fragmento - la palabra sagrada

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Volvió a mirar los pies de su padre sobre la pequeña mecedora. La mancha de luz negra se inmovilizó de pronto, junto con el pie que se balanceaba, y todos giraron el rostro hacia un punto invisible. Alicia lanzó un aullido largo, in grito furioso, lleno de angustia. Allí estaba la tía Enedina. La tía Ene le acarició la frente con una indecible ternura. - ¡Pobrecilla mía! - exclamó en voz alta. En su rostro se retrataba el más profundo dolor. Alicia recordó a aquel tristísimo caballero, cuando la muerte del tío Reynaldo, que inclinado parecía rezar, pero que a cambio de eso no hacía otra cosa que injuriar al muerto. Se estremeció. Grandes lágrimas rodaban por las mejillas de la tía Ene, al grado de que todos se sintieron transidos de la más amarga pena. El padre, vuelto de espaldas, hacia un rincón, la mirada fija, sin comprender, sobre el friso de conejos que corrían unos tras otros en una forma que le pareció obsesionante, se mordía los labias tratando de contener a duras penas los sollozos. La enfermera rompió a llorar con un hipo comedido y lleno de agradecimiento. Por su parte, el rector, después de mirar hacia el padre, se puso en pie para reunírsele. Sin saber qué hacer o decir, puso la palma de la mano sobre el hombro de su amigo y lanzó un hondo suspiro. Pero, gracias a quién sabe qué diabólico mecanismo, ese suspiro, nuevamente, volvió a resultarle de satisfacción, lo que le hizo finalmente encogerse de hombros desesperado. La tía Ene se inclinó sobre Alicia y su voz, apenas audible, se hizo suave, dulce, arrulladora. -¡Llora, hija mía, descarga tu alma: a mí no me engañas. ¡Llora, pequeña puta desvergonzada, llora, que yo no te traicionaré! Alicia sonrió con cierta alegría casi involuntaria. Sobre toda la superficie de la tierra, la única persona capaz de descubrir con una sola mirada su secreto era la tía Ene, la tía Enedina, la viuda legítima, quien había pronunciado por fin a su oído la palabra justa, una de las cuantas palabras sagradas que tiene el lenguaje humano para expresarse.

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Page 1: Fragmento - La Palabra Sagrada

Volvió a mirar los pies de su padre sobre la pequeña mecedora. La mancha de luz negra se inmovilizó de pronto, junto con el pie que se balanceaba, y todos giraron el rostro hacia un punto invisible. Alicia lanzó un aullido largo, in grito furioso, lleno de angustia. Allí estaba la tía Enedina.

La tía Ene le acarició la frente con una indecible ternura. -¡Pobrecilla mía! - exclamó en voz alta. En su rostro se retrataba el más profundo dolor. Alicia recordó a aquel tristísimo caballero, cuando la muerte del tío Reynaldo, que inclinado parecía rezar, pero que a cambio de eso no hacía otra cosa que injuriar al muerto. Se estremeció.

Grandes lágrimas rodaban por las mejillas de la tía Ene, al grado de que todos se sintieron transidos de la más amarga pena. El padre, vuelto de espaldas, hacia un rincón, la mirada fija, sin comprender, sobre el friso de conejos que corrían unos tras otros en una forma que le pareció obsesionante, se mordía los labias tratando de contener a duras penas los sollozos. La enfermera rompió a llorar con un hipo comedido y lleno de agradecimiento.

Por su parte, el rector, después de mirar hacia el padre, se puso en pie para reunírsele. Sin saber qué hacer o decir, puso la palma de la mano sobre el hombro de su amigo y lanzó un hondo suspiro. Pero, gracias a quién sabe qué diabólico mecanismo, ese suspiro, nuevamente, volvió a resultarle de satisfacción, lo que le hizo finalmente encogerse de hombros desesperado.

La tía Ene se inclinó sobre Alicia y su voz, apenas audible, se hizo suave, dulce, arrulladora.

-¡Llora, hija mía, descarga tu alma: a mí no me engañas. ¡Llora, pequeña puta desvergonzada, llora, que yo no te traicionaré!

Alicia sonrió con cierta alegría casi involuntaria. Sobre toda la superficie de la tierra, la única persona capaz de descubrir con una sola mirada su secreto era la tía Ene, la tía Enedina, la viuda legítima, quien había pronunciado por fin a su oído la palabra justa, una de las cuantas palabras sagradas que tiene el lenguaje humano para expresarse.

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Este es el final de "La palabra Sagrada"