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POR UNA CATEQUESIS RENOVADA FORMACIÓN PERMANENTE DE CATEQUISTAS SECRETARIO DIOCESANO DE CATEQUESIS ORIHUELA-ALICANTE CURSO 2013/2014

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POR UNACATEQUESISRENOVADA

FORMACIÓNPERMANENTE

DECATEQUISTAS

SECRETARIO DIOCESANO DE CATEQUESISORIHUELA-ALICANTE

CURSO 2013/2014

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La formación permanente de los catequistas constituye un reto y una necesidad, que de cumplirse, es promesa de futuro para nuestra Diócesis. Invertir hoy en la formación de nuestros catequistas, es asegurar un mañana prometedor en la catequesis en particular y en la pastoral en general.

Lo advierte con toda claridad el Directorio General para la Catequesis: “Cualquier actividad pastoral que no cuente para su realización con personas verdaderamente formadas y preparadas, pone en peligro su calidad. Los ins-trumentos de trabajo no pueden ser verdaderamente eficaces si no son utili-zados por catequistas bien formados. Por tanto, la adecuada formación de los catequistas no puede ser descuidada en favor de la renovación de los textos y de una mejor organización de la catequesis.

En consecuencia, la pastoral catequética diocesana debe dar absoluta prioridad a la formación de los catequistas laicos. Junto a ello, y como elemento realmente decisivo, se deberá cuidar al máximo la formación catequética de los presbíteros, tanto en los planes de estudio de los semina-rios como en la formación permanente” (DGC 234).

La formación permanente se puede realizar de formas diversas: forma-ción básica, formación en escuelas de catequistas y en escuelas de pastoral, cursillos, conferencias, Jornadas. Este material que os ofrecemos intenta cum-plir con una formación permanente mensual que se puede hacer en la misma parroquia con la ayuda del párroco. Además de reunirse todos los meses para revisar la marcha de la catequesis, viene bien tener un elenco de temas sobre catequética fundamental que trabajan todos los catequistas juntos. La expe-riencia del curso pasado, trabajando la catequesis “El testimonio de los Gran-des creyentes”, ha resultado enriquecedora para los grupos parroquiales de catequistas, y por ello, hemos querido continuar ofreciendo estas catequesis.

Los temas tratados son clásicos, pero abordados por un experto en la catequética, como es Emilio Alberich, decano emérito en la Universidad Sa-lesiana de Roma, que consigue darles un enfoque nuevo en un paradigma de catequesis renovada . Este material ofrece una síntesis de los temas adaptán-dolos a la sesión de trabajo, incluyendo algún pensamiento nuevo. Deseamos que este subsidio contribuya a que nuestros catequistas entren en un proceso de auto formación creativa y autónoma en el que alcancen “aprender a apren-der”. Al decir del Directorio: “El fin y la meta es procurar que los catequistas se conviertan en protagonistas de su propio aprendizaje, situando la formación bajo el signo de la creatividad y no de una mera asimilación de pautas exter-nas” (DGC 245).

Aurelio Ferrándiz García Director del Secretariado Diocesano de Catequesis

1 Catequistas para una nueva catequesis, CCS 2012, y Los contenidos en la catequesis, CCS 2012

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TEMA:1LA FORMACION

HAY QUETOMARLA

MUY EN SERIO

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1. Tenemos que repensar el perfil y la formacióndel Catequista.

No solo hay que “repensar la catequesis”, también la figura, la competencia y la preparación del catequista necesita hoy una revisión valiente y adecuada, teniendo en cuenta las coordenadas en que tienen que moverse. Hoy día la catequesis no es lo de antes. Lo constatamos todos los días en el contacto concreto con nuestra gente.

Hoy todos tenemos necesidad de estar en estado de formación. Es una exigencia general que vale para todos los sectores de la vida, de la profesionalidad y de la misión de cada uno.

2. Hay que reconocerlo: la situación deja muchoque desear

Bueno, ¿Qué pensar de la situación concreta actual, por lo que se refiere a la formación de los catequistas?; ¿podemos estar satisfechos de la preparación y capacitación de nuestros agentes pastorales y de los catequistas?

Sabemos que la situación es compleja. Hay de todo. Ciertamente contamos con centenares de catequistas con un mérito enorme: gene-rosos, experimentados, bien pertrechados para una labor que con fre-cuencia se presenta difícil e ingrata. Y merece un reconocimiento muy especial la presencia de la mujer en este delicado servicio. La mayoría de los catequistas son mujeres, por lo que deben ser acreedoras de un agradecimiento y atención particular.

Pero también nos dice la experiencia que son muchos los cate-quistas escogidos de forma improvisada y abandonados a su suerte, sin el apoyo y la formación adecuada. En muchos lugares, lo único que se hace es reunirlos al principio del año pastoral, unas palabritas de aliento y ¡al agua, a nadar en la piscina!

En muchas ocasiones los catequistas tienen que apañarse si quieren conseguir un mínimo de preparación: Catequistas que van a la caza de instrumentos que les den la lección ya preparada, sin tener

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que esforzarse mucho en la preparación pedagógica; catequistas que, si quieren participar en alguna iniciativa de formación (un seminario, un cursillo, una tanda de conferencias, etc.), tienen que tomar siempre la iniciativa y pagarse los gastos.

3. Pero, ¿es necesario que los catequistas siganformándose?

Pues sí, aunque no lo parezca. Algunos podrán pensar que, con la experiencia adquirida, no hay motivo para preocuparse. Y sin embar-go, la catequesis de hoy está expuesta, cada vez más, a situaciones y problemas –algunos inéditos- que están pidiendo nuevas cualidades y una más esmerada preparación, incluso cuando se trata de niños pe-queños. Concretamente:

• El mundo en que vivimos se presenta cada vez más comple-jo y sorprendente. Nos resulta difícil comprender e interpretar lo que está pasando en los medios de comunicación, en las familias, en la mentalidad de los jóvenes, en la misma Iglesia. Tenemos que actuali-zar nuestros conocimientos y buscar nuevas claves interpretativas para comprender el mundo actual.

• Muchos cristianos, hoy, están pasando por una verdadera y se-ria “crisis de identidad”. No saben concretamente lo que significa ser cristianos, no saben responder a preguntas tan elementales como tú, ¿por qué eres [todavía] cristiano?; ¿vale la pena serlo? Y creo que tam-bién los mismos catequistas pueden experimentar un cierto malestar en su modo de vivir la identidad cristiana. No es posible ir adelante sin tener ideas claras.

• Los catequistas tienen la importante misión de comunicar el mensaje de la fe. Pero hoy este mensaje aparece plagado de puntos problemáticos que piden aclaración. Por ejemplo: El modo adecuado de hablar de Dios; los interrogantes históricos que plantean los mis-mos Evangelios; la manera de presentar los novísimos: cielo, infierno, purgatorio; ángeles y demonios; la historia de la Iglesia con sus luces y sombras, etc. En muchos aspectos es posible notar un desfase –in-

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quietante y problemático- entre las expresiones tradicionales de la fe y los valores y exigencias de la cultura actual.

• Y es necesario recordar, una vez más, la grave crisis que padece el proceso de iniciación cristiana en nuestra sociedad. Los sacramentos de nuestros chavales no inician, sino que concluyen. Se nos pide un cambio de mentalidad para saber aplicar –y no es nada fácil- una ver-dadera pedagogía de iniciación, que no se improvisa.

Todos estos problemas y situaciones no tienen que desanimar-nos; pero sí nos invitan a tomar muy en serio el tema de nuestra forma-ción como catequistas.

4. Hoy la formación se impone para todos, en elpueblo cristiano.

Hoy día la necesidad de formación se ha convertido en un impe-rativo imprescindible para todos los creyentes. Se dice –y no sin razón- que necesitamos a toda costa poder contar con cristianos “con esque-leto”. Se quiere hacer alusión, así, a la situación de algunos animales –tortugas, caracoles, algunos insectos- que carecen de esqueleto, pero a los que la naturaleza ha dotado de un caparazón o coraza que los defiende, de modo que pueden vivir sin problemas.

De manera semejante, en el pasado, muchos cristianos vivían en una situación parecida: aun sin tener el “esqueleto” de una fe perso-nalizada y madura, podían sostenerse en su vida cristiana gracias a la protección, al “caparazón” que para ellos era el ambiente que los arro-paba: la familia, la parroquia, las tradiciones religiosas, la sociedad im-pregnada de referencias cristianas. Hoy las cosas han cambiado. Ese caparazón ya no existe y al no tener esqueleto y quedar a la intemperie, la fe vacila, la religiosidad se desmorona, las convicciones cristianas no pueden resistir al embate del mundo actual.

Se impone un cuidado especial para conseguir un pueblo cristia-no coherente en su fe, enraizado en su conciencia cristiana, capaz de responder “si alguien os pide explicaciones de vuestra esperanza” (1

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Pe 3, 15). Y eso supone entrar todos en un dinamismo permanente de formación cristiana.

