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UNA IGLESIA QUE NO SIRVE, NO SIRVE PARA NADA

64

UNA IGLESIA QUE NO SIRVE, NO SIRVE PARA NADA

(Ttulo original: Monseigneur des autres)

Jacques Gaillot, Obispo de vreux

Prlogo

La conversacin durante el almuerzo haba sido cordial, pero ligeramente tensa. Al salir continuamos platicando con gran seriedad por las calles prximas al Odon, en Pars, cuando monseor Gaillot, bruscamente, me dej plantada en la acera. Sin avisar ni dar explicaciones, este tipo esbelto un transente ms, salvo por una pequea cruz plateada prendida con alfiler en la solapa de su chaqueta se lanza a la calzada, donde improvisa los gestos de un agente de circulacin. Detiene con autoridad un autobs de la RATP (Compaa Autnoma de Transportes Parisienses) para dejar paso a una camioneta que no poda salir de la puerta cochera. Satisfecho con esta pequea obra de caridad urbana, el obispo de vreux bromea sobre los atascos de la capital.

Sorprende no poco el conocer de cerca al obispo ms contestatario de Francia, sembrador de escndalo y abominado por las gentes de orden. Si la televisin no nos hubiera familiarizado con el obispo de vreux, lo imaginaramos distinto: combativo, provocador, fortachn y pendenciero. Pero Jacques Gaillot no da la imagen que cabra esperar en sus audaces declaraciones, y eso forma parte de su encanto: su cara llena, iluminada por un resto de sonrisa infantil, se anima con una vivacidad de gorrin; el hilillo de voz acaba a veces en discretos accesos de tos. Pero lo ms llamativo se inscribe en el azul de sus ojos ribeteados de largas cejas, de una transparencia clara y de luminosa ingenuidad. Yo esperaba un tipo duro de pelar, y descubr a un mulo del Cndido de Voltaire.

Una vez conectado el magnetfono ante l, sin duda iba a confiar a mi curiosidad los secretos de su vida. Pero me llev otra sorpresa. Jacques Gaillot tiene el pudor metido en el alma. Le fastidia hablar de su infancia envuelta en ternura familiar; le azora evocar la intimidad de su amor a Cristo; es reacio a dar los nombres de sus amigos, de sus maestros y antiguos compaeros de seminario por miedo a molestar, a lastimar, a herir.

Pero cuando se trata de reivindicar el evangelio, de defender a los pobres o los excluidos y de expulsar a los mercaderes del templo, monseor Gaillot pasa a la ofensiva. Es entonces cuando echa por la borda todos los prejuicios, las ideas recibidas y las buenas maneras y sacude los pilares de la Iglesia entera. Nada parece alterarlo. En cada uno de sus alegatos en favor de los homosexuales, de los preservativos, de la pelcula prohibida de Martin Scorsese, del caso Rushdie, constata con serenidad: Esto va a dar que hablar.

Le han llamado de todo, en efecto. El obispo rojo ha visto los muros de su palacio pintados de insultos, y algunos peridicos han exigido su destitucin. El papa guarda un prudente silencio, pero se ha negado a recibir en Roma a su turbulento prelado. Jacques Gaillot lo ha sentido en el alma.

Porque en el fondo, conocindole mejor, se ve que el obispo de vreux es un hombre de Iglesia hasta la punta de su mitra. Desde que sinti la vocacin, a la edad de seis aos, nunca se ha desviado del camino ni ha vacilado en la fe. Su credo no cesa de proclamarlo es el evangelio y la palabra de Cristo, pero despojados de los oropeles del poder temporal y de las virtudes de la moral clerical. En este sentido Jacques Gaillot molesta a muchos.

Pero tambin reconcilia. Cuando la Iglesia de Francia parece dispuesta a dejarse envolver en los principios ms conservadores de la moral tradicional, la voz del pequeo obispo de vreux recuerda otros valores: la tolerancia, la amistad y la generosidad. Sus declaraciones no son nunca polmicas; su clera no es nunca destructiva.

Yo no soy creyente, pero trabajando con l he tenido la suerte rara hoy de tratar con un hombre libre.

Catherine Guigon

I CAMINOS

1

El nio del convento

Usted es el obispo de los cristianos sin Iglesia, el prelado fronterizo. Quin me iba a decir a m que un da me aplicaran estos calificativos? Y que pasara a otras orillas para poner pie en tierras extranjeras?

Bogar mar adentro es siempre arriesgado. Acercarse a hombres y mujeres que viven, sufren y luchan, supone una pasin por ellos. Es un acompaamiento en lo cotidiano que no rehuye la aventura. Es un camino de humanidad que transforma la mirada, modifica el lenguaje y crea vnculos.

Siguiendo el ejemplo de Cristo, me siento a la mesa con los pecadores para que todos escuchen el clamor del evangelio. Porque no hay excluidos para el evangelio. No hay parias para Aquel que rompi nuestras cadenas. No hay tierras prohibidas para el mensaje de alegra de Cristo. Su palabra est hecha para ser difundida a los ms alejados rincones, incluso en lugares que puedan parecer sospechosos. El soplo de Dios nos precede en todas partes, preparando una extraa complicidad del hombre con el evangelio.

Defender los derechos humanos, ir a visitar a un preso en Sudfrica, escribir en revistas que no se encuentran en los anaqueles de las iglesias, participar en el programa televisivo Ciel, mon mardi, es acercarse incansablemente a todos los que slo ven una Iglesia distante.

Caminar con todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo es una aventura de fraternidad y no de conquista. No se trata de llevar al redil, sino de andar con humildad. En esta marcha todos dan y reciben. Puede surgir una palabra esclarecedora que d sentido a la aventura humana y transfigure la vida.

Yo no me instalo nunca, y convertirse en un personaje es contrario a la misin. Porque la ruta evanglica es as: obliga siempre a avanzar hacia lejanas tierras que no siempre son hermosas. Jess repite a sus discpulos: Remad mar adentro, y produce escndalo. Como l, yo creo que es preciso comprometerse y abordar a gentes mal vistas en territorios sospechosos. Yo segu esta intuicin, por ejemplo, cuando fui a ver la pelcula prohibida de Martin Scorsese, La ltima tentacin de Cristo. Y al conceder entrevistas a la revista Lui o a la de los homosexuales, Gai Pied Hebdo, tena la ambicin de internarme en aguas profundas para encontrarme con los desconocidos de la Iglesia.

Este paso a otras riberas me ha llevado tiempo. Tuve que recorrer un largo camino. Han tenido que romperse muchos crculos en mi vida para que yo emprendiera este itinerario espiritual. Cada vez que imaginaba poder detenerme, algo me empujaba ms all, ms lejos de lo imaginado por m. Hasta tal punto que los que me conocieron antao no me reconocan ya. Pero la vida de un obispo no es un largo ro sosegado.

Yo viv una infancia feliz y protegida. Nac en Saint-Dizier, HauteMarne, el 11 de septiembre de 1935. Mi padre era negociante en vinos. Mi madre proceda de Tnez. Conoc a mis abuelas, que saban escuchar y comprender. Con mi hermana, tres aos mayor que yo, formaba un tndem inseparable. La familia era algo sagrado. Las fiestas familiares, Navidad en particular, acompasaban nuestra existencia.

Mis padres eran catlicos practicantes. Mi madre realizaba pequeos ministerios, pero no militaba en ningn movimiento eclesial. Mi padre era ms discreto. No le gustaba exteriorizar los sentimientos, y no estoy seguro de que fuera siempre a misa. Aprend a rezar en familia. Mi madre recitaba las oraciones por la noche. Ella fue para m el primer rostro de la Iglesia.

Con la guerra, la familia emprendi el xodo. Mi padre fue llamado a filas.

Durante el invierno de 1940 lo pas muy mal. Padec una neumona que hizo temer lo peor. No saban ya qu hacer conmigo. Me encomendaron con fervor a Nuestra Seora de Lourdes, especialmente el 11 de febrero, da de las apariciones. Se produjo una mejora. Mi madre consider siempre mi curacin como un signo del cielo.

De regreso a SaintDizier, nos instalamos de nuevo en la casa familiar, situada en un barrio tranquilo del centro. El patio daba a una bodega profunda y de amplia superficie. Cuando sonaba la sirena, los vecinos del barrio corran a la bodega, en medio de las pipas de vino. Mientras los aviones hacan or su sordo rugido, la angustia se apoderaba de todos. Entonces algunos empezaban a rezar en voz alta el Ave Mara. Y todos se unan a ellos.

Mi hermana y yo disfrutamos de una vida privilegiada. Mis padres lo dieron todo para que no nos faltara de nada durante la guerra y despus de ella. Yo fui un nio protegido.

Mi padre, que era muy generoso con todos, se mostraba esplndido conmigo. Un da me llev a una ciudad prxima: BarleDuc. Me regal una panoplia de soldado que yo, desde entonces, sola exhibir en la mesa de mi habitacin. En otra ocasin fue un fantstico avin; ms tarde un perro; y una bicicleta.

No recuerdo haber sido un nio travieso. Hasta los trece aos me pona enfermo a menudo. Una recada me oblig a pasar una temporada en la montaa, en los Vosgos, donde resid algunas semanas en una pensin familiar. Me encantaba la naturaleza, las flores, las mariposas. Haca poco deporte lo tena prohibido; por eso no tom contacto con muchas cosas. Lo haca a travs de terceras personas.

Muy pronto tuve la sensacin de que Dios me amaba, y esta experiencia espiritual, muy honda, no ha desaparecido jams. Sensacin de estar acompaado por una presencia. Yo no dudaba de esta presencia de Dios en mi vida.

A doscientos metros de la casa haba un monasterio de monjas contemplativas que la gente llamaba el claustro. All se expona el Santsimo da y noche. A m me gustaba la capilla recoleta, llena de flores y lmparas. Los cantos, la liturgia, el incienso, el sacerdote celebrando, todo eso me encantaba; trascenda un clima de paz y de belleza. En el claustro, vestido de sotana roja y sobrepelliz blanca, el canto en latn de las religiosas me haca creer que estaba en el paraso. Yo saboreaba este universo tranquilo, donde me senta seguro.

Desde los seis aos hice de monaguillo a las siete de la maana. Por la tarde, a las cinco, visitaba al Santsimo. De tanto verme frecuentar estos lugares, la gente del barrio dio en llamarme el nio del convento.

Cuando hoy miro hacia atrs, tanta fidelidad me asombra. Todas las maanas estaba all, atento para realizar bien todos los gestos. Con lo complicado que era el ritual entonces, Dios mo! Una religiosa anciana me explicaba el sentido de las ceremonias, que ensaybamos varias veces, sobre todo antes de Semana Santa.

En el mes de junio, por la fiesta de Corpus, se celebraba una procesin en los jardines del monasterio. Era la nica ocasin del ao en que se poda entrar en clausura. Haba mucha gente y un gran coro de nios. Yo llevaba una canastilla llena de ptalos de rosas que deba arrojar delante del Santsimo en el curso de la procesin. Una vez se me volc antes de empezar la procesin. Fue triste hacer el recorrido con la canastilla vaca.

Sent el deseo de ser sacerdote a la edad de seis aos. La atraccin de Jess era fuerte. Quera amarle, parecerme a l, seguirle. Pensaba que el mejor modo de seguirle era siendo sacerdote y celebrando la misa.

