geografia de la eternidad - ana martinez arancon

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LA MEMORIA DEL FÉNIX Directores: Juan G. Atienza y Javier Ruiz Sierra 1. Cinco íiwíní/i's apañóles de alquimia. Edición: Juan Eslava Galán, 2. Francisco Botello do Moraos: Historia ¡le las C.uevas ¡ir Salamanca. Introducción: Fer- nando R. de la Flor. Edición: Eugenio Cobo. 3. Sociedades secretas del crimen en Andalucía. Estudio, selección de documentos y notas: Manuel Barrios. 4. Ana Martínez Arancón: Geografía de la eternidad. 5. .Sumos y procesos de Lucrecia de León. Prólogo: María Zamhrano. Comentarios: Edi- son Simons. Estudio histórico y notas: Juan Blázquez Miguel. En preparación: Gabriel García Maroto: La nitei'a liípaña, 1930. Estudio preliminar: José Luis Morales Marín. Ramón Sibiuda: Libro de las criaturas. Traducción, prólogo y notas: Ana Martínez Arancón. Querella del Apóstol Santiago y Suma de papeles liberales. Estudio preliminar y notas de Ma- nuel Barrios. Emilio Sola: Un Mediterráneo de piratas: corsarios, renegados y cautivos. ANA MARTÍNEZ A RANGO N Geografía de la eternidad

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Page 1: Geografia de La Eternidad - Ana Martinez Arancon

L A M E M O R I A D E L F É N I X

Directores:Juan G. Atienza

y Javier Ruiz Sierra

1. Cinco íiwíní/i's apañóles de alquimia. Edición: Juan Eslava Galán,2. Francisco Botello do Moraos: Historia ¡le las C.uevas ¡ir Salamanca. Introducción: Fer-

nando R. de la Flor. Edición: Eugenio Cobo.3. Sociedades secretas del crimen en Andalucía. Estudio, selección de documentos y notas:

Manuel Barrios.4. Ana Martínez Arancón: Geografía de la eternidad.5. .Sumos y procesos de Lucrecia de León. Prólogo: María Zamhrano. Comentarios: Edi-

son Simons. Estudio histórico y notas: Juan Blázquez Miguel.

En preparación:

Gabriel García Maroto: La nitei'a liípaña, 1930. Estudio preliminar: José Luis MoralesMarín.

Ramón Sibiuda: Libro de las criaturas. Traducción, prólogo y notas: Ana MartínezArancón.

Querella del Apóstol Santiago y Suma de papeles liberales. Estudio preliminar y notas de Ma-nuel Barrios.

Emilio Sola: Un Mediterráneo de piratas: corsarios, renegados y cautivos.

A N A M A R T Í N E Z A R A N G O N

Geografía de la eternidad

Page 2: Geografia de La Eternidad - Ana Martinez Arancon

A Javier Ruiz y Julia Castillo,que edifican sobre roca

Diseño de colección y cubierta: Carlos Serrano y Ricardo Serrano

Impresión de cubierta: Gráficas Molina

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puedenreproducirse o transmitirse sin permiso escrito de Editorial Tecnos, S.A.

© Ana Martínez Arancón, 1987

© Editorial Tecnos, S.A., 1987O'Donncll, 27 - 28009 Madrid

ISBN.:84-309-1513-3Depósito 1.f.siiil: M-4()4S(i- | i )s"

Printed in Spain. Impreso en España por Unigraf, S.A.Avda. Cámara de la Industria, 38. Móstoles (Madrid)

Page 3: Geografia de La Eternidad - Ana Martinez Arancon

Í N D I C E

INTRODUCCIÓN Pag. 13

1. Barroco y Contrarreforma 142. El papel de los jesuítas 183. Los sentidos 244. Las imágenes 295. La corte 346. Los predicadores 427. El tema de las postrimerías 51

I. EL INFIERNO 55

1. Describir el Infierno 572. El lugar del Infierno 603. Condenados y verdugos 654. Lugar de tormentos 755. Los sentidos en el Infierno 96

II. EL CIELO 125

1. Describir el Cielo 1272. Prefiguraciones 1373. El lugar del Cielo 1464. Los habitantes del Cielo 1775. La corte celestial 214

Page 4: Geografia de La Eternidad - Ana Martinez Arancon

<; E O G R A F I A I) F. I. A F. "T F. U N I D A 1)

6. Lugar de placeres 2357. La gloria de los sentidos 249

BlBLIOC.RAHA 265

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I N T R O D U C C I Ó N

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Mi propósito en este libro es analizar el pensamiento de tra-tadistas y predicadores españoles del_siglo XVII sobre un aspectoconcreto: el ciclo y el infierno en_cuanto entidades físicas y rea-les, no meramente como estados de un alma espiritual e inmortal.

Esto tiene, por un lado, el interés de abordar la lectuTa_dc..laspredicadores bárremeos, que, lejos de constituir una tribu. unifor-ñícTñerítFespáñtosa, como nos hace creer la aiotosufiaénte_ca£Ír

dignamente el alto nivel estilístico de la época^inj^grándose_enlas corTreTrtcs^efTrlTs"áfü^~l^daTlís7^t~e"ma refleja la menta-lidad 3eí"cspáñot~dcrsiglo XVII por dos caminos: primero, por-que los sermones y la literatura religiosa tenían entonces una enor-me influencia. Más de la mitad de los libros que se publicabananualmente eran religiosos, y además los analfabetos, que eranla mayoría de la población, sólo accedían al inundo de la culturaa través de manifestaciones públicas y orales, como el teatro yel sermón. Del rey al último villano todo el mundo oía sermo-nes. Y todos se apasionaban por lo oído, y comentaban las vir-tudes y defectos del orador con el mismo entusiasmo con el quediscutían la última comedia.

En segundo lugar, el tema de la vida después de la muerteresulta particularmente significativo. Como esta vida no puedeser demostrada científicamente y sus pruebas racionales son en-debles, su creencia se apoya sobre todo en el deseo, y por esc)

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."

GEOGRAPIA DE LA ETERNIDAD

el hombre proyecta en ella sus ilusiones, y, al describirla, descri­be sus ideales y sus valores, lo que entiende por una vida per­fecta en una sociedad perfecta. Así, refleja también sus insatis­facciones, su fracaso. Y desnuda aquí su alma tanto más eficaz­mente cuanto menos sospecha que lo hace, por hablar de algo aparentemente tan lejano de su vida cotidiana. Por eso me he centrado en los aspectos materiales del cielo y el infierno, por­gue es ahí, en los detalles, en el lugar donde parece reinar la fan­tasía, donde podremos sorprender, desnuda y en su espejo, la vida de nuestros mayores. Sabremos de sus esperanzas y de sus sueños, de sus tenlores y de sus gustos. Los comprenderemos l11cjor y vivirán de nuevo para nosotros.

1. BARROCO Y CONTRARnEFORMA

El título de este apartado es casi un tópico. Las relaciones entre un estilo artístico y un acontecimiento político o religioso son sielupre discutibles si se toman como un estricto causa-efecto aplicado punto por' punto. Sin embargo, si no de causalidad, si cabe hablar de influencias, pues, al fin y al cabo, quien paga, man­da, y, en aquellos tiempos, los principales clientes y mecenas de un artista o de un escritor eran la Iglesia y la Corte, y también podemos hablar de afortunadas coincidencias entre los .... m.ud..s de expresión barrocos )é.las finalidades y contenidos de la pro­paganda contrarreformista. Es una mentalidad paralela, como dos (arrunos que corren uno Junto al otro, que, en ocasiones, se en­trecruzan, y a veces, se funden en uno solo.

Tras la reforma protestante, la Iglesia vio los peligros de una religión racionalizada, austera e individualista. La razón llevaba, por un lado, al libre examen, con la consiguiente repulsa de la autoridad papal, y, por otro lado, en casos extremos, a un di­vorcio total entre la vida cotidiana y la religión. Al no existir argumentos racionales capaces de probar suficientemente los dog­mas religiosos, quedan dos posibilidades, o el agnosticismo o una afirmación en la fe ciega y pura, que ni siquiera tiene el humano

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lNTRODuccrON

consuelo de plasmarse en un modelo de vida, ni de reposar en la exterioridad de un rito, pues aunque se acepta, por un acto puro de fe, la existencia de D ios, nada podemos saber de su na­turaleza, y nuestra razón, nuestro criterio, no nos ofrece ningún dato, no garantiza ninguna posible coincidencia entre su estruc­tura pensante y nuestros cerebros. A esto se opone la Iglesia por varios medios. En primer lugar, establece definitivamente un dog­ma cerrado y coherente y lo cataloga y orde!)a en el Catecismo tridentino, pero no se mete en honduras teológicas, y rechaza

Ta especulación sobre los misterios de la fe, prefiriendo la clari­dad de unas pocas afirmaciones a la extensión del conocimiento y a la elaboración de un verdadero sistema que pueda explicar toda la complejidad de su propio dogma. Así, los teólogos ca­tólicos se ocuparán tan sólo de problemas de detalle, y precisa­mente de aquellos detalles que más pueden acercar la religión a la vida cotidiana, a las preocupaciones del hombre de la calle : cuestiones prácticas de moral y determinación de algunos pun ... tos eoncretQs del dogma en lo referente a devociones muy arrai­gadas en el pueblo (la Virgen - el problema de la Inmaculada Concepción sobre todo-, los santos, los ánimas del purgator~o I -cuya devoción era como un punto de dIalogo y contacto con los seres querIdos 111uertos y recogía la tradiCIón, casI tan anti gua como el hombre, del culto a los antepasados y el asunto de la propia salvación, el cielo y el infierno -cómo son, qué hacer para ganar el uno y evitar el otro-). Todo esto es, sin duda, li­mitado, pero tiene la ventaja de que es claro y concreto, fácil­mente comprensible, directo. Son casi las cualidades que se exi ... gen para un mensaje publicitario, y, verdaderamente, en tan di ... ficiles momentos, la Iglesia, a afirmada en sí misma or el Con ... cilio de Trento, se anzó a una esa ora a propa~, y tal vez las cuahdades del barroco como arte ubhcltario, or su ex re­slorusnlo, su rea isnlo, que e a un aire má~op.u1u:, menos iI'!:. t¿lectuahzado que elldealislno renacentista! su grandilocuencia y ~u gusto por el símbolo y el emblemá, forma partIcu]Jrm:;:;;te apta para traducir lo abstracto en térnunos concretos y fácilmente identificables, determinaron su adopción como vehículo oficial de las ideas religiosas -y políticas- de la época.

Además, la Iglesia no iba a desdeñar ningún elemento que

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( i 1- O (; l( A F I A 11 H I A F. T F. 1! N I I) A I I

pudiera hacer más eficaz su propaganda: habla al hombre todo.No se conforma con saciar la razón con un dogma claro y orde-nado, bien estructurado entre sí con impecable técnica silogísti-ca, sino que, antes de que la especulación pueda ir más allá, laacalla abrumándola, envolviéndola en un auténtico derroche deestímulos. Se trata de apelar a los instintos, a los afectos, a la sen-sibilidad, provocando oleadas sucesivas de sensaciones tan en-volventes, tan continuas, que no dejen al destinatario tiempo pararecuperarse, que lo sumerjan en la aceptación de un contenidoimpuesto por la inevitable recepción de un diluvio de mensajesque le interesan a distintos niveles, que conmueven simultánea-mente distintas estructuras de su ser. Esto también supone unpunto de coincidencia con el barroco, por su sensualismo, su dra-matismo, su aspiración de arte total, de espectáculo integrador,y su técnica de combinar distintas artes en una sola obra, inte-grando arquitectura, escultura y pintura, o escultura, pintura yteatro, o poesía y pintura... El Barroco era, en realidad, un arteintelectual. No sólo se apoyaba en una estructura fundamental-mente simple y fuertemente matematizada (y eso precisamentepermitía sus audacias, proporcionaba la base para los mayoresatrevimientos, era el sólido esqueleto que garantizaba para el cuer-po la seguridad en medio de la desmesura, el equilibrio que po-sibilitaba el contraste más audaz, el ritmo más inusitado, la com-posición más compleja e inusual), sino que gustaba de un len-guaje complicado y sutil, que sólo el discreto sabría descifrar.Para el artista barroco, lo cotidiano, incluso lo grosero, lo feo,lo desdeñable, se convierte en materia artística no sólo por la be-lleza de pronto descubierta por una sensualidad alerta, al fin re-cuperada, que goza de la hermosura tranquila de un reflejo, deun gesto, de la luz sobre un cántaro, de la sombra en un pliegue,en una arruga, sino también por su capacidad para expresar lotrascendente. Para el hombre culto y consciente de la época, lascosas ofrecen, junto con su apariencia, superficie captable direc-tamente por los sentidos, y precisamente a través de esa apa-riencia, un sentido simbólico, una significación destinada a lamente, que sabe penetrar las cosas hasta su fondo y, a través desu individualidad, elevarlas a la universalidad, a la categoría de.símbolos. Para este descubrimiento es importante la apariencia

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[ N I U O 1) U C (.'. I O N

cié las cosas, su exterioridad, pues es en ella donde se expresasu significado profundo. Todo pasa. Pero esto se sabe a travésdel aparecer. Todo es mera apariencia, y esta realidad es precisa-mente en la apariencia donde se manifiesta.

El camino hacia la verdad, en el barroco, es el desengaño (quesupone un engaño previo, una seducción primera, el amor enel origen de la especulación), y este desengaño no se producepor un apartamiento de las cosas, sino a través de una profundi-zación en ellas; no supone un desdén por los sentidos, sino pre-cisamente una agudización de éstos, una hiperscnsibilidad siempredespierta, no un insensible abandono. Esto da a la vez tanta fuerzay tanta profundidad al arte barroco y lo impregna de expresión,de alma y de cuerpo en unión apasionada, de vida, en fin. Sólomirando el rostro hasta su fondo se encuentra el gesto de la ca-lavera. Por esta característica, precisamente, el barroco permitecasi infinitas lecturas, según el grado de profundización del re-ceptor, y es, por tanto, un arte apto para todos los públicos, des-tinado a todos, y a cada uno le dirá algo distinto (o le dirá lomismo de distinta manera). Complacerá a todos por su belleza,los someterá con su fuerza, los encantará con su gracia, los con-vencerá con su lúcida exactitud, los satisfará por la complejidadde sus interpretaciones. Verdaderamente, un estilo con tales po-sibilidades no podía ser desaprovechado por la Iglesia para di-fundir sus ideas. Además, precisamente por su capacidad paraexpresar lo invisible a través de lo visible, se hacía particular-mente apto para los contenidos religiosos.

Por otra parte, su sensualismo, su pompa, no sólo lo distin-guían rápidamente de la austeridad protestante, sino que dabana la Iglesia un aire amable y atractivo. Se trataba de ofrecer unmodelo de salvación más fácil, más seguro, más cómodo. Parti-cularmente, para el camino hacia el cielo que ofrecían los jcsuT-ta¡7 compatible cohTá^TcTa~s~ol:Tal^éirrb1e7 "adaptable á ctcíi^aadF-zas y •cTRociories tuertes, suave_J^ügorcarga' "líg'era SrTfo"paH lá_monja"e?crüplIlosT^7emngá3a como para eTrü~<Jó~s75IctácTo delosTéTaos^TéluItlrja ideánTiTmlTcBcuente a la vezrsoberbio de concepción, 'pero co'nocectór "del "vá-

'oTuitlmoTsc' oponía a la religión intimista e individualiza-

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da de la Reforma una religión social y colectiva. La religión, osea, la reconciliación, el lazo con Dios, la nueva alianza, sólo puedellevarse a cabo a través de la Iglesia, de la asamblea, de una insti-tución social fuertemente jerarquizada, con estrechos lazos conel poder político, pero que descansa sobre el concepto de comu-nidad, comunidad que no sólo supera las barreras de clase, igua-lando, como fieles, al emperador y al galeote, sino también lasque la propia naturaleza nos otorga con la muerte, ya que, a travésde la comunión de los santos, todos los fieles, vivos y difuntos,se integran en una sola colectividad, en un organismo viviente, me-jor dicho, pues es, en efecto, el cuerpo místico de Cristo lo queforman. Unión vital, por tanto, y es, desde luego, vital mantenerdicha unión. La capacidad del barroco para el espectáculo integral,su concepción escenográfica de la arquitectura, su manera de in-corporar los elementos decorativos en una estructura y de otorgarun sentido iconográfico único y total a un conjunto amplio y di-verso, su comprensión de la retórica y el teatro como elementosaglutinadores de masas, resultaron, sin duda, sumamente útiles paraeste fin. La función religiosa, el sermón, el oficio, la celebración,no solamente reforzaban el lazo de cada uno con Dios, sino que,sobre todo, fortalecían el sentimiento de comunidad, ponían de re-lieve la pertenencia de cada fiel al gran organismo, a la Iglesia, yfortalecían la cohesión de la asamblea, todo gracias a unos elementosestilísticos inteligentemente aprovechados.

2 . E L P A P E L D E L O S J E S U Í T A S

No es posible olvidar el papel de una orden religiosa que,a pesar de haber sido fundada casi en aquellos días, alcanzó muypronto una profunda influencia en todos los estratos de la vida;me refiero a los jesuítas. No podría dejarlos de lado aunque qui-siera, pues la mayor parte de los libros que tratan el tema de lavida después de la muerte, enfocado además desde un punto devista descriptivo, están escritos por jesuitas, y a la misma ordenpertenecen también los autores de los tratados más completosy sistemáticos sobre el tema.

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Las razones de su influencia en la época, que fue grande eindudable y que sería la fuente de sus futuros problemas, sonmuchas y diversas. No es desdeñable, por ejemplo, el hecho deque fuese una orden de origen español en un momento en queEspaña, si bien había perdido parte de su hegemonía política ymuchísimo de su poder económico, era el líder indiscutible dela Iglesia militante, entendiendo esto incluso en su más bélicosentido, y, de hecho, había perdido su dinero y su influencia po-lítica por embarcarse en una serie de guerras cuyos motivos eranvarios y complejos pero cuyo pretexto era, desde luego, la reli-gión. España venía a ser algo así como el brazo armado de laorganización de la Iglesia Católica, el defensor a ultranza de laortodoxia, el campeón siempre dispuesto a luchar por la fe, yes lógico que todo eso se pagase con una influencia española enlas directrices de la Iglesia y con un apoyo ideológico, por partede la Santa Sede, a las empresas políticas españolas. No es de ex-trañar, visto esto, que una orden religiosa de origen español go-zase de una posición privilegiada, y mucho más en la propia Cortede Madrid, cerrada sobre sí misma, recelosa de todo lo extran-jero, temiendo que tras cada individuo nacido fuera de nuestrasfronteras pudiera ocultarse un hereje en potencia o un enemigoque simula amistad, y que, por tanto, sólo estaba dispuesta a otor-gar su confianza y a favorecer la influencia de una orden origi-naria del propio país, pues ser español equivalía casi a una ga-rantía de respetabilidad religiosa.

En segundo lugar, y teniendo en cuenta que la época barro-ca se ha designado, tópicamente, como era contrarreformista, co-mo veíamos en el apartado anterior, la influencia jesuistica se ex-plica por cuanto que los teólogos de esta nueva orden tuvieronun papel muy destacado en el Concilio de Trento, llevando lavoz cantante en los debates y haciendo sentir su opinión en lasconclusiones y en la redacción de los documentos finales. Losnombres más notables son los de los padres Laínez y Salmerón,pero no fueron los únicos. Se ha dicho, y por autores muy seve-ros, que fue tal la influencia de los jesuitas españoles en Trentoque éste fue un concilio más español que ecuménico. Es naturalque un prestigio ganado en escenario tan público y en momen-to tan crucial perdurase durante los años posteriores, y que las

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líneas generales de la política eclesial estuvieran teñidas por sucarácter.

Tampoco podemos olvidar el hecho de que los jesuítas, ade-más de los votos obligados de pobreza, castidad y obedienciaque comparten con el resto de las órdenes religiosas, tienen uncuarto voto especial de sumisión a la autoridad pontificia. Estopor un lado garantizaba que los miembros de la comunidad eranparticularmente inmunes a cualquier tentación luteranizante, almás leve deseo de libre examen, a la proclividad a la herejía osiquiera a la heterodoxia, lo que, ya en principio, les hacía mere-cedores de confianza en las más altas esferas y aptos para tran-quilizar las conciencias más escrupulosas, a la vez que garantiza-ba que sus libros podían ser comprados por cualquiera con latotal seguridad de no hallar en ellos, bajo las mieles de la devo-ción y el estilo tierno o profundo, la oculta víbora de una ideaponzoñosa para el alma. Y, por otro lado, daba un prestigio adi-cional a sus manifestaciones, incluso a las opiniones personalesde cualquier miembro de la orden, pues el voto de obedienciaal Papa parecía actuar como refrendo, devolviendo la imagen deuna comunidad religiosa que actuaba como portavoz y propa-gandista de las ideas del Vaticano.

