estudios agrarios · 2006-03-05 · desempeñó en la procuraduría agraria dejó un recuerdo...

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Estudios Agrarios

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Estudios Agrarios

ESTUDIOS AGRARIOS

PROCURADURÍAAGRARIA

ESTUDIOS AGRARIOS Año2, núm.5. Octubre-diciembre 1996

DIRECTORIO

Procurador Agrario Froylán Hernández Lara

Secretario General Fabio Tulio Zilli Viveros Director General de la Unidad Coordinadora de Delegaciones Luis Hernández Palacios Contralor Interno José Ángel Lozano Director General de Quejas y Verificación Armando Herrera Cuervo Director General de Programación y Organización Héctor Luna de la Vega Director General de Administración Santiago Mota Bolfeta

Subprocurador General Francisco Ramos Bejarano

Coordinador General de Programas Prioritarios

José Rafael Minor Molina

Coordinador de Asesores Álvaro Urreta Fernández

Director General del Procede

Eduardo Alviso Rentería

Dirección General de Estudios Agrarios Bárbara Délano Azócar

Director General de Asuntos Jurídicos

Celso Bailón Díaz

Director General de Organización y Apoyo Social Agrario Federico Seyde Meléndez

Consejo Editorial Froylán Hernández Lara, Presidente; Francisco Ramos Bejarano, Vicepresidente; Fabio Tulio Zilli Viveros, Vocal; Álvaro Urreta Fernández, Vocal; Luis Hernández Palacios, Vocal; José Ángel Lozano, Vocal; Bárbara Délano Azócar ( ), Secretaria Técnica. Dirección y Redacción Dirección General de Estudios Agrarios PORTADA La nube, Gerardo Murillo (Dr. Atl) Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Museo Nacional de Arte. FOTOGRAFÍA Francisco Cruz Estudios Agrarios, Revista de la Procuraduría Agraria es una publicación que esta institución edita en forma trimestral. Certificado de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo Núm. 003330/95. Certificado de Licitud de Título Num. 9107. Certificado de Licitud de Contenido Num. 6427. Distribuida por !a Procuraduría Agraria. Editor responsable: Fabio Tulio Zilli Viveros. Las opiniones vertidas en los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de sus autores y no reflejan necesariamente el criterio editorial de la revista. Ésta se reserva el derecho de modificar los títulos. Los artículos sin firma corresponden al equipo de redacción de la Dirección General de Estudios Agrarios de la Procuraduría Agraria. Toda reproducción total o parcial deberá mencionar la fuente. Precio de venta al público: $30 La correspondencia debe dirigirse a:

Dirección General de Estudios Agrarios Revista Estudios Agrarios Procuraduría Agraria Motolinía 11, Col. Centro, C.P. 06000, México D.F. Teléfono 237 90 36 Fax 52l 80 34 Comutador 521 85 00 al 09 ext. 428/429/430 E-mail [email protected]

DR © 1996. Procuraduría Agraria Motolinía 11, Col. Centro, C.P. 06000, México D.F. ISSN 1405-2466 Esta edición consta de 2000 ejemplares y se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 1996 en Talleres Gráficos de México, Canal del Norte N° 80, Col. Felipe Pescador, México D.F.

Índice

Editorial

7

Análisis ¿A dónde va la Huasteca?

Agustín Ávila 9

Presencia de la mujer en el campo mexicano Alejandra Valenzuela Héctor Robles Berlanga

31

Las familias rurales ante las transformaciones socioeconómicas recientes

Paloma Bonfil Sánchez 64

La tierra ejidal en México: ¿mercancía u objeto social? Emmanuelle Bouquet

79

Los dilemas de la reforma agrícola contemporánea Magda Fritscher Mundt

105

Foros México hacia la Cumbre Mundial sobre la Alimentación

126

Acciones de la Procuraduría Agraria La solución de un conflicto agrario mediante la conciliación

Judith Angélica García Kavanagh 129

Experiencias La chinampería actual en el Valle de México-Xochimilco

Beatriz Canabal Cristiani 133

Ejidos, pueblos indios y desarrollo sustentable Luis Felipe Crespo Oviedo

149

Política Sectorial La reforma agraria, eje de una nueva política

y bienestar para el campo Arturo Warman Gryj

171

Biblioagrarias 178

Editorial

studios Agrarios desea dedicar este número a alguien que ya no está con nosotros. Bárbara Délano Azócar, Directora General de Estudios Agrarios, partió para siempre en su último viaje el 2 de octubre. El

océano Pacífico, frente a la costa peruana, le sirve hoy de última morada. Chilena de origen, hizo de México su segunda patria desde que llegó por primera vez en 1974. Poetisa temprana, más tarde socióloga por la Universidad Nacional Autónoma de México, puso energía y pasión en todo lo que emprendió, de lo que da fe esta publicación que desde su fundación mucho le debe por el esmero con que contribuyó a preparar cada edición. Durante los cuatro años en que se desempeñó en la Procuraduría Agraria dejó un recuerdo imborrable en los que trabajamos con ella, que es el que hoy nos inspira para continuar con nuestro propósito de hacer de este medio cada día algo mejor.

E

El análisis del sector rural nacional e internacional es el principal motor de este espacio. Los autores que en esta ocasión hacen uso de la tribuna de Estudios Agrarios tienen como común denominador su interés en la regularización de la propiedad social que promueve la actual política agraria, particularmente en sus repercusiones al interior de los diferentes grupos que conforman el medio campesino.

Iniciamos este quinto número con el artículo ¿A dónde va la Huasteca? en el cual el antropólogo social Agustín Ávila lleva a cabo una reflexión sobre los problemas que enfrentan los pueblos que forman parte de la región Huasteca en la búsqueda y procuración de su desarrollo. A partir de la información generada por las diversas instituciones encargadas de brindar atención al sector agrario de este país, la antropóloga Alejandra Valenzuela y el maestro Héctor Robles, analizan el papel de la mujer como sujeto de derecho agrario, su presencia en los diversos órganos de representación y su injerencia en el desarrollo productivo de los núcleos rurales. Por su parte, la historiadora Paloma Bonfil, basada en la descripción dinámica de algunas de las transformaciones que ha vivido el sector rural, señala

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la importancia de contar con un conocimiento real del campo nacional sobre la base de estudios que consideren su pluralidad y situaciones específicas. Emmanuelle Bouquet, investigadora especializada en la economía rural de este país, mediante un profundo análisis de las reformas de 1992 al marco legal agrario, describe los cambios que ha experimentado la propiedad social al acentuarse su carácter como bien económico. Desde una perspectiva internacional, la doctora Magda Fritscher explica la incorporación gradual de la agricultura mundial al libre comercio, profundizando en el caso de México.

Dos estudios de caso, de Beatriz Canabal y Luis Felipe Crespo, centrados en el Valle de México y en la región Tarahumara, respectivamente, describen problemáticas agrarias específicas y proponen soluciones a problemas de organización y desarrollo productivo que forman parte de la historia de ambas regiones.

Finalmente, el mensaje que el Secretario de la Reforma Agraria, Arturo Warman Gryj, pronunció en su comparecencia ante la H. Cámara de Senadores refleja el esfuerzo institucional que se está llevando a cabo para garantizar la seguridad jurídica para todas las formas de tenencia de la tierra, factor estrechamente vinculado con la recuperación y el desarrollo social del campo nacional.

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• ANÁLISIS •

¿A dónde va la Huasteca?

La reflexión sobre la cuestión indígena, dentro del complejo marco regional de la Huasteca,

puede extenderse a todo el país, y hace necesario —según el autor— replantear las políticas sociales dirigidas a los pueblos indígenas.

Agustín Ávila M. l presente ensayo intenta esbozar las tendencias de cambio social que en el escenario huasteco involucran a los pueblos indígenas y su problemática de desarrollo. Se trata ante todo de una reflexión que se nutre de combinar

la perspectiva académica y la experiencia operativa que durante las últimas dos décadas he podido alternar en la zona. De la óptica académica se apunta una bibliografía mínima. De la acción operativa vinculada a la implementación de planes y proyectos de desarrollo se desprenden una serie de experiencias que apuntan a una tesis central, a saber: el error reiterado por los agentes de promoción social, sean estos institucionales, religiosos o civiles, estriba en pensar que su tarea central es la de organizar a los indios, cuando en realidad, y como se pretende mostrar en el presente trabajo, si algo caracteriza a la organización social indígena es la eficiencia y alto grado de organización interna en la escala local o comunitaria. Es por ello que el resultado común de la acción externa (con sus mejores intenciones y venga de donde venga) es la duplicación, la sobreposición y

E

Agustín Ávila es investigador en la División de Asuntos Indígenas y Rurales en el Instituto Nacional de Solidaridad (Insol) y Secretario de Organización del Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales.

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• ANÁLISIS •

el desgaste en el plano de la organización, lo cual típicamente se traduce en conflicto. En resumen, la ausencia de un conocimiento etnográfico mínimo por parte de los promotores del "desarrollo", base de una visión fragmentaria y en el mejor de los casos folklórica, es fuente de paternalismo que al acompañarse de promociones exclusivas (cada cual con su figura asociativa y, sumado a esto, la figura de la administración y dependencia en turno) da lugar a una dispersión que para los pueblos indígenas implica confusión, duplicidad y desgaste innecesario. En un segundo plano nos interesa empezar a discutir aquello que podría enmarcarse más allá de lo simplemente agrario, lo que se tendría que empezar a conceptualizar como el desarrollo indígena, el cual, como premisa de inicio, debe partir de un reconocimiento efectivo a la comunidad indígena como forma de gobierno. El eje de la reflexión se sitúa en la caracterización de la costumbre comunitaria, en tanto forma de gobierno indígena vigente, con capacidad de vertebrar como actor principal la interlocución que desde la integralidad permitiría contar con una alta capacidad de resolución frente a los obstáculos que impiden un desarrollo cabal, en el nuevo marco de un reconocimiento a la pluralidad y la diversidad cultural en la que se asiente la nación. En el primer apartado, sobre la región, población y el medio ambiente, observamos que la realidad se aleja cada vez más de esa visión idílica de una tierra pródiga, cuya riqueza es en realidad una frágil abundancia tropical; se busca, pues, contextualizar el escenario huasteco, ubicando la presencia indígena y atendiendo al mito de la gran riqueza atribuida a esta zona. El segundo apartado comprende la caracterización de lo que hemos llamado el agotamiento de un sistema agrario, donde se marcan problemas estructurales del desarrollo indígena, tocando la problemática de los cultivos más importantes. Pero, como todo fenómeno, su comprensión más cabal requiere auxiliarse de la historia y ubicarse en su momento, de ahí que se atienda en el apartado tercero a la coyuntura de los años setenta, que marcó como etapa de estudio el presente y que sumada a los elementos anteriores nos presenta una comunidad indígena con un vigor insospechado para el observador común. El eje de exposición se nutre aquí

10

• ANÁLISIS •

de un repaso por los movimientos sociales y su papel en el desarrollo social y político de los actores individuales y colectivos.

Por último, trato de integrar los diversos elementos reseñados mediante la caracterización de la estructura de mando y gobierno en la comunidad, inserta en la problemática en la que aún se debaten numerosas comunidades indígenas de la región, a saber: la transición de la lucha por la tierra del movimiento agrario e indígena a la lucha por la producción. Pero sobre todo interesa mostrar la existencia de mecanismos comunitarios que es necesario fortalecer y considerar centralmente en la formulación de cualquier propuesta de desarrollo para la región, entendiendo también que el momento es crítico y que debe ser acompañado del reconocimiento de derechos indígenas, de autonomía y del instrumental necesario para reconstruir instancias organizativas de valor inestimable.

I. Región, población y medio ambiente

Para ubicar la dinámica indígena y su presencia geográfica en la Huasteca, valga señalar en principio algunos datos que son reveladores, a los cuales podemos agregar la descripción básica de algunos procesos sociales que nos permitan aclarar el rostro de su población y su problemática; adicionalmente, valga vincular dichos procesos a la historia reciente regional y al desarrollo de sus fuerzas sociales, económicas y políticas, a fin de establecer un tablero que permita esclarecer las tendencias futuras del desarrollo en la región, es decir, responder a la pregunta ¿a dónde va la Huasteca?

La Huasteca es una vasta región, con fuerte presencia indígena, que abarca zonas de tres estados del país: Hidalgo, San Luis Potosí y Veracruz. La región geográfica se ubica dentro de una de las grandes cuencas de nuestro país, la Cuenca Baja del Río Pánuco, y comprende desde las estribaciones de la Sierra Madre Oriental hasta la planicie costera que se junta con el Mar del Golfo en la desembocadura de sus grandes ríos, como el Pánuco. Vegetación y clima propios del trópico húmedo y seco dan lugar a una vegetación de selva y sabana, donde se registran subregiones asociadas a la sierra alta, la sierra media y la planicie

11

• ANÁLISIS •

costera, cada vez más alteradas por la acción implacablemente depredadora del hombre, particularmente por la ganaderización extensiva y los megaproyectos, como la zona de riego de Pujal-Coy. Sobre los habitantes de la Huasteca se debe señalar un primer dato medular, a saber, en la mayoría de sus municipios entre 50 y 90% de su población es indígena, particularmente en las subregiones de la sierra media y alta.1 Así tenemos que en los 10 municipios de la Huasteca hidalguense2 la población indígena náhuatl es en promedio mayor a 70%, mientras que en la Huasteca potosina, habitada por nahuas y huastecos o teenek, esta proporción, va de 50 a 90% en 123 de los 18 municipios de su porción huasteca. Por su parte, la Huasteca veracruzana comprende 44 municipios, región norte del estado, en 15 de los cuales prima una presencia multiétnica, en la que los indígenas representan entre 35 y 98% de la población total, según el municipio, y con la coexistencia de mestizos, nahuas, totonacos, huastecos, otomíes y tepehuas. La presencia multiétnica viene desde la época prehispánica, pero también es resultado de nuevos y recientes procesos de migración, luchas agrarias, colonización y de la creación de obras de infraestructura como los distritos de riego de Pujal-Coy, donde encontramos que en sus nuevos centros de población se registran hablantes de hasta ocho lenguas indígenas distintas. La notable presencia indígena en la región se convierte entonces en un dato y en un factor a considerar desde cualquier perspectiva, ya que implica lenguas, culturas, formas de organización social y un tipo de relación histórica de subordinación y exclusión por parte de la sociedad nacional.

1 Las referencias estadísticas sobre la población indígena en este trabajo son formuladas con base en los

datos proporcionados por: Los indicadores socioeconómicos de los pueblos indígenas, INI, México, 1993.

2 San Felipe Orizatlán, Jaltocan, Atlapexco, Yahualica, Huejutla, Huautla, Xochiatipan, Huazalingo, Lolotla y Calnali.

3 Aquismón, Tancahuitz de Santos, Coxcatlán, Huehuetlán, San Antonio, San Martín Chalchicuatla, Tamazunchale, Tampacán, Tampamolón, Tanlajás, Axtla, Xilitla.

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• ANÁLISIS •

Municipios con 30% y más de densidad de población indígena estimada

Fuente: Embriz, O. Amulfo (coord). Indicadores socioeconómicos de los pueblos indígenas de México, INI, México, 1994.

Municipios con 30% y más de densidad de población indígena estimada

Fuente: Embriz, O. Amulfo (coord.). Indicadores socioeconómicos de los pueblos indígenas de México, INI, México, 1994.

HidalgoPrimera lengua

Otomí

Náhuatl

San luis potosí Primera lengua

Huasteco

Náhuatl

Pame del sur

Lenguas indígenas con menosdensidad de poblacion

Chichimeca- Jonaz.13

• ANÁLISIS •

Municipios con 30% y más de densidad de población indígena estimada

Fuente: Embriz, O. Arnulfo (coord.). Indicadores socioeconómicos de los pueblos indígenas de México, INI, México, 1994. Ciertamente la Huasteca es, por lo común, asociada a la imagen mítica de la riqueza, a partir de la cual se dice que "si ahí una piedra se tira algo crece". La realidad dista mucho de esta imagen aún relatada por los huapangueros. Según lo reportan los especialistas del medio ambiente, la Huasteca se enfrenta hoy a la ruptura de su equilibrio ecológico. Está sujeta a un proceso de degradación irreversible, con la deforestación creciente de las partes serranas y la contaminación de las aguas en la mayoría de sus ríos. Todavía en 1959, los geógrafos escribían que "la sabana alterna con bosques silenciosos e imponentes, formados por árboles corpulentos" (Aldrete y Rivera, 1959), y la vegetación se podía calificar de selva alta perennifolia (Rzedowski, 1963). Pero en 1991 los ecólogos hacen una constatación aterradora: "la vegetación remanente consiste de árboles aislados, o fragmentos espaciados, sumamente alterados y sin una estructura generativa (...) y de hecho la selva tropical húmeda desapareció de la región por razones de perturbación antropogénica contemporánea" (Dirzo y Miranda, 1991).

Veracruz

Primera lenguaHuasteco

Maya

Náhuatl

Otomí

Popoluca

Tepehua

Totonaca

Zapoteco

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• ANÁLISIS •

La constatación anterior es relevante en tanto que las modificaciones del medio ambiente han afectado sensiblemente la base de reproducción social, económica y política de los campesinos de la región, en su gran mayoría indígenas, y por ello también han alterado las bases de su reproducción cultural.

II. El agotamiento de un sistema agrario

En esta región el esquema de desarrollo económico ha tocado los límites del agotamiento, pues al deterioro ecológico se deben sumar una serie de problemas que en conjunto han acarreado una descapitalización sin precedentes para la economía campesina y que se derivan de un proceso de globalización que parecería que no sólo no integra mecanismos de "modernización" o reinserción tecnológica, sino que apunta a procesos de retroceso tecnológico y descapitalización que pone en alto riesgo la viabilidad futura de la economía campesina. Los efectos de la depauperización se expresan en severos problemas de desabasto y en un proceso de comercialización bajo el dominio omnipresente de coyotes y agiotistas. El agotamiento del modelo se articula en torno a los siguientes factores: 1. Un patrón de cultivos definido por la presencia de monocultivos como el del

café, la caña para trapiches e ingenios, y los cítricos, lo cual genera una dependencia aguda de las fluctuaciones del mercado.

2. Niveles de rendimiento por debajo de los promedios nacionales en los cultivos comerciales de referencia.

3. Disminución en los rendimientos de los cultivos básicos, producto de la erosión y la falta de descanso para la tierra.

4. Precios de venta de los productos agrícolas que tienden a ser más bajos que los precios de producción, particularmente en producción de básicos, piloncillo y cítricos.

5. Dependencia del mercado exterior, donde se fijan los precios, en cultivos como el café, que hoy son más bajos.

6. Ciclo de cambios climáticos y fenómenos meteorológicos que en los últimos años han dejado a los productores sin cosechas completas y, con ello, a merced del agio.

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• ANÁLISIS •

7. Un mercado de trabajo crecientemente insuficiente para absorber a la mano de

obra joven. 8. La tendencia a que la actividad agrícola se vuelva más una tarea de recolección

que de cultivo. 9. Las unidades de producción, en su mayoría inferiores a las dos hectáreas, no

aseguran ya ni un empleo pleno ni ingreso suficiente para una familia. un10. Una creciente presión demográfica sobre la tierra que va de los 140 a los 250

habitantes por kilómetro cuadrado.

A todo ello hay que agregar un hecho constatado históricamente, a saber, que la región se puede caracterizar como de alta siniestralidad agropecuaria, por efecto de sequías, heladas, inundaciones o ciclones, pues en lo que va del siglo se ha registrado el paso de 101 ciclones por el área, y las heladas son recurrentes; baste recordar las más recientes, la de 1983 y la de 1989, cada una de las cuales perjudicó por un lapso de tres o cuatro años al cafeto. La última de estas heladas se combinó con la caída histórica de los precios del café a nivel internacional y con la desaparición del Instituto Mexicano del Café y de los precios de garantía, afectando alrededor de cincuenta mil cafeticultores indígenas que se calcula existen en la región.

La estructura del patrón de cultivos ha estado determinada por la apuesta a que el café o los cítricos eleven su precio gracias a caídas en la producción de Brasil o Florida, lo cual sólo ocurrió por un breve lapso, pues uno y otro han recuperado su capacidad productiva y se presume que hay sobreproducción mundial.

Más aún, la Huasteca es una región donde la infraestructura necesaria para incorporar valor agregado a la producción agrícola es prácticamente inexistente, sea por su ausencia —beneficios de café por ejemplo—, o por una estructura de intermediación adueñada plenamente de los procesos de comercialización. De ahí que se pueda estimar que muchos de los recursos que a través de la política social se entregan a los productores termina transfiriéndose al sistema de intermediación y usura, o bien a las agroindustrias que se ubican fuera de la región.

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• ANÁLISIS •

III. Los movimientos sociales y la estructura agraria

En la Huasteca la Revolución Mexicana no dio lugar a transformaciones significativas en la estructura agraria, ya que allí fue dirigida por rancheros y hacendados descontentos con el Porfiriato. Tampoco la reforma agraria posterior, ni aún la cardenista, tocó a las grandes propiedades de la región o atendió en magnitud significativa el reclamo de restitución de tierras a los pueblos. Efectivamente, en la región se empiezan a vivir profundos cambios en la década de los setenta, cuando se articulan distintos procesos que dan lugar a una coyuntura que desata la movilización campesino-indígena, coyuntura que se puede descomponer y caracterizar con base en los siguientes factores: 1. Una estructura social y compleja cuyos actores ya no son exclusivamente

propios de una estructura agraria tradicional dividida entre señores, propietarios, comerciantes y dueños del poder frente a la masa de los campesinos indígenas pertenecientes a las comunidades.

2. Un desarrollo urbano y agroindustrial que cobijó el surgimiento de nuevos grupos sociales urbanos y rurales, los que en ambos casos empezaron a disputar los poderes que tradicionalmente se habían mantenido en manos de dinastías pertenecientes a los grupos tradicionales de poder. Esa disputa se expresaba en el surgimiento de asociaciones, sindicatos, luchas electorales municipales, reclamos y acciones en ascenso por el reparto de tierras y una creciente masa de jornaleros que, sin espacios y opciones propias, principalmente ligados al corte de caña y trabajo en los potreros, representaban a un numeroso grupo que sólo requería de un liderazgo para movilizarse.

3. El desarrollo de un nuevo horizonte social para el conjunto de estos grupos, que les daba un nivel de conciencia sobre derechos y aspiraciones que en mucho respondía al acceso a otras formas educativas, a los medios masivos de difusión y a todo lo que como trabajadores agrícolas migrantes también aprendían en otras latitudes. Estos elementos erosionaron aislamiento e incomunicación, bases del poder y control tradicionales.

4. Una política de Estado cuyos proyectos y concepciones de desarrollo (irrigación, producción intensiva, organización de los productores rurales y créditos al sector social) encontraban serias resistencias en los poderes

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• ANÁLISIS •

tradicionales, creó las bases para que de manera no declarada por convenio, pero sí asumida por conveniencia, se estableciera una alianza entre Estado y movimiento campesino en la región. Uno de los mecanismos de esta alianza se encontraba con seguridad en la percepción de los campesinos sobre la coyuntura favorable, a partir de los discursos oficiales, particularmente el discurso agrarista de la figura presidencial.

5. De gran relevancia en esta coyuntura fue el agotamiento de un equilibrio entre comunidades y rancheros, ganaderos y comerciantes que había permitido la coexistencia. Mientras que los campesinos desmontaban las selvas —y con ello obtenían su maíz—, esa tierra se incorporaba a la ganadería, estableciéndose una coexistencia funcional. Este esquema se empieza a modificar en la década de los setenta, cuando por la nueva rentabilidad que adquiere la ganadería regional, gracias a la apertura de nuevas vías de comunicación y de comercialización, la ganadería se expande a costa de la agricultura hasta cortar las posibilidades de reproducción de la economía campesina.

Hasta la década de los cincuenta se mantuvo estable una dinámica asimétrica de las relaciones entre indígenas y mestizos, en la cual los grupos mestizos que ejercían el poder seguían paulatinamente apropiándose de las tierras de las comunidades. El engaño, la violencia, el fraude, el aislamiento de las comunidades indígenas, el monolingüismo, el analfabetismo, la desnutrición y el alcoholismo fueron ingredientes constantes de su coexistencia. Esta crisis del modelo de coexistencia se vio adicionalmente agravada por la sucesiva presencia de fenómenos meteorológicos que representaron catástrofes naturales para la agricultura, donde por efecto de sequías y heladas subsecuentes se perdió lo poco que había y la crisis agrícola orilló a la acción desesperada. En el marco de esta coyuntura, las huastecas se vieron sacudidas por movimientos campesinos que con frecuencia llamaron la atención nacional, ya que sus términos rebasaron los marcos del control que tradicionalmente ejercían los organismos corporativos del Estado, como las diversas centrales campesinas, las cuales tempranamente fueron rebasadas. Los distintos movimientos que se desarrollaron en esta región durante el periodo de referencia se aglutinaron en torno a

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• ANÁLISIS •

organismos regionales y no partidarios, o bien organismos nacionales. En la Huasteca potosina destacaron las acciones y movilizaciones encabezadas por un movimiento llamado "Campamento Tierra y Libertad", mientras que en la Huasteca hidalguense el impulso inicial corrió por cuenta del Consejo Agrarista Mexicano y de la que fuera la comisión agraria, antecedente del Partido Mexicano de los Trabajadores. Sin embargo, la presencia de central y partido fue rebasada por los campesinos. La dimensión del movimiento indígena por las tierras en la Huasteca hidalguense se puede ubicar con sólo señalar que hoy en esta región 98% de la superficie total de nueve municipios se encuentra en manos de las comunidades indígenas, es decir, después de este movimiento no quedó un solo lindero en su sitio. Para la Huasteca potosina el movimiento campesino permitió el reparto de algunas grandes propiedades (latifundios), la recuperación de tierras comunales y la entrega de tierras mediante la colonización de las zonas incorporadas al riego en la planicie costera. Por otro lado, y como efecto de estos movimientos, la gente dejó de dividirse entre los de "razón" y los indios "cuitoles" o "compadritos". Asimismo, se fortaleció el derecho a nombrar a sus propias autoridades, acrecentando la autonomía comunitaria y sentando con ello las bases de un desarrollo propio o por lo menos más controlado por los mismos campesinos. En este sentido el movimiento indígena operó en términos de una revolución anticolonial. De esta manera, la reforma agraria profunda y radical sucedió realmente en la década de los setenta y por influjo de un poderoso movimiento social. De este episodio debe anotarse un hecho al parecer hoy poco presente, a saber, que la vía de regularización de la tenencia de la tierra se estableció principalmente por los nuevos centros de población y ampliaciones de ejido, no obstante que la mayoría de éstos son comunidades que por este mecanismo quedaron bajo el estatus legal de ejidos, siendo en realidad comunidades. Ello se vino a sumar a la previa existencia de documentación que acredite a comunidades indígenas como ejidos y comunidades a la vez.

19

• ANÁLISIS •

Este tipo de duplicidades, de no atenderse con cuidado, conocimiento y prudencia, sumados a la severa crisis de la economía campesina, puede dar lugar a procesos que deterioren la territorialidad indígena, como ya se ha observado en algunas comunidades.

IV. La comunidad indígena como forma de gobierno

Naturalmente, para explicarse un movimiento social de tal magnitud no basta con ubicar la ruptura de una coexistencia, la crisis agrícola y los otros elementos de la coyuntura que se han señalado, pues algo semejante ocurría en otras regiones del país. A nuestro parecer la clave explicativa se halla en la vitalidad y fortaleza de una comunidad indígena que involucró, organizó y disciplinó a todos sus miembros. De ahí que incluso la movilización se hiciera por la recuperación directa e histórica de tierras y que la demanda de reparto agrario no se redujera a un asunto de los solicitantes, pues para la comunidad era asunto del conjunto. Ciertamente la comunidad indígena en esta región —y en muchas otras del país— ha conservado y recreado modelos de organización donde el interés colectivo constituye una matriz que se reproduce en todos los ámbitos del pensar y actuar de sus miembros, de la que surgen modelos de organización, mando, representación y acción recíproca.4

4 Este trabajo atiende básicamente los procesos de las porciones potosina e hidalguense, no obstante se

puede señalar que en su matriz básica guarda numerosos elementos en común con las regiones indígenas de la porción huasteca de Veracruz.

20

• ANÁLISIS •

Organigrama del sistema de cargos de la Comunidad de Tamapatz

Asamblea General

Comunidadde Tamapatz

JuezAuxiliar

Primero

Segundo

Tercero

Comisariado deBienes Comunales

Suplente

Secretario

Tesorero

Vocal

Consejode Vigilancia

Suplente

Secretario

Tesorero

Vocal

Suplente

Secretario

Tesorero

Vocal

DelegadoMunicipal

Consejeroso Príncipes

Comandante

Policías

Topil

Asamblea de Barrio

Presidente deBienes Comunales

Juez Auxiliar DelegadoMunicipal

Comandante

Secretario

Tesorero

Vocal

Secretario Secretario

Tesorero Tesorero

Vocal Vocal

Policías

Topil

Linja S. Miguel La Laja Manja Cuetab Paxalja Alitze Zozope Octujub Mirador U. de Gpe. S. Rafael Muhuatl Tancuem Agua A. Tampete

Com. sol. Com. sal. Com. educ. Com. cam. Com. mol. Comité Comité Comité Comité Comité Comité

Pte. Pte. Pte. Pte. Pte. Pte. Pte. Pte. Pte. Pte. Pte. Pte. Pte. Pte. Pte. Pte.

Comité Comité Comité Comité Comité

Srio. Srio. Srio. Srio. Srio. Srio. Srio. Srio. Srio. Srio. Srio. Srio. Srio. Srio. Srio. Srio.

Tes.Tes.Tes.Tes.Tes.Tes.Tes.Tes.Tes.Tes.Tes.Tes.Tes.Tes.Tes.

Vocal Vocal Vocal Vocal Vocal Vocal Vocal Vocal Vocal Vocal Vocal Vocal Vocal Vocal Vocal Vocal

Tes.

21

• ANÁLISIS •

Municipio Tancanhuitz

Comunidad de Cuajenco

Organigrama del sistema de cargos de la Comunidad de Cuajenco

2 Sección

3 Sección

1 Sección

a

a

a

Asamblea General

Comunidad de Cuajenco

Comisariado

Suplente Suplente

Tesorero

Consejode vigilancia

Srio.

Tesorero Tesorero

Srio.

DelegadoMunicipal

1° Comandante

2° Comandante

Policías 10

Policías 10

Mandaderoo Mayul

Comitécamino

Comitéelectr.

Comitéeducación

Comitésalud

Comitésolid.

Encargadode capilla

Catequistas

Rezanderos

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• ANÁLISIS •

La costumbre indígena comunitaria se mantiene como estructura operativa eficiente a nivel de las comunidades, pero a los niveles regionales no existe una estructura representativa capaz de encauzar y articular programas regionales. A este nivel, el caso de los consejos supremos de cada una de las etnias ejemplifica lo anterior pues se trata de organismos artificiales creados desde arriba, por una voluntad institucional y no por la voluntad expresa y directa de los pueblos indígenas. A niveles microrregionales existe toda una variedad de organizaciones con una función de servicios a la producción, como son las uniones de ejidos y similares, pero que sólo atienden necesidades específicamente productivas. La dinámica organizativa muestra que la estructura comunitaria se perfila como el agente o instrumento privilegiado para reconocerse como el interlocutor ineludible en cuanto instancia de representación y toma de decisiones de los pueblos indígenas, por ello es indispensable en la construcción de un camino para el desarrollo futuro se considere la participación activa de los protagonistas. Contexto cultural y actores sociales se convierten entonces en factores indispensables y prioritarios de una estrategia que se presuma de real, efectiva y a la altura de los grandes retos a enfrentar. La participación plena de los pueblos indígenas en la definición de estrategias y acciones con apego a su costumbre comunitaria se convierte entonces en un elemento vital, cuya expresión clara atraviesa por el reconocimiento de derechos y el fortalecimiento de su autonomía, no sólo política sino también financiera, desde la cual se puede dar viabilidad a la sustentabilidad, al manejo del medio ambiente y a la reconstitución de la costumbre indígena comunitaria, que no es otra cosa que el restablecimiento de los propios pueblos indígenas, con todo aquello que de la costumbre pueda ser válido, pero con acceso a todos los ingredientes que para la vida cotidiana ofrece la modernidad y la tecnología. Es decir, reconstitución de la costumbre pero viendo al futuro. La comunidad indígena contemporánea constituye el eje adecuado e indispensable para comprender y adentrarse en el movimiento indígena de esa región. Es al nivel de la comunidad donde se expresa más nítidamente eso que podemos llamar "lo étnico". Es por razones históricas una matriz que nos permite trascender el análisis simplemente agrario para encontrar las especificidades de una cultura y una concepción del mundo que alimenta tanto a la identidad como a la cohesión de los grupos indígenas. 23

• ANÁLISIS •

La comunidad constituye una unidad territorial con espacios internamente delimitados y jerarquizados: barrios o secciones y anexos, parajes y sitios. La comunidad como tal se rige por una serie de principios de autogestión y un relativo igualitarismo que conlleva una forma muy específica de practicar la democracia. La comunidad como estructura corporativa regida por el consenso tiende a regular en su interior todos los aspectos de la vida social, económica, cultural y religiosa. Esta regulación incluye los usos y distribución de la tierra, pues la comunidad la da y la quita con apego a ciertas reglas internas; por ejemplo, el que nadie pueda ocupar una parcela con trabajo invertido a menos que éste se pague, o bien, que la tierra haya sido abandonada. En casos de litigio, es la comunidad reunida en asamblea la que decide para quién es la tierra y los términos de la posesión. Para esta tarea de regulación interna, finalmente de gobierno de la comunidad, opera un sistema de cargos y de reglas que rigen derechos y obligaciones de sus miembros, a los que corresponden mecanismos de coerción, como la misma expulsión; sistema de tomas de decisiones, jerarquías y formas de participación que difieren sensiblemente de los que operan en las comunidades agrarias no indígenas. Encontramos que en la comunidad indígena cuentan con derechos de voz y voto todos los miembros en activo, es decir, todos los que han rebasado un límite de edad, sin distinción de usufructo de la tierra, de sexo o condición social. Esta cuestión tiene numerosas e importantes implicaciones, pues por ejemplo mientras que en el ejido los problemas y los asuntos son sectorializados y con ello fragmentados, en la comunidad los asuntos son competencia del conjunto. Ello se traducirá en que una reivindicación no es asunto exclusivo de un sector, sino asunto que involucra a la comunidad en su conjunto. En la comunidad encontramos una distribución interna de cargos, jerarquías y funciones, que limitan la concentración personal del poder, al dotar a cada una de

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las instituciones internas de un espacio propio y relativamente autónomo, tanto en la esfera de la especificidad de actividades como en la toma de decisiones. De hecho, parecería existir una norma interna que apunta a definir que las decisiones trascendentales que involucran a la comunidad en su conjunto no se pueden tomar por una persona o un grupo de personas, sino por el conjunto de la comunidad, es decir, por las instancias de decisión propias que se basan en el consenso como una forma de democracia y como una forma de impedir la concentración del poder en pocas manos; como una forma, pues, adecuada a la conservación de un equilibrio interno de fuerzas. Como parte de este sistema de consenso-equilibrio, el sistema de cargos puede entenderse también no sólo como se ha visto desde el punto de vista religioso y de regulación económica, sino como un mecanismo político de prueba, formación y ascenso en la comunidad, donde los futuros dirigentes son capacitados y supervisados.

El consenso y las modalidades señaladas, donde destaca la solidaridad comunitaria, pueden pensarse o repensarse como otra de las líneas en las estrategias de resistencia y sobrevivencia de la comunidad indígena en nuestro país. En este sentido es que la existencia jurídica de la comunidad indígena y su forma de propiedad agraria constituye una conquista histórica de los pueblos indígenas frente a la nación, pues aunque para muchos las diferencias jurídicas entre el estatuto que rige el ejido y la comunidad son mínimas, formales o irrelevantes, en este caso me atrevo a afirmar que esas pequeñas diferencias se pueden hacer grandes y significativas como el marco que potencia prácticas políticas distintas. Disensiones no sólo en cuanto a la forma de organización interna, sino al marco jurídico de autonomía con relación a la estructura federal y centralizada que rige al país en su conjunto.

En las porciones hidalguense, potosina y veracruzana de la Huasteca, podemos encontrar aún comunidades que conservan todos estos elementos antes descritos. Es cierto, sin embargo, que existen diferentes grados de integración y operación basados en el modelo de estructura interna que he delineado.

La condición previa de los movimientos indígenas y el punto de arranque indispensable para que se desarrolle el proceso de revitalización étnica ha sido la recuperación por parte de la comunidad de su unidad y autonomía, y ello ha constituido un proceso en extremo complejo con múltiples variantes, modalidades

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y ritmos, pues esta recuperación atraviesa necesariamente por una lucha de conquista del manejo propio de sus instancias de autoridad, de su designación y de su funcionamiento en correspondencia con las normas internas de las comunidades.

Una vez conquistada o reconquistada la tierra, el movimiento social en esta región se vio, en la década de los ochenta, frente a los retos que representaba la transición de una lucha y acción que pasa de la demanda de tierras a la acción productiva. Como en muchas otras regiones, y respondiendo en gran medida a la política estatal y a la vertiente de apropiación productiva impulsada por las corrientes de izquierda de variable influencia en la región, se impulsaron un sinnúmero de figuras asociativas de nivel regional, en su mayoría uniones de ejidos, las cuales asumieron la interlocución con las instituciones de crédito y fomento agropecuario.5

Estas figuras asociativas respondían comúnmente en su promoción, constitución y estructura orgánica a la acción institucional, en ocasiones combinada con la acción de promotores y asesores de los movimientos u organismos políticos con incidencia en la región.

Sin embargo, esa estructura de organización no siempre se articuló con la costumbre indígena comunitaria en su conjunto y menos con las formas de operación y dinámicas de las comunidades, sino que más bien representó el Caballo de Troya que bajo la oferta de apoyo prometía créditos, recursos y asesoría técnica. Para las comunidades la oferta resultaba atractiva y necesaria ya que, salvo la recuperación de superficies para el cultivo de básicos (maíz y frijol), se había mostrado una gran dificultad para aprovechar superficies forestales, plantaciones y praderas, así como para enfrentar un mercado que les extraía una parte importante de excedente. Las comunidades tampoco contaban con la maquinaria, los vehículos y la infraestructura para aprovechar estos recursos, y lo más importante, tampoco contaban con la capacitación técnica necesaria para la producción de algo distinto a los cultivos básicos. El resultado de esto fueron potreros, plantaciones de cítricos y equipo agropecuario en práctico abandono.

5 Agustín Ávila, en Jorge Zepeda Patterson (comp.), 1988.

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• ANÁLISIS •

El hecho de que las uniones de ejidos hayan adoptado una estructura orgánica sin correspondencia efectiva con las formas propias de la comunidad permitió que se desarrollara un proceso de burocratización de los directivos de estas organizaciones, en donde la falta de cuentas claras, controles sobre los transportes y la maquinaria y sobre los proyectos y las gestiones, ofrecieron el cobijo con el cual las dirigencias comúnmente se transformaron en cúpulas donde la corrupción, la ineficiencia y los conflictos internos se adueñaron del proceso de organización regional. Aquí también cabe la explicación de varias carteras vencidas.