El 18 de marzo de 1945, en la iglesia de Nuestra Seora, la parroquia de la familia, hice con alegra mi primera comunin. Jess vena a morar en m y yo aprenda a morar en l.

Otro recuerdo infantil que tengo grabado en la memoria es el de la liberacin de SaintDizier. Yo tena nueve aos. Los carros americanos ascendan por la grandrue de la Rpublique; la muchedumbre exteriorizaba su entusiasmo, y los libertadores, acogidos como hroes, arrojaban paquetes. Un soldado me dio un baln de rugby. Poco despus, la muchedumbre, menos numerosa, se torn aviesa. Abucheaba, maltrataba y escupa a unas mujeres con la cabeza rapada que llevaban a prisin. Creo que me dijeron: No mires eso... No mires eso....

Ignoraba lo que haban hecho y no pregunt nada, pero sent una gran compasin hacia aquellas mujeres. Guard silencio, y todos se dieron cuenta de que estaba indignado. Creo que nunca he podido soportar que se humille a nadie.

Jams exterioric en mi infancia esos movimientos de rebelda. Sin duda, era demasiado tmido, reservado en exceso. As, no recuerdo haber defendido a ningn compaero castigado injustamente. Y si era consciente de algunas injusticias, me quedaba al margen. No me comprometa. No sala con chicas ni iba al baile. Deseaba quiz preservar mi imagen original, una bella imagen de nio bueno y amable, sin historia.

En esa poca asista, sin muchas ganas, a la escuela laica JeanMac. Ms tarde, a partir del primer curso de bachillerato, entr en el colegio de los salesianos. El ambiente era familiar y alegre, los Padres seguan de cerca la vida de los nios. Al final de la jornada me gustaba or la palabrita de la noche, generalmente inspirada en Don Bosco. Me seduca este vagabundo de Dios, entregado a los nios necesitados. l nunca saba cmo resolver las situaciones difciles, pero se encomendaba a la providencia, y lo imposible se haca posible. Yo me identificaba con l. Me reconoca tambin en los hroes de las pelculas que bamos a ver en familia. Me gustaban las del Oeste, los grandes espacios, Burt Lancaster... Los buenos ganaban siempre!

El 18 de marzo de 1945, fiesta de la Ascensin, hice la primera comunin. La familia se reuni al completo, o casi. Mi madre me regal un misal con esta dedicatoria: Te confo a Jess que tanto te ama, y a la Virgen Santsima, que te guard milagrosamente para su Hijo divino; y les pido que te protejan... para que afiancen en ti durante estos aos futuros la fuerte atraccin que sientes hacia Aquel que es la meta de nuestra vida.

Primera ruptura: en septiembre de 1954 abandono SaintDizier, mi familia y el claustro para entrar en el seminario de Langres. Esta ruptura se consuma bajo el signo del sufrimiento, porque mi padre padece un cncer de pulmn. Lo llevaron con urgencia al hospital de Villejuif, donde falleci poco despus.

En el seminario no conoca a nadie. Tena que aprenderlo todo. La experiencia de la vida comunitaria me choc bastante. Lo que hacemos no nos pertenece, y lo que hacen los otros nos concierne. Cada cual es l mismo de cara a los otros. ramos una veintena, contando los profesores, y yo no imaginaba que pudiese imperar tanta disciplina. Levantarse a las 6 de la maana. A las 6,20, reunin en la capilla. Recitacin de plegarias por turno; despus, la meditacin. La misa termina hacia las 7,30. Despus de la misa viene la accin de gracias; a continuacin, el desayuno. Un cuarto de hora de descanso, y empiezan las clases: historia sagrada, historia de la filosofa... desde las 9 hasta medioda. Todo bastante extrao. Despus, durante diez minutos, de rodillas en la sala de ejercicios, se procede al examen particular: He dejado de hacer esto... o aquello... ?. A veces hay un estallido de risa tonta... Despus del ngelus, en silencio al refectorio. En la comida, que dura media hora, un seminarista hace la lectura recto tono. El recreo consiste en girar alrededor de un gran macizo de flores, porque el seminario, construido en plena ciudad, dispone de poco espacio. Sin embargo, en la ciudad nacieron muchas amistades que me abrieron a un mundo nuevo.

An me estremece el recuerdo de la tradicional y peligrosa prueba inicitica: el primer sermn, pronunciado ante toda la comunidad. El auditorio me inspiraba pavor. No se podan utilizar papeles. Despus llegaban las crticas... A m me dijeron que gesticulaba mucho con las manos.

Pero en el seminario descubr la Biblia, y eso me encant. La palabra de Dios era esplndida. El estudio de los evangelios me sedujo. Cada da me tomaba un tiempo prolongado para meditar en las enseanzas de Cristo. Pero yo me pregunto: hace falta entrar en el seminario para hacer estos descubrimientos? Los que estn inmersos en el mundo no pueden beneficiarse de tanta riqueza?

La eleccin de un gua espiritual fue tambin una experiencia nueva: abrirse con confianza a otro que sabe escuchar, comprender e iluminar el camino. Recorr de nuevo la historia de mi vida para percibir mejor lo que Dios esperaba de m. Me pareci que el horizonte se iluminaba en poco tiempo.

Durante este perodo le asiduamente a algunos autores espirituales. Me gustaba Francisco de Ass por su maravillosa humanidad, su tierna pasin por Jess y su adhesin a la Iglesia. El beso al leproso me impresion mucho. Francisco dice en su Testamento: No poda soportar la vista de los leprosos, pero el Seor me llev entre ellos y los cuid con solicitud. Y al alejarme de ellos, lo que me haba parecido amargo se convirti en dulzura para el alma y el cuerpo. Teresa de vila me impresionaba mucho. Qu mujer! Llena de vida, de sensibilidad, de compasin. En medio de sus mltiples actividades, Teresa guardaba en el corazn la presencia de Dios y una gran ternura. Dios habitaba en ella, fuera donde fuera e hiciera lo que hiciera. Esta morada de Dios en nosotros me motivaba mucho.

No menos me fascinaba el padre Foucauld. Su inquietud era inmensa y no le dej instalarse. No ces de buscar, de aceptar las rupturas, de otear los acontecimientos, de avanzar siguiendo las huellas de su muy querido hermano y Seor, Cristo. Yo senta que ste era mi camino.

Estos fogonazos iluminaban la vida gris del seminario, donde la disciplina me pareca trasnochada. Las clases de canto gregoriano me aburran. El ruido del mundo no llegaba a aquellos lugares protegidos. No haba aparato de radio para transmitirnos informacin. Nuestro nico contacto con el exterior era la lectura en el refectorio, durante el desayuno, de algunos artculos del peridico La Croix, seleccionados por el rector.

La verdad es que eso no me haca sufrir. Crea en la necesidad de vivir apartado del mundo. Con el uso de la sotana y la tonsura yo manifestaba esta separacin social. La Iglesia, entonces, estaba frente al mundo ms que en el mundo.

Otra limitacin era la falta de verdadera responsabilidad. Cmo formarse sin ser responsable de algo? No hay hombre sin accin. No hay vida sin movimiento.

Nuestros maestros del seminario tenan un gran sentido de la institucin. Nos gustaba su heroica fidelidad. Pero nos parecan poco aptos para prepararnos para el futuro. Era la poca de la guerra de Argelia. Unos y otros partamos para all. Y nadie nos preparaba para afrontar aquel drama.

Nueva ruptura, otro alejamiento: marcho a hacer el servicio militar en mayo de 1957. Estoy en Frjus, en la escuela colonial de la infantera de marina, para aprenderlo todo. Inmerso entre gentes llegadas de todos los horizontes, contento de poder convivir, de este codo con codo permanente. En un dormitorio de sesenta y dos personas, el ambiente no era triste. El lenguaje no era nada eclesistico. Las cosas del sexo cobraban importancia. Algunos que no saban escribir me pedan que les redactara las cartas que deseaban enviar a sus novias.

El entrenamiento intensivo, da y noche, con miras a la guerra de Argelia, era fuente de embrutecimiento y de disciplina a la vez. En poco tiempo debamos ser perfectos ejecutores de rdenes, a toda prueba. Verdaderos soldados para combatir en la montaa. No s cmo pude resistir aquellas sesiones absurdas. A veces me atacaba la risa en pleno ejercicio y me ganaba el correspondiente castigo.

Nos despertaban de noche para hacer largas marchas silenciosas por el monte bajo, con fusil y casco pesado. Yo rezaba el rosario.

Llevaba conmigo mi pequea Biblia de Jerusaln y lea en los descansos algunos pasajes del evangelio. Era como una ligera brisa.

Despus de cuatro meses de clases me propusieron continuar la instruccin en la escuela de oficiales. No me cost abandonar aquel campamento, donde me senta exiliado. Me enviaron a Cherchell, en Argelia, para un perodo de seis meses. El Mediterrneo es fascinante. Pero nada es bello cuando hay guerra. El entrenamiento era rudo: recorrido del combatiente, ejercicios de lucha, guardias nocturnas, marchas con el eterno casco pesado, conferencias... An recuerdo una de ellas. En el teatro de Cherchell, un coronel experto en accin psicolgica mostraba la necesidad de la Argelia francesa para preservar a Occidente del avance del comunismo. Si se perda Argelia, Francia caera pronto como un fruto maduro en la ideologa marxista. La Argelia francesa era el ltimo baluarte contra esta tremenda amenaza. Se juzgaba necesario formar nuestras psicologas para prevenir las tentaciones derrotistas.

Pasaban los meses y yo me vea cada vez menos como jefe de seccin dirigiendo el combate. Tena la sensacin de seguir en una autopista por no haber sabido salir de ella a tiempo.

Por suerte, al final del perodo de instruccin pidieron voluntarios para las SAS (secciones administrativas especializadas). Se trataba de una labor de pacificacin entre la poblacin. Sin vacilar, me apunt voluntario.

Despus de un mes de prcticas en Argel para familiarizarnos con las tradiciones musulmanas y los rudimentos del idioma, me enviaron a la regin de Setif, una planicie de 1.000 metros de altitud, con destino a la SAS de Maoklane, lejos de todo puesto militar. Era una zona de inseguridad n. 1. El paisaje es bastante montaoso, de poco arbolado, y la escasa poblacin estaba muy dispersa. Las modestas viviendas se confundan con el medio ambiente. En el pueblecito de Maoklane se alzaba un bordj pintado de blanco. El responsable de la SAS, un teniente, se alojaba all con una treintena de moghaznis (indgenas rabes y cabilas al servicio de Francia) y algunos soldados del reemplazo destacados de su compaa. Este teniente, herido en un atentado, sera repatriado a Francia. Me llamaron para sustituirlo.

Cado en tierra extranjera, aprenda a vivir mi fe en solitario, sin comunidad, sin estructura de acogida. Despertaron en m las convicciones de la infancia: la certeza de ser amado por Dios, el sentimiento de su presencia en m. Por primera vez moraba en casa ajena, lejos de la Iglesia, de la familia, del seminario. Haba estado muy protegido, y lo natural era sentir miedo. Pero no; sent curiosidad. Viva mi fe humildemente, como cristiano en el exilio, entre otras creencias y otras costumbres, y los encuentros me ayudaban a orar. La vida con los musulmanes me enriqueci mucho.

