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Estructura clínica del proceso terapéutico en la
Práctica Psicomotriz.
Sevilla. Febrero 2016.
1.-Introducción.
Una parte importante de nuestra labor formativa en relación con la PPA, cuando no es
la formación educativa o a la ayuda está relacionada con el trabajo de Formación Continuada. Esta
vertiente, si se centra en el lado terapéutico, incide tanto en la profundización de los conceptos
teóricos que sostienen los principios fundantes de nuestra labor como la realidad cotidiana ante
el encuentro transformador del sufrimiento psicocorporal y psicomotor de determinado sujeto.
Es ahí cuando se constatan numerosos impasses y detenciones.
La dificultad de sistematizar una cura, de elaborar una dirección para el tratamiento,
corroborar una hipótesis, hablar con agentes externos u otros especialistas etc, provocan
cuando menos varias reacciones. La una: el dispositivo psicomotor curaría por sí mismo. Falso. El
dispositivo, per sé no garantiza nada, en cuanto que es sostenido por un agente, el terapeuta,
que puede llegar a hacer de él el objeto de sus proyecciones fantasmáticas. Otra reacción: la de
ir a buscar en otros saberes las herramientas clínicas que nos orienten en el tratamiento. Esta posición
también puede ser sumamente peligrosa en la medida que la tecnicidad clínica se vea
confundida por otras teorías que la subordinen. Si bien la PP (práctica psicomotriz) se funda
en presupuestos psicodinámicos aplicados ni la PP es un psicoanálisis puro, ni este se extrapola
estrictamente a la PP; aunque pueda darse una dialéctica enormemente enriquecedora entre
ambos, con sus conexiones y desconexiones, a condición de no confundirlas.
Veamos entonces, cuales son las líneas clínicas generales a la hora de orientar un
tratamiento psicomotor, tomado como punto de partida los elementos aportados por un texto
editado: “La práctica psicomotriz en el tratamiento psíquico”. (Rodriguez Ribas, 2013). Este escrito
bebe a su vez, de las aportaciones de Bernard Aucouturier (1985, 2004) así como, de mis
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colegas de la AEC/ASEFOP: Katty Homar, Josep Rota (2015), Iolanda Vives (2001), Ana
Luna, Cira Rodríguez, Pilar Crespo y Marta Pascual.
2.-Clínica de la psicomotricidad.
Si en su momento definimos a la Práctica Psicomotriz como: una ayuda aplicada que toma
la expresividad del cuerpo y del juego, como causa del lenguaje (historia) sobre la motricidad (motilidad), para
permitir que el sujeto encuentre un nuevo sentido a sus producciones (actos y dichos) (Rodríguez Ribas,
2004). El gran objetivo de una ayuda psicomotriz terapéutica sería el de: crear las condiciones que
posibiliten que dicho sujeto encuentre una significación –un darse-cuenta- diferente, a sus producciones (actos o
dichos, juegos o palabras), para poder situarse (saber-hacer-con) de otra manera en su vida, frente a su deseo y
goce fantasmático (Rodríguez Ribas. 2005); con lo que el síntoma o trastorno no tendrían su razón
de ser, cayendo. Es ahí cuando, al igual que S. Freud, B. Aucouturier afirmaba que: “curamos
por añadidura”, es decir, por no incidir directamente en el síntoma. A eso le denominó:
“estrategia de rodeo”. Sin entrar en excesivos detalles, también comentamos en su momento
que los mínimos elementos para que una cura terapéutica pueda emerger son: el tiempo, la presencia y
la palabra. En un proceso que pasa por la:
-Demanda, sufrimiento, síntoma.
-Escucha, Observación (neutralidad benevolente, docilidad...).
-Relación transferencial (abstinencia, empatía, resonancias tónicas...suposición de saber).
-Proyecto, Dirección de la Cura. Síntesis. Hipótesis.
-Encuadre. Setting: espacio, tiempo, material, pago.
-Intervención de Ayuda.
-Supervisión. Reformulación del proyecto.
-Final de la cura.
Ordenemos clínicamente dichos elementos constituyentes de este abordaje:
1.-Contexto: persona, tipo de Centro, Escuela, lugar del psicomotricista. Equipo,
componentes, orientación etc.
2.- Demanda inicial, motivo de la demanda. Entrevista Familiar. Análisis de la
Demanda: ¿de qué se queja?, ¿quién se queja?...
3.-Anamnesis y Entrevistas preliminares. Antecedentes familiares, personales,
exploración física y psicopatológica, pruebas complementarias (analítica, TAC, RMN, Rx,
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audiometría ECG, EMG, etc.), tests psicomotores, balance psicomotor, pruebas proyectivas
etc. Índices de estructura de personalidad.
