ensayo sobre la libertad

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En el desarrollo de su obra, Mill ha afirmado, por un lado, el derecho autónomo de buscar el propio bien y al mismo tiempo el imperativo de la búsqueda del bien general. Pero ¿cómo compaginar la libertad individual y la exigencia utilitarista, de buscar generosa y comunitariamente el bienestar del mayor número de individuos? Esta cuestión se desarrolla en el capítulo 3, cuando se refiere a la importancia de la individualidad. El filósofo británico inicia este apartado de su escrito, sosteniendo que la individualidad es uno de los elementos clave para hablar de bienestar. Y desarrollo equivale a individualidad, es decir a libertad y la originalidad y diversidad o variedad de situaciones o de maneras diferentes de ver y de vivir la vida. El fruto es que cuanto más desarrollo individual, mejor será el desarrollo social. Al respecto, asevera que la libertad del individuo sólo puede ser limitada en los casos en los que afecte a sus semejantes, por lo que la individualidad debe afirmarse en todos los asuntos que no atañan a los demás. La personalidad y la diversidad del carácter deben ser desarrollados ya que tornan la vida más valiosa y plena, tanto en el ámbito individual como en el colectivo. Todo esto significa que la capacidad de elección es condición de posibilidad del desarrollo de la individualidad y que, dicha capacidad implica innovar, no seguir la costumbre. Al respecto dirá: "Las facultades humanas de percepción, juicio, discernimiento, actividad mental y hasta preferencia moral sólo se ejercitan cuando se hace una elección… El que hace una cosa cualquiera porque esa es la costumbre, no hace ninguna elección". Sugiere, por tanto, un cierto recelo por las costumbres tradicionales, ya que considera que su aceptación ciega, implica un abandono de ciertas facultades como el juicio o el discernimiento. Las propias opiniones deben provenir, así, del propio discernimiento, de la misma manera, que "los motivos de un acto" deben provenir de uno mismo. Entonces, a partir de ese distanciamiento respecto a la tradición, continúa el filósofo, será posible crear mejores modos de obrar y costumbres más dignas. Al respecto, afirma: “Donde la regla de conducta no es el carácter personal, sino las tradiciones o las costumbres de otros, allí faltará completamente uno de los

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EXPOSICIÓN CAPÍTULOS 3 A 5 DEL TEXTO ENSAYO SOBRE LA LIBERTAD DE JHON STUART MILL

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Page 1: Ensayo Sobre La Libertad

En el desarrollo de su obra, Mill ha afirmado, por un lado, el derecho autónomo de buscar el propio bien y al mismo tiempo el imperativo de la búsqueda del bien general. Pero ¿cómo compaginar la libertad individual y la exigencia utilitarista, de buscar generosa y comunitariamente el bienestar del mayor número de individuos?

Esta cuestión se desarrolla en el capítulo 3, cuando se refiere a la importancia de la individualidad. El filósofo británico inicia este apartado de su escrito, sosteniendo que la individualidad es uno de los elementos clave para hablar de bienestar. Y desarrollo equivale a individualidad, es decir a libertad y la originalidad y diversidad o variedad de situaciones o de maneras diferentes de ver y de vivir la vida. El fruto es que cuanto más desarrollo individual, mejor será el desarrollo social.

Al respecto, asevera que la libertad del individuo sólo puede ser limitada en los casos en los que afecte a sus semejantes, por lo que la individualidad debe afirmarse en todos los asuntos que no atañan a los demás. La personalidad y la diversidad del carácter deben ser desarrollados ya que tornan la vida más valiosa y plena, tanto en el ámbito individual como en el colectivo.

Todo esto significa que la capacidad de elección es condición de posibilidad del desarrollo de la individualidad y que, dicha capacidad implica innovar, no seguir la costumbre. Al respecto dirá: "Las facultades humanas de percepción, juicio, discernimiento, actividad mental y hasta preferencia moral sólo se ejercitan cuando se hace una elección… El que hace una cosa cualquiera porque esa es la costumbre, no hace ninguna elección".

