en búsqueda de la verdad

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En búsqueda de la verdad COCHABAMBA | AÑO 2014 | MIÉRCOLES | 31 DE DICIEMBRE SERIE PERIODISTAS Y LIBERTAD DE EXPRESIÓN Huáscar Cajías Carlos Canelas Por Ramón Rocha Por Harold Olmos Por Juan Carlos Salazar José Gramunt Distribución gratuita junto a la edición de Los Tiempos

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Carlos Canelas Por Ramón Rocha. Huáscar Cajías Por Harold Olmos. José Gramunt Por Juan Carlos Salazar

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En búsquedade la verdad

CoChabamba | año 2014 | miérColes | 31 de diCiembre

SERIEPERIodIStaS y LIbERtad dE ExPRESIón

Huáscar Cajías

Carlos Canelas

Por Ramón Rocha

Por Harold Olmos

Por Juan Carlos Salazar

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Presentación

ACTORES DE LA LIBERTAD

El 15 de noviembre de 2014, Los Tiempos organizó, como parte de las actividades de la VIII Feria Internacional del Libro, un coloquio sobre la libertad de prensa, expresión y opinión,

enfocada desde la actuación de tres ilustres hombres del periodismo, a través del lente de otras tres reconocidas personalidades de este gremio y las letras.Con el coloquio buscamos rendir homenaje a tres íconos del periodismo boliviano como son Carlos Canelas, Huáscar Cajías y José Gramunt de Moragas, que, desde sus respectivos espacios de trabajo, la empresa, la dirección de la agencia de informaciones y la radio, fueron permanentes luchadores en defensa de la libertad. Y se lo hizo a través de tres reconocidos colegas que también han sentado y sientan huellas en esta profesión: Ramón Rocha, Harold Olmos y Juan Carlos Salazar. Es decir, fue un “tres a tres” que nos dejó muchas enseñanzas, pues Ramón Rocha ha investigado la vida y obra de don Carlos Canelas quien supo plantar una empresa periodística como Los Tiempos que se ha convertido en un patrimonio cochabambino y un espacio de libertad y pluralismo.Harold Olmos y Juan Carlos Salazar trabajaron estrechamente con Huáscar Cajías y José Gramunt, respectivamente, y luego soltaron vuelo fuera de nuestras fronteras donde, al igual que dentro Bolivia, han recibido justos reconocimientos laborales y profesionales.Pero, también se buscó un tercer objetivo: recordar, especialmente a los jóvenes y futuros colegas, que ha habido, hay y debe haber hombres y mujeres que conozcan, reconozcan y recojan el legado de, esta vez, tres personajes como Carlos Canelas, Huáscar Cajías y José Gramunt.Hoy difundimos, a través de este opúsculo que esperamos tenga continuación, las ponencias de Rocha, Olmos y Salazar.A ellos expresamos, a nombre de Editorial Canelas–Los Tiempos, nuestro agradecimiento, y ratificamos nuestro compromiso de recoger su legado de servicio y búsqueda incansable de la verdad.

Juan Cristóbal SorucoDirector Los Tiempos

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Encomio de donCARLOS CANELAS CANELAS

Por Ramón Rocha Monroy

Hay personas que no nece-sitan imponer su voluntad para ejercer una autoridad serena, casi paterna. Ése fue

el caso de don Carlos Canelas Canelas, bajo cuya guía y mando inicié mi co-lumna Ojo de Vidrio en 1984. Esto explica la pluralidad de voces que se encuentra en las columnas de Los Tiempos, en las cuales cada uno defien-de su posición política, que no siempre coincide con la de los más, pero todas coexisten en un clima de amistad y to-lerancia comunes signada por la frase destacada de don Demetrio Canelas en el lobby del nuevo edificio: La palabra independiente tiene un sen-tido que sugiere cierta doblez calcula-da, cierta ausencia de determinación conciencial para estar al alcance de toda conveniencia. Éste es un diario li-bre, lo que es algo diferente. El credo citado es un ejercicio de plura-lidad democrática, de libertad de pen-samiento y de expresión, sin censura, felizmente heredado incluso por la ter-cera generación de la familia Canelas.Hermano de dos grandes periodistas, Demetrio y Julio César, sus inclinacio-nes por la administración y el empren-dimiento particular lo hubieran llevado quizás lejos del periodismo, no obstante haber fundado dos casas editoriales, si la historia agitada del país no lo hubie-ra encaminado hacia la urgencia de rea-brir el diario Los Tiempos. Una vez que fue reabierto con nueva maquinaria y como emprendimiento audaz, pero con serias dificultades financieras, la mano segura de don Carlos pudo guiar el dia-rio hacia su esplendor y culminar su obra dotándole de un edificio diseñado por el arquitecto José Prada, que en su momento recibió de la Municipalidad el premio a la mejor obra edificada.Sin embargo, alguna vez lo entrevisté para un 14 de septiembre sobre su ju-ventud y su vida personal, y me sor-prendió revelándome con regocijo que era acaso la primera vez que le hacían una entrevista ¡y en su propio perió-dico! A tal grado llegaba la modestia y sencillez de don Carlos.Carlos Canelas Canelas nació el 28 de agosto de 1905 y pasó a mejor vida el 30 de diciembre de 1999. Era hijo de José Manuel y de Teodosia, quienes tuvie-ron nueve hijos: Demetrio, Julio César, Manuel José, Cristóbal, Luis, Mercedes,

Candelaria, Isabel y Carlos, el menor de todos. Se casó con Bertha Rosa Tardío y tuvo siete hijos: Carlos, Alfonso, Eduar-do, Gonzalo, Fernando y Enrique, más una hija fallecida a poco de nacer. Tuvie-ron también 22 nietos y cinco bisnietos. Don Carlos hizo la Primaria en Cocha-bamba y la Secundaria en el Colegio Na-cional Bolívar, de Oruro, donde fue con-discípulo del expresidente Víctor Paz Estenssoro. Salió bachiller del Colegio Nacional Sucre, de Cochabamba, hizo su servicio militar en Oruro en 1924, una ciudad importante donde su her-mano Demetrio había fundado el diario La Patria en 1919. Tenía planes de estu-diar Economía en Alemania, pero al fi-nal lo convenció su hermano Manuel José, que residía en Chile, y allá vivió sus años de estudios superiores para volver más tarde a Cochabamba. La agi-tada vida periodística de sus hermanos Demetrio y Julio César determinaron que don Carlos viviera en Cochabam-ba, Oruro y La Paz. Fue integrante de la agrupación Los Trece. Cuando estalló la Guerra del Chaco, su hermano Demetrio era Ministro de Gue-rra y más tarde Canciller del Gobierno del presidente Daniel Salamanca, pero don Carlos no quiso usar esas influen-cias y se alistó en La Paz. Recibió un cur-so rápido para oficiales en el Colegio Mi-litar y egresó con el grado de subteniente asignado al Grupo de Artillería Nº 10, que cumplió un papel eficiente sobre todo en Kilómetro Siete. Permaneció tres años en el teatro de la guerra y fue desmovilizado como Teniente de Artillería.En la posguerra retomó sus emprendi-mientos industriales. Así fundó en 1936 la Editorial Carlos Canelas, que publi-có libros importantes, entre ellos la pri-

mera edición de la novela “Repete”, de Jesús Lara. Luego sobre el problema nacional y colonial de Bolivia, de Jor-ge Ovando Sanz; Simón I. Patiño, un prócer industrial, de Manuel Carras-co (1964); Melodramas auténticos de po-líticos idénticos, de Jorge Suárez; Imá-genes de ayer, de Armando Montenegro (1975); Mensajes y memorias póstumas, de Daniel Salamanca (1976); La verdade-ra Adela Zamudio, de Gabriela Taborga de Villarroel (1981) y las ediciones de la Editorial Los Amigos del Libro. Fue asi-mismo fundador de Editorial América y de la revista quincenal Sucesos, donde era jefe de redacción Alberto García Ca-bruja. Otro de sus emprendimientos es-trella fue la Hacienda La Angostura, de la cual fue fundador, que obtuvo el pri-mer puesto como productora de leche del departamento. Gracias a su esfuer-zo se mecanizó la agricultura del valle. Gracias a su vigorosa acción empresa-rial pudo reabrir Los Tiempos a la caída del MNR. Él y su hermano Julio César reanudaron el juicio iniciado 1954 que pedía indemnización al Estado, pero al final ésta no llegó y don Carlos financió junto a su hermano Luis una rotativa y maquinaria off set, que le significaban correr grandes riesgos financieros.La memoria familiar recuerda la Reso-lución del Senado Nacional Nº 151106, de 10 de septiembre de 1969, que ins-truía se conforme una comisión peri-cial para evaluar daños y perjuicios ocasionados por la destrucción de Los Tiempos, publicada en la Gaceta Oficial Nº 474 de 20 de octubre de 1969. La Comi-sión nunca se conformó debido a que el general Alfredo Ovando dio un golpe de Estado el 26 de septiembre de 1969, me-ses después del deceso del presidente René Barrientos ocurrido el 26 de abril. Por estas razones, Los Tiempos reanudó labores con créditos bancarios.Se trataba de una inversión de riesgo y don Carlos se propuso asumir la geren-cia de Los Tiempos para llevar la nave a buen puerto, pues la década 1943-1953 se caracterizó por la inestabilidad política y la incertidumbre económica, que des-embocaron en el vandálico asalto al dia-rio ocurrido en noviembre de 1953.Los emprendimientos agropecuarios y editoriales de don Carlos sirvieron de garantía para contraer créditos de equipamiento; fue difícil amortizar di-chos créditos, pero más pudo el fir-me empeño, la capacidad industrial y la honradez de don Carlos, que fueron