4.-Sesiones Preliminares de Observación. (+-3-4…) Observación de índices
significativos de expresividad somática (corporales) y emergentes semánticos (verbales), en AME
(actividad motriz espontánea) y situaciones concretas, pulsionales, fantasmáticas,
sensoriomotrices… como en verbalización espontánea (asociación libre)
5.- Impresión Diagnóstica e Hipótesis Clínica (eje sincrónico) preliminar:
Proyecto Clínico. Articular las diferentes informaciones adquiridas. Prescripciones clínicas
y/o terapéuticas en Equipo o con otros especialistas. Devolución a los padres con las
propuestas del plan terapéutico…Comienza la terapia.
6.-Sesiones Iniciales de Observación. Una observación más afinada con estructura
de sesión. Análisis de la expresividad del niño y de la relación que establece con el terapeuta.
Vínculo relacional: cómo se consigue este, índices para ver que esta relación se modifica:
empatía, transferencia y resonancias tónicas.
6.- Elaboración de la Hipótesis Terapéutica (eje diacrónico, inicial). Índices de
Estructura Psicomotriz. Hipótesis, objetivos y dirección del tratamiento a partir de la
anamnesis, las entrevistas preliminares y la información de las sesiones preliminares e iniciales.
7.- Tratamiento
-Fase Inicial: 3, 4 sesiones. Desarrollo de la terapia.
-Fase Media: análisis, Reformulación de la Hipótesis Terapéutica. Cada cierto
tiempo, revisión de la hipótesis y cómo esta se transforma. También recogemos cómo
evoluciona fuera de la sala. Posible reformulación de la Hipótesis Clínica según la
evolución global. Un tratamiento implica reformular las Hipótesis clínica y Terapéutica
periódicamente, estableciendo conexiones entre lo mostrado por el paciente y los efectos de las
intervenciones del terapeuta.
-Fase Final: Como finalizamos la intervención o como seguimos el tratamiento a
partir de las Hipótesis. Quien demanda el alta. Cómo evoluciona fuera de la sala y su entorno.
Como preparamos la despedida.
Veamos a continuación, de manera más pormenorizada algunos de los elementos
clínicos.
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3.- Proyecto clínico. Entrevistas previas: la Anamnesis.
Como se ha enunciado abogamos por poner al paciente en el centro de su proyecto
clínico. Pero, sin duda, la consistencia de dicho propósito dependerá tanto de la idea previa, del
esquema conceptual que se tenga de partida, como del tipo de trastorno subjetivo que presente y el remedio
que se sugiera.
Aclarado esto, cada paciente contará con una Historia Clínica personal donde se reflejen
tanto los orígenes como el curso de su enfermedad. Haciendo constar quiénes serán sus
referentes clínicos y terapéuticos1. Como en toda historia clínica que se precie figurará: una anamnesis,
las exploraciones (físicas, psicopatológicas y complementarias), una orientación diagnóstica, orientación
pronostica, el tratamiento, la evolución y su epicrisis.
Un psicomotricista, antes de hacerse cargo de un paciente deberá realizar una
anamnesis rigurosa tendente a explorar y valorar si está indicado, o no, su inclusión en un
grupo psicomotor. Dichas entrevistas preliminares pueden ser variables en número y duración.
Para ello, tendrá que recabar los datos previos disponibles, no tanto en cantidad como en
relevancia subjetiva. Simultáneamente, de este tiempo dedicado a recabar información nacerá la
posibilidad de instaurar una alianza terapéutica que tomará, más tarde, forma transferencial.
La Anamnesis (Vallejo Ruiloba, 2008: 10) del paciente deberá constar de: filiación, motivo
de consulta, la enfermedad actual, los antecedentes personales (físicos, psíquicos y consumo de tóxicos)
así como los antecedentes familiares. De entrada, los datos recabados vendrán recogidos en la
imprescindible anamnesis evolutiva, neurológica, cognitiva y relacional. Tampoco desconoceremos las
informaciones aportadas por los antecedentes previos, el centro escolar, así como las pruebas
complementarias e informes sanitarios. Las entrevistas parentales y con el paciente a solas, darán pistas muy
valiosas. Es a partir de ahí cuando pueden comenzar las observaciones diagnósticas. Por lo tanto, se
requiere una patografía psicobiográfica rigurosa, donde se analicen las tesituras y acontecimientos
vitales desencadenantes, junto con una visión de conjunto, sumado a una correcta asignación
nosológica sea a nivel psicopatológico o estructural.
1 No necesariamente deben ser los mismos. De hecho, sobre todo cuando hablamos de trabajo en
instituciones, casi es preferente que no lo sean. Si el primero tiene una visión de conjunto, articulada y en el tiempo. El segundo puede ceñirse a lo que sucede bajo su encuadre, aunque luego se converse en el equipo terapéutico.
