encore cuentos rock

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CUENTOS INSPIRADOS EN EL ROCK Carlos A. Ramírez· R. Israel Miranda Salas Alejandro González Castillo· Raquel Castro Rogelio Garza· Ignacio Pato· Franz De Paula Pedro Escobar· Alberto Chimal· Erika Mergruen Bernardo Fernández BEF· Arturo Vallejo Armando Vega - Gil Presentado por:

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Encore Cuentos Rock

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Page 1: Encore Cuentos Rock

CUENTOS INSPIRADOS EN EL ROCK

Carlos A. Ramírez· R. Israel Miranda SalasAlejandro González Castillo· Raquel Castro Rogelio Garza· Ignacio Pato· Franz De Paula

Pedro Escobar· Alberto Chimal· Erika Mergruen Bernardo Fernández BEF· Arturo Vallejo

Armando Vega - Gil

Presentado por:

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“Encore: cuentos inspirados en el Rock” es una antología de cuentos compilada y editada por www.resonanciamagazine.com con autorización de sus autores.

Esta antología de cuentos se publicó gracias al apoyo del programa “Edmundo Valadés” de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes 2013 del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

PEDRO ESCOBAR GÓMEZCompilador

SALVADOR NIETO COLÍN, MIGUEL ÁNGEL PLATÓNERICK GARCÍA PONCEDiseño editorial e ilustraciones

JESÚS CORNEJOFoto de portada

Primera Edición Febrero de 2014© Resonancia Magazine© Jesús Cornejo foto de portada

Registro en trámite

Todos los derechos de los cuentos incluidos en esta antología son propiedad de sus respectivos autores. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la previa autorización por escrito de sus autores.

Impreso y hecho en MéxicoPrinted and made in Mexico

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4 MARIANA, MY REFLECTION

I hear the sons of the city and dispossessedGet down, get undressed

Get pretty but you and me,We got the kingdom, we got the key

We got the empire, now as then,We don’t doubt, we don’t take direction,

Lucretia, my reflection, dance the ghost with meSisters of Mercy

Lo que más me gustaba era verte bailar. Sobre todo cuando tocaban She´s lost control o Lucretia my reflection. Era hipnótico mirarte girar, ondulando tu cintura con los brazos al cielo, mientras una corte de chicos góticos –hombres y mujeres- se movían sutilmente a tu alrededor como rindiéndote pleitesía. Era tu momento. Cerrabas los ojos e intempestiva-mente lanzabas patadas al aire que tus lacayos se veían forzados a esquivar con rítmicas contorsiones. Yo le daba un trago a mi cerveza y gozaba con la excitación que provocabas, con las miradas lascivas de aquellos andróginos espectros nocturnos que se resbalaban por tu cuerpo reco- rriendo tus senos, tu ombligo perlado por gotitas de sudor y tus muslos marmóreos. Cuando regresabas a mis brazos, ambos estábamos calientes y ansiosos y nos metíamos cuanto antes en un taxi que nos alejara de aquel bar decadente para amarnos toda la noche.

Así fue cerca de dos años. Todos los viernes me llamabas y nos íbamos a recorrer los bares oscuros de la Ciudad de México. Tú bailabas y yo te observaba sin perderme uno solo de tus movimientos mientras bebía cer-veza o vodka con la misma pasión con que más tarde te comía el coño. Es verdad: mis favoritos eran los Joy Division y Sisters of Mercy pero Killing Joke y London After Midnight también te venían de maravilla. Especial-mente estos últimos; quizá porque una noche, después de un concierto en un club de Birmingham, según me contaste en cierta ocasión ahogándote de la risa, cogiste con el vocalista en un rincón de su minúsculo camerino.

Un día, sin embargo, me llamaste para decirme que te casabas.De blanco.En una Iglesia.Con doscientos invitados.

Carlos A. Ramírez

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“Por supuesto, no eres bienvenido”, me dijiste. Esa noche me fui a me-ter a nuestro bar predilecto a mirar bailar a las nuevas divas aspirantes a princesas vampiras. Eran bellas pero insulsas y descubrí con tristeza que le había perdido el gusto a la banda del Ian Curtis y que las Hermanas de la Caridad no tenían demasiado chiste sin ti en la pista. Me bebí mi cerveza de un trago y me largué de ahí para no volver nunca. Al final, sí, te convertiste en la imagen de un deseo.

Una reverberación.

Un fantasma.

Hoy por casualidad pasé por la calle donde estaba aquel antro. No me ex-trañó que en su lugar hubieran puesto un restaurante de chinos. Me metí y pedí un bisquet y un café con leche. Pinche Mariana, si tú hubieras sido la mesera, te juro que no te habría dejado propina…

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I¿Recuerdas el Wish, los trapos oscuros, las botas pesadas y el nido de cuervo en mi cabeza? Todas las tardesesperábamos sentados en las escalerasa que algo grande nos sucedieray nunca pasaba nada,…………sólo la vida.Y nunca teníamos dinero,pero eso no nos inquietabapues teníamos los libros…………y los discos……….. y las cervezas……….. y los antidepresivos……….. que encontramos en el abrigo favorito de tu madre……….. una de esas tardes en que jugábamos a ser……….. estrellas de rock.(Tú eras Nina Hagen,yo desde luego, Robert James Smith).

Nunca teníamos dinero,pero teníamos callesy conversaciones interminables.Teníamos tiempoy una maliciosa inconstanciapara eso de las clases y los horarios.Teníamos un estéreo nuevoy todos los discos de The Cure.Nunca teníamos dinero,pero de alguna forma siempre te las arreglabaspara conseguir tequila y naranjadaque solíamos beber en los puentes,……….. mientras el tráfico……….. nos hablaba de un mundo……….. profundamente fastidioso……….. y despreciable.

R. Israel Miranda Salas

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8 A LETTER TO ELISE

II

Íbamos a conciertos(que en esos tiempos eran pocos)con el dinero que le estafábamosa nuestros amigos.

Así, vimos a Depechecon los fondos obtenidospor una guitarra que vendimos tres veces,y que ni teníamos,y a Tears for fearscon lo adquirido de botear(según nosotros)en respaldo al CEU.-Apoya la huelga compañero,estamos luchando por tus derechos lesdecíamos ceremoniosamente.En esa ocasión nos alcanzó hasta para las cervezas.

III

Estoy (casi) seguro de que recuerdas el Wish,lo robamos de una tienda de discosque estaba en el Centro.Corrimos como si en ello se nos fuera la viday cuando nos sentimos a salvono paramos de reír.Lo dejamos sobre la mesitay lo contemplamos durante una horaantes de siquiera abrirlo.Sonó el primer acorde de Smith,y luego un clásico fraseoen el bajo de Simon Gallupy todos nuestros demonios…………se desataron.

Afirmábamos que The Curenos hablaba a nosotros ¿recuerdas?Lloramos inconsolablemente con Apart(aún me sigue sucediendo),después bailamos hasta rompernos,sin darle importancia a cosas como los pies.Y simplemente sucedió.No pudimos evitarlo.

Lo arruinamos todo con saliva y sudor y jadeos.…………Se acabaron las sonrisas,…………las estafas,…………hasta las conversaciones largas…………y las tardes sentados en las escaleras de la escuela.A cambio vinieron horas y días enteros

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…………de sexo enardecido,…………de cicatrices,…………de celos.

Pronto ya no quedó nada de nosotros,sólo la promesa de asistir juntosa un concierto de The Cure…………(siempre The Cure),…………aunque esto significara…………atravesar el mismo infierno.No volví a saber nada más de ti.

IV

Te vi en el concierto,ibas con un oficinista.Yo iba con el mejor de mis amigos.Ya no eras Nina Hageny hace mucho que el cuervo en mi cabezaemprendió el vuelo.

Al verme me saludaste con ese gesto de“sabía que estaríamos aquí”.Te perdiste entre la gente.Cuando la banda hizo sonarlos primeros compases de Opencomencé a bailar,seguramente tú hiciste lo mismo.

Es algo que no podemos evitar.Mi amigo bailaba y lloraba emocionado.(Ahora estoy seguro de que recuerdas el Wish).

Nunca supimos a dónde fuetodo lo que alguna vez deseamos.(A veces extraño al tipo que eracuando estábamos juntos.)

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No sé si lo que hay en la mesa de esta cantina son los restos de un caca-huate o el abdomen de una cucaracha. Y es que saladas son ambas op-ciones y, debo aceptar, salado estoy yo. Hay que estarlo para encontrarme aquí, sentado en una de las mesas de La Faena, a los pies del traje de luces que alguna vez portó un tipo llamado Joselito mientras, a mis espaldas, dos toreros están a punto de darse un beso y bajo mi barbilla un insecto cruza el mantel, tal como un náufrago en el mar. Todo está quieto tras los cristales y aquí estoy, solo, rodeado de matadores, una condición de lo más noble, según los fundamentos taurinos.