Pronto me adapt a la poblacin de aquellas mesetas. La gente viva pobremente, sin agua corriente, sin electricidad y sin vas de comunicacin. No saban leer ni escribir. Algunas cabezas de ganado y un poco de terreno les permitan vivir. Sus riquezas les llegaban de Francia, un man que enviaban generosamente los que trabajaban en la metrpoli.

Recorro los pueblos en compaa de los moghaznis para reunirme con las familias alrededor de una taza de t. Hay tantas cosas que or, tantas situaciones que arreglar... Se elaboran proyectos para abrir una pista, traer el agua o construir un aula escolar. Francia invierte mucho dinero en la obra de pacificacin.

Un da me anunciaron en el pueblo que el coronel estaba de paso en la escuela. Fui a saludarle. Haba all unos cincuenta nios pequeos que miraban curiosos. El director pareca inquieto, ansioso de que todo saliera bien. El coronel me pregunt: Gaillot, usted conoce los diez mandamientos? Ahora los va a or. Y, volvindose a los nios, les grit: Venga!. Los nios recitaron a coro los diez mandamientos: Argelia siempre francesa... Argelia.... Cada mandamiento era repeticin del primero. Al final le confes al coronel mi total ignorancia de esta versin moderna de los diez mandamientos.

Varios das por semana, una multitud haca cola delante de la SAS. Acudan para ser asistidos en el dispensario, a recoger los famosos envos postales, a sellar el pase para poder circular o para que yo intercediera ante los militares en la liberacin de los prisioneros.

Por primera vez en mi vida me vea cargado de responsabilidad, obligado a tomar iniciativas en todos los terrenos y a resolver dificultades.

La poblacin deseaba vivir tranquila y en paz. Pero estaba escindida entre Argelia y Francia; desgarrada, solicitada constantemente por la resistencia argelina (los felagas) y los militares franceses.

Los felagas mantenan contacto con el entorno social. Bajaban a los pueblos. Qu familia no tena a uno de los suyos en el maquis? El apoyo a la resistencia era un riesgo que se pagaba caro. Los militares hacan todo lo posible por obtener informacin. Las represalias no se hacan esperar: casas saqueadas, incendiadas; prisioneros llevados al puesto militar.

Estos prisioneros se amontonaban en campamentos cercados de alambradas. Pasaban la jornada picando piedra en las pistas. Coman lo que les llevaba su familia. Era un espectculo conmovedor ver a nios pequeos cruzar montaas para abastecer de comida a su padre. Cuando yo circulaba en jeep por la pista, nunca faltaban prisioneros que me pedan obtenerles la liberacin. En algunos casos lo consegua. Pero aquello era muy poco.

Seghir, un moghazni de la SAS, era nuestro chfer. Me acompaaba a veces en los desplazamientos. Los militares trataban de arrestarlo, porque, segn ciertas informaciones, me iba a liquidar. Yo me opuse al arresto. Pero, un da que Seghir estaba de permiso con su familia, los militares fueron a prenderlo. Muri unos das ms tarde, despus de ser horriblemente torturado. Tena veinte aos y se iba a casar. Las autoridades militares, ante las que fui a protestar, presentaron sus excusas...

Algo me llam la atencin. Muchos militares que llegaban de Francia expresaban sentimientos de humanidad y de respeto al hombre con independencia de su origen. Pero al poco tiempo quedaban atrapados en el engranaje de la violencia, y yo no los reconoca. Despus de pasar el bautismo de fuego y de sufrir una emboscada atroz, estaban dispuestos a todo por vengar a los compaeros desaparecidos. La violencia engendra violencia. En este crculo infernal se generaliza la tortura. Los que la practican llevan dentro una herida que no se cierra y de la que nunca querrn hablar.

Esta violencia casi cotidiana me desconcertaba. Atemorizaba a la gente y agrandaba el foso entre la comunidad argelina y la francesa. Yo vea que la violencia no arreglaba los conflictos y que el ruido de las armas no traa la esperada paz. Buscaba una alternativa. La necesidad de la no violencia me apremiaba, pero no saba cmo darle curso. De regreso a Francia, descubr con enorme inters los escritos de Gandhi y de Luther King. Lamento no haber sido iniciado antes en la fuerza de la no violencia, que yo considero como un signo de los tiempos.

Durante la guerra de Argelia, lo que se deca en Francia tena mucho eco entre los militares y los franceses de Argelia. Me hubiera gustado que la Iglesia de Francia, las Iglesias, hablaran con ms energa para denunciar la tortura. La situacin reclamaba alzar la voz por el honor del ser humano. Hubiera sido proftico que la Iglesia invitara a la desobediencia a rdenes manifiestamente incompatibles con la dignidad de la persona humana.

Por suerte, un pastor velaba en Argel por su pueblo, Monseor Duval preparaba los caminos de la paz con actitudes valientes que honraban a la Iglesia.

Despus de pasar dos aos en Argelia, regres a Francia. Durante todo ese perodo haba comprendido mejor hasta qu punto el evangelio era una promesa de liberacin y que el anuncio de esta palabra era el mayor servicio que yo poda prestar. El mensaje de Cristo me haba acompaado a lo largo de mi actividad militar: El espritu del Seor est sobre m... Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y devolver la vista a los ciegos. Y soaba con una Iglesia que liberara al hombre...

Volv sin vacilacin al seminario, que estaba entonces en ChlonssurMarne. En mi deseo de llevar la palabra de Dios a tierras lejanas, acariciaba la idea de ir a misiones. El obispo de Langres, informado del caso, me rog en conciencia que permaneciera en la dicesis, porque tendra necesidad de m. Y me envi a continuar los estudios en Roma.

Llegu al comienzo del otoo, y qued deslumbrado por la ciudad: la plaza de Navonna, las fuentes, las luces, las puestas de sol en el Pincio, el arte de vivir de los romanos... Fui conociendo esta ciudad cargada de historia y la cultura de este pueblo. Exprim a Italia en forma increble. El genio italiano se refleja en sus paisajes. Nunca haba hecho tantas excursiones; eran bastante econmicas. Viaj por todas partes, haciendo autostop. Tena veintitrs aos y parta a la buena de Dios: Florencia, Ravena, Npoles, Sicilia... Me alojaba en casa de amigos, muchas veces en un monasterio, entre los franciscanos de Ass...

Para conocer una ciudad hay que caminar. Me gustaba mucho Siena; Florencia me maravill. Recuerdo una Navidad en Npoles: una piedad desbordada; gestos, ritmo; una religiosidad que exteriorizaba ruidosamente su vitalidad. Aprend el italiano y multipliqu los encuentros con personas, sacerdotes, comunidades... A veces tena la piel tan bronceada que me encerraba en el seminario dos das antes de los exmenes orales para palidecer un poco.

El seminario francs, donde me alojaba, respiraba un ambiente de fe, de oracin y de apertura que dej su huella en m. No puedo olvidar los rostros de los que oraban cada maana en la capilla de aquel seminario.

Algunos das, al atardecer, haba una charla espiritual. Una de ellas, pronunciada por el rector, fue memorable. Nos haba reunido para recordarnos que el reglamento prevea el tratamiento de usted entre los seminaristas y que toleraba que los unidos por lazos de parentesco o que se conocan de tiempo atrs siguieran tutendose, pero a modo de excepcin. Haba que observar esta norma, porque algunos de nosotros podan llegar a ser obispos, y eso facilitara ms tarde su aptitud para el mando. El equipo de responsables nos pareca graciosamente desfasado...

En Roma era la poca del buen papa Juan. Gozaba de gran popularidad. Sus palabras, sus gestos, sus iniciativas hacan respirar un aire de primavera. Juan XXIII sintonizaba con los hombres y las mujeres de este tiempo. Haba que abrir las puertas de la Iglesia y provocar una corriente de aire. Presentamos que con l muchas cosas iban a ser posibles. El anuncio del concilio nos llen de una gran alegra, y en las trattorias los seminaristas sostenamos largas discusiones.

Un da, el arzobispo de Cartago, que estaba de paso en Roma con su vicario general, el actual arzobispo de Toulouse, me invit a acompaarle en la audiencia que le haba concedido Juan XXIII. El papa observ mi calva incipiente y coment en italiano: Este empieza a tener una cabeza que mira al sol.

2

El soplo del concilio

Fui ordenado sacerdote el 18 de marzo de 1961. Yo deseaba que la ordenacin tuviera lugar en Langres, y no en Roma, porque estaba destinado a esa dicesis. Tom el Palatino de regreso a Francia, y durante el viaje pens en esta ordenacin como la meta de un largo camino y el comienzo de otra aventura. Eran muchos los que me haban ayudado a ser sacerdote, brindndome su amistad y el testimonio del evangelio. Muchos otros seguiran en mi camino para ayudarme e iluminarme.

El obispo de Langres era anciano y achacoso. Le costaba desplazarse, pero el gozo de proceder a su ltima ordenacin le devolvi las fuerzas. La ceremonia tuvo lugar en una sala del seminario que serva de capilla, y no en la hermosa e imponente catedral. Una ordenacin aparentemente pobre, sin procesin, sin coral, sin sermn... pero vivida con total intensidad. Todas mis opciones convergan hacia aquel gran momento.

Al da siguiente fui a decir misa al claustro de Saint-Dizier. Era la fiesta. Me pareci que las religiosas no cantaban como de costumbre, de lo emocionadas que estaban. Tambin yo. Despus fue la misa mayor del domingo en la iglesia parroquial, abarrotada de gente. El prroco, a mi lado, cuidaba de la buena ejecucin de las ceremonias. Yo me sent feliz de celebrar en medio de aquel pueblo reunido y salud sin prisas a cada uno, desde la comadrona que me haba trado al mundo hasta antiguos compaeros de clase que me daban la sorpresa de estar presentes.

Iba a empezar la Semana Santa. El obispo me pidi que fuera a Joinville, cuyo prroco haba fallecido. All escuch las primeras confesiones. Durante horas admir la simplicidad y la fe de la gente que as se confiaba. Sent ganas de darles las gracias. Me deca a m mismo que el sacramento de la penitencia era sin duda el sacramento ms humano que existe.

Despus de las fiestas de Pascua volv a Roma y reanud los estudios. Ms tarde, durante el verano, di cumplimiento a un antiguo proyecto: ir en peregrinacin a Tierra Santa; un viaje de bodas al pas de Jess para celebrar el primer aniversario de mi ordenacin.

Qued deslumbrado por Jerusaln, y el Santo Sepulcro me impresion mucho. Permanec largo rato en aquel lugar venerable. Nunca olvidar el rostro de un copto en oracin; el recuerdo de la pasin de Cristo y de su muerte me embarg por completo. All se convirti Jess en un excluido, un condenado; all sufri el escarnio y la vergenza. All carg con la violencia y la injusticia del mundo. All pas por la muerte como todos los seres humanos.

Pero la losa del sepulcro fue removida. Dios resucit a Jess. Cristo vive para siempre. Se apareci a Mara Magdalena. La gran aventura del amor y del perdn contina para nosotros.

Muy temprano, por las calles an desiertas de la ciudad, me dirig a la tumba de Cristo para celebrar la misa. Perd la orientacin y rogu a un panadero que trabajaba en la tahona que me indicara el camino.