No es posible, además, comprender en toda su amplitud elimpacto de los nuevos conceptos jesuíticos de la ética. Se ha acu-sado a los moralistas jesuítas, y no sin algo de razón, de defen-der una moral laxa, acomodaticia, e incluso de escribir algunostratados escandalosos por la pormenorización de detalles que elpudor exige que permanezcan en la sombra. Y, en efecto, puedecalificarse su moral de acomodaticia, y eso es precisamente loque pretende, acomodarse a los nuevos tiempos, a las nuevas gen-tes, a los problemas y las crisis que había dejado tras sí una épo-ca conflictiva, de cismas y luchas, e incluso a la realidad com-pleja de la naturaleza humana, que es débil, contradictoria, y tam-bién sublime. Los mandamientos son normas absolutas, con unaabstracción algo cruel: era preciso interpretarlos, tener en cuen-ta las modificaciones que establecen las circunstancias. El modo,el lugar, la cantidad, el tiempo, la intención, el estado físico, mentalo emocional, incluso la presión social van a tener un lugar enla ética. Todo esto resultaba muy útil para todos: útil para el fiel,

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para el pecador, que se encontraba con una moral más humani-zada, más personalizada, donde los detalles tenían importancia,donde su pecado no era una monstruosidad absoluta que lo abru-maba y lo precipitaba en la desesperación, sino algo previsto porla ley en sus mínimas consecuencias, algo que era eso precisa-mente, su pecado, suyo, diferente, personal, juzgado y condena-do o absuelto en virtud de esa diferencia, y esto daba al fiel unsentimiento de confianza y gratitud para con el juez, pues es undeseo íntimamente arraigado en el ser humano el que su casosea considerado como un caso especial. Era útil también para laIglesia, porque, por un lado, empleaba en la distinción exhaus-tiva de detalles concretos las mentes que podían emplearse enespeculaciones teóricas, mucho más peligrosas para su unidad,y por otra parte, a cambio de aflojar un poco las riendas de larigidez moral, podía conservar en su seno multitudes que, de otramanera, hubieran escapado a su dominio, y mantener amistadcon estados y fuerzas políticas que podían tener la seguridad deque sus desmanes no iban a ser muy severamente juzgados, da-das las circunstancias atenuantes que concurrían (una de ellas,y no la menos importante, el mero hecho de tener autoridad ypoder). Si se ata algo con una cuerda rígida y se tira con fuerza,la cuerda acabará por romperse y perderemos lo atado; una cuerdamás elástica y un poco más de suavidad nos permitirán conser-varlo más tiempo en nuestro poder, y esto es algo que la Iglesiario olvidó en momentos en que debía enfrentarse con tan duracompetencia. Una moral flexible y detallada, que pudiera satis-facer al caballero y al picaro, a la dama frivola y a la mística enciernes, resultaba un instrumento bastante útil a la hora de con-servar íntegras las huestes de la Iglesia militante. Era útil, asi-mismo, para los propios confesores, que pronto verían facilitadasu labor por completísimos manuales que agotaban el tema yle descargaban de la responsabilidad de decidir por sí mismo lagravedad del pecado, y hasta puede que fuera útil para la histo-ria de la ética, ya que, si por un lado la acercaba al nivel de unaciencia casi matemática, por el otro la curaba, por saturación,de pequeneces y mezquindades y la dejaba dispuesta para refle-xiones morales más amplias e independientes.

Además, la casuística supuso una modernización de la ética

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Xjajaizo más práctica, proporcionando normas paraja^actua-cion en crdTcáso. Este poder deTTcasuística párFguiar la con-ductáTmódificándola y adaptándola según las circunstancias, tieneun reflejo literario aleccionador en el teatro de Calderón de laBarca, y pienso por ejemplo en tragedias como El médico de su honra.

Otro punto importante es la creciente penetración de losjc-s-uitas en la enseñanza, sobre todo a partir de la creación de losColegios Imperiales, que entraron en competencia con las uni-versidades ofreciendo un tipo de enseñanza especializada para no-bles y caballeros, que se proponían formar, no juristas y teólo-gos, sino perfectos cortesanos, embajadores discretos y —lo quecausó no poco regocijo— expertos estrategas. Esto determina queuna gjranjjarte de la clase dirigente del país había sido formadap~o7tóTjé?uitas^y servía'de:tras"rñTsórage^us esquemas mentalesyj3cjsusjá_easi_tanto religiosas corno políticas~y~álFEIsticasY"

Además, los jesuítas contribuyeron positivamente aTaT pro-paganda eclesial con unas técnicas de devoción que acercabanla religión a la gente y a su vida cotidiana. Por un lado, son elloslos principales impulsores de la importancia creciente de las ar-tes en el culto, por medio de ceremonias y fiestas religiosas, pro-gramas iconográficos de iglesias y conventos, edición y promo-ción de libros, grabados y estampas, utilización de imágenes ydemás accesorios, lo que convertía la asistencia a los actos reli-giosos en un espectáculo grato, y también, potencialmente, enun conjunto de impresiones tan fuerte que anonadaba y fundíaal participante en el todo. Por otra parte, también patrocinan mo-dos de piedad que, si bien hoy en día nos resultan bastante cho-cantes, se adaptaban perfectamente a la sensibilidad y a las mo-das estéticas de la época. Ejemplos de esta religiosidad sentimental,íntima, graciosa y cotidiana son las devociones al corazón de Je-sús y de María, los libros de piedad en que se entablaban diálo-gos familiares entre Cristo y el alma, figurando a veces el almacomo una doncella perseguida, como un corazón maltratado pordiablejos de aspecto pintoresco y confortado por angelotes re-gordetes y sonrientes, o como una niña que juega con un Diosrepresentado también como niño. También las devociones a lossantos locales, recomendando la lectura de sus vidas, la devo-ción al Niño Jesús, al Cristo agonizante o a la Inmaculada Con-

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i N T u o n u c: c i o N

cepción, las comedias de santos, con complicadas tramoyas, ylas composiciones poéticas de tipo amoroso, de aventuras o in-cluso humorísticas o jocosas escritas en clave religiosa, comoaquella encantadora oración en verso que compuso Teresa de Jesúspara conjurar y vencer los piojos que atacaban a sus monjas enun convento recién fundado.

Además, supieron convertir cl_caráctcr intensamente sensualde la época enlañllTácío, en vezjdc un_cnemigp. Rompiendo laffMTcioirHrsliañairél-ecH'azo 3e lo~sensiBIc,Tos jesuítas piensanque la bondad o maldad de un instrumento, y los sentidos sonjusto eso, un instrumento, depende del uso que se haga de él,y que, del mismo modo en que, descarriados, llevan el alma asu perdición, bien conducidos, aprovechando esa fuerza que elcuerpo ejerce sobre el alma durante su unión en esta vida, en-cauzándolos debidamente, son unas poderosas ayudas para la sal-vación. En esta línea dejrectoempjeo dejos sentid_os_se_cncucn-tran las ramosas mm¿osidoties_delu^ar que inician cada una de lasmeditacioncs_dc los Ejercicios F^splrTtiiales delgnacio de LoycPla. En"dlásro^

Tjctorjqn cuadroa centrar su atención en el tema. También se invoca el auxilioJelo's'^éntidos'la h o ^ a j _ _tormentos del Infierno, pa£ain££Ur_^eJ^ma_rfectTva al cristia-mTaTDÜs«FTSlmiry~évit^^ante los Sc'ñtl^s^üTgernrrriultitud de descripcioncs~clc~ visio-m?ir3é~safitosr9é'Tól^^gl«íáTa¥o^o^rñÍCTnaIés~d(rc|ue nos ocu^_a_remosjn£s adelante.

Además, esta actitud de los jesuítas ante Tos señtiHolTcTctcF-minó su importancia para la historia del arte, pues ellos defen-dían el uso de imágenes, cuadros y ornamentaciones, afirmandosu utilidad para encender los corazones y conmoverlos, para sus-citar la piedad y el amor divino. Pero este rcconocimieto llevabaimplícita la necesidad de vigilar el arte, conduciéndolo por el ca-mino de la ortodoxia y el decoro. Se ha estudiado ya la profun-da influencia de los círculos jesuíticos sobre tratados de pinturay academias de artistas, y casos como el de Pacheco, el suegrode Velázquez, constituyen magníficos ejemplos. Esto amplió con-siderablemente su poder, al procurarles dominio sobre las for-

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c ; F ( 1 ( ¡ R A F I A P E L A F . T E U Ñ I P A I )

nías de provocar la emoción, y más teniendo en cuenta que tam-bién bajo su sombra florecieron los nuevos tratados del «Artede Predicar», donde la retórica barroca se exaspera en efectis-mos bellísimos y trucos delicados.

La consecuencia de todo esto fue una mayor penetración delo sobrenatural en la vida cotidiana. Pero el hecho de que la reli-gión se entremezcle con la vida no hace menos trascendente lafe, sino que, al contrario, impregna de trascendencia la vida co-tidiana. La familiaridad con lo sobrenatural no hace más que des-mentir la supuesta naturalidad del mundo. Y esto se revela enel arte con particular evidencia. Además, el hecho de que el cul-to se desarrolle y constituya un brillante acto social no quieredecir que sea sólo eso, al menos en la España de aquella época.Nadie que se haya tomado el trabajo de leer sus obras puede ne-gar la profunda religiosidad de seres aparentemente tan munda-nos como Lope de Vega, o el propio rey Felipe IV, tan aficiona-do a los fastos, fueran piadosos o profanos.

3 . L O S S E N T I D O S

El tema de los sentidos corporales, si bien es ampliamentetratado por la Iglesia, constituye un tema clave en la estética ba-rroca. Para ello, no tenemos más que recordar los numerosos cua-dros, más o menos moralizantes, que tienen por motivo a los sen-tidos. A lo largo del siglo XVII se van sucediendo series de ale-gorías de la vista, del olfato, del oído, etc., muchas de ella de ma-no de excelentes pintores, pero también muchas otras de carác-ter más mediocre y popular, obras de taller indudablemente,producidas casi al por mayor, lo que nos indica la gran difusióndel tema. Además, esta popularidad nos la reafirman los cuadrosmismos, pues todos ellos corresponden a un esquema iconográ-fico similar, lo que indica la existencia de una tradición bien es-tablecida y una repetición frecuente. Así, en la alegoría de la vistaencontramos siempre una colección de objetos de arte amonto-nados: pinturas y esculturas, algún libro, tal vez abierto para nios-

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trar un grabado. Las esculturas y los cuadros tienen su interés,puesto que, si bien a veces parecen imaginarios o, al menos, nopodemos identificarlos, otras veces son perfectamente recono-cibles, son obras de arte famosas y estimadas hasta nuestros días,y la frecuencia y sucesión de sus apariciones nos proporcionaun índice del gusto de la época, nos da preciosos datos sobrelas obras que eran consideradas como la cumbre del arte en aquelmomento, y qué variaciones experimentó esa apreciación a lolargo del siglo. Las alegorías del olfato, en cambio, nos remitenal mundo natural, pues consisten, en su mayor parte, en una com-posición de ramos de flores, donde se pueden ver las más oloro-sas, las más apreciadas por su perfume. Las alegorías del oídonos conducen de nuevo al mundo de la cultura, al artificio delos instrumentos, que contemplamos esparcidos por el cuadro.Las del tacto suelen presentar abundancia de cortinajes y sedas,con una o varias parejas dedicadas a los gozos del amor, y lasdel gusto, por fin, nos presentan un figurado banquete, con fru-tas exquisitas en bellos platos de cerámica o cristal, licores conun punto de luz temblando sobre la copa, y unas fuentes concaza u otros manjares junto a un pan de corteza algo pálida.

Una iconografía similar podemos encontrar en los libros deemblemas, pues, como dice.Santiago Sebastián: «para compren-der la aceptación de la temática de los cinco sentados en el ba-rroco nóhay que olvidar Tjüe el tema fue tan admirado que has-ta~páso lT~ta literatura. cmbleniatlcT, moralizante y potítTca»''.También encontramos^ tratado el tenia en la~uTcratura~proiaria,sobre todo por parte de los poetas, y no pueden separarse de es-te contexto los numerosos poemas dedicados a los ojos de lasdamas, pues allí se concentraba la quinta esencia de la hermosu-ra, al ser considerada la vista como el sentido más importante.Esta primacía del ojo determinó la importancia preferente de lasartes visuales y contribuyó mucho a su consideración como ar-tes liberales, pues se reconoció su papel como depositarías y tras-misoras de la sabiduría. A este respecto comenta el profesor Ma-ravall: «El valor de eficacia de los recursos visuales es incontes-

1 SANTIAGO SEBASTIÁN, Contrarreforma Y Barroco, Alianza, Madrid, 1981,

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tado en la época. Venía de un fondo medieval la disputa sobrela superioridad del ojo o del oído para la comunicación del sa-ber a otros. Mientras que en el mundo medieval se optó por lasegunda vía, el hombre moderno está de parte de la primera, esdecir, de la vía del ojo. En el Renacimiento, esto que acabamosde sostener se confirma plenamente, y en alguna ocasión hemoshecho referencia a la defensa que del ojo hace un Galileo, entreotros. Tal disputa se reprodujo, y aún se intensificó, durante elBarroco»2. La importancia que esta consideración de la excelen-cia de la vista tuvo para la historia del arte no podrá nunca sersuficientemente ponderada, pero es que influye en muchos másaspectos, por ejemplo en el estilo literario, donde se prefierenlas imágenes visuales, y en la abundancia de descripciones, cuyamayor preocupación es mostrar las cosas de forma claramentevisualizable, con detalles de forma y de color, con referencias por-menorizadas para, literalmente, meter por los ojos del lector lo quese trata de representar. De este afán descriptivo, que alcanza cum-bres de sublime belleza, pero que a veces consigue exasperarnoscon su prolijidad incansable, nacen los libros religiosos que tra-tan de pintar, con el mayor realismo posible, entidades espiri-tuales, como Dios, la gloria, el gozo o el tormento, y por esosurgen descripciones del cielo y del infierno, llegando a detallarcon pormenores precisos y pintorescos, en su originario senti-do de pintura, aquello que nadie ha visto, adaptando a los ojoscorporales delicias nunca gozadas por ellos, con tal maestría quela imaginación alcanza aquí la cumbre no igualada todavía desu poder de convicción. Y en estas descripciones, naturalmente,los halagos y padecimientos destinados a los ojos se explican conmayor lujo de detalles que los de los otros sentidos.

Y precisamente esta posibilidad de premio o de castigo paralos sentidos se deriva de su ambivalencia y de su enorme poder.Ellos son las puertas del alma, las ventanas por las que el alma,presa en la cárcel del cuerpo, que no se abrirá sino con la muer-te, se asoma al mundo, los huecos por donde se cuela el aire pro-veniente del exterior. Fuera de la iluminación interna de la fe,

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2 JOSÉ JLNI1980, p. 503.

.La cultura del barroco^Añcl, Barcelona.

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que es un don de Dios, el resto de nuestros conocimientos, aúnlos más espirituales, los recibiremos por medio de los sentidos.Incluso la ciencia religiosa, la doctrina cristiana, viene filtradapor ellos, pues la aprendemos por mediación de la vista y el oído.De ellos viene todo deleite y el dolor se produce a través de ellos.Por eso su fuerza es incalculable, pues aunque la razón nos digaalgo contrario a lo que ellos testimonian, su poder de convic-ción es tal que siempre tendemos a inclinarnos por sus dictados.Y si no controlamos ese poder, pueden conducirnos a la perdi-ción, buscando sólo su placer y sin distinguir entre lo bueno ylo malo para el alma, pues todo será bueno si halaga los senti-dos. Por eso es importante aprovechar esa fuerza y controlarla,ponerla al servicio del bien. Y es evidente que, con el auxiliode los sentidos, con la ayuda de pinturas, músicas, libros, pala-bras, perfumes, imágenes, luces, cánticos, penumbras, reflejos,voces y gritos de piedad se enciende y se aviva, crece la ansie-dad por alcanzar la gloria, culminación de las delicias, y se acre-cienta el temor de caer en el infierno, suma de los tormentos.Así se inflama el amor divino, brota el aborrecimiento por el peca-do, estalla incontenible el entusiasmo, madura el arrepentimiento,florece el fervor. Si los sentidos han sido, tradicionalmcnte, los la-zos con que las fuerzas del mal nos encadenaban al abismo, ya es ho-ra de que se conviertan en las suaves riendas por las que la Iglesiaconduzca a sus fieles a las cumbres radiantes de la salvación eterna.

Pero esta nueva técnica que tanto suavizaba los escarpadossenderos del bien, requería un control absoluto para resultar efi-caz, para no ser, a la larga, contraproducente. Por eso, muy prontoaparece una multitud de libros que tratan de orientar a los artis-tas y a los predicadores para que cumplan su cometido con lamayor eficacia, o que protestan por los abusos supuestos o rea-les que se cometen en esos ámbitos. Las academias artísticas tam-poco eran ajenas a este deseo de control que no sólo se ocupabade mantener un nivel de calidad de las obras de arte, sino tam-bién de supervisar su moralidad, su ortodoxia, su adecuación alos fines exigidos de ellas, en fin, su decoro, con todas las con-notaciones de propiedad y exactitud que el término denotaba enla época. Así, en un memorial en el que se pide a Felipe III quese cree una academia de artes del dibujo, nos encontramos con

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esta reflexión moral: «El demonio como tan astuto por ningunaparte acomete más fuerte y ordinariamente, que por los sentidosexteriores del oído y vista, como partes más flacas, para las cua-les tiene la Iglesia prevenidos remedios: para el oído los sermo-nes yUóctrinas sana i / ju j^J iDaj r iT^imágenes, y así como se reprucban los libros perniciosos y ma-los es justo se prohiban las pinturas erróneas y sin propiedad»3.Encontramos aquí reflejada la importancia de los sentidos, su am-bivalencia, pues pueden ser utilizados por el demonio y por laIglesia, la preferencia por los sentidos de la vista y el oído, con-siderados más nobles, y la necesidad de controlar los objetos aellos destinados, para evitar efectos perniciosos.

También en libros de ética aparece explícita la nueva impor-tancia de los sentidos y el modo en que deben ser usados. Asípor ejemplo, Miranda y Paz nos advierte: «Entre las cosas queestán en nuestra mano, son el uso de nuestros sentidos. El usobueno, o malo de ellos, son causa de los buenos, o malos ejerci-cios, y acciones nuestras. Del buen gobierno de los sentidos delcuerpo, depende gran parte, o el todo de la dirección del espíri-tu. Sujetos están a tu albedrío tus sentidos en el uso y ejercicio.Aunque parecen libres, son facultades subordinadas a tu volun-tad. No se mueven a bueno, o malo, sino como tú los riges. De-bajo están de tu corrección, y gobierno, y aunque corpóreos, sonracionales por la participación de tu ser. No es de aconsejar quete ciegues, como Dídimo, y otros filósofos, que por darse mása la contemplación, y discursos, se privaron de la vista corporal,siendo dueños de ella, y poderosos a ajustaría, y regirla»4. Setrata de una reflexión ética muy acorde con el espíritu de su tiem-po. Su título es El desengañado, luego se encuadra en la temáticadel desengaño tan típica del barroco. Pero para este proceso deldesengaño, para este progresivo desasimiento del mundo, los sen-tidos no sólo no son superfluos, sino que resultan fundamenta-

Memoríal de los pintores de la Corte a Felipe HI sobre la creación de una acade-mia o escuela de dibujo, Madrid, 1619, en FRANCISCO CALVO SERRALLER, Teoríade la pintura del Siglo de Oro, Cátedra, Madrid, 1981, p. 166.

4 FRANCISCO DE MIRANDA Y PA7,, El desengañado. Phihsophia moral, Tole-do, 1663, fol. 175.

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les, pues si bien, usados de forma inconsciente, nos llevan al en-gaño, usándolos lúcidamente, profundizando con clarividenciaen la trama del engaño, se convierten en instrumentos desenga-ñadores. Por eso no recomienda arrancarse los ojos, sino apren-der a mirar. Porque es posible hacerlo. En efecto, dentro de ladistinción, de origen estoico, entre las cosas que están en nues-tra mano y las que escapan a nuestra voluntad, los sentidos, quede por sí son moralmente neutrales y de cuya existencia no so-mos responsables, están en nuestro poder en cuanto a su utiliza-ción. Somos libres de emplearlos para el bien o para el mal. Nohay nada fatídico en ellos, y si nos llevan a la perdición será, cier-tamente, por nuestra culpa, pues, con un poco de esfuerzo y cons-ciencia podemos fácilmente regirlos y emplearlos en nuestro pro-vecho, como auxiliares indispensables en el camino de la salva-ción, como compañeros necesarios del espíritu, a cuya direccióncontribuyen.