Pero ya viene el mesero. Trae consigo la cerveza que al entrar le solicité y dos quesadillas que no formaban parte del plan. El líquido sabe bien; la comida apesta a trapo puerco, a mar en verano. Pero qué me importa la peste. Bebo mirando el techo que está a punto de venirse abajo, carcomido, barnizado con cochambre. Estoy pensando dónde quedó la grandeza de este lugar. Porque alguna vez debió existir. En determinada época hubo algo más que esta noche de lluvia olorosa a costa sucia y a náufragos sin mañana. También pienso en la chica que perdí de vista en la esquina, con su fina cintura y pálidos brazos. Y medito que ella debería estar dentro de una de estas vitrinas que ocupan los toreros muertos; pero viva, pestañeando, para que todos la admirásemos mientras su carne se mantuviera lisa.

Vuelvo a sorber de mi envase mientras mis dedos andan sobre la mesa, engendrando olas. Apenas muevo un poco el índice y el medio, y el mantel se ondula para hundir al insecto que cruzaba mi mesa en un agujero negro creado por una colilla de cigarro. Sin esperarlo, el invertebrado ahora se encuentra en una nueva dimensión, una de polvo y sal. Y entonces recuerdo cuando ponía mi cabeza a la altura de tus costillas y ese mismo par de dedos andaba entre tus pezones, dando pasos diminutos. Descubro que entonces yo no buscaba un refugio en ese camino que recorría toda vez que te acostabas frente a mí. Y entiendo que lo que a ti y a mí nos mantenía unidos no era un sentimiento, sino una sensación. Una sensación caliente. Lo sé porque mis dedos jamás tuvieron miedo de chamuscarse. Sufrían los temblores que provocaba tu corazón con cada latido; sin embargo, se empeñaban en ignorar tus sentimientos. En realidad estaban tan cerca de él, de ese músculo que, dicen, es del tamaño de un puño, que bastaba que se calzaran unos tacones de aguja para estocarte. Pudo ser fácil, pudo bastar con dar un paso firme y ya. Culminar la lidia. Eso jamás sucedió.

De alguna u otra forma me comporté como un mal torero al dejarte

Alejandro González Castillo

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12 TERCIO DE MUERTE

escapar con vida. De hecho, los matadores tras los vidrios deben sentir pena por mí esta noche. Claro, para muchos, esos tipos de pantalones untados y sacos ridículos no son más que cobardes forrados de tierra, alabados por quienes van a las plazas a recoger las banderillas que les entierran a animales sin fortuna. Muletas y espadas, un instrumental que en este lugar se cuelga de las paredes, cubierto con costras que avivan mi hambre. Ahora muerdo mi botana… Mesero, perdone ¿de qué son sus quesadillas? Es decir, una masa similar a un puré de papa se encuentra atrapada en estas tortillas, pero podría tratarse del sarro acumulado durante décadas en los baños de este lugar, ¿sabe? ¿No tendrá algo más sustancioso? No sé, ¿una pancita, por ejemplo? Y tráigame una bola oscura, si es tan amable. Allá va el que sirve, hacia el fondo del sitio, tras la barra. Vamos a ver si esto mejora. Vamos a ver si el sabor del barril me anima ahora que ha entrado un grupo de turistas ansioso por conocer la historia de esta cantina.

Qué joviales lucen los nuevos parroquianos pidiendo cerveza clara, acomodándose sus audífonos guía y barriendo con la mirada cada esquina de esta plaza sangrienta. Francamente no comprendo por qué les intriga saber de un lugar como éste; ninguno tiene facha de borracho, ni de torero. Mucho menos de toro. Es el líder de la manada de curiosos quien se dirige a ésta mediante un micrófono de diadema. No oigo lo que dice, pero sus escuchas asienten con la cabeza como si les estuvieran revelando la receta de mis quesadillas. El del verbo se ha parado bajo una pintura inmensa que presume a un tipo cruzando una cerca de púas y manotea aparatosamente hacia arriba. Señala ese punto donde de la obra nace una rasgadura de tamaño considerable, y sé que no es cierto, pero prefiero pensar que quien rajó el lienzo fue Stevie Moore. De hecho, me dan ganas de arrancarle el micrófono al sabelotodo y decirle a sus seguidores el tamaño de espectáculo que hace tiempo ofreció aquí mismo ese viejo de barbas verdes. “Amigos, fue él, Stevie, quien raspó la imagen que todos ustedes aprecian en este decadente espacio. Ocurrió en una de las múltiples ocasiones que el legendario músico se descolgó su guitarra, en uno de esos descansos entre tema y tema que aprovechaba para fumar mariguana y subirse los ridículos pantalones floreados que portaba. Sí señores, esa vez las clavijas de su instrumento hicieron de las suyas”.

Hora de ir a la rockola y dejar que los turistas se entretengan a su modo. Doy unos cinco pasos hacia el armatroste y, ya frente a él, comprendo que me gustan las máquinas que tocan canciones porque frente a ellas regularmente se conocen chicas. Sí, mientras se repasan carpetas es fácil decir hola, preguntar si existe tal o cual disco o solicitar un encendedor. Además, las féminas lucen mejor cuando los focos chillantes de esos aparatos se reflejan en sus rostros. Aunque, siendo sincero, ¿qué clase de mujeres voy a encontrarme hoy aquí? Es decir, las hay, varias, pero traen prisa y vienen acompañadas. De hecho, todos esos antropólogos emergentes ya están pagando la cuenta. Apenas se tomaron una, pero el jefe de la camada ya les enseña la salida, y hacia allá andan todos obedientes porque seguramente tienen más cantinas por visitar. Pero bueno, a mí qué me importa su camino, que se larguen ya. Cuando aquel bulto de personas se esfume sólo quedaremos esos cuatro tipos aburridos de la mesa cercana a la puerta, huevones fastidiados que se miran entre

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sí mientras mascan cacahuates, y yo. Claro, a ellos nada va a moverlos, con esas caras rumiantes salieron de sus casas y así van a volver. Pero yo soy distinto, yo he transformado manteles en mares y perdonado vidas con un chasquido. Chc. Así, rápido. Mi clase es otra. Por cierto, hablando de tronar los dedos, ahí viene otra vez el mesero. Joven, ya no tenemos nada de botana, ¿le dejo su bola en la mesa? Vas. Déjala ahí y llévate las quesadillas antes de que las cucarachas las cubran como abejas sobre un jarrón de tulipanes. Yo aquí me encargo de engordar este altoparlante con diez pesos. Ya encontraré el modo de animar este sitio con tres canciones.

¿Que dije? ¿Tres canciones? Tomando en cuenta que bajo las leyes del pop cada tema dura alrededor de tres minutos, sólo cuento con unos 540 segundos para virar el rumbo de la velada. Esto es, formalmente, un reto. Como pararse frente a un toro bravo, afilar la puntería y aniquilar sus suspiros. Un desafío para cabrones importantes, nada de mulilleros ni areneros. Y yo acepto jugármela. Porque sé que estoy listo para tomar la alternativa. Claro que sí. Veamos. Comencemos por la A. Alejandra Guzmán, Ana Gabriel, Arjona… Puta madre. No va a ser fácil modificar la ruta del viento con un cancionero así, pero ¿qué esperaba? ¿No las rockolas se componen exclusivamente de lados A, de cañonazos demoledores? Finalmente, me toma diez minutos deshebrar el temario de la máquina y elegir tres composiciones. Entonces vuelvo orgulloso a mi mesa. Jalo la silla y, mientras descubro a una cucaracha diminuta rondando mi cerveza -su faro en la orilla de una salvaje costa- escucho a esos cuatro clientes exigir la cuenta. Lamo mi mano y chupo un limón. Salado estoy, recuerdo. Luego, tamborileo mis dedos asesinos contra la mesa una vez que suena el redoble que da inicio al primer track que escogí y decido que voy a llevar todo el líquido que me han servido a mis entrañas mientras las tres tonadas suenen. Salud, me digo a mí mismo. Despidiéndome de ti, porque muy en el fondo a eso vine a este lugar, a decirte adiós.

Más tarde, cuando la cuerda de mis diez pesos se agote pediré una cerveza más. Es la última, me advertirá quien la destape, porque ya vamos a cerrar. Entonces, se apagarán las luces de Joselito y las costras de las espadas volverán a ser sangre caliente. Pero nadie estará ahí para atestiguarlo. Menos tú. Menos yo. Tendrá lugar el lado B de La Faena, el del polvo y la sal, el de las vitrinas que estallan. La grandeza de vuelta. El cigarro del diablo abrirá un hoyo negro y ocurrirán todas las cosas que los guías de turistas ignoran, los secretos que sólo bajo tus pechos se revelan. Los anhelos que nada más los matadores albergan. Los sonidos que sólo Stevie Moore comprende sobrio.