5. Una tarea que es de todos: la formación permanente

Por otra parte, sabemos que la “formación permanente” es un imperativo vigente en todos los ámbitos de la vida moderna. Ningún profesional-médico, abogado, ingeniero, mecánico… puede pensar hoy que le bastan los años de su formación universitaria o profesional para poder ejercer su oficio durante toda la vida sin necesidad de su-plementos de formación.

Se constata, a nivel mundial, lo que se ha dado en llamar el “ma-lestar del adulto”, la dificultad y desazón que viven muchas personas en nuestra sociedad.

Nuestra generación ha pasado de vivir en un mundo unitario, je-rarquizado, con referencias claras, a una situación de complejidad, de pluralismo y dinamicidad exasperados. Mucha gente tiene que vivir al mismo tiempo diversas condiciones de vida y se siente desorientada, incapaz de llevar a cabo las propias tareas y de redefinir la propia iden-tidad.

Todo esto lleva a concluir que, en el mundo de hoy, la tarea de educación y las exigencias de la formación adquieren un significado y un alcance completamente nuevos.

6. “Aprender a Aprender”: una consigna también para los catequistas

No hay que desanimarse. La apasionante tarea de la catequesis, de toda catequesis, pide hoy el entusiasmo de la entrega y la ilusión del servicio a la fe de nuestros hermanos. Y se las circunstancias compli-can la actuación concreta de la labor, contamos también con muchas posibilidades y claves para entender mejor lo que pasa, para afinar

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nuestra conciencia de cristianos, para actualizar nuestros conocimien-tos religiosos, para adquirir nuestros resortes de animación y acompa-ñamiento.

Ser catequista es una vocación y una misión. Y quien nos llama y nos envía está a nuestro lado para impulsar el cometido: “¡Tened ánimo, que yo he vencido al mundo!”. (Jn 16, 33).

Para la reflexión y la profundización.

• En tu experiencia de catequista, ¿Qué situaciones se pre-sentan que invocan un suplemento de formación?

• ¿Cómo ves, en general al colectivo de catequistas res-pecto a la formación? ¿Se puede decir que los catequistas están bien preparados?

• ¿Te parece razonable mirar al futuro con optimismo?

• ¿Qué medidas de formación convendrá tomar?

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TEMA:2EL SABER

DELCATEQUISTA

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1. Saber y testimonio

¿Tiene que saber mucho el catequista? Es lógico pensar que pertenece esencialmente a la tarea de la catequesis el ser capaces de enseñar, pues siempre habrá que transmitir las verdades de la fe, los contenidos esenciales del mensaje cristiano. Pero cabe preguntar:

¿Es eso lo más importante?, ¿se trata ante todo de enseñar?

Por lo que ya hemos visto, más bien tenemos que decir que no, que lo principal no es tanto enseñar sino dar testimonio.

Pero siempre debe quedar en pie la advertencia del Directorio General para la Catequesis, al hablar de lo que el catequista debe saber, de su dimensión como docente:

“Esta dimensión, penetrada de la doble fidelidad al mensaje y a la persona humana, requiere que el catequista conozca bien el mensaje que transmite y, al mismo tiempo, al destinatario que lo recibe y al con-texto social en que vive” (DGC 238).

2. El “mensaje” que la catequesis comunica

Es evidente: todo catequista tiene siempre un importante “men-saje” que transmitir y el mensaje que debe comunicar es -evidente-mente- no uno suyo, no sus opiniones u opciones personales, sino el auténtico mensaje “cristiano”, la fe que profesa la Iglesia.

Es verdad que la catequesis –no hay que olvidarlo- es cuestión mucho más de testimonio que de enseñanza. En ese sentido desea-mos que el o la catequista sea ante todo un testigo, no propiamente un maestro o profesor. Pero la catequesis es también, necesariamente, enseñanza, transmisión de una serie de contenidos necesarios para ali-mentar la fe y permitir a las personas, como dicen los obispos france-ses, “mantenerse en pie como creyentes”.

Esta exigencia resulta hoy imprescindible, urgente, quizá más que en otras épocas, pues se constata en muestra sociedad la existen-cia de una tremenda ignorancia religiosa, de un verdadero “analfabetis-mo” en el terreno de la fe.

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Hoy, quizá como nunca, resulta imposible vivir como cristianos en medio de una semejante ignorancia. En tiempos pasados podíamos admirar la famosa “fe del carbonero”, es decir, el testimonio cristiano de una persona simple, ignorante, sencilla, pero muy fervorosa y buena. En nuestro mundo secularizado y pluralista, eso no basta. La cateque-sis debe proporcionar un razonable conocimiento del contenido de la fe; y esto exige del catequista una seria preparación.

3. La formación Bíblico-Teológica

Nos lo dice claramente el Directorio General para la Catequesis:

“Además de testigo, el catequista debe ser maestro que ense-ña la fe. Una formación bíblico-teológica adecuada le proporcionará un conocimiento orgánico del mensaje cristiano, articulado en torno al misterio central de la fe que es Jesucristo”(DGC 240).

Al ser llamada así, formación bíblico-teológica, ya se pone de manifiesto la centralidad primordial de la Sagrada Escritura: la fuente principal, el punto de referencia indiscutible, lo que debe ser “como el alma de toda esta formación” (DGC 240).

Después del Vaticano II la Biblia ha vuelto a ser el libro por ex-celencia también de los católicos.

La formación bíblica debe quedar completada por una seria for-mación teológica, que permita profundizar, sistematizar y dar funda-mento a los contenidos de nuestra fe. No deben faltar en la formación del catequista de una seria teología dogmática, moral, liturgia e historia de la Iglesia.

Naturalmente, respetando las proporciones. No es lo mismo el trabajo catequético con jóvenes o adultos, mucho más exigente, que la labor de una madre con sus hijos o la animación de un grupo de prepa-ración a la primera comunión.

Sobre todo si trabajamos con jóvenes y adultos, son tantas las preguntas y dificultades que surgen a propósito de la fe y de la Iglesia, que el catequista debe saber por dónde tirar, cómo responder a esas dificultades y preguntas.

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A este respecto, y por lo que se refiere a la formación de los catequistas, es frecuente recurrir al sistema de la simple “vulgarización teológica”, como transmisión en forma de cascada de un saber teoló-gico (formación como in-formación, a base de repetición, de imitación). Pero sabemos que la información degenera fácilmente en “adoctrina-miento”.

Es importante no perder de vista que la formación debe ser en el fondo trans-formación: es decir, un proceso en el cual el saber ya po-seído (las representaciones y los modos de ver la realidad), se revisan y transforman a la luz del mensaje, para llegar a una nueva formulación y repensamiento de las propias posiciones.

En este sentido, es fundamental no perder de vista la experien-cia de la persona en formación. Partir de ella, tratar de poner en co-nexión el “saber de experiencia” ya poseído por el catequista con el “saber teórico” que transmite la formación.

4. El “talante catequético” del saber del Catequista.

Aclaremos una cosa: el catequista no tiene que ser un “teólogo”, y tanto menos un profesor de teología. Es más, su “formación bíblico-teológica” no debe perder de vista lo que el Directorio llama “talante catequético” (DGC 241). ¿De qué se trata?

Se trata de un conocimiento del mensaje cristiano pensado y formulado no para comunicar un saber o una cultura religiosa, sino en función de la educación de la fe de las personas. Y este da necesaria-mente un tono particular, un matiz característico a todo este bagaje de conocimientos. Concretamente, a la luz del Directorio, podemos desta-car dos aspectos fundamentales:

• Un primer rasgo del “talante catequético” del saber del cate-quista es no perder de vista el carácter unificado y orgánico del men-saje que hay que transmitir. Es importante que el mundo de la fe no parezca un mosaico cargado de piezas aisladas, sino un conjunto bien trabado y concentrado en lo esencial:

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“Es preciso que sea una formación de carácter sintético, que co-rresponda al anuncio que se ha de transmitir, y donde los diferentes elementos de la fe cristiana aparezcan, trabados y unidos, en una visión orgánica que respete la «jerarquía de verdades» (DGC 241).

• Además, debe ser anunciado y percibido como un mensaje para el hombre, significativo y experiencial, iluminación de la vida, respuesta a los problemas existenciales:

“Debe ser una formación teológica muy cercana a la experiencia humana, capaz de relacionar los diferentes aspectos del mensaje cris-tiano con la vida concreta de los hombres y mujeres” (DGC 241).

Esta segunda exigencia es verdaderamente esencial, exigente, y merece toda nuestra atención. Conviene recordar y tomar muy en se-rio aquellas famosas palabras de una carta mandada a los catequistas franceses en nombre del Papa: la palabra de Dios debe ser percibida por cada uno…

Dicho con otras palabras: el mensaje evangélico debe ser perci-bido –por los catequistas y en el ejercicio de la catequesis- en su signi-ficado vital para el hombre: como “buena noticia”, como un “camino de humanización”, como una verdadera “fuerza para vivir”. ¡Casi nada! Es todo un programa, interesante, muy exigente y comprometido, que pide a los catequistas un esfuerzo serio de sensibilización y de estudio.