4 . L A S I M Á G E N E S

Por todo lo anteriormente dicho, ya sabemos que la imagenreligiosa, pintada o esculpida, tuvo un auge extraordinario du-rante la época barroca, y esto interesa a nuestro tema, puesto quefijó una serie de convenciones iconográficas. A la fijación de lasideas respecto de la vida ultraterrcna, que se produce en trata-dos, sermonarios y libros de piedad y se populariza a través delteatro, de la literatura piadosa y profana, de los sermones y loscatecismos, corresponde una fijación de los motivos artísticos,estableciendo una serie de tipos más o menos inalterables de cru-cificados, vírgenes, santos y ángeles, estableciendo un canon parael aspecto, el atavío, el color, el gesto, la posición, el vestuarioy demás detalles, dando así unas normas para representar condecoro los asuntos sobrenaturales y excluyendo automáticamenteformas de representación no adecuadas, sea por no ajustarse alas decisiones teológicas a este respecto, sea por salirse del tipo

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convencional de representación y poder, por tanto, mover a es-cándalo o distraer la devoción. Esta iconología se establece con-juntamente por las indicaciones y recomendaciones directas desacerdotes, sobre todo de jesuitas, y por la tradición y la prácticade los artistas, y forma parte de un mundo de influencias mu-tuas, de imaginaciones paralelas, que hace que tantas veces, alleer un libro sobre el cielo, se nos pongan ante los ojos las santasde Zurbarán, graves, serias y amables, sencillas y majestuosas,con sus trajes de corte y sus movimientos llenos de gracia, conla fuerza serena de sus pequeñas cabezas de rizos oscuros, o ven-ga a nuestra memoria el colorido casi sonoro, entre el oro y laaurora, de una virgen de Murillo, la fácil elegancia y las grácilesposturas de una imagen de Alonso Cano, la contenida solemni-dad ceremonial de la Coronación de la Virgen de Velázqucz, laexpresión intensa de vida profunda e inagotable de los santosde Martínez Montañés o el ritmo y el cálido fulgor de un cua-dro de Ribera. No se puede separar la literatura piadosa de laépoca de esta selva de rostros y trajes, de manos tendidas y lucesdoradas, de gestos dramáticos y ojos profundos, como no se pue-den separar la devoción y la vida de la época de las imágenes,proliferando extraordinariamente, en las iglesias, en las casas yhasta en las calles, oscilando entre la obra de arte sublime y laestampa mal dibujada y peor grabada, del gran retablo resplan-deciente a la figurita de barro o escayola toscamente pintada porun artesano modesto.

Las imágenes no sólo distinguían al católico del protestante,como un signo rotundo, externo y casi ostentoso, sino que, ade-más, se prestaban, con esa lejanía cercana, con ese diálogo mu-do, con esa asequibilidad suya que hace más patente el distan-ciamiento, a la expresión de lo sobrenatural y lo milagroso. Siel arte barroco es el punto más alto de expresión del espíritu através de la materia, la imagen es precisamente el llevar al extre-mo dicha característica, expresando lo trascendente como exte-rioridad, la vida interior como gesto, el milagro corno objeto delos sentidos, lo divino como rostro y cuerpo humanos.

Además, la imagen halagaba los sentidos canalizándolos, ha-ciéndolos servir como instrumentos de la elevación espiritual.Centraba la atención, impidiendo caer en especulaciones teóri-

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cas o en vaguedades peligrosas, y, gracias a su intenso dramatis-mo y a su capacidad para provocar la emoción, llevaba al con-templador del terreno especulativo al práctico, conduciéndole aldolor y al arrepentimiento o despertando en él la esperanza yel deseo de virtud.

Esta utilidad de la imagen religiosa fue reconocida y reco-mendada por el Concilio de Trento, que en su sesión número25 concluyó: «Enseñen diligentemente los obispos que por me-dio de las historias de los misterios de nuestra redención, expre-sadas en pinturas y en otras imágenes, se instruye y confirmaal pueblo en los artículos de la fe, que deben ser recordados ymeditados continuamente y que de todas las imágenes sagradasse saca gran fruto, no sólo porque recuerdan a los fieles los be-neficios y dones que Jesucristo les ha concedido, sino tambiénporque se ponen a la vista del pueblo los milagros que Dios haobrado por medio de los santos y los ejemplos saludables de susvidas, a fin de que den gracias a Dios por ellos, conformen suvida y costumbres a imitación de los santos, y se muevan a amara Dios y a practicar la piedad». Se ve aquí claramente cómo hacambiado la función de la imagen religiosa, que ya no tiene ccP"fño" objetivo^pYííriorcTiál explicar y difundí? Tos místenos dé~lafe sino mover los sentimientos, despertar el amor e Trrdücir a~resultados prácticos de carácter ético, como el dolor por Tos pe^~cados y la reforma de la conducta. Incluso llega a ser un antído-to contra las especulaciones atrevidas, pues es un límite a la ima-ginación, como podemos ver en estas palabras de Francisco deBorja: «Para hallar mayor facilidad en la meditación se pone unaimagen que represente el misterio evangélico, y así, antes de co-menzar la meditación, mirará la imagen y particularmente ad-vertirá lo que en ella hay que advertir, para considerarlo en lameditación mejor y para sacar mayor provecho de ella; rjorqueel_oficio que hace la imagen_es comc^dar guisado el manjar quese haTle comer,~3e manera guc no quccTa sino comerlo; y Je otra" /manera andará el entendimiento discurriendo y trabajando 3e"rep~/presentar lo que se ha dé~meditar muy a su costa y trabajo. "Yallende de esto, es con más seguridad, porqueTTimagen está he-cha con consideración y muy conforme al Evangelio, y el quemedita con facilidad podrá engañarse tomando una cosa por

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(I E O (, K A [• ] A I) [•. L A E T E R N I 1) A I)

otra»5. Aquí se muestra por un lado la labor popularizadora ypropagandística de la imagen, pues ofrece como resultado, co-mo fácil transparencia, como belleza, lo que es fruto inseparablede un complicado proceso de especulación teológica y de inves-tigación erudita, y lo pone como objeto de los sentidos, comogesto petrificado que suscita la compasión, y aparece tambiénsu carácter en cierto modo represivo, como límite permitido delpensamiento y aun de los sueños. La Iglesia no podía introdu-cirse dentro de los cerebros, por grande que sea su dominio, yelige esa puerta indirecta y delicada para controlar la mente. Su-pervisando el arte hasta sus mínimos detalles y proponiéndololuego como guía imprescindible de la meditación, consigue di-rigir sutilmente los procesos mentales dando, además, a sus rí-gidos cauces la amable apariencia de la libertad a través del arte, y delarte en uno de los momentos más espléndidos que conoció jamás.

Lógicamente, en el siglo XVII se acentuó aún más y se hizomás consciente la necesidad de la imagen sagrada, tanto para lasceremonias del culto como para la devoción privada. Esto se re-fleja en una abundante literatura artística, e incluso se toma co-mo argumento en la polémica sobre la estimación de las artesdel dibujo como artes liberales. Así lo entiende Gaspar Gutié-rrez de los Ríos cuando dice: «Pues en cuanto a la proximidadque tienen estas artes con la Filosofía, no es poco lo que habíaque decir: Porque si ella es estimada sobre otras artes, porquehace a los hombres virtuosos: También se deben estimar éstasdel dibujo, porque causan más presto y con mayor vehemenciaestos efectos de virtud, como también lo habernos dicho acerca dela historia. ¿Quién hay que viendo un santo Crucifijo, o algunaimagen triste, y lagrimosa de la Virgen Nuestra Señora, aunquetenga el corazón de hierro, no se mueva a sentimiento y devo-ción? ¿Quién viendo el día del juicio dibujado por Micael An-gelo en siete formas con tanta diversidad de figuras temerosas,y demonios, no se atemoriza, y deja de tener algún movimiento,y aldabada interior: que le persuade a que se aparte de sus vi-cios? ¿A quién finalmente, vista una pintura de la gloria celes-tial, con tanta armonía de coros de ángeles, y hombres glorio-

3 Los dos Fragmentos citados por SANTIAGO SEBASTIÁN, op. al., p. 63.•• "" ' • --" --—""-"•• '— "•

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sos, no le da un deseo de ser bueno y virtuoso, para conseguir-lo? Notorio es el mucho gusto que hacen en la Iglesia de Dios,los retablos, y las imágenes divinas, y de los santos, hechas pormano de los artífices de estas artes» ''. Vemos aquí, en primerlugar, que la finalidad de las artes es ya descaradamente práctica:rnej o rarrnoralrncnte'á'los hombres, y no aumentaríais conól: i-rruentos. Como lo que pretenden es modificar lañen que conmover, para así provocar una reacción de Tá"vol un-tad, y por lo tanto tendrán preferencia aquellos temas y aquellosestilos que mejor puedan afectar a los sentimientos, desencade-nando así un predomonio de lo patético, que viene, sin embar-go, adecuadamente contenido por el decoro, pues los personajesrepresentados, al ser sublimes y sagrados, no pueden permitirsegestos ni posturas exageradas, deben huir la desmesura y afec-tar, aun en medio de las situaciones más extremas, un cierto fondode impasibilidad de buen tono, exigido también a los reyes y alos grandes de la tierra, y que hace aún más conmovedoras susimágenes, y este equilibrio en la expresión es lo que presta al ar-te barroco su profundidad, lo que hace rotunda y honda su be-lleza. Por fin, vemos cómo se reconoce que los temas de las postri-merías son particularmente apropiados para desencadenar el espera-do cambio de vida y deben ser, por tanto, cultivados con asiduidad. ,

Otro tratadista de arte, Francisco Pacheco, suegro de Veláz-quez, familiar de la Inquisición y personaje muy influyente enla Sevilla de su tiempo, también cuenta y no acaba de las gran-des utilidades de las imágenes para los nombres y para la Igle-sia, mejorando a los unos, ilustrando a la otra con su hermosu-ra. Muchos son los bienes de las artes, y, como dice: «No se puedecabalmente declarar el fruto que de las imágenes se recibe: amaes-trando el entendimiento, moviendo la voluntad, refrescando lamemoria de las cosas divinas, produciendo juntamente en nues-tros ánimos los mayores y más eficaces afectos que se puedensentir de alguna cosa en el mundo; representándose a nuestros

GASPAR GUTIÉRREZ DE LOS RÍOS, Noticia general para la estimación de las"rtes, y de la manera en que se conocen las liberales de las que son mecánicas y serviles,con una exortación a la honra de la virtud y del trabajo contra los ociosos y otras particu-laridades para las personas de todos los estados, Madrid, 1610, en FRANCISCO CAL-VO SERRALLER, Teoría de la pintura del Siglo de Oro, Cátedra, Madrid, 1981, p. 83.

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ojos y, a la par, imprimiendo en nuestro corazón actos heroicosy magnánimos, ora de paciencia, ora de justicia, ora de castidad,mansedumbre, misericordia y desprecio del mundo. De tal ma-nera que, en un instante, causa en nosotros deseo de la virtud,aborrecimiento del vicio, que son los caminos principales queconducen a la bienaventuranza»7.

Una vez más aparece clara la finalidad principal del hombre,a la que todo está subordinado: salvar su alma, y el arte debeayudarle en esta tarea. Ahora bien, el alma se salva si el hombrese comporta de acuerdo con unas normas y practica determina-das virtudes, no importa su grado de instrucción ni su profun-dización en los misterios de la fe, y dado que el arte es capaz deimpresionar el ánimo de forma particularmente eficaz, y consi-gue con frecuencia frutos muy satisfactorios en ese terreno, suutilidad es inmensa e indiscutida.

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5. L A C O R T E

Las imágenes servían para que el devoto se hiciera una ideafamiliar y cercana de los seres sobrenaturales, y también para pro-piciar el diálogo con la divinidad o los santos y para estimularlos sentimientos, orientándolos hacia la reforma moral. Pero to-dos estos personajes, ya familiares y fácilmente reconocibles porlossignos fijos que les asigna una iconogralía rigurosamente con-trolada, necesitan, para ser plenamente~c^ñvTnceEtes, déUrraror-gamzación que tijc el carácter de suTielacIones,' y dc~ürrcsccñarioadecuacTo en el que desarrollar susjactivicladesrÉrmod^do dé ésteesccnano, ercsqücma"l3éesa organización, lo proporcionará la corte.

La corte es el centro He la vida Barroca TEsTa escena cñ qTTCel poder se ostenta y representa, la sede única de la que emananlas órdenes, el pináculo que corona y da sentido a una sociedadmuy jerarquizada y con escasa movilidad social. Proporciona los

7 FRANCISCO PACHECO, Arte de la pintura, su antigüedad y grandeHa, 1649, en FRANCISCO CALVO SERRALLER, op. cit., p. 399.

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Sevi-

rnodelos de comportamiento a todo el reino y es el espejo enel que cada subdito debe recoger el reflejo de su complacenciaíntima por la grandeza del imperio. El poder debía desenvolver-se como representación. El ornato y el brillo, los edificios sun-tuosos, el ceremonial complejo y hasta absurdo, los trajes esplén-didos, las joyas, las fiestas, los desfiles, no eran, para el barroco,un lujo supcrfiuo: eran el modo de aparecer de un estado. La ima-gen del país se concentraba en el estrecho círculo de la corte, que secargaba así de significaciones, que asumía el papel de símbolo y re-sumen del imperio. Nada era allí supérfluo: todo era signo y señal.

En la época, se solía comparar a la corte con un mar. Es elpiélago cortesano, en el que es fácil perderse o naufragar si nose está atento a los signos, si no se orienta uno entre las signifi-caciones y los gestos. Para el discreto que interpreta correcta-mente los lenguajes, será la corte seguro puerto de sus esperan-zas. Para el poco avisado, abismo que lo arrastre hasta su fondo.Porque es grande la corte, como el mar, y como él ambivalente:imagen del poder, es inmensa, aterradora y generosa, magnáni-ma y terrible, como el soberano que le da razón de ser. Y si elsoberano, detentador del poder y sentido último de la pompaque a su alrededor se despliega, presenta una imagen delibera-damente sencilla y austera, como encarnación de una majestaddemasiado evidente para que sea preciso subrayarla, la corte, comoentorno y escenario, complementar al rey tomando a su cargola ostentación de su riqueza y poderío. Rey y Corte se convier-ten así en dos_ símbolos j;ojriplej3i£ntarip^clel EstadoTTa con-ciencíídéla propia grandeza, dueña de su fuerza, imponiéndosecon su sola presencia, distinguiéndose en su simplicidad comosimple y único centro, en el que toda reiteración lujosa no iríasino en menoscabo de esa majestad entendida como única y om-nipotente, reposando en sí misma y cuyo vivir para sí marca elritmo vital de la comunidad, lo regula por el hecho de su meraexistencia: eso es el rey. El escenario de manifestación de la ma-jestad, su modo de aparecer, de manifestarse como comporta-miento y acaecer, lo que carga de significación cada gesto y lodevuelve convertido en ceremonia, lo que predica una sola cosabajo infinidad de nombres y enriquece el poder con innumera-bles significados, la majestad en cuanto epifanía, en cuanto se

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muestra a otros, en cuanto exterioridad, dominio convertido enbelleza y belleza que se revela como signo del dominio, mani-festación de la permanencia a través de lo mudable, de lo únicoa través de lo vario, de lo fundamental a través de lo superfluo,señal para un otro, lenguaje del poder que se predica como cen-tro y como fuerza, corno riqueza y extensión: eso es la corte.

Durante el Renacimiento hay una tradición literaria de des-precio hacia la ciudad, rechazo de las inquietudes cortesanas yalabanza de la vida tranquila y retirada, en el campo a ser posi-ble. Bien es verdad que esto no pasa de ser, en la mayoría de lasocasiones, un simple tema literario adecuado para imitaciones deHoracio o tratados morales, y que son pocos los casos en queencontramos un verdadero y sincero amor por la vida campes-tre. Pero de todos modos es un tema repetido y que se trata confrecuencia y seriedad. En el barroco, este panorama cambia to-talmente. Por un lado, la consolidación del estado moderno su-pone la implantación de una administración más centralizada yburocrática, perdiendo las ciudades gran parte de su importan-cia. El rey fija su residencia en un lugar del que rara vez se mue-ve, y es preciso ir allí si se quiere intervenir de alguna maneraen las tareas del gobierno o alcanzar algún beneficio. Con esto,gran cantidad de gente de todos los estados sociales se trasladaa la corte, las ciudades ven disminuida su población, y la noble-za de provincias abandona sus viejos solares y marcha dócil asu centro, o, si se queda en su lugar, sabe que lo hace a costade perder su influencia y parte de su prestigio. La corte, además,es el lugar de llegada de las riquezas de todos los puntos del im-perio, que ella se encargará de administrar y redistribuir, con elresultado de que la ciudad en que se asienta se enriquece y bene-ficia, y muchos otros lugares, antes prósperos, se empobreceny declinan. Además, el rey mismo da ejemplo con su preferenciapor la gran ciudad y su constante permanencia en ella. La vidacampestre, el ocio filosófico en un apartado lugar, el retiro, sólocompartido con una escogida biblioteca y unos amigos más es-cogidos aún, se pasa de moda. La corte no es ya el lugar en elque uno pierde el tiempo y se desespera, sino precisamente elmedio de colmar las esperanzas y el único lugar en que es posi-ble aprovechar el tiempo. No es ya lugar de reunión de los ne-

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cios, sino el camino más seguro y breve para ser discreto y aunsabio. Ya no es el peligroso laberinto en el que se pierde el cami-no de la salvación, la tormenta que aniquila la virtud, la nuevaBabilonia, el nido de los malos ejemplos, sino que es un lugarmuy adecuado para ejercer el bien y llegar a salvarse, dadas lasoportunidades que ofrece de encontrar directores espirituales ycausas benéficas a las que contribuir generosamente. Es el esce-nario más ajustado al ejercicio de las virtudes morales y ofreceademás el más ilustre de los ejemplos con la presencia del pro-pio rey, imagen del poder divino y defensor de los intereses dela Iglesia como suyos propios. El campo es, cuanto más, un sitiodonde se va a cazar, o a solazarse, en breves excursiones, o, qui-zá, el temido destierro a que nos puede condenar una impru-dencia.

Pierde, pues, la vida campestre su prestigio, y deja tambiénde ser un tema literario de éxito. Los poetas cantan ahora las sun-tuosas fiestas, exaltan la belleza de las ciudades, glosan los acon-tecimientos cortesanos, la hermosura de las damas y la noblezade los caballeros, loan, con acentos épicos un tanto desconcer-tantes, los menores actos del rey (rey supremo y sobrehumano,héroe, Hércules, planeta, sol, todos cuyos actos son, por suyos,diferentes) y no se ocupan apenas de los encantos de la aldea.Y si lo hacen, el tono ha cambiado sustancialmente. Quevedo,por ejemplo, tiene algunos poemas en alabanza del retiro cam-pesino, pero son de tipo burlesco. E incluso en libros de piedady edificación nos encontramos con elogios de la corte.

Por ejemplo, en unas consideraciones sobre el salmo del mi-serere, leemos: «Dichosos los que habitan ciudades grandes, dondeel hombre vive como persona, y si se resuelve en ser santo, co-mo debe hacerlo, halla tantas ayudas de costa, comunicación convarones doctos, y entendidos, maestros de la vida espiritual, con-sejeros prudentes en sus dudas, trato de perfectos religiosos, fre-cuentes sermones, grandeza de templos, y majestad devota en ce-lebrar los Divinos Oficios. Más a mano libros provechosos,soledad con resguardo de consuelo, siempre que la quiere ensu retiro, y asistencia de confianza en el último trance de lamuerte; dejando por de menos monta, aunque no poco esti-mables, las comodidades que conducen a la salud, y vida del

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c; F o c R A r i A n F L A F T F U Ñ I D A n

cuerpo»". Y allí mismo nos encontramos con un curioso poemaque no puedo por menos que citar:

«Aldea, oh fiera, bárbara homicida,muerte con alma, soledad de infierno,que aunque lince te miro, no discierno,si tienes más de muerte, o más de vida.Vida en la corte, no bien conocida,primavera en estío, y en invierno,que a su grandeza, sólo el ser eternole falta, para ser gloria cumplida.¡Quién de prendas, y méritos tan rico,tan largo de ventura, oh corte, fuera,que pudiera vivir siempre a tu sombra!Aldea, oh monstruo horrible, ¿quién te nombraque no tema tu vida de galera?»

