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Informe DNI Nro. 154
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EVALUACIONES SOBRE POSIBLES EFECTOS DEL TRIUNFO DE DONALD J. TRUMP EN LAS
ELECCIONES ESTADOUNIDENSES
1. Introducción
El candidato del Partido Republicano, Donald J. Trump, ganó las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América.
Se convertirá, de ese modo, cuando asuma el cargo el próximo 20 de enero, en el 45to presidente de los EEUU en sus casi 240 años de historia.
Trump ha producido en su campaña electoral; por sus particulares expresiones, propuestas y afirmaciones; no poca preocupación en numerosos actores políticos, económicos y sociales tanto dentro como fuera de los EEUU.
Por ello se vuelcan en este trabajo algunas evaluaciones sobre el estado de situación respectivo.
2. El resultado electoral.
La elección reciente fue la disputa política entre los dos candidatos más
discutidos en muchos lustros.
También a una rara (en el país de las innovaciones) regresión generacional
nunca vista antes (el actual presidente Obama fue elegido con 47 años de edad y
los dos candidatos rondaron los 70 años. Trump tiene 70 años de edad, y será el
presidente de mayor edad desde los tiempos en los que el record lo tuvo Ronald
Reagan, elegido cuando tenía 70 años). Los dos candidatos tuvieron 15 años más
que el presidente saliente (diferencia que se considera como de pertenencia a una
generación anterior). Y la misma edad actual que los presidentes anteriores al
saliente (Bill Clinton y George W. Bush). La regresión generacional es una rareza.
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Debe decirse que, conforme el patrón de comportamiento electoral de la
ciudadanía estadounidense, ciudadanía en la que se privilegian los equilibrios ante
el poder, el triunfo de Trump responde a un patrón de conducta común de la
historia política en 70 años. En efecto, desde el fin de la 2da Guerra Mundial han
habido en los EEUU 6 presidentes demócratas y 6 republicanos (Trump será el
7mo). Los republicanos han ganado 10 elecciones y los demócratas, 9.
El triunfo de Trump confirma una “normalidad de la alternancia” en la
medida en que desde que se impuso la enmienda constitucional que impide a un
presidente tener más de dos mandatos, al fin de la 2da Guerra Mundial, solo hubo
un caso en el que un partido gobernó tres periodos consecutivos (Reagan/George H.
Bush). Esa fue una excepción (que confirma una regla). En todos los demás casos
hubo procesos de dos periodos para gobiernos de un mismo partido (Eisenhower,
Kennedy/Johnson, Nixon/Ford, Clinton, George W Bush, Obama) y solo uno de
un periodo de 4 años a cargo de un partido (Carter). Por ende la lógica histórica es
que después de dos periodos de un presidente de un partido el pueblo elige al
candidato del otro partido.
El partido republicano ha obtenido además un notorio éxito en la elección
para conformar las dos cámaras del Congreso, obteniendo mayoría en ambas
(aunque debe decirse que la Constitución estadounidense requiere para numerosos
trámites mayorías agravadas, que ahora no consigue ningún partido por sí solo, en
particular en el Senado).
Como se sabe, los Estados Unidos son un estado federal. La “Unión”, como
se llama a la federación de 50 estados, se formó por estados (ahora subnacionales)
preexistentes que se reservaron numerosas atribuciones para sí (no fueron
delegadas esas funciones a la federación y permanecieron en poder de los estados
federados) y en materia de elección del presidente se previó que se respete el
equilibrio federal, por lo que para ser elegido presidente se debe ganar en un
sistema indirecto (los sistemas indirectos son también mayoritarios en el
parlamentarismo europeo donde el primer ministro no es elegido por el pueblo en
elecciones directas sino por el parlamento).
En este caso, siendo un sistema presidencialista, para ganar la elección se
debe cumplir con la regla de lograr más electores en un colegio electoral (un
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organismo conformado por 538 electores procedentes de todos los estados y de la
capital, Washington D.C.), por lo que lo relevante es ganar más las elecciones en
los estados y obtener los delegados electores por cada estado.
Eso ha permitido que aun habiendo obtenido Hillary Rodham Clinton (la
candidata demócrata) algunos votos populares más que Trump, al haber
concentrado sus votos en pocos estados y haber ganado Trump en la enorme
mayoría de los estados, la composición del colegio electoral favorezca
holgadamente al candidato republicano. Así, Trump gano en 30 estados y Hillary
Rodham Clinton lo hizo en 20 estados.
