
Cuando Piper se volvió para hablar con su hermana pequeña, asomaba en sus ojos
cristalizados cierta determinación.
—Me encantaría patearles el culo a ese trío arcano de malignos, pero no parece que la
suerte esté precisamente de nuestra parte.
—No os subestiméis. —Leo entrelazó sus dedos con los de Piper y se los apretó—.
Sois las Embrujadas. Podéis hacer lo que os propongáis, incluso aunque seáis las
desvalidas en esta contienda.
—Los desvalidos siempre ganan en las películas. —Cuando todos se volvieron a
mirar a Phoebe, ella repitió—: siempre.
—Sí —la interrumpió Piper impaciente—, pero esto es la vida real y no…
—Espera. —Paige levantó una mano—. Puede que estemos llegando a lago. ¿Por qué
gana siempre el desvalido en las películas?
—Porque nunca se da por vencido, ni siquiera cuando todo juega en su contra. — El
entusiasmo de Phoebe era contagioso.
—Y aprovecha al máximo todos sus recursos —añadió Paige—. Hemos estado
pensando que el vaso está medio vacío, en lugar de pensar que está medio lleno.
—¿Lo que significa? —inquirió Piper con el ceño fruncido.
—Que todavía tengo el veinticinco por ciento de mi habilidad para orbitar. —Paige
volvió a levantar la mano—. No es tan explosivo como una detonación, pero los
efectos son los mismos.
Piper asintió al darse cuenta de lo que quería decir su hermana.
—La mitad del poder para congelar es mejor que no tener nada.
Paige afirmó con un gesto de la cabeza.
—Sin mencionar la mitad del poder de hacer estallar las cosas por los aires.
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—Además, teniendo en cuenta que Kevin, Karen y Kate están tan seguros de sí
mismos —continuó Leo—, lo más probable es que se crean invencibles.
—Y yo tengo una habilidad especial para escribir hechizos, ¿no es así? —La mirada
de Phoebe se endureció por la determinación. Sacó la agenda y el bolígrafo de uno de
sus bolsillos—. Tengo una idea.
Estaba claro que la mediana quería contribuir con su granito de arena y Paige no
quería romperle el corazón recordándole que ninguno de los hechizos del Poder de
Tres serviría para destruir a los guerreros de las tinieblas. No obstante, no le haría
daño enterarse que había sido ella la que le había levantado el ánimo.
—Lo más probable es que nos hayas devuelto las ganas de pelear, Phoebe.
—¿De veras? —La mediana sonrió de forma vacilante—. ¿Y cómo lo he hecho?
Recordándonos que somos las Embrujadas —le respondió Piper, sonriendo— y que
siempre nos defenderemos.
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hoebe cogió un puñado de palomitas de un cuenco que había sobre la
mesita de café. En el portátil se mencionaba un traslado automático a
un lugar llamado el Valle de las Edades. Bajo esa referencia había
tecleado la pregunta: ¿Parecido al portal de Halloween de 1670?
—¿Estamos preparadas?—preguntó Paige.
—Supongo que tanto como podemos estarlo.— Piper cerró el libro polvoriento que
Leo había encontrado en algún lugar de Europa y se lo entregó. Observó los otros
tomos diseminados por el suelo de la sala de estar y levantó las manos—. Esto no nos
ha ayudado demasiado.
—Tienes razón —admitió Paige, suspirando—.Al parecer, cuando Shen'arch
proyectó al futuro las esencias de las malignas kas, desaparecieron completamente
del radar mágico—. ¿Habrá alguna razón por la que estemos a punto de entrar en una
batalla sin saber de nuestros enemigos más que sus nombres y los poderes que
tienen?
—¿Lo que no sabemos no nos hará daño? —aventuró Phoebe.
—Ojalá fuera así. —Piper apoyó las manos sobre su regazo. El labio le tembló
mientras pasaba la mirada por los documentos inútiles—. La verdad es que no sé qué
más buscar.
—De todos modos tendré que devolverlos muy pronto —le dijo Leo, mirando el
reloj—. Ya casi ha amanecido en esa parte del mundo.
Phoebe echó una ojeada a la pila de viejos pergaminos, libros y manuscritos que su
cuñado había tomado "prestados" de distintos museos y universidades alrededor del
mundo. Al parecer, siempre y cuando los devolviera a tiempo, sus jefes no lo
considerarían un robo.
—Y aquí ya es casi medianoche —continuó Paige—. Espero que Stanley llegara a
tiempo al albergue.
—¿Quién es ese? —Phoebe tragó las palomitas con ayuda de un sorbo de su refresco
y luego dejó la lata encima de la mesita de café. Miró la breve lista que estaba
PP
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expuesta en su portátil y se aseguró de tener la agenda en el bolsillo. En las notas
estaba escrito todo lo que necesitaba saber para sobrevivir a aquella noche.
—Un viejecito muy simpático que depende de mí para que le cuiden.—Paige sonrió
con tristeza—. Si he hecho bien mi trabajo, tendrá un hogar permanente en
Hawthorne Hill y no tendrá que volver al albergue.
—¿Todavía no sabes si lo han admitido? —le preguntó Leo.
—No, pero han pasado muy pocos días. —La bruja enrolló un pergamino y se lo
devolvió al Luz Blanca.
—¿Has encontrado algo? —A pesar de que Piper seguía vertiendo lágrimas, miró
esperanzada a su hermana.
—No mucho. —Paige intentó no bostezar—. La única referencia que he encontrado
sobre las disputas entre clanes antiguos menciona algo sobre una inversión, pero eso
es todo.
—Ya sabemos que los Dor'chacht quieren cambiar lo que aconteció hace tres mil
años. —Piper se puso en pie y se frotó los brazos— , lo que no sabemos es cómo
detenerlos.
Phoebe sacó su agenda porque tenía algo en mente aunque no estaba segura de qué
era exactamente.
—Entonces esperemos que la inspiración nos ilumine pronto porque ya es casi la hora
—les informó Paige, señalando el reloj.
—Venga, Piper— la mayor se dio unos suaves golpecitos en la cabeza—, ¡piensa!
—¿Estás intentando que las ideas entren a la fuerza?—le preguntó la menor.
—Quizá —respondió ella—, pero lo que ha entrado en una reliquia Dor'chacht tiene
que tener también una forma de salir, ¿no crees?
—Tengo un hechizo para una flauta —le dijo Phoebe, sosteniendo en alto su
agenda—. ¿Podemos usarlo?
Cuando Piper abrió la boca para responder a su hermana, las paredes de la sala de
estar se estremecieron y empezaron a desvanecerse.
Phoebe se metió la agenda en el bolsillo y se levantó del sofá de un brinco. Extendió
las manos para coger a su hermana mayor, pero Piper se vio arrastrada por una
poderosa fuerza invisible a un vórtice.
—¡Leo! —La voz de Piper reverberaba como si estuviera cayendo por un pozo muy
profundo.
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
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—Oh, oh... —A Paige casi se le salieron los ojos de las órbitas cuando también ella
se vio atrapada dentro del remolino.
—¡Paige, Piper!—exclamó Phoebe cuando se sumergió en la neblina negra.
Sintió que se le revolvía el estómago y que caía por un túnel aparentemente infinito
de sombras cambiantes que, de vez en cuando, se veían iluminadas y quebradas por
zarcillos de luz eléctrica. Cerró los ojos e intentó no asustarse. Evocó un viejo
recuerdo que aún permanecía intacto en su memoria y que consiguió tranquilizarla
momentáneamente.
Era una Embrujada, una de las tres brujas más poderosas que habitaba en el mundo.
Se había enfrentado con entidades más terroríficas que aquellas que la arrastraban
ahora.
Se olvidó de eso en cuanto el vórtice la escupió en un extenso paraje sembrado de
elevadas colinas y tétricos árboles resecos. La escasa luz de la luna llena teñía el
macabro paisaje con un espectral matiz verdoso. El cielo, que parecía herido por ser
de un color violeta antinatural, se estremecía cada poco tiempo por el resplandor de
unos relámpagos rojizos.