No parece, por tanto, que los hombres del siglo XVII desea-ran ardientemente huir del mundanal ruido. Por otro lado, ve-mos aquí cómo se compara a la aldea con el infierno, y de hechoéste aparecerá descrito, en muchas ocasiones, como un adustopáramo; la corte, sin embargo, se asimila a la gloria, a la cortecelestial. Será pues el modelo de la gloria y su imagen en la tie-rra, su transposición, no menos suntuosa y agradable, pues sólohay dos cosas en que la celestial aventaja a la terrena: la seguri-dad del bien poseído, tan opuesta a los altibajos de la fortuna,y su carácter eterno, opuesto a la condición mortal del cortesa-no terrestre. Pero estructuralmente, cielo y tierra se parecen, seorganizan ambos en torno a la corte.

Madrid es así el punto de encuentro de la gloria y el mundo.Y acentúa las semejanzas la mezcla, que la época barroca propi-cia, entre lo sagrado y lo profano.

Una consecuencia lógica de lo dicho anteriormente es la fa-cilidad para atribuir a los acontecimientos puramente tempora-les una causa de naturaleza espiritual. Las victorias, por ejem-plo, son el triunfo de la fe, y se producen porque Dios ayuda

8 JUAN ANTONIO XARQUK, El orador cristiano sobre el salmo del miserere, to-mo IV, Zaragoza, 1660, p. 411.

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a los ejércitos. Las derrotas, en cambio, se deben al diablo, ene-migo de los buenos, al que Dios permite usar de su poder paraprobar a los suyos, o bien a los errores o pecados del ejércitoderrotado. Los santos ayudan a los ejércitos, bien de forma visi-ble, bien con apoyos más sutiles. Es, pues, tan importante gran-jerarse su favor como aprestar las armas. La costumbre de acer-carse a los sacramentos antes de la batalla no sólo era una pre-caución encaminada a la salvación del alma, sino una especie deseguro para la victoria.

Estas ideas, aparte de confirmar la unión, íntima y sincera,entre religión y vida, resultaban bastante útiles para la consoli-dación de la monarquía, en una época en la que abundaban máslas derrotas que las victorias. El declinar del imperio no podíaatribuirse a una política equivocada, sino a una debilitación delfervor religioso. No había que culpar a los gobernantes; las crí-ticas y las desobediencias, las rebeliones, no harían sino empeo-rar las cosas, puesto que, si éstas van mal, no se debe a la inepti-tud o escasa fortuna de los poderosos, sino a la mala conducta,a la contumacia en el pecado, por parte de los vasallos. Así, sepodían contemplar con libertad los males evidentes de la patria,conservando intacta la veneración a las instituciones.

Un ejemplo de esto nos lo ofrece un sermón predicado enMadrid en 1632. Allí se advierte: «Solos son vicios, Señor, quienhace superiores a nuestros enemigos, y porque V. Majestad loentienda así ordena la providencia divina que no otra nación tanbelicosa como la española, no otra monarquía igual en grandezay riqueza a la que Vuestra Majestad posee, le haga guerra, sinocuatro herejes holandeses, rebeldes a Dios y a Vuestra Majestad,para que entienda que no obran ellos como hombres, que comotales no se atrevieran ni pudieran, sino como verdugos de Dios;ni es otra la guerra sino la de los pecados que cometemos, y delos vicios que hay en España»''. Qué gran consuelo, tras tantosdesastres, pensar que esta es todavía una nación poderosa e in-victa, sólo vencida por sí misma, y porque Dios así lo ordena,

FRAY PEDRO DE SANTIAGO, Sermón en la traslación del maestro, apóstol y ca-pttan de las Españas, Santiago, editado en mi libro La Profecía, Editora NacionalMadrid, 1975, p. 293.

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y ¿quién contra Dios? Debía de resultar bastante consolador, enmedio de las desdichas. Es una derrota orgullosa. Y termina triun-fante el fraile: «Entienda, pues, Vuestra Majestad en este hechoque el medio para vencer las armas de España es extirpar los vi-cios de los españoles, a quienes sólo les hace guerra la concien-cia, y sólo vencen sus delitos».

Pero esta idea, que tranquilizaba el corazón de los subditosacerca de la fuerza de la monarquía, envenenó la madurez de Fe-lipe IV, hombre verdaderamente de su tiempo, culto, galante y,a la vez, profunda y seriamente religioso. Convencido de querecibía su poder de Dios, cuya imagen era en la tierra, y de que,no sólo era el jefe del Estado, sino su sentido, su símbolo y suresumen, creyendo también en la posibilidad de causas esperi-tuales para los acontecimientos temporales, y más en su caso, puespor su especial relación con la divinidad (único ser superior aél, único al que debe rendir cuentas) cada acto suyo tiene unatrascendencia mayor, y sus virtudes y vicios privados recaen sobretodo el reino, al cual, verdadera y literalmente, encarna y vivifi-ca, realiza, en el ambiguo sentido que adquiere aquí la palabra,Felipe IV, deseoso de ser un gran rey, se ve abrumado por la res-ponsabilidad. De clarísima inteligencia, analiza la situación entoda su crudeza. De débil voluntad, no encuentra en sí corajepara variar su conducta. Cree que sus pecados son causa de ladesdicha del reino, y no puede dejar de pecar. No basta con vercaer una a una todas las florecientes esperanzas de su juventudilusionada, cuando le sonreía su estrella. Es, día a día, el dolordel desengaño y ese otro, más intolerable, de la culpabilidad. Cul-pabilidad que no recae sobre su actuación pública, que deja a salvosu indiscutible buena intención, que enmascara sus errores polí-ticos y recae, más aguda por más íntima y cercana, sobre sus pe-cados particulares, sobre sus debilidades como hombre, que sonasí causa de su fracaso como rey. Y, sin embargo, no poder dejarde pecar. Tanto dolor, tan buenos propósitos, y una carne débil.Esta es la lúcida, compleja y amarga mirada que Felipe el Gran-de clava en nuestros ojos desde los retratos de su amigo Veláz-quez.

Y de este estado de ánimo son testimonio sus cartas a la monjade Agreda, donde dice: «Yo, aunque suplico a Dios y a su Madre

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Santísima nos asistan y ayuden, fío muy poco de mí, porque esmucho lo que le he ofendido y ofendo, y justamente merezcolos castigos y aflicciones que padezco» 10. Y tras contar sus pro-blemas, atacado en Cataluña, Portugal y Flandes, concluye: «Sinduda los aprietos son muchos y grandes, tras esto os confiesoque no es esto lo que más me aflige, sino tener por cierto queesto nace de tener enojado a Nuestro Señor».

Esta tragedia personal es representativa del espíritu que per-mitía considerar a Madrid como reflejo de la Jesuralén celestial,a la Corte como símbolo y espejo del Reino de los cielos. Otraprueba, de carácter más festivo, la encontramos en el palacio delBuen Retiro de Madrid, imagen de la ciudad celeste, y, sobre todo,en el auto sacramental que Calderón escribió para el nuevo pa-lacio: «La inauguración del Retiro proporcionó a Calderón unoriginal escenario para tan característica forma de drama alegó-rico, preludio de la pública manifestación y adoración del sacra-mento. El mensaje religioso era expresado a través de una ale-goría oscilante entre dos planos de la realidad, que unía el ordenterreno y el espiritual. Un plano lo representaba el propio Reti-ro, el palacio y sus jardines; el otro el Retiro como imagen dela Nueva Jerusalén» ". Una serie de paralelismos permitía iden-tificar a Dios con el Rey (identificación extendida en la mentepopular. Por ejemplo, el término «Su Majestad» se aplicaba in-distintamente, en el lenguaje cotidiano, al Rey y a la Eucaristía).La Iglesia, esposa de Dios, se asimila a la Reina, esposa del Rey.Olivares será el hombre, pues es el favorito (el hombre de Dios,el conde-duque del Rey). Así la temporalidad del palacio se pro-yecta en lo eterno, el rey mortal asciende a la inmortalidad, laestructura social deviene inmutable a través de su correspondenciaformal con la vida celeste. Vemos pues comprobada y documen-tada esta visión de la corte como imagen del cielo, esta unión,en lo externo y en lo íntimo, en lo festivo y en lo trágico, delo espiritual y lo profano. Unión tan típicamente barroca y que

10 Cartas de Felipe IV a Sor María de Jesús de Agreda, en F. LÓPEZ ESTRADA,Antología de epístolas, Labor, Barcelona, 1960, p. 496.

" J. BROWN y J. H. ELLIOT, Un palacio para el rey. El Buen Retiro y la cortede Felipe IV, Revista de Occidente, Madrid, 1981, p. 241.

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(', E O C R A F I A D E L A F. T E R N I H A 1)

nos ayudará a explicar muchos detalles curiosos de las concep-ciones escatológicas de la época.

6 . L O S P R E D I C A D O R E S

En la vidajx)tidiana del habitante de la corte, había dos acon-tccimiejTtoi/ujndamcntales, dos entretcrarnientos'gue'gpzaban del

e todas las_clases~3e pub^coV^rtejtfo^eLserrnón. Parece

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favorun disparate juntar dos fenómenos a primera vista tan dispares,pero tienen, observados con mayor detenimiento, bastantes pun-tos en común.

En primer lugar, tanto uno como otro tienen un nivel mediode alta calidad literaria. Esto permite que, además de otras inter-pretaciones, puedan ser considerados como diversiones, comoespectáculos. El teatro, como el sermón, trasmitía una serie devalores sociales, morales e incluso dogmáticos. El sermón, co-mo el teatro, utilizaba recursos literarios y aun dramáticos paraaumentar su eficacia. Así se aproximan y se complementan, yse nos muestran como lo que fueron verdaderamente: las dos ma-nifestaciones más populares de la cultura barroca.

Además, ambos eran un acto social, donde la gente acudíaa ver y a ser vista, donde se mezclaban todas las clases sociales,a veces con gran escándalo de los moralistas más estrictos o delos visitantes extranjeros. Eran lugares de encuentro, aptos parael galanteo y la intriga, pero también, por esa mezcla heterogé-nea de públicos, para favorecer la cohesión social. Así pues, sumensaje debía estar dirigido a todos y fomentar, en lo posible,esa cohesión, reforzando los lazos de los espectadores entre síy de éstos con una serie de valores fundamentales. De aquí quelos temas e ideas que más frecuentemente se repiten, como loes, por ejemplo, el de las postrimerías, se revelen como puntosclave de interés, como aspectos verdaderamente básicos e im-portantes a la hora de reconstruir la mentalidad de la España con-trarreformista.

Su mensaje, pues, debía estar dirigido a todos, por encima

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¿e las diferencias de clase, fortuna, cultura y condición. Difun-dían, pues, verdades que no sólo eran unánimemente aceptadaspor la inmensa mayoría de los españoles del siglo XVII, sino que,además, convenía favorecer y reforzar para mantener una acep-table cohesión y un apoyo razonable a las instituciones.

Por todo esto, la influencia que teatro y sermón ejercieronen su época es incalculable. Ningún medio más eficaz para la di-fusión de ideas que, si bien no varían mucho en lo fundamental(sí en los detalles), y nos resultan elementales y repetitivas, pre-cisamente por eso, al ser expuestas con claridad y precisión, conla ayuda de una serie de recursos estilísticos probadamente ren-tables, y ante un público diverso y multitudinario, adquirían lafuerza de convicción de un mensaje publicitario, y perpetuabanmodelos de comportamiento y esquemas mentales con eficaciadifícilmente igualada incluso hoy.

Normalmente, el teatro aparecería como el transmisor de va-lorelTs7)clirtrs-y^errÍTÍcTHrciejaTT^Tos dogmas y +a mora-rrpercVjS"rajñó^cs^e2c^to^J_^^o.~Kr"uñTparte, el teatro clá5Íco~espanol toca muchos temas religiosos; in-cluso en dramas a primera vista profanos encontramos puntosteológicos y problemas éticos tratados con rigor de escoliasta.Además, la literatura contribuía generosamente al realce de lasfestividades religiosas, con poemas alusivos, comedias de santoso autos sacramentales, que a veces se representaban en recintossagrados. La extensión de tal costumbre la confirma Deleito yPiñuela cuando dice: «A esta aportación literaria contribuían desdelos profanos copleros a los ingenios que escalaban las mayoresalturas del Parnaso español. Iglesia y monasterios procuraban es-timular tal producción, celebrando representaciones escénicas en-tre sus festejos religiosos, y abriendo concursos literarios parapremiar las mejores composiciones»l2. Y en una época tanpreocupada por la cuestión de la preeminencia, así en la tierracorno en el cielo, en la que los hombres se enemistaban por quiénsaludaría a quién y las órdenes religiosas, las ciudades y aun lasparroquias disputaban ásperamente sobre si el santo de sus pre-

JosÉ DELEITO Y PIÑUELA, La vida religiosa apañóla bajo el cuarto Felipe,Espasa Calpc, Madrid, 1952, p. 137.

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ferencias tenía mejor o peor puesto en el Paraíso que el de sucontrincante, no faltaban ocasiones para celebraciones y fastosde esta especie. Por ejemplo, en muchos conventos de monjasexistían dos bandos: las partidarias de S. Juan Bautista y las deS. Juan Evangelista. La rivalidad era muy fuerte, y, cuando lle-gaba la fiesta de uno de los santos, sus devotas procuraban quefuese de lo más lucida y suntuosa, recurriendo para ello a todossus medios y a la ayuda de sus parientes y amigos, mientras quelas del bando rival hacían todo lo posible por deslucir la fiesta,empeñando también en ello todas sus influencias. Tan encontra-dos desvelos tenían como consecuencia fomentar las artes y dartrabajo a los escritores, tanto eclesiásticos como seglares.

Por su parte, el sermón, que debía trasmitir el dogma y lasreglas morales, se aproximaba también a los temas profanos, aveces tratándolos directamente, incluyendo cuestiones de polí-tica, por ejemplo, entre sus tenias, aunque fuera un tanto forza-damente, trayéndolos como por los cabellos. Otras veces porque,aun versando el cuerpo del sermón sobre un asunto sagrado, sedivagaba hacia lo mundano. El orador se recreaba en considera-ciones marginales sobre astronomía o pintura, y discurseaba sobrela moda, las artes venatorias, o sobre la agricultura. No pocasveces incluía en sus sermones citas clásicas, lo que originaba al-guna polémica, pues por oportuna y provechosa que fuese la sen-tencia, no dejaba de provenir de un autor pagano, siendo, portanto, discutible la conveniencia de comentarla sobre el pulpito.Hubo, incluso, predicadores que obtuvieron gran fama de eru-dición inventando citas, por el sencillo procedimiento de atri-buir a Aristóteles o Cicerón lo primero que pasaba por sus cale-tres, pero, por lo general, los predicadores eran cultos y compo-nían sermones de valor literario, llegando algunos, como Para-vicino, a escribir obras maestras de la oratoria de todos los tiem-pos. Esta preocupación literaria hacía atractivo el sermón, en elque, en ocasiones, se intercalaban incluso poesías, propias o ajenas.

Pero de nada serviría la calidad literaria si el sermón no tu-viese un buen efecto oratorio y no estuviera acompañado poruna presencia cuidada, una buena y educada voz, que lo dotasede eficacia, y, en fin, por una adecuada puesta en escena. La re-tórica comenzó a resucitar en el primer humanismo; Vicente Fc-

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rrer, por ejemplo, es una buena muestra de orador tremebundoy eficaz, que no dudaba en emplear los más complicados trucospara aumentar el impacto de sus sermones. El humanismo recu-peró la retórica como modo de manifestación de la verdad: sóloel hombre recto, sólo el que defiende la justicia y la razón, pue-de ser orador. De Cartagena a Vives, los mejores humanistas tra-bajan por la resurrección de esta disciplina, considerada de nuevoentre las más nobles, pues, al comprender la profunda relaciónentre tema y forma, el buen orador deja de ser un charlatán so-fistico para convertirse en el paradigma de hombre bueno, en eldifusor de la verdad. La auténtica belleza no puede surgir del error.

Esta nueva preocupación dará pronto sus frutos, y de esfo~se beneficia también la oratoria sagrada, que alcanza cotas muyaltas de calidad. Calidad que se mantiene, por lo común, duran-te el siglo XVI y una buena parte del XVII . Sin embargo, cambiasustancialmente el enfoque de la retórica sagrada a partir del triun-fo del espíritu contrarreformista. La influencia jesuística se apropiadel nuevo arte y busca, supuesta la verdad de la doctrina, másque profundidad, eficacia. Se trata de convertir la retórica en uninstrumento útil a la Iglesia. Esto supone, desde luego, mante-ner la calidad literaria y halagar los sentidos del oyente, y no envano se compara, en los tratados, al orador con el pintor. Peroalgo se ha perdido. No se intenta convencer, sino conmover. Eldiscurso no es manifestación de la razón, sino de la ley y el dog-ma. Desde luego, se sobreentiende que no hay errores de doc-trina, pues la Iglesia garantiza la verdad, pero lo que fundamen-talmente se persigue es la reforma moral, y ésta surgirá, sobretodo, de una fuerte conmoción. Se busca, por tanto, impresio-nar, conmover. La doctrina será poca, clara y concisa. Las apela-ciones a la voluntad, constantes. Es preciso provocar la emoción,despertar el amor, incitar a un cambio en las costumbres. Y estosupone apelar, no solamente a recursos puramente retóricos, comoorden del discurso y figuras literarias, entonación y ademanes,sino a efectos dramáticos e incluso francamente escenográficos.Y esto aproxima, de nuevo, el sermón y el teatro y los revelaa ambos como espectáculos.

Se cuida, pues, la luz que ha de caer sobre el orador y sobresus oyentes, la distancia, el vestido. Se reservan grandes gestos

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para momentos cumbre y se juega, para hacer más efectivo elmensaje, con elementos de la iglesia, de los altares, señalando yresaltando en un momento dado las bóvedas, las pinturas, las imá-genes o la misma custodia. Se recurre, incluso, a artilugios co-mo el que empleaba un predicador que solía ejercer su ministe-rio en la Red de San Luis, que, mediante una especie de hélice,crecía en estatura a lo largo del sermón. Sin duda se alcanzó unatécnica muy desarrollada en el empleo de imágenes y crucifijosque, bien manejados, producían un efecto infalible sobre el pú-blico, arrancando lágrimas y gritos, y provocando, en ocasio-nes, escenas de verdadera conmoción colectiva. Una mirada aalgunos textos de retórica de la época nos confirmará la impor-tancia de este nuevo enfoque de la oratoria.

Por ejemplo, Francisco Terrones del Caño, aunque partida-rio de una cierta moderación en todo, no olvida nunca el pro-pósito primordial de toda homilía, y entiende que éste ha de guiarel tono y la estructura del sermón. Así, «como el fin principaldel predicador es mover y aprovechar, y lo que se dice al fin sequeda más en la memoria, es mejor poner lo provechoso al fin,porque no se nos olvide» u. Por tanto, se debe sacrificar la po-sible brillantez literaria a la eficacia, y, si ésta lo requiere, se po-drán introducir incluso «dos o tres bocaditos agudos y dulces»,que, halagando el ingenio de los oyentes, disimulen un poco loáspero de las reprensiones y hagan más fácil el camino de la rec-titud moral.

El propio Cáscales, aunque no es propiamente un tratadistade retórica, como era un hombre muy culto, reputado por subuen gusto y preocupado por todas las manifestaciones litera-rias de su época, no dejó de opinar sobre estas cuestiones. Paraél, lo fundamental es la claridad. La doctrina debe exponerse dela manera más transparente posible, para quedar al alcance de-todos los entendimientos, y poder así encender todos los cora-zones. Pero esto no supone que sea preciso acatar un único esti-lo. Por el contrario, recomienda: «Miren los predicadores cómoy con qué ropa han de vestir diferentes conceptos: adonde han

13 FRANCISCO TERRONES DEL CAÑO, Instrucción de predicadores, Espasa Cal-pc, Clásicos Castellanos, Madrid, 1960, p. 114.

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de alargar la hebra, adonde la han de tirar; dónde han de humi-llar la cerviz y coserse con la tierra; en las alabanzas sean difusosy floridos, en las reprensiones afectuosos y fervientes, en la doc-trina claros, pero concisos; concisos, pero claros» 14.