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Cuando suena el timbre ya tienes todo listo los adornos frágiles, los libros difíciles de conseguir y los aparatos electrónicos están encerrados con llave en una de las recámaras, el sofá está libre de estorbos, las sillas ple-gables están a la vista, pero no tan cerca como para arruinar el ambiente en caso de que no venga suficiente banda. Alguna vez intentaste poner platones con botanas pero resultó fatal: tres platones rotos y un par de heridos porque tus amigos, hay que admitirlo, no entienden la diferencia entre un sillón y una mesa de centro o entre sentarse y aventarse al sofá desde la segunda cuerda. No importa: ya te resignaste y sustituiste los platones para la botana por bolsas de frituras que, bien lo sabes, serán una lata a la hora de recoger el tiradero post fiesta, pero menos complicado que limpiar una mancha de sangre del tapiz de los muebles.

El timbre suena de nuevo y, antes de abrir, te miras en el espejo. No puedes reprimir una sonrisa, te gusta tu atuendo falsamente descuidado, dark ma non tropo, piensas, cómodo pero fashion, no por nada te dicen el rey del glam.

—¡Reeeey! ¡Abre! ¡Me estoy miando! —grita una voz masculina desde el otro lado de la puerta.

Suspiras, resignado: tus amigos jamás brillarán en sociedad. Pero podría ser peor, te dices, aunque prefieres no imaginar algo peor que lo que ya han hecho: las paredes de tu departamento (y tú) han sido testigos de falsos intentos de suicidio (con una sobredosis de chochitos homeopáticos), madrizas, threesomes, catfights (que merecen categoría aparte de las madrizas, porque las rucas pelean de otro modo), sesiones de slam al ritmo de Banda Bostik (¿quién trajo un cedé de Banda Bostik?), intentos reales de suicidio (con unas pantimedias a falta de soga) y una extravagante gama de etcéteras, incluyendo la vez que Mario, el bajista de la banda en la que tocas, llegó con tres chicas cristianas que pensaban que iban a una velada de oración y que terminaron haciendo un show lésbico. Una de ellas, Florentina, de plano dejó la iglesia y a veces te la encuentras en los antros de ambiente, siempre con una conquista distinta.

—¡Reeeeeeey! ¡No mameeeeees! —grita de nuevo la voz.

La reconoces: es Javier, el guitarrista de la banda en la que tocas. Mientras abres la puerta te preguntas por qué los piensas como “la banda en la que

A Guillo, el auténtico rey del glam

Raquel Castro

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16 EL REY DEL GLAM

tocas” en lugar de “tu banda”. Te respondes de inmediato: para esos dos, Mario y Javier, la banda es lo más importante, más que el trabajo o los estudios (que hace mucho abandonaron) o las chavas. En cambio, para ti, la banda es una de las cosas que haces. Sirve para conocer chicos guapos (el pretexto de que tienes que cargar el pedal y los platillos te permite piropearles la musculatura sin parecer una loca, y así le ayudas a tu gaydar, que en general funciona a medias), pero no te imaginas viviendo de eso.

—Tocayo —dice Javier y choca su puño con el tuyo sin detenerse en su carrera hacia el baño.

Vas a cerrar pero descubres en el vano de la puerta a un tipo alto y muy delgado, vestido como recién salido de Whitby: falda larga de terciopelo, camiseta de vinil sin mangas, collar de púas. También trae unos calientabrazos hechos de pantimedias, obviamente negras, muy en plan oldschool, y unas botas de plataforma con muchísimas hebillas. Su cabello te recuerda al de Johnny Depp en Edward Scissorhands, sólo que está teñido de azul eléctrico. Quiere parecerte conocido pero no estás seguro. Se ve mejor que yo, piensas, y te invade el mal humor.

—Pásale —le dices, la voz convertida en témpano, y ni siquiera cuando te dedica una sonrisa cálida como una taza de té con miel y te ofrece la mano te mejora el humor. De todos modos respondes al saludo con tanta amabilidad como puedes, porque a fin de cuentas eres el anfitrión.

—Píter —dice —, como Peter Murphy.

Tú no le dices tu nombre: tendría que saberlo si vino a tu casa, ¿no? ¿O es un gorrón sin la mínima educación como para preguntar “¿A dónde vamos?”?

—Estás en tu casa —le dices—. Voy a cambiarme.

—Así te ves muy bien —responde desde la seguridad que le da su atuendo perfecto y te dan ganas de matarlo.

—¿En estas fachas? Cómo crees. Justo me iba a arreglar cuando llegaron —y lo dices con un velado reproche en la voz, como si fuera cierto, pero Píter no se da por enterado.

En eso sale Javier del baño y los dejas solos:

—Tomen lo que gusten, en el refri hay jamón y queso por si quieren —dices, esperando que se note que la segunda intención es llegaron demasiado temprano y no tuve tiempo de comer; pero en el fondo sabes bien que tus habladas son tan sutiles que nadie las percibe.

Aprovechas que Javier jala a su amigo a la cocina para asaltar el refrigerador y corres a tu recámara. Te miras en el espejo: tu atuendo ya no se ve cómodo-pero-fashion, es simplemente fodongo. Fachas indignas del rey del glam, piensas. Mientras revisas tu clóset escuchas cómo los recién llegados se apoderan de tu estéreo y ponen algo darketísimo que, obviamente,

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reconoces de inmediato porque es de tus bandas favoritas, pero que justo ahorita te pone de mal humor. ¿Stoa, de veras?, te preguntas. Claro, ¿qué otra cosa podrías esperar de un darketo de falda larga y medias en los brazos?, te respondes tú sólo mientras eliges un pantalón acampanado de pana negra y la camisa setentera –obviamente negra también– que estabas guardando para tu cumpleaños. Complementas con tus botas favoritas y te miras de nuevo al espejo, satisfecho. Ningún gorrón se va a ver mejor que tú.

Sales de la recámara para encontrarte con que ya hay cuatro o cinco fulanos más y un motín en torno al estéreo: alguien quiere poner a los Carniceros del Norte para prender el ambiente mientras que Javier se aferra al darkwave neoclásico de Stoa y dice que sólo permitirá que lo quiten para poner a In The Nursery, Ataraxia o Black Tape for a Blue Girl. Buscas a Píter con la mirada y lo encuentras en TU sillón, hojeando uno de TUS libros de David Lachapelle, que según tú habías puesto a resguardo en la recámara. Lo miras fijamente, esperando que suelte el libro, pero cuando se da cuenta de que alguien lo observa y de que ese alguien eres tú sólo sonríe y te sostiene la mirada un momento, sólo para volver al libro.

—¡Rey! Es tu casa, tú decide qué ponemos —te dice Javier.

—¡Es una fiesta, Rey! Dile a Javier que no chingue —reclama Juan, otro de los presentes—. Además, yo me voy a ir temprano.

—Eso es tu pedo, güey —le responde Javier—. No vamos a poner naqueces.

—No mames. Los Carniceros no son naqueces, tocayo —le dices a Javier—. Y yo sí quiero bailar.

—Pon algo que sea intermedio —interviene el tal Píter—. ¿Qué tal algo de Alaska?

Su voz suena tan cerca que te sobresaltas y, al voltear, lo descubres a tu lado. Él pone su mano en tu hombro y te sonríe de nuevo. Sientes que te derrites y necesitas de toda tu disciplina para fingir indiferencia.

—¿Pegamoides? —le preguntas, intentando mantenerte helado.

—Dinarama —te responde y guiña el ojo.

Hay algo terriblemente varonil en él. Pinches bugas llevaditos, piensas, esperando que de una vez te quite la mano de encima: si fueras tú quien lo tocara a él, ¿se portaría con la misma naturalidad o le iría a llorar a alguien con que tu amigo gay me acosa?

Todos aclaman la sugerencia, excepto Javier, que refunfuña pero no tiene más remedio que ceder. Ni tú ni nadie comienza a sonar y todos llevan el ritmo con la cabeza o los pies, pero nadie se anima a bailar. Te

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18 EL REY DEL GLAM

mueres de ganas de echarte la coreografía completa, pero te contienes. Si sólo estuviera Ofelia, vocalista de la banda y tu cómplice en las fiestas, la sacarías a abrir pista. Pero todavía no llega una sola ruca. Ves la hora, todavía es temprano. Apenas se estarán arreglando, imaginas.

—Faltan chavas —dice Píter, como si te leyera el pensamiento.

Asientes con la cabeza pero en el fondo el alma se te va a los pies: con que sí es un buga llevadito, maldita sea. Pronosticas que en cuanto llegue Ofe con su palomilla de chicas sexis, Píter olvidará su amabilidad contigo. La historia de mi vida, te dices.