Phoebe se puso de pie y se sacudió los vaqueros, preguntándose si aquel lugar era el
infierno.
Paige aterrizó a gatas. Las piedrecitas se le clavaron y le cortaron las palmas de las
manos. Estaba muy mareada y desorientada por la turbulenta travesía. Gateó hasta
una roca y se apoyó contra ella para recuperarse. Le llevó unos instantes
acostumbrarse a la penumbra que envolvía aquel terreno desolado.
Vio a Phoebe ponerse de pie a pocos metros hacia la izquierda. Justo detrás de ella,
Piper intentó hacer lo mismo y se sujetó con fuerza un brazo que debió lastimarse en
la caída.
El nombre que le han dado a este antiguo campo de batalla no podría ser más
apropiado, pensó Paige echando un vistazo alrededor. Aquel lugar yermo parecía
haber sufrido una erosión constante a lo largo de los milenios. El escenario inhóspito
y anodino parecía un reflejo de su propio estado de ánimo.
Pese a que había intentado conservar su valentía, Paige se sentía inútil y vulnerable
porque no contaba con todos sus poderes. Teniendo en cuenta la habilidad de
Shen'arch para someter los elementos, el tiempo y el espacio a su voluntad mágica,
los guerreros de las tinieblas Dor'chacht serían unos rivales formidables para las
Embrujadas incluso teniendo todos los poderes intactos.
—Cosa que no ocurre —murmuró para sí. Se apoyó contra la roca y cerró los ojos.
Estaba terriblemente agotada. De hecho, la fatiga, combinada con la exasperación, le
hacía pensar que rendirse era lo más coherente.
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116
—Y puede que lo hiciera, si no fuera una súper bruja con el deber de defender el
honor y la reputación de mi familia— se recordó, abriendo los ojos de pronto. Se
obligó a ignorar la debilidad que le entumecía los músculos y se puso en pie para
reunirse con sus hermanas. Las tres juntas se enfrentarían a los horrores que el trío
diabólico les tuviera preparado.
No obstante, pensó al ver salir a los campeones Dor'chacht del negro portal de éter,
no esperaba ese tipo de espanto.
—¿Quién demonios es ese?—Piper se acercó a Phoebe.
—¿El anciano o el espeluznante trío?—le preguntó la mediana.
—¡Stanley! —exclamó Paige con la mirada fija en el aturdido hombrecillo y en su
escolta Dor'chacht.
El anciano no llevaba zapatos, iba en calcetines, y la camisa le sobresalía por encima
de los pantalones arrugados. Parecía que los guerreros lo hubieran secuestrado de la
litera donde dormía en el albergue. El hombre reculó para apartarse de sus
secuestradores con una mirada de auténtico terror.
El único parecido que los tres guerreros tenían con Kevin, Karen y Kate era aquella
mata de cabello rubio y los ojos azules. Habían recuperado sus antiguas apariencias
durante la transición desde el San Francisco del siglo veintiuno a aquel campo de
batalla eterno. Los pantalones y camisetas de marca y las botas limpias habían sido
sustituidos por las pieles de animales, las burdas túnicas, las armaduras de metal y el
cuero que hedía a sudor y a sangre.
Paige entendió al instante el significado de la presencia de Stanley.
—Han traído a un inocente para distraernos porque saben que tenemos que protegerlo
incluso aunque arriesguemos nuestras propias vidas.
—¿Es que no bastaba con robarnos los poderes?— preguntó Piper con sarcasmo—.
¿No os parece interesante?
Paige estaba de acuerdo con su hermana. ¿Habían sido sus antecesoras Sol'agath tan
poderosas que, incluso arrebatándoles la mayor parte de sus poderes, todavía les
tenían miedo? Esa cuestión era, sin duda, importante, pero salvar a Stanley lo era
más.
—Kevin sabe cuánto me importa.—Paige volvió a centrarse en el anciano y en sus
bárbaros captores, mientras intentaba sofocar la sensación de culpa. Cualquier cosa
que minara la seguridad en sí misma y su fuerza interior supondría una amenaza
letal—. Se lo conté todo la primera noche que trabajamos juntos en el albergue.
—Este ser patético no es más que una de tus múltiples debilidades, Paige—se mofó
Kevin y zarandeó al hombre como si fuera una marioneta.
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
117
El anciano se tropezó y cayó al suelo. Se cubrió la cabeza con los brazos porque
temía al monstruoso hechicero en el que se había convertido Kevin.
—¿Se supone que maltratar a un pobre hombre debería impresionarnos? —Phoebe
puso los brazos en jarras—. Pues lamento decepcionarte, pero no es así.
Teniendo en cuenta que la mediana no recordaba lo que estaba ocurriendo, ni
tampoco por qué, Paige se quedó bastante impresionada con su actitud.
—Pagarás por tu insolencia, bruja Sol'agath —le amenazó la mujer que estaba a la
derecha de Kevin.
Arrugó el labio y les mostró unos dientes podridos y rotos.
Paige se dio cuenta de que era Karen porque llevaba la flauta sujeta al cinturón con
tiras de cuero.
Tenía la mata de pelo enredado sujeto con una tira de piel de animal adornada con
piedrecitas y bolitas de madera. Varios racimos de cuentas pendían de unas cinchas
de cuero que adornaban su escudo y que se enroscaban alrededor de las botas que le
llegaban hasta la rodilla.
—Yo en tu lugar no sonreiría demasiado—le aconsejó Piper.
—¡Cómo te atreves a insultarme!—exclamó Karen, precipitándose hacia ella.
Kevin extendió el brazo y la detuvo en seco.
—Ten paciencia, Sh'tara.
—¡Ya basta de ser paciente! —Kate estaba de pie, a la izquierda de Kevin. Llevaba el
larguísimo cabello recogido en una trenza que estaba decorada con vides y pieles de
serpiente.
Kevin sostenía una espada y un báculo con un extremo de plata, que Paige supuso
que sería la versión antigua del bastón. Los levantó por encima de su cabeza.
—¡Yo, Tov'reh, comprometo mi vida, mi sangre y mi poder para vengar a todos los
Dor'chacht!
Paige se estremeció cuando se encontró con su mirada gélida. Puede que su voz
temblara y que su valor hubiera sufrido un duro revés, pero no estaba dispuesta a
darle la espalda a sus principios. Si pudiera distraer a Kevin, podría llegar hasta
Stanley y sacarlo de la línea de fuego.
—Eso es un tanto melodramático, ¿no te parece, Kevin, Tov'reh o como quiera que te
llames?
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
118
—Paige ladeó la cabeza, exagerando a propósito la insolencia que había conseguido
que Karen Sh'tara perdiera los nervios. Las personas furiosas (o en este caso los
hechiceros) solían actuar de forma precipitada y cometer muchos errores.
—¿Te atreves a burlarte de mí?— Casi enajenado por el odio que sentía, Kevin meció
la espada hacia atrás para conseguir mayor impulso.
Paige le desafió y se mantuvo en su sitio.
—¡Soy Ce'kahn y puedo gobernar las tormentas! —La impaciente y egocéntrica Kate
interrumpió el momento de Kevin. El brazalete que llevaba en el brazo brilló cuando
levantó el puño hacia el cielo. Su poderosa voz reverberó por el valle cuando bajó el
brazo para situar el dibujo de la joya sobre su frente—. ¡Guh-sheen toh dak!
—Oh, Dios—murmuró Phoebe.
De forma instintiva, Piper levantó las manos para evitar que Kate pudiera liberar sus
poderes. Los movimientos de los tres guerreros Dor'chacht y de Stanley se
ralentizaron, aunque no se congelaron.
La espada de Kevin descendió muy lentamente hacia el hombre que se arrastraba por
el fango.
Unos pocos segundos era todo lo que necesitaba Paige. Se precipitó hacia delante y
cogió a Stanley de la mano, liberándolo al instante de los efectos de la magia
ralentizadora de Piper.