Esta adecuación del estilo al tema la defiende también el gransistematizador Jiménez Patón, que la extiende asimismo al tonoy metal de la voz, en el «uso de la cual las mudanzas han de serlas que del ánimo porque se endcrezca a mover los ánimos, asíque tal sonido de voz procurara tener el predicador cual el mo-vimiento que en el oyente quisiere causar» '5. Estos recursos, portanto, no se justifican estéticamente, sino en cuanto elementosal servicio de un mayor poder de convicción. No se trata de al-canzar la perfección retórica, sino en la medida en que ésta auxi-lie poderosamente en la tarea de mover los afectos. Y para esto, unabuena ayuda son los gestos, que, para nuestro autor, han de seradecuados y elocuentes, pero no desmesurados. Hay que mo-verse, sí, pero sin descomponerse, guardando esa compostura dela que hablábamos al tratar de las imágenes. «No muchas pal-madas ni muy quedas las manos, que lo uno es de esgrimidores,lo otro de troncos». Emoción, pero con medida. Dramatismo,pero con equilibrio. Profusión, pero dejando a salvo la claridad.Hay que conmover, sí, pero conservando un control, a salvo deuna exaltación excesiva que podría atentar contra la pureza dela doctrina. En esta delicada correspondencia de tensiones se re-vela la retórica sagrada como verdaderamente barroca, dentrodel espíritu general del arte de su tiempo, cuya clave, una vezmás aquí, se manifiesta como exactitud.

También el polémico obispo Palafox opinó sobre la tarea delorador eclesiástico, que, naturalmente, deberá emplear «palabrasclaras, eficaces, ciertas, verdaderas, llanas, santas; porque éstas conespíritu y fervor pesan más que la elocuencia de Tulio» "'. Nopodemos olvidar que Palafox era enemigo de los jesuítas, y des-

14 FRANCISCO CÁSCALES, Cartas filológicas, Espasa Calpc, Clásicos Caste-llanos, Madrid, 1941, vol. II, p. 127.

BARTOLOMÉ JIMÉNEZ PATÓN, Elocuencia española en arte, editado por ELE-NA CASAS, La retórica en España, Editora Nacional, Madrid, 1980, p. 358.

16 JUAN DE PALAFOX Y MENDOZA, Trompeta de Ezechiel a curas y sacerdotes,Madrid, 1658, p. 174.

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preciaba, por tanto, las artes retóricas, pues, según él, no es latécnica la que puede hacer mejores a los hombres, sino el espíri-tu interior, la profunda verdad de la palabra divina. Y añade: «Mu-dar afectos interiores de las almas, limpiar los corazones de cul-pas, sacar el alma de la servidumbre del Demonio, no lo hacelengua de carne, hácelo aquél de quien con admiración decíanlos Infieles: Quis est qui peccata dimittit?». La conversión sólopuede atribuirse a la gracia, y no a la palabra. Pero, sin embargo,se sigue conviniendo en que el propósito principal del sermónes conmover y mudar la conducta: lo único que se pone en dudaes la validez de las técnicas para lograrlo, atribuyendo todo elmérito a la inspiración del Espíritu Santo. Así que, aunque difie-re en su estimación, mantiene la idea de oratoria de los otros tra-tadistas. Y ya es mérito, en personaje tan polémico que, un siglodespués de su muerte, aún tenía revolucionados los ánimos, ycuya memoria fue reivindicada por los volterianos, conservan-do sin embargo el honroso título de Venerable en la Iglesiaoficial.

Más respetuoso con las artes se muestra Juan Díaz Rengifo,autor de una Poética muy popular (de la que, por cierto, Veláz-quez poseía un ejemplar en su biblioteca). Este autor mantenía,dentro de la tradición platónica, su veneración por la inspira-ción, don divino y madre de toda belleza, pero sin desdeñar, deacuerdo ahora con la corriente aristotélica, el poder de la técni-ca. Es preciso, y a esto deben dedicarse oradores y poetas, mejo-rar a nuestros semejantes y hacer bien a las almas. «Mas porquelos hombres se enfadan y hartan presto de oír las cosas que másles convienen, para que de buena gana les den oído, muchas ve-ces es menester azucararlas, y hacerlas gustosas con el lenguaje,en que se las proponen»17, y un buen conocimiento de las fi-guras literarias y de la estructura musical del idioma resulta, pues,imprescindible.

A mi juicio, uno de los manuales más útiles para compren-der la forma en que se construía un sermón en el siglo XVII esla Retórica cristiana de Escardó, delicioso libro que tiene la venta-ja de resumir sus conclusiones en una serie de reglas prácticas,

17 JUAN DÍA/ RENGIFO, Arte poética española, Madrid, 1606, p. 6.

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destinadas a resolver los problemas más urgentes del predi-cador.

Por ejemplo, está claro que hay que conmover a los demás.pero se supone que, para eso, uno debe de compartir los senti-mientos que se propone provocar. Entonces ¿qué puede hacerel sacerdote que no sienta nada? Y viene la respuesta: «para mo-verse a sí, y a otros, se han de amplificar las cosas, y hacer des-cripción de ellas tan al vivo, como si las viésemos, y luego saldránlos afectos»l8. Así, aplicándose a sí mismo la técnica descriptiva,tan cara el espíritu barroco (y más entre los jesuítas, y Escardólo era), el propio predicador es el primero en ceder a la fascina-ción de los encantos que maneja.

Es muy importante el papel de la imaginación. Nuestro autorrecomienda al que ha de pronunciar una homilía que «pase porla fantasía las imágenes que representan la cosa que se ha de tra-tar; porque mucho más mueve lo que vemos con los ojos, quelo que oímos». Por lo tanto, hay que presentar a los oyentes lascosas como si las estuvieran viendo. Y recordemos que en mu-chos lugares, como en el influyente Arte de la pintura de Pacheco,se compara al pintor y al orador.

Pero se trata de mover la voluntad, y no se quiere lo que nose conoce, según la tradición aristotélica. Luego es preciso «quese convenza primero con razones el entendimiento; y que la doc-trina sea fácil, clara, y no muy especulativa, ni de mucha agude-za»19, teniendo cuidado de particularizar, pues siempre intere-san más los detalles que las generalizaciones, y de aclararlo todocon comparaciones y ejemplos. Además, el tema del sermón hade ser adecuado para conmover, pues realmente hay materias másfértiles en emociones que otras.

Pero no hay que extenderse mucho: decir pocas cosas, clarasy muy repetidas. Insistir sobre el sentimiento provocado mediantela reiteración del estímulo. Variaciones, sí, pero sobre el mismoterna, remachando bien, porque «de la manera que un clavo cuan-

' más golpes le dan más firme queda, y más metido en el lugar

JUAN BAUTISTA ESCARDO, Rhetorica christiana o idea de los que dessean pre-pon espíritu, y fruto de las almas, Mallorca, 1647, p. 336.

Ibídem.

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donde lo hincan; así sucede a los afectos que se mueven en lavoluntad»2".

Mucha importancia le da Escardó al uso de la voz, al dife-rente empleo de los tonos, según el momento y el asunto, mo-dificándose de una frase a otra para así mantener viva la aten-ción y acentuar el efecto de las palabras sobre el oyente. Peropara una reforma de la vida, nada mejor que una fuerte impre-sión. No olvidemos la tradición de conversiones radicales debi-das a un fuerte choque emocional, como las de Francisco de Borjao Miguel de Manara. Y aquí resultan poderosas auxiliares lasimágenes, particularmente el crucifijo. Este deberá ser bastantegrande, aunque no tanto que no se pueda mover a voluntad, ydeberá sacarse sólo en algunos sermones muy importantes y, enéstos, tenerse escondido y hacerlo aparecer por sorpresa, paraque así haga más impresión, como reconoce el autor. Y añade:«Si cuando saca el Cristo la gente llora, no la haga callar; porquecesará el llanto, y entrará la imagen fríamente; y no es razón, queel efecto vaya en disminución, sino en aumento: y, por eso, losoradores, en habiendo movido el auditorio, luego se dejaban conla emoción, que es muy buen dejo, y daban fin a su oración. Perosi los gritos, que dan los del auditorio, son tan grandes que nose pueda oir lo que dice el predicador, entonces hablará con ac-ciones, dándose golpes en el pecho, señalando con el dedo lasllagas, los clavos, las espinas, besando el Cristo abrazándole, dandoalgunos gritos, y diciendo algunas palabras de grande efica-cia»21. Emoción, sí, y aun amenaza desbordante, pero encauza-da, controlada, llevada a un fin cotidiano y sereno: la vida moral.Pasión, desde luego, que estalla en gestos y llanto, pero cuida-dosamente planificada, medida por una mente clara, que la ana-liza racionalmente. Qué profundamente barroco, qué contenidotorrente el sermón perfecto concebido por Escardó.

Por último, recordar que es el propio Concilio de Trento elque aconseja a los párrocos atención a sus prédicas, recomen-dándoles, por cierto, que se esmeren en pintar a sus feligreseslas delicias del cielo, para que así las deseen con impaciencia y

\1 Op. cit., fol, 338.

21 Op. cit., fol, 344.

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I N T R O D U C C I O N

pongan los medios para alcanzarlas. Y concluye: «¡Oh cuan ama-das son tus moradas, Señor de las virtudes! Codicia, y desfallecemi alma por los atrios del Señor, mi corazón, y mi carne se ale-graron en Dios vivo. Que éste sea el afecto, esta voz común de-todos los fieles, así como los párrocos lo deben desear con ve-hemencia, así también lo deben procurar con el mayor desvelo» -.

E L T E M A D E L A S P O S T R I M E R Í A S

Uno de los asuntos favoritos de los predicadores era el dela vida ultraterrena. En efecto, tenía el encanto seductor de lodesconocido y lejano, lo que, por mucho que se repitiera, le da-ba un aire siempre novedoso; además, era particularmente aptopara conmover, pues reducía la mítica lucha entre bien y mal,luz y tinieblas, al ámbito del corazón humano, haciéndola así ín-tima y apasionante. Permitía, para reforzar esta capacidad de con-moción, recrearse en especulaciones imaginativas, utilizando elmétodo descriptivo, tan recomendado, como hemos visto, y ha-lagando así los sentidos y la fantasía del oyente, excitando su te-mor o su deseo. Y este temor y este deseo se podían orientarprácticamente hacia la reforma moral y la fidelidad a la Iglesia, úni-cas vías seguras para lograr lo anhelado y evitar la causa del miedo.

Así pues, como ya dice, con su habitual acierto, Caro Baro-ja, el Barroco supone la fijación definitiva del modelo de vidadespués de la muerte, la creación, completa, coherente y deta-llada, del mundo de ultratumba. Y el tipo establecido entoncesha perdurado hasta nuestros días. Será un mundo sensual y va-riado, descrito con precisión y que se parecerá mucho a los idealesY los tipos de las artes visuales de la época. Aparecerá como unreflejo mejorado de la vida cortesana, y los predicadores seránsus portavoces, particularmente los jesuítas.

Pero aunque la especulación, puramente imaginativa, (pues

Catecismo del Santo Concilio de Trento para los párrocos, ordenado por disposi-Cl°n de San Pío I/ Madrid, 1785, p. 85.

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(í F. O C; U A F I A 1 )F . L A F, T E R N 1 D A 1)

la razón, aun en el caso de llegar al convencimiento de la exis-tencia de una vida inmortal después de ésta, no puede dotarlade contenido) codifique definitivamente en la Contrarreformasu visión de la eternidad, el de las postrimerías es un tema muyantiguo en la tradición de la Iglesia, lo que resulta explicable,pues trata de algo que halaga una vieja ilusión del hombre: suinmortalidad personal. Y si además esta inmortalidad se desen-vuelve en un mundo no absolutamente distinto de éste, aunquesensiblemente mejor, y se garantiza, además, un castigo para losmalvados que restablezca el equilibrio entre virtud y felicidad,injustamente roto en la tierra, al menos para una mirada super-ficial, la tentación de creer en nuestras ilusiones es irresistible,tan hondamente llegarán a conmovernos. Por eso desde muypronto nos encontramos con visiones del Cielo y del Infierno,que varían y se enriquecen a lo largo de la historia del pensa-miento cristiano.

Las descripciones del mundo de ultratumba aparecen ya enlas Actas de los mártires y se continúan durante toda la historiade la Iglesia, de modo que los escritores barrocos se encontra-ron con un terreno bien labrado y abonado. Ellos, sin embargo,al hablar de esta vida trasmundana insisten sobre todo en los as-pectos plásticos y en los goces de los sentidos, que, si bien cons-tituyen la gloria accidental, siendo la esencial la unión espiritualy plena con Dios, eran más apropiados que ésta para despertarlos sentimientos de los fieles de una época tan sensual como elBarroco, y, por su apelación directa a la sensibilidad, más indi-cados para despertar deseos anhelantes o temerosas repulsas, yes el conocimiento (aunque aquí sea inadecuado, por provenirde la opinable y dudosa, aunque poderosísima, fuente de la ima-ginación, y no de las más seguras de la razón y la experiencia,mudas ante un mundo cuya misma existencia es ya cuestionabley, de hecho, no sé puede demostrar, por lo que sus característi-cas no pueden basarse en otra cosa que en la fantasía y en la auto-ridad de escritores antiguos, que no tenían tampoco más baseque su ilusión y alguna tradición folklórica) es el conocimiento,repito, unido al deseo, lo que puede robustecer la voluntad yorientarla a una reforma de las costumbres. Así, la vida celestial,que ha sido diseñada conforme a la estructura de la vida terrena.

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I N T R O D U C C I Ó N

se convierte a su vez en modelo ideal de ésta, en su meta y suculminación, cerrando un círculo de relaciones complicadas. Yesta cercanía comprensible, unida a la lejanía de saberla inalcan-zable si no es después de la muerte y a través, justamente, de lavida, de una vida moral y religiosa, da mayor fuerza a la evoca-ción de las postrimerías, las introduce más profundamente, hun-diendo sus raíces en nuestros más ocultos instintos. Así, la ex-periencia del fiel era más fuerte, la conmoción más intensa, y elpredicador podía estar seguro de la efectividad de su sermón,como el escritor de la eficacia de su libro, cuando tocaban estostemas. Todo esto, fortalecido y auxiliado por el florecimiento deun estilo artístico particularmente apto para conmover íntegra-mente al hombre en toda su complejidad, determinó la abun-dancia de referencias al Cielo y al Infierno durante el siglo XVIIy el pintoresco detallismo de sus descripciones.

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I . E L I N F I E R N O

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1 . D E S C R I B I R E L I N F I E R N O

Un siglo sensual, fastuoso y amigo de ceremonias y espec-táculos, como fue el XVII español, parece que no habría de en-contrarse muy a gusto pintando los tormentos infernales, perola contradicción desaparece si se piensa que era precisamente re-pulsión lo que se trataba de provocar. Asco y miedo, náusea ytemor tan fuertes como para lograr que se apartase del vicio unacarne débil, que huyesen del deleite unos nervios excitables ytensos, casi sonoros, como cuerdas de guitarra; que viesen unpeligro en el placer unos sentidos despiertos y afinados por unsabio adiestramiento. Además, la sensibilidad barroca fue tan exas-perada y lúcida que ya veía en cada cosa un anuncio de la muer-te, un proceso de disolución, pues estaba educada para percibirlos cambios más imperceptibles, la labor callada e implacable delas horas, «las horas, que limando están los días». Y ni aún elsuave roce de la lima pasa inadvertido a los ojos del discreto. Si-glo de espejos y relojes, donde todo se contempla hasta su fon-do y donde todo se sujeta a ritmo y medida, aun la labor de lafuerte, que se vuelve tiempo y hora: reloj. Como se vuelve re-ilejo especular, porque el espejo nos revela lo ajeno de la imagenY nos otorga la distancia propicia para el análisis, intelectualizaa Percepción, refina el sentimiento filtrándolo, revelando la inac-esibilidad de lo asequible. Siglo de retratos que son radiogra-

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c; E o c; R A F I A i ) K L A E i h R N i n A n

fías del alma, y cuyos hombres sabían unir, al placer de besarunos labios, el consciente aflorar, en los dientes, de la calaveraEncontrarse un esqueleto entre los brazos es una vieja lecciónmoral que el español del XVII recibía a diario. Para este lúcidoobservador, el mundo, tan apasionadamente amado, se presen-taba en su verdad, como apariencia y transcurrir. Como aparien-cia, pues sólo tenemos percepciones de las cosas, y no su serComo transcurrir, pues todo, desde el momento mismo del na-cimiento, emprende la fatal carrera que le llevará a la tumba. E]mundo, la vida, es sueño, pues no es más que un aparecer y un

desvanecerse. La muerte nos acompaña, forma parte de noso-tros. Estamos ya disolviéndonos, el yo que éramos hace un ins-tante ya no es, se ha perdido en la nada. Y a todo esto se llega,no a partir de un rechazo del mundo, sino precisamente graciasa una entrega a él cálida, despierta, irreversible e implacable, através de una aceptación del cuerpo que perdura más allá de latumba, que analiza la labor del gusano con desesperado amor,con clarividencia apasionada. Tal vez tanto amor a la vida y unaconsciencia tan alerta, juntos, sofíTa causa de que Ja gente de laépoca sea tan profundamente religiosa, sejidhiera con tal fervora_silTe7J^ftJuc[necésitan que haya algo inmóvil, perdurable, por-qytTse^aferran a la creeriaa TñlíI|^Viv~ó~pl^^para cjuíeTnTla~cTuTá"cuírT ño'liigTíifique aniquilamiento. Quizá poreso pintan el Cielo tan semejante a la tierra, a esta vida de aquí,adorada e irrenunciable, en el suelo y bajo el sol. Y quizá poreso lo más aterrador del Infierno sea su condición de definitivosepulcro y, para una época estética y gestual, la confusión, ca-rente de ritmo, huérfana de ceremonias, y la penumbra, falta delcontraste de la luz y de la gala de los colores. Y esto, unido ala perspectiva de atroces padecimientos físicos, podía connio-cionar al español del XVII lo suficiente como para transformarsu vida y convertirse.

Por eso las descripciones de las penas del abismo eterno sontema favorito de los predicadores. Así lo reconocen varios auto-res, como Xarque, que dice: «Pues si tanto fructifica en los cora-zones humanos la memoria del infierno: si es así, que Oderunpeccare male formidine poenae, el miedo de la pena tiene a ravla insolencia de los malos; bien se deja entender (...) la

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E L I N F I E R N O

1' ción que tiene cl orador cristiano de injerir este tan im-° asunto siempre que pueda en sus sermones, pues sien-

los oyentes por la mayor parte enfermos de varios achaques,udente, y crucl sería el médico, que por no desabrirlos, re-

B*rase en recetar esta purga, que aunque amarga, lleva consigoF salud, y la expulsión de los malos humores, que ocasionan laenfermedad, y conducen a la muerte eterna'. Así pues, aunque'«¡pintura de tantos males parece que va en contra del espíritu« aquel tiempo, que tendía a presentar la religión como algoamable y a teñirla con tonos tiernos y seductores, no puede de-jarse de lado, precisamente por su capacidad para mover los afec-tos fm principal del sermón. Y no se excluye tampoco cierta com-placencia artística por parte de los autores sagrados, que, hijosde su siglo al fin, no podían renunciar a un cuadro, si terrible,variado, vivido, plagado de pasiones extremas y de expresivi-dad- Además, toda sociedad necesita reflejar culturalmente suspropios fantasmas, sus miserias y sus terrores, el lado negado desu realidad. Y las descripciones del Averno se adaptaban perfec-tamente a este fin. Esta triple función, ética, estética y social, ex-plica la abundancia de ellas a lo largo de todo el siglo.

3} Las principales características del Infierno están ya fijadas des-de el siglo anterior. Pedro de Medina, por ejemplo, nos da yauna visión muy cercana a la iconografía barroca, y aun incluyeuna memorable semblanza de los demonios: «Son más negrosque la pez, como aquellos que toman la color del fuego en quede continuo arden, que es madre de todo negror. Sus caras sonmuy espantosas. Los ojos tertuliados, saltando de ellos centellas,

atices rebajadas, o muy romas, o muy gruesas, o muy al-muy delgadas fuera de toda manera. Las mejillas consu-. Las bocas muy grandes y muy abiertas, como aquéllos

•siempre infingen tragar. Los dientes muy agudos. Las gar-s muy anchas, todas las otras hechuras, por esta manera,

son bocas. Todos son uñas, de todos salen llamas de fue-c , ly quemantes, por ojos, por orejas, por narices, por bo-p '. 's una imagen fuertemente expresiva, vivaz, y con un aire.

PPar, de estampa devota, de pliego de cordel, que, a pesar de

A- XARQUE, op. fit., p. 402.

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(; F. O <; R A F I A I ) F. L. A K T E U N I D A D

su voluntaria ingenuidad (no tan ingenua, por querida) no pier-de su poder aterrador, aun para nosotros, sobre todo al final.

Y éste es el tono general durante todo el siglo XVII: expre-(más

rñcntc^, 3etaTfe£éxtremecedores y deseo de horrorizar. Por repeti-do, el tema se hace común y se tiñe, a veces, de comicidad. Pero, sinembargo, nunca le abandona su fuerza y su capacidad de convic-ción. Como no perdieron su facultad de asombrarnos las metáforasde la poesía de la época, con ser tantas y tan extremadas que lospoetas, compitiendo por lo peregrino, hacían cotidiano el milagro.