Empieza Cómo pudiste hacerme esto a mí y Píter se pone a bailar frente a ti. Te pones nervioso, mueves un poco los brazos y la cabeza; no se puede decir que estés bailando, pero tampoco que lo tiras de a loco: te dices que es tu deber como anfitrión, pero evitas en todo momento encontrar sus ojos con los tuyos.

—¡Qué bien te ves, por cierto! —te dice, y no te queda más remedio que mirarlo.

—Pues no había de otra. Me veía como pordiosero junto a ti —le respondes, y te sorprende tu propia honestidad.

Él ríe antes de responder.

—Oye, pues me trajeron a una fiesta del mítico rey del glam. Ni modo de venir como recién salido de la cama, ¿no?

Te quedas mudo. En tu cabeza las preguntas se formulan a toda velocidad, pero la garganta está atascada y simplemente no salen.

—Te he visto en mil tocadas pero nunca me pelas —te dice —Siempre me quedo mirándote pero tú te haces bien güey.

Lo piensas un poco y te das cuenta de que sí, que claro, lo has visto en las tocadas de la banda, sólo que con el cabello rojo ¿o negro? Maldita sea, tengo que empezar a usar los lentes, piensas y te quieres dar de topes.

—Necesito ir al oculista pero los anteojos me dan no sé qué —respondes y sabes que suena a mal pretexto.

—Seguro encontrarás un modelo pocamadre cuando te decidas a usarlos —y su sonrisa es de que te creyó el pretexto que no es pretexto.

Entonces comienza a sonar El rey del glam.

—Tu canción —dice Píter, tomándote de la cintura mientras baila.

Ir al oftalmólogo, apuntas mentalmente en tu lista de pendientes. Y buscar un armazón pocamadre, alcanzas a pensar antes de darle el primer beso.

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20 THE GRATEFUL DEAD: DARK STAR

El cráneo partido por un rayo se estremece con las vibraciones del soni-do. Sus hemisferios rojo y azul brillan en la penumbra como una señal de tránsito que anuncia la próxima salida hacia La Muerte Agradecida. Todo el mundo sabe que es la marca del grupo con la discografía y la mitología más grande de nuestro sistema solar.

La noche ha caído y en el fondo se escuchan los motores del planeta. El sonido se aclara sobre el escenario, entonces puede verse a los del grupo envueltos por la música que sale flotando de los instrumentos y los moni-tores, parvadas de mariposas luminosas que explotan al tocarlas con la yema de los dedos. Al principio son burbujas, líneas brillantes y formas fosforescentes que se mueven lentamente al aire libre. Después son plan-etas en sistemas solares, mundos inexplorados y paisajes mentales. Los veinte mil deadheads que han acudido se encuentran absortos, viajando a la velocidad del sonido sin moverse. La Muerte está viva y llena de gracia, se alimenta con el combustible del Universo: el amor, la música, la electri-cidad y el ácido de ignición.

Por fin se ve a Jerry Garcia con su guitarra eléctrica. Viste psicodélico, en-vuelto en una bruma violeta. Un rayo brilla a través de su cabeza y su ca-bellera revuelta se enciende con una aureola. Un San Beethoven del rock entregado a su Gibson SG con un dedo mocho. Bob Weir se encuentra con otra Gibson en el otro extremo de la plataforma, cabalgando su ca-ballo de luz. Entre ellos está el bajista Phil Lesh, sentado en un banco alto con un atril y un micrófono, sostiene su Fender Precision en las piernas y jala las cuerdas espontáneamente. Hasta atrás se asoman las caras del tecladista Ron Pigpen McKernan, y las de los bateristas Billy Kreutzmann y Mickey Hart. Improvisan y van creando una pieza de gran formato, inmensa como su sonido, repleta de remansos, torbellinos y tormentas magnéticas. Todos están conectados a un poder infinito que el poeta Rob-ert Hunter describe en sus canciones, pero las letras han caído y cedieron su lugar a la música. Ellos pueden tocar hasta que nadie quede vivo.

* Relato incluido en el libro Zig-zag, lecturas para fumar, de próxima aparición.

Rogelio Garza

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22 EL TRIUNFO DE LA CULTURA

Con la cultura no pudieron acabar, era imposible no podían. Cultura es atarte el cordón desabrochado, tu miedo a una determinada imagen, el tenedor que utilizas para comer o la droga utilizada de distintas maneras en diferentes contextos de diferentes partes del mundo.

Subieron los impuestos, el Estado necesitaba mayor recaudación y en tiempos de crisis la música, la Cultura (con mayúsculas, como a algunos les gusta destacar) se antojaba para algunos burócratas parte de un botín disponible ya que su difícil materialización era ideal para catalogarla como no necesaria. Un lujo en época de necesidad.

Cerraron locales en los que se hacían conciertos los fines de semana. Las ventas de discos físicos bajaron hasta hacernos saber que en pocas décadas (y quizá sólo en una o dos generaciones) se convertirían en una reliquia digna de lo que para nosotros era un daguerrotipo del siglo XIX.

Pero no era posible acabar con la cultura. Al poco tiempo supimos que no era sino otra estrategia de miedo forjada por empresarios que no era sino otra estrategia de miedo forjada por empresarios que habían desem-barcado en la cultura (esta vez en minúsculas) y pretendían arrogarse el prestigio de su nombre.

Personas que habían realizado una inversión estaban interesadas en que todos colaborásemos a evitar su caída. Ellos se jugaban dinero. Que los demás nos jugásemos con eso parte de la Cultura no estaba tan claro. Los locales cerraban y tú ibas a otro. Cerraban y cada vez había más grupos que tocaban a su vez en otros locales, hasta que los cerraban. Una perse-cución de las autoridades locales, decían los dueños de estos locales. Para ti y para los grupos sólo suponía un cambio de lugar para esa unión de noches de fines de semana que tan necesarias eran.

Al final la Cultura no dejaba de ser también la unión entre personas reunidas para escuchar música en un ordenador en una casa, en una fiesta en la que una o varias de esas personas como disc-jockey más o menos amateur o en acudir a un concierto en cualquier sala, sea esta la que sea. Si en el hipotético caso de que estas dejasen de existir en este Occidente tan acostumbrado a un consumo individualizado vía discos (al igual que ocurre con los libros o las películas en venta para consumo casero), tendríamos que ponernos manos a la obra en la construcción social (¿qué mejor definición de la Cultura hay que esa?) de iniciativas como soundsystems callejeras.

Ignacio Pato

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La música, aun en el hipotético y dramático caso de que alguien la prohibiese expresamente, se vería sustituida en esa distopía por voces anónimas que evocarían situaciones que en principio serían individuales pero pronto cobrarían un sentido colectivo, la voz del común resonaría en, por ejemplo, las grabaciones que una o varias personas coordinadas fueran registrando en las crecientes manifestaciones y expresiones de protesta de las que una población cada vez más acorralada fuese protagonista.

Sería, de nuevo, en la calle, y no tendría unos protagonistas claros que pudiesen adquirir el rango de autores ni de artistas. Serían voces empoderadas que adquirirían esa sonoridad conforme a la familiaridad de su expresión en forma y fondo. Serían juegos, claves y mapas. Diversos tonos y ritmos de golpes que resuenan a modos de alertas en un escenario llenado por un empoderamiento (re)constituyente. Y alguien comenzaría a tocar un tam-tam.

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Un sonido me despierta. El reloj marca las 3:15 a.m. On The Run suena de fondo en mi dormitorio —debo haber dejado el Dark Side of the Moon en loop.

Me estiro y me doy cuenta que estoy soñando. No soy Franz. Franz es el humano dormido junto a mí. Soy Botón, su gato. Aunque debería decir su dueño. Yo soy el guardián real de esta casa. Dadas las circunstancias, no puedo quejarme por despertar en un sueño donde soy un hermoso, enorme gato negro.

Brinco al piso, y cuando oigo el segundo graznido —eso era—, ya veo desde el pasillo una sombra en la cocina. Un descomunal cuervo posado en la cornisa de la ventana, eso es. Siento mis pupilas dilatarse en un nivel colosal y en un instante me disparo hacia él. El cuervo aletea, asustado. Su movimiento errático me hace perder el equilibrio y caigo por la ventana hacia el cubo interno del edificio.

Caigo, pero no me hago daño, naturalmente. Algo, sin embargo, se siente distinto. Toco el suelo con toda gracia y trepo de regreso los tres pisos por los bordes y las orillas que me voy encontrando. Al subir a la altura de mi habitación, a unos metros aún de mi ventana, alcanzo a escuchar Breathe al fondo y, con todo asombro contemplo, desde fuera, a Franz y a Botón dormidos, con el reloj que apenas marca las 3:10 a.m.