—Soy Paige, Sr. Addison. Venga conmigo. Ahora.
Stanley, que estaba aterrorizado, tenía los ojos muy abiertos y asomó la cara por
debajo del brazo. Sonrió en cuanto la reconoció.
—Hola Paige, estoy teniendo una pesadilla horrible.
—Sí, ya lo sé. —Paige le sonrió para tranquilizarlo. Luego le obligó a ponerse de pie,
mientras vigilaba a Kate por el rabillo del ojo—. Limítese a hacer lo que le digo y
todo irá bien.
—Vale. — Stanley se cogió con fuerza a la mano de la bruja y no quiso mirar atrás
mientras corría arrastrando los pies.
Cuando se liberaron del efecto ralentizador, Kevin sacudió la espada y gritó por la
humillación que había sufrido al ver sus planes frustrados por el poder parcial de
Piper. Pero Paige sabía que muy pronto su ira se vería fortalecida con su magia.
Todos los integrantes del clan Sol'agath o aquellos que tuvieran relación con él,
pagarían por privarle de un destino que creía suyo.
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
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Miró por encima de su hombro cuando dejó a Stanley detrás de la misma roca en la
que antes se había apoyado para recuperar sus energías.
El brazalete de Kate brilló con un fulgor rojizo y liberó un relámpago de poder que se
desplegó como una telaraña de pura magia y energía. La fiera malla envolvió a
Ce'kahn, se iluminó y luego desapareció cuando la hechicera absorbió su poder.
—Quédese aquí hasta que yo regrese, Sr. Addison—le pidió Paige—. No importa lo
que ocurra, no salga de aquí, ¿vale?
Stanley asintió, pero frunció el entrecejo.
—¿Y qué pasa si me despierto?
—Entonces estará sano y salvo. —Paige le dedicó una sonrisa de cariño, antes de
girarse para marcharse.
Los truenos tronaban y ella podía percibir cómo el corazón le latía frenético contra
las costillas. El poder elemental de la hechicera Ce'kahn era muy similar al que ella
solía poseer cuando era maligna. Si Leo tenía razón, recuperaría esas habilidades,
aunque tardaría algún tiempo.
Lo que ahora mismo no me sirve de mucho, pensó. Un terremoto bien emplazado
resolvería rápidamente sus problemas. En lugar de eso, tendría que recurrir a su
cuarto de poder para orbitar y a su astucia para derrotar al enemigo.
—¡Guh-sheen toh dak! —Karen pronunció la misma frase que Kate había exclamado
para recuperar los poderes guardados en el interior de su reliquia. Tiró su escudo y se
llevó la flauta a los labios, pero no la hizo sonar. Inhaló las ráfagas de chispeante
magia carmesí y rescató el poder al que había renunciado hacía tres mil años.
Paige se dio cuenta de que, estando presente en aquel valle embrujado con un trío de
salvajes que practicaban la magia negra, no podía pensar en ellos como los tres
individuos que había conocido en el siglo veintiuno, sino que ahora eran solo
Tov'reh, Ce'kahn y Sh'tara.
Ce'kahn describió un movimiento en zigzag con el dedo, desatando un vendaval
espástico con el que pretendía atormentar a las Embrujadas.
—¿Y ahora qué? —Piper utilizó las dos manos para retirarse el cabello de la cara.
Tenía un moretón en el brazo que se había lastimado al caer desde el túnel del
tiempo.
Phoebe se encogió de hombros.
—No tengo ni idea.
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—Tenemos que hacer algo rápido —continuó la mayor—porque se nos acaba el
tiempo.
—Estamos pasando algo por alto —gritó Paige, cuando Tov'reh levantó el báculo —
.Lo tengo en la punta de la lengua, pero no consigo darle forma.
—¿Tienes alguna pista? —insistió Phoebe.
—Dímelo, Paige. —Los ojos de Sh'tara resplandecieron salvajes cuando la miró
directamente, quebrando todas sus barreras y adentrándose en sus pensamientos.
—¡Sal de ahí! ¡Fuera! —chilló la menor de las Halliwell y se golpeó la cabeza con
frenesí para intentar repeler aquella intrusión. Se sentía como si le estuvieran
clavando miles de alfileres al rojo en el cerebro. La sensación desapareció de pronto.
—¡Mírame, Phoebe! —le ordenó Sh'tara.
Paige, que estaba mareada y boquiabierta, levantó la mirada cuando Phoebe miró de
forma desafiante a la hechicera.
—¿Qué? —Phoebe se llevó de pronto las manos a las sienes y cayó de rodillas
cuando Sh'tara invadió sus pensamientos.
Paige se dio cuenta de que la hechicera accedía a sus mentes mediante el contacto
visual. Piper retó a Sh'tara antes de que pudiera comunicarle el descubrimiento a sus
hermanas.
—¡Déjala en paz! —La mayor de las Halliwell se precipitó hacia delante para
empujar a la guerrera.
Reculó en cuanto la hechicera se dio la vuelta y se encontró con su mirada.
Tov'reh se detuvo un instante para ver cómo Piper se revolvía bajo el asalto de
Sh'tara. Su vacilación les otorgó a las brujas un poco de ventaja antes de que también
él reclamara su antiguo poder. No era mucho, pero Paige aprovechó la ocasión para
evaluar la peligrosa situación.
No le cabía duda de que el poder que tenía Tov'reh de transformar el estado físico de
las cosas debía ser tan temible como las tormentas de Ce'kahn o la habilidad de
Sh'tara para doblegar las mentes a su voluntad. Presentía que existía una manera de
vencerlos, pero la esquiva solución merodeaba por sus pensamientos como un
cachorro juguetón que no quisiera dejarse coger.
—No tienen poder. —Sh'tara pronunció las palabras con venenoso desdén—. Las
brujas no han encontrado en el Libro de las sombras más que un pasaje que les sirvió
para identificarnos. Pero no hay hechizo, embrujo o poción capaz de destruirnos.
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—¿También contaba con eso Shen'arch? —Los ojos enrojecidos de Piper brillaron
por la ira a través de una cortina de lágrimas.
Si hubiéramos averiguado algo útil, se percató Paige, ¡ahora Sh'tara también lo
sabría!
Recordó de pronto algo que Phoebe les había dicho:
—Lo que no sabemos no nos hará daño.
Como Sh'tara no podía enterarse de lo que todavía no sabían, la ignorancia les había
protegido contra ella.
Aquella teoría le pareció bastante importante, pero no podría compartirla con Piper
sin levantar las sospechas de los Dor'chacht.
—¿Quiénes son esos? —inquirió Phoebe, perpleja.
—Somos tu peor pesadilla —le respondió Ce'kahn.
—No lo creo —añadió Phoebe con sarcasmo—. Aunque, bien pensado, tampoco me
agradan mucho las víboras.
—Pues a mí me encantan las serpientes. —Kevin encajó el insultó y decidió que era
el momento de actuar. Tiró su espada, cogió la vara con las dos manos y situó el
extremo de plata sobre su frente.
Paige se sintió terriblemente fatigada, cerró los ojos y deseó que la inspiración le
llegara en ese instante.
—¡Guh-sheen toh dak! —El encantamiento que concluía la transformación de Kevin
en Tov'reh reverberó en los acantilados que formaban las paredes del valle.
La menor de las brujas se obligó a abrir los ojos, al mismo tiempo que unas vértebras
mágicas de color carmesí manaban del dibujo tallado en el extremo de plata de la
vara del hechicero. Entonces, sin darse cuenta, algo que Piper había dicho poco antes
regresó a su memoria:
—... pero lo que ha entrado en una reliquia Dor'chacht tiene que tener también una
forma de salir.
Si los Dor'chacht pueden liberar sus poderes, pensó, también debe existir alguna
manera de que podamos recuperar los nuestros.
Ce'kahn levantó los brazos como si quisiera abrazar el cielo.
—¡Gloriosas fuerzas del aire y de la noche, este enemigo habrá de sucumbir a tres
mil años esta hora!