Pero el movimiento y las distintas organizaciones presentes también enfrentan otro tipo de problemas y dificultades para lograr un cabal aprovechamiento de sus recursos e implementar procesos de organización capaces de luchar para retener el excedente económico que les corresponde como productores. Ello tiene que ver con la capacidad para implementar proyectos productivos eficientes que comprendan producción, abasto y comercialización, así como financiamiento y asesoría técnica y administrativa. Al respecto se debe señalar que en este campo los resultados no son aún claros y se puede mencionar la existencia de múltiples dificultades y obstáculos que se interponen al logro de autosuficiencia, generación de empleos, ingresos y ahorros, dando con ello lugar al deterioro de la economía de los productores; a partir de aquí se establece el punto de partida desde el cual los viejos poderes regresan por sus fueros y la restauración de su poder. En este sentido se empieza a registrar el nacimiento de nuevos monopolios para el almacenamiento y comercialización de productos agropecuarios e insumos, así como la reaparición del rentismo de tierras por parte de ganaderos.

El hecho concreto es que hoy el panorama se torna desolador, pues la mayoría de estos organismos regionales se convirtieron en organismos cupulares más asociados a la promoción electoral y la conquista personal de presidencias municipales, que a la defensa de los intereses de los derechos colectivos de sus asociados. Del amplio espectro de organismos surgidos en este periodo, buena parte devinieron en membretes y cuevas de coyotes, y sólo han logrado sobrevivir como organismos auténticos aquellos donde la dinámica de la comunidad, en articulación con un proceso de capacitación administrativa, técnica y financiera,

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• ANÁLISIS •

logró recuperar espacios para normar, en apego a la costumbre comunitaria, la acción del organismo regional.

La costumbre, como la llaman sus mismos actores, también se expresa en un elemento fundamental de toda estrategia, pues condensa la fuerza que da vida y sentido a la acción cotidiana, a saber, condensa un modelo de organización cuyas cualidades le hacen colocarse en el centro de una estrategia viable, pues la reciprocidad, la eficiencia, el consenso y el interés común norman y rigen esta estructura de organización. Entre sus méritos cuenta con algunos siglos de existencia, más la posibilidad de convertirse en un agente de cambio privilegiado como lo muestran numerosas experiencias comunitarias. Estas experiencias muestran que la corresponsabilidad, la participación activa y organizada, así como la transparencia en el manejo de recursos financieros, han sido, gracias a esa costumbre, elementos integrantes de las acciones y de los resultados satisfactorios en la resolución de sus propios problemas. Estos elementos son pues consustanciales a las formas de organización social indígena y, paradójicamente, prerrequisito de un proceso contemporáneo de modernización democrática.

La organización interna de las comunidades indígenas cuenta con instrumentos que por la ley de la costumbre regulan el comportamiento de sus miembros con apego a principios de justicia, consenso y responsabilidad en el marco del interés común. Es por ello que el ejercicio de la democracia constituye un componente esencial en la elección de sus autoridades o representantes y en lo que podríamos llamar sus formas de gobierno.

Como observación final no puede dejar de señalarse la paradoja de que las reformas constitucionales que establecen derechos y reconocimiento a los pueblos indígenas no se hayan expresado en cambios que determinen el reconocimiento institucional a las formas de organización indígena. Efectivamente, en los estados que albergan porciones territoriales de la Huasteca indígena se han reformado sus respectivas constituciones en los términos de la adición al Artículo 4º constitucional, en la que se establece el reconocimiento a la composición pluricultural de la nación y de estas entidades, composición sustentada originalmente en sus pueblos indígenas, por lo cual, señala este

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Artículo, la Ley deberá proteger y promover el desarrollo de sus lenguas, culturas, usos y costumbres, y formas de organización social.

A pesar, incluso, de que en las entidades de referencia existen programas que se suponen específicos para el desarrollo indígena, lo cierto es que el conjunto de instituciones asume la existencia indígena como una abstracción retórica.

En otras palabras, las reformas constitucionales no se han traducido en leyes secundarias y estatales. Así por ejemplo, las leyes orgánicas municipales mantienen aún normas que impiden a las comunidades la libre elección de sus representantes.

Por su parte cada dependencia de gobierno maneja y promueve la instalación al interior de las comunidades de sus figuras asociativas con normatividad específica que se superponen a las existentes.

Todo ello indica que mientras no exista un reconocimiento jurídico con relación al plano comunitario, y en los manuales de operación de las instituciones el reconocimiento de los derechos y la participación indígenas, quedará en realidad en el plano de la demagogia.

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• ANÁLISIS •

Presencia de la mujer en el campo mexicano

El conjunto de programas que lleva a cabo el sector agrario para brindar atención a la mujer campesina está generando información novedosa que permite analizar

y enriquecer su descripción como sujeto de derecho y como la representante y organizadora

de actividades productivas. Alejandra Valenzuela Héctor M. Robles Berlanga

Introducción

Las mujeres campesinas han participado en el desarrollo de nuestro país con su trabajo cotidiano en el ámbito doméstico, agropecuario y artesanal, sin que hasta el momento se identifique su aporte a la actividad nacional. Sigue

Alejandra Valenzuela es antropóloga y Asesora del C. Secretario de la Reforma Agraria. Héctor Manuel Robles Berlanga es maestro en desarrollo rural y Coordinador de asesores del C. Secretario de la Reforma Agraria. En la elaboración del presente estudio participaron Arturo Carranza, Francisco Ibarra, Gloria Artís, Julieta Salazar y Manuel Morales. El trabajo fue posible gracias a la aportación de información de la Dirección General de Informática y Telecomunicaciones, Departamento de Sociedades Civiles, Departamento de Control de Sociedades Rurales con Participación de Pequeños Propietarios del Registro Agrario Nacional y el Programa de la Mujer Campesina adscrito al Fifonafe. Los autores agradecen la colaboración de Alberto Trovamala, Feliciano Pacheco, Sonia Nava, Martín Magos, Ludka de Gortari y Guadalupe Martínez.

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• ANÁLISIS •

siendo pertinente insistir, como se menciona en el Programa Nacional de la Mujer, 1995-2000, en la necesidad de "alentar el desarrollo de estadísticas que permitan reconocer y valorar cabalmente el trabajo remunerado y no remunerado de la mujer y todas sus aportaciones al bienestar de la familia y la comunidad". Según el Censo de 1990, las mujeres mexicanas suman 41.4 millones, lo que representa poco más de 50% de la población total del país. En las áreas rurales viven 11.5 millones, lo cual equivale a 49.7% de la población total (ver gráfica 1). Cabe destacar que 11.5 y 8.1% de estas mujeres radican en los estados de Veracruz y Chiapas respectivamente.

Gráfica 1

Para el caso de las mujeres campesinas es frecuente que no se registre su aportación de trabajo en los cultivos familiares y en general su participación en la vida comunitaria. Sin embargo, como se podrá apreciar en los datos que a continuación se presentan, se ha detectado un incremento en la participación de las mujeres en la producción como ejidatarias y a través de formas no tradicionales como son la constitución de figuras asociativas, así como por la cuantificación de tareas que tradicionalmente han realizado. Esto permite saber por ejemplo que 17.7% de las mujeres indígenas ocupadas trabajan en la industria manufacturera,

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• ANÁLISIS •

en la que están consideradas las artesanías; que 16.2% labora en el sector agropecuario, en tanto que en el país las mujeres que trabajan en este sector constituyen sólo 3.3%.

Es conveniente recordar la importancia que tiene el apoyo a los esfuerzos de las mujeres campesinas encaminados a incrementar la producción y mejorar sus condiciones de vida, ya que los beneficios alcanzados por ellas repercuten directamente en sus familias al ser las responsables inmediatas de la nutrición y la salud de las mismas; transmiten su concepción del mundo a los niños y de manera directa o indirecta influyen eficazmente en las decisiones de la colectividad. En el presente documento se destacan cinco temas relacionados con la mujer campesina que fueron seleccionados dentro del conjunto de actividades que desempeña el sector agrario. El primero se refiere a la figura de la mujer como sujeto de derecho agrario. En este caso el Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares Urbanos (Procede) no sólo proporciona las características principales de las mujeres que pertenecen a ejidos certificados en su calidad de titulares, sino que además se convierte en una base generadora de información complementaria, al aportar conocimientos actualizados, entre los que sobresalen las variables de estado civil, edad, sexo, distribución de la superficie parcelada, de tierras de uso común, de grupo, solares urbanos y lo referente a las parcelas con destino específico, que otras fuentes de información rural no habían considerado hasta el momento. En el segundo apartado se realiza un análisis de la distribución en la tenencia de la tierra, con base en el índice de desigualdad de Gini. El propósito es identificar la presencia de desigualdad en la distribución de la tierra parcelada y conocer su magnitud. El tercer tema consiste en un análisis de la sucesión de los derechos agrarios a partir de una muestra de las listas de sucesores depositadas en el Registro Agrario Nacional (RAN). Los resultados obtenidos indican cómo los sujetos agrarios de manera libre protegen el derecho patrimonial de sus familias. 33

• ANÁLISIS •

En el cuarto se aborda la presencia de la mujer en los órganos de representación de los núcleos agrarios y en sociedades de solidaridad social y sociedades de producción rural. Los datos nos muestran una mayor presencia de la mujer en la toma de decisiones al interior de los núcleos agrarios y en las organizaciones económicas.

Finalmente el quinto tema presenta la información del Programa de la Mujer Campesina, que fomenta la organización de las mujeres para desarrollar proyectos productivos. Si bien es una actividad a la que se le está dando un gran impulso dentro del sector, su cobertura está aún muy por debajo de la demanda de atención de este grupo en áreas marginales.

1. La mujer ante el Procede

El Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares Urbanos (Procede) surge de las reformas constitucionales y de la nueva legislación agraria. Su propósito fundamental es otorgar certeza y seguridad jurídica y propiciar condiciones favorables para la participación indispensable de la inversión pública y privada en el desarrollo rural.

Con el Procede se protegen los derechos individuales de las ejidatarias logran estabilidad y permanencia en el ejido, se generan mejores condiciones para su participación al interior de los núcleos agrarios y en asociaciones de productores, disponen libremente de sus tierras y se reconoce el derecho de posesionarias y avecindadas que usufructúan tierras de cultivo o habitan en la zona de asentamiento humano, previa aprobación de la Asamblea.

Características generales El avance del Procede al mes de agosto de 1996 es el siguiente: de 27 410 ejidos que existen en el país, se certificaron 11 216, lo que representa un avance de 40.9%. Con el Programa se han beneficiado a 1.2 millones de personas, mismas que poseen poco más de veinte millones de hectáreas.

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• ANÁLISIS •

Del total de personas con certificados 251 000 son mujeres, lo que representa 20.9% de la población beneficiada por el Programa. Tienen la calidad de ejidatarias 55.5%, de posesionarias 7.5% y de avecindadas 37%, lo que nos indica que cerca de dos terceras partes de las mujeres tienen derechos sobre la tierra en los ejidos certificados (ver cuadro 1).

Cuadro 1

Ejidatarias % Posesionarias % Avecindadas % Total

139 547 55.45 18 890 7.51 93 205 37.04 251 642

Fuente: RAN, datos al 15 de agosto de 1996.

En todo el país hay 139 000 ejidatarias, lo que representa 17.5% de las personas con derecho a una parcela o al uso común, sin embargo, en algunas entidades tienen una presencia mayor. En Baja California, Morelos, Nayarit y Puebla son más de 20%, mientras que en Campeche, Quintana Roo y Yucatán no representan más de 10%. Los estados con mayor número de ejidatarias en ejidos certificados en términos absolutos son: Puebla, México, Sinaloa, Durango, Tlaxcala, Veracruz, Tamaulipas, Sonora, Zacatecas, Oaxaca, Morelos y Chihuahua. En estas 12 entidades se concentran las dos terceras partes. Por el contrario, en Aguascalientes y en las penínsulas de Yucatán y Baja California se encuentra el menor número (ver gráfica 2).

Gráfica 2

Fuente: RAN, datos al 15 de agosto de 1996.

Mujeres certificadas

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2000

4000

6000

8000

10000

12000

Pueb

la

Méx

ico

Sina

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Yuca

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Baja

Cal

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ia S

ur

EjidatariasPosesionariasAvecindadas

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• ANÁLISIS •

Las posesionarias, mujeres que han sido reconocidas por la Asamblea como tales en virtud de tener en explotación tierras ejidales, ascienden a 18 000, 21.6% de las personas que están en esta condición. Tres cuartas partes se localizan en los estados de México, Tabasco, Guerrero, Puebla, Veracruz, Michoacán y Chiapas. Por su parte, las avecindadas son 93 000, 29.3% de los sujetos a los que se les tituló el solar, y se encuentran principalmente en los estados de Veracruz, Jalisco, Tabasco, Nayarit, Sonora, Oaxaca, Puebla y Chiapas.

En cuanto a la edad, encontramos que 63% de las ejidatarias supera los 50 años. Además, el 29.6% tiene más de 65 años, mientras que para los hombres son de 47.7 y 18.5%, respectivamente. Con lo anterior, se puede concluir que una parte importante de las mujeres se encuentra en la fase final de su actividad productiva, por lo que no trabajan directamente su parcela. Al respecto, más de la mitad reportó como ocupación ser ama de casa y sólo 28.6% manifestó ser agricultor. En este caso, la formulación de la lista de sucesores adquiere gran importancia como instrumento que facilite una transmisión del derecho sin conflictos (ver gráfica 3).

Gráfica 3

Fuente: RAN, datos al 15 de agosto de 1996.

Edades en mujeres ejidatarias

0

5000

10000

15000

20000

25000

30000

35000

40000

45000

Has

ta 1

8

19 a

20

21 a

25

26 a

30

31 a

35

36 a

40

41 a

45

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50

51 a

55

56 a

60

61 a

65

66 o

más

Muj

eres

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• ANÁLISIS •

En el caso de las posesionarias, la mitad son menores de 45 años, y en las avecindadas la misma proporción está por abajo de los 40 años (para los hombres los porcentajes son de 66.1 y 64.7%, respectivamente). Los datos mencionados nos indican que en estos dos grupos existe una considerable población joven que podría ser la receptora de un programa de sucesión de derechos.

Las mujeres día con día adquieren mayor importancia al interior de los núcleos agrarios. En 1970 existían 31 459 ejidatarias, lo que representaba 1.3% de los sujetos con derecho a la tierra. Para 1996, sólo en Procede se tienen certificadas 139 000, con lo que hay un incremento de 343% en las mujeres con tierra. De continuar esta tendencia se esperaría que al terminar el Programa de certificación sean un poco más de 500 000 (ver gráfica 4).

Gráfica 4

Como se puede apreciar la presencia de la mujer en el campo mexicano es significativa, pues en 93.8% de los núcleos agrarios certificados existe al menos una ejidataria. En la mayoría de los ejidos (82.6%) éstas no suman más de 20, aunque en 389 ejidos el número con derechos sobre la tierra varía desde 50 hasta

0

20000

40000

60000

80000

100000

120000

140000

160000

Ejidatarias en 1970 Ejidatarias en 1996

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• ANÁLISIS •

más de 175 mujeres. Es probable que en estos últimos la mujer tenga una participación importante en la toma de decisiones y ocupe algún cargo de representación dentro del Comisariado Ejidal o en el Consejo de Vigilancia como se verá más adelante.

Superficie parcelada Las mujeres tienen derecho sobre 3.2 millones de hectáreas, lo que representa 15.7% de la superficie certificada en el país. De éstas corresponden a superficie parcelada 31.4%, el uso común 56.9% y el resto a solares urbanos, parcelas con destino específico y parcelas de grupo (ver gráfica 5). La superficie parcelada que usufructúan las mujeres se concentra en los estados de Tamaulipas, Sinaloa, Veracruz, Zacatecas, Sonora, Durango, Jalisco, Chihuahua, Tabasco, Puebla y Baja California, y la de uso común en los estados del norte del país y Quintana Roo.

Gráfica 5

Fuente: RAN, datos al 15 de agosto de 1996.

Con derecho a las tierras parceladas tenemos a 142 000 mujeres, a las que se han certificado 254 000 parcelas, lo que comprende una superficie ligeramente mayor al millón de hectáreas. El promedio de parcelas por ejidataria es de 1.8 y por posesionaria 1.3 hectáreas. En el caso de las primeras tenemos: con una parcela 48%; con dos 22.6%; con tres 9.9%; y más de tres 8.3%. En este último grupo el promedio es de cinco parcelas. En el caso de las posesionarias tres cuartas partes tienen una parcela y sólo 3% más de tres (ver gráfica 6).

Distribución de la superficie certificada a mujeres

Solares 0.56%

Parcelada 31.44%

Destino específico 11.02%

Uso común 56.97%

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• ANÁLISIS •

Gráfica 6

Fuente: RAN, datos al 15 de agosto de 1996.

En cuanto al tamaño de los predios se observa lo siguiente: las ejidatarias con cinco hectáreas o menos representan 52.7%, poseen 17.6% de la superficie y el promedio de sus parcelas es de 2.1 hectáreas; las que tienen predios entre cinco y menos de 10 hectáreas son 26.6%, poseen 28.2% de la tierra y el tamaño de sus parcelas es de 8.4 hectáreas; aquellas que tienen entre 10 y 15 hectáreas son 9.5%, usufructúan 15.6% de la superficie y en promedio poseen 12.9 hectáreas y 2.8% de las ejidatarias sus parcelas son mayores a 25 hectáreas, poseen 18.1% de la superficie y el tamaño promedio de sus parcelas es de 50.7 hectáreas (ver cuadro 2).

Cuadro 2 Derechos Parcelas Superficie (ha)

Ejidatarias % Poses. % Ejidatarias % Poses. % Ejidatarias % Poses. %

Hasta 5 ha 65 457 52.79 17 213 93.62 112 043 48.78 22 891 91.38 173 709 17.61 16 133 47.32

Más de 5 hasta 10 ha 32 998 26.61 717 3.90 65 037 28.31 1 336 5.33 278 368 28.23 5 857 17.18

Más de 10 hasta 15 ha 11 886 9.59 195 1.06 25 314 11.02 358 1.43 154 027 15.62 2 558 7.50

Más de 15 hasta 20 ha 7 236 5.84 90 0.49 13 671 5.95 160 0.64 134 821 13.67 1 653 4.85

Más de 20 hasta 25 ha 2 893 2.33 62 0.34 5 951 2.59 108 0.43 66 718 6.77 1 412 4.14

Más de 25 hasta 30 ha 1 215 0.98 34 0.18 2 779 1.21 56 0.22 34 291 3.48 971 2.85

Más de 30 hasta 35 ha 561 0.45 17 0.09 1 207 0.53 28 0.11 18 652 1.89 559 1.64

Más de 35 hasta 40 ha 370 0.30 8 0.04 786 0.34 16 0.06 14 263 1.45 313 0.92

Más de 40 hasta 45 ha 289 0.23 9 0.05 601 0.26 19 0.08 12 503 1.27 392 1.15

Más de 45 hasta 50 ha 293 0.24 11 0.06 554 0.24 33 0.13 14 246 1.44 538 1.58

Más de 50 ha 788 0.64 31 0.17 1 740 0.76 46 0.18 84 552 8.57 3 710 10.88

Fuente: RAN, datos al 15 de agosto de 1996.

D is t r ibuc ión porcentua l de parce las

0

10 20

30

40

50 60

70

80

Una parcela Dos parcelas Tres parcelas Más de tresparcelas

Ejidatarias Posesionarias

39

• ANÁLISIS •

En promedio las ejidatarias tienen 7.9 hectáreas, menor en 1.1 hectáreas al de los predios de los ejidatarios. El promedio por parcela es de 4.2 hectáreas para las primeras y de 4.4 hectáreas para los segundos y en cada ejido existen aproximadamente 32 parcelas en manos de mujeres y 123 en las de los hombres.1 El comportamiento anterior varía por estado; en Campeche, Baja California, Yucatán, Colima, Sonora, Tamaulipas y Baja California Sur el promedio de superficie parcelada por mujer es mayor a las 15 hectáreas, mientras que en México, Hidalgo, Morelos, Tlaxcala y Puebla no supera las cinco hectáreas. En estas últimas entidades se concentra el minifundio, por lo tanto, es fundamental que se lleven a cabo acciones que permitan superar las restricciones que conllevan la fragmentación y pulverización de la tierra.

Superficie de uso común

En los ejidos certificados, de 158 000 ejidatarias y posesionarias, 88 000 tienen derechos sobre tierras de uso común, es decir, 56% de las mujeres con derecho a la tierra, tienen en sus manos 1.8 millones de hectáreas, lo que representa 13.2% de este tipo de superficie. En promedio a cada una de ellas le corresponde 20.8 hectáreas, extensión menor al promedio nacional en 4.9 hectáreas. Al igual que en el caso anterior existen fuertes contrastes entre los estados: mientras que en Baja California Sur, Baja California, Chihuahua y Quintana Roo la superficie promedio supera las 50 hectáreas, en Tlaxcala, México, Veracruz, Morelos, Hidalgo, Puebla, Tabasco y Guanajuato no es mayor a las cinco hectáreas (ver gráfica 7).

1 El comportamiento descrito respecto al número de parcelas, tamaño y promedio de los predios es

muy similar a los datos que reporta el Procede para los hombres con derecho a la tierra, lo que nos indicaría que la mujer accedió principalmente a la tierra por procesos hereditarios.

40

• ANÁLISIS •

Gráfica 7

Fuente: RAN, datos al 15 de agosto de 1996. Parcelas de grupo Las parcelas de grupo son las que se asignan a un grupo de ejidatarios en partes iguales. En los ejidos certificados existen 2 624 parcelas de este tipo y las mujeres participan en 13.4% de éstas. En estas unidades se agrupan 2 597 ejidatarias y posesionarias. El número de parcelas de este tipo, en comparación con el total de parcelas con que cuenta la mujer, es poco significativo, pues representa sólo 0.13%. Sin embargo, su importancia radica en que por lo general están asociadas a pequeñas y medianas unidades de producción que cuentan con infraestructura productiva. En este caso sería importante revisar las condiciones en que operan para poder apoyarlas.

Solares urbanos De las 639 mil personas tituladas por el Procede, 138 000 son mujeres, lo que representa 21.5% de los sujetos con solares. De éstas, son ejidatarias 31.3%,

Superficie de uso común promedio por ejidataria

0

50

100

150

200

250

300

350

400

Baja

Cal

iforn

ia S

ur

Baja

Cal

iforn

ia

Chi

huah

ua

Qui

ntan

a R

oo

Sono

ra

Dur

ango

Coa

huila

Yuca

tán

Nue

vo L

eón

San

Luis

Pot

osí

Zaca

teca

s

Cam

pech

e

Que

réta

ro

Tam

aulip

as

Agua

scal

ient

es

Jalis

co

Col

ima

Nay

arit

Mic

hoac

án

Sina

loa

Chi

apas

Gue

rrer

o

Oax

aca

Gua

naju

ato

Taba

sco

Pueb

la

Hid

algo

Mor

elos

Vera

cruz

Méx

ico

Tlax

cala

41

• ANÁLISIS •

posesionarias 1.4% y avecindadas 67.2%. El número mayor de estas últimas se debe a que una parte considerable de los ejidatarios dispuso como titular del solar a su esposa, lo que demuestra que los campesinos protegen de manera natural el patrimonio familiar. La superficie certificada a mujeres en este rubro asciende a 183 millones de m , divididos en 148 000 solares. El solar promedio de las ejidatarias es de 2 043 m , el de las posesionarias 1 607 m2 y el de las avecindadas 986 m , en los tres casos los solares son menores al promedio nacional en 199, 98 y 72 m , respectivamente (ver cuadro 3). En este caso también encontramos diferencias en el tamaño de solar promedio por entidad. En San Luis Potosí, Nuevo León, Quintana Roo, Querétaro, Baja California, Tamaulipas y Chihuahua los solares de ejidatarias son mayores al promedio nacional, mientras que en Nayarit, Sinaloa, Tlaxcala, Durango, Colima y Coahuila el promedio es mucho menor. En el caso de las avecindadas se tiene un comportamiento similar.

Cuadro 3

Fuente: RAN, datos al 15 de agosto de 1996.

2

2

2

2

Derechos Sin solar % Un solar % Dos o más % Ejidatarias

Posesionarias Avecindadas

96 326 16 884

393

69.03 89.38 0.42

38 479 1 751

88 907

27.57 9.27

95.39

4 742 255

3 905

3.40 1.35 4.19

Derechos Por tamaño Ejidatarias % Posesionarias % Avecindadas %

Hasta 500 m2

Más de 500 a 1,000 m2

Más de 1000 a 1500 m2

5 316 9 260 6 863

Más de 1500 m2 21 874

12.30 21.42 15.88 50.61

524 543 315 637

26.12 27.07 15.70 31.75

36 463 26 093 12 735 17 590

39.29 28.11 13.72 31.75

Superficie m2

Por tamaño Ejidatarias % Posesionarias % Avecindadas % Hasta 500 m2

Más de 500 a 1,000 m2

Más de 1000 a 1500 m2

1 674 896 6 978 684 8 497 322

Más de 1500 m2 71 164 804

1.90 7.90 9.62 80.58

149 373 401 885 393 033

2 280 699

4.63 12.46 12.19 70.72

10 258 667 18 950 658 15 521 711 46 807 462

11.21 20.70 16.96 51.13

Promedios Ejidatarias Posesionarias Avecindadas Solares 1.14

Superficie m2 2 043.35

1.16 1 607.67

1.05 986.28

42

• ANÁLISIS •

En el caso de los avecindados, una de las acciones que para el sector agrario adquiere gran importancia es la constitución de la Junta de Pobladores, pues es el órgano de participación de ejidatarios y avecindados en donde se hacen las propuestas sobre los asuntos relacionados con el poblado, sus servicios públicos y trabajos comunitarios de los asentamientos humanos.

Parcela de la mujer A la fecha se tienen certificadas 3 545 parcelas de la mujer en 2 746 ejidos, lo que significa que sólo 24.4% de los núcleos agrarios cuenta con este tipo de parcela, e incluso en algunos estados (Morelos, Guerrero, Campeche, Nayarit, Baja California Sur, Baja California, Querétaro y Quintana Roo) es casi inexistente, menos de 10% de los ejidos certificados cuentan con ella. Además, las unidades agrícolas industriales de la mujer representan tan sólo 1.3% de las parcelas que poseen las mujeres a nivel nacional. Lo anterior nos indica que cualquier programa destinado a las mujeres debe orientarse principalmente a atender a aquellas que tienen derechos sobre la tierra parcelada y de uso común y no reducirla al ámbito de la Unidad Agrícola Industrial de la Mujer como tradicionalmente se venía haciendo.

La mayoría de las unidades agrícolas industriales de la mujer se localizan en Tamaulipas, Coahuila, Veracruz, Hidalgo, Sinaloa, Yucatán, San Luis Potosí, Puebla y México. En estos estados encontramos las dos terceras partes de este tipo de parcelas. Sería importante apoyar su buen funcionamiento ya que ha sido reconocida por el ejido (ver gráfica 8).

43

• ANÁLISIS •

Gráfica 8

Fuente: RAN, datos al 15 de agosto de 1996.

Análisis de la distribución de la superficie parcelada2

Las ejidatarias y posesionarias representan en conjunto 18.4% de los sujetos

El índice de Gini3 para las ejidatarias es de 0.4688, mientras que para los

agrarios con derecho a superficie parcelada y poseen 16.5% de la superficie, su media es de 7.1 hectáreas, menor en 12% a la general y 13.7% al promedio de los hombres. ejidatarios es de 0.48145, es decir, la distribución de la superficie parcelada no varía significativamente por géneros. Sin embargo, entre las mujeres es mayor el

2 El cálculo de la desigualdad se realizó sin considerar la calidad de la tierra, elemento que puede

modificar el comportamiento de la misma, como lo ejemplifican Schejtman (1985) y Gordillo (1994) al mostrar que las diferencias en la productividad del maíz entre las tierras de riego y de temporal es de dos a uno, según el primero, y de 1.85 a uno según el segundo. Para este último autor al regionalizar, el contraste, en algunos casos, llega a ser de 16 a uno. En un trabajo posterior nos proponemos incorporar en nuestro análisis esta variable.

3 El índice de Gini es una medida estadística que sirve para calcular el promedio de desigualdad en una distribución del ingreso, en este caso superficie parcelada, y toma valores entre cero y uno, cero cuando la desigualdad es nula y uno cuando todo el ingreso se encuentra en manos de un solo individuo.

Parcelas de la mujer

0

100

200

300

400

500

600

Tam

aulip

as

Coa

huila

Vera

cruz

Hid

algo

Sina

loa

Yuca

tán

San

Luis

Pot

osí

Pueb

la

Méx

ico

Taba

sco

Chi

huah

ua

Nue

vo L

eón

Dur

ango

Mic

hoac

án

Zaca

teca

s

Sono

ra

Agua

scal

ient

es

Gua

naju

ato

Jalis

co

Col

ima

Chi

apas

Tlax

cala

Oax

aca

Qui

ntan

a R

oo

Que

réta

ro

Baja

Cal

iforn

ia

Baja

Cal

iforn

ia S

ur

Nay

arit

Cam

pech

e

Gue

rrer

o

Mor

elos

44

• ANÁLISIS •

porcentaje de ejidatarias con menos de 10 hectáreas (79.4%) que el de los hombres (75.9%); así mismo, 2% de los ejidatarios con mayor superficie tienen 14% de ésta, mientras en el caso de las mujeres, 1% cuenta con 11% de la superficie (ver gráfica 9).

Gráfica 9

En la distribución conjunta de hombres y mujeres, la desigualdad entre las

adro 4

ejidatarias sólo representa 2.8% de la desigualdad general, mientras que 68.9% se debe a la desigualdad interna entre los ejidatarios hombres, quienes son 82% de los ejidatarios con 83.8% de la tierra. En la desigualdad general sólo 28.2% se debe a la desigualdad entre grupos, 4.1% a la diferencia entre las medias de hombres y mujeres y el restante 24.1% a la desigualdad entre individuos hombres e individuos mujeres (ver cuadro 4).

Cu

Comparativo de la distribución de la superficie parcelada

0

0.2

0.4

0.6

0.8

1

0 0.2 0.4 0.6 0.8 1

Ejidatarios (%)

Su

pe

rfic

ie

(%)

Mujeres Hombres Ejidatarios

Desigualdad al interior del grupo Desigualdad entre grupos

Gini ejidatarios Contribución hombres

Contribución mujeres

Diferencia entre medias

Diferencia individual

hombres-mujeres 0.4798 0.3308

68.9 % 0.0136 2.8 %

0.0197 4.1 %

0.1157 24.1 %

45

• ANÁLISIS •

Considerando la desigualdad total, las mujeres ejidatarias contribuyen con 18.9%, y el grupo de hombres con 81.1%. Lo cual da una contribución de 1.054% por unidad porcentual de mujeres y 0.988% por unidad porcentual de hombres, de donde se desprende que la situación entre hombres y mujeres es muy semejante con una ligera desventaja para las últimas. Sin embargo los datos anteriores son obtenidos mediante promedios nacionales; a nivel estatal las diferencias entre un grupo y otro son más importantes. Los índices de desigualdad para mujeres ejidatarias varía de 0.1747 a 0.7576 con una media de 0.3992 y una variación promedio de 0.1485, en tanto que los índices generales (agrupados hombres y mujeres) varían desde 0.1860 a 0.7028, con una

dia de 0.3966 y una desviación promedio de 0.1221 (ver gráfica 10). me

Gráfica 10

Coeficientes estatales

0.0

0.1

0.2

0.3

0.4

0.5

0.6

0.7

0.8

Méx

ico

Hid

algo

Agua

scal

ient

es

Sina

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Tlax

cala

Gua

naju

ato

Zaca

teca

s

Que

réta

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Dur

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Pueb

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Mor

elos

Mic

hoac

án

Qui

ntan

a R

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Vera

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Tam

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Cal

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huila

Taba

sco

Cam

pech

e

Baja

Cal

iforn

ia S

ur

Total de sujetosEjidatarias

46

• ANÁLISIS •

Hay estados en los que la desigualdad entre las mujeres es mayor a la general, el caso más notorio es Campeche, en donde la desigualdad general es de 0.3779, en tanto que en las mujeres es de 0.6809. Otros estados con estas mismas características son: Baja California Sur, Colima, Nuevo León, Sonora, Tabasco y Guerrero. En otras entidades la desigualdad en mujeres es menor a la general, destacando Guanajuato en donde la desigualdad general es de 0.4682 y en mujeres es de 0.2481. Esta situación se presenta también en Aguascalientes, Baja California, Coahuila, Durango, México, Michoacán, Morelos, Nayarit, Puebla, Querétaro, Quintana Roo, Sinaloa y Zacatecas, lo cual provoca que en promedio se compensen estas diferencias y el índice nacional de mujeres y el general sean muy semejantes. Los estados con menor índice de desigualdad en las mujeres son México, Hidalgo, Aguascalientes, Sinaloa, Tlaxcala y Guanajuato, cinco de los cuales comparten la característica de tener mayoritariamente ejidatarias con poca superficie parcelada. Sólo en Sinaloa la distribución es relativamente equitativa; en este estado, 72% de las ejidatarias se encuentran cercanas a la media nacional (10.1 hectáreas). Las entidades con distribución más desigual son Coahuila, Tabasco, Campeche y Baja California Sur, en donde existe una mayor polarización en la tenencia de la tierra. En estos estados 57.3% de las mujeres tienen menos de cinco hectáreas, mientras que 2.3% concentra más de 80 hectáreas en promedio. Sin embargo, en Coahuila y Baja California Sur existen extensas zonas de terrenos áridos y poco productivos; en este caso, el alto índice de desigualdad se podría atenuar si las diferencias de la calidad de la tierra favorecieran a los predios pequeños. Si además de los índices Gini estatales se considera la desagregación4 estatal del índice nacional, se encuentra que al Estado de México corresponde la mayor contribución a la desigualdad nacional, con más de 12%, seguido por Puebla,

4 Se entiende por desagregación el dividir el índice nacional, calculando que parte de la desigualdad

recae sobre cada grupo, cada una de estas partes es la contribución del grupo específico.

47

• ANÁLISIS •

Tlaxcala, Morelos y Veracruz, en donde se encuentra la mayor población de mujeres ejidatarias con derecho a parcela (7.8%, 8.9%, 4.2%, 6.5% del total de ejidatarias en todo el país, respectivamente). Por otro lado, los estados con menor contribución (Quintana Roo, Campeche, Yucatán, Baja California y Baja California Sur) presentan una menor proporción de mujeres ejidatarias. Así mismo, varios de los estados con menor contribución presentan índices de Gini más altos y viceversa. Es decir, las contribuciones se encuentran ponderadas por el índice de desigualdad y la proporción de población; si consideramos la desigualdad por unidad porcentual de ejidatarias, contamos con un mejor criterio para identificar los estados menos beneficiados con la distribución. Con este método encontramos que los estados más afectados son: Guerrero, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo, Morelos y México. En tanto que los estados más beneficiados son: Campeche, Baja California, Tamaulipas, Yucatán, Colima y Sonora.

Comparando la distribución a nivel estatal del grupo de ejidatarias con la correspondiente al total de ejidatarios (hombres y mujeres), en las mujeres, las contribuciones son más altas en los estados en que éstas son más numerosas y son más bajas en el caso contrario. Los casos de México, Puebla, Tlaxcala y Morelos pertenecen a los primeros, mientras que Quintana Roo, Campeche, Yucatán y Baja California Sur a los segundos. Por otra parte, cuando hacemos el cálculo con base en la contribución por unidad porcentual de mujeres, encontramos que se acentúa este mismo comportamiento. Esto demuestra una mayor polarización entre estados en el caso de las mujeres, a diferencia de lo que encontramos cuando consideramos al total de los ejidatarios. La sucesión de los derechos agrarios

En los últimos 25 años se registró un notable incremento en el número de ejidatarias. Si bien es difícil la cuantificación de este crecimiento, ya que la información es de fuentes distintas y el Procede aún está en proceso, este aumento es indudable (cfr. gráfica 4).

48

• ANÁLISIS •

Un primer acercamiento a las listas de sucesores inscritas en el RAN5 parece indicar que en un futuro la importancia de las ejidatarias se incrementará. En el país 38.5% son las esposas de los ejidatarios las elegidas como primeros sucesores de las tierras ejidales. Si a esta cifra le sumamos 8.8% —que corresponde a las hijas que aparecen como sucesoras—, se observa que cerca de la mitad de los primeros beneficiarios serán mujeres. Es decir, que puede preverse la continuación de la tendencia hacia una importancia creciente de la mujer en el agro.

Sin embargo, se debe ser cauto al analizar esta tendencia ya que la transmisión entre miembros de la misma generación implica una duración de la posesión por un lapso mucho menor que aquella que involucra a miembros de distintas generaciones. Dicho de otra manera, la mayor parte de las mujeres acceden a la tierra como viudas de los ejidatarios, lo que ocurre normalmente a una edad avanzada. En este sentido, la mayoría de las mujeres puede desempeñar más bien el papel de eslabón en la transmisión de la tierra entre padres e hijos. A nivel estatal, las listas de sucesores muestran diferencias significativas en la transmisión de los derechos agrarios. Es mayor la tendencia a beneficiar preferentemente a los hijos varones, antes que a las esposas, en los estados del centro y sur del país, mientras que en los estados en los que se acentúa la tendencia inversa, es decir, en los que es mayor el porcentaje de ejidatarios que nombran como sucesora a la esposa con respecto a los que eligen a los hijos, se ubican, a excepción de Guerrero y Puebla, en el norte del país (ver gráfica 11).

5 En el Sistema de Información del RAN se registraron entre 1993 y 1995, 14 099 listas de sucesores

en las que los ejidatarios eligen a quienes serán sus sucesores en los derechos agrarios. En 0.65% de los casos dejan sus derechos a personas con las que no tienen un vínculo de parentesco, o tienen un parentesco de tipo ritual. En 99.3% de las listas, los herederos son parientes cercanos del ejidatario. Excluimos 41 listas por no ser técnicamente clasificables y otras 22, correspondientes a los estados de Campeche, Chiapas, Jalisco, México y Quintana Roo, por ser numéricamente insignificantes. Es decir, el análisis se basa en 14 036 listas que corresponden a 22 entidades.

49

• ANÁLISIS •

Gráfica 11

Fuente: Lista de sucesores registradas entre 1993 y 1995.

Las diferencias regionales que muestran las preferencias en la elección de los sucesores evidencian la existencia de patrones de herencia culturalmente distintos. La repercusión de estos patrones se traduce en la mayor o menor presencia de las ejidatarias a nivel estatal, aunque, como se verá, también inciden otros factores. Mientras en Baja California la esposa es la heredera de las tierras en 55% de los casos y encontramos una correlación con la importancia que tiene la mujer en ese estado, en el que representa casi 25% de los ejidatarios, en Veracruz la esposa es beneficiada en 14.3% y las ejidatarias son 15.8% de estos sujetos agrarios (ver gráfica 12).