2 . E L L U G A R D E L I N F I E R N O

El infierno es el lugar donde los pecadores reciben un tor-mento eterno, primero sólo en su alma y, a partir del Juicio Fi-nal, también en su cuerpo. Es cierto que los malos pueden sercastigados en esta vida, y ya veíamos, en capítulos anteriores,cómo algunos sucesos, por ejemplo las derrotas militares, se in-terpretaban como castigo divino. Todavía, en el lenguaje popu-lar, se suele decir «castigo de Dios» cuando alguien «recibe sumerecido». Pero la realidad, triste realidad a los ojos del justodesdichado, es que a los malvados no siempre les va mal en estavida. Incluso parecen triunfar y ser felices. Su castigo, por tanto(pues no puede dejar de haber un castigo) vendrá después de lamuerte. Porque, en verdad, el objeto último de la ética, sea pa-gana o cristiana, es hacer felices a los hombres. La virtud no esun fin en sí misma: es el medio para alcanzar la dicha, radiqueésta en el perfecto equilibrio del hombre consigo mismo o enla unión definitiva con Dios. Ahora bien, cuando la piedad setorna en religión positiva, y cuando esa religión se vuelve dog-ma, como sucede con el catolicismo contrarreformista, las rela-ciones éticas se resuelven en pura exterioridad. La virtud pierdesu sentido último y rico y se confunde con las obras buenas pres-critas por los mandamientos, obras que serán igualmente váli-das, según el dogma, si se realizan de forma fría y superficial.

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Importan los hechos y sus accidentes exteriores, no los verda-¿eros sentimientos, no las circunstancias anímicas. Y eso se ve^uy bien si leemos las obras de casuística. Lo importante es elaparecer: no vale sólo ser bueno, sino parecerlo. Las obras lite-rarias sobre el honor son buena ilustración en este punto. Y estaexterioridad de la virtud se extiende también a su premio. La fe-__licidad ya nges una íntima satisfacción, un gozo interior, un£S-ffí~éñ~p2Z consigo, sino que sc_confunde con el éxito, con el ble-ffésTáT social, con cltr iunfo cortesano7La VirFüd yrálio~es"taTy;',p"oTTáTito7 ya no lleva_aparcjado'^rrpfopio premio, que es ellanJSrnTc'n cuanto enriquecimiento del ser humano. DeTolqulTse"trata ahora es de las Emcnas ól)"r¥s^^üyo^remíó"Tíer5effa"s"erálgotlíraleáToTrcr Jero esta, terrestre e inco'iísTaritt1,ncTsíempre sonríe al más devoto, sino que suele acaecer lo con-trario. El catolicismo no cree, como los protestantes, que la pros-peridad sea un indicio de qúe~somo!j buenos a los ojos de Bies.Kmenudo sucede lo opuesto, quea los suyos por sus pecados, como se castiga al hijo y se es indi-ferente a las faltas del extraño, o permite que sufran sin motivo,para probarlos, y que triunfen los malos, para que sea más es-pectacular su caída. De modo que la dicha, proclamada y un pocorimbombante, se concebía como un premio para después de lamuerte. Y esta exterioridad de la moral se refleja en el Cielo ima-ginado que, más que felicidad, promete placeres.

Y, para restablecer totalmente la justicia, el malo debe ser cas-tigado. El hecho de ser un malvado, de comportarse de formaindigna, de ser miserable y mezquino, no les parecía bastante cas-tigo a los católicos. No es suficiente con empobrecerse, con en-vilecer su vida y su ser, con verse forzado a convivir con el pro-pio embrutecimiento y la propia maldad: esta íntima desdichales parece demasiado poco. La pena ha de ser pública, la degra-dación interna pierde importancia frente al desprestigio exteriorque supone ser desterrado de la corte celestial. Y, por tanto, des-pués de la muerte, y por toda la eternidad, el malvado penaráer» cuerpo y alma. Jamás entrará en la Ciudad de Dios.

Este destierro eterno podría cumplirse en cualquier parte, peroel equilibrio intelectual de toda doctrina bien construida exige^Ue, como hay un lugar para el gozo, haya otro para la pena. Y

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C V. O C H A P I A 1) K I A H T 1: U N 1 1> A I )

así, al Cielo se opone el Infierno. Ambos se enfrentan y se co-rresponden: detalle a detalle, uno es negación del otro. Y ambosadquiren su verdadera importancia después del Juicio final, cuan-do, unidas de nuevo las almas a los cuerpos, se puedan disfrutaro padecer en toda su plenitud. La simetría es perfecta, y así co-mo algunos santos especiales resucitan y suben a la Gloria encuerpo y alma, así también hay algunos condenados que pade-cen anticipadamente las penas corporales, sea en el Infierno osea en sus propias tumbas. Un autor afirma que «De los cuerposde los condenados se burlan y escarnecen los Demonios, y cuandoDios lo permite, los desentierran y los sacan de las Iglesias arras-trando»2. Pero, no contentos con manifestar de este modo surespeto por los lugares sagrados, a veces, impacientes, abrasancon el fuego infernal el cadáver dentro de su sepulcro. El mismoautor cuenta algunos casos: «Otras veces no sacan los Demo-nios de las Iglesias los cuerpos de los condenados, porque en ellasles dan las penas, que dispone la divina justicia, como se vio enel cuerpo de un tintorero de Roma, enterrada en el templo deSan Jamario Mártir, que la noche siguiente oyó el sacristán quesalían de la sepultura unas tristes voces, que decían: Estoy ar-diendo, estoy ardiendo»3. O este otro, aún más impresionante,y más cercano geográficamente: «A un cortesano de la provin-cia de Valencia, que había cometido cierto pecado deshonesto(y murió de repente al séptimo día) enterráronle en la iglesia, yde su sepultura comenzaron a salir vivas llamas, que duraron mu-chos días, y fueron consumiendo toda la tierra, que estaba sobreel cuerpo difunto, cuya carne y huesos también se revolvió enllamar». Pero estos casos, por llamativos que sean, no dejan de-£er excepciones. Por lo general el muerto reposará en su tumba,y el alma sufrirá en el Infierno hasta que, tras el universal acaba-miento, cuerpo y alma se unan, en el resucitado, para compartirel padecer en los sombríos calabozos intérnales.

*"" Pero, como se preguntan los manuales de la época: ¿qué lu-gar es éste del Infierno y dónde se halla? La respuesta suele serque se encuentra en el centro de la tierra, bajo este suelo que pi-

2 JOSÉ OK SANTA MARÍA, Triunfo del ayta bendita, Sevilla, 1642, fol. 12'

3 ¡bídem.

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El I N P: I E li N (1

sarnos cotidianamente, y que (aquí se dividen las opiniones) setrata de un pozo muy hondo o de una cárcel muy oscura. O delas dos cosas, o sea, una cárcel en el fondo de un pozo.

La situación en lo más profundo del mundo responde a unacostumbre muy antigua. Narraciones mitológicas y cucntecillos¿e tradición oral suelen hablar de seres a los que «se traga la tie-rra». En la Biblia, el Seol está en las entrañas de la tierra. La culturagrecorromana también situaba allí el reino de Hades, en el mismolugar en el que se encuentra el infierno musulmán. La Divina Co-media recoge esta triple tradición en su viaje a los abismos. Noes extraño, pues, que todos los autores coincidan en este punto.

Por ejemplo, y empezando por lo más sencillo, en un peque-ño catecismo publicado en Lima, a la pregunta sobre qué es elInfierno, se responde: «Un lugar en el centro de la tierra, dondelas almas condenadas padecen eternamente penas gravísimas defuego, y todas las que se pueden imaginar, sin un instante dedescanso, sin fin jamás»4 . Es una definición breve y precisa,donde sólo se dice lo esencial, y entre esas características funda-mentales se incluye la situación tal vez como una cuestión de si-metrías: si el Cielo está en lo más alto, en la esfera superior, alInfierno le corresponde estar en lo más bajo, en el centro de laesfera inferior. Si aquél evoca aire, luz y libertad, éste nos traea la mente sofocamiento, tinicbla, encierro. Si aquél nos rescata-rá de la tumba, éste nos hunde más profundamente en ella.

El impagable librito del P. Martín de Roa, uno de los máscompletos y detallados, lo sitúa así: «Este lugar es una cueva, si-ma, o seno de la tierra en lo más profundo de sus entrañas, veci-no a su centro, ancho, y largo, cuanto sufrirá la grandeza de latierra, que ocupa, como dicen, once mil leguas en su redondo,Y cuanto será necesario para la muchedumbre de pecadores, que2lli han de guardar perpetua carcelería» \í incluso se nosinforma de las dimensiones exactas, y la fijación de un espacio

FRANCISCO DE LA CRUZ, Breve compendio de los misterios de nuestra SantaCatólica, Lima, 1655, p. 121.

^ . MARTÍN DK ROA, Estado de los bienaventurado!, en el cielo, tic1 los niños en el. °> de los condenados en el infierno, y de todo este universo después de la resurrección,

yJu'cio universal, Barcelona, 1630, fol. 88.

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<; F. o (; K A r- i A i ) i-: i A E T E R N I D A D

limitado y estrictamente cerrado produce una sensación de an-gustia, reforzada por la mención, que se hace inmediatamente,de la muchedumbre enorme de gentes que habrá de albergar.

Por su parte, el padre Nieremberg apunta: «Otro género depena de gran trabajo y desconsuelo es la del destierro, la cualpadecerán los condenados en sumo grado; porque serán deste-rrados al lugar más apartado del cielo, y más calamitoso de to-dos, que es en lo profundo de la tierra, donde ni el Sol del día,ni las Estrellas de noche verán, donde todo será horror y tinie-blas»'1. Se establece una realidad paradójica: estar desterrado.en la tierra, a fuerza de estar enterrado. Se insiste en la extremalejanía del Cielo y en el hecho de que es un lugar tenebroso. To-dos los autores añaden que, aunque está lleno de fuego, es unfuego especial, que no alumbra. Como tampoco brillan, en loprofundo, las llamas celestiales, los astros. Así, se está en el mundocomo en un lugar extraño, sin puntos de referencia en la oscuri-dad. Todo es siniestro y oscuro, todo desconocido. La patria te-rrestre se revela, en su fondo, en su corazón de fuego, como ex-traña y terrible, como destierro, verdaderamente, pues en ella nohay nada en que reconocerse. Y para un amante de esta vida deacá, para un observador apasionado y despierto, tal vez ningúntormento más terrible que este desconocimiento, este extravío,súbito rostro hostil de la entraña del mundo.

Otro libro nos dice que el Infierno «es una concavidad a ma-nera de calabozo, que Dios les tiene preparada en el centro dela tierra, llena de fuego de azufre de la manera que acá un estan-

' gue está lleno de agua»7. Aparece aquí otro elemento que, porlo general, se asocia siempre con los poderes diabólicos: el azu-fre. Suelen identificarse las apariciones diabólicas por el intensoolor a azutre que dejan tras de sí. Y esto encierra una cierta in-coherencia doctrinal, pues el azufre simboliza, y así lo recogela tradición alquímica, la purificación profunda. Por tanto, su lugaidebería estar más bien en el purgatorio, que, como su nombre

11 JUAN EUSEHIO NIEREMBERG, De la diferencia entre lo temporal y lo eteLisboa, 16S3, p. 329.

7 SEBASTIÁN IZQUIERDO, Consideraciones de los quatro Novissinws delMuerte, Juicio, Infierno y Gloría, Roma, 1672, p. 229.

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I I I N F 1 K U N O

• dica, es el crisol en el que se purifican las almas, pero no en1 Infierno, sede de lo impuro por antonomasia y donde no existe•ngUna esperanza, donde no es posible una transformación, don-

de las almas están condenadas a no limpiarse jamás. Único lugarnue el pensamiento puede concebir donde el sufrimiento es to-jíjl y definitivamente estéril.

También en los sermones se insistía en esta localización. Porejemplo, en uno, dedicado a San Pascual Baylón, leemos: «In-fierno quiere decir lugar que está debajo en el centro de la tie-rra»" Y se añade que, aunque pueda parecer inconcebible, aúnhay infierno del Infierno, un lugar aún más hondo, donde resideel mismo demonio, en lo más profundo de lo profundo, en elcorazón del corazón de la tierra. Y en esta opinión lo acompa-ñan otros autores, como lo acompaña la iconología, a juzgar porlos grabados e ilustraciones, tal vez sin caer eri la_cuenta cíe queesta opiniójTjj^r^nj^xtraña^pTry^^tu5~á""5Iíanj¿j:l .centro nVj I Jmvrrsn

CJñíTvez localizado el Infierno, nos ocuparemos de lo que su-cede en su interior, de quiénes son sus habitantes y cómo se dis-tribuyen en su espacio. Sobre esto versará el siguiente capítulo.

C O N D E N A D O S Y V E R D U G O S

Los primeros habitantes del Infierno fueron los ángeles caí-os. Allí perdieron su gracia, su belleza y su dicha, aunque no

su poder. Transformados en demonios, aprovechan este poderPara arrastrar al hombre a su perdición, pues no pueden sopor-tar que una criatura inferior, tosca e imperfecta, alcance la felici-dad que ellos perdieron. Así, hicieron pecar a Adán y Eva y, desdeentonces, son los enemigos implacables de la humanidad. El dia-- ' <<en las tinieblas profundas da con un hombre. Si hay pro-undos de miserias, ahí hace encallar las almas; si hay apreturas

sus profundidades, mete al que le sigue; si cárceles en sus maz-

FRANClsco LÓPK/, Sermones, Madrid, 1678, p. 270.

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T, E O G R A F Í A I) I L A F T K l< N I I) A I)

morras, si pozos en sus honduras, si mares de trabajos, en suscavernas»9. Persigue incansable al hombre, tratando de precipi-tarlo en su abismo de tormentos, y, si puede hacerlo, es porqueconserva, junto con un poder considerable, una inteligencia su-perior a la humana (pues al fin y al cabo, aunque caído y perver-so, es un ser puramente espiritual) y además un cierto poder deseducción, como un eco de su perdida condición de ángel. Esseductor verdaderamente, y aun puede revestirse de una menti-da forma hermosa, puramente aparente, por supuesto, pues nopuede haber belleza verdadera en quien es compendio de todomal. Puede presentarse bajo los aspectos más variados, halagaral hombre de las más diversas maneras. Incluso toma a veces apa-riencia de ángel bueno o incluso de persona divina. Resulta enverdad tentador: profundo psicólogo, sabe el punto débil de ca-da uno, conoce al que caerá simplemente por unas monedas yal que se dejará enredar en el cebo del poder. Conoce al orgullo-so y al esclavo de la envidia. Sabe tratar al que no resistirá unhalago a su vanidad, al que se rendirá fácilmente a cambio dtun puñado de placeres o al que se precipitará en el abismo, in-cluso a sabiendas, detrás de una sonrisa y unos ojos claros. Ysólo tras la perdición se quitará la máscara de cómplice y apare-cerá su verdadera condición de verdugo. Sólo entonces las adu-laciones se tornarán en desprecio, y a aquél al que le ofreció to-do el mundo le dirá que se ha vendido por nada, por un pocode polvo, de ruido y de reflejo. Porque el diablo, que, como serespiritual y sapientísimo, sufre colTmás^ínrem^dTdTá^amargur.ide su^esTimTy^rdcrToTaríicne por oficio^¿entro_del Jnficr

F I I N f I E H N O

de SU UeSUHU y su uniría, v¿x-.¿^ ^^» " ' rrzr -

atorniéntaf^Tos~coñ3cñadx35^ysométeflos a_ suplicios-variadose in£rlísü^íñtorescóf. SórflólTdenionios dueños y reyes del rei-no inferñaTy ejercen su función de sayones con eficacia pero sinentusiasmo, pues ellos mismos sufren un tormento atroz y nadpuede aliviarlos. Y en efecto, ¿qué mayor castigo que tener qinemplear su elevada capacidad mental, su enorme sabiduría y suconsiderable poder en tarea tan baja y miserable como tentar A*-'la forma más sagaz y atormentar del modo más adecuado a cri.i-

9 LORENZO DE ZAMORA, Discursos sobre los misterios que en la quaresmti > ' < ' ' 'Ichraii, Alcalá, 1603.

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turas tan frágiles como los hombres, tan inferiores a ellos bajotodos los aspectos?

Puede resultar algo difícil de admitir que el demonio sea ver-daderamente poderoso, y los autores emplean páginas y argu-mentos sin fin para demostrar que este poder se ejerce sólo conpermiso de Dios y solamente hasta el punto que Dios quiere,V para hacernos ver que todo es por nuestro bien, para respetarnuestra libertad y porque la justicia divina no puede darnos unpremio tan desproporcionado a nuestra mortal condición, co-mo es la dicha eterna, sin que lo hayamos merecido a fuerza desufrimientos, luchas, dudas y lágrimas.

Lo cierto es que un Dios tan unilateralmcnte bueno comoel Dios cristiano, un Dios que se comporta según las mismas re-glas morales que dicta para los hombres, resulta poco satisfacto-rio a la hora de explicar el origen del mal, y exige por tanto unpoder contrario, un poder vencido eternamente, para garantizarsu condición inferior y sometida, pero lo bastante fuerte comopara que su derrota exija una lucha constante, hasta el día de ladefinitiva derrota, en el que irá a ocupar, ya para siempre, su pues-to en lo profundo, y, de enemigo, pase a ser eterno prisionero.Su posición, sin embargo, es especial, pues, como verdugo, esinstrumento de la justicia divina y por tanto, aunque opuestoesencialmente a ella, su colaborador. El castigado que castiga,como una paradoja inmortal, cuya propia inconsistencia aterraaún más que la concreta negatividad que se le atribuye. Dispa-rate viviente en quien se concentran todas las pesadillas, que vienea tomar su forma en el reflejo de todo lo que la mente rechaza,en lo negado. «Muladar, donde se arroja y junta toda la basuradel mundo, sentina de vicios», son los demonios, entre los jue-gos del infierno, «más temerosos y horribles que los mismos fue-gos»1", «espíritus malignos, sedientos de nuestra sangre», comoJ°s define finalmente el mismo autor. Pesadillas que surgen delo profundo.

Surgen de lo profundo. De lo temido, y también de lo re-azado. Venganza de lo vencido, que vence en el temor. Porque

MARTÍN PERAZA, Sermones del Adviento con sus festividades, Salamanca,r' *JJ.

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(; E O (; I! A I- I A D E L A E T E U N I 1) A 1)

todo comportamiento moral (todo, y no sólo el de la vida cris-tiana), toda conducta ética, supone el dominio de una parte denuestra vida instintiva, vencer instintos que pueden ser destruc-tivos, pero que son reales, y son parte de nosotros mismos. Cuan-do la conducta ética es consecuencia de una decisión racional.se parte de una comprensión de la naturaleza humana, de unaasimilación de su complejidad y un estudio de sus fuerzas en-contradas, y entonces lo rechazado no se niega, sino que sim-plemente se mantiene bajo control y se renuncia a ello por razo-nes determinadas y explícitas, libremente. Lo rechazado es asíno deseado, pues se opone a lo que se desea verdaderamente. Perocuando la conducta es resultado de la simple aceptación obedientede unas normas externas, sin decisión realmente libre, sin análi-sis racional, lo prohibido por la norma se niega en bloque, seexpulsa fuera de sí como irreconocible o innombrable. Es el mal,y no puede formar parte del hombre. Se atribuye también a algoexterior, al diablo, y a este mismo saco diabólico va todo lo in-comprensible, todo lo que, aun dentro de uno mismo, no se ajustaa la norma, y así el rostro del demonio es diferente para cadauno, está hecho con los propios fantasmas. Y esto permite unasingular venganza de lo negado, pues, al no intervenir la razónni una verdadera decisión, lo rechazado puede aparecer como de-seable, y es esta condición de objeto del deseo lo que otorga aldemonio, a ese demonio personal e intransferible, su tremendopoder, su sutil capacidad para tentar y también su carácter te-rrorífico. Gran parte de las descripciones del diablo parecen pro-ceder de un proceso semejante, a juzgar por su aire de pesadillasoñada, de sombra, amada y temida a un tiempo, de las propiascavernas.

Algunas descripciones son, por decirlo así, de primera ma-no, pues provienen de una aparición, como las que nos cuenta,por ejemplo, Marina de Escobar: «Se me mostró en forma deun hombre negro y fiero, en pie, los brazos delgados, como ju-mento, con muchos cuernecillos en la cabeza y una cola muylarga, que llegaba hasta el suelo. Otra vez le vi que estaba ha-ciendo unos visajes y torcimientos con el cuerpo y cabeza consus puntas, y metíala por medio del cuerpo y sacábala por lasespaldas, y luego quedábase puesto en su lugar.

