escrito por ti -primer pack de la revista- 1-3
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Revista de escritores para lectoresTRANSCRIPT
¡Primer pack de la revista con los números del uno al tres!
Seis capítulos de Silenciada
Tres capítulos de Frenesí: Hermosa Locura
¡Y las portadas de la revista!
Silenciada
Capítulo.1
Sensación
Allí comenzaría el viaje de Katherine, despidiéndose de sus padres y su hermano
pequeño, simulando sonreír, mientras lloraba en su interior. A la par que el tren se
alejaba con paso torpe, cogiendo fuerza según se iba adentrando en el monte. Se quedó
de pie, asomó por última vez la cabeza, el pueblo que le había visto crecer se hacía cada
vez más pequeño en la distancia.
Tras un largo suspiro, se sujetó bien la mochila que llevaba sobre la espalda. Sacó
su billete del bolsillo, y leyó.
- Asiento número 163 – alzó la vista, recorriendo el vagón, apenas había gente,
buscó su asiento mirando continuamente los números situados en lo alto sobre su
cabeza, hasta encontrar el lugar.
Se dejó caer junto a la ventana, aparcó la mochila a su izquierda, agarrándo la con el
brazo y pensando en el futuro que estaba por venir.
Horas después se despertó cansada, parpadeó varias veces, y echó un vistazo a su
alrededor, ¿cuánto llevaría dormida?, entonces, fue por primera vez cuando vio el
maravilloso amanecer de Santiago, el sol comenzaba a salir tras el mar poco a poco,
bañando el día de un color rojizo, mientras la niebla propia de allí se iba retirando.
A lo lejos vislumbró su próximo hogar, entonces se imaginó si alguien habría ido a
recogerle a la estación, pero enseguida su mente lo puso en duda, aclarándole que nadie
en su sano juicio saldría a las seis y media de la mañana de su cómoda cama, para
congelarse por ella.
La voz cansada de un hombre (que pedía a gritos unas horas de descanso) avisó a
los pasajeros de que ya habían llegado. En aquel momento, Katherine se imaginó la cara
del pobre señor, sentado, conduciendo el tren con unas ojeras propias de un búho, con el
pelo rapado al uno y de cara regordeta.
Se puso la mochila sobre la espalda, levantándose sin ganas, y con las piernas
medio dormidas, el inmenso frío la rodeó, clavándose en su piel, entonces se arrepintió
de no haberle hecho caso a su madre cuando le avisó de que en Santiago hacía mucho
frío, (incluso a principios de verano). Fue la última conversación que tuvo con ella, la
mañana anterior. Su madre se le abalanzó tras haber comprobado su escaso equipaje,
avisándole de que se llevara más de un buen abrigo, ella se excusó, diciendo que en
verano no podía hacer tanto frío en ningún lugar del mundo, (era evidente de que se
había equivocado) y se martirizó por ello.
Los pocos que quedaban en el tren, salieron de él, agotados por el viaje, Katherine
se puso de puntillas (su escasa estatura no le permitía ver más allá de sus deportivas),
después de haber recorrido la estación al completo varias veces, a lo lejos, divisó una
mano corriendo hacia ella, era, (según le había comunicado su madre los días anteriores,
el tío Javier, de veinte años).
- Lo siento – le gritó, mientras se le aproximaba. Al alcanzarla, posó sus manos
sobre las rodillas, jadeando, (no estaba muy acostumbrado a hacer ejercicio).
- No te disculpes, gracias por haberme venido a buscar – le confesó ella.
- Tranquila, me pillaba de camino, se me había gastado el cartón de tabaco – mintió.
¿Es tonto? Se preguntó ella, ¿acaso se creía que se iba a tragar semejante trola?
Javier, al verla agacharse en dirección a la mochila, le dijo que no se molestara que
ya la llevaba él. Le dirigió una media sonrisa, mientras le conducía camino al coche.
- ¿No te cuentas nada? - le preguntó.
- Uf – dijo ella en un suspiro.
- Tranquila, ya tendremos tiempo para charlar, debes de estar muy cansada. No,
mejor dicho, lo estás, tus enormes ojeras me lo dicen... - ella se llevó las manos a la
cara, acto seguido, él se empezó a reír como un burro.
El trayecto fue bastante ameno, con la primera impresión que Katherine se había
llevado de Javier, había imaginado un viaje largo y estresante, pero se equivocó, él puso
la radio, cantando las canciones de rock que transmitían a través de ella. Y Katherine de
mientras, miraba por la ventanilla, tras el cristal, contemplando los maravillosos campos
del alrededor.
El auto se paró, Javier la miro por el retrovisor.
– Ya estamos... - suspiró temerosa de lo que podría encontrarse, nunca se le habían
dado bien las relaciones, y menos con gente que solo conocía de vista por el álbum
familiar.
Bajaron del coche, Katherine no quería tocar a nadie, así que, con la excusa de
que hacía un frío terrorífico, se puso los guantes negros que se guardaba en el
compartimento derecho de la mochila.
Poco después de salir del auto, empezó a distinguir el olor a salitre, y a humedad
que los rodeaba, a apenas cincuenta metros de donde se encontraban yacía una pequeña
playa, bañada de oro por el sol. Frente a ella, un gran caserón construido en 1895, con
un descuidado jardín a sus pies, y completado por cuatro pisos, sin contar el sótano y la
buhardilla. La fachada estaba repleta de ventanas pequeñas, pero reinada por cuatro
grandes ventanales, dos de ellos en el primer piso, y los restantes en el tercero. Javier
abrió la puerta principal, después de haber estado media hora buscando la llave
adecuada.
Entraron en la que a partir de aquel día pasaría a ser el nuevo hogar de Katherine, el
primer piso era muy amplio, con tan solo tres puertas comunicantes a otras habitaciones,
el salón, la cocina, y el mayor cuarto de maño de los tres que había repartidos por la
casa.
Anduvieron de puntillas, no querían despertar a nadie, Javier le dirigió a la cocina,
le señaló las sillas que rodeaban la gran mesa de madera de pino, y le indicó que se
sentara.
-Yo no sé mucho de cocina, pero te aré un “cola-cao” de los que yo me suelo
preparar -. Entonces, comenzó a buscar los utensilios necesarios para ello, rebuscando
entre todos los armarios, parecía que el nuevo en aquella casa fuera él. Sacó un plato
pequeño y alargado, puso a tostar unas cuantas tostadas, y le sirvió leche en un tazón
gigantesco, con bacas dibujadas en él. Unos segundos después, las tostadas sa lieron de
sus escondrijos, Javier, que se había sentado junto a Katherine, se levantó para cogerlas.
Cuando ya las llevaba sobre el plato, resbaló con algo, y se le cayó todo al suelo,
rompiéndose, creando un ruido cristalizo y chirriante. Ella se levantó, nerviosa, ¿le
habría pasado algo?, le tendió una mano.
- ¡Javier, Javier! - decía Katherine en voz baja.
– Tranquila estoy bien – y la agarró. En ese instante, todo a su alrededor
desapareció, por su cabeza recorrían miles de imágenes que sus ojos visionaba n, se
maldijo por no haberse prevenido más, entonces le vino la primera imagen, la de un
hombre que estaba involucrado en una pelea, una pelea ilegal, e injusta, eran tres contra
uno, él (el antepasado de su tío) intentaba defenderse, pero los otros tres hombres lo
golpeaban continuamente, patadas, puñetazos... por todas partes. Y el dolor que ese
hombre sentía la invadió, rabia, frustración, venganza, dolor, tristeza, amor... Quería
salir de aquella visión, pero no podía controlarlas, después con tan solo un intervalo de
una milésima de segundo, le vino la siguiente imagen a la cabeza, esta vez, era la de una
mujer, enterrada hasta los hombros, con una bolsa tapándole la cabeza, mientras alguien
le tiraba piedras.
Unos segundos después se despertó, jadeando, envuelta en sudor frío, con el pelo
empapado en él y miles de los sentimientos que había visionado en su visión
recorriéndole el cuerpo a velocidad de vértigo, es por ello que Katherine no solía tener
mucho contacto con personas, es algo que le sucedía y no podía controlar, no podía
evitar el saber que pensaba la gente, que sentían, como iban a morir, o qué les pasó en
sus vidas anteriores (si es que las tenían).
En medio de aquel alboroto apareció su tía, Ulalia, hermana de su madre,
enfurecida por no haber podido dormir las horas necesarias, al verlos su expresión
cambió por completo.
- ¿Pero qué ha sucedido aquí? - Javier se levantó, soltándole la mano, y
apoyándose en la encimera.
- Katherine, ¿qué te ocurre? - le preguntó su tía, acercándose – está en shock, su
madre me dijo que a veces le sucedía, ayúdame Javier, vamos a dejarla en su cuarto –
arrastraron su cuerpo hasta la buhardilla y la tumbaron en la cama, ella seguía sudando,
ardiendo, envuelta en aquellos horribles pasajes de los antepasados de su tío.
El sol golpeaba el rostro de Katherine, se había dormido, y se sentía rara, ¿qué hora
sería?, consultó su reloj, eran las seis de la tarde. Su cuerpo aún estaba dormido,
envuelto en el sudor frío que tan poco le gustaba. Tenía dolor de cabeza, salió de la
cama y la madera sonó al compás bajo sus pies.
El pasillo yacía inundado en las sombras, ella se apoyó en la pared, para no tropezar
con cualquier objeto, (estaba mareada). Llegó a la escalera, se quedó en silencio por
unos momentos, intentando distinguir unos sonidos provenientes del primer piso.
Eran las voces de la televisión, comenzó a descender por la estrecha escalera,
cuando de pronto, aún sumida en la oscuridad de la casa, distinguió un ruido, y no eran
los de antes. Intentó localizar de donde venía ese sonido, forzando los sentidos.
Se adentró en una habitación situada a la izquierda, ¿qué hacía?, se preguntó. Algo
en su interior la empujaba a descubrir la procedencia del sonido. De pronto, un olor a
salitre la rodeó, ¿qué sucedía?, ¿qué era ese olor?, al principio supuso que sería el olor
del mar que se adentraba en aquella casa, pero no, el olor era demasiado intenso, parecía
provenir de esa misma habitación.
Entonces, le pareció vislumbrar algo entre la oscuridad, parecido a una sombra, <<
¡corre!>> gritó una voz en su interior. Salió a toda velocidad, sudando de nuevo, y con
el corazón latiéndole a mil por hora. Giró la mirada, tras haber cerrado la puerta, y se
llevó el mayor susto de su vida, gritó, el cuerpo de una mujer la miraba.
- Vale... no me lo voy a tomar a mal, porque según me han dicho eres un poco
rarita, ¿pero tampoco soy tan fea como para qué grites de ese modo, no? - con la mano
en su pecho, y el cuerpo paralizado, Katherine intentó distinguir a aquella mujer, que no
sería mayor que ella, entonces una imagen le vino a la mente, se trataba de su prima,
Laura.
- ¿Estás sorda?, ¿acaso te ha comido la lengua el gato? - le preguntó con sarcasmo.
- Lo... lo siento – se disculpó, era lo único que se le ocurrió, en ese momento, era
como un café cortado.
-¿Lo... lo siento...? - repitió, burlándose - ¿qué lo sientes? - dijo, colocándose las
manos en la cintura, y arrastrando la terminación de la última palabra. Al ver que
Katherine no decía nada, concluyó.
- Eres muy rarita, ¿lo sabías?
– Toma... - Ulalia le tendió un tazón de leche caliente con azúcar – esto te quitará
el malestar
- Gracias.
- De nada mujer, que vaya susto nos has dado a todos, tu tío se ha ido a trabajar
muy preocupado, menos mal que tu madre me dijo que era algo que te sucedía
normalmente y que no tenía ningún riesgo, que si no, me muero ahí mismo – rió. Y le
pegó un pequeño sorbo a la leche.
- Lo siento, de veras, no querría ser un cargo para vosotros...
- No eres ningún cargo, ¡eres de la familia! ¡Por dios! - la interrumpió.
- Lo siento – repitió Katherine.
- Tranquila mamá, es lo único que sabe decir, parece un robot programado – Laura
entró en el salón, se sentó a su lado, y prosiguió (antes de beber un trago de la cerveza
que llevaba en la mano).
– Es muy rarita – Katherine estaba acostumbrada a ese tipo de comentarios, y no le
importaban, pero su tía no lo soportó y le contestó.
- No llames a tu prima “rarita” - le golpeó suavemente con la mano en la frente - ¡y
no bebas cerveza! - se la arrebató de las manos.
- Ya tengo dieciséis años, ¡papá me dejaría tomarme una! - protestó, levantándose
del sofá. Acto seguido se fue.
- Tu padre, está con una veinteañera, perdido en América – le aclaró Ulalia,
mientras se marchaba. Katherine se quedó muda, admirando sus nuevas deportivas.
- No le hagas caso, ella es así, espontanea, y maleducada, ya te irás acostumbrando
a su presencia, pero si te vuelve a llamar de esa manera, te dejo que le pegues un buen
tortazo. Eso es, un buen tortazo es lo que necesita esta niña para enderezarse – siguió
hablando para sí misma, asintiendo con la cabeza.
Desde aquél día, Katherine llevaba los guantes puestos hasta para dormir, ellos la
ayudaban en su vida diaria, de ese modo no podía saber lo que pensaban, o como
morirían las personas de su alrededor. Poco a poco iría acostumbrándose, y de algún
modo u otro, ese sería el mejor verano de su vida.
Capítulo.2
Ojos
- Y dime, Katherine, ¿qué tipo de libros sueles leer? - Laura, finalmente, tras un
largo tiempo, sentada en el sofá con la mirada perdida (al igual que Katherine), le hizo
una primera y buena pregunta.
- Pues... - pensó - … me gustan todas las novelas de Carlos Ruiz Zafón, sobre todo
“Marina” - le indicó.
- ¿Y no hay ningún otro escritor qué te guste?
– Si, StiegLarsson, J.K. Rowling, Maite Carranza... - fueron los primeros nombres
que le vinieron a la cabeza. - La verdad, si son buenos escritores, pero la mayoría de ellos muy juveniles, ¿no
crees? - ¿y qué somos nosotras? se preguntó ella – yo prefiero leer a Anne Rice, o
Stephen King. La literatura de “terror” me apasiona – afirmó.
- Pues a mí la verdad, no me gusta mucho, lo máximo de terror que he leído ha sido
El príncipe de la niebla, y acabé bajo la sabana, con una linterna en la mano, y con el
pestillo de la habitación echado – le aclaró.
- Pues no sabes lo que te pierdes... - si Katherine tenía que decir la verdad, la
literatura de terror tampoco le daba mucho miedo, si no pánico, en cuanto escuchaba la
palabra terror, la piel se le ponía de gallina, sus oídos comenzaban a aislarle del mundo
exterior, y empezaba a imaginarse cosas, cada cual más estúpida.
De pronto sonó el timbre. Katherine era la invitada, pero no quería abusar, bastante
la soportaban ya, así qué, se levantó.
- Ya voy yo – se dirigió hacia la entrada.
- Será Adam – dijo Laura – mamá necesitamos dinero, ¡baja!
Katherine abrió la puerta, el corazón se le detuvo, ¿qué le sucedía?
- Hola – le saludó el joven chico. Se puso roja. ¡Despierta gilipollas! se gritó a sí
misma.
- Ho... hola – dijo.
- Encantado... me llamo Adam – el chico, le tendió la mano. Y ella se la estrechó,
entonces, una alarma se encendió en su mente. ¡No! Gritó una voz en su interior. Pero...
no sucedió nada, seguía allí, apretándole la mano a Adam, y no le venía ninguna visión,
no sentía nada, era la primera vez que le ocurría. ¿Qué sucedía?
- Esto... ¿podrías soltarme la mano?
- E... ¡sí!, ¡perdón! Lo... lo siento – Katherine parecía estúpida, se le trababan las
palabras cada dos por tres.
– Perdón, no me he presentado, mi nombre es K... – por un momento se le llegó a olvidar su propio nombre – Katherine – dijo finalmente.
- Si – asintió una voz femenina a su espalda – y es muy rarita – afirmó. Ella (Laura)
estaba totalmente enamorada de Adam, Katherine lo supo por su aura, desprendía un
increíble color rosado, y eso que muy pocas veces sabía lo que pensaba o sentía una
persona sin tener que tocarla, por lo que eso significaba, que Laura estaba perdidamente
enamorada de Adam.
- Hola cariño... - le saludó ella – cuanto tiempo ¿no?
- Bueno, solo han pasado dos días desde que viniste a encargar el pedido.
- Dime Adam, ¿qué te parece este perfume? - se le acercó, colocando su cuello al
nivel adecuado. Él lo olió.
- Huele bien... -
– Es una colonia echa a partir de mi propio olor corporal – sí, asintió Katherine, y huele a moho, se dijo para sí misma, (no quería llevarse un tortazo).
Ulalia apareció tras ellos.
- Hola, Adam, ¿dime hijo mío, cuánto te debo? - dijo, mientras rebuscaba en su
cartera.
- Doce euros, señora – contestó.
- No me llames así, ¡que me hace sentir vieja! - <<pues lo que eres>> susurró
Laura. Ulalia le entregó las monedas, haciendo caso omiso a su hija.
- Mi padre me ha dicho que están invitadas mañana a nuestra barbacoa.
- Pues dile a German, que allí estaremos, ¿a qué hora? - preguntó.
- A las ocho de la noche – Adam se dio la vuelta.
- Adiós – les dijo con la mano, mientras se alejaba montado en la bicicleta.
Katherine se encontraba en su habitación, rodeada de un montón de trastos viejos,
al día siguiente, Ulalia le había prometido que los bajarían al sótano. Ella encontraba
frente al espejo, contemplando su cuerpo, ¿qué podría ponerse?, dentro de dos horas
debían presentarse en casa de los Brown, y quería ir bien vestida. Pero el escaso
equipaje que había rescatado de su armario antes de trasladarse no le permitía elegir a
sus anchas, así qué, colocó todos los vestidos ligeramente -aceptables- sobre su cama,
mientras los iba escogiendo, y poniéndoselos delante del espejo, para saber cuál le
favorecía más. Hubo uno que no le desagradaba, de color blanco (su preferido), el
vestido dependía de dos piezas, la de arriba, la cual, tenía unas pequeñas mangas, y
dejaba su cuello al aire. Y la de abajo, una falda, simple, que la tapaba hasta muslos.
Sonrió. Y de pronto, Laura irrumpió en su habitación, con un traje entre los brazos,
se tapó la boca con la mano extendida.
- ¡O dios mío! - suspiró - ¿no pensaras ponerte eso para esta noche, verdad? -
– Si – asintió.
- ¿¡Pretendes parecer una vieja como mi madre!? - gritó.
- ¡Que te he oído! - dijo Ulalia desde la cocina, la cual se encontraba lavando.
- ¿Tan feo te parece? - le preguntó.
- No si quieres ir a misa... - <<qué graciosa>> pensó Katherine. - anda, ven, te
dejare uno de mis vestidos... - la agarró de la mano, (después de tirar su vestido al
suelo). - Por cierto... ¿qué te parece este para mí? - era precioso, le debería de haber
costado un ojo de la cara, o una vida entera de esclavitud, pensaba Katherine mientras lo
miraba.
Laura la arrastró hasta su habitación, en el piso de abajo, sonriente, transmitía
nerviosismo, y logró contagiárselo. Desde aquel lugar, se podía ver perfectamente la
playa, un gran ventanal se lo permitía.
Hacía un tiempo idóneo para salir, llevaba tres días en “Santiago” y aún no había
visto ni una sola parte del pueblo, aunque no le preocupaba, tenía todas las vacaciones
por delante. Laura se introdujo en su armario, (uno de los que poseía), tras un rato
tirando ropa a doquier al suelo, sacó uno, era maravilloso, un vestido de noche, aunque
era negro, y muy ligerito, le gustó.
– Pruébate, y dime, me lo regalaron el año pasado, y ya no me vale. Automáticamente, Katherine subió a su habitación, se quitó el pijama de ositos, (si
suena cursi, pero es que lo es), y se lo puso, le quedaba perfecto, un poco hueco en la parte de arriba, y le vinieron todos los estúpidos complejos que había en su cabeza, pero se hice la sueca y miró para otro lado. De repente, la luz se apagó, y la habitación se
quedó a oscuras, (aún no había levantado la persiana). Y entonces, un poco asustada, algo la rodeó, el aire se quedó congelado, no le gustaba aquella sensación, era como si
se hubiera sumergido en una bañera repleta de cubitos de hielo. La madera crujió, y una brisa rozo su cuello, algo no iba bien, y Katherine no quería seguir experimentándolo, se abalanzó cobre la ventana, agarrando la cuerda de la persiana, y con todas sus fuerzas la
levantó, la luz se adentró en la habitación, mientras el ruido generado por la persiana, resonaba en ella. De nuevo el sudor frío. Le vino a la mente una conclusión, ¿y si se
trataba de un fantasma?, le había sucedido muchas veces en el pasado, pero la sensación en la que esta le sumergía era diferente a las demás.
Decidió ducharse, para intentar relajarse un poco.
Tenía el vestido puesto, realmente era precioso, no podía dejar de mirarlo, -
perfecto- pensó. Estuvo deliberando si llevarse una chaqueta (por si acaso), el vestido
era muy corto, dejaba sus hombros al aire, y la falda no tendría más de treinta
centímetros. Pero era perfecto, y no podía sacarle ningún defecto. Se alisó el pelo, el
cual le llegaba hasta los omóplatos, entonces pensó, ¿qué calzado debería ponerme?.
Cruzó el pasillo, desde el cuarto de Laura al baño, con paso torpe, puesto que los
zapatos de tacón que le había prestado, le hacían temblar de pies a cabeza, de pronto, un
pitido inundó la noche.
Laura salió al balcón.