RAMÓN ROCHA

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puntales en la tarea política e intelec-tual de sus hermanos. Catorce años pasaron después del asalto al diario cuando don Carlos pudo vindi-car la obra de sus hermanos y volver a la circulación el 19 de julio de 1967 con ma-quinaria y tecnología off set, la segunda en el país pues el diario Presencia, de La Paz, ya las había adoptado. Pronto Los Tiempos fue uno de los tres diarios na-cionales más grandes y de mayor circu-lación; tenía su sede en una casona de la calle Santiváñez, pero todavía don Car-los tuvo energías para construir el ac-tual Edificio de Los Tiempos, diseñado por el arquitecto José Prada y premiado por el municipio como la mejor edifica-ción de aquel año. Sin embargo, quizás la princi-pal heredad de don Carlos fue el apego característico de los hermanos Canelas a los prin-cipios, la integridad intelec-tual y moral, la ética perio-dística, el pensamiento libre y la libertad de expresión que orientan la labor informativa de Los Tiempos junto a un se-lecto grupo de trabajadores. Ninguno de los hermanos Ca-nelas tuvo militancia en nin-gún partido en tres generacio-nes. Era natural que tuvieran preferencias políticas, pero és-tas no comprometieron jamás la línea de libertad de pensa-miento de Los Tiempos.

DESTRUCCIÓN Y RENACI-MIENTO DE LOS TIEMPOSLa mayor obra de su vida fue la reconstrucción del diario Los Tiempos para proseguir la actividad informativa iniciada junto a sus hermanos Demetrio y Julio César. Los Tiempos reanudó sus ediciones el 19 de julio de 1967.El primer ejemplar de este diario que cumplió en septiembre sus 71 años tenía ocho páginas tamaño estándar y esta-ba fechado en Cochabamba, el 16 de sep-tiembre de1943. Su primer director fue Julio César Canelas y la gerencia estu-vo a cargo de don Carlos. Recuerdo que cuando el diario cumplió sus 65 años es-cribí lo siguiente: “Al hacer realidad su profunda vocación por el periodismo li-bre, quizá no intuyeron la dramática odi-sea que iniciaban por el proceloso mar de la política boliviana plagada de adver-sidades, detenciones injustas, sobresal-tos económicos y políticos, confinamien-tos, exilio, destrucción física y saqueo de la inmensa biblioteca y archivo familiar. Pero, como el héroe homérico, los her-manos Canelas enfrentaron la adversi-dad con coraje y decisión de persisten-cia porque los sostuvo invariablemente

la pureza de sus principios e ideales”. La primera década de Los Tiempos se cumplió del 16 de septiembre de 1943 al 9 de noviembre de 1953, en la casa ubica-da en la esquina General Achá y Junín, donde más tarde se instaló la oficina de Correos. Estaba atendido por un equi-po selecto de periodistas y administra-tivos que daban precisión, objetividad e idoneidad a informaciones tales como la agitación política, los debates legislati-vos, la Masacre de Catavi, de octubre de 1942, el primer congreso indigenal, la po-lítica social del Presidente Villarroel, los crímenes de Chuspipata, el colgamien-to del Presidente Mártir, el Sexenio, las elecciones de 1951, el golpe del 9 de abril convertido en insurrección, la presión

popular por la nacionalización de las mi-nas, el voto universal, la reforma agraria y, por fin, el asalto y clausura que dio fin con esa primera época.El año 1953, se había iniciado con ne-gros nubarrones para Los Tiempos y para la economía cochabambina; se había creado la Comisión Nacional de Reforma Agraria y ésta se pronun-ció con conclusiones juiciosas, que se proponían no intervenir en empresas agrícolas medianas que sostenían la producción agropecuaria del país. Se vivía ya los primeros síntomas de la inflación, la recesión por la naciona-lización de las minas y la reacción ad-versa del mercado mundial, que me-recían análisis juiciosos y serenos de don Demetrio, quien no ahorraba crí-ticas pero las expresaba en tono mesu-rado y respetuoso.El 9 de noviembre fue precedido por amenazas expresas o veladas, y aquel mismo día estalló un motín dirigido por Falange Socialista Boliviana contra el

Gobierno, que fue aprovechado por mi-licias armadas del régimen, las cuales asaltaron y destruyeron los talleres y oficinas de Los Tiempos, el departamen-to y la biblioteca de don Demetrio, y lo que no pudieron saquear lo incineraron, entre ellos documentos históricos y en-sayos políticos y literarios de don Deme-trio y su hermano Julio César.Testigos oculares dijeron que funcio-narios del gobierno habían llegado de La Paz a dirigir el operativo, y que dis-cutían si preservar prensa y equipos de Los Tiempos para abrir otro periódico o seguir la consigna oficial, que al final primó: acabar con Los Tiempos, detener a los tres hermanos Canelas y conducir-los a La Paz, mientras sus hijos varones

sufrían vejámenes parecidos. Don Demetrio fue liberado por gestiones de la Sociedad Intera-mericana de Prensa (SIP) luego de 40 días de cautiverio, mien-tras sus hermanos Julio César y Carlos permanecieron duran-te meses en la cárcel de San Pe-dro. En enero de 1954, don De-metrio pidió indemnización del Estado y autorización para la reapertura del diario, pero tuvo que tomar el camino del exilio. Diez años después ocurrieron hechos históricos. El 4 de no-viembre de 1964 hubo un levan-tamiento militar que dio fin a 12 años de gobiernos movi-mientistas. Sin embargo, Don Demetrio falleció cuatro días después, sin asistir a la resu-rrección del diario que él había fundado; pero don Carlos tomó la posta y reanudó labores el 19

de julio de 1967 en una ceremonia a la cual asistió el presidente Barrientos, el vicepresidente Luis Adolfo Siles Salinas, el prefecto Eduardo Soriano Badani y el obispo Armando Gutiérrez Granier.A las 10:00 a.m. se realizó el acto pro-tocolar y las 44 páginas de esa históri-ca edición circularon a las 4:00 p.m. El acto fue realzado con las palabras de don Carlos Canelas y del Presidente Ba-rrientos. Don Carlos dijo: “Hoy es para la familia Canelas un día de especial significación porque cumplimos un an-helo largamente sentido. Como prolon-gación de la obra del fundador de este diario, tengo la satisfacción de volver a inaugurar el periódico para continuar sirviendo a los intereses de la comuni-dad local y nacional. Los Tiempos, en esta nueva etapa, continuará la línea con la que fue fundado en 1943. Señor Presidente: su Gobierno tiene el privi-legio de haber devuelto a la prensa su libertad de expresión”. El presidente Barrientos contestó: “Con mi presen-

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cia no sólo he querido expresar a Los Tiempos mi desagravio y el de mi Go-bierno, sino destacar nuestro reconoci-miento a la obra visionaria de don De-metrio Canelas que comenzó y jalonó su vida siempre de acuerdo a la línea de sus principios. Éste es el sentir de la verdadera libertad. Monseñor Armando bendijo las nuevas instalaciones. Ese primer número de la segunda época en realidad llevaba el Nº 2896, año XI, del 19 de julio de 1967, según cómputo interrumpido con el asalto de 1953. El editorial tituló Nuestro Renacer y se registró la columna de don Julio César Canelas, bajo el seudónimo de Mirador.Desde entonces, las ediciones de Los Tiempos traen una frase en su página editorial: “Fundado por Demetrio Ca-nelas el 16 de septiembre de 1943. Fue asaltado y destruido el 9 de noviembre de 1953. Reanudó sus ediciones el 19 de julio de 1967”.

NUEVAS GENERACIONESEsta familia ganada por el periodismo tuvo en los hijos a cinco grandes conti-nuadores: Alfonso, Eduardo, Fernando, Gonzalo y Jorge, hijo de don Julio Cé-sar; seguidos por la tercera generación: Fernando Canelas Diez de Medina, Ma-ría Renée Canelas Leytón, Bernardo Ca-nelas Méndez, Luz Marina Canelas Arze y Mauricio Canelas Montaño. Pablo Ca-nelas, hijo de don Jorge, es un conocido diseñador gráfico en La Paz. Carlos Heredia Guzmán, quien a su paso fue director de dos suplementos importantes de Los Tiempos (Facetas y Correo) escribió: “Entusiasta a tiem-po íntegro, Carlos Canelas desarrolló sus actividades periodísticas con una serie de actividades extragráficas, como la atención de la primera gran-ja lechera del país en importar gana-do Holstein de Holanda, en su hacien-da de La Angostura… La arriesgada aventura de don Carlos Canelas hizo que su destino se comprometiese indi-sociablemente con el desarrollo de la región, del país y del periodismo na-cional, a tal punto que en determina-dos momentos cambió el rumbo de la historia de la información y las letras del país. Carlos Canelas fue un ciuda-dano ejemplar cuyo mayor mérito fue crear en su terruño, donde invirtió lo mejor de su talento”.Después de su hermano Demetrio, don Carlos fue Vicepresidente de área, para Bolivia, de la Comisión de Libertad de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP); y más tarde, durante 18 años, heredó esa misión Alfonso Canelas Tardío, tal como ocurrió con los Gainza Paz en Argentina o con los Edwards, en Chile, familias tradicionales del perio-dismo en el Continente.