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El trueno rugió en la distancia y las huellas de los relámpagos trazaron sendas
desiguales en el cielo purpúreo.
A pesar de que la inspiración continuaba eludiéndola, se dio cuenta de otra cosa más:
sus hermanas y ella siempre tenían las herramientas (pociones, hechizos, etc.) con las
que derrotar a sus enemigos. No tenía sentido que, en este importante conflicto entre
dos clanes mágicos y en el que se jugaban el bienestar de todos los seres humanos, se
vieran privadas de los métodos necesarios para vencer.
—Tus tormentas dejaron atónitas y confusas a las grandes brujas Sol'agath, Ce'kahn,
pero malgastarás tu magia si la empleas contra estas criaturas imbéciles.—Sh'tara
contempló con ojos asesinos a Paige.
¡No la mires! La bruja se concentró en el pico de una montaña que veía en el
horizonte.
—¿A quién llamas imbécil?— inquirió Phoebe.
—Tú lo serás cuando termine contigo—siseó Sh'tara—. Quedarás completa y
absolutamente descerebrada.
—A mí me parece una gran idea—le dijo Piper— . Si nos dejas idiotizadas no
sentiremos ningún miedo. Así que, adelante Sh'tara, haznos el inmenso favor de
arrebatarnos nuestra voluntad e inteligencia.
Este sería un buen momento.
A Paige le llevó un momento darse cuenta de que su hermana estaba tirándose un
farol con la intención de que la hechicera dejara en paz sus mentes. Se acordó de un
antiguo cuento popular en el que un astuto conejo le pedía a un zorro que no le
arrojara entre unas zarzas. El depredador, que sentía muchos deseos de causarle dolor
a su presa, lo tiró dentro del zarzal desde donde el conejo escapó sin mayores
problemas.
—Creo que no lo haré—decidió Sh'tara, cayendo en la trampa y demostrando que la
astucia era mejor que la magia por muy fuerte que esta fuera—. Prefiero atormentaros
tanto como me sea posible.
—Yo también.— Tov'reh respiró profundamente cuando los últimos destellos de
magia penetraron por sus poros— . Y creo que empezaré por las serpientes.
—Con unas víboras grandes y hambrientas.— Cé'kahn señaló a un árbol enorme. De
una br cha que se abrió entre las negras nubes del cielo, salió disparado como una
flecha un rayo que impactó contra las raíces del árbol y lo tiró convirtiéndolo en una
cascada de astillas ígneas.
Ahora que estaba momentáneamente a salvo de las intrusiones mentales de Sh'tara,
Paige intentó reunir la información de la que disponía. Quizá en ese instante su
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
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subconsciente comprendiera que el peligro había pasado, así que empezó a evocar
otras cosas que había dicho, leído, oído y callado.
—La única referencia que he encontrado sobre las disputas entre clanes antiguos
menciona algo sobre una inversión, pero eso es todo.
Paige se balanceó al sentirse sobrecogida por la fatiga. Piper la cogió por el brazo
para evitar que cayera al suelo de rodillas.
—Creo que estamos en un aprieto—les dijo Phoebe.
—¡Especialmente si tienes fobia a las serpientes!— chilló la mayor.
—... los Virtuosos deberán defender la Luz de los tiempos remotos o perecer...
Paige se obligó a mantener los ojos abiertos. Como estaba amenazada por las
tormentas que cobraban mayor fuerza sobre sus cabezas y las continuas invasiones
mentales de Sh'tara, le costaba concentrarse en las pistas que finalmente había aislado
en su cabeza.
—Todo lo que entra tiene que salir, invertirlo, defender la luz de los tiempos
remotos...
Sabía que todo aquello tenía que tener algún significado.
—¡Serpiente!—Tov'reh se centró en el árbol caído. Las ramas estériles que yacían
junto al tronco se arrugaron cuando este se transformó en una inmensa víbora de
color cian. El reptil se deslizó en dirección a Stanley, que había adoptado una
posición fetal en su escondite.
—Creo que le apetece un aperitivo.— Ce'kahn describió un gesto con un brazo y un
viento huracanado catapultó la roca hasta un barranco cercano.
El anciano se enroscó aún más, sintiéndose incapaz de defenderse de aquel ataque.
—Eso no va a pasar.— Paige extendió la mano frente a sí cuando el reptil abrió la
boca, en la que divisaron grandes colmillos, para comerse a Stanley— . ¡Serpiente!
—¡Paige, no!—le advirtió Piper, que movió rápidamente las manos para ralentizar el
movimiento de la criatura.
La menor de las brujas se irguió cuando la serpiente avanzó con más lentitud. Puesto
que su poder para orbitar llevaba un retraso de varios segundos, el efecto ralentizador
de Piper evitó que Stanley muriera de una forma horrible. Cuando por fin el
gigantesco reptil se disolvió en un millar de partículas brillantes, Paige no supo si se
desintegraría en el proceso o se materializaría para tragársela entera. De lo único que
estaba segura era de qué debía proteger al anciano.
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En el mismo instante en el que los relucientes colmillos de la serpiente empezaron a
materializarse delante de ella, se dio cuenta de que el vagabundo era "la luz de los
tiempos remotos" al que hacía referencia el pasaje que había leído en el Libro de las
sombras y que las Embrujadas debían defender.
El alma dulce y confiada de Stanley Addison era la luz de su pasado y representaba a
todos aquellos inocentes a los que las herederas del clan Sol'agath habían protegido
durante los últimos tres mil años.
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125
hoebe observó mientras Paige transformaba la serpiente en un gran
destello. Odiaba a los reptiles, pero aquel monstruo era mucho peor
que cualquier cosa que se hubiera imaginado en los sueños que tuvo
durante la infancia. De hecho, durante un momento, ¡hubiera jurado que estaba
soñando!
Piper extendió las manos y se preparó para congelar a la serpiente cuando se
materializara.
—¡Atrévete a comerte a mi hermana, víbora!
—¿A qué hermana? —Phoebe se estremeció y retrocedió un paso recoger una de las
ramas que se habían caído del árbol antes de que se convirtieran en una serpiente
voraz. Le estaba constando bastante entender lo que sucedía, pero de una cosa estaba
segura: si aquella bestia de enormes colmillos pretendía engullirla, no se dejaría
comer sin luchar.
—¡Esa hermana! —Piper señaló a Paige, luego hizo un gesto de desdén con la
mano—. Es igual.
Aliviada pero confusa, Phoebe sostuvo la rama por el centro como si fuera una vara.
Parecía cortada justo a la medida. Respiró profundamente y apretó los dientes. Paige
había atraído a la serpiente a propósito para alejarla de aquel anciano que se escondía
detrás de una roca. Lo menos que podía hacer era ayudarles a repeler el ataque.
—¡Eres una idiota, bruja! —El hombre que se llamaba Kevin o Tov´reh, Phoebe no
estaba segura de cuál, se echó a reír cuando la víbora empezó a materializarse delante
de Paige.
Phoebe se mantuvo en su posición cuando piper sacudió las manos para ralentizar a la
serpiente centelleante y a esas tres personas que estaban vestidas como los extras de
una película de Conan el bárbaro.
—¿Por qué has hecho eso? —Paige parecía indignada—. ¡La serpiente se
desintegrará antes que termine de orbitar!
PP
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126
Antes de que Piper pudiera responder, la víbora y los bárbaros recuperaron su
velocidad normal.
—¡Ahora Sí que me estás enojando, Piper! —La salvaje mujer a la que llamaban
Sh´tara le enseñó los dientes.
—¿Y te crees que me importa? —La mayor de los Halliwell volvió a sacudir las
manos y a ralentizar el movimiento de los tres extraños tipejos y de la serpiente que
aún no se había materializado.
—Creo que ya sé cómo podemos recuperar nuestros poderes —le informó Paige con
rapidez, procurando meter toda la información posible en una sola frase—. No mires
a Sh´tara a los ojos. Es así como se mete en nuestras mentes.