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E L I N F I E R N O

Otras veces se me apareció en forma de toro, con el cuerpo,cabeza y puntas lleno de manchas blancas y negras, y hacía del

quería acometerme»".Menos explícita en su descripción es Hipólita de Jesús, quien

se lirrüta a decirnos, con precisión no exenta de encarecimiento,QÜC el diablo «es tan feo, que si una persona le viese, sólo de sufea vista moriría luego súbitamente»'-. Hay en estos seres asíevocados un eco de las antiguas gorgonas, como para recorda-nos la perennidad de los temores bajo distintos cultos.

Los otros habitantes del infierno son los condenados, que pa-decen distintas penas según la clase y cuantía de sus culpas. Parapintarnos su situación, un predicador de la época los comparacon los presos, y dice así. «Si cuando entramos en una cárcel real,y vemos tantos presos, unos consumidos de flaqueza, otros car-gados de cadenas, otros perecidos de hambre, otros puestos ala sombra encerrados en tinieblas acullá en las profundas bóve-das, donde no ven apenas luz de candil, que ni saben si es dedía ni de noche, viendo todo esto temblamos, y concebimos ho-rror y espanto, y procuramos con toda diligencia no venir a talmiseria e infelicidad, ¿qué será de nosotros cuando nos llevenarrastrados por el cuello a ver aquella carcelería de Dios, y lostormentos no imaginables, que allí se padecen?» ". No se olvi-da tampoco de los carceleros, y añade seguidamente: «Espíritustiene Dios en aquella cárcel, verdugos de su justicia, deputadospara tomar venganza, que con gran furor castigan a los malos:y no con menor contento que aborrecimiento». Es de notar quelos diablos ahora parecen haber perdido todo su carácter de re-beldes, toda su fundamental oposición a la divinidad, para con-vertirse en sus decididos colaboradores, en los aborrecibles, pe-ro necesarios, no lo olvidemos, necesarios, ejecutores de sus con-

I mCitada en MANUEL SERRANO Y SAN7, Apuntes para una biblioteca tic es-

critoras españolas desde el año 1401 al 1833, B.A.E., Madrid, 1975, 4 vols., tomoU' ^ 393.í ,., HIPÓLITA DE JESÚS Y ROCABEKTI, Templo del Espíritu Santo dividido en cua-'K libros, Valencia, 1680, p. 301.

, TOMÁS RAMÓN, Conceptos extravagantes y peregrinos sacados de las divinasnanas letras y Santos Padres, para muchas y varias ocasiones que por discurso, del

' se ofrecen predicar, Barcelona, 1619, p. 216.

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G E O ( ¡ R A F I A 1 ) E L A E T E R N I D A D

denas justicieras. Por último, el mismo autor compara las penasy padecimientos de los condenados con su vida en la tierra, co-mo si el sufrimiento eterno fuera una especie de venganza porlos placeres terrenales, y dice así: «Allí se verán freír aquellas car-nes, antes tan regaladas, entre algodones y delicadas holandas;allí, abrasarse aquellos cuerpos, que en los pabellones llenos deflores se acostaban; allí, coronadas de fuego aquellas cabezas, qu,el oro, las piedras preciosas y el artificio de los más primos maes-tros coronaban; allí, las sayas riquísimas, vestidas de escarcha-dos, de fresos y romanos, convertidas en llamas de fuego qmcubren todo el cuerpo; por allí, los copetes, los garbos, los en-crespos, y enrizados, hechos de rayos de fuego riguroso». Es untanto desconcertante que nuestro predicador, en su intento diconvertir a los fieles y llenarlos de temor por el infierno, no fus-tigue sus pecados, sino las galas y adornos, que, si bien puedenser indicio de despilfarro, no son por sí mismos materia bastan-te para la condenación. Es como si la superficialidad de la ctic.i.su exteriorización, viniera a simbolizarse por esa sustitución delos más íntimo (una conciencia culpable) por lo más superfino:los trajes, las sedas, los adornos; como si la misma falta de con-sistencia, la propia transitoricdad de estos accesorios los convir-tiera en ejemplo ideal de una ética sin un fundamento interiori-zado, sin contenido racional.

Y los condenados ¿cómo reaccionan ante su desdicha eterna?Con intensa desesperación, sin duda, que se traduce en quejas

Acornó éstas: «¡Ay de mí, que abraso, que me abraso! Que me mue-» ro, que me muero, que reviento de dolor, que no lo puedo s u f r i r

un punto, que un momento se me hace cien mil millones de años,¿cómo lo sufriré por toda la eternidad? ¿Cuándo se acabará estor¡Nunca! ¿Cuándo se aliviará? ¡Nunca! ¿Cuándo saldré de aquí'¡Nunca! ¿Quién me sacará de aquí? ¡Nadie! ¿Quién siquiera secompadecerá de mí? ¡Nadie! ¿Qué no hay consuelo? ¡No! ¿Quc

no hay alivio? ¡No! ¿Y habrá esperanza alguna? ¡No! ¿Y de aquí.en cien mil años habrála? ¡No, ni por todos los siglos! ¿Pues quc

maré? ¡No hay que hacer sino morir y reventar!»14. Este impt"1-"

J4 -FBAtjCjSCO DE S ALAZAR, Afectos y consideraciones devotas, sobre los i]u<>''1'Novissimos, Madrid, 1663, fo l~74 .

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• nante monólogo de un alma que analiza su desgraciada situa-ón tiene un aire sombrío, de testimonio del más allá, y está ca-

c. ^temáticamente calculado, con creciente intensidad, para pro-ocar una fuerte reacción afectiva en el lector.

Una monja carmelita tuvo una visión muy detallada del In-ferno y de las actividades de demonios y condenados dentroAQ él. La cita es muy larga, pero vale la pena copiarla casi en sutotalidad, tanto por la vivacidad de la narración como por lo de-tallado de las descripciones. En primer lugar, Ana de San Agus-tín que así se llama la monja vidente, nos cuenta cómo veía caera los condenados en el infierno, y que sus compañeros de pade-cimientos, junto con los demonios «salían a recibir a los desdi-chados, llevando las insignias de los tormentos, que han de te-ner»15, detalle ceremonial muy propio del barroco, aunque im-propio del desorden y caos que eran de esperar en los infiernos.Luego, vio a las almas y a los diablos, en multitud innumerable,revolcándose en el fuego y ocupados en sus tristes menesteres,y describe así a los sayones: «Y vi los demonios con figuras des-proporcionadas, y feísimas, que de imaginar en ellas me causahorror, que como crueles verdugos tomaban venganza en las des-dichadas almas». Y lo hacen de las formas más inesperadas, puesprosigue: «Vi unos ferocísimos demonios con unas lenguas muydisformes, que causaban gran terror, y con ellas herían, y lasti-maban a los condenados», mientras gritan, aullan y braman deforma estremecedora.

En cuanto a los prisioneros de la cárcel eterna, según la mis-ma monja, su aspecto no puede ser más miserable. Están las po-bres almas «oprimidísimas, muy consumidas, desfiguradas, y conterrible y espantable fealdad, y están muy avergonzadas, desnu-das, y con gran confusión; tienen las bocas abiertas, y sacadas

s lenguas, y con grandes ansias y desesperación están diciendoa gntos sus maldades». Y todo eso mientras padecen torturas es-pantosas, aunque no más terribles que las que de hecho se apli-an en la tierra a malhechores o sospechosos, según deducimos

Su descripción: «Unos están colgados de los pies, y abajo, poT~1

FRANCISCO DE LA CRUZ, Desengaños para Vivir y Morir bien, divididos enPalabras, Ñapóles, 1684, 5 vols.,'vol. I I I , p. 119.

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C ; E O G R A M A D E L A E T 1: U N I D A D

las narices y boca, les están dando terrible ahumada. A otros losestán empringando y azotando. A otros asando. A otros ahor-can. A otros atan de pies y manos, y con argollas a las gargantaslos echan en unas mazmorras oscuras». Verdaderamente, parece]que, por desgracia, el hombre tiene más imaginación para ator-mentar a sus semejantes que los mismos demonios, aun ejerciendoestos su ministerio con criaturas que les son inferiores en rango.Por lo demás, este texto, claro, plástico, ordenado, tiene un airealgo distante, como si, más que contarnos una visión, una terrible experiencia, se nos estuviera describiendo un grabado. Asi,mientras el texto nos narra la variedad de los padecimientos, sutono mismo nos revela la objetividad exterior de un castigo quepor mandato y juicio de un otro, ejecutan otros en otra vida y ofivlugar, pasando el hombre, que debería ser el sujeto de la morala una actividad totalmente pasiva y verdaderamente enajenadaLa alienación de la decisión ética aparece aquí como extrañamientodel castigo.

Incluso los acaeceres terrenos pueden influir en la triste suertede los condenados, si hemos de creer al célebre y polémico obispoPalafox, que afirma: «Al alma de Lulero, comenzando por lo másbajo y hondo, se le aumentan sin duda accidentalmente en el in-fierno sus penas, cuando en este mundo se aumentan sus erro-res» "'. Es, sin duda, un consuelo pensar que cada victoria de lasarmas herejes agudiza y recrece el dolor del fundador de la sec-ta. Y es significativo que quien padece el recrudecimiento deldolor es sólo Lutero, y no todos sus secuaces, condenados co-mo él, se supone. Esta idea refleja el carácter a un tiempo unita-rio y fuertemente jerarquizado de la sociedad de la época, qiuconsideraba al jefe de una Iglesia o un Estado como el símboloviviente de toda la comunidad, en quien repercuten, como asuntopersonal, los triunfos o los fracasos de la colectividad que eneabeza (que encabeza, repito, pues el colectivo se entiende comoun cuerpo, unidad regida por él como la cabeza rige el organis-mos), y cuyos actos personales influyen también decisivamenten los destinos de sus subditos.

"' JUAN PE PALAFOX Y MENDOZA, Luz a los vivos y escarmiento en los mwtos, Madrid, 1665, p. 299.

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C L I N F I F R N O

por último, un resumen bastante completo de los temas e ideasue han sido objeto de este capítulo lo encontramos en el pe-

queño, pero memorable manual del jesuíta Martín de Roa.Comienza informándonos de que los condenados, si bien re-

sucitarán con cuerpos perfectos, serán feísimos, porque «La tris-teza y llanto, los gestos de boca y ojos, las arrugas de la frente,

torcimiento de rostro, que aún acá traen, la crudeza del dolorv el tormento oscurecer suelen la mayor luz de hermosura y aundesbaratar también la proporción de facciones, que en la sereni-dad y sosiego libre de semejantes accidentes suele gozarse, y lu-cjr»17. Así pues, su aspecto será lamentable, pero no acabaránahí sus cuitas, pues añade el tratadista: «Y aún podrá ser que al-gunas veces los demonios hagan parecer sus figuras en manerasespantosas, y abominables, para atormentar a unos con la vistade otros; como lo harán con las que tomarán ellos, mostrándo-seles en tales representaciones, que les causen mayor asombroy hagan sus penas más intolerables».

Una vez definidos los eternamente malditos atendiendo a uncriterio estético, primacía que no deja de ser significativa, es pre-ciso atender otra gran obsesión de la época: la jerarquía, el lugarde cada uno. Y aquí nuestro jesuíta discrepa algo de la opinióngeneral, instalándose en la duda. Dice así: «Puestos en el infier-no, qué disposición y orden de lugares hayan de guardar, si con-forme a sus deméritos más o menos bajos, si como colgados en-tre las llamas, no sabemos cosa determinada, aunque en algunasrevelaciones que el Señor ha hecho de aquel lugar, parece se déa entender algo de esto». Y pasa a contarnos unas visiones, máso menos completas, de las que puede deducirse que a iguales pe-cados ha de corresponder similar castigo.

Después, se preocupa el tratadista de la postura que adoptanlos condenados (casi no se habla aquí de los verdugos, en con-traste con la importancia que adquieren en otros autores) en tanAprobable espacio, y así nos enteramos de que «andarán los con-denados entre llamas, como peces en el agua, sin hacer pie en« suelo; que ultra del arder en ellas, no será pequeño tormento,estar colgados, como en el aire suspensos violentamente, traba-

7 MARTÍN DH ROA, op. cit,, fbl. 89.

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<; K o G u A F I A I ) E L A E T E R N I D A D

jando en su mismo peso, que los está inclinando a lo bajo». Estapostura, que contradice las leyes de la física, parece añadir unhorror más, una nueva monstruosidad, que convierte a los ha-bitantes del Infierno, no ya en rebeldes a Dios y a la religión,sino en opuestos al hábito mismo de funcionamiento de la ra-zón, a la propia estructura de la naturaleza. Son así verdaderosmonstruos, abominaciones extrañas a la humanidad, de ningúnmodo nuestros semejantes, lo que, por tanto, excluye la com-prensión y justifica así la implacabilidad de la sentencia.

Esta inestabilidad en la posición determina otra característica: ni siquiera habrá un miserable rincón, en ese lugar de dolo-res, que el condenado pueda llamar suyo, que pueda tener en cier-to sentido como su morada, espantosa y llena de tormentos, pe-ro de algún modo familiar. Y dice así nuestro jesuíta: «Piensanotros, que siendo tanta la muchedumbre de los condenados, noestarán repartidos en lugares, sino como piedras en montón, unossobre otros. Mas cierto parece que no tendrán lugares determi-nados y fijos, sino que los traerán los demonios de una parte ,¡otra, en un perpetuo trasiego» I K , lo que no excluye la diferen-cia de las penas, pues los sicarios infernales aplicarán a cada unodiversos tormentos, se halle donde se halle. Como ejemplo sinos cuenta una pintoresca visión de un fraile cartujo. Este se sintióarrebatado a un lugar oscurísimo, «donde vio un hombre senta-do en una silla de fuego, a quien unas mujeres muy hermosasentraban por la boca antorchas de fuego, y las sacaban por laspartes del cuerpo que habían sido instrumentos de sus pecados»:es el castigo del lujurioso, y los demonios han tomado aquí fi-guras atraycntes, olvidando su costumbre, tal vez para que la in-feliz víctima incremente sus padecimientos con el, aún más atro/,del deseo. A un señor cruel y despiadado con los vasallos le es-pera un castigo diferente, pues el cartujo vio como los diabloslo «desollaban vivo, y habiéndole fregado el cuerpo con sal, !<-'tendíañ"^l3rtrTrrra^párfínas~al ful^wTTnTcuañToirios malos curasyTTíoñjas7unc7s"verdugos íéíHñíos~¡e?ar¿al£aban_a^bjistones nu-dosos «hasta derramarles el cerebro por el suelo, yjjesencajan'-'slos ojos»7tonrieTítxrapT5pTac^^ para quienes an-

w Ibídctn, fol. 93.

14

F I I N F I E R N O

ciegos y sin juicio. Ante tortura tan repelente, casi sehace deseable el castigo de Judas, atado a una rueda que se des-peña, rodando sin cesar, de lo alto del Infierno a sus senos másprofundos.

Por último, a nuestro impagable tratadista le queda sólo unaduda por resolver: en qué lengua se expresarán los moradoresdel abismo. Y confiesa el jcsuita que no encuentra autoridadesque traten de este punto, pero que «parece muy conforme a loque leemos en las divinas letras, y escriben los santos de este lu-gar, que hablará cada uno la suya, como en casa de eterna con-fusión. Y será no pequeña parte de tormento, no entenderse losunos a los otros, hablando todos, y dando voces tantos de tandiferentes naciones, y lenguas». Verdadera atrocidad para una épo-ca tan lingüística que en ella todo habla: colores, muebles, ro-pas, flores, frutos, posturas, objetos. Y para un país de excelen-tes oradores. Y así termina su disertación sobre este punto el padreMartín de Roa, como finalizando con uno de esos sonetos, tanfrecuentes en el barroco, en los que cada verso está escrito enun idioma y las diversas lenguas se funden en la unidad del rit-mo. Del mismo modo, la confusión aparente de la Babel infer-nal se resuelve, oscuramente, pero con evidencia absoluta, en lacomunidad desgarradora del lamento.

L U G A R D E T O R M E N T O S|Ri ' '

fc\n el capítulo anterior, veíamos cómo los demonios castiga-

an a cada condenado con alguna tortura especial, adaptada asu personalidad o a sus pecados más frecuentes. Estas torturasresultan a veces rebuscadas y pintorescas, pero, al estar limitadas

algún individuo particular, no tienen fuerza suficiente para fi-gurar como características esenciales del Infierno, no pueden si-luiera definirlo plásticamente. Hay, sin embargo, otros tormentos1 serán aplicados a todos los condenados, que parecen ema-

j e la naturaleza misma del lugar infernal. Estos son los queÑutirán identificar inconográficamente al Infierno, los que di-

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(í E O (; U A F 1 A 1) 1: L A E T E U N ] I) A I)

señan sus características generales y aparecen en todas las decripciones, llegando a convertirse en tópicos o a confundirse consu definición misma.

Si el Infierno es lugar de tormentos, veamos cuáles de éstosson esenciales, cuáles son, por así decirlo, los castigos típicos,los umversalmente aplicados. Y, en primer y preferente lugarencontramos el fuego.

Son las llamas tan imprescindibles para este lugar que se Kllama, por otro nombre, el fuego eterno. Esta sinominia, si noexpresa total identidad (pues hay en el Infierno más torturas \s habitantes) sí nos revela la necesidad de este elemento en

toda descripción infernal. Cuando se nos recomienda, para me-jora de nuestras almas, que consideremos el castigo perdurable,apenas si se nos amenaza mas que con arder para siempre, de-jando de lado otras descripciones quizá más impresionantes. Vea-mos, por ejemplo, lo que se predica en un sermón para el tiem-po de Cuaresma: «Muertos o vivos, habéis de bajar a los infier-nos, como suelen decir, que muertos o vivos se ha de ir a San-tiago. Pues para no ir muertos allá, que no podéis volver, el re-medio es bajar vivos, considerar un poco lo que allá pasa en aquelfuego, aquella oscuridad y mudanza de tormentos, la confusión,y vocerío, vista espantosa de los demonios, soledad de Dios, com-pañía de enemigos»19. Este texto resulta interesante porque - 1orden sugiere una escala en las penas, de mayor a menor. El fue-go aparece en primer lugar, como lo primero que se aparece ,1la mente al pensar en el lugar de perdición, como la primera im-presión de los sentidos al contemplar una escena infernal. Su luz ,su calor, su olor acre, sus chasquidos, llegan lejos, imponen supresencia, impresionan varios sentidos a la vez y nos conmiu'-ven con un terror ancestral que brota del origen mismo de lacivilización. El temor al fuego es quizá el más instintivo de losmiedos. El hombre comienza propiamente cuando es capaz ui'vencer ese pánico y utilizar el fuego, controlarlo y manejarlo (au"antes de ser su dueño, antes de ser capaz de encenderlo). I'1-"1

el hombre no es sólo razón. Aunque civilizado, es un animal. }

19 BASILIO PUNCE DE LEÓN, Primera parte ¡k discursos para differetites t'i''"'Helios del año, Barcelona, 1610, fol. 39.

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E l I N F I I- U N O

instinto de animal, su irracionalidad mal controlada se apo-a de él en cuanto el fuego, esa fiera a medio domesticar, seuelve mostrando sus innumerables zarpas de luminosa muerte,devastación terrible y bella, en cuanto que aquél, que es fuente

je vida, se revela* de nuevo como amenaza (mostrando quizá lasencial crueldad de la vida misma). Ninguna catástrofe natural•ovoca escenas de terror colectivo parecidas a las que desata un•endio, ni tampoco, tal vez, mayor fascinación. El predicador

•curre así a nuestro miedo más íntimo, o tal vez quiere ahuycn-r con antorchas a los vicios, tantas veces descritos como bes-s. Su profundidad psicológica y su capacidad de conmoción

estacan aún más cuando vemos que ha colocado en segundo¡gar, en esa descripción de torturas, la oscuridad, otro de nues-os horrores universales y esenciales, familiar a todos y por to-os sentido, tan antiguo como el otro aunque más sutil y, desde.ego, menos espectacular: miedo más psicológico que físico, yor consiguiente menos llamativo y confesable. Frente a estaslos amenazas que van directamente a la raíz del ser humano, ¡qué

lejana e insignificante aparece, ya al final de la enumeración, laausencia de Dios, que sin embargo, en buena y ortodoxa teolo-gía debería ocupar el primer lugar de la lista!

Más sensualista y detallado, pero sin alcanzar tanta sabiduríapsicológica, es otro sermón, también cuaresmal, ya en la segun-da mitad del siglo. Dice así: «Quien ahora no se vale de su pídad (de Cristo), experimentará entonces el rigor. Quien ahorano se aprovecha de tan grandes beneficios, padecerá aquel díatormentos. ¿Y qué tormentos? Ite maledicti in ignem aeternum.