5. Conocer bien a las personas y el contexto en que se mueven.

Podemos aplicar aquello de que “para enseñar las matemáticas a Jaimito hay que conocer bien las matemáticas y conocer bien a Jaimi-to”.

Si la comunicación catequética quiere de verdad ser un men-saje significativo e interesante para las personas, deberá tener muy en cuenta la condición y situación concreta de la gente a quien se dirige. Es indispensable, por tanto, conocer bien a las personas y conocer adecuadamente el contexto sociocultural en que se mueven.

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Lo ha dicho muy bien una catequeta latinoamericana: Es nece-sario pasar “del catequista del contenido al catequista de la relación, del catequista de la doctrina al catequista de la experiencia, del cate-quista de la profesión al catequista del Evangelio” (B. Cadavid).

¿Qué supone todo esto? Ante todo, es de primario importan-cia el conocimiento directo, empírico, experiencial de las personas con quienes se trabaja y del ambiente que las rodea. Esto es algo que no se puede sustituir con nada. Supone el contacto concreto con las perso-nas, el interés por dialogar con ellas, por comprender su situación, por interesarse por sus vidas.

Muchas veces puede ser necesario o conveniente saber utilizar también las ciencias y saberes que nos ayudan a conocer mejor a las personas y el ambiente en que viven. Nos lo recuerda el Directorio Ge-neral para la Catequesis:

“El catequista adquiere el conocimiento del hombre y de la reali-dad en la que vive por medio de las ciencias humanas, que han alcan-zado en nuestros días un incremento extraordinario”. (DGC 242).

Se trata de una recomendación que invita al catequista a no descuidar la aportación de las ciencias humanas para el conocimiento de las personas y del contexto social y religioso en que viven. Un poco de psicología –al menos en sus “elementos fundamentales” (DGC 242)- y los datos de las ciencias sociales, que “proporcionan el conocimiento del contexto sociocultural en que vive el hombre” (DGC 242), Ayuda-ran al catequista a desarrollar una labor educativa realista, cercana a los problemas reales, existencialmente fecunda. Y se pueden revelar también de gran utilidad, para el conocimiento de las personas y del contexto en que viven, el recurso a la literatura, al arte, a los medios de comunicación.

De esta forma debería ser posible superar esa rutina pastoral de quien no hace ningún esfuerzo por conocer y comprender el mun-do en que vivimos, sus transformaciones, las nuevas mentalidades, el significado profundo de los “signos de los tiempos”. Y dejaremos de quejarnos tanto y de lamentar “estos tiempos tan tristes que nos toca vivir”.

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6. El proyecto pastoral y catequético de la propia Iglesia.

Finalmente, será conveniente que el catequista conozca y sepa insertarse en el proyecto pastoral y catequético de la Iglesia a que per-tenece: su diócesis, su nación, su región pastoral.

Como advierte el Directorio General para la Catequesis, es im-portante para el catequista “conocer y vivir el proyecto de Evangeliza-ción concreto de su Iglesia diocesana y el de su parroquia” (DGC 239).

Esto podrá garantizarle una inserción responsable y ordenada en el conjunto de la actividad pastoral de la propia Iglesia.

Para la reflexión y la profundización.

• En tu experiencia de catequista, ¿Te has visto en situación de no saber responder a preguntas o problemas que surgen?

• ¿Te parece suficiente la preparación bíblica y teológica de los catequistas que conoces?

• En tu catequesis, ¿Tienes en cuenta la situación concreta de las personas que están delante o tratas a todos de igual ma-nera?

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TEMA:3ANUNCIAR

A JESUCRISTO(LO QUE NO DEBEMOS HACER)

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1. Jesucristo, indiscutible centro de atención.

La figura de Jesús es sin duda, y ha sido siempre, objeto de ad-miración por parte de muchísima gente. Hace más de veinte siglos que millares y millares de hombres y mujeres siguen confesando su fe en Él y siguen considerándolo como centro vital e indiscutible punto esencial de referencia para la propia vida.

Jesús de Nazaret es, sin comparación, el personaje histórico que más ha influido en la historia y en la vida de los hombres…

¿Quién como Él ha dado un viraje decisivo a la historia de la hu-manidad? ¿Quién como Él ha sido objeto de admiración, de imitación, de amor, de adoración? ¿Quién podría enumerar los templos, las calles y ciudades, instituciones, pinturas, imágenes obras de arte… a Él de-dicadas?

Grandes figuras de la humanidad, hombres y mujeres de toda clase y condición, a lo largo de la historia, se han rendido a su fasci-nación y lo han colocado en el centro de sus vidas, con total entrega y admiración: Su Madre María, los Apóstoles, María Magdalena, el Após-tol Pablo, san Agustín, san Francisco de Asís, santa Catalina de Siena e innumerables otros santos. Podemos recordar también a muchos inge-nios de la inteligencia, a tantas lumbreras del genio humano que se han sentido subyugados por la figura de Jesucristo. Y lo mismo se puede decir de hombres y mujeres ilustres del pensamiento y de la ciencia. Verdaderamente, podemos y debemos exclamar, con Franz Kafka: “Je-sús es un abismo de luz”.

En nuestro tiempo, a pesar de tantos brotes de indiferencia re-ligiosa, Jesús sigue siendo un polo de atracción. Sigue siendo un per-sonaje que no puede quedar ignorado. De Él se ocupan la literatura, el arte, la ciencia, las más variadas expresiones de la cultura de todos los tiempos. El interés por su figura no decae, aunque pueda ser objeto de las más diversas y contradictorias interpretaciones y juicios.

Pero, por otra parte, tenemos que reconocer que, en el ejercicio concreto de la catequesis, el anuncio de Jesucristo y la presentación de su “misterio” no siempre resulta fácil y convincente. A la luz de la experiencia, podemos decir que no faltan aspectos problemáticos y dificultades a la hora de definir su figura y su significado para nosotros.

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2. Repensar la figura de Jesús.

No son pocas, ante todo, las dificultades vinculadas a las defini-ciones doctrinales del magisterio de la Iglesia sobre la persona de Je-sucristo. En los primeros siglos del cristianismo, la comunidad cristiana sintió la necesidad de reflexionar sobre la identidad y el significado del Señor, al mismo tiempo que procuró, utilizando las nociones y mol-des culturales del tiempo, interpretar y definir la propia fe en el Señor Jesucristo. Grandes y solemnes Concilios, a partir del siglo IV -Nicea, Éfeso, Calcedonia, Constantinopla- nos legaron una serie de formula-ciones doctrinales de un valor inestimable, pero que en nuestro tiempo -teniendo en cuenta las nuevas coordinadas culturales modernas-, nos resultan de difícil comprensión: “Engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; dos naturalezas, dos voluntades, una sola persona divina”, etc. Ante este “Jesús dogmático” son muchos los que se sienten algo descolocados, dada la sensibilidad cultural de los hombres y mujeres de hoy, que viven en otro clima y otra mentalidad. Decir, por ejemplo, que Jesús es una única persona divina, y que nos es “persona huma-na”, puede ser interpretado como una negación de su auténtica huma-nidad.

Otra fuente de dificultades proviene del progreso de la ciencia bíblica y de la crítica histórica, que nos suministran hoy instrumentos y claves de lectura para comprender en qué sentido podemos considerar como “históricos” algunos relatos evangélicos. No se pone en duda la sustancial historicidad de estos relatos, pero se nos impide tomar al pie de la letra muchos episodios y momentos de la vida de Jesús, tal como aparecen en los Evangelios.

El estado actual de la ciencia bíblica obliga a un delicado esfuerzo de interpretación de los textos de la Escritura, y de manera especial de las narraciones de la vida, muerte y resurrección del Señor. Pensemos, por ejemplo, en los tradicionales relatos del Evangelio de la infancia de Jesús en Mateo y Lucas que –como bien sabemos- no podemos consi-derar como una narración biográfica de hechos históricos.

Tema de reflexión es también la imagen de Jesús que se des-prende de las celebraciones cristianas en su honor, sobre todo la Eu-caristía. La celebración eucarística es ciertamente un momento privile-giado, para muchos cristianos, de encuentro con el Señor Jesús; pero

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para otros, sobre todo para muchos jóvenes, tal celebración no permite precisamente un fácil acceso al Jesús del Evangelio.

3. Defectos más frecuentes.

A la luz de la experiencia, es posible detectar algunos errores y defectos que nos hacen ver ante todo lo que no debemos hacer al hablar del Señor y presentar su figura. Hay formas y expresiones clara-mente insuficientes o inadecuadas a la hora de presentar y anunciar a Jesucristo.

• Por ejemplo: No anunciamos bien a Jesucristo si nos limitamos a contar su vida, tratando solo de reconstruir históricamente su exis-tencia terrena. Esto significaría en el fondo, hablar de Jesucristo como de un personaje del pasado, lejano. Jesús tiene siempre que aparecer como una persona viva con la que mantenemos una relación existencial importante, decisiva para nuestra vida.