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Todo lo anterior, junto con las observaciones preliminares en sala, va a conducir a la
elaboración de una hipótesis clínica y diagnóstica preliminar, que cuente con indicaciones de tipo
etiológico (orígenes), como patogénicos (mecanismos desencadenantes, mórbidos y restitutivos). Lo
que comportará una recomendación que oriente la cura y que se va a concretar en la dirección del
tratamiento y los abordajes terapéuticos que se propongan, tendentes a la estabilización o suplencia
de los mecanismos subjetivos implicados (Aucouturier, Darrault y Empinet, 1985).
Sin embargo, dicho proyecto clínico hipotético, reformulable en todo momento, tampoco
podrá desconocer algunos aspectos constitutivos del tratamiento: como la propia familia, la
transferencia, el impacto sobre el contexto, la duración, el pago o el posible final de la cura. Nuestra personal
experiencia clínica, nos indica que las mayores transformaciones subjetivas no necesariamente
son debidas a una profusión de medios, material y programas. A partir del análisis del motivo de
demanda, de los antecedentes, de la exploración de la situación actual y del proyecto clínico y terapéutico ya
podremos hacernos con una opinión previa. Para ello, habremos de atender a la pertinencia de
dicho abordaje mediante la conversación o sesión clínica, dentro del equipo, para elaborar un
proyecto individualizado, tomándose el tiempo que sea menester para cotejar la efectiva
inclusión en el grupo, el trabajo familiar, social y en red etc. Etapas estas que es mejor no
precipitar.
4.- Construcción de la Hipótesis Terapéutica.
Conocemos que el análisis psicomotor viene a evitar justamente aquello que el diagnóstico
médico provoca. De un lado, la cosificación del signo neuromotor que ignora lo que de psico tiene la
relación de un sujeto a su cuerpo con la posible etiquetación del enfermo y peor aún, su
estigmatización. Y, por otro, que la noción diagnostica, máxime la contemporánea se basa una
clínica de la mirada al situarse a la búsqueda de una evidencia objetivante o estadística que
pretende ser instantánea y transversal, donde queda desatendida toda alusión a la posible
etiología y patogenia particular: como empezó, como respondió y como se arregló el sujeto con
su sufrimiento. De ahí que la Practica Psicomotriz orientada psicoanalíticamente, opera por
medio de una subversión de los tiempos. Es en el después, en el a posteriori, el apresa-cup, de lo
observado y escuchado donde el síntoma puede alcanzar el sentido de un antes que modifique
las significaciones fijadas.
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Sabemos, también, del ambiguo estatuto del síntoma psicomotor. Si de un lado el
síntoma es una formación sustitutiva (“quiere decir algo”), esto es, de compromiso entre el
principio del placer -inconsciente y pulsional, y el principio de realidad-consciente y simbólico-;
justo es también una satisfacción sustitutiva (“sirve para algo”), una satisfacción que llega a ser,
incluso, displacentera pero que puede sostener fantasmáticamente al sujeto en el mundo
cumpliendo alguna función u otorgándole cierta identidad.
Para entendernos de manera más didáctica, vamos a distinguir entre la observación y la
escucha, sabiendo de su indisociabilidad más radical. No existe la una sin la otra. Y juntas,
dialécticamente, nos darán algunas pistas para elaborar una hipótesis ajustada al alumno o
paciente. Es obvio recordar que una habilitación técnica en la observación y la escucha de nada
servirán si no parte de la experiencia de una formación personal que facilite tomar distancia y
elaboración de las proyecciones subjetivas invadentes, y que pueden distorsionar el curso de la
terapia corriendo un evidente riesgo de provocar auténticos efectos de iatrogenia psicomotriz.
4.1.-Nivel de Observación. La Expresividad Somática.
Para ello, tal y como enuncian Aucouturier, Darroult y Empinet (1985), acentuaremos
ciertos datos demostrativos, expresivos, que por su carácter semiótico interno pueden resultar
evidentes signos psicopatológicos. Veamos:
1.-Una vez en la sala, este primer nivel y tiempo vendrá dado por las observaciones
preliminares, que corresponden al nivel Descriptivo de la sesión, cuyo resultado es un relato como
si de un texto desplegado se tratara. Sin entrar en detalles, se trata de propiciar un tiempo de
juego espontaneo (AME) durante varias sesiones, en la que el niño-a pueda expresarse lo más
libremente posible. Y también en situaciones concretas, pulsionales, fantasmáticas,
sensoriomotrices: destruir, esconderse, saltar, equilibrarse, construir...
2.-Nivel segundo, el Discursivo: compuesto por un análisis de las secuencias y
subsecuencias de la sesión de práctica examinando los parámetros de expresividad (espacio, tiempo,
material, relaciones con los otros, relaciones consigo) que resulten significativos.
