fuegos fatuos avance

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    Existe toda clase de cuentos, pero nuestros nios solamenteoyen los que sus padres creen que deben or. Sin embargo, hayotros cuentos que nunca se cuentan. Cuentos de oscuridad y

    villanos triunfantes, de terrores y noches eternas. Cuentos dondeaparecen titiriteros espeluznantes y risas de fuegos fatuos.Cuentos de nios que ni siquiera los adultos quisieran escuchar.

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    PRLOGOHISTORIAS JAMS NARRADAS

    ICEN VIEJOS ESCRITOS QUE EL futuro tiene muchos nom-

    bres. Para los dbiles, lo inalcanzable. Para los temerosos,lo desconocido. Y para los valientes, la oportunidad.Viejas leyendas y cuentos infantiles haban clavado sus races

    en la vida de cada persona en Altaria. Se viva con temor. Un temorcomo el del nio a los monstruos bajo la cama, un temor como elde la madre que previene a su hijo del bosque, un temor como eldel rey a ser derrocado. Y el temor de los habitantes de Altaria no

    era muy distinto de ese, porque, para ellos, las historias antiguassobre dokreros o volteritas eran tan reales como la misma brisa,como el mismo silencio y como la misma oscuridad.

    Se hablaba de ciudades enteras cuya luz era consumida hastadesaparecer, de viejos cuentacuentos cazados hasta que sus voceseran silenciadas por la muerte, y de pasos cercanos imposibles deescuchar. Se hablaba de leyendas sin saber que, a veces, estas co-

    bran vida nicamente cuando se cree en ellas.Muchos eran los exiliados y muchos los que recurran a la os-

    curidad, porque la ausencia de luz era cada vez ms notoria. Loscaminos terminaban en rutas de penumbras por las cuales nica-mente se paseaban los locos. Las ciudades perdan su poder conlentitud, porque aquellos que en otro tiempo defendieron la igual-dad no eran ahora ms que vidrieras en la enorme Catedral. Vitra-

    les borrosos que se tambaleaban entre la realidad y el cuento, am-

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    bas partes olvidadas mucho tiempo atrs por quienes menos debie-ron olvidarlas.

    Solo Balsir lo saba, as como lo saban la luz y la noche. Co-noca el sendero y el sendero lo conoca a l. Conoca las palabrasexactas para hablar y los movimientos certeros con los cuales ac-tuar. l conoca mucho, pero ignoraba an ms. Sin embargo, sa-ba que, cuando las voces eran acalladas, era el momento indicadopara hacerse escuchar. Prepar su voz y sus historias, porque quizlas ms importantes jams narradas seran las suyas, las del ltimo

    cuentacuentos.

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    1OSCURIDAD

    Por qu, si hay mucha oscuridad, as como si hay mucha luz,

    nuestros ojos son incapaces de ver? Porque, al igual que en todahistoria, se necesita la cantidad exacta de luz y de oscuridad paraque todo funcione a la perfeccin.

    OBRE CIPRAL FLOTABA LA NOCHE maravillosa, eterna. Lashoras de luz menguaban cuando el mercado apenas iniciaba

    su apogeo. No eran tres horas en las que haba luz, sino treshoras en las que la oscuridad impenetrable dejaba entrever ciertascosas, siluetas, contornos. Eran las nicas horas del da en las queno deba encenderse una lmpara de luz para poder ver algo. Fuerade esas pocas horas, durante el resto del da, la oscuridad envolvaal mundo, por completo.

    No era la clase de oscuridad descrita en historias de criaturas

    nocturnas y ciegas; ni tampoco en la que nios y hombres siententemor; ni en la que surgen las pesadillas. No era la oscuridad que secompara con el carbn, con la boca del lobo o con la misma noche,sino una oscuridad verdadera. Tinieblas en las que aun las bestiasnocturnas no podan ver. Era una oscuridad tal, que el mismo fue-go tema de ella, y por eso nunca encenda.

    En esos momentos, el pueblo de Cipral pasaba de ser un sim-

    ple mercado a una feria de entretenimiento para todos los que lo

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    visitaban cada da. Pareca ms bien la oruga que muda de cuerpoal de una mariposa. Decenas de personas, en su trajn cotidiano,

    iban de aqu para all arrastrando bolsas y carretillas, comprando,vendiendo, comiendo, gritando, cantando, o simplemente pasean-do. La maraa de voces era una cacofona singular a la cual los o-dos pueblerinos ya estaban acostumbrados; as como el herrero estacostumbrado a or el martilleo en el yunque. El revoltijo de vocesse balanceaba entre lo molesto y lo audible. En resumen: el barullode cualquier mercado.