Porcentaje de sucesores según parentesco por entidad (testadores hombres y mujeres)

0102030405060708090

100

Chi

apas

Baja

Cal

iforn

ia

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Cam

pech

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Jalis

co

Méx

ico

EsposaHijo

Hija

50

• ANÁLISIS •

Gráfica 12

Fuente: RAN, datos al 15 de agosto de 1996. Cuando nos centramos en la transmisión de la tierra a miembros de la siguiente generación, es marcada la preferencia por el hijo varón. Mientras a nivel nacional, como se ha mencionado, las hijas son sucesoras en 8.6% de los casos, los hijos lo son en 38.8%. Es decir, que por cada hija beneficiada lo son 4.5 hijos. Esta primacía del hombre ante la mujer incluso se acentúa en la siguiente generación. Mientras los nietos son 2.5% de los sucesores, las nietas lo son en 0.4%. A nivel estatal la proporción en la que se incluyen las mujeres muestra también diferencias considerables. En tanto en San Luis Potosí las hijas herederas son sólo 3.4%, en Aguascalientes se encuentra el otro extremo y las hijas sucesoras son 18.6%. La desviación estándar de la selección de las hijas como beneficiarias de los padres en las distintas entidades es de 3.46. Si desagregamos las listas de sucesores por géneros se tienen diferencias entre las elecciones. Cuando los hombres son testadores las hijas son beneficiadas en promedio en 6% de los casos. Sinaloa es el estado en el que éstas son menos

Porcentaje de esposas beneficiadas en la sucesión y mujeres ejidatarias

0

10

20

30

40

50

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Baja

Cal

iforn

ia

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vo L

eón

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Luis

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es

Yuca

tán

Tlax

cala

Gua

naju

ato

Hid

algo

Mor

elos

Vera

cruz

EsposasMujeres ejidatarias (%)

51

• ANÁLISIS •

beneficiadas (1.9%), y Morelos es el que tiene el mayor porcentaje de hijas que heredan de sus padres (9.2%). Aquí, la desviación estándar se reduce a 1.7. Los hombres parecen ser más consistentes respecto a la menor inclusión de las hijas. Por el contrario, cuando las ejidatarias nombran a sus sucesores aparecen mayores diferencias. Si bien las mujeres en todos los estados favorecen al testar a los hijos varones, son más generosas al beneficiar a las hijas. El promedio en esta misma dimensión nacional es 19% de las elecciones. A nivel estatal las variaciones son enormes. Mientras en Chihuahua y en Yucatán6 ninguna ejidataria nombró a una hija como sucesora, en el otro extremo, en Aguascalientes, vemos que son herederas de sus madres en 37%. La desviación estándar es de 9.6, es decir 5.6 veces mayor a la que encontramos entre los ejidatarios que escogen a la hija como heredera. Como tendencia general, en el país, cuando las mujeres acceden a la tierra, éstas tenderán a beneficiar a las hijas en una mayor proporción que los ejidatarios. En algunos estados (especialmente Aguascalientes, Tamaulipas, Morelos y Baja California) la brecha existente entre los porcentajes de hijos e hijas herederos se reduce sustancialmente cuando la testadora es la madre.

Es decir, las mujeres acceden a la tierra, mayoritariamente a través de la herencia de sus maridos, lo que se refleja en la avanzada edad que en promedio tienen las ejidatarias (cfr. gráfica 4), y aunque podemos suponer que esta posesión será por un breve tiempo, una vez que éstas tienen la tierra, muestran una mayor disposición a modificar los patrones de herencia tradicionales y benefician más a las hijas de lo que lo hacen los padres. Con esta afirmación no pretendemos que la tendencia a una mayor participación de la mujer como poseedora de la tierra, que se ha dado en las últimas dos décadas, sea atribuible a que las mujeres muestren una inclinación a desfavorecer menos a sus hijas; éste es o será un cambio antecedido por otro. El primero podríamos ubicarlo, cuando menos a nivel de hipótesis, en la modificación —con diferentes matices en los estados—, del patrón

6 Cabe señalar que Yucatán es el estado en el que hay menos mujeres ejidatarias y que está entre los estados en los que la edad promedio de éstas son más bajos. Lo que puede ser un indicador de que las mujeres acceden a la tierra únicamente cuando no hay presente un hermano varón.

52

• ANÁLISIS •

tradicional de herencia practicado fundamentalmente en el centro y sur del país, basado en la transmisión de la tierra de padre a hijo varón, cambio en el que deben de haber incidido múltiples factores, y que algunos ejidatarios —justamente del centro del país— explicaron en función de la necesidad de asegurar la vejez de la esposa, "porque si no, ahí lo arrumban a uno". Esta preocupación por la transmisión del patrimonio familiar se expresa también con el hecho de que del total de listas analizadas, prácticamente en todos los casos, el beneficiado con la tierra es un miembro de la familia. Lo que es garantía de la conservación de las tierras en manos de las familias ejidatarias.

4. La mujer en los órganos de representación

La participación de la mujer como sujeto agrario se refleja también por ser parte integrante de los órganos de representación y administración del ejido, es decir del Comisariado Ejidal y del Consejo de Vigilancia y en el mismo sentido, ocupando los puestos directivos del Consejo de Administración de las organizaciones económicas a las que pertenece; esto se observa en todos los estados, aunque en distintas proporciones. Lo anterior es importante considerarlo, porque significa que la mujer participa en la toma de decisiones que tienen que ver con el futuro del ejido y en algunos casos las representantes ejidatarias llegan a ser las que encabezan al conjunto del núcleo agrario.

Representación ejidal De los aproximadamente treinta mil núcleos agrarios, en 3 093 (10.3%) tienen por lo menos una mujer que ocupa un cargo de representación, ya sea en el Comisariado Ejidal o en el Consejo de Vigilancia. En los estados este porcentaje varía desde 39.5% a 2.6%. El porcentaje de participación en los órganos ejidales es mayor en el Distrito Federal, Aguascalientes, Colima, Baja California y Tabasco, que son entidades con menor número de sujetos agrarios; en cambio, en

53

• ANÁLISIS •

los estados con mayor número de ejidatarios, el porcentaje promedio es de 8.6% por ejemplo Puebla, Guanajuato, Veracruz, México y Oaxaca (ver cuadro 5).7

Cuadro 5

De los 3 093 ejidos con presencia de la mujer en 93.1% se pueden encontrar una o dos mujeres en los órganos de representación; en 6.6% se tienen de tres a cuatro ejidatarias representantes, éste es el caso de Veracruz, Tabasco, Puebla y México; también hay ejidos donde las representantes llegan a ser más de cinco. Éstos se localizan en Puebla, Distrito Federal, Sonora y Guanajuato; es decir, existen núcleos donde sus representantes son en su mayoría mujeres y seguramente tienen el control productivo de sus parcelas. En estos casos será interesante saber cuál es su funcionamiento en la práctica (ver gráfica 13).

Gráfica 13

Fuente: Dirección General de Certificación, Titulación e Inscripción de Sociedades, RAN, agosto 1996.

7 En lo sucesivo la información y el análisis se refieren exclusivamente a los ejidos y sociedades donde

la mujer es parte integrante de los órganos de representación o del Consejo de Administración.

Mujeres en órganos de representación

0

50

100

150

200

250

300

350

400

450

Ver

acru

z

Taba

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Sina

loa

Gua

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Sono

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Chi

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cala

Mor

elos

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tán

Baja

Cal

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ia S

ur

Dis

trito

Fed

eral

Qui

ntan

a R

oo

Participación de mujeres en los órganos de representación

Órganos Número % del total

Número de mujeres

Presidentas Secretarias Tesoreras Presidentas del consejo

En ejidos En sociedades

3 093 3 008

10.3 34.6

2 285 6 578

230 1 935

712 2 247

1 085 2 396

258 -

54

• ANÁLISIS •

En ejidos con presencia femenina, se puede encontrar mujeres en los diferentes cargos en los órganos de representación, pero es el de tesorera en donde se alcanza el mayor porcentaje, siendo de 35%, lo que podría interpretarse como un voto de confianza a la mujer por su honestidad y eficiencia en el manejo de los fondos económicos de los núcleos agrarios. Lo anterior se presenta en todas las entidades, sin embargo, el porcentaje es superior al nacional en: Veracruz, Chiapas, Oaxaca, Michoacán, Guerrero, Puebla, Hidalgo, Sonora, Jalisco, Querétaro, Morelos, Aguascalientes y Colima. No menos importante es el puesto de secretaria, el cual cuando ejerce cabalmente su responsabilidad llega a ser el organizador del Comisariado Ejidal, es decir, es el responsable de que el equipo funcione. En este espacio las mujeres alcanzan 23% de los ejidos donde la mujer participa en la composición de los órganos de representación, los estados con mayores porcentajes son: Sonora, Sinaloa, Chihuahua, Yucatán, Nuevo León y Nayarit. También es importante señalar la presencia de la mujer como presidenta de los órganos ejidales, 7.3% en los comisariados y 8.3% en los consejos de vigilancia, lejos de ser poco significativo, más bien refleja su mayor participación en la toma de decisiones y en la conducción del núcleo agrario. En algunos estados los porcentajes son mayores, por ejemplo Tlaxcala 22%, Quintana Roo 20% y Baja California Sur 15%, el resto de las entidades están más cerca del comportamiento en el país. Participación en las organizaciones económicas

De las organizaciones económicas como las sociedades de producción rural y las sociedades de solidaridad social con personalidad jurídica, encontramos que por lo general agrupan a un grupo pequeño de personas y corresponden a niveles incipientes de organización, pero son muy importantes para el grupo de mujeres que empieza a participar de manera organizada en la producción. En el país están registradas 6 258 sociedades de solidaridad social y 2 423 sociedades de producción rural, en muchas de las cuales una parte

55

• ANÁLISIS •

considerable de sus miembros son mujeres; además, en 42.7% de las sociedades de solidaridad social y en 13.9% de las sociedades de producción rural las mujeres ocupan uno o más lugares en la dirección de la sociedad, casi en la misma proporción, es decir, presidentas 29.3%, secretarias 34.1% y tesoreras 36.3%. Se observan porcentajes similares en prácticamente todas las entidades del país (ver gráfica 14).

Gráfica 14

Si la presencia de la mujer la analizamos por tipo de sociedad encontramos que 88.8% de las organizaciones económicas en donde participan son sociedades de solidaridad social y 11.2% son sociedades de producción rural; sin embargo, en algunos estados como Sonora, Sinaloa, Baja California y Querétaro los porcentajes se invierten, lo cual probablemente se deba a que en estas entidades, salvo la última, las sociedades de producción rural sean figuras asociativas más acorde con el tipo de agricultura que se da en estos estados. Ambos tipos de sociedades con dirección femenina se concentran en los estados de: Oaxaca, Chiapas, Yucatán, México, Veracruz y Michoacán, que juntos suman 51%, sobre todo en los dos primeros estados que agrupan a una cuarta parte del total. Es necesario evaluar el desarrollo de estas organizaciones, con el propósito de apoyarlas para su consolidación.

Mujeres en organizaciones económicas

0

100

200

300

400500

600

700

800

900

1000

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Baja

Cal

iforn

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Qui

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a R

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Nue

vo L

eón

Col

ima

En SSSEn SPR

56

• ANÁLISIS •

Considerando todo lo anterior podemos concluir que la participación de la mujer en las organizaciones económicas se encuentra ampliamente difundida en todo el país, además encontramos una correlación entre la mayor participación de las mujeres en los órganos de representación y el mayor número de ejidos y sujetos agrarios por estado. También hay una correlación con la edad de las mujeres, en los estados en donde hay un número más elevado de ejidatarias con menos de 50 años (Veracruz, Chiapas, Michoacán, Oaxaca, México, Puebla) se observa una mayor participación. El reconocimiento de la presencia creciente de la mujer en los órganos de representación de los ejidos y en las direcciones de las organizaciones económicas nos permite pensar que es la respuesta de la mujer a la difícil situación en la que vive y un avance en el camino de su participación en los procesos productivos y como una posible solución para superar las limitantes del minifundio. Consolidar este proceso debe ser una tarea importante para el sector agrario.

5. Programa de la mujer campesina

Antecedentes La Secretaría de la Reforma Agraria instituyó, en diciembre de 1991, el Programa de Apoyo a Proyectos Productivos de la Mujer Campesina, con el objetivo de promover el financiamiento y la asesoría para actividades productivas y de servicios que emprendan grupos de mujeres campesinas. Este programa se impulsó fundamentalmente con la finalidad de apoyar la integración de la mujer campesina al desarrollo nacional. El 11 de julio de 1995 se publicó el nuevo Reglamento Interno de la Secretaría, en el cual se define a esta institución como normativa, estableciéndose que las acciones operativas las realiza a través de sus órganos desconcentrados y descentralizados. En congruencia con las modificaciones funcionales incorporadas en el nuevo reglamento, el programa fue transferido el 1º de septiembre de 1995 al Fideicomiso Fondo Nacional de Fomento Ejidal (Fifonafe), con la denominación de "Programa de la Mujer Campesina". 57

• ANÁLISIS •

El programa pretende promover la organización de la participación de la mujer en el desarrollo y mejoramiento de su comunidad, generar empleos permanentes que propicien el arraigo de la mujer campesina y de sus familias, desarrollar sus habilidades productivas, incrementar la oferta de bienes y servicios básicos en sus localidades, impulsar la mejoría de los ingresos, procurar el financiamiento del mayor número de proyectos mediante la recuperación de los créditos otorgados y, conjuntar recursos y acciones con otras dependencias e instituciones para el financiamiento y la consolidación de los proyectos. Las acciones del programa se dirigen prioritariamente a la población femenina de menores recursos, privilegiando la atención a grupos, comunidades y zonas geográficas que padecen las más graves desventajas económicas y sociales. La aplicación de esta estrategia entraña estimular la inversión en el campo y respaldar firmemente la organización de las mujeres campesinas, promoviendo su incorporación a actividades productivas y a la generación de empleos que eleven el ingreso familiar. Los apoyos del programa se dedican a desarrollar los proyectos que las mismas mujeres promueven, siempre y cuando sean viables y esté cubierta la mínima

ganización e infraestructura básica que la normatividad del programa prevé. or

Cobertura El Programa de la Mujer apoyó 1 399 proyectos durante el periodo 1991-1996, que benefician de manera directa a 29 000 mujeres, e indirectamente a 142 000 personas. La inversión asciende a 46.4 millones de pesos. Un análisis somero de estas cifras indica que se destinó en promedio por proyecto más de treinta y tres mil pesos, un crédito medio por mujer participante de $1 599 y que participaron en promedio 21 mujeres. Se apoyan proyectos en todas las entidades de la República, aunque 79% de la inversión se concentra en 12 entidades: Chiapas, Yucatán, Hidalgo, Oaxaca, Tamaulipas, Querétaro, México, Campeche, Tlaxcala, Guanajuato, Puebla y Michoacán. La anterior distribución de los principales recursos del programa

58

• ANÁLISIS •

indica una considerable participación de entidades con regiones marginadas y presencia indígena (ver gráfica 15).

Gráfica 15

Fuente: Fifonafe.

Se han destinado recursos a 18 actividades económicas, aunque 90% de los apoyos se concentra en seis tipos de proyectos: agrícolas, ganaderos, tortillerías, talleres, comercios y artesanías (ver gráfica 16).

Gráfica 16

Montos de inversión

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1000000

2000000

3000000

4000000

5000000

6000000

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Chi

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Inversión por tipo de proyecto

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• ANÁLISIS •

Los requerimientos de financiamiento varían de acuerdo al proyecto que se trata. Por ejemplo, los proyectos ganaderos ocupan, en promedio, créditos por 44 000 pesos cada uno; las tortillerías 42.5 miles de pesos, los de comercios 26.3 mil pesos, los de artesanías 24.2 mil pesos y los molinos (de nixtamal, principalmente) 8.1 mil pesos. El Programa de la Mujer fincó su estrategia en el fortalecimiento de 5 tipos diversos: grupos de trabajo o grupos de producción, sociedades cooperativas, sociedades de producción rural, sociedades de solidaridad social y unidades agrícola e industrial de la mujer. Las figuras asociativas con mayor porcentaje de proyectos son las unidades agrícola e industrial de la mujer con 52.9%, las sociedades de solidaridad social con 33.8%, los grupos de trabajo con 6.7% y las sociedades de producción rural con 3.9% del total de proyectos financiados (ver gráfica 17).

Gráfica 17

En el programa participaron grupos de mujeres afiliadas a 15 organizaciones campesinas, algunas con cobertura nacional, y otras de carácter regional. Asimismo, se apoyó a grupos de mujeres no afiliadas a organizaciones campesinas. Las organizaciones con mayor porcentaje de proyectos promovidos por sus representadas son: CNC, CCI, UNTA, UGOCM, CODUC, CIOAC, CCC, CAM y URECH (ver gráfica 18).

Inversión por tipo de organización económica

Unidades agrícola e industrial de la mujer,

52.93

Otros, 1.56

SSS, 33.83

GP, 6.72 SPR, 3.96

60

• ANÁLISIS •

Gráfica 18

Conclusiones La creciente presencia de la mujer en el campo se refleja en las siguientes cifras: 251 000 mujeres con certificados por el Procede; usufructúan 3.2 millones de hectáreas; ocupan cargos en 10.3% de los órganos de representación de los núcleos agrarios, 42.7% en sociedades de solidaridad social y 13.9% en sociedades de producción rural y 29 000 mujeres participan en 1 399 proyectos de la mujer campesina. Lo anterior representa un cambio inédito en la sociedad rural mexicana, reconocer esta nueva realidad obligará a rediseñar las políticas de atención al agro, en el sentido de que se debe tomar en cuenta para su definición y operación las necesidades e inquietudes de las mujeres. Esta realidad plantea la urgencia de comprender la dinámica de estos cambios, sus causas y sus efectos, lo cual permitirá propiciar las condiciones para su plena incorporación al desarrollo rural. Aunque su presencia en los estados es diversa, en términos generales la mujer accede a la tierra en condiciones similares a las del hombre (promedio de los predios con diferencias de una hectárea y 200 metros cuadrados en el solar y

Inversión por central campesina

CCI, 14%

UGOCM, 1%

Otras, 5%CIOAC, 1%

CODUC, 2%

INDEP, 19%

UNTA, 2%

CNC, 56%

61

• ANÁLISIS •

ligeramente menor desigualdad en la distribución de las tierras parceladas). No obstante, puede considerarse que ha recibido una menor atención, modificar esta situación le permitirá a la mujer enfrentar en mejores condiciones los procesos productivos y multiplicar los beneficios que ahora obtiene por su esfuerzo.

Dentro de las mujeres ejidatarias predominan las que tienen edades mayores a los 50 años y probablemente no trabajen la tierra directamente, sino que sean sus hijos quienes lo hagan. En este caso el sector agrario debe impulsar acciones de manera inmediata que permitan la sucesión de los derechos sin conflictos por la posesión de la parcela.

La presencia de la mujer en el campo mexicano no es homogénea, en unos estados es la titular de las parcelas, en otros es parte de los órganos ejidales y en otras entidades accede a la tierra sólo mediante la Unidad Agrícola Industrial de la Mujer. Lo anterior obliga a generar políticas diferenciadas que atiendan estas particularidades. La mujer con derecho a la tierra (ejidatarias y posesionarias) representa en conjunto 18.4% de los sujetos agrarios con parcela, poseen 16.5% de la superficie, en promedio sus parcelas son de 7.1 hectáreas y se encuentran desfavorecidas en la distribución de la tierra parcelada en 0.4688. Alrededor de 80% de las mujeres con tierra tienen predios menores a las 10 hectáreas y sólo una mínima parte (2.8%) sus predios superan las 25 hectáreas, lo cual indica una significativa fragmentación de la tierra. Superar las limitaciones que implica la pulverización de la tierra representa un gran reto. La organización de las mujeres y la compactación de la tierra pueden ser los medios para superarlo. En la sucesión de los derechos ejidales se observa que las mujeres son beneficiadas en la misma proporción que los hombres, lo cual favorecerá un incremento de la mujer con tierra. También se nota la preocupación de los ejidatarios por preservar el patrimonio familiar al designar como sucesores prácticamente sólo a miembros de la familia. La creciente participación de las mujeres en los órganos de representación y sociedades como lo muestran las cifras: 10.3% en núcleos agrarios, 42.7% en

62

• ANÁLISIS •

sociedades de solidaridad social y 13.9% en sociedades de producción rural, demanda que el sector agrario coadyuve a la consolidación de este proceso. La importancia del Programa de la Mujer Campesina radica en que sus esfuerzos se concentran en regiones marginadas y con presencia indígena, en donde por lo general las mujeres se encuentran más desfavorecidas y son poco atendidas por las instituciones y organizaciones campesinas.

63

• ANÁLISIS •

Las familias rurales ante las transformaciones socioeconómicas recientes

Las transformaciones que han afectado la vida rural en

los últimos lustros han llevado a la adaptación de las estrategias familiares de sobrevivencia y de organización económica y social

en el campo. Particularmente, se analiza aquí la forma en que estas transformaciones afectan a la mujer rural.

Paloma Bonfil Sánchez ara entender las situaciones y dinámicas en que se debaten las familias rurales de nuestro país actualmente, habría que hacer una breve panorámica de los procesos de transformación que se han venido dando

en el medio rural, tanto en términos de la orientación de los patrones de producción como en las condiciones agrarias y en las relaciones sociales a todos los niveles, pues son estos procesos los que han marcado las distintas estrategias de organización para la supervivencia y la reproducción de los grupos sociales en el campo mexicano.

P

Paloma Bonfil Sánchez es historiadora y se ha especializado en trabajo con mujeres indígenas. Colabora actualmente con el Grupo Interdisciplinario sobre Mujer, Trabajo y Pobreza (Gimtrap).

64

• ANÁLISIS •

En este ensayo, intentaré dar una visión general de estos cambios, enmarcándolos más adelante dentro de dos dinámicas específicas a partir de un actor social determinado: las mujeres dentro de las familias rurales frente al acceso a la tierra y ante los diversos procesos migratorios que tan agudamente marcan hoy las relaciones sociales del campo.

Viejas y nuevas crisis en el medio rural

En la última década, el agro mexicano ha experimentado agudos procesos de modernización inducidos desde la lógica de un mercado libre y abierto a la competencia. Dentro de condiciones determinadas por una estructura agraria básicamente minifundista y altamente dirigida a la producción de autosubsistencia o para el abasto interno (17% de la superficie nacional se destina a la agricultura, 83% en sistema de temporal y 17% en sistema de riego; 63% de los campos temporaleros tienen condiciones "francamente malas para la agricultura y regulares para las actividades pecuarias"),1 esto ha implicado un fuerte golpe a las tradicionales formas de organización y producción de las unidades domésticas campesinas, así como a sus de por sí raquíticos niveles de bienestar, lo que ha influido en el alarmante crecimiento de la pobreza en el campo. Las políticas de desarrollo que han privilegiado al sector industrial sobre el agrícola desde hace ya varias décadas, y que se han expresado en la reducción progresiva y proporcional de la inversión pública en el campo, en la apertura a las importaciones de básicos, en la cancelación del reparto agrario, en el adelgazamiento de los esquemas de financiamiento, entre otros elementos, han conformado un panorama de profundas carencias y fuertes conflictos sociales en la población rural (22 881 740 personas, en localidades de menos de 2 500 habitantes, según el XI Censo del INEGI). El agro mexicano puede dividirse en dos grandes sectores centrales: aquel conformado por los productores de subsistencia y el que produce principalmente para el mercado, tanto interno como de exportación. De la población rural total, 1 Banco Nacional de Comercio Exterior, vol. 40, núm. 9, septiembre de 1990, pp. 816-829, citado en

Nùria Costa, 1995, p. 11.

65

• ANÁLISIS •

27% conforma la población económicamente activa (PEA), de la cual 56% se ubica a su vez en el sector ejidal y comunal (3 400 000 personas), mientras 41% son pequeños propietarios (2 500 000 personas). La distribución territorial de estos espacios productivos también ha supuesto un problema para el desenvolvimiento eficiente de los modelos de desarrollo impulsados en los últimos años: 57.9% de las parcelas productivas en uso tienen una superficie menor a las cinco hectáreas, en tanto que los predios mayores de 100 hectáreas sólo conforman 2.5% de la propiedad nacional.2 La destrucción de los sistemas productivos locales, basados en el autoabasto y en relaciones de intercambio microrregional que son los que priman en las zonas temporaleras más aisladas y pobres —casi todas las regiones indígenas podrían ubicarse en esta categoría—, en aras de una eficiencia mercantil, ha impactado negativamente en las condiciones de vida de la población rural, afectando en particular a jornaleros, migrantes, campesinos sin acceso directo a la tierra y población indígena en general. La población rural presenta actualmente graves problemas de desnutrición, saneamiento, escolaridad y servicios de todo tipo, que permiten identificar las zonas campesinas como zonas de pobreza y pobreza extrema sin aparente salida dentro del actual modelo económico. La sustitución de la producción alimentaria por cultivos comerciales para la industria y la ganadería ha implicado un desplazamiento de la producción de básicos, mismos que se suplen con importaciones. Esto, además de reducir la superficie trabajada dedicada a la satisfacción de las necesidades humanas, ha implicado una mayor dependencia de los ingresos para cubrir la demanda de alimentos de los hogares campesinos, en el contexto de una economía poco monetarizada y miserablemente retribuida, disminuyendo así aún más los niveles nutricionales y de bienestar de este sector. Por otra parte, el mismo abandono de la agricultura alimentaria en favor de la agricultura comercial ha significado que las mismas actividades campesinas se tornen "no rentables", tanto desde la lógica económica del modelo de desarrollo imperante como desde la óptica de los propios productores y productoras campesinos. Es así como actualmente se observa un abandono de las labores

2 Ibidem, p. 12.

66

• ANÁLISIS •

agrícolas en pequeño —que, en muchos casos, han quedado a cargo de las mujeres para intentar abastecer a sus familias— y la búsqueda, como estrategia, de la colocación creciente de la fuerza de trabajo rural excedente en los mercados laborales de la agroindustria o urbanos. (En algunos estudios recientes se ha estimado que, actualmente, la población migrante campo-campo y campo-ciudad, itinerante o permanente, suma alrededor de seis millones de personas).

Los cambios que han llevado a este adelgazamiento de la presencia rural en las prioridades nacionales no se gestaron recientemente, más bien se han agudizado con las medidas que desde el Estado se han impulsado buscando el desarrollo industrial del país. En este largo proceso, han surgido también factores políticos que determinan el lugar de la población campesina en las relaciones de poder en todo el país. La visión del sistema campesino como elemento retardatorio del progreso, como resabio del pasado, productivamente ineficiente, ha significado también la imposición de modelos de organización y participación ante el Estado y ante la sociedad en general, que han determinado las dinámicas internas de las sociedades campesinas y el tipo de respuestas generadas para subsistir como sector y como clase. Es el caso de la obligada conformación de organizaciones con figura jurídica reconocida como un requisito para acceder a los recursos y servicios ofrecidos por el Estado; de la estructuración de comités comunitarios para atender diversos renglones del desarrollo comunitario y aun de ciertas organizaciones para la producción, cuya forma y modalidad quedan determinadas desde las políticas estatales y no a partir de las iniciativas locales y las necesidades específicas de productores y productoras (las sociedades de solidaridad social o los comités de solidaridad, por ejemplo). Sistemas productivos familiares y estructura agraria

En estos esquemas macro, el papel y la situación de las unidades domésticas también han sufrido cambios importantes. Las sociedades rurales, indígenas y mestizas, se estructuran a partir de una organización fundamental: las unidades domésticas, conformadas por lazos familiares y de parentesco político y ritual, y

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• ANÁLISIS •

concebidas para cubrir las necesidades productivas y reproductivas de sus integrantes. Las unidades domésticas campesinas, generalmente integradas en un hogar y que, en cierta medida, podrían considerarse familias, aunque no siempre dentro del esquema nuclear, funcionan a partir de la actividad complementaria de sus integrantes, en tareas distribuidas en razón del sexo y la edad de los individuos que las componen. Sólo dentro de esta lógica del trabajo complementario de todos puede entenderse la supervivencia de los sistemas campesinos, ajenos, por otra parte, de la racionalidad económica de la competencia, la eficiencia entendida como capitalización, el mercado y la monetarización.

Estas unidades no son homogéneas ni democráticas: distribuyen tareas, estatus y poder diferenciados entre sus miembros, principalmente a partir de diferencias de género y generacionales; no obstante, suponen también la creación de una serie de relaciones de reciprocidad que fundamentan la seguridad y pertenencia de sus integrantes, dan un lugar familiar y comunitario a las personas y constituyen así la base para las relaciones extrafamiliares y para una identidad social más amplia. De manera esquemática, podría decirse que una primera amplia división del trabajo y los espacios dentro de las unidades domésticas es la que separa lo productivo de lo reproductivo y, con ello, lo público y lo privado, asignados respectivamente a hombres y mujeres.

Aunque esta distinción es muy relativa, justo para el caso de estas unidades de producción y reproducción complementarias, en general el trabajo productivo, la jefatura de familia y la concentración del poder para la toma de decisiones recae en los varones —padres, esposos o hermanos e hijos mayores, al referirlos a su relación con las mujeres— quienes son, además, los que tradicionalmente se han involucrado en relaciones productivas monetarizadas. Dentro de este esquema, a las mujeres les ha sido dado cumplir con las funciones reproductivas, es decir, principalmente con el cuidado y crianza de los hijos, con la atención del hogar, la elaboración de alimentos y la suplencia de servicios públicos inexistentes o escasos (combustible o agua, por ejemplo), y con una serie de actividades "complementarias" como el pastoreo, el cultivo de traspatio, la crianza de animales domésticos, la elaboración de artículos para uso familiar (ropa, por ejemplo), la procuración de ingresos adicionales a través de la venta de productos artesanales o servicios, el comercio en pequeño, etcétera. En este sentido, las mujeres ocupan los espacios privados, no monetarizados y no valorados de la

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• ANÁLISIS •

economía y la representación campesinas. Lo anterior es aplicable tanto a las relaciones con el exterior de las comunidades rurales —mestizas e indígenas indistintamente— como a las relaciones de poder y decisión al interior de las unidades domésticas y de las comunidades. Es decir, las estructuras de seguridad y pertenencia formadas alrededor de las unidades domésticas constituyen también canales a través de los cuales se reproduce la condición subordinada de las mujeres rurales: en su familia, en la comunidad y ante la sociedad en general y las políticas y dependencias del Estado. Las familias rurales vinculadas a las actividades agrícolas, que son de las que me ocupo en esta ocasión —pues actualmente existen también amplias capas de la población en el medio rural no directamente vinculadas a la tierra (comercio, maquila, agroindustria de transformación, artesanía, y servicios, por ejemplo)—, se constituyen, en su mayoría, por ejidatarios y comuneros minifundistas y pequeños propietarios. Su subsistencia se basa en la producción de básicos para el autoconsumo y, en menor proporción, en la producción de frutales y hortalizas y la producción pecuaria.

Frente a los prolongados procesos de descapitalización y desvalorización del campo, la tierra comenzó a adquirir, poco a poco, un valor comercial más o menos depreciado según las distintas circunstancias. Sin embargo, con las actuales tendencias hacia una economía liberada a las fuerzas del mercado, cristalizada en las reformas al artículo 27 constitucional —que si bien eleva a rango constitucional las propiedades ejidal y comunal, también sanciona legalmente la propiedad individual de las parcelas—, la tierra aparece como un medio de producción potencialmente conflictivo, aun al interior de las familias y unidades domésticas rurales. Tradicionalmente, la organización productiva y social de las unidades domésticas campesinas ha girado alrededor de la tierra. en la medida en que todos los integrantes de la unidad participan económicamente en las actividades del pequeño grupo, todos han tenido garantizado también el acceso directo o indirecto

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• ANÁLISIS •

a la tierra, su usufructo y sus beneficios; este sistema había sido reconocido legalmente a través del ejido y la tenencia comunal. La posibilidad de una titulación /adjudicación individual de los derechos sobre la parcela, en situación de crisis en el agro, de monetarización creciente de la economía campesina y de presiones sobre los recursos rurales, agudiza la situación y condición diferenciada de los miembros de una unidad doméstica y distingue con mayor profundidad sus desiguales posibilidades de acceder a la tierra.3

Las modificaciones al artículo 27 constitucional facilitan legalmente el tránsito a una economía de mercado en el medio rural y, por tanto, impactan a todos los actores productivos. Desde la perspectiva de una política general, se considera, como se consideró antes, productores a los detentadores de los títulos parcelarios, a los jefes de familia y a los actores visibles en los renglones públicos y monetarizados de la producción, es decir, a los varones. Ante la posibilidad de un cambio tan importante como la enajenación de la tierra, la condición subordinada de las mujeres se agrava aún más al perderse los mecanismos de seguridad familiar y colectiva que habían sido incluso protegidos por la Ley. Entre los cambios introducidos que más afectan a las mujeres vinculadas directamente a la tierra —entre las cuales, por cierto, habría que distinguir a las ejidatarias reconocidas o derechohabientes (por dotación o por herencia), a las comuneras y a las mujeres con acceso indirecto a una parcela [a través de las unidades agrícolas e industriales para la mujer]— se cuentan: • la cancelación de la protección de la propiedad agraria como patrimonio

familiar; • la conclusión de la dotación de tierras, incluso para las unidades agrícolas

industriales de la mujer, en la medida en que el término del reparto agrario también opera para ellas y, en todo caso, depende de la fuerza que la organización de mujeres tenga al interior de la asamblea en cada ejido, pues ya no hay obligatoriedad de dotarlas con parcela;

• la posibilidad de transmisión de los derechos parcelarios a personas ajenas a la familia y al ejido;

3 Cfr. Rocío Esparza, Blanca Suárez y Paloma Bonfil, 1996.

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• ANÁLISIS •

• la introducción del derecho individual para decidir sobre el futuro de la parcela, en la medida en que la tierra puede pasar a ser un medio de producción de derecho individual y dejar de ser patrimonio familiar;

• la eliminación de la obligatoriedad de manutención económica a la mujer e hijos menores de 16 años que, en cierta forma, obligaba al jefe de familia a conservar la parcela;

• la potestad de la asamblea para decidir si otorga terreno a las unidades agrícolas industriales de la mujer y bajo qué condiciones lo hace, y

• la potestad de la asamblea para decidir si instala servicios en apoyo a las mujeres campesinas.

Estas medidas, decididas sin considerar la situación diferencial de las mujeres y los hombres dentro de la familia ni la condición productiva de la población femenina, suponen un potencial núcleo de conflictos intrafamiliares. Existen ya diversos registros que dan cuenta del desconcierto e indignación de las mujeres cuando se dan cuenta de la vulnerabilidad en que han quedado.

4

La experiencia recogida hasta ahora muestra que la participación de las mujeres en las asambleas ejidales y comunales, aunque variable en fuerza, presencia e incidencia, siempre aparece en desventaja relativa frente a las decisiones y peso masculinos. Así, los cambios introducidos al artículo 27 constitucional agudizan estas desventajas y dejan a las mujeres campesinas sin un marco legal de protección que garantice su acceso a las parcelas. "El tipo de parcelas con destino específico más frecuente en los ejidos certificados es la escolar y le siguen las que se identifican a favor del ejido, mientras que la parcela de la mujer y la destinada a los jóvenes es muy escasa."

5

Esta misma fuente señala que los hombres representan más de 70% de los propietarios en los tres grupos de sujetos agrarios (ejidatarios, posesionarios y avecindados) y que las mujeres con derechos son, en su mayoría, mayores de 50 años. La introducción de medidas que individualizan y comercializan los tradicionales sistemas productivos campesinos, desconociendo el doble papel (reproductivo y productivo) de la mitad de sus integrantes, constituye una medida de

4 Cfr. Verónica Vázquez, (en prensa). 5 Héctor Manuel Robles B., 1996, pp. 11-39.

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• ANÁLISIS •

desprotección directa a las mujeres y familias rurales al establecer barreras adicionales para su acceso a la tierra y, con ella, a otros medios de producción (el crédito, la asistencia técnica, la capacitación y la infraestructura para la transformación y la comercialización de los productos). Así, a la de por sí desventajosa situación de las mujeres como productoras (su poca experiencia organizativa, su limitado potencial económico determinado, no sólo por los renglones productivos en que se concentran, sino también por su situación subordinada en los espacios públicos y valorados de la economía, su limitada experiencia con las fuentes de crédito comercial) se suma una mayor dependencia de las decisiones de los varones como avales de sus actividades y gestiones. Las limitaciones ideológico-culturales que enfrentan las mujeres rurales para desempeñarse en términos de productoras y como agentes políticos en el medio rural han sido reforzadas por los cambios constitucionales. Algunos estudios proyectan estos efectos a otros renglones de la vida individual, familiar y comunitaria de la población femenina rural: "se percibe que hay una estimulación indirecta a una mayor fecundidad de las mujeres por parte de las instituciones que (...) asignan preferencialmente la tierra a mujeres con buena capacidad de trabajo familiar o número de hijos. Con [esto] se recarga aún más a las mujeres en sus responsabilidades reproductivas, restringiéndose así sus posibilidades de trabajo productivo".6 Por lo que respecta a las mujeres, las consecuencias previsibles a partir de las reformas constitucionales al Artículo 27 ponen de relieve la necesidad de una legislación explícita en favor de la población femenina pues, en caso contrario, la fuerza de la costumbre y las determinaciones culturales seguirán actuando por su marginación, con el consecuente conflicto social, político y económico tanto para la reproducción de las familias campesinas como para el desempeño productivo del sector en su conjunto. Así, las reformas constitucionales al Artículo 27 afectan las condiciones de vida y bienestar de los núcleos familiares en términos básicamente negativos, ahondando la brecha de desigualdad que existe entre los niveles de vida de la población nacional en general y de las poblaciones campesinas. 6 Magdalena León et al., 1992, p. 55.

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Estrategias de sobrevivencia de la familia rural Estas modificaciones, y en general las políticas dirigidas al campo, han desconocido no sólo el papel de la producción familiar a través de las unidades domésticas, sino, muy particularmente, la función y condición de las mujeres dentro de la economía y las sociedades rurales, y han impactado de tal manera las dinámicas de reproducción de los núcleos campesinos, que éstos han debido desarrollar una serie de estrategias para asegurar su supervivencia.

Una de estas estrategias ha sido la diversificación ocupacional que ha supuesto la modificación de la división sexual y generacional del trabajo dentro de las unidades domésticas. Así, además de la incorporación del trabajo infantil, destaca la participación creciente de las mujeres rurales en actividades remuneradas, tanto en el sector agroindustrial y la maquila como en la venta de servicios. De acuerdo con investigaciones recientes, son los hogares rurales más pobres los que tienen a más mujeres trabajando por dinero. De este modo, las necesidades internas de la familia se combinan con una creciente demanda de fuerza de trabajo femenina en algunos sectores económicos en expansión, como la agroindustria de exportación y la agricultura comercial, los parques industriales ubicados en el medio rural o la industria maquiladora a domicilio y en talleres.

7 Los cambios hasta aquí reseñados y las estrategias desarrolladas por las familias rurales para asegurar su reproducción han implicado, entre otros elementos de gran importancia, una dilución de las fronteras entre lo urbano y lo rural, tanto en términos geográficos como en términos de la distinción de actividades productivas, de patrones culturales y de dinámicas sociales. Uno de los factores que más ha funcionado como "puente" en este proceso ha sido la migración. Los procesos de migración campo-campo no son recientes, pero se han agudizado ante los problemas de falta de acceso a la tierra y ante la poca rentabilidad de las

7 Soledad González Montes, 1994, pp. 179-214. Cfr., asimismo, Sara María Lara Flores (coordinadora), 1995.

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actividades agrícolas. El jornalerismo constituye así, actualmente, un renglón de organización socioproductiva central en la economía rural, que por un lado vincula los procesos económicos de las regiones agrícolas comerciales desarrolladas del país con los de las regiones de agricultura de subsistencia y, por otro, genera dinámicas poblacionales sumamente complejas.