Percibo en la penumbra a alguien que se mueve un par de pisos arriba. Es el cuervo volando sobre la azotea. Lo reconozco de inmediato. Él es el responsable de todo. Y yo no quiero convertirme en el otro Botón. En un parpadeo, mi impulso me hace saltar como un rayo la distancia que me separa de él y comienzo a perseguirlo por toda la azotea. Lo pierdo de vista por un momento, pero después lo atrapo y lo someto sin intención de herirlo. “Sólo quiero que hagas tu parte” le digo. “Despierta a Botón 1, luego puedes irte.”El cuervo grazna parado en la cornisa de la ventana y, desde un ángulo conveniente, observo desde fuera a Botón 1 despertarse. La cadena de eventos se detona. On The Run termina, Botón 1 pierde el equilibrio y mientras cae, el cuervo saca partido de la ocasión: entra por la ventana de la cocina y de un aleteo, la cierra de un azotón por dentro, impidiéndome entrar. Los relojes de Time llegan hasta mis oídos, junto al sonido caótico de objetos chocando y rompiéndose en el interior. Pienso en Franz, desprotegido y sorprendido a la mitad del sueño, agredido por un extraño en su propia alcoba, y no dudo en arrojarme al cubo interno del edificio, no para huir, sino para regresar de nuevo, para reparar lo sucedido esta vez —lo que está sucediendo.

Franz De Paula

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26 NOCTURNO (O EL LADO OBSCURO DEL TIEMPO)

Caigo.

Toco el piso y reboto de regreso hacia arriba como un resorte, brincando por los bordes de nuevo, hasta cerciorarme, desde fuera de mi habitación, que On The Run comienza de nuevo y que Franz y Botón 1 duermen aún. Luego trepo a la azotea y me coloco como espectador que espera el momento oportuno. A media persecución, observo al cuervo esconderse de Botón 2 muy cerca de mí y aprovecho el breve momento para persuadirlo de dejarse atrapar: “realmente lo vas a ayudar, no te va a lastimar.” Espero hasta que Botón 2 y el cuervo se encuentran. Luego bajo con ligereza por la fachada opuesta y entro por el balcón a mi sala. Me acerco con pasos mudos hacia el pasillo, aguardo el momento en que Botón 1 se encamina a la cocina, entro al dormitorio y despierto a Franz. Luego corro de regreso a esconderme en la sala, desde donde puedo observar toda la escena, y espero.

Franz se levanta confundido y, ya al final del pasillo, mira atónito al cuervo entrar aleteando por la ventana de la cocina. Los relojes de Time enloquecen al fondo. El tiempo se estira. En un segundo empuña un sartén y una escoba y, dejando una estela de caos, logra sacar al intruso por la ventana. Desde donde estoy, veo cómo contempla al cuervo alejarse volando, hacia la luna. Yo —ya no como Botón 3, sino como el único Botón— me acerco satisfecho a Franz, balanceando mi cola y lo saludo. Él me sonríe de regreso, en medio de una lluvia en cámara lenta de plumas negras, con los primeros acordes enigmáticos de Time que hacen eco desde la habitación.

Ahora ya es de día. Estoy sentado en mi sala.

Oigo el Dark Side of the Moon y pienso en mi sueño de anoche. Pienso en lo mucho que extraño a Botón, mientras sostengo en mi palma una pluma negra.

* * * * * A mi mejor amigo.

Franz De Paula.

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28 LEYENDA ANONIMA

Siempre quisimos escribir una canción como Unknown legend de Neil Young. Beto, Carlos y yo no eramos buenos músicos, pero teníamos his-torias que contar, el tipo de cosas que te pasan a los 18 años, pero que recuerdas toda la vida. Fue Beto quien llevó la maqueta de “Plateada” al taller mecánico que usabamos para ensayar, sus acordes de guitarra ya es-taban definidos, pero Carlos y yo le ayudamos a terminar la letra y la base rítmica. Fue un verano con mucho tiempo libre, todo ocurrió después de enterarnos que ninguno entraría a la UNAM, de modo que el único lugar al que pertenecíamos era a nuestra banda.

“Somos la emoción de lo real, el mundo que sólo existe cuando estamos juntos”. Creo que a la gente le gusta escuchar canciones con frases así. “Plateada” hablaba de los momentos en que formas parte de algo que le da sentido a tu vida. De lo real, de lo que todos entienden como un fin, pero que rara vez disfrutan cuando lo tienen.

Sabíamos que “Plateada” era buena, lo suficiente como para transformar los chiflidos y mentadas de madre de una audiencia de primates en pal-mas y gritos de gente civilizada. Una vez unos borrachos nos gritaron: “¡Toquen la buena y lárguense!”, ese fue uno de los mejores recuerdos en la breve trayectoria de la banda Cerbero.

Pero todas las canciones tienen una historia y la de la nuestra -lo supimos después- tenía que ver con Laura, una ex de Beto que inspiró gran parte de la letra. Ahora que nuestro guitarrista tenía una nueva novia a la que no le hacían gracia las referencias íntimas a su antecesora, las tensiones en el grupo comenzaron a aparecer.

Muchas cosas fueron cambiando en la banda hasta la noche que Beto nos pidió que no tocáramos la única canción que le gustaba a la gente. Entonces supimos que algunas piezas tienen vida propia, van creciendo y eligiendo su camino. Si no podíamos tocar con la misma pasión que siempre, sería mejor no tocar más.

Alejarnos de “Plateada” nos hizo apreciar las ventajas de su indefinición. Nuestra canción podía significar muchas cosas diferentes, para Beto era el recuerdo cálido de una persona a la que amó intensamente, para Carlos el sonido más hermoso de su bajo y para mi el recuerdo del verano en el construimos un mundo mejor al que había sido creado para nosotros. Al final, sólo era una canción que cobró vida propia, creció y se fue en busca de nuevos oídos. Después de todo, era una leyenda anónima.

Pedro Escobar

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30 TOMA LA RUTA

No preguntes más por mí.Nadie sabe nada.

No estés preocupada.Yo la paso bien.

GUSTAVO CERATI

—Todo fue por el anuncio.

—¿Cuál anuncio? —pregunta Horacio Kustos, y la señora Ledezma le tiende un separador de libros.

—Me lo dieron en la Feria del Libro. Me debí haber fijado. Que no era normal. Pensé: “Qué raro flyer”. Pero nada más pensé eso.

El texto impreso en el separador comienza así:

HIPNOSIS TERAPÉUTICA PARA TUS HIJOSTe interesa que tus hijos:

Desarrollen Toda Su InteligenciaTengan Memoria Rápida

Tengan Aprendizaje AceleradoTrabajen Y Pongan Atención En La Escuela

Coman SaludableTengan Respeto Y Valores

—Sobre todo, lo de los valores pensamos que estaba bien —explica el señor Ledezma.

—Porque no queremos que Marco Antonio sea “nini”.

Marco Antonio sólo tuvo dos sesiones de hipnosis con el terapeuta: un tal Lorenzo Márquez, que además de anunciarse como Profesor Doctor decía tener Posgrado en Ciencias de la Conducta y Ángeles. Luego del desastre –de que su paciente ya no pudiera despertar, de que todo lo demás empezara a suceder– el hombre huyó de la ciudad.

—¿Nos puede ayudar, doctor?

Horacio Kustos no se atreve a decir a los Ledezma que no es un doctor,

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que llegó a la casa meramente a investigar los rumores y que no tiene la menor idea de cómo ayudar al hijo. En cambio pone el vaso de cocacola que le dieron sobre el posavasos de cartón en la mesa de centro. Piensa en decir que tampoco es un exorcista pero decide que es una broma pésima. Se pone de pie.

—Vamos —pide, y es llevado a la habitación en la que Marco Antonio, de quince años, está atado a la cama. Babea y se retuerce. Tiene puesta una pijama de rayas; tiene la cara pálida y cubierta de cicatrices, los ojos amarillos y locos.

Y sobre la cama flota una vieja guitarra de Paracho que se toca sola.

—¡Ah, telequinesis! —dice Kustos, maravillado. Las cuerdas de la guitarra vibran con tal fuerza que casi suenan como pasadas por amplificador: casi suenan como una guitarra eléctrica.

—Está así todo el día —se queja la señora Ledezma.

—Todo el día —la apoya su marido.

Y de pronto, Kustos se da cuenta:

—Esa es de Jimi Hendrix —dice, asombrado.

—¿Quién? —pregunta la señora Ledezma, y en ese momento Marco Antonio, todavía atado y retorciéndose, empieza a cantar con la voz de Jimi Hendrix.

—Es cierto que a veces la influencia de los padres se manifiesta de maneras inesperadas, y no como uno quisiera —dice Kustos, más al rato, cuando han vuelto a la sala, y el señor Ledezma ha dejado de llorar, y Marco Antonio (se puede asumir que es él, desde luego) toca con la mente “While My Guitar Gently Weeps” de George Harrison y canta a todo volumen (¡también parece usar un amplificador!) con la voz de George Harrison—. ¿Pero por qué dice que usted es el culpable?