3.-Luego extraeremos un tercer nivel, el Narrativo. En este, se conjugan dichos
parámetros. Dicha síntesis nos dará una serie de índices, indicios, llamativos que nos permitan
determinar un perfil psicomotor, un retrato personalizado, una suerte de argumento de la acción,
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es decir, la manera como un sujeto manifiesta su globalidad corporal, imaginaria, simbólica y
real de manera transversal y sincrónica, en el aquí y ahora, de lo que Hace y Dice.
Pero ¿en qué nos fijaremos? ¿Cómo proceder con este proceso de Síntesis?.
Valoraremos tasto los aspectos “positivos” como los “negativos”, su deseo como su falta, sus
excesos como sus objetos...
A.-Rasgos específicos de expresividad: sensoriomotriz, simbólica, representativa, relacional.
Qué es lo más propio de este niñ@ cuando juega. Sus habilidades, sus destrezas, lo que
muestra a ver, lo que le caracteriza como rasgo singular y propio a niveles de expresividad y de
relación.
B.-Las producciones. Entendiendo como tal las consecuencias, concluidas, de sus actos y
acciones: un juego, un dibujo, una construcción, una representación, una manifestación sonora
etc.
C.-Las repeticiones. Las repeticiones, sobre todo aquellas que reflejan una evidente
compulsividad durante el juego del niño son algo muy a tener en cuenta y aportan puntos
relevantes vinculados a su personalidad y manifestaciones. Y no necesariamente son de orden
patológico, antes bien, pueden reflejar una experiencia placentera que se revive sin cesar hasta
consolidar su inscripción yoica.
D.-Las fijaciones: mientras que en las repeticiones podemos constatar una secuencia
temporal, aunque no parezca evidente, las fijaciones sean espaciales, temporales, relacionales,
tónicas o representativas implican una detención del discurso psicomotor. Una congelación
que excluye toda otra actividad o acción: pueden indicar de manera bastante inequívoca un
sufrimiento o un encasillamiento fantasmáticos, o, en casos más graves, la irrupción de un goce
masivo, fruto de posiciones ligadas a una no-estructuración corporal.
E.-Las impulsiones: son los denominados pasos al acto. En todo acto, se ha dicho, se
suspende el pensamiento. Piénsese en el acto artístico, el acto sexual o también, el acto
psicomotor. Las impulsiones, aparecen bajo las especies de conductas disruptivas, trastornos del
control o manifestaciones de tipo pulsional: agresión, destrucción, el acto violento o la
devoración; que no llegan a ser jugadas, dramatizadas o simbolizadas sino directamente
actuadas más allá de toda ley contenedora. Denotan, pues, una ausencia de instauración o
transgresión de determinados límites simbólicos dejando al arbitrio de lo real el retorno del
goce en toda su crudeza.
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F.-Las inhibiciones: son descritas como un no atreverse, no ser capaz de ejecutar una acción
a pesar de quererla, por algún tipo de temor angustiante. Consisten en una dificultad para pasar
del pensamiento, del proyecto o la fantasía a la acción o actividad. Junto con la rumiación, la
duda, la culpa, la rigidez, la procastinacion (postponer) o la deuda, podemos encontrar
inhibiciones ligadas a cierta sintomatología obsesiva aunque también puedan estar presentes en
otros malestares. Las inhibiciones dan pistas acerca de una cierta fragilidad corporal y, por tanto
son más bien del orden yoico (S. Freud, 1926).
G.-La omisión. Una omisión no es mismo que una negación: donde lo enunciado es un
claro: esto no lo quiero hacer...En la negación hay una voluntad decidida, un esfuerzo, aunque sea
inconsciente en relación al propio deseo y al del Otro (“no quiero para mí lo que tú quieres que
yo quiera”). En ese sentido, las negaciones, así como ciertas mentiras o trampas infantiles
pueden revelar una capacidad de juego social con el Otro que traduce un evidente dominio y
manejo simbólicos. Visto así, una negación no es más que una afirmación disfrazada. Diferente
cuestión sucede cuando detrás de una negación lo que se esconde es una oposición negativista,
desafiante o una provocación, como mensajes al Otro.
Cuando hablamos de omisión venimos a referirnos a la denegación o la evitación. Señalamos
acá justamente, aquello que no se hace o dice, lo que se echa a faltar, lo que no se quiere ver y lo que
no se encuentra, por olvidado. Es lo que podemos nombrar como los silencios (psico)motrices ante
determinadas actividades: lo que se hecha a faltar en su expresividad sensoriomotriz o
representativa que, como es lógico, corresponderá al a posteriori de un cierto tiempo de acción.
