fabio frosini, marxismo y diversidad
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I Colóquio Internacional de Filosofia Política & DiversidadesUniversidade Federal de Uberlândia (Instituto de Filosofia e Programa de Pós Graduação em Filosofia) – 25-27 de mayo 2015.TRANSCRIPT
I Colóquio Internacional de Filosofia Política & Diversidades
Universidade Federal de Uberlândia (Instituto de Filosofia e Programa de Pós Graduação em
Filosofia) – 25-27 de mayo 2015
Fabio Frosini
Universidad de Urbino – Italia
Marxismo y diversidad
Resumo
En la historia del marxismo a la noción de “diversidad” no se le ha reservado una función clave, ni
tampoco se le ha dado gran importancia. La diversidad ha sido más bien criticada como un
“residuo” del particularismo o se le ha asignado un papel meramente coyuntural, como algo
transitorio, que hay que superar gracias al movimiento de universalización que conlleva el
desarrollo de la estructura económica, es decir por el crecimiento cuantitativo y cualitativo de las
“fuerzas de producción”. En este espacio científico y cultural – caracterizado por el “estadialismo”,
el “desarrollismo” y el “economismo” – que ha hegemonizado el discurso marxista al menos hasta
la revolución de Octubre, ha dominado la idea de que hay una sola vía que conduce al socialismo, y
es la del capitalismo de modelo inglés, es decir el capitalismo industrial que produce una inmensa
cantidad de obreros industriales que terminaran por “enterrar” las relaciones sociales de explotación
que ellos alimentan con su trabajo. Entre las numerosas presuposiciones, más o menos implícitas de
esta idea, se encuentra seguramente la, por lo menos tendencial, separación cultural de los
“proletarios” respecto de las formaciones ideológicas dominantes en sus países (se recuerde la
afirmación del Manifiesto del partido comunista, que los proletarios no tiene ni religión, ni patria, ni
familia). Teniendo en cuenta esta situación, en la primera fase del marxismo las figuras de la
diversidad se pueden agrupar alrededor de tres categorías: el nacionalismo (en oposición al
internacionalismo proletario), el etnicismo (en oposición a la clase) y el particularismo cultural (en
oposición a la unidad fundamental de los oprimidos bajo condiciones parecidas de explotación).
Respecto a este esquema, el 1917 representa una fractura dramática, no sólo porque la revolución
explotó en un país “periférico”, sino también porque la Unión Soviética inauguró un método de
gobierno que no trataba las “particularidades” nacionales, étnicas, lingüísticas y culturales – en una
palabra, la inmensa gama de “diversidad” presente en el territorio del Estado – como un obstáculo,
o aún peor como un “error” que había que erradicar, sino como un punto de apoyo para la
construcción de un espacio unitario en su concreta diferenciación interna. Desde entonces, el
método de la diversidad – que es a la vez un modelo epistémico y una estrategia de lucha política y
de gobierno – ha reaparecido de manera intermitente en la historia del marxismo, sea en su historia
política (p. ej. en las luchas nacionalistas en las colonias), sea en su historia teórica. A pesar de
todos los esfuerzos teóricos (A. Gramsci, J. C. Mariátegui, R. Zavaleta, etc.) y las experiencias
políticas en muchos países, este método está muy lejos de haber conquistado derecho de ciudadanía
en un marxismo que, por su parte, conoce desde al menos treinta años una de sus crisis más
profundas.
Palabras clave: Marxismo. Diversidad. Ciudadanía.
2
1. Una definición
Empezaré con una definición: “diversidad” es el opuesto “identidad”, en el sentido que lo
que es diverso se define como lo que no es idéntico y al revés, lo idéntico es lo indiferente o
indiferenciado. Entonces, de diversidad se puede hablar sólo si hay un criterio de distinción entre un
conjunto que aparece como algo “idéntico”. A partir de esto, el estatuto de la diversidad se mide en
el tipo de distinción que se va a introducir en el conjunto de lo “idéntico”. En otras palabras, hay
una diferencia esencial si el criterio con que se diversifica el idéntico se piensa como algo
“transitorio” o algo “permanente”, como algo “aparente” o algo “esencial”, como algo “coyuntural”
o como algo “estructural”. En el primer caso, tendremos una diversidad, por decirlo así, “derivada”
o “aparente”, mientras que en el segundo caso la diversidad será algo “radical” (algo de que no se
puede prescindir para pensar la identidad) y “aparente” será la “identidad”.
