Ética situacionista

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DONADÍO MAGGI de GANDOLFI - ÉTICA SITUACIONISTA Resumen: Este trabajo parte de la consideración del carácter moral de las ciencias de la educación, por ser ciencias humanas y de allí la necesaria dependencia de fundamentos, principios y normas, tanto antropológicos y metafísicos como éticos. Se hace una breve referencia al naturalismo pedagógico roussoniano, por ser altamente influyente en las distintas teorías de la educación hasta nuestros días, para mostrar la íntima conexión entre dichas teorías y la moral de la situación. Por eso el título educación situacionista, que se esclarece y analiza desde la moral de la situación. María Celestina Donadío Maggi de Gandolfi Es Doctora en Filosofía, profesora titular ordinaria de filosofía en la UCA ( Facultad de Filosofía y Letras e Instituto de Etica Biomédica) e Investigadora Independiente del CONICET. Dirección: Hipólito Yrigoyen 1018, (1638) Vicente López, Buenos Aires. Dirección electrónica: [email protected] ..................................................... ..................................................... .. La educación es el proceso interior del hombre que resulta del encuentro entre el falible dinamismo autoconductor de la naturaleza humana y los auxilios deliberadamente perfectivos que inciden sobre ella, para lograr su plenitud dinámica, esto es, la capacidad estable para ordenarse libre y rectamente hacia los bienes individuales y comunes, naturales y sobrenaturales que plenifican la existencia humana 1 . 1 En homenaje a Francisco Ruíz Sánchez, Fundamentos y fines de la educación , Univ. Nacional de Cuyo, Mendoza, pp.20-27, 1978. 1

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DONADÍO MAGGI de GANDOLFI -

ÉTICA SITUACIONISTA

Resumen: Este trabajo parte de la consideración del carácter moral de las ciencias de la educación, por ser ciencias humanas y de allí la necesaria dependencia de fundamentos, principios y normas, tanto antropológicos y metafísicos como éticos. Se hace una breve referencia al naturalismo pedagógico roussoniano, por ser altamente influyente en las distintas teorías de la educación hasta nuestros días, para mostrar la íntima conexión entre dichas teorías y la moral de la situación. Por eso el título educación situacionista, que se esclarece y analiza desde la moral de la situación.

María Celestina Donadío Maggi de GandolfiEs Doctora en Filosofía, profesora titular ordinaria de filosofía en la UCA ( Facultad de Filosofía y Letras e Instituto de Etica Biomédica) e In-vestigadora Independiente del CONICET. Dirección: Hipólito Yrigoyen 1018, (1638) Vicente López, Buenos Aires. Dirección electrónica: [email protected]

............................................................................................................

La educación es el proceso interior del hombre que resulta del encuentro entre el falible dinamismo autoconductor de la naturaleza humana y los auxilios deliberadamente perfectivos que inciden sobre ella, para lograr su plenitud dinámica, esto es, la capacidad estable para ordenarse libre y rectamente hacia los bienes individuales y comunes, naturales y sobrenaturales que plenifican la existencia humana1.

Sin duda la educación, en lo sustancial, es una tarea moral, porque recorre el mismo camino que el hombre hacia su plenitud cabal, auxiliando a la libertad para que logre los recursos indispensables y apropiados para cumplir tal empresa. Pues, aunque todo el hombre está comprometido frente al fin último, con todas sus variadas potencialidades, múltiples funciones y técnicas, sin embargo, todas se concretan en el marco de la responsabilidad y el compromiso de sus elecciones y decisiones libres. Si lo que se pretende es ser un mejor ser humano, no se puede ser mejor en ningún sentido sin una mejoría en el uso de la libertad. Por lo mismo, las ciencias de la educación, como ocurre con todas las llamadas "ciencias humanas", son ciencias morales porque siempre suponen (aunque no lo reconozcan explícitamente) y asumen, una determinada reflexión filosófica, tanto teórica como práctica. Tal dependencia epistemológica se registra sea respecto del sujeto de tratamiento: el hombre y su conducta; sea desde los principios y fundamentos de los saberes filosóficos correspondientes: metafísica,

1 En homenaje a Francisco Ruíz Sánchez, Fundamentos y fines de la educación, Univ. Nacional de Cuyo, Mendoza, pp.20-27, 1978.