—¿Estás segura? —le preguntó Piper.
—Así es. Todas nosotras la miramos a los ojos la última vez. —La menor se encogió
cuando la serpiente recuperó la velocidad de movimiento.
De pronto dejó de ser un millón de partículas brillantes para transformarse en un
montón de astillas. Antes de estallar había recuperado su forma original.
—¡No! —gritó Tov´reh.
—Pues sí que funciona bien —afirmó Piper.
—Sí… —añadió Phoebe, presionada.
—Volver al principio… como unos que yo me sé. —Paige le echó un vistazo al
furioso trío enfundado en pieles de animales y sonrió con fingido pesar hacia
Tov´reh—. Cuánto lo siento.
No, no lo siente en absoluto, pensó Phoebe al ver cómo el hombre musculoso
enrojecía de ira.
Tov´reh empuñó una vara como si fuera una lanza, con el extremo que tocaba el
suelo apuntado hacia Paige.
—¡No serás tan presumida cuando te quite todos los poderes!
—¡Piper! —chilló la menor de las brujas cuando el hechicero cargó contra ella. El
báculo se ralentizó a escasos milímetros de su garganta.
—Vale, ¿y ahora qué? —preguntó la mayor, con las manos todavía tensas—. No nos
queda mucho tiempo.
—Tampoco necesito demasiado.
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Paige se hizo a un lado, le arrancó a Tov´reh la vara de las manos y la cambio de
posición, de tal manera que el extremo que tocaba el suelo estuviera en el lado
opuesto. El hechicero recuperó la velocidad antes de que Paige hubiera regresado a su
posición, pero Piper los volvió a ralentizar rápidamente.
—¿Puedo atizarle? —Phoebe se estaba cansando de no poder hacer nada.
—Después de que haya recuperado mis poderes. —Paige se puso delante de la vara y
dobló las rodillas para que su frente quedara a la altura del extremo de plata—.
Siempre que esto funcione, claro.
Cuando los Dor´chacht volvieron a recuperar su capacidad de movimiento, la mujer a
la que llamaban Ce´kahn echó la cabeza hacia atrás y grito:
—¡Fuego y…
Phoebe se giró y golpeó a la mujer en el pecho con la punta de la rama,
interrumpiéndola con brusquedad.
—¿Si funciona el qué? —Piper volvió a ralentizar al trío para que su hermana pudiera
responder a la pregunta.
Ce´kahn se dobló muy lentamente a causa del dolor y la sorpresa.
Phoebe se rió.
—No ha estado mal.
Paige y Piper estaban demasiado preocupadas para comentar la jugada.
—El pasaje que encontré acerca de los antiguos clanes y la ―inversión‖ no se refería a
cambiar el primer desenlace de esta batalla. —Paige agarró el extremo de plata de la
vara—. Creo que era solo una forma sutil de decirnos que podíamos invertir el
hechizo que nos drenó los poderes.
A los segundos, Tov´reh recuperó de nuevo la velocidad normal, chilló rabioso por
los continuos ataque de Piper pero no se dio cuenta de que los cambios que habían
hecho las brujas.
Paige sostuvo la vara y se la puso en la frente.
—¡Guh-sheen toh dak!
Cuando el hechicero se percató de lo que ocurría, trató de arrebatarle el bastón a la
bruja. Ella no se lo permitió, pero las bruscas maniobras del guerrero, combinadas
con un impertido cósmico que exigía un equilibrio de las fuerzas en todas las
situaciones, provocaron que uno de los extremos de la vara se le clavara en el cuello.
Fue incapaz de zafarse cuando las finísimas vértebras de magia carmesí manaron de
sus poros y fueron engullidas por el bastón.
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
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También salieron destellos de magia de la punta de plata, que envolvieron a Paige en
un tenue fulgon azulado.
—¿Qué está ocurriendo, Piper? —Phoebe golpeo a Ce´kahn en la cabeza cuando esta
empezó a enderezarse. La hechicera se tambaleó hacia atrás y se tropezó con Sh´tara,
consiguiendo que esta última perdiera el equilibro y cayera al suelo.
—¡No tengo tiempo de explicártelo! —La mayor estaba frenética—. ¡Cógele el
brazalete a Kate!
—¿A quién? —Phoebe no podía apartar la mirada de Paige.
El largo cabello de la menor de las Halliwell ondulaba sobre su cabeza como si cada
pelo estuviera cargado de electricidad estática. Su cuerpo tembló cuando los destellos
de magia azulada se fundieron en su piel traslúcida.
—¡Me encantan los fuegos artificiales! —El anciano, que estaba sentado a poca
distancia con las piernas cruzadas, aplaudió y se rió.
—Ce´kahn! —exclamó Piper, ondeando la mano—. ¡La que está detrás de ti!
Phoebe se giró en el mismo instante en que la hechicera la cogió por las piernas y la
tiró al suelo. Sintió cómo el oxígeno escapaba de sus pulmones al golpearse el pecho
contra la tierra. La rama, que había quedado atrapada entre su cuerpo y el suelo,
quedó reducida a astilas. Se quedó mareada y sin aliento, y no pudo zafarse cuando
Ce´kahn montó a horcajadas sobre ella.
—¡El brazalete! —Piper ralentizo a las dos hechiceras.
La mediana, que todavía estaba un poco desorientada, sacudió la cabeza para
recobrarse. No podía respirar porque una mujer que se movía a cámara lenta estaba
sentada justo encima de ella, suponía que su propósito era evitar que se levantara. Por
el rabillo del ojo pudo ver cómo Paige le arrebataba una vara de madera a un tipo
rubio con ojos azules que estaba vestido como Atila el huno.
Piper corría hacia ella, agitando los brazos. Justo en el instante en que abrió la boca
para gritarles algo, otra chiflada con aquellas absurdas prendas la cogió por detrás y
le tapó la boca con la mano.
Un tipo viejo, sin zapatos y con una sonrisa traviesa en los labios, observaba el drama
con una tranquilidad inquietante. Sin duda debía ser el inocente al que las
Embrujadas tenían que defender en esa nueva catástrofe.
Phoebe no tenía ni idea de por qué estaba tumbada, peleándose con unas mujeres
vestidas con pieles de animales, bajo un cielo de color púrpura. Y, hasta que alguien
se lo explicara, no le quedaría otro remedio que luchar.
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—¡Sal de mi vista, Thov´reh! —Con un majestuoso movimiento del brazo, plantó el
extremo de plata de la vara en el suelo y se llevó la mano libre a la cadera, adoptando
una postura triunfal—. ¿Quién es el idiota ahora?
Phoebe tuvo que volver a centrarse rápidamente en su situación porque aquella
bárbara chiflada recuperó su capacidad de movimiento.
—¡No te escaparás, Phoebe! —La mujer la empezó a estrangular con una mano,
mientras levantaba la otra hacia el cielo—. ¡Soy Ce´kahn! ¡Enviadme el fuego!
—¡El brazalete Phoebe! —le gritó Piper cuando consiguió deshacerse de la otra
mujer, pero su voz quedó amortiguada por el sonido del viento—. ¡Coge el brazalete!
—¿El brazalete? —preguntó la mediana, pero entonces se dio cuenta de que la
respuesta no importaría si quedaba incinerada por esa gran bola de fuego que
descendía como un rayo desde el cielo.
Piper sabía que Phoebe no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo ni por qué. No
obstante, gracias a la astucia de Paige, creía saber cómo recuperar los poderes y la
memoria de su hermana.
—Siempre que no la asen como a una patata, claro —murmuró, al ver la bola de
fuego que había conjurado Ce´kahn. Sacudió las manos hacia ella, pero no ocurrió
nada. Al parecer, había utilizado su escaso poder tantas veces en los últimos minutos
que ya no tenía fuelle.
—¡Fuego! —ordenó Paige y orbitó la bola hacia Sh´tara.
—¡Lluvia! —exclamó Ce´kahn completamente emparada cuando le cayó encima un
fuerte aguacero.
Como ya no podía contar con su poder para ralentizar el movimiento, Piper tuvo que
recurrir a otras tácticas mundanas más antiguas.
—¡Cógela del brazo! —le ordenó a Phoebe.
Su hermana no vaciló. Después de trabajar durante varios meses con Cole en el
sótano de la mansión, había adquirido una musculatura inmejorable y unos reflejos
muy rápidos. Cogió a Ce´kahn por las muñecas, la rodeó con las piernas por el tronco
y rodó. Sostuvo con fuerza los brazos de la hechicera contra el suelo y apoyó una de
las rodillas contra su pecho.
Piper estaba asombrada de lo realmente útiles que estaban siendo sus habilidades
humanas contra la poderosa magia de los Dor´chacht. La técnica que Phoebe estaba
utilizando para paralizar a su rival era casi tan eficaz como su poder cuando estaba
intacto.
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Al llegar junto a Phoebe, se arrodilló y le cogió a Ce´kahn el brazo donde estaba el
brazalete.
—¿Crees que podrías inclinar la cabeza sin soltarla?
—No hay problema. —Phoebe soltó el brazo del brazalete y, con la mano libre, la
cogió del cuello, mientras que con la otra siguió sujetándole la muñeca.
Sh´tara le clavó las uñas en los hombros a Piper cuando se disponía a coger el brazo
de Ce´kahn entre sus manos. A pesar de que la guerrera intentó arrojarla a un lado, la
bruja agarró a su presa con más fuerza y cerró los ojos.
—¡No la mires a los ojos, Phoebe!
—¡Sh´tara! —gritó Paige.
La hechicera se dispersó en un chorro de partículas cuando la bruja la hizo orbitar y
chocar contra una roca.
—Inclina la cabeza, Phoebe. —Piper le puso el brazalete sobre la frente. Ce´kahn se
revolvió frenética para evitar que la joya entrara en contacto con su piel—. Di las
palabras: ¡Guh-sheen toh dak!
—¡Guh-sheen toh dak! —Phoebe respire profundamente cuando una cascada de
chispas azules se liberó del dibujo rojizo del brazalete y la envolvió en una neblina de
luz turquesa.
Ce´kahn gritó cuando los hilos de magia carmesí manaron de su boca, nariz y ojos y
quedaron atrapados en el interior de la reliquia.
La conversión de poder terminó en menos de un minuto. El viento y el trueno
enmudecieron, los relámpagos cesaron y quedó solo una luna que alumbraba desde el
cielo gris despejado.
Ce´kahn, sin embargo, no estaba dispuesta a rendirse. Cuando Phoebe se levantó, la
hechicera Dor´chacht se quedó agazapada. Enloquecida por el odio y la furia, saltó
hacia la bruja con la intención de arrancarle los ojos con sus propias manos. El
brazalete se le deslizó por su brazo y terminó cayendo al barro. Phoebe, que la vio
cagar hacia ella, levito y la esquivó. La hechicera se cayó de bruces y no quiso
levantarse. Ya no le quedaba ni poder ni ánimo para seguir luchando.
Tov´reh salió tambaleándose del zarzal; tenía el rostro y los ojos arañados y una
mirada sombría de derrota en los ojos.
Piper ya no temía el desenlace de aquella revancha porque Tov´reh y Ce´kahn ya no
tenían poderes y sus hermanas, por su parte, había recuperado los suyos. No obstante,
no estaba tan seguro de que fuera a poder rescatar su magia tan fácilmente.
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Esquivó la mirada de la maltrecha hechicera cuando esta se pudo se pie con dificultar.
Tenía la sospecha de que Sh´tara podría hacerla enloquecer si le permitía entrar en su
mente, pero no estaba por la labor de comprobar su teoría.
—Puede que ganes esta batalla, bruja Sol´agath, pero el precio de la victoria será muy
alto. —Sh´tara sonrió con crueldad al sacarse la flauta del cinturón.
Piper tuvo un presentimiento horrible que le hizo estremecerse y sentirse enferma.
Los poderes de la hechicera seguían intactos y lo más probable es que la música del
instrumento no hubiera perdido la capacidad de causar estragos en su estado de
ánimo.
Paige cerró filas en torno a su hermana.
—¡Flauta!
—No estoy segura de poder recuperar mi magia con solo tocar la flauta —le advirtió
cuando el instrumento empezó a materializarse en su mano— y tampoco si esto
servirá para drenar los suyos.
—¿Por qué no? —Paige frunció el ceño y, casi sin darse cuenta, orbitó a la hechicera
más lejos para que la música de la flauta no pudiera influenciar a su hermana y ellas
pudieran hablar sin que las oyera.
La facilidad con la que la bruja apartaba a la guerrera inflamó el orgullo herido de
Tov´reh. A pesar de sentirse mareado, de estar herido y de estar sangrando, cargó
contra ellas chillando furibundo.
Paige volvió a orbitarle al zarzal. Piper podría haberse dado cuenta de lo irónico y
divertido de la situación de no haber estado tan preocupada por sus poderes.
—Las tres podemos reducir a Sh´tara como hicisteis Phoebe y tú a Ce´kahn —le
sugirió la menor con una sonrisa—. Solo tenemos que evitar mirar sus bonitos ojos
azules.
Piper hubiera deseado que fuera así de sencillo. Vio que la mediana se acercaba a
ellas con la agenda en la mano y decidió esperar antes de explicarle a Paige por qué
pensaba que su plan no funcionaría.
—Y, cuando los hayas recuperado —continuó—, podrás destruir sus poderes y
reliquias. Entonces, como ellos mismos dijeron, todo habrá terminado.
—Podría funcionar… —le dijo Piper— si no fuera porque Karen tocó una melodía
para drenarle los poderes después de que entrara en contacto con su piel.
—Oh. —Paige se desanimó—. Se me había olvidado que tocaba la flauta para robarte
la magia.
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—Y no podemos obligarla a tocar para invertir el proceso. —Piper se tapó la boca
con la mano, pero no pudo evitar echarse a llorar. Aquella tristeza no era una
emoción inducida por la música melancólica de Sh´tara, sino la manifestación de un
dolor y una pérdida que no podría superar.
En más de una ocasión, Piper había renegado de la magia y de las cargas que
conllevaban a ser una Embrujada, pero nunca se le había pasado por la imaginación
tener que renunciar a ellas, aunque eso implicara poder vivir una vida normal. Perder
ahora su magia, justo después de frustrar los oscuros planes de venganza de los
Dor´chacht y salvar a toda la humanidad de un destino trágico, le pareció una cruel
broma cósmica.
—No podemos obligar a Sh´tara a que toque —reconoció Phoebe —pero quizá
consigamos que la flauta lo haga por sí sola.
Piper miró a su hermana mediana con cierto escepticismo. No se atrevá a tener
esperanzas.
—¿Has recuperado tu memoria, Phebe?
—¿Te refieres a si me acuerdo de toda la trama de la revancha y de nuestro viaje al
Valle de las Edades?
—Afirmó con la cabeza—. Al parecer recuperé todos los recuerdos junto con mis
poderes.
—¡EH! —exclamó Paige—. ¡Ya no estoy cansada!
—¡Yo tampoco! —Stanley abrió los ojos de pronto—. ¿Estoy despierto?
—¡Oh, no! —se lamentó Piper—. Ya es bastante malo tener que aceptar que seré una
bruja sin magia, pero no quiero seguir siendo una llorona el resto de mi vida.
—No creo que nosotras podamos soportarlo tampoco —bromeó Paige.
—Y no tendremos que hacerlo. —Phoebe sacudió la agenda—. ¿Alguien se apunta a
un hechizo del Poder de Tres?
Paige miró a Piper de soslayo; no quería ser la portavoz de las malas noticias.
—Claro, pero… el Libro de las sombras decía que no había ningún hechizo que
pudiera destruir a los Dor´chacht.
