exclusion rechazo social efectos

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Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 Psicologia.com – ISSN: 1137-8492 © 2011 Magallares Sanjuan A. 1 Artículo original Exclusión social, rechazo y ostracismo: principales efectos Alejandro Magallares Sanjuan 1* Resumen Existe en el ser humano una fuerte motivación a formar parte de grupos. Esta necesidad de pertenencia ha sido seleccionada a lo largo de la evolución dado que aumentaba la tasa de supervivencia de los individuos. Por esa razón, la exclusión social produce fuertes sentimientos negativos en la persona que la padece. En los últimos años en la Psicología Social se ha comenzado a estudiar científicamente los efectos que produce la exclusión social. La creación de una serie de originales paradigmas de investigación (el juego de la pelota, el test de personalidad, el grupo de discusión, el vídeo y el ensayo) ha permitido a los investigadores analizar cuales son las variables psicológicamente relevantes que se ven mermadas al evocar rechazo en los participantes. Son muchas las consecuencias que produce la exclusión social ya que se han documentado efectos cognitivos (inteligencia y autoregulación), emocionales (autoestima, el sentido de pertenencia, la percepción de sentido y aplanamiento emocional), comportamentales (agresividad, hostilidad, comportamiento prosocial, conducta para aumentar la red social y la conducta irracional) y físicos (dolor y ritmo cardiaco). Palabras claves: Exclusión social, rechazo, ostracismo, paradigmas de investigación, bienestar. Recibido: 16/11/2010 – Aceptado: 27/08/2011 – Publicado: 29/08/2011 * Correspondencia: [email protected] 1 Profesor Ayudante de Psicologia Social. UNED

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Page 1: Exclusion Rechazo Social Efectos

Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25

http://hdl.handle.net/10401/4321

Psicologia.com – ISSN: 1137-8492

© 2011 Magallares Sanjuan A. 1

Artículo original

Exclusión social, rechazo y ostracismo: principales efectos

Alejandro Magallares Sanjuan1*

Resumen

Existe en el ser humano una fuerte motivación a formar parte de grupos. Esta necesidad de

pertenencia ha sido seleccionada a lo largo de la evolución dado que aumentaba la tasa de

supervivencia de los individuos. Por esa razón, la exclusión social produce fuertes sentimientos

negativos en la persona que la padece. En los últimos años en la Psicología Social se ha

comenzado a estudiar científicamente los efectos que produce la exclusión social. La creación de

una serie de originales paradigmas de investigación (el juego de la pelota, el test de

personalidad, el grupo de discusión, el vídeo y el ensayo) ha permitido a los investigadores

analizar cuales son las variables psicológicamente relevantes que se ven mermadas al evocar

rechazo en los participantes. Son muchas las consecuencias que produce la exclusión social ya

que se han documentado efectos cognitivos (inteligencia y autoregulación), emocionales

(autoestima, el sentido de pertenencia, la percepción de sentido y aplanamiento emocional),

comportamentales (agresividad, hostilidad, comportamiento prosocial, conducta para aumentar

la red social y la conducta irracional) y físicos (dolor y ritmo cardiaco).

Palabras claves: Exclusión social, rechazo, ostracismo, paradigmas de investigación,

bienestar.

Recibido: 16/11/2010 – Aceptado: 27/08/2011 – Publicado: 29/08/2011

* Correspondencia: [email protected]

1 Profesor Ayudante de Psicologia Social. UNED

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Introducción

Desde la Psicología se afirma la gran importancia que tiene la red social de apoyo y las

conexiones con el grupo de iguales para el equilibrio y el bienestar de los seres humanos. De

hecho, se postula que existe una motivación innata y básica en el hombre para formar relaciones

interpersonales (Deci y Ryan, 2000). Es decir, somos animales sociales (Aronson, 1972), como

afirmaba hace siglos Aristóteles, que necesitamos de la compañía de los demás para poder tener

una existencia plena. Este impulso existente en todo ser humano se traduce en que la gente está

altamente motivada a ser aceptada por los demás, lo que habitualmente se conoce como

necesidad de pertenencia (Baumeister y Leary, 1995). Así, la inclusión promueve sentimientos

positivos de bienestar, ya que permite satisfacer esa necesidad tan primordial, mientras que la

exclusión social cercena está posibilidad por lo que acaba produciendo un efecto muy negativo

sobre la persona afectada. Por ejemplo, se ha encontrado que el bienestar subjetivo es menor en

las personas que están y se sienten solas. Es el caso de las personas mayores, que en muchos

casos informan de un menor estado de bienestar que las personas más jóvenes por el

aislamiento social en el que se encuentran, ya sea por enfermedades físicas, por carecer de

familia o por viudedad (Chappell y Badger, 1989; Pinquart y Sorensen, 2000). También se ha

encontrado que percibir que otras personas están interesadas, nos aprueban y nos aceptan evoca

respuestas muchos más positivas que creer que los demás nos rechazan (Leary y cols., 2001).

Además, se ha comprobado que las respuestas positivas de los demás aumentan nuestro

bienestar físico y psicológico, mientras que la exposición durante un periodo de tiempo elevado

al rechazo está asociado con dificultades psicológicas a nivel clínico y con una salud física

deficitaria (Pressman y Cohen, 2005). En resumen, la salud, la felicidad y el bienestar están

fuertemente relacionadas con el hecho de ser aceptado o rechazado y de hecho se ha hallado que

la gente socialmente deprivada sufre consecuencias mucho más negativas para su salud física y

psicológica que aquellos que gozan el privilegio de tener redes sociales muy ricas (Cacioppo y

cols., 2003).

Para explicar el posible efecto de la exclusión, Leary y cols. (1995), Leary (2001, 2002) y Leary y

Baumeister (2000) proponen la teoría del sociómetro. Leary y cols. (1995), argumentan que la

autoestima ha ido evolucionando a lo largo de los años como un sociómetro. Es decir, desde los

albores de la humanidad, para el hombre el tema de la pertenencia social ha sido capital de cara

a aumentar la tasa de supervivencia (piénsese en las consecuencias graves que tenía para un

individuo la exclusión social). Por esta razón la vida grupal se convirtió en algo fundamental si

se quería lograr una mayor longevidad. Según los citados trabajos, la inclusión en grupos

proporcionaba a la persona la posibilidad de encontrar pareja (reproducción) y también

protección y defensa (frente a predadores), la obtención de alimentos y un lugar en el que

guarecerse. En resumen, son tantas las ventajas adaptativas que proporcionaba el estar incluido

en un grupo que por esta razón se favoreció evolutivamente un mecanismo motivacional de

evitación de la exclusión social (Beach y Tesser, 2000). De hecho, Barchas (1986) argumenta

que la tendencia a formar grupos sociales es la adaptación evolutiva más importante que ha

existido a lo largo de la historia, más incluso que el comportamiento inteligente. Según este

autor, aunque la inteligencia permite a la persona el pensamiento complejo para resolver

problemas de gran dificultad y adaptarse a un ambiente cambiante, los grupos sociales han

ayudado a que el hombre desarrolle de forma muy notable tanto la tecnología como la cultura y

también su bienestar. Por lo tanto, según los citados autores, el mecanismo motivacional sería la

autoestima que funcionaría como un sociómetro capaz de controlar el ambiente social y

detectar señales de rechazo o exclusión y de este modo alertar a las personas mediante

reacciones afectivas negativas cuando se captan esas señales.

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Según los trabajos citados parece que en el ser humano se ha seleccionado de forma natural la

tendencia a la sociabilidad y a formar grupos dado que aumentaba la capacidad de supervivencia

del individuo. Debido a este proceso de selección, el fenómeno contrario, como es la exclusión,

produce un gran estado de malestar en la persona que lo padece, para que de este modo el

individuo que la sufra haga todo lo posible para salir de esa situación. A la luz de la importancia

de este fenómeno, parece igualmente fundamental analizar en qué medida la Psicología ha

estudiado de forma científica la exclusión social. Precisamente, el presente artículo de revisión

trata de analizar qué efecto produce la exclusión social, principalmente sobre el bienestar

psicológico de las personas afectadas, pero como veremos también sobre otras variables

igualmente relevantes. Antes de reseñar las principales investigaciones realizadas al respecto, se

definirá en qué consiste la exclusión social, así como otros términos afines y se repasarán cuales

son los principales paradigmas de investigación usados para estudiar el tema de la exclusión.

Definiciones

Antes de entrar en materia, es importante mencionar que en la literatura revisada existen

diversos conceptos, que a veces se utilizan de forma indistinta, pero que según algunos autores

no significan lo mismo.

Blackhart y cols. (2009) distinguen entre tres términos: rechazo, exclusión social y ostracismo.

El término rechazo hace referencia a cuando una persona busca tener o mantener una relación

con alguien y esa persona le dice que no (no tiene que ser explícitamente). La exclusión social es

más amplia y se produce cuando una persona es puesta en un situación de soledad y se la niega

el contacto social. Es decir, la diferencia principal entre estos dos términos es que en el caso del

rechazo la persona busca el contacto y se le niega, mientras para la exclusión social esa

motivación no se produce. Un tercer término muy afín es el de ostracismo. En este caso es

cuando a una persona se la niega sistemáticamente e intencionalmente la interacción social

evitando cualquier intento de conversación o contacto.

Además de esta definición existen otras igualmente válidas. Quizás uno de los autores más

importantes que ha trabajado en este campo sea Williams por lo que parece oportuno también

observar la concepción que tiene este investigador de estos tres términos. Para Williams (2007)

la exclusión social se define como estar solo o aislado con declaraciones explícitas de que la

persona no es apreciada. Según este autor, el rechazo se define como una declaración por parte

de una persona o grupo de que no se quiere interactuar más con alguien o estar en su compañía.

Por último, el ostracismo sería cuando alguien es ignorado y excluido sin obtener muchas

explicaciones respecto al porqué ni tampoco atención.

Cómo se puede ver las diferencias entre los términos son tan sutiles que cabría plantearse la

utilidad de manejar tres conceptos cuando quizás estén midiendo el mismo constructo

psicológico. Por esta razón Williams (2007) utiliza los términos de manera intercambiable, ya

que asume que los tres conceptos hacen referencia a un mismo proceso general que es el que es

verdaderamente relevante. En este artículo nos sumamos a la propuesta de esta autor ya que

creemos que las diferencias entre términos se basan en matices difícilmente mesurables. Por

esta razón en la revisión acerca de los efectos de la exclusión social incluiremos trabajos acerca

de la exclusión, el rechazo y el ostracismo. Pero antes de entrar a reseñar los principales trabajos

realizados hasta la fecha parece pertinente repasar de forma somera cuales han sido los

principales paradigmas de investigación que se han utilizado para estudiar científicamente la

exclusión social.

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Paradigmas de investigación

El estudio científico de la exclusión se ha realizado de forma muy profusa desde mediados de la

década de los 90 del pasado siglo gracias a la elaboración de una serie de paradigmas que han

permitido estudiar un fenómeno tan complejo como éste en el contexto de un laboratorio.

Aunque existen otros, quizá más minoritarios, en el presente artículo hablaremos de cinco de los

más importantes (elaborados, alguno de ellos, por los autores más relevantes en este campo

como Williams y Baumeister). Es necesario mencionar que algunos de los paradigmas pudieran

suscitar ciertos problemas de ética (dado que elicitan sentimientos muy negativos) pero que en

todos los casos después de haber completado el experimento se realizaba un intenso debriefing

para dejar claro a los participantes que lo sucedido durante el experimento solo perseguía

objetivos de investigación.

Juego de la pelota (ball tossing)

Williams (1997) desarrolló una situación experimental muy original para inducir ostracismo en

sus participantes. En la situación experimental creada, aparentemente sin conexión con el

principal objetivo del estudio, se conseguía que los participantes se sintiesen ignorados y

excluidos de un juego en el que se debían pasar una pelota. En la situación experimental se

pedía a los participantes (2 conchabados con el experimentador y 1 participante real) que tenían

que esperar a que llegase el investigador para que comenzase el estudio. En la espera uno de los

participantes aliados del experimentador comenzaba a jugar con una pelota. En la condición de

ostracismo los dos falsos participantes se pasaban la bola entre ellos no permitiendo al

verdadero participante poder jugar, evitando en todo momento dirigirse a él verbalmente o

siquiera mirarle durante aproximadamente 4 minutos. En la condición de inclusión los

participantes recibían la bola un tercio de las veces.

Existe una versión electrónica del paradigma del juego de la pelota (Williams y cols 2000;

Williams y Jarvis, 2006). Es más eficiente al no requerir la presencia de compinches y menos

traumático para los participantes. En este caso se decía a los participantes que el objetivo del

estudio era analizar la capacidad de visualización mental de las personas para lo cual se

realizaba una tarea asistida por ordenador. Para tal propósito se utilizaba un juego,

denominado Cyberball, en el que los participantes demostraban, supuestamente, sus

habilidades de visualización. Los participantes, sólo en teoría, jugaban con otras 2 o 3 personas

conectadas por Internet (que en realidad no existían), recalcando en todo momento que carecía

de importancia quien cogía o devolvía la pelota virtual para medir la variable relevante del

estudio (que según se decía a los participantes era la visualización espacial). En la condición de

ostracismo los participantes no recibían la bola, como en paradigma tradicional, durando el

experimento unos 30 o 50 lanzamientos. Por el contrario, en la condición de inclusión, a los

participantes se les hacía partícipes del juego electrónico.

Test de personalidad

Twenge y cols. (2001) y Baumeister y cols. (2002) manipularon la exclusión social de una

manera complementaria pero igualmente innovadora. En este caso los citados autores lo hacen

a través de un supuesto test de personalidad en vez de con el juego de la pelota anteriormente

mencionado. En este situación experimental, los participantes, independientemente de sus

características de personalidad, se les daba un feed-back falso acerca de cómo eran. En la

condición de aceptación, a los participantes se les decía que por su carácter tendrían una vida

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social rica, con relaciones satisfactorias, matrimonios estables y largos y con grandes amistades.

Por el contrario, en la condición de rechazo, se les decía a los participantes que según el test de

personalidad que habían realizado era probable que en el futuro tuviesen problemas a nivel

social, que seguramente acabaría sus días solos, que sus amistades y relaciones desaparecerían

al entrar en la treintena y que tenían alta probabilidad de tener varios matrimonios, incluyendo

diferentes fracasos amorosos. También se añade una condición en la que se dice a los

participantes que en el futuro tendrán más accidentes (por ejemplo, que se romperán una pierna

o que se chocaron con su coche) que se compara tanto con el grupo control como con el de

exclusión social.

Grupos de discusión

Nezlek y cols. (1997) idearon otro paradigma para inducir el sentimiento de exclusión en sus

participantes de una forma alternativa, pero igualmente efectiva, a la propuesta por Williams y

Baumeister. En este caso, los autores reunían a sus participantes en pequeños grupos para

hablar sobre ciertos temas. La idea era generar una especie de club de debate donde los

participantes tenían libertad total para discutir diversos temas que variaban tanto en su

complejidad como en la polémica que suscitaban. Antes de entrar en materia se pedía a los

participantes de forma individual que eligieran a la persona o personas con quienes más les

gustaría trabajar para formar grupos de discusión (ya que posteriormente los grupos se

enfrentarían entre sí debatiendo sobre los citados temas). En la condición de exclusión, se les

decía a los participantes que ninguna de las personas que había seleccionado para trabajar con

él le había elegido. Por el contrario, en la condición de inclusión se le indicaba que las personas

seleccionadas querrían trabajar con él de forma gustosa.

Vídeo

Bushman y cols. (2003) utilizan otro procedimiento para inducir la exclusión a sus

participantes. Estos autores decían a sus participantes que antes de realizar una tarea en la que

tendrían que interactuar cara a cara con un compañero debían enviarse vídeos para presentarse

entre ellos. Se les pedía que en primer lugar vieran el vídeo del compañero (se trataba de

actores) ya que supuestamente ellos habían completado esta primera parte de la tarea con

anterioridad. El contenido del vídeo, de unos 3 minutos aproximados de duración, consistía en

una persona (con el mismo género que el participante) hablando de sus planes de futuro así

como de sus hobbies. Una vez visto el vídeo el participante rodaba un vídeo similar pero esta vez

siendo él el protagonista y una vez finalizada esta parte de la tarea el investigador recogía el

vídeo para darlo supuestamente al futuro compañero. Poco después el experimentador

regresaba diciendo que la otra persona se había marchado y que por lo tanto no sería posible

realizar la interacción cara a cara. En la condición de exclusión se les decía a los participantes

que la persona se había marchado porque le había desagradado el vídeo que acababa de ver,

mientras que en la condición control se les indicaba que la otra persona se había tenido que

marchar por otras causas (debido a que tenía una cita a la que debía acudir).

Ensayo

Por último, otro paradigma, menos importante que los anteriormente mencionados, manipula

la exclusión social a través de un procedimiento de carácter más cognitivo. En este caso Gardner

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(2000) plantea una situación experimental muy sencilla consistente en pedir a los participantes

que traten de recordar diversas experiencias de discriminación o rechazo que hayan vivido a lo

largo de los años. Así, en la condición de exclusión se pedía a los participantes que escribieran

un texto sobre los cuáles habían sido sus experiencias de rechazo (por ejemplo, cuando su pareja

les había dejado o les habían echado del trabajo). Por el contrario, a las personas del grupo de

inclusión se les pedía que anotaran en una hoja cuales habían sido las experiencias de

aceptación más agradables que recordasen (por ejemplo, el día de su boda o el día de su

graduación) En este paradigma también se incluye un grupo control en el que se pedía los

participantes que escribiesen sobre lo que habían hecho la mañana en la que se desarrollaba la

investigación.

Efectos del ostracismo, rechazo y la exclusión social

Gracias a la utilización de los paradigmas de investigación anteriormente mencionados ha sido

posible el estudio científico de un proceso tan difícil de medir como es la exclusión. El interés de

los investigadores ha sido ver en qué medida la exclusión social afecta al bienestar

(principalmente la autoestima) de la persona que es rechazada. Sin embargo, en los últimos

años se ha puesto de manifiesto que los procesos de exclusión tienen además efectos de otra

índole. Dado que existen un gran número de trabajos al respecto se ha decidido clasificar las

investigaciones en función de los efectos estudiados: cognitivos, emocionales,

comportamentales y físicos.

Efectos cognitivos

La investigación de la exclusión ha puesto de manifiesto que cuando se manipulan los

sentimientos de rechazo las personas que forman parte del grupo socialmente aislado tienen

déficits cognitivos serios comparados con el grupo control. Estos efectos hacen referencia

principalmente al comportamiento inteligente y a la auto-regulación de las personas.

La primera demostración experimental de este fenómeno fue la realizada por Baumeister y cols.

(2002). Estos autores realizaron tres estudios (40, 65 y 82 estudiantes respectivamente) para

demostrar que la exclusión social afecta a nivel cognitivo. Lo que se encontró en estos estudios

es que la exclusión social, inducida a través del paradigma del test de personalidad, producía un

descenso de la conducta inteligente (medido a través de un test de CI, razonamiento verbal,

matemático y espacial). Este descenso del rendimiento se encontró para tareas cognitivamente

complejas como problemas de lógica y razonamiento. Sin embargo, cuando se trataba de tareas

cognitivamente simples el rendimiento no se vio afectado (repetir una serie de sílabas sin

sentido). Se comprobó que sólo la exclusión social producía un decremento del rendimiento

puesto que cuando se les decía que sufrirían en su futuro simplemente mala suerte (accidentes y

lesiones) no se redujeron el número de aciertos. Se comprobó que la manipulación de la

exclusión afectaba principalmente a la velocidad de los participantes y a su fiabilidad y este

efecto estaba mediado por el estado de ánimo (medido a través del PANAS).

Posteriormente Baumeister y cols. (2006) demostraron experimentalmente que la exclusión y el

rechazo social también reducen la auto-regulación de las personas. En el primer experimento

(36 sujetos), realizado con el paradigma del test de personalidad, se comprobó que los

participantes de la condición de rechazo consumían menos una bebida saludable aunque de mal

sabor. En el segundo experimento (38 sujetos), con el paradigma del grupo de discusión, se

comprobó que los participantes de la condición de exclusión comían más galletas que los

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participantes del resto de condiciones. En el experimento 3 (45 estudiantes), con el paradigma

del test de personalidad, los participantes de la condición de exclusión dejaban de hacer mucho

tiempo antes tareas muy frustrantes para medir capacidad viso-espacial con figuras

geométricas. En los experimentos 4 (30 sujetos diestros), 5 (51 estudiantes diestros) y 6 (45

estudiantes diestros), realizados con el paradigma del test de personalidad, la exclusión reducía

la auto-regulación en una tarea de escucha dicótica (debían anotar palabras que empezaban por

letras que escuchaban por su oído izquierdo). Estos autores encontraron que esos descensos en

la capacidad de auto-regulación (cometían más errores) podían ser eliminados si se ofrecía a los

participantes dinero como recompensa (estudio 5) o incrementando la autoconciencia a través

de un espejo (experimento 6). Es decir, la gente rechazada tenía intacta la capacidad de auto-

regular su comportamiento pero no estaba dispuesta a realizar tal esfuerzo.

En esta misma línea, el último trabajo realizado hasta la fecha, es el elaborado por DeWall y

cols. (2008). Estos autores realizaron 7 experimentos para estudiar el efecto de la exclusión

social en la auto-regulación. En este caso encontraron que los participantes excluidos veían

mermada su capacidad auto-regulatoria cuando creían que las tareas medían capacidades

individuales, mientras que los participantes de la condición de inclusión tuvieron un

rendimiento más bajo cuando la tarea se presentaba como un indicador de la capacidad para las

relaciones interpersonales (aunque ofrecer incentivos a los participantes eliminaba este déficit

en la auto-regulación). En el primer experimento (36 estudiantes), realizado con el paradigma

del test de personalidad, se les pedía a los participantes que realizaran una tarea que medía su

habilidad consistente en sacar una serie de objetos de una caja con una tapa con agujeros

mediante unas pinzas siendo el objetivo de la misma evitar tocar los contornos de los huecos al

sacar los objetos encerrados. A la mitad de los participantes se les indicaba que la realización de

forma exitosa en esta prueba era una medida indirecta de las habilidades sociales y de relación

de los participantes. Se halló que en general los participantes de la condición de exclusión social

rendían peor que los de la condición de inclusión cuando la prueba era diagnóstica de

habilidades personales. Sin embargo en la condición de exclusión rendían mejor (menor

número de errores) cuando se les decía que la prueba era diagnóstica de sus habilidades

sociales. En el experimento 2 (40 estudiantes diestros) se replicó el mismo efecto para una tarea

de escucha dicótica (escuchar por el oído izquierdo palabras y tener que escribir aquellas que

empezaron por m y por p mientras que por el oído derecho escuchaban un discurso que

funcionaba como distractor): los participantes de la condición de exclusión rendían mejor

cuando se les decía que la tarea de la escucha dicótica era una claro indicador de sus habilidades

sociales. En el experimento 3 (57 estudiantes) se halló el mismo efecto solo que en este caso la

manipulación de la exclusión se realizó de una forma complementaria (una variante del

paradigma del vídeo) y en este caso con una tarea de tipo Stroop (palabras de colores con

colores que concuerdan o bien que son incongruentes): cuando se les decía que la prueba medía

habilidades individuales los excluídos rendían peor pero cuando se supone que medía la

capacidad social, los participantes de esta condición aumentaban su rendimiento. En el

experimento 4 (145 estudiantes), se manipuló la exclusión social con el paradigma del test de

personalidad, se midió la tolerancia de los participantes al dolor cronometrando el tiempo que

tardaban en sacar la mano de un recipiente que contenía agua a muy baja temperatura. De

nuevo se encontró que en general los participantes de la condición de exclusión reducían su

comportamiento auto-regulatorio (menos tiempo con la mano metida en agua fría) pero cuando

se les decía que la tarea era diagnóstica de sus habilidades sociales incrementaban su

rendimiento frente el grupo control (más segundos en el agua). En el experimento 5 (47

estudiantes) se halló un efecto similar pero esta vez con una tarea diferente consistente en

resolver durante el tiempo que quisieran una serie de anagramas (en realidad el 95% eran

imposibles de realizar) hasta un máximo de 30 minutos. Otra vez se encontró que cuando se les

decía que la resolución de este tipo de problemas era indicador de las habilidades sociales los

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participantes de la condición de exclusión rendían mejor (más tiempo dedicado a resolver los

anagramas). En el experimento 6 (55 estudiantes) se replicó el estudio anterior pero añadiendo

la posibilidad de darles 20 dólares en el caso de que realizaran la tarea de forma exitosa. Ahora

los participantes de la condición de inclusión cuando se les decía que la tarea medía habilidades

sociales aumentaban su auto-regulación obteniendo un rendimiento mucho más alto (más

tiempo dedicado a los anagramas) cuando se les ofrecía una recompensa, lo que indica que no es

que su capacidad se hubiera vista afectada sino que simplemente no tenían la motivación para

realizar tal comportamiento. Por último en el experimento 7 (153 estudiantes), utilizando el

paradigma del test de personalidad, encontraron resultados similares pero con una tarea de

resolución de problemas matemáticos sencillos. En conjunto, estos experimentos ponen de

manifiesto que cuando la aceptación se ve amenazada el efecto cognitivo de disminución de la

capacidad de auto-regulatoria se incrementa. Por otro lado, a las personas socialmente incluidas

cuando ven satisfechas con creces sus necesidades de aceptación, se les produce una reducción

momentánea del impulso de inclusión que acaba produciendo una reducción cognitiva que

afecta a su auto-regulación. Es decir, que la gente socialmente aceptada no tiene problemas en

su auto-regulación pero no se esfuerzan en realizar una conducta para obtener más apoyo social

cuando se les ha garantizado tal inclusión social.

Efectos emocionales

El grueso de trabajos presentado en este epígrafe trata de responder a la siguiente pregunta: ¿en

que medida la exclusión social produce efectos negativos en la capacidad de sentirse bien de la

persona que sufre el rechazo? A continuación se presentan investigaciones que ponen de

manifiesto que la exclusión social produce decrementos significativos de la autoestima, el

sentido de pertenencia, la percepción de sentido y en general un efecto de aplanamiento

emocional.

Uno de los trabajos más relevantes acerca de la relación que existe entre bienestar psicológico y

exclusión social fue el realizado Leary y cols. (1995). Como ya se ha dicho en la parte de la

introducción en el citado artículo se exponía de forma brillante la teoría del sociómetro, pero

además de esta interesantísima aportación teórica el trabajo iba acompañado de 5 estudios

empíricos que demostraban científicamente el nexo de unión negativo entre la autoestima y la

exclusión social. En el primer estudio (150 estudiantes), Leary y cols. (1995) demostraron que

los sentimientos de los participantes variaban en función de la percepción que tenían del

rechazo que ciertas conductas podrían llegar a ocasionarles a nivel social. Así, por ejemplo

conductas como donar sangre (que produce admiración en los demás) generaba sentimientos

más positivos que por ejemplo copiar en un examen (que era percibida como una conducta que

los demás rechazaban). En el estudio 2 (160 estudiantes) se encontró que los participantes que

se sentían incluidos en una situación social real tenían sentimientos más positivos. En este caso

cuando se pedía a los participantes que escribieran acerca de una experiencia en la que se había

sentido excluidos los sentimientos elicitados eran mucho más negativos. En los estudios 3 y 4

(112 y 90 estudiantes), la exclusión social manipulada experimentalmente producía un descenso

de la autoestima de los participantes cuando sabían que el resto de compañeros no querían

trabajar con ellos por razones personales (no cuando la exclusión era al azar). Por último, el

estudio 5 (220 estudiantes) puso de manifiesto que la autoestima de los participantes

correlacionaba de forma muy elevada (r = -.55) con el grado en que se sentían excluidos por

otras personas. Tomados en su conjunto estos 5 estudios son una de las primeras

demostraciones a nivel empírico de que la exclusión produce niveles bajo de autoestima.

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Además de la autoestima, también se ha estudiado el efecto de la exclusión social sobre variables

tan relevantes como pueda ser el sentido de pertenencia o de la existencia. Por ejemplo, Stillman

y cols. (2009) encontraron recientemente que la exclusión social reducía la percepción global de

que la vida tenía sentido. La manipulación experimental del estudio 1 (108 estudiantes) fue

realizada con el paradigma del vídeo y del estudio 2 (121 estudiantes) con el del juego de la

pelota (versión electrónica) y encontraron que frente al grupo control, los participantes del

grupo de exclusión social percibían la vida como algo sin sentido (puntuaciones más bajas en

diversos cuestionarios para medir este constructo). En el estudio 3 (202 estudiantes) los

participantes completaron on-line una serie de cuestionarios de exclusión social (medida como

soledad), felicidad, optimismo, depresión y estado de ánimo encontrando que era la soledad

informada la variable que en la regresión explicaba la percepción de la vida como algo sin

sentido.

Además de la autoestima y el sentido de la existencia el rechazo también causa una importante

merma en la expresión emocional. De hecho, Twenge y cols. (2003) demostraron

científicamente que la exclusión social producía un estado de aplanamiento afectivo y

emocional. Los resultados (usando el paradigma del grupo de discusión) pusieron de manifiesto

que los participantes de la condición de exclusión sobrestimaban los intervalos de tiempo

(tenían que indicar cuantos segundos habían trascurridos cuando se paraba un cronómetro),

tenían problemas para demorar las gratificaciones (preferían un trabajo malo pero inmediato

que uno mejor pero de cara al futuro) y se centraban mas en el presente que en el pasado

(experimento 1, 54 estudiantes). Los participantes rechazados también estaban más de acuerdo

con la idea de que la vida no tenía sentido (experimento 2, 96 estudiantes). También los

miembros de este grupo experimental, en este caso manipulada a través del paradigma del test

de personalidad, eran menos capaces de escribir palabras (en este caso completar refranes de lo

que solo se les daba el principio) y además lo hacían con tiempos de reacción mucho más lentos

(experimentos 3 y 4 con 43 y 100 estudiantes respectivamente). Además, en tareas de emoción

implícita (en la pantalla aparecían palabras durante un breve lapso de tiempo y debían indicar

posteriormente si recordaban aquello que habían visto) elegían y recordaban menos palabras

emocionales (experimento 5, 30 estudiantes), resultado que se corroboraba también con

medidas explícitas (experimentos 1, 2, 3 y 6). Por último, con el paradigma del test de

personalidad, también se halló que los participantes de la condición de exclusión evitaban la

autoconsciencia ya que preferían sentarse en una silla que tuviera delante una pared en vez de

un espejo (experimento 6, 40 estudiantes). Es decir, las personas excluidas entran en un estado

defensivo que les dificulta el pensamiento, la emoción y la auto-consciencia y que en general se

caracteriza por un estado de aletargamiento.

Por último, presentamos los resultados de un reciente estudio que glosa a la perfección cuales

son los principales efectos a nivel emocional de la exclusión. En concreto, en el meta-análisis

realizado por Blackhart y cols. (2009) se ha estudiado los efectos que produce la exclusión

social (rechazo interpersonal y ostracismo) en el bienestar. De los 161 estudios analizados que

manipulaban experimentalmente la exclusión social el tamaño del efecto encontrado fue de 0.27

para el caso de medidas de emoción y afecto lo que quiere decir que los participantes de la

condición de rechazo reportaban estados de ánimo más negativos que los sujetos pertenecientes

a condiciones control. Cuando se estudia la discriminación real o percibida (un total de 47

trabajos incluidos en el meta- análisis) el tamaño del efecto hallado fue de 0.28. Es decir, según

este resultado las personas que crónica y continuamente reciben rechazo por parte de sus

iguales y los sujetos que perciben que son rechazados por los demás informan de un mayor

afecto negativo comparadas con los grupos de personas que no se sienten excluidas. En el caso

de la autoestima encontramos resultados similares. Para los estudios en lo que se manipulaba

experimentalmente la exclusión social (72 trabajos en total) el tamaño del efecto fue de 0.30 lo

que significa que los participantes de la condición de rechazo informaban de menor autoestima

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que los pertenecientes a la condición control. Para los trabajos que miden exclusión en el mundo

real (28 estudios) el tamaño del efecto, para el caso de la autoestima, fue de 0.29, lo que indica

que la gente rechazada en su día a día tiene menos autoestima que la gente que no se siente

rechazada.

Por lo tanto, según este meta-análisis tan reciente la exclusión social tiene un claro efecto tanto

sobre el estado de ánimo (más emociones negativas) como sobre la autoestima.

Efectos conductuales

En este apartado se van a revisar que efectos produce la exclusión a nivel de conducta. En

concreto se ha hallado que las personas socialmente rechazadas ayudan menos a los demás, son

más agresivos y hostiles, realizan comportamientos para aumentar sus redes sociales y se

embarcan en comportamientos que ponen en peligro su propia salud.

La investigación ha hallado un nexo de unión claro entre rechazo y conducta de ayuda. Twenge y

cols. (2007) demostraron por primera vez, mediante el paradigma del test de personalidad, que

la exclusión social producía una reducción sustancial en el comportamiento prosocial de los

participantes. Por ejemplo, se halló que la gente socialmente excluida donaba menos dinero

para una buena causa (estudio 1, 34 participantes), participaba menos como voluntaria en un

futuro experimento (estudio 2, 20 participantes), ayudaba menos después de que el

experimentador tirara unos lápices por accidente (estudio 3, 49 participantes), y cooperaban

menos en un tarea basada en el dilema del prisionero (estudio 4 y 5, 27 y 31 participantes

respectivamente) con otro compañero. Es importante recalcar que los resultados eran

independientes del coste para la propia persona y de la persona que recibía la ayuda. Se

encontró además que los sentimientos de empatía mediaban estos resultados (estudio 7, 30

participantes) pero no el estado de ánimo, la autoestima, los sentimientos de pertenencia o la

confianza (estudio 6, 68 participantes). Según los autores, estos resultados implican que el

rechazo interfiere temporalmente con las respuestas emocionales, impidiendo que la empatía se

desarrolle (y por lo tanto no entendiendo a los demás) lo que produce una menor inclinación a

ayudar a los demás y a cooperar con ellos.

Además de reducir la conducta de ayuda, en el contexto del laboratorio también se ha hallado

que las personas socialmente rechazadas son más hostiles. Twenge y cols. (2001) realizaron la

primera demostración experimental de que la exclusión incrementaba las respuestas

antisociales y agresivas de lo sujetos que la padecían mediante el paradigma del test de

personalidad. Los resultados pusieron de manifiesto que la gente de la condición de exclusión

hacía una evaluación de un candidato a un trabajo de forma mucho más negativa de aquellas

personas que les habían criticado con anterioridad acerca de un supuesto ensayo sobre el tema

del aborto (experimentos 1 y 2 con 47 y 16 estudiantes respectivamente). Los participantes de la

condición de exclusión, en este caso manipulada con el paradigma del grupo de discusión,

también les suministraban más ruido cuando realizaban un tarea de ordenador a la persona que

les había rechazado con anterioridad (experimento 4, 30 estudiantes) e incluso cuando no

habían llegado a interactuar (experimento 5, 34 estudiantes). Por el contrario lo que se halló es

que los participantes de la condición de exclusión no eran más agresivas hacia personas que con

anterioridad les habían alabado y elogiado el ensayo sobre el tema controvertido del aborto

(experimento 3, 32 estudiantes). Las respuestas de los participantes se debían tan solo a la

exclusión social (puesto que en la condición de mala suerte en el futuro no se produjeron estos

resultados) y no estaban mediados por las reacciones emocionales. En esta misma línea, más

recientemente DeWall y cols. (2009) han estudiado la relación existente entre agresión y la

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exclusión social. Según estos autores la exclusión social incrementa la agresividad ya que

produce que la información en principio neutral se acabe percibiendo como hostil y en contra de

la persona. En los experimentos 1 a y 1b (33 y 45 estudiantes respectivamente), con el paradigma

del vídeo, se pedía los participantes que realizaran dos tareas. La primera de ellas consistía en

que tenían que juzgar la similitud de 2 series de palabras, unas relacionadas con la agresividad y

otras ambiguas. La segunda tarea consistía en dar a los participantes una serie de palabras con

letras ausentes con el objetivo de que las completaran (siendo posible hacerlo con palabras

agresivas o bien neutrales). Lo que se halló fue que los participantes de la condición de exclusión

percibían como más parecidas las palabras agresivas y los ítems ambiguos y además

completaban más palabras agresivas en la segunda tarea comparados con el grupo control. En

los experimento 2 y 3 (30 y 50 estudiantes respectivamente), realizado con el paradigma del test

de personalidad, los participantes de la condición de exclusión percibían como más hostil un

texto ambiguo y además recomendaban menos y valoraban peor a un futuro candidato para un

puesto de trabajo como investigador asociado. En el experimento 4 (32 estudiantes), de nuevo

manipulando la exclusión con el test de personalidad, se halló que los participantes de la

condición de exclusión administraban más ruido desagradable a otra persona cuando se

equivocaban en una tarea. Es decir, se ha hallado que comparado con la condición de aceptación

y la de control, los participantes de la condición de exclusión percibían las palabras agresivas y

ambiguas como más similares (experimento 1 a), completaban fragmentos de palabras con

palabras agresivas (experimento 1 b) y catalogaban las acciones ambiguas de las demás personas

como hostiles (experimentos 2 a 4). Este comportamiento agresivo de los participantes

excluidos se producía aunque las otras personas no tuvieran nada que ver con su rechazo

(experimentos 2 y 3) o incluso aunque no hubieran tenido ninguno tipo de contacto previo

(experimento 4). Además se encontró que los pensamientos hostiles ejercían de mediador entre

la exclusión y el comportamiento agresivo.

Además de la conducta prosocial o la agresividad y la hostilidad, la exclusión afecta a la manera

que tienen las personas de relacionarse con los demás. Por ejemplo, Maner y cols. (2007) han

encontrado datos que demuestran que la gente socialmente excluida se embarca en

comportamientos que les permiten la oportunidad de establecer contactos con otras personas

para de este modo tener nuevas oportunidades sociales de lograr la inclusión por otros medios.

Así, se ha hallado que el rechazo incrementaba el interés de los participantes en hacer nuevas

amistades a través de un servicio ofrecido por la Universidad (estudio 1, paradigma del ensayo,

56 estudiantes), de trabajar con otras personas cuando se les ofrecía realizar una tarea o bien

solos o bien en una sala con más participantes (estudio 2, paradigma del test de personalidad,

34 estudiantes), se formaban impresiones más positivas en los demás en lo que respecta a la

dimensión de sociabilidad en una tarea de percepción de personas (estudios 3 y 4, paradigma

del grupo de discusión y del video, 18 y 34 estudiantes respectivamente) y asignaban más

recompensas (5 dólares) a compañeros de interacción durante una tarea (estudio 5, paradigma

del video, 49 estudiantes). Es interesante ver que se halló que los participantes de la condición

de exclusión no buscaron contacto con aquellas personas que les habían excluido ni con aquellas

personas con las que no se anticipaba una futura interacción cara a cara (estudio 6, paradigma

del video, 53 estudiantes). En esta misma línea, Mead y cols. (en prensa) han realizado

recientemente 4 experimentos muy originales e interesantes para demostrar que la exclusión

social influye también el comportamiento del consumidor. En el experimento 1 (30 estudiantes),

realizado con el paradigma del vídeo, se comprobó que los participantes de la condición de

exclusión preferían comprar objetos relacionados con la pertenencia grupal (por ejemplo, que

tuvieran logotipos de la universidad de donde procedían los sujetos) que otros regalos prácticos

(por ejemplo, una taza o libro de notas) u otro tipo de regalos (como, una caja de galletas o gel).

En el experimento 2 (149 estudiantes) se pedía a los participantes que valorasen diferentes

productos: algunos eran de lujo (un reloj muy bueno), otros eran sencillos (una cuenta que

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ofrece al cliente una alta rentabilidad) y otros eran neutrales (una cuenta de una página de

internet para acceder a descargas de programas de televisión y películas). Utilizando la

manipulación del test de personalidad encontraron que los participantes de la condición de

exclusión al interactuar con un supuesto compañero, asemejaban sus valoraciones de los

diferentes productos a las realizadas por la otra persona. Es decir, que si el compañero valoraba

de forma positiva los productos de lujo, el participante tenía una opinión similar,

independientemente de sus gustos, en la condición de exclusión social. En el experimento 3 (151

estudiantes no asiáticos) se realizó la manipulación experimental del test de personalidad.

Encontraron que en una supuesta tarea de preferencias de comidas la gente daba juicios más

favorables (y se gastaba más dinero en su compra) acerca de una comida poco atractiva desde el

punto de vista occidental (como son las patas de pollo) cuando interactuaban con un compañero

de origen chino en la condición de exclusión social. Por último, en el experimento 4 (120

estudiantes) realizado con el paradigma del ensayo se les planteaba a los participantes

diferentes situaciones imaginarias. En la situación privada se les pedía que imaginaran cómo

reaccionarían si encontraran en su apartamento una bolsa de cocaína perteneciente a un

compañero de piso ausente, mientras que en la situación pública se les decía lo mismo solo que

en este caso cambiando el escenario a una fiesta con amigos. Lo que se halló fue que los

participantes de la condición de exclusión tenían una actitud más favorable hacia la cocaína en

la condición de la situación pública pero no en la privada (solo la primera ofrecía posibilidades

de incrementar la red social). En general los resultados ponen de manifiesto que las personas

socialmente excluidas sacrifican su bienestar personal y económico en aras de aumentar su red

social.

Por último, en lo que se refiere a los efectos conductuales, hallamos que la exclusión también

produce que las personas realicen más conductas irracionales y peligrosas. Twenge y cols.

(2002) realizaron 4 experimentos con el paradigma del test de personalidad para demostrarlo.

En los experimentos 1 y 2 (50 y 36 estudiantes respectivamente) se les daba a los participantes

dos opciones a elegir: una lotería A con un 70 % de probabilidades de ganar dos dólares (y con

30 % de perder, siendo en este caso el castigo tener que escuchar durante 3 minutos el ruido

desagradable de unas uñas sobre una pizarra) y la lotería B con el 2% de probabilidades de

conseguir 25 dólares y el 98% de perder (de nuevo con el ruido desagradable). Los resultados

pusieron de manifiesto que los participantes de la condición de exclusión se sometían a más

riesgo y elegían mucho más frecuentemente la lotería B. En el experimento 3 (31 estudiantes) se

midió la conducta de salud de los participantes. En este caso se midieron 3 respuestas: por

participar en el estudio se les daba como regalo una pequeña chuchería que bien podía ser un

alimento más calórico (chocolatina) o más saludable (barra de muesli), también mientras

esperaban para realizar el supuesto experimento se les permitía o bien rellenar un cuestionario

de salud (del que recibirían un futuro feed-back) o bien leer revistas normales (como por

ejemplo People) y por último se les ofrecía tomarse el pulso o bien en reposo o después de haber

corrido después de 2 minutos. De nuevo se halló que los participantes del grupo de exclusión

(frente al control y la condición de accidentes) realizaban más comportamientos de riesgo,

tomando decisiones negativas para la salud (preferían más la barra de chocolate, leer las revistas

y tomarse el pulso en marcha). Por último en el experimento 4 (39 estudiantes) se estudió como

las personas excluidas tienden a procastinar más que los del grupo control y los de la condición

de accidentes. En este caso se les decía a los participantes que les iba a medir su habilidad para

el razonamiento matemático o numérico, pero que antes de realizar tal prueba se les permitía

entrenar durante 15 minutos. El entrenamiento consistía en realizar una serie de

multiplicaciones durante el citado tiempo en una sala de espera. En la citada sala se colocaron

estímulos distractores (como una Game Boy con el Tetris o una serie de revistas). Lo que se

halló fue que los participantes de la condición de rechazo empleaban más tiempo jugando a la

consola o leyendo las revistas que entrenando (es decir, procrastinaban más).

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Efectos físicos

Además de las mencionadas consecuencias cognitivas, emocionales y conductuales, la

investigación también ha demostrado que la exclusión produce un efecto físico muy similar al

que produce el dolor. Se trata en este caso de estudios que han utilizado técnicas de

neuroimagen para demostrar científicamente las bases neurológicas que tiene el rechazo social.

Además el rechazo también altera el ritmo cardiaco de las personas socialmente excluidas.

MacDonald y Leary (2005) argumentan que la exclusión social se vive como algo doloroso

porque las reacciones al rechazo están mediadas por el sistema físico del dolor. El argumento

que presentan estos autores es evolutivo: la exclusión social es dolorosa porque el hecho no estar

incluido en un grupo reducía la capacidad de supervivencia del individuo. Según estos autores

existe una clara convergencia entre los dos tipos de dolores tanto en pensamiento, emoción y

conducta y que por lo tanto el dolor físico como el social comparten mecanismos psicológicos.

Esta idea ha sido testada empíricamente en el laboratorio y sus resultados han sido publicados

en quizás la revista más prestigiosa que existe actualmente como Science. El crédito hay que

dárselo a Eisenberger y cols. (2003) que realizaron el primer trabajo de neurociencia que puso

de manifiesto que breves episodios de ostracismo tenían consecuencias fisiológicas. En este

estudio de neuroimagen (realizado con resonancia magnética o fMRI) se examinaron los

correlatos neuronales de la exclusión social para demostrar científicamente que las bases

cerebrales del dolor social son similares a las del dolor físico. Los participantes del estudio

fueron escaneados mientras jugaban al Cyberball. Lo que se encontró fue que el cortex anterior

cingulado y el cortex prefrontal ventral derecho estaban más activado en la condición de

exclusión social que en el grupo control. Ambos córtex son zonas relacionadas con el dolor físico

lo cual demuestra la similitud que existe entre ambos tipos de dolores. De hecho, la

investigación también muestra que el rechazo incrementa el dolor y los sentimientos de dolor.

Por ejemplo, en un estudio se pedía a los participantes que recordaran situaciones de dolor

físico y dolor a nivel social. Se halló que los niveles de dolor eran más altos cuando los eventos

que recordaban eran sociales que cuando se evocaban episodios de dolor físico (Chen y cols.,

2008).

Además de la demostración del nexo de unión entre el dolor físico y el social, la investigación

también ha puesto de manifiesto que la exclusión social también afecta al ritmo cardiaco. En

concreto, Gunther Moor y cols. (2010) muy recientemente han encontrado que el rechazo

produce un descenso de la tasa cardiaca. Los participantes de este estudio tenían que ver una

serie de rostros en una tarea de percepción de personas y juzgar una serie de características,

para después interactuar con ellos. Posteriormente en la condición de rechazo se les indicaba

que las personas que habían visto no querían interactuar con ellos o bien se les decía que si que

estaban dispuestos (condición de inclusión). Lo que se halló fue que los participantes de la

condición de exclusión tenían una menor frecuencia cardiaca cuando les comunicaban la noticia

del rechazo si se comparaba con el grupo control (que se les decía que habían sido aceptados).

Según los citados autores este fenómeno fisiológico que se produce ante la exclusión está

relacionado con el sistema nervioso parasimpático, que controlaría la emisión de este tipo de

respuestas con el objetivo de una regulación afectiva en el individuo (en este caso a través de

una reducción de la tasa cardiaca).

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Discusión

La exclusión, como acabamos de ver, produce importantes efectos a nivel cognitivo, emocional,

conductual y físico. Sin bien todos ellos son interesantes quizás uno de los aspectos más

importantes sea el cómo las personas rechazadas suelen sufrir un menor bienestar psicológico.

De hecho, la investigación pone de manifiesto que uno de los mejores predictores de la

autoestima es el grado en que la gente cree que son aceptados por los demás (Leary y

MacDonald, 2003). Además, existen trabajos (Williams y cols., 2000) que hallan una relación

lineal entre exclusión social y malestar psicológico. Por ejemplo, se encontró que a mayor

ostracismo, medido con el paradigma de la pelota, (solo dos pases al principio) mayor era el

estrés en los participantes, y que a menos ostracismo (uno de cada seis pases van al

participante) menos estrés. También se halló el efecto contrario: a mayor inclusión (pases por

turnos con el resto de los compañeros) y sobre-inclusión (todos los pases al participante) menor

estrés. Es decir, que tomados en su conjunto estos trabajos alertan de las graves consecuencias

emocionales que puede tener la exclusión sobre las personas que la padece. Por lo tanto, además

de la investigación básica sobre los procesos relacionados con este fenómeno, parece necesario

también realizar intervenciones en el mundo social para evitar que diversos colectivos en riesgo

acaben sufriendo situaciones de exclusión. En ese sentido, y dado que se ha demostrado

científicamente que la exclusión tiene además consecuencias físicas, parece necesario establecer

protocolos de actuación a nivel terapéutico para casos de personas socialmente marginadas.

El rechazo como hemos señalado aumenta la conducta agresiva y disminuye la conducta

prosocial, pero también, al mismo tiempo, produce un aumento de la conducta socialmente

reparadora (la persona excluida trata de realizar conductas que mejoren su red social). De

hecho, la investigación ha encontrado que las personas socialmente excluidas están más atentas

a la información social (Pickett y Gardner, 2005). Por ejemplo, en el trabajo de Bernstein y cols.

(2008) los participantes de la condición de exclusión obtenían mejores resultados en una tarea

de detección de sonrisas verdaderas y falsas. Además (Bernstein y cols., 2010) los participantes

de la condición de rechazo preferían interaccionar más con aquellos sujetos que mostraban

sonrisas verdaderas comparados con las condiciones control y de inclusión. Es decir, la

exclusión estimulaba las respuestas adaptativas que facilitaban la conexión con otros individuos.

Por lo tanto, dado esa disparidad de resultados, sería interesante plantear estudios que trataran

de analizar si existen variables situacionales o contextuales que promuevan más la aparición de

cierto tipo de conductas.

Para ir concluyendo, es importante destacar que la mayoría de investigaciones reseñadas han

estudiado el rechazo al individuo pero hasta la fecha no existen trabajos sobre cómo afecta la

exclusión a nivel grupal o incluso societal. Por esta razón sería interesante plantear trabajos que

pudieran analizar en qué medida la exclusión puede afectar a diversos grupos (por ejemplo, los

pueblos gitanos) o países (por ejemplo, el veto a Cuba por parte de Estados Unidos). De hecho la

principal ventaja que aporta la Psicología Social es un enfoque integrador que le permite

explicar un problema desde multitud de puntos de vista. Desde Kurt Lewin la Psicología Social

se propone combinar procesos de distinta naturaleza (que algunos autores llaman niveles y

otros dominios). Así, cualquier problema de índole social debe ser analizado no sólo en su

vertiente individual, sino en la interpersonal y en un plano más social o cultural. En ese sentido,

estos dos últimos aspectos no han llegado a ser considerados en las investigaciones planteadas.

Por último, en la línea que marca la Psicología Positiva sería interesante realizar investigaciones

acerca de las posibles maneras que tienen los individuos para enfrentarse al rechazo. Es decir,

analizar en qué medida las personas que se enfrentan al rechazo disponen de herramientas para

sobrellevar tales situaciones de exclusión. Especialmente interesante sería estudiar qué

estrategias de coping disponen las personas socialmente rechazadas para afrontar la

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discriminación. La realización de este tipo de investigaciones enriquecería la aplicación de

tratamientos a las personas socialmente excluidas ya que de esta manera desde la clínica se

podrían promover aquellas conductas que en la investigación hayan mostrado relaciones

positivas con el bienestar de las personas rechazadas.

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Cite este artículo de la siguiente forma (estilo de Vancouver):

Magallares Sanjuan A. Exclusión social, rechazo y ostracismo: principales efectos.

Psicologia.com [Internet]. 2011 [citado 29 Ago 2011];15:25. Disponible en:

http://hdl.handle.net/10401/4321