Para las familias rurales, el antiguo esquema de un padre migrante que se apoyaba en el trabajo familiar, sobre todo femenino, para salir y esperar hasta poder enviar remesas a su hogar, ya no es tan generalizado. De unos años para acá (una década aproximadamente), la migración femenina ha cobrado mayor importancia: no se trata ya sólo de las jóvenes solteras que tradicionalmente han salido para vender su fuerza de trabajo en el servicio doméstico hasta constituir sus propias familias, sino de mujeres y familias enteras que migran junto con los varones a las zonas de desarrollo agroindustrial.8 Esto ha implicado un crecimiento del trabajo femenino e infantil en la maquila y la reproducción de la vida familiar en un sistema itinerante, de particular desprotección laboral y fuera de los lazos de seguridad familiar ampliada y comunitaria.9 La cultura jornalera del campo supone, pues, una nueva modalidad de reproducción campesina no vinculada a la propiedad y al manejo de la tierra, aunque para muchas comunidades indígenas, son justamente los recursos así aportados los que permiten la reproducción cíclica de la secular cultura del maíz. En una investigación todavía en curso, David Barkin señala que las remesas aportadas a la producción milpera por los migrantes nacionales e internacionales bien podrían ser del orden de tres mil millones de dólares (ponencia presentada el 4 de noviembre de 1996). Dentro de la migración campo-ciudad hay también nuevos patrones que determinan las dinámicas familiares rurales. Por una parte está el fenómeno de descampesinización, de los migrantes definitivos que se confunden en el medio urbano y pierden sus antecedentes rurales y campesinos. Pero están también las migraciones que conservan el vínculo con la tierra, la comunidad y la cultura campesinas. Ambas dinámicas han implicado cambios importantes en la composición y evolución de los sistemas familiares rurales, determinados en gran

8 Sara Ma. Lara Flores, op. cit., 1995, pp. 7-13. 9 Cfr. Documentos de trabajo del Programa de Jornaleros Agrícolas de la Secretaría de Desarrollo

Social.

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parte por la cada vez mayor migración femenina. La salida de las mujeres al trabajo remunerado en las ciudades ha traído transformaciones demográficas tan importantes como la posibilidad de retrasar el momento del matrimonio, decidir la pareja y, en algunos casos, todavía pocos, incorporar medidas de planificación familiar.

De acuerdo con estudios recientes tanto en México como en América Latina, la diferencia en los patrones de migración puede explicarse, en buena medida, a partir del acceso de las unidades familiares a los medios de producción y de la división del trabajo por sexo y edad dentro de esa unidad familiar. La posibilidad diferenciada de acceso a la tierra y otros medios de producción de propiedad familiar para los distintos integrantes del núcleo doméstico obliga a la búsqueda de futuros alternativos para cada uno de ellos, búsqueda, no obstante, enmarcada dentro de una lógica de reproducción familiar. Mientras las jóvenes permanezcan solteras, se considera una obligación su aporte de ingresos complementarios para el hogar paterno, este patrón no siempre aplicado a los varones jóvenes que se emplean en actividades remuneradas, especialmente si lo hacen fuera de la localidad de origen. La utilización variable de la fuerza de trabajo familiar al interior de las unidades domésticas conforma así una estrategia de supervivencia flexible marcada por los valores de género que la familia asume y reproduce. Siguiendo esta línea de análisis, el crecimiento de la migración femenina fuera de las comunidades rurales podría responder a la falta de acceso de las mujeres a los recursos productivos de sus familias y comunidades. A ello habría que oponer la aparición de un mercado de trabajo rural que, en muchos casos, ofrece más oportunidades a la fuerza de trabajo femenina que a la masculina, concretamente en los renglones de la agroindustria de hortalizas y flores, así como en la maquila rural domiciliaria.

Esto mismo ocurre en algunos sectores ocupacionales urbanos, de tal forma que es frecuente que las mujeres indígenas migrantes, por ejemplo, se inserten en actividades remuneradas, especialmente en el sector informal, mucho más fácilmente que sus compañeros, lo cual supone cambios en la división y valoración familiar de las actividades reproductivas. (entre los mazahuas de la ciudad de México ya es común ver a los varones ocupándose del cuidado de los hijos, mientras las mujeres salen a vender distintos artículos y productos, por ejemplo). 75

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No obstante, la condición desprotegida de las mujeres trabajadoras de origen rural aparece como constante en contextos extracomunitarios, en los que se han perdido o debilitado los sistemas de apoyo colectivo y familiar y en los que no existen alternativas institucionalizadas de protección. Pese a la aparición de nuevos actores e identidades rural-urbanos, de organizaciones de migrantes para la defensa de sus derechos laborales, la protección de derechos humanos o la reproducción cultural, no existen políticas estatales suficientes como para garantizar niveles mínimos de bienestar a esta población desvinculada de la tierra como territorio, como medio de producción y como referente inmediato. Esta vulnerabilidad extrema agudiza las dificultades de las mujeres para cubrir sus funciones reproductivas y de procuración del bienestar de sus familias.

Conclusiones

En este panorama, ninguna de las transformaciones descritas se ha dado sin conflicto ni tensiones. Tampoco puede hablarse de efectos en un solo sentido: a la desprotección de las mujeres campesinas, habría que oponer el surgimiento de organizaciones femeninas cada vez más fuertes y significativas; a la necesidad de abandonar sus comunidades por falta de oportunidades, habría que oponer la apertura de nuevos espacios de participación y aun de desarrollo personal para las mujeres y las familias; a la generación de ingresos mediante el trabajo asalariado habría que oponer las condiciones de vida y la explotación del trabajo infantil, y a la inseguridad en la tenencia de la tierra, habría que oponer el fortalecimiento actual de los diversos movimientos e identidades rurales, indígenas y mestizos. La complejidad en perpetuo movimiento que presentan las estrategias adoptadas por las familias rurales en transición requiere de análisis particulares, de la consideración de los múltiples elementos que determinan situaciones específicas y, en especial, del reconocimiento de la existencia de actores sociales diferenciados en los diversos niveles del medio rural: desde el interior de la familia y de la comunidad, hasta dentro de las organizaciones, las diversas regiones y las variadas ramas productivas. 76

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La posibilidad de conocer y reconocer esta pluralidad permitirá recuperar la experiencia y la trayectoria de los distintos actores del medio rural y distinguir el lugar y la situación de las familias, así como las relaciones de poder, conflicto y cooperación a su interior, en un contexto de cambio constante.

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La tierra ejidal en México: ¿mercancía u objeto social?

La reforma agraria mexicana otorgó al ejido un carácter contradictorio: el sector social y el mercantil;

el primero se inserta en el segundo a través de relaciones económicas. Ambas lógicas, y las prácticas agrarias a que dan lugar,

pueden ser analizadas por medio de una metodología que se propone en este estudio.

Emmanuelle Bouquet

l estatuto de la tierra ejidal ha sufrido muchos cambios a raíz de la reforma y al de 1992. El propósito de este artículo no es emitir juicios sobre estas reformas sino hacer un análisis lo más objetivo y riguroso posible de una realidad concreta. Los términos de los debates en torno a

las reformas del ejido se refieren con frecuencia a la disyuntiva: tierra como mercancía y tierra como símbolo social, y no dejan de ser, muchas veces, teñidos de ideología. De hecho, esta disyuntiva no es tan tajante como aparenta, y todos los hechos agrarios combinan, en diversas medidas, estos dos aspectos que caracterizan a la tierra. En este ensayo se propone una metodología sencilla para

E

Emmanuelle Bouquet es estudiante del Doctorado en Economía Rural de la Escuela Nacional Superior de Agronomía de Montpellier, Francia, dentro del programa ORSTOM-Colegio de Posgraduados "Dinámicas organizacionales en el agro mexicano". La autora agradece al Dr. Jean-Philippe Colin por haber supervisado el trabajo de investigación y revisado una primera versión de este artículo.

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• ANÁLISIS •

calificar las prácticas relacionadas con la tierra,1 y determinar si obedecen más a una lógica de mercado o a una lógica social. Se pueden entonces apreciar los cambios cualitativos originados por las reformas de 1992. Esta metodología es aplicada en dos niveles de análisis: 1) la ley agraria, en tanto que refleja un proyecto político nacional; 2) las prácticas efectivas de los ejidatarios a nivel local, así como su lógica. El interés de tomar en cuenta estos dos niveles radica en las discrepancias que se pueden observar entre el nivel global (ley agraria) y el nivel local (implementación de la ley agraria). Estas discrepancias, a su vez, permiten explicar por qué las reformas de 1992 no necesariamente van a ser un hito en las dinámicas agrarias de los ejidos.

Marco de análisis. Conceptualización de la tierra agrícola

Para los economistas la tierra agrícola es un rompecabezas. Es indudablemente un bien económico en el sentido de que es un factor de producción escaso. Pero "es un bien económico peculiar en la medida en que no es producto del trabajo humano" (Coulomb, 1994). Por otra parte, si bien la tierra es un bien económico, también (y a lo mejor antes que todo) es un territorio y, por ende, la base de relaciones sociales. La gestión del uso del suelo (es decir, los derechos de propiedad) está entonces, las más de las veces, inserta dentro de redes sociales. A su vez, los derechos de propiedad influyen sobre las prácticas económicas de los actores, por lo que la dimensión social no se puede pasar por alto.

La tierra combina entonces una doble condición. Según las regiones del mundo y las épocas históricas, una dimensión puede dominar a la otra. Por ejemplo, en Europa occidental, en el sistema feudal de la Edad Media predominó la dimensión social, mientras que el sistema de propiedad privada vigente se asienta en la dimensión económica y mercantil. Para los economistas de la escuela de los

1 En el resto del texto, usaré la expresión "prácticas agrarias" para referirme a las prácticas

relacionadas con la tierra, esto es: a) acceso a la tierra por medio de dotación, herencia o compra, y b) uso de la misma por medio de cultivo propio, de contratos de renta y aparcería, y de enajenación.

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derechos de propiedad, incluso, esta evolución de los derechos de propiedad hacia la evacuación de la dimensión social y el desarrollo de derechos individuales, exclusivos y libremente transferibles, lleva a más eficiencia, tanto individual como colectiva y permite explicar el desarrollo económico general (tanto agrícola como industrial) de los países que la han experimentado. El relativo retraso económico de los países cuya estructura agraria fue o sigue dominada por el latifundio (América Latina, España, sur de Italia), así como el fracaso del modelo de agricultura colectiva de los países de Europa del Este les ha servido de confirmación a su tesis.2 En relación con esta doble naturaleza, la idea es elaborar un marco analítico que permita distinguir entre forma dominante mercantil y forma dominante no

rcantil. Para este efecto hemos elaborado la siguiente lista de criterios: me

Forma a dominante mercantil: consideramos a la tierra como un bien mercantil si puede ser libremente objeto de transacciones. Asimismo, consideramos que las prácticas agrarias remiten a una lógica mercantil si se toman en cuenta conceptos de transacción, precio, competencia, etcétera. También asimilamos a una lógica mercantil toda práctica justificada por medio de una referencia a la eficiencia productiva y al interés individual. Forma a dominante no mercantil: Considero a la tierra como un bien no mercantil si no puede ser objeto de transacciones y/o si el hecho de ser la base de relaciones familiares o sociales deja a un lado su carácter enajenable. En este rubro también entran las prácticas que se justifican por medio de referencia a relaciones personalizadas, relaciones de poder de tipo familiar o jerárquico, así como las que remiten al interés colectivo.

2 A este respecto, consultar los artículos clásicos de Demsetz, 1967; Alchian y Demsetz, 1973; así

como Furubotn y Pejovich, 1972.

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Voy a aplicar esta metodología al análisis de los textos de las leyes y del discurso de los ejidatarios sobre sus prácticas. Como se puede apreciar, esta metodología tiene una fuerte base interpretativa, pero los criterios arriba mencionados permiten encauzar la interpretación para poder cumplir con las mínimas exigencias de rigor científico. Con la Ley Agraria de 1992 la tierra ejidal toma una forma mercantil 1. Antes de 1992, el ejido es visto desde una perspectiva esencialmente no mercantil

La ley federal de reforma agraria de 1971 retoma claramente los principios no mercantiles de la tierra ejidal, ya planteados en el código agrario de 1934.

3 En primer lugar, prohíbe toda clase de transacción sobre la tierra: compraventa, pero también contratos de renta y aparcería. La tierra ejidal es claramente definida como un bien no mercantil. En segundo lugar, las prácticas agrarias obedecen reglas4 que remiten al interés colectivo y a la personalización de las relaciones, mucho más que al interés individual o que a la eficiencia productiva, como lo demuestran los siguientes ejemplos: El proceso de acceso a la tierra: muchas veces, la dotación de tierras a los ejidos obedeció a motivos políticos de corto plazo, para calmar presiones sociales puntuales, o para buscar alianzas de poder. En estos casos, la personalización de

3 Hay que recordar sin embargo, que estos principios fueron muy debatidos en los primeros tiempos

de la reforma agraria. Una corriente veía al ejido como un pegujal mejorado, que proveyera al ejidatario un complemento de recursos mientras siguiera trabajando como peón. Para otros, la parcela ejidal era vista como una unidad económica autónoma, pero la idea era plasmar formas transitorias de protección de las tierras ejidales contra los embates de los viejos terratenientes, para finalmente volver a derechos de propiedad privada, una vez fortalecido este nuevo sector campesino. Será el presidente Cárdenas, quien impondrá su visión del desarrollo agrícola de México basado en la dualidad definitiva propiedad privada-propiedad social (cuya denominación misma es significativa de los propósitos políticos que la sustentan).

4 Por lo menos en la teoría.

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las relaciones entre los grupos que piden la tierra y los grupos que la reparten es esencial para entender las dinámicas agrarias. En las etapas siguientes, los nuevos ejidatarios que se incorporan al grupo inicial no son agentes anónimos, sino que pertenecen a esferas sociales muy cercanas: hijos de ejidatarios, avecindados.

De esta forma, la tierra no necesariamente es distribuida con fines de eficiencia productiva. La necesidad de responder a presiones sociales y políticas puede llevar a dotaciones individuales de tipo minifundista —como fue el caso en muchas partes del estado de Tlaxcala, donde se realizó el estudio de caso que se presenta a continuación—, que desde un principio se revelan insuficientes para las necesidades familiares y obligan al ejidatario a buscar actividades económicas complementarias. Por otra parte, la tierra es distribuida en función de redes sociales, que no necesariamente coinciden con las habilidades para desarrollar una

tividad agrícola. ac

Derechos de uso de la parcela ejidal: las limitaciones establecidas al uso de la parcela ejidal tienen que ver con el proyecto nacional de estructura agraria para el México posrevolucionario: acabar con la estructura económica y social del sistema latifundista y fomentar un sector de pequeñas explotaciones agrícolas familiares. Este proyecto tiene una justificación económica: destacados economistas agrícolas enfatizan desde el principio del siglo XX la superioridad productiva de la estructura familiar en la agricultura.5 Pero las limitaciones legales al uso de la parcela ejidal que sirven de instrumento para concretar este proyecto nacional vienen a anteponer la dimensión social a la dimensión económica. Todo parece indicar que lo que se busca es cierta forma de igualdad social que se concreta en la igualdad en el acceso a la tierra (véanse las prohibiciones de compraventa, de renta o aparcería, la obligación de cultivar uno mismo la tierra, sin emplear mano de obra asalariada, así como la prohibición de fraccionar la parcela por concepto de herencia, o de nombrar un heredero que tenga ya parcela ejidal); asimismo, la tierra ejidal se concibe más como un sustento familiar que como un medio de acumulación y reproducción económica ampliada (la obligación para el heredero

5 Véase por ejemplo los escritos de Chayanov.

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de un ejidatario fallecido de apoyar económicamente a la viuda y a los hijos menores es un ejemplo más de esta lógica).6

Claro está, la eficiencia productiva no es del todo obliterada. Gracias a programas de apoyo específicos —como el crédito ejidal—, el sector ejidal de hecho fue en gran medida el agente del crecimiento agrícola que experimentó México entre 1945 y 1965. Pero de manera general la dimensión productiva es supeditada a la dimensión social, lo cual concretamente genera dos líneas de tensiones adentro de los ejidos: 1) la disyuntiva individual-colectivo; 2) la disyuntiva mercantil-no mercantil.

Disyuntiva colectivo-individual: es al ejido en su conjunto que se le reconoce la propiedad de su patrimonio. Por consiguiente, el ejido en tanto que grupo (representado por la asamblea ejidal) es el único agente de coordinación agraria (asignación de tierras, derecho de control sobre el uso de las mismas, que puede llegar hasta la privación de los derechos ejidales para un ejidatario que incurra en prácticas prohibidas). Toda forma de coordinación agraria interindividual queda entonces prohibida. Pero paralelamente a esta dimensión colectiva, en la mayoría de los ejidos las familias desarrollan de forma individual una actividad productiva que tiene que permitir la reproducción económica de las explotaciones. En particular, deciden libremente sobre los cultivos, la organización del trabajo y el destino de las cosechas. Los límites impuestos por la ley pueden entonces generar tensiones entre estos dos polos individual y colectivo, tensiones que se nutren de la segunda disyuntiva.

Disyuntiva mercantil-no mercantil: el principio mercantil es voluntariamente excluido de las modalidades de regulación agraria dentro del ejido, en nombre de la justicia social. Pero la mayoría de los ejidos están insertos desde su creación dentro de los intercambios monetarios, que remiten al modo mercantil: la reproducción económica de las familias depende de manera fundamental de la cantidad y la calidad de su producción agrícola, así como de las relaciones de precios. Varios mecanismos han sido instituidos con el propósito de reducir estas tensiones, en particular el sistema de crédito ejidal, en el cual la garantía colectiva

6 Todas estas limitaciones figuran en el capítulo segundo de la Ley Federal de Reforma Agraria de

1971, artículos 66 a 89. Por otro lado, es interesante advertir las similitudes de este sistema ejidal con el sistema del calpulli azteca.

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de un grupo de ejidatarios sustituye a la imposible hipoteca de las parcelas, o también los subsidios sobre los insumos y algunos productos agrícolas básicos. Estos mecanismos temperan la lógica mercantil del entorno económico de los ejidatarios, pero sin suprimirla totalmente, además de que las reformas estructurales de estos últimos años los han debilitado mucho, sacando a la luz la viveza de las tensiones. En conclusión, dentro del sistema ejidal anterior a la reforma de 1992, la asignación individual del recurso tierra estaba desconectada de la eficiencia productiva. No existía ninguna posibilidad legal de diferenciación individual por medio del acceso a la tierra (sea por compra o por contrato de renta o aparcería). El ejido en su conjunto era considerado la base del desarrollo agrícola, lo que ilustra esta declaración de la Secretaría de la Reforma Agraria (SRA) en 1976: "la forma de apropiación social, subyacente al proceso de capitalización del ejido, permite ajustar disparidades internas y favorecer su desarrollo sostenido" (Zaragoza y Macías, 1980).

2. Las reformas de 1992 tienden a revalorar la dimensión mercantil

Como es sabido, en muchos casos las tensiones que hemos identificado en el sistema ejidal anterior a 1992 se resolvían incurriendo en prácticas ilegales de índole mercantil, que se tradujeron de hecho en procesos de diferenciación económica dentro de los ejidos. Además, estas prácticas generaban cierto grado de incertidumbre en cuanto a la seguridad de la tenencia de la tierra, y estaban muy ligadas con las relaciones de poder dentro de los ejidos (concentradas básicamente en la figura del comisariado ejidal, pero también en el promotor agrario de la SRA), lo que tampoco cuadraba con los objetivos de igualdad social. Las reformas de 1992 toman nota de esas desviaciones, y también atribuyen en parte las deficiencias productivas de la agricultura nacional al sistema ejidal, presentado como demasiado rígido e intervenido por parte del Estado. Estas reformas tienden a revalorar la dimensión mercantil de la tierra ejidal.

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En primer lugar, las parcelas ejidales pueden ser en adelante objeto de transacciones: compraventa, contratos de renta y aparcería y asociación con inversionistas privados. También se abre la posibilidad para los ejidatarios en lo individual de pasar al dominio pleno, adquiriendo sus parcelas el estatus de propiedad privada.

En segundo lugar, retrocede la dimensión social de las prácticas agrarias. Tanto el texto de la nueva ley agraria, como su exposición de motivos enfatizan la merma de la capacidad de control del grupo (sea la asamblea ejidal o el Estado) sobre el individuo; se resalta la libertad de iniciativa individual, así como la eficiencia productiva. Pero no por eso desaparece del todo la dimensión social, lo que ilustran los límites impuestos a la venta de tierras,7 así como los esfuerzos gubernamentales para reforzar la organización dentro de los ejidos (programa de reglamentos internos, incentivos para la producción colectiva).8

En conclusión, el análisis de los textos legales arroja un cambio drástico en la estructura agraria mexicana y, por lo tanto, en sus perspectivas de evolución. Esto aunado al carácter candente de la cuestión agraria en México permite entender la polémica desatada a raíz de las reformas de 1992. Ahora bien, ¿qué está pasando concretamente dentro de los ejidos? El estudio de caso que presentamos a continuación permite hacer un primer balance que matiza bastante lo drástico de la evolución legal arriba descrita.

7 Si la tierra sigue dentro del régimen ejidal, el comprador tiene que ser ejidatario o avecindado, los

familiares tienen el derecho del tanto, los representantes del ejido no pueden comprar tierras mientras están en sus cargos, y existe un límite superior de tierras que un solo individuo puede poseer dentro del ejido.

8 Hasta la fecha, se trata nada más de incentivos verbales, no económicos o fiscales.

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Las prácticas agrarias en el ejido La edad antes de las reformas Sol

Breve historia del ejido La Soledad9 Los primeros ejidatarios de La Soledad eran peones de la hacienda pulquera de San Bartolomé del Monte, la más grande del estado de Tlaxcala a principios del siglo XX (contaba con aproximadamente doce mil hectáreas). Cuando hicieron su solicitud, gran parte de las tierras de labor de la hacienda ya había sido dotada a otros núcleos agrarios, así que les tocó la parte de monte. La resolución de dotación, de 1 540 hectáreas para 38 beneficiados, fue publicada en 1938. Para esta fecha, la situación política y militar seguía algo confusa, y la mayoría de los ejidatarios prefirió no tomar posesión de estas tierras boscosas (les estaba prohibido por parte de las autoridades forestales desmontar más de media hectárea por persona), y siguió viviendo en los edificios abandonados de la ex hacienda, manteniéndose a duras penas con pequeños trabajos forestales clandestinos (venta de leña, fabricación de carbón). Apenas dos o tres familias fueron a establecerse en las tierras dotadas y desmontaron un pequeño lote para el autoconsumo.

En 1947, el nuevo dueño de la hacienda obtuvo un certificado de inafectabilidad para lo que quedaba de las tierras y mandó expulsar a los ejidatarios que todavía se encontraban en el casco. Fue entonces cuando se creó el poblado de La Soledad. Las trabas administrativas seguían impidiendo desmontar para crear una zona de cultivo para los ejidatarios, mientras la explotación de la madera también quedaba prohibida. La primera actividad económica que desarrollaron los ejidatarios fue entonces la cría de ovinos y caprinos, mientras tramitaban el permiso de desmonte.

9 Los datos sobre el ejido La Soledad fueron recabados en dos etapas de trabajo de campo, en 1994

y 1995. Para más detalles, véanse Proaño, 1994, y Bouquet, 1996.

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Por razones que no hemos podido esclarecer por completo,10 este permiso no fue expedido hasta el año 1962. Para entonces los ejidatarios habían ido desmontando por su cuenta; algunos, media hectárea, otros una hectárea, dos cuando más. En 1962 consiguieron, por una parte, un permiso de explotación forestal de 400 hectáreas, y por otra parte, el permiso de abrir 150 hectáreas de parcelas de cultivo que fueron repartidas de manera igualitaria entre los 38 ejidatarios iniciales, más sus hijos mayores, lo cual conformaba un grupo de 55 personas. Además, el dinero obtenido por concepto de la venta de la madera fue utilizado por el ejido para la compra de 400 hectáreas (de las cuales 230 eran de cultivo y 170 de bosque) a la hacienda vecina. El gobierno del estado de Tlaxcala y los funcionarios agrarios fueron quienes se encargaron del trato con el hacendado, presionando para que aceptara vender a un precio bastante bajo. Las tierras así adquiridas hubieran podido ser objeto de un proceso de incorporación de tierras al régimen ejidal, pero el comisariado de aquel tiempo prefirió dejarlas con el estatuto de propiedad privada para evitar el control de la administración agraria y para tener acceso al crédito privado.11 Al igual que las tierras ejidales, las tierras de propiedad fueron repartidas entre todos los ejidatarios, los cuales fueron provistos de los títulos de propiedad correspondientes. En 1968 fue expedido un nuevo permiso para abrir 30 hectáreas de parcelas de cultivo para beneficio de hijos de ejidatarios. Finalmente, en 1974, el ejido obtuvo una ampliación de 80 hectáreas (40 de tierras de labor y 40 de bosque) para un grupo de 36 jóvenes ejidatarios o hijos de ejidatarios. Las tierras de labor tenían que ser explotadas en forma colectiva para aprovechar las economías de escala (en este caso se trataba del cultivo de cebada maltera con el apoyo del banco ejidal que proporcionaba sembradoras y combinadas). Pero al cabo de cinco años, los ejidatarios decidieron proceder a la parcelación de las tierras de labor por problemas que habían surgido en la organización del trabajo colectivo. Prefirieron

10 Según rumores insistentes, los primeros comisariados ejidales encargados de tramitar este permiso

fueron "comprados" por el dueño de la hacienda, que esperaba volver en posesión de estas tierras y no quería verlas desmontadas.

11 A este respecto, es interesante subrayar que esta decisión fue tomada de manera relativamente individualista, ya que iba en contra de la opinión de muchos ejidatarios para los cuales la propiedad privada aparecía como mucho más insegura que la propiedad ejidal (también parece que había manipulación por parte de un ex presidente de comisariado que veía mermar su poder local).

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no avisar a las autoridades agrarias, y realizaron ellos mismos los trabajos de medición y atribución de las parcelas por sorteo. Aunque en teoría se abrieron parcelas de cultivo sólo en dos ocasiones, en 1962 y en 1968, en la práctica algunos ejidatarios o hijos de ejidatarios aprovecharon las buenas relaciones que tenían con las autoridades ejidales para abrir individualmente sus parcelas. Pero la superficie correspondiente no es muy importante (según nuestras estimaciones, no rebasa las 30 hectáreas, es decir, menos de 2% de la superficie total del ejido).

A partir del momento en que los ejidatarios tuvieron acceso a tierras de labor, en los años sesenta, empezó a declinar la actividad ganadera por ser menos rentable que la agrícola. Los ejidatarios sembraban principalmente maíz, haba y cebada. Este último cultivo llegó a ser predominante en los años setenta, gracias a la presencia de una fábrica maltera en la ciudad vecina de Calpulalpan, así como al apoyo del banco ejidal y de los servicios gubernamentales de extensión agrícola, y permitió el desarrollo económico de los ejidatarios durante este periodo. Este desarrollo, sin embargo, no fue igualitario. La actividad ganadera había desembocado en cierta diferenciación económica de los ejidatarios, probablemente con base en sus habilidades para manejar el ganado.12 Esta diferenciación siguió alimentándose con el desarrollo de los cultivos, llegando algunos ejidatarios a poseer tractores, camionetas, camiones torton e inclusive combinadas, cuando otros seguían cultivando con yunta.

Desde fines de los años ochenta, el sistema productivo del ejido ha entrado en crisis. La cebada ya no es tan interesante debido a que padece problemas fitosanitarios (Puccinia Striiformis) que obligan a realizar tratamientos costosos. También los ejidatarios enfrentan problemas de comercialización con la maltera, la cual recurre ahora comúnmente a la importación de cebada norteamericana. La mayoría de los ejidatarios se encuentra también en cartera vencida, no sólo con el Banco Nacional de Crédito Rural (Banrural), sino con bancos privados, lo que ha llevado a varios a un proceso de descapitalización (venta de tractores y vehículos para pagar los créditos). Actualmente el acceso al crédito tanto ejidal como privado es casi nulo, y los ejidatarios padecen en diversos grados problemas de

12 También puede haber desempeñado un papel en la diferenciación inicial el hecho de haber sido

Comisariado Ejidal, por los rumores de corrupción arriba mencionados.

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liquidez. Como respuesta a esta nueva situación, todos los ejidatarios han incrementado sus siembras de maíz por ser un cultivo más seguro y menos costoso que la cebada. Además, los ejidatarios más acaudalados han intentado desde principios de los años 90 una reconversión productiva hacia el cultivo de papa (ver más adelante).

En resumen, la historia agraria del ejido La Soledad muestra rasgos interesantes. Por lo que toca a la tierra, es un ejido que ha tenido que pelear para que se le conceda un permiso para abrir tierras de cultivo; es un ejido que ha tenido una experiencia de explotación colectiva, la cual resultó ser un fracaso al cabo de pocos años, lo que permite plantear la cuestión de la viabilidad de los proyectos colectivos; por último, es un ejido cuyos integrantes (55 de un total de 85 ejidatarios) son al mismo tiempo pequeños propietarios, lo que permite plantear la cuestión del eventual manejo diferenciado del recurso tierra según los derechos de propiedad que le están asociados. En lo que toca a los sistemas de producción, es un ejido donde se han dado procesos de diferenciación económica bastante fuertes que se tradujeron en variabilidad en el acceso a maquinaria, pero también en el acceso a la tierra. Por último, es un ejido donde las respuestas a la crisis actual de rentabilidad y de acceso al financiamiento pasan en algunos casos por una extensificación del sistema de cultivo (aumento de la superficie sembrada en maíz, reducción del uso de fertilizantes), pero pasan en otros casos por la búsqueda de cultivos alternativos muy arriesgados pero potencialmente muy rentables, como lo es la papa.

La dimensión mercantil estaba presente en las prácticas agrarias desde antes de 1992 Los siguientes ejemplos ilustran la presencia de la dimensión mercantil en las prácticas agrarias de los ejidatarios de La Soledad, aún antes de las reformas de

92. 19

Individualismo versus colectivismo Cuando se interrogó a los ejidatarios sobre las razones por las que había fracasado el intento de cultivo colectivo, esgrimieron dos tipos de argumentos. En primer

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lugar, las malas relaciones con el banco ejidal: el crédito y las máquinas (sembradoras y combinadas) no llegaban a tiempo, lo que retrasaba los trabajos; luego a las máquinas les hacía falta mantenimiento, lo cual se reflejaba en una menor productividad y calidad del producto; en los últimos años incluso, los ejidatarios recurrieron a maquinaria rentada a particulares. Pero la razón principal fue la falta de interés dentro del mismo grupo para el trabajo colectivo. Un ejidatario resumió muy bien la opinión de todos: "¿para qué echarle ganas si el fruto de mi trabajo no me corresponde totalmente sino que es repartido entre todos?" En este caso, para los ejidatarios, el interés individual (dejar que los demás hagan el trabajo) se oponía al interés colectivo (trabajar todos juntos) y, en ausencia de un mecanismo efectivo de monitoreo del trabajo individual y de remuneración adecuada, se llegaba a situaciones de menor eficiencia. En efecto, al momento de repartir las ganancias, los ejidatarios se valían de relaciones de parentesco o compadrazgo para que a cada quien le tocara lo mismo, independientemente de la cantidad y calidad de trabajo proporcionado. Contratos de renta y aparcería De acuerdo con las encuestas, la superficie bajo algún contrato de renta o aparcería representaba 20% de la superficie total sembrada en 1993, y 30% en 1994. De los 35 productores entrevistados, 20 en 1993 y 25 en 1994 entraban por lo menos en un contrato, y sólo un productor declaró que nunca había tomado ni dado una parcela bajo esa forma. Se trata, por lo tanto, de una práctica relativamente corriente dentro del ejido. Aunque los datos disponibles abarcan dos años después de las reformas de 1992, se asume que son válidos para estimar el fenómeno antes de esta fecha, ya que los productores declararon no haber cambiado sus costumbres en relación con los cambios legales (ver más adelante). En La Soledad, las categorías de los que toman y los que dan tierra son bastante estables y definidas. Los que toman son ejidatarios más pudientes económicamente (o vienen de familias pudientes que los apoyan en cierto grado) y siguen una lógica de desarrollo productivo, poseen un tractor o, en su caso, tienen acceso al tractor del padre o del hermano y buscan tomar tierras cada año según sus posibilidades. Los que dan son más frágiles económicamente (no dan cada

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año, sino cuando se encuentran en apuros financieros) o buscan salir de la lógica productiva (en este caso, dan cada año). Desde los años sesenta se cuenta con tres tipos de contratos a los que recurren los ejidatarios: el contrato de renta, el contrato al tercio y el contrato a medias. En el contrato de renta, el arrendatario toma todas las decisiones en cuanto al cultivo y al itinerario técnico y paga la renta en efectivo en cuanto se cierra el trato. Parece que existe un consenso dentro del ejido sobre el valor de la renta, por lo que no se observó mucha variación que tradujera relaciones de poder entre los ejidatarios (solamente en función de la calidad de los suelos). El contrato al tercio se acerca a una renta con pago proporcional a la cosecha, en la medida en que el mediero sigue siendo responsable de todo el proceso productivo. Sin embargo, el mediero y el dueño de la parcela deciden juntos qué cultivo va a ser sembrado (en La Soledad se trata casi siempre de maíz). La renta de la tierra corresponde a la tercera parte de la cosecha en pie y el dueño tiene que encargarse de cosechar su parte. Por último, el contrato a medias consiste en la repartición de los costos de producción entre el dueño de la parcela y el mediero, cada quien cosechando una mitad de parcela. Si bien los contratos de renta y al tercio implican que el dueño se retire del proceso productivo, en el contrato a medias el dueño y el mediero juntan sus esfuerzos en el marco de un proceso productivo en común. El espacio para la negociación es por lo tanto mucho más abierto: elección del cultivo y del itinerario técnico, modalidades de repartición de los trabajos y de los costos. Sin embargo, existe una base convencional para estos contratos, según el cultivo de que se trate (en general, chícharo o maíz). Todos estos contratos involucran a los mismos ejidatarios de La Soledad y en algunos casos, de ejidos vecinos. En todos los casos, las partes se conocen desde mucho tiempo atrás y no sienten la necesidad de hacer un contrato por escrito.

Las encuestas realizadas arrojan una clara predominancia de la renta sobre los demás tipos de contratos. Los que toman la tierra justifican su preferencia

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refiriéndose a la lógica individual ("Una vez pagada la renta, quedo como único responsable de la parcela. Si trabajo bien, todas las ganancias son mías, y lo mismo para las pérdidas si trabajo mal"). También mencionan el objetivo de evitar conflictos con los dueños. En un contrato al tercio, el dueño puede estar inconforme con un rendimiento bajo (el cual condiciona la renta que le toca) si lo atribuye a una falta de trabajo de parte del mediero en la parcela. En un contrato a medias, los conflictos pueden surgir durante la realización de los trabajos o al momento de pagar los gastos. Al contrario, un contrato de renta no abre espacios de conflicto una vez negociada y pagada la renta en efectivo. La renta en muchos casos también conviene a los que dan la tierra: la mayoría de las veces, se trata de salir de un apuro financiero, y este contrato permite cobrar la renta en efectivo y en adelante. Sin embargo, esta predominancia ha sufrido una merma a partir de 1994, en relación con dificultades económicas de los productores. Los que toman tierras ya no cuentan con suficiente efectivo para poder pagar en adelante todas las rentas. Por otra parte, desde los años noventa han aparecido nuevos tipos de contratos en relación con la introducción del cultivo de papa por parte de productores exteriores al ejido (y hasta al estado). La tierra se sigue dando en renta, pero los dueños cobran ahora más caro (en los primeros años, la presión por obtener tierras por parte de los productores de papa hizo que el nivel de renta se duplicara, para después volver a bajar, pero quedándose a niveles más altos que los del pasado). También existe contratos al tercio, en los que el dueño proporciona la tierra y todos los trabajos, y el mediero proporciona las semillas, el fertilizante y los productos fitosanitarios. El dueño se queda con la tercera parte de la cosecha en pie, como concepto de renta, y el mediero se encarga de comercializarla. Por último, se observan contratos a medias, pero con mucha variación en cuanto a los términos del reparto, lo que ilustra la ausencia de convención por parte de los ejidatarios de La Soledad, quienes no conocen el cultivo de papa. Estos contratos celebrados con productores exteriores al ejido se han traducido en muchos conflictos e inconformidades, ya que muchas veces el productor de papa exterior se ha aprovechado de la ignorancia de los ejidatarios en materia del cultivo para imponer condiciones desfavorables para ellos o hasta engañarles.

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Todos estos elementos descriptivos permiten concluir en el carácter dominantemente mercantil de los contratos de renta y aparcería, lo que ilustran los tres puntos siguientes: 1. Contratos de renta y aparcería en la noción de mercado: se puede considerar que el contrato es una forma de transacción: su objeto es el derecho de cultivar temporalmente una parcela, y aunque no se trata de un objeto físico, este derecho es el lugar de convergencia de deseos de apropiación opuestos y tiene un precio. La noción de precio que vinculamos al acceso a la tierra reviste realidades muy distintas según el tipo de contrato. Esta noción no plantea problemas particulares en el caso de la renta, incluso hemos podido observar fenómenos directamente relacionados con el balance oferta-demanda: la renta subió cuando llegaron nuevos productores dispuestos a sembrar papa; volvió a bajar cuando más ejidatarios quisieron dar sus tierras en renta por problemas económicos puntuales. En cambio, la noción de precio se vuelve problemática en el caso de los contratos de aparcería, en la medida en que la parte que le toca al dueño no es previsible al momento de cerrar el trato. En el contrato a medias, además, se tiene que valuar la aportación de cada actor, y a veces interviene cierto número de elementos no monetarios (como las semillas no compradas). Pero en todo caso, la elección por parte del actor de un tipo de contrato supone un cálculo previo, más o menos explícito y, por lo tanto consideramos que remite esencialmente a una lógica mercantil.

2. El intento por borrar el carácter personalizado de las relaciones contractuales: claro está, la personalización de las relaciones entre los que toman y los que dan la tierra (por lo menos antes de la llegada de los productores de papa) es un elemento clave del análisis. Permite suavizar las negociaciones, así como los posibles conflictos surgidos durante el desarrollo del contrato. Pero de hecho, al menos los que toman la tierra justifican su preferencia por la renta como una forma de minimizar la importancia de estas relaciones personales. Si entran en un contrato al tercio o a medias es, sobre todo, para ayudar a un pariente o a un compadre. Si de lo que se trata es de producir, prefieren la renta más impersonal. Este segundo punto está muy ligado con el tercero, que es el de la eficiencia.