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antropología y ética. Esta íntima relación entre educación y moralidad y entre ciencias de la

educación y filosofía moral, lo atestigua, a lo largo de la historia, el uso de las propuestas pedagógicas para difundir e instaurar concepciones transgresoras sobre el mundo, el hombre y Dios, como vehículos de nuevas o remozadas doctrinas filosóficas, particularmente de las que se lanzan como "revolucionarias". Basta reparar en la influencia, en este sentido, de la educación "naturalista", la "freudomarxista", la "anarquista", la muy actual "teoría de género". Lo atestigua, también, la historia de las corrientes pedagógicas que son afectadas por las metamorfosis de las corrientes filosóficas, en su estructura y devenir, muchas veces por una forzada búsqueda de originalidad o simplemente por no quedar fuera de la moda, lo que es hoy una motivación fuerte y altamente significativa. La educación es devorada actualmente por las circunstancias, sea por la especial condición del sujeto (quis?) o por la cantidad o cualidad accidental del objeto (quid?) o por el entorno espacio- temporal (ubi? quando?) o por los recursos, métodos, instrumentos y agentes (quibus auxiliis?) o por el tono afectivo que acompaña a la conducta (quomodo?) o por los fines secundarios o alternativos (cur?) que suelen modificar y hasta desplazar al fin principal.

En este contexto lo que subyace es la llamada moral de la situación, que más que una teoría filosófica es una actitud existencial ante los problemas morales, en que se exalta la propia conciencia como única norma, no normada y no educada, por encima de las ideas, leyes, fundamentos o principios universales. Como consecuencia, en el plano epistemológico de las ciencias humanas, e independientemente del valor de su estatuto "científico", esto acarrea, en el proceder habitual, un divorcio o simplemente indiferencia de lo que debiera ser su sustentación moral, tanto desde el plano ético como jurídico, pues no ha de olvidarse el papel que juega hoy la legislación nacional e internacional sobre las ciencias humanas.

Sin embargo, el hombre de hoy, las ciencias, las sociedades, es decir, todos los que tienen responsabilidad en los distintos órdenes comunitarios, del arte, la educación, la cultura, la técnica, formulan serios interrogantes o cuestionamientos morales, frente a los cuales la moral de la situación se siente desbordada. Porque, aunque esta moral lo niegue, los conflictos surgen cuando la concreción práctica, individual o colectiva, está precisamente reñida con juicios ciertos, valores, normas y principios histórico-culturales de alcance universal. En este punto, la cuestión no pasa por recurrir al consenso de la "conciencia colectiva", cuanto por depurar los mecanismos de legitimación o justificación. Esta tarea de depuración, si la intención es dar fundamento científico y jurídico a los juicios y normas, ha de estar a cargo de la filosofía, la cual puede responder por los mecanismos de justificación presupuestos a toda ciencia, cultura, tarea educativa o propuesta política, jurídica y económica.

Pero, es conveniente precisar, que no siempre la destinataria de la pregunta es propiamente la ética como saber específico, sino algún recurso interno, algún código profesional, que disuelve los conflictos y permite avanzar sin salir de su sector. Por otra parte, y no nos engañemos, si el convocado es el filósofo moral, puede echar mano de su honestidad intelectual y de la idoneidad de su formación científica, o bien ser uno más en "competir", caso en el que puede dar una res-puesta moral a cualquier costo para complacer al que se la pide e incluso adaptar,

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moldear la respuesta en y desde esos campos particulares a expensas de un recurso de legitimación extramoral.

De Rousseau a la desescolarización de los 70Las grandes desviaciones antropológicas, como de sus consecuentes teorías

de la educación, consisten en exaltar y privilegiar un aspecto o función del hombre en detrimento del todo, el cual es una unidad substantiva psico-físico-espiritual, con una apertura natural a los otros y al Absoluto. Por otra parte, sobre aquello que se privilegia, se hacen análisis muy exhaustivos y dignos de consideración, los que, a su vez, han sustentado nuevas técnicas o recursos metodológicos, ofreciendo progresos y ajustes en la educación. Pero el correlato de tal parcialización en el campo ético es la moral de la situación, porque la exaltación de una zona o función de la persona humana lleva necesariamente a la "singularización" de la norma en la conciencia personal. Paso a señalar algunos rasgos de las corrientes pedagógicas que cumplen con este perfil.