Las omisiones, no necesariamente tienen porqué suponer un signo patológico o de dificultad:
pueden deberse a una simple cuestión del tiempo necesario para desplegar o hacer evolucionar
su creatividad, espontaneidad o madurez psicomotriz. Pero, a veces, hay silencios o secretos
que llaman mucho la atención: pueden haber omisiones muy significativas e incluso
ignorancias muy intencionadas...
H.-Por último, el lapsus psicomotor: Fue J. Defontaine (1982) y J. Le Dú (1985), al menos
desde nuestras referencias, quienes hicieron alusión a él en concreto. El lapsus no consiste en
un paso al acto. Más bien remite al acting-out, que describe S. Freud, a la irrupción, la intromisión
del inconsciente simbolizado en una acción. Una acción que como formación del inconsciente,
llama a su interpretación. El lapsus, el olvido, el equívoco, el acto fallido, las homologías y
homofonías etc., también tienen su contribución a la expresividad somática y estructura
psicomotriz, en tanto significantes de la historia de un sujeto traducida al cuerpo.
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4.3.-Nivel de Escucha. La Emergencia Semántica.
Si un sujeto manifiesta tanto corporal como verbalmente, su propia condición justo
habrá que tenerle en cuenta no solo lo que hace, cómo y porqué lo hace; sino lo que dice, cómo y
porqué lo dice. Dichos y hechos son manifestaciones, conscientes o inconscientes, de una historia
particular que le es propia y que puede ser contada o proyectada bajo formas sensoriomotrices,
representativas o verbales. Y ambos, el juego y la palabra, la acción y la dicción, se constituyen
sobre una similar estructura simbólica. Al relato hablado, a la síntesis de la verbalización
desencadenada tanto por las actividades sensoriomotrices o representativas actuadas como por las asociaciones
libres que surjan a partir de cualquier motivo, desde una enunciación singular, lo denominamos: emergencia
semántica2.
En la escucha de la estructura psicomotriz van a contar las palabras utilizadas, mientras se
actúa en el interior de la escena psicomotriz; cuentan también aquellas que dan sentido o
aportan significantes, muchos de ellos privilegiados, únicos y genuinos. Y cuentan también
aquellas que se dicen en la otra escena, en el momento de sesión, sentados, verbalizando
dentro del dispositivo. Es por ello, que lo que denominamos emergencia semántica es el reflejo
de aquellos significantes o representaciones que comandaron sus elecciones subjetivas, y como
se organizó y articuló -de manera diacrónica, longitudinal- la relación de cada sujeto con el
lenguaje, en su armazón o edificio simbólico.
De manera tal que se procederá de modo idéntico al anterior análisis. Niveles de
descripción y análisis de los contenidos verbales, ateniéndonos: a las repeticiones, las fijaciones,
las impulsiones, inhibiciones, omisiones, lapsus, olvidos… etc. Este proceso puede
desembocar en la formulación sintética de los emergentes semánticos, simbólicos, propios:
históricos, afectivos y emocionales que marcaron y se encarnaron en el devenir de un sujeto
desde sus primeras relaciones. Los dichos más significativos, lo que cuenta y dice respecto a su
2 ¿Existe lo pre-simbólico? podemos preguntar, a modo de disquisición. La existencia de una lengua verbal y otra que no lo es, no implica que las dos no estén alienadas al Lenguaje bajo unas leyes que lo comandan, que son las del universo simbólico. ¿Hay algo de lo humano que no caiga dentro de la simbolización, aunque sea la de un par significante? (cu- cu!, dentro- fuera...). Si, en aquella estructura denominada autística, donde el lenguaje no pudo operar introduciendo con un primer corte, una diferencia o primera significantización. Pero que, sin embargo queda a la espera de consentir a su alienación. En ese sentido, no existe lo presimbólico en tanto tal: o se da o no se da.
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historia o sus teorías infantiles...No en vano y de manera similar, es el procedimiento empleado
por el propio psicoanálisis.
4.4.-Síntesis: Índices de Estructura Psicomotriz.
El hecho de que los índices somáticos y semánticos seleccionados, en general sigan
pautas similares o congruentes confirma lo que hemos venido insistiendo: que el hacer y el
decir, aunque con especificidades propias, son caras de un mismo discurso.
Como resultado del análisis de la expresividad somática y la emergencia semántica -de los
hechos y dichos de un sujeto- ante una experiencia vivida en la escena psicomotriz y fuera de
ella, vamos a contar con ciertos indicios, rasgos, trazos y emergentes de estructura psicomotriz, señales
de la (im)posible globalidad corporal de un sujeto, a niveles tanto manifiestos o conscientes
como latentes o inconscientes; verbales o no verbales y actuales o longitudinales, históricos.
Llegados a este punto, suele llamar la atención la enorme coherencia -no podría ser de otra
manera, ya que se trata del mismo sujeto- en esta reducción a varias frases, que, cual radiografía,
describen lo más genuino de alguien en su juego, en sus decires y en sus producciones.