EL LEGADO DE DON DEMETRIOEl primer editorial del diario Los Tiempos, publicado el 16 de septiem-bre de 1943, fue el parteaguas entre un antes y un después en el ejercicio del periodismo boliviano. Se vivía los em-bates históricos de la posguerra del Chaco, y la experiencia periodística le permitió a don Demetrio vislum-brar un nuevo escenario en el cual el periodismo había abandonado “la fun-ción tribunicia” y la vieja condición de “instrumento de combate”. Usando el símil del cese de fuego en el Chaco, don Demetrio decía que ese viejo periodis-mo había “silenciado fuegos y arrinco-nado su vieja fusilería de percusión”, y que el nuevo periodismo ya no sería más tribuna de libelistas, propagandis-tas y pasquineros, tan comunes desde los albores de la Independencia. “La parte trascendental de la vida no está en lo que uno piensa sino en los hechos cotidianos que acontecen”, y sobre ellos se debe hablar “con alguna ma-yor imparcialidad…para ilustrar y do-cumentar la conciencia pública, antes que para asumir el papel de conversor y catequista”. Esta regla de oro formu-lada por Demetrio Canelas es el princi-

pio básico del periodismo moderno, al cual se agregó un corolario: “informar con asiduidad y honestidad profesio-nal” para que el público forme “sobre los hechos ocurrentes su propio crite-rio” y un principio: “Un público bien informado es la mejor defensa para la moral y el orden político.” Demetrio Canelas fue hombre públi-co y un político de principios; fundó el Partido Republicano Genuino, junto a Daniel Salamanca, Bien pudo haber accedido a la Primera Magistratura del país, pero la estructura íntima de su personalidad lo inclinó por la pro-fesión más emblemática de una demo-cracia: el periodismo. Con esa vara hay que medir la inmensa decepción que debió sentir al ver asaltada y destrui-da la obra de su creación y al aceptar que la vida no le daría una nueva opor-tunidad. Tuvieron que pasar 14 años para que su hermano, Don Carlos Ca-nelas Canelas echara nuevamente a na-vegar esta nave periodística. Por eso la historia de LOS TIEMPOS es una saga de la familia Canelas iniciada por don Demetrio, el fundador; secundada por Julio César y Carlos; y continuada hoy por la tercera y cuarta generación de esta ilustre familia.

14 PRINCIPIOS DEL PERIODISMO LIBRE

1. La parte trascendental de la vida no está en lo que uno piensa, sino en los hechos coti-dianos que acontecen.

2. Ilustrar y documentar la conciencia pública antes que asumir el papel de conversor y ca-tequista.

3. Llevar a los lectores informaciones seleccio-nadas con asiduidad y honestidad profesional para habilitarles a formar sobre los hechos ocurrentes su propio criterio sobre la base del conocimiento de la verdad.

4. Un público bien informado es la mejor defensa para la moral y el orden político.

5. La palabra independiente tiene un sentido que sugiere cierta doblez calculada, cierta ausen-cia de determinación conciencial para estar al alcance de toda conveniencia. Éste es un dia-rio libre, lo que es algo diferente.

6. No importa la tendencia política que tenga un periodista; lo único que tiene que hacer aquí es colgarla en el perchero, antes de empezar a escribir.

7. Escribo, ante todo, porque sí. Escribo sin ani-madversión para nadie, pero también me es preciso confesarlo, sin amor para nadie.

8. Contribuir, desde una esfera neutral, a la ac-ción progresiva del periodismo.

9. No propiciar en la palestra ningún interés ban-derizo ni consigna ni fórmula preconcebida.

10. Alejarse tanto de las exacerbaciones tenaces de la oposición como de las complacencias del periodismo disciplinado.

11. No secundar las contiendas estériles y odiosas ni favorecer las obcecaciones del proselitismo inconsciente, en vez de in-fundir en las masas ideas de buen sentido y sabiduría práctica.

12. Libres de prejuicios y de vinculaciones que embarazan y tuercen el criterio, seguir y apreciar los hechos de la vida nacional, sere-na e imparcialmente.

13. Para cumplir con honradez los deberes demo-cráticos, no es necesario acogerse a ningu-na tendencia exclusiva y disociadora. El inte-rés de la nación se contempla mejor desde un punto de mira alejado de las contiendas acti-vas, en las que la obstinación apasionada obs-curece el sentido práctico que debe informar todos los actos humanos.

14. Nosotros tenemos fe en el porvenir y en el progreso de Bolivia, por obra del trabajo y de la industria. Creemos que este país será libre y fuerte, en su régimen administrativo y en su carácter de entidad internacional, solamente cuando la acción de sus hombres dirigentes y las energías de las masas sean encaminadas con inteligencia y decisión por el sendero de la vida moderna, cuyo evangelio es la riqueza.

Hemos extractado estos 14 principios de la lectura de la vasta obra periodística de don Demetrio Canelas, que se conserva en sus Obras Completas.

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El Dr. CajíasPor Harold Olmos

Quiero antes que nada, agra-decer la invitación de la casa periodística de Los Tiempos, un baluarte de la libertad de

expresión que conozco desde los inicios de mi carrera. Y quiero dar un homenaje a los fundadores de este medio informati-vo, a los de la primera, segunda y tercera generación, entre los que siempre me sen-tí acogido, al lado de profesionales con los que hablamos el mismo lenguaje. Feliz de estar en Cochabamba, y en esta feria.Voy a comenzar reiterando lo que le dije al director Juan Cristóbal, amigo y colega de tantos años: No me siento capaz de realizar, por breve que vaya a ser, una tertulia com-pleta y satisfactoria, menos aún imparcial. Huáscar Cajías fue una figura egregia, una de las grandes figuras que tuve el privile-gio de conocer a lo largo de toda mi vida. De modo que lo que diga no es necesariamente objetivo. Estoy condicionado por la visión que tengo de él, como gran periodista, gran director, gran católico y, sobre todo, un gran amigo para todas las estaciones.La verdad, no pude sustraerme al llama-do de este querido colega que pasó por la casa común, bebió de la misma fuente y se-guramente sufrió muchas de las angustias y alegrías comunes de la carrera en gene-ral y de Presencia, en particular. Por eso, sabiendo el desafío que representaba, de-cidí dar sólo unas pinceladas, elementales y por tanto totalmente insuficientes para abordar el tema que nos congrega. Hones-tamente, tampoco podría más.¿Cómo comenzar a hablar de este hombre? ¿Como catedrático de filosofía? No fui su alumno pero sí sé que sus clases eran de las más concurridas y desafiantes de la Univer-sidad Mayor de San Andrés. ¿De crimino-logía? Tampoco fui su pupilo –y lo lamento profundamente–. ¿Como abogado no practi-cante y decepcionado de la calidad de la jus-ticia en Bolivia o del ambiente en que iba a desenvolverse profesionalmente? Tampoco. Él no ejerció pero gozaba de un enorme res-peto entre estudiantes y profesionales. De su perfil de filósofo conocí aún menos, pero sí puedo asegurar que era un gran “tomista”, irreductible en sus premisas y conclusiones. ¿Cómo historiador? Como todos lo que estu-vieron cerca de él, sólo percibía que era de-dicado, que estudiaba y trataba de entender la historia con todos los perfiles posibles. Cuando abordaba temas históricos, tenía un gran cuidado por las circunstancias y los personajes. Era un profesional, sobre todo u profesional con profundo sentido humano.Lo conocí, si es que se puede llegar a co-nocer siquiera por aproximación a una persona de esos quilates, sólo como perio-

dista, y como director. Y, al hacerlo, mi co-nocimiento de él partió de mi propia pers-pectiva de periodista.Quizá, por todo eso, debería solamente procurar un título, buscar un buen en-cabezamiento y, con esmero, llegar a las 500 palabras, el número ideal que aconse-jaban mis editores internacionales para grandes temas del día.En verdad, son las actitudes ante los hechos las que retratan a una persona mejor que nada. Eso lo vivimos diariamente los que he-mos practicado y practicamos el periodis-mo. “Facts”, repetía. “Los hechos ilustran solos”. Era su manera de decir que una foto-grafía cuenta más de 1.000 palabras. En una época en la que no existían las escuelas de periodismo, o que en América Latina eran una novedad, Huáscar Cajías fue un maes-tro de muchos, enseñando desde lo más ele-mental sobre cómo redactar una noticia o es-cribir un comentario.