• Para anunciar a Jesucristo en forma eficaz, no es suficiente ex-poner o explicar la doctrina cristológica elaborada en los Concilios y en la reflexión teológica sobre el Señor. Sabemos que tal doctrina ha sido formulada con categorías filosóficas y culturales de tiempos pasados muy lejanos (los primeros siglos del cristianismo). Hoy será necesario formular nuestra fe con un lenguaje comprensible y aceptable para la cultura actual.

• Cuando se trata de niños pequeños, es frecuente caer en el error de infantilizar su figura, pensando que de esa manera la acerca-mos al mundo infantil. Expresiones muy conocidas y utilizada, como las tradicionales “Jesusito de mi vida” o “cuatro esquinitas tiene mi cama”, pueden parecer muy cercanas a los niños y encantar a padres y abue-los, pero en el fondo infantilizan la religión y no contribuyen ciertamente a facilitar un auténtico encuentro de los niños con Jesús.

• La legítima preocupación por una adecuada “inculturación” de la fe, es decir, por el deseo de expresarla con términos y conceptos de nuestra mentalidad actual, lleva a veces a emplear expresiones total-mente fuera de lugar y hasta ridículas. Como la ocurrencia de llamar

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al Señor, en el misterio de su Ascensión, ¡divino astronauta! O esos carteles con la figura de Jesús y, debajo, la conocida expresión para la búsqueda de delincuentes: “Wanted” (se busca).

• Al hablar de Jesucristo, hay que evitar instrumentalizar su figu-ra con fines más o menos ideológicos, es decir, utilizar su figura para justificar o defender intereses particulares (sea de tipo pedagógico, o ascético, o político, etc.). Por ejemplo, hace años se puso de moda hacer una lectura “política” del Evangelio, presentando a Jesús como revolucionario, como subversivo o cosas por el estilo. O bien se ha espiritualizado a veces tanto su figura, que se acaba ignorando o esca-moteando de hecho su condición humana. Otras veces se ha insistido mucho en su obediencia filial al Padre, para justificar en el fondo un cierto ejercicio –poco evangélico- de la autoridad en el Iglesia. De una forma algo más sencilla e ingenua, hemos instrumentalizado la figura del Señor cuando lo presentamos a los niños como alguien que casti-ga, que nos está viendo en todas partes o que sufre por nuestras faltas (algunos podrán recordar aquello de: “Vamos niños al Sagrario, que Jesús llorando esta”). Son expedientes y recursos a los que recurrimos para que los niños se porten bien o que usamos como instrumento de chantaje emotivo.

Dejamos así el tema, por ahora. En el capítulo siguiente trata-remos de ver –en positivo- cómo debemos hablar de Jesucristo en la catequesis.

Para la reflexión y la profundización.

• En tu experiencia de catequista, ¿Has encontrado dificul-tades al hablar de la figura de Jesús?

• En el anuncio de Jesucristo, ¿Qué defectos e incorreccio-nes te parecen más frecuentes?

• ¿Qué piensas de los errores e incongruencias de los que se ha hablado? ¿Son cosas que suceden en la realidad?

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26 TEMA:4COMO

DEBEMOS HACER

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1. Exigencias del anuncio de Jesucristo.

Hablando en términos generales, podemos seleccionar algunas pautas o exigencias que de alguna manera valen para todos, al hablar de Jesús.

• Ante todo, como ya hemos dicho, Jesús no debe ser presentado como un personaje –extraordinario si se quiere- lejano, perteneciente al pasado histórico. Debe estar claro que, para nosotros, se trata sobre todo de una Persona presente y viva, entrañable y querida, con la que mantenemos una relación vital y una compenetración existencial, pues constituye el principal punto de referencia de nuestras aspiraciones y proyectos y la clave definitiva que da sentido a nuestra vida.

Cuando hablamos de Jesucristo, cuando presentamos su vida y su misterio, debe ser ilusión nuestra que la gente que nos oye pueda decir: ¡Cómo se ve que lo ama!

• Nuestra catequesis debe estar todo compenetrada por el “cris-tocentrismo trinitario”. ¿Qué quiere decir? Ante todo, hablando de “cris-tocentrismo”, se quiere indicar la exigencia, bien conocida a lo largo del movimiento catequético, que nos recuerda que Jesús, el Cristo, debe ocupar el centro indiscutible de la comunicación catequética. Dicho con otras palabras: Jesús no puede ser un tema más entre los argu-mentos de nuestra catequesis. Como solían decir los pioneros de la renovación de la catequesis:

“El tema de Jesucristo no debe figurar como un eslabón en una cadena, sino más bien como el centro de una rueda, hacia el que con-fluyen todos los radios”.

Concretamente, esto quiere decir que, en todos los temas trata-dos en la catequesis, debe ser patente la referencia esencial a Cristo Señor. Si hablamos de Dios, debe quedar claro que se trate del “Padre de Nuestro Señor Jesucristo”. Si hablamos de la Virgen María, es evi-dente que Ella es sobre todo la Madre de Jesús.

Si exponemos los Sacramentos, estos deben ser presentados como signos y acciones de Jesucristo. Si se trata de la Iglesia, habla-mos del “Cuerpo de Cristo”, del Pueblo que Jesús adquirió por medio

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de su muerte y resurrección. Y si hablamos de las postrimerías o noví-simos del hombre (muerte, juicio, infierno, cielo, etc.), todo debe apa-recer como acción del Juez Supremo, que es Jesús, y como revelación de su gloriosa venida; etc.

Por otra parte, este “cristocentrismo” debe ser también “trinita-rio”, ya que Jesús no puede quedar desligado del Padre y del Espíri-tu, según la fórmula clásica:”per Christum, ad Patrem, in Spiritu” (“por Cristo, al Padre, en el Espíritu”). También aquí es importante que la Santa Trinidad no parezca como una especie de misterio o jeroglífico imposible de comprender, sino como referencia suprema, como la luz definitiva que ilumina y da sentido a la existencia.

• Otra advertencia importante: al hablar de Jesucristo, hay que tomar muy en serio la autenticidad de su humanidad. Jesús es realmen-te “consustancial a nosotros”, y no hay que ignorar o escamotear los signos propios de su verdadera humanidad: tentaciones, ignorancia, sufrimiento, solidaridad humana, emotividad, etc. No debemos caer en el error que los teólogos han llamado “criptomonofisismo”, es decir, en una tal exaltación de la divinidad que equivale, de hecho, a la negación o disminución de su humanidad. La vida de Jesús y su misterio no se entienden bien si no son vistos en el concreto contexto histórico en que se han desarrollado.

• El anuncio de Jesucristo debe resonar hoy como la garantía de que es posible realizar el “proyecto hombre”, como la seguridad de que la historia y el proceso de humanización tienen un sentido positivo. El significado antropológico para nosotros del misterio de Jesús consis-te sobre todo en el hecho de que, creyendo en Él y siguiéndole a Él, tenemos la garantía de poder realizar plenamente nuestra vocación de hombres y mujeres, como imagen de Dios y colaboradores en su crea-ción.

• Es importante, al hablar de Jesucristo, utilizar un lenguaje ver-daderamente expresivo y significativo para los hombres y mujeres de hoy, en continuidad vital con la tradición cristiana, aunque convencidos de que ninguna expresión humana puede abarcar y exponer adecuada-mente el misterio trascendente e inefable del Hijo de Dios.

Conviene añadir una última e importante observación: El anun-cio de Jesucristo podrá tener sentido o ser bien acogido solamente por

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aquellos que, de alguna manera, sienten necesidad de Él, queriendo dar un sentido a la vida y sintiendo la necesidad de un punto de refe-rencia para superar los ataques del mal. Para las personas llenas de sí, para la gente satisfecha, para los que no sienten necesidad alguna de “ser salvados”, el anuncio de Jesús carece de sentido. De ahí que la labor catequética tenga que esforzarse por suscitar el deseo de encon-trarse con Él, de manera que su anuncio lleve, más que a “conocer” al Señor, a “reconocerle” como persona esperada y deseada para colmar el anhelo más profundo de la existencia.

2. Las fuentes del Anuncio.

Podemos preguntarnos, finalmente, cuáles son las fuentes prin-cipales del anuncio de Jesús, es decir, los lugares o realidades en las que encontramos los elementos fundamentales de la comunicación ca-tequética. Sugerimos y señalamos, como privilegiadas, estas tres: el Nuevo Testamento, la Liturgia y las Imágenes tradicionales del Señor.

• Ante todo, el NUEVO TESTAMENTO (especialmente los Evan-gelios y las cartas de San Pablo). La centralidad de esta fuente bíblica debe resultar indiscutible para todo catequista. En el centro de la ca-tequesis están los Evangelios, que además deben ser considerados como los primeros catecismos de la comunidad cristiana. Y también debe ser central la referencia a San Pablo, el enamorado de Cristo. De hecho, en su relación con Cristo, Pablo usa expresiones que saben a exageración, como es el lenguaje de la seducción y el enamoramiento, propio de alguien que está “loco”, “chiflado” por Cristo Señor.