Articulación que como sabemos no es cualquiera. Pero que, a su vez, nos permite fijarnos en
las incoherencias, en las posibilidades o imposibilidades y también en las contingencias y las
paradojas encontradas en el análisis discursivo de determinado sujeto. Sabremos, en
consecuencia, de los acuerdos –o desacuerdos- posibles que se da entre el hacer y el decir de
alguien cuando algo se pone en juego.
Índices significativos. Pongamos atención cuando aludamos a estos índices y acentuemos
lo de indicio, lo aproximativo o alusivo en tanto significación dada, ya que como tal hay que
tomarlos. Pero que son los que permiten componer un determinado perfil psicomotor de un
sujeto, es decir, la enunciación de lo más significativo en la interrelación global de las diversas
esferas, en alguien. Ahora bien, dicho proceso, digamos deconstructivo, no puede excluir al
divino detalle, tan caro a Freud. En el acting de pasada, en la alusión velada, en el lapsus
psicomotor, en el equívoco rectificado o en la homofonía verbal, encontraremos la irrupción
del inconsciente puesto en acto. Al terapeuta le corresponderá tomar cumplida nota de esta
otra escena como un significante que se ofrece a su señalamiento e interpretación. Pero no es
menos cierto que no hay signos inefables de verdad en lo que al cuerpo y al inconsciente
corresponde. No existe el signo patognomónico en lo que a la expresividad se refiere: en el sentido
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médico de una equivalencia patológica certera. En ese sentido, tanto el cuerpo como la palabra
son portadores de su verdad... y de su mentira. En psicomotricidad no existen, por mucho que
se desee, los índices objetivamente evidentes que señalen la causa de un malestar o síntoma. Y
que son las que nos permiten hablar de cuadros clínicos del tipo de inestabilidad o inhibición
psicomotriz (De Ajuriaguerra, 1987 y 2000). Al igual que en psicopatología o psiquiatría de la
diferentes estructuras de la subjetividad: neurosis, perversión, psicosis o autismo; junto con su
sintomatología: neurosis obsesiva, conversión histérica, fobia, esquizofrenia, psicosis maníaco-
depresiva...
4.5.-La Hipótesis Psicomotriz.
Una Hipótesis psicomotriz Terapéutica tal y como lo entendemos, es una construcción, una
explicación psicológica, así lo definía B. Aucouturier, que, bajo un modelo psicodinámico
permite dar cuenta de cómo y por qué fue causado determinado malestar o dificultad, en
alguien que sufre. Como se ha dicho, una hipótesis es un intento de re-construcción, a
posteriori, de un futuro anterior siendo elaborada de manera inductiva, longitudinal y partiendo
de la concatenación lógica dada por los análisis de la observación y escucha de un sujeto en su
acción y palabra. En la medida que una hipótesis es un intento explicativo sostenido teóricamente que
permite hacerse con una composición etiológica, patogénica y diagnóstica del sujeto; es por lo que se pude
proponerse ciertas directrices en aras de orientar las propuestas de intervención.
Recordamos, fundamentalmente, los dos ejes: un eje longitudinal y diacrónico, que también
nombramos como: de escucha. Y un eje, transversal y sincrónico: o de la mirada. Al primero, lo
titulamos de emergencia semántica que corresponde a los decires del sujeto. El segundo, de
expresividad somática, está en relación con los haceres en la sesión. La síntesis de los parámetros
somáticos y semánticos aportan unos índices, indicios, significativos de Estructura Psicomotriz o
subjetiva que ayudan a determinar un perfil psicomotor, un retrato personalizado, sobre la manera
que un sujeto manifiesta su anudamiento y organización corporal. Retrato que es reflejo en el
aspecto somático, corporal, de una expresividad presente, en el aquí y el ahora de la escena
psicomotriz. Mientras que el semántico, nos retrotrae a una historia y a como esa historia,
presente, pasada o futura se ha podido narrar a lo largo de la sesión. Acá se trata de encontrar los
puntos de conexión, de coincidencia, de coherencia o no, entre lo que hace y dice, juega y habla. Para a partir
de ahí, seguir animando a la actividad motriz espontánea, el juego libre o la asociación libre, la
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palabra que permitan elaborar y expresar aquello latente de lo que el síntoma fue su cara
manifiesta.