De vuelta de Jerusaln descubr otro lugar sagrado: Lisieux. El tren pasaba por vreux. No poda imaginar que un da iba a ser su obispo.

Ayud a los capellanes de Lisieux en el ministerio de la confesin y la predicacin. Una experiencia pastoral que yo apreci por la calidad de los encuentros y los cambios de vida que se producan. Pero, sobre todo, llegu a conocer mejor a Teresa de Lisieux y su experiencia de la incredulidad. Su alma soport las ms densas tinieblas. El pensamiento del cielo fue para ella materia de lucha y de afliccin. Teresa se senta solidaria con los pecadores, y quiso serlo a fondo. Estaba dispuesta a sentarse a su mesa y permanecer con ellos todo lo que fuera necesario.

Ese sufrimiento me pareca extraamente moderno. Los cristianos no estn por encima o separados de los dems. No estn en posesin de la verdad y de la luz. Viven inmersos en la confusin y saben lo que es la noche. Yo no haba imaginado que Teresa hubiera podido ir tan deprisa y tan lejos en este camino.

Me faltaba un ao de estudios en Roma. Me haca bien respirar aquel aire. Juan XXIII daba a la Iglesia un nuevo rostro de humanidad y de comprensin. El miedo y la intransigencia cedan el paso al dilogo y la apertura. La Iglesia no estaba ya arrinconada. El papa, como buen pastor, quera el bien de su pueblo y recordaba que el futuro era de los humildes.

El 11 de febrero, fecha de las apariciones de Nuestra Seora de Lourdes a Bernadette, Juan XXIII invit a los alumnos del seminario francs a entrevistarse con l en la gruta una copia de la de Lourdes, instalada en los jardines del Vaticano. Cundi el pnico: las vacaciones escolares estaban en su mejor momento y haba muchas ausencias. El rector nos convoc precipitadamente. ramos muy pocos, pero en fin... Juan XXIII, despus de recibirnos, tom asiento en su silln. Yo pensaba que bamos a recitar un misterio del rosario. Pero no: nos dirigi la palabra. Se senta feliz de charlar con nosotros.

Juan XXIII sola inspirarse en un pasaje del evangelio: Yo salt de la barca y camino entre las olas al encuentro de Cristo que nos llama. La Iglesia debe renunciar a sus certezas. Debe abandonar la seguridad de la barca y caminar entre las olas. Llegar la noche, la tempestad, el miedo. Pero no hay que retroceder. La Iglesia est llamada a ir al encuentro del mundo.

En el momento en que se inauguraba el concilio, octubre de 1962, yo estaba de regreso en Francia. Sin esperrmelo, y sin haber podido dar mi opinin, el obispo de Langres me envi a hacer los cursos del Instituto de Liturgia en Pars, me nombr miembro del equipo de direccin en el seminario de ChlonssurMarne y me agreg, por ltimo, a la parroquia de Gigny, en SaintDizier. Cada semana, durante dos aos, circul entre estos tres polos.

En Pars volv a ser estudiante. Aprend la historia de los ritos y los sacramentos a travs de los textos y las prcticas litrgicas del pueblo de Dios. El conocimiento histrico permite relativizar lo que se crea inmutable y atenerse a lo esencial.

En ChlonssurMarne me incumba la direccin espiritual de los seminaristas. Era una carga pesada, mas para m fue pan bendito. Puse todo mi empeo en la tarea: los seminaristas me confiaban sus zozobras, sus dificultades, sus dudas. Este compaerismo exigente me enriqueci. Yo procuraba respetar su libertad y trataba de hacer germinar lo mejor de cada uno. Mi deseo era hacerlos responsables de su vida y de su futuro.

De SaintDizier guardo, sobre todo, el recuerdo de la catequesis, los jueves por la maana, como eco de la palabra de Dios entre los jvenes.

En la dicesis de Langres haba una fraternidad del padre Foucauld. Ped integrarme en ella. Era un lugar de libertad, de comunicacin, de plegaria. Siguiendo la lnea marcada por Charles de Foucauld, nos protegamos para vivir nuestro ministerio en solidaridad con los ms pobres y dar un margen, en nuestra ajetreada vida, a la plegaria y la adoracin eucarstica.

En 1965 comienzo una nueva pgina de mi vida. Me envan al seminario de Reims, donde han sido reagrupados los seminaristas de la regin.

Durante el verano hice los ejercicios de san Ignacio: treinta das de retiro con los padres jesuitas en Clamart. All tena a mi lado a un capelln que llegara a ser arzobispo de Pars y a un sacerdote destinado a ser mi arzobispo en Rouen. Aquel largo y silencioso retiro supuso una ruptura en mi vida. Cmo ser sacerdote en la naciente Iglesia conciliar? Cmo ejercer el ministerio que se me haba confiado en el seno de una institucin que se renueva profundamente en su manera de ser y en su misin?

En Roma concluye el Concilio Vaticano II y todo comienza. El tiempo de los inicios prometedores. Un magnfico arco iris brill sobre la Iglesia de Cristo. Una alborada excepcional.

Admirable Iglesia del Vaticano II. Se pone a defender al hombre, a todo ser humano, sea o no creyente. Con solicitud y simpata, muestra su solidaridad con toda la familia humana en trminos inigualables: Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discpulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazn.

Admirable Iglesia del Vaticano II. No est anquilosada ni tiene miedo. No pisa el freno. Ya no condena. Ha recobrado el acento de los profetas y la palabra fogosa del evangelio. Habla de los signos de los tiempos. Se atreve a decir que el evangelio sintoniza con el fondo del corazn humano. Para comprender mejor el mensaje evanglico no duda en recoger la experiencia de todos. Su atencin se centra en las manifestaciones del Espritu en todas las acciones humanas, las ms simples y las ms complejas. Mira lejos, con audacia.

Admirable Iglesia del Vaticano II. No es intolerante ni arrogante ni autosuficiente. Se presenta como el pueblo de Dios en marcha, un pueblo que camina en la historia de los hombres, con sus lastres y sus dificultades. Est en el mundo de este tiempo, en dilogo con l. Aprende a recibir del mundo.

Admirable Iglesia del Vaticano II. Como Iglesia de Pentecosts, pierde su lengua de trapo. Se acab el tiempo de los silencios y las censuras. La palabra circula. Los cristianos la utilizan. Un soplo de fraternidad anima a las comunidades.

Admirable Iglesia del Vaticano II. Renuncia a sus privilegios. Algo la empuja hacia los marginados del mundo. Siguiendo a Cristo, quiere ser servidora y pobre.

Una Iglesia as suscita la esperanza. Muchos laicos y sacerdotes respiran a pleno pulmn este aire fresco. Depositan su confianza en su Iglesia cuando ella abre todas sus puertas.

El Concilio Vaticano II fue un verdadero maremoto. Y para m, una liberacin. Mis hbitos cambiaron. Mis convicciones se transformaron. Me sent confirmado en muchos puntos que presenta. Me consuela or que la primera misin de los sacerdotes es anunciar el evangelio; que los presbteros... conviven, como con hermanos, con los otros hombres. [No] podran tampoco servir a los hombres si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos.

Abandono la sotana. Es una seal de la importancia del cambio producido. El sacerdote no se halla ostensiblemente separado de la vida de la gente ni es extrao a su existencia. Regenerados como todos en la fuente del bautismo, los presbteros son hermanos entre sus hermanos. El sacerdote no es un notable, sino un compaero. Y los bautizados son para l verdaderos socios. Los sacerdotes [deben escuchar] de buen grado a los laicos, considerando fraternalmente sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, a fin de que, juntamente con ellos, puedan conocer los signos de los tiempos.

Sin embargo, no todo est reglamentado. Afortunadamente. Frente a situaciones inditas, se impone la creatividad, y el concilio nos invita a ella: El Espritu Santo, al tiempo que impulsa a la Iglesia a que abra nuevas vas de acceso al mundo de esta poca, sugiere y favorece tambin las convenientes acomodaciones del ministerio sacerdotal.

Como smbolo personal, arroj al fuego todos mis cursos de Roma. El concilio supuso tal sacudida que decid partir de cero y reconstruir todo segn los textos conciliares. Era un trabajo enorme, apasionante. Mi lmpara brillaba hasta bien entrada la noche.

Los seminaristas a mi cargo se mostraban deseosos de participar en debates comprometidos. Con avidez y atencin. El entonces arzobispo de Reims, monseor Marty, a su regreso de Roma, habl con calor en el seminario. Se refiri a su conversin de obispo conciliar y nos pidi entrar resueltamente en esta corriente renovadora.

Sent en m dos llamadas que concernan a mi vida de sacerdote para poder contribuir a la formacin de los seminaristas. La primera se me revel casi como una certeza, por la claridad con que se me impona: estar vinculado a los pobres. Cmo formar seminaristas si no se tiene contacto con los marginados? Ello tendr consecuencias en el modo de vivir, de ensear, de guiar. Me nombraron visitador de la prisin de Reims y descubr este ministerio atractivo y apasionante. El capelln estaba enfermo de cncer, y yo iba a sustituirlo. El director me autorizaba a circular libremente, desde las celdas normales hasta las celdas de castigo. Celebraba la misa y llegu a administrar un bautismo. Pero, sobre todo, escuchaba a los detenidos, me tomaba tiempo para hablar con ellos. Entr en contacto con las familias e intervine en la reinsercin de los presos. Un da me hallaba en el despacho de la asistenta social, en la primera planta. Conversaba con algunos detenidos. Oscureca y, buscando el interruptor para encender la luz, hice funcionar la alarma. Se arm un guirigay de escndalo.

Algunos seminaristas, conscientes del problema de los pobres, me llevaron consigo a una barriada de chabolas en las afueras de Reims. Qu triste paisaje. Esta bolsa de pobreza, hoy desmantelada y sustituida por una zona de HLM (viviendas de alquiler moderado), albergaba entonces no slo a trabajadores inmigrantes, sino a familias francesas. Todos vivan en tugurios inverosmiles, barracas de hojalata y viejas roulottes. Ante aquel panorama, antiguos recuerdos perdidos en la memoria salieron a la superficie y sent renacer mi rebelda de nio. Yo estaba an en el colegio tena doce o trece aos y un profesor nos llev a visitar una fbrica de SaintDizier: la fundicin de la Noue. Aquello era una vuelta al pasado, un salto al siglo XIX. Los altos hornos escupan fuego. El ruido era ensordecedor. Con aquel estruendo y aquel calor, los obreros trabajaban sin proteccin alguna. Yo haba ledo a Zola y a Van der Meersch, pero no poda imaginar situacin ms inhumana. Aquel universo era el infierno. Me impresion. Y tom conciencia de la condicin obrera.

Los habitantes de las chabolas agradecan las visitas que les hicimos durante un verano. Eran contactos con personas que se sentan rechazadas y abandonadas. Ellos nos suponan cargados de mltiples ocupaciones, y los breves momentos que les dedicbamos los dignificaban a sus propios ojos. Mi norte estaba all. Desde entonces me puse al servicio de la Iglesia de los pobres. En Roma, un grupo de obispos conciliares segua esta orientacin. Eran los llamados obispos de los pobres, y entre ellos se encontraba Don Helder Cmara.