Así se abren dos posibles interpretaciones de la diversidad, respectivamente como algo que
“surge” de manera transitoria y esporádica desde y a partir de la identidad, o como algo que se
coloca, por decirlo así, a la base de la identidad, que es “más originario” o “más fundamental” que
la identidad, que en consecuencia no será nunca una identidad “perfecta” y “cerrada”, sino ella
misma algo transitorio, contingente y aparente.
2. La “la pista de la ley natural”
Todo este discurso puede aparecer muy abstracto, e irrelevante desde el punto di vista de
una teoría tan concreta, tan firmemente “arraigada” histórica y políticamente como es el marxismo.
Pero en realidad no es así. Para convencerse de este asunto, es suficiente leer el Prefacio de Marx a
la primera edición del primer libro del Capital:
El físico, para observar los procesos naturales, o bien lo hace donde se
presentan en forma más acusada y menos deformada por influencias
perturbadoras, o bien, si puede, hace experimentos en condiciones que
aseguren el desarrollo del proceso en su forma pura. Lo que me propongo
investigar en esta obra es el modo de producción capitalista y las relaciones
de producción y de cambio que le corresponden. El país clásico para ello es
hasta ahora Inglaterra. De aquí el que haya tomado de él los principales
hechos que sirven de ilustración a mis conclusiones teóricas. Si el lector
alemán alza los hombros con gesto de fariseo ante la situación de los
trabajadores industriales y agrícolas ingleses o si se tranquiliza con
optimismo pensando que en Alemania las cosas no están, ni con mucho, tan
mal, tendré que decirle: De te fabula narratur!
3
Aquí Marx supone la existencia de leyes objetivas del desarrollo histórico, leyes que
determinan una serie de “etapas” que no se pueden “saltar”:
Una nación debe y puede aprender de otra. Incluso en el caso en que una
sociedad haya llegado a descubrir la pista de la ley natural que preside su
movimiento – y la finalidad de esta obra es descubrir la ley económica que
mueve la sociedad moderna – no puede saltar ni suprimir por decreto sus
fases naturales del desarrollo. Pero puede acortar y hacer menos doloroso el
parto.
Es a partir de frases como esta, que en la historia del marxismo se ha interpretado la
“historia” como una especie de flujo único del tiempo, donde toda “diversidad” encaja en un lugar
asignado según una lógica del “antes” y “después”, y de esta manera se reduce, como “diversidad”,
a una expresión determinada de la “identidad”, que a su vez es la realización progresiva de la lógica
del desarrollo capitalista. Y, dado que el flujo es único, única es también la causa del movimiento.
Esta causa es un concepto abstracto o “puro” de “capitalismo”, que, como en un experimento
físico, se deja “ver” en algunos países más que en otros.
Frente a este nexo entre tiempo único y causa única, la política se reduce a una especie de
“caricatura”. Come hemos visto, en el Capital la política es un “decreto” arbitrario e impotente que
se intenta “dictar” a una “historia” que, por su parte, tiene su lógica de movimiento autónoma. Las
“fases naturales de desarrollo” se pueden quizás abreviar y apresurar, pero no saltar o evitar; su
secuencia es necesaria, no se puede modificar.
3. La (imposible) política socialista
Si a este punto volvemos al principio de este discurso, podemos decir que, efectivamente,
la relación entre “identidad” y “diversidad” se ha configurado, en la historia del marxismo, a través
de una clara preponderancia de lo “idéntico” sobre el “diverso”. Todo lo que no era el desarrollo del
capitalismo, además reducido a un esquema extracto de la experiencia inglesa y universalizado, se
consideraba como una “escoria” o un “impedimento”, que antes o después la “historia” se habría
encargado de “borrar” del camino. Así, por ejemplo, la complejidad de las relaciones entre las
diferentes clases sociales y la multiplicidad misma de estas clases (que nunca y en ningún país se
redujeron a la polarización entre un pequeño grupo de capitalistas y una gran mayoría de
proletarios), o la relación entre la lucha social y las ideologías políticas, morales, religiosas,
jurídicas etc. (ideologías de las cuales las diferentes clases obreras nunca estuvieron exentas), - toda
4
esta “complejidad” y “multiplicidad” de aspectos fueron consideradas como “desviaciones”
respecto al “modelo”: un “modelo” que, teniendo la fuerza de una “ley”, iba a “imponerse” antes o
después.