- ¡Hola Romeo! - gritó, con un toque sexy. - ahora bajamos – entró de nuevo en
casa, avisando a los demás de que Adam ya había llegado.
- ¿Pero nos va a llevar él? - le preguntó Katherine, mientras se pintaba las rayas de
los ojos. Su prima parecía una Barbie. Eso sí, al estilo actual.
- ¡Mamá! - llamó a Ulalia, apoyada en el borde de la escalera, mirando hacia arriba.
- Os estoy esperando desde hace media hora – dijo, con voz cansada, Ulalia se
encontraba en el primer piso, junto a la puerta principal, esperándolas.
- ¿Estoy bien? - le preguntó Katherine a Laura.
– Para hacer de florero estás más que estupenda, ¡hoy me toca pillar cacho! - gritó,
sonriente. - Pareces un hombre diciendo esas cosas – le dijo su madre.
-Y tú una chacha, ¿a dónde vas con esas pintas mamá?
- Estás muy guapa Katherine – le susurró Ulalia,
pasando de su hija, mientras bajaban por las escaleras del porche.
– Hola cariño – le saludó Laura a Adam, se le acercó, él fue a darle un beso,
cuando ella le golpeó en el trasero, esquivándole.
Minutos después llegaron a su destino, Adam salió corriendo del coche para abrirle
la puerta a Laura, mientras sonreía, señalando la salida con gestos nobles.
Inmediatamente, un hombre salió a saludarlos, se trataba de German.
– Bienvenidos... - dijo, besando la mano de Ulalia con delicadeza, ella rió, nerviosa.
- ¡Cómo eres! - exclamó ella. Entonces un chico se asomó tras la puerta de la
entrada, Katherine le prestó toda su atención, se saludaron. Más tarde cuando Laura y
Adam ya se habían sentado a cenar, mientras se daban besos apasionados, y la
conversación entre Germán y Ulalia fue creciendo, él se acercó a Katherine.
- Hola, ¿cómo te llamas? - le preguntó.
- Soy Katherine – y sin darse cuenta sus manos se tocaron. En ese instante, un gran
vacío invadió el cuerpo de Katherine, un agujero negro crecía por momentos en su
estómago. Aquella sensación que él le transmitía era tan grande que no le dejaba
visionar nada más.
– ¿Te sucede algo? - le preguntó, al ver su tez pálida, y su mirada perdida.
Entonces se miraron a los ojos, pero a Katherine le transmitieron un mayor vacío, aquellos ojos estaban muy asustados, perdidos, doloridos... a Katherine se le hubieran ocurrido docenas de adjetivos -malos- con los que referirse a aquellos ojos.
- No – agitó la cabeza de un lado a otro – estoy bien – mintió, su cuerpo estaba
embargado por una tristura que le provocaba cierto dolor de cabeza.
Capítulo.3
Atracción
- Hola... - Adam saludó a Katherine. Ella se volteó.
- Hola – dijo, masticando un trozo de salchicha.
- Laura me ha comentado que solo llevas dos días aquí...
- Si – asintió.
-Entonces, no habrás visto el pueblo entero, ¿verdad? - le preguntó.
- Ni un trozo.
- Entonces, podrías acompañarnos mañana, vamos a dar una vueltecita, ¿te
apetece?
- Sí, claro, gracias...
- Ya lo verás, te lo pasarás bomba – le aseguró, enmarcó una tímida sonrisa, y se
despidió con la mano, Laura lo reclamaba.
- “Ya lo verás, te lo pasarás bomba” - repitió Jack, con aire seductor – será
estúpido... - exclamó, sirviéndose una hamburguesa.
- ¿Os lleváis mal? - le preguntó Katherine, aún con el rostro de Adam en mente.
- No, si quieres que te mienta. Lo que sucede es que no soporto su comportamiento,
cuando hay una mujer delante, ¡cambia por completo! -
- ¿Estás insinuando que tu hermano es un falso...?
– No, bueno... no del todo. Pero no sé por qué se tiene que comportar así - levantó
la mirada, fijándola en Katherine. - da igual, no quiero centrar nuestra conversación en
mi hermano, dime, ¿cuánto tiempo pasarás las vacaciones aquí?
- Pues aún no lo sé, la verdad, mis padres... - de pronto
se acordó de que había llegado a Santiago y que aún no había llamado a casa.
- Tus padres... - Jack intentó reconducirla, parecía distraída.
- Perdón, se me han cruzado los cables de la cabeza, ¿me perdonas un momento? -
se metió la mano en el sujetador, tenía el móvil ahí. Jack se rió, ladeando la cabeza
suavemente, mientras susurraba...
- Estas chicas, se preocupan tanto en el aspecto que luego, no tienen sitio ni para
guardarse el teléfono – siguió riendo mientras comía.
Katherine, seleccionó un número de teléfono, se puso el móvil en la oreja, y cuando
la respondieron al otro lado, comenzó a hablar.
– ¿Sí, quién es? - preguntó una voz femenina.
- Mamá, soy yo, ¿es que ya no te acuerdas ni de tu propia hija?
- Hola cariño, ¿¡pero cómo has podido estar tanto tiempo sin llamarnos!?
- Es que se me ha pasado, entre una cosa y otra...
- Bueno, dime, ¿qué tal se está con tu tía y compañía, te lo estás pasando bien?
- Si, bueno... aún no hemos podido hacer nada, pero ahora mismo estamos cenando
en casa de unos amigos de la tía. Y ya he conocido a dos chicos.
- ¿Chicos? - María del Carmen, la madre de Katherine, pronunció aquella palabra
como quien dice “ratas”.
- ¡Mamá, que no son alienígenas!
- Más te vale... - susurró.
- Bueno, da igual, ¿qué tal estáis vosotros allí? - le preguntó. Sonriendo.
- Muy bien, tú hermano ha hecho una amiga, y papá y yo, pues estamos de
reunión en reunión, como siempre vamos...
- Entonces… normal ¿no?
- Si – asintió, su madre.
- Mamá, te dejo, es que estoy ocupada... - le mintió.
- De acuerdo hija, pero llama más a menudo, ¿e...?
- Si, mamá te llamaré más a diario, adiós – tras finalizar la conversación, y
guardarse el teléfono, volvió con Jack.
- ¿No te gusta hablar mucho rato por el móvil, me equivoco? - le preguntó él.
- Si, además me gusta llamar cuando estoy sola...
- Oye..., me estaba preguntando... - Jack se quedó mudo, mirando al suelo,
pensativo.
- ¿Si...? - Katherine intentó encontrar su mirada.
-Perdona, me preguntaba, si te gustaría venir mañana conmigo a ver una película al
cine – suspiró.
– Me gustaría, pero primero tendría que hablar con tu hermano, puesto que me
quiere enseñar el pueblo...
- Si, tranquila, ve, y habla con él, ya me dirás después...
- Gracias
Katherine, rebuscó a lo largo del jardín a Adam, ¿dónde estaría?, entonces recordó
que se había ido con Laura, así que seguramente querrían un poco de intimidad.
Un buen tiempo después, Adam y Katherine se encontraron, ella decidió dar una
vuelta, a lo largo del bosque, y casualmente, se vieron.
- Ho... hola, te estaba buscando
- ¿A mí?
- Si, tu hermano me ha invitado al cine, y pues me gustar ía saber si pudieras
enseñarme el pueblo en otra ocasión...
– Tranquila, pero dime una cosa..., ¿él te gusta?
- ¿Quien, tu... tu hermano? - Katherine se puso roja. Entonces, echó el tiempo hacia
atrás, ¿le gustaba Jack?, realmente, no lo había pensado, él le caía bien, pero no le
atraía, todo lo contrario que le sucedía con Adam, él sí que le atraía, pero no quería
meterse en ese tema, puesto que él tenía una relación con su prima.
- Pues... no, no – arrastró el “no”, hasta que se le acabó el aire.
- Así que sí – puntualizó.
Katherine calló, sin saber que decir.
- Bueno, da igual, eso es cosa vuestra, yo solo quería saberlo, puesto que su primera
novia, murió... -
- ¿Cómo? - ella enarcó el entrecejo.
- ¿No te lo ha contado él...?, bueno, no me extraña, con todo lo que sufrió...
- No sabía nada...
– Es normal, os acabáis de conocer, y mi hermano no suele hablar nunca de
Elizabeth.
- ¿Pero cómo murió?
- Fue un poco extraño, un día de repente la encontramos en su casa, consumida por
las llamas – Katherine, se quedó aterrada.
- ¿Y... no se encontró al culpable? - preguntó, mirando fijamente a Adam.
- No – negó.
Finalmente, Katherine, iría al día siguiente con Jack, al cine, y cualquier otro día
Adam le enseñaría el pueblo.
- Hola... ¿se puede?
- Pasa – Laura le dio permiso para adentrarse en su habitación, tras haber llamado a
su puerta.
- Adam me ha contado lo que sucedió con Elizabeth...
- ¿Y qué pasa?
- ¿Me podrías contar más cosas sobre lo ocurrido aquel día?
– No creo que yo sea la más idónea para decirte lo que pasó, ¿por qué no esperas a
mañana y se lo preguntas a Jack? - Katherine asintió con la cabeza.
- Si, será mejor... - antes de cerrar la puerta, volvió al interior de la habitación, aún
tenía una cosa más que preguntarle a su prima.
- Laura...
- Dime.
- ¿Qué tipo de relación tienes con Adam? - Laura yacía tumbada en su cama,
apoyada en la almohada doblada bajo su espalda, mientras qué pasaba de canal en canal
dándole al mando que sujetaba con la mano derecha.
- Pues... - se quedó pensativa, estudiando su relación con él – hasta hace un año, se
podía decir que éramos amigos, pero desde aquel día, somos más que eso...
- ¿Entonces sois pareja...?
- No, bueno, sí, ¿y tú para qué quieres saberlo...?, ¿no te estarás interesando en él? -
Katherine bajó la mirada.
– No..., me gusta más su hermano... - mintió, ¿o no?
En realidad era un tema muy delicado que se iría aclarando con el tiempo.
Katherine, se introdujo en la ardiente agua, que la arropó, aportándole un calor
especial, espantando los signos de cansancio que asolaban su cuerpo. Una vez dentro,
hundió la cabeza en el líquido transparente, mojándose el cabello, adhiriéndose a su
espalda, ya se encontraba mejor. Acababa de tener una sensación espeluznante en su
habitación.
Eran las doce de la noche, ya llevaba cerca de un par de horas dormida, cuando, se
despertó, con el brazo que le sobresalía de las sabanas congelado. No era normal, antes
de haberse acostado, comprobó la temperatura gracias a un termómetro que descansaba
a su derecha. Y marcaba veintiún grados, ahora señalaba el número uno. Era físicamente
imposible que la temperatura de su habitación hubiera bajado tanto en tan poco tiempo,
Katherine sabía que su tía dejaba la calefacción puesta todas las noches sobre los quince
grados, estaba segura de que algo no iba bien. Entonces, se levantó, enseguida cubrió su
cuerpo con una bata azul que descansaba sobre una silla en frente suyo, se puso las
zapatillas de andar por casa, y aún y todo, los pies reclamaban más atención, después,
intentó encender la luz, pero el interruptor no funcionaba, supuso que se habría gastado
la bombilla, (vete tú a saber cuánto tiempo llevaba colgada de esos cables). Entonces,
todo pasó muy rápido, la persiana que acababa de levantar, descendió bruscamente,
provocando un fuerte sonido, después, todo se quedó a oscuras, en unos instante,
Katherine sintió algo que la estaba rodeando, y comenzó a visualizar un montón de
escenas.
En la primera, se encontraba en una habitación, dos jóvenes muchachos yacían
asustados, tirados en el frío suelo, el mayor protegía al menor, alguien aporreaba la
puerta, quien fuera quería hacerles daño, en uno de los golpes que el extraño pegó a la
puerta, esta se rajó, tras repetir la acción un par de veces más, consiguió abrir un
agujero, metió el brazo, los dos muchachos sollozaban, terriblemente asustados, temían
por sus vidas. El individuo, que se tapaba la cara con una capucha oscura, consiguió
retirar el pestillo que le evitaba pasar, entonces, la puerta se deslizó suavemente,
chirriando a su paso, y el individuo, se introdujo en la habitación, pero Katherine no
lograba saber qué es lo que sentía, o pensaba, era algo parecido a lo que le sucedía con
Adam, después, una vez haberse adentrado, agarró la pequeña cama de niño que se
encontraba frente a él y la volteó, arrojándola a un lado, a continuación se abalanzó
sobre los chicos, se sacó una pistola de debajo de la chaqueta, y apuntó al mayor de los
dos hermanos, y disparó. La bala resonó en los oídos de Katherine, que no podía evitar
que el inmenso sufrimiento y la angustia de los niños le encogieran el corazón. Una vez
haber matado a uno de los dos niños, agarró al pequeño que cerraba fuertemente los
párpados para evitar contemplar la escalofriante escena, y le introdujo la punta de la
jeringuilla que posaba en su mano, en el cuello.
El chico cayó, se había desmayado.
Katherine se despertó, yacía tirada en el suelo, sufriendo, tardó varios minutos en
darse cuenta de que la persiana de su habitación estaba levantada, de que hacían más de
veintiún grados, y de que estaba sudada.
Tras más de una hora en el baño, salió de la bañera, se vistió, y al llegar a su
habitación y comprobar que no tenía ni una pizca de sueño, bajó al porche.
Se sentó en la acera de la calle, quería ver mejor el maravilloso cielo, inundado de
estrellas tintine-antes, no quería recordar lo sucedido. El frío le aclaraba las ideas, y
enfriaba sus acaloradas mejillas.
Minutos después, y tras haber perdido el sonido del motor de una moto que se
alejaba a lo lejos, escuchó unos gritos, agudizó el oído.
- ¡Que no!, ¡que no lo aguanto! - después, tras finalizar la discusión entre dos voces
femeninas, oyó un portazo, y el ruido que provocaban unos tacones al golpear
fuertemente el asfalto.
Katherine, mantuvo la mirada en el suelo, una figura se le acercaba, lo notaba, ese
sentimiento a desquicio, la mujer se le sentó a su derecha.
- ¿Quieres uno? - le preguntó, ofreciéndole un cigarrillo que sobresalía del paquete
de tabaco.
- No – negó – no fumo... - la mujer se rió.
- Haces bien, yo lo probé un día con trece años y aquí estoy, con asma, y sin poder
hacer nada propio de una mujer de mi edad – Katherine levantó levemente la mirada, y
sonrió, intentando parecer amable, la mujer se le estaba abriendo sentimentalmente, y
no quería evitarla, pues sabía que para ella era algo más bien difícil.
– ¿No hablas? - esperó - ¿te ha comido la lengua el gato - preguntó. Hubo un largo
silencio.
- Venga, cuenta, ¿qué te sucede? - Katherine se sentía mal, no tenía ganas de
conversar con nadie, pero se veía obligada a contestar a las preguntas que le hacía
aquella mujer.
- Nada – dijo al fin.
- ¿Nada? - repitió, sin convencerse – no me lo creo... - el silenció volvió a reinar. -
Bueno, como veo que no estás por la labor, te contaré algo sobre mí – dijo, pensativa.
- Me llamo Leyda, y tengo dieciséis años, soy lo que la gente clasifica por “rara” -
Katherine enseguida supo que no la estaba mintiendo, lo que le contaba era verdad, y se
vio hipnotizada por sus palabras. La miró. Ella siguió.
Acabo de discutir con mi madre, y te preguntarás... ¿cuál es la razón por la qué nos
hemos enfadado?. Pues es muy fácil, ella está saliendo con un hombre al que no
soporto, parece estar obsesa por meter un hombre en su vida que le haga olvidar a mi
padre – al pronunciar aquella última palabra, Katherine notó la pequeña herida que se
había abierto en el corazón de Leyda, una herida de tiempo atrás, sin curar, y las
lágrimas que inundaron sus ojos.
- ¿Estabas muy unida a tu padre? - preguntó, ahora era ella la que quería saber más
de su “compañera”.
- Si, mucho, y no comprendo el por qué mi madre quiere olvidarle, yo cada vez que
pienso en él sonrío. Pero ella solo llora. - le contestó.
Katherine y Leyda habían tenido una larga conversación, se podría decir que eran
amigas, ambas se contaron de todo, se abrieron como muy pocas veces lo habían hecho
anteriormente.
Una primera gota aterrizó en el pómulo derecho de Katherine, ella, tras haber
comprobado de que se trataba de agua, echó una mirada a su alrededor. Segundos
después comenzó a chispear, y en menos de un abrir y cerrar de ojos, ya estaba
lloviendo. Ambas se levantaron de un salto, miraron a sus respectivos hogares, y
después, Leyda agarró a Katherine de la muñeca, arrastrándola, mientras corría.
- ¡Vamos! - gritó.
- ¿A dónde? - preguntó ella, un poco desconcertada.
- ¡Ya verás! - le contestó.
Se dejó llevar.
Katherine, miraba al suelo bajo sus pies, no quería tropezar, un breve rato después,
Leyda dejó de empujar de ella, la lluvia golpeaba las hojas de los árboles, y la humedad
las arropó, sus agitadas respiraciones cortaban el aire, y comenzaron a reír, aún
cansadas.
- Ven, sígueme, casi hemos llegado – le dijo Leyda, tras golpearle un par de veces
muy suavemente en el hombro. La tierra se había convertido en barro, y este, ya cubr ía
casi por completo los calzados de las muchachas.
Ahí estaba, se trataba de un viejo caserón, hecho de madera, la cual ya estaría
podrida y agujereada por las termitas.
Se acercaron, hasta llegar a una gárgola situada en medio de lo que hacía años
debería haber sido un jardín. La forma era la de un perro, que miraba a ningún lado,
Leyda, se dirigió a la casa. Katherine la paró, sujetándola del ante brazo, ella se volteó.
- Tranquila, yo he estado muchas veces aquí, quiero comprobar una cosa – los
guantes que Katherine llevaba estaban empapados, mientras que sus manos gritaban por
un poco de calor.
- No es buena idea – dijo, asustada, sentía algo que no le gustaba, le recordaba a lo
sucedido esa misma noche en su habitación – deberíamos irnos.
- Tranquila, no pasará nada, como ya te he dicho ya he estado aquí, y nunca me ha
sucedido nada. Ya verás, va a ser divertido – sonrió.
Katherine cedió, no le convencía para nada aquella idea, pero tampoco tenía por
qué pasar nada malo.
Leyda sacó una llave, y la mostró, tenía una copia de la que necesitaban para entrar
en aquella casa. Introdujo la llave, pero no podía abrir la puerta, giraba y giraba, hacía
fuerza, pero nada, todo era en vano, entonces, Katherine, agarró el picaporte, y lo giró,
la puerta hizo un pequeño chasquido, y se abrió sin más.
Inmediatamente, un olor a humedad, las roció, tosieron.
Katherine, comenzó a visualiza unas imágenes, pero sin entrar en trance. Aquella
casa la transmitía todos esos sentimientos que una vez la recorrieron, y la voz de
personas que ya no existían.
Leyda, subió por las escaleras, sonriente pero algo nerviosa.
- ¿Qué haces? - le preguntó Katherine.
-Tienes que subir, te he traído para ver si sientes lo mismo que yo.
-¿El qué?
- Cuando estoy en una habitación del segundo piso, siento cosas, y quiero saber si
tú también podrías sentirlo -
- No, no deberíamos subir – le advirtió.
- ¿Por qué no? - preguntó - ¡no va a suceder nada, ya lo verás! - hizo un breve pausa
– te prometo que solo estaremos un par de minutos, luego nos iremos y regresaremos a
nuestras casas
Se lo pensó.
- De acuerdo – a sintió, con voz cansada.
Por cada nuevo escalón que subía, los sentimientos que invadían Katherine fueron
incrementando.
Atravesaron un largo pasillo, hasta llegar a su destino, la puerta estaba rota,
entonces, una luz fugaz inundó el cerebro de Katherine, se encontraba en el lugar del
que había tenido la visión en su habitación. Le comenzó a temblar el cuerpo al
completo. Su calor corporal descendió bruscamente. Y el rostro se le quedó pálido,
como si le hubieran dado el susto de su vida.
- ¿Estás bien? - le preguntó Leyda. Era obvio que no, pero ella intentó mantener la
calma.
- Aquí suelo sentir cosas, solo me ocurre en esta habitación, cuando llego, me siento
junto a esta mesilla... - iba narrando mientras seguía sus propios pasos – y espero –
finalizó.
De repente, ambas sintieron un escalofrío, - ya está aquí- dijo Leyda con una media
sonrisa grabada en su rostro. Las viejas cortinas estropeadas por el tiempo, comenzaron
a moverse, una brisa recorría suavemente la estancia. Katherine, aterrorizada, se acercó
a su amiga, y le dijo...
- Vayámonos -
-Espera, ¿lo sientes? - le preguntó, mientras su satisfacción iba en aumento.
– Si, lo siento, pero por favor, Leyda, vayámonos... - le suplicó, asustada, la fuerza
del espíritu que rondaba por allí era muy fuerte, de una magnitud que Katherine nunca
había presenciado, y si podía evitarlo, lo haría, a continuación, tiró de su amiga,
arrastrándola hasta la puerta. Pero en ese momento, la vieja persiana, cayó, al igual que
lo había hecho en la habitación de Katherine, el fuerte sonido resonó por toda la casa.
Ambas echaron a correr, el miedo las había invadido por completo, sin dejarlas pensar.
De pronto, la puerta se les cerró en las narices, casi golpeándolas, dejándolas encerradas
en aquella antigua habitación, la presencia cada vez se hacía más fuerte, y Katherine,
perdía energía, sus articulaciones dejaron de responder, y cayó al suelo como un peso
muerto. Layda intentó reanimarla, y entonces ella, comenzó a decir una y otras vez lo
mismo, como un disco rayado. << ¡él, él, él!>> decía una y otra vez.