La otra llamada me invitaba a insertarme en una parroquia de Reims para no olvidar la dimensin pastoral de mi enseanza. Dirig mi peticin al vicario general de Reims, que se mostr sorprendido, porque tales peticiones escaseaban mucho. Me propuso la parroquia de San Jos, situada en un barrio popular y obrero de la ciudad. Haba un equipo de tres sacerdotes.

En cuanto a la liturgia, qu cambio!

Es un alivio no volver ya la espalda a la gente para celebrar la misa. Puedo ver a la asamblea que est delante de m. Puedo hablarle, or su respuesta. Se entabla un dilogo entre la asamblea y el celebrante. Hay una comunicacin. Ya no soy el personaje sagrado que guarda las distancias. Y el altar se ha acercado a la asamblea.

Es un alivio no celebrar en un rincn, sobre un altar, sino concelebrar en el mismo altar. Antes, en el seminario, se oraba en la capilla y, al final de la oracin, haba una dispersin general. Cada cual sala a celebrar donde poda. Ahora una misma Eucarista nos rene a todos. Est presente el equipo del seminario, alrededor del altar, compartiendo el mismo pan y bebiendo de la misma copa.

Es tambin una bendicin el que la asamblea oiga en su propia lengua todas las lecturas y oraciones, incluida la plegaria eucarstica, llamada a una participacin activa, consciente, fecunda. Abandon el canon romano en latn, que saba de memoria y haba acunado mi infancia. Lo importante es el pueblo presente: para l estoy celebrando.

En su simplicidad y profundidad, las celebraciones de la parroquia de San Jos eran bellas, sustanciosas, respetuosas con la gente.

Si asistan muchas personas no creyentes a un entierro, elega las oraciones en funcin del auditorio. Si el grupo era ms sensible al respeto de las tradiciones, optaba por un canto o una oracin en latn. Tal flexibilidad en los rituales permite llegar a cada uno en la diversidad de su fe.

Para profundizar en este cambio reclamado por el concilio, tuve la suerte de encontrar en mi camino a un sacerdote de gran vala, Louis Lochet. Viva en Reims y trabaj en numerosas dicesis de Francia. Era un consejero espiritual sensible y abierto que midi el alcance de los cambios que deban operarse en la Iglesia. Posea el don de ensanchar la libertad de sus interlocutores. Se estableci una corriente de afinidad entre nosotros y trabamos amistad. l me abri a la misin y me apart del seminario. Me hizo intervenir en un sinnmero de sesiones sobre el concilio. Tuvo la audacia de hacerme dirigir el retiro de los sacerdotes de Reims retiro que ira seguido de muchos otros en todo el territorio francs. l, en fin, me arrastr a frica, a Ruanda y a Burundi.

Lleg mayo del 68, acontecimiento histrico donde los haya. Monseor Marty, obispo muy querido por el pueblo, dej Reims por Pars. Los estudiantes fijaban sus eslganes en los muros: No queremos un mundo en el que la certeza de no morir de hambre se intercambia con el riesgo de morir de aburrimiento. Corred, corred, que el viejo mundo queda atrs. La imaginacin al poder.

Cmo no aplaudir esta repulsa de la sociedad de consumo? El bienestar y el xito medido por el rasero de las cosas acumuladas ahogan la vida y la privan de sentido.

Tambin el seminario de Reims sufri la conmocin, y el equipo de los responsables qued dividido. Los seminaristas reaccionaron de modo heterogneo y a veces imprevisto: unos, habitualmente tmidos y discretos, se enardecieron de pronto, empezaron a hablar y a participar en las manifestaciones. Otros, en cambio, asimilaron mal la crisis y se encerraron en el silencio. La tensin lleg a tal extremo que el rector decidi enviar a los alumnos con sus familias respectivas.

Confieso que particip con entusiasmo en los mltiples encuentros que se organizaron en Reims. La circulacin de la palabra era asombrosa: nunca haba observado semejante libertad de comunicacin en los grupos que se constituan. Caan las barreras y los tabes. Se hablaba como nunca se haba hecho, con la sensacin de vivir un episodio excepcional y, probablemente, irrepetible.

Pero, a la hora de predicar en la parroquia, las cosas se complicaban. El auditorio se mostraba inquieto, grave; se oa el vuelo de una mosca. Aunque suene raro, yo escriba el sermn con todo cuidado. Y despus de la misa no faltaban los descontentos que presentaban sus quejas.

La tormenta fue amainando poco a poco. El gusto por el orden se impuso. Yo recordaba la leyenda del Gran Inquisidor que reprocha a Cristo no haberlo dejado todo bien atado y no haber quitado a los hombres el peso de su libertad. El Gran Inquisidor sostiene que el poder es para los que saben, y que slo a ellos incumbe velar por la felicidad de todos.

Monseor Maury fue nombrado arzobispo de Reims. Yo apreciaba su sentido de la misin, su valenta para hablar y los riesgos que no dudaba en asumir. Representaba para m la imagen misma del obispo. No dur mucho en Reims. Pero fue l quien impuls la evolucin del seminario y la insercin de los futuros sacerdotes en la vida de la ciudad.

Tres seminaristas haban esbozado un proyecto concreto de formacin en el mundo obrero. Asociados al equipo de los curas obreros, deseaban prepararse para el sacerdocio manteniendo su arraigo en el mundo del trabajo. Era un itinerario original, cuya importancia y necesidad fui descubriendo mejor sobre el terreno. Aprend muchsimo y comprob hasta qu punto la solidaridad de aquellos sacerdotes con el entorno nutra su fe y su vida evanglica. La existencia de sacerdotes obreros dej de ser para m un dato abstracto: vi que era un componente necesario de la Iglesia.

Despus de pasar siete aos en Reims siete aos plenos y felices, solicit regresar a mi dicesis. El obispo de Langres me asign una parroquia de la ZUP (zona de urbanizacin prioritaria) de SaintDizier, en equipo con cinco sacerdotes. Las HLM rodeaban el nuevo templo. Haba muchos inmigrados. Era muy fcil entablar relaciones. Y el domingo por la noche volva con la familia, en casa de mi cuado.

Reserv parte del tiempo para hacer un reciclaje en Pars. Pero al finalizar el ao fui nombrado responsable de aquella formacin con un hombre al que yo no conoca y que lleg a ser mi amigo: Raymond Deville, sacerdote de San Sulpicio. Durante cuatro aos llevamos fraternalmente la carga que se nos haba confiado. Era la primera vez que trabajaba en muy estrecha colaboracin, y todos vieron que eso me encantaba.

Los dos ramos secretarios de la comisin episcopal clero y seminarios. Monseor Riob, obispo de Orlans, tambin formaba parte de la misma. Su silencio pesaba a menudo, y los obispos de la comisin estaban irritados.

Recuerdo que al final de una sesin me acerqu a l y le pregunt: No se siente usted bien?. No me contest. Me duele la cabeza. Y, adems, aqu estoy perdiendo el tiempo. Es la ltima vez que vengo. Y lo cumpli.

En cumplimiento de este mismo cargo particip en la asamblea de los obispos en Lourdes. No imaginaba que un da me iban a confiar una tarea similar.

Lleg a HauteMarne un nuevo obispo: el padre Lucien Daloz, un animador cuya accin surti efecto muy pronto. Con l, los laicos sentan que se les reconoca y se les tomaba en serio. Los religiosos y las religiosas se insertaron mejor en la Iglesia diocesana. Los sacerdotes mostraban mayor disposicin. Monseor Daloz ampli los horizontes misionales para que nadie se encerrara y ningn grupo se replegara en s mismo. Era un descubridor de signos, y l mismo los formulaba. Al afrontar riesgos infunda entusiasmo; con su audacia, animaba a explorar.

Me nombr vicario general. Yo viva en la casa de las obras diocesanas de Langres, cerca del palacio episcopal. Haba relaciones de confianza y de amistad entre nosotros; el obispo me ense el sentido de lo posible y de la paciencia. Me pidi, entre otras cosas, que pusiera en marcha algo que an no exista: ayudantes de pastoral, diconos, una Escuela de Ministerios.

La idea de abrir esa escuela obedeca a un impulso cordial y a un razonamiento lgico a la vez: los sacerdotes, religiosos y religiosas hemos adquirido durante nuestros estudios un conocimiento suficiente de los misterios de la Iglesia para servirla dignamente. Los laicos, en cambio, estn casi inermes. Confiarles responsabilidades sin una formacin previa equivaldra a imaginar una escalera sin peldaos.

Qu hacer? Los laicos deseosos de ofrecer sus servicios no pueden inscribirse en el seminario ni asistir al Institut Catholique. Generalmente la casa, la familia y el empleo condicionan su libertad. De ah mi propuesta: buscar un lugar prximo a su domicilio y dar all una formacin interesante, no demasiado rida ni intelectual.

Reflexionamos mucho tiempo para plasmar nuestra intuicin. Y yo emprend la ejecucin del proyecto. No lejos de Chaumont, en Brachay, una casa de religiosas nos abra sus puertas. El lugar era acogedor y relativamente cmodo. Para empezar, establecimos contacto con amigos, parroquianos ya comprometidos en la catequesis, la capellana de enfermos y la Accin Catlica. Nos apoyaron generosamente. Los cursillos se daban durante los fines de semana, en varios perodos del ao. La primera promocin fue brillante. Tras los primeros tanteos, la empresa alcanz su velocidad de crucero.

Las consecuencias de esta operacin fueron importantes para la comunidad cristiana. En efecto, reunidos para reflexionar y comprender, los creyentes descubran de pronto la verdadera dimensin de su Iglesia diocesana. Vieron el peso de su historia y evaluaron la envergadura de su proyecto. Durante la formacin, el obispo acuda a alentar y fortalecer su fe. Anudaron o profundizaron los lazos de solidaridad. Varios me escribieron felicitndose de poder al fin hacer algo juntos.

Posteriormente, la Escuela de Ministerios hizo... escuela. Diversas dicesis adoptaron la frmula o se inspiraron en ella para iniciar a su vez a los laicos en las distintas misiones pastorales.

En marzo de 1982, los participantes de la Escuela de Ministerios organizaron un viaje a Roma y a Ass. El ambiente era relajado. Y mientras yo me abandonaba a aquel tiempo de gracia y de gozo, no sospechaba que una carta de la nunciatura me aguardaba en el despacho.

3

Un oficio arriesgado

T sers obispo, ya lo vers. Algunos amigos, cristianos y sacerdotes, me gastaban a veces bromas de ese estilo. Yo, francamente, nunca haba tomado semejante eventualidad en serio. La carta de la nunciatura comunicndome que el papa me nombraba obispo de vreux me produjo el efecto de un mazazo. Pens un instante en una tomadura de pelo por parte de algunos compaeros. Pero no: el sello era autntico. Aturdido, confieso que recurr al Larousse: no recordaba muy bien dnde caa vreux.

En las horas y los das sucesivos me invadi la perplejidad. Por imperativos del calendario, deba dirigir el retiro de los seminaristas de Lille en el priorato de Andecy, Marne. No pude disimular que tena el pensamiento en otra parte. Me excusaba torpemente: no estoy muy en forma...; porque, aun siendo la noticia oficiosa, deba guardar el secreto. El nuncio, sin embargo, me haba autorizado para comunicrsela a mi obispo. As lo hice, deslizando un mensaje en su despacho y rogndole que acudiera en mi ayuda. Vino a verme sin tardar. Almorzamos juntos. Me dijo que se lo esperaba, que el nuncio le haba puesto ya al corriente.