EL PERIODISTAHuáscar Cajías emergió como periodista en los albores de la década de 1950, cuan-do un grupo de laicos comprometidos con la doctrina social de la Iglesia Católica, im-buidos de las encíclicas papales Rerum No-varum, Quadragessimo Anno, los men-sajes navideños de Pio XII y su propia vivencia en una sociedad urgida de cam-bios, decidió fundar un medio de expre-sión masivo que reflejase todo eso. Era una tarea simplemente gigantesca. Y ¿cómo llamar a ese medio? Quienes alguna vez es-tuvieron ante la búsqueda de un nombre para un medio, saben de qué hablo. En una de las reuniones preliminares, me contaron muchas veces, alguien su-girió: “Tiene que ser una manifestación de la presencia de la Iglesia en la socie-dad boliviana”. Bajo ese estandarte, na-ció Presencia.Ustedes deben imaginarse: era el tiempo de la Guerra Fría, que en países periféri-

cos con frecuencia adquiría formas violen-tas y el enfrentamiento entre sectores polí-ticos ideológicamente opuestos era intenso. Un campo ideológico esencial era la univer-sidad donde la voz que emergía de Presencia era diferente. Ese era el campo en el que ger-minó el semanario.Cinco años más tarde, la idea de hacer un diario del Semanario Presencia se hizo realidad con la misma decisión original pero con metas más amplias. El trabajo que antes podía realizarse durante una se-mana ahora debía ser cubierto en un solo día y con una cobertura mayor. No es lo mismo, ustedes saben, hacer un semana-rio que un diario. Tanto en el plano perio-dístico como en el administrativo y logísti-co los desafíos eran enormes. Aquel medio que el grupo había lanzado era como un barquito pequeño en un mar bravío. La magnitud de los obstáculos para consoli-darse y mantenerse a flote era enorme.Esta es una historia gigante que aún no ha tenido un cronista para contarla integral-mente. Como muchas historias de Bolivia, ésta es una historia conocida sólo a retazos. No es un estudio a ser emprendido por una persona, sino por un equipo interdisciplina-rio capaz de recoger y ordenar la informa-ción en su debido contexto. Probablemente serian desentrañadas muchas particulari-dades de la vida del país.“Durante seis años, Presencia fue un se-manario que llegó hasta los últimos con-fines de la Patria. Ahora iniciamos una etapa de nuestra vida, etapa que corres-ponde a un anhelo que numerosas insti-tuciones católicas han expresado desde hacía mucho tiempo”. Así empezaba la nota editorial del miércoles 29 de octu-bre de 1959, hace 55 años. Casi siempre, las obras suelen ser el refle-jo de las personas. Y Huáscar Cajías pro-yectó su presencia sobre el periódico de una manera determinante. Bajo una mira-da retrospectiva, es imposible no ver que Presencia fue forjada a imagen y semejan-za del hombre que la dirigía. En un poco en que Bolivia no contaba con escuelas de pe-riodismo ni de comunicación, como acos-tumbra decirse ahora, cada expresión, so-bre todo la opinión editorial del periódico, era reflejo de lo que él predicaba, como pe-riodista y como cristiano militante. Sere-nos y de gran solvencia, sus comentarios sobre temas acuciantes dictaban líneas, re-flejo de su compromiso por un mundo me-nos egoísta y más solidario. Algunas veces obispos de la Iglesia Católica, a quienes Presencia pertenecía, le dijeron, sin que eso implicara reproche de ninguna natu-raleza, que había timoneado una institu-ción con tal dedicación responsable que se había encarnado en ella.

HAROLD OLMOS

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El periódico sufrió por la ausencia de una es-tructura piramidal de sucesión, mejor desa-rrollada en empresas de diferente sintonía y diferentes metas. Cuando redactaba una noticia o algún co-mentario, sus notas solían venir con el rigor profesional que las acreditaba. El qué, quién, cuándo, dónde y por qué estuvieron perma-nentemente en las observaciones que hacía cuando leía –y leía casi todas– las noticias que le llevaban los periodistas/redactores hasta su mesa de director. Ese ha sido uno de sus grandes legados: objetividad y claridad.Recuerdo un trabajo que escribió al volver de Santiago, tras el golpe militar que se ha-bía dado en Chile, donde él asistía a una conferencia académica. Fue un golpe sen-tido fuertemente en Bolivia que tenía, en-tonces, una comunidad numerosa de exi-liados en Santiago.Me llamó la atención la seguri-dad con la que describía algu-nos de los ataques de la aviación sobre el Palacio de La Moneda. En ese trabajo, Huáscar Cajías hablaba del tipo y calibre de los cohetes lanzados sobre el Pala-cio de Gobierno, donde estaba atrincherado Allende. Gran par-te de los acontecimientos de esa y posteriores jornadas habían sido ya divulgados por las agen-cias de noticias, pero poco se sabía, al menos en Bolivia, del calibre de las armas de la avia-ción ni de su precisión. Huás-car Cajías narró esas jornadas con ojos bolivianos. Tras ese artículo vino otro que informó también sobre las gestiones del cardenal arzobispo de Santia-go, Silva Henríquez, para prote-ger a algunos bolivianos en situación deses-perada, y del comité que entonces se formó, con el entonces también exiliado Hernán Si-les Zuazo. Creo que fue uno de los momen-tos en los que se sintió más reportero y edi-tor que nunca.

PRESENCIAHuáscar Cajías fue la cabeza de una empre-sa sin paralelo en la historia de la Iglesia Ca-tólica. Ha habido y hay otras experiencias, pero ninguna conducida por laicos. Por lo menos, de esas experiencias ninguna, en el medio en el que circulaba, alcanzó la in-fluencia que tuvo en Bolivia el periódico que conducía el doctor Cajías.Dirigía un periódico católico y, sin asomo de pechoñería, era fiel a su religión y a su con-ciencia. Pero también era periodista mili-tante. Como tal, defendía coherentemente la bandera que le había tocado enarbolar. Sin caer en excentricidades ni en excesos. De lo que escribía fluía todo el equilibrio profesio-nal del que humanamente era capaz. Jamás habría pasado por su cabeza la idea exótica de un diario católico sudamericano que –fue

dicho en un seminario– saludó la llegada de Pablo VI a Colombia para asistir a la Confe-rencia Episcopal Latinoamericana (Celam) en Medellín con un magnífico editorial, que L’Osservatore Romano, el órgano oficial del Vaticano, o L’Avvenire de Italia, de Bologna, medio también católico pero dirigido confe-sionalmente, con certeza habría envidiado.Por las crónicas de las que después escu-ché, era toda una pieza doctrinal pero… escrita en Latín. No es posible disociar a las personas de su entorno ni del entorno que ellas gestan. El doctor Cajías tuvo a su lado a profesiona-les que se entregaron sin retaceos a la la-bor que encarnaba Presencia. Alberto Bai-ley Gutiérrez, aun hoy periodista activo; Alfonso Prudencio Claure, universalmen-te conocido como Paulovich, Carlos Andra-

de, Mons. Juan Quirós, Jaime Humérez Se-leme, otro gran periodista cochabambino de estirpe; Armando Mariaca, Pedro Shimose, Horacio Alcázar, los hermanos Carvajal Var-gas, Juan León, Luis Ballivián, Donald Zava-la Wilson. Sólo cito a los de la primera y segunda ge-neración que en este momento logro recor-dar, pues fueron varias las camadas de pro-fesionales que pasaron por la escuela que comandó Huáscar y crecieron con él. Con todos estableció una fuerte empatía. Quizá con pocos colegas fue tan grande esa empa-tía como con Alberto Bailey quien, además de ser codirector era gerente.La formación doctrinal de ambos, Bailey de formación jesuita, Cajías un tomista esen-cial, los llevaba a largas conversaciones so-bre temas del día, sobre los comentarios que escribirían, algunas veces sobre doc-trina, otras sobre política. Ambos conver-sadores incansables, no pocas veces discre-paban, como debe ocurrir en todo grupo civilizado. Pero las controversias eran re-sueltas con argumentos, cuando uno de los dos hacia ver que la razón estaba del lado de

su punto de vista. La integración entre am-bos era tan fuerte que los lectores atentos del periódico se confundían al identificar al autor. Para algunos, ciertas notas editoria-les eran de Bailey cuando, en verdad, eran de Cajías, y viceversa.Probablemente una de las grandes sorpresas que tuvo Huáscar fue cuando en la noche del 25 de septiembre de 1969 le informó que deja-ba el periódico para unirse al Gobierno que iba a formarse alrededor del general Alfre-do Ovando Candia. Era un golpe de Estado con el nombre de revolucionario. Por infor-mes separados en conversaciones con los dos, supe que tuvieron una conversación telefóni-ca con posturas irreconciliables, con seguri-dad muy tensa. Huáscar trataba de mostrar-le el lado institucional arriesgado del paso; Alberto, trataba de mostrarle que el paso era

una consecuencia de lo que postulaba desde sus columnas en Presencia y que no podía evadir el camino que el desti-no le señalaba. Bailey ocupó el Ministe-rio de Información, el más político que hubo en esa época, al lado de la que fue considerada como la generación políti-ca más brillante de la Bolivia contem-poránea. Al poco tiempo, ese ramillete político se disgregó y acabó en una su-cesión asombrosa de golpes hasta la lle-gada del coronel Hugo Banzer Suarez.En las tertulias en las que solíamos envolvernos lo escuché subrayar una verdad irrefutable: que el Go-bierno de Luis Adolfo Siles Salinas, depuesto por el golpe que encabezó el general Ovando bajo un Mandato Revolucionario de las Fuerzas Ar-madas en septiembre de 1969, había sido, en sus menos de cinco meses en el Gobierno, el más tranquilo polí-ticamente que había tenido Bolivia.