El naturalismo pedagógico de Jean Jacques Rousseau (1712-1778) se extiende hasta el movimiento antiinstitucional de los años 70 y aún influye hoy poderosamente en algunas orientaciones no sólo metodológicas sino ideológicas de la educación. Para Rousseau, el hombre ha nacido libre, pero en todas partes se encuentra encadenado, y es la cultura y la sociedad las que han distanciado y separado al hombre del verdadero mundo y de su verdadera persona. De ahí su incitación: "¡Volvamos a la naturaleza!", entendida como causa última y divina de la que todo procede. En este sentido, más bien biológico, el hombre es un ser "natural" y la naturaleza es radicalmente buena (optimismo antropológico). Sin embargo es perfectible, y su perfección esencial consiste en un crecimiento pasivo, hasta lograr que él solo llegue a ser el juez de los medios de su autoconservación, momento en el cual y por este solo hecho, se convierte en "dueño de sí mismo".

Desde el punto de vista moral, propone R. un concepto muy desdibujado de "conciencia", que es una especie de "sentimiento innato", un "instinto divino" cuya fuerza radica en el placer que le provoca el obedecer a sus impulsos, de modo tal que se hace imposible el resistirlos o el no invocarlos cuando ya no están. Entre esos sentimientos naturales está el de la vida social, que no es el de las realizaciones históricas que han roto el equilibrio primigenio de pura inocencia. La causa de la degeneración social radica en la "propiedad", porque el poder del hombre sobre las cosas se convierte en poder del hombre sobre el hombre. Se hace necesario, entonces, volver a la naturaleza para rescatar al hombre originario a través de un doble camino: la educación y una nueva forma de relación política entre los hombres (Contrato Social).

La educación "natural" según R., es una educación "negativa", pues educar al hombre implica primordialmente "impedir que se haga nada", o sea no se ha de enseñar la virtud ni la verdad, sino más bien defender el corazón (sentimientos) del vicio y del espíritu del error. El maestro se ha de acomodar al propio ritmo de desarrollo del educando, perfeccionando los órganos de conocimiento más que suministrando contenidos, más bien sacando del camino los obstáculos para que las facultades mentales de cada uno se hagan por sí mismas aptas para aplicar con éxito todas las funciones. En cuanto a la nueva forma de relación política, debía ser un sistema social que armonizara la libertad individual con la vida comunitaria, según tres condiciones. a) Que cada uno se someta libremente a la voluntad

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general nacida del consenso. b) Que el sistema sea democrático para asegurar la libertad individual. c) Que posibilite un tránsito perfectivo entre la libertad natural y la libertad cívica.

Desde tales presupuestos es claro advertir que la influencia en la educación del naturalismo roussoniano llegue hasta nuestros días2, enfatizando alguna de sus premisas o combinando varias, pero en todos los casos sobre la base de los conceptos claves que acabo de resumir. Así, se cuentan entre sus herederos: las pedagogías psicologistas como las sociologistas; las de inspiración psicoanalíticas y también las freudomarxistas; desde las del "laissez-faire", las genetistas y las evolucionistas, hasta los movimientos libertarios y autogestionarios. A partir de principios del siglo XX está presente en las Escuelas Progresivas3 que se apoya en el autogobierno de los educandos, con un espíritu robinsoniano de aventura. En la Escuela Nueva4, cuyo principio es la libertad como autonomía del educando, con amplio margen para la iniciativa y la opción personal ("Aprender haciendo", Escuela activa), a la vez que prepara para la vida democrática. En los Movimientos Anar-quistas5, donde el educando es un fin en sí mismo, individual y libre, que se relaciona con los otros por el trabajo intelectual y manual. Se busca, aquí, lograr una racionalidad crítica, científica y antidogmática, por lo que perfila al educador dentro de una concepción antiautoritaria, autogestionaria y liberadora. En los Movimientos Libertarios y Autogestionarios6, en que se defiende la libertad individual del educando como valor supremo, absoluto y radical. Por anarquista es "no-directiva", considerando cualquier norma externa una heteronomía y de allí, antiinstitucional, autogestionaria, llegando a la propuesta más extrema de la desescolarización.

La Moral de la SituaciónLa moral de la situación es más bien una actitud existencial ante los

problemas morales y religiosos, como reacción ante ciertas deformaciones de la moral y de la religión cristianas, pero que las adjudican a toda la cosmovisión cristiana ante los valores y normas, tanto en lo natural como en lo sobrenatural 7. Ante todo, contra lo que consideran la "herejía ética", que es el convencionalismo y formalismo propios de una actitud fariseíca. En segundo lugar, contra la "legalidad", que es la reducción de la moralidad vivida y encarnada a la esfera jurídica, de modo que el imperativo ocupa el lugar de la causa ejemplar. En tercer lugar, contra la "despersonalización", que corre paralela con el rasgo anterior de reducir la moral a la esfera jurídica. Ante un panorama así estereotipado y excesivamente simplista, la

2 Cf. Antropologías pedagógicas y movimientos educativos en "Pedagogía general -Introducción a la teoría y práctica de la educación", Oscar Saénz Barrio, Anaya, Madrid, 1986.

3 New School Movement.

4 Kerschenteiner, Claparède, Ferrière, Decroly, Montessori, Dewey, Hilpatrick.

5 Escuela de Cempuis, Escuela de la Ruche, Escuela moderna.

6 A nivel interpersonal: Summerhill (Neill); Escuela Moderna (Ferrer i Guardia); Comunidades de Hamburgo; Educación no-directiva (Hamelin y Dardelin). A nivel institucional: Pedagogía institucional (Lobrot); Autogestión pedagógica (Vázquez y Oury); Instituto experimental de Oslo; Antiinstitucionalismo y Desescolarización (Goodman, Illich, Reimer).

7 Cf. HILDEBRAND, D. von, Ética cristiana, Herder, Barcelona, 1959; Moral auténtica y sus falsificaciones, Guadarrama, Madrid, 1960.

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moral de la situación insiste en el papel protagónico en la esfera moral de la singularidad de la persona individual, de cada caso singular y de cada decisión singular, lo que nace de las circunstancias del caso, con la lectura y decisión de la sola conciencia personal y fuera de los principios o normas universales o generales.

Nuevamente el error de tomar la parte por el todo, pues lo que no se advierte en la moral de la situación es que se ha tomado el estereotipo por la cosmovisión completa. O bien, que son momentos en la vida moral del hombre honesto donde el aferrarse a la norma, a la forma legal, es el único faro o el único sostén frente a la duda y la debilidad, sea porque el organismo moral también detecta las crisis de crecimiento (las cuales sólo acaban con la muerte), sea por la finitud humana frente a la dimensión infinita de su horizonte existencial. Por eso, y como indebida reacción, la moral de la situación se vuelve "apología de la transgresión", tolerando el "mal de libre decisión" y prefiriendo la "sinceridad trágica" del pecador.hora bien, siendo la conciencia parte del organismo moral, también la afectará el mismo progreso moral de la persona, de forma tal que podemos hablar de un crecimiento y una maduración en la "espontaneidad" de la conciencia moral, desde la región inferior de la espontaneidad (o sinceridad) moral natural hasta la región superior de la espontaneidad (o sinceridad) moral virtuosa. La conciencia, en el organismo moral de la persona, es la que opera el pasaje entre una y otra, en una línea de rectitud moral y teniendo como medida y norma la espontaneidad moral de la conciencia perfeccionada por la virtud. Estos matices son los que no toma en cuenta la moral de la situación, de modo que esta concepción se ubica en el estadio primitivo e inicial en el que no ha despertado propiamente la dimensión moral de la conciencia. Lo que sucede es que se ha pasado de la esfera psicológica a la constitución de una categoría moral, transfiriendo a ésta el perfil, las posibilidades y los derechos de aquélla8.

Se arrastra la situación señalada con referencia a la relación entre la libertad y la ley, situación de una autonomía tal en que se debilita o niega la dependencia de la libertad de la verdad, al ser exaltado el derecho de la persona de ser respetada en el propio9 camino de búsqueda de la verdad, como un poder hacer como si fuera lícito todo con tal que le guste, incluso el mal. El conflicto entre libertad y verdad manifiesta la independencia de aquélla respecto de la naturaleza y de la ley, por lo que el criterio es subjetivo e individual y así se minimiza o se niega toda obligación de buscar la verdad y de seguirla una vez conocida. Por otro lado, como se maximiza el valor de la conciencia y se considera que sus actos son decisiones y no juicios, lo que subyace es una concepción de que la naturaleza humana es neutra con referencia al bien, al bien moral o a la obligación y queda en manos de la intención la cualificación moral de la conducta y de la persona misma. De ahí que a nivel de las filosofías "situacionistas" se haya propuesto un doble estatuto de la verdad. Un nivel doctrinal que es universal y abstracto, y un nivel

8 Cf. JUAN PABLO II, Veritatis Splendor.

9 Aquí se confunde la conciencia moral con los factores que se registran junto al juicio de conciencia. Me refiero a los sentimientos morales, que es el componente energético que debe ser asumido por la voluntad para ser moral; las intenciones o ideas morales que justifican el juicio de dignidad o indignidad en la intervención de la conciencia y las voliciones morales que se injertan en una volición primitiva para purificarla o enriquecerla.