Como vicario general, yo haba pedido muchas veces a los cristianos que asumieran responsabilidades. Unas responsabilidades que nunca haban imaginado. La mayora aceptaba con confianza. Conocan sus lmites, pero no rehusaban, porque era un servicio que deban prestar.

Ahora era mi turno. Yo me deca: Esto te revienta, pero es un servicio que te piden. Confan en ti. Acptalo con la misma confianza. Me rond la tentacin de rehusar: Por qu no piensan en otro? Sera mejor opcin. Me sent solo. El nuncio me haba dicho: estoy a su disposicin, y fui a verle. l insisti: Es el Santo Padre quien lo desea. Hay que obedecer. Acept con espritu de servicio, en respuesta a la confianza que la Iglesia haba depositado en m.

El ritmo se aceler. Convena partir sin demora, porque, psicolgicamente, ya no viva en Chaumont. La gente se dio cuenta. Me acuerdo de una parroquiana que me torturaba con la cantilena: Usted no es el de antes. Debera compartir sus preocupaciones con nosotros. Qu nos est ocultando?. Yo casi me enfadaba: No, no; me siento muy bien.

Estaba ansioso de que anunciaran mi partida y de pasar la pgina. Es duro desarraigarse, dejar a los amigos, alejarse de los vecinos. Pero la misin me llamaba a otra parte. No se es sacerdote para uno mismo. Ni obispo.

Fui consagrado, con alba y casulla, en la catedral de vreux el 18 de junio de 1982, veinte aos despus de haber sido ordenado sacerdote.

Un grupo de cristianos de HauteMarne me escoltaron, a modo de presentacin ante los cristianos de Eure, que me acogieron siendo an desconocidos para m. Me parece muy hermoso este paso de un pueblo a otro; emotivo y simblico. Llegaron muchos cristianos de Haute-Marne en autocar, en tren y en coche. Ellos mismos me presentaron: Ya conocen a Gaillot. Comprobarn que es un TAV (tren de alta velocidad), dice ante el micrfono, en la catedral, un obrero de fbrica que ha optado por el diaconado permanente, sin interrumpir su marcha por tan maravillosa senda. Escuchen, habitantes de la dicesis de vreux; su tranquilidad ha terminado.

Y aade: Una noche, el padre Gaillot lleg a mi casa. Como a otros miembros del equipo, me dijo que vena a preguntarme, en nombre del obispo, si aceptara ser dicono, pero que necesitaba el consentimiento de mi esposa. Ni ms ni menos. Una bomba no hubiera hecho ms efecto. Mi reaccin fue idntica a la de otros: por qu yo? Muchos otros lo haran mejor. Pero el padre Gaillot era tan persuasivo, tan convincente, que acept intentar la aventura con l. Durante mis aos de preparacin para el diaconado l estuvo presente en todos nuestros encuentros, iluminndonos, guindonos en la formacin, recorriendo con nosotros cada etapa.

Nos dicen a veces que Jesucristo nos desquicia, nos molesta, trastorna nuestra vida. Pues bien, al dirigirme a ustedes, habitantes de la dicesis de vreux, yo les digo que "su tranquilidad ha terminado", porque el Padre los va a desquiciar. Si duermen, el padre Gaillot los despertar, llamar a su puerta y, como nosotros, ustedes dirn: "entre". Entonces ustedes tambin sern acosados, quedarn atrapados y dirn s.

La gente aplaudi. Yo me sent feliz y desconcertado al mismo tiempo.

El cardenal Marty tom la palabra con acentos profticos: No se evangeliza automticamente. Con todos y cada uno de ustedes el obispo proclamar el evangelio, dar testimonio de la ternura de Dios. Y su testimonio le sostendr a travs de todas las contradicciones del mundo moderno.

Y dirigindose a m: Siga siendo el que fue, tal como yo lo he conocido. Est atento a las llamadas inesperadas de Dios y del hombre y tenga un corazn muy audaz para responder a los hombres y las mujeres de hoy, especialmente a los que sufren y a los jvenes. Entrguese totalmente a la dicesis que el Santo Padre le confa. Afronte todas las circunstancias con seguridad, con audacia. El Espritu Santo le espera en Normanda. l le acompaar.

En el curso de la ceremonia todos los obispos presentes vienen a imponer las manos al ordenando. Este gesto venerable de la Iglesia apostlica recuerda que es el Espritu Santo el que consagra. Sigue a continuacin la entrega de los atributos del ministerio. El bculo: es el bastn del pastor y simboliza la autoridad del obispo sobre sus ovejas. El anillo: une al obispo con su pueblo, y este consorcio para las alegras y las tristezas hace augurar momentos de incomprensin y horas de consuelo. Despus la mitra, cuyo simbolismo es ms oscuro.

Otro detalle no menos intenso de esta ceremonia: mientras estoy arrodillado, dos sacerdotes me colocan el libro de los evangelios sobre la nuca... ilustrando con ello la carga que me toca soportar desde ese momento. An siento el peso de este evangelio en mi nuca: un volumen grande con revestimiento metlico. Cmo pesa! Los minutos transcurren con lentitud. Es el peso del evangelio que tendr que llevar da a da? Tengo ganas de respirar hondo, de ser aliviado. Algunas imgenes me asaltan involuntariamente. Me viene a la memoria un pasaje de la Biblia: en un sueo, el profeta Ezequiel ve un hilillo de agua que escapa del templo de Jerusaln; ve cmo atraviesa el desierto, llega al valle del Jordn y desemboca en el mar Muerto. El hilillo de agua engrosa ms y ms. Se convierte en torrente impetuoso que despierta la vida a su paso: rboles, frutos, peces... Es un torrente de vida que mana del santuario de Jerusaln.

Aventuro una comparacin. Desde que naci en el claustro de SaintDizier, mi fe no dej de crecer. Atraves desiertos, pero nunca se apart de la Vida. Mi carcter, dulce y apasionado a la vez, apenas me crea conflictos. Pero estimo fundamental saber dnde he de batirme: cuando se trata de defender al hombre, no tengo miedo a nadie. Mi ordenacin es una nueva apuesta. Con la fuerza del Espritu, estoy dispuesto a afrontar los riesgos del oficio.

Al trmino de la celebracin, dirig primero algunas palabras de agradecimiento, y despus, mirando a aquel pueblo reunido en la catedral, dije: Muchos de ustedes han venido de HauteMarne, de Estrasburgo, de Suiza... Han venido a confiar mi persona a la Iglesia que est en vreux, y esta Iglesia me acoge y me recibe con increble calor. Ustedes esperan mucho de su nuevo obispo. Y yo tambin espero mucho de ustedes. Ambas esperanzas confluirn en el curso de los meses venideros. Lo que ustedes esperan de m llegaremos a serlo juntos con la gracia de Dios.

Mencion tambin lo que me haba escrito un trabajador de una empresa de Vernon: La situacin econmica es difcil, muchos sienten la incertidumbre del futuro y han perdido la esperanza. Nuestra Iglesia tiene tambin necesidad de renovarse para ser luz en la noche.

Aad, en fin, una intencin que llevaba metida en el alma: Pongo mi episcopado bajo el signo del beato Jacques Laval, antiguo mdico normando que se hizo sacerdote y misionero. Siendo prroco de esta dicesis, en Pinterville, Jacques Laval parti para la isla Mauricio. Mauriciano entre los mauricianos, manifest su ternura y su respeto a los ms humildes. Protest contra la injusta condicin en que vivan.

Al da siguiente todos se haban marchado. Me sent relajado, casi abandonado. Deba desenvolverme en tierra desconocida. Me faltaba todo por conocer, por aprender.

Desde mi llegada me asignaron la casa de la rue Saint-Louis. Es una mansin burguesa del siglo XIX construida en ladrillo rojo, imponente, achatada, con un parque colindante; sede del obispado desde la ltima guerra. La angustia me invade: yo que siempre he vivido en comunidad, que busco la comunicacin y el intercambio, no puedo hacerme a la idea de vivir aqu solo. Aquel mismo da, a medianoche, escrib a la madre general de las Hermanas de Jess en el Templo, que se encontraba en Vernon, para pedirle un favor: no dejar a un pobre obispo en la soledad. Puede prestarle a algunas religiosas para la acogida de huspedes y el servicio al obispado? Y aad una frase de las que hacen mella y que fue determinante: Formaremos una comunidad de oracin. Accedi al ruego. Llegaron dos religiosas bretonas. Se alojan en el obispado y atienden a la acogida de huspedes y la secretara.

Es una bendicin. Quisiera que todos los sacerdotes de la dicesis tuvieran la suerte que yo he tenido.

Mis condiciones de vida son gratas. Cerca del parque deL obispado residen el vicario general, que es mi ms prximo colaborador; el canciller, responsable de las finanzas y del inmobiliario, y el archivero. Todos los das de diario, a medioda, tenemos mesa comn, y nos reunimos a menudo una decena. Almorzando con los sacerdotes de la ciudad, voy aprendiendo mucha historia del pasado de la dicesis.

El obispo est solo. Aunque se rodee de comisiones y de consejos, en el momento de actuar compromete su propia responsabilidad. Yo la asumo: cuando hay descontentos, se dirigen a m. Con razn. Estoy al descubierto. Si me juzgan progresista o contestatario , estn al acecho de cualquier desliz. Es esto cmodo? Algunos creen que ser nombrado obispo constituye una promocin en la carrera, una cima en la jerarqua. Yo no tengo esta visin del servicio. Entrar en pelea para defender el evangelio ser emocionante, pero tambin spero psicolgica y espiritualmente. Aguanto. Acepto los golpes y procuro no darlos... Este oficio presupone una buena salud. Es una existencia arriesgada.

Una vez al ao, en otoo, los obispos de Francia acuden a Lourdes para encontrarse en familia y celebrar la Conferencia Episcopal; es la asamblea general de todos los prelados franceses, incluidos los de los territorios de ultramar; una especie de parlamento dentro del espritu de colegialidad preconizado por el ltimo concilio.

Todos los aos me siento dividido entre el placer de encontrarme con mis colegas, porque el ambiente es grato, y la irritacin, porque los trabajos suelen ser aburridos.

Lourdes, en esa estacin, es una ciudad soolienta. Persianas echadas, comercios a media luz, hoteles cerrados..., salvo algunos, como Les Ambassadeurs, cerca de la gruta, donde la prensa instala su cuartel general. La temporada de las grandes peregrinaciones ha pasado. Algunos grupos, algunos peregrinos aislados, con enfermos, se dirigen a la gruta, donde la llama de los cirios no se apaga nunca.

Pero Lourdes no pierde nada de su seduccin mstica. Antes de mi partida me hicieron recomendaciones: orar por los enfermos, poner un cirio y llevar una medalla. Sigo fielmente las instrucciones, convencido de que la religiosidad popular tiene en cuenta estos gestos humildes.

La acogida es fraternal. La mayora de los obispos se hospedan en los santuarios, en el albergue NotreDame, el albergue SainteBernadette (de hecho, el nuevo hospital) o la residencia de los capellanes, detrs de la baslica superior. Nos alegramos de volvernos a ver. Presentacin de los nuevos y evocacin de los antiguos. Almorzamos juntos. Charlamos. Realmente cordial. Sobre el resto voy a exponer mis reservas.