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3. Eficiencia y tipo de contrato: el hecho de que los ejidatarios que toman la tierra prefieran entrar en contratos de renta puede interpretarse como una lógica de peritaje: consideran que gracias a su dominio técnico del cultivo pueden alcanzar niveles de rendimiento suficientemente altos para que el pago de una suma a destajo resulte más interesante que un pago proporcional a la cosecha. Estos mismos productores son los que desde hace algunos años dan parte de sus tierras al tercio o a medias para el cultivo de papa. A pesar del riesgo de conflictos que estos contratos conllevan, el criterio de eficiencia permite explicar esta elección: son la única forma de acceder tanto a la información técnica como sobre los mercados que en el caso de la papa son impredecibles. En efecto, se trata de un cultivo mucho más complejo que el maíz o la cebada, tanto en el manejo fitosanitario como en la comercialización. Además, requiere de una inversión financiera muy importante, por lo que se trata de un cultivo riesgoso si uno lo siembra en cultivo propio y sin capacitación previa. Compraventa de tierras No se cuenta aquí con datos precisos, ya que el tema de las enajenaciones siempre provoca mucho recelo con los ejidatarios. Pero podemos decir en forma general, que las ventas de tierras ejidales han sido muy poco frecuentes en La Soledad. El padrón de repartición de los derechos parcelarios confirma esta idea. Las variaciones se deben sobre todo a la edad del ejidatario (esto a las oportunidades que ha tenido para ser dotado de parcelas ejidales), así como a dinámicas familiares (herencias). Sólo hemos escuchado de dos transacciones, realizadas las dos a principios de los años noventa. El precio por hectárea fue de 5 000 y 7 000 pesos respectivamente. Al principio, fueron impugnadas por la asamblea ejidal, pero acabaron por ser avaladas por las autoridades ejidales (en uno de los casos, el comprador era el propio presidente del comisariado ejidal). Al entrar el Procede en el ejido en 1995, las parcelas fueron registradas a nombre de los compradores. Comparación tierra ejidal-tierra en propiedad privada Al tratar de comparar la forma como los ejidatarios manejan su tierra ejidal y su tierra en pequeña propiedad, la primera impresión es que no hay diferencia alguna

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entre las dos formas de tenencia. En los dos casos los ejidatarios prefieren trabajar en forma individual, en los dos casos recurren a contratos de renta o aparcería cuando les conviene. El nivel de renta es el mismo en los dos tipos de tierra. Todo parece indicar que desde antes de las reformas de 1992 se habían "apropiado" de sus parcelas ejidales, refiriéndose a ellas como si fueran en propiedad privada. En cambio, reconocen a las tierras ejidales de uso común una función social: las ganancias derivadas de la venta de la madera siempre han sido utilizadas por el ejido para obras colectivas: escuela, pozo, iglesia, etcétera. También es tolerada la fabricación de carbón por parte de los ejidatarios más pobres, porque es considerada como una actividad de sobrevivencia.13

Donde sí hay una diferencia notable entre tierra ejidal y tierra en propiedad privada es en la cuestión de las enajenaciones. Mientras las parcelas ejidales casi no han sido objeto de ellas, hasta 1992 existe un mercado para la tierra en propiedad privada. Con base en las encuestas realizadas, estimamos que aproximadamente 20% de la superficie en propiedad (es decir 80 hectáreas) ha cambiado de dueño desde 1962, y ha sido concentrada básicamente en manos de tres familias del ejido. Se trata por lo tanto, de un mercado interno al ejido, y muy estrecho en cuanto a los compradores. Los vendedores obedecen a dos tipos de lógicas: el año mismo de la distribución de tierras en propiedad, varios productores vendieron su lote al precio de compra del ejido porque no confiaban en la validez del título de propiedad. Al vender de inmediato su lote, por lo menos aseguraban un ingreso monetario que les parecía más tangible; y desde finales de los años ochenta, la conjunción de intereses bancarios elevados y la edad avanzada de algunos ejidatarios (originando a veces gastos médicos importantes) los han incitado a vender parcelas. Los que no entran en estas lógicas no han vendido sus parcelas. Otro aspecto es que el precio de la tierra en propiedad privada aparece aproximadamente dos veces superior al de la tierra ejidal (de 12 000 a 15 000 pesos por hectárea contra 5 000 a 7 000 pesos).14

13 Esta tolerancia es nada más cosa del grupo ejidal, y no de las autoridades forestales, que pueden llegar a destruir los hornos durante sus recorridos de inspección.

14 Véase la teoría de Demsetz 1967, según la cual lo que se vende no es la tierra físicamente sino los derechos de propiedad que le están asociados. En efecto, en el caso de la tierra ejidal, el respeto de los derechos individuales se sustenta en la costumbre y el reconocimiento mutuo, que pueden ser

contestados en caso de una venta ilegal. En cambio un título de propiedad privada provee más seguridad acerca de los derechos. Por otra parte, abre un derecho más, el derecho de acceso al crédito privado, al que los ejidatarios de La Soledad recurrieron mucho en los años 1970 y 1980.

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¿Por qué la compraventa se está dando preferentemente en tierras de pequeña propiedad, cuando la renta y aparcería se están dando de manera indistinta en los dos tipos de tenencia? ¿Por qué en algunos casos, los ejidatarios parecen acatar la ley ejidal, cuando en otros, actúan de forma independiente de ella? Vamos a tratar de contestar en la siguiente parte. Interpretación Interpretación determinista: la fuerza de la lógica del mercado Teóricamente el ejido, antes de las reformas de 1992, no podía funcionar dentro de las reglas rígidas que le eran impuestas. En otros términos, la lógica de mercado es la más fuerte, y los intentos por sacarla del funcionamiento agrario de los ejidos estaban condenados al fracaso, tanto más cuanto que el entorno económico de los ejidatarios seguía siendo dominantemente mercantil. En el ejido La Soledad la flexibilidad agraria estaba alcanzada sobre todo gracias a prácticas de renta y aparcería, a las que recurrieron al menos una vez todos los ejidatarios entrevistados, menos uno. Entraban en estos contratos tanto parcelas de propiedad como parcelas ejidales. En cambio, se encontraron relativamente pocas ventas de dichas parcelas a otros ejidos, probablemente porque esta práctica era considerada como más riesgosa que los contratos temporales de renta y aparcería (véase los intentos de contestación por parte de la asamblea ejidal en los dos casos arriba mencionados), y la existencia de parcelas en propiedad proveía entonces condiciones más seguras para un mercado de tierras. Hay que destacar que los contratos de renta y aparcería observados en La Soledad tienen una lógica propia de complementariedad coyuntural de los factores de producción, diferente de las de compraventa, por lo que no se deben considerar como una alternativa frente a la interdicción de transacción. Muchas veces los economistas no van más allá de esta interpretación determinista, pero tienen la desventaja de que no toman en cuenta la percepción misma de los ejidatarios, que es lo que más nos interesa en este estudio de caso.

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Interpretación en términos de la relación a la Ley Agraria Ejidal: nivel de información, legitimidad y control externo Algo sobresaliente en el discurso de los ejidatarios sobre sus prácticas es la ausencia casi total de referencia a la Ley. Sus prácticas por lo tanto parecen obedecer sobre todo a reglas diseñadas localmente, que a veces se acercan al marco legal agrario y a veces se alejan mucho, y que integran en gran medida la dimensión mercantil. ¿Cómo interpretar esta observación?

Las más de las veces, la legislación agraria no era conocida por los ejidatarios. Es impresionante advertir hasta qué punto los ejidatarios estaban poco enterados de su contenido, hasta en sus grandes rasgos. Por ejemplo, en lo que respecta a los contratos de renta y aparcería, la mayoría de los ejidatarios dijo que estaban permitidos desde antes de 1992. Hubo quienes agregaron algunos matices: que estas prácticas eran autorizadas siempre y cuando el contrato involucrara a dos ejidatarios; o que había que procurar no dar una misma parcela a la misma persona por más de dos años; o que siempre y cuando los comisariados incurrieran en este tipo de prácticas, eran permitidas. La relación individual a la regla aparece aquí en toda su complejidad, ya que los ejidatarios pueden tener visiones distintas, pero en todo caso equivocadas.15 Se puede suponer que las autoridades ejidales tenían un conocimiento más amplio de la Ley, pero por lo menos no aparece en su discurso, lo que nos lleva al punto siguiente.

La Ley Agraria no siempre era considerada legítima por los ejidatarios. Sobresale el hecho de que los ejidatarios hablan como si se hubieran "apropiado" el ejido (en tanto grupo) y las parcelas de cultivo (en tanto individuos). Su concepción de los derechos de propiedad asociados con el ejido, por lo tanto, se aproxima mucho a la propiedad privada, por lo que tienden a no reconocer como legítimo el posible control por parte del Estado (en el caso del ejido en su conjunto) y también por parte del comisariado ejidal (en el caso de las parcelas de cultivo). Sin embargo, hay que matizar el discurso contestatario tomando en cuenta las relaciones de poder imperantes localmente y sus consecuencias sobre las prácticas efectivas de los ejidatarios. Por ejemplo, las restricciones acerca del manejo del bosque han sido bastante acatadas, así como la interdicción de compraventa de parcelas ejidales. 15 La prohibición de venta era, en cambio, más conocida.

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Por último, este espacio para las reglas locales no se hubiera desplegado sin la ausencia de las autoridades agrarias, en cuanto a hacer cumplir la ley agraria a nivel local. En efecto, las autoridades agrarias podían actuar solamente a partir de denuncias realizadas por los mismos ejidatarios. Siempre y cuando prevaleciera un consenso interno al ejido (aunque fuera basado en relaciones de poder), las autoridades agrarias no podían intervenir.16 En cambio, parece preciso hacer hincapié en la capacidad del comisariado ejidal para imponer reglas locales, a pesar de que muchas veces sobrepasen el marco dispuesto por la Ley.

Perspectivas abiertas por las reformas de 1992 en el ejido La Soledad Las consecuencias de los cambios institucionales son difíciles de estudiar

Para North (1990), el cambio a largo plazo es el resultado acumulado de las decisiones individuales de corto plazo. Estas decisiones reflejan la manera subjetiva en que los actores se representan el entorno que los rodea. Estos modelos individuales reflejan las ideologías y creencias de los actores, y no necesariamente son congruentes con las intenciones de los autores de las reformas, por lo que las consecuencias de cambios políticos son en gran medida impredecibles.

En el campo mexicano es necesario tomar en cuenta este punto de vista. En efecto, los ejidatarios manejan modelos muy subjetivos en cuanto a su relación con el Estado y también con la información. En primer lugar, la mayoría no tiene mucha

16 Por ejemplo, aunque supimos de varios casos de pérdida de derechos ejidales a raíz de una

investigación de usufructo parcelario, éstos siempre estuvieron relacionados con el abandono del ejido por varios años y no con prácticas renta-aparcería, con la condición de que los ejidatarios involucrados radicaran en el poblado.

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confianza en las instituciones, lo que se traduce en una interpretación muchas veces expresada sobre el Procede: se trata de una maniobra del Estado para cobrar impuestos o hasta para volver a posesionarse de las tierras ejidales. En segundo lugar, muchos ejidatarios no tienen el nivel de educación suficiente para poder asimilar toda la información nueva que supone el cambio de legislación (ya se ha visto que no estaban enterados de todos los elementos de la vieja Ley Agraria). Por ejemplo, todos los ejidatarios interrogados saben que ahora se pueden vender las parcelas ejidales, pero ninguno mencionó las limitaciones asociadas a la compraventa, y tampoco estaban enterados de la necesidad de registrar la transacción en el Registro Agrario Nacional (RAN). Por lo tanto es de suponer que sus modelos de decisión no van a ser los que les prestan los autores de las reformas de 1992.

Un segundo punto por subrayar es la dificultad de identificar relaciones causales. El comportamiento observado de los actores en campo es resultado de todo un conjunto de incentivos y coacciones, de los que la tierra no es más que un componente. Se requiriría de un análisis ceteris paribus, lo que está lejos de ser el caso. La reforma agraria de 1992 se inserta, en efecto, dentro de toda una serie de modificaciones que afectan el entorno del sector agrícola (en particular en lo que respecta a los precios y el crédito). En estas condiciones, el discurso de los actores sobre sus prácticas cobra toda su importancia. Por ejemplo, la evolución que pudimos observar en los contratos de renta-aparcería en La Soledad desde 1991 no es imputable al cambio de reglas, sino al de las condiciones de producción de la cebada y a la introducción de la papa.

Por último, resulta también muy difícil identificar tendencias evolutivas puesto que ha transcurrido un plazo aún breve desde las reformas. En particular, la certificación de los derechos ejidales apenas estaba acabándose cuando se realizó la segunda parte de las encuestas (1995).

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Perspectivas

Capitalización El discurso oficial prevé un proceso de capitalización del sector agrícola gracias a la posibilidad de los ejidos para asociarse con capitales privados. Lo anterior, sin embargo, supone que los ejidos tengan algo que ofrecer a los inversionistas potenciales: tierras de muy buena calidad o de riego, minas, zonas de interés turístico, etcétera. En la medida en que el ejido La Soledad (así como la gran mayoría de los ejidos mexicanos) no cuenta con ventajas específicas, el pronóstico más probable es que la reforma de 1992 no cambie nada en términos de capitalización.

17 Mercado de tierras Se podía pensar a priori, que no se iba a observar el fenómeno de activación del mercado de tierras como consecuencia de las reformas de 1992 en La Soledad, por varias razones: 1) la ausencia de compradores exteriores, lo que reduce el mercado a los productores del ejido; 2) la existencia anterior de un mercado de tierras en las tierras de propiedad. La actual autorización para las transacciones de las parcelas ejidales no viene a abrir un candado fuerte en este caso.

La ausencia de compradores exteriores al ejido se explica por las características de las parcelas en La Soledad: se trata de parcelas con pendiente (aunque en general es factible el trabajo con tractor), y sobre todo son parcelas de una hectárea, dos como máximo. Los productores exteriores que quisieran invertir en tierra disponen de un capital de explotación importante y buscan parcelas más grandes, de un solo lote, que se prestan más al trabajo con equipo motorizado. En La Soledad ello supone comprar una serie de parcelas contiguas con varios dueños diferentes, lo que se traduce en elevados costos de negociación y reduce la probabilidad de éxito.

17 A primera vista, se podría entender los contratos con los productores de papa como una forma de

asociación productiva derivada de los cambios legales. Pero estos contratos empezaron a principios de los años noventa, es decir antes de las reformas, así que no se puede inferir una relación de causalidad. De manera más general, la evolución de los contratos de renta y aparcería en La Soledad no puede ser relacionada con los cambios legales.

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Sin embargo, hemos podido observar en 1995 cierto desarrollo de las enajenaciones de las parcelas entre ejidatarios, lo que tiene que relacionarse con el Procede, en la medida en que éste permitió difundir ampliamente la información acerca de la autorización de venta de parcelas ejidales. Hay que preguntarse, sin embargo, por qué las compraventa en 1994 y 1995 se hizo de manera preferencial en zona parcelada ejidal (tuvimos conocimiento de ocho enajenaciones ubicadas en terreno ejidal, contra dos de pequeña propiedad). Se pueden proponer tres explicaciones:

Primero, entre los vendedores se encuentran productores que ya habían vendido anteriormente su pequeña propiedad. Nada más les quedaban sus parcelas en el núcleo ejidal.

Por otra parte, si se considera el punto de vista de los compradores, la compra de tierra ejidal presenta dos ventajas. Las tierras compradas antes del Procede fueron directamente inscritas a nombre del comprador cuando se inscribieron en el programa, lo que permitió ahorrar los gastos de notario público.18 Otra ventaja es que las tierras ejidales siguen vendiéndose a un precio más bajo que las tierras de propiedad (8 000 a 10 000 pesos por hectárea, contra 12 000 a 15 000 pesos en caso de propiedad privada). Los ejidatarios subrayan la diferencia que establecen entre el "título ejidal" y el "título de propiedad" (lo cual significa que todavía distinguen entre los derechos respectivos asociados a cada forma de tenencia), y en agosto de 1995, también enfatizaban el hecho de que los títulos ejidales todavía no les habían sido entregados.19 Pero en la medida en que su capacidad de financiamiento era limitada, los compradores acabaron, pese a todo, por tomar el riesgo.

18 Estos gastos son importantes, e incluso pueden llevar a veces a contratos de venta "a la palabra"

también para parcelas en propiedad privada. Por otra parte, ninguna de las enajenaciones realizadas después del Procede han sido registradas en el RAN.

19 Aquí otra vez surge la incertidumbre en relación con las acciones del gobierno. Los ejidatarios entrevistados no estaban completamente seguros que los ingenieros que se habían ido con toda la documentación sí iban a regresar con los títulos.

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Conclusión

En suma, y a pesar de una inquietud sistemáticamente formulada por los productores que no pertenecen a las tres grandes familias del ejido, no parece que las reformas de 1992 marquen un verdadero cambio en las dinámicas agrarias de La Soledad. Por cierto, los compradores de tierras ejidales hasta la fecha pertenecen a las tres grandes familias, pero éstas habían emprendido su concentración de tierra mucho antes. Por otra parte, no parece que las ventas de tierra en 1994 y 1995 hayan sido motivadas por emergencia económica o alguna relación de fuerza: los que vendieron tenían alternativas, vendieron por su propia voluntad, y se inscriben en general en una lógica de salida de la agricultura, aunque sus opciones fuera de ella no son siempre claras. La mayoría de los productores interrogados manifiestan al contrario su rechazo a vender tierra ejidal (de la misma manera que la mayoría se negó a vender tierra de propiedad privada), lo que ilustra una concepción patrimonial de la tierra fuertemente ligada al sustento de la familia. Ello no les impide dar o tomar tierras en renta o en aparcería, siendo que la lógica mercantil de estas prácticas no contradice su lógica patrimonial. Pero su temor es que surja un nuevo tipo de relación a favor de las tres grandes familias, que tradicionalmente son las que más toman tierras en renta. Al negarse a rentar la parcela de un ejidatario con necesidad apremiante de dinero, lo obligarían a vender. Dada la actual situación financiera de estas grandes explotaciones (endeudamiento importante y dificultades puntuales de abono), este escenario pesimista parece, sin embargo, poco realista.

Otro resultado sobresaliente arrojado por las entrevistas son las deficiencias en el entorno informativo de los ejidatarios. El contenido de la nueva ley agraria —de por sí nada sencillo— es muy poco conocido y entendido. Una propuesta concreta de este trabajo sería entonces dedicar todavía más esfuerzos a la capacitación para los ejidatarios.

Por último, es necesario resaltar los alcances y los límites del estudio de caso como metodología. Todo depende en última instancia de los propósitos del investigador: el estudio de caso cumple con su objetivo si de lo que se trata es de entender la relación que el ejidatario tiene con la tierra. En cambio, no permite

sacar conclusiones generales, aunque sí establecer relaciones causales entre el contexto específico y el tipo de dinámica observado.

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Los dilemas de la reforma agrícola contemporánea

La incorporación de la agricultura a los esquemas de libre comercio vigentes en el marco internacional

ha topado con límites en las políticas particulares de los países que buscan compensaciones y cambios graduales. En el caso de México, sin embargo, la apertura ha sido

de tal magnitud que, según la autora, pone en riesgo la seguridad alimentaria de su población.

Magda Fritscher Mundt

La confrontación agrícola

En la última década, el futuro de la agricultura fue uno de los temas que más preocupó y dividió a la comunidad económica internacional. La heterogeneidad de posiciones e intereses expresada en los foros del GATT (General Agreement on Tarifs and Trade) convirtió la Ronda Uruguay en la más larga y polémica en la historia de este organismo, indicando que en materia agrícola los consensos no son claros.

Magda Fritscher Mundt es doctora en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Se desempeña como

profesora-investigadora en el Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana

(UAM).

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El tema central de controversia fue el modelo de agricultura creado en la posguerra y vigente aún hoy en los países capitalistas desarrollados, caracterizado por una fuerte intervención estatal en casi todas las fases del ciclo productivo y distributivo, resultando de ello economías poco sensibles a las señales del mercado. Esta forma de concebir el desarrollo rural se debió a la preocupación de los gobiernos de posguerra por otorgar a sus sociedades un umbral de seguridad alimentaria, así como de protección a los productores enfrentados a las vicisitudes de la naturaleza y del mercado. Bajo este marco, la agricultura se modernizó, transformándose en un sector con amplia capacidad de respuesta productiva a las necesidades de la demanda alimentaria del sector urbano. Para muchos autores, el nuevo diseño del agro proporcionó una completa integración con el sector industrial, que fue considerado una de las piezas clave del sistema fordista de acumulación en las décadas que siguieron a la posguerra (Marsden, 1992; Fabiani, 1995).

Si bien este modelo estatizante de agricultura contravenía los principios y las reglas normativas del GATT, el organismo aceptó otorgarle un régimen de excepción, considerando válidos los alegatos que apuntaban a la extrema volatilidad del sector como justificación de la protección gubernamental. Esta situación pudo sobrellevarse mientras no se produjeron fuertes rivalidades en el terreno de la disputa comercial; pero encontró sus límites en la década pasada, cuando la oferta mundial superó ampliamente la demanda, generando excedentes y una crisis de magnitud sólo comparable a la de los años treinta. Al estallar ésta y bajar de forma brusca los precios de los productos, los gobiernos intensificaron sus políticas compensatorias en un intento por estabilizar los ingresos de los productores y salvar del caos a la actividad agrícola. Ello significó un estímulo a los productores, quienes siguieron incrementando su capacidad productiva en un contexto ampliamente excedentario, con lo cual la crisis se intensificó aún más. De ahí surgieron distorsiones adicionales en el terreno del comercio internacional, pues frente a una competencia exacerbada con motivo de los excedentes, los países desarrollados optaron por subsidiar sus exportaciones, generando una confrontación comercial de dimensiones inauditas (León, 1993; Fritscher, 1993). A partir de ese momento fue imposible sostener un modelo que provocaba anarquía en el comercio mundial: fue cuando, a nivel multilateral, se reconoció la necesidad de retirar en forma gradual el tradicional estatuto de excepcionalidad a

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la actividad agrícola. La Ronda Uruguay, en gran medida convocada para abordar dicha tarea, marca así un hito en la historia agrícola contemporánea. ¿Es factible la liberalización agrícola? Las respuestas del GATT

El tardío intento de incorporación de la agricultura a un mundo cada vez más integrado y globalizado, si bien pretende dar respuesta a una situación crítica, deja al descubierto una enorme carga de problemas de difícil resolución. Quedan soslayadas cuestiones muy relevantes que en el pasado justificaron las políticas ancladas en la protección agrícola. Esto obliga a preguntarse sobre los alcances del nuevo rumbo: ¿es posible que la agricultura se rija en forma absoluta por el mercado?; ¿es factible que la especialización agrícola alcance tales proporciones que el mercado interno pierda su razón de ser?; ¿es razonable defender que algunas zonas del planeta produzcan los bienes básicos fundamentales y otras regiones queden ociosas o abandonadas?; o aun, ¿que en un mundo dividido por conflictos políticos, rivalidades económicas y emergencias bélicas, algunos países deleguen sus funciones alimentarias básicas a otros? Hay que recordar el embargo estadounidense a los soviéticos en l979 y otro más reciente a Irak, que actuó significativamente como preludio a la guerra del Golfo. ¿O será, como arguyen algunos, que los riesgos de la dependencia alimentaria quedan mitigados cuando los países poseen excedentes en divisas para importar alimentos? El ejemplo de los países superavitarios del sureste asiático, que buscan con ahínco proveedores alternativos a los Estados Unidos, parece indicar lo contrario. Es más, la conciencia de los riesgos de la dependencia alimentaria se ha intensificado últimamente, dados los incontables incidentes en que los estadounidenses han usado el alimento como arma política. Se puede afirmar incluso que la diversificación de la oferta agrícola en los años ochenta tuvo mucho que ver con una preocupación generalizada de parte de distintos países sobre cómo evadir los riesgos de una dependencia alimentaria agudizada por el uso político de los alimentos. Así también, otra situación que causa intensa preocupación es la relativa al caos social que se produciría en los países afectados por la liberalización agrícola. Hoy día, de eliminarse la protección y subsidios, la población sobrante u ociosa sería

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considerable, sin que los sectores urbanos pudieran absorberla. Recuérdese que Japón en 1994 poseía 23% de su población en el campo, y pese a que su sistema industrial es aún expansivo, el espacio urbano para futuros migrantes se encuentra en sus límites (Population Reference Bureau, 1994). Los países de la Comunidad Europea, salvo los de incorporación reciente, presentan una población relativa menor en el campo; sin embargo, su población económicamente activa rural equivale aún a 10% de la total, siendo que en algunos países como Grecia y Portugal, ésta asciende a 29 y 25% respectivamente. Asimismo la baja capacidad de absorción de mano de obra de la planta productiva de la región (a diferencia de Japón) obliga a desestimular el proceso de transferencia poblacional que generaría un proceso de liberalización agrícola en las circunstancias actuales.

Todo ello indica la existencia de un escenario difícil frente a la meta liberalizadora, ya que ésta entraña cambios estructurales abruptos que pueden alterar profundamente los equilibrios sociales de países y regiones. Por otra parte, como ya se indicó, el mantenimiento de las actuales políticas es ya inviable puesto que exige de los países una transferencia de recursos formidable, genera excedentes y distorsiona el comercio.

Esta disyuntiva se reflejó en el álgido debate ocurrido en el seno de la Ronda Uruguay. Pero más que eso, se expresó en resultados pobres y parciales, productos de una insalvable situación de compromiso ante posturas de difícil reconciliación. Así, frente a la propuesta inicial de Estados Unidos de que en una década se eliminaran por completo los aranceles y subsidios, las resoluciones finales nos hablan de una liberalización parcial, que no considera más que avances en esta dirección. Así, para los primeros siete años, se prevé un abatimiento de 36% en aranceles y subsidios a la exportación, y uno equivalente a 20% en apoyos internos. Para los países en desarrollo las exigencias son considerablemente menores y los plazos más largos. Finalmente, los países pobres están eximidos de cualquier obligación (C.E., 1994). La mayor parte de los países podrá cumplir holgadamente con los primeros acuerdos: así por ejemplo, en aspectos fundamentales como la reducción de los subsidios, los países desarrollados prácticamente están exentos para la primera fase, pues ya cumplieron con dichas exigencias a partir del periodo l986-1988, considerado como referencia para el inicio de la reestructuración y de auge en las

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transferencias (FAO, 1993). En lo relativo a la apertura de mercados, un país como Corea, con los más altos índices de protección, posee una exigencia de apertura de tan sólo l% del consumo al inicio del proceso, porcentaje que en el sexto año no supera el 2%. Finalmente Brasil y otros países del Mercosur han fijado en 55% el techo tarifario para la importación de productos básicos que son subsidiados en el mercado internacional, una tarifa nada modesta (Henz, 1995). Por otra parte, en el universo de la exportación, subsisten prácticas fuertemente distorsionantes, como la de otorgar créditos preferenciales a los países compradores, situación que no fue contemplada en las discusiones de la Ronda Uruguay.

Para muchos analistas, los resultados de la Ronda fueron interpretados como el establecimiento de un punto de partida para una reforma agrícola o como el encuadre que permitirá avanzar en el futuro hacia la meta de la liberalización del sector.

Los países industrializados: cambio y permanencia Más ilustrativa de un compromiso hacia el cambio parece ser la decisión europea de reformar su código agrícola. La Comunidad Europea, considerada años atrás como la principal defensora de las políticas proteccionistas, y para muchos la principal protagonista en los acontecimientos que generaron la crisis de sobreproducción de los años ochenta, presenta hoy un interesante proyecto de reforma agrícola que pretende dar respuesta a varios de los problemas planteados. Por un lado, está dispuesta a disminuir tanto el espacio agrícola como su capacidad productiva, buscando con ello reducir sus costosos excedentes. Para ello, contempla no sólo el retiro de tierras de la producción, como una disminución en el uso de insumos industriales, y demás factores que elevan la productividad. Para que este retroceso productivo tenga lugar, se planea reducir en forma considerable los subsidios otorgados a los productores por la vía de los precios de los granos y de otros factores productivos, de tal forma que se

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aproximen a los valores imperantes en el mercado. Ahora bien, ¿cómo, frente a tan trascendental cambio, evitar el colapso de los productores rurales, ya que muchos no podrán cubrir ni siquiera sus costos? Para resolver este problema se plantea la creación de un subsidio directo al productor, que deberá compensar o restituir la pérdida sufrida con el abatimiento en los precios. Esta prima se otorgará por unidad de superficie, al margen de la producción actual, pero contemplando la capacidad productiva previa, con lo cual los pagos restituirán el monto perdido con la debacle en los precios. A la vez se promoverán actividades alternativas en el sector rural, que entre otros elementos, tendrán en cuenta la diversificación productiva, el reforestamiento, el cuidado del medio ambiente y de la naturaleza. Asimismo se promoverán jubilaciones anticipadas y la renovación generacional de los productores (FAO, 1992). Este proyecto de modificaciones a la Política Agrícola Común (PAC) es el más ambicioso de que se tiene conocimiento, ya que busca promover el cambio estructural, sin que ello signifique el derrumbe de la sociedad rural. Es temprano para conocer la evolución y el desenlace de este proyecto, sin embargo, se mencionan dificultades considerables que tienen que ver tanto con la resistencia al cambio de parte de los agricultores como con dificultades más objetivas, como son los enormes fondos que se requieren para cumplir con las metas de indemnización y diversificación productiva. Así también se manifiestan dudas sobre la capacidad del proyecto de evitar la intensificación de disparidades entre los productores y regiones, así como para mantener el empleo en sus cifras actuales (FAO, 1992; Fennel, 1993). Sin embargo, pese a todo ello, es necesario reconocer en el intento europeo su preocupación por no abandonar la población rural a los azares del librecambio y por proporcionar alternativas decorosas de vida y subsistencia, así como su celo por preservar la ecología. En ambos aspectos el papel regulador del Estado es nítido, observándose en ello un rumbo muy distinto al preconizado por algunos teóricos que vislumbran en la fuerza del capital la capacidad por soslayar estas funciones y por determinar, en última instancia, la dirección del desarrollo de sociedades y regiones. Sin embargo, el papel regulador de las instancias estatales en el ejemplo europeo trasciende los ámbitos social y ecológico, y avanza sobre el terreno económico. En

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este sentido, se observa que si bien los precios de los productos bajan en forma sustantiva, permanecen más elevados que los internacionales. Esto quiere decir que se mantienen, si bien en un menor monto, los subsidios vinculados con los precios. Por otra parte, los precios-umbral, o sea los precios de importación, son aún más elevados, indicando la existencia de un fuerte proteccionismo en las fronteras de la Comunidad. Esto muestra que el objetivo fundamental de los cambios en la PAC es la reducción de los excedentes, pero nunca la renuncia a la autosuficiencia (Josling, 1993). Es por esto que en trigo (donde los excedentes son mayores) los precios han bajado más, incluso a punto de acercarse a los precios internacionales; no así en maíz, producto del cual la cee es apenas autosuficiente (FAO, 1992). El ejemplo europeo muestra así una voluntad de cambio, siempre y cuando quede preservada su seguridad alimentaria: estos parecen ser los límites no negociables de su proyecto. En Estados Unidos, es hasta fechas muy recientes cuando se observa la intención por secundar sus propuestas de liberalización emitidas en el GATT con acciones internas en dirección similar. En los primeros meses de 1996 se promueve una legislación (Federal Agriculture Improvement and Reform Act), cuyo eje principal es la transformación del sistema de subsidios vigente en la agricultura de este país. El principal cambio se refiere a la supresión de los precios-objetivo (compensaciones a los productores cuando los precios de mercado son inferiores a aquellos) y su sustitución por un apoyo de pequeño monto que es fijo e independiente de las circunstancias de mercado. Los productores que deseen acogerse a la nueva ley deberán establecer contratos con el gobierno por un periodo de siete años, según los cuales —a cambio de los pagos—, deberán cultivar la tierra conforme a ciertas normas de conservación de los suelos. En compensación, se permite ahora a los productores cosechar la totalidad de sus tierras, así como elegir los cultivos que deseen, situación novedosa, ya que anteriormente el agricultor debía ceñirse a cierto tipo de cultivos para obtener los beneficios mencionados (United States Code Congressional and Administrative News, 1996). Los demás elementos de la regulación estatal permanecen, incluso, sin modificación sustantiva en montos: así el sistema de préstamos llamado loan-rate, por el cual los productores pueden entregar sus cosechas a la agencia oficial de crédito (la Commodity Credit Corporation) como pago de la deuda, cuando los

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precios de mercado se encuentren a niveles reducidos, sigue vigente con la nueva legislación. Por otra parte, también se da continuidad a los programas de crédito a las exportaciones y los subsidios a éstos. Las consecuencias de todo ello son imprevisibles y dependen en gran medida del comportamiento de los mercados internacionales. En caso de precios altos para los granos, como ocurre en el presente, los productores estadounidenses saldrán ampliamente beneficiados, ya que además de dicho beneficio, tendrán la posibilidad de incrementar sus ventas, pues ahora cuentan con la facultad de cultivar la totalidad de su tierra. Asimismo, dispondrán de un ingreso adicional representado por el nuevo apoyo gubernamental. Sin embargo, dada la volatilidad del comportamiento agrícola, lo contrario también es posible, ya que cuando bajen los precios los productores —ahora desprovistos del sistema de los precios-objetivo—, quedarán desprotegidos económicamente. Se observa así, en Estados Unidos, una menor preocupación por proporcionar garantías a sus productores, y, en cambio, se busca ocupar, a través del incremento en la producción, los espacios que deje la Unión Europea en el mercado internacional, así como solventar la demanda ahora incrementada de los países asiáticos. La urgencia por disminuir su inmenso déficit fiscal parece actuar, más que en Europa, como un poderoso móvil en sus reformas. En todo caso, también se puede observar que el Estado no abandona su estatuto regulador, y si bien busca encauzar a los productores hacia las determinaciones de carácter mercantil, no por ello diluye su presencia en el agro.

Cabe agregar que en años recientes Estados Unidos ha buscado con ahínco alternativas para el difícil problema de la restricción de sus mercados, en especial el de los granos, ya sea a través de la extensión de créditos preferenciales a compradores potenciales, situación que coloca en desventaja a sus competidores; de acuerdos regionales de libre comercio con Canadá y México, que han tenido un efecto importante en sus saldos comerciales, y, finalmente, a través de un cambio estructural en la composición de sus exportaciones, haciendo crecer la

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participación de productos de alto valor agregado (carnes, frutas, verduras y alimentos industrializados) con respecto a la de los granos (Fritscher, 1993).

En Japón y países cercanos se ha observado una fuerte renuencia a aceptar los acuerdos de liberalización agrícola emanados del GATT. Más que cualquier otra región, sus argumentos se relacionan con la defensa del concepto de seguridad alimentaria. Escasa en recursos territoriales, con una agricultura fuertemente fragmentada en algunos millones de parcelas de una hectárea o menos, la región ha pugnado por aprovechar al máximo su capacidad productiva a través de fuertes subsidios y protección en las fronteras. La tasa nominal de protección es de las más altas del mundo: en Corea del Sur alcanza 137%, en tanto que en Japón equivale a 102%, frente a tasas de 49% en Alemania y 25% en Francia (Falck, 1994). En lo relativo a los granos, la tasa nipona es de 239%. Con todo y esta enorme protección interna, Japón es de los países desarrollados con uno de los menores rangos de autosuficiencia alimentaria: en lo que se refiere a los bienes de consumo básicos alcanza 70% , pero considerada sobre una base calórica, su tasa fue de sólo 47% en 1990 (Falck, 1994). Este es posiblemente uno de los flancos más débiles de su economía, convirtiéndolo en el primer importador mundial de alimentos. Así para Japón, como para los países de industrialización reciente del área, como Corea del Sur y Taiwan, escasos en tierras, la liberalización agrícola es vista como una amenaza potencial en el sentido de que puede desestructurar la base productiva, ya de por sí precaria, lograda con un alto grado de esfuerzos. Hoy día una estrategia intermedia de la región consiste en impulsar fuertemente a los países vecinos con vocación agrícola, reduciendo la dependencia alimentaria que la ata a Estados Unidos. En este sentido, China, Tailandia y Malasia desempeñan un papel de gran importancia en el área como proveedores de los países más desarrollados (Llambi, 1993).

El cuadro arriba expuesto genera fuertes dudas en torno a las posibilidades de un reordenamiento profundo de la agricultura mundial que implique una amplia desregulación sectorial, sobre todo en los países industrializados. Se lograrán avances y correcciones, siempre y cuando ello no implique un retroceso importante en el abasto interno de los bienes básicos ni mermas significativas en la estabilidad social.

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El mundo en desarrollo: los países latinoamericanos

No ocurre lo mismo en el caso de los países en desarrollo, en especial los latinoamericanos. Aquí, el sentido de la prioridad alimentaria se ha venido perdiendo gracias a una serie de circunstancias históricas de carácter interno y externo. Por otro lado, en esta parte del mundo los equilibrios sociales entre campo y ciudad nunca constituyeron —como en los países desarrollados— una meta gubernamental de largo plazo. Es ampliamente reconocido el hecho de que el modelo industrializador sustitutivo de importaciones, vigente a partir de la posguerra, relegó la agricultura a un lugar secundario, restándole fuerza e ingresos. Por otro lado, la región, junto con otras del mundo en desarrollo, siempre constituyó la reserva de mercado para los excedentes norteamericanos: así fue en los años cincuenta, cuando bajo la cobertura del programa "Alimentos para la Paz", el trigo importado a precios muy reducidos se transformó en un alimento básico de pueblos que ni siquiera lo conocían. Posteriormente, en los años setenta, la afluencia de créditos internacionales a estos países reforzó y diversificó su capacidad importadora (Fritscher, 1990). Más tarde, cuando se hizo álgido el problema de la deuda, las importaciones debieron reducirse. Sin embargo, fue imposible en ese momento reconstituir y fortalecer la economía agrícola para consumo interno, dado que las prioridades estaban del lado de las exportaciones. En ese tiempo a la agricultura se le pedían sobre todo divisas para pagar la deuda. Además, la banca internacional exigió de los países, como condición para reanudar el financiamiento, la progresiva implantación de economías libres de la intervención estatal, la derogación de subsidios, la privatización de los mercados, etcétera. Ello ocurrió en un sinnúmero de países de la periferia capitalista, pero sobre todo afectó a aquellos de menor desarrollo relativo y mayor monto de endeudamiento, como los africanos y los latinoamericanos. En estas circunstancias, sin el apoyo estatal, los bienes básicos no eran atractivos para la inversión privada, menos cuando se presentaban con precios deteriorados en el mercado internacional a consecuencia de la sobreproducción en los países desarrollados. Esto motivó un abandono de la actividad, seguido por un nuevo impulso importador. Por otra parte, junto a esta tendencia a la internacionalización de la oferta alimentaria, se produce también el fenómeno de la creación de núcleos exportadores vinculados directamente al mercado externo, es decir que no pasan

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por el circuito interno de consumo. Por lo general, los nuevos productos de exportación aprovechan las ventajas climáticas del Hemisferio Sur y satisfacen necesidades complementarias de la alimentación de ciertos grupos sociales de los países norteños, son por ello llamados de lujo y están constituidos por frutas y verduras en estado fresco o industrializado. Así también otros bienes, como las plantas de ornato, son estimulados con el mismo fin (Di Girolamo, 1992). En Latinoamérica son varios los países que añaden a su viejo sector exportador las nuevas opciones: México, Chile, Colombia, Brasil, Perú y Centroamérica.

Aquí se observa una situación totalmente asimétrica con respecto a la producción agrícola de los países desarrollados. En tanto que éstos producen para satisfacer, en primera instancia, las necesidades de su población y tendencialmente exportan los excedentes, en los países del sur no existe en el mismo grado la continuidad o articulación entre producción, consumo y exportación. El modelo impulsa la importación de bienes básicos y la exportación de artículos de lujo, favoreciendo la desarticulación entre campo y ciudad, entre productores y consumidores. Todo ello le imprime un matiz de extrema vulnerabilidad, dado que tiende a depender de la importación de artículos alimentarios de primera necesidad, pero a la vez exporta bienes de lujo prescindibles (tanto los productos antiguos, los tropicales, como los más recientes). Estos últimos dependen de mercados de élite y son por ello muy volátiles, ya que ante una situación de dificultad económica, son los primeros en desecharse. Además, de igual forma que los bienes tropicales, sus precios tienden a fijarse en los países compradores (Di Girolamo, 1992). En los últimos años, el bajo precio de los productos básicos en el mercado internacional fue un incentivo para los países importadores. Sin embargo, también cayó el valor de muchas de las exportaciones tradicionales, lo que en varios casos obligó a los países a revisar sus políticas económicas y recuperar instrumentos de protección, muy a pesar de sus obligaciones con los programas de ajuste macroeconómicos. Así, en años recientes, se pudo contemplar dicho fenómeno en varios países africanos (Kenya, Nigeria, Zambia, Tanzania, Sierra Leona y otros) que, habiéndose comprometido con programas de liberalización agrícola, debieron detener abruptamente dicho proceso, llegando incluso a la prohibición de importar o exportar productos básicos (FAO, 1995). En América Latina, la situación dista de

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ser similar a la africana, pero se observa de igual forma, en algunos casos, una reticencia a avanzar en forma inexorable hacia la liberalización comercial: así, algunos países centroamericanos, Colombia y Venezuela reducen sus importaciones, a la vez que reintroducen mecanismos de protección y regulación agrícola en los últimos años (FAO, 1995). Incluso un país como Chile, paradigma del éxito del modelo neoliberal, no ha podido renunciar a las políticas de protección a los granos, a través del mecanismo de las "bandas de precios", que ha sostenido desde principios de los años ochenta.