Una hipótesis que se precie, tiene intención subjetivante, es decir, afecta a la persona en
su recorrido histórico y corporal. Son los puntos de definición y señalización, los faros, que
componen el relato del sentido que podemos dar a una historia que se manifiesta, y de la que el
sujeto partió, a la búsqueda de sus propias producciones. Entendida así, una hipótesis emite una
luz para el terapeuta indicando una dirección durante cierto tiempo. Pero una hipótesis, a pesar de que
intente articular la práctica con una teoría que la sostenga y le dé sentido, justo por eso, no puede
tener vocación de totalidad. Simplemente porque no existe la teoría total es por lo que una hipótesis
toma su arranque en la imposibilidad epistémica de la univocidad sujeto- objeto. Con lo que no
puede, ni debe, explicarlo todo, siendo enunciada de manera provisional y transitoria y susceptible
de revisión a poco que varíen sus Índices a lo largo del tratamiento.
Ligado a esto, los conceptos referenciales y operativos de nuestra tecnicidad -que no habría que
descuidar- permiten mantener dicha relación entre lo que la práctica nos muestra y un modelo
teórico que la sostiene para poder dar cuenta lógica de una verdad personal inconsciente a
tratar.
El psicomotricista es capaz de referir los comportamientos y la evolución del niño a teorías
psicológicas en la medida en que las haya integrado. La empatía tónica consiste en una
sensibilidad más aguda para las modificaciones tónico-emocionales del niño que, por
medio de ajustes, favorece el dialogo tónico (Aucouturier, Darrault y Empinet, 1985:
265).
Por lo que respecta a la Práctica Psicomotriz, en nuestra línea, deberemos recordamos
alguno de estos pilares. Para ello, tenemos la teorización de las angustias arcaicas o primitivas de
B. Aucouturier (2004, cit. Haag3), que nos resulta muy eficaz a la hora de poder conducirnos en
nuestra ayuda: nos referimos a las definidas como angustias de licuefacción, caída, de hemicuerpo, y
despellejamiento. Tampoco podremos dejar de lado los conceptos referidos a la pulsionalidad, los
engramas de acción-interacción-transformación facilitadores de cambio o todo el último desarrollo
aucouturiano (2004) en torno a los fantasmas originarios y de acción y su representación, bajo los
3 En: http://www.genevievehaagpublications.fr/category/moi-corporel/
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subsecuentes esquemas de acción. Asimismo, atenderemos a las resonancias tónico-emocionales
reciprocas como índices intersubjetivos muy a tomar en cuenta en la conducción de una cura.
Por lo que afecta al manejo, como se ha visto, no descartaremos las formalizaciones clínicas y
las provenientes de la psicopatología, las terapias grupales o las del propio psicoanálisis.
Pero no olvidemos que la finalidad de una hipótesis que se precie, es la de tomar una
determinada táctica en la orientación e intervención, frente a un alumno o paciente. La hipótesis, aporta (al
igual que un mito) un sentido sobre los orígenes y entonces, sobre el posible destino de una
persona. Sugiere e indica que caminos a tomar, desbroza el terreno y acentúa lo verdadero de
cada cual, marcando una dirección y una línea de intervención en aquellos aspectos sobre los
que incidir. A fin de cuentas, una sala de ayuda no deja de ser un lugar de encuentro contingente, que
posibilita una nueva forma de situarse frente a las propias determinaciones: “Lo que habré sido
para lo que estoy llegando a ser”, enunció J. Lacan (1990 en “Función y Campo de la Palabra y
del Lenguaje”).
Sin embargo, este constructo hipotético por efímero y contingente que sea no debe
librarnos de ser lo más rigurosos y coherentes que podamos. Será dicho rigor teórico-clínico el
que otorgue a nuestra práctica y por ende a nuestra profesión, la dignidad epistémica y laboral
que se merece.
5.- Evolución del tratamiento: la dirección de la cura. Coherencia terapéutica.
Supervisión.
Anteriormente hemos detallamos la manera de proceder para elaborar una hipótesis, que
nos informe a la hora de tomar en cuenta la posición subjetiva del paciente respecto a su
historia y su actividad, en la acción terapéutica: en tanto se pueden proponer algunas líneas
directrices para orientar el acompañamiento. En la dirección de la cura, entontes, a partir de la
expresividad y estructura psicomotriz debemos calcular la estrategia para modificar la posición
de alguien; pues la propia hipótesis, a fin de cuentas, no nos habla sino de cómo un sujeto en
un tiempo histórico concreto pudo ensamblar lo propio constituyente: real, simbólico e
imaginario.
Por lo tanto y en la medida que la hipótesis va modificándose a lo largo del tratamiento, dicha
evolución no deja de afectar al proyecto clínico y terapéutico individual. En el segundo, desde
el cambio dentro del grupo psicomotor. Y sobre el primero, constatando de manera fehaciente
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los efectos que otros abordajes tienen sobre el sujeto, y como un encuadre como el nuestro ha
producido alguna transformación sobre las esferas de la vida de alguien. De esta manera,
resulta básico no ceñirse al mero análisis de lo sucedido dentro de las sesiones, con cada paciente el
grupo. Dentro de la propia coherencia institucional, entonces, deberá estará inserto el
procedimiento que facilite y anime sesiones clínicas o de revisión donde los especialistas
implicados puedan conversar a partir de sus respectivos abordajes: sociales, grupales,
familiares, psicofarmacológicos, individuales, ocupacionales, educativos etc.