Sugiere, por tanto, un cierto recelo por las costumbres tradicionales, ya que considera que su aceptación ciega, implica un abandono de ciertas facultades como el juicio o el discernimiento. Las propias opiniones deben provenir, así, del propio discernimiento, de la misma manera, que "los motivos de un acto" deben provenir de uno mismo.

Entonces, a partir de ese distanciamiento respecto a la tradición, continúa el filósofo, será posible crear mejores modos de obrar y costumbres más dignas. Al respecto, afirma: “Donde la regla de conducta no es el carácter personal, sino las tradiciones o las costumbres de otros, allí faltará completamente uno de los principales ingredientes del bienestar humano y el ingrediente más importante, sin duda, del progreso individual y social”.

"El elegir por sí mismo” implicará decisión y autocontrol. En definitiva, el hombre es un fin en sí mismo, y, ese ser “sí mismo” implica una creación constante, toda vez que, como lo dirá explícitamente el autor, “...La naturaleza humana no es una máquina que se construye según un modelo y dispuesta a hacer exactamente el trabajo que le sea prescrito, sino un árbol que necesita crecer y desarrollarse por todos lados, según las tendencias de sus fuerzas interiores, que hacen de él una cosa viva.”

Continuando con su exposición, el filósofo del utilitarismo, apoyado en Guillermo de Humboldt, enuncia las dos condiciones necesarias para el desarrollo humano y, por tanto, de la individualidad: La libertad y la variedad de situaciones. Al respecto, dirá que las tendencias a leer, escuchar y ver lo mismo; tener las mismas esperanzas, derechos y libertades, entro otros factores, terminan por establecerse como enemigos de la individualidad. De hecho, la opinión pública ejerce su poder de acción hacia la intolerancia frente a cualquier forma de individualidad. El mundo mismo tiende, de manera general, a hacer de la mediocridad la potencia dominante entre las personas. La individualidad se

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presenta, entonces, como una defensa frente a la tradición y a la opinión pública.

El riesgo está en que la humanidad sea incapaz de comprender el valor de la diferencia al perder el hábito de verla.

El valor primordial del ser humano es ser “sí mismo” y sólo puede ser “sí mismo” si elige su plan de vida. De modo que el control de su propia decisión y el autodominio para mantenerla constituirán su valor propio. Bienestar como fin que se persigue, se identifica con el principio de individualidad y la libertad será esa condición de posibilidad para el desarrollo de la individualidad, que es la que, propiamente, asegurará el bienestar social.

En conclusión, podría afirmarse que para Mill, la libertad negativa (entendida como libertad de omisión, quedarme quieto) necesita del desarrollo de la liberTad positiva, entendida ésta última como la madurez interna que nos permite decidir el desarrollo de la propia vida de una manera autónoma e independiente (libertad que persigue un fin).

Por su parte, en el capítulo IV, comienza el autor interrogándose por los límites en torno a la libertad individual y la imposición social: “¿Dónde está, pues, el justo límite de la soberanía del individuo sobre sí mismo? ¿Dónde comienza la autoridad de la sociedad?”

Para Mill, no existe un contrato social y tampoco las llamadas obligaciones sociales que se desprenden de él; sin embargo, lo que sí existe es una protección que brinda la sociedad al individuo y éste tiene que responder a ella de dos formas: primero, no perjudicando los intereses y derechos del prójimo, y, segundo, tomando parte en los trabajos y sacrificios para defender a la sociedad y sus miembros.

Con ello, pretende mostrar que su teoría no es una apología del egoísmo moral y social; puesto que valora el altruismo, pero insistiendo en que el cultivo de esta virtud “corresponde a la educación y no a la obligación del látigo”.

Para comprender mejor lo dicho, resulta necesario establecer una distinción entre ley positiva y ley moral. Ambas son formas de coerción, pero la primera está reservada para quienes, en sus actuaciones, atentan contra el bienestar de los demás, mientras que la segunda se aplica en aquellos casos en los que las actuaciones de los individuos no lesionan directamente los derechos de los demás, pero influyen en comportamientos perniciosos.