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existencial que es concreto y en el que, en última instancia, se decidiría sobre el bien y el mal. Este nivel quedaría en manos de la conciencia moral "creativa" que, al tomar en cuenta todas las circunstancias de la situación concreta, podría, en forma autónoma, establecer legítimamente excepciones a la regla.

La moral de la situación es solidaria, en el terreno jurídico y científico, del positivismo antes las normas y la verdad. Por de pronto, el positivismo jurídico en que se reduce: 1) todo derecho al derecho positivo y 2) y el derecho a los derechos subjetivos, y por lo tanto, ningún derecho humano se ajusta a las conductas morales objetivas y reales, ni es consecuencia de la función normativa de las normas jurídicas naturales, sino que sólo son facultades de hacer u obrar, prerrogativas, a las que se accede por legislación positiva humana que las concede un sujeto jurídico.

A su vez, el positivismo jurídico es solidario de una postura semejante en el plano científico e incluso metafísico. Sin duda, la explicación de toda la realidad solamente desde los hechos o situaciones singulares comparte la metafísica común del llamado "cientismo": la negación de toda metafísica, es decir, la negación de esencias, valores y normas más allá de los juicios, estimaciones, elecciones y decisiones producidos en cada circunstancia. Actualmente reducido al "cientismo" más radical, como son los hechos del lenguaje y de la comunicación, donde la búsqueda del consenso dentro de cada comunidad científica es criterio de legitimación de toda decisión o práctica, o dicho de otra forma, refieren a determinados "paradigmas"10 los cuales son el conjunto de realizaciones universal-mente reconocidas, que proporciona modelos de problemas y soluciones a dicha comunidad científica. A su vez, cada comunidad científica avanza forzando a la naturaleza a entrar en sus propios paradigmas, y sólo la resistencia que encuentra en los hechos o situaciones concretas funciona como índice de estar en el camino equivocado11.

En esta perspectiva la "verdad científica" es la resultante de una construcción teórica que obtiene su certeza de la utilidad, la eficacia y el éxito en manipular los fenómenos que estudia, como una práctica social entre otras. La "universalidad de la ciencia" refiere a la posibilidad de generar un nivel de abstracción y generalidad tal que permita aumentar la eficacia en sus aplicaciones particulares. Por eso la ciencia actual se caracteriza como "tecnociencia"12, es decir como "empresa científica", cuya finalidad es la producción de conocimientos instrumentalizados para el dominio de los fenómenos. Esta actitud -más que una perspectiva- de la ciencia involucra también a las ciencias "humanas", "toda la cosmovisión del hombre moderno que se dejó determinar por las ciencias positivas, y debido a ellas

10 Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas.

11 "La ciencia en cuanto es practicada por nuestros grandes científicos, es una habilidad o un arte, pero no una ciencia en el sentido de una empresa 'racional' que obedece estándares inalterables de la razón y que usa conceptos bien definidos, estables, 'objetivos' y por esto también independientes de la práctica", Paul Feyerabend, Adiós a la razón, , Tecnos, Madrid, 1984, pp. 31-32.

12 "Ya no se puede separar el concepto de 'tecnología' del concepto 'ciencia', del concepto 'industria', y se trata de un concepto circular, puesto que todo el mundo sabe que uno de los principales problemas de la civilización occidental es que la sociedad, en el fondo, evoluciona y se transforma en este circuito. Tengo la impresión de que el término técnica, de technè, polariza algo en este circuito; y lo que polariza en primer lugar es la idea de manipulación", Edgar Morin, Ciencia y conciencia, Anthropos, Barcelona, 1984, pp. 77-83.

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se dejó deslumbrar por la 'prosperity', significó un alejamiento indiferente de los problemas que son decisivos para un auténtico humanismo"13. "Por todas partes permanecemos presos, encadenados a la técnica, aunque apasionadamente la afirmemos o neguemos (...). Entretanto, el hombre ya no encuentra más, ni en parte alguna, precisamente a sí mismo, es decir, a su esencia"14.