Estas medidas parecen saludables frente a la problemática de un modelo que tiende a crear saldos negativos en el comercio agrícola, y más cuando está prevista el alza en los alimentos básicos a corto y mediano plazos, como consecuencia de los acuerdos del GATT y de las políticas de recorte productivo de la CEE. Todos los pronósticos alertan sobre incrementos en la carne, la leche, el azúcar y los cereales para la alimentación humana. Así, el futuro alimentario para la mayor parte del mundo en desarrollo (aquella que ha incrementado recientemente su dependencia alimentaria, sin contar con grandes excedentes en divisas) es profundamente preocupante.

México se inscribe dentro de este grupo de países, sobre todo a partir del periodo salinista, cuando se procedió a una amplia liberalización del sector agropecuario. Sin embargo, una serie de elementos convierten el caso mexicano en singular e incluso contrastable con respecto a otros. La forma apresurada y abrupta con que fueron impulsadas sus reformas, las dimensiones que éstas alcanzaron en un plazo de tan sólo seis años y, finalmente, el hecho de que se enlazaron a la agenda bilateral de liberalización comercial a través del Tratado de Libre Comercio (TLC), le dieron un perfil de radicalidad al proceso mexicano que contrasta con el gradualismo observado en otras partes del mundo. La reforma agrícola en México La agricultura mexicana era, hasta avanzada la década de los ochenta, un sector aislado del exterior por barreras no arancelarias, si bien algunas fisuras ya se presentaban en la rama ganadera. Pese a las restricciones económicas, la

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intervención estatal en la actividad era aún notable y se hacía sentir en el suministro de insumos y servicios a bajo costo a los productores, en los precios de garantía, en la comercialización de granos y las demás tareas de enlace realizadas por la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo). El ingreso de México al GATT en l986 no pareció afectar grandemente este estatuto, toda vez que el organismo reconoció el derecho del Estado mexicano a regular la actividad, además de mantenerla protegida sobre todo en aquellas áreas "sensibles". Esta situación tiene su punto de inflexión en los años l988-1989, con el surgimiento de una nueva visión oficial respecto al quehacer agrario que recomienda cambios radicales en su condición y operatividad. Es así como, en un periodo breve, se subvierte por entero la forma de operar del sector, a través del retiro en forma casi simultánea de los permisos de importación, parte de los aranceles y de los subsidios a los precios de los productos. A la vez, el ámbito de operación de la Conasupo (antigua columna vertebral de gran parte de la actividad agrícola) se reduce al maíz y al frijol, y poco a poco pasa a adquirir tintes asistencialistas, cada vez más ajenos a sus funciones anteriores.

La nueva dinámica afecta a la mayor parte de los productos agropecuarios. Hacia la segunda mitad de 1990, 81% de las fracciones arancelarias de las cadenas productivas se encuentra ya liberado de permisos previos y con aranceles sumamente reducidos. En frutas, hortalizas y oleaginosas este proceso es total; en granos, sólo se excluyen el maíz y el frijol, y respecto a los productos pecuarios, el pollo, el huevo y la leche. Los aranceles son variables y van de cero a 20, con el promedio más bajo para los granos (8.5%) y para los productos pecuarios (9.2%) (SARH, 1990).

Con respecto a los precios de garantía, sólo lo conservan el maíz y el frijol. Los de los demás productos reflejan las determinaciones del mercado, toda vez que, abierta la economía, es imposible mantener la vigencia de los "precios de concertación" fijados de antemano entre productores e industriales, más aún cuando estos últimos se inclinan por lo importado.

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No obstante, las reformas no se redujeron tan sólo al ámbito comercial, y muy pronto otras áreas vinculadas a la operatividad del sector fueron igualmente sometidas al cambio. Así, por ejemplo, la reforma de la banca rural (l989) desvinculó a casi un millón de productores del Banco de Crédito Rural (Banrural), encauzándolos ya sea a la banca privada o a programas de índole asistencial (Cruz, 1995). Este movimiento, además de dejar sin servicios a un buen número de productores, encareció el crédito, tanto por la reducción de su oferta como por el retiro de los subsidios, incrementándose con ello las tasas de interés. De igual forma, cobró vigencia la enorme deuda acumulada por la institución, lo que contribuyó —junto con los demás factores—, a la quiebra e insolvencia de un gran número de productores. Otro flanco de la reforma gubernamental fue el sector de los insumos. La decisión de privatizar las empresas productoras (fertilizantes y semillas), cuyos bienes habían sido históricamente administrados a los productores con un valor reducido, debilitó a la industria e impulsó las importaciones. Sin embargo, como resultado de la falta de coordinación imperante, dichos productos seguían sujetos a permisos de importación, por lo cual pagaban tarifas más elevadas que muchos de los productos agrícolas para ingresar al país (SARH, 1990). El encarecimiento en el costo de los insumos fue a partir de entonces un factor permanente de descapitalización para los productores.

La apertura comercial del agro mexicano, conjugada con reestructuraciones en otras áreas, produjo un fantástico caos en el medio productivo signado por la falta de servicios básicos de crédito y comercialización, la escasez en los insumos y el alza brusca en los costos de producción, el retiro de subsidios en bienes y servicios, por la irrupción de importaciones, la caída en los precios finales de los productos, etcétera. El apresuramiento en abrir la economía al exterior dejó enormes vacíos en el quehacer productivo, impidiendo que avanzara un proceso de reestructuración, tarea por lo general de largo aliento y que no puede ser dejada tan sólo al arbitrio del mercado.

Este proceso inicial fue enteramente unilateral al avanzar sin exigencias de reciprocidad para los demás involucrados en la relación comercial. Años más tarde, con el TLC, Estados Unidos se compromete a acciones de reciprocidad con respecto a la apertura de sectores agrícolas protegidos que compiten con las

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exportaciones mexicanas: sin embargo, el pacto no comprende otros aspectos colaterales a la protección, como son los subsidios. Es conocido el hecho de que la agricultura estadounidense estaba aún subsidiada y protegida con apoyos directos e indirectos a insumos, servicios y precios, durante los años en que nuestro país abrió su economía, mismos que persisten, si bien disminuidos, bajo la nueva legislación. Por otra parte, el problema de la distorsión comercial en favor de Estados Unidos se ve intensificado por el hecho de que este país subsidia a sus exportaciones, ya sea a través de créditos blandos, o aun por medio de precios inferiores a los del mercado internacional. Así los programas estadounidenses de créditos a alimentos canalizados a México, en especial de granos, se han intensificado últimamente en perjuicio de la adquisición de las cosechas nacionales. Hacia 1992, México suscribe con Estados Unidos un tratado de libre comercio, el cual contempla la inclusión del sector agropecuario. El nuevo pacto tiene como punto a su favor el que ahora el proceso de apertura se hará a partir de un plan, con plazos, aranceles y cuotas de importación predeterminados para cada producto, lo que permite conocer con anticipación el escenario futuro de cada rubro alimentario. Así también, la reciprocidad de parte de Estados Unidos en el proceso de apertura constituye un avance, si se consideran las acciones por completo unilaterales asumidas previamente por la parte mexicana. Sin embargo, las desventajas son numerosas y parecen superar los aspectos positivos. En primera instancia está el hecho de que el TLC extiende la liberalización comercial a todos los productos agropecuarios, incluidos aquellos que en la primera etapa habían quedado al margen de estas medidas. Al respecto destaca el maíz, cultivo que congrega el mayor número de productores en el país, concentra una superficie mayoritaria, exhibe el mayor valor producido y es parte fundamental de la dieta mexicana. Este producto no es competitivo, y su inclusión en el TLC ha sido considerada profundamente riesgosa por los efectos que puede desencadenar sobre la sociedad rural y la economía nacional. Si a esto se le agrega la parte restante del sector granero y la mayor parte del sector pecuario, incluidos los derivados cárnicos y lácteos, en los cuales México tampoco posee claras ventajas comparativas, los riesgos se extienden sobre la mayor parte del sector agropecuario, por lo menos sobre aquella que produce los alimentos básicos.

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• ANÁLISIS •

El TLC entre México y Estados Unidos, en su capítulo agropecuario, es prácticamente el único en el mundo por su radicalidad. De hecho, los distintos pactos económicos han excluido a la agricultura o, cuando mucho han buscado acuerdos parciales sobre ciertos rubros (FAO, 1995). En este sentido, Canadá actuó con gran prudencia, y —al firmar su integración al TLC—, validó un acuerdo previo firmado en el marco del Acuerdo de Libre Comercio (ALC), que se caracteriza por dejar fuera a sus sectores débiles (lácteos, pollo y huevo), a la vez que impone candados a otros (hortifrutícolas) (Fritscher, 1995b).

El haber accedido a liberalizar a la totalidad de su sector agropecuario en el marco de un compromiso bilateral tiene también otras repercusiones, además de la intensidad que le confiere al fenómeno de la integración. Entre dichas repercusiones está la de otorgar a la reforma estructural mexicana un tinte definitivo, cuando no irreversible, por demás riesgoso, ya que las decisiones futuras en materia agropecuaria —más que a evaluaciones internas respecto a la conveniencia o no de darle continuidad a la acción liberalizadora— responderán en primera instancia al compromiso bilateral asumido a largo plazo con el vecino país. En la opinión de Grinspun y Kreklewich (1995), el "marco condicionante" que impulsa un acuerdo como el TLC es mucho más rígido que los compromisos asumidos por los países en desarrollo con la banca internacional o el mismo Fondo Monetario Internacional (FMI) en el contexto de los programas de ajuste. Así, a diferencia de los países que en su momento ensayaron proyectos de apertura agropecuaria y decidieron posteriormente rescatar instrumentos de protección, México —en caso de requerir hacerlo— afrontará mayores dificultades, dado el grado de conflicto que implica romper acuerdos de esta naturaleza.

Un último argumento en favor de la hipótesis de la radicalidad del proceso mexicano es que este país avanzó en el terreno de la liberalización más de lo que le exigía el mismo TLC. Si bien se mencionó ya la forma unilateral en que se dio el retiro de la mayor parte de los subsidios en la primera etapa de este proceso, hay que destacar lo ocurrido en la última, con la creación del Programa de Apoyos Directos al Campo (Procampo). Este programa tuvo como objetivo eliminar los últimos precios de garantía vigentes en la agricultura mexicana (del maíz y del frijol) y crear un sistema alternativo de compensaciones a los productores. Con

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• ANÁLISIS •

ello se buscaba que los nuevos apoyos se brindaran no a través de los precios, sino por unidad de superficie. Esto se hacía con el objetivo de que no distorsionaran el proceso productivo y comercial, como ocurría con las subvenciones anteriores. Distintos analistas han demostrado cómo la implantación del Procampo beneficia primordialmente a los productores de subsistencia, para quienes el subsidio significa más que nada un apoyo al ingreso. En cambio, poco representa para los productores comerciales, que verán reducidos sus ingresos en la conversión de precios de garantía a precios de mercado (Coles, Ramírez, 1995; Fritscher, 1995a). Esto significa que estos productores, de quienes depende el abasto maicero en el país, abandonarán el cultivo, pues con un valor sumamente disminuido —equivalente al del mercado internacional—, no tendrán estímulos para permanecer en la actividad. De esta forma, México deberá abrir su mercado de maíz a Estados Unidos mucho antes de los 15 años que se pacta en el TLC, pues si bien los aranceles son elevados en los primeros años, la pérdida del subsidio en el precio obligará desde un principio a importaciones voluminosas (Fritscher, 1995a).

Finalmente, cabe agregar que el Procampo se inspira en la idea del GATT de convertir los subsidios a los precios en subsidios "no distorsionantes", de tal forma que no sean disfuncionales a una economía de mercado. Así, entre las resoluciones de la Ronda Uruguay dicha conversión aparece como recomendación, no como exigencia. Esta precaución del organismo multilateral se debe al hecho de que la vía eligida fue el gradualismo y no la brusca transformación del sector hacia una economía de mercado. Se prefirió así una transición que contemplara una reducción en las tasas del subsidio distorsionante, más que una conversión inmediata del sistema de apoyos, dados los efectos negativos que pudiera causar sobre los productores. Si dicha reforma no es exigida por el GATT, ni por el TLC, la pregunta es entonces: ¿por qué un país con tantas dificultades y riesgos en su agricultura como México se adelanta a los demás en su diseño y puesta en marcha?

Los resultados de todo esto están ya a la vista. En maíz, la pérdida del precio de garantía, conjugada con factores como la devaluación, llevó a una sustantiva baja en la producción el año pasado del orden de l5%. Para el presente año, en que a las adversidades anteriores se unen las de la sequía, se auguran pérdidas de mucho mayor monto, que para el ciclo primavera-verano fueron calculadas en 23.9% (Sagar, 1996). Esto ha significado que las importaciones del grano han crecido en

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• ANÁLISIS •

forma sustantiva, debiendo para ello ampliarse en 1995 y en 1996 la cuota de importación libre de aranceles, con lo cual el ritmo de apertura del mercado del maíz se ha incrementado mucho más de lo pactado en el TLC. Se calcula extraoficialmente que las importaciones maiceras corresponderán en 1996 a seis millones de toneladas. Todo ello con el agravante de que el precio internacional del grano se acerca en estos momentos a los 200 dólares por tonelada.

Los demás granos (arroz, trigo, ajonjolí, cebada, algodón, cártamo, soya y sorgo) enfrentan idéntica situación de dificultad que el maíz, con la diferencia que su adversidad empezó años antes, al inicio del sexenio. Hoy su producción, de igual forma que la superficie cosechada, es menor en una tercera parte aproximadamente respecto a los años anteriores a la apertura comercial (Consejo Nacional Agropecuario, 1995). El desastre hubiera sido mayor en el transcurso del sexenio, de no haber persistido la protección para el maíz y el frijol hasta 1994: ello motivó una intensa sustitución de cultivos hacia ambos granos, que de cierta forma mitigó el caos que hubiera sobrevenido de no existir dicha alternativa. Sin embargo, como ya se mencionó, el periodo de gracia del maíz y frijol ya concluyó, dejando un cada vez más sombrío horizonte para los granos básicos. Se calcula para este año un ascenso sin precedentes en las importaciones de granos, que podría alcanzar un monto entre 13 y 14 millones de toneladas y en valor la cifra de 3 000 millones de dólares (Suárez C., 1996).

Frente a ello, la apuesta por un aumento exponencial de las exportaciones competitivas (frutas, verduras y ganado) que superara el monto importado en básicos —premisa que pretendía justificar el apresuramiento en la reforma agrícola— cae por su propio peso. Esto es válido tanto para el momento actual como lo fue en años pasados. Si bien pudo observarse un aumento en el valor exportado durante el sexenio anterior, el incremento en las importaciones fue muy superior, resultando de esto una considerable brecha en la balanza agropecuaria.

Como ya se señaló anteriormente, esto ocurrió tanto por la crisis que sobrevino en los sectores no competitivos —como los granos, que incrementaron su peso en las importaciones— como porque frente a la liberalización comercial irrumpió una incontrolable demanda por una serie de productos del exterior, que antes eran provistos por la oferta nacional o simplemente carecían de importancia en el consumo doméstico. De forma sorprendente esta nueva demanda se ubica en

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• ANÁLISIS •

muchos casos en ramas en las cuales México posee ventajas comparativas, como es el caso del sector hortifrutícola, que hacia 1994 ostentó un valor importado del orden de 290 millones de dólares, cuando años antes las importaciones eran casi inexistentes (CNA, 1995). Pero quizás el ejemplo más contundente de este inesperado giro en la dinámica importadora se da en la rama ganadera, tradicional exportadora de becerros al vecino país y superavitaria dentro del comercio bilateral. Si bien el valor exportado en bovinos ha crecido en forma sustantiva en los noventa, también se registran importaciones nada deleznables en el mismo rubro. Sin embargo, lo que más sorprende es el ostensible crecimiento en el valor importado de carnes rojas, que alcanza en 1994 los 771 millones de dólares, constituyendo tan sólo el de carne de bovinos el rubro con mayor valor individual en el cuadro de las importaciones agroalimentarias. Con ello el valor exportado por la rama pecuaria hacia fines del sexenio queda reducido a una tercera parte del valor importado, contribuyendo sustancialmente al saldo deficitario del sector (CNA, 1995).

Las importaciones de alimentos tanto en estado natural como industrializado hechas por México alcanzaron en los años 1993 y 1994 cifras sin precedentes, superiores a los 6 000 millones de dólares. México, desde fines de los años ochenta, se convirtió en el tercer comprador de productos alimentarios de Estados Unidos, abajo de Japón y Canadá, pero acercándose peligrosamente a este último, posición que todavía mantiene en 1995 a pesar de la notoria reducción en sus importaciones debido a la crisis (USDA, 1996). Para 1996, pese a la escasez de divisas y a las limitaciones que esta situación impone en el terreno de cierto tipo de consumo alimentario, nuestro país se verá obligado a mantener importaciones aún más elevadas, ahora referidas a artículos de primera necesidad como son los granos, dada la crisis productiva ya mencionada.

México enfrenta hoy más que nunca los riesgos de una situación de inseguridad alimentaria. Con un sector productivo golpeado por las políticas aperturistas, la crisis posdevaluatoria, las sequías, carente de divisas en momentos en que las importaciones ascienden casi a la mitad del consumo nacional en granos y con precios internacionales en ascenso, se ha convertido en el antimodelo agrícola.

Este trabajo dejó testimonio de cómo distintos países en el mundo eligen con cautela los nuevos senderos, buscando hacer los cambios en forma gradual y

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• ANÁLISIS •

compensatoria, más que por la vía abrupta. Si bien es cierto que ello ocurre preferentemente en el mundo industrializado, también son múltiples los casos de países en desarrollo que han elegido este camino, sobre todo en Asia. Sin embargo, también se ha hecho alusión a ejemplos de países en África y América Latina que, habiendo elegido el camino aperturista, debieron ante el fracaso rectificar y reconsiderar más que seguir por la vía propuesta. Al respecto, cabe recordar la gran flexibilidad que ofrecen las resoluciones de la Ronda Uruguay con relación a la agenda de cambios para el mundo en desarrollo y los países pobres, en un caso, ofreciendo plazos más largos y medidas más tenues, y en el otro, liberándolos de cualquier encargo.

El escenario mundial presenta, pues, signos favorables para rectificaciones, siempre y cuando exista la voluntad política para emprenderlas: México debe aprovechar dichas circunstancias antes de que los daños sean por demás profundos e irreversibles.

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• FOROS •

México hacia la Cumbre Mundial sobre la Alimentación

os días 20, 23 y 27 de septiembre, en las ciudades de Torreón, Querétaro y Oaxaca, respectivamente, se llevaron a cabo los foros regionales México hacia la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, donde se

reunieron representantes de las diferentes entidades del país. LEl objetivo de estas reuniones fue identificar la problemática alimentaria que se vive en las distintas zonas del país y proponer alternativas para su posible solución, así como integrar las diversas opiniones y experiencias locales en el informe presentado por México en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, que tuvo lugar en Roma, Italia, del 13 al 17 de noviembre del presente año.

La necesidad de una visión de carácter integral y de fondo sobre el tema de la alimentación, los problemas de distribución del ingreso, de incremento poblacional, de polarización tecnológica, los sistemas de producción tradicionales, la identificación de potenciales zonas de alta productividad, y —el ineludible tema de fin de milenio— la conservación y preservación de los recursos naturales—ecosistemas—, que permita lograr la disponibilidad de alimentos a mediano y largo plazos, son algunas de las inquietudes que se trabajaron en los foros.

En cada foro, las diferentes voces del país pugnaron por la pronta solución de la problemática alimentaria que padece México. Las apreciaciones en algunos casos con sesgos locales, se hicieron a través de tres mesas de trabajo: la primera, "Disponibilidad alimentaria"; la segunda, "Acceso a los alimentos", y la tercera, "Salud y bienestar".

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• FOROS •

Los puntos coincidentes de los tres foros regionales, y que fueron llevados a la Cumbre, son:

Disponibilidad de alimentos La producción y el abasto deberán ser el eje conductor en la política de desarrollo social, ya que, si se ignoran, la población marginada padecerá los estragos. Algo que pudiera ayudar a solventar lo anterior sería el acceso del campesinado mexicano a los mercados nacional e internacional, con apoyos y fomentos para la producción y comercialización de sus productos, considerando a los factores demográficos como parte de la planeación de los sistemas productivos que inciden dentro del campo. La creación de bancos de alimentos y la Ley Federal para la donación altruista de alimentos, junto con la intensificación de las acciones de educación, haciendo énfasis en las repercusiones del crecimiento demográfico y el desarrollo alcanzado por las entidades, ayudaría, también, a enfrentar el problema de la alimentación. Ahora bien, los sistemas productivos deberán organizarse de acuerdo con el agroecosistema de que se trate, con el propósito de preservar el equilibrio ecológico y, a su vez, armonizando con el equilibrio entre el desarrollo urbano y el rural, sin que el primero signifique la anulación del segundo. Otros elementos serían la promoción de una agricultura de autoconsumo a través de granjas familiares —generando una especial atención en la conservación de los alimentos— y la creación de infraestructura y servicios sociales básicos para evitar la migración haci as zonas urbanas. a l

Acceso a los alimentos En cuanto a este punto, la creación de cooperativas y mercados populares donde haya trato directo entre productores y consumidores beneficiaría de manera directa a la población marginada, y ayudaría a revertir el desequilibrio de los precios de los productos básicos.

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• FOROS •

El problema alimentario se combatiría manteniendo y creando programas de abasto alimentario para zonas de extrema pobreza, aunado a la lucha frontal contra el intermediarism o.

Salud y bienestar Hacen falta programas de orientación nutricional; de prevención de enfermedades de origen alimenticio, y de salud y bienestar, de acuerdo con las características socioantropológicas de cada grupo. No sólo es la ampliación de los servicios de salud lo que hace falta, sino que los programas se dirijan, preferencialmente, hacia la población más vulnerable (niños, mujeres y ancianos). Los participantes mostraron un gran interés en el rescate de los usos, costumbres y valores culturales de cada región, con el propósito de que a partir de un diagnóstico ajustado a la realidad surjan las soluciones específicas que abarquen a la mayoría de la población. Por último, cabe destacar las propuestas que tuvieron una mayor acogida: elevar a rango constitucional el derecho a la alimentación; crear proyectos de autosuficiencia alimentaria y autodesarrollo de grupos marginados, y coordinar interinstitucionalmente programas alimentarios.

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• ACCIONES DE LA PROCURADURÌA AGRARIA •

La solución de un conflicto agrario mediante la conciliación

Judith Angélica García Kavanagh

uando las brigadas de deslinde del Departamento Agrario, a principios de los años cuarenta, llegaron hasta los municipios de Chichicapan y San Nicolás Yaxe, para tomar medidas para la ampliación que por medio de

resolución presidencial se había otorgado al ejido Yaxe, nunca previeron que los preparativos técnicos serían el inicio de una confrontación entre dos eji- dos, la cual, después de 55 años, tendría como saldo la muerte de más de 30 campesinos.

C

El conflicto se remonta a los años previos al movimiento revolucionario, cuando parte de la tierra en litigio, aproximadamente más de dos mil hectáreas calificadas como agostadero de mala calidad, eran propiedad de la hacienda Chichicapan en la que los indígenas zapotecos de San Baltazar trabajaban en calidad de peones acasillados.

Al término de la Revolución, y en el marco del reparto agrario, el ejido de San Nicolás Yaxe, integrado principalmente por mestizos, fue dotado de tierra en el año de 1938, y en el año de 1942 le fue entregada su dotación por resolución presidencial al ejido de San Baltazar Chichicapan. Sin embargo, en ninguna de las dos dotaciones fueron contempladas las dos mil hectáreas, por lo que las autoridades del ejido de San Nicolás Yaxe, posiblemente

Judith Angélica Kavanagh es Jefe de la Residencia Centro de la Delegación de la Procuraduría Agraria en Oaxaca.

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• ACCIONES DE LA PROCURADURÌA AGRARIA •

con mayor preparación por su composición étnica, en 1943 lograron la ampliación con tres mil quinientas hectáreas, incluidas las dos mil hectáreas en donde el ejido de San Baltazar sostenía derechos y cuya ejecución se realizó en 1951. Lo anterior desencadenó una disputa por la tierra donde la violencia pasó de ser una mera referencia literaria a una realidad en la que las partes en conflicto mantenían un derecho de facto que les permitía llegar hasta las últimas consecuencias en la defensa de la tierra que, de acuerdo con su razón, de una manera u otra, les correspondía. Los enfrentamientos enlutaron a más de treinta hogares; la lucha estéril ensangrentó a las dos comunidades y afectó en forma importante la actividad social y productiva de la zona durante varios años. Diversos intentos se realizaron para terminar con el conflicto; la Secretaría de la Reforma Agraria propuso a las autoridades del ejido Yaxe la compra de 800 hectáreas de riego de la ex hacienda Guegorene para compensar al ejido San Baltazar por las dos mil hectáreas de agostadero; sin embargo, por varias razones y problemas internos del ejido Yaxe los recursos económicos señalados para la adquisición de la ex hacienda se destinaron a resolver otros problemas agrarios, lo que impidió el éxito de esta fórmula de conciliación. Medio siglo de odio, rencor y venganza no podía ser fácilmente olvidado; las historias de los muertos, contadas de generación en generación, articulaban un círculo vicioso que obstaculizaba cualquier intento de resolver el conflicto entre ambos ejidos. Con el propósito de buscar una solución definitiva que dejara satisfechas a ambas partes, el 30 de marzo de 1994 se constituyó una Comisión Interinstitucional integrada por la Coordinación Agraria de la SRA, la Junta de Conciliación Agraria estatal, la Delegación Regional de Gobierno de Valles Centrales, la Procuraduría de Justicia del estado y la Procuraduría Agraria. Esta Comisión participó en diferentes audiencias de conciliación y en asambleas en ambos núcleos, a la vez que realizó los trabajos técnicos necesarios para delimitar la zona de conflicto.

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• ACCIONES DE LA PROCURADURÌA AGRARIA •

El 17 de febrero de 1995 la Comisión acordó con los núcleos agrarios iniciar acciones orientadas a la solución del conflicto por la vía de la conciliación y a través del diálogo. Se efectuaron trabajos de medición, a cargo de la Coordinación Agraria, basándose en la Carpeta Básica de San Baltazar Chichicapan. Se nombraron dos comisiones de 15 personas, una por cada núcleo, con el fin de que participaran en los trabajos, mismos que fueron custodiados por la Procuraduría General de Justicia del estado. Por su parte, la Procuraduría Agraria realizó una paciente labor de sensibilización en ambos núcleos, dando a conocer las ventajas de un acuerdo amigable entre las partes, el cual, sin recurrir al Tribunal Agrario, permitiría solucionar un problema agrario histórico. La decisión de aceptar el medio conciliatorio quedaba en manos de las asambleas generales de los núcleos. Finalmente, San Nicolás Yaxe aceptó la ejecución de la ampliación de San Baltazar y, antes de la firma del convenio, se realizaron los trabajos de medición. Además, la solución incluyó la indemnización al ejido San Nicolás para que respetara la dotación y posesión de las tierras estipuladas en la resolución presidencial al ejido San Baltazar, con lo que se logró poner fin al conflicto agrario y social entre ambos ejidos. El 11 de enero de 1996, la Asamblea general del ejido San Nicolás aprobó la propuesta y aceptó el recurso de la indemnización, correspondiéndole $2 131 a cada ejidatario, además de $150 000 como fondo común para el ejido y, así, respetar la dotación de San Baltazar de acuerdo con los trabajos realizados por la Comisión Interinstitucional. Una conseja popular señala que "no hay mal que dure cien años y menos pueblo que lo aguante". El fruto de este trabajo realizado conjuntamente entre instituciones de distintos niveles de gobierno y los propios ejidatarios fue llegar a la firma de un convenio entre los dos ejidos en conflicto, la que tuvo lugar en un solemne acto celebrado en el Salón de Gobernadores del Palacio de Gobierno del estado de Oaxaca el 15 de marzo de 1996 con la presencia del gobernador constitucional del estado, Diódoro Carrasco Altamirano, en calidad de testigo de

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• ACCIONES DE LA PROCURADURÌA AGRARIA •

honor, autoridades de los gobiernos federal y estatal y la presencia de ejidatarios de los ejidos Yaxe y Chichicapan. La firma de este convenio significó el término de 55 años de enfrentamientos. En este momento, los ejidatarios de Yaxe y Chichicapan pueden trabajar y producir con la seguridad de que sus derechos agrarios han sido respetados.

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• EXPERIENCIAS •

La chinampería actual en el Valle de México-Xochimilco

En Xochimilco la actividad agrícola continúa teniendo la importancia que le otorgan una antigua tradición y la voluntad de su gente que se resiste a dejarse desalentar por la colindancia de una de las ciudades más grandes del mundo. La conservación de sus formas de vida, historia y cultura es el tema

del que se ocupa esta investigación.

Beatriz Can al Cristiani ab

ientras escuchamos el golpeteo del remo en el agua avanzamos a través de un paisaje verde y singular; entre huexotes e isletas que alguna vez fueron chinampas, entre terrenos cultivados que aún persisten;

escuchamos el murmullo de los pájaros y de algún animal acuático, nos internamos en un espacio-tiempo distinto que nada tiene que ver con las vías rápidas de comunicación localizadas a unos cuantos kilómetros de distancia. Éste es el paisaje que perdura en la zona lacustre del sur del Valle de México. Paisaje que envolvía a la ciudad central Tenochtitlan, la cual estaba rodeada por grandes lagos, tanto de agua dulce como de agua salada y separados por un

M

Beatriz Canabal Cristiani es doctora en sociología y profesora e investigadora en la UAM-Xochimilco, en la maestría en desarrollo rural. Este artículo forma parte de los resultados de una investigación más amplia, coordinada por la autora, denominada "Xochimilco ayer y hoy". Comenzada en 1986 con el apoyo de la Fundación Friederich Ebert, generó entonces diversas publicaciones. Hace cuatro años se reinició bajo los auspicios de la Universidad Autónoma Metropolitana.

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• EXPERIENCIAS •

albarradón para que no se mezclaran. Los planos sembrados de maíz, hortalizas y flores dominaban el horizonte. Los lagos entonces se fueron convirtiendo en una vasta red de canales que dividía a las chinampas y que conducía a diferentes sitios entre los que se encontraba, sin duda, el mercado de la gran ciudad ampliamente abastecido por la zona sur.

La creciente población que habitaba el entorno lacustre propició que se intensificara la construcción de chinampas como una forma de ganar terreno al lago. También se hicieron chinampas para construir pequeños templos y zonas de habitación, que a su vez estaban rodeadas de espacios para el cultivo de maíz y otras hortalizas prehispánicas.

La chinampería es una tecnología en la que se utilizan de manera óptima todos los recursos naturales, los cuales sirven para su propia reproducción. La fertilidad del suelo se renueva a través de microorganismos que habitan el agua de los canales, con humus y plantas acuáticas. La chinampa se reproduce también gracias a una gran diversidad de elementos vegetales que la integran y que al mismo tiempo el productor da distintos usos. Para dar una idea de esta capacidad diremos, por ejemplo, que actualmente en una sola chinampa de 2 270 metros cuadrados se encontraron 20 especies domesticadas y 30 no domesticadas; las primeras se usan generalmente como alimento y otras con fines medicinales, las que no son domesticadas se usan como forraje, medicina y también para el consumo humano y como plantas ornamentales o aromáticas.1

La zona lacustre de Xochimilco se compone de varias poblaciones donde se asentó la primera tribu nahua que migró del Norte para establecerse en las riberas del lago, al igual que más tarde lo hicieron los aztecas.

Xochimilco no es pues sólo un paisaje y una tecnología altamente productiva que satisfizo en poco espacio la demanda de la abundante población del Valle de México, es también la expresión de una cultura que aún se desarrolla a través de un eje que se amolda al paso del tiempo, una cultura que está integrada por elementos básicos religiosos relacionados con la agricultura y rituales que 1 Juan Jiménez Osornio y Arturo Gómez Pompa, "Human role in shaping of the flora in a wetland

community, the chinampa", mimeo, 1989.

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• EXPERIENCIAS •

determinan en gran medida la vida y las relaciones familiares y comunales de sus pobladores. La vida de los xochimilcas no ha sido tranquila, su gran vocación por la siembra, la pesca y la cría de animales no ha dejado de estar sometida a las pruebas que le imponen su cercanía con una de las ciudades más pobladas del mundo que necesita agua y espacios de su entorno; esto ha alterado de manera continua los recursos naturales y el medio ambiente donde se desarrollaba una actividad lacustre generadora de una gran diversidad de alimentos de origen vegetal y animal, aprendida y adaptada por grupos de pobladores cuyos antecedentes se ubican al menos desde hace 1 500 años. Aún se recuerda que a principios del siglo xx y hasta los años cuarenta de este siglo, Xochimilco alimentaba sus lagunas y canales con aguas limpias y naturales que provenían, tanto de su subsuelo, como de corrientes que bajaban de la serranía cercana. Hoy día estas dos fuentes de agua se han alterado, la primera por la necesidad que tiene la ciudad de entubar el líquido para el consumo urbano y la segunda porque los cerros se han deforestado al mismo tiempo de que la población migrante hacia la ciudad de México ha optado por habitar estas alturas. Ya en 1950 los canales se habían secado casi por completo, pero la población —que aún encontraba en las actividades agropecuarias su principal sustento—, protestó enérgicamente negándose a desaparecer y el gobierno tuvo que mandar a esta zona aguas residuales para que continuaran con sus actividades, combinando el agua tratada con algunas vertientes que todavía persistían, posibilidad cada vez más difícil. Desde entonces las familias que de forma tradicional se habían dedicado a la agricultura, continuaron en condiciones poco aptas sus actividades, y los pueblos se especializaron en productos que las nuevas condiciones naturales les permitían.

En toda el área se producía de manera preponderante el maíz chinampero de altos rendimientos, y hortalizas en una gran variedad, ya que a las de origen prehispánico fueron añadidas las de origen europeo como coles, espinacas, lechugas, cebollas, rábanos, betabel, coliflor, nabo, etcétera; plantas de ornato que evolucionaron de la siembra en tierra a plantas de viveros que requerían de mayor inversión y cuidados. También se criaban animales, como vacas, cerdos, borregos,

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cabras y aves con las cuales se ayudaban para completar los insumos del ciclo productivo, para desyerbar —cuando era necesario— algunos terrenos o para producir abono-estiércol que se usaba en los cultivos. En el régimen de chinampería, que era predominante, se usaban todos los recursos que proveía el mismo medio natural-lacustre: se empleaba el lodo del fondo del lago para hacer crecer las semillas que posteriormente eran resembradas en otras partes del terreno, donde se empleaba como abono natural el estiércol o bien vegetales recreados en el lago (huachinango y más tarde lirio acuático seco). Todo el trabajo era manual y como las chinampas disponían de agua por todos lados los sembradíos permanecían húmedos permitiendo varias cosechas al año y sirviendo en poco espacio altos índices de rendimiento (de 500 a 1 000 metros cuadrados) para el sustento de la familia y para la venta de hortalizas, flores y animales en los mercados regionales o en el mercado central de México.

Actualmente Xochimilco es una delegación político-administrativa del Distrito Federal, al lado de otras tres delegaciones ubicadas en el Sur constituyen los espacios rurales que aún se han conservado en el área metropolitana, ya que la urbanización se ha extendido más hacia otros puntos cardinales. Muchas veces fue el reclamo y la existencia de los pueblos lo que no permitió que se les eliminara con el crecimiento anárquico de nuestra ciudad, más tarde ha sido la misma protección legal que considera a estos territorios como reservas acuíferas y vegetales necesarias para el equilibrio de la región.

Hacia 1990, cerca de veintinueve mil hectáreas fueron aprovechadas en el Distrito Federal para actividades agrícolas, de las cuales 4 500 correspondían a la delegación de Xochimilco. Si bien estas cifras han bajado por la continua expansión urbana y los asentamientos irregulares, en 1994 se detectó una superficie de 26 104 hectáreas en el Distrito Federal; a Xochimilco le correspondían de 3 404 a 3 490 hectáreas, donde se cultiva maíz, frijol y calabaza principalmente; hortalizas y verduras en segundo lugar, ocupando grandes extensiones la producción de forrajes y nopal, este último de consumo muy extendido entre los habitantes de la zona urbana y por último, en un espacio menor pero con altos rendimientos y beneficios económicos, las flores (ver cuadros 1 y 2). 136

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Cuadro 1

Producción agrícola en el Distrito Federal (hectáreas) Productos 1987 1994 Granos 15 038 9 342 Forrajes 10 417 10 120 Hortalizas 1 748* 2 238 Nopal 3 372 4 007 Frutales 464** 263 Flores 76*** 134 Total 31 115 26 104 * Hortalizas como resto de cultivos. ** Frutales como resto de cultivos perennes. *** Flores en resto de cultivos perennes.

Fuente: Anuario Estadístico del Distrito Federal, 1992.

Cuadro 2

Producción agrícola en Xochimilco (hectáreas) Productos 1987 1994 Granos 3 665 2 160 Forrajes 430 730 Hortalizas 175 518 Flores 31 51 Frutales 464 31 Total 4 365 3 490 Fuente: Anuario Estadístico del Distrito Federal, 1992.

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Diversos factores han determinado la conformación de la estructura productiva agropecuaria, tanto en la ciudad como en Xochimilco. Entre otros elementos podemos enunciar la pérdida de espacios para cultivar, la ausencia de humedad y la carencia de mercado, ya que una gran cantidad de bienes provienen de otros estados de la República, concentrándose los esfuerzos locales en productos que no necesitan excelentes condiciones naturales, como los forrajes, o bien en productos necesarios para el consumo de la ciudad de México como algunas hortalizas, el nopal, la alegría o amaranto (con la que se elaboran dulces), y las plantas de ornato y flores, cuyo principal destino son los mercados urbanos considerando también el de las ciudades de provincia.

Xochimilco se divide en tres regiones de acuerdo con su potencial productivo. La primera es la más ligada a la zona urbana y tiene graves problemas por los asentamientos urbanos irregulares y construcciones aisladas que envían sus desechos al lago, alterando gravemente las condiciones naturales. En esta zona se encuentra la demarcación turística del centro de Xochimilco más dedicada a la producción de plantas en vivero que, aunque es zona de chinampas, su funcionamiento presenta dificultades. En su parte norte se localiza una importante zona chinampera donde se conservan muchos rasgos de la tecnología tradicional.