La asamblea es una mquina pesada. Hay un buen detalle, sin embargo: desde 1988 disponemos de una nueva sala de conferencias, en hemiciclo, que representa un apreciable progreso; antes, la llamada sala Juan XXIII era lo menos idneo que cabe imaginar para el debate en comn.

Los numerosos y variados informes examinados en sesin plenaria (por ejemplo, catequesis, misa dominical, solidaridad, ministerio de los sacerdotes...) han sido elaborados previamente en Pars bajo la responsabilidad del Consejo Permanente. Dicho Consejo, compuesto de doce obispos elegidos por la Asamblea Plenaria, desempea ms o menos la funcin del ejecutivo en la Iglesia de Francia. Se rene todos los meses para resolver asuntos urgentes, llevar la administracin ordinaria y establecer el orden del da de los debates en Lourdes. Cada da el presidente y el vicepresidente actualmente los arzobispos de Lyon y de Rouen atienden a las distintas necesidades de la vida de la Iglesia. El secretariado general, cuya sede permanente est en Pars (rue du Bac), mantiene un dilogo constante con ellos y presta al conjunto de los obispos y de sus comisiones el apoyo concreto indispensable. Porque hay, adems, alrededor de quince comisiones especializadas (por objetivos): antes de trabajar en la comisin de misiones exteriores tuve ocasin de participar en la del clero y seminarios y en la oficina de estudios doctrinales.

A la vista de estas normas establecidas, es preciso reconocer que los trabajos de la asamblea plenaria resultan insatisfactorios para muchos de los participantes; es difcil que se produzca un verdadero debate. Los obispos exponen sus opiniones y escuchan la de los dems; pero rara vez hay una confrontacin de ideas, aunque en ocasiones se produce y de modo vigoroso. La bsqueda de un consenso se realiza fuera de las sesiones, mediante los trabajos de taller, incluso al hilo de las conversaciones de pasillo o de mesa. Generalmente la asamblea concluye otorgando su confianza a la comisin que prepar el informe, sin perjuicio de bombardear su texto con mltiples enmiendas, forzosamente dispares... que no siempre mejoran la redaccin final, donde se adivina una avalancha de inevitables compromisos. El resultado es que el impulso misionero sale muchas veces empobrecido. A menudo tengo la impresin de volver a vreux con las manos vacas. Guardo, por ejemplo, un amargo recuerdo del texto Ganar la paz, votado in extremis y con precipitacin en la asamblea de 1983. Este texto legitima la fuerza de choque. La considera moralmente aceptable en situacin de peligro. Yo vot contra la posicin del episcopado francs sobre la disuasin nuclear.

Puede que yo hubiese abrigado demasiadas esperanzas. La gran cortesa de los obispos acaba ocultando las discrepancias, que no dejan de existir entre nosotros.

Dicho esto, cmo organizar el trabajo de semejante asamblea, donde no hay, por principio, ni mayora ni minora? Esta sesin anual se podra preparar mejor. Pero los obispos disponen de pocas ocasiones para trabajar juntos. Es cierto que se renen peridicamente dentro de la regin apostlica respectiva. Estas regiones, nueve para toda Francia, son demasiado vastas. vreux, por ejemplo, depende de la regin Norte, que se extiende desde Le Havre a las Ardenas, desde HauteMarne a Dunkerque, y su centro estratgico, por razones de comunicacin evidentes, se encuentra finalmente en Pars.

Desde hace aos se viene hablando de reorganizar estas estructuras... sin resultados prcticos.

Se celebran, por otra parte, otros encuentros; por ejemplo, de grupos de revisin de vida, con seis o siete miembros, a los que dedicamos una rpida jornada una vez por trimestre. Se trata de un intercambio espiritual sin incidencia sobre la gestin de nuestras dicesis respectivas. Funcionan, por suerte, las afinidades electivas: de ciertos obispados telefonean mucho... a otros obispados para intercambiar informacin, pedir consejo o, simplemente, dar un testimonio de amistad.

Volviendo a la asamblea general de Lourdes, yo observo una evolucin que se acenta con los aos. Al trmino del concilio, hace dos decenios, reinaba un gran entusiasmo que influa en los trabajos; el ejercicio de la colegialidad tena el frescor de lo nuevo; una expectativa llena de esperanza animaba a las comunidades cristianas; la prensa prestaba gran atencin a la informacin religiosa, gnero bastante indito para muchos peridicos, y las reseas de Lourdes se mostraban en conjunto ampliamente favorables al episcopado y a sus esfuerzos de imaginacin conciliar.

La rutina ha embotado el inters. La polmica surgida a raz de mayo del 68 desconcert a muchos, fuera y dentro de la Iglesia. Ha habido que administrar ms que innovar; la reduccin de los efectivos del clero y de los practicantes ha enfriado las audacias. Estos ltimos aos se ha instaurado la costumbre de multiplicar las sesiones a puerta cerrada, es decir, reservadas a los obispos, sin observadores extraos; los periodistas, durante las conferencias de prensa, tienen la impresin de recibir una verdad filtrada. La razn aducida por los partidarios de esas sesiones reservadas es la de favorecer una plena libertad de palabra entre los obispos. Se ha alcanzado el objetivo? A veces se produce el efecto contrario.

Muchos se preguntan qu tratamiento hay que dar al obispo. A este respecto, el desconcierto es total, y este desconcierto se refleja tambin en la confusin existente acerca de la funcin episcopal. No se sabe lo que hace un obispo ni en qu consiste su vida cotidiana. El obispo sigue siendo un personaje lejano, misterioso, extrao. Una reliquia del pasado. Se le ve como guardin de la religin y de la moral, ejecutor de las rdenes de Roma, como hace el gobernador civil respecto al gobierno de la nacin. A la sombra de la catedral, vive en un viejo palacio del que apenas sale...

Muchas veces me he preguntado en las reuniones cul es el tratamiento que nos corresponde. A m me llaman de todo. Los que no pertenecen a la Iglesia me llaman seor, seor obispo, o tambin monseor. Los catlicos practicantes prefieren el ttulo pre veque (padre obispo) o, ms raramente, frre veque (hermano obispo). Otros utilizan sin ms el nombre de pila: Jacques. Elija usted, que el ttulo no est controlado.

La dificultad de optar por una u otra frmula aparece tambin en las cartas. Algunos comunicantes expresan su perplejidad: Es la primera vez que escribo a un obispo, por eso no s qu tratamiento darle. Una seora me enva una tarjeta postal que empieza as: Quera aprovechar el perodo de felicitacin del Ao Nuevo para dirigirle un mensaje de simpata; pero, no sabiendo cmo encabezar la tarjeta, he dejado pasar el tiempo. Despus consult a una amiga, que lo encontr divertido y me respondi: "No pongas nada". Y as lo hago.

En la correspondencia que trae el cartero, un ramillete de ttulos y de razones sociales me evoca extraas imgenes: Monseor Arafat, El arzobispo del sida, Mohamed Gaillot, mezquita de vreux, El obispo marxista de vreux, rue du ColonelFabien, Obispo destituido de vreux... Cuando la direccin comienza con Su Excelencia monseor, nunca es buena seal en cuanto al contenido de la carta. Esta panoplia, por lo dems, no deja de tener inters. Y gracias al servicio de correos, la carta llega siempre a buen puerto.

Muchos se asombran al descubrir que un obispo es un hombre que vive, habla, participa, se compromete y expresa su fe. No es el autmata que dice lo que hay que decir. No es el personaje inaccesible que se supona, porque dialoga y se sienta a la mesa con los increyentes.

Alguien me confes un da: Lo asombroso no es lo que usted dice. Lo asombroso es que la gente siga acudiendo a usted.

Efectivamente. Llegan, ante todo, las demandas de ayuda. Cuando las situaciones no parecen tener salida y hay urgencia, la gente se dirige sin vacilar al obispo. l es un hombre influyente. Si quiere, puede hacer algo. No es un poltico. No forma parte de la administracin. Puede expresarse directamente. A l le escucharn.

Es el caso de Michel: Estoy en una situacin difcil. Qu le voy a decir! La soledad es dura. Usted, que conoce mi trayectoria y mis reflexiones, no me deje caer. Estoy desanimado ante tanta injusticia. Harto. Quisiera morir antes de volver a quedar marginado.

Y es el caso de JeanJacques, un agricultor en dificultades con el Crdit agricole, que me pide una iglesia para empezar una huelga de hambre.

O el de un zaireo que tiene la oportunidad de trabajar, pero al que el organismo correspondiente no quiere prolongar el permiso de residencia en Francia.

O el de un catlico practicante que no percibe el salario a pesar de la intervencin del inspector de trabajo. El asunto pasar al tribunal de conciliacin laboral de vreux. Yo apreciara mucho dice saber que est de mi parte, porque me esperan tiempos difciles.

O el de un joven estudiante cameruns que debe realizar unas prcticas previstas en el curso de sus estudios. A pesar de las posibilidades ofrecidas, choca con una permanente negativa. Es porque soy de color, me confiesa. Y me pide una carta de recomendacin.

O el de un joven sin empleo, desanimado por tantas instancias infructuosas. Viene a ver al obispo para que le abra puertas.

O el de una familia que me pide una carta de recomendacin para poder adoptar a un nio.

Pero son tambin los casos de las asociaciones y los comits de ayuda que recurren al obispo: la Asociacin de Solidaridad con los Armenios, el colectivo departamental Appel des cent, el Comit Local de Eure para los Derechos del Nio, la Asociacin de Defensa de las Vctimas de Procesos, un grupo de chilenos de Vernon que recala con urgencia en el obispado para que yo enve un telegrama a Chile en favor de los presos polticos, la Asociacin de HLM, SOSRacisme... Sera muy largo enumerar la lista de todos los colectivos que piden la ayuda del obispo para apoyar alguna accin, generalmente en favor de los derechos humanos.

Tambin me llegan peticiones a nivel nacional. La Liga de los Derechos Humanos de SaintNazaire me invita a un gran debate sobre la laicidad; el Movimiento de la Paz me pide dar una conferencia en Chambry; la asociacin Justicia y Paz del Pas Vasco solicita mi intervencin en favor de los presos vascos; un comit de apoyo quiere salvar la vida de Annie Esbert; el movimiento Riposte reclama mi presencia para exigir la puesta en libertad de los mineros; el Encuentro Nacional Antisegregacionista quiere contarme entre sus miembros; la Gran Logia me invita a un debate; los presos de Fresnes desean tener un encuentro conmigo; padres que adoptan nios de Rumana piden que los apoye, el sindicato CGT de las fbricas Renault solicita ayuda; me piden la firma de una carta abierta a punto de aparecer en l peridico El Mundo de El Salvador...

La proximidad de Pars (a cien kilmetros) no facilita las cosas. Si yo aceptara todas las invitaciones, sera mejor vivir en la capital. A veces pienso que, si fuera obispo de Carcasona, me dejaran en paz. Me llegan invitaciones para ir a distintos pases de Europa, a frica, a Latinoamrica, para intervenciones concretas o retiros destinados a los sacerdotes.

Pero lo importante es estar aqu, en esta dicesis de vreux que tanto quiero. Aqu vivo el riesgo del pastor: Los riesgos del pastor que ha decidido dar su vida para que viva el pueblo al que ama, segn la frmula proftica de monseor Romero, obispo asesinado de El Salvador. Todo lo que soy, todo lo que vivo, es para el pueblo de vreux.