Las circunstancias en la vida moralPor la conciencia "moral", la persona descubre orientaciones normativas de

carácter espontáneo e inmediato sobre el valor moral de ciertos actos individuales y determinados que relacionan a la persona con el ideal moral. No es un medio para la "develación" del bien moral, sino para favorecer o contrariar un dinamismo intelectual o afectivo cuyo cumplimiento, a través de la voluntad libre, permitirá la adhesión a ese bien moral. Por eso funciona como aprobación o desaprobación entre dos límites, el estado superior de la perfección a la que apunta la moralidad como ideal y el estado inferior del vicio, acelerando o frenando un determinado movimiento de a espontaneidad moral. De modo tal que resulta un juicio moral sobre el hombre y sus actos, juicio reflejo en que el acto de conocimiento es aplicado a algún acto especial y particular15. Enesas "situaciones", la conciencia moral formula un juicio en el cual aplica los principios de la razón práctico-moral al caso particular en una "circunstancia" concreta.

Según Santo Tomás, las circunstancias a) también especifican moralmente los actos, b) con un especial modo de calificación moral

.a) Así como los entes naturales, nos dice, se especifican por las formas naturales, así los actos morales se constituyen por referencia a la razón, pero en ambos casos debe llegarse a una forma concreta en que se cierra la diferencia específica16, en los primeros por los accidentes, en los segundos por las circunstancias. Ahora bien, tanto como los accidentes no constituyen las especies naturales, sino que al singularizarlas permiten su ingreso en la existencia real, las circunstancias no ingresan en la especie moral del acto humano sino en cuanto colocan a la razón práctica en una "especial" relación con su objeto, e.d. con el bien o con el mal17. Las circunstancias influyen como accidentes18, por el carácter intrínsecamente individual del acto humano, por lo menos de parte de la intención del fin19, habida cuenta de la dimensión interior de la libertad por la que al hombre le

13 Edmund Husserl, Crisis de las ciencias europeas, Folios ediciones, México, 1984, p. 11.

14 Martin Heidegger, "La pregunta por la técnica", en Ciencia y técnica, Edit. Universitaria, Santiago de Chile, 1984.

15 Santo Tomás, De Verit, q. 17, a. 1. Aquí, la consideración de la conciencia parte de su definició n etimológica, que refiere a cum scire, es decir ciencia o conocimiento cum collatione, es decir, simul scire.

16 I-II Summa Theologiae, q. 18, a. 10. Cf. q. 8, a. 5co.

17 Así, ejemplifica S.T., un robo, por ser realizado en un lugar sagrado, se convierte en "sacrilegio".

18 Ibid. 18, 9co.; 10 ad 2.

19 Señalé más arriba los siete tipos de circunstancias, según los modos de relación en que coloca a la razón práctica. Respecto del "sujeto", quis?; del "objeto", quid?; del "lugar", ubi?; de los

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es imposible no actuar, siendo la decisión de no poner un acto exterior una determinación moral en uno u otro sentido. Son por ello contingentes20 y actúan fuera21 del acto, como una condición particular y singular, anexa22 a la especificación del objeto, que agrava o disminuye la cualificación moral del acto. Por todo ello, el conocimiento de las circunstancias23, que se requiere para evaluar su incidencia moral en la conducta, ha de ser minucioso y sobre muchos posibles casos, por la infinita probabilidad de la decisión libre. Mientras que sobre los juicios, normas y bienes morales necesarios, por su carácter universal, se obtiene certeza por el solo examen de un único caso.b) El modo de cualificación moral de las circunstancias es poner a la razón recta (norma próxima de la moralidad objetiva) en una "especial relación" con el objeto o con el fin, que son las fuentes sustanciales de la moralidad24, porque el bien moral supone la integralidad de sus causas25, aunque no siempre concurren en la determinación del acto. Particularmente influye sobre la intención o motivación del fin, por lo que la moral de la situación, al reducir la rectitud moral a las circunstancias, la reduce, precisamente, a la "decisión personal de la conciencia singular". Pero, para Santo Tomás, las circunstancias influyen, porque son principios de determinación moral junto al objeto y al fin, pero lo hacen como normas-normadas, e.d. conforme a la deliberación de la razón26, la cual, al tener la función ordenadora y directriz de los actos humanos, considera si tal o cual circunstancia, imprescindiblemente anexa al acto, está o no ordenada al debido objeto y fin (principal). El juicio sobre el objeto y el fin no depende de las circunstancias, sino de la rectitud de la razón práctica, la cual es fruto de la virtud de la prudencia o de un proceder conforme a ella. Por ello que los criterios morales de ingreso de las circunstancias en la regulación moral son por referencia a la recta razón, así dice S.T., que corresponde a las circunstancias: "guardar una conveniencia con la razón"27; "ingresando según la regla de la razón"28; "en forma debida"29; "dependiendo de la razón"30 y "siendo juzgadas por la razón"31.