    Acurdate de lo que me dijiste ayer, hija.No te preocupes por eso, an queda un poco de luz.Vendr pronto, no me esperes despierta le dijo mbar a su abue-la. La anciana descansaba en su mecedora, como si no le importarano poder verla con sus ojos agonizantes. Unos ojos blancos tapadoscomo por un velo transparente. Hacen falta unos ingredientespara el desayuno de maana, que yo preparar, me oyes? No ms

    bailes por hoy, ya me duelen los pies y no nos vendra bien otratemporada gastando los ahorros para poder reponerme.

    mbar se at su arns al pecho y sali sin ms abrigo extra queunos mitones negros que le llegaban a los codos. Su cabello delcolor del bronce, sin brillo ni un corte adecuado, arremolinado alfrente y largo hasta su cintura, iba atado con una cola poco ajusta-da. Subi las mangas de su blusa marrn y los bajos de sus panta-

    lones de rayas hasta que estuvo convencida de su apariencia parasalir. No era la habitual falda de bailarina que usaba para ganarseunos cuantos arpines al da, pero al menos estaba cmoda.

    Las bisagras desgastadas y herrumbradas no dudaron en emitirun fuerte chirrido cuando la puerta se cerr. La anciana vio a sunieta marcharse como si se tratara de una mancha borrosa, comovista a travs de un vidrio empaado. Por lo que distingui, le pa-

    reci verla alejarse dando saltitos giles como una liebre por la pra-

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    dera. Poco a poco, la silueta turbia de la chica se perdi tras la deli-cada neblina. Y all, la oscuridad la devor como lo haca con todo

    el que se alejaba demasiado.Los faroles sin encender que colgaban de lo alto de cada unode los puestos del mercado fueron asomando rpidamente en elpanorama. Adoraba las horas en las que poda ver algo ms all desus manos. Cruz el puente sobre uno de los acueductos y final-mente se vio a s misma en medio de la discordante plaza portuaria.Odiaba admitirlo, pero el aroma a pescado que estaba arraigado a

    su ropa haca ms que evidente su pertenencia al lugar. All todosapestaban a pescado. Eran el tpico pueblo del que se habla en loscuentos, con las tpicas personas trabajadoras y amigables. Pese aello, los cuentos jams mostraban la otra cara de la moneda: esacara llena de miedo y pobreza que Cipral, como muchos otrospueblos, tena que soportar.

    Jams! De todas formas, eso no afecta a la calidad de mi

    producto dijo un hombre a unos metros de all. No se ha vis-to en dos das, adems, puede ser una buena seal.

    Buena seal? Y un cuerno! le respondi otro. Era unanciano esqueltico que cargaba una enorme bolsa de patatas alhombro. Pareca pesar ms que l mismo. Eso dijeron tras pasa-do el primer da sin verlo y mira lo que ocurri. Dos das no medicen nada.

    A los incrdulos todo les dice nada sigui debatindole elotro hombre, regordete y bigotudo, envuelto en cscaras de cebollaque se revolvan en su puesto cada vez que l alzaba las manos endesaprobacin. Por lo menos no te quejes. Es mejor pasar dosdas sin verlos que vindolos.

    No me quedo tranquilo porque no hay que fiarse de nada.Eso bien deberas saberlo. No s cmo todos estn tan felices por

    eso. Adems, quin nos puede asegurar que todo esto no est

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    montado? Cuando algo huele mal es porque, como mnimo, al-guien pis una mierda.

    Yo tendra ms cuidado al insinuar que el Rey est detrs deeso, Potry.No he dicho que sea el Rey. A quin le caiga la culpa, all

    l. Adems, se rumorea que desde Tilia enviaron a un sacerdotepara que exorcice la entrada a los pueblos, pero para m que sonpilas de excremento las que arman. No son demonios ni magia ninada de eso, son viejos locos y mujeres chismosas.

    Nunca es malo prevenir, los casos son reales, quieras creerloo no. Unos dicen que son cobradores de impuestos, otros que mer-cenarios y otros que son cazadores de recompensas reclamando alhijo del Rey sin que nadie siquiera sepa a qu se refieren. Bah!,como si el Rey tuviera un hijo. Ya sabes un hijo varn.

    Nos quieren tomar por idiotas, es eso. Estafadores y delin-cuentes, ladrones de luz, eso es lo que son. Hasta que el mismo

    pueblo no se d un golpe en el estmago y despierte, nos seguirntomando el pelo. Hay que levantarse y darle su merecido a esosdesgraciados por sus bromas pesadas. Como si ya no llevara unabuena cantidad de aos soportando esta mierda. La relacin delgobierno con el pueblo no dejar de ser la misma que la de un ma-zo con el yunque. Tampoco dependemos de un hroe como paraconfiar en l.