El primer libro del Capital funcionó, de hecho, de manera absolutamente contradictoria.
Marx, como hemos visto leyendo el Prefacio al primer libro del Capital, contribuyó a esta
contradicción y a sus nefastos efectos. Hay que decir que la auto-comprensión, por parte de Marx,
del significado de su obra teórica, no está a la altura de esa obra misma. Así, por un lado, se
interpretó El capital como una obra de “ciencia”, en particular de “ciencia económica”, borrando
por completo el subtítulo Crítica de la economía política. Ese subtítulo quería significar
precisamente que esa obra no era de “ciencia”, sino que era un “desmontaje” crítico de una ciencia,
la economía política, que pretendía ser “objetiva” y que en realidad era la expresión ideológica da
una clase social. Por otro lado, se olvidaba otro hecho fundamental: que El Capital, y sobre todo el
primer libro, en cuanto Crítica de la economía política, no es una crítica del Estado y de la política.
Para “pensar” una política a partir del Capital hacían falta muchísimas mediaciones, y sobre todo no
era posible “extraer” una teoría política y una perspectiva estratégica quedándose al nivel de
abstracción del modelo adoptado por Marx. El resultado fue la pretensión de pensar la política como
una ciencia, cuyo contenido era sin embargo el desarrollo del capitalismo, es decir la victoria de la
burguesía como clase económica y política.
El resultado de esta contradicción fue que – por lo menos en toda la Segunda Internacional,
pero en realidad mucho más allá de ella – se pensó la política como una actividad de organización y
acumulación de la “fuerza” de la clase obrera, pero sin que esto tuviera un papel relevante en
relación a la “historia”, dado que su tarea se reducía a “facilitar” el auto-movimiento natural de
aquella. El problema fue entonces que a lo largo de algunos decenios, entre el final del siglo XIX y
el principio del XX, los partidos socialistas europeos se dejaron hegemonizar por las respectivas
burguesías nacionales, apoyando de manera más o menos abierta al colonialismo y al imperialismo,
y terminando en casi todos los países por apoyar el esfuerzo bélico cuando estalló la guerra.
4. Lenin: guerra y política
En 1917, con la Revolución en Rusia, se desencadenó la serie de críticas a los
acontecimientos de Octubre. Los teóricos marxistas occidentales como Kautsky o Mondolfo
5
sostuvieron que la revolución había pasado donde “no tenía” que pasar, porque los bolcheviques se
habían “adelantado” al tiempo histórico de su país. En otras palabras, la revolución en cuanto acto
político, toma del poder por parte de una clase social subalterna contra las clases dominantes, fue
declarada ilegítima no sólo por parte de las potencias capitalistas que apoyaron a la
contrarrevolución durante la guerra civil, sino también por los mismos teóricos marxistas.
Es importante notar que, hasta la guerra, entre los teóricos marxistas ortodoxos, que
consideraban imprescindible para una revolución el desarrollo del capitalismo, se incluía también a
Lenin. Fue con la guerra que Lenin empezó a repensar completamente las relaciones entre
desarrollo económico y revolución política, y con ellas la misma noción de “economía”. En sus
escritos de este período (en el libro sobre el Imperialismo y en una serie de otros escritos, como El
derecho de las naciones a la autodeterminación y La guerra y la socialdemocracia de Rusia, de
1914, La consigna de los Estados Unidos de Europa, de 1915, Sobre la caricatura del marxismo y
el “economismo imperialista”, escrito en 1916, y sobre todo las Cartas desde lejos y las Tesis de
abril, de 1917) la situación revolucionaria ya no es “un postulado resultante de la ‘madurez’ del
capitalismo (cuyo ‘síntoma’ sería la guerra), sino el resultado de un análisis de los efectos de la
guerra sobre una estructura mundial diferenciada, en la cual los países ‘avanzados’ y ‘atrasados’
coexisten y se interpenetran (como es el caso, en manera singular, en Rusia)”1.