Son conocidas algunas de estas expresiones: “Estoy crucificado con Cristo, pero vivo… no yo, Cristo vive en mí” (Gál 2, 20); “Para mí vivir es Cristo” (Fil 1, 21); “Quién nos separara del amor de Cristo” (Rom 8, 35-39). Ahora bien: Al hablar de Jesús, no debemos olvidar el hecho que la Biblia utiliza diversos “géneros literarios” -es decir, formas y len-guajes expresivos- que hay que saber comprender. Esto vale también para los Evangelios, que no son pura “biografía” de Jesús, sino narra-ción interpretada teológicamente, vida leída a la luz del misterio pascual de muerte y resurrección. Los Evangelios, más que contarnos lo que hizo y dijo Jesús, nos quieren comunicar lo que Jesús “hace y dice”

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para nosotros hoy. Y esto plantea delicados problemas a propósito de la “historicidad” de muchas páginas evangélicas.

• Una inagotable fuente de inspiración es también la LITURGIA, tal como se desarrolla a lo largo del Año Litúrgico y muy especialmente, en la celebración de la Eucaristía. La espina dorsal del año litúrgico es la celebración de los misterios de la vida, muerte y resurrección del Se-ñor. Y se ha podido decir que la mejor manera de anunciar y compren-der un punto de nuestra fe es celebrarlo en una fiesta (J.A. Jungmann).

Otro aspecto vital de la celebración litúrgica, de especial impor-tancia para el anuncio catequético de Jesucristo, es la centralidad y el protagonismo absoluto del Misterio Pascual: Se puede decir que el misterio central que celebran los cristianos es la Pascua del Señor: Su pasión-muerte-resurrección-ascensión. Y en este sentido, es la figura del Señor Resucitado la que debe ocupar el centro de nuestro anuncio en la catequesis.

• LAS IMÁGENES DE JESÚS en el arte y en la devoción popular contienen una riqueza expresiva extraordinaria. Pero deben ser inter-pretadas y valoradas no solo por su valor artístico y aceptación popular, sino a la luz del genuino mensaje de la Fe de la Iglesia en Jesucristo. Una atención especial merecen las distintas representaciones de la Pa-sión del Señor y sobre todo la imagen de Jesús Crucificado (El Cruci-fijo).

Símbolo por excelencia y representación privilegiada de la fe cris-tiana. Con una advertencia: “La muerte de Jesús no debe separarse nunca de su Resurrección”. Es lo que nos expresan las más antiguas imágenes del Crucificado, en las que Cristo se nos presenta, no como un cadáver, sino como una persona viva, resucitado, transfigurada. Ahí tenemos, por ejemplo, el famoso “Crucifijo de San Damián”, el que ha-blo a San Francisco de Asís: Jesús está en la cruz, pero tiene los ojos bien abiertos y es expresión de un amor que se entrega y da vida, ima-gen de triunfo, de resurrección.

Es de esperar que estas indicaciones nos ayuden, en la cate-quesis, a hablar de Jesús y a presentar su figura de tal manera que nuestros oyentes, puedan entrar: “No solo en contacto, sino en comu-nión, en intimidad con Jesucristo”.

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Para la reflexión y la profundización.

• En tu experiencia de catequista, ¿Cuáles han sido los re-sortes principales para anunciar y hablar de la figura de Jesús.

• En el anuncio de Jesucristo, ¿Qué te parece más impor-tante: narrar su vida, explicar su doctrina o dar testimonio de su amor?

• Al hablar de Jesús, ¿Tienes en cuenta la situación con-creta de las personas con quienes estás o tratas a todas de igual manera?

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TEMA:5DIOS EN

LA CATEQUESIS

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Las “caricaturas” de Dios

Nuestra catequesis está siempre expuesta a caer en muchas y frecuentes deformaciones de la idea de Dios, deformaciones que se encuentran con frecuencia en la experiencia de muchos cristianos. Hay que estar muy atentos a la presencia de estas imágenes, conscientes o inconscientes, que ofuscan la conciencia religiosa y exponen al riesgo de un posterior abandono de la fe.

En el subsconscientes de muchos creyentes se esconden imáge-nes de Dios totalmente inaceptables. Es un hecho: se puede decir que, en nuestro lenguaje y en las imágenes que tenemos de Dios, muchas veces proyectamos sobre Él y le atribuimos algunos de nuestros peores defectos y actitudes: ansia y poder, ambición, deseos de castigo y de venganza.

Veamos en detalle algunas de las más frecuentes imágenes de-formadas de Dios.

a) Dios tapa-agujeros

Una concepción de Dios, muy difundida, es la que lo considera como recurso o hipótesis explicativa de todo lo que no conseguimos entender en la naturaleza y en la historia. Esto se podía explicar en épocas pasadas, cuando -en una visión pre-científica del mundo- no se conocía la existencia de las leyes de la naturaleza, ni era concebible poder afirmar la autonomía de las realidades temporales. Se pensaba espontáneamente que Dios intervenía continuamente en el curso de la vida y que de su voluntad dependía que cayera la lluvia, que hubiera cosechas, que se curaran las enfermedades, que se ganaran o perdie-ran las batallas, etc.

Este modo de pensar no tiene sentido en nuestra cultura actual. Hoy día nuestros conocimientos y posibilidades científicas nos ofrecen explicaciones convincentes de muchos fenómenos, sin necesidad de recurrir a Dios. El mundo en que vivimos tiene su consistencia y su au-tonomía. Invocar a Dios para “tapar los agujeros” de nuestra ignorancia

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es además no solo un inicio de pereza mental, sino la demostración de que no se respeta la autonomía de la racionalidad humana y de la realidad.

b) Dios intervencionista

Muy parecida a la imagen anterior es la de un Dios ”intervencio-nista”, es decir, un Dios que continuamente interviene en la historia de los hombres, acarreando bienes y males, enderezando entuertos o pro-vocando entuertos o provocando desgracias. Según esta concepción, nada sucede sin que Dios lo quiera y lo permita:

“(…) todo lo que ocurre en el mundo lo ha querido Dios, da lo mis-mo que sea un cáncer o la lotería. Suerte o desgracia, Dios lo ha querido (…). A Dios se le achaca todo lo que sucede en el mundo y, así, es el responsable último de todas las cosas buenas y de las atrocidades que pasan en este universo mundo”. (Mardones)

Esta idea lleva consigo la convicción de poder invocar la inter-vención de Dios para resolver nuestros problemas y dificultades, al mismo tiempo que nos escandaliza el hecho de que, en los casos de desventuras o desgracias, Él no intervenga para arreglarlo todo. Es el escándalo del tradicional e insoportable “silencio de Dios”.

Pues bien, tenemos que comprender que pedir a Dios que inter-venga para cambiar las leyes de la naturaleza no tiene sentido. Podría parecer así en el pasado pre-científico en el que no se conocían las leyes naturales.

Las consecuencias de esta idea de Dios son graves: no permiten que sigan su curso la libertad humana ni la historia como construcción y aventura de los hombres, con sus terribles desigualdades, injusticias y muertes.

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c) Dios juez castigador

Es esta una imagen muy extendida, muy habitual en el curso de la tradicional educación religiosa del pueblo cristiano. Trae consigo la habitual educación y pastoral del miedo. Y todavía hay quién echa de menos el frecuente recurso del castigo, al infierno, al miedo, a la con-denación, al mismo tiempo que lamentan que se hable hoy demasiado del amor, de la bondad y del perdón de Dios.

Estamos ante una de las deformaciones más clamorosas del ver-dadero rostro del Dios de Jesucristo:

“La peor imagen para Dios. El que peor queda en toda esta ope-ración pastoras es Dios mismo. La imagen de Dios que se utiliza, más o menos conscientemente, es la de un Dios juez severo que filtra tan fino los pecados que no deja pasar uno solo de sus deslices (…). Este Dios-policía es usado con ligereza en la educación de los niños. Fre-cuentemente, las mamás acuden a él para lograr que el niño no toque tal cosa, no haga la otra o simplemente no meta la mano en las galletas” (Mardones, “Matar a nuestros dioses”, 24).

Esta pedagogía del castigo de Dios puede conducir a situaciones incluso ridículas. Como sucedió hace años en Florencia, con ocasión de una terrible inundación que invadió muchas casas y tiendas: una maestra explicó en clase que todo esto era un castigo de Dios, pues -decía-también en Florencia se cometen muchos pecados; lo que pro-vocó la pregunta inocente -y totalmente “lógica”- de una niña: ”pero señorita, ¿es posible que los pecadores estén todos en la planta baja?”.

d) Dios opresor

Es la visión de un Dios que continuamente impone prescripciones y leyes, sobre todo para prohibir. Dios es visto como el gran aguafies-tas que impide a los cristianos disfrutar de la vida, por medio de toda una serie de mandamientos y prohibiciones que hay que observar. Este Dios exigente, que impone leyes, prohibiciones, cortapisas, es en el fondo un Dios decretista, verdadera caricatura del Dios de Jesús.