El señor Ledezma sorbe moco.

—Yo ponía cosas así de joven —dice. Su esposa intenta consolarlo.

—De joven, su papá, o sea mi suegro, era de esos revoltosos.

—Rocanroleros —dice el señor Ledezma.

—Sí —dice su esposa—. Se murió hace años pero hasta el final siguió poniendo cosas así en el asilo. Y de ahí le aprendió mi marido.

—Es un poco raro que no esté canalizando directamente al abuelo —dice Kustos— pero sería bastante peor si, en vez de canalizar personas muertas, su hijo canalizara personas vivas. No sé… ¿Han oído hablar de Gustavo Cerati?

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32 TOMA LA RUTA

Las caras de los dos padres le indican que ha cometido un error. Kustos mira para un lado, mira para el otro, Marco Antonio termina la canción de Harrison y empieza “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana. Con la voz de Kurt Cobain.

—Bueno, no importa —dice Kustos.

—A mí todo esto me molesta además —se queja la señora Ledezma— porque es música que no le entiendo.

—Le pusimos Marco Antonio a nuestro hijo por Marco Antonio Solís.

—Yo digo que el que tiene la culpa es más bien el abuelo, porque éste —la señora Ledezma voltea a mirar a su marido— sólo tenía la pose de ser bien rocanrolero, bien rebelde. Luego luego se le quitó, ¿verdad?

—Uno va madurando —asiente el marido— pero en realidad a mí ni me gustaba esa música. Era como impuesta, como para tratar de acercarme a mi papá. Cuando empecé a andar aquí con mi mujer traía el pelo largo y me iba a las tocadas, al slam, pero en mi casa, cuando me quedaba solo, siempre le metía más al tropical.

Un año más tarde el falso doctor Márquez abrirá consultorio en una ciudad cercana y su primer paciente será el hijo de un aficionado al cine de artes marciales.

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34 APAGON/BLACKOUT

En mis tiempos buscábamos los éxitos en la radio, saltábamos del AM al FM para escuchar lo nuevo o esperar los lanzamientos oyendo lo viejo. Así, elegíamos el sencillo y buscábamos en las tiendas el nuevo LP. Una visita, dos y hasta tres porque los ingratos discos tardaban en llegar a México. Auscultábamos con dedos agilísimos las hileras monumentales de LP. No era raro obtener un machucón en las yemas en esos archiveros de fundas de cartón casi siempre impresas a todo color.

“No, todavía no llega, regresa como en quince días y a lo mejor ya lo tenemos”. La espera sólo podía amortiguarse si el éxito del momento era transmitido en tu estación preferida.

En mis tiempos, tarde que temprano, la oportunidad llegaba: encontrábamos nuestro eureka personal en aquellas hileras de discos. Pagábamos y nos íbamos con urgencia a casa donde esperaba el tocadiscos —el mío era muy moderno, incluía automático—. Salíamos de la tienda con prisa, abrazando el album, como si se tratara de un niño pequeño al que había que arropar y dormir.

En mis tiempos tuve mi Eureka, uno de tantos: por fin, ahí estaba, Blackout de Scorpions, de Mercury Records, con Gottfried Helwein gritando en la portada, entre celestes y vidrios. Ahí estaba Scorpions, con sus letras que años más tarde serían imitadas en los grafittis de la gran ciudad:

Llegas, corres a la cocina, necesitas el cuchillo pequeño, el filoso, para abrir el celofán del borde del disco. Cortas con cuidado, no vayas a rayar la portada azulísima del loco de Helwein. Extraes delicadamente el vinilo y descubres que no te ha tocado uno negro, aunque piensas que el negro sería más Scorpions. No importa, miras el vinilo a contraluz, te ha tocado uno azul, hermoso, como un gran caramelo atropellado. Abres la tapa del tornamesa, levantas el brazo metálico, colocas el disco de 30 centímetros con precisión, sosteniéndolo de los bordes, sin poner tus estúpidos dedos sobre los surcos, para que tu grasa de mortal no haga saltar la aguja. Pones el brazo del aparato en posición de arranque automático, y checas el ajuste a 33 revoluciones, pues no quieres oir ardillas en él. Jalas la palanquita del automático: el tornamesa gira, el disco cae, ¡plop! y la aguja, como si se tratara del telescopio de un submarino que nunca fue amarillo, se mueve, lenta, para al fin descender, certera, inmaculada. Observas la aguja, le soplas por si tenía alguna pelusa, todo en esos 3 segundos que tarda en recorrer el surco de entrada, ese tan vacío, el brillantísimo, como espejo que refleja lo que estás por escuchar: arranca la guitarra y esperas la voz

Erika Mergruen

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agitada, ahí, Klaus Meine ruge (I realize I missed a day) y la guitarra ya no se detiene, ya viene el coro, ya viene el coro, no (Just want to cut out), Klaus sigue rugiendo, ahora, no (My head explodes, my ears ring), aún no, sí, ya (Blackout I really had a blackout) y cantas porque con el coro te haces uno con la banda, porque el coro parece incluirte, te dice que la banda te comprende, que es tu color y que navegan con la misma bandera (Blackout I really had a blackout). Entonces inicia el solo de guitarra, porque así debe ser, porque así lo dicta el canón o sólo para que tú toques una guitarra imaginaria como si con ella pudieras romper el vidrio de esa maldita ventana que deja entrar la luz que rebota sobre la tapa del tornamesa. Regresa el coro y Klein grita, grita, grita y el vidrio de una ventana que nunca has visto se rompe.

Corres a la tornamesa, porque no existe el botón de replay. Levantas la tapa y ahora sí, a probar el pulso, porque no vas a detener el disco para levantarlo y darle a la palanquita del automático. Lo sabes, debes levantar la aguja con cuidado y colocarla, tú solita, sobre el surco vacío. ¡Ay de ti si la dejas caer! pues o jodes la aguja o rayas el disco y la canción quedaría herida para siempre. Acuérdate que los vinilos no son baratos. Uno, dos, tres y arranca de nueva cuenta la guitarra y esperas otra vez la voz agitada, ya, Klaus Meine ruge (I realize I missed a day)…

Lo dicho, en el siglo pasado, todo se nos iba en esperas, en rituales y en discos rayados por el infortunio. Sí, en mis tiempos… no, nunca diré que todo era mejor. En este siglo, mis canas tienen más discos en la computadora de los que tuve allá en los ochenta.

Tomas el mouse, buscas en la lista. Tras Device y Disturbed, los nuevos, das click: escuchas el rugido de Klaus Meine (I realize I missed a day)…

Vinilo o no, los estandartes son para siempre. Blackout.

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Es 1989 y estoy en el concierto de Mecano en las canchas de futbol de la Univerdad del Valle de México, campus Tlalpan. Tengo diecisiete años. Allá afuera hay un clima político enrarecido, Bartlett acaba de robarse las elecciones para Salinas, pero esta noche lo único que nos importa es la canción con la que abrirán.

En el concierto me encuentro a Alexis, que es algo así como el hippy de mi salón. Yo era el weirdo.

En 1997 Alexis se casó con su novia de toda la vida. No me invitaron a la boda, por que llevaba casi diez años de no ver a Alexis, pero resulta que quien ahora es su esposa es amiga de toda la vida de una de mis tres jefas. El día de la boda, que fue entre semana, después de la ceremonia mi jefa llegó a describir al novio. Yo supe inmediatamente que era mi ex compañero de prepa.

Mecano abre con Héroes de la Antártida.

Había invitado a Eugenia al concierto, pero me canceló a última hora (era una época de mi vida en la que todas las mujeres parecían cancelarme a última hora de manera sistemática) por lo que tuve que decirle a Omar que fuera con mi boleto, con la condición de que me pagara después.

Omar nunca me pagó. En 1993 se casó con la segunda mujer por la que más he sufrido en mi vida.

También vienen Maty con Manuel (a quienes yo había presentado) y Miguel Angel con Marisol. No hay sillas ni gradas, sólo el campo de futbol.

Marisol es la mujer por la que más he sufrido en mi vida.

Omar se casó con Lola por que ella estaba embarazada.Hay una niña de unos diez años que va con su mamá. Antes de empezar el concierto, todo mundo está sentado en el pasto, pero cuando se apagan las luces para que salga Mecano, todos se ponen de pie. Me imagino que la niña no ve nada.

Exceptuando a Marisol, todas las mujeres que me gustaron en la prepa acabaron saliendo y/o acostándose con Omar.

En 1990 fui por primera vez a un antro punk. Al principio me impresionó mucho el slam, pensé que se estaban peleando.Luego me gustó.

* Este cuento se escribió hace más de 20 años, no refleja la personalidad del autor.