    Hubo una pausa que ambos utilizaron para enfrentar sus mi-radas como viejos rivales que batallan desde tiempo atrs.

    Pero s tenemos un hroeEl hombre regordete ancl las manos una sobre la otra, miran-

    do con duda a su alrededor mientras seleccionaba con cuidado suspalabras. Ms all, un par de malabaristas aparecan pidiendo limos-na como los mendigos que eran. Mendigos habilidosos. mbar mir

    la escena con una extraa curiosidad. No entenda muy bien lo que

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    los hombres decan, pero se acerc disimuladamente mientras obser-vaba el estado de las cebollas del puesto.

    Hola, mbar, crea que hoy ibas a bailar hasta tarde comoayer le dijo nada ms verla.No, don Horacio, tengo que cocinar todo para que mi gran

    mam coma maana. Est delicada revel con una tristeza evi-dente. Ayer la vino a ver Jenis y dijo que es posible que no ter-mine la semana. Alz la mirada y salud al anciano con una in-clinacin de cabeza apenas notoria. Le preparar guisado

    siempre le gust.Ah, esos mdicos que creen saberlo todo solo por estudiar enPmperas! dijo Horacio. No haba terminado la frase cuandonot el semblante cabizbajo de la chica y decidi endulzar su voz.Cunto lo lamento, mbar, me parece bien que no bailes ms porhoy, el tiempo es valioso.

    Gracias, don Horacio, cmo van las ventas?

    Si te dijera la verdad, solo arruinara un poco ms tu da, asque digamos que son normales. Los rumores de ya sabes, losmercenarios de luz, y esas cosas dijo mirando al anciano concomplicidad, se han escuchado muy cerca ltimamente. Es natu-ral que los carreteros lleven la noticia de ciudad en ciudad y ahorapocos vienen a comprar. Espero que de aqu a unos das todo eso seolvide.

    Las cosas irn mejor. El tiempo es un privilegio de los ricosy sus relojes. Nosotros estamos bien as, nuestro tiempo es infinito.

    Claro, el tiempo es privilegio de los ricos.Bueno, veamos qu me ofrece hoy. Necesito cebollas.No te preocupes, te regalo un par para que le lleves menos

    problemas a tu abuela.Gracias pero no tiene por qu preocuparse. Hay que cuidar

    los unos de los otros, no aprovecharnos. Adems, ayer un monje

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    encapuchado vino a verme bailar y me obsequi con una buenapaga. Me dio un par de picas, picas de Pmperas, puede creerlo?

    Cuidado con esa gente de Pmperas, mbar. Si no fuera unmonje, seguro que habra venido con malas intenciones.Malas intenciones no poda tener, era un devoto. Se qued

    ms de diez minutos all, plantado frente a mi alfombra, mirndo-me con sus ojos amarillos como si me conociera de antes. Fue muyextrao, no lo negar.

    Bueno, cuidado. Un par de picas no valen tu seguridad.

    Eso de los ojos amarillos es muy raro dijo de pronto elanciano que cargaba las patatas.En fin, si tanto insistes, mbar retom el hombre de las

    cebollas, sealando un grupo que tena apartado. Esas tienenuna rebaja del precio si te llevas seis, sino te las dejo a dos arpines elkilo.

    Gracias le respondi mbar ofrecindole una sonrisa

    spera, apenas mostrando sus dientes. Quit las manos de la mer-canca y las guard en sus bolsillos, inspeccionando todo sin real-mente importarle. Lo que quera era seguir escuchando lo que unossegundos despus, efectivamente, escuch.

    Cre que eran otros los que haban cado tan bajo como pa-ra pensar esas cosas, Horacio sigui diciendo el anciano, igno-rando a mbar. Cambi la bolsa de patatas de hombro. No cre

    que caeras en esas suposiciones t tambin. Es echar agua bajo elpuente. No hay nadie as. Capa Azul? Bah! Tonteras. Antes salvoyo a esta ciudad que un personaje de ficcin. Crece ya, Horacio.No nac ayer.

    Verdadero o no, vendra bien que su nombre alejase las no-ticias de mercenarios durante un tiempo ms. Nada combate mejoruna leyenda que otra. Y en tiempos aciagos, solo las leyendas levan-

    tan la moral del hombre.

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    Inmediatamente, el mercader le entreg un segundo barril de ma-dera que el chico volvi a colocarse en la espalda.