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Podríamos hablar de otras muchas falsas imágenes o caricaturas de Dios, pero lo dicho puede ser suficiente para comprender el pro-blema y pensar en la tarea que se impone en nuestra catequesis. En el próximo capítulo veremos -positivamente- cómo debemos hablar de Dios en la catequesis, para ser fieles anunciadores del Dios de Jesu-cristo.

Para la reflexión y la profundización

• En tu experiencia de catequista, ¿has tropezado con es-tas deformaciones de la imagen de Dios?

• Teniendo en cuenta estas frecuentes “caricaturas” y de-formaciones, ¿cuál o cuáles te parecen más nefastas para el fu-turo de la fe de nuestros catequizandos?

• Como catequista, ¿estás realmente convencido de que hay que superar o corregir estas imágenes de Dios?

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TEMA:6EL VERDADERO

ROSTRO DE DIOS

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1. Actitudes de fondo

Antes de pararnos en las “cosas” que debemos decir de Dios, es importante aportar las actitudes justas para entrar en la órbita de su conocimiento y de su experiencia.

a) Adoración del misterio de Dios

La primera e indispensable actitud de fondo, esencial para la educación y maduración religiosa, es el reconocimiento de la trascen-dencia de Dios, la apertura al “misterio de Dios”.

Cuando hablamos de “misterio” no queremos indicar en primer lugar algo “enigmático”, algo que no conseguimos entender, sino ex-presar una realidad que está muy por encima de nuestra capacidad de comprender, de modo que, ante Dios, hay que conservar siempre una actitud adorante y abierta a lo impensable. Hay que saber, como se suele decir, “dejar a Dios ser Dios”, ya que, como nos dice el profeta Oseas: “Porque soy Dios y no hombre”(Os 11,9).

b) Apertura a la experiencia de Dios

No basta, tratándose de Dios, con tener ideas muy claras o muy altas: lo más importante es tener una verdadera “experiencia de Dios”. Es decir, experimentar su presencia y, sobre todo, su amor, que supera toda lógica humana. Se trata, en definitiva, de sentir su amor envolven-te como algo que llena nuestra vida y da sentido a la existencia, por encima de todos nuestros razonamientos o perplejidades.

c) Conversión al Dios de Jesucristo

Aquí tocamos el fondo de nuestra tarea personal y pastoral. Para comunicar de forma adecuada la imagen de Dios, tenemos que mante-ner siempre una actitud sincera de conversión al Dios de Jesucristo. Es una tarea que no completaremos nunca, pues Jesús nos invita a supe-rar nuestras falsas ideas para abrirnos al misterio inefable y maravilloso del Padre que está en los cielos, que es AMOR.

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Y aquí se impone una convicción: nosotros no nos acercamos a Jesús sabiendo ya quién y cómo es Dios; al contrario: nos acercamos a Jesús para saber quién y cómo es Dios para nosotros.

Esta actitud sincera de conversión es fundamental y necesaria para superar de una vez todas las falsas representaciones e imágenes deformadas de Dios.

2. El Dios de Jesús es Trinidad: Padre de Nuestro Señor Jesucristo, dador del Espíritu

Ojalá, como catequistas, sepamos enamorar a nuestros catequi-zandos -niños, jóvenes o adultos- del Dios de Jesús que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Trinidad bendita, misterio de amor y promesa de feli-cidad. Ojalá podamos dar testimonio, con nuestras palabras y nuestra vida, de que la Trinidad no es para nosotros una fría doctrina o una es-pecie de jeroglífico incomprensible, sino la presencia amorosa que nos salva, que da sentido a nuestra vida y nos asegura la felicidad.

Esto supone, ante todo, saborear la relación única de Jesús con el Padre, a quien llama con el nombre cariñoso de “Abbá” (literalmente: “Papá”), y que nos invita a “atrevernos” también nosotros a llamarlo con el nombre de “Padre”. En este sentido, es importante, en la catequesis, valorar e iniciar a los niños y jóvenes en la oración del “Padre nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó.

Pero estemos atentos, por otra parte, a las posibles connotacio-nes negativas que la imagen del “padre” puede tener. Algunos niños no tienen una experiencia y un recuerdo positivo de la figura del padre (hijos de padres divorciados, niños abandonados o maltratados, etc). Que no nos suceda tener que oír decir a alguno de nuestros catequi-zandos lo que exclamaba un chaval en la catequesis: ”si Dios es padre, ¡no quiero oír hablar de él!”.

Por otra parte, abrir al misterio de la Trinidad supone también sa-ber presentar y amar al Espíritu Santo, ese “Dios desconocido” del que muchos cristianos piensan que podrían tranquilamente prescindir. Hay que saber descubrir la belleza y la riqueza del don del Espíritu, que es el amor de Dios en nosotros, la fuerza de Dios en nosotros, la vida de Dios

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en nosotros. Hemos de saber apreciar y descubrir la riqueza de dones y carismas que el Espíritu da a los discípulos de Jesús y a la Iglesia, de la que es el alma.

3. El Dios de Jesús es amor incondicional

En la entraña misma del mensaje evangélico está la revelación de que Dios es AMOR. Amor infinito, incondicional, gratuito, como apa-rece en la parábola del “Padre misericordioso “(o “del hijo pródigo”). Amor que se manifiesta como misericordia, perdón, acogida incondi-cional. Esta revelación de Jesús es una noticia realmente explosiva, maravillosa, inefable.

Qué bellas son las palabras del papa Francisco en el Ángelus del domingo 17 de marzo: “El rostro de Dios es el de un padre misericor-dioso, que siempre tiene paciencia. ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, en la paciencia que él tiene con cada uno de nosotros? Esa es su misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros; nos comprende, nos aguarda, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a él con el corazón contrito”

El amor de Dios es tan grande, tan “exagerado”, que con frecuen-cia en la Biblia, cuando se manifiesta, suscita la reacción “lógica” de los buenos, que se rebelan y protestan: el hijo mayor de la parábola, los jornaleros que han trabajado todo el día, el profeta Jonás cuando ve que no se cumple la amenaza de destrucción que había proclamado, etc. Es una lógica puramente humana, el hombre se revela ante la mi-sericordia gratuita del Dios, y protesta: “¡esto no es justo!”.

Ante la revelación de Dios como Amor, no hay que olvidar que el amor elimina el miedo. La fidelidad al mensaje de Jesús nos hace superar todo sentimiento de temor, todo miedo servil ante su presencia y su acción.

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4. El Dios de Jesús es el CREADOR del universo

Dios está en el origen de todo lo que existe. Todo lo que somos, todo lo que tenemos proviene de su amor creador, es un don que re-cibimos de su generosidad. La idea de la creación por amor permite entender a Dios fundando y sustentando el mundo, promoviendo su autonomía sin interferir en ella. De ahí la actitud, de acción de gracias, que el cristiano debe manifestar y vivir.

Pero estemos atentos: la creación no es un hecho del pasado, como ordinariamente se piensa. Dios no solo “creó” sino que constan-temente “crea”, nos está creando, nos está sosteniendo con la poten-cia de su acción creadora. Y hay algo todavía más extraordinario: nos crea “creadores”, como personas responsables y libres, fuera de toda lógica de pura dependencia o sujeción.

La acción de Dios no sustituye la libertad y el obrar humano, sino que los sustenta y potencia. Nos crea “a su imagen y semejanza”, inte-ligentes y libres.

5. El Dios de Jesús no es “imparcial”

Se pone descaradamente del lado de los pobres y excluidos.

Es esta una línea constante en la revelación bíblica del rostro de Dios. Dios no es neutral: se pone claramente del lado de los pobres, de los que no cuentan. Lo proclama explícitamente la Virgen María en su “Magnificat”: “Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”

Y Jesús lo confirma: ”Bienaventurados los pobres; pero, ¡ay de vosotros, ricos!”.

La Iglesia tiene que ponerse de parte de los pobres, como su fundador y como han hecho los santos: “¡Cuántos pobres hay todavía en el mundo! ¡Y cuanto sufrimiento afrontan estas personas! Siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís, la Iglesia ha tratado siempre de cuidar, de tutelar en todos los rincones de la tierra a los que sufren por

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la indigencia (…) en muchos países se puede comprobar la generosa labor de los cristianos que se esfuerzan por ayudar a los enfermos, a los huérfanos, a los sin techo y a todos los marginados, y que, de este modo, trabajan por construir sociedades más humanas y más justas” (Papa Francisco, Discurso al Cuerpo Diplomático, 22-III- 2013)

Cuando suceden desgracias –como terremotos, inundaciones, enfermedades- nos viene espontáneo preguntar: ¿dónde está Dios? Pues bien cuando nos aqueja la enfermedad, podemos decir que Dios no está en la enfermedad: está en el enfermo, luchando contra la enfer-medad. Cuando hay personas que sufren desgracias, Dios está con las víctimas, solicitando ayuda y solidaridad.

Estos son algunos de los aspectos principales con que tenemos que presentar a Dios en la catequesis. Pero lo más importante, no lo olvidemos, es presentar a Dios como AMOR.