Bernardo Fernández BEF

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38 EL CEMENTERIO DE LOS SUENOS

Me sé las letras de todas las canciones, tengo todos los discos de Mecano. Es el mejor grupo de pop en español. En mi prepa, tradicionalmente, el último día de clases los alumnos de cuarto y quinto pagaban una hora de mariachis a los de sexto a manera de despedida. El primer año que me tocó tal costum-bre, me vi en medio de mis compañeros que cantaban con gran sentimiento El rey, Paloma negra, El son de la negra y demás. No me sabía ni una sola. Fue la primera vez que me di cuenta que no pertenecía a ese mundo.

El antro se llamaba el LUCC, acrónimo de La última carcajada de la Cumbancha. Cada semana tocaba un grupo diferente. Varias de esas bandas, con el tiempo, se volvieron estrellas del rock nacional.

Eugenia fue la primera mujer a la que le propuse ser novios. También fue la primera en rechazarme. La dejé de ver. Años después supe que su papá había estado muy enfermo, al borde de la tumba. En 1996 andaba por su casa. Pasé enfrente. Descubrí la puerta de madera en total decadencia, el mismo malibú de los setenta que tenía diez años antes estacionado enfrente.Supongo que su papá murió.

No volví a ver a ninguno de mis compañeros de la prepa. Todos se hicieron abogados, ingenieros, médicos o arquitectos. Gente de bien.

El primer grupo que vi en el LUCC fue Café Tacuba.

Después de 1991 no bailé otra cosa que no fuera slam.

Nunca he visto a Ana Torroja desde tan cerca. Estoy enamorado de ella por su voz.

Manuel se fue a vivr a Guadalajara, Maty se casó con el último de lo que parecía una secuencia interminable de novios. Tampoco fui invitado a esa boda.

Salí con Marisol cerca de seis meses, pero nunca le gusté. Le pedí dos veces que fuera mi novia. Siempre dijo no, argumentando que no quería lastimarme. Un día no soporté más: dejé de buscarla. Al poco tiempo Sting vino por primera vez a México. Era 1991. Yo estaba en la universidad.

En 1994 aparecieron los zapatistas. Habíamos vivido en un engaño que Salinas nos vendió, un sueño que compramos gustosos.

Y mientras bailamos al ritmo de Las curvas de esa chica, todo se está yendo a la chingada, pero no nos importa.

En 1998 se rumoraba que Omar estaba en la cárcel por vender cocaína en Cancún.

Uno de los novios de Maty la embarazó. Intentó inducirse un aborto con pastillas. No lo logró. Me dediqué a buscarle un doctor que le practicara un legrado o algo así. Al final, ella se consiguió un médico por su lado.

Me volví un remedo de punkie. Todo lo punkie que puede serse en un colegio de hermanos maristas. Pero jamás fui hippy. Años después no podía recordar qué canciones tocó Mecano ni en qué orden, ni siquiera con cuál cerró el concierto. Sólo recuerdo la primera.

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Un día me encontré a Alexis en el LUCC. Tocaba la Maldita Vecindad. Él estaba empapado en sudor. Había estado en medio del slam.Nacho Cano está tocando un solo de guitarra. Con el cabello largo parece miembro de Poison o Bon Jovi. De Mötley Crüe no.

En 1995 vino Slayer a México. Fui con un amigo a comprar los boletos junto a donde estaba el LUCC. En la cola había puros chavitos de quince años. Fue la primera vez que me sentí viejo. Tenía veintitrés años

¿Y si no quiero ser un yuppie? ¿Y si no deseo ser un slacker el resto de mi vida? ¿Qué tal que quiero algo más, pero no lo encuentro?

Lola se separó de Omar y Marisol es ejecutiva de American Express.

Barco a Venus es una de mis canciones preferidas.

En 1996 me encontré a Raúl, un amigo de la secundaria y la prepa que se hizo ingeniero. Él me dijo “simpre me pareciste todo un hippy”.

Nirvana me devolvió, en 1991, la fe en el rock.

Mucho tiempo después supe que Barco a Venus trataba sobre un adicto a la heroína. Kurt Cobain era adicto a la heroína.

En medio del concierto me pongo a pensar que los ochenta se están acabando, y me invade una sensación meláncolica por el fin de la década. Sólo espero que los noventa sean mejores.

El primer CD que compré fue el …And Justice For All, de Metallica. En ese momento no lo entendí. Era 1990. Al correr de los años fui comprando los discos de Mecano que tenía en vinil en su re edición digital.

En 1998 fui a una fiesta de gente a la que frecuentaba a inicios de los noventa. Me incomodó ver a todos convertidos en adultos funcionales. ¿O seré yo el que sigue siendo un adolescente inmaduro, un inadapatado?

Cobain murió en 1994. Mecano se deshizo unos años antes.

¿Dónde está el cementerio de los sueños de juventud? ¿A dónde van a dar cuando nos quedan chicos? ¿En dónde está mi deseo de ser astronauta, dónde quedó mi ilusión de volverme detective?

El último vinil que compre fue el …But seriously de Phill Collins.

Algún día, todos los que estuvimos en ese concierto de Mecano vamos a estar muertos. Incluida la niña que no veía nada.

Lo de Cobain me hizo llorar, lo de Mecano no.

“¿Les gustó?” preguntamos unos a otros cuando se prenden las luces y sabemos que el concierto terminó. No tocaron Mosquito, que es mi favorita, pero estuvo poca madre. El lunes tengo examen, pero ya estudiaré el fin de semana.

Tengo mucho tiempo por delante…

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No recuerdo ahora quién escribió que “La real trascendencia de los acontecimientos históricos suele hacerse perceptible cuando se contemplan agrupados por fechas y nombres”.¿Y qué de los acontecimientos no históricos? ¿Cuentan los acontecimientos de nuestras vidas individuales? ¿Qué relación tienen estos sucesos con los de nuestra vida cotidiana, si es que la tienen? ¿Hay algo que podamos entender de nuestras vidas apilando fechas y nombres? ¿Es posible que dejen de ser sólo fechas y nombres para convertirse en algo más? ¿Explicaría eso todo?

¿Todo?

En la fotografía aparece un hombre de 22 años. El hombre, que se llama Ian, tiene un micrófono en la mano y sus ojos miran hacia arriba mientras canta. La recorté de una vieja revista que compré un sábado en el Chopo. Quién sabe cuánto tiempo habrá estado ahí antes. Ahora está pegada en una libreta. Puede ser pura sugestión mía pero me parece que su mirada es desesperada, que refleja miedo. Puede que sea solamente eso: una impresión mía y no la realidad. El fondo de la fotografía es absolutamente negro, no se puede ver nada más.

El 18 de mayo de 1980, al regresar a casa Deborah Curtis encuentra a Ian muerto, colgado en la cocina. Ian era su esposo y habían peleado días antes, él se había ido de la casa. Evidentemente Deborah no esperaba encontrarlo y menos convertido en una especie de móvil humano.

En 1980 yo tenía apenas siete años y estaba a punto de entrar a un quirófano.

Miles de seguidores, sobretodo en Europa, se conmocionaban ante el suicidio del vocalista de una de las bandas que más influirían en el underground por venir. Mientras tanto, yo esperaba acostado en una cama de hospital a que me pasaran a un quirófano. Después de tantos años no puedo decir si tenía miedo o si más bien no estaba consciente de lo que vendría unos minutos más tarde. Jamás había escuchado hablar de un grupo llamado Joy Division y no lo haría hasta once años más tarde, cuando compré Substance, mi primer disco de ellos, también en el Chopo.

En 1980 Marc David Chapman mata a John Lennon. Yo estoy por someterme a una intervención para curarme el estrabismo. Soy demasiado joven todavía para operarme la miopía y el astigmatismo, así tendré que pasar los siguientes quince años rompiendo anteojos, sufriendo con lentes de contacto, y tratando de curarme infecciones.

Arturo Vallejo

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42 ESTE NO ES UN CONCEPTO ES UN ENIGMA

En 1991 estoy de nuevo en un quirófano, pero esta vez estoy afuera mientras espero a que terminen de practicarle una intervención a B. No entiendo porque dicen “practicar”, suena a ensayar. Días antes había ido al Chopo a comprar el disco.

En 1977 Ian Curtis, junto con tres amigos, forma una banda llamada Warsaw que más tarde cambiaría su nombre por Joy Division. También en mil novecientos setenta y siete muere Elvis Presley, cientos de miles de seguidores pavimentan los alrededores de Graceland, inmediatamente comienzan diferentes rumores afirmando que no murió, que está vivo y que regresará, bajando de un OVNI. Elvis llegará desde las estrellas.

Mayo 18 de 1980, en Inglaterra a las cinco de la mañana Ian Curtis muere después de estar colgado varios minutos. Gracias a la diferencia de horario entre México y Gran Bretaña aquí todavía es el día 17 y por lo tanto el cumpleaños de B.

El tiempo es una percepción.

Según los Tralfamadorianos de Kurt Vonnegut todo sucede a la vez, no en una línea horizontal sino en un complejo diseño simultáneo. Si fuéramos nativos de Tralfamador y observáramos las estrellas en la noche, en lugar de ver puntitos de luz dispersos sobre un fondo negro veríamos un espagueti cósmico. De este modo, la afirmación de que la real trascendencia de los acontecimientos históricos suele hacerse perceptible cuando se contemplan agrupados por fechas y nombres podría tener algo de razón más allá de su obviedad.

En 1989 me presentan a B y no puedo quitarle los ojos de encima. De pronto se ha vuelto lo más importante para mi y no puedo quitarle los ojos de encima, ni dejar de sonreír como estúpido. En este momento no lo sé, pero no la voy a volver a ver sino hasta dos años más tarde.Curtis se suicidó dos días antes de la primera gira del grupo por Estados Unidos que, supuestamente, les hubiera permitido triunfar en serio. Joy Division tenía sólo tres años de existencia y había logrado tener una buena cantidad de seguidores, pero estaba todavía en proceso de internacionalizarse. Sin Curtis el grupo se terminó y los sobrevivientes pasarían a formar una nueva banda: New Order. Esto dejó desorientados a varios de los fanáticos del grupo, pero -irónicamente- creó montones de fanáticos más, atraídos por el suicidio del vocalista. La muerte de Curtis es una muerte desfasada, demasiado tarde la fama; demasiado pronto la muerte.

La muerte de Ian Curtis llevó a cientos de miles de personas a querer comprar los discos de Joy Division. Curtis muerte y Joy Division vive, sin existir ya.

Inmediatamente después del suicidio, los medios convirtieron a Curtis en un mártir romántico del rock: un artista en lucha constante contra la vida, empujado hacia la muerte por un mundo hostil. En realidad, si escucháramos las letras de sus canciones, llegaríamos a la conclusión de que Curtis no buscaba respuestas -ni siquiera en la muerte-.

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Lo que Curtis hacía era más bien decirnos que no había respuesta alguna. Que nada tenía sentido.

En 1991 me encuentro a B fuera de un cine. Intercambiamos teléfonos. Nos vemos un par de veces antes de volver a perder el contacto. Nos cruzamos unos con otros todo el tiempo y aún así las posibilidades de encontrar a alguien compatible son mínimas; las posibilidades de encontrar a ese alguien en el momento adecuado son todavía menos. B. y yo nunca coincidimos a tiempo, siempre con alguien ella o siempre con alguien yo. Sin embargo ahí estábamos, incapaces de esconder lo que sentíamos mutuamente. Nuestra luz estaba ahí, pero nosotros no. Siempre llegaba demasiado tarde. ¿En qué momento pudimos hacer algo para cambiar nuestras trayectorias? Si ella no hubiera estado tan ocupada en algún momento quizá. Sí yo le hubiera hablado dos meses antes tal vez.

Algunos no saben que Curtis sufría de epilepsia. Algunos olvidan que el grupo se vestía con insignias nazis en la ropa. Algunos no saben, otros olvidan.

Las circunstancias de su muerte permanecen obscuras todavía. Una estrella brilló entonces y yo la veo ahora. Alguna estrella desapareció esa noche pero yo puedo ver su luz en este preciso momento. No está ahí pero puedo verla aunque sea tarde, siempre es demasiado tarde.

No sé de que manera todo esto pueda estar relacionado, pero creo que sólo hay dos opciones: o todo tiene relación, o nada lo tiene. ¿En qué momento podemos hacer algo para cambiar nuestras trayectorias?

La semana pasada me enteré que B ha desaparecido.

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44 ESTE NO ES UN CONCEPTO ES UN ENIGMA

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Llegué a los catorce años con el himen de mis oídos intacto: ninguna música había logrado romper su dique tempranamente esclerótico. Mi cabeza hueca estaba aislada de ruidos y emociones, y yo, huérfano de mariposas en la panza, era incapaz de relacionar melodía alguna con los recuerdos que debí atesorar en mi memoria juvenil. Hasta entonces no había vivido, que ya lo dice el dicho: vivir no es lo mismo que durar.

Llegué a los catorce con mi pizarrín casto: ninguna mano había amasado sus carnes para hacerlo disparar otra cosa que no fuera pipí. Más aún, no recuerdo preerección alguna salvo aquella vez que, regresando de un día de campo lluvioso, me sentaron con todo y primas, muy apretaditos, en el asiento trasero del carro. Si tan sólo hubiera una canción que me llevara de regreso al asiento pegosteoso del Vocho; pero el episodio aquel fue un puro silencio y hoy se me va de las entendederas.

Llegué a los catorce a vivir a una unidad habitacional perdida, lejos de todo, lejos de los amigos que en un par de años olvidaría para siempre; sin ganas de resignarme; huyendo de no sé qué miserias monumentales.

Cuatro departamentos arriba del mío, vivía un chavo de mi edad que estudiaba piano y jugaba fut. Era Ramoncito, le daba a la Polonesa Heroica y era campeón de goleo. Güerito, todas las chavitas querían con él. Yo, en cambio, no sabía nada de música (jamás pude entrar al coro de la secun porque desafinaba como perro atropellado), era un torpe para patear el balón, estaba prieto y las chavas se burlaban de mí por cursi y autista. De entre las que más se encarnizaban contra mí estaba Hilda, la hermana de Ramón, y tanto más se burlaba ella de mí, más me enamoraba de sus mejillas siempre coloradas.Para colmo de lo inalcanzable y la admiración, Ramón era un rebelde: su maestra de piano lo obligaba a estudiar a Chopin y él ponía por sus tamaños piezas de los Beatles. ¿Beatles? Sí, y me enseñaba sus libros con las partituras de Michelle y Strawberry Fields. Tenía un libro de pastas blancas para los primeros álbumes (A hard day’s night, Meet the Beatles, Help!), y uno negro con el material más ácido (Magical Mystery Tour, el Álbum blanco, Abbey Road). Mis tímpanos comenzaron a ceder y el pizarrín me punzaba cada que, de reojo, miraba los calzones con holanes de Hilda.

Un día Ramón me mostró su joya más querida: el disco de La Banda de Corazones Rotos del Sargento Pimienta. El plato de vinilo no tenía surcos para separar una rola de otra y, al final de Un día en la vida, se escuchaba un pianazo que duraba una eternidad. Ramón le subió al tocadiscos y

Armando Vega - Gil

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46 NUESTRA PRIMER CANCION DE AMOR

el edificio se cimbró. Hilda, que pensaba que su hermano estaba solo, salió furiosa de su cuarto, en chones, para reclamarle que le bajara. Al verme, lanzó un grito de asco, ¡ayyyy!, y huyó avergonzada. Muerto de risa, Ramón accedió a prestarme el Sgt. Pepper’s.

Yo entré a su baño fingiendo hacerme chis y, con el corazón latiéndome mortal en la garganta, esculqué la canasta de ropa sucia. Encontré lo que buscaba: un calzón con holanes… Olía a ropa amontonada, tenía una mancha amarillenta en el refuerzo y era terso como la piel de Hilda.

Bajé de prisa a mi casa. Puse a todo el disco amado y, llevado por la mano de Dios, me desnudé y comencé a acariciarme con aquellos calzones sucios. Cuando llegó She’s leaving home, un terror místico se concentró en el centro de mi pajarillo, y brotó el jugo amargo de todas mis frustraciones, de todos mis deseos. ¡Hilda!, grité, y Paul McCartney gimió conmigo bye, bye.

Escondí los calzones bajo mi colchón y, al otro día, por la tarde, vi salir a Hilda del brazo de un chico rubio que la pasearía en su carro para hacerse, en un par de minutos, novio de mi amada. Lloré. Fui por sus blúmers bajo mi colchón y éstos eran una inmundicia acartonada. Quise oír She’s leaving y, con grande torpeza, rayé el disco de mi amigo.

Llegué a los catorce años, y Ramón dejó de hablarme hasta que no le pagué con mis domingos su LP; Hilda se ensañó conmigo cada vez más y, al año siguiente, embarazada, tuvo que casarse por la fuerza; y yo por fin guardé en mi cabeza una historia de amor pisoteado junto a una canción que jamás olvidaría: Ella se va de casa, adiós, adiós.

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Pedro Escobar

Ignacio Pato

CUENTOS INSPIRADOS EN EL ROCK

Carlos A. Ramírez

R. Israel Miranda Salas Alejandro González Castillo Raquel Castro

Erika Mergruen

Arturo VallejoBernardo Fernández BEF Armando Vega - Gil

Rogelio Garza Franz De Paula

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“Encore: cuentos inspirados en el Rock” antología de cuentos compilada y editada por www.resonanciamagazine.com en

Febrero de 2014 en la Ciudad de México.

Todos los derechos reservados a favor de sus autores.

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