La segunda microrregión es la de los pueblos establecidos en la zona cerril donde además se ubican los vestigios de los pobladores prehispánicos, ahí se cultiva principalmente maíz, frijol, haba y forrajes con técnica de arado y periodos de temporal.

Por último, existe una serie de pueblos ribereños que se extienden sobre la zona chinampera: San Gregorio Atlapulco, San Luis Tlaxialtemalco y Santiago Tulyehualco que son productores de hortalizas, flores y amaranto respectivamente. La producción de maíz continúa siendo importante de acuerdo con la superficie que se destina para este grano. Originalmente el maíz se sembraba en las chinampas, de donde se obtenía un alto rendimiento; con él se abastecía tanto el consumo familiar como el de la región. Sin embargo, como los precios del maíz se mantuvieron estables —por ser considerado un bien-salario—, los productores de la región lacustre dejaron de producirlo en la misma cantidad, destinando el área chinampera para cultivos que generarían mejores ingresos en el mercado. No

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obstante, el maíz nunca se ha dejado de sembrar por diversas circunstancias: la primera de ellas es que a los xochimilcas les complace más su maíz que el que pueden comprar proveniente de otras regiones o bien de Estados Unidos, y otra razón es que lo utilizan en las innumerables fiestas religiosas de las que está plagado su calendario, con él elaboran abundante comida utilizando sus granos que también emplean en ofrendas para los santos y deidades regionales. Estos agricultores conservan su propia semilla y la emplean año con año, y a pesar de que el maíz ha sido desplazado a planicies con poca agua y a las zonas más altas, su siembra tiene aún un significado trascendental para la comunidad. Su cultivo ha bajado también porque dejó de cultivarse en 1 000 hectáreas que pertenecían a los ejidos de Xochimilco y San Gregorio (propiedad social de los pueblos), expropiados hace algunos años por el gobierno y además por la creciente urbanización en el área cerril.

Como ya se señaló, la producción de hortalizas es tradicional en la zona sur de la ciudad y Xochimilco que se ha especializado en aquellas que se adaptan al sistema chinampero de constante humedad. Así, en una superficie de 518 hectáreas básicamente de chinampería, se produce apio, acelga, brócoli, calabacita, col, coliflor, espinaca, lechuga, rábano, zanahoria; además plantas medicinales (manzanilla, hierbabuena), plantas aromáticas y otras comestibles que son silvestres y que siempre han formado parte del entorno chinampero, como la verdolaga, el romerito y los quelites.

El abandono de algunas plantas como el jitomate y la introducción de nuevas especies se debe a la alteración del medio natural y a la orientación de la demanda urbana. Las mejores condiciones en el mercado y el entorno natural afectado por una relación desigual con la ciudad, han ocasionado un cambio hacia la floricultura. En la zona norte de la cabecera de Xochimilco persiste un área de considerables proporciones de producción chinampera, en la que se produce tanto maíz como hortalizas y flores de corte. Se calcula que aún realizan este tipo de trabajo alrededor de mil doscientos productores contando a los integrantes de la familia.

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Las tierras en esta zona son aún de buena calidad y conservan el lodo, que es la base de la producción en las chinampas, por lo que pueden sembrar directamente en la tierra y a cielo abierto; ahí se producen alimentos muy populares en el centro de México, como la verdolaga, de la cual se obtienen hasta siete cosechas al año; el romerito y hierbas aromáticas, como el epazote y la tradicional flor de muertos o cempasúchil que es de corte. El maíz se siembra intercalado con epazote porque le da sombra y crece más grande. Las flores se cultivan en superficies más pequeñas ya que su trato es intensivo y se levantan hasta tres cosechas al año. En esta zona se encuentran todavía muy pocos invernaderos con plantas y flores, aún es predominante la producción en chinampa donde se emplean las técnicas tradicionales, almácigos, enraizamiento de plantas y chapines, incluso en el maíz. En esta región se da la invasión de tierras agrícolas para la urbanización. De hecho, en algunos barrios éstas se han perdido totalmente, como son los casos de San Juan Tamancingo, San Marcos y San Esteban, conservándose y restableciéndose en otros. Ante estos problemas, el gobierno ha prometido la reubicación de los nuevos pobladores, que no sólo se asientan sobre estas tierras poco aptas para la vivienda, sino que alteran el medio ambiente con la expulsión de sus desechos a los canales. Lo hacen así porque es gente de otros estados del país que no conoce ni está interesada en la conservación del medio. En esta zona, que está integrada a la mancha urbana pero alejada de la zona turística, se abandonó el cultivo durante los años sesenta porque empezaron a deteriorarse las condiciones productivas, en particular el agua, y como los salarios urbanos eran más importantes que los ingresos que generaba la agricultura, se optó por esta vía. Pero a partir de la década de los años ochenta y en particular de los años noventa, al escasear el trabajo en la ciudad y al reducirse de manera drástica los ingresos de los profesionistas, han regresado muchos productores de mediana edad y jóvenes a cultivar sus parcelas. Este regreso no es una decisión traumática para los jóvenes ya que conocen el medio y la tecnología al participar desde pequeños en estas labores. Todos estos productores aseguran que ganan más en estas actividades que en otras que ejercen como profesionistas o en el comercio. 140

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Sin duda la producción de flores y plantas de ornato ha cobrado auge en gran parte de la región xochimilca por dos causas fundamentales: una de ellas es el deterioro del suelo y el agua, eligiéndose este tipo de producción, abandonando en parte o completamente el cultivo de alimentos; la otra está relacionada con el mercado de plantas que ha cobrado importancia para los xochimilcas, ya que obtienen mejores dividendos. Tanto es así, que se calcula que en toda la delegación laboran en esta especialidad cerca de cuatro mil productores, muchos de los cuales se ubican en la misma familia.2 En la zona sur de la delegación se localiza un barrio que, a pesar de haber resultado sumamente afectado por la contaminación del agua y los asentamientos humanos, conserva su tradición productiva. La falta de agua de buena calidad ha orillado a sus productores a dedicarse básicamente a plantas de ornato y flores en viveros con macetas o bolsas. En esta parte dividida de la zona norte por una calle que de forma arbitraria se construyó, impidiendo la circulación del agua, se ha perdido la posibilidad de sembrar en chinampa porque no se puede pasar al otro lado a buscar el lodo del fondo del canal, como tradicionalmente se hacía. En este barrio, el de Caltongo, los suelos se han empobrecido, pero el conocimiento acumulado y la búsqueda permanente de nuevas alternativas productivas lo han mantenido a la cabeza del conocimiento y la tecnología florícola. Ahí combinan la siembra en almácigos a veces en la zona norte, con la práctica de siembra en el vivero de plantas sofisticadas o importadas como el tulipán holandés. La producción más importante de este barrio es sin duda la de flor de nochebuena cuyo cultivo dura siete meses, durante los cuales se recrean otras plantas para obtener ingresos y soportar ese largo periodo. Los xochimilcas se han especializado mucho en esta planta que los habitantes de la ciudad compran para la Navidad; han construido viveros especiales con telas oscuras para precipitar su floración oportuna; han aprendido también a duplicar su cantidad. Otras flores y plantas de refuerzo son el malbón, el geranio, el lirio y el tulipán. En este barrio, este tipo de invernaderos es muy generalizado, de cuya superficie abarcan 65%, es decir, unas 85 hectáreas.

2 Datos obtenidos en trabajo de campo.

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El trabajo en estas áreas productivas necesita mucha mano de obra, por lo que Caltongo se ha convertido en un receptor importante de fuerza de trabajo proveniente de otros estados del país.

En esta zona de viveros es también preponderante la participación familiar. Se enseña a los hijos y aunque estudien o laboren en otras actividades, en sus momentos libres se dedican al cultivo de las plantas; las mujeres por su lado realizan la venta básicamente en el centro comercial de productores de Xochimilco, el cual pertenece a la Asociación de Planteros El Palacio de la Flor. En momentos de mucho trabajo se recurre a mano de obra asalariada que de alguna manera ya conoce el oficio.

Circular por la carretera que divide estas dos zonas o aventurarse por sus canales significa recrear la vista ante un paisaje multicolor, florido y enrojecido hacia la época decembrina por las grandes extensiones de flor de nochebuena que se producen.

En este barrio, los productores se han visto motivados para no abandonar la producción, aunque las condiciones para su trabajo sean cada vez más difíciles, ya que buscan nuevas alternativas tecnológicas que hagan posible que esta actividad sea una fuente constante de buenos ingresos. Así, el número de productores ha crecido. Organizaciones de comercialización como El Palacio de la Flor han promovido la adquisición de nuevos conocimientos a través de la experimentación directa con asesorías de algunos de sus integrantes y con cursos en los que participan los padres y los hijos: "Hemos querido —dice un floricultor— aprender más y más; a nuestros hijos los motivamos para que estudien carreras como agronomía o biología, para que la ejerzan aquí". Así, entre los jóvenes se da un vuelco hacia esta actividad combinando la calificación que adquieren a través de sus estudios con los conocimientos acumulados en la región y las nuevas fases experimentales a las que se abocan como grupo de floricultores en estos momentos. Entre los problemas más sentidos a que tienen que hacer frente todos los días estos productores son el ambiental y la expansión de la mancha urbana propiciada por

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los fraccionadores, por la misma gente de Xochimilco —que ya no se dedica a la producción y vende sus terrenos— y por las mismas autoridades de la ciudad que prohíben el asentamiento en estas zonas ecológicas protegidas, introducen luz, agua potable y a veces hasta abren calles.

En el barrio de Caltongo, el crecimiento de la mancha urbana no se ha detenido. Se han construido en tierras agrícolas unas dos mil casas familiares, lo que implica la ocupación de una superficie aproximada de veinticinco hectáreas. Un problema que se añade a la pérdida de espacios productivos es el sanitario, ya que en esta región no hay drenaje y los desechos se vierten a los canales. Se calcula que en Caltongo hay más de mil descargas domiciliarias vertidas al lago. Los productores protestan regularmente por esta situación y proponen que ya no se permitan más asentamientos irregulares, además de que los que ya están asentados sean reubicados.

En algunos pueblos, las respuestas para afrontar este problema se dan de manera inmediata y se recurre a todos los medios posibles para limitarlo. En San Luis Tlaxialtemalco, pueblo ribereño también de tradición chinampera, que ha perdido de manera importante sus afluentes de agua, pero que aún conserva su tradición productiva, nos informaron que están impidiendo la construcción de dos unidades habitacionales que no han obtenido los permisos oficiales: "Nosotros nos hemos levantado en pie de lucha como un solo hombre". En ocasiones, frente a la posibilidad de alguna invasión para propiciar el respectivo asentamiento, suenan las campanas de la iglesia y el pueblo ha tenido que echar a los extraños de las zonas agrícolas. Las formas de reaccionar han sido distintas de acuerdo con diferentes niveles de integración.

San Luis es un ejemplo de los pueblos que combinan la producción comercial en chinampas y viveros con la de áreas cerriles que también les pertenecen, en ellas siembran maíz asociado con frijol, haba y amaranto, que son cultivos de temporal, para lo cual usan yuntas y métodos tradicionales de cultivo. Este tipo de producción se dedica al autoconsumo, excepto el caso del amaranto que se dispone para la venta, pero San Luis se dedica básicamente a la producción de plantas de ornato, desde hace cinco años a la producción de nochebuena a la cual se dedicaron 65 personas durante el ciclo de 1994, produciendo alrededor de doscientas cincuenta mil plantas. 143

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La flor de nochebuena se desarrolla entre junio y diciembre en instalaciones, tierra y cuidados especiales. Ésta ha requerido de asistencia técnica, ya sea de los mismos productores como de técnicos del gobierno, que en la actualidad son pagados por los demandantes del servicio. Este tipo de producción ha dinamizado a tal grado la economía de los xochimilcas, que han recibido créditos del gobierno y de la banca privada para la construcción de invernaderos por medio de pequeños núcleos organizados para tal propósito. Ciertamente la problemática crediticia se ha vuelto tan compleja entre los productores regionales, como entre los de otras partes del país, por lo cual tendrán que buscarse nuevas alternativas de inversión.

Como se ha señalado, la actividad productiva y la sobrevivencia misma del pueblo xochimilca se han enfrentado durante los últimos 40 años a numerosos problemas que tienen que ver con su relación cercana y su inserción a la capital del país. La región cayó en una especie de desastre ecológico desde los años cincuenta, ya que no se permitió el empleo del agua limpia para sus canales y la chinampería, iniciándose el envío de aguas tratadas de dudosa calidad. Este desastre fue detenido sólo a medias a partir de 1970 por la voluntad de los habitantes más interesados en conservar su tierra y mediante la utilización de los recursos más apropiados para hacerla producir.

Las diferentes administraciones de una ciudad que creció de manera vertiginosa durante los últimos 25 años, necesitando agua y espacios para vivienda, industria y servicios, dejaron que su expansión anárquica terminara con las áreas rurales, bosques y terrenos agrícolas, hoy necesarios para controlar la fuerte contaminación del aire que respiramos los aproximadamente veinte millones de habitantes.3

3 Información vertida hasta 1987 en el libro de Beatriz Canabal, Pablo Torres y Gilberto Burela, La

ciudad y sus chinampas, el caso de Xochimilco, UAM-Xochimilco, México, 1992.

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La voluntad de los productores, cuyo número decreció por estas condiciones naturales y por el estancamiento de los precios agrícolas, pero que después volvió a crecer al encontrar poco a poco alternativas tecnológicas para continuar con su actividad, ha permitido la continuidad de Xochimilco, su paisaje, sus chinampas y sus fiestas, que de otro modo hubieran pasado a prolongar la zona de viviendas y de asfalto.

Los productores han tenido que enfrentar problemas severos con los suelos salinos y con las enfermedades producidas por la calidad del agua entre las plantas, ocasionando el cambio de cultivos, dejando de sembrar algunas áreas y empleando bolsas y macetas para las plantas de ornato, hasta llegar al empleo de viveros, bombas de motor para extraer el agua y el uso de agroquímicos; todos ellos elementos ajenos a la antigua producción de la chinampa que empleaba solamente insumos naturales y se basaba en la filtración del agua limpia que corría por los canales.

Los productores y la población originaria de Xochimilco han tenido que hacer frente también a la especulación inmobiliaria de su territorio comprado como zona rural y vendido como urbana, alterando los usos del suelo, contaminando más los recursos naturales y convirtiéndose en un gran negocio para propios y extraños, que al final favorecen exclusivamente al capital urbano.

Si bien es cierto que desde mediados de los años setenta esta zona se encuentra protegida por varios cuerpos jurídicos, al ser considerada como zona típica, área de reserva ecológica y, por último, Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1989, el avance de la mancha urbana sólo ha sido detenido gracias a la decisión de los pueblos y de algunos grupos ecologistas que, a raíz de la formulación de un plan gubernamental —que alteraría de manera drástica el paisaje y la vocación agrícola de la zona—, llamaron la atención acerca de la importancia de conservar estas áreas verdes y productivas con vestigios arqueológicos que guardan celosamente la historia de la vida productiva, lacustre, agrícola, urbana y religiosa, prehispánica y colonial heredada por estos pueblos.

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El papel de territorio susceptible de ser urbanizado, que siempre le dieron los distintos gobiernos de la ciudad a Xochimilco y sus alrededores, generó una falta de apoyo hacia las actividades agropecuarias, a tal grado, que los agricultores prefirieron buscarlo por su cuenta y capacitarse ellos mismos para evitar la presencia de técnicos que desconocieran las condiciones naturales de la región y no estuvieran calificados para resolver estos problemas.

El gobierno de la ciudad se ha encargado sólo de programas pequeños, como la limpieza de los canales —que con frecuencia se llenan de lirio acuático e impiden la circulación de las canoas—, o bien del combate de algunas plagas. Este gobierno dispone de pocos técnicos agropecuarios que conocen esta problemática y de veterinarios que poco asisten a los animales de los productores. El desinterés por este tipo de actividad, cercana a la ciudad, ha propiciado que se desarrolle la iniciativa local de los productores que han obtenido importantes logros al adaptarse a las condiciones variantes de su medio para seguir adelante.

Un importante floricultor de Caltongo señala: "Hemos ido adaptando tecnología de punta a nuestro medio, y estamos generando un híbrido dentro de la floricultura con estas condiciones ecológicas adversas". Existe entre estos productores un gran interés por experimentar y, dado que la crisis propiciará a mediano plazo que la demanda de plantas decaiga, piensan que pueden destinarse áreas de invernadero en viveros o a través de la hidroponía a la experimentación en productos hortícolas. Es importante señalar que el avance que han tenido los viveristas xochimilcas, en el aspecto técnico, no ha implicado el abandono de prácticas tradicionales realizadas en otros terrenos, o bien otra parte de la familia, prácticas tales como el cultivo del maíz y de plantas comestibles y medicinales para su propio consumo, su venta en el mercado regional o para su consumo en el vasto ceremonial religioso de la región.

Existe otro tipo de productores que combina ambos tipos de producción y que cultivan más en suelo o en chinampa, dado que las condiciones de su tierra lo permiten y no realizan fuertes inversiones como los viveristas que acabamos de mencionar. Muchos se inician en esta actividad y no dejan por completo la otra. Sigue, por último, persistiendo un tipo tradicional de productores, casi siempre mayores de edad, que practican la chinampería con el cultivo de hortalizas, plantas medicinales y flores de corte o en chapin; sus costos de producción no son fuertes

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y tampoco sus ganancias, pero obtienen recursos suficientes para sus familias que se complementan con la producción de granos básicos, otras plantas, huevos y leche de los animales de traspatio que persisten en la mayor parte de las casas xochimilcas.

Es importante destacar que la gente joven que se integra y hace crecer el número de productores pertenecen a las familias del lugar, por lo que se puede pensar en una continuidad de esta tradición que se adaptará continuamente y buscará nuevas alternativas para generar el ingreso necesario.

Si bien existe claridad entre los productores acerca de los problemas que los acosan, éstos están conscientes de que sólo los solucionarán mediante la organización, por ello es que hoy se está generando un número importante de asociaciones que agrupan a chinamperos, floricultores y productores ganaderos, con el propósito de conseguir algunas ventajas en la obtención de créditos y mejores condiciones en la comercialización. Por ejemplo, en Caltongo se sugiere la necesidad de contar con una organización amplia de productores donde se concentre información suficiente sobre tecnología, mercados interno y externo, variedades y precios. Se requiere —señalan los productores— adquirir insumos colectivamente y capacitarnos en cuestiones administrativas y de informática.

Muchas de esas organizaciones surgen como una forma para defenderse de las agresiones que continuamente sufren por medio de agentes urbanizadores. Ellas pueden convertirse (algunas lo han logrado) en propiciadoras de alternativas novedosas en el campo productivo, logrando beneficios para sus agremiados como apoyos diversos y espacios de mercado para sus productos.

Señalábamos que destruir el espacio productivo de Xochimilco implica destruir la historia y la cultura de un pueblo sustentado en su paisaje, su tecnología, su producción, y también en sus costumbres alimenticias; en su organización familiar y comunal, así como en la conformación de una compleja estructura religiosa, en la que todos los habitantes participan de forma activa celebrando y rindiendo culto a sus principales santos, vírgenes y niños dioses. Así, han surgido también organizaciones que tienen como objetivo no sólo desarrollar propuestas productivas sino proyectos que contemplan la difusión y desarrollo de la cultura

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xochimilca a través del radio y la elaboración de folletos, museos regionales, etcétera. Así viven los xochimilcas y así han sobrevivido desde que eran súbditos de los aztecas, a quienes tenían que rendir tributo en alimentos y en otras artes manuales en las que se especializaban. Y así vivieron bajo el dominio español que pretendió cambiar sus formas religiosas y permitió sólo su readaptación; así han vivido surtiendo de alimentos y flores a una ciudad que a cambio les extrajo el agua de sus canales, les eliminó espacios verdes para su sobrevivencia y pretendió desintegrar los ejes de su cultura regional-lacustre en pro de una cultura urbana que en México no deja de estar íntimamente influida por una matriz preshispánica y colonial. Podríamos concluir con las palabras de un productor de la región chinampera de la cabecera xochimilca: "Hay mucho trabajo que realizar, hay mucho que pelear para que esto siga adelante, siga bien; hay que aprovechar más todos los recursos, yo le veo futuro a la producción local de alimentos, y si no reactivamos a Xochimilco como zona ecológica la ciudad puede venirse abajo, sin áreas verdes ni filtración del agua que tanto necesita".4

Dos fuerzas contrarias presionan así el futuro de Xochimilco: la que pretende su urbanización o un destino sólo turístico y la que enarbolan los agricultores orgullosos de su entorno, su paisaje y su cultura.

4 Entrevista con productores de la zona norte, marzo 1995.

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Ejidos, pueblos indios y desarrollo sustentable

La contradicción histórica entre tradición y progreso se demuestra de manera clara en la sierra Tarahumara. Por eso, el autor propone la aplicación de modelos de

microdesarrollo que puedan integrar las relaciones espirituales y sociales así como la cosmología

de la propia etnia rarámuri.

Luis Felipe Crespo Oviedo Introducción

En la sierra Tarahumara, convergen en un mismo espacio sociedades que son diversas entre sí, cultural, política, económica y organizativamente. Los grupos indígenas formados por las etnias rarámuris, guarojíos, tepehuanos y pimas ocupan la sierra desde hace cientos de años y en ella han encontrado la forma de reproducción social, tanto en lo material como en lo espiritual; pues para estos indígenas los recursos naturales y toda la sierra Tarahumara les pertenece. Entre

Luis Felipe Crespo es geógrafo y Subdirector de Investigación en la Dirección General de Estudios Agrarios de la Procuraduría Agraria. Fue coordinador del área de organización en el Programa de Desarrollo Forestal Chihuahua-Durango del Instituto Nacional Indigenista entre 1992 y 1994. El programa fue auspiciado por el Banco Mundial entre 1989 y 1994 bajo la dirección de Roberto Solís Calderón y de Arturo Herrera Bautista como coordinador a quienes el autor agradece haber compartido su experiencia sobre la sierra Tarahumara y los rarámuris.

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los pueblos indígenas actuales, los rarámuris son quienes más población tienen, para 1990 se calcularon 47 387 hablantes de la lengua tarahumara, lo que representa 77.04% del total de hablantes de lengua indígena en el estado.1

Los otros grupos sociales están formados por población de origen europeo o mestiza denominados chabochis2 por los indígenas, quienes arribaron a la sierra Tarahumara en la época de la Colonia con los primeros misioneros y buscadores de minas; penetraron en ella en pequeños grupos pero siempre de manera constante. La inmigración mayor se presentó a partir del presente siglo, cuando se inició la explotación forestal de manera intensiva y permanente.

La población chabochi que llegó a la sierra Tarahumara durante la Colonia se asentó en torno a las iglesias y misiones dando lugar al surgimiento de las primeras concentraciones poblacionales, como es el caso de Guadalupe y Calvo, Batopilas y Urique, en contraste con el asentamiento siempre disperso característico de los indígenas. Su economía se basó principalmente en la explotación minera, el comercio, el trabajo de arriería y, en menor escala, en la ganadería y la fruticultura; sus intereses y lazos se han orientado siempre en torno de la región y lo que ésta les pueda proveer para su reproducción; son quienes han detentado el poder y establecido las relaciones con las estructuras sociales y políticas fuera de la región.3

Otra gran corriente migratoria de población chabochi se presentó a finales del siglo pasado y principios de éste; a partir de la construcción del ferrocarril Kansas City-Chihuahua-Estación Creel y sus ramales. Durante el Porfiriato se crearon las condiciones para que el bosque de la sierra Tarahumara fuera comercialmente atractivo y se considerara como una gran reserva de explotación forestal,4 tanto para la industria norteamericana como para la existente en la entidad y en el país, promoviendo la atracción de población destinada a ocuparse de las tareas y trabajos necesarios para la extracción de madera. 1 Arnulfo Embriz et al., 1993. 2 Me refiero en lo sucesivo con este término para designar a la población no indígena. 3 Cfr. Luis González Rodríguez, 1992 y 1994. 4 Francois Lartigue, 1983.

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Alrededor de la industria forestal crecieron y se desarrollaron diversos asentamientos, en su mayoría mestizos, como es el caso de los poblados de San Juanito y Creel (en el municipio de Bocoyna), la localidad de Tomochi (municipio de Guerrero), El Vergel (en Balleza y la ciudad de Guachochi), actual centro comercial y político de la sierra Tarahumara, entre otras poblaciones, los cuales provocan una constante presión y competencia por la ocupación de los espacios pertenecientes tradicionalmente a los grupos indígenas.

La base del trabajo de la población inmigrante giró en una primera etapa alrededor de los trabajos de extracción directa de la madera (desmonte y arrastre) cuando los terrenos eran nacionales o estaban concesionados a particulares.

A raíz del reparto agrario —que dio inicio poco antes de la década de los años treinta—, los intereses de los migrantes chabochis empezaron a tener arraigo en la región, y es este sector de la población quien inicia los trámites ante el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización (hoy Secretaría de la Reforma Agraria) para recibir las dotaciones ejidales correspondientes. Estos migrantes ocuparon los cargos de dirección en los mismos, crearon lazos y redes de interés con sectores políticos, tanto estatales como nacionales, convirtiéndose en agentes de control político y económico en la sierra.

La historia de la explotación forestal ha tenido como consecuencia el enfrentamiento de dos concepciones para entender, ocupar y utilizar la sierra Tarahumara. Por una parte, para los chabochis con intereses y lazos fuera de la sierra, la explotación forestal consiste en sacar la madera lo más rápido posible y al menor costo, practican y promueven una extracción de carácter minero e intentan controlar los espacios de decisión política: comisariados ejidales, presidencias municipales y cargos en dependencias oficiales, etcétera.

Por otro lado, para los indígenas el bosque forma parte de su estrategia de sobrevivencia, pues de él obtienen una serie de satisfactores que les permite lograr su reproducción social. La explotación forestal ha significado la reducción y escasez de muchos recursos naturales, la imposición de formas ajenas de organización territorial y la marginación de los espacios de toma de decisiones, además de violencia y agresión a sus formas de expresión cultural. 151

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Ejido y comunidad indígena. Conflicto de territorialidades Las relaciones sociales e interétnicas que prevalecen en la sierra Tarahumara son relaciones de dominación colonial. En los términos señalados por Guillermo Bonfil, muestran una "estructura de dominación atrasada según los criterios de dominación colonialista".

5 Para la sociedad chabochi la explotación forestal se

concibe como: avance, desarrollo y progreso; conceptos ideológicos con los cuales los sectores dominantes realizan su práctica de dominio sobre la sociedad indígena."Una característica sustantiva de toda sociedad colonial es que el grupo invasor, que pertenece a una cultura distinta a la de los pueblos sobre los que ejerce su dominio, afirma ideológicamente su superioridad inmanente en todos los órdenes de la vida y en consecuencia niega y excluye a la cultura del colonizado."6 En este orden de ideas, en la sierra Tarahumara está presente una situación de escalas diferenciales y prácticas sociales multiescalares,

7 es decir, al ocupar un

mismo espacio dos sociedades culturalmente distintas, los objetivos, métodos, intereses y estrategias de ordenación del territorio son contradictorios, lo cual remite a concepciones distintas que tienen del espacio las sociedades culturalmente diversas.

Para quienes son portadores de una idea del espacio continuo, conocido y aprehendido en su totalidad hacen referencia constante y permanente de él en sus representaciones materiales y espirituales, como es el caso de los rarámuris. El uso y organización social del espacio responde a una idea y proyecto en el cual la ordenación simbólica y material del territorio no se fracture y pueda ser controlado por el grupo, que utiliza y se apropia del espacio en su integridad.

5 Guillermo Bonfil Batalla, 1981. 6 Guillermo Bonfil Batalla, 1991. 7 Yves Lacoste, 1977.

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Para los que pertenecen y responden a la lógica de una concepción de carácter desarrollista de corte occidental, la idea y concepción del espacio es sólo una idea fragmentaria, especializada, excluyente, no únicamente como experiencia social sino como proyecto de futuro; solamente se ve lo que puede usarse y lo que puede extraerse, para el caso de la sierra Tarahumara sólo existen árboles, no importa que esté habitada y mucho menos habitada por indígenas; es una concepción de carácter utilitario.

Para el análisis de la sierra Tarahumara es necesario hacer referencia a dos planos de interpretación sobre la organización territorial:

El primero concibe a la sierra Tarahumara como una macrorregión dentro de la cual sólo intervienen factores de índole económico y político que propician una red de relaciones creadas por los sectores dominantes y de poder, tanto al interior del estado como del país. En este sentido, la sierra Tarahumara es una región que contiene una serie de recursos —mineros y forestales principalmente—, los cuales aportan un determinado porcentaje a la economía y al Producto Interno Bruto (PIB); por la belleza de sus paisajes es también un potencial turístico donde los indígenas sólo significan un elemento del inventario de recursos existentes —¡son indios de la edad de piedra!, promueven muchos folletos turísticos—. El orden y organización del espacio, así como los planes de utilización de los territorios y sus recursos, responden a una serie de redes e intereses de carácter externo a la región; se planifica y se invierte para que llegue el desarrollo y el progreso, es la premisa permanente.

Las acciones que impactan en la organización territorial de la sierra Tarahumara impulsadas desde el Estado o con la participación de algunos sectores privados —Celulosa de Chihuahua, por ejemplo— responden a los intereses del macrodesarrollo, se centran en la apertura de caminos y carreteras conocido como el proyecto Gran Visión, el cual se inició hace más de 30 años y aún no concluye. La red de infraestructura vial consiste en cruzar y atravesar la sierra, penetrando en ella para unir sus ciudades e integrarlas al desarrollo alcanzado por el estado y el país. Paralelo al proyecto Gran Visión, en la década de los años sesenta se concluyó el ferrocarril Chihuahua-Pacífico en su tramo Creel-Mochis (no olvidemos que el proyecto inició en los tiempos de don Porfirio), la vía férrea

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dividió a la sierra Tarahumara en dos porciones, una al Norte y otra al Sur y, como mencionan los periódicos de la época, con el ferrocarril por fin llegará el progreso a la sierra Tarahumara; no obstante, parece que hay que seguir esperándolo.

Sierra Tarahumara Chihuahua, México

Fuente. INEGI. Mapa base de división municipal del estado de Chihuahua, Censo Agropecuario, versión en disco compacto. México, D. F, 1991.

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La realidad es que los caminos y el ferrocarril sólo han servido para extraer maderas y minerales, a la par del crecimiento de nuevos centros de población chabochi, de hace 25 a 40 años, como por ejemplo, Guachochi y San Rafael, localidades que concentran los servicios administrativos, de salud y comerciales funcionan como centros de decisión política y económica y, sobre todo, son el canal de relación con los intereses emanados de los ámbitos del poder económico y político del país.

El segundo nivel de análisis de la organización regional corresponde al que practica la sociedad indígena, basado en la dispersión y movilidad territorial de los rarámuris que ordenan y utilizan el territorio de acuerdo con su cosmovisión.

Los rarámuris, de acuerdo con las condiciones climáticas, ecológicas y simbólicas, despliegan una serie de movimientos migratorios al interior de la región, a lo largo de los cuales realizan sus prácticas productivas. Cuando se encuentran viviendo en sus rancherías, la ordenación del espacio se lleva a cabo mediante el control de los microambientes, resultado de la aplicación del mawechi como agrosistema integral. El mawechi implica una serie de estrategias de uso y conservación de la naturaleza que incluye el abono y conservación de suelos; el trabajo con multicultivos, maíz, frijol y papa principalmente; el mantenimiento y experimentación en el huerto familiar donde crecen quelites, frutales, plantas y hierbas tanto comestibles como medicinales. El mawechi como agrosistema se complementa en el bosque con la caza, el transporte de hojarasca para llevar nutrientes nuevos a los suelos, la recolección de hierbas, el cuidado de especies para ser utilizados en la elaboración de objetos de uso práctico y artesanal, incluyendo las arcillas para la elaboración de la cerámica.

Cuando se migra temporalmente con el fin de abastecerse de la mayor variedad de productos posibles se buscan los ecotonos (sitios donde confluyen uno o varios ecosistemas); comúnmente es durante el invierno cuando se vive en cuevas, pues

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éstas, además de proveer resguardo, son punto estratégico para trabajar y vivir en diferentes climas y tipos de vegetación.

La dispersión no significa que vivan aislados entre sí, cada forma de microorganización del espacio responde a una lógica de relacionarse con la naturaleza y con la etnia que es la propia. La suma de cada forma particular de ordenar el territorio rarámuri genera el patrón de organización regional de la sociedad indígena, es lo que Antonin Artaud describió como los "caprichos inteligentes"8 de la naturaleza, donde hombre y natura se relacionan para crear un solo ser.

La herencia eurocéntrica de la sociedad del llamado México imaginario9 genera una forma de percibir el tiempo y el espacio, que hace pensar en la organización territorial desde la perspectiva del macrodesarrollo como respuesta a una "cultura de ángulos rectos";10 resultado de esta idea del espacio es, por ejemplo, la división ejidal realizada en la sierra Tarahumara por los topógrafos y técnicos de la reforma agraria.

En contraposición, las sociedades indígenas perciben el tiempo y el espacio a partir de una concepción de corte circular o elíptico y cíclico, por ejemplo el patrón de asentamiento de los pueblos rarámuris o la lógica de producción que sigue siempre el mawechi, tienen este orden de referencia.

El patrón de los asentamientos rarámuris responde por lo general al siguiente esquema: 1. Un pueblo rarámuri es pueblo porque tiene un siríame o gobernador

tradicional. 2. Para que exista el siríame debe haber una iglesia donde realizar el nawesare o

discurso ceremonial que se practica los domingos.

8 Antonin Artaud, 1987. 9 Guillermo Bonfil Batalla, 1990. 10 Perrot Dominique y Roy Preiswerk, 1979.

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3. Alrededor de la iglesia se localiza la escuela-albergue, la tienda campesina y algunas casas.

4. En un radio de acción que varía en su distancia según sean las condiciones geográficas y la importancia del siríame se encuentra un número variable de ranchos y rancherías, las cuales definen su sentido de pertenencia al reconocer la autoridad y el gobierno del siríame.11

Territorialidad Indígena

11 Éste es en general el patrón de asentamiento rarámuri, en la definición de pueblo y gobierno indígena

intervienen muchos otros factores que no se discutirán en el presente trabajo. (Consultar estudios de base para el monitoreo del impacto sociocultural, INI-PDF, 1992 y Augusto Urteaga, 1992.)

Fuente: Augusto Urteaga, 1992.

Unidades habitacionales

Pueblo principal

Límites pueblos indígenasLímites ejidales

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Sobre este esquema de organización territorial se impuso la división ejidal, la cual —como en un plano empalmado— abarca por lo general a más de un pueblo indígena dentro de su superficie territorial. En gran número de ocasiones los límites ejidales dividieron a más de un pueblo, es decir, la línea divisoria trazada bajo criterios exclusivamente topográficos cruzó sobre el territorio de un pueblo, dejando algunas rancherías dentro del área de otro ejido y a otras fuera. Junto con el ejido surgió la estructura de organización administrativa del mismo, lo cual se convirtió en la fuerza política y económica más importante de la sierra, me refiero a los comisariados ejidales y sus consejos de vigilancia, quienes son los que toman las decisiones sobre el uso y destino de los recursos naturales. En la práctica cotidiana los comisariados ejidales no reconocen al gobierno tradicional indígena y le niegan toda posibilidad de participar en los destinos forestales, para ellos la lógica es vender la mayor posibilidad forestal, al mejor precio y en el menor tiempo posible.

"La territorialidad se entiende como el intento de un individuo o grupo de afectar, influir o controlar gente, elementos y sus relaciones delimitando y ejerciendo un control sobre un área geográfica."12 Así, en la sierra Tarahumara una territorialidad se presenta a partir del control que se tiene para ejercer el poder, para imponer estructuras de organización y administración, para decidir sobre los destinos de los recursos naturales y para justificar el modelo de desarrollo. La otra territorialidad parte del poder que el gobierno tradicional indígena ejerce sobre su propia población y los recursos que ella posee, tanto en el control y normas que generan para la producción y el orden social propio como en sus expresiones simbólicas y rituales, lo cual ocasiona que el conflicto esté presente permanentemente.

12 Sack, 1991.

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El bosque, ¿desarrollo para quién?

La idea de la explotación forestal en países como el nuestro, se basa en considerar al bosque como un producto homogéneo del cual sólo se extraen las materias primas para satisfacer las demandas de una industria que generalmente está instalada fuera del ámbito regional donde se encuentra el recurso. Estos sistemas de explotación forestal nunca toman en cuenta los otros recursos naturales que integran al bosque, como son los suelos y sus capas de vegetación protectoras, el sotobosque y los recursos alimenticios y medicinales que aporta.

Los tipos, formas y tecnologías de explotación forestal presentes en la sierra Tarahumara responden a un modelo de desarrollo basado en la explotación permanente de los recursos naturales; la mayoría de las utilidades que produce el sector forestal son canalizadas fuera del ámbito regional en un claro proceso de transferencia de capital, lo cual redunda, por ejemplo, en las malas condiciones en que se encuentra la actual infraestructura vial, que provoca entre otros aspectos que los costos de distribución y flete sean más altos en relación con todo el proceso productivo. Una situación similar se presenta en la calidad y características de los aserraderos, pues la mayoría de ellos son obsoletos y de tecnología caduca, tanto es así, que se observa un alto número de aserraderos tipo sierra circular, prohibidos en todo el mundo por el alto índice de desperdicio en astilla y aserrín que producen. En contraste, las inversiones fuera del ámbito regional son mucho mayores, y un ejemplo de ello lo representa la modernización de la planta de procesamiento celulósico de Anáhuac en el estado de Chihuahua.

Quizá uno de los efectos más notorios de la explotación forestal en la sierra Tarahumara sea la reducción de la masa arbórea de pino y encino y de los recursos vegetales asociados, característicos de la Sierra Madre Occidental, afectando notablemente con esto los ecosistemas naturales, pues en algunas zonas el deterioro es ya irreversible. Como ejemplo de la participación marginal de la sociedad rarámuri en la explotación forestal mencionaremos los ejidos forestales del municipio de Guachochi, ubicado en la porción central de la sierra donde se localiza la mayor

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concentración de población rarámuri. Para 1990 eran 34 255 habitantes, de los cuales 31 040 se estima son indígenas, es decir, 90.6%.13 De 17 ejidos forestales de este municipio el total de población que vive en los mismos sólo 15.45% son ejidatarios, tanto indígenas como chabochis; de los ejidatarios, 24.20% tiene un empleo en la actividad forestal; sin embargo, dichos empleos por lo general no son permanentes.14

En estos ejidos, los trabajos forestales han sido permanentes, impulsados por las grandes empresas madereras y celulósicas como por ejemplo: Ponderosa de Chihuahua S.A., en su tiempo la paraestatal Productos Forestales de la Tarahumara S.A. (Profortarah) y por pequeños y medianos productores quienes compran la mayoría de la producción en la actualidad.

La superficie total que abarcan estos ejidos es de 288 826 hectáreas, de las cuales 40% son consideradas superficie forestal. Sin embargo, sólo seis ejidos cuentan con una superficie mayor al promedio; once ejidos tienen menor superficie forestal a dicho promedio; de éstos, en siete la superficie forestal cubre apenas 15% de la superficie territorial del ejido. Además, cabe aclarar que las dimensiones del arbolado de estos bosques es menor a 30 cm de diámetro.