“Nunca se persiguió ni se exilió a nadie”, me dijo. En esos años, que eran turbulen-tos en Bolivia, el Gobierno de Siles Salinas fue una excepción. Y otra vez le escuché un comentario acertado: Podrían haber ocurrido manifestaciones públicas contra el golpe si ese día no hubiese también ocu-rrido la tragedia aérea que se llevó a todo el club de The Strongest. Corroboraba la sospecha, la necesidad visible que la socie-dad boliviana ya sentía por democracia –sin adjetivos– y que sólo muchos años des-pués empezaría resurgir.Fue en los albores de uno de esos intentos que presencié un pasaje que ya es parte de la historia de las jornadas heroicas del perio-dismo boliviano. Hacia 1977, el Gobierno mi-litar del general Banzer se agotaba rápida-mente. Bajo esa circunstancia, hubo muchos que pensaron que era el momento de dar un jaque y empezaron a pulular las huelgas de hambre exigiendo elecciones generales, previa dictación de una amnistía general e irrestricta que permitiese el retorno de to-dos los exiliados políticos. Tres focos de ayu-no llamaron particularmente la atención e

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incomodaron a las autoridades: en el Arzo-bispado de La Paz, en la Universidad Mayor de San Andrés y en Presencia. El ingreso del piquete de una docena de personas que teó-ricamente venia a inmolarse a Presencia no fue del agrado de su director. Tampoco lo im-pidió, aunque se pidió a los huelguistas que procurasen permanecer en el área que se les había signado: una sala que era de espera y para reuniones fuera de la redacción. Para el doctor Cajías, y para muchos otros, era par-ticularmente incomprensible que entre los huelguistas hubiese dos sacerdotes: Luis Es-pinal y Javier Albó. La razón era muy cla-ra: para la Iglesia, la huelga de hambre, al atentar contra la salud y pretender llevar-la a cabo “hasta las últimas consecuencias”, es una tentativa de suicidio. Que hubiera sa-cerdotes involucrados con esa actitud no era agradable. Pero el doctor Cajías no asomó ningún disgusto que hubiera sido percibido por la redacción. Lo más grave estaba por venir. Enero de 1978 corría temprano cuando la redacción supo que el Gobierno había dado la orden de apa-gar todos los focos de huelga de hambre. Des-de las ventanas de la dirección, se podía ver a unos 100 policías que, apoyados contra los muros de un terreno contiguo sobre la ave-nida donde estaba el periódico, avanzaban en fila india. El director cruzó el pasillo de la sala de ingreso y se dirigió a donde esta-ba el piquete para avisar que la Policía Mi-litar estaba por ingresar al edificio. Cuando la tropa intentó forzar su ingreso a la sala, se interpuso el jefe de redacción Mario Maldo-nado reclamando a gritos al capitán que mos-trase una orden de allanamiento, un detalle menor característico de regímenes autorita-rios. ¿Una orden de allanamiento? ¡Qué atre-vimiento! Persuadido por otros colegas de que toda resistencia a la fuerza de la tropa era inútil, Maldonado se apartó y la tropa in-gresó rauda al local. En ese momento, el doc-tor Cajías dijo a los huelguistas con desalien-to: “No podemos hacer nada. ¿Hay algo que quieran que yo haga?” Javier Albó, tendido y recostado contra una pared de la sala, le dijo: ¿“Podría leernos el Evangelio, las Bienaven-turanzas, de San Lucas?” El director volvió a su oficina y trajo una Biblia. En el trayec-to de 10 o 20 metros hasta su oficina, por lo menos uno de los responsables de la tropa, lo saludó chasqueando los tacos de sus botas. “Buenas noches, doctor”.El director ingresó a la sala de los huelguis-tas y tras ubicar el pasaje evangélico lo leyó bajo un silencio de piedra, con la mirada asombrada de la tropa que ya estaba en el lo-cal. Acabó la lectura y huelguistas y redacto-res empezamos a cantar ¡Viva mi Patria Boli-via! Los policías parecían avergonzados de lo que estaban haciendo. Los huelguistas aga-rraron sus mochilas y sin resistencia descen-dieron las gradas del segundo piso, hasta la calle, donde los aguardaba una media docena de jeeps para llevárselos. En su último gesto de esa larga noche, el director le dijo al oficial

que lo había saludado: “Usted comprenderá que las personas que se están llevando eran nuestros huéspedes. Necesitamos estar segu-ros sobre dónde serán llevados”.- Irán a clínicas de la ciudad, dijo el oficial.- Permítanos que podamos acompañarlos, le dijo el director.Hubo un redactor en cada una de las movili-dades policiales, de manera que quedó regis-trado cada lugar donde los huelguistas fue-ron llevados.Seguramente ustedes conocen esta historia. Al recordarla, sólo he querido subrayar las cualidades de líder que tenía Huáscar Cajías. Aún sin proponérselo, era un líder.Salpicaba sus puntos de vista con un humor fino, a veces sarcástico, sin ser inoportuno. Cierta vez, en tiempos de escasez, poco des-pués de una maxi devaluación en 1972, asis-tía a una reunión de directores de periódicos y emisoras con el presidente Banzer. Una de las secretarias gentilmente sirvió café, bien-venido por todos pues la ornada estaba fría y oscura. Con obvia picardía, levantó la taza e interrumpió: “Disculpe, señor Presidente, ¿dónde lo consiguió?”Así era el Huáscar Cajías que yo conocí. Jo-vial, oportuno, punzante.Querendón de Bolivia, pudo fácilmente asen-tarse en otras tierras, pero optó por la nación que amaba. Su buen humor contagiaba a la redacción cuando llegaba tarareando alguna música del folclore nacional.De algunos de los editoriales que escribió re-cuerdo sus “heridas luminosas” tras un ata-que violento sobre la redacción de Presencia, y el que siguió al “abrazo de Charaña”, que predijo que la negociación de 1975 fracasaría.Con la proximidad del sesquicentenario de la independencia, en 1975, Última Hora, en-tonces dirigida por Mariano Baptista Gu-mucio, envió un cuestionario a personali-dades de esa época pidiendo que listaran los que creían que habían sido los 10 persona-jes más importantes del Siglo XX. El direc-tor de Presencia escribió la suya y colocó en el décimo lugar un nombre que hizo cur-var las cejas y erizar la piel de cuantos leye-ron: Claudio San Román, el temido jefe de Control Político, la encarnación boliviana de Lvrenti Beria, el jefe de la Policía de Sta-lin. Le preguntaron por qué. El director es-cribió un extenso artículo en el que trajo de vuelta, de manera simple y directa, las me-morias de los campos de confinamiento, de las torturas, físicas y psicológicas, de la per-secución política, de la destrucción del con-cepto de adversario para derivarlo en enemi-go, de la violencia impune, del desdén por las familias y los valores, y la conculcación de la libertad de prensa. “El Sanromanismo” des-cribió una forma pervertida y salvaje de ha-cer política. Ustedes podrían preguntarse si esa forma ha sido erradicada del todo.De hecho, sólo pocos años después, a las oficinas de Presencia ingresarían agentes armados de la dictadura que presidió el general García Meza para golpear indiscri-

minadamente a los profesionales que allí se encontraban, inclusive miembros del direc-torio del periódico y al propio doctor Cajías y a su presidente, el obispo Gennaro Prata. Fue uno de los momentos más oscuros de la historia boliviana. Las agresiones a la pren-sa han sido frecuentes a lo largo de las últi-mas décadas, como una prueba de que “el sanromanismo” está instalado en la cultu-ra de muchas autoridades.