Magnificas las palabras del papa Francisco al comienzo de su pontificado: “El Señor no se cansa de perdonar: ¡nunca! Somos noso-tros los que nos cansamos de pedirle perdón. Pidamos, pues, la gracia de no cansarnos de pedirle perdón, porque él nunca se cansa de per-donar”

Para la reflexión y la profundización

• En tu experiencia de catequista, ¿qué dificultades has en-contrado para hablar con Dios?

• ¿Sientes de verdad la necesidad de una continua conver-sión al “Dios de Jesucristo?”

• Como catequista, ¿estás realmente convencido de que hay que poner a Dios en el centro de todas nuestras preocupa-ciones?

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TEMA:7LA IGLESIA

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1. El “sentido de Iglesia”

Un fenómeno grave, preocupante, es la falta de sentido eclesial de muchos cristianos. Viven su fe prescindiendo sencillamente de la Iglesia. Como si no existiera. O diciendo, con una expresión que viene de lejos, “Cristo sí, iglesia no”. Son creyentes que ignoran u olvidan la esencial dimensión eclesial de la fe. Una socióloga inglesa ha lanzado una expresión que se ha hecho famosa y que resume bien la situación y la actitud de muchos cristianos hoy: “creer sin pertenecer”.

2. Desafección y mala imagen

Es verdad que, con frecuencia, se habla y se piensa sobre la Igle-sia con mucha superficialidad, y con no poca ignorancia, dejándose llevar de prejuicios y con evidente parcialidad.

Sabemos que los medios, como en general la opinión pública, ignoran o silencian tantas realidades positivas y meritorias de la iglesia, como son, entre otras: su testimonio de caridad y servicio a los des-heredados y excluidos de la tierra; la constancia y el valor de sus innu-merables mártires, demostrados con abundancia también en nuestro tiempo; el testimonio convincente de coherencia cristiana de muchas personas, comunidades, religiosos; la labor callada de tantos hombres y mujeres, de tantas familias ejemplares; el valor profético de un magis-terio social valiente y comprometido; etc.

Sí, es justo reconocer que la mala imagen de la Iglesia está condi-cionada y depende en parte, entre otras razones, de la desinformación y prevención de muchos, que desfiguran y ofenden su rostro.

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3. Visibilizar el Evangelio

Tenemos que reconocer que no faltan en la Iglesia realidades y aspectos negativos, como son por ejemplo:

La superficialidad, infidelidad e incoherencia de muchos creyen-tes, que desacreditan en el mundo el nombre cristiano.

Los defectos personales y estructurales de la institución eclesial, que están pidiendo reforma, como son, por ejemplo: el excesivo cen-tralismo romano, el talente clerical y la complicación burocrática.

Los escándalos inaceptables de los abusos sexuales y de su en-cubrimiento.

Hoy día –podemos decir- los reproches a la Iglesia no provienen solo de los laicistas y anticlericales de siempre: hoy podemos decir que vienen también desde el interior mismo del cuerpo eclesial.

Por otra parte, los mismos obispos españoles han reconocido la lejanía de la Iglesia de las categorías más vitales de hombres y mujeres de nuestra sociedad. Hablando de la urgencia de la evangelización, hoy, han llegado a afirmar:

“Esta evangelización misionera debería dirigirse, de manera espe-cial, a esos grandes ámbitos humanos en los que la Iglesia está particu-larmente ausente: el mundo obrero, el mundo de la emigración, amplios sectores de nuestra juventud, el mundo de la cultura y de la universidad, grandes sectores rurales… y, por encima de todo, el mundo de los más pobres, de los más marginados” (La catequesis de la comunidad, nº 52)

Vienen ganas de exclamar: ¡Dios mío, si la Iglesia está “particular-mente ausente” en todos estos lugares, ¿dónde está presente?!

Todo esto explica que se siente hoy la necesidad urgente de arre-pentimiento, de cambio y de reforma: es un verdadero clamor que pro-viene de voces muy variadas y muy competentes (obispos, sacerdotes, teólogos, observadores, simples cristianos…).

Y hemos podido comprobar, sobre todo después del Concilio Va-ticano II, que la Iglesia ha aprendido también a pedir perdón (lo que por mucho tiempo parecía algo imposible).

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4. Una importante tarea

A pesar de todos los pesares, esto es algo irrenunciable: es un objetivo esencial de la tarea catequética. Hay que fomentar en los fieles el auténtico “Sentido de Iglesia”, que significa: amor a la Iglesia, identifi-cación con ella (“sentir con la Iglesia”), sentido de pertenencia leal. Eso sí, debemos educar para ir adquiriendo un sentido de Iglesia maduro, equilibrado, adulto.

¿Qué significa? Significa amor, identificación, pertenencia, sí, pero también sentido crítico, amor a la verdad, ejercicio del discerni-miento… habrá que irse acostumbrando a ser, en la Iglesia, como los hijos adultos en la familia: hijos que aman a sus padres y les son fieles, pero que no siempre piensan como ellos ni aprueban todo lo que ha-cen… Podemos recordar la famosa expresión del célebre autor inglés Chesterton: “Yo, cuando entro en una Iglesia, me quito el sombrero, ¡pero no la cabeza!”.

En este sentido tendremos que admitir que el “sentido de Iglesia” no hace referencia solamente a la Iglesia del pasado o del presente (es decir, a la Iglesia tal como ha sido y como es actualmente). Habrá que ser también fieles a la “Iglesia del futuro”, es decir, a la Iglesia como debe ser, como deseamos que sea, como la sueñan cuantos la quieren más cercana al ideal evangélico.

Es muy importante, en el ejercicio de la catequesis, tener claro el horizonte eclesiológico hacia el que se camina, optando por un proyec-to de Iglesia estimulante y convincente para los cristianos de hoy.

Son impresionantes en este sentido las palabras del papa Fran-cisco al comienzo de su pontificado, cuando afirmaba: “Expreso mi vo-luntad de servir al Evangelio con amor renovado, ayudando a la Iglesia a convertirse cada vez más, en Cristo y con Cristo, en la vida fecunda del Señor. (…) Nos esforzaremos por responder fielmente a la misión de siempre: llevar a Jesucristo al hombre y conducir al hombre al en-cuentro con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo de todo ser humano. Dicho encuentro tiene como resultado hacer hombres nuevos en el misterio de la Gracia, sus-citando en el ánimo esa alegría cristiana que constituye el céntuplo que Cristo da a quien lo acoge en su existencia”.

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5. Nada de triunfalismo

Hay que superar de entrada toda forma de triunfalismo, de fácil y perjudicial afán apologético, queriendo siempre y a toda costa defen-der lo indefendible…

La Iglesia, no lo olvidemos, ha sido declarada en el Concilio “al mismo tiempo santa y necesitada de purificación” (LG 8).

En la época patrística encontramos incluso la expresión fuerte aplicada a la Iglesia “castra meretrix” (“casta prostituta”).

Eso quiere decir que, en nuestra relación con la Iglesia, no debe faltar una sincera actitud de autocrítica, reconociendo sinceramente todo lo que merece juicio negativo.

Por todo esto está justificada la necesidad y la urgencia, hoy in-vocada por muchos, de una seria reforma de la Iglesia, en sus distintos aspectos: institucional, doctrinal, disciplinal, moral…

6. Mirar al Concilio

Esto es algo que hoy se impone: ofrecer una visión actualizada, conciliar, de la Iglesia, caminando hacia la renovada concepción ecle-siológica del Vaticano II.

Al explicar lo que es la Iglesia, es importante poner en el centro, por delante de sus aspectos institucionales y jurídicos, lo que cons-tituye su entraña y realidad más profunda: el ser pueblo de Dios, sa-cerdocio real, Cuerpo y Esposa del Hijo de Dios, Templo y morada del Espíritu Santo. Como nos recuerda el Concilio, citando a san Cipriano: “toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4). Otras expresiones cen-trales y de riquísimo significado son las que dicen que la Iglesia es “sa-cramento universal de salvación” y ”germen e inicio del Reino de Dios”. Dicho con palabras más cercanas y sencillas: la Iglesia es en el mundo signo y anuncio del gran proyecto divino que llamamos “Reino de Dios” (salvación de la humanidad, plan de amor y de fraternidad, de justi-

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cia y de paz). De esta visión conciliar de la Iglesia debemos destacar dos aspectos que le son esenciales: la comunión y el servicio. Iglesia como comunión: la Iglesia es esencialmente una “comunión”, es decir, una fraternidad, una comunidad de personas iguales en dignidad (cfr. LG 32), todas corresponsables y activas, todas participantes, aunque en diversas formas, en el oficio sacerdotal, profético y real de Cristo Iglesia en estado de servicio: la Iglesia, en el Concilio, se ha declarado “sierva de la humanidad”. Sin llegar a identificarse con el Reino de Dios, sino declarándose “germen e inicio” del Reino en la tierra (cfr. LG 5), la Iglesia reafirma su misión de servicio desinteresado, en nombre y con el espíritu del Evangelio, para que la humanidad entera se acerque lo más posible al ideal y a los valores del Reino de Dios (vida en plenitud, verdad, justicia, amor, paz).