En una de las paredes de mi despacho he pegado una gran lmina dibujada por un grupo de escolares de Thibouville, pequeo pueblo de Eure. Las diversas cadenas de televisin han tomado grandes planos de este dibujo. Pero ms que el dibujo importan las frases de los nios: Querido Jacques Gaillot, somos un pequeo grupo de catequesis. Hemos hablado de los profetas y nos hemos dicho que usted es uno de ellos y le escribimos para decirle que estamos de su lado. As que siga siendo profeta para que un da nosotros tambin lo seamos. Gracias de todo corazn. Como suele ocurrir, los nios comprenden todo en profundidad. Ven que no es necesario lanzar los proyectores sobre el obispo para detenerse en su persona. Eso sera la Iglesia escaparate, la Iglesia espectculo. Lo que el obispo intenta vivir y ser es una incitacin para que todos lleguen a eso mismo, cada cual a su manera.

Cuando fui ordenado en la catedral de vreux, el obispo consagrante me pregunt: Quiere orar asiduamente por el pueblo de Dios?. Yo contest delante de todos: S, quiero. Este pueblo de Dios es inmenso. Pueblo sin fronteras. Desde que soy obispo no ha pasado un solo da sin que dedique un poco de tiempo a orar por este pueblo de Eure. Cada maana, en el oratorio del obispo, me encuentro con la pequea comunidad de oracin. Los salmos expresan admirablemente los gritos de los hombres y las mujeres de hoy. Despus viene la misa concelebrada con los sacerdotes, colaboradores mos. Es la gran plegaria de ofrenda y de accin de gracias, cuando nos ofrecemos con Cristo por la salvacin de la humanidad. En mis desplazamientos, el coche es para m como un santuario. Un lugar de oracin. Cuando recojo a un autoestopista, no tengo la sensacin de dejar a Dios. l me habla por medio de la persona a la que he invitado a subir al coche.

A ltima hora de la tarde, nunca dejo de pasar al oratorio. En la calma de la noche presento a Dios todos los rostros que he visto. Intercedo y doy gracias. Rezo por mis enemigos. Los recuerdo a todos y me pongo detrs de ellos, oculto por ellos, porque los quiero a todos ms que a m mismo.

Muchas personas comprenden esta finalidad de la oracin. No es raro que, yendo a tomar el tren o caminando por una calle de la ciudad, alguien venga hacia m para decirme: Le pido que rece por m, tengo problemas. No conozco a esa persona, no s cul es su desgracia. Me basta con or su ruego y orar por ella.

Lo que ms me alegra como obispo es la visita pastoral a los cristianos en su domicilio. El domingo por la maana voy a un pequeo pueblo. El consejo pastoral me acoge en el presbiterio, donde no hay ya sacerdote residente. Un laico responsable del consejo me presenta la parroquia y a los distintos miembros del consejo. Yo escucho y se entabla un dilogo.

Despus, la misa. La iglesia est abarrotada, hay muchos jvenes. Admirable asamblea, donde todos se sienten felices de estar presentes. A continuacin vamos todos a la sala de fiestas, donde me esperan el seor alcalde y algunas personas no creyentes. Intento saludar a todos y a todas, decir alguna palabra a cada grupito. Aquel mismo da me llaman para celebrar un bautismo. Vuelvo a la iglesia. Muchos me siguen. Un centenar de personas asiste, pues, al bautizo. Conozco a los jvenes padres y a su hijo. Es bueno estar juntos. Los ritos, en su simplicidad, llegan al corazn: nadie tiene prisa por irse, porque este lugar eclesial se ha convertido en la casa de todos para un acontecimiento comn. El tiempo pasa; los padres y la familia me invitan a tomar algo. Y marcho contento a su casa.

Despus me reno con los cristianos que me han invitado a compartir su comida en una gran sala. Es la ocasin de charlar, de ver al obispo de cerca. Somos alrededor de cincuenta personas.

Hacia las cuatro, otros se agregan al grupo. Me hacen la presentacin de seis parroquias utilizando unos paneles. Los han dibujado algunos nios, adornndolos con comentarios sabrosos. Evidentemente, mi retrato no me favorece mucho: aparezco con ropajes de color morado y aire pontifical. Los nios han descrito mis actividades y concluyen con estas palabras: Y cuando el obispo tiene tiempo, sale en la tele....

Al micrfono, se entabla la discusin. Me formulan preguntas sobre mis intervenciones en los medios de comunicacin. Algo queda siempre de estos encuentros. Ahora que le conocemos, no pensamos lo mismo, oigo decir a veces.

Son las seis de la tarde. Antes de partir me sugieren visitar a una persona que est muy enferma y a otra que es la ms anciana del pueblo y que no puede salir de casa. Una nia pequea de diez aos se empea en que vaya a casa de sus padres, que viven en las HLM. Cmo negarme?

Al atardecer me invitan los ferroviarios. En el andn de la estacin de vreux, uno de los empleados me pide que vaya a su casa. Me pierdo en las HLM, pero acabo por encontrar la vivienda. All est l, con su esposa y su hijo. Ha invitado a su hermano y a su cuada. Y anuncia de pronto: Un obrero vecino desea venir a estrecharle la mano. Es posible?.

Tomamos el aperitivo; despus, la cena transcurre en un ambiente confiado y clido. Pienso que mis comensales parecen estar lejos de la Iglesia, pero yo me siento muy cerca de ellos.

En el curso de los aos, los medios de comunicacin descubrieron al obispo de vreux. Hasta entonces yo viva oculto, lejos de los primeros planos. Ahora intento contestar sin miedo las numerosas preguntas, evaluar y apreciar la discrecin, y temo sobre todo a aquellos que suelen hablar de m sin haberme preguntado nunca nada. En cuanto a los periodistas de vreux y del departamento, tengo la debilidad de no negarles nada; los lazos de simpata y amistad mutua se han reforzado de ao en ao.

El oficio de obispo es duro y apasionante. Sin duda, el ms bello oficio que existe. Fabuloso, comentaba muy seriamente un fotgrafo parisiense.

Fabuloso, en efecto, porque su misin es la misma de Cristo: una misin de liberacin.

El Espritu del Seor est sobre m, porque me ungi para evangelizar a los pobres; me envi a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperacin de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un ao de gracia del Seor (Lc 4,1819).

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Dnde est el escndalo?

Cuando la Iglesia camina humildemente con jvenes que no tienen ningn punto de apoyo, con presos que son seropositivos, con trabajadores sanitarios que se ven envueltos en experiencias de biotica, con hombres y mujeres que son jubilados en su empresa, con responsables polticos emplazados ante opciones difciles, con parejas que conocen situaciones de angustia..., encuentra a menudo la palabra y el gesto convenientes. El compaerismo confiado y paciente hace aflorar un verdadero dilogo. En esa tesitura la Iglesia no puede ya juzgar o condenar. Porque acompaa a las personas, la consideracin de las situaciones transforma su lenguaje y su modo de intervenir. No dicta ya lo que es preciso o no hacer.

Es una necesidad para la Iglesia estar a la escucha de la vida de las personas, atenta a los acontecimientos y a los desafos de la sociedad. Cmo podra proponer el evangelio sin tomar partido en favor de los pobres y de la lucha contra la injusticia? Le va en ello su credibilidad.

Esa credibilidad obliga a ser veraz en cualquier circunstancia. De ah la importancia de la mediacin personal. Cada cual est llamado en su conciencia a hacer opciones, y es ah donde Dios habla ante todo. Lo que dice el concilio es muy esclarecedor: En lo ms profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que l no se dicta a s mismo, pero a la cual debe obedecer.

Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazn, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual ser juzgado personalmente. La conciencia es el ncleo ms secreto y el sagrario del hombre, en el que ste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto ms ntimo de aqulla (Gaudium et spes, n. 16). No se puede ir ms lejos. La palabra de la Iglesia est llamada a ser oda y recibida al nivel de la conciencia.

Conozco a cristianos libres y responsables, unidos a la Iglesia. Ellos no estn a la espera de consignas emanadas de una jerarqua para frenar las opciones ineludibles. Pero son muy sensibles a una palabra evanglica que ilumine su conciencia. Intentan conocer mejor lo que puede inspirar sus acciones, porque no es fcil comportarse como cristiano en una sociedad basada en la abundancia de bienes, en el beneficio, en la competicin... Los modos de vida son muy diversos en nuestra sociedad; cmo descubrir las opciones que se inspiran en el evangelio?

Esta solidaridad, que supone un encuentro y una participacin, me ha llevado en estos ltimos meses a tomar la palabra en diversos campos que afectan siempre al futuro de los hombres y al anuncio del evangelio.

As, en la asamblea de los obispos celebrada en Lourdes, llegu a plantear el tema de la ordenacin de hombres casados. Yo soy respetuoso con la disciplina de la Iglesia en este terreno, y mi intervencin no pretenda ser una impugnacin o una provocacin. Como pastor de la Iglesia de vreux a m confiada, estoy atento a las exigencias misioneras de las comunidades cristianas y de los jvenes en particular. Durante mis visitas pastorales, algunos cristianos cuyo sentido de Iglesia no cabe poner en duda me suelen plantear el tema de la ordenacin de hombres casados.

Esos cristianos comprenden que no hay Iglesia sin sacerdotes y que la Eucarista hace Iglesia. Como responsables de la vida y la misin de la Iglesia, descubren la importancia y la necesidad del ministerio de los sacerdotes. Su madurez en la fe y sus mltiples compromisos de apostolado les hace ser exigentes con los sacerdotes, de los que ellos tienen necesidad. Vivimos en una poca de gran vitalidad evanglica en la que los bautizados quieren beber en sus fuentes.

Mi preocupacin como pastor es satisfacer las necesidades espirituales de las comunidades, ofrecer a stas los medios para vivir y crecer en la fe. Lo que cuenta es el bien y las necesidades del pueblo de Dios.

Este pueblo de Dios tiene derecho a que se pongan todos los medios para que pueda recibir los dones que Cristo le ofrece. Mi inquietud de pastor es comprobar que la prctica actual le crea un problema grave al pueblo de Dios. No subordina la Iglesia el bien de este pueblo a ciertos usos disciplinares? No instala grifos all donde el Seor cre fuentes? Yo me formulo preguntas como un pastor que se preocupa de la misin y sabe que sta tiene prioridad sobre el estatuto de los sacerdotes.

Sufro viendo cuntas energas y generosidades se encuentran frenadas, obstaculizadas o incluso enterradas, cuando podran encauzarse al servicio pastoral de los fieles.

Me siento identificado personalmente con el celibato por la causa de Jess y del evangelio. Celibato que estimula la caridad pastoral y es un signo en la sociedad de hoy.

El Concilio Vaticano II, al afirmar que preconiza el celibato para la vida sacerdotal, hace referencia inmediatamente a los sacerdotes casados de las Iglesias orientales: Este sacrosanto concilio no intenta modificar aquella disciplina distinta que est legtimamente en vigor en las Iglesias orientales, y con todo amor exhorta a quienes recibieron el presbiterado en el matrimonio a que, perseverando en su vocacin, sigan consagrando plena y generosamente su vida al rebao que les ha sido encomendado (Ministerio y vida de los presbteros