Por lo tanto, en la guerra Lenin no ve en primer lugar un “acelerador” del tiempo – por lo
cual lo que era imposible en Rusia sólo unos años atrás (el socialismo) se habría vuelto de golpe
posible –, ni mucho menos ve la mera expresión de una dinámica económica, una especie de
“catástrofe” final (a la manera de Rosa Luxemburg). La guerra es un acontecimiento político, y
como tal hay que analizarla. Lo que con la guerra se hace visible, es una compleja red de relaciones
de fuerzas, diferenciada y extremadamente articulada a nivel nacional e internacional, que se se ha
constituido a lo largo de los últimos decenios como “imperialismo”. La política imperialista de
dominación militar y de expoliación colonial hacia el exterior ha garantizado en los países más ricos
de Europa la hegemonía burguesa.
Con la guerra, esta dinámica se intensifica y hace un salto cualitativo, porque ahora hace
falta movilizar a todas las masas populares, y no sólo en sentido bélico sino también ideológico. La
guerra implica a toda la nación, no es un hecho sólo militar. En consecuencia, la distinción entre
esfera militar y esfera política, momento “exterior” y momento “interior”, se va borrando. La
consigna de la transformación de la “guerra imperialista” en “guerra civil revolucionaria” – lanzada
1 E. Balibar, Le moment philosophique déterminé par la guerre dans la politique: Lénine 1914-1916, en Les
philosophes et la guerre du 14, a cargo de Ph. Soulez, St. Denis, Presses Univ. de Vincennes, 1988, pp. 105-120: 117.
6
por Lenin – no prescinde de esta coyuntura específica, en donde las masas se “nacionalizan”
forzosamente. Todo lo contrario: esa consigna indica una consecuencia posible de aquella
coyuntura, porque, dado que las masas son empujadas hacia la acción por ideologías nacionalistas,
ellas ya están dentro de un ámbito donde lo “nacional”, lo “militar” y lo “político” se entrelazan y
se sobreponen. Dentro de este ámbito – es decir en el contexto de los concretos procesos de
formación y eficacia de las ideologías de las masas populares – el conflicto bélico mismo, con su
duración, sus efectos destructivos, su brutalidad, puede engendrar una dinámica de escisión entre el
interés “nacional” y el interés de las clases dirigentes nacionales, y favorecer el crecimiento de una
fuerza política revolucionaria adecuada a la situación: lo que, en efecto, acontece en Rusia.
Para Lenin la guerra es entonces una situación, en donde la política y las ideologías, lejos
de quedar ocultas, se vuelven decisivas. Esto presupone una idea de política y de ideología que no
se puede reducir a una apariencia secundaria. Todo lo contrario: la situación económica asume una
forma determinada sólo en el marco de una estructura ideológica. Esta estructura articula los
conflictos sociales, que sin embargo no acontecen entre las “clases sociales” definidas en su pureza
idealtípica. La dinámica económica se determina en conflictos articulados por ideologías, que
aglutinan las fuerzas sociales según ejes múltiples y que varían en el tiempo y en el espacio. Estas
variaciones resultan incomprensibles, si no se tiene en cuenta la historia de cada país, con su
tradición ideológica, y la posición internacional de cada país, por la cual el “nacionalismo” puede
ser en una fase o en una nación progresivo, y en otra fase o nación volverse regresivo, etc.
Este enfoque analítico, Lenin lo utiliza también después de la revolución de Octubre,
cuando intenta explicar porqué estalló justo en un país “atrasado” como Rusia, y no en los países
más “desarrollados” de Europa occidental. Su respuesta es que lo que ha pasado en Rusia,
exactamente como lo que ha pasado en Europa occidental, no se puede explicar con la eficacia de
una “causa” única e inmediata. Es más: las formas múltiples y variadas que asume esta hipotética
“causa” (el desarrollo del capitalismo) no se pueden entender, si no se incorpora en el análisis toda
una serie de “causas” que se sitúan a otros niveles, y que son, como dicho, la posición relativa que
un país ocupa en la jerarquía internacional, las tradiciones ideológicas nacionales, etc. - causas,
además, que son heterogéneas entre ellas, y cuyo nexo es contingente, porque está dado por la
situación y nada más que por ella.
Ya en la primera de sus Cartas desde lejos, escrita en marzo 1917, Lenin nota:
Si la revolución ha triunfado tan rápidamente y de una manera tan radical – en
apariencia y a primera vista –, es únicamente porque, debido a una situación
7
histórica original en extremo, se fundieron, con “unanimidad” notable, corrientes
absolutamente diferentes, intereses de clase absolutamente heterogéneos,
aspiraciones políticas y sociales absolutamente opuestas (énfasis añadido).
A continuación Lenin enumera hechos tan diversos como por un lado la voluntad proterva
y arrogante de Francia e Inglaterra, que empujaron a Rusia a continuar una guerra catastrófica para
el ejercito y el país, y por otro lado la combinación de una profunda protesta popular contra la
guerra con el movimiento revolucionario de los obreros de Petersburgo. Sólo en Rusia – por la
situación nacional e internacional de este país – fue posible que elementos tan heterogéneos se
“fundiesen” en un único movimiento político. Este movimiento, sin embargo, no fue su “resultado”.
Por el contrario, se puede decir que sólo a partir del momento de la “fusión” los elementos que se ha
fundido reciben su significado en cuanto “partes constituyentes” del resultado. Es decir: no hay
ninguna “necesidad” histórica previa a la acción política. Es esta – la acción política – que “define”
con carácter retroactivo la necesidad, y no al revés.
5. Althusser: “sobredeterminación” y “regla”
En su escrito Contradicción y sobredeterminación, Louis Althusser ha abordado la
cuestión de una dialéctica marxista de la historia a partir justo de esos escritos de Lenin. En estas
páginas de Althusser tenemos el análisis, a mi juicio, más profundo del avance epistemológico
realizado por Lenin en sus escritos sobre – y a partir de – el nexo entre guerra y revolución. El
punto de partida de Althusser es la pareja marxista tradicional, formada por la “base” económica y
la “superestructura” ideológica, y su intento es demonstrar que la dialéctica marxista, que pone en
relación estos dos elementos, es toto caelo diferente de la hegeliana. No es posible recorrer aquí el
texto de Althusser en toda su complejidad. Es suficiente notar que él reconoce perfectamente la
necesidad de pensar la dialéctica entre identidad y diversidad de manera radicalmente opuesta a
toda la tradición marxista (y de acuerdo, añadimos, con Gramsci, que es el único autor que
Althusser cita positivamente).
A la acumulación de elementos heterogéneos en la producción de nueva historia, Althusser
la llama sobredeterminación:
[…] la contradicción Capital-Trabajo no es jamás simple, sino […] se encuentra
siempre especificada por las formas y las circunstancias históricas concretas en
8
las cuales se ejerce. Especificada por las formas de la superestructura [...];
especificada por la situación histórica interna y externa que la determina en
función del pasado nacional mismo [...] y del contexto mundial existente[...].
¿Qué queda por decir sino que la contradicción aparentemente simple está
siempre sobredeterminada? Es allí donde la excepción se descubre como regla, la
regla de la regla, y entonces, a partir de la nueva regla, deben ser pensadas las
antiguas “excepciones” como ejemplos metodológicos simples de la regla.
¿Puedo entonces adelantar, para intentar cubrir, desde el punto de vista de esta
regla, el conjunto de los fenómenos, que la “contradicción sobredeterminada”
puede ser sobredeterminada en el sentido de una inhibición histórica, de un
verdadero “bloqueo” de la contradicción (ejemplo, la Alemania guillermina), o en
el sentido de la ruptura revolucionaria (la Rusia del 17), pero que en ambos casos
no se presenta jamás en estado “puro”? Entonces es la “pureza” misma la que
sería una excepción, pero no veo bien qué ejemplo podría citarse2.
El argumento de Althusser, en resumen, es que la realidad es un tejido de casos singulares,
“casos” que son siempre “excepciones” en relación a una “regla” que nunca se deja reconocer
concretamente en su “pureza”. En consecuencia, habría que dar la vuelt a la relación entre “regla·”
y “excepciones” y hacer éstas últimas la nueva regla. Dicho de otra manera: un plural múltiple y
diversificado tendría que ser el representante de una única regla, lo que claramente es imposible.
Entonces no se trata simplemente de “da la vuelta” a la relación, sino de cambiar la noción misma
de lo que es una “regla” y de lo que es la relación entre identidad y diversidad. “A partir de la
nueva regla, - escribe Althusser – deben ser pensadas las antiguas ‘excepciones’ como ejemplos
metodológicos simples de la regla”. ¿Qué quiere decir esta frase, sino que ahora tenemos una regla
de tipo nuevo, una regla que no se opone a sus ejemplos como algo puro se opone a sus formas
impuras, sino que se constituye como regla gracias a sus ejemplos? La “heterogeneidad” es algo
que “entra” en la regla.
De hecho, el contenido de la nueva regla se puede resumir en dos puntos muy sencillos:
a) cada “situación” es la resultante de una sobredeterminación de la identidad por
diversidades heterogéneas;
b) de la identidad no se da ejemplo; en consecuencia, la identidad no existe
concretamente, sino siempre en cuanto modificada por las diversidades.
De ahí, sigue que los “ejemplos” de la nueva regla son las diferentes “situaciones” de la
historia concreta de cada país, pero la regla no está más allá de estos ejemplos. No es nada más (y
nada menos) que la lógica que conecta los ejemplos entre ellos.
2 L. Althusser, Contradicción y sobredeterminación (Notas para una investigación), en Id., La revolución teórica de
Marx, traducción e introducción de M. Harnecker, México D.F., Siglo XXI, 1976, pp. 71-106: 85.
9
La pregunta de cada marxista será, a este punto, la siguiente: ¿qué hay de la universalidad?
O sea: una vez que se haya liquidado la representación de un “movimiento de la historia” que
procede “borrando” las diversidades como otras tantas “escorias”, ¿por dónde recobramos el
“movimiento” mismo? ¿cómo vamos a “reconocer” el sentido de los acontecimientos? La respuesta
que Althusser nos da en este texto es que, en efecto, la “base” determina “en última instancia” las
superestructuras, pero que esta determinación nunca es decisiva:
Esta sobredeterminación llega a ser inevitable y pensable, desde el momento en
que se reconoce la existencia real, en gran parte específica y autónoma,
irreductible, por lo tanto, a un puro fenómeno, de las formas de la superestructura y
de la coyuntura nacional e internacional. Es necesario entonces ir hasta el fin y
decir que esta sobredeterminación no está basada en situaciones aparentemente
singulares y aberrantes de la historia (por ejemplo, Alemania), sino que es
universal. Jamás la dialéctica económica juega al estado puro. Jamás se ve en la
Historia que las instancias que constituyen las superestructuras, etc., se separen
respetuosamente cuando han realizado su obra o que se disipen como su puro
fenómeno, para dejar pasar, por la ruta real de la dialéctica, a su majestad la
Economía porque los Tiempos habrían llegado. Ni en el primer instante ni en el
último, suena jamás la hora solitaria de la “última instancia”3.
Nótese que aquí Althusser no niega la existencia de una “última instancia” de la economía
sobre las superestructuras, porque él escribe que esta determinación “acontece” siempre
conjuntamente a todas la formas ideólogicas que la modifican, la hacen, por decirlo así, “impura”.
Es por esta razón que la “hora solitaria” de la última instancia “no suena jamás”: no suena porque
nunca hay una aparición solitaria de la última instancia, en el sentido de que no hay un punto de la
historia que se pueda entender independientemente de las modificaciones que la determinación
padece por las superestructuras. Por lo contrario, sí hay una multiplicidad de horas no solitarias
sino “acompañadas”, es decir: sí hay una multiplicidad de “horas” y siempre en una forma impura.
Dicho de otra manera: en cada “punto” de la historia, en cada “situación” especifica, se
“concentra” una combinación original entre la causa económica universal y la heterogeneidad de las
condiciones concretas. La causa, como tal, sí existe, pero sólo en la forma paradójica de su
negación, dado que nunca existe como única y tampoco existe como pura. De ahí, sigue que, en la
historia, no se puedan reconocer momentos “tópicos” o puntos de inflexión definitivos e
irrevocables. Todo lo contrario: siempre hay una tensión entre diferentes fuerzas, que resultan de
una determinada combinación de la “causa” con sus “condiciones”. Nunca se llega a una única
“revelación” del sentido de la historia, porque este “sentido” siempre es un resultado concreto de un
3 Ibidem, p. 93.
10
conflicto y nunca el presupuesto abstracto de aquél. Per esta razón, ese sentido no se revela a través
de la historia sino se constituye en la historia.
Todo esto equivale a decir que la determinación en sentido estricto – o sea, como algo que
determina necesariamente – no existe, dado que de determinación podremos hablar sólo como un
resultado y nunca como de algo que está a la base de los acontecimientos.
6. Gramsci: “relaciones de fuerza” y “traducibilidad”
El resultado de Contradicción y sobredeterminación es aporético, dado que reafirma una
noción de “causa” con un argumento que la hace absurda. El ensayo fue escrito en 1962. En los
años siguientes, Althusser intentó salir de este apuro traduciendo la noción marxista de “causa” en
la noción de “causación estructural”, o sea, en la noción de “causa ausente”. Pero en Contradicción
y sobredeterminación Althusser no ha dado todavía este paso hacia el estructuralismo y, de hecho,
el único autor marxista en quien se apoya es, como hemos dicho, Gramsci4.
Efectivamente, Althusser deriva de Gramsci explícitamente la idea de la existencia real y
de la eficacia específica de las superestructuras, pero, más en general, la inspiración de todo el
escrito es gramsciana. Cuando Althusser enfatiza el hecho que todas la situaciones son igualmente
complejas, o sea, que la sobredeterminación no afecta sólo las “situaciones aparentemente
singulares y aberrantes de la historia” sino que es universal; y especialmente cuando se refiere – al
final del ensayo – a lo que llama “supervivencias”, es decir, al hecho de que “una revolución en la
estructura no modifica ipso facto en un relámpago […] las superestructuras existentes y, en
particular las ideologías”5, alude sin duda alguna a los Cuadernos de la cárcel.
Se puede decir que las aporías contenidas en Contradicción y sobredeterminación radican
en el intento de seguir utilizando la noción de “causa” después de haberla disuelto críticamente, y
esto pasa porque Althusser intenta combinar la fidelidad a la noción clásica de base/superestructura
con una representación teóricamente nueva de las ideologías. Afirmar por un lado la consistencia y
eficacia específica de las superestructuras, y por el otro reducir este nivel a un efecto – aunque no
inmediato – de la base, es contradictorio y lleva a pensar la “causa” en dos maneras distintas e
irreconciliables: la primera vez, como una inmanencia dialéctica; la segunda, como una
4 Cfr. ibidem, pp. 85-86n., 94 y n.
5 Ibidem, p. 95.
11
transcendencia mecánica. Para pensar de manera no aporética la historia en su relación con la
política, lo que hace falta es la eliminación de la pareja base/superestructura y, con ella, de la misma
noción de “causa” que es inseparable de esta pareja.
Volvamos un segundo a la idea althusseriana de sobredeterminación. Según Althusser, la
necesidad del carácter sobredeterminado de toda contradicción resulta del hecho de que no hay
ningún acontecimiento en donde no estén involucradas las ideologías. Éste es exactamente el punto
de partida de Gramsci en sus reflexiones sobre la naturaleza de las superestructuras. Su punto de
llegada, sin embargo, no es el intento de reintroducir la noción de “causa” dentro de la unidad
compleja de economía e ideología, sino su disolución y reformulación crítica a partir de la idea de
praxis.
Esto se puede ver claramente en un texto-clave, que Gramsci escribe en el Cuaderno 8. El
argumento del texto es, aparentemente, la ciencia económica pero la reflexión tiene un significado
mucho más amplio, propiamente filosófico y epistemológico. La “necesidad” en la historia, escribe
Gramsci, no pertenece al campo de las causas sino al de los efectos: “No se trata de ‘descubrir’ una
ley metafísica de ‘determinismo’, y tampoco de establecer una ley ‘general’ de causalidad. Se trata
de ver cómo en el desarrollo general se constituyen fuerzas relativamente ‘permanentes’ que operan
con cierta regularidad y cierto automatismo”6. La necesidad es, entonces, un efecto de una
determinada configuración de las fuerzas sociales, lo que, en otras palabras, quiere decir que hay
“necesidad” sólo como consecuencia de la constitución de una hegemonía. Esto implica también
que la necesidad se forma gracias a las ideologías, y que no se puede hablar de una ley de
“causalidad” que funcione, por decirlo así, “por debajo” de las ideologías.
La traducción de la “necesidad” en términos de praxis social organizada por la
superestructuras lleva a Gramsci a abandonar la pareja base/superestructura7, y a sustituirla con el
concepto de “relaciones de fuerza”, que forman un conjunto articulado a diferentes niveles –
económico, político, cultural, militar – donde siempre, a cada nivel, hay una unidad específica de
economía e ideologías. Las relaciones de fuerza, escribe Gramsci, son la clave para analizar la
“situación”, es decir, para comprender cada realidad social en su originalidad. Esto requiere el
abandono del reduccionismo implícito en la idea de una “última instancia” de la economía, o sea, de
una causa transcendente respecto a sus efectos. La inmanencia de la causa elimina esta noción en
6 A. Gramsci, Cuadernos de la cárcel. Edición crítica del Instituto Gramsci a cargo de V. Gerratana. Trad. de A. M.
Palos (revisada por J. L. González). México D.F., Ediciones ERA, 1981-2000 (6 tomos), t. 3, p. 281. 7 Véase G. Cospito, Il ritmo del pensiero. Per una lettura diacronica dei «Quaderni del carcere» di Gramsci, Napoli,
Bibliopolis, 2011, pp. 19-75.
12
cuanto realidad “última”. En la historia no hay realidades o aspectos “últimos” en sentido absoluto,
sino siempre en relación con un contexto determinado, o sea de manera inmanente al contexto. Así,
desde la “necesidad” como efecto de una constitución de hegemonía puede resultar un “efecto
causal” que, sin embargo, será dependiente del sistema hegemónico que lo ha producido.
Pero del hecho que el sistema hegemónico “produce” la necesidad no puede inferirse que
este sistema no esté a su vez involucrado en la historia. La prueba de esto es que cada sistema
hegemónico se forma de manera específica: el americanismo es diferente de la Alemania de
Bismarck, etc. ¿De dónde resulta esta diversidad? Gramsci la identifica con el nivel del “lenguaje
nacional”, que es un concepto con el que él piensa el conjunto de la hegemonía en su forma
específica. Cada lenguaje nacional es “nacional” en cuanto realiza una unificación determinada de
la vida particular de un pueblo – con sus costumbres, tradiciones, prejuicios, valores etc. – con una
serie de categorías universales, que sirven a este pueblo para pensar su posición relativa en el
conjunto internacional. Entonces, decir que el nexo entre hegemonía y lenguaje nacional es la
prueba de que también la hegemonía es un producto de la historia y no su presupuesto, equivale a
decir que el origen de la necesidad en la historia está en el nexo entre lo particular y lo universal que
se realiza en la experiencia histórica de cada Estado nacional. Cada una de estas experiencias
“traduce” en su idioma lo universal, y viceversa se hace universal a sí misma en cuanto existencia
concreta de la universalidad. Eso equivale a decir que cada lenguaje nacional es una doble
traducción: de lo universal al particular y del particular a lo universal.
De ahí, resulta que los diferentes sistemas hegemónicos nacionales no “revelan” su sentido
real, si se permanece al nivel literal de lo que cada uno de ellos “dice” en su idioma. Este sentido
real se muestra sólo si los lenguajes nacionales se “traducen” recíprocamente. Gramsci pone el
ejemplo de la Francia política y de la Alemania filosófica en la Europa de los siglos XVIII y XIX.
Estos lenguajes tan diversos se referían al mismo evento, es decir a la revolución, que en un caso
ese expresa en términos políticos, y en otro en términos filosóficos. Sólo “traduciendo” un lenguaje
al otro, este contenido real podrá salir a la luz, lo que también implica que cada uno de ellos se
refiere, de manera específica, al otro. Los franceses, realizando prácticamente la revolución, de
manera implícita han sentado las bases para revolucionar la filosofía; y los alemanes, haciendo
especulativa” la revolución, han llevado a cabo una operación política que ha sentado las bases para
el liberalismo europeo clásico.
En este caso, se ve bien que las diversidades no son un “velo” que oculta la realidad de los
hechos. Todo lo contrario: es gracias a esta específica diversidad entre Francia y Alemania que en la
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Europa moderna se ha formado la gran contraposición entre el liberalismo y su adversario histórico:
el marxismo – o, más bien, la filosofía de la praxis.