EL SERVIDOR PÚBLICOQuerendón de Bolivia, pudo fácilmente asen-tarse en otras tierras, pero optó por la nación que quería integralmente, con su gente, con sus comidas, con su música, con sus regiones y con todas sus manifestaciones de cultura. Como pocos, era capaz de compartir sus de-cisiones y de dejar que fueran discutidas. A veces, personalmente presidía las reuniones semanales de redacción, que son la catarsis que suelen tener todos los medios para deter-minar cómo están desarrollando su trabajo.Desde la perspectiva en que me encontraba, viviendo fuera de Bolivia, no pareció sorpre-siva la noticia de que había aceptado presi-dir el Tribunal Supremo Electoral cuando el país buscaba hombres en los cuales con-fiar su destino democrático. Fue una medida acertada designar para ese cargo a una per-sonalidad tan destacada como Huáscar Ca-jías. La solidez moral, el rigor del compor-tamiento ético que tuvieron sus miembros y la confianza que rodeó a aquel tribunal, fue-ron fundamentales para que la gente creyera efectivamente que su voto valía, que al votar cumplía no solamente un deber cívico sino hacía efectiva la expresión suprema de su libertad que nadie debía interferir. Fue un paso glorioso para el Tribunal Electoral. Bo-livia perdió un gran director pero ganó un formidable rector del Tribunal Electoral.La nostalgia que ahora se percibe por la ne-cesidad de autoridades electorales probas, generadoras de confianza, equilibrio y credi-bilidad, son la mejor prueba del éxito de su gestión. Todo lo que he escuchado de esa épo-ca ha sido elogioso.Y allí también, en el Tribunal Electoral, su ausencia ha sido un vacío gigantesco que se puede percibir en el escepticismo ciudada-no sobre la imparcialidad e independencia de las autoridades encargadas de garanti-zar el voto boliviano. No conozco los detalles de las tareas que cumplió a cargo del CNE, pero puedo estar seguro que trasladó a ese organismo la pulcritud y seriedad que ro-dearon su trabajo como periodista. Las per-sonas con las que llegué a hablar de su labor no ofrecieron ninguna duda. Allí también, en la Corte Nacional Electoral, fue una ga-rantía de seriedad y pulcritud. Sospechar de fraude bajo su conducción, ¡jamás!Hombres así no aparecen todos los días ni duran para siempre. Lo que dura y efecti-vamente permanece es su ausencia y la ne-cesidad que sienten de ellos las sociedades que dejaron.

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“Navigare necesse est,vivere non est necesse”

Por Juan Carlos Salazar

“¡Ya podemos empezar!”. Agitado, el padre Gramunt bajó a trancos por la estrecha escalera del viejo edificio de Radio Fides con una carta en la

mano derecha y el sobre recién abierto en la izquierda. “¡Hoy mismo…!”, agregó, sin mayores explicaciones, levantando la voz para sobreponerse a la algarabía infantil del vecino patio de la primaria del colegio San Calixto. “¿Empezar qué?”, interrogó con la mirada a sus colegas de la redacción el poeta Óscar Rivera Rodas, mientras se quitaba los auriculares con los que captaba las noticias internacionales en un gigan-tesco aparato de radio Telefunken para el noticiero del mediodía. Abogado de profe-sión, sacerdote por vocación y periodista de oficio y afición tardía, José Gramunt de Mo-ragas esgrimía la misiva como respuesta: “Ya tenemos dinero para hacer la agencia”, explicó, por fin, en aquella mañana fría y soleada del invierno paceño de 1964.Organizar una agencia nacional de noti-cias era lo que se había propuesto. La ha-bía fundado diez meses antes, el 5 de agos-to de 1963, tres años después de haber asumido la dirección de Radio Fides, pero sólo existía en el papel porque no había conseguido financiamiento para ponerla en marcha. La carta que exhibía triunfan-te procedía de una organización católica internacional que le ofrecía una pequeña donación para el inicio del proyecto.“Perdón, ¿y cómo se hace una agencia?”, me atreví a preguntar con la timidez del princi-piante desde el fondo de mi escritorio, ocul-to como me encontraba detrás de mi Un-derwood, la vetusta máquina de escribir en la que redactaba la información nacional para el informativo del mediodía. “Hacien-do lo que hacemos todos los días”, respon-dió el sacerdote-periodista con la seguridad del profesional. “… Escribimos las noticias como siempre, pero ahora con varias co-pias… Las ponemos en sobres y las envia-mos por correo a los periódicos del interior del país”, agregó con el mismo aplomo. Así supe lo que era una “agencia de noticias”.No era la primera lección de periodismo que recibía en Fides. Yo me había iniciado como redactor tres meses antes mientras aguarda-ba el inicio del curso universitario para in-gresar a la carrera de Geología. Un amigo jesuita, Lorenzo Catalá, primer correspon-sal de Fides en Sucre, me dijo que la radio necesitaba un “gacetillero” para la elabora-ción de uno de sus noticieros. “¿Sabes escri-bir?”, me preguntó Gramunt cuando me pos-tulé para el puesto. “Depende”, le respondí, sin atreverme a confesar la verdad. A conti-nuación me dio un curso exprés sobre la es-tructura de la noticia, me dictó un par de da-tos sobre un hecho cualquiera y me pidió que redactara una nota informativa. Así lo hice. Cuando terminé, leyó mi texto, hizo va-rias correcciones con su bolígrafo y me de-

volvió el papel lleno de círculos y tachones. Me pareció que no le había gustado demasia-do. “Aprobado”, dijo, sin embargo, y me em-pujó a la piscina para que nadara solo. Años después, cuando ingresé a la Univer-sidad Católica Boliviana (UCB) para se-guir la carrera de Periodismo, supe que la explicación que había recibido ese día co-rrespondía a la “pirámide invertida”, el “modelo redaccional” que inventaron los periodistas gringos durante la Guerra de Secesión de hace 150 años para garantizar la transmisión de los datos básicos de una noticia ante los frecuentes cortes que su-fría el telégrafo de la época.Para entonces Gramunt ya era todo un pro-fesional de la comunicación. Había llegado de su Cataluña natal en diciembre de 1952, ocho meses después del triunfo de la Revo-lución Nacional del 9 de abril, sin saber que le tocaría ejercer su ministerio en el cam-po de la radiodifusión. La Compañía de Je-sús le entregó la dirección de Radio Loyo-la de la ciudad de Sucre, una emisora con escasa audiencia, dedicada a la difusión de programas religiosos y música clásica. “Yo no sabía más que cualquier otra persona de mi época sobre lo que era una radio”, recor-daría años después en una entrevista con la periodista Julieta Tovar. Es decir, poco o nada. Pero, aquilatando el momento histó-rico que vivía Bolivia y la importancia de la información, introdujo en la programa-ción de la emisora un noticiero diario y un comentario editorial, semilla de “Es o no es verdad”, una experiencia que lo impulsaría ocho años después a la dirección de Radio Fides de La Paz. Tras una estancia de cuatro años en Sucre, retornó a España en 1956 para continuar su formación sacerdotal. Sabiendo que tenía a Fides en su futuro inmediato, aprovechó “al-gunas vacaciones de verano”, como recorda-ría años después, para estudiar periodismo en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo y en la Universidad de Syracusa de Nueva York y realizar prácticas en la BBC de Londres. “Me hice periodista antes de volver a Bolivia”, en 1960, recordó.

EL PERIODISMO ARTESANAL DE LOS 60Por aquella época, cuando la carrera de Comunicación Social de la Católica no existía ni siquiera en proyecto, lo más cer-cano a la “formación académica” periodís-tica a la que podía aspirar un joven bolivia-no eran los “cursos por correspondencia” que ofrecían algunas “academias” de Ar-gentina. Los periodistas se formaban en las redacciones, como la de Fides o del dia-rio “Presencia”, donde maestros como el padre Gramunt, Huáscar Cajías o Alber-to “Kit” Bailey, impartían su cátedra con un lápiz rojo en la mano y el amplio baga-je de normas estilísticas que habían acu-mulado en la memoria a fuerza de corre-gir originales.La Bolivia de entonces no era la de hoy. Tam-poco América Latina. El mundo vivía los días de gloria de Elvis Presley y los Beatles; Juan Rulfo y Gabriel García Márquez ha-bían convertido a dos aldeas, Comala y Ma-condo, en referentes míticos de un “boom” literario de largo aliento; la Luna había re-cibido la visita de los primeros astronautas y el “aggionarmiento” del Concilio Vaticano II sacudía las estructuras de la Iglesia Cató-lica. “¡La vida está en otra parte!”, proclama-ban los estudiantes franceses en el legenda-rio Mayo del 68.Eran los “años maravillosos” de los 60, una “década feliz” que al mismo tiempo encu-bría los “años calientes” de la Guerra Fría. América Latina alentaba la esperanza de tiempos mejores con la vista puesta en los paradigmas de la época, John F. Kennedy, por un lado, y Fidel Castro y el Che Guevara, por otro. Cuba acababa de derrotar al Ejér-cito invasor de la CIA en Playa Girón y el mundo se salvaba de una hecatombe nuclear a causa de la Crisis de los Misiles, mientras Estados Unidos y la Unión Soviética se dis-putaban la hegemonía mundial en los arro-zales de Vietnam. Bolivia vivía la agonía del “doble sexenio” de la Revolución Nacional (1952-1964) entre motines cuarteleros, rebeliones mineras y luchas estudiantiles, y las vísperas del “tri-ple sexenio” militar (1964-1982), que llevaría al poder a una seguidilla de dictadores fas-cistas y generales “socialistas”. Los bolivia-nos celebraban el primer título continental que había ganado la selección de fútbol de Víctor Agustín Ugarte en 1963, las salas de cine exhibían “Lolita” y la juventud bailaba con la música que “pinchaba” José “Chin-go” Baldivia, uno de los primeros DJ’s de la radio boliviana, en “Tengo un disco en mis manos” y “Póquer de Ases”, los programas estrella de Radio Fides.La prensa se encontraba en pañales, la tele-visión no había llegado a Bolivia y faltaba un lustro largo para la apertura de la prime-ra escuela de periodismo. Los primeros pe-riodistas profesionales, formados en España e Italia, se incorporaron a los medios nacio-nales a principios de los 70. Hasta entonces, la elaboración periodística estaba en manos