Así, la coerción legal sólo debe ser usada para los daños más serios a los demás. Los castigos penales adecuados (pena de muerte, encarcelamiento, multas) deben ser impuestos por oficiales del Estado sólo para prevenir la violación de derechos morales, incluido el derecho de los oficiales públicos a cumplir con sus obligaciones. Por ejemplo, los oficiales tienen derecho a recaudar impuestos (justos) y a reclutar ciudadanos para el ejército (cuando sea necesario).

En el ámbito moral, el estigma social debe usarse cuando los daños a otros no alcancen el estatus de violación de derechos. El desprecio social debe ser usado con aquellos que no ayudan a los demás cuando pueden o que les desean mal sin un motivo.

La sociedad, entonces, debe utilizar la persuasión como única vía para procurar, por parte de sus miembros, el cultivo de virtudes que les beneficien como es el caso de la prudencia, la moderación y el respeto a sí mismos, entre otros. Deben recomendar a los

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demás que piensen con cuidado y que actúen con más sabiduría. Pero, en última instancia, es cada individuo quien debe elegir, de acuerdo con su propio juicio y deseos, ya que él es “la persona más interesada en su propio bienestar”. Los actos de este tipo no serán indiferentes para la sociedad, por mucho que no le dañen directamente. Esto es importante, puesto que queda claro que la repercusión que en nuestros sentimientos tienen los actos que otros realizan no cuenta como un daño. El sentimiento de incomodidad, rechazo o desagrado no cuenta como un daño. Esto resulta importante en la exposición del filósofo utilitarista, toda vez que si no lo estipulara así, todas las conductas podrían ser perjudiciales para otros; pues bastaría, para ello, con que generaran disgusto.

Con ello, las obligaciones de la sociedad de vigilar, atender e instruir a los individuos, están referidas a los menores de edad (y a sociedades bárbaras, que no han logrado la mayoría de edad, en su desarrollo). Ella tiene la misión de educar a sus ciudadanos, para que superen este estado y actúen en el futuro de forma autónoma e independiente.

Pero si la autoridad política, a través de las leyes, trata a los ciudadanos adultos como si fueran menores de edad, estos tienen el derecho de rebelarse contra unos mandatos contrarios al principio de individualidad. El Estado no puede inmiscuirse en la esfera privada de las personas, ni tan siquiera por su propio bien.

Pone como ejemplo de lo anterior la limitación de la libertad individual y el estancamiento de la China Imperial, una nación que progresó considerablemente en etapas anteriores. Frente a ella, el continente europeo sobresale como ejemplo de progreso debido al respeto de la individualidad y, por tanto de la diversidad de formas de vida. Sin embargo, y esto resulta de gran interés, este progreso europeo se viene estancando, entre otros motivos, por la influencia de la opinión pública (en el caso particular, la Inglaterra victoriana) o mejor dicho, de la tiranía de la mayoría, sobre el Estado.

Una de las distinciones que hace Mill, y que es fuente de intolerancia de la opinión pública frente a la diferencia, tiene que ver con la religión. Distingue entre lo que es pecado y delito. El pecado es una transgresión de una norma religiosa instituida por Dios. El delito es una vulneración de una norma política instituida por un parlamento humano. La norma religiosa obliga solo a los que practican esa creencia, por muy mayoritaria que sea1. Mientras que la autoridad civil, legisla imparcialmente, al margen de los intereses de los diferentes cultos (principio de tolerancia) y reivindica la necesaria separación de la religión del poder político.

Lo anterior está inspirado en el principio de John Locke, que defendió en su Carta sobre la tolerancia (1689). Si el Estado se convierte en un Estado confesional, (una teocracia), la práctica de los preceptos religiosos será obligatoria para toda la población, traspasando la esfera privada. En un Estado teocrático lo público se convierte en privado, y lo privado en público. Se difumina la frontera entre ambas esferas.

Por esta razón, la opinión pública no tiene nada que decir en cuestión de creencias en la medida en que las creencias pertenecen al ámbito privado. Un hecho no es un derecho.

1 Para ilustrar esta situación, Mill recurre a varios ejemplos entre los cuales se pueden citar el caso de los musulmanes y su precepto de no comer carne de cerdo o la idea de la España católica según la cual la única forma de rendir culto verdadero y genuino a Dios es participando en la celebración eucarística. También puede mencionarse el caso de los puritanos para quienes es necesario abstenerse de participar en actividades de diversión, como son el baile, el teatro y los juegos públicos.

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Por ello, el Estado religioso no puede ser nunca un Estado de derecho, dado que el derecho es válido para todos, mientras las creencias sólo pueden ser válidas para quienes las comparten. Se puede percibir aquí una defensa de las libertades de conciencia y de creencia.

En el capítulo V, el pensador inglés retoma de nuevo las dos máximas principales de su ensayo:

Primera, que el individuo no debe dar cuenta de sus actos a la sociedad, si no interfieren para nada los intereses de ninguna otra persona más que la suya. El consejo, la instrucción, la persuasión y el aislamiento, si los demás lo juzgan necesario a su propio bien, son los únicos medios de que la sociedad puede valerse legítimamente para testimoniar su desagrado o su desaprobación al individuo; segunda, que, de los actos perjudiciales a los intereses de los demás, el individuo es responsable y puede ser sometido a castigos legales o sociales, si la sociedad los juzga necesarios para protegerse.

En conformidad con estos dos principios, indica el autor que el gobierno debe evitar el crimen antes de que se cometa y sólo en casos excepcionales podrá ejercer un uso legítimo de la violencia para evitar un mal no deseado. Pero sus atribuciones serán tan pocas que ni siquiera deberá imponer restricciones en el comercio, dejando este campo al libre intercambio2. De la misma forma, el Estado tendrá la menor participación posible dentro de la industria, dejándosela a particulares. Cuando sea necesario, gravará impuestos como medio de restricción al consumo y a los efectos de ciertos bienes y servicios (como en el caso de la prostitución y los juegos de azar), pero habrá de tomar en cuenta cuales de éstos son prescindibles y cuales imprescindibles para dicha sociedad.

De otro lado, Mill aborda la cuestión en torno a la educación, con el fin de llamar la atención sobre aspectos importantes, entre los cuales, se resaltan los siguientes: considera que el gobierno debe agotar las posibilidades de educar a las clases obreras y gobernarlas como si fuesen clases libres. Pero deberá exigir e imponer cierta educación a la totalidad de sus ciudadanos, limitándose a ayudar económicamente a quienes no dispongan de los medios necesarios para dar esa educación a sus hijos. Esta educación obligatoria la podrán recibir donde y con quienes les plazca, pues el Estado no deberá tener el control de ella ni el poder de impartirla. Cualquier esfuerzo del Estado por influir en la educación y el pensar de sus ciudadanos resulta ser particularmente nocivo para el ejercicio de la libertad.

Por último, y a modo de síntesis, el filósofo británico insiste en que uno de los mayores peligros de la intervención pública en la conducta personal es que lo hace sin medida y fuera de contexto. Porque: “el mal comienza cuando, en lugar de estimular la actividad y las facultades de los individuos, y de las instituciones, los sustituye con su propia actividad;… El valor de un Estado, a la larga, es el valor de los individuos que le

componen” Lastimosamente, continúa, este tipo de intervención se ha convertido en una

2 Resulta importante, aclarar aquí, la distinción que hace el filósofo utilitarista entre libertades políticas y libertades económicas. Si se sigue con detalle lo expuesto en esta obra, se puede reconocer, sin lugar a dudas, la tesis según la cual el liberalismo, en cuanto teoría, surge a partir de los conceptos de libertad de conciencia y libertad política. La libertad económica, por su parte, es instrumental; ya que se subordina a las políticas re-distributivas del Estado. Es clara, entonces, la notoria diferencia con respecto a las tesis planteadas por el neoliberalismo del siglo XX.

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tendencia universal.

OJO: MICHEL XLALZER (GUERRAS JUSTAS E INJUSTAS)

ARMANDO MONTENEGRO (LAS PIEZAS DEL ROMPECABEZAS)