—¿Quién ha hablado de destruir? —Phoebe sonrió—. No sé cuándo fue, pero en
algún momento tuve la gran idea de escribir un hechizo para lograr que una flauta
tocara sola. Al parecer, escribí una nota de recuerdo en mi portátil para que no se me
olvidara en qué estaba trabajando.
—¡Qué suerte! —La sonrisa iluminó el rostro de Paige.
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—Suerte que no me acordé —añadió Phoebe —o Sh´tara lo hubiera descubierto con
su siniestro poder para cotillar en las mentes ajenas.
—Fue anoche en el ático —les dijo Piper, al acordarse de que Phoebe había
mencionado algo sobre un hechizo justo antes de que fueran arrastradas a ese lugar—
, nos dijiste que tenías una idea y yo fui una idiota al no preguntarte de qué se trataba.
Paige hizo una mueca.
—Creí que había olvidado que no podíamos hacer un hechizo para destruirlos y no
quise decepcionarla.
Sh´tara avanzó hacia ellas pon el escarpado terreno.
—¿Cuál es el plan? —preguntó la menor.
—Placar, tocar y recitar —les dictó Piper de una sola vez—. Y, puesto que la mitad
de mi poder todavía está dentro de la flauta, espero que el Poder de Dos y medio
baste para hacer el trabajo.
—¿Preparadas? —Paige cogió la flauta con fuerza.
Phoebe sostuvo la agenda con los dientes.
—Cuando quieras. —Piper se puso tensa cuando Paige extendió la mano y llamó a
Sh´tara por su nombre. La sorprendida hechicera orbitó de pronto la distancia que la
separaba de ellas. Las tres hermanas la placaron y sujetaron contra el suelo antes de
que hubiera terminado de materializarse.
—¡Inclínate, Piper! —La menor de las brujas situó uno de los extremos de la flauta
contra la frente de la hechicera y la boquilla sobre los labios de su hermana—. Di las
palabras.
—¡Guh-sheen toh dark! —pronunció la frase Dor´chacht en alto y con claridad.
Sh´tara pareció marchitarse cuando las volutas chisporroteantes de magia carmesí
manaron a borbotones de su boca y quedaron enterradas en el cilindro hueco de
madera.
Phoebe, que sujetaba a la hechicera con una sola mano, abrió la agenda y la sostuvo
de tal forma que todas pudieron ver lo que estaba escrito. Empezó a recitar, imitada
poco después por sus dos hermanas.
—Riendo entonces, llorando ahora, deshaz la mística maldición; las Sol´agath
ordenan tocar a la flauta para que Piper recupere sus poderes en esta inversión.
Un fulgon azulado envolvió a la bruja al mismo tiempo que la melodía suave de la
flauta rompía con el silencio que se cernía sobre el valle. La música tenía la cadencia
extraña y quebrada de una canción tocada al revés. Piper advirtió cómo la magia
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ocupaba el hueco vacío. Se rió cuando la cancioncilla invertida reverberó en las
paredes del acantilado y se sintió tremendamente reconfortada cuando el instrumento
dejó de sonar.
—Era una bonita canción —dijo Stanley, arrastrando los pies y acercándose a ellas.
—Prepárate, Piper. —Paige vaciló, luego lanzó la flauta hacia arriba—. Uno, dos…
A las tres, la mayor sacudió las manos.
La flauta de madera se agitó cuando sus moléculas se movieron a gran velocidad.
Piper se echó a reír al ver el maldito instrumento convertido en serrín un instante
después.
—¡Sí! —Phoebe soltó a Sh´tara y se guardó la agenda para chocar las palmas con el
anciano.
La mayor de las Haliwell, que se sentía entusiasmada, divisó la vara de Tov´reh y el
brazalete de Ce´kahn. Los redujo mágicamente a cenizas, junto con los poderes de los
hechiceros.
Las figuras fantasmales de los demás guerreros y hechiceros Dor´chacht aparecieron
de pronto en el arcano campo de batalla. Los cientos de perdedores abandonaron su
estado de suspensión temporal, pasaron por el presente y fueron a parar al
inframundo.
—¿También vas por el albergue de la calle Quinta? —le preguntó Stanley a un
anciano imponente que tenía el cabello cano muy largo y que se había materializado
delante de ellos.
—¡Shen´arch! —Sh´tara se arrodilló e inclinó la cabeza ante el maestro hechicero—.
Todo está perdido.
—¿Hoh kan vri-dit? —La dura mirada del anciano se clavó en las tres brujas.
Piper le sostuvo la mirada; no tenía la intención de dejarse amilanar por el odio
descarnado que se adivinaba en los ojos del antiguo hechicero. A juzgar por su
expresión, estaba casi segura de que Shen´arch estaba asombrado, horrorizado e
iracundo por el terrible fracaso de sus guerreros de las tinieblas.
—Eran demasiado fuertes —trató de explicarle Sh´tara con una vocecilla aguda y
quejumbrosa.
—Y listas —añadió Paige.
Phoebe asintió.
—Y teníamos muchos recursos.
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Piper sonrió. Shen´arch había sido muy hábil y astuto al planear la derrota de las
Sol´agath, pero su inmenso poder y su capacidad de manipulación no habían bastado
para conseguirlo. Al final, la bondad y el Poder de Tres prevalecerían sobre el mal.
Shen´arch aflojó los hombros como si acabara de darse cuenta de que habían perdido.
Tov´reh salió del zarzal a gatas. Ce´kahn se puso de pie y se lanzó manotazos en los
brazos como si quisiera librarse de un enjambre de abejas invisibles. Al minuto
siguiente, el gran hechicero y sus tres elegidos empezaron a transformarse.
Los Dor´chacht tiraron las espadas y los escudos y gritaron cuando les fue arrancada
la magia que les quedaba y proyectaba al vacío. Uno por uno, perdieron su primitiva
grandeza y se convirtieron en un esperpento. Los cabellos largos y rubios y canos se
trocaron por unos bastos mechones de piel gris y sus cuerpos esculturales se
arrugaron hasta quedar transformados en algo lamentablemente parecido a un gnomo.
Los ojos azules desaparecieron y fueron sustituidos por dos diminutas órbitas negras
enmarcadas por un rostro ajado y repleto de verrugas marrones.
Piper tiró de Stanley y de sus hermanas hacia atrás cuando se abrió un agujero negro
entre ellos y los tristes esperpentos en los que los Dor´chacht se habían convertido.
El oscuro vórtice se expandió con un estruendo y envolvió a los minúsculos kas y a
todo su clan en las arenas en espiral. Cuando no quedaba nadie en el valle salvo las
asombradas Embrujadas y su inocente, el violento torbellino desapareció con un
sonido parecido al suspiro. La luna se escondió de pronto tras el horizonte y el sol
empezó a asomarse.
—¿Es este nuestro billete a casa? —Preguntó Paige cuando vieron aparecer una luz
dorada justo delante. Cogió a Stanley por la camisa cuando este hizo el amago de
acercarse.
—¡Estamos a punto de descubrirlo! —Phoebe se abrazó al grupo.
—¡Agarraos bien! —les aconsejó Piper a voz en grito cuando la luz cobró más
nitidez y los atrapó a su interior.
—Vale —se limitó a responder Stanley.
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l viaje de regreso a casa en la luz dorada no fue mucho mejor que el
negro tornado que las llevó al Valle de las Edades. Cuando Paige salió
del portal tambaleándose y entró en la sala de estar, tenía el estómago
tan revuelto como si hubiera montado por primera vez en una gigantesca montaña
rusa o como si hubiera bajado de golpe cincuenta pisos en un ascensor.
—¿Estamos todos? —preguntó Phoebe, contándolos.
Stanley levantó la mano.
—Ya no estoy dormido, ¿verdad?
—No, Sr. Addison, ahora está despierto —le respondió Paige, soltándole la camisa.
—Creo que necesito echarme una siesta.
Se tumbó en el sofá sin esperar a que le dieran permiso. Ya estaba roncando a pierna
suelta cuando Paige lo tapó con una manta.
Leo y Cole acudieron corriendo desde la cocina.