De lo que se trata, resumidas cuentas, es de ir verificando permanentemente nuestra propia
hipótesis, es decir, ir ajustando y reformulando la evolución del tratamiento con los objetivos
iniciales que se trazaron para el sujeto. Es en esa interrelación continua entre teoría y práctica
pero sobre todo, entre las manifestaciones subjetivas concretas de cada paciente y nuestra
composición clínica, donde se juega la partida, apasionante al fin, de la evolución del
tratamiento4. Será en este camino nunca recto, plagado de avances y retrocesos, detenciones y
progresos, de dudas y de certidumbres progresivas donde la labor terapéutica adquiere su
sentido, tanto clínico como ético. Pues a una cuestión ética remite el hecho de poder sostener,
sin desfallecer, el máximo operador de la cura: el deseo de cada uno en su práctica terapéutica.
Dicho lo cual, un practicante no está solo. Ni como sujeto, ni como profesional. Es ahí
donde el tercer pilar formativo, la práctica misma, pone a valoración su trabajo.
El control o la supervisión (mejor: “superaudición” que diría J-A. Miller), son dispositivos
ampliamente extendidos entre aquellas prácticas clínicas de seriedad y eficacia probadas.
Consiste en una propuesta, por fuera del dispositivo terapéutico, donde el profesional se dota
del tiempo necesario donde hablar de su intervención de manera distendida, de sus
dificultades, de sus resonancias afectivas, sus detenciones y progresos etc. con alguien que,
desde una posición neutra pueda señalar los puntos técnicos o tácticos que deciden un avance
o extravío posibles. Este espacio de supervisión, que es distinto al análisis de la práctica cotidiana
entre colegas, a su vez, permite poner de manifiesto aspectos fantasmáticos del practicante que
4 A menudo, deberemos cambiar radicalmente la composición que nos hemos hecho; en otras
ocasiones, tendremos que ser nosotros quienes tengamos que intervenir enérgicamente para enderezar tal o cual aspecto del tratamiento. O incluso, lo que sucede muy a menudo, deberemos estar muy atentos a la irrupción de ciertas variables que alteran de manera aparentemente inexplicable el curso del tratamiento, p.ej. cuando se da un cambio de medicación, una mudanza de institución, una externalización etc.
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actúan como lentes deformantes e impiden ver con claridad lo que de otra forma se presentaría
nítidamente.
Este momento privilegiado, por su carácter enriquecedor y confidencial que es el de la
supervisión, en numerosas ocasiones remite tanto a una formación permanente a niveles de teoría o
la práctica, como al análisis personal del propio profesional. Por supuesto esto que es una
recomendación, se convierte en una conminación cuando tratamos con patologías mentales
graves, dado el carácter angustiante que puede revestir el trabajo continuado con las citadas
patologías.
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José Ángel Rodríguez Ribas
Médico. Psicoanalista. Psicomotricista. DEA y Doctor en Psiquiatría (USE). Miembro de la
Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP.
París). Formador en Práctica Psicomotriz ASEFOP (Bruselas). Profesor Ftad. Ciencias
Actividad Física. Univ. Wales/EADE (Málaga). Formador en la AEC Psicomotriu (Barcelona).
Director del Experto Universitario en Psicomotricidad (MEDAC/UI1/AEC/ASEFOP).
Coordinador del Área de Psicomotricidad de la Fundación CIP (Málaga). Codirector curso:
Psicoanálisis y Sociedad Contemporánea (CFP/USE). Investigador Grupo: ”Sujeto,
sufrimiento y sociedad”(HUM. 018). Miembro del Comité editorial de las revistas: Desenvolupa
(ACAP), Haser, Entrelíneas (APP) y Differenz. Miembro de la: Asociación Profesional de
Psicomotricistas (APP), Asociación para la Expresión y la Comunicación (AEC), Asociación
de Estudios Humanísticos (AEH) X-XI, Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN),
Sociedad Española de Medicina Psicosomática (SEMP), y de CORPUS (International group for the
cultural studies of the body).
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este texto y su diseño gráfico sin citar la fuente de
procedencia:
Rodríguez Ribas, J. (2016). Estructura clínica del proceso terapéutico en la Práctica Psicomotriz.
Extraído de http://www.revistadepsicomotricidad.com/2016/04/estructura-clinica-del-
proceso.html el (Fecha de extracción)
www.revistadepsicomotricidad.com agradece públicamente a José Ángel
Rodríguez Ribas por enviar este artículo desde Sevilla, España.