Esta es la quinta vez en la historia de los EEUU en la que ocurre que el
candidato con más votos populares individuales no obtiene el triunfo por no
contar con la mayoría de los electores (y es la segunda vez en el siglo).
En realidad, la gran diferencia en votos populares a favor de la candidata
demócrata se produjo en California, el estado más poblado, donde Hillary R.
Clinton obtuvo el 61% de los votos populares y una diferencia de alrededor de 2,5
millones de votos a su favor. En la elección popular nacional, Clinton logro casi
400.000 votos más que Trump, los cuales se explican especialmente por el resultado
de California, sin los cuales Trump habría aventajado a Clinton por unos 2
millones de votos en el resultado popular en el país. El resultado en todos los
EEUU fue casi un empate, con unos 60 millones de votos para cada candidato.
Como modo de entender el comportamiento electoral más usual en EEUU,
puede decirse que en términos de las calidades de los candidatos, es usual que en
las elecciones en EEUU el triunfo corresponda a quien se presenta en los hechos
como candidato más crítico al orden establecido.
En términos históricos puede analizarse que los EEUU sufrieron una seria
crisis de liderazgo desde la muerte de J. F. Kennedy. El asesinato del joven
presidente demócrata inició una serie de desventuras, en las que se vieron la
renuncia a la candidatura para la reelección que le permitía la Constitución por
parte de Lyndon Johnson, la renuncia a la presidencia del acosado Richard Nixon,
la transición de G. Ford y el débil mandato de J. Carter. Todo se enmarcó en un
periodo de crisis política sustancial.
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Desde ese momento el electorado de los EEUU ha privilegiado usualmente,
en el inicio de los ciclos políticos, a los que se presentan como reformadores ante
las elecciones. Los que se oponen a lo que se conoce como establishment de
Washington.
La desconfianza tradicional del electorado al poder político ha hecho que así
como en esta ocasión ha ganado el candidato más “outsider”, hace 8 años obtuvo el
triunfo el entonces joven senador Obama que solo contaba con 6 años de
experiencia en el Senado sin mayor antecedente político, habiéndole ganado la
elección primaria a la candidata de la nomenclatura del Partido Demócrata (Hillary
Rodham Clinton). Y 8 años antes el ganador había sido George W, Bush,
gobernador de Texas, estado sureño, alejado de los centros de poder, que se
presentó como un candidato ajeno a los manejos de la autoridad en Washington,
tras dos mandatos previos de presidencia de Bill Clinton, que no pudo imponer
como presidente a su Vicepresidente Albert Gore. Del mismo modo, cuando Bill
Clinton fue elegido lo hizo acometiendo contra el entonces presidente George H.
Bush, presentándose como un fresco candidato que provenía del poco relevante
estado de Arkansas donde había sido gobernador, alejado de los manejos de poder
y proviniendo de afuera de los centros políticos tradicionales. Antes de ellos,
Ronald Reagan (un ex actor carismático y políticamente profundamente
reformador, proveniente de California) y George H. Bush (su vicepresidente)
habían instaurado el nuevo tiempo post crisis.
Debe decirse que (sin perder de vista que el resultado fue el de un virtual
empate, y que votó menos del 50% de los ciudadanos, y por ello las
consideraciones deben hacerse sin olvidar lo relativo de la generalización) en el
triunfo de Trump ha influido seriamente lo poco atractiva que ha sido la
candidatura de su contrincante. Trump obtuvo menos votos que los candidatos de
su partido en elecciones anteriores (Romney o McCain) que pese a ello habían
perdido, porque se enfrentaron a un candidato como B. Obama que concitó
atracción en minorías (negros, latinos, inmigrantes) que no fueron a votar del
mismo modo a H. R. Clinton (en los EEUU el voto no es obligatorio).
Por lo demás, es también cierto que a Trump lo votaron mayoritariamente
los trabajadores blancos del llamado cinturón industrial (afectados por el avance
de la tecnología), las poblaciones rurales agrarias, las personas de mayor edad y los
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sectores religiosos especialmente cristianos protestantes y católicos (más
conservadores, disconformes con posturas políticas consideradas más liberales en
lo moral de los demócratas).