    Gracias, aqu est lo que te deba desde el otro da dijo elmercader, colocando unas monedas en la mano del chico.Era sencillo adivinar qu contena el primer barril, tras ver los

    rastros luminosos que bajaban por sus costados. Era luz lquida, luzclandestina. Todos saban que el Rey era el nico que venda luz, almenos legalmente. Revender la luz estaba prohibido y era castiga-do, porque los nicos que podan conseguir luz y venderla ms

    barata eran aquellos que la haban robado. Era la nica opcin.Despus de eso, el joven y el hombre del puesto a oscuras nose dijeron ms palabras y todo el mercado qued en silencio. El airese llen de una sensacin ajena, extraa y hasta amenazante. Enesos pequeos instantes, mbar supo que algo inusual suceda. Fuecomo el despertar de un sueo, sbito, espontneo, pero totalmen-te al revs. En lugar de que todo se iluminara al abrir los ojos, el

    mercado fue apagndose rpidamente.Qu est?Un sbito golpe impact en el ambiente como el taido de

    una gigantesca campana. Cada una de las personas sinti el ardordel estallido en sus rostros. Un segundo despus, no muy lejos deall, varias hileras de casas viejas ardan elevando enormes llamasque se agitaban como olas de un mar picado. mbar sinti una

    corazonada terrible. Parpade con fuerza rezando por estar en unsueo, pero todo era real. Mir con un terrible asombro las enor-mes luces rojizas que se alzaban sobre las casas, hacindolas crujir yestallar. No comprenda qu eran ni qu las haba ocasionado. Suabuela le haba contado historias sobre grandes luces que coman loque tocaban, pero solo eran cuentos como todo lo dems. Para ella,solo haba una explicacin: magia.

    Gran mam!

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    oscuridad que se coma el ambiente, mbar sinti la furia en sumirada.

    El mercenario dio un paso atrs y se rasc la nariz. La mir condetenimiento, con cautela y juicio. Pareca querer diferenciar el rostrode mbar del de las dems jvenes del mundo. Era como el compra-dor cauteloso que busca la verdura menos daada de entre el montn.Pero entonces sucedi algo que nadie poda prever. El hombre gir elrostro violentamente y se cubri para detener un golpe que, de no seras, le habran encajado. Luego, el mercenario agit sus manos, lan-

    zando puetazos a su alrededor sin lograr golpear a nadie.mbar trat de escudriar la oscuridad y observar lo que su-ceda. El mismo chico con el barril de madera en su espalda estabalanzando golpes y patadas al mercenario, que mova sus manos deluz de un lado a otro, deteniendo patadas o asestndole al aire gol-pes fallidos. Su habilidad difera mucho de lo que a simple vistapodra especularse.

    La muchacha se qued en su sitio, clavada al suelo sin moverun solo msculo. Estupefacta, observ al joven sacar una esfera deluz azulada de su arns y mostrrsela al mercenario. Ella no podadistinguir de qu se trataba. No era un gral, como el que tenantodos, sino algo muy diferente. En su interior ni siquiera parecatener luz lquida, sino algo inusual, un mar embravecido, incandes-cente y encapsulado. Era similar a esa luz mgica del mercenario,

    pero era azul en lugar de rojiza.El mercenario articul palabras ininteligibles y solt un grito

    que rasg el ambiente. No era un grito normal, su voz no era nor-mal. Fue ms bien un gruido como el de una bestia enjaulada,gutural, grave, ronco, espeluznante. Distaba ms de ser la de unhombre que la de un engendro.

    Si mbar hubiese sido ms meticulosa, habra visto el enojo

    en la expresin del mercenario. Habra escuchado las palabras gra-

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    cruzaban sus miradas con las de nadie, pero eran velozmente obe-dientes. Al menos conocan su lugar.

    El aire comenzaba a notarse espeso de nuevo, imposibilitandola vista y oscureciendo todo lentamente. Solo el tictac del enormereloj, casi anacrnico, tras ellos pareca tener vida all, ser el nicoque segua ajeno a la oscuridad que se filtraba desde afuera. Desbito, todo qued envuelto en una capa negra que se adue delespacio ante la mirada de confusin de los presentes. La noche deAltaria se hizo presente.