—¡Habéis vuelto!
—¡Y tú también! —La sonrisa de Phoebe al ver a su prometido iluminó la
habitación—, ¿Pescaste algo?
—No. —Cole la abrazó y luego se retiró un poco para poder mirarla a los ojos —. ¿Y
tú?
—Solo a Stanley. —Phoebe miró al anciano—.Los Dor'chacht lo secuestraron.
Supongo que pensaron que la distracción de tener que proteger a otra persona les
daría más ventaja.
—Pues parece que se equivocaron —Leo achuchó a Piper.
—Así es —respondió su mujer, sonriendo de oreja a oreja—. Robarnos nuestros
poderes tampoco les sirvió de mucho.
EE
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—¿Está bien Stanley? —les preguntó el Luz Blanca mirando preocupado hacia el
sofá.
—Sí. —Paige miró al anciano atentamente durante un prolongado momento y luego
levantó la mirada un poco nerviosa — .Y no tendrás que preocuparte por lo que diga
que vio. La magia y todo lo demás...
—¿Qué fue lo que vio? —Leo arrugó aún más el gesto.
—Mucho, pero no está exactamente en... sus cabales —le explicó Paige—.En fin, si
comenta algo acerca de un viaje en una espiral o árboles transformándose en
serpientes gigantes... Nadie le creerá.
—¿Árboles transformándose en serpientes? —Cole abrazó a Phoebe con más fuerza
—.Eso tuvo que ser horrible.
—Lo fue —afirmó Piper—, pero, aunque solo contábamos con parte de nuestros
poderes, pudimos arreglárnoslas.
—Eso es evidente. —Leo volvió a apretujar a su mujer—. Estáis aquí, está
amaneciendo, los Mayores no hicieron sonar la alarma y yo estoy hambriento. Estar
despierto toda la noche, preocupándome por vosotras, es agotador.
Piper le dio un golpecito en el brazo.
—Yo me tomaría un donut.
—Iré a comprarlos —les dijo Cole, sacudiendo las llaves de su coche. Phoebe lo
cogió con fuerza de la mano.
—Espera a que me cambie e iré contigo. Han pasado cinco días y no pienso perderte
de vista tan pronto.
—Así que, ¿qué les pasó finalmente a Kevin, a Karen y a Kate? —indagó Leo.
—También conocidos como Tov'reh, Sh'tara y Ce'kahn. —Piper empujó a su marido
para que se sentara en una silla y ella se acomodó en su regazo. Apoyó la cabeza en
su hombro y suspiró satisfecha.
—¿Los destruisteis? — les preguntó Cole.
—No pudimos —le explicó Phoebe—.El libro de las sombras estaba en lo cierto. No
existía ningún hechizo, encantamiento o poción que sirviera contra los Dor'chacht.
—¿Pero no volverían a salirse con la suya, no? —continuó Cole,— Muchos
demonios de nivel superior estaban muy fastidiados porque Shen'arch había burlado
al destino.
—¿Y por qué iba eso a preocupar a los demonios? —inquirió Leo.
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—En este caso en particular, se habría sentado un mal precedente — les explicó
Cole—. El Mal prospera cuando atormenta a aquellos que han luchado y fracasado en
su nombre. Los Dor'chacht no han sufrido por su derrota porque han estado
suspendidos en el tiempo esperando a esa segunda oportunidad robada. Ahí abajo
nadie quería que ganaran.
—Pues no lo han hecho. —Paige se sentó en otra silla.
Decidió no mencionar que, si Cole no hubiera estado de pesca, podría haberles
ahorrado mucho tiempo y esfuerzo. El prometido de Phoebe era una fuente de
información muy valiosa cuando se trataba de estudiar y entender el comportamiento
de los demonios.
—Los Dor'chacht están finalmente en el inframundo, adonde pertenecen —dijo la
mediana, sonriendo.
—Y también Gilbert —añadió Leo.
—¿Nos hemos librado del gremlin? —Piper se enderezó—, ¿Cómo lo conseguiste o
no debería preguntarlo?
El Luz Blanca se ruborizó un poco.
—Yo... eh... corté el agua de la casa durante una hora y... se marchó.
—¿Sin más? —Paige no podía creer que hubieran aguantado que el gremlin les
llenara el baño de barro y tener aquella montaña de desperdicios en el fregadero de la
cocina y que, sin embargo, solo con cortar el agua hubieran podido solucionar el
problema.
—Así, sin más —confesó Leo con aire inocente.
—¿Y cómo conseguiste hacer girar esa válvula oxidada tú solo? —se interesó Piper.
—Yo le ayudé —dijo Cole, con el ceño fruncido—.Después de pasarme una semana
en el bosque, me apetecía darme una buena ducha porque olía fatal y, desde luego, no
estaba por la labor de compartir el momento con un invitado inesperado.
—Yo tampoco. —Paige, que estaba bastante indignada por su experiencia, miró a
Leo.
El Luz Blanca suavizó la tensión con más buenas noticias.
—El Sr. Cowan llamó hará unos quince minutos, Paige. Doug estaba preocupado por
Stanley porque no le vio anoche cuando apagaron las luces.
—Llamaré al albergue y le diré a Doug que todo va bien. —Suspiró. Estaba física y
mentalmente agotada. Los problemas de las últimas horas, sumados al trabajo, el
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voluntariado en el albergue, que le drenaran los poderes, sentir aquella profunda
fatiga mágica y tratar de ayudar a Stanley, habían mermado su energía.
—Bueno, no fue solo por eso por lo que llamó — le dijo, sonriendo—. Quería que
supieras que Hawthorne Hill ha aceptado la solicitud de Stanley. Podrá mudarse hoy
allí.
—¿De verdad? —Paige se levantó de un brinco y le dio un fuerte abrazo a su cuñado.
Lo más probable es que el anciano estuviera demasiado exhausto por su aventura
como para despertarse, pero, de todos modos, ella se arrodilló junto al sofá para
contárselo todo.
—Adivine, Sr. Addison... Va a tener un nuevo hogar con su propia cama, una ducha y
tres comidas al día.
Osclira llevanza Stanley se giró y abrió un ojo.
—¿Estoy soñando otra vez?
—No, esto es real. —Paige dejó de sonreír cuando la expresión plácida del anciano se
trocó por otra de decepción —. ¿Ocurre algo malo?
—No, pero... —Suspiró —. Me hubiera gustado poder regresar a ese sueño para ver
la parte en la que el mundo se traga a esos feos y pequeños esperpentos otra vez.
—Sí, a mí también me gustó esa parte —corroboró.
Ver cómo el mundo se traga a los feos y pequeños esperpentos era una de las ventajas
de ser una Embrujada.
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
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Moderadora:
¢ V!an*
Grupo de Transcripción:
¢ Angeles Rangel
¢ Dara
¢ Lulu
¢ Majo2340
¢ V!an*
¢ Venus
Recopilación:
¢ V!an*
Diseño:
¢ Dara ¢ Hellcat XP
Diana G. Gallagher Oscura Venganza
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Diana G. Gallagher; vive en Florida con su
marido, Marty Burke, cuatro perros, siete gatos y
un loro con muy mal genio. Antes de dedicarse a
escribir a tiempo completo, trabajó de diversas
cosas, como, por ejemplo, de profesora de equita-
ción, música folk e ilustradora de cuentos de fan-
tasía. Se la conoce, sobre todo, por los coloridos
dibujos de Woof: The House Dragón, y porque
ganó el premio Hugo a la mejor ilustradora
aficionada en 1988.
Diana publicó su primera novela de ficción, The
Alien Dark, en 1990. Desde entonces, ha escrito
más de cuarenta libros para Simon & Schuster.
Entre otras, ha publicado novelas de series tan
conocidas como: Star Trek; Sabrina, la bruja adolescente; Embrujadas; Buffy la
caza vampiros; El mundo secreto de Alex Mack; ¿Tienes miedo a la oscuridad?; y
Las aventuras de Salem.