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de reporteros y redactores autodidactas, for-mados en “las salas de redacción, en los ta-lleres de imprenta, en los cafetines y en las parrandas de los viernes”, las verdaderas “fábricas” de periodistas, como diría el au-todidacta mayor, Gabriel García Márquez.Fides era una de las factorías de ese perio-dismo artesanal, junto con “Presencia”, y José Gramunt, uno de los maestros del ofi-cio. “No había escuela de periodismo, la úni-ca universidad era la vida misma, con la fortuna de tener como máximo maestro al padre Gramunt”, recordó años después Her-nán Maldonado, uno de los primeros redac-tores de ANF, quien desarrolló posterior-mente una larga carrera profesional en la United Press International (UPI), la CNN y el Miami Herald. “Enérgico, disciplinado cual buen solda-do del ejército de San Ignacio de Loyola, inquieto en la búsqueda de nuevos hori-zontes por su sangre catalana, apasionado y entretenido ter-tuliano por su vasta cultura, infatigable abogado de las cau-sas justas, orgulloso caballero portador de su blasón familiar, amigo y maestro”, lo describió a su vez Francisco Roque Ba-carreza, otro periodista de la primera hora que hizo carrera como corresponsal de la agen-cia española EFE en Estados Unidos y varios países de Amé-rica Latina.“Presencia”, un diario católico fundado como “semanario cul-tural e informativo” días antes del triunfo de la revolución del 9 de abril de 1952, competía con “El Diario”, el “decano” de la prensa nacional, ambos de ten-dencia conservadora. Dirigido desde su fundación por el abo-gado y periodista Huáscar Ca-jías Kauffmann, “Presencia” se constituyó en un defensor de las libertades y los derechos cívicos y polí-ticos, pero al mismo tiempo en un duro crí-tico de los gobiernos “movimientistas” y en un militante activo del anticomunismo, no solamente por la doctrina cristiana que lo inspiraba, sino también por la polarización política e ideológica que había impuesto la Guerra Fría.

“¿ESTA ES LA REDACCIÓN DE ANF?”En ese contexto histórico e ideológico na-ció ANF. Se proponía contribuir a la “cons-trucción de una sociedad presidida por los principios de la verdad, la justicia y la soli-daridad”, a “la educación ética, social y po-lítica de la opinión pública dentro de una inspiración humanista y democrática”, y a “la modernización del periodismo en Bo-livia”. Aunque siempre se reivindicó como un medio de la Iglesia Católica, su desarro-llo fue eminentemente laico. “Somos una agencia católica, no de sacristía”, solía de-cir Gramunt. ANF fue una de las primeras agencias noti-ciosas latinoamericanas. La más antigua, la argentina “Télam”, fue fundada en abril de 1945 a instancias del entonces ministro de Trabajo y futuro presidente, Juan Domingo Perón, para hacer frente a la “hegemonía in-

formativa” de UPI y AP, el mismo propósito con el que nació en junio de 1959, a iniciativa de Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara, la cubana “Prensa Latina” (PL), con un plantel de lujo: el colombiano Gabriel García Már-quez, el uruguayo Carlos María Gutiérrez y el argentino Rodolfo Walsh, además de su fundador, el también argentino Ricardo Ma-setti. La agencia mexicana “Notimex”, esta-tal como las anteriores, vio la luz en agosto de 1968, cinco años después que ANF, en vís-peras de los Juegos Olímpicos y la masacre estudiantil de Tlatelolco.Unas y otras tenían como referentes a las cuatro grandes agencias internaciona-les de la época, las estadounidenses Uni-ted Press International (UPI) y Associa-ted Press (AP) -por entonces hegemónicas en el continente-, la francesa France Pres-se y la inglesa Reuters. La Deutsche Pres-se-Agentur (DPA), la española EFE y la

agencia internacional IPS preparaban su desembarco en América Latina.ANF tuvo un inicio más bien modesto, como agencia “alternativa”, con un bole-tín diario. Contenía media docena de notas y se editaba cinco días a la semana, de lu-nes a viernes. La idea era proporcionar in-formación de fondo y noticias sobre desa-rrollo económico y social para equilibrar la información política, así como noticias del interior del país. “Buscábamos infor-mación exclusiva para no competir con los corresponsales de los diarios clientes”, re-cordó Gramunt.Es cierto que la redacción de una agencia de noticias es diferente a la de cualquier otro medio, sea diario, radio o televisión. Ana María Romero la describe en su no-vela “Cables cruzados” como una olla de presión a punto de reventar, con su “rit-mo alocado”, su ir y venir de periodistas y sus decenas de teletipos vomitando noti-cias las 24 horas del día, bajo la tensión y el suspenso de la cobertura diaria. Así era la central de la UPI en Washington, donde Ana María trabajó a principios de los 80 y en la que ambientó su historia, pero, obvia-mente, la redacción del gigante de la infor-mación mundial nada tenía que ver con la

que había conocido en Fides cuando inició su carrera como periodista, a fines de la dé-cada de los 60. ANF estaba instalada en el segundo piso del viejo edificio de Radio Fides, de la que era apenas un apéndice, en una modesta oficina de veinte metros cuadrados sin ventilación y poca luz, con dos escritorios de madera y sendas máquinas de escribir Underwood y Olivetti. Un par de armarios, varios archiva-dores repletos de documentos y recortes de periódicos, un teléfono y ceniceros por do-quier, completaban el mobiliario. “¿Esta es la redacción de ANF?”, me pregun-tó asombrado el enviado de un diario mexi-cano, cuyo salario mensual equivalía pro-bablemente al presupuesto de un año de la agencia. Era la época en que corresponsales de todo el mundo visitaban Bolivia atraídos por el proceso político que había desencade-nado la guerrilla del “Che” Guevara, y ANF

era el referente obligado.

PERIODISTAS “TRES EN UNO”La agencia comenzó su andadura con un equipo mínimo: tres reporteros-re-dactores-editores -“periodistas tres en uno”, nos llamábamos- en la “redac-ción central” de La Paz: Óscar Rive-ra Rodas, José Luis Alcázar y el que les habla. El equipo incluía sendos co-rresponsales en Sucre, Cochabamba, Santa Cruz y Oruro. Poco después se incorporaron, sucesivamente, Her-nán Maldonado, Francisco Roque Bacarreza, Carlos Ossio, Ana María Campero y Enrique Eduardo Zalles, quienes, al igual que los primeros, realizaron una larga carrera profesio-nal en el exterior con diversas agen-cias internacionales. “Cuando comenzamos, nos reunía-mos todos los días en la dirección con Gramunt y el Gato Salazar para discu-tir la agenda. Los tres fuimos funda-dores de ANF. ‘Ustedes se parecen a los tres mosqueteros’, nos dijo un día

de esos, de los primeros de la agencia, el pa-dre José María Lop, que fungía como técni-co de la radio, al comentar el entusiasmo de Gramunt, de Salazar y mío por la nueva aventura”, recordaría años más tarde Alcá-zar, quien cubría la información del Palacio de Gobierno.Los primeros boletines informativos, escri-tos a máquina en “papel seda” y copias car-bónicas Pelikan, salieron con destino a “La Patria” de Oruro y “Prensa Libre” de Cocha-bamba a mediados de 1964. Hasta entonces Radio Fides era el único consumidor de los despachos que enviaban los corresponsales del interior desde 10 meses antes. El diario “La Patria” publicó el 5 de julio, once meses después de la fundación de la agencia, siete noticias fechadas en La Paz y Sucre. Fueron las primeras que difundió un diario bolivia-no bajo la sigla de ANF. “Congreso de Coo-perativas censura la inoperancia del Banco Agrícola”, titulaba una de las notas. “Semi-nario sobre temas sexuales prosigue sus es-tudios en La Paz”, informaba otra.Tres años después, en 1967, al salir nueva-mente a las calles luego de haber perma-necido clausurado durante 15 años, “Los Tiempos” de Cochabamba se convirtió en el tercer cliente de la agencia en el interior de

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CoChabamba | año 2014 | miérColes | 31 de diCiembre 11

la República. “El Nacional”, diario estatal fundado y dirigido por el periodista Ted Cór-doba-Claure durante el Gobierno cívico-mi-litar izquierdista del general Alfredo Ovan-do Candia (1969-70), abrió el camino a la presencia de ANF en La Paz.”El comienzo no fue nada fácil”, recordó Hernán Maldonado en su blog “Tierra le-jana”, desde Miami, en plena era digital. “Al coincidir en la pequeña oficina, nues-tro saludo con Juan Carlos Salazar era singular: ¿Qué tienes hoy? ¿Y tú? El ritual se repetía todos los días, al mediodía. En-tonces cotejábamos apuntes de los repor-tajes hechos en la mañana, nos dividía-mos las tareas y empezábamos a teclear en un papel original y seis copias. No po-díamos equivocarnos. Y no podía haber errores y borrones. Tenía que ser un pro-ducto terminado”, rememoró.De allí salíamos rumbo a la flota de autobu-ses “Urus” y al Lloyd Aéreo Boliviano (LAB) con los sobres “repletos de noticias” para los clientes de Oruro y Cochabamba, en una ru-tina diaria que incluía las tres funciones del “agenciero” de la época: reportero por la ma-ñana, redactor-editor al mediodía y mensa-jero por la tarde.