ñas llamas inextinguibles, que abrasan y no consumen; una sedibiosa; un hambre mortal; un olor pestilente; un sabor intole-lble; una compañía de demonios y de condenados; unos cala-

mos estrechos; unas tinieblas oscurísimas; una desesperaciónS1n remedio; una eternidad sin esperanza; una vista de un Juezterrible; un gusano de la conciencia irreparable, un ¡ay! sin quenadie se lastime»2". La enumeración es muy bella literariarneiv;

> con su ritmo a un tiempo regular y alterado, como los latidosIm 20 A

f. . ANDRÉS MENDO, Quarcsma. Segunda parte. Sermones para los lunes, mar-*> jueves y sábados, Madrid, 1668, p. 61.

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de un corazón angustiado, y con esa suave gradación casi cro-mática que va desde la luminosa tortura del fuego y los gritos,interiorizándose cada vez más, pasando del cuerpo al ánimo, hastael oscuro e íntimo desconsuelo de ese lamento que nadie oirá.Pura técnica pictórica que reserva los colores fuertes para los pri-meros planos y coloca en los lejos el tono tenue, delicado, casilírico en medio de la épica desdicha. Y, también como en los cua-dros, lo primero que se ve, lo que da el aire general del ambientey permite una rápida identificación son las llamas, citadas en pri-mer lugar y ocupando doble espacio que los otros elementos gra-cias a una sumaria descripción de su naturaleza.

Naturaleza que, por cierto, preocupó un tanto a los teólogos.Pues, en efecto, los textos evangélicos hablan de fuego simple-mente, y no hay nada que permita suponer que se trata de unfuego distinto del que conocemos. Pero si esto es así, ¿cómo esque arde sin consumirse y sin necesidad de combustible? Y¿cómo puede atormentar a los demonios, que son espíritus in-corpóreos, y a las almas de los condenados antes del juicio uni-versal, cuando no se ha producido aún la resurrección de losmuertos? Los doctores de la Iglesia se han ocupado de este puntodesde los primeros siglos del cristianismo, y los dos más influ-yentes de entre ellos, San Agustín y Santo Tomas de Aquino, coin-ciden en afirmar que el fuego infernal será corpóreo, y, aunquemudado en algún accidente (lo que le permite no necesitar seralimentado), será esencialmente el mismo que el que nos calien-ta en la tierra y cuece nuestros alimentos, y que no hay contra-dicción en afirmar que atormentará físicamente las almas arro-jadas a él, lo que hará de modo maravilloso pero cierto, comemaravilloso, y no menos cierto, es que las almas se unan a loscuerpos. Si se admite una unión así para dar lugar a un ser vivo¿por qué no admitir una unión entre un espíritu (demonio o al-ma) y un fuego material para producir dolor? El razonamientoes de San Agustín. Santo Tomás da menos explicaciones, peroafirma lo mismo. Sin embargo la idea de que el fuego infernales diferente que el terreno y quema mucho más que éste se en-cuentra muy arraigada en la mente popular. Tanto es así, que in-cluso la encontramos expresada en libros de devoción, donde seponen de manifiesto las diferencias y se nos dice que el

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[fernal no alumbra, y que su ardor es tal que, comparado con; el de aquí parece como pintado.

Con fuego físico nos amonesta, por ejemplo, Pedro de Jesús,en una pintoresca llamada a la conversión: «Considere, puesTcí-lda uno, que su alma es eterna, y que eternamente ha de estarjo en compañía de María Señora Nuestra en el Cielo, o en com-pañía de sapos, dragones y demonios en el infierno. Porque si3 un acalenturado, o al que tiene un dolor le parece una nocheun siglo, y está por instantes esperando la mañana, qué será es-tar una persona una noche eterna en el infierno, en donde jamásllegará el día, padeciendo en ella unos tormentos sin número,y no en cama regalada, sino dentro de un pozo de fuego» 2lJAquí las llamas aparecen más como lugar, como circunstanciadel tormento, que como padecimiento en sí. Sin embargo, se con-vierten en protagonistas absolutas, en mal supremo y casi úni-co, en otro sermón, éste de Diego Murillo, que dice así: «Quienpudiese abrir una ventana por donde pudieseis ver lo que pasaen el infierno, para que vieseis cómo tratan allí a los ricos quese regalan, y no saben compadecerse del pobre. O si vieseis có-mo cuecen sus carnes en aquellas calderas y cómo las asan enaquellos fuegos inexorables, donde no hay demonio que no lesdé su tizonada. Ite maledicti (dice Cristo) in ignem aeternum:Y será muy acertado pensar, cómo sufrirán el incendio del fue-go eterno los que en verano no pueden sufrir el calor del sol,sino en sótanos regalados»22. Aquí, a lo terrorífico de la des-cripción, se une la comparación con la vida presente y el hacerresaltar la continuidad de la persona más allá de la muerte. Trasel tránsito no seremos diferentes, seremos esencialmente los mis-mos, tan débiles, tan vulnerables, tan sensibles al miedo, al do-lor físico, a las incomodidades, a la deshonra que supone unaMaldición pública... Y esto se recalca precisamente para acen-

ar la intención moralizante de la homilía y para lograr una con-

2i_PEDRO I '. tí]í!os ft'frtr, para que

, DIEGO MURILLO, Discursos predicables sobre todos los evangelios que canta laX esi", assí en las Ferias como en los dominaos, desde la Septuagésima, hasta la Resu-

r¡ ZaragozSi 1611> p 216.

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(1 [•. O (I U A F 1 A 1) H I A H T F U Ñ I D A I)

moción más profunda, que pueda tener resultados prácticos du-raderos.

El fuego se mezcla con lo más opuesto a él, con el hielo, enuna escalofriante visión que tuvo un joven de moral un tantodudosa. Este oyó una voz que le decía: «Si no haces lo que debesy vives como es razón, no entrarás en el reino de los Ciclos, \a que veas el camino que llevabas y la perdición a que ibas

a parar, espera, que este santo Ángel ha de mostrarte y enseñaruel desdichado lugar, que te aguarda, si no pones rienda y en-mienda a tu libre y mal gobernada vida. Y diciendo esto, el Án-gel le llevó por unas oscuras y temerosas cuevas, y al cabo d.un gran rato, a unas lagunas de fuego, donde estaban los Demo-nios atormentando muchas e innumerables almas, y sacándolasde aquel infernal fuego, las llevaban a otro estanque de nieve, ¡donde si con el fuego se abrasaban, allí con el yelo sentían m -menor dolor; miró que por momentos traían nuevos condena-dos, y el mal acogimiento que les hacían, y el contento y rego-cijo de los Diablos con los nuevos huéspedes, el llanto y quejasy lastimosas voces que allí se oían; mirábalo todo y considerá-balo, y temeroso, rogó a su Ángel, que le sacase de tan trist..y desdichado lugar, y le socorriese y amparase, pues en sólo mi-rarlo le parecía que estaba para perder la vida»2-1. Esta es lo quepodríamos llamar una visión típica del Infierno, puesto que apa-recen todas sus características más importantes: situación subte-rránea (pues para llegar a él es preciso adentrarse en un laberintode cavernas), oscuridad, el fuego como nota principal del paisa-je y como primer tormento, el papel de los demonios como ver-dugos y su alegría y sus burlas a cada nueva víctima que cae ensus manos, la afluencia constante de condenados y la ningunasimpatía que se profesan entre sí, y los constantes lamentos delas almas atormentadas. En cuanto al hielo, que aparece comoelemento de contraste, si bien no figura en todas las descripcio-nes del Infierno, sí es bastante frecuente, como podemos ver p<".esta desalentadora y extenuante enumeración de penas: «No e:un tormento sólo el que castiga a los condenados, sino much"s

2-' JERÓNIMO YÁÑEZ DE ALCALÁ, Verdades para la vida christiana, rea'/»de los santos y graves autores, Valladolid, 1632, p. 276.

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1 - 1 I N F I E R N O

Aferentes v contrarios, de contrarias especies y formas; varie-dad grande y copia de penas; avenida de miserias; lluvia de do-1 res, que e m^ mancras afligen y contristan a los dañados co-mo enfermedades complicadas, y todas incurables. Fuego en sumoerado, y yel° sumo: agua de nieves con ardores sempiternos. Do-tares para el cuerpo, tristezas para el alma, palpitaciones para elcorazón, temores para el ánimo, temblores para los miembros,horror para las orejas, para la voluntad rabia y desesperación» 2\o aquí define al Infierno como contradicción, lo que no es

ciño mostrar su naturaleza, pues nació de una contradicción, deun ángel que se opuso a la palabra de Dios. Y todo en él reafir-ma esta tensión de oposiciones sin resolución posible: unidaddel dolor y multiplicidad de las penas; fuego y nieve. Tiritar en-tre llamas, abrasarse en el hielo. Aunque sin nombrar al fuego,Manuel de Nájera lleva esta situación paradójica a su límite másescalofriante, definiendo a los condenados como muertos vivien-tes, como sepultados en vida, en un impresionante texto que, paramayor paradoja, se encuentra en un panegírico. Dice: «Aquí pu-do llegar el furor de un odio, dice Basilio, sólo el desvelo de unapasión, sólo el ingenio de hacer mal, unicfTéxtTéTfToTtaTrcTára^rn¿nj£_rem3SironKrscpvrlcTo-y vrd^-cl-scpttkro "ofrece lo últí1

mo de los rigores, pero quita el sentimiento de padecerlos, y eldolor de sufrirlos, pues a un muerto, ni dolores le afligen, ni aflic-ciones le molestan; fenece en la sepultura el ser, pero también

|acaba el penar. La vida lleva el poder sentir el dolor, pero es-rba los horrores de una mortaja; quien yace en los sepulcros1 vive, quien vive está exento de las penalidades de los sepul-

cros, pues es tan artificioso el ardid de un demonio, que enlazao^3STjtte-sc-cstáTr4i rrcicrrdo-g uer rar vida * y

oTór; "tomo lcTpeortcjjrvida^'to"''rrras-agricrTas penalidades y de aquélla los señtiñTiefi-

t el níórir "excusase

seFespcluznante, revela el límite extremo de la contradic-

MARTÍN DE PERA/A, Sermones cuadragesimales y de la resurrección, Salaman-,5J04, 2 vols., vol. I, p. 607.

MANUEL DE NÁJERA, Semu'nes ¡>dríos, Alcalá, 1643, p. 255.

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t; i-: o G R A F Í A n F L A F T E K N i n A n

ción y la conduce al puro absurdo que, mediante la reflexiónno provoca reflexión a su vez, sino miedo, ciego terror cornociega es la tumba en que encierra vivos (y después de muertos)a los pecadores.

/-^ Otros autores, sin embargo, no ven al fuego y al hielo coin, ;

contrarios, sino como colaboradores en una tarea común: ha-I cerle la vida imposible al desdichado prisionero de los infier-(^ nos. Ante esta suprema tarea de ejecutores de la divina justicia

olvidan sus diferencias y se reconocen en su semejanza de ver-dugos. Es el caso de Juan Antonio Xarquc, que apunta: «Cosaadmirable es que, siendo el fuego y la nieve criaturas entre sí tan?MÍTvchida^7}rde~üa~iidades tatn;cmtrafÍas"TOñTó"rno"y calor, qxn<ahora se hactFrTcruda guerra, oIvtdcrFeTTlíllrfraTCrsu eneirrrs--Cad natural, y se confedrrerTy avengan para ejecutafTü~ñá~crcas-Ugu qui iui'ieii'11 los encmigosdc Dios»-''. Tras cstábleceF^staiiTqlTiHálTE~áTrañzTdc los elementos contra el desdichado peca-dor, el autor pasa a explicar una confabulación no menos extra-ña: la del fuego y las tinieblas y, por otra parte, la de las tinieblasy la visibilidad. Dice así: «Entienda pues el pecador que, si enel juicio de Dios fuera condenado, ésta ha de ser una de sus pe-nas, y no de las menos horribles. Usque in aeternum non vidchitlumen. Que no ha de ver luz eternamente. No se consuele conque hay en el infierno hogueras de fuego, y que si éste abrasa,también alumbra, porque sabe la Omnipotencia de Dios privar-le de la propiedad de lucir, y dejarle con sola la de quemar, co-mo pondera bien San Basilio sobre aquellas palabras del Salmo:Vox domini intercidentisflamman ignis. Así como con ese absolutopoder se paró al trocado la una de la otra en el horno de Babilo-nia, cuyo fuego alumbraba, y recreaba a los santos mancebos co:isu luz, y no los empecía con su ardor, ni les chamuscó un cabe-llo. Verdad es que San Gregorio advierte que las infernales lla-mas, entre aquellas negras nubes de sus espesas humaredas, da-rán alguna luz, pero no tal que sirva de alivio, sino de mayortormento, con que los malos vean las figuras tremendas de lo>demonios, verdugos suyos y compañeros en sus penas, a los qu1-'

26 JUAN ANTONIO XARQUE, El orador cristiano sobre el salmo del miserere, Za-ragoza, TB6U, vol. IV, p. 423. •— _.

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F L I N F I F U N O

este mundo fueron cómplices de sus culpas; y a los que mi-jo amaron torpemente, y amando pecaron, viéndolos en el

1 isrno suplicio, los aborrezcan como causa del suyo, y aborre-•endolos penen». Exquisito tormento: sufrir por odiar al obje-

del amor. Extravagante modalidad del amor más allá de lamuerte. Y qué desconsuelo que hasta la luz, que aquí disipa elterror y conforta el ánimo, sirva allí para acrecentar las penas y-acür nuevos horrores, horror ella misma, extraña de sí y ene-

miga para los ojos, su morada.£1 efecto persuasivo de la comparación del Infierno con los

dolores presentes puede acentuarse todavía más empleando re-cursos de alusión directa al oyente, mediante la interpelación o,en el caso de una meditación destinada a la lectura, el empleode la primera persona. Es el método utilizado por Francisco deSalazar cuando escribe: «Echarme han, pues, de golpe en aquelfuego donde consideraré que están sobre mí cien lanzas de fue-go, y debajo y a los lados otras tantas, y yo en medio, y un fue-go que abrase más que plomo o metal derretido, y tanto más queel fuego de acá es como pintado en su comparación, y así mirarémi cabeza, mis ojos, boca, narices, pies, manos y todo mi cuer-po hecho un fuego, como un hierro encendido cuando lo sacande la fragua. ¿Qué dolor será el que aquí sentiré? ¿Cómo lo po-dré sufrir? No puedo sufrir una pavesa que me caiga en la mano,pues cómo sufriré este fuego abrasador; si me han de dar unalancetada o un botón de fuego, sólo el temor de ello no me dejadormir la noche antes, pues ¿cómo no tiemblo de tan grave mal?Verdaderamente que, aunque esta pena hubiera de durar espacio

*ola una Ave María, es tan grave, que no hubiera hombre quepusiera a padecerla por todos los reinos del mundo, pues ¿có-0 me he obligado yo a ella? No por reinos, sino por juguetes

e balde, y no por espacio de una Ave María, sino por todaeternidad (porque la pena de fuego se ha de padecer, y si aca-se hubiese por algún tiempo de mudar, no había de ser, ni

Sería de alivio ninguno»2 7 . En textos como éste se deja entre-que la repetición de la amenaza había hecho perder parte deVer

FRANCISCO ni: SALAZAR. Afectos y consideraciones devotas, solm- los qiiatro>sin,os, cd. cit., fol. 73.

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c; E o c ; u A r i A n i. L A i- T H u N i n A n

su efectividad al temor al castigo. Por eso aquí, mediante el cnupleo de la primera persona y la comparación con acontecimie)u

tos cotidianos, como la cura dolorosa o el accidente casero, S(;

trata de presentar el castigo como algo nuevo, intentando indu~cir al lector para que reflexione sobre ello y sea consciente Jc

lo tremendo de un castigo que parece no ser tomado en cuentabien porque su propia enormidad, su desmesura misma, lo ale-jan y le quitan verosimilitud, bien porque la frecuencia de |,|Sadmoniciones lo han convertido en tópico, sobre el que se pasairreflexivamente, como sospecha el mismo autor unas líneas in.¡s

abajo cuando dice: «¡Que tengo los oídos hechos a esto!» Esonos demuestra que la búsqueda de novedad, y aun de extrava-gancia en los conceptos y las imágenes, que tanto se pondera \n se critica en los predicadores barrocos, no es tan sólo un re-

curso literario, una necesidad estética, sino que responde a 1 < > S

objetivos de reforma moral y conmoción de las conciencias queel sermón contrarreíormista adoptaba como fines primordiales.El hecho de que este afán de impresionar los ánimos haya tenidoconsecuencias más o menos felices para la literatura, contribu-yendo no poco a su enriquecimiento, es aquí secundario, peroinseparable también, por otra parte, del hecho de que, si era pre-ciso buscar comparaciones cada vez más atrevidas, esto era ne-cesario (y posible) porque el gusto del público estaba formadoen audacias estéticas que, en algunos casos, aún no han sido su-peradas.

Otros autores, sin embargo, prefieren, antes que la expresi-vidad, la clara y erudita exposición de las penas, pensando, sinduda, que con esto ya basta para conmover todo corazón queno sea de piedra. Es el caso de Sebastián Izquierdo, que, descri-biendo el fuego infernal, no emplea símiles ni apela a la sensibi-lidad, limitándose a decir: «El fuego de azufre, de que este mise-rable lugar ha de estar lleno, será tan poderoso, tan eficaz y tancruel, cuanto no se puede declarar con palabras, como diceS. Agustín. Ignis illius potentiam nulla vox exprimen', nullus potsermo explanare. (Serm. 181 de temp.) Porque lo primero no sol.i-mente atormentará los cuerpos de los condenados, sino tambiénlos espíritus, cuales son las almas, y los Demonios. Lo segunc!"de tal manera los estará siempre por toda la eternidad qucnian-

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y abrasando con inexplicables dolores, que nunca jamás losonsurna. Y el mismo fuego siempre por toda la eternidad du-ará inextinguible, como se dice en el Evangelio (Matth. 3, Lúe.\. 9) sin que sea necesario irle cebando con nueva mate-ria. Porque, como por divina virtud los cuerpos de los conde-nados siempre estaban ardiendo sin consumirse, así el azufre, quesera la materia de aquel fuego, siempre estará ardiendo sin con-sumirse, como lo significa Isaías cuando dice que el soplo de Dios\ estará siempre encendiendo, como si fuera un torrente de azufre,que siempre le estuviera entrando. Flatus Domini sicnt torrens sid-phurís succedens eam. (Isai. 30).

»La luz de este fuego no sólo no será de consuelo (como losuele ser la luz) a los condenados, sino antes aumentará sus pe-nas en varias maneras. Porque será una luz feísima y tristísima,y tan escasa y mezclada con humo de azufre que, aunque bastarápara que los condenados con grande horror y pavor suyo veanlas cosas horribles, y espantosas que allí ha de haber, no estor-bará para que con verdad absolutamente se diga que es el Infier-no un calabozo oscuro y lleno de tinieblas, como en varias parteslo supone, o significa la Sagrada Escritura»2". El autor empleaun lenguaje claro y expresivo, sin desdeñar adjetivos vivaces yelocuentes, pero sin detalles ni descripciones, sin apelar a efec-tos dramáticos, enumerando en cambio los lugares de la Bibliao de los santos Padres que pueden corroborar sus afirmaciones,dando a lo que no es sino suposición imaginativa un aire de afir-mación erudita, casi científica, y otorgando así a su discurso unaapariencia (sólo apariencia, pero bien lograda) de racionalidad.Sin embargo, la debilidad de su técnica probatoria la pone demanifiesto él mismo, en la página siguiente, cuando rechaza laexistencia del frío infernal, a pesar de los testimonios de la Es-critura, e inclinándose, sin aportar texto alguno, por padecimien-tos más variados, dentro de la tradición del folklore infernal másdifundido. Leemos: «Algunos dicen, que en el Infierno habrá tam-bién intensísimo frío para que con él los condenados sean también' Amentados, pasando del estanque de fuego a otro estanque

SEBASTIÁN I /QUIKRDO, Consideraciones de los quatro Nai'issitnos del Hoin-Muertc, Juicio, Infierno, y (Gloria, cd. eit . , pp. 31 a 34.

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c; E o <; ií A i- i A n H L A E T E R N I D A i >

de nieve, y al revés con perpetuas mudanzas, conforme a aquell(

que dice lob. Ad nimium calorem tmnseat ab aquis nivium. (lob. 24';Pero la sentencia contraria, que con otros sigue, y bien prueh.iel P. Lessio en el lugar arriba citado parece más probable. Habráempero en el infierno, de más del tormento del fuego, tantos otros,y tan varios, que para significarlos la sagrada Escritura dice endiferentes lugares, que habrá en él hambre, sed, llanto, crujir dedientes, cuchillