facundo: un fantasma airado

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1 Pontificia Universidad Católica de Chile Facultad de Letras Escuela de Postgrado Literatura Hispanoamericana (Narrativa) Profesor: Sebastián Schoennenbeck Alumno: Héctor Hernandez Montecinos FACUNDO: Un fantasma airado. I PAISAJE O ESPEJISMO El paisaje como constructo es producto de una subjetividad, una subjetividad que reditúa el desperdicio del tiempo, pues el paisaje es inútil en cuanto a la relación producción/valor. Podría leerse como el más allá del arte, del arte clásico de la mimesis, pero también como su vaciamiento. La modernidad se resume, se identifica en el museo y es en éste donde el paisaje llega a ser ese non plus ultra donde junto a los otros fetiches es separado de la naturaleza. Todo paisaje cita a los paisajes anteriores, por ende, todo paisaje es paisaje civilizado. En su memoria, en su reproducción cronológica se halla la salida del tiempo. En la genealogía del recuadro, del recorte, del dispositivo (Deleuze), del archivo (González Echevarría) de su construcción se da el mismo ejercicio que desmontar el caos, los flujos no-humanos que el sujeto percibe, pero no ve más que en su propia fuga del paisaje. Un exceso de realidad que no se conforma. Reconocemos al observador, al autor del paisaje en cuanto a las distancias que interpone. En cuanto a la densidad de representaciones que leemos como estilo, obra y conciencia. La mirada ilumina lo que lee. Civilizado es iluminado, visible, legible, coordenable, mensurable. Mirar es narrar. Lo que observo accede a una interpretación, a un sentido

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 La novela como un género bárbaro. Un locus poblado de fantasmas del pasado y del porvenir que es un modo de entender la propia escritura, su contradicción. “Un fantasma airado” (Sarmiento, 265) dice el autor sobre Facundo Quiroga y tal vez sobre la literatura. La barbarie más que un espacio es un tiempo, un tiempo sin luz. Una oscuridad y el miedo a que se acabe de improviso. Miedo a no reconocer al otro, al otro yo, al doble que lo sobrepasa, pues quizá la mayor paradoja de Facundo sea el desdoble entre el autor y su protagonista, lo cual lo convierte en su propia obra, una sombra más en la Pampa de su escritura.

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Pontificia Universidad Católica de ChileFacultad de LetrasEscuela de PostgradoLiteratura Hispanoamericana (Narrativa)Profesor: Sebastián SchoennenbeckAlumno: Héctor Hernandez Montecinos

FACUNDO: Un fantasma airado.

IPAISAJE O ESPEJISMO

El paisaje como constructo es producto de una subjetividad, una subjetividad que reditúa el desperdicio del tiempo, pues el paisaje es inútil en cuanto a la relación producción/valor. Podría leerse como el más allá del arte, del arte clásico de la mimesis, pero también como su vaciamiento. La modernidad se resume, se identifica en el museo y es en éste donde el paisaje llega a ser ese non plus ultra donde junto a los otros fetiches es separado de la naturaleza.

Todo paisaje cita a los paisajes anteriores, por ende, todo paisaje es paisaje civilizado. En su memoria, en su reproducción cronológica se halla la salida del tiempo. En la genealogía del recuadro, del recorte, del dispositivo (Deleuze), del archivo (González Echevarría) de su construcción se da el mismo ejercicio que desmontar el caos, los flujos no-humanos que el sujeto percibe, pero no ve más que en su propia fuga del paisaje. Un exceso de realidad que no se conforma.

Reconocemos al observador, al autor del paisaje en cuanto a las distancias que interpone. En cuanto a la densidad de representaciones que leemos como estilo, obra y conciencia.

La mirada ilumina lo que lee. Civilizado es iluminado, visible, legible, coordenable, mensurable. Mirar es narrar. Lo que observo accede a una interpretación, a un sentido colectivo. Ver es un modo de cuantificar y la luz un modo de escritura.

No se camina a través del paisaje. A pesar del riesgo de caer fuera del cuadro, en el vértigo de lo real. A lo sumo se distinguen las huellas de algo o alguien que por allí ha pasado en este momento. Su rastro, su inscripción, su palabra. Se anda, se camina, se recorre creando frontera. La línea que separa el paisaje del espejismo es la que traza el fantasma, el autor dentro de su propia obra, el que ha cedido la presencia de su historia al mito de su desaparición.

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La biografía como no ficción al igual que la autorepresentación pertenecen a lo que he llamado reficción, que tiene que ver con la posibilidad de rescribir sobre un agenciamiento de vida otra u otras en la relación con un estatuto de verdad suspendido. Cuerpo y conciencia en la no ficción testimonial. Mediaciones tensionadas por lo privado y lo público y el sí mismo y el otro. La biografía se separa de la autobiografía, pues la primera se sustenta en la función representativa del lenguaje y la segunda en la función poética. La autoría y la novela se espejean en la misma línea, no como sujeto y objeto sino como proceso y reflejo.

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La escritura construye paisaje desde su propia materialidad, desde su propia grafía sobre el papel. Letras negras, cosas, objetos, fetiches en un espacio pintado de blanco. La barbarie gramatical de esta tinta. Su sombra. Leer, sí leer, sea el modo de contemplar esos paisajes que comienzan aquí, en la civilización, en la luz de un día sin tiempo.

La modernidad se hace autoconsciente cuando la escritura se suspende. Un primer punto de inflexión. Un origen que es también un destino. Esto lo sabe Sarmiento para instalarse como sujeto autobiográfico en su obra, para instalar allí todo lo que lo separa con su propia vida.

El autor es una intensidad cuantificable, lo mismo el lector, pero con una media que no es numérica. En esa geometría el autor inventa al lector, le permite serlo, le da una daga para que éste raje el color de lo real, el rostro del papel. El lector es una condición de posibilidad, el que espera el amanecer y vislumbra las primeras palabras de la civilización. Suspende el “secreto” (Sarmiento, 38).

El libro es un mito moderno que de hecho es posible que sea a la vez el último.

Sarmiento sobre sus propias páginas dice haberlas dividido en dos mitades: “la una en que trazo el terreno, el paisaje, el teatro” y la siguiente donde “aparece el personaje” (Sarmiento, 50). No obstante, siguiendo la idea en torno a la relación incesante de territorio, cuerpo y discurso es que quiero dividir el libro en tres partes funcional y estructuralmente engarzadas como lo son los cortes que van del capítulo I al IV centrado en el territorio [argentino], del V al XIII puntualizados en el cuerpo [biográfico de Facundo Quiroga] y finalmente los capítulos XIV y XV que sirven de explicación a su discurso [unitario]. De este modo podemos pensar la autoría como una conciencia de obra y, en este caso

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específico, a Sarmiento como un autor moderno, una función-autor, pero sobre todo un precursor de una literatura del porvenir.

IIFISONOMÍA DE UNA SOMBRA

La primera referencia sobre la Pampa aparece en una cita en francés de Francis Bond Head al comienzo del libro. Un paradójico introito, una cita fuera de lugar, que permea, por cierto, un coeficiente novelesco para luego agregar “es la imagen del mar en la tierra; la tierra como el mapa” (Sarmiento, 57). Cartografiada la Pampa es un desierto, una ruina, un estado de barbarie de la naturaleza misma, su inconsciente. En la Pampa el paisaje no existe para el gaucho. Él es la Pampa. De allí que Sarmiento hable de la “fisonomía interior de la República” (Sarmiento 61, 67) y vea el territorio argentino que es un modo de decir que lo construye para inscribirlo. La ciudad es para él la sinécdoque del futuro y, aunque sin proponérselo, también la novela, que lucha contra su propio estatuto de ficción. “Es la ciudad que trata de salvarse, de no ser convertida en Pampa, si abandona la educación que la liga al mundo civilizado” (Sarmiento, 339).

El Río como nódulo de un ciclo. Los deshielos, las precipitaciones, el flujo productivo en donde se encausan las nuevas urbes y a la vez lo hicieran las culturas fundacionales de la escritura. A orillas de los ríos nacieron los jeroglíficos, los ideogramas, el alfabeto. En el Río de la Plata ve Sarmiento un origen, una necesidad de artificio: la ciudad letrada. “Los ríos están pidiendo a gritos que se rompan las cataratas oficiales que le estorban ser navegados” (Sarmiento, 178). Por ende, no ve paisaje, sino utilidad tanto en el Río como en la Pampa y, por extensión, en la geografía indómita contra la cual se recorta él como lector de ella, y no como viajero, mediante las escrituras de los científicos precedentes como Darwin y Humboldt, o de artistas como Frederic Edwin Church. Asimismo, su uso de la cita, incluso de la paráfrasis, preferentemente de autores franceses actúa como límite a su propia vastedad (territorio), a su propia pampa (cuerpo) y su propio río (discurso).

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Facundo Quiroga, una suerte de Enkidú, no completamente humano pero tampoco devenir animal del todo a pesar de ser conocido como el tigre de los Llanos. Felino, nocturno, fiera del inconsciente nacional, fiera de sí, arquetipo azaroso. Dionisio, niño dios, nacido dos veces, crea manada pero se circunscribe a la línea que la delimita. Punto de fuga de la luz de la civilización, del control de lo visible, que es el afín de lo escribible, lo legible, lo sedentario. “Sus ojos negros llenos de fuego y sombreados por

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pobladas cejas, causaban una sensación voluntariosa de terror en aquellos sobre quienes alguna vez llegaba a fijarse (Sarmiento, 131).

El Estado se sirve de las identidades, las construye, las administra. El poder es poder porque crea un catálogo útil a sus necesidades. La violencia se sustenta en tal brecha, la crueldad de no poder. Tanto unitarios como federales conforman la contingencia de una guerra, de un enemigo otro, de una verdad que no me pertenece, que es pública en su encubrimiento. El autor Sarmiento hace historia para ficcionalizar su propia historia. Se sirve del paisaje de una guerra para darle autonomía a la suya propia. La novela de la nación es la ficción de una guerra civil en curso a la que conocemos por modernidad.

Utópica en el sentido del espejismo, que aparece y reaparece en la historia de la historia de la historia. Las erratas de su consignación de los hechos, los desplazamientos hacia una novela que aún no existe en cuanto a caducidad de los documentos de la civilización (palabra-poder) o la caída de los mitos épicos (palabra-enigma).

Sarmiento recrea un paisaje escritural donde todo cabe: biografía, documento, bitácora, testimonio, relato, panfleto, etc del mismo modo que describe el paisaje de la Pampa. Se refiere a la minucia de su escritura como “evidencia” (Sarmiento, 104) para que el lector se extravíe en su páramo, su espejismo, su novela donde los gauchos cantan de noche, rastrean huellas, usan la guitarra como arma de un silencio que se yergue con la modernidad de dicha modernidad: la ciudad letrada. Se lee en silencio y no se habla en público.

La contradicción es que sólo sea posible la ficción en la ciudad. El contra-paisaje, el desierto vasto de accidentes geográficos es la ruina que construye Sarmiento para instalar la ciudad letrada como un nuevo mito moderno también. Una catedral hecha de archivos. Un texto fundacional donde las relaciones entre territorio, cuerpo y discurso no son unívocos.

IIILA NOCHE DE LA NOVELA

La novela como un género bárbaro. Un locus poblado de fantasmas del pasado y del porvenir que es un modo de entender la propia escritura, su contradicción. “Un fantasma airado” (Sarmiento, 265) dice el autor sobre Facundo Quiroga y tal vez sobre la literatura. La barbarie más que un espacio es un tiempo, un tiempo sin luz. Una oscuridad y el miedo a que se acabe de improviso. Miedo a no reconocer al otro, al otro yo, al doble que lo sobrepasa, pues quizá la mayor paradoja de Facundo sea el desdoble entre el autor y su protagonista, lo cual lo convierte en su propia obra, una sombra más en la Pampa de su escritura.

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Inscribir en la eternidad de la escritura la voz de sus enemigos (Facundo, Rosas y los otros caudillos). La suspensión del primer plano del lenguaje, su neutral función en cuanto el autor de la novela puede contradecir su conciencia con la posibilidad de sus actos. De entre ellos el escribir escritura, leer libros dentro del libro. Convertirse en el protagonista de su tragedia.

El autor Sarmiento reescribe el Quijote: un sujeto alienado en su obsesión por la literatura, en este caso de viajes, bitácoras, biografías, manuales, es decir, no ficción, documentos que de algún modo son la reconceptualización de las novelas de caballería. Sus incursiones como viajeros son minoritarias en cuanto a lectores. La intratextualidad de convertir su obra en documento, y el documento en obra, las sitúa en la emergencia de un nuevo género que hemos querido llamar novela moderna.

Tal vez se trate de otro fracaso en su empresa civilizatoria: la imposibilidad, justamente, de ver paisajes. Sus referencias geográficas son históricas y no puede leer lo que quiere ver. De allí su repulsión a lo no legible (discurso), lo no visible (cuerpo), lo no diurno (territorio). El juicio sobre lo no dicho, sobre la oralidad de los gauchos, sobre sus silencios en la noche representa la sombra de su propia escritura. Los personajes de los gauchos y los indígenas no ven paisajes porque son ellos el paisaje, no se pueden leer porque ellos mismos son la novela. Están desnudos ante el ojo del autor Sarmiento, como denuda está la Pampa. “La vida de Facundo Quiroga nos proporcionará ocasión de mostrarlo en toda su desnudez” (Sarmiento, 144).

El autor Sarmiento enuncia la oscuridad, pero no cruza el umbral. Él se hace oscuro, él es el bárbaro. Él es Facundo.

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Para González Echevarría1 la escritura funda ciudades, es decir, civilización. El documento concentra la historia en un punto determinado; la obra literaria, proyecta su coeficiente inconsciente a un origen que se reitera cada vez que se enuncia. El Archivo no es un cronotopo sino una intensidad de ficción.

Sarmiento como autor moderno quiere civilizar su territorio, inscribirlo en su discurso y convertirlo en su cuerpo/corpus. En este tiple gesto halla el Facundo su punto de inflexión: la autoría como conciencia trashumante, metaliteraria y biopolítica, respectivamente.

1 González Echevarría, Roberto. Mito y archivo. Una teoría de la narrativa latinoamericana: Ciudad de México, 1998.

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Facundo en cuanto autoría es el éxito de su propia ruina. Sus enemigos políticos, literarios y personales han escrito esta obra, son sus responsables directos. Además el exilio y la distancia permiten que el autor pueda dudar de su obra y construir el memorial de su otro yo. “La justicia de la historia ha caído ya sobre él y el reposo de su tumba guárdanlo la supresión de su nombre y el desprecio de los pueblos” (Sarmiento, 52).

Borges agrega en el prólogo2: “No diré que el Facundo es el primer libro argentino; las afirmaciones categóricas no son caminos de convicción sino de polémica. Diré que si lo hubiéramos canonizado como nuestro libro ejemplar, otra sería nuestra historia y mejor”.

2 Borges, Jorge Luis. “Prólogo”, Facundo: Buenos Aires. Academia Argentina de Letras, 1988.