    Encended las luces ahora, qu clase de incompetentes ten-go trabajando aqu?Lo siento, mi seor. El reloj ha tenido desperfectos lti-

    mamente. Lo operaremos de forma manual.Un segundo ms tarde, el sonido de unos engranajes ganando

    velocidad reson en la sala. Al final de un par de caos elevados a lolargo de la misma, unas pequeas compuertas se abrieron y por ellas

    surgieron, girando, una cantidad incontable de esferas luminosas.Rodaron por los caos, bulbosas, hasta acumularse una tras la otra,en hilera sobre las cabezas de todos. Su luz amarilla resplandeci encada rincn, resaltando la majestuosidad de la sala. Ms all, cuadrosde valor incalculable y piezas escultricas invalorables se levantabanen medio de la habitacin de suelo pulimentado. Las vlvulas emitie-ron un sonido ahogado y enseguida el aire mismo pareci aligerarse.

    De una forma incomprensible para la mayora de los que estabanall, el aire se hizo ms puro, ms limpio. Y hubo luz.

    El Rey se puso en pie y coloc una especie de pipa de luz ensu boca. Agreg un poco de resina y el calor que gener la luzlquida fue sacando humo del tabaco de la pipa. El Rey escupi unvapor blanquecino por su nariz.

    Eso es todo? No vas a hacer nada ms? No vas a decir

    nada? Detuvo su placentera fumada para dedicarle una mirada

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    Escolta? interrumpi una mujer que se mantena de piejusto en medio del Rey y la Reina. Su rostro estaba lleno de cicatri-

    ces y estras blancas, pero aun as se vea elegante y con rasgos queen otros tiempos pudieron ser atractivos. Sin embargo, sus ojosamarillos, enmarcados por el cabello rojizo, la dotaban de un airesiniestro y atemorizante. Era pelirroja como los tres enormes guar-dias, pero luca mucho ms refinada e imponente. No portaba so-bre s ms que ropa rasgada y sucia y, aun en medio de tantos no-bles, eso no pareca importarle. Un aire siniestro la mostraba

    espeluznante y hermosa por partes iguales. No s si entend biensu intencin, joven maestra, pero est queriendo decir que preten-de insultar las rdenes de su padre? Quiz esa no haya sido su in-tencin, ruego a Yanai porque no la sea.

    Vosotros mismos me estis enviando a encontrar a alguienperdido, que ni siquiera sabemos si est vivo respondi la chicaaparentando ms firmeza de la que tena ganas de mostrar. Posi-

    blemente ya est muerto, eso te contentara, padre? Encontrar atu hijo muerto, convertido en un mendigo, o en un estafador?

    La familia es lo primero, joven maestra le contest la mu-jer de ojos dorados y cabello rojizo. No se abandona a la familiasin importar lo que eso implique, sin importar nada.

    Si la familia fuera primero, padre enfatiz mirando conodio a la mujer pelirroja, no hubieras abandonado a ese otro hijo

    tuyo. Si la familia fueseHars lo que te digo! le grit su padre, alzando la voz

    hasta que esta emiti eco por toda la sala.La chica seal a la mujer pelirroja que su padre tena al lado

    y dijo:Si ella y sus perritos fieles no estuvieran de tu lado, no lan-

    zaras amenazas as. Qu pas con el hombre que fuiste aos atrs?

    Has enloquecido, te has prostituido.

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    La tensin llen el ambiente. El Rey cruz una pierna sobre laotra y desabroch su chaqueta para ponerse cmodo. Era el nico

    que pareca estar relajado en ese momento. Ni siquiera el squitode guardias reales pelirrojos, que estaba rodendolo, se atrevi ahacer o decir nada.

    Laria le dedic una ltima mirada cargada de resentimientojusto antes de dar media vuelta y caminar hacia la salida. Contuvolas lgrimas y los insultos. Estaba acostumbrada a sufrir. Sufrir erafcil. Callar era lo difcil. Pero callarse a s misma la realidad de que

    su padre no la trataba de forma distinta que a un sirviente era msdifcil an.Sus pasos sonaron con un eco metlico hasta que dos guardias

    abrieron la enorme puerta y Laria sali de all, dejando tras ella unasombra que se fue encogiendo hasta desaparecer.

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    3LAS MANOS DE LUZ

    Cuntas veces tendr que tratar de convencerme de que hago

    lo correcto? Hoy llegamos a Pakn. Los hombres y sus hijos deojos rasgados cuestionaron nuestros motivos y su influencia enlas dems ciudades de Altaria. Son tribus sabias, como mu-chos de nosotros no llegaremos jams a serlo. S que no debomostrar debilidad, pero a veces es tan difcil no dudar de mismotivos. Venganza o justicia? Cmo saber cundo un actono es guiado por una, sino por la otra?