La mayor parte de los ejidos de la sierra Tarahumara venden sus recursos forestales como madera en rollo para celulosa o para aserraderos instalados fuera de la región y participan poco en su transformación. Algunos ejidos cuentan con aserradero y venden su posibilidad forestal en tabla o tablón. La mayoría de las transacciones de compraventa son impuestas por compradores y fleteros que realizan contratos leoninos generando un permanente y creciente endeudamiento, el cual en muchos ejidos es impagable. Esta situación ha provocado la existencia de un clima de tensión y violencia permanente entre los diferentes sectores que componen la sociedad serrana. 13 Arnulfo Embriz et al., 1993. 14 Cédulas de Información Básica Ejidal, 1993. Los datos subsiguientes de información forestal son de la misma fuente.

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En la mayoría de los ejidos existe un círculo vicioso entre los compradores, los transportistas y las autoridades ejidales, quienes, a partir de fijar el precio de la venta de madera —ya sea en rollo o en tabla—, llevan a cabo una serie de anticipos según el valor de la posibilidad anual. Estos anticipos generalmente se otorgan bajo mecanismos poco claros y confusos, provocando con esto que al momento de revisar las cuentas y los estados financieros los ejidos terminen en números rojos y con deudas, lo que a su vez propicia que al siguiente año el comprador imponga sus nuevas condiciones, reiniciándose de nuevo el círculo.

Son los indígenas quienes reciben menos beneficios de la explotación forestal. Cuando son contratados realizan los trabajos más riesgosos y pesados. La distribución del empleo se presenta de la siguiente manera: en la mayoría de los ejidos más de 50% de la población empleada se dedica a los trabajos de monte, derrumbe y arrastre; alrededor de 30% en el aserradero cuando lo tiene el ejido; la administración y los puestos de decisión abarcan menos de 10%. El caso más paradójico lo constituye el transporte, puesto que en él casi no hay participación de la población ejidal, pues esta actividad es acaparada por los no ejidatarios, ya que constituye la fase productiva que proporcionalmente otorga la mayor utilidad de todo el proceso extractivo. Hacia un modelo de microdesarrollo Ajena en recibir los supuestos beneficios de la explotación forestal, la sociedad rarámuri cuenta con una gran sabiduría y un profundo conocimiento de la naturaleza de la cual forma parte; ha desarrollado métodos y técnicas de manejo de su entorno que le permiten aprovechar íntegramente los recursos que ésta le provee, y busca construir la experiencia organizativa necesaria para encontrar caminos de futuro siempre bajo sus propios términos.

Durante 1993 y 1994 el INI llevó a cabo una serie de talleres de participación comunitaria en varios pueblos rarámuris convocados con el apoyo y asistencia de los gobernadores tradicionales —siríames—. El objetivo central fue reflexionar sobre la situación por la que atravesaba el bosque y analizar las posibles

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alternativas de uso del mismo. Como resultado se obtuvieron diagnósticos comunitarios acerca de los recursos naturales con que se contaba, así como el desarrollo de las metodologías participativas para la elaboración de planes integrales y manejo tradicional de los bosques. Los diagnósticos comunitarios permiten establecer que frente al proceso cultural indio, la otra sociedad participa con violencia y agresión; no hay control del proceso productivo forestal:

[...] la explotación forestal no es considerada [...] como una actividad tradicional indígena sino como una de las imposiciones fundamentales externas por parte de los chabochis (mestizos) cuyos efectos reconocidos han sido la desestructuración de las relaciones mantenidas con los ecosistemas en los que viven los pueblos indios de Chihuahua, la pérdida del control indígena de sus recursos naturales, la consolidación de cacicazgos (fundados la mayoría en el poder que genera el uso de los bosques) que provocan situaciones de conflicto, violencia, pobreza, marginación y debilitamiento de su autonomía en cuanto a capacidad de decisión sobre los elementos sociales, económicos y culturales que constituyen su existencia.15

Por ejemplo, en el ejido Panalachi, municipio de Bocoyna "...el aprovechamiento de los recursos naturales no depende directamente de la forma que tradicionalmente le ha dado el indígena sino que se encuentra influenciada y condicionada por los mecanismos de la extracción comercial forestal".16 Rejogochi, del ejido de Basihuare, Aboreachi, del ejido del mismo nombre y el ejido Guaguachique, del municipio de Guachochi presentan problemas comunes: a) No hay democracia interna en la estructura de poder ejidal. b) Poca información en manos de los ejidatarios sobre la administración del

ejido y del proceso productivo forestal.

15 Instituto Nacional Indigenista-Programa de Desarrollo Forestal, Estudios de Base para el Monitoreo del Impacto Sociocultural, 1992. 16 Idem.

c) Escasa o nula participación indígena en el proceso productivo forestal y, cuando participan, asignación de los trabajos más pesados y peor remunerados.

d) División tajante entre indígenas y mestizos en las relaciones sociales de producción.

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e) Maquinaria y equipo obsoletos que no corresponden a las necesidades de explotación.

f) Desarticulación de las comunidades indígenas ante la presencia de organizaciones ejidales (Confederación de Pueblos Indígenas, ARIC, etcétera) con poco conocimiento de partidos políticos y otras instancias aglutinadoras.

En el municipio de Guadalupe y Calvo: "... la explotación forestal de la región se realiza dentro de un marco de irracionalidad y falta de verdaderos controles ecológicos en los cuales las empresas y las instituciones federales y estatales están coludidas con los empresarios de manera evidente, y en la que los supuestos propietarios del recurso poco o nada deciden. Mientras esta situación prevalece, la condición de los bosques empeora año con año sin que reporte ningún beneficio a la población indígena involucrada".17 En síntesis, en la actualidad los diferentes sectores que componen a la sociedad indígena —en la sierra Tarahumara— no han encontrado en la explotación forestal la fórmula para subirse al carro del desarrollo, visto éste como la imposición del modelo dominante. Por el contrario, los mecanismos de control, que el gobierno tradicional indígena y los pueblos que éste representa designan de manera tradicional sobre el bosque y sus recursos, entran en conflicto con las disposiciones jurídicas y las prácticas sociales y económicas que realizan los sectores que mantienen el control sobre la industria forestal.

Los resultados de los Estudios de Base para el Monitoreo del Impacto Social indican que muchos indígenas no comparten la lógica del proyecto, no están interesados en el aprovechamiento industrial del bosque, no desean inversiones con esa orientación. Los estudios también señalan que estos indígenas tienen otras expectativas productivas. El aprovechamiento comercial de plantas medicinales y alimenticias, el uso escénico de las barrancas y bosques, la comercialización de

17 Idem.

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artesanías, la promoción del etnoturismo, entre otras actividades, son susceptibles de ser impulsadas y tan rentables como la extracción irracional del pino y encino.18

La sociedad indígena de la sierra Tarahumara tiene un conocimiento y experiencia de uso del bosque heredado de sus antepasados, reconoce en él las distintas especies animales, vegetales y minerales con que cuenta, así como los diferentes usos que puede hacer de cada una de ellas; también ubica la importancia y el lugar que ocupa cada especie en relación con el equilibrio ambiental necesario para la conservación de sus bosques. A partir de estas experiencias, los rarámuris han construido una concepción de la naturaleza verdaderamente de carácter integral, en la cual el hombre forma parte de la misma.

El sistema tradicional de uso del bosque es utilizado para cubrir las necesidades domésticas básicas —leña, construcción de cabañas, canoas, vigas, etcétera—, toma en cuenta la existencia de la gran diversidad biológica que se presenta en los ecosistemas, además de la importancia de las plantas y los animales. Bajo este principio, el bosque debe ser protegido, el dañarlo y extraer productos indiscriminadamente es atentar contra el hombre mismo y su esencia.

En cuanto a los usos que los indígenas le dan al bosque, destaca el aprovechamiento que hacen del mismo. Pese a que existe una heterogeneidad de recursos y usos —marcada por diferencias entre una y otra región—, todas están ligadas a una problemática común con sus respectivas variables, en donde se responde a la lógica del propio sistema de necesidades. El sustento del manejo ambiental que practican los rarámuris está en el mawechi, que es la aplicación del agrosistema que combina las características y condiciones ecogeográficas con las culturales. Para la conservación de suelos y como abono de materia orgánica se utilizan los excrementos de los chivos. Durante el ciclo agrícola se lleva a cabo un manejo del ganado caprino que necesita de muchos recursos del bosque para su sostenimiento. 18 INI-PDF, Modelo para el Monitoreo de los Impactos Socioculturales de programas en la Tarahumara, 1993.

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Paralelamente al trabajo agrícola el uso del bosque viene a complementar la satisfacción de sus necesidades. La recolección (de plantas comestibles y medicinales), el pastoreo, el suministro de agua y leña, la caza esporádica y la pesca, en menor proporción, constituyen otros tantos momentos en los que el indígena se relaciona con su ecosistema para obtener sus medios de sobrevivencia, de tal forma que esto implica el conocimiento de factores ambientales y, a la vez, su dependencia de los mismos y de su equilibrio.19

El lugar que se habita durante la mayor parte del año es la ranchería; se define por la existencia de condiciones microambientales para el manejo de un huerto familiar compuesto por algunos árboles frutales, ideal para el crecimiento y cuidados de plantas comestibles y medicinales, el desarrollo de algunos quelites, etcétera. Es el lugar donde se realiza la experimentación y adaptación constantes de nuevas especies, además de ser la posición estratégica a partir de la cual se acepta la pertenencia a un pueblo y el reconocimiento al siríame. Para complementar sus estrategias de sobrevivencia, los rarámuris recurren al bosque para proveerse de un sinnúmero de especies, tanto vegetales como animales. El modelo impuesto versus el modelo alternativo A partir de las reflexiones anteriores considero que cualquier proyecto de carácter integral y sustentable que se pretenda impulsar en la sierra Tarahumara, necesariamente tiene que considerar la participación de los pueblos indígenas. En primer lugar, reconocer y aceptar la autoridad del gobierno indígena como la instancia real a través de la cual se consensan las propuestas y se toman las decisiones, además de comprender que la construcción del imaginario social rarámuri se reproduce en el microcosmos social de la ranchería, el pueblo y su relación con el bosque, entendido éste desde la concepción indígena. Por lo

19 INI-PDF, op. cit., 1993.

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• EXPERIENCIAS •

mismo, para la comprensión de la participación indígena es preciso tomar en cuenta las siguientes consideraciones:

a) La oralidad como elemento identificable de participación. b) La participación para el consenso como alternativa al esquema de la

democracia existente en la sociedad mayor. c) La constitución del individuo como ser social para acumular méritos con

valoración ética y moral, una vía para la construcción de liderazgos. d) Se participa para optar, en el juego de las posibilidades, por demandas de

construcción de futuro.20

De tal manera que la definición de microdesarrollo para los pueblos indígenas de la sierra Tarahumara debe ser vista y probada en la escala microsocial, privilegiando a los individuos como los actores reales capaces de impulsar la propuesta. El sustento material estará dado a partir de recuperar y reivindicar el control sobre los recursos, así como de sus tecnologías —principalmente el mawechi como agrosistema— para que a partir de esa base, cualquier innovación de carácter tecnológico pueda ser apropiada de acuerdo con las características y condiciones que cada proyecto y su gente vaya adoptando. Necesidades impuestas y necesidades reales Una de las características que el desarrollo entendido como un modelo unidireccional ha provocado en las sociedades étnicamente minoritarias es que éstas ven alteradas sus necesidades, se les imponen patrones nuevos de consumo y los mecanismos para encontrar los satisfactores se salen del control del grupo y se vuelven ajenos. Propiamente hablando de la ideología del desarrollo, las necesidades serán satisfechas en la medida que el progreso llegue.

20 INI-PDF, Opinión en torno al Monitoreo de los Impactos Socioculturales de Programas de Desarrollo en la sierra Tarahumara, 1993.

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• EXPERIENCIAS •

Para las sociedades indígenas de América, Stefano Varesse considera que: "...la lógica de las economías étnicas indias [...] es la antiacumulación y el gasto dispendioso, fundamento de la legitimidad social de cada individuo y base del prestigio, en este sentido, señala que el estilo de objeto y de consumo no es siempre un atributo inherente al objeto, sino también una interpretación social de la esfera de la semántica étnica".21

Para la sociedad rarámuri, la base de sus estilos de consumo está en torno de las redes del tesgüino22 y la fiesta, además de que las estrategias de producción se realizan en el marco de la ranchería y las migraciones temporales.

En esta lógica, la constitución de las necesidades indígenas están en torno de las posibilidades reales de mantener sus capacidades de decisión autónoma. Si la opción es continuar siendo rarámuri a través de la dispersión, las redes del tesgüino y la fiesta, las necesidades estarán definidas por los ciclos y temporalidades propias, donde las posibilidades de construcción del microdesarrollo tendrán que satisfacer esas necesidades espirituales y de interpretación del mundo.

Es necesario no perder de vista que la experiencia de la actividad forestal en la sierra Tarahumara ha permeado todos los sectores y ámbitos de la vida cotidiana indígena. No planteo que la sociedad indígena viva en situación de refugio, al contrario, considero que participa de las relaciones emanadas de tal actividad, y al interior de la sociedad indígena se han impuesto patrones de consumo y de inserción económica que influyen directamente en el sistema de necesidades.

Coincido con lo señalado por Hugo Zemelman, en que la opción del microdesarrollo: "...implica potenciar distintos actores, pero hay que delimitar lo que pueden dar, no pedirles cualquier cosa, todo depende de su cosmovisión,

21 Stefano Varesse et al., 1983, pp. 22-23. 22 El tesgüino es una bebida ritual elaborada a base de maíz que se deja fermentar. Las redes del tesgüino se definen como las complejas interrelaciones que intervienen en torno a la celebración de las fiestas.

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• EXPERIENCIAS •

recursos, etcétera; potenciar significa desarrollar mecanismos de autocrecimiento, de otra forma caemos en las viejas prácticas de la promoción. Saber articular sus demandas significa saber actuar sobre la propia subjetividad".23

En este sentido, las opciones de propuestas y proyectos de carácter productivo innovadores y alternativos que se planteen tendrán que ser impulsadas por los sectores de la población rarámuri que establecen y mantienen las relaciones con el Estado y son quienes realizan las gestiones, pues al fin y al cabo son ellos los que tienen el interés y las posibilidades de potenciar y establecer el consenso de dichas propuestas. Cabe señalar que la propuesta no se reduce a reproducir esquemas asistenciales o de subsistencia, sino que "...es preciso hallar un equilibrio macro y micro e impulsar la capacidad de reconocer opciones propias, no de imponer opciones externas".24 El microdesarrollo es la propuesta que involucra tanto el sustento económico como la red de relaciones sociales, espirituales y cosmológicas en los términos que la propia sociedad indígena se plantee como opción de futuro. Algunos principios del manejo sustentable de los recursos naturales

No puedo dejar de considerar que el bosque es y seguirá siendo el principal recurso en la sierra Tarahumara, a través del cual tanto las opciones del macrodesarrollo como del microdesarrollo establecen sus estrategias. Si bien el uso tradicional que se le da actualmente al bosque responde a un esquema de necesidades básicas y de sobrevivencia, a través del impulso a ciertos principios de manejo sustentable se estará en condiciones de que algunos de sus recursos naturales y prácticas tradicionales puedan insertarse en los mercados ecológicos o verdes, cada vez más amplios en el país y en el mundo y así sentar las bases para

plementar la propuesta del microdesarrollo. im

23 INI-PDF, op. cit., 1993. 24 Idem.

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• EXPERIENCIAS •

Finalmente señalaré algunos de estos principios tomados de la propuesta que al respecto hace el Forrest Stewardship Council y que se implementaron en la elaboración de los planes de manejo tradicional e integral del bosque: 1. Para cada bosque debe existir un plan de manejo por escrito que defina

claramente los objetivos que se espera lograr y los medios propuestos para alcanzarlos y que contenga líneas alternativas de acción en caso de que las circunstancias ecológicas, sociales y económicas cambien.

2. Debe definirse y documentarse claramente la propiedad legal del bosque y las áreas que los propietarios dedican a la cobertura forestal permanente.

3. Los participantes deben recibir una cuota equitativa de los beneficios derivados de las actividades de producción forestal y de las alternativas de diversificación en el aprovechamiento del bosque.

4. Deben protegerse los derechos legales fundados en la costumbre de los pueblos indígenas y las comunidades bien establecidas, que dependen del bosque y que son afectados por las actividades forestales; asimismo, la planificación y aplicación del manejo forestal debe permitirles la oportunidad de dar su pleno e informado apoyo a las actividades que les afectan.

5. Las actividades de manejo forestal deben tener un impacto ambiental adverso mínimo en lo que se refiere a la vida silvestre, la biodiversidad, los recursos hidrográficos, los suelos y recursos maderables y no maderables.

6. El ritmo de la cosecha de productos forestales debe ser sostenible a largo plazo.

7. El manejo forestal debe tomar en cuenta la variedad completa de los productos maderables y no maderables, las funciones y servicios forestales, y maximizar la plusvalía del procesamiento local.

8. Los costos de los productos forestales deben reflejar los costos plenos y reales del manejo y producción forestales en términos económicos y de impacto ambiental.

9. La producción forestal debe fomentar el uso racional y eficiente de productos forestales y especies maderables y no maderables.25

25 A. C., Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible, México, septiembre de 1993.

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• EXPERIENCIAS •

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Tarahumara, relatoría del Seminario Impactos Socioculturales, Chihuahua, Chih., México, 1993.

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• POLÍTICA SECTORIAL •

La reforma agraria, eje de una nueva política y bienestar para el campo

El campo sigue siendo tema central en la política social

del Estado mexicano. En la comparecencia del Secretario de la Reforma Agraria, A. W. G., ante la Cámara de Diputados, se expusieron los logros y las dificultades que experimenta

el sector así como las líneas centrales de trabajo se han propuesto las instituciones. que

Arturo Warman Gryj

a reforma agraria ha sido y permanece como uno de los instrumentos centrales de la política social del Estado mexicano. Sus objetivos persiguen justicia, equidad, democracia y libertad. Se fundamenta en el

ordenamiento constitucional que establece la propiedad originaria de la nación sobre la tierra para que su tenencia sea sustento eficaz para el desarrollo equitativo de todos los mexicanos.

LLa reforma agraria ha transitado por diversas etapas para cumplir mejor sus propósitos. Se inició con la redistribución territorial de los latifundios para dotar a los pueblos campesinos. Tres punto cinco millones de ejidatarios y comuneros recibieron acceso a la tierra en 30 000 núcleos agrarios. La fragmentación de la propiedad privada se tradujo también en la formación de más de uno punto cinco millones de pequeños propietarios en el marco de la Ley. La mayoría abrumadora

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• POLÍTICA SECTORIAL •

de las familias dedicadas a las actividades agropecuarias tienen hoy propiedad directa sobre la tierra que explotan. Este logro excepcional dependió de la participación de los hombres del campo, articulada y organizada por la reforma agraria. De las ligas de pueblos, comunidades y sindicatos campesinos de los años veinte se ha transitado hasta el modelo plural, diverso e independiente que muestran las organizaciones nacionales y regionales de productores rurales. La vida política nacional quedaría mutilada sin su vigorosa presencia. La reforma agraria fue después la gran fuerza colonizadora de nuestro territorio para lograr un acomodo más equilibrado de la población en crecimiento acelerado. La colonización de fronteras y vastas regiones interiores débilmente pobladas pronto se complementó con obras de infraestructura. Hoy la cuarta parte de las tierras cultivadas cuenta con irrigación. Se ampliaron las redes carreteras y de caminos rurales como también lo hicieron la educación, la electrificación y los sistemas de salud que hoy alcanzan a más de cien mil localidades. Se transformó la técnica, el paisaje y la convivencia rural. Se forjó en el campo el país urbano e industrial que construimos. La profunda transformación de México en el siglo xx sólo puede entenderse con la presencia de una vigorosa y dinámica política agraria. El recuento de los logros es necesario para reconocer fortalezas y capacidades pero no debe nunca aprovecharse para ocultar retos, rezagos e insuficiencias. Son muchos e importantes, pero ninguno es más grave que la pobreza que se concentra en el medio rural. Moderarla, combatirla y erradicarla es el reto supremo de nuestro momento, de nuestra generación. Por eso iniciamos una nueva etapa para la gran reforma agraria mexicana, sustentada en la transformación del marco jurídico. Su propósito es recuperar, consolidar y darle nuevo vigor a los triunfos históricos de los hombres del campo. El ordenamiento y regularización de la propiedad social para brindar certeza, transparencia y libertad, es la gran tarea de la etapa que hoy vivimos y constituye el marco de acción para la Secretaría de la Reforma Agraria y sus órganos sectorizados. En ese propósito coinciden todas nuestras acciones. 172

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El ordenamiento y la regularización de la propiedad social tienen aspectos y procedimientos administrativos y jurídicos pero no son éstos su propósito. Su objetivo es la justicia, la convivencia democrática y la apertura de un nuevo horizonte de oportunidades para los hombres y mujeres del campo. Al ordenar y regularizar recuperamos y capitalizamos el pasado para el presente y futuro de la sociedad rural. El ordenamiento y regularización son políticas de alcance general en beneficio de todos los sujetos agrarios del país. Su primer resultado se expresa en la solución de conflictos, en la superación de enfrentamientos y disputas alrededor de la tenencia de la tierra. Simultáneamente se fortalece la naturaleza democrática de nuestros ejidos y comunidades al ofrecer claridad y respeto a quienes constituyen la Asamblea y eligen a sus representantes. La certeza en los derechos individuales de los ejidatarios se traduce en la consolidación del ejido como propietario colectivo de la tierra. El ejido regularizado es más fuerte y democrático, tiene por ello mejores condiciones para su desarrollo. El ordenamiento y la regularización incorporan plenamente al patrimonio de los ejidos y los ejidatarios la tierra que conquistaron con su lucha. Consolida la libertad para aprovecharla y brinda bases ciertas y transparentes para unir fuerzas para la asociación que nos permita enfrentar y remontar las restricciones del minifundio. El estado de derecho no sólo es condición para la convivencia y su gestión democrática, también lo es para el desarrollo que aproveche oportunidades con equidad. No estamos repartiendo papeles, estamos consagrando derechos y abriendo oportunidades para el desarrollo. Estamos consolidando a todas las formas constitucionales de la propiedad. Lo hacemos con la participación y dirección de los sujetos agrarios, que reiteradamente expresan su voluntad para acogerse a la protección de la Ley y resolver diferencias a través de la conciliación. Todos los programas de regularización agraria que no derivan de resoluciones jurisdiccionales son voluntarios. En el marco de la Ley el ordenamiento de la propiedad social lo hacen los campesinos; los servidores públicos debemos sumarnos a su voluntad. 173

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El 70% de los 27 000 ejidos que hay en el país se han incorporado por decisión de su Asamblea al Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares Urbanos (Procede). Un poco más de 40% del total de ejidos ya han recibido sus certificados individuales y colectivos. De septiembre de 1995 a agosto de 1996, 3 500 ejidos concluyeron su certificación. Antes de que finalice este año 47% de los ejidos existentes habrán concluido el proceso de regularización. Por eso reiteramos el compromiso del Presidente de la República de concluir con la certificación ejidal antes del término de su Administración.

Estamos iniciando regionalmente la certificación de las comunidades en el marco de respeto a la autonomía que les conceden el Artículo 27 constitucional y la Ley Agraria. Debemos admitir que las comunidades y ejidos indígenas han recibido atención insuficiente. En ellos viven y trabajan casi la cuarta parte de los sujetos agrarios del país. Hemos conformado un programa e iniciado las acciones para corregir este rezago.

En febrero de este año concluyó la negociación del conflicto agrario en el estado de Chiapas a través de la firma de acuerdos con 60 organizaciones campesinas y otro tanto de núcleos agrarios independientes. Se constituyó un fideicomiso para financiar la adquisición de tierras por los propios campesinos. A la fecha se ha apoyado la compra de la mitad de la superficie comprometida. Esperamos concluir en los primeros meses de 1997. Fue un proceso difícil y complejo, pero también alentador. La firme voluntad de paz y respeto a la Ley se expresó en la negociación abierta y sin distingos. Pagamos todos un precio muy elevado por los descuidos, omisiones y el desorden. No debemos repetirlo. Por eso el ordenamiento y la regularización son instrumentos para la aplicación de leyes justas y generosas. Los expedientes en trámite en los términos del Artículo 3° transitorio del Artículo 27 constitucional, a los que con frecuencia se llama rezago agrario, se han abatido en un poco más de una tercera parte en el último año, por eso podemos asumir plenamente el compromiso presidencial de que los mismos quedarán concluidos antes del fin de 1997. Los expedientes turnados al Tribunal Agrario se resuelven con estricto apego a la legislación vigente en el momento de su instauración. Un

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poco más de dos millones de hectáreas se han agregado a la propiedad social como resultado del abatimiento del rezago agrario.

La participación de los campesinos y sus organizaciones es esencial para la superación del rezago agrario. Los Consejos Agrarios Estatales en todas las entidades de la Federación constituyen el espacio para el acuerdo y la gestión de la demanda agraria y sus rezagos, con la participación de las organizaciones campesinas y de los productores rurales, los gobiernos municipales, estatales y del propio Gobierno federal. Los Consejos Agrarios Estatales son el mecanismo para descentralizar competencias y responsabilidades sin renuncia de nuestras obligaciones.

Adicionalmente se están procesando y se han firmado acuerdos con las organizaciones campesinas nacionales que dan solución cabal y definitiva a su demanda acumulada. De ellos derivará la base jurídica para que todas las posesiones precarias campesinas previas a 1990, en tanto que sean pacíficas, continuas y de buena fe, se regularicen o se compensen en favor de sus poseedores. En el último año se ejecutaron 95 resoluciones presidenciales dotatorias con una superficie de 225 000 hectáreas para 5 700 nuevos ejidatarios. Se titularon 72 500 hectáreas de terrenos nacionales a 4 250 nacionaleros en zonas indígenas. Se atendieron juicios de amparo y se cumplimentaron sus alcances. Se inició el trabajo de regularización de las colonias agropecuarias federales. Se abatió la incertidumbre. Avanzamos para desterrarla. Mantenemos y ampliamos nuestro compromiso con las mujeres campesinas y su iniciativa. En el último año apoyamos con financiamiento a 120 empresas de las mujeres campesinas con las recuperaciones de los prestamos anteriores. Probablemente este modesto esfuerzo es el que mejor anticipa las múltiples vías del desarrollo agrario. La Comisión para la Regularización de la Tenencia de la Tierra expidió 120 000 escrituras a colonos urbanos en el último año de trabajo. Por su parte el Procede entregó 268 000 títulos de solares urbanos en el mismo lapso. De manera

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destacada debe señalarse que en conjunto con el Programa 100 ciudades de la Sedesol emprendieron un Proyecto para la Creación de Reservas Territoriales para el Desarrollo Urbano que implica la transformación de la Corett. Cerca de cien mil hectáreas de propiedad social se incorporarán al desarrollo urbano antes del fin de siglo. Nos proponemos anticiparnos a los fenómenos de crecimiento para evitar desorden, especulación y enormes costos para ejidatarios, colonos urbanos y la calidad de vida en las ciudades medias.

El ordenamiento y regularización son procesos que requieren de la participación activa de los sujetos agrarios, por eso la importancia que hemos otorgado a la difusión y capacitación. El conocimiento de la Ley es el mejor instrumento para una participación activa e informada de los sujetos agrarios. El Instituto Nacional de Desarrollo Agrario ya está establecido y funcionan 122 Centros para el Desarrollo Agrario en todo el país para capacitar y apoyar la organización y asociación en los ejidos.

Continuamos nuestra transformación institucional para servir mejor. Contamos con nuevos reglamentos y manuales. El Registro Agrario Nacional, guardián del archivo agrario y a cargo de los trabajos técnicos, continúa su modernización para reflejar oportuna y fielmente el ordenamiento de la propiedad social y su gestión democrática. El Fifonafe ha elevado su eficiencia al mismo tiempo que ha asumido nuevas funciones para el desarrollo agrario y su financiamiento. Colaboramos con las entidades de la federación para regularizar la pequeña propiedad y su registro. La impartición y procuración de justicia agraria expedita y generosa es requisito para garantizar la seguridad de todas las formas de propiedad. Es también indispensable para que la certeza se traduzca en desarrollo equitativo. Los Tribunales Agrarios y la Procuraduría Agraria, instituciones dotadas con autonomía, vigilan y promueven el cumplimiento de la Ley para que sus amplias posibilidades se vuelvan firmes realidades. La certeza y legalidad en la propiedad de la tierra son indispensables pero no suficientes para abatir rezagos y corregir desequilibrios en el campo mexicano. El ordenamiento y la regularización son un requisito esencial para que la tierra rinda

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más y mejor, para que sus productos se distribuyan con mayor eficiencia y equidad, así como para que los productores primarios conserven proporciones más altas del precio final como justa remuneración por su esfuerzo. Por eso el ordenamiento y regularización se ubican en la Alianza para el Campo que enfrenta los retos de la capitalización, la rentabilidad y la productividad, de la eficiencia con equidad. También se vincula estrechamente con el desarrollo social, con el empleo, la educación y la salud en el campo mexicano. En ese marco tenemos estrecha coordinación con las secretarías y entidades responsables de las acciones concertadas.

Permítanme afirmar mi convicción de que el campo mexicano enfrenta hoy un horizonte de oportunidades para su recuperación y desarrollo. Son muchos los componentes de este escenario. Juntos los hemos construido con esfuerzo y también con sacrificios. Las oportunidades no son obsequios ni milagros, sino resultados del trabajo compartido entre la sociedad participativa y sus instituciones. Las oportunidades tampoco son certezas que nos permitan declarar el triunfo anticipado. Son opciones verdaderas y objetivas que podemos aprovechar con trabajo, imaginación e iniciativa, con dedicación. Para aprovechar las oportunidades es esencial la claridad en los derechos y las normas, certeza en la propiedad y en las libertades que de ella se derivan. Pero también es requisito la justicia y la equidad. En ese marco se desenvuelve la acción de la Secretaría de la Reforma Agraria.

Cumplo frente a ustedes, y con mucho gusto, la instrucción del Ejecutivo Federal, Dr. Ernesto Zedillo Ponce de León, para comparecer e informar sin restricción. Muchas gracias.

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• BIBLIOAGRARIAS •

La nueva jurisprudencia agraria sistematizada. Suprema Corte de Justicia de la Nación, Tribunales Colegiados de Circuito, Tribunal Superior Agrario.

Luis Ponce de León Armenta, Porrúa, México, 1996, 320 pp.

La jurisprudencia agraria está caracterizada por su carácter social, en virtud de que se sustenta en la legislación agraria (en la que predominan normas que regulan relaciones entre desiguales), y por su diversidad de origen, debido a que son diferentes los órganos autorizados para emitirla.

Con el propósito de ser un material de consulta rápida y eficiente para la aplicación en tareas de investigación e impartición de justicia, el manual La nueva jurisprudencia agraria sistematizada servirá, también, para estimular la observancia de la jurisprudencia agraria ante su desarticulación y la convergencia de la misma en los Tribunales Colegiados de Circuito, el Tribunal Superior Agrario y la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Esta obra utiliza el sistema mixto de complementación del criterio cronológico y alfabético, lo que posibilita el acceso inmediato a la información requerida (se ha optimizado con los aportes de diversas voces para una misma información); asimismo, supera, gracias al estudio previo del

contenido de la jurisprudencia y sus precedentes, a la sistematización general realizada por los tribunales encargados de emitir jurisprudencia.

Simultáneamente, se presenta en sus versiones gráfica y automatizada, con lo que se facilita aún más el manejo de la información, comprendiendo la nueva jurisprudencia (del 1 de enero de 1992 a la fecha) generada por el Tribunal Superior Agrario, los Tribunales Colegiados de Circuito y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en congruencia con las reformas y adiciones al Artículo 27 constitucional, del 6 de enero de 1992, y las reformas a la Ley Agraria.

El autor, con el objetivo de facilitar la lectura y consulta del libro, lo divide en cuatro capítulos: presentación; la jurisprudencia agraria dentro del sistema jurídico mexicano (concepto, elementos, fundamento constitucional y legal, etcétera); una guía de consulta y aplicación de la jurisprudencia agraria por orden alfabético y cronológico, y los contenidos de las jurisprudencias agrarias complementados con sus fuentes y los datos fundamentales de identificación de las mismas.

Posteriormente esta obra se complementará con un nuevo compendio de toda la jurisprudencia agraria que se ha producido en México, el cual por razones técnicas y metodológicas será presentado por separado.

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• BIBLIOAGRARIAS •

Las mujeres campesinas ante las reformas al Artículo 27 de la Constitución. Rocío Esparza Salinas, coordinadores: Paloma Bonfil y Blanca Suárez, Gimtrap, México, 1996, 48 pp. Las reformas a la legislación agraria de 1992 implicaron un proceso de reorientación de la propiedad social en el campo mexicano, el cual generó diversos cuestionamientos respecto a las repercusiones de la legislación agraria en el medio rural. En este marco, diversos estudios abordan las nuevas relaciones sociales y formas de participación económica de los campesinos y, especialmente, de las mujeres del campo. Las mujeres campesinas ante las reformas al Artículo 27 de la Constitución recopila planteamientos de diversos estudios e investigaciones del ámbito académico e institucional acerca de las condiciones que están enfrentando las mujeres dentro del marco legal agrario vigente. El hilo conductor que orienta este trabajo es el cuestionamiento al cambio de patrimonio común a bien individual. En este sentido, con las modificaciones constitucionales y el estado de desprotección legal y vulnerabilidad en que quedan las campesinas productoras y sus hijos, considerando las ya de por sí difíciles condiciones de pobreza y marginación que ellas viven en las distintas regiones del país.

Este cuaderno de trabajo presentado por la asociación civil Grupo Interdisciplinario de Mujer, Trabajo y Pobreza (Gimtrap) representa dos esfuerzos importantes: agrupa y sistematiza los planteamientos actuales que promueven los derechos agrarios de las mujeres productoras del campo a raíz de los cambios al Artículo 27 constitucional y conforma una herramienta de trabajo oportuna para especialistas e interesados en la problemática agraria. Este texto enfatiza la importancia de atender la problemática y demandas de las mujeres como sujetos productivos claves para el desarrollo rural en el marco de apertura y orientación de los sistemas agrarios y agropecuarios.

Impacto ambiental en el corredor Los Reyes-Texcoco. Pedro Muro Bowling, Universidad Autónoma de Chapingo, Departamento de Sociología Rural, Primera edición en español 1996. ¿Cuál ha sido el impacto ambiental a partir de 1970 en el corredor Los Reyes-Texcoco? Es la pregunta que el investigador Pedro Muro Bowling se plantea para desarrollar este trabajo donde aborda la transformación de una zona eminentemente rural que, a partir de un acelerado crecimiento demográfico, debido en gran parte a ser una región receptora de las grandes corrientes migratorias

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• BIBLIOAGRARIAS •

campo-ciudad de la segunda mitad de este siglo, actualmente es una zona de características suburbanas y urbanas, en donde la omisión de una cultura ambiental ha ocasionado una degradación ecológica de características irreversibles. La propuesta metodológica de Muro Bowling pone en el centro el tema del crecimiento demográfico, el cual explica en gran medida la problemática ambiental del Corredor Los Reyes-Texcoco y del Valle de México. El libro adquiere mayor actualidad ante los proyectos de ampliación del Aeropuerto de la Ciudad de México hacia los terrenos del antiguo lago de Texcoco que por diversas razones no han sido alcanzados por la mancha urbana, lo que podría lesionar aún más los ecosistemas que todavía perseveran en la región. La tragedia ecológica que se inicia con la desecación del antiguo lago de Texcoco en el siglo XVII, es una llamada de alerta para la cuenca del Valle de México. Aportaciones como las de Muro Bowling permiten abrigar esperanzas de que en medio de modelos de "desarrollo" puedan encontrarse posiciones que integren el rescate, conservación y enriquecimiento de los recursos naturales y la construcción paralela de nuevas estructuras de significado social para valorar la vida humana.

Este libro colabora en el conocimiento de una problemática social y ambiental presentando un documento de referencia con información sustantiva, dirigido a las áreas de docencia, investigación y servicio vinculadas con el sector agropecuario y del medio ambiente.

Un estudio de la historia agraria de México de 1760 a 1910. Del colonialismo feudal al capitalismo dependiente y subdesarrollado. Miguel Ángel Sámano Rentería, Universidad Autónoma de Chapingo, Primera edición, 1993. Este volumen presenta, a través de 150 años de historia, una visión general de la génesis del México contemporáneo; un periodo que explica en gran medida el origen de la problemática agraria y social del siglo y las recurrentes crisis cíclicas por las que ha pasado el sector primario en nuestro país. El resultado de este estudio sociológico le ha permitido a Sámano hacer una caracterización de las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas en su contexto dialéctico que denomina historia agraria materialista. De acuerdo con la teoría de los ciclos económicos largos, que se describen como oscilaciones periódicas de la

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actividad económica con una duración de 40 a 60 años, Sámano selecciona tres periodos coyunturales de la historia de México: la Independencia, la Reforma y la Revolución de 1910, que conforma el contexto del movimiento revolucionario de las masas populares. La obra expone las condiciones en que las fuerzas productivas se desarrollaron en los diferentes y peculiares estadios durante la transición del colonialismo del siglo XIII hasta la superación de los obstáculos para el desarrollo capitalista a principios del siglo XX. El libro representa un esfuerzo de síntesis ante el gran caudal de información resultado de una minuciosa investigación entre los autores más representativos de la época; adicionalmente, integra un anexo estadístico que complementa y fundamenta el análisis histórico. Un estudio de la historia agraria de México de 1760 a 1910 representa un enfoque que recupera la función crítica que deben desempeñar las ciencias sociales.

Cuatro nobles titulados en contienda por la tierra. Gonzalo Aguirre Beltrán, CIESAS, México, 1995, 260 pp.

Tras la conquista, la existencia de una vasta extensión territorial y una población indígena muy densa significó para los españoles suficiente tierra para ser explotada y mano de obra abundante. Luego, la posesión de la tierra —motivo de confrontaciones históricas y de la creación de monopolios— significó importantes oscilaciones políticas en el México colonial. Para España, el establecimiento de un orden que fuese perdurable permitiría a la Corona española reproducir en América la estructura social y la organización política monárquicas, basándose en el concepto de nobleza y en su práctica. El fin perseguido era la creación de una colonia de explotación que, para el caso del Valle de Orizaba, significó una empresa destinada al beneficio del azúcar. el ensayo también analiza el proceso de producción colonial de tabaco en el mismo valle y en el pie de monte de la sierra de Zongolica. La obra Cuatro nobles titulados en contienda por la tierra estudia la apropiación de la territorialidad india en el Valle de Orizaba, realizada por la burocracia colonial de alto nivel y por la nobleza criolla naciente. El despojo consecuente de las comunidades aborígenes y el empleo de mano de obra forzada —de repartimiento— y de esclavos negro-africanos en las empresas y granjerías establecidas por la población invasora son resultado de esa usurpación.

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• BIBLIOAGRARIAS •

A través de cuatro capítulos pormenorizados se reconstruye la historia de la forma en que la Corona española, por medio de los mayorazgos, gobernó las tierras de la Nueva España. Los títulos nobiliarios —especie de garantía de ser un privilegiado sobre la tierra— significaban reconocimiento y prestigio tanto en la sociedad española como en la del Nuevo Mundo, y, en el caso de los nobles que gobernaron las tierras del Valle de Orizaba, el mantener el título de nobleza podía significar aun más que el dominio de las tierras y su consecuente explotación. Aguirre Beltrán, una vez más, aporta elementos de suma importancia para el conocimiento de la historia de México a través de situaciones particulares —espléndidamente tratadas— del vasto panorama de la Colonia.

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