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En el texto hebreo los dos libros que se suelen llamar “Crónicas”
reciben el nombre de Dibrehayamim, esto es, “los
hechos de los días“, o el “diario”
En la versión de los Setenta llevan el nombre de Paraleipómena, esto es, las “cosas omitidas”
en los libros anteriores. Los dos libros de las Crónicas forman una
unidad, y tienen numerosos elementos comunes con los libros de Esdras y Nehemías.
No faltan autores que piensan que Esdras y Nehemías estaban
unidos a los dos libros de las Crónicas ya que los cuatro
primeros versículos de Esdras coinciden con los últimos del
libro segundo de 1as Crónicas.
El año primero de Ciro, rey de Persia, el Señor,
para cumplir lo que había anunciado por
boca de Jeremías, movió a Ciro de Persia
a promulgar de palabra y por escrito
en todo su reino lo siguiente…
En su conjunto estos libros son una historia general del pueblo elegido que, comenzando desde los orígenes, terminará -en
los libros de Esdras y Nehemías- en la época
persa.
La división de los libros de Esdras y Nehemías tuvo lugar en fecha tardía. Incluso la
traducción de los Setenta respetó la unidad de estos dos libros formando un solo bloque.
A esta historia general, paralela en parte a la
“Historia deuteronomista”, pero
con una orientación diferente, se la suele
denominar la “Historia del cronista”.
Esta historia entró tardíamente en el canon
judío, por lo que se integró en el último bloque de la colección: los ketubim.
Tal vez los dos libros de Crónicas tardaran más en entrar que el
de Esdras - Nehemías, ya que de la materia de la que tratan ya se habían ocupados otros
libros del canon. En las Biblias Hebreas aparecen al final del
todo
Un lector ordenado de la Biblia al llega al libro primero de las Crónicas espera la continuación en
el exilio de la historia del pueblo elegido, sin embargo suele quedar sorprendido al
encontrarse con que este nuevo libro comienza con una larguísima genealogía que se remonta hasta el mismo comienzo, es decir, hasta Adán.
A partir del capítulo 9,
lleno de genealogías,
podrá arribar a la
sección narrativa, que lo
sitúa en un tema que ya
le resulta conocido: los
inicios de la monarquía,
la muerte de Saúl y la
ascensión al trono de
David.
A partir de ese punto
comienza a releer una
historia que ya conoce.
Ante ese fenómeno surgen espontáneas algunas cuestiones como:
¿por qué se volvió a escribir la historia del pueblo elegido, si ya estaba escrita?
e incluso admitiendo que no habría dificultad para que otro autor pudiera
componer su obra sobre un tema ya desarrollado por otro,
¿por qué se incluyó también en el canon de los libros sagrados otra historia, si
ya había una?
La razón es que, aunque la “Historia deuteronomista” y la “Historia del cronista”
traten en gran parte sobre los mismos acontecimientos no son, ni mucho menos,
iguales.
La intención de la “historia del Cronista” no es la de falsear la historia,
sino repensar esa historia que ya es conocida para sacar lecciones de ella, adecuadas a la nueva situación para alimentar la fe en Dios y reforzar
la unidad en la práctica de la Ley.
El cronista compuso su obra mucho después de la vuelta del Destierro, probablemente en el siglo III a.C. al
inicio de la helenización de Palestina.
En esa época el pueblo judío hubo de afrontar graves tensiones internas y externas, y la composición de esta
obra pudo constituir un punto sólido de apoyo para su fe y su unidad.
Reescribe la “historia sagrada” teniendo ante los ojos el ideal de un pueblo santo, que vive en una
comunidad regulada por la ley divina y está apegado a unas normas cultuales, con la
primacía absoluta de la religión, del culto y del rito, soñando casi con ser una comunidad
monástica.
Esta nueva redacción de la historia se inspira en
criterios interpretativos y en mecanismos de
simplificación asombrosos, con un uso
a veces caprichoso de los datos históricos, de los
documentos de archivo y de las genealogías
para legitimar situaciones e
instituciones actuales.
A diferencia del otro
relato histórico, el
modelo de comunidad
del cronista no es el
pueblo del desierto,
con Moisés, sino la
comunidad de David,
verdadera utopía
realizada del Israel
arquetípico y forma
ejemplar de las futuras
configuraciones de la
comunidad elegida.
De aquí la idealización de los tiempos davídico-salomónicos en clave litúrgico-ritualista:
Israel cerrado en torno al templo, al culto y al sacerdocio de Sadoc.
Se hace remontar a David la
institución de estas clases, viendo
en el gran rey al fundador de las
instituciones salvíficas de la
comunidad veterotestamentaria,
promotor del Israel jerárquico con
sus clases, alineado en torno al
templo, como una pirámide que
tiene su vértice en el mismo David
como lugarteniente de Yahveh
De David van bajando, por orden de categoría,
el ejército real, el ejército para la guerra y el ejército para el culto,
con unos rasgos muy claros que anticipan a la
comunidad esenia (cf Regla de la comunidad,
Regla de la guerra).
Entonces…
¿una historia y cuatro o
dos libros?
Tradicionalmente, se entiende por “obra del Cronista” el conjunto que comprende 1 y 2
Crónicas, Esdras y Nehemías. La unidad de autor que se postula se basa en
cierto número de criterios literarios (sintaxis, vocabulario) y temáticos (importancia del
templo y del culto).
Algunos autores recientes discuten enérgicamente esta unidad de autor.
De hecho, al lado de algunas semejanzas innegables debidas a una misma época de
redacción, las divergencias entre Crónicas y Esdras-Nehemías son importantes. Bastarán
unos ejemplos para convencerse de ello
Si los levitas están en el centro de la organización cultual y
del oficio profético en las Crónicas, no aparecen en la
caravana del regreso que conduce Esdras (Esd 8,15); al reformador religioso le cuesta
trabajo convencer a algunos de ellos para que le
acompañen (Esd 8,16-19). Semejante reticencia no se
compagina bien con su celo, continuamente alabado por el
Cronista (2 Cr 29,34)
Un último ejemplo se refiere a la actitud que mantiene este autor
con Israel, el reino del Norte. Si es verdad que las Crónicas se
interesan ante todo por la historia de Judá, la mirada que
dirige este libro al reino del Norte no es totalmente
negativa, tal como se deduce de toda una serie de textos (2 Cr
15,8-9; 17,2; 19,4; 30,1.10-14.15-27; 34,6.21.33).