“SÓLO EXCLUSIVAS”Ni el presupuesto ni las condiciones técni-cas permitían producir un servicio como el que ofrecen las agencias en la actualidad. Pero a Gramunt tampoco le interesaba com-petir con la noticia del momento. “Para eso están los corresponsales de los diarios”, de-cía a sus reporteros-redactores. “Nosotros debemos ofrecer noticias exclusivas”, rema-chaba después de revisar los despachos dia-rios. Exigía, sobre todo, información vincu-lada al desarrollo, consciente de que ningún medio se ocuparía de ese tema. “Que los co-rresponsales de los diarios escriban sobre política”, sostenía. “Hacíamos lo que se llama periodismo al-ternativo, no como medio alternativo, sino que veíamos lo que cubrían los periódicos y tratábamos de darles otra cosa”, rememoró Ana María Romero en una entrevista con la periodista Julieta Tovar. “Para nosotros era básico y parte de nuestro orgullo tener ‘pe-pas’ (primicias)”, agregó.El servicio estaba montado en dos pila-res: las noticias sobre desarrollo econó-mico y social y la información del interior del país. Temas políticos, los justos. “En la atmósfera informativa dominada por el quehacer oficial, para ANF resultaba una tarea harto difícil ofrecer a sus clientes no-ticias que se zafasen de ese apretado corsé. A veces resultaba angustiosa la tarea coti-diana para los redactores de la novel agen-cia”, recordaría años más tarde Roque Bacarreza. Así surgió una broma que re-sumía el “diario desafío” al que se enfren-taban los periodistas y su director: “Dame un titular y te llenaré dos páginas”. En una carta suscrita el 16 de septiembre de 1964, el jefe de Redacción del diario “Prensa Libre” de Cochabamba, José Medrano Ca-rrillo, agradecía el “servicio de tanta mag-nitud” que le ofrecía ANF, que le permitía a su periódico -según decía-, recibir noticias “fuera del alcance” de su corresponsal en La Paz y publicar una “amplia y vasta página con primicias del interior de la República”.

“Prensa Libre” pagaba por el servicio una suscripción mensual de 100 bolivianos, me-nos de 10 dólares al cambio de la época.“Nos movía el orgullo de ver que nuestros re-portajes fueran publicados. ¡Ni siquiera los firmábamos con nuestros nombres! Eran épocas en que los periodistas bolivianos tu-vieron que competir con monstruos del pe-riodismo mundial y es grato recordar que se les ganó la partida cuando de obtener primi-cias se trataba”, recordaba Hernán Maldona-do en alusión a la cobertura de la guerrilla del “Che” Guevara y el agitado proceso militar revolucionario que vivió posteriormente Bo-livia bajo el liderazgo de los generales Alfredo Ovando Candia y Juan José Torres.Aunque Radio Fides tuvo una gran cobertu-ra de la guerrilla del “Che” Guevara, con in-formación que encontraba cabida en su pro-gramación a cualquier hora del día, ANF sufrió las limitaciones de las comunicacio-nes de la época. Las noticias salían de Cami-ri, epicentro de la zona de guerra, vía telé-grafo Morse y demoraban varias horas en llegar a la redacción de La Paz, no siempre a tiempo para su inclusión en el único boletín diario de la agencia, que se elaboraba al me-diodía y sólo de lunes a viernes. Sin embargo, desde los primeros días del estallido insurgente, sus periodistas envia-ron crónicas completas sobre la evolución del conflicto. “La artillería del Ejército bom-bardea los focos principales de los guerrille-ros comunistas”, “Son individuos jóvenes de barba y melena”, tituló el diario “La Patria” los reportajes transmitidos por los enviados de ANF tras el primer choque armado del 23 de marzo de 1967. Gracias a José Luis Alcázar, quien cubría la guerrilla para el diario “Presencia” pero seguía colaborando con la agencia como “reportero telefónico”, Fides, junto con “Presencia”, dio la primicia de la captura del Che Guevara el 8 de octubre desde Va-llegrande, un día antes de la confirmación oficial de la noticia.A tono con su estilo, la agencia ofreció grandes exclusivas sobre las guerrillas, tanto de Ñancahuazú como de Teoponte, resultado de las coberturas que realizaban sus periodistas, en muchos casos con los servicios de seguridad pisándoles los talo-nes. “Conseguimos el diario del ‘Chato’ Pe-redo. Hicimos el contacto en la plaza Uyu-ni. Era clandestina la gente que nos había contactado”, recordó Ana María Romero en la citada entrevista. Como resultado de otra investigación perio-dística, ANF reveló las declaraciones secre-tas de los altos mandos ante el Tribunal de Justicia Militar sobre la participación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en el “affaire” del diario del Che Guevara, testi-monios que años más tarde publicaría el pe-riodista y escritor argentino Gregorio Selser en su libro “La CIA en Bolivia”. Pasaron varios años, más de una década, an-tes de que la agencia sustituyera la máquina de escribir y el papel carbónico por el teleti-po y las cintas perforadas del télex. “En me-dio siglo de vida, ANF pasó del papel carbón a la computadora”, recordó Gramunt. ANF es la única agencia de noticias que ha marcado una verdadera huella en el queha-cer periodístico nacional. No sólo en el plano nacional. “Bajo el alero de Fides se cobijaron

tres de las grandes agencias internacionales de prensa, como la alemana DPA, la francesa AFP y la española Efe”, recordó Roque Baca-rreza. “Gramunt, que era el timonel del gru-po, a su tiempo delegó a sus inmediatos cola-boradores periodistas la responsabilidad de trabajar para las agencias internacionales a las que estaba vinculado y que años más tarde los transformó en prestigiosos corres-ponsales de la prensa internacional fuera de las fronteras de Bolivia”, agregó. Maldona-do afirmó a su vez que Gramunt formó “le-giones de periodistas que le dieron brillo a la profesión, no sólo en el país sino en el ex-tranjero, muchos de ellos en agencias noti-ciosas mundiales como AP, UPI, AFP, DPA, IPS y EFE”.Mirando hacia atrás, Gramunt recordó en uno de sus últimos editoriales los “tiempos de abundantes turbulencias y escasos respi-ros” que vivió la agencia en medio siglo de vida, pensando, tal vez, en los años de fue-go de las dictaduras, cuando los periodistas debían trabajar con “el testamento bajo el brazo”. Fides y su director sufrieron en ese lapso todo tipo de sanciones y amenazas. De-fender la libertad de prensa en democracia es fácil, pero no bajo una dictadura. El Gobierno autoritario del general René Barrientos Ortuño criticó y presionó a Fi-des por su cobertura “procomunista” de la guerrilla del Che Guevara, en 1967; el ge-neral Hugo Banzer Suárez le impuso una multa de 20.000 pesos por difundir unas “declaraciones subversivas” de un exmi-nistro del general Juan José Torres, en 1972; Luis García Mesa, el capo de la dicta-dura de los narcodólares, destruyó las ins-talaciones de la radio y la clausuró por 17 meses por el único delito de ser Fides en la larga noche de 1980/81, y, para rema-tar, Evo Morales demandó a ANF por ha-ber sustituido el sustantivo “flojos” por el adjetivo “flojera” en un discurso presiden-cial. ¡Todo un récord para un medio inde-pendiente! Pero no sólo eso. Varios de sus periodistas sufrieron la prisión o el exilio.En su primer editorial tras la reapertura de Fides en marzo de 1982, Gramunt escribió: “Diecisiete meses mudos. Luego de este lar-go silencio, Radio Fides renace como de las cenizas, rediviva y esperanzada. Este rena-cimiento es más gozoso que la amargura del rencor o el gusto ácido del resentimiento”. Así es Gramunt. Al conmemorar el cincuentenario de la agencia en 2013, Gramunt recordó el traba-jo “a sol y sombra, en las buenas y en las ma-las, pero siempre con la misma vocación de servicio al país, vocación cristiana y demo-crática”. “En tan largo tiempo -resumió-, las hemos visto pasar de todo color”, con me-dio siglo de experiencia a cuestas, el sacer-dote-periodista afirmó que el 50 aniversario de ANF era “un hito en la historia del perio-dismo boliviano”. Y es cierto. Media centu-ria de vida, con tres generaciones de perio-distas de por medio, no es cualquier cosa. En uno de sus últimos editoriales, Gramunt apeló a la célebre arenga atribuida al gene-ral romano Pompeyo para resumir la trayec-toria de la agencia de su creación: “Navigare necesse est, vivere non est necesse” (navegar es necesario, vivir no es necesario). La frase también podría sintetizar la vida y obra de este maestro de periodistas.

Page 12: En búsqueda de la verdad

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Vista panorámica de la VIII Feria Internacional del Libro de Cochabamba.

p. José Gramunt, Juan Carlos Salazar, Juan Cristóbal Soruco, Harold Olmos y Ramón Rocha.

p. José Gramunt

Enrique Canelas, Eduardo Canelas, p. Antonio Menacho y dos sacerdotes de la Compañía de Jesús.

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