Se levantó, golpeando una y otra vez la puerta, el agujero que yacía en ella, estaba
tapado por algún tipo de madera, Leyda comenzó a llorar, y so llozar, finalmente se
cansó, tras haberse hecho polvo tanto los pies como las manos. Al verse desquiciada, se
dejó caer sobre el suelo, destrozada, con el estómago revuelto, sin dejar de sollozar.
Entonces, cerró los ojos, y al volver a abrirlos, todo hab ía vuelto a la normalidad; la
puerta estaba abierta de par en par, la persiana descansaba en su sitio, y la luz de la luna
entraba por todos los lados a la habitación, pero Katherine seguía sin despertar, aunque
ya no repetía una y otra vez -él, él, él-. Leyda, cogió como pudo a su amiga, y la llevó a
casa, maldiciéndose por el camino.
Capítulo.4
Aprecio
Un manto de niebla cubría por completo el pequeño pueblo de Santiago. La luna
bañaba la noche de un color metálico muy especial, y el cantar de los grillos le daba un
toque distinguido. Katherine, yacía sentada sobre la arena húmeda, con los pies fríos, y
el pelo empapado, volando al aire, después de haberse pegado un buen chapuzón.
Miraba al horizonte, tras cientos de hileras de olas descoordinadas, las estrellas
adornaban el cielo, y el suave viento aclaraba los pensamientos de la joven muchacha.
Pensaba en lo sucedido días atrás, cuando Leyda y ella habían ido a aquella casa
abandonada, perdida en la montaña tras el pueblo. Katherine solo recordaba el terror
que sintió, y como en un instante sus fuerzas la abandonaron, dejándola desprotegida.
Lo siguiente que recordaba era el haberse despertado en su cama, rodeada de regalos, y
muy cansada.
Era veintitrés de junio, el doctor Martinez, se encontraba sentado en una silla a la
izquierda de la cama en la que Katherine estaba, apuntando cosas en una pequeña
libreta, vestido con una bata blanca, y con el audífono rodeando su cuello, tras finalizar
su escritura, guardó un botiquín en el pequeño maletín que residía sobre la cama a su
izquierda, entonces la vio, mientras lo contemplaba, acto seguido, avergonzada, esquivó
su mirada, y la dirigió al reloj de pie. Mario esbozó una gran sonrisa de oreja a oreja. Y
rió.
- Ya veo que te has despertado... - dijo, contento – me alegro.
- ¿Quién es usted? - le preguntó. Él, señaló la tarjeta que le colgaba del bolsillo de
la bata, y le contestó.
- Soy Mario Martinez – le tendió la mano – encantado – no dejaba de sonreír,
<<como si se hubiese puesto botox>> pensó Katherine. Le apretó la mano, dibujando la
mejor sonrisa que pudo, y se recostó en la cama, hasta sentirse más cómoda.
- ¿Qué me ha sucedido? - preguntó, aún aturdida.
– Al parecer, Leyda te trajo en brazos hasta aquí, luego les explicó todo lo
sucedido a tus familiares, y tu tía Ulalia me llamó, y bueno, tras un tratamiento de siete días, pues aquí estamos...
- ¿Siete días? - exclamó - ¿quiere decir que he estado toda una semana dormida en
la cama?
- Si, así es – asintió. El doctor, terminó de guardar todo, se levantó y cuando ya se
iba, dijo...
– Yo ya me voy, que parece ser que tu amigo ya ha llegado a la misma hora de siempre – Martinez salió de la habitación, y acto seguido, tímidamente, entró Jack. Se le
acercó, y tartamudean le dijo. - Y... ya veo, q... que te encu... encuentras bien – sonrió, mirando al suelo.
- Si – dijo Katherine, salió de la cama y abrazó al muchacho fuertemente. - lo
siento, por mis tonterías no pudimos ir al cine.
- ¿Cómo? - exclamó él, extrañado - ¡eso es lo de menos!, al cine podemos ir
cualquier otro día.
- Pero, yo..., habíamos quedado y he faltado... - dijo un tanto confusa. Un largo
silencio los rodeó, Katherine, incómoda, cogió un regalo situado cerca de sus pies. Y lo
abrió. Sonriente como una niña pequeña cuando llegan los reyes magos.
Se trataba de una caja de delicias turcas, (las cuales le encantaban). Cogió una, y la
mordisqueo, manchándose el labio superior con el azúcar glaseado, mientras saboreaba
aquel maravilloso sabor.
- ¿Quieres? - le ofreció el trozo que le quedaba a Jack, el joven abrió la boca, y ella
se la introdujo, la degustó, y esbozó una sonrisa, llevándose una grata sorpresa, le había
encantado.
- Está bueno... - afirmó.
- ¿A qué si? - asintió ella. Acto seguido, él, se dio la vuelta, buscando algo, cogió
uno de los regalos, envuelto en un fino papel, color lila.
- Toma, esto es para ti – se lo dio a Katherine, ella sonrió, y lo cogió con sumo
cuidado, después inspeccionó todo el envoltorio, para ver por dónde podría abrirlo sin
romperlo.
- No tienes por qué abrirlo con delicadeza, rómpelo, total es solo un papel...
– De acuerdo – se dijo así misma, y comenzó a destrozarlo, dejando al descubierto una pequeña caja de piel de cuero negro, deslizó la mano que le quedaba al descubierto por ella, sintiendo aquella maravillosa textura.
- Ábrelo – le indicó él.
- ¿Qué es? - le preguntó impaciente. Levantó la tapa despacio, bajando la cabeza, y
entrecerrando los ojos para ver lo que residía en su interior. Quedó anonadada, se trataba
de un maravilloso colgante.
- Es un colgante ojo de buey, montado en plata de ley, – le explicó – espero que te
guste – dijo, mirándola.
- ¡Me encanta! - gritó – muchas gracias Jack, pero te ha debido de costar mucho... -
dijo, pensativa.
- No, tranquila, es una herencia familiar, era de mi madre... - Katherine se abalanzó
sobre él, abrazándole.
- Muchas gracias – le susurró al oído. Acto seguido, se dio la vuelta y se lo dio a él,
después se apartó el cabello a un lado, mientras que él se lo colgaba del cuello.
Una vez notado la fría plata sobre el cuello, y el tórax, se miró en el espejo.
– Te queda genial – la alagó Jack. Ella se puso roja, pero sabía que él tenía razón, le quedaba perfecto.
Se giró para darle un beso en la mejilla, pero le pilló de improvisto, y le besó en los
labios, se habían tropezado, y él la agarraba por la cintura. Ambos se colorearon como
tomates. Katherine se apartó, nerviosa, mientras se miraban incrédulos. Disculpándose
una y otra vez.
- Lo... lo... lo siento... - dijo ella, caminando hacia atrás, sin darse cuenta, se tropezó
con unas zapatillas y cayó al suelo, golpeándose en el coxis, quejándose del dolor.
- No pasa nada – le dijo Jack, le tendió una mano, ella dudó unos instantes, pero
finalmente la agarró.
- Muy buenas noches, parejita – una voz los sobresaltó a ambos, dirigieron la
mirada hacia la puerta. Laura los miraba, con ojos llameantes, y muy brillantes. - veo
que lo vuestro va para delante – agregó, dejando la bandeja que llevaba en las manos,
sobre la cama.
– ¡Ya puedes limpiar todos estos papeles! - le dijo
Laura a Katherine, señalando el resto de los envoltorios de los regalos esparcidos
por el suelo. Sus ojos estaban a punto de echarse a llorar – ¡anda qué, pasarte toda una
semana en la cama! - gritó, con voz quebrada. Acto seguido bajó a su cuarto.
- Tranquila, ella es así, es su forma de decirte que está muy contenta de que te hayas
recuperado – le dijo Jack, mirándola a los ojos directamente. Ella sonrió. Solo había
estado un par de veces con él, y Katherine ya estaba segura que podían llegar a ser algo
más que amigos. Sentía una llama entre ellos dos. Una llama rodeada por una
interminable oscuridad, alumbrando, como una estrella en el cielo de noche.
Aquellos recuerdos la hacían sonreír, reírse de sí misma, su mirada seguía clavada
en el horizonte.
– Katherine – alguien la llamó, una voz masculina, que se le acercaba. Su cabello ya se había secado, caía por su espalda, como una cascada, ondulado, y castaño.
- Hola – le saludó Jack – acabo de ver tu llamada – prosiguió - ¿qué querías? - le
preguntó.
- Pasar un rato contigo – le abrazó. El sentimiento que días antes la incomodaba,
aquel sentimiento de tristeza que yacía en Jack había desaparecido casi por completo.
- ¿Qué es lo qué mirabas tan interesada?
- Nada, solo recordaba nuestro primer beso – el rió. Abrazándola, mientras ella
agarraba el collar que él le había regalado.
- ¿Qué te parece si mañana vamos al cine? - le propuso.
- Si, me encantaría.
- ¿Qué película te gustaría ir a ver?
– Pues son sé, no suelo seguir muy de cerca los estrenos de la cartelera. ¿Qué te parece si cuando vallamos elegimos la película que más nos guste?
- De acuerdo – asintió él.
Ulalia acompañó a Katherine hasta la acera, enfundada en su bata, y con los rulos
puestos.
- No hacía falta que me acompañaras, tía – le dijo Katherine, mirando a izquierda y
derecha.
- No, si solo quería fumarme un cigarrillo – encendió el mechero y le pegó fuego al
que ya tenía entre dedos. Acto seguido se lo llevó a la boca.
- Supongo que tú no fumarás – le dijo.
- No – negó – ni pienso hacerlo, he leído un montón de cosas en Internet y diversos
periódicos, y si ahora me fumara uno, solo me estaría matando sicológicamente,
sabiendo lo que podría hacerme a mi propia salud.
– Me alegro, yo e intentado dejarlo muchas veces, pero siempre recaigo, es como
una droga, pero bueno, para lo fastidiada que ya estoy, por que siga así unos años más
no me va a pasar nada – echó el humo por los orificios nasales - ¿cuándo has dicho que
vendría Jack a buscarte? - le preguntó. - Tiene que estar al llegar – dijo – mirando su reloj – son menos seis, y hemos
quedado dentro de un minuto – Unos pocos segundos después, el rugir del motor de una
moto, se hizo sonar a lo lejos, se acercaba rápidamente.
La motocicleta se detuvo frente ellas, Jack, se quitó el casco de color negro, y bajó
de la moto.
- Hola, señora – saludó educadamente a Ulalia, que rió, por las formalidades del
joven – hola, Katherine. Se acercó a ella, y le dio un beso en los labios.
- ¡Qué envidia me dais! - exclamó Ulalia, alzando la mirada al cielo.
- ¿Nos vamos? - le susurró Jack al oído.
- Si – afirmó con la cabeza – tía, nos vamos – le dijo.
- Espero que lo paséis bien.
- Por supuesto – asintió él. Abrió el sillín de la moto, y sacó un casco
adicional, se lo tendió a Katherine, ella se lo puso con torpeza, y después montó detrás
de Jack en la moto, amarrándose a su cintura. La sensación de volar, sobre su piel, le
encantó, el corazón de Katherine latía con fuerza, golpeando su pecho, estar agarrada a
Jack le hacía revivir aquel fuego que crecía cuando estaban juntos.
Minutos después, llegaron a la gran ciudad, se adentraron entre las estrechas calles,
hasta llegar al bulevar. Aparcaron entre tantas y tantas motos que desde la lejanía no se
podía distinguir la suya de las demás.
- ¿Qué películas hay? - se preguntó Jack así mismo, alzando la vista para poder ver
al completo todos los estrenos. Había una docena de carteles situados en lo alto de la
fachada, uno por cada película que podían ver.
- ¿Cuál tiene mejor pinta? - le preguntó Katherine.
- ¿Te gustan las de terror?
- Si, me gusta la sensación de vida que me dejan, además no veo ninguna de
romance entre las que hay – afirmó.
- ¿Y qué te parece si vemos esa? - dijo, señalando el cuarto cartel empezando desde
la derecha – ultratumba – leyó. El dibujo del cartel trataba, de una tumba, en medio de
la oscuridad, con algunos árboles de fondo, de la que salía una mano, (o lo que quedaba
de ella).
Tras decidir qué película querían ver, Jack fue a comprar las entradas, mientras que
Katherine le esperaría sentada en un banco de madera, pintada de blanco, con un buen
surtido de golosinas y chucherías entre los brazos.
Minutos después, entraron en el edificio, subieron por las escaleras mecánicas, y
entraron en su sala correspondiente. La mayoría de la gente que yacía sentada, eran
adolescentes, parejas más bien, y grupos de amigos que habían decidido pasar un buen
rato.
- ¿Preparada? - le dijo Jack, nada más sentarse en sus butacas correspondientes, al
lado uno del otro, mientras los trailers empezaban a dibujarse en la gran pantalla.
- No estoy muy segura – contestó ella con voz dubitativa. Y una sonrisa
inclasificable. Pasados unos minutos, comenzó la película, inmediatamente, un grito se
hizo oír, una muchacha, de pelo largo y rubio, de figura perfecta y ojos azules corría por
el bosque, tropezando con todo, su corazón latía, cada vez más rápido, hasta que lo que
la perseguía, la capturaba.
Katherine estaba literalmente -cagada- en los pantalones, mientras que la película
seguía hacia delante. A los diez minutos de empezar a proyectarse la cinta, dejó de
comer las palomitas, a mediados ya estaba acurrucada en la butaca, agarrada -sin
saberlo- al brazo derecho de Jack, y con solo un ojo abierto. Él se reía entre dientes,
mirándola, prestando- le más atención a ella que a la película, y rodeándola con el brazo.
- ¿Te ha gustado la película? - le preguntó, mirándola, mientras andaban hacia la
motocicleta. Katherine había quedado traumada, (aún tenía el paquete de palomitas en la
mano). Jack al ver que seguía con la mirada perdida, y que no contestaba, le dio un beso
en la mejilla. Acto seguido ella despertó.
- ¿Qué pasa? - preguntó, confusa. Aun notando el beso.
- ¡Qué ya ha finalizado la película! - le contestó ¿te encuentras bien?
- No – negó – por favor, la próxima vez que vayamos al cine, por favor, por favor –
le suplicó – no me dejes entrar a ver una película de miedo.
- De acuerdo – asintió él, colocándose el casco sobre la cabeza. Después, Katherine
subió a la moto, y se puso el casco. Sujetó a Jack por la cintura y no se soltó hasta llegar
a casa.
El frío se hizo presente cuantas más horas pasaban.
- ¿Lo has pasado bien? - le preguntó él a ella.
- Si – asintió, segura, con voz firme.
– Me alegro – dijo él sonriente. Sus miradas se encontraron, ambos sonreían, a
menos de diez centímetros, sus respiraciones eran lo único que cortaba el silencio, Jack sujetaba a Katherine por la cintura, mientras que ella lo rodeaba -casi por completo- con los brazos.
Estaban muy animados, y el corazón de cada uno latía a cien por hora. Todo lo que
los rodeaba desapareció, y solo estaban ellos dos, Jack se acercó, rozando sus labios con
los de Katherine, tras ver que ella estaba dispuesta, la besó. Miles de mariposas se
desataron en los estómagos de ambos, y un rayo de electricidad les recorrió el cuerpo a
velocidad de vértigo. Unos segundos después separaron los labios, respirando,
sonrieron, complacidos. Ella se soltó, dándole un beso adicional.
Me voy, no quiero llegar tarde – se despidieron - adiós – la puerta los separaba,
Katherine se apoyó en ella, y suspiró, mientras que él se quedó unos instantes mirando
el porche de la casa. Después, se puso el casco, montó en la motocicleta y se fue. Alegre
como nunca lo había estado. Al oír el rugir del motor alejándose a la lejanía, Katherine
volvió a suspirar. Como si intentara despertar de aquel maravilloso sueño.
Capítulo.5
Enfado
Katherine miraba fijamente los regalos que le habían hecho mientras ella yacía en
cama. El de Jack ya lo llevaba puesto, aquel collar de ojo de buey le encantaba, Leyda le
había regalado un libro, acompañado de una nota, pidiéndole disculpas:
Para Katherine:
Siento mucho todo lo ocurrido, tendría que haberte dicho antes el por qué íbamos a
la casa abandonada. Lo siento con toda el alma, no sé cómo ocurrió, a mí nunca me
había sucedido, lo máximo que me había pasado era sentir un escalofrío o una brisa
recorriendo mi nuca.
Te prometo que nunca más te obligaré a subir allí.
Un beso, espero que te recuperes, todos están muy preocupados por ti.
P.D: Hoy he visto a Jack, me lo he encontrado cuando me traía el regalo, él estaba
sentado en una silla, mirándote, no te quitaba el ojo de encima, incluso le ha costado
abandonar la habitación cuando le he dicho que quería estar un rato a solas contigo. Me
parece que está pillado por ti.
Leyda
Katherine sonreía, apartó la mirada de la tarjeta, y la dirigió hacia los regalos, el
más típico era el de tía Ulalia y Laura, que le habían regalado juntas, (realmente lo había
escogido Ulalia). Se trataba de un ramo de flores, el cual ya se había encargado su tía de
plantar en el jardín trasero. Y su tío Javier, al estar ocupado en la ciudad, se encargó de
llamar cada día un par de veces para preguntar sobre su estado.
Jack subió las escaleras que lo conducían al segundo piso, su teléfono sonaba, y
tenía esperanzas de que se tratara de Katherine.
- ¿Si? - preguntó.
- Hola, ¿Jack?
- Si, ¿quién es? -
- Soy Leyda, bueno no nos conocemos mucho, soy la del otro día, la que fue a
visitar a Katherine.
- ¡Ah!, si, dime, ¿qué quieres?
- Quería saber si ella está contigo, es que la he llamado a casa pero no está. Su
tía me ha dicho que ha salido.
- Pues, no, no está aquí, pero sí sé algo de ella ya te llamaré
- Vale, muchas gracias
- Adiós – se despidió, acto seguido colgó el teléfono. Inmediatamente sonó el
timbre.
- ¡Qué abra alguien! - gritó una voz masculina - ¡que estoy en el cuarto de baño!
- ¡Voy! - dijo Jack, bajando las escaleras. Abrió la puerta, y no pudo evitar grabar
una sonrisa en su rostro, Katherine yacía frente a él, mirándolo sonriente.
- Hola – dijeron ambos al unísono, y se besaron.
- Antes de que me olvide, ha llamado una tal Leyda, he prometido que si sabía algo
de ti, la llamaría...
- Si, luego le pego un toque – asintió ella - ¿puedo pasar?
- Por supuesto – dijo él, deslizando su cuerpo hacia la izquierda, señalando el
interior de la casa con el brazo, invitándola a pasar. Ella miró de un lado a otro, aun qué
había estado anteriormente allí, no había entrado en la casa.
- ¿Has venido andando? - le preguntó Jack.
- Si, me aburría en casa, no sabía qué hacer, tía Ulalia estaba haciendo unas
hamburguesas, y Laura no estaba, así qué e decido venir a verte – dijo, con voz tierna.
- ¿Y qué quieres hacer?
- Pues... ¿qué te parece si me enseñas tu habitación?
- De acuerdo, ven – la agarró de la mano, y la dirigió por la casa, señalando las
diversas estancias que podían haber repartidas por la casa. Finalmente llegaron a la
habitación. Jack abrió la puerta.
- Madame – le dijo a Katherine, gentilmente. Ella se deslizó, enseguida quedó
anonadada, sorprendida por la cantidad de libros bien ordenados en docenas en baldas,
se trataba de una gran habitación más o menos el doble de grande que la de ella.
Inspeccionó, primero se sentó en la cómoda cama, luego arrastró la yema del dedo
índice por el lomo de unos cuantos libros, y llegó a una guitarra eléctrica. Una
impresionante guitarra, ella se volvió hacia él.
- ¿Tocas?
- Si, bueno, no llevo practicando mucho, dentro de un mes hará dos años, más o
menos – le contestó, pulsó el botón rojo del mando que sostenía en la mano. Y la
gigantesca persiana situada frente a él, comenzó a levantarse lentamente, mostrando un
bueno trozo de la playa, la casa de la familia Sálander, se encontraba al final de la costa,
casi, casi, al frente de la casa donde vivía Katherine.
- Mira, desde aquí se puede ver tu habitación – le dijo, señalando con el dedo a la
lejanía. Ella agudizó la vista.
– Me parece que tendré que ir algún día de estos al oculista – dijo, con sarcasmo.
- ¡Jack! - gritó una voz masculina.
- ¿Qué? - preguntó él, esperando una respuesta.
– ¡Baja! - le indicó la voz. Él le dijo a Katherine que esperase ahí, que enseguida
volvía, acto seguido salió de la habitación, y bajó por las escaleras. Ella, sin saber qué
hacer, y al ver el salva pantallas del ordenador, se sentó en la silla, y comenzó a
fisgonear. Clicó en la carpeta de “Imágenes”, y enseguida encontró a lgo muy
interesante, una carpeta con el nombre de la primera novia de Jack. Volvió a clicar.
Todas las imágenes llevaban por título -Elizabeth- y Katherine no tardó en comprender
que aquella chica era maravillosamente hermosa. Era perfecta, mediría un metro sesenta
y cinco, su cara era ovalada, y nítida, como la de un maniquí, su cuerpo la acompañaba,
tenía una figura ideal, y para colmo sus ojos eran verdes y brillantes, y su cabello largo
y negro.
- ¡Aján! - Katherine saltó de la silla, por un segundo se le paró el corazón,
como si de un auto reflejo se tratara, cerró todas las ventanas que había abierto en el
ordenador, y se giró lentamente, esperando que no fuera Jack.
- Veo que eres un poco cotilla – le dijo Adam, intentando poner cara seria –
tranquila – se le acercó, cambiando el gesto – yo hubiera hecho lo mismo.