Ahora bien, si reducimos la cualificación moral a la sola espontaneidad de la conciencia personal, como hace la moral de la situación, por ser aquélla un acto teórico y reflexivo de conocimiento (cum-scire), como una suerte de juicio personal

"instrumentos", quibus auxiliis?; del "fin secundario", cur?; del "modo interior de actuar", quomodo?; del "tiempo", quando?

20 Ibid. q. 7, a. 1 ad 2.

21 Ibid. a. 2 ad 2.

22 Ibid. q. 18, a. 10 ad 1.

23 Ibid. q. 14, a. 3co.

24 Ibid. q. 18, a. 11.

25 Ibid., a.4 ad 3.

26 Ibid. a. 9co.

27 Ibid. q. 72, a. 9co.

28 Ibid. q. 73, a. 7 ad 3.

29 Ibid. corpus.

30 Ibid. q. 20, a. 2co.

31 Ibid. q. 51, a. 3co.

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de aprobación o desaprobación, resultará que toda falta moral pasa a ser automáticamente sólo una cuestión de error de apreciación. "Si el error que causa el involuntario, proviene de la ignorancia de alguna circunstancia sin ninguna negligencia de parte de la persona, tal error de la razón o de la conciencia excusa el mal de la decisión moral. Pero si la decisión concuerda con la razón o conciencia errónea, aunque no sea directamente sino por negligencia, tal error no causa el involuntario y por tanto no excusa del mal cometido"32. Y esto es así porque "las circunstancias nunca pueden ponerse en el lugar del fin último, porque todas, indefectiblemente, inciden en cuanto proporcionadas a tal fin, en cuanto el fin último es el que propiamente especifica a los actos humanos en su bondad o malicia moral"33.

Para concluir, reparemos en que toda conciencia, incluso la "moral", indica un "yo me pienso", que no debe interpretarse como un movimiento solipsista e individualista encerrado en mí mismo, sino como un juego entre el yo dado y el yo ideal, entre el yo vivido y el yo pensado, que indica la participación de los espíritus particulares en el Espíritu. Además, siendo la conciencia, parte del organismo moral, también la afectará el mismo progreso moral de la persona, de forma tal que podemos hablar de un crecimiento y una maduración en la "espontaneidad" de la conciencia moral, desde la región inferior de la espontaneidad (o sinceridad) moral natural hasta la región superior de la espontaneidad (o sinceridad) moral virtuosa. La conciencia, en el organismo moral de la persona, es la que opera el pasaje entre una y otra, en una línea de rectitud moral y teniendo como medida y norma la espontaneidad moral de la conciencia perfeccionada por la virtud. En verdad, la conciencia moral acorta la distancia entre la universalidad de la ley y la singularidad de la acción, por aquello que en su juicio se interiorizan y personalizan los valores y exigencias universales contenidos en la ley natural. Pues, si bien la conciencia moral no es lo mismo que el fenómeno de la responsabilidad, si funciona como "espontaneidad rectificada", debe operar ese salto desde la intimidad del acto interior para fundirse, comprometiéndose, en el valor del objeto del acto exterior. En ese salto la conciencia se hace juicio voluntario, asume la responsabilidad de una elección, de una decisión y de un acto. Es por esto que la conciencia no puede ser simplemente "una luz difusa y espectadora", sino que es un testigo de "la rectitud o maldad del hombre al hombre mismo, pero a la vez y antes aún, es testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma, invitándolo "fortiter et suaviter" a la obediencia"34.

32 Ibid. q. 19, a. 6co.

33 In IV Sententiarum, d. 16, q. 3.

34 Veritatis Splendor, n. 58.

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