Ha ocurrido, pues, algo usual. El electorado privilegia propuestas
renovadoras cuando se han cumplido ciclos. Es altamente difícil que un partido
retenga la Casa Blanca cuando ya su presidente no puede ser candidato por la
restricción constitucional que impide una segunda reelección.
3. Las propuestas de campaña
La campaña electoral reciente mostró al candidato triunfante con un discurso
disruptivo, no usual. Algo radicalizado, poco ortodoxo, de mensajes directos,
sencillos, impactantes. Las campañas políticas en los EEUU suelen ser duras pero
dentro del cumplimiento de ciertos límites que en esta ocasión parecen haber sido
sobrepasados.
Esta elección no se ha apoyado en las tradiciones principistas. El candidato del
partido usualmente defensor del libre comercio (Republicano) ha puesto en el
proteccionismo una de sus principales banderas, y la candidata del partido más
apoyado por los sindicatos (Demócrata) apareció como la menos temida por los
líderes de las más modernas actividades económicas. Aunque debe admitirse
respeto por la tradición en Trump al proponer la baja de impuestos y en Hillary
Rodham Clinton con la defensa de las llamadas minorías.
Trump había prevalecido en la primaria contra las visiones republicanas más
tradicionales (estado mínimo, libertad de emprendimiento) y Hillary contra el ala
más intervencionista demócrata (Sanders).
El discurso de Trump tuvo no pocas consideraciones polémicas. Sus posiciones
contra la inmigración ilegal (especialmente mexicana), su rechazo al ingreso en
EEUU de inmigrantes musulmanes, su queja contra las importaciones chinas (a las
que amenazó con la imposición de altos aranceles), su advertencia a las empresas
estadounidenses de que propondría impuestos a quienes invierten en el exterior
con la intensión de que las empresas inviertan y generen puestos de trabajo en el
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ámbito local, sus manifestaciones relativas a su intención de modificar los tratados
comerciales internacionales vigentes (especialmente el NAFTA), su crítica a
instituciones internacionales como la OTAN, tuvieron alta repercusión
especialmente en el exterior.
Debe decirse que también el candidato tuvo no pocas propuestas que pueden
ser llamadas como “pro empresa’, como la reducción de impuestos (a las empresas
grandes pero también a las menores y a las familias), la reducción de regulaciones
e intervenciones en al escenario productivo local, la modificación del llamado
ObamaCare en la medida en que se lo considera intervencionista y alejado de las
libertad de elección, la propuesta de descentralizar la educación hacia las escuelas
(voucher educativo), o la propuesta de un ambicioso plan de obras de
infraestructura para movilizar la economía y crear empleo, fueron parte de sus
propuestas.
Mucho de todo lo antedicho ha generado la inquietud. Por las implicancias que
tendría una afectación en el comercio internacional una política proteccionista,
porque en las mismas empresas estadounidenses una afección al libre comercio
transfronterizo complicaría sus negocios, por las implicancias fiscales (y en la tasa
de interés) de un plan de reducción de impuestos y más inversión pública.
La gran discusión en la campaña electoral en EEUU (fundamentalmente
impulsada por Donald Trump) se refirió a los procesos de internacionalización
productiva. Frente a Trump (muy crítico), Hillary Clinton había sido más ambigua
(criticó la apertura económica internacional en público, pero trascendió que ante
referentes de Wall Street dijo que mantiene sus posturas favorables al libre
comercio). Y el propio Presidente Barak Obama siempre se ha expresado a favor de
la inserción económica internacional.
La generación de acuerdos internacionales para incrementar el comercio ha
sido la regla en el mundo hasta hoy.
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La discusión no es menor. Solo EEUU, la UE y China superan el billón de
dólares anuales (cada uno) de generación de comercio exterior.
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El comercio internacional se halla ante una exigencia de competitividad: crece
débilmente en cantidades despachadas (pero ese crecimiento le permite este año
estar un 20% por encima de los volúmenes de hace un decenio) pero al caer los
precios internacionales decrece en dólares pagados. Se vende algo más
(cantidades) aunque a menor precio.
Aún con el descenso de los últimos dos años, el comercio mundial, que arañaba
el 20% del producto global hace veinte años, hoy representa casi 30% de la
producción del planeta.
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Y los costos del comercio transfronterizo han venido descendiendo año a año.
Y la distancia ya no es un obstáculo serio en el comercio y por ello la
integración llegó a los países emergentes.
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Todo lo cual lleva a pensar que sería un shock retroceder en la materia
Aunque es verdad que Estados Unidos, que generaba alrededor del 14% de las
exportaciones mundiales de bienes en el año 2000, hoy genera alrededor del 9% del
total, mientras sus importaciones equivalían al 19% del total mundial hace tres
lustros y hoy suponen el 14% del total. EEUU es el segundo exportador mundial de
mercancías (China es el primero) y el principal importador mundial (China es el
segundo).
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El contenido importado en las exportaciones de manufacturas de EEUU,
empero, alcanza el 15% mientras implicaba el 11% hace veinte años.
Pero EEUU se halla en un proceso de sustancial cambio, lo que se exhibe en el
hecho de que se ha consolidado como la mayor usina de generación de
conocimiento productivo. Por eso, más allá de lo antes explicado sobre el comercio
de manufacturas, si se considera el comercio mundial de servicios (que crece
además en relevancia global) EEUU es por lejos el principal exportador mundial
(15% del total mundial) y el primer importador del globo (10% del total). Y los
servicios representan 80% de su PBI. Y China exporta menos de la mitad que
EEUU (aunque es el 2do importador).
Las empresas tecnológicas, por eso, son las más relevantes del mundo ahora.
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EEUU (que pese a las voces de crítica a la integración productiva tiene un
porcentaje de empresas exportadoras sobre el total que es 6 veces mayor que el de
México) sigue siendo el país con más stock de inversión extranjera en el mundo
(3,5 billones de dólares). Y la IED crece sin cesar en el mundo.
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El 23% del total de IED en América Latina y el Caribe es de origen
estadounidense. Y los países emergentes ya reciben la mitad de toda la IED
mundial, lo que puede ser visto como una “exportación de empleo”, pero a la vez
también como una ubicación en el exterior de eslabones de la cadena que permiten
especializarse a los EEUU en los eslabones más valiosos (diseño, conocimiento,
tecnología, innovación) que son los que generan más rentabilidad. En EEUU no se
pierden empresas o empleos (la tasa de desempleo está en niveles históricos muy
bajos -4,8%-) sino que ha cambiado sustancialmente la matriz productiva.
¿Se pretende retroceder en la evolución? Eso puede ser inútil (no se la puede
vencer definitivamente) o muy pernicioso (sí se la puede obstaculizar).
Dice la UNCTAD que el 80% del comercio mundial ocurre dentro de
cadenas globales de valor (que implican relaciones estables, sistemáticas,
constantes, entre empresas más allá de las fronteras). Richard Baldwin, a través de
lo que él denominó la “smile curve” explicó que en esas cadenas globales, el mayor
valor se genera en dos posibles fases: el inicio de los procesos productivos (diseño,
innovación, aplicación de conocimiento) y/o en la fase final (comercialización);
mientras que en las etapas intermedias (manufacturación) la evolución de la
maquinización hace que el aporte (valor) sea cada vez menor (dibuja la curva con
la línea de una “sonrisa” que tiene los extremos más altos que el medio).
El factor diferencial en la economía moderna es el del capital intelectual. En
él hay dos tipos de actores. Los que generan conocimiento y los que implementan
procesos de aplicación. Los primeros están en una fase de mayor generación de
valor. EEUU se ha trasformado en el gran actor del primer tipo. Pero los procesos
de cambio son críticos. Y no son inexorables.
De modo que una política proteccionista puede afectar seriamente a la
economía mundial y a las propias empresas estadunidenses.
Las empresas estadunidenses se financian en los mercados de capitales, los
que se verían rápidamente afectados (y las valuaciones de esas empresas) con
políticas como las anunciadas. Y las empresas funcionan, como se ha dicho, en
cadenas globales.
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4. El proceso de formación de gobierno.
El actual proceso de formación de gobierno en los EEUU parece a haber
generado cierta tranquilidad. El candidato triunfante se ha mostrado con sustancial
mayor moderación.
En el discurso de admisión del triunfo lució más circunspecto (leyó en el
teleprompter cada aseveración lo que mostró capacidad de ceñirse a cierto
mandato de formalidad) y se refirió respetuosamente a su contrincante a la que
había calificado inusitadamente en la campaña.
Luego de eso ha dado señales de fuerte alineamiento con la nomenclatura del
Partido Republicano. Se trata nada menos del partido partidario de la libertad de
empresa en los EEUU. En las versiones informales sobre la formación de gabinete
se ha nombrado al propio presidente del Comité Nacional del partido (RNC) como
un posible jefe de gabinete del gobierno de Trump. Figuras como Rudolph Giuliani
o Newt Gingrich son muy respetadas por las empresas, y la reunión de alto respeto
con el Presidente de la Cámara de Representantes Paul Ryan fue en el mismo
sentido. Las señales son de moderación.
Es por ende altamente probable que el gobierno de Trump, si bien encare una
propuesta más endocéntrica, no por eso sea rupturista del orden económico
internacional.
Por otro lado, debe decirse que lo que alguna vez Raymond Aron llamó la
“república imperial”, en la que (según creía Aron) terribles cambios y persistentes
contradicciones son parte de su misma unidad como país, tiene un sistema político
con enormes instrumentos para evitar extremismos. En EEUU existe la
Constitución, y lo que la ciencia política (Duverger, por caso) llamó la supremacía
constitucional. Los equilibrios políticos (con un Congreso con poder propio como
consecuencia del arraigo personal que sus miembros tienen en las comunidades
que los eligen, mayor incluso que con su propio partido), la alta y fuerte burocracia
estatal (en asuntos como la seguridad o la diplomacia), la tremenda influencia de la
opinión pública, el poder de los jueces (desde que Eduard Lambert comenzó a
habar de el “gobierno de los jueces” como limite al poder ejecutivo, y desde que el
célebre Juez Marshall instauró la tradición de invalidar lo que contraría la
Constitución); todo hace que las instituciones (esas que son tan relevantes que
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permitieron que se aceptara que habiendo conseguido Al Gore más votos, no fuera
presidente porque conforme el sistema en el que prevalece el federalismo no debía
serlo), modere cualquier extremismo posible.
Trump contará como freno con una relevante bancada demócrata opositora,
y con buena parte de los legisladores republicanos aferrados a sus ideales más
cercanos a las libertades económicas. Y sería el Congreso el que deberá aprobar
reformas a tratados internacionales, normas sobre inmigración, reforma tributaria
o la cobertura de vacantes en la Corte Suprema.
5. La relación bilateral
En la relación bilateral debe decirse que el comercio entre Argentina y
EEUU es menos relevante que antaño.
Al finalizar el periodo republicano de Reagan/George H. Bush las
exportaciones argentinas a EEUU representaban el 10% del total exportado, luego
al finalizar el periodo demócrata de Bill Clinton ya el 18% del total se dirigía a
EEUU; pero al finalizar los periodos republicano de George W. Bush (7% del total)
y ahora el del demócrata Obama (7% este año, aunque recuperándose después de
cifras menores en años anteriores), el comercio bilateral es menos relevante. Y la
relación bilateral comercial es deficitaria (4.257 millones de déficit el año pasado, y
probablemente de unos 2.400 millones este año).
El comercio entre ambos cayó en relación al año anterior: Ya en 2014 las
exportaciones argentinas a EEUU habían alcanzado 4.046 millones de dólares, y las
importaciones desde EEUU fueron de 8.907 millones (por lo que la relación arrojó en
2014 también un alto déficit de 4.860 millones de dólares).
Una diferencia muy relevante se observa en la evolución de la importancia
relativa de la principal economía del mundo para nuestras ventas y compras totales.
En 2001, año de inicio del siglo XXI, EEUU explicaba el 10% de las
exportaciones y el 18% de las importaciones. Pero el intercambio entre ambos países
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comenzó a perder relevancia relativa mientras crecieron otros mercados en vínculo
relativo con Argentina.
Mientras en 2005, EEUU aún generó un 11% de las ventas argentinas y un 14%
de nuestras compras desde el exterior, fue en la segunda década del siglo XXI cuando
ya se exhibió una relevancia de menor rango. En 2010, sólo explicó exportaciones por
el 5% del total e importaciones por el 11%. Mientras tanto, en 2014, EEUU representó
también el 5,6% del total de exportaciones y el 13,6% de las importaciones. Y
finalmente en 2015 las exportaciones fueron el 5,9% del total y las importaciones el
12,7% del total.
De ser el segundo destino de nuestras exportaciones en 2001 pasó al 3er lugar
en 2014 y en 2015. Y de ser el segundo origen de las importaciones (lo que se
despachaba desde EEUU en 2001 representaba más del triple de lo que se importaba
desde China) pasó a ser el tercer emisor de bienes hacia Argentina, luego de Brasil y
China.
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año 2001 año 2005 año 2010 año 2015
Participación de los EEUU en el total de exportaciones argentinas
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Estados Unidos genera el 15% de las importaciones mundiales, por lo que el
vasto mercado norteamericano aparece como una oportunidad, aunque no exenta de
numerosas dificultades potenciales ahora.
Un mayor proteccionismo estadunidense afectaría más a los actuales socios
de EEUU, a los que podría restringírsele acceso a sus empresas, pero Argentina no
está entre ellos (no tiene mayores acuerdos comerciales bilaterales). Aunque sí
podría encontrarse con un menor interés de EEUU en avanzar en negociaciones
que parecen estar en la agenda de la nueva administración argentina. Por otro
lado, si se produjese una retracción en el internacionalismo económico de los
EEUU, eso sí podría generar costos en el creciente auge del encadenamiento
productivo y comercial transfronterizo que se observa en el mundo, lo que podría
afectar para todo el mundo el dinamismo de la globalización productiva y podría
producir volatilidades en precios o afecciones productivas por cambios en las
condiciones de operación.
En materia de inversiones, el inicio de políticas de desincentivo a las
inversiones estadunidenses en el exterior podría afectar a la Argentina en la
medida en que EEUU es el principal inversor extranjero en Latinoamérica. Estados
Unidos es, como país, el principal emisor de inversión extranjera en el mundo (con
un stock de inversiones en el mundo que supera los 3.700 billones de dólares)
En las relaciones comerciales entre nuestro país y los EEUU en los últimos
años ha habido cambios recurrentes. En 2015 las exportaciones argentinas a EEUU
llegaron a 3.382 millones de dólares, y las importaciones desde EEUU sumaron
7.655 millones de dólares. Las exportaciones representan el 5,9% del total, y las
importaciones el 12,7% del total de compras argentinas desde el exterior. En 2015
la relación arrojó un déficit de 4.272 millones de dólares
6. Previsiones sobre un futuro gobierno.
Lo que puede afirmarse ahora son conjeturas. Pero es altamente probable
que un gobierno de D. J. Trump, por la dependencia en el congreso de su propio
partido republicano, por la alta limitación institucional del sistema político de los
EEUU (jueces, congreso burocracia del poder, opinión pública, mercados y lobby
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económico), por el propio pragmatismo del nuevo presidente será una
administración de cambio peor no de radicalizaciones.
Es de prever un plan de infraestructura que puede impulsar la economía
pero a la vez afectará la situación fiscal de EEUU y elevará la tasa de interés
consecuentemente.
En materia de comercio internacional es más esperable una re negociación
de la relación bilateral con México y con China que una modificación de la
situación general con todo el mundo.
La condición de empresario pragmático de Trump (no es un idealista ni un
ideólogo, sino un hacedor practico o un líder negociador) lo pondrá seguramente a
generar acuerdos en la aérea en temas más cercanos a la microeconomía (cuotas
cupos, reparo recíproco de ventajas) que a un cambio integral de doctrina.
Con todo, si se mantuviera en su pensamiento de campaña eso afectaría no
solo la relación con sus principales aliados sino (dado el encadenamiento producto
transfronterizo a nivel global), con todo el mundo, con fluctuaciones de precios,
afecciones al funcionamiento de las cadenas de valor, retracciones en la inversión
internacional y probables volatilidades monetarias y bursátiles. Si eso ocurriera las
afecciones se reproducirían por encadenamiento en buena parte del mundo.
La integración económica internacional ha permitido el descenso de la
pobreza en el mundo recientemente. Cualquier modificación de esa tendencia
generaría costos.
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Y la proliferación del comercio ha coincidido con la reducción de la
violencia mundial.
Las señales vistas hasta ahora parecen indicar que EEUU será más
endocéntrica que proteccionista, más duro negociador en sus relaciones
económicas pero no rupturista, más doméstico que global, pero no disruptivo. De
todos modos todo está por verse a partir del 20 de enero de 2017.
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Hay aún más preguntas que respuestas. Más supuestos que certezas. Pero
puede preverse más moderación que la que surgiría de las previsiones surgidas de
los discursos de campaña.
Marcelo Elizondo
Director General
Desarrollo de Negocios Internacionales (DNI)