- ¡Adam! - dijo una voz femenina - ¡Adam! - volvió a repetir.
- ¡Estoy aquí! - dijo él, instantes después, Laura atravesó la puerta.
- ¿Qué haces? - le preguntó – huy, hola Katherine – dijo, sorprendida - ¿qué haces
tú aquí? - le preguntó.
- Pues había venido a visitar a Jack – contestó, rápidamente.
- ¿Y dónde está? - le preguntó.
– Ha bajado abajo – respondió.
– Oye, Katherine, ¿te apetecería venir con nosotros esta tarde a la piscina
municipal? - le preguntó Adam. Mirándola.
- Si – en ese momento entró Jack.
- ¡Jack! - dijo Katherine, se le aproximó – tu hermano me ha invitado a la piscina,
¿te vienes?
- Si, por supuesto, me vendrá bien un chapuzón – dijo. Entonces, Katherine se giró,
y mirando a Adam y Laura, preguntó.
- ¿Puedo invitar a una persona más?
- Sí, claro – le contestó él.
- Vale, de acuerdo. ¿Podría hacer una llamada?
- Si, el teléfono está abajo, en el salón – le indicó Jack.
- Gracias – acto seguido bajó, y llamo a Leyda.
- ¿Leyda?
- Si, ¡ah!, hola Katherine
- Hola, oye... ¿te apetecería venir hoy con Laura, Adam, Jack y conmigo a la
piscina?
- Bueno... - se lo pensó – de acuerdo, ¿pero a qué hora quedamos?
– No, tú tranquila, prepara todo lo que tengas que llevar, que ya le diré a Jack que
te recoja
- ¿No le va a importar?
- No, ¡qué va! - negó – él es muy gentil, y caballeroso, haría cualquier cosa por mí,
estoy segura.
- Bueno, de acuerdo, pues os espero. Una última pregunta... ¿sobre a qué hora?
- A la tarde. Tú estate tranquila.
Adam giró el volante a la derecha, y el coche le respondió, avanzaron por una
estrecha carretera, y aparcó en el primer sitio que vio. -Ahora vuelvo- dijo Jack,
saliendo del auto, y adentrándose en una pastelería.
- ¿Qué hace? - preguntó Katherine.
- A claro, que aún no has visto el pueblo..., aquí trabaja nuestro padre, y hemos
venido para que nos diera dinero – le contestó Adam, girando el cuello, y mirándola casi
de reojo.
– Algún día te doy una vuelta por aquí – le dijo.
Laura carraspeó – y a ti también cariño – se apresuró a decir con voz calmada.
- Vayámonos – dijo Jack, al entrar por la puerta.
- ¿Cuánto te ha dado? - le preguntó Adam, sin apartar la mirada del frente.
- Lo suficiente – le contestó.
- ¿Para qué necesitáis ese dinero? - preguntó Katherine.
- Supongo que nos entrarán ganas de comer – insinuó Laura - ¿o es qué las “raritas”
no coméis? - le dijo, pero sin quererla ofender, su prima ya le había puesto su primer
mote, y parecía tener intención de utilizarlo por todas las vacaciones.
La piscina municipal era mucho más grande de lo qué Katherine se la había
imaginado, se encontraba al aire libro, rodeada de un extenso jardín bien cuidado. Con
árboles para hacer sombra, y un bar a veinte metros de distancia, tras decidir donde se
iban a situar, tendieron las toallas que se habían llevado de casa. Jack se quitó la
camiseta, y las zapatillas, dejando solo el bañador con flores Hawaianas estampadas en
él. Todos se quitaron las ropas que no les eran necesarias, pero Katherine se vio un poco
acomplejada, al ver las maravillosas siluetas de Leyda y Laura. El primero en echarse al
agua fue Adam, arrastrando a Laura, furiosa, después les siguieron Leyda y Jack, una
vez metidos todos en la piscina, tirándose agua entre ellos, Adam llamó a Katherine
- ¡Ven preciosidad! - acto seguido, Laura le golpeó con el hombro en las costillas,
(sin discreción).
– Anímate – le dijo Jack. Y negó con la cabeza. Después cuchichearon entre ellos,
y Adam y Jack salieron en su busca. La agarraron de los brazos, y tiraron de ella,
riéndose, mientras ella les gritaba -¡ no, no, no!- tras unos segundos de forcejeo, y sin
éxito alguno, Katherine acabó en el agua, empapada de arriba abajo, fue entonces
cuando se percató de que aún llevaba la camiseta puesta, se la quitó y comenzó a tirarle
agua a Jack.
El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, bañando la noche de color
naranja, todo el mundo ya había salido de la piscina, y ahora se encontraban en los
vestuarios cambiándose de ropa, Katherine y compañía quedaron a la salida, para luego
ir a cenar al bar.
Capítulo.6
Enfrentamiento
Querido diario:
¿Debería empezar así? No, bueno, no sé. Es la primera vez que escribo en tus
páginas, debo confesarte que no tengo ni idea de cómo hablarte, pero lo intentaré.
Ahora me encuentro tumbada en la cama, con la luz de la mesilla encendida, y quiero
decirte que acabas de llegar a mis manos. Cuando he entrado en casa, tras “acabar” la
cena en el bar, me he encontrado con qué mi tío Javier había vuelto de la ciudad, y nos
ha pillado a todos por sorpresa, -bueno a casi todos- mi prima Laura, bueno espera,
que te cuento como ha sucedido todo:
Nosotros nos encontrábamos en el bar, divirtiéndonos, Laura tenía que hacerle una
llamada a una amiga suya, y como no llevaba su teléfono móvil encima a cogido el de
Adam -ella es así- ya te iré contando cosas sobre ella. Total, que estábamos todos en la
mesa, menos Laura que se había ido a la calle para llamar, -puesto que en el bar había
mucho ruido-, y Adam que tenía que salir un momento a su auto. Y como pasaba mucho
rato y no volvía ninguno de los dos, yo salí a ver qué sucedía, es entonces, cuando me
los encuentro gritándose, discutiendo por una foto – o algo parecido-. Entonces, intento
calmarlos pero pasan completamente de mí, acudo a Jack, le cuento todo lo que está
sucediendo, y cuando sale a la calle a detener todo, Laura me agarra del brazo,
enfadada, diciéndome que nos fuéramos. Y finalmente, hemos tenido que coger el
autobús, -por qué Laura se negó a ir en el mismo transporte que Adam.
Y así fue todo, Adam pagó la factura de lo que habíamos pedido -pero no
consumido- y se fue a casa en su coche, solo. El autobús nos dejó a medio camino, así
qué, tuvimos que ir hasta casa andando. Jack y yo, él y yo nos mirábamos estupefactos,
contemplando a mi prima, cruzada de brazos, y farfullando cosas ininteligibles.
Bueno, exceptuando eso todo ha salido bien, me alegro por que Javier haya vuelto,
-aun qué solo sea por unos días-.
Me parece que me voy a despedir, solo quiero decir una última cosa. Amo a Jack.
Estoy convencida de que tenemos un gran futuro por delante.
Katherine dejó el diario sobre la mesilla, y apagó la luz. Se concentró en el techo, lo
miró fijamente, se encontraba cansada, pero no pudo coger el sueño, desde su cama
podía oír el sollozo de su prima. Tras un rato escuchando, se levantó, poniéndose
automáticamente las zapatillas de andar por casa y anduvo hasta la puerta de la
habitación de Laura. La golpeó dos veces, esperando respuesta, pero solo escuchaba el
llanto ahogado de su prima. Giró el pomo, y entró en la habitación, Laura se encontraba
tirada en la cama, tapándose la cara con la almohada, sin parar de llorar. Katherine se
recostó a su lado.
- ¿Estás bien?- le preguntó. La respuesta era lógica, y la pregunta estúpida,
reconoció al oírse a sí misma.
- No- le contestó, con voz rota.
– Si quieres puedes contarme que es lo que ha sucedido para que todo acábese así
– le propuso ella.
- No creo que me creyeras – dijo, segura – además, ¿quién querría oír las
alucinaciones que tengo?
- ¿Alucinaciones? - se extrañó Katherine.
- Si – asintió, recostándose en la cama, apoyando la espalda en la pared, y
quitándose la almohada de la cabeza. Tenía el rímel corrido. Y el cabello revuelto y
enzarzado.
- ¿Quieres qué te diga qué es lo que ha sucedido antes en el bar? - le preguntó, y
ella asintió no tan segura como al principio.
– Bueno, como sabes, yo había cogido el teléfono móvil de Adam – hizo una breve
pausa, para ver el asentimiento de su prima – total, que por darle mal a una tecla, he
acabado en la carpeta de imágenes, y ya que estaba ahí, me he puesto a fisgar – siguió
diciendo, y tragó saliva – pues entonces, encontré una foto, muy extraña – dijo con cara
de incredulidad – la abrí – asintió - ¿y te puedes creer lo que vi? - ambas se quedaron
durante un breve espacio de tiempo en silencio – la foto que había ampliado se trataba
de Elizabeth – Katherine se extrañó, y le preguntó.
- ¿Elizabeth?
- Si- asintió con la cabeza.
- ¿Pero qué Elizabeth?
- ¿¡Pues quién va a ser!? - exclamó - ¿cuantas Elizabeth conoces tú? - y ella se puso
a contar las que le sonaban. Hasta que vio la expresión de su prima que la miraba como
diciendo -¿esta es gilipollas?-
- ¿La antigua novia de Jack? - y Laura asintió. - ¿Y? - preguntó Katherine, sin saber
a donde quería llegar su prima.
- Pues, que la foto que yo he visto no era una foto normal, ¿tú sabes cómo murió
Elizabeth? - le preguntó.
- No – negó con la cabeza.
– Pues tendré que contarte lo que sucedió el doce de julio del año pasado – Laura
suspiró, y comenzó a decirle todo lo que creía que Katherine debería saber antes de
decirle que era lo que había visto en la foto que tenía Adam en su teléfono móvil.
>>Era un doce de Julio de 2009, últimamente hacía muchísimo calor, y todos
permanecíamos en nuestras casas, puesto que nadie quería exponerse al sol a semejante
temperatura. Desde principios de aquel mes, hubo muchos incendios alrededor, y el
último de ese verano acabó con la primera novia de Jack. Nuestras familias siempre se
han llevado bien, y bueno, un día yo conocí a Elizabeth, ella era como un Ángel,
desprendía una luz especial y solo daba amor a la gente -por muchas cosas malas que le
sucedieran en la vida- me parece que fue por ello por lo que le cogí cierta manía. Bueno,
a lo que iba, el día en el que todo sucedió nos encontrábamos en una de nuestras típicas
barbacoas, y Elizabeth había prometido que vendría, aun qué fuera tarde. Pero no
aparecía, Jack se extrañó, y todos lo acompañamos en su busca. Y fue entonces, lo
recuerdo perfectamente, la vieja casa Suan, se encontraba inundada en llamas, el viejo
de Germán se armó de valor y entró en la casa, tapándose la cara con una camiseta que
Jack le había prestado. Y cuando salió, con Elizabeth en brazos, Jack, (que ya estaba
llorando), se tiró al suelo, mientras mil lágrimas se deslizaban por su rostro. Medio
cuerpo de Elizabeth estaba quemado, consumido por las llamas, Germán le tomó el
pulso; ella ya estaba muerta.
Laura estaba seria, como nunca le había visto Katherine.
- Supongo que ahora te preguntarás qué es lo que tiene que ver la foto que vi en el
teléfono móvil de Adam con todo esto...
Katherine escuchó atenta.
– Pues que en la foto que yo he visto, Elizabeth estaba quemada, muerta. Esa foto
está echa el mismo día que ella murió. Y no alcanzo a entender qué es lo que hace Adam
con ella en su móvil.
- ¿Estás segura de que se trataba de Elizabeth? - le preguntó Katherine, rompiendo
el silencio que había mantenido hasta ese momento.
- Si, completamente, segura – asintió- ¿tú le encuentras alguna razón?
– No – negó – la verdad. No entiendo qué hacía Adam con esa foto en su teléfono.
Laura y Katherine pasaron la noche juntas, durmiendo en la misma cama, se habían
quedado dormidas viendo la televisión.
Katherine se despertó, hambrienta, arrastró su cuerpo aún cansado, sin despertar a
su prima. Enseguida captó el olor a tostadas, esbozó una breve sonrisa, se puso las
zapatillas de andar por casa y bajó a la cocina.
– Hola, dormilona- le dijo Javier, adormilado, con los párpados entrecerrados, y
bostezando continuamente.
- Hola – se limitó a decir.
- ¿Y Laura? - preguntó Ulalia, untando mermelada en una tostada, mientras dirigía
su mirada de un lado a otro.
- Dormida...- contestó ella. Katherine se sentó. E inmediatamente el timbre sonó.
- Ya voy yo – dijo Javier, mientras ya se dirigía a la puerta principal. Las tostadas
saltaron. Y Ulalia las puso en un plato.
- Katherine - la voz de su tío la reclamaba -es para ti – le avisó.
Jack yacía frente a ella, sonriente, se agachó y la besó.
- Bueno... yo me voy – Javier se alejó. Mirándolos de reojo.
- ¿Qué haces aquí?
- No puedo vivir sin ti – le confesó él.
- Si con eso pretendías que te quisiera más, lo has conseguido – asintió, seguida
de una voz nerviosa y alegre. Le abrazó y cogiéndole de la mano, le invitó a pasar.
Entraron en la cocina.
- ¿Has desayunado ya? - le preguntó Ulalia a Jack.
- No – negó -acabo de despertarme.
- Qué bonito, ya me gustaría a mí estar así de enamorada – agregó, untando más
mermelada en la tostada.
- Toma...- Katherine le tendió una tostada, y él le pegó un mordisco, acto seguido la
besó, manchando los labios de él de mermelada.
Katherine estaba pensativa, mirando a Jack, (que le devolvía la mirada),
permanecieron así durante unos segundos hasta que ella se decidió a hablar. Desde que
su novio había puesto un pie en la casa, la idea de contarle todo lo hablado con Laura no
hacía más que pasársele por la cabeza.
– Jack... - comenzó, aún pensativa, intentando explicar todas aquellas palabras que
se le amontonaban en la cabeza- quería contarte una cosa...
- Dime- dijo él.
- Bueno... no es fácil de decir, Laura me contó ayer el por qué se peleó con tu
hermano.
- Hum - se limitó a decir, haciendo señales de que le ofrecía toda su atención.
- Lo que pasa es qué... trata sobre Elizabeth... - el corazón del muchacho comenzó a
latir como nunca lo había hecho, Katherine se dio cuenta de que ese tema no le gustaba
que se tocara.
- Bueno, pero si no quieres, no hablamos sobre ello.
- No, tranquila, cuéntame.
– Lo que pasa es que, ayer a la noche, Laura me contó lo que le pasó a Elizabeth –
ella notó como una punzada se clavaba en el pecho de Jack, haciéndole sangrar sin
compasión – si quieres dejamos este tema, si no te sientes cómodo- se apresuró a decir
al notar el dolor de la mirada del joven en sus propias carnes.
- Sigue – dijo con entereza. Pero con un cierto dolor en el sonido de la voz.
- Pues..., Laura me contó que cuando ayer cogió el teléfono de Adam, sin querer
acabó en la carpeta de imágenes, y vio... algo.
- ¿El qué? - preguntó el joven con cierto temor.
- En su teléfono móvil había una foto de Elizabeth el día en el que murió – el vaso
de agua que había tenido hasta ese momento Jack en la mano se deslizó entre sus
manos, y aterrizó en el suelo, rompiéndose en mil pedazos. Su rostro se había quedado
pálido, y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas que pedían a gritos ser liberadas.
El mismo angustioso dolor que se había abierto en el corazón de Jack lo hacía en el de
Katherine. Pudiendo hacerle comprender que aquel tema no era bueno para una
conversación civilizada.
– ¿Por qué me haces esto? - dijo él, apenas pudiendo contener las lágrimas, y con
voz quebradiza.
- ¿Por qué me mientes? - volvió a preguntar, manteniendo la mirada pegada al suelo
y al resto de piezas que con anterioridad habían compuesto el vaso de cristal. Jack se
levantó, furioso.
- Por favor, ¡no te enfades! - dijo Katherine en un hilo de voz - ¡no te estoy
mintiendo! - Agarró a Jack de la mano, y lo llevó hasta la habitación de su prima. La
despertaron.
- ¿Qué sucede? - preguntó Laura, sin pronunciar bien la palabra.
- Dile, por favor, ¡dile a Jack que no le miento! - exclamó ella, sentía el odio que el
joven muchacho comenzaba a sentir por ella.
- ¿E?
- Dile, a Jack lo que me contaste ayer sobre Elizabeth.
– ¿Elizabeth? - se preguntó Laura así misma, intentando recordar al ser que un día
había llamado de ese modo.
- ¿Qué sucede con Elizabeth?- le preguntó a Katherine.
- Dile, ¡por favor!, a Jack que lo que le he contado sobre lo que me dijiste ayer de
Elizabeth es verdad.
- ¿Ayer...? ayer yo no te dije nada sobre ella - Entonces, Jack dijo sus primeras y
penúltimas palabras en aquella habitación.
- Laura..., ¿ayer le dijiste tu algo sobre Elizabeth a Katherine?
- No – negó ella con la cabeza
- ¿¡Como qué no!? - gritó Katherine. Jack la miró con desprecio, y del mismo
modo, le dijo.
- No sé cómo has podido hacer esto, Katherine, nunca me lo hubiera imaginado de
ti, por favor, no vuelvas a llamarme – sus últimas palabras no sonaron a súplica, si no, a
un advertimiento. Le soltó la mano fríamente.
– ¡No, Jack, no, no te miento, por favor, vuelve, vuelve! - gritó una y otra vez, a un
pasillo que ya yacía vacío, y a una casa sumida en el más puro silencio.
Katherine rompió en lágrimas.
- ¿Por qué haces esto? - exclamó, dirigiéndose a su prima.
- ¿Por qué hago el qué? - preguntó ella, extrañada.
- ¿Qué motivo tenías para mentir a Jack sobre Elizabeth?
- Yo no he mentido a nadie – afirmó Laura, desconcertada. Katherine, supo que ella
no mentía, al menos su mente no lo hacía, pero ¿cómo?, se preguntó. Entonces, se sentó
junto a ella, en la cama.
- Laura... - dijo.
- ¿Si?
- Mírame – le indicó ella. Su prima hizo caso, y fijó su mirada en la de ella, sus ojos
seguían sin saber lo que sucedía.
– ¿No recuerdas nada...?
- No – le interrumpió.
- Por favor, no contestes – le indicó.
- De acuerdo- dijo ella, absorta en la atrayente mirada de Katherine.
- Recuerda... - dijo, y comenzó a narrarle todo lo sucedido la noche anterior –
recuerda, ayer por la noche te peleaste con Adam, él se enfadó por qué habías cogido su
teléfono móvil y habías estado (sin querer) fisgoneando en él. Entonces, os chillasteis, y
nosotros volvimos a casa en autobús. Luego, a la noche, yo vine aquí, porque te oí
llorar, y acabaste contándome esto mismo que te estoy narrando yo ahora en este
momento. - Los ojos de Laura, brillaron por un momento. Había despertado, recordada.
Pero inmediatamente, sus ojos dibujaron dolor. Mucho dolor, y opresión. Laura saltó de
la cama, sin mirar a su prima salió de la habitación, y finalmente, cogió el auto de
Ulaliay se fue, sin más. Katherine quedó absorta por la reacción de su prima, ¿qué le
había sucedido para que se le olvidara todo lo ocurrido la noche anterior?.
Katherine miraba por la ventana, sentada en el sofá, despatarrada, haciendo caso
omiso a la televisión. No quería pensar en Jack, era evidente que si lo hacía (aunque
solo fuera por un instante) comenzaría a llorar, y quería evitarlo. Su tía Ulalia, estaba
preocupada, no era la primera vez que Laura se iba de casa de ese modo, pero estaba
tardando de más, y ya no le quedaban uñas que morderse. Y su tío Javier, pues la
acompañaba en el sofá, dormido, roncando como un tronco, -como si no hubiese
dormido en su vida- pensó Katherine. La casa permanecía en un impoluto silencio que
llegaba a desquiciar, -todos- (los despiertos) querían empezar a hablar para
tranquilizarse, pero tanto Ulalia como Katherine permanecían en silencio, si decir una
palabra, dejando pasar el tiempo, mientras el reloj de pie resonaba por todo el primer
piso de la casa. La lluvia comenzó a golpear los cristales, y Katherine puedo oír la vos
de su tía, que rezaba por su hija. Estaba nerviosa. Y ella, también, su cabeza no podía
evitar el preguntarse todo, << ¿por qué, por qué, por qué?>> era lo único que resonaba
en los tímpanos de Katherine.
El teléfono sonó. Amabas mujeres se levantaron a la vez, y al segundo pitido Javier
despertó.
- ¿Si? - contestó Ulalia. Le prosiguió un largo sonido, su cara fue cambiando
momentáneamente, desde estar nerviosa, a reflejar solamente dolor y terror.
- ¿Qué sucede? - preguntó Katherine, mirando a su tía. Javier cogió el teléfono.
- ¿Si, quién es? - otra breve pausa - ¿cómo? - dijo en un hilo de voz – no puede ser.
- Ulalia comenzó a llorar.
- ¿Pero qué sucede? - volvió a preguntar Katherine, invadida completamente por los
nervios.
- Es Laura... - dijo Javier, examinando a su hermana – ha tenido un accidente. - al
pronunciar aquella última palabra, las lágrimas de Ulalia se convirtieron en sollozos,
pero de dolor. Katherine quedó boquiabierta.
Frenesí: Hermosa Locura
Prólogo
El ángel alzó sus halas, saliendo del cielo, bajando entre las nubes a gran
velocidad, su camiseta color blanco, dejaba adivinar unos perfectos músculos,
bien formados, su cabello largo se agitaba a causa del viento.
Al aterrizar, procuró hacerlo en un lugar solitario, en un trozo de tierra
seca.
A la lejanía divisó un pueblo, y se encaminó hacia él.
Hoy escribiría una nueva página en la historia, probablemente, sólo le
traería problemas en un futuro –no muy lejano-. Pero sabía perfectamente que
ése era su futuro.
Entró en una cafetería, casi vacía, puso un pie en las baldosas blancas
ennegrecidas, y sus ojos se posaron en una mujer jovencita que disfrutaba de
una buena lectura a unas mesas de él.
- Hola, ¿puedo sentarme? – le preguntó él, con sonrisa seductora.
La joven lo contempló con ojos como platos, a continuación, sus rasgos se
relajaron.
- Cómo quieras – era un –sí- pero secreto.
El ángel, que ya había retirado sus alas, se sentó justo enfrente de ella.
La mesa en la que se encontraban, tenía cuatro asientos, dos ocupados por
ellos, uno vacío, y el otro en el qué reposaba el bolso de la mujer.
Unas tortitas con miel adornaban, intactas, un plato simple, sobre la mesa.
- ¿No te las vas a comer? – le preguntó el hombre.
Un segundo después, la mujer alzó la mirada por encima del libro, y cómo
si se acordara, tomó un sorbo del café que le habían servido.
Una mujer se les aproximó.
- ¿Desea algo? – dijo la camarera, con libreta en mano.
- Sí, unas tortitas, cómo estas, gracias – la mujer se alejó, tras un
asentimiento con la cabeza. Y volvió al poco tiempo.
- Suelo pedir las tortitas por educación – contestó la joven. – Cuándo entro
en un bar, o cafetería, cómo es el caso, pido siempre algo, aunque no tenga
hambre.
El ángel asintió.
- Por cierto, soy Julian, encantado – la joven le estrechó la mano.
- Yo, Katherine, igualmente. ¿Sueles tener siempre la misma táctica para
ligar?
- Eres un poco aguafiestas ¿no?
Ella rió.
Dejó el libro sobre la mesa, y cogió una de las tortitas que había pedido
Julian.
- A tu salud – dijo Katherine.
Volvió a reír.
Y mordisqueó la tortita con ganas.
- ¿De dónde eres? – le preguntó Katherine.
- No soy de aquí, vengo de visita, tengo un familiar en este pueblo –
mintió. ¿Estás casada?
La joven miró su alianza.
- Ajá – pero creo que lo nuestro no tiene futuro. Él se ha ido a hacer la mili,
y bueno… he comprendido que no tenemos nada que hacer.
- ¿Tienes hijos?
- No – negó. - ¿Por qué me lo preguntas?
- Nada, tonterías mías.
- ¿No serás por casualidad un asesino, y yo soy tu víctima, no? Por qué si
es así, no cuentes con mi ayuda, soy muy joven, y con una larga vida por
delante.
- No, tranquila, no soy un asesino. – Dijo con una gran sonrisa en los
labios.
La gente fue desapareciendo, el reloj señalaba las dos y media de la
madrugada, y la cafetería tenía planes de cerrar.
- Ha sido un placer, ya nos veremos – se despidió ella, dejó un billete de
cinco en la mesa, y se puso el bolso al hombro.
- Espera, ¿te importa que te acompañe hasta tu casa?
Silencio.
- ¿Seguro qué no eres un asesino? – lo escrutó con la mirada.
La nieve caía fuera, con gran fuerza, era enero, y las calles estaban desiertas.
Una fría ráfaga les heló la piel.
Katherine resguardó sus manos en los bolsillos de la chaqueta.
- ¿No tienes frío? – le preguntó, al ver que él sólo vestía una camiseta de
manga corta, y un pantalón vaquero.
- No, me encanta el aire fresco.
- Eres un poco raro ¿no te lo han dicho nunca?
- Sí, muchas veces – rió. – Demasiadas, igual.
Llegaron al portal, ella sacó las llaves, suerte que llevaba guantes en las
manos, si no, se le hubiesen congelado.
- Ha sido un placer conocerte, Julian – le miró, al mismo tiempo que giraba
la llave que había introducido en la cerradura, y la puerta chirriaba.
- Igualmente.
Se acercó a ella, apenas les separaban unos centímetros. Sentían el aliento
del otro, todo desapareció alrededor. Y sólo quedaron ellos, el primer beso fue
intenso pero corto.
Ambos sonrieron, al separar sus labios.
Volvieron a besarse, una y otra vez.
- Pasa – le dijo ella, señalándole el interior con la mano.
Dentro la temperatura era mucho más acogedora.
- Aquí estaremos mejor. – Afirmó Katherine.
Volvieron a besarse.
Después, subieron a un piso, entraron en una habitación, y cayeron sobre la
cama. La ropa salió disparada en todas direcciones.
De mientras, siguieron dándose besos.
- Besas muy bien – aseguró él.
- Gracias – se sonrojó ella.
El sujetador cayó en la colcha con un sonido sordo.
La historia comenzaría en aquel acto.
Capítulo.1
1
Mi vida nunca ha sido un camino de rosas. Y hasta hace poco lo tenía más
que asumido, pero… ¿qué hace uno cu{ndo muere su madre?
Alcé la vista para seguir el vuelo de una gaviota que sobrevolaba la orilla de
la playa. Aquel era un día especial, trece de diciembre, me detuve en un banco
cerca de la playa. Necesitaba un descanso tras haberme despertado a las cinco
de la madrugada, y no parar de andar hasta entonces. El viento azotó mi
cabello, y un señor, que rondaba los setenta años de edad se sentó a mi lado, me
miró sin despojo, con esa mirada con la que te observan los mayores cuando
adivinan lo que te sucede. Al sentir mi incomodidad, el anciano decidió hablar.
- ¡Qué viento se está levantando! – miró a las olas más lejanas que se
pudieran apreciar desde nuestra posición, y después, volvió a situar toda su
atención en mí.
- ¿No le parece? – el anciano parecía estar ensañado en sacarme al menos
una palabra. Observé su reacción de reojo, pero no se inmutó. Esperaba una
contestación.
- Si – asentí finalmente, derrotado. Y él, victorioso, se giró brevemente y
articuló una gran sonrisa, mostrando los pocos dientes que sobrevivían en su
paladar superior.
- Los del tiempo siempre se equivocan – afirmó – por eso me llevo mi
paraguas a todas partes – dijo, tocando el oscuro paraguas en el que se apoyaba
para andar.
- Me parece que se equivoca – repliqué, inocente, sin cambio de expresión
en el rostro.
- ¿A si? – dijo en tono irónico, arqueando una ceja.
- Si – asentí.
- ¿Y por qué cree tal cosa, joven?
- Porque muchas de las cosas que dicen los del tiempo son verdad.
- No le quito razón – añadió el anciano – pero… ¿verdad que se
equivocan? – insistió, convencido.
- Sí, pero…
- Pues yo nunca me equivoco – me interrumpió. Le miré fijamente.
- ¿Verdad que siempre lleva su paraguas consigo? – pregunté. Y el anciano
asintió con la cabeza, mirándome de reojo.
- Pues esa es la prueba. Usted, simplemente no predice el tiempo, lleva
consigo todas las variantes para que no le pille desprevenido. ¿No es así? – el
anciano se levantó y me tendió su paraguas.
- Cójalo, lo necesitará – lo agarré, y él se fue.
Las nubes se perdían a la lejanía, y el sol tintaba las frías aguas del mar de
color dorado. Suspiré mientras veía la figura del anciano perderse entre la gente
que pululaba por allí.
El teléfono vibró. Lo saqué del bolsillo de mi pantalón vaquero y lo encendí.
Se trataba de un mensaje. Era de mi ex, y decía así:
>>Por favor, perdóname, no era mi intención acostarme con otro. Fue solo un
descuido, tienes que entenderme. Por favor, te quiero<<
Balbuceé al releer el mensaje por segunda vez. ¿Qué te perdone? Pensé,
¿qué fue solo un descuido? Volví a apagar el teléfono, lleno de rabia, y lo agarré
fuertemente en mi mano, hasta sentir cómo el teclado se doblaba. No aguanté
más y me dirigí hacia su casa, debería estar allí, tenía que hablar personalmente
con ella, y dejarle claro que lo nuestro se había acabado para siempre. El cielo
volvía a nublarse, hasta quedar casi completamente encapotado. Cuando llegué
al portal, la señora Monfort que pasaba por allí, me dejó la puerta abierta con
toda su amabilidad, y con una gran sonrisa dibujada en la cara. Pero no pude
corresponderla, el odio que sentía en mi interior me eclipsaba totalmente, y no
me dejaba pensar, así qué, subí por las escaleras a toda prisa hasta el tercer piso,
y golpeé la puerta. Segundos después, la puerta se abrió, con Anna al otro lado,
al verme no supo que cara poner. Saqué el móvil y se lo enseñé.
- ¿Qué significa esto? – pregunté, enfurecido. Entré en el piso, uno que ya
me sabía de memoria, uno en el qué había pasado los mejores momentos de mi
vida junto a Anna, y en el cual, ahora, me imaginaba a un tío de uno noventa
tirándosela en el sofá, mientras ella gemía.
- ¿¡Quién te crees para enviarme este mensaje!? – exclamé. La cara y el
pecho me ardían.
- Yo solo… solo quería arreglar lo nuestro – dijo, con aquella voz dulce
que la caracterizaba, su rostro transmitía miedo, y eso me dolió profundamente.
- ¿¡Te crees que lo nuestro se puede solucionar con un simple mensaje!? –
grité.
- ¡No! – dijo, a punto de romper a llorar – ¡sé que lo que hice está muy mal,
y que no se arregla con un solo mensaje! – gritó, llorando.
- ¡Por supuesto que lo que hiciste no se soluciona con un simple mensaje,
lo que hiciste no tiene solución! – y en ese mismo instante, se me lanzó,
abrazándome, con intensidad. Entonces me di cuenta de que yo también
lloraba.
- Lo nuestro no se puede arreglar – le dije en un susurro.
- Por favor, perdóname – me suplicaba – por favor, perdóname – pero no
podía, había confiado en ella, había compartido todo con ella, yo creía en ella, y
me había decepcionado, lo nuestro no tenía arreglo, y lo sabía.
- Por favor… - me soltó, con el rímel corrido – tienes que perdonarme – me
senté en el sofá de color pistacho, y le dije mis últimas palabras en aquel piso.
- No puedo, me has traicionado – me giré – sé que lo sientes, y que quieres
luchar por lo nuestro, pero yo no puedo. Cada vez que te imagino, aparece “él”,
cada vez que te toco os imagino a los dos juntos, no me pidas perdón – me
acerqué a ella y mirándola fijamente a los ojos y acariciando su cara, dije:
- No me pidas que te perdone – y me fui, dejando la puerta abierta tras de
mí.
Cuando llegué a la calle, el agua comenzó a mojarme, fue entonces cuando
me acordé del anciano, y que amablemente me regaló su paraguas, lo saqué y
me resguardé bajo él. Y mientras me alejaba a la lejanía entre las abandonadas
calles de aquella ciudad, bajo la intensa lluvia, aún olía a Anna, a aquella
colonia de coco que yo mismo le había regalado por su cumpleaños.
Me bajé del tren en la calle Santiago, y en ése mismo instante, una brisa que
arrastraba hojas consigo, me golpeó. Con la música taponando mis oídos,
anduve calle arriba, hasta alcanzar la puerta de metal que daba paso al
cementerio. Un hombre vestido con traje me abrió la puerta gentilmente, y me
invitó a pasar. Cuando me adentré en aquel tétrico lugar, una extraña sensación
me recorrió el cuerpo. Me flojearon las rodillas y tropecé. El ridículo fue tal, que
preferí no mirar a mí alrededor, no quería cruzarme con la mirada de nadie. Me
perdí entre las lápidas de gente ya sin nombre, sin cuerpos, y sin recuerdos. Fue
entonces cuando me imaginé el cuerpo de mi madre descansando dentro de
uno de esos ataúdes, bajo tierra. Cerré fuertemente los ojos. Cuando llegué, solo
había dos personas a parte de mí mirando el ataúd. A uno de ellos lo conocía,
había sido íntimo amigo de mi madre, y le ayudó económicamente cuando ella
lo necesitó para abrir su propio burdel. Lo saludé con una simple sonrisa. La
otra persona era una mujer, la cual su cara me sonaba. Me acerqué a ella, y
cuando alzó la cabeza, la miré profundamente a los ojos.
- ¿La conozco de algo? – le pregunté, ella asintió levemente con la cabeza,
mientras se secaba las lágrimas que resbalaban por su rostro.
- Sí, soy Katherine, ¿no te acuerdas de mí?
- No – negué – lo siento.
- Oh, no pasa nada – me dijo con una sonrisa – yo era amiga de tu madre,
ella me dio trabajo hace mucho tiempo…
- Así qué usted es…
- Oh, no, no, no, eso ya lo dejé hace mucho tiempo, ahora trabajo de
camarera.
- Me parece muy bien – declaré, sonriendo – la verdad es que su cara me
suena ¿la he visto en alguna ocasión?
- Si, por supuesto, en decenas de ocasiones. Yo visitaba a tu madre de vez
en cuando, y hablábamos.
- ¿Sobre qué? – le pregunté, mientras nos alejábamos poco a poco del
ataúd.
- Pues, bueno… de nuestras cosas, de cómo nos había ido la vida, y
también de muchas cosas que nos ocurrieron de pequeñas – entonces, se alarmó
y me tendió la mano – lo siento, no me he presentado, me llamo Katherine.
Encantada.
- Igualmente, yo me llamo Ian – le estreché la mano.
- Ya, ya lo sé – asintió sonriente.
Tras el entierro de mi madre al que asistimos en lágrima viva, salimos del
cementerio y llevé a la señora Katherine a un restaurante al que solía ir en
contadas ocasiones.
El camarero se nos acercó.
- ¿Desean lago más? – Katherine y yo nos miramos mutuamente, y asentí.
- Sí, un par de cafés descafeinados, gracias.
- Muy bien – y acto seguido el camarero se alejó.
- Eres muy amable, Ian, pero no sé si yo me puedo permitir pagar esto…
- No, no, de esta comida me encargo yo, faltaría más. Tú solo disfruta.
- Eres un encanto. Tal y cómo te recordaba – la inspeccioné un rato
mientras ella miraba al camarero caminar de un lado a otro, y le pregunté:
- ¿Cuándo fue la última vez que visitaste a mi madre? – ella se lo pensó
un segundo y luego me contestó.
- Pues… si no recuerdo mal, nuestro último encuentro fue hace unos
meses, tu madre vino a visitarme, y se quedó en mi casa más tiempo que nunca.
Aunque, a mi casa solo vino en un par de ocasiones, así qué... Recuerdo que
estaba un poco nerviosa, le pregunté qué era lo que le pasaba, pero ella me dijo
que no le ocurría nada, que era el efecto de unas pastillas que andaba tomando.
¿Por cierto, de qué ha muerto? Siento tener que hacerte esta pregunta, pero es
que yo la veía con tanta energía que aún no puedo asimilar el que ya no esté
aquí entre nosotros.
- Si, tranquila, la atropelló un coche.
- ¿Cómo?
- Al parecer ella se dirigía a casa por la noche, y un chico más o menos de
mi edad no la vio mientras cruzaba la carretera y la atropelló.
- Dios mío – Katherine tenía las manos en la cara, sorprendida.
- ¿Y qué va hacer la policía con ese asesino?
- Tranquila, el tipo ese va a pagar todo lo que ha provocado, mis abogados
ya se están ocupando de todo.
Katherine y yo seguimos hablando largo y tendido, hasta que se dio cuenta
de la hora que era y se despidió de mí.
- ¡Que tarde es! – exclamó – ya tendría que estar camino de casa.
- ¿Vendrás mañana a la lectura del testamento? – le pregunté.
- No, lo siento, pero sé que si tu madre me hubiera dejado algo ya me lo
habría dicho, pero en caso de que me equivoque su abogado ya me llamará.
- Te podrías quedar en mi casa esta noche, yo te podría llevar mañana a tu
casa.
- No lo siento, Ian, hoy debería estar trabajando, y mi jefe me ha dejado
escaparme con una sola objeción, que estuviera para las ocho de vuelta, y a este
paso no sé si llegaré.
- Bueno, pues al menos te acompaño.
- Gracias, eres muy amable – dejé un billete de veinte euros y otro de diez
sobre la mesa, y nos fuimos.
Me despedí de Katherine cuando llegó su autobús, y en el momento en el
qué no alcanzaba a verlo en la lejanía, decidí que era hora de volver a casa.
El calor me invadió cuando entré en el salón, y un olor a madera barnizada
me recorrió el cuerpo. El señor Alfred Hood me recibió con una tímida sonrisa,
me señaló mi asiento, justo enfrente suyo, en una de la docena de sillas verdes
que rodeaban la mesa de roble justo en el centro de aquella habitación medio
vacía.
- ¿Soy el primero? – le pregunté, dejándome caer en la silla. Primero me
miró tras sus gafas de color negras, diseñadas especialmente para él.
- No – negó – el señor Dave se encuentra en el baño.
Dave era un amigo de mi madre, que me prometió que como mínimo
asistiría a la lectura del testamento. Instantes después escuché el ruido de la
cadena del váter.
- Me alegro de que ya estés aquí – me dijo Dave mientras salía del baño. Se
acercó a mí y me golpeó un par de veces en la espalda –era su forma de saludar-
.
- Sí, ya estoy aquí, lo que pasa es que no me ha vuelto a sonar el teléfono,
me parece que quiere jubilarse, cualquier día me acerco a la tienda más cercana
y me compro uno nuevo. ¿Y tú qué tal? – le pregunté, mientras se sentaba a mi
izquierda.
- Muy bien, a causa del terremoto de hace unos días, el súper-mercado
quedó afectado, y parece ser que tardarán tiempo en reparar los daños, así qué
desde entonces estoy hasta los topes en la tienda.
- ¿Cómo has podido venir?
- He dejado al mando a mi hija, que con esto de que se acercan las
vacaciones de navidad no les envían nada en el cole. Y para que esté todo el día
chateando con tíos que ni siquiera conozco por el tal “Chad” ése, prefiero que
me ayude con la tienda. – cuando Dave decía “Chad” se refería al Chat por el
que nos comunicamos la sociedad hoy en día.
- ¿Falta alguien más por venir? – nos preguntó el señor Alfred, que era el
abogado de mi difunta madre.
- No, que yo sepa – le contesté.
- Bueno, entonces, si nadie m{s va a venir es mejor…
- No, falto yo – me giré, aquella voz ronca me sonaba, y no me producía
gran entusiasmo – hola, soy Jacob Rose, hijo de Pearl Rose – dijo, mientras
recorría el camino de la puerta hasta la mesa, para estrecharle la mano a Alfred.
- Muy bien, pues si ya estamos todos, comencemos – la odiosa persona
que tenía por hermano se sentó a mi derecha, con una gran pizpireta sonrisa
grabada en el rostro. Me hubiera abalanzado sobre él si no fuera porque había
gente que pudiese señalarme cómo único culpable de su muerte.
- La verdad es que no hay mucho que decir, empecemos por usted señor
Dave, la señora Rose le ha dejado su prostíbulo que se encuentra frente a su
casa, y me dijo expresamente que hiciese cualquier cosa con ella que le
apeteciera menos seguir conservándola cómo ha estado hasta el días de hoy.
Tome – le dijo, dándole una carta – aquí le deja una lista de las cosas que se le
ocurrieron que podría hacer usted con el prostíbulo. Y para usted, Ian, su
madre le ha dejado esta caja, en ella hay una carta muy íntima, un video, y las
llaves de un piso que ha comprado para ti, en una ciudad alejada de la costa. Y
por último, para usted, Jacob, también hijo de Pearl Rose, su madre le deja su
casa, bajo el prostíbulo donde trabajaba y en el que usted ha vivido gran parte
de los días de su vida.
- De acuerdo – asintió Dave – si ya está todo, yo me voy – anunció – que
no me fío de mi hija… Encantado de conocerle Alfred, si me necesita para algo
más, llámeme a este número –le tendió una tarjeta con el teléfono de su tienda.
- ¿Ya te vas? – le pregunté.
- Sí, pero… ¿qué te parece si te vienes y comemos juntos?
- Bueno… no tengo mucho que hacer… vale, de acuerdo. Pero primero
permíteme ir al baño, y enseguida nos vamos.
- Tranquilo, yo te espero – me contestó. Y mientras me alejaba hacia la
puerta del baño, le eché una mirada asesina a mi hermano. Lo odiaba.
Tras hacer mis necesidades, y mientras me lavaba las manos, reflejado en el
cristal, Jacob entró al baño.
- Hola hermanito – me dijo con aquella voz. Negué con la cabeza, el calor
me trepaba por el cuerpo, no podía pensar, solo me imaginaba sobre él,
golpeándolo.
- ¿No me dices nada? – se burló, tensando los labios en una sonrisa –
esperaba que tras cinco años sin vernos al menos te molestarías en saludarme.
- ¿Tú crees? – dije en una risa nerviosa - ¿cómo eres capaz de presentarte
aquí? – cerré el grifo y tiré la servilleta con la que me estaba secando las manos
a la basura - ¿cómo puedes tener la cara de presentarte como si nada? – le
agarré por el cuello de la camisa fuertemente.
- No te pases hermanito… que soy mayor que tú, y no me gustaría tener
que manchar el suelo con tu sangre – me amenazó.
- Inténtalo – le desafié, le empujé contra la puerta, y el ruido que provocó
el choque, fue como el golpe de dos piedras. En el mismo instante en el que su
mandíbula se apretó con furia, se abalanzó sobre mí tirándome al suelo. Y tras
el primer golpe de mi cabeza contra el sucio suelo, me dio otro con su puño en
la nariz.
- ¡Vete a la mierda! – le oí decir, vagamente, entre el pitido que inundaba
mis oídos.
Cuando volví a recobrar el sentido, Dave aporreaba la puerta, llamándome.
Me levanté, y mi cabeza se inundó de dolor. Como si tuviese fiebre. Volví a
abrir el grifo para quitarme la sangre que me caía por la dolorida nariz, y a su
vez adornaba mi cara.
- ¿Estás bien, te ha pasado algo? – preguntaba Dave al otro lado de la
puerta.
- No, tranquilo – dije.
- Venga, que mi hija se va a empezar a impacientar.
- Ya estoy – le anuncié, mientras salía al salón, pálido cómo el mármol.
- ¿Qué te ha pasado? – me preguntó.
- Nada
- Pues estás muy pálido, ni que te hubieran dado el susto de tu vida – se
rió a carcajadas.
Antes de irnos, cogí la caja que me había dejado mi madre con la carta, el
video y de más cosas, y me despedí del señor Hood. Cuando alcanzamos la
calle, un extenso mar de nubes grises se extendía a lo largo del cielo,
privándonos del sol, y mojándonos a causa de una gran tormenta.
Nos montamos en el viejo coche color azul marino de Dave. El auto olía a
humedad, aguanté la respiración, y me tomé el lujo de abrir la ventanilla para
exhalar aire fresco de vez en cuando. Salimos de la ciudad, y enseguida nos
perdimos entre extensos bosques y montes que se perdían a la lejanía.
Recorríamos una carretera que cambiaba de estado cada pocos metros. Y
pegábamos saltos en los asientos a causa de las piedras en el camino. Soporté
las continuas quejas de Dave sobre su vida, pero en realidad hacía oídos sordos,
perdía mi mirada en el paisaje.
Tardamos cerca de una hora en llegar, y mis tripas ya rugían cómo si no
hubiesen comido en su vida. En el mismo instante en el que puse un pie en el
asfalto de la carretera, cientos de sensaciones, sentimientos, imágenes, y
momentos me entraron por los cinco sentidos. Y temí por encontrarme cara a
cara con la que había sido ocho años atrás el primer amor en mi vida. Un amor
no correspondido –cómo no-.
2
Aún recuerdo aquel día lluvioso, el pueblo al que nos acabábamos de
mudar yacía bajo un cielo gris y encapotado. Mi madre, Pearl, me envió a por
sal a casa del vecino, yo apenas conocía a nuestros vecinos, y ciertamente, era
muy tímido. Mi madre, alquiló un segundo piso en una de las casas más
modernas –por aquel entonces- en el pueblo. Y le costaba lo suyo. Mi –querido-
hermano Jacob, (cómo siempre) no puso más que pegas a todas las decisiones
que tomaba nuestra madre, yo en cambio, me callaba, y aunque no me parecía
lo más idóneo cambiar de pueblo de un día para otro, todo tenía un por qué –al
igual que en la vida misma-.
Aquel día, el aire del norte había arrastrado hasta el pueblo un frío
horroroso que calaba hasta los huesos. Y, entre el olor a pescado de la
pescadería que teníamos abajo, y el olor a jamón serrano que nos llegaba de la
taberna –La horca- de enfrente de nuestra casa, me revolvían las tripas. Tras el
por favor de mi madre, salí de casa y subí las escaleras de salto en salto.
Mientras oía el eco de mis zapatillas golpeando el suelo y resonando en el
portal. Uno tras otro.
Sudando, nervioso, y con una gran sonrisa en la boca, llegué al piso de
arriba, toqué la puerta con timidez, y para mi sorpresa, todo a mí alrededor
desaparecería de un plumazo. El olor a jamón serrano mezclado con el de la
pescadería, mi propio sudor mojando en la camisa de lino, y el perfume de la
señora Bernadet que se adhería al aire por el que pasaba.
Un ángel se había escapado del cielo, sin que los demás lo supieran, y cayó
en mi vida por sorpresa, iluminando mi camino de luz celestial. En aquel
momento, todos mis pensamientos negativos se fundieron. Ella me sonrió,
apenas tenía siete años, pero esa noche de invierno me enamoré por primera
vez.
- Hola – me saludó. Yo seguía atontado con su sonrisa. Dormido en el más
profundo de los sueños, rodeado sólo por una tranquilidad infinita.
- ¿Estás ahí? – preguntó, sus ojos se perdían en algún lugar. Sentía que no
me prestaba atención alguna. Y la duda llegó a mi cabeza vacía.
- S… sí, estoy aquí. Encantado, me llamo Ian, y acabo de mudarme aquí –
le tendí la mano, pero ni se inmutó, solo sonreía.
- ¿Puedo? – dijo, dubitativa. ¿El qué? Me pregunté para mis adentros, pero
no merecía la pena comerse la cabeza, estaba muy distraído con su sonrisa.
- Si – asentí. Entonces, elevó las manos hasta encontrar mi rostro. Y
comenzó a leerme, como si fuera un libro. Y fue entonces cuando lo entendí, ella
era ciega.
- Encantada, Ian, yo me llamo Arianne – la miraba estupefacto, aquella
belleza divina me había robado el corazón, pero un sentimiento de compasión
me recorrió el pecho.
- ¿Qué te sucede? – me preguntó.
- Na… nada – contesté, aún absorto en su mundo.
- Umm... – dijo en un hilo de voz – me parece que no estás siendo muy
sincero conmigo – me confesó. Me sentía incómodo, quería seguir mirándola
por tiempo indefinido, pero al mirarla aquella sensación de compasión también
me inundaba. Por lo que decidí seguir con lo mío.
- ¿Podrías darme un poco de sal? – ella debió de pillar mi indirecta, y quitó
sus manos de mi rostro, lentamente. Me sentía cómo un mosquito rodeando
una luz encendida en medio de la oscuridad.
- Si, por supuesto – asintió – pero espera, tengo que llamar a mi papá.
Su padre se acercó por el pasillo, con una tolla pequeña entre las manos.
- Hola – me saludó - ¿qué quieres hija? – dijo dirigiéndose a Arianne.
- Este chico ha venido a por un poco de sal, ¿podríamos ofrecerle un poco?
– le preguntó – es muy majo – añadió.
- Claro que sí – asintió Dave – ahora vuelvo – nos dijo introduciéndose de
nuevo en el oscuro pasillo.
Aquella fue la primera vez que vi a Arianne. Después de aquel día, la
visitaba casi todos los días con escusas estúpidas, y a mi parecer, ella ya lo
sabía.
Cuando alcancé el comedor, y me senté en una de las sillas que rodeaban la
mesa. Una voz muy conocida me dio la bienvenida.
- Hola Ian – sonaba dulce, pero su vestimenta había cambiado, ahora
vestía más a la moda, pero mientras la miraba, yo seguía viéndola con su
vestido blanco, cómo en su infancia.
- Hola Arianne – me levanté, y agarré sus brazos por las muñecas, y las
posé en mi rostro.
- ¿Eh cambiado en algo? – le pregunté, esta vez, los dos sonreíamos. Y
juraría que ese día volví a oler el perfuma de mi vecina Bernadet, y el
repugnante olor que provocaba la unión del jamón serrano y los pescados.
- Debo decirte, que muy poco – me contestó - ¿y yo? – preguntó - ¿te
parece qué he cambiado algo?
- No – negué – para mí sigues siendo la niña de siete años que conocí
aquel día lluvioso.
- ¿Debería de alagarme? – me preguntó, sarcástica. Bajó sus manos, y con
cuidado, se sentó en una de las sillas.
- Claro que sí… - aquel día volví a revivir todos aquellos sentimientos que
un día me recorrieron el cuerpo. Me sentí vacío, y desgraciadamente, la imagen
de mi ex me vino a la cabeza. Regresé a casa en el auto de Dave, que
amablemente me llevó entre sonrisas. Cuando llegué a casa, una gran llovizna
inundó las calles del pueblo. Me tumbé en el sofá, y me dormí mirando la caja
que me había dejado mi madre.
Capítulo.2
1
Era doce de diciembre, y no tenía mucho que hacer. El dueño de la casa en
la que vivía, me había dado un último aviso, tenía que dejar la casa a finales del
mes por impago. Hasta hacía un par de días eso era un problema, pero ahora
tenía a mi disposición un hogar que mi madre me había dejado. Pero… ¿estaba
listo para mudarme? Tendría que dejar a mi mejor amigo de la infancia, aun
qué por otro lado, nunca más tendría que salir a la calle pensando en que me
encontraría con mi novia. Y encima desde la muerte de mi madre me
encontraba sin fuerzas. Agotado, la situación me tragaba, y estaba consumiendo
mi realidad. ¿Qué podía hacer?
Estaba sentado en una silla, desayunando en el bar, gastando el poco dinero
qué poseía. Y Lucas acababa de levantarse para ir al baño. Unté un trozo de mi
cruasán en el café, y me lo comí con mucho gusto. La lluvia aporreaba las
ventanas del bar. Y el frío que hacía fuera se colaba en la estancia. Debía tener
unas ojeras aterradoras, había dormido poco y mal aquella noche, y me había
levantado por lo menos media docena de veces para coger mantas adicionales
con las qué mantener el calor. Me pesaba el cuerpo, como si llevara un par de
sacos de patatas sobre los hombros. Eran las nueve de la mañana, y estaba
cansado. Las piernas apenas me respondían, y se me dormían cada dos por tres.
Cuando me acabé el café y el cruasán, apoyé todo mi peso en el respaldo de la
silla, y ésta chirrió con comodidad. Yo solté un gemido, echando por completo
todo el aire que tenía en los pulmones.
- ¿Me echabas ya de menos? – Lucas regresó. Él lucía un aspecto
totalmente diferente al mío. Sus labios estaban tensados en una gran sonrisa, y
estaba bien arreglado, aun qué no quiso decirme para qué. Llevaba una camisa
blanca de algodón de marca Lacost, debajo de una cazadora de cuero negro. Y
unas gafas de cristal negro a juego. Aparte, se había puesto los nuevos vaqueros
que acababa de comprarse –de esos que parecen que estén rotos- y también
llevaba unas zapatillas deportivas de Puma, azules y blancas.
- Ya te gustaría – dije con ironía. Me enderecé en la silla, y le miré
fijamente por unos segundos a los ojos.
- ¿Qué te cuentas? – me preguntó, aún no habíamos hablado, en cuanto
nos vimos en el bar me dijo que tenía que ir al baño.
- Nada – mentí, me apetecía desahogarme con alguien, pero preferí
mentirle.
- Ian – dijo, reclamando toda mi atención – nos conocemos desde que
íbamos a tirar piedras al tren con ocho años, así qué no pienses que no me
entero cuando me mientes.
- Es verdad, no te miento, no tengo nada que contar – lo único que hacía
era decir una mentira sobre otra. Me miró y arqueó una ceja, estaba claro; hasta
que no le dijese algo no pararía.
- Está bien. Cómo ya sabes, hace dos días tuve la lectura del testamento de
mi madre, y para mi sorpresa me dejó una caja…
- ¿Una caja? – me interrumpió.
- Sí, una caja. En su interior contenía un DVD, unas llaves y… no me
acuerdo de lo otro, pero bueno, los más importante son las llaves.
- ¿Para qué son?
- ¿Podrías dejar que te cuente la historia de un tirón? Luego haces todas
las preguntas que te vengan en gana.
- De acuerdo – asintió.
- Pues eso, resulta que las llaves son para una casa qué por lo visto me ha
dejado mi madre.
- ¡Qué bien, ahora tendrás un sitio al que mudarte! – le miré con rencor, y
entendió – perdón – me dijo, haciendo cómo si cerrara la cremallera en su boca.
- Sí, tienes razón, pero lo malo es que la casa está al otro lado del país.
- ¿Y? – su reacción me sorprendió - ¿no es lo más importante qué tengas
un sitio en el que vivir? – tenía razón, por vez primera en su vida, mi amigo
Lucas decía algo con coherencia.
- No, si tienes razón, pero… me da mucha pereza tener que cambiar de
casa a estas altura, y encima no conozco a nadie en esa ciudad.
- Tranquilo, que yo ya iré de vez en cuando a visitarte.
- ¡Gracias, ya me dejas más tranquilo! – bromeé, llevándome la mano al
pecho, y actuando con exageración.
- Bueno, yo ya me voy – me dijo, levantándose.
- ¿Ya, pero si ni siquiera has desayunado?
- No importa, ya me hincharé a comer más tarde, ahora me tengo que ir.
- ¿Una cita? – dejé caer. Y acto seguido se puso rojo cómo un tomate - ¡eh
acertado! – grité, algunos del bar me miraron.
- Sí, vale – me dijo, pidiéndome que bajara la voz.
- Que te vaya bien – le dije. Y cuando salió del bar, vi la mirada con la que
me contempló, le pasaba algo.
Cada día que pasaba, tenía menos tiempo para actuar. Pero si lo pensaba
bien, sólo tenía una posible respuesta a mi pregunta ¿debería de mudarme a la
otra ciudad en la que mi madre me había hecho el favor de comprarme una
casa? Ya estaba claro, la respuesta correcta era: sí. Tampoco podía hacer nada en
la situación en la que me encontraba. O elegía esa opción o me quedaba en la
calle, sin trabajo y sin dinero. Al menos si me mudaba podía encontrar otro
trabajo y hacer una nueva vida. Así que decidí no comerme más la cabeza,
aquella misma tarde, me acerqué a casa del propietario de mi piso, y le entregué
las llaves y el último dinero que me quedaba. No me salían las cuentas, pero él
hizo la vista gorda, y aún sorprendido con qué me fuera, se despidió con una
gran sonrisa.
En cuanto llegué a casa, me puse a hacer las maletas, y meter todo lo que
fuera mío en cajas de cartón que amablemente me habían cedido en el estanco
de debajo de mi casa. Un par de horas después, Lucas se pasó a ayudarme, aun
qué más bien, se puso a ver la televisión. Aquellos objetos tan cotidianos que
hasta ése día me habían adornado la vida, en realidad formaban parte de los
mejores y más amargos momentos de mi vida. Cada uno de ellos me transmitía
una sensación diferente, o un olor, incluso recuerdos que almacenaba en mi
mente, y que no creía recordar.
Por un lado quería dejarlos o donarlos inclusive tirarlos, pero los
sentimientos me podían, así que decidí quedármelos y decidir qué hacer con
ellos cuándo llegase a mi nueva casa.
- ¿Ya puedes tú solo? – me dijo Lucas, mirando mi reflejo en la pantalla del
ordenador que estaba sobre la mesilla junto al sofá.
- No me vendría mal un poco de ayuda, la verdad – le contesté, mientras
cargaba con una caja llena de libros hasta la entrada principal.
- Dime… ¿Cu{ndo tienes planeado irte?
- Mañana mismo, hoy he ido a darle las llaves al propietario, pero me ha
dicho que cuando acabase de hacer la mudanza se las dejara aquí, aunque, bien
pensado, ¿qué hubiese hecho sin llaves? Me parece que todo éste tema me
nubla la mente – reí.
- ¿Y ya tienes modo de llevar tus cosas hasta ése pueblo? – me preguntó,
mientras cargaba con una de las cajas.
- No, ahora que lo dices, ni se me había pasado por la cabeza…
- Tranquilo, no te preocupes, yo te llevaré mañana, y si hay que hacer más
de una vuelta, sólo tienes qué llamarme, y estaré donde te encuentres en ese
momento en menos de un minuto – me dijo con una gran sonrisa. Todo esto no
era tampoco fácil para él.
- Gracias – le dije, agarrando otra caja.
- Somos colegas – afirmó – y los colegas estamos para esto.
Lucas me ayudó a empaquetar todo lo que tenía en casa, y dejarlo en la
puerta para qué al día siguiente estuviera todo preparado. Finalmente nos
quedamos viendo la televisión hasta las tantas, y riéndonos de momentos de la
infancia. Cómo cuando, decidimos levantarle la falda a una chica que andaba
por la calle y sin bragas.
Habíamos tenido grandes momentos juntos, y echaría de menos verle todos
los días. Pero era un momento necesario en mi vida. Al final, quedamos en qué
me vendría a buscar al día siguiente a casa con su coche cuando terminara de
trabajar, y me llevaría a mi nueva casa con todos los trastos.
2
El día siguiente amaneció, y el cielo no presentaba ninguna nube a mi
inspección matutina. Salí al balcón, pero me congelé de frío. Eran cerca de las
ocho de la mañana, estaba dormido, y había quedado claro que no pensaba con
claridad. El día transcurrió cómo otro cualquiera, tras vestirme, bajé al bar para
desayunar. Después me compré el periódico y anduve hasta llegar a la playa,
una vez allí me senté en uno de sus bancos, y terminé de leer el periódico. Para
cuando quise darme cuenta, las agujas del reloj ya marcaban las doce del
mediodía. Volví a casa, y pedí comida china. Estaba decidido en acabarme el
dinero que me quedaba. Un cuarto de hora después, un hombre asiático me
esperaba en el recibidor de casa, con los ojos bien abiertos, esperando que le
diera sus veintiocho dólares con cincuenta. Y para rematar la mañana, me comí
la comida sentado en el sofá, mirando las musarañas, esperando nervioso que
pasaran las horas para dejar aquella casa y empezar una nueva vida en la otra
ciudad. En ese momento, me di cuenta de qué ni siquiera sabía cómo se llamaba
el lugar al qué me mudaba. Al menos tienes la dirección de la casa, y seguro
que te reciben bien, me dije, intentando consolarme absurdamente.
Las horas pasaron y pasaron, y por fin, el timbre de mi vacío piso, sonó. Me
levanté de un salto. Lucas esperaba al otro lado de la puerta con una gran
sonrisa de lado a lado de la cara. Éste es tonto, pensé. Y él pareció haberme
leído la mente.
- Encantado de conocerte, estoy a tu servicio – él y sus tonterías. Le invité
a pasar con la mano.
- ¿Bueno… qué, empezamos a bajar todo? – le pregunté. Él se limitó a
echar un vistazo a toda la estancia medio vacía. Sin vida. Aquellas paredes
habían contemplado un millón de momentos y situaciones, y ahora parecían
haber perdido la memoria.
- Sí, claro, empecemos – anunció, agarrando la caja más cercana que tenía,
y sonriéndome. ¿Estaba feliz por qué me iba, a qué venía esa felicidad?
Tardamos un buen rato en bajar todas mis cosas y meterlas en el coche. Me
despedí del piso con un –adiós- mental y nos fuimos en el auto.
El nombre de la ciudad a la que me mudaba era Phoenix, y según su cartel
de bienvenida, dormían veintisiete mil cuatrocientos cincuenta y seis habitantes
allí, ahora, dormiríamos veintisiete mil cuatrocientos cincuenta y siete
habitantes. Llegamos a la ciudad unas dos horas después de empezar el
trayecto.
Después de perdernos por la ciudad, y mareados de dar tantas vueltas.
Encontramos la casa. ¡Por fin! Salí del coche cómo un cohete, y adoré poder
estar pisando el suelo. El edificio al qué me mudaba brillaba entre las casas
colindantes, era obvio que la habían construido recientemente –para qué me
entiendas, cuándo digo reciente, significa entre cinco y diez años- claro qué las
demás casas ya sufrían el paso del tiempo, les hacía falta una nueva pintura en
las fachadas, y nuevos tejados, sin excepción de una carretera por la que se
pudiera conducir.
Subí las escaleras que conducían hasta el porche, y toqué el timbre. Oí el eco
de éste resonando en la casa. Poco después unos pasos se acercaron a la puerta,
y cuándo se abrió, me llevé una gran y grata sorpresa.
- ¿Katherine? – nos quedamos mudos, mirándonos. Sonreímos.
- ¿Qué… qué haces aquí? – me preguntó, en un hilo de voz, incrédula.
- ¿Tú vives aquí? – nos encontrábamos en una espiral de preguntas sin
respuesta. Hasta que Lucas se metió en medio.
- ¿No me presentas? – yacía a mi izquierda, sujetando una caja entre los
brazos, sonriente.
- Sí, claro. Ella es Katherine. Katherine, él es Lucas – a continuación él dejo
la caja en el suelo, y se dieron la mano.
- Encantada.
- Igualmente.
- Bueno, no me has contestado, ¿qué haces aquí? – le pregunté.
- Es que yo vivo en éste edificio. ¿y tú qué haces por aquí?
- Yo vengo de mudanza – le informé.
- ¿Ah sí, te vas a mudar a alguna de las casas del pueblo?
- Si, exacto, en ésta casa concretamente.
- ¿Cómo?
- Veras, mi madre me ha dejado las llaves de una casa, qué por lo visto a
comprado en ésta casa.
- ¿El tercero?
- No lo sé, aún no tengo ni idea de en qué piso está, pero sí, supongo que
será el tercero. ¿Por qué no hay ningún otro vacío u para alquilar, no?
- No – negó.
- Pues sí, supongo que de hoy en adelante, el tercero será mi nueva casa.
- Bueno, pues bienvenido. Pa… pasa – me dijo, apartándose y dejando un
hueco por el qué poder pasar al interior.
El recibidor estaba a oscuras, una vez dentro, y con la puerta cerrada,
apenas nos podíamos ver las caras entre nosotros. Seguidme, nos dijo
Katherine. Nos llevó hasta una la cocina principal de la casa.
- Sentaros – nos dijo, señalando las sillas anticuadas que rodeaban una
pálida mesa de madera.
La próxima hora y media tuvimos una extensa conversación sobre diversos
temas. Después se ofreció para ayudarnos a subir todas las cajas a mi nuevo
piso. Alfred Hood, el abogado, me llamó para ver qué tal me iba todo. Le
contesté que muy bien. Y le dije que ya me encontraba en mi nueva casa.
Cuando la noche inundaba las calles de la ciudad, Lucas se despidió de
nosotros, y me dijo que volvería cuanto antes.
Después seguí hablando con Katherine, mientras la televisión hacía de
fondo. Nos dieron las tantas de la madrugada, y me acompañó hasta el tercer
piso.
Una vez me encontré solo, en medio de una habitación llena de cajas
desordenadas por el suelo, suspiré largo y tendido. Y agarré el colchón que
había ido atado en lo alto del coche.
Aquella noche dormí estupendamente. Y al día siguiente, me desperté hacia
el mediodía.
Siempre me he preguntado qué significado tiene la vida. ¿Nacemos para
morir? O mejor dicho… ¿nos dan lo m{s preciado del universo para luego
arrebatárnoslo a traición? Todos sabemos qué un día llegará nuestro turno. Nos
lo inculcan desde bien jóvenes. Pero… ¿por qué? ¿Acaso no sería mejor
descubrirlo como un regalo?
Sin duda alguna, todo lo que concierne a la muerte, o el fin de la vida, no
trae más qué disgustos, tristeza, y miedo. Somos seres humanos, y ciegamente,
nos creemos todo poderoso, siempre nos comparan con otros seres inteligentes.
Y nos sitúan en lo más alto del escalafón. ¿Acaso el sentirnos superiores
confirma el hecho?
La especie humana, ha evolucionado durante muchísimo tiempo, y aún hoy
en día seguimos en proceso. Cómo parte de una misma especie… ¿por qué nos
maltratamos entre nosotros, nos humillamos, o tenemos la necesidad de
juzgarnos los unos a los otros? ¿Acaso es nuestra propia inteligencia nuestra
mayor enemiga? ¿La qué supuestamente nos aparta de todo ser menor, la que
nos ayuda a seguir adelante? ¿Por qué los seres humanos, nos tragamos
nuestros sueños, esperanzas, y sentimientos para complacer a los amargados de
nuestra estirpe? ¿No sería mejor ser felices, no juzgar a nadie, y ser libres y
cómo queremos ser? ¿Acaso toda la inteligencia que tenemos lo máximo que
nos brinda es la posibilidad de crear bombas atómicas, matar a animales para
arrancarles la piel, o simplemente cargarnos el planeta?
Creo que millones de años de evolución no han sido suficientes para
superarnos a nosotros mismos, y mientras no nos aceptemos nunca lo
conseguiremos.
Pero todo esto no es más que una idea que supongo, compartirá gran parte
de la humanidad.
Una semana después de mí llegada a Phoenix, ya me iba acomodando en
mi nueva casa, e incluso había conocido a unas cuantas personas. Solía
desayunar en un bar a la vuelta de la esquina. Y Katherine me preparaba la cena
muy amablemente. En el bar, conocí a unas cuantas personas, con las qué
congenie perfectamente.
Hacia las diez del mediodía, me vestí y bajé al bar. Cogí el periódico y
empecé a leer las ofertas de trabajo que más me pegasen. Pero tras dos cervezas,
y una napolitana, decidí abandonar mi búsqueda.
- ¿No hay nada bueno? – me preguntó Alison, mientras pasa la servilleta
húmeda por la barra.
- No – suspiré. Ella me miró con interés, y luego se marchó a la cocina.
Unos segundos después volvió, y me dijo.
- Ya tienes trabajo.
- ¿Cómo?
- Si quieres, puedes trabajar aquí de camarero – me informó.
- Pero…
- La paga no est{ mal, y te puedes beber lo que quieras… - se me acercó, y
tapándose la boca, me dijo al oído - mientras Victor no se dé cuenta.
- Gracias por la posibilidad, pero… yo no tengo experiencia de esto, y…
- ¿No querías un trabajo? Pues ya está, yo ya te enseñaré todo lo necesario,
tú sólo te tienes que poner tras la barra ¿qué te parece?
- Est{ bien, que coño… necesito un trabajo y no estoy en condiciones de
renegar uno así por las buenas, y encima está cerca de casa. ¡Acepto! – le dije,
animado.
- Muy bien, empiezas el lunes. Cuando veas a Victor infórmale, y ya te
dirá él todo.
Así fue cómo mi amiga Alison me consiguió el trabajo de camarero en el
bar. Ese mismo día, hacia las once de la noche, mientras me encontraba cenando
con Katherine, en la cocina principal de la casa, y esperando a que la señora
Felton – mi vecina- llegara, mi teléfono comenzó a vibrar.
Se trataba de mi amigo Lucas, debía tener un problema, pues nunca me
llamaba. Hablamos durante un corto rato, en el qué me preguntó sobre mi
situación, y tras mis contestaciones positivas y esperanzadas, me informó que al
día siguiente me visitaría, excusándose, con qué libraba y no tenía nada que
hacer. Pero estaba claro que tenía algo que contarme.
Colgué el teléfono móvil, y suspiré. Katherine me miró preocupada, y sólo
con la mirada, me dejó claro qué se preocupaba por mí, pero que no se atrevía a
hacerme ninguna pregunta por no parecer pesada y cansina. Así que, en un
intento de parecer más social, le informé de la conversación, y ella se mostró
complacida y feliz.
Terminamos de cenar a las tantas, o mejor dicho, de hablar. Pasábamos
largos periodos de tiempo charlando, parecía que fuéramos amigos de toda la
vida.
Me refugié entre las sábanas de mi cama, rodeado de cajas –aun qué menos
de las que había desde mi llegada-. Tras subir a mi piso, y quitarme la ropa, abrí
la ventana y me apoyé en el alféizar de la ventana. Hasta que noté el frío que
resaltaba mi aliento.
Aquella noche soñé con mi madre. Fue un sueño extraño, me encontraba en
medio de una habitación que apenas veía por totalidad. Yo era un bebé tendido
en mi cuna, y a un metro de distancia de mí, en el suelo, yacía la caja que me
había dejado mi madre en herencia. Pero lo que más me llamó la atención, fue,
la luz celestial que emanaban tanto las llaves de mi nuevo piso, cómo el DVD,
que ni siquiera me había molestado en reproducir. Y en medio de mi propio
llanto, mi madre hacía acto de presencia, emocionada, agarraba la caja y de ella
sacaba las llaves, con las que, a continuación, abría una puerta de madera
antigua que no había estado hasta segundos antes en la habitación. Después,
una luz cegadora, inundaba la estancia. Plagándome de diversas sensaciones.
Capítulo.3
Andrew
1
Andrew era un chico de dieciséis años, alto, y flacucho. Y desde hacía tres
años, sabía que era gay. Muchas veces se acercó a su padre para confesarle lo
que sentía. Pero siempre que le prestaba su atención (que eran muy pocas
ocasiones) se salía por las ramas, sudoroso y temblando. ¿Cómo decirle a un
padre que su hijo es gay?
En cambio, ha Andrew se le hizo mucho más fácil confesarles a sus dos
mejores amigas su condición sexual. Ellas le aceptaron como era, sin prejuicios
ni tapujos. Y le dieron la bienvenida al mundo de la libertad en el qué, por
primera vez, se había adentrado. Y desde que puso un pie en dicho lugar, la
idea de que tenía que confesarle a su padre lo que realmente sentía, se le pasaba
constantemente por la cabeza. Pero lo peor para él, era que buscase cientos de
formas y escenarios, pero que finalmente todos se hundían como el Titanic.
Por lo qué, la frustración cada día era mayor. Por ejemplo; una vez en clase,
en medio de una clase de mates, se imaginó que se levantaba de su silla, y muy
seriamente explicaba a todos sus compañeros sus sentimientos. A veces, esa
escena acaba perfectamente con el aplauso de sus amigos, pero en otras, le
abucheaban y se burlaban de él.
- Yo, si fuera tú, se lo diría sin más, es tu padre, así que ¿se lo tomará bien,
no? – le respondió Dana.
- Eso lo dices por qué no conoces bien a mi padre – le aseguró él, negando
con la cabeza, cabizbajo.
- ¿Y tú qué arias? – le preguntó Dana ha Healy.
- La vida es sufrimiento, así qué, mi consejo, si es qué no quieres que nadie
te aparte cómo a las cucarachas, es qué te calles y cargues con el peso que te ha
tocado llevar – le aconsejó, mientras chupaba su chupa-chups rojo.
- Ya, pero… - dudó Andrew, apenado, y con una sobre carga en el pecho
que le dificultaba respirar.
- Pues yo no, no creo que la vida sea solo sufrimiento – dijo Juliet,
introduciéndose por primera vez en la conversación y dirigiéndose a su amiga –
yo creo que la vida a veces te da amor, y otras veces te toca otras cosas. Por lo
que, si fuera tú – esta vez miraba a Andrew, al que conocía a la perfección – le
diría lo que siento, y punto. Además, tienes novio, ¿cuánto tiempo crees que
tardará tu padre en darse cuenta que al chico que llevas a casa para “estudiar” –
dijo, haciendo un movimiento con los dedos – no es si no, tu novio con el qué te
besuqueas cuando él se entretiene viendo un partido de fútbol? – Andrew, en lo
más hondo de su ser ya lo sabía, pero el solo hecho de decírselo a su padre le
provocaba escalofríos.
- Ya, sí tienes razón, pero… es qué le tengo miedo – se confesó – tengo
miedo a cómo pudiera reaccionar. Él es capaz de encerrarme en mi cuarto por
tiempo indefinido, y llamar al cura más cercano para que me salve del demonio
– afirmó de tal manera que sus palabras eran frías cómo el hielo, se predecía
que lo había pensado muchas veces.
- ¿Por qué no me contáis eso tan divertido de los que estáis hablando
chicos? – les llamó la atención la profesora de matemáticas, la señora Edna
Doyle. Todos se callaron de inmediato, y se giraron para mirar al frente. Pero ya
era tarde, la profesora estaba cansada de las faltas de atención de todos ellos, así
qué se les aproximó con seriedad y paso firme. Los miró a todos de uno en uno,
por turnos, y cuando se volvió a girar para seguir con sus explicaciones en la
pizarra, anunció – están todos castigados, los quiero aquí mañana, a las ocho de
la mañana, van a aprender a prestar atención en clase cómo que me llamo Edna.
Así qué tráiganse un cuaderno y un bolígrafo, escribirán – Prestaré atención en
clase cómo me corresponde, y haré caso a la señorita en todo lo que me ordene
– quinientas veces – les aclaró, y entonces, todos mascullaron improperios
ininteligibles a los oídos de la profesora.
- ¿Han dicho algo? – preguntó, subida en una nube de autoridad.
- No – negaron todos al mismo tiempo.
- Me alegro
2
- ¿Entonces, qué has decidido hacer? – le preguntó Dennis a Andrew,
mientras intentaban hacer los deberes.
- La verdad… no lo sé… es qué es muy difícil. Por un lado quiero
confesárselo, y por otro, prefiero callarme para que no me coja asco.
- Yo, sabes, que sea cual sea la elección que escojas, te apoyaré. Encima, el
estar aquí, en silencio, aparentando hacer los deb eres mientras nos besamos…
me da un morbo… - Dennis se acercó a Andrew, y tiró de su silla para tenerlo a
solo unos centímetros, entonces, le miró con furor y le besó con pasión.
- Te quiero – le dijo.
- Y yo a ti – acto seguido, le empezó a besar en los labios, en el cuello…
- Dennis… por favor… que est{ mi padre en el salón…
- Da igual, eso aumenta el morbo de la situación – le confesó, quitándose
la camiseta. Agarró a Andrew, y lo tiró sobre la cama junto con él. Y empezaron
a desnudarse.
- ¿Apagamos la luz? – le preguntó Dennis.
- ¿No crees qué si mi padre ve que tenemos la luz apagada empezará a
sospechar?
- Sí, tienes razón – y le quitó las zapatillas.
Y en medio del ruido… a puro grito, la puerta de la habitación de Andrew
se abrió, los dos chicos, se sobresaltaron, y pegaron un salto fuera de la cama.
Pero ya era tarde, Robin encendió la luz, y los pilló desnudos, y juntos.
Entonces, su rostro pasó por diversos estados, primero, parecía estar normal,
luego arrugó el entrecejo, y con voz enfadada preguntó:
- ¿¡Qué coño está pasando aquí!? – Dennis intentó buscar una explicación,
pero no le dio tiempo, Robin estaba enloquecido, lleno de odio - ¿¡maricones en
mi casa!? – exclamó.
- ¡Corre Dennis, sal por la ventana! – gritó Andrew, mientras su padre iba
en busca de la escopeta.
- Te quiero – le dijo él, temeroso de la situación - ¿estarás bien? – le
preguntó, mientras abría la ventana.
- Si, tranquilo, me parece que ha llegado la hora, se lo explicaré todo. Tú
vete – asintió, y saltó al césped del jardín de atrás. Al caer, se tambaleó, pero
por suerte, la noche cubría la ciudad, lo que le dio tiempo a coger la ropa que le
había lanzado Andrew por la ventana y ponérsela mientras se iba corriendo a
casa.
Tras ver cómo su novio se iba corriendo calle abajo, Andrew cerró la puerta
con el pestillo y se dispuso a hacer su maleta, tenía que irse por el momento de
casa, conocía perfectamente a su padre, y sabía que en el estado que se
encontraba, era capaz de pegarle un tiro, o pegárselo así mismo. Cuando se
disponía a cerrar la última cremallera de la maleta en la que había metido
cuatro camisetas y un par de pantalones, su padre aporreaba la puerta, gritando
como un loco.
- ¡Sal de ahí maricón, y demuestra que eres un hombre! – Robin estaba
fuera de sí. Finalmente, Andrew cogió la maleta y con cuidado la tiró a los
arbustos, y luego saltó él, justo en el mismo instante en el que el pestillo de la
puerta de su cuarto cedía y caía al suelo, y la puerta golpeaba la pared. Cuando
volvió la mirada hacia atrás, Andrew pudo ver a su padre apoyado en el
alfeizar de la ventana, mirando cómo se marchaba corriendo. Y sin camiseta.
3
Andrew caminó hasta casa de su amiga Juliet, principalmente por qué era la
que más cercana le quedaba, pero también por qué era su mejor amiga. Cuando
ya estaba en el césped trasero de su casa, cogió su teléfono móvil y le escribió
un mensaje, puesto que la idea de llamar a la puerta y que Roland, el padre de
Juliet le abriera la puerta, le echaba para atrás.
Juliet recibió el mensaje apenas unos instantes después, ella estaba tumbada
en la cama mirando el techo, pensando en las musarañas. Cuando el teléfono
vibró, se levantó con torpeza y leyó el mensaje que le había llegado, que decía
así:
>>Etoi d tra en tu jrdin, abeme la purta d tu casa, ahra te lo cuntotod<<
Evidentemente, Juliet se preocupó y bajó las escaleras a toda prisa. Salió al
césped y miró a su alrededor.
- ¡Pss! – masculló Andrew, tras los arbustos.
- ¿Qué haces ahí? – se extrañó ella. Su amigo salió, y ella, al verle medio
desnudo empezó a reírse a carcajadas.
- ¿Pero… qué haces así? – le preguntó entre risas.
- ¿Puedo entrar en tu casa?
- Sí, claro, pasa… - le contestó ella, señalándole la puerta que daba a la
cocina.
Subieron hasta su cuarto, y Juliet cerró la puerta. Andrew abrió la maleta y
se puso una camiseta y un pantalón.
- ¿Me puedes decir ya qué es lo qué te ha pasado? – le dijo, más
seriamente.
- Mi padre nos ha pillado a mí y a Dennis desnudos en mi cuarto.
- ¿¡Qué!? – exclamó ella - ¿y cómo ha reaccionado?
- Pues… como esperaba, le he dicho a Dennis que se fuera por la ventana,
y yo me he cogido un poco de ropa y también me he ido. Por cierto… ¿podría
quedarme un par de días aquí hasta que se calme la situación? Es qué me da
miedo ir a casa…
- Por supuesto, tú estate tranquilo, ya le pondré una excusa a mi padre.
- Gracias.
- ¿Pero seguro qué no te ha hecho nada? – le preguntó Juliet, aún asustada.
- No, no ha tenido tiempo, en cuanto se ha ido a por la escopeta…
- ¿¡La escopeta!? – gritó ella, abriendo la boca.
- ¿Sucede algo Juli? – le preguntó su padre desde el salón.
- No, papá – le contestó, sentándose en la cama.
- Bueno… da igual ya me lo contar{s todo luego ¿quieres algo para cenar?
- No, graci… - el teléfono de Andrew sonó. Se trataba de Dennis, al ver
que era él, le enseñó quién era a Juliet por qué lo miraba de forma rara. Y ambos
sonrieron al mismo tiempo.
- Qué mono… - dijo él – fíjate, acabará de llegar a su casa y ya me está
llamando… - pulsó la pantalla y contestó.
- Normal… - dijo Juliet para sus adentros.
- No, tranquilo, estoy bien, ahora me encuentro en el cuarto de Juliet.
¿Quieres decirle qué estoy bien? – le preguntó a ella, mostrándole el teléfono
tras las insistencias de su novio. Ella lo agarró, y contestó.
- ¿Sí? Sí tranquilo, se encuentra bien, está aquí conmigo, no, no te
preocupes, dormirá aquí, sí, en mi cuarto, vale, adiós – colgó y le devolvió el
teléfono a Andrew – dice qué te quiere, y que mañana vendrá a verte.
- Ves… uf… es tan gentil…
- Me parece qué es lo mínimo que podría hacer en ésta situación, vamos…
digo yo.
- ¡C{llate! Qué poco rom{ntica eres…
- ¿Quieres ver alguna película? – le preguntó ella.
- ¿Ha salido ya el nuevo capítulo de TheVampireDiaries?
- Sí ¿no lo has visto?
- No, ¿por qué? – le preguntó, confuso.
- Por qué es el mejor de la temporada…
- ¿¡Qué!? Corre, ponlo, que quiero verlo ahora mismo, sabes que me
encanta Stefan…
- ¡Va! Damon es el mejor, no hay ni comparación.
- ¡No mientas! Stefan es más romántico y mejor persona.
- ¡Já! – exclamó ella mientras encendía el ordenador – Damon es el mejor, y
punto.
Finalmente, Andrew se quedó a dormir por esa noche en casa de Juliet, y al
día siguiente Dennis fue a visitarle.
Oscuridad
1
En un estrecho sendero, sumergido en la más pura oscuridad, se citaron dos
personas. A pocos metros el uno del otro, se miraron mutuamente, bajo sus
capuchas negras que los mantenía en el anonimato. La luna reinaba en el cielo,
y bañaba las calles de la ciudad de color plateado. La temperatura había
descendido gradualmente desde la tarde, y el frío se hacía notar. Mientras las
estrellas adornaban el firmamento. Uno de los dos hombres, se dispuso a
hablar:
- ¿Lo has encontrado? – le preguntó, impaciente.
- Si – asintió el otro individuo. Y sacó una foto de su pantalón. Se la tendió
al otro hombre, y éste la miró con detenimiento.
- Es él – afirmó – bien hecho, ya sabes lo que tienes que hacer – le dijo el
individuo y le devolvió la foto, y tapándose mejor el rostro con la capucha, se
marchó en silencio. Mientras el eco del sonido de sus zapatos golpeando el
suelo resonaba en el sendero.
El hombre encapuchado, recorrió gran parte de la ciudad, hasta llegar a las
afueras. El bosque le daba la bienvenida con el silbido que provocaba el viento
corriendo entre los árboles. Una casa situada a pocos metros era su objetivo,
mejor dicho un hombre que vivía en ella. Se trataba de un chico de veintiséis
años, moreno, y fibroso. Según se había documentado el hombre encapuchado,
en aquella casa vivían tres personas, el hombre al que buscaba, su novia de la
actualidad, y el hijo que habían tenido en común.
El hombre, se acercó a la casa por el jardín trasero, y abrió la puerta que
comunicaba con el salón. Cuando hubo entrado, entendió que todos dormían. Si
todo salía bien, él se llevaría al hombre sin problemas, y su novia y el hijo de
ésta no se darían cuenta.
Subió por las escaleras con sumo cuidado, y se sacó un trapo que más tarde
untaría en Diazepam, una sustancia que servía para invitar a la relajación – o
mejor dicho para dormir a una persona-.
En cuestión de segundos llegó a la habitación correcta, y se aproximó al
hombre que dormía plácidamente. Pero no salió la cosa cómo el encapuchado
esperaba. El hombre al que ya había puesto el trapo mojado sobre la nariz, se
despertó y lo empujo. Y éste cayó al suelo, después se levantó con la espalda
dolorida, y sacó un cuchillo que escondía en el pantalón. Para cuando los dos se
peleaban, la novia salió de la habitación, gritando. Pero el hombre encapuchado
no podía permitir eso, así qué había sellado la puerta con una magia ancestral.
Ergo, tanto el niño atemorizado y su madre alterada y nerviosa, comprobaron
uno a uno que la casa entera estaba bajo un hechizo.
Aunque todo fue más complicado de lo que esperaba, el hombre
encapuchado pudo golpearle al otro en la cara y dejarlo inconsciente, y después
dormirlo para su seguridad. Pero tenía un dilema, tenía que irse con el cuerpo,
entonces… ¿qué haría con los otros dos humanos que lo habían visto? No le
quedaba otra opción, sacó de nuevo su cuchillo y rebanó la garganta de la mujer
de una sola tajada. Y después, se encargó del niño que lo miraba aterrado,
acurrucado en el suelo de la cocina.
- Esto me gusta tan poco cómo a ti, pero si mi señor se entera de que he
dejado un testigo vivo… me mataría, y… ¿no crees qué es mejor que mueras tú
a que muera yo…? Qué pena, adiós – el hombre encapuchado alzó el cuchillo y
cortó el cuello del joven en dos. Al igual que con la madre. Finalmente quitó el
sello de la casa y se fue por donde había vuelto, pero esta vez, volando. Se
arrancó la camiseta y extendió sus alas, y en cuestión de segundos, sobrevolaba
la ciudad.
2
El Innombrable descendió a una velocidad vertiginosa hacia el suelo. La
brisa que provocó, movió las copas de los árboles más cercanos. Miró al cielo, y
sus alas desaparecieron en medio de un humo de color negro, que pintó por un
momento el jardín en el que se encontraba. Ahora parecía un simple humano
sin camiseta, y con la capucha de ésta aún sobre la cabeza. Así es, era un
humano que a escondidas de la sociedad, raptaba a gente y se la llevaba a un
hombre que lo había contratado. Arrastró el cuerpo del hombre hasta un garaje
situado en la parte trasera de un edificio.
En el interior, todo estaba sumergido en la más absoluta oscuridad. Lo
único que alumbraba un poco en medio de aquel lugar, era la luz de la luna que
se adentraba por los ventiladores situados en un lado del garaje a más de cuatro
metros de altura. El Innombrable colocó al hombre en una silla, y lo ató de pies
y manos. Y poco después, el eco de unos pasos se acercaron por la oscuridad.
- Veo que lo has atrapado – dijo el hombre encapuchado – muy bien hecho
X ¿no te importa qué te llame así, no?
- No, mi señor, puede llamarme cómo se le antoje.
- Muy bien. ¿Qué tal ha ido todo? – preguntó, rondando a la víctima, con
la mirada fija en su dormido cuerpo.
- Bueno… por lo general… ha ido bien… pero…
- ¿¡Pero!? – le interrumpió el encapuchado - ¿es qué ha habido algún
problema?
- No, bueno… señor, me adentré en la casa del {ngel sin despertar a nadie,
pero cuando intenté dormirle profundamente, se despertó, y nuestra pelea
despertó a su novia, y ésta se fue a por el hijo – X se paró, y tragó saliva, la cara
de su amo era todo un poema – pero tranquilícese, mi señor, cuando entré en la
casa puse un sello, y la mujer y el hijo no pudieron escapar, pero claro… cómo
era obvio que no podía dejarlos con vida sin que recordaran lo sucedido, me vi
obligado a matarlos.
- Tranquilo, mi joven pupilo. ¿Entonces nadie te vio?
- Aparte de…
- Sí, aparte de la mujer y el hijo – asintió el encapuchado.
- No, mi señor.
- ¿Y estás seguro de que los mataste a los dos?
- Sí, mi señor, estoy más que seguro, ellos dos no volverán a ver amanecer.
- Me alegro. Ahora, despierta a nuestro invitado, voy a proceder a hacer lo
estipulado.
- Cómo usted diga, mi amo – entonces, X golpeó al hombre en el rostro
con un puñetazo, y éste despertó, e inmediatamente escupió la sangre que le
había provocado el golpe.
- Hijo de puta – exclamó el hombre, intentando liberarse de las cuerdas.
- Oh, no, no, no – negó el encapuchado tanto con el dedo índice como con
la cabeza – ahora, vas a estar calladito, y por fin tendrás la ocasión de servir de
algo a este mundo.
- No sois más qué unos hijos de puta – inmediatamente el Innombrable
golpeó bruscamente al hombre. Y éste volvió a escupir más sangre.
- Tranquilo mi joven pupilo. No es más que un ángel sin modales.
- ¿Ángel? – repitió el hombre, confuso.
- Sí, ángel – afirmó el encapuchado – no intentes negarlo, sabemos
perfectamente lo que eres.
- ¿A sí, entonces sabrás lo qué puedo hacer? – el hombre sonrió por
primera vez, como si fuera a hacer algo, pero cuando se percató de que no
sucedía nada, la sonrisa desapareció de sus labios.
- Tranquilo, que mientras tengas estas cuerdas a tu alrededor, lo máximo
que podrás hacer es respirar – le informó el encapuchado. Se acercó a él, y
recorrió su cuerpo con la yema de su dedo índice. Sonriente. Y acto seguido, le
arrancó la camiseta. Miró a su pupilo, y éste se marchó sin decir nada.
- Ahora verás lo qué les hacemos a los que son cómo tú. Vas a servir para
ascenderme de nivel – segundos después el pupilo ya había vuelto, y llevaba
una daga en su mano. Y con una reverencia se la tendió a su maestro. El
encapuchado agarró la daga, bajo la mirada del joven hombre que los miraba
con repulsión.
- Tranquilo, apenas sentirás un cosquilleo – le afirmó el encapuchado al
hombre entre carcajadas. Y se dispuso a dibujar un círculo en el torso del
hombre con la daga. La sangre brotaba de la herida, y él gritaba de dolor. Tras
terminar de dibujar el círculo. El encapuchado situó una de sus manos en el
torso ensangrentado del hombre. Y acto seguido pronunció unas palabras
ininteligibles. Y la línea del círculo comenzó a emanar una luz lila muy brillante
que alumbró el garaje por totalidad. Mientras el encapuchado seguía
pronunciando aquel discurso de palabras raras, el ángel se elevó en el aire cómo
si flotara en él. Y a su vez, la luz lila se iba haciendo más potente. De repente,
cuando el encapuchado terminó su discurso, la luz lila dibujó un trayecto en el
aire, hasta llegar a él, y cómo si le estuvieran recargando las pilas, el hombre
sonrió y gritó. Tras unos segundos de dolor y terror, el ángel cayó sobre la silla
de madera y la rompió. Su cuerpo yacía sobre el frío suelo del garaje, sin vida. Y
ahora su poder lo poseía el hombre encapuchado. Finalmente, X se arrodilló a
los pies de su amo y le besó los zapatos, con todo tipo de elogios. Ya estaba,
acababan de matar a un ángel más, ya les quedaban menos. ¿Quién sería el
próximo?
Naomi Misora
1
Naomi Misora, había tenido una infancia terrible. Tuvo que aceptar los
malos tratos de su padre durante más de ocho años. Aguantó sola el
sufrimiento, por qué no tenía el hombro de una madre en el que poder llorar. Y
encima carecía de amistades. El tiempo transcurrió, y por fin, pudo irse de casa.
Sin dinero, y con muy poco equipaje. Pero tras mucho sufrimiento, encontró
una luz en el camino.
Raye Pember, no destacaba en nada, pero era un hombre honesto, sincero, y
pizpireto. Él no poseía mucho dinero, ni era el más g uapo que te pudieras
encontrar por la calle, pero con tan solo una cita, Naomi se enamoró de él. Sí,
fue un flechazo.
Y tras una segunda cita, en la misma semana. Ella se le declaró. Misora
había aprendido las lecciones que le había impartido la vida. Y no estaba
dispuesta a dejar pasar el mayor amor de su vida. Y arrodillada en el suelo de
un restaurante a las afueras de la ciudad, en un día en el que el frío calaba hasta
los huesos. Consiguió un sí.
En los siguientes dos años, tenía un hombre en el qué podía confiar, en el
que se podía apoyar. Y esos veinticuatro meses de su vida, llenos de felicidad,
llegaron a su curva final.
Todo transcurrió un veintitrés de Enero, tanto Naomi, cómo Raye, se
encontraban en una casa que se compraron, y que pagarían al banco durante el
resto de sus vidas. Acababan de volver de un supermercado, en el que
adquirieron un butacón que adornara el grandísimo salón que poseían.
Agotados, se acostaron dejando sus qué aceres a medias. Y se durmieron
plácidamente.
Pero el destino, pondría una última piedra en el camino de Misora, un
bache que no podría superar, el Jaque-mate que la dejaría fuera de la partida, o
mejor dicho, fuera de su vida.
Naomi se despertó hacia las tres de la madrugada, se le habían enfriado los
brazos drásticamente, los cuales solía tener fuera de las sábanas. Salió de la
cama, y al volver la vista, se percató de que su marido no estaba durmiendo
cómo esperaba. Entonces, elevó la mirada, y vio que la ventana estaba abierta.
Pero no recordaba haberla dejado de ese modo. Se extrañó. ¿La habría abierto
Raye? Podría ser, pero…
Naomi comenzó a llamar a su esposo, pero éste no respondía. Bajó las
escaleras, hasta alcanzar el primer piso, y en ese mismo instante. Una figura,
sumida en la oscuridad, de largas alas, agarraba a su marido, mientras bebía de
su sangre. ¿Un vampiro? No, un vampiro no tiene alas ¿qué podía ser?
Misora se quedó sin aliento, pero ni se inmutó, el miedo le había
comprimido todos los órganos del cuerpo. Y parecía más bien una estatua. Pero
en un descuido, cuando intentaba agarrar su pistola de la chaqueta que había
dejado colgando en el perchero. El crujido del suelo, alertó al monstruo que
poseía a su marido entre los brazos. Lo único de lo que Misora estaba segura,
era de que fuese lo que fuese el monstruo que agarraba a Raye, era de sexo
masculino, ya que podía ver perfectamente la luz de la farola de la calle
reflejada en su pecho.
El monstruo, dejó caer el cuerpo del fallecido Raye Pember sobre el suelo de
madera, manchándolo con su sangre. Entonces, la figura se relamió los labios, y
agitó sus alas, volando hasta Misora.
Y en el último instante, su mano, sudada, agarró la pistola, y con ella,
apuntó hacia su objetivo, y entonces, apretó el gatillo, una, dos, y hasta tres
veces. La primera bala dio de lleno en el cuello del monstruo, la segunda, falló e
impactó en la pared, cerca del marco de la puerta entre abierta. Pero el tercer
disparo si le dio, justo en el centro del pecho. A continuación, la figura
demoníaca emitió un grito agudo, dolorido, y sangrando a chorros, se giró y
salió volando fuera de la casa. Y se perdió en el cielo.
Los dos siguientes días, decenas de policías investigarían la muerte de Raye
Pember. Y todos ellos, tomarían de estúpidas las declaraciones de Naomi
Misora. Poco después se le empezó a considerar la principal sospechosa. Pero
enseguida tuvieron que retratarse, pues a su marido le habían mordido en el
cuello, y la huella de los dientes no se correspondía con los de ella.
2
El tiempo transcurrió, pero Naomi no podía olvidar. ¿Quién le iba a
devolver a su marido? El asesino debía morir. Y sin la ayuda de nadie, y en el
más absoluto silencio, comenzó su andadura hacía, lo que ella consideraba,
justicia.
Pero por mucho que lo intentara, no encontraba nada. Ninguna pista, nada.
Entonces lo supo, ella era la elegida, ella y sólo ella, acabaría con la maldad
habida en la tierra.
Lo que Naomi no sabía es que habría muchos más baches para ella en el
camino, y aunque ella considerara estar haciendo el bien, el cual nadie más se
atrevía a hacer, las cosas no le saldrían simplemente por las buenas.
Habían transcurrido dos meses y una semana desde que su marido fuera
asesinado a sangre fría. Era de noche, pero no quedaban estrellas en el cielo,
éste, yacía vacío en la más absoluta oscuridad. Naomi se dirigía de vuelta a
casa. Montada en el tren, cabizbaja, con los auriculares del mp4 a toda potencia.
El sonido llegaba a las personas más próximas a ella, y les adhería el pegajoso
ritmo de las canciones que escuchaba. A tan solo cuatro paradas de su bajada, y
con los congelados que había comprado en proceso de descongelación, seis de
las nueve personas que estaban en el vagón bajaron, cada una a sus cosas. Y
sólo quedaron tres, ella, un joven que rondaría los dieciocho años, y otro
hombre de treinta tantos. Y en el mismo momento en el que el tren se disponía a
arrancar, otros dos hombres (más bien chavales) se subieron.
La diversión comenzaría a los pocos minutos, tras dos paradas más. La
misma gente yacía en el vagón. Y en uno de esos segundos de absoluto silencio
comenzó todo. Uno de los dos chavales que se habían subido al tren, se levantó,
y se aproximó al otro joven, que escuchaba música.
- ¡Eh, mira Simón, tiene el último iPhone! – llamó la atención del joven
tocándole en el hombro, y él alzó la vista. Asustado.
- Es el nuevo iPhone ¿no? – le preguntó el otro, alto, de cabello rubio largo,
y vestido con un pantalón muy ancho, y una camiseta gigantesca que le llegaba
hasta las rodillas.
- ¡Eh, contesta! – le gritó el más bajito. Se abalanzó rápidamente sobre él, y
le agarró por el cuello de la chaqueta, lo levantó de un empujón, y cerró la
mano en un puño, mostrándosela, amenazador.
- ¡Te ha dicho que contestes!
- S… sí – dijo finalmente el joven, acongojado.
- ¿Sí qué? – masculló el bajito.
- Qué sí, sí es el nuevo iPhone.
- Muy bien, pues déjamelo – se lo arrebató de las manos, arrancándole los
auriculares de las orejas.
- ¡Qué chulo tío, sí que mola! – gritó el alto. Emocionado. Tanto Naomi
como el hombre de treinta tantos años contemplaban la escena sin inmutarse.
- Por favor, cuidado, es nuevo… y – Simón, el rubio, lo golpeó
fuertemente, provocando que el joven, cayera en el asiento, sangrando por el
labio.
- Por favor… por favor… es un regalo… - el muchacho suplicaba.
Aterrorizado. La sangre le caía por la barbilla, ensuciando su camiseta blanca.
El ambiente era tenso, y oscuro. El hombre de treinta tantos temía por su
integridad física, quería bajar de allí en la próxima parada, pero no llegaba, y se
le estaba haciendo interminable el viaje.
Mientras tanto, Misora contemplaba la escena, no movía ni un solo
músculo, después de lo que había vivido un par de meses atrás, nada la
asustaba, y menos un par de mocosos.
Y por fin, el tren alcanzaba su siguiente destino.
- Vete de aquí gilipollas – le dijo el rubio al joven, que se resbaló del
asiento y aterrizó en el suelo.
Las puertas por fin se abrieron, y el chaval salió disparado, mientras los
otros dos se reían a carcajadas, manejando el iPhone entre sus manos. El
siguiente en abandonar el vagón fue el hombre de treinta tantos, en el cual los
chavales ya se estaban fijando, interesados.
Misora seguía a lo suyo, escuchando la música de su mp4. Pero los chavales
ya se sentían atraídos por su presencia.
- Mira ésa – le dijo el bajito al rubio.
- Está buena – añadió el otro.
Se le acercaron.
- ¿Eh buenorra, quieres mamármela? – gritó el rubio, y comenzaron a
reírse.
Misora alzó la mirada y la posó en los ojos de ambos, fijamente, no les
temía, y no tenía que pronunciar ni una palabra para comunicárselo.
- ¡Eh tía, no te atrevas a mirarnos de ése modo! – gritó el bajito.
Le puso una mano en la cara. Y ella se la quitó con violencia. Cómo cuando
quieres matar a una mosca.
- Hija de puta – masculló el bajito. Y se sacó una navaja del bolsillo, se la
acercó a la garganta, pinchándola con el filo de ésta.
- Venga, puta, ¡chúpamela! – dijo, tocándose por encima del pantalón, su
amigo rió. Ni que fuera gracioso. Acto seguido, el bajito, se quitó el pantalón,
sin apartar el filo de la navaja de la garganta de Misora. Sacó su pene, y lo
agarró con fuerza, dio un paso.
- ¡Chupa puta! – gritó.
El alto, posó su gran mano en la cabeza de Naomi, y la empujó hacia
delante para que complaciera a su amigo.
- ¡Chupa!
- Niñatos… - susurró Misora. Sacó la pistola que guardaba, y apuntó al
muchacho con los pantalones bajados.
- ¡Puta! – gruñó el bajito.
Y entonces, Misora, disparó. La primera bala atravesó la frente del bajito, e
impactó en el cristal que había detrás de él. El otro muchacho, se quedó en
blanco, intentó escapar, se giró, pero Naomi no tenía compasión con gente
como esa, y volvió a apretar el gatillo.
Cuando llegó su parada, Misora abandonó el vagón, amarrando las bolsas
con los congelados en proceso de descongelación, y dejando los dos cuerpos de
los jóvenes, cuya sangre manchaba el suelo. Ella se alejó por su camino, cómo si
no hubiera ocurrido nada, limpió su pistola a escondidas, y la guardó debajo de
la almohada cuanto llegó a casa. Mientras, en su mente, no dejaba de repetirse
la misma escena, cuando el cuerpo del primer joven al que había disparado caía
al suelo, y el segundo intentaba escapar, y ella volvía a apretar el gatillo. Pero
no tenía ningún remordimiento, acababa de matar a dos escorias que
seguramente se hubieran convertido en asesinos posteriormente.
3
El asesinato se anunciaba en todos los noticiarios, lo anunciaban de ésta
forma: Asesino mata a dos pobres chavales.
<<Pobres>> repitió Misora en su cabeza, con tono burlón. Si hubieran sido
ellos quienes contemplaran por lo que ella había pasado… No tenían ni idea.
La policía estaba metida de lleno en el caso, pero no encontraban ninguna
pista. Nada podía llevarlos hasta Naomi Misora.
Ella pasaba las horas en su casa, con el helado de chocolate en una mano, y
en la otra una gran cuchara metálica. Vestía su pijama rosa con ositos
estampados. El mismo pijama que había llevado la noche de bodas, hasta que
llegó el momento cumbre del día.
El timbre sonó en el piso inferior del chalet, y mientras el eco languidecía en
las habitaciones, Misora descendió perezosa por la escalinata de mármol blanco.
Tras un segundo sonido, alcanzó la puerta y la abrió. Molesta.
- Hola – la saludó Joey.
- ¿Qué haces tú aquí? – le preguntó ella, mientras lo perseguía con la
mirada, y contemplaba cómo se adentraba en su casa, y se desplazaba por ella
con tanta naturalidad.
- ¿Qué pasa, qué no puedo visitarte de vez en cuando? – el policía cogió
una cerveza y la medio vació de un solo trago.
Naomi seguía parada con la puerta abierta, y con el pomo aún en la mano.
- ¿No te alegras de verme? – preguntó el policía. Joey, era un hombre
divorciado, pesado, pero amable y cariñoso. Había sido el primer novio de
Misora.
- ¿Acaso no trabajas? – opinó Naomi, subiendo de nuevo por la escalinata,
reluciente.
- ¿Trabajar? – se extrañó el policía – pero si es sábado.
Naomi se dio la vuelta.
- ¿Es sábado? – se preguntó a sí misma. Confusa y dubitativa.
- Se me pasa el tiempo volando – confesó.
- Pues no sabría decirte si le encuentro algo positivo a eso – añadió el
policía.
Joey tenía una estatura mediana, más o menos rondaba el metro setenta, y
apenas le sacaba una cabeza a Naomi – si ella no llevaba tacones-. El policía,
poseía una gran barriga cervecera que se había aposentado con los años en su
cuerpo, y que parecía no tener pensado abandonarlo. Tenía el pelo rapado al
uno, y casi siempre vestía de negro, y si no era del color ya nombrado, lo hacía
con colores oscuros. Pero nunca se ponía, claros, o brillantes. Él no.
Y cómo él solía decir, los colores son para los que saben llevarlos, y para las
mujeres en general.
Sí, Joey estaba ciertamente chapado a la antigua.
- Lo que hay que ver – opinó Joey, al oír la noticia del día.
Misora se giró bruscamente.
- ¿Realmente te lo crees? – le preguntó.
- ¿El qué, que esos pobres chicos han sido asesinados a sangre fría? –
añadió el policía.
- No, que realmente ellos no merecieran eso.
- ¡Por dios Naomi! ¡son sólo dos chicos de entre veinte y veintitrés años,
tenían toda la vida por delante! ¿¡Cómo van a merecer ser asesinados de esa
forma!? En serio, ni el peor de los asesinos tendría que pasar por esto.
- ¡Ah, entonces, según tú, el asesino de Raye, sólo tiene que vivir
encerrado en una cárcel, mientras le dan de comer, y vive como si fuera normal!
¡Y encima vete tú a saber cuántos años le caerían por ello!
- Misora, recapacita, eran tan solo jóvenes con toda la vida por delante ¡y
encima ellos no han matado a nadie!
Ambos se miraron en silencio. Repasando la conversación. Los dos eran
muy tozudos y cabezones, y ninguno le daría la razón al otro.
- Está bien, pues ya te puedes largar de mi casa – le indicó Misora. – no
quiero a gente como tú aquí.
- ¡Misora, pero qué coño te pasa! Tan solo he dicho que nadie se merece
una muerte así.
Naomi, indignada, y con lágrimas en los ojos que le nublaban la vista, de
acercó a su amigo, y antes de correr al cuarto de baño a llorar a pierna suelta le
dijo unas últimas palabras al policía.
- Raye, tampoco se merecía ésa muerte.
- ¡Misora! – llamó el policía.
- ¡No, vete, fuera de mi casa, déjame en paz!
Joey dejó la cerveza suavemente en la mesa de cristal. Bajó los pies de ésta,
y se encaminó hacia la escalinata de mármol.
Suspiró, mientras subía un escalón tras otro.
Desde allí escuchaba llorar a su amiga. Persiguió el sonido, hasta dar con su
paradero.
Joey, tocó la puerta del baño con los nudillos un par de veces.
- Naomi, por favor…
- ¡Qué te vayas he dicho, déjame tranquila!
- Por favor, Misora, lo siento. Lo siento de verdad, es verdad que Raye no
merecía dejar este mundo de una forma tan violenta. Pero por favor, ábreme la
puerta. Hagamos las paces.
Joey agarró el pomo de la puerta y con un giro de muñeca, consiguió que se
abriera.
Dio un par de pasos hasta Naomi, la cual yacía en el suelo, tirada de mala
manera, acurrucada en una esquina, llorando, con la frente apoyada en las
rodillas, y el rímel corrido.
Joey se sentó junto a ella, y la abrazó fuertemente.
- Te quiero. – le dijo al oído, apretándola contra su pecho - ¿lo sabes
verdad?
Hubo un pequeño silencio.
- ¿Sabes qué te quiero, no? – insistió el policía.
Misora simplemente se limitó a asentir con la cabeza.
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