7. Experiencias convincentes de Iglesia

No olvidemos esto, que es lo más importante: presentar y vivir ex-periencias convincentes de Iglesia. En el fondo, la catequesis debe ser también un factor de renovación y de transformación de la Iglesia. Es de desear que en la catequesis se puedan vivir auténticas microrealiza-ciones de una iglesia renovada. Que la gente, sobre todo los adultos, vean y experimenten que es posible ser Iglesia de una forma nueva, convincente, más cercana al Evangelio.

El papa Francisco ha dejado bien claro cuál es el servicio en la Iglesia: “No olvidemos nunca que el poder verdadero es el servicio, y que también el Papa, para ejercer su poder, debe penetrar cada vez más en ese servicio que tiene su cumbre luminosa en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico en fe, de san José, y, como él abrir sus brazos para velar por todo el pueblo de Dios y para acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres; a aquellos a los que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al preso (cf. Mt 25, 31-46) (Homilía de inicio de su pontificado).

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Para la reflexión y la profundización

• Tú, ¿cómo ves esa “mala imagen” de la Iglesia?, ¿cómo la explicas?, ¿qué es lo que concretamente inspira desconfianza en los jóvenes?

• Tu experiencia personal de Iglesia, ¿es positiva?. ¿Has vivido momentos de dificultad o de incomprensión?

• ¿Cuáles te parece que son los puntos a subrayar, al hablar de la iglesia hoy?

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TEMA:8LOS

SACRAMENTOS

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1. ¿Signos de fe o ritos mágicos?

Tenemos que reconocer que la práctica concreta de muchos sa-cramentos (bautizos, bodas, confirmaciones, primeras comuniones) suscita muchas dudas por lo que se refiere a su autenticidad y eficacia. Basta pensar en las motivaciones -con frecuencia muy ambiguas- de muchas demandas sacramentales, en la insuficiente preparación de las personas interesadas, en la falta de colaboración de muchos padres y padrinos, en la mentalidad casi mágica que acompaña por lo general la recepción de algunos sacramentos, etc.

En la práctica pastoral se constata a menudo una gran despro-porción entre lo que pide la gente (sacramentos como ritos tradiciona-les de paso o ritos sociales) y lo que la Iglesia quiere celebrar y ofrecer (sacramentos como don de Dios, oferta de gracia y signos de fe). La situación ofrece ciertamente posibilidades para que se viva una verda-dera experiencia de fe, pero ordinariamente los hechos resultan más bien problemáticos y decepcionantes, tanto por lo que se refiere a los sacramentos como por lo que atañe a los que imparten la catequesis. El problema preocupa y pone a prueba la paciencia de cuantos creen en la importancia de los signos sacramentales y la necesaria seriedad de la actitud de fe de los que lo celebran.

Y por lo que se refiere en particular a los sacramentos de ini-ciación (bautismo, confirmación y eucaristía), sucede lo que ya sabe-mos por experiencia: que se han convertido para muchos más bien en sacramento de conclusión, es decir, en ritos con los que se da por concluido el ciclo tradicional de prácticas religiosas, después de las cuales parece que ya se acabaros las obligaciones religiosas. La pri-mera comunión es de hecho, para muchos, “la última comunión”. Y a la confirmación se da, en no pocos lugares, la denominación de el “último sacramento”, el “sacramento del adiós”. ¡Y hay hasta quien propone que se llame a la confirmación “la solemne celebración de la salida de la Iglesia” ! Es decir, sucede con frecuencia que, una vez celebrados estos sacramentos, no se vive ya más el proceso del camino de fe. ¡Todo termina ahí!

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2. Los Sacramentos, don de Dios y respuesta de fe

Para tener una justa visión de lo que son los sacramentos, y so-bre todo de su relación esencial con la fe, es importante entenderlos como “sacramentos de la fe”, como signos eficaces de una gracia que Dios otorga y a la que el hombre debe responder con la fe, en actitud creyente.

En los sacramentos se patentiza de manera especial la relación estrecha que existe entre rito litúrgico y Palabra de Dios, que pide la respuesta de fe. El elemento más decisivo que hace que un rito ex-terno se convierta en sacramento –lo que teológicamente se llama su “forma”- es la “palabra de fe” (verbum fidei) que encarnándose en el rito, lo transforma en sacramento o “verbum incarnatum”, en analogía con la encarnación de Cristo, Verbo o Palabra de Dios. San Agustín lo ha expresado con una concisa fórmula famosa: “Accedit verbum ad elementum et fit sacramentum” (“se acerca la palabra al elemento y se convierte en sacramento”), (In Ev. Joh. Trac. 80,3; Pl 35, 1840). Y más claramente aún lo dice santo Tomás: “Los sacramentos pueden ser vistos desde la causa santificante, que es el Verbo encarnado: a él se parece el sacramento en cuanto que la palabra se aplica a algo sensible, así como en el misterio de la encarnación el Verbo de Dios se ha unido a la carne sensible” (Summa Theol. III, q. 60, a. 6, in c.).

El servicio de la Palabra de Dios entra así en la entraña misma del sacramento: gracias a él, un acto ritual se convierte en manifestación del acto celestial de Cristo que actúa la salvación.

Y así la Palabra de Dios es un ingrediente esencial del sacramen-to, no lo es menos la fe como respuesta a la Palabra. El rito sacramen-tal, en cuanto “palabra de fe” de la Iglesia, es eficaz y significativo solo si se celebra desde la fe. No hay que olvidarnos: el hombre es siempre justificado por medio de la fe: “(…) como los antiguos Padres se salva-ron por la fe en Cristo que iba a venir, así nosotros nos salvamos por la fe en Cristo nacido y crucificado. Pues bien, los sacramentos son ciertos signos que expresan la fe por la que el hombre se justifica” (Sto. Tomás, Summa Theol.III, q. 61,a.4).

Dicho de otra manera: la actitud de fe es algo que pertenece in-trínsecamente a la entraña misma del sacramento. Esto nos dice ac-

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tualmente la teología, y esto nos obliga a ver de manera nueva cómo debemos entender la eficacia sacramental. Si tradicionalmente se de-cía que la fe es necesaria para que el sacramento sea “fructuoso”, es decir, para que produzca sus frutos, hoy día la teología va mucho más allá y nos dice que la fe es necesaria sencillamente para que haya un verdadero sacramento. “La fe no es algo externo al sacramento, es par-te constitutiva del mismo. Así como no hay fe verdadera sin sacramen-to, porque no sería la fe que proclamaron los Apóstoles, tampoco hay sacramento sin fe, porque no sería el sacramento querido por Cristo” (D. Borobio).

Teniendo en cuenta todo esto, es importante considerar la acti-vidad sacramental de la Iglesia, por tanto, como una auténtica y gra-tuita oferta de gracia, una palabra interpelante que, en cuanto tal, está pidiendo una respuesta de fe. Y solo en cuanto que los sacramentos expresan la fe, “signa protestantia fidem”, llegan a ser verdaderamente signos eficaces de la gracia que salva. Decididamente: tenemos que superar toda visión automática y casi “mágica” de la eficacia sacra-mental, presente en tantos momentos de la historia, para subrayar la importancia de la “participación plena, consciente y activa” (SC 14) de los participantes y la necesidad de garantizar un correcto proceso de comunicación. Son consideraciones de gran alcance para la práctica pastoral y catequética.

3. Aplicaciones prácticas

De todo lo dicho se desprende una conclusión evidente: la pasto-ral sacramental pide necesariamente una labor previa de preparación y todo un proceso de maduración para garantizar la actitud de fe que el sacramento expresa y exige. Sin llegar a adoptar posturas demasiado rígidas e intransigentes, se impone una revisión seria de nuestra prác-tica pastoral y un esfuerzo mayor de discernimiento y de preparación. Será necesario dedicar más tiempo y más energía para convencer, para motivar, para acompañar.

Por todas estas razones, podemos sacar una conclusión muy concreta y práctica: no conviene organizar un ciclo de catequesis pre-

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sentándolo como catequesis “de preparación” a un sacramento, como puede ser la primera comunión o la confirmación. Este modo de proce-der contribuye a interiorizar la idea de que lo principal, lo que se quiere conseguir, en definitiva, es llegar a la celebración del sacramento. Y esto hace pensar que, conseguida esta meta, ya no queda nada por hacer y todo se termina ahí.

No: es importante poner en el centro de la atención y apuntar claramente al camino de la fe, como proceso que debe continuar y conducir hacia la fe adulta. Las celebraciones de los sacramentos son, sí, etapas significativas en el contexto de este proceso, pero no consti-tuyen la meta exclusiva de la labor catequética y pastoral.

Para la reflexión y la profundización

• Tu experiencia, por lo que se refiere a la práctica de los sacramentos, ¿coincide con la que ha sido expuesta en este ca-pítulo?

• ¿Te parece posible, a propósito de los sacramentos de iniciación (bautismo, confirmación y eucaristía) conseguir que no se conviertan en sacramentos de conclusión?

• ¿Conoces alguna experiencia positiva de diálogo auténti-co para preparar un sacramento?

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