    URANTE UNOS INSTANTES, SOLO PUDO escuchar su pro-pia respiracin. No porque fuese lo nico que se oyera,sino porque era lo nico que le importaba escuchar. Era

    la nica seal que le permita saber que efectivamente estaba viva.Le dio un escalofro enorme tan solo pensar que poda estar muerta

    en ese preciso instanteLo estara el chico con el barril de madera?Estaba hecha un ovillo, con una mano cubrindole la cabeza y laotra sujetndole la pierna. Abri los ojos aunque sigui viendoexactamente lo mismo: oscuridad. Con timidez, abandon su esta-do de seguridad y trat de localizar al chico que se haba enfrenta-do al mercenario. Pensar en eso nicamente le provoc sentir msmiedo. Cmo era posible que aquello hubiese sucedido? Una

    oleada de sensaciones y pensamientos la invadi.

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    Gran mam! Qu habr pasado? Dnde est mi gral?, pens,tratando de hallar respuestas. Un instante despus cerr la boca

    temiendo que el mercenario an estuviese por all y sus palabras nohubiesen sonado solo en su cabeza.Como quien despierta de un sueo demasiado prolongado,

    comenz a abrir y cerrar los ojos intentando hallar algo, una silueta,una figura, un mnimo destello de luz. De la misma forma en queella regresaba a la realidad, varios sonidos, sobre todo lamentos, fue-ron surgiendo de uno en uno. La duda y el miedo seguan siendo los

    dueos del lugar. Ninguno quera decir lo que acababa de pasar,pese a que todos ya lo saban. Su silencio era la peor mentira.Durante ms de cinco minutos, el olor a humo comparti es-

    pacio con el de las frutas y verduras que se encontraban desparra-madas por todo el mercado. Era un desorden tal, que nadie se atre-vi a moverse por miedo a lastimarse.

    mbar trat de ponerse en pie apoyndose en un tabln que

    sostena uno de los puestos del hombre de las cebollas, cuando viouna luz amarilla que resplandeca a lo lejos. Un par de luces msse encendieron. Escuch a Horacio arrastrar un barril por el sue-lo, justo antes de observar un nuevo destello. El hombre habaquitado la tapa y estaba llenando con la luz lquida el gral quellevaba en su mano. Pronto, el mercado comenz a iluminarse,mostrando todos los desastres que haban quedado despus del

    incidente.Ests bien, mbar? le pregunt Horacio.S creo.La chica termin de ponerse en pie y sinti un escozor en el

    muslo derecho. Not que tena un corte superficial que haba rotosu pantaln, pero no le dio demasiada importancia. Pase su vista alo ancho y largo de la plaza, en busca del joven que haba arriesga-

    do su vida enfrentndose al mercenario. Temi verlo inconsciente

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    en medio de la plaza, tendido con mltiples heridas. Temi verloinmvil, sin vida, hecho pedazos o desangrado. Cada imagen men-

    tal que sustitua a la anterior era peor. Sin embargo, cuando reuniel coraje para buscarlo con la vista, no encontr rastro de l.Repas los sucesos, pero no poda asimilar que un ltigo de

    luz hubiese golpeado al joven. Quiso atribuir sus visiones al can-sancio y al miedo, ms que a una realidad tan fantasiosa como laque se planteaba.

    mbar busc su gral y lo puso frente a sus ojos. Movi la ca-

    beza de un lado a otro, tratando de quitarse el mareo y, cuandoestuvo suficientemente convencida de los resultados, emprendila carrera hacia su casa. El aire estaba ms denso de lo habitual, yeso era mucho decir. Sinti su espesura al inhalarlo, como quienrecibe un golpe en el pecho que dificulta la respiracin. En msde una ocasin tropez con algo en el suelo, sin saber si se tratabade restos de algn puesto o la pierna de alguien herido. Solo le

    importaba regresar y asegurarse de que su abuela se encontrasebien.

    Los enormes nubarrones de humo que bloqueaban su visibili-dad, as como el constante olor de la madera chamuscada, no pre-sagiaban nada bueno. Cruz el puente sobre el acueducto y, porltimo, pudo salir de la enorme nube de humo que envolva laplaza del mercado. A su paso, la gente no dejaba de preguntarse

    toda clase de cosas.Qu ha sucedido?Fue un ataque? De quin?Se trata del Rey?Estis todos bien?Ms all, como una hoja que gotea agua peridicamente, el

    llanto de un nio se escuchaba aparecer y reaparecer en cada esqui-

    na. Las personas, ensimismadas en su asombro y confusin, pare-

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    Una profunda sensacin de dolor la embriag. Lleg pronto yse qued. Pero quiz no todo estaba perdido, quiz su abuela an

    estuviese debajo de los escombros, con vida. Las ideas esperanzado-ras muchas veces suelen levantar nuestra moral, pero mbar tenalos pies en la tierra. Saba que ilusionarse era estpido, conoca lacrueldad del mundo. No era una nia adinerada que hubiera creci-do alejada de la realidad de las calles. mbar conoca la muerte, lahaba visto de cerca. La haba visto en los cuerpos agrupados en lacalle a travs de cuya piel apergaminada destacaban feroces y angu-

    losos huesos sin carne. La haba visto en ajustes de cuentas en calle-jones. La haba visto en manos de cobradores y la vea ahora.Tom una segunda bocanada de aire y junt el poco valor que

    an conservaba para lanzarse en su bsqueda. Se apoy en sus bra-zos y gate hasta el gral. Su luz amarilla fue a proyectarse sobre losrestos de la casa en cuanto mbar se acerc a ella. Los gritos volvie-ron a rasgar el ambiente, as como su espritu se haba rasgado.

    Abuelaaa! Gran mam!Una a una, removi las enormes piedras y las tablas con toda

    la prisa que fue capaz. No vea nada y no saba lo que mova, nadapareca surtir efecto. Se senta como en una trampa de arena. Porms que escarbara y sacara escombros, no lograba avanzar. Suabuela no responda.

    En ese momento, sin tener tiempo para ms, la fuerza de una

    explosin golpe su pecho, lanzndola varios metros atrs. En elsuelo, gir la cabeza a un lado y escupi un buche de sangre.

    La casa volvi a encenderse con aquellas luces rojizas decomportamiento extrao, hacindola crujir como un animal heri-do. El dao ya estaba hecho. mbar se sujet el pecho con firme-za, sintiendo que la explosin le haba sacado el aire. El dolor eratremendo. Sinti todo el cuerpo sofocado, como mil agujas en

    cada centmetro de piel. Su rostro le dola, las manos tambin. Al

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    alzar la mirada, sin darse tiempo para preguntarse la razn de losucedido, lo vio.

    Cruzar su mirada con los ojos amarillos de aquel hombre laparaliz por completo. l sonrea, alto y con sus manos luminosas.La escrut con la misma mirada de un depredador que ha halladosu presa. mbar lo reconoci de inmediato.

    El mercenarioEl hombre levant sus manos encendidas y las puso frente a

    l, listo para dar el golpe final. Balbuce unas palabras en un idio-

    ma desconocido y un chorro de luz sali despedido de sus manos.No obstante, nunca toc su objetivo.Un fuerte empujn sac a la chica de su alcance y mbar

    cay al suelo golpendose las rodillas, sintiendo en su rostro elcalor lacerante de aquella ardiente luz. La llamarada pas a escasadistancia de ella. Sus lgrimas se haban secado por el calor, perosu rostro segua teido de negro por el holln. Volvi a escupir

    sangre y apret los dientes. Un chico estaba sobre ella, protegin-dola.

    Levntate, nia, vamos! Debemos irnos ya, corre!mbar hizo lo que le indicaban sin saber quin lo haca. Se le-

    vant ayudada por el chico y corri a toda velocidad por los acue-ductos, esquivando las llamaradas que intentaban asestarlos comoflechas tiradas al azar. El rugido que soltaban pasaba cada vez ms

    cerca de sus odos. Estaba segura que ms de una parte de su cuer-po se encontraba quemada por el calor que desprenda. Todo ledola, pero no poda dejar de correr. No poda rendirse.

    Por aqu, sgueme.mbar hizo caso nuevamente, alzando la mirada solo para tra-

    tar de distinguir algo. Sinti la mano del chico sujetarla con fuerza.Todo era intil, todo estaba oscuro, sumido en una negrura tal,

    que ella asegurara que estaban a punto de tropezar. Fuera quien

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    fuese el que la llevaba de la mano, deba de tratarse de alguien queconoca a la perfeccin aquel lugar, aun en la oscuridad.

    Senta sus pies hirviendo. No quera siquiera imaginar lo quesentira si uno de aquellos chorros de luz ardiente llegaba a alcan-zarla. Estaba aterrorizada. Siguieron corriendo por entre los acue-ductos hasta llegar a la saliente de un ro, donde se detuvieron. All,la oscuridad era peor. Ni siquiera podan verse sus propias manos.Por el eco de cada simple sonido, supo que estaban en un lugarcerrado, bajo tierra o rodeados de muros altos.

    Podra haber credo que estaban en medio de la nada, si elfuerte paso del ro no saturara el ambiente con su rugido.Qu hacemos?Shhh! Cllate!Pero qu?Que te calles!Su gua clav las uas en el brazo de la chica hasta que ella

    cerr la boca y contuvo el aliento en extremo silencio. All mismose quedaron quietos, agachndose lentamente hasta ponerse decuclillas, tratando de aguzar la vista sin xito alguno. mbar tem-blaba como un cachorro asustado, asindose al brazo del mucha-cho, esperando un milagro, un despertar de aquella pesadilla. Porms que intentara acostumbrar la vista a la oscuridad, todo resulta-ba en vano.

    Instantes ms tarde, distingui el sonido de unos pasos enmedio del agua. Avanzaban cada vez ms lentos, aminorandoconforme se acercaban. mbar supo que el mercenario estaba allmismo, muy cerca de ellos. Pudo distinguir unos delicados brillosarrancados del agua, reflejando las manos luminosas de aquelhombre.

    Cuando los pasos cesaron, ambos contuvieron la respiracin.

    Si se hubiese podido apagar el paso del ro, mbar estaba segura

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    que los hubiese invadido el silencio ms aterrador de todos. Laincertidumbre llenaba el ambiente por completo.

    Todo se mantuvo igual durante varios segundos hasta que es-tos fueron suficientes como para que mbar pudiese contarlos. Elsilencio es un aliado poderoso para aquellos que saben encontrar enl la respuesta a cualquier pregunta. En ese momento, la nica pre-gunta que rondaba la mente de mbar se vio forzada a tener elsilencio por respuesta, y ella lo agradeci.

    Como todo hielo termina derritindose, el silencio se vino

    abajo tambin. Un inmenso chorro de luz apareci por encima delro, avanzando por su cauce e iluminando los alrededores hastaextinguirse. La chica observ mil destellos arrancados del agua. Fuehermoso y aterrador al mismo tiempo. Pero lo que le pareca mscurioso fue aquella luz en s. Cmo era posible que fuese tan dife-rente, tan clida, tan ruidosa y tan aterradora? No era luz normal,no era luz lquida.

    mbar not que su gua los haba ocultado tras una extraaformacin rocosa que los alejaba del campo de visin del mercena-rio. La oscuridad estaba ahora de su lado. Y all, envueltos en mie-do y en silencio, aguardaron hasta que los pasos del hombre se ale-jaron del lugar. Les haba perdido la pista.

    Lejos del ro, escucharon al mercenario lanzar maldiciones yacelerar el paso hasta perderse en lo ms profundo de la noche. La

    luz de sus manos tambin se apag, y esa fue seal suficiente paraque liberaran la tensin de sus hombros.

    Estaban a salvo, o eso quiso creer mbar.

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    Seguir la corriente tan de cerca le pona a mbar los pelos depunta. Senta que estaba a punto de caerse al agua en cualquier

    momento. Un arma de doble filo que esperaba que quien la llevarasupiese controlar.Avanzaron lo que parecan kilmetros. Bajaron por terrenos

    escabrosos y arboledas que mbar nicamente pudo diferenciarpor el movimiento en zigzag que su gua le obligaba a realizar. Losinsectos eran los protagonistas en aquel escenario, especialmentecuando la lluvia comenz a caer. Era la tpica lluvia en Altaria: es-

    casa y dbil. Una lluvia rpida, de fin de otoo. Gotas negras, co-mo todo lo dems.Pese a la agitacin del momento, no pudo evitar interiorizar

    en sus pensamientos. La imagen de su casa destrozada, la luz que laenvolva. El no saber ni querer imaginar el destino de su abuela, lehizo sentir un nudo en la garganta. Pero saba que ese no era mo-mento para pensar en esas cosas. Como todas las estaciones llegan

    cada ao, as el momento llegara a ella, era inevitable.Por un segundo quiso detenerse de golpe y no moverse hasta

    que le aclararan todas sus dudas. Tena tantas preguntas por hacery tantas cosas que quera saber, que no tena tiempo ni de pensaren ello. Sentirse as, tan vulnerable e ignorada, solo lo empeortodo. Lo nico que la mantena unida al mundo, aun consciente desu misma realidad, era el fuerte apretn que senta en su mueca

    izquierda.Quin eres? dijo, aguda como una daga.Esper unos instantes, siguiendo el paso acelerado de su gua,

    que no aminoraba, pero l no respondi. Justo entonces, antes derepetir la pregunta, observ algo No saba qu era, pero el simplehecho de ver algo solo poda significar una cosa: luz.

    Cre que me llevabas a ciegas Su segundo intento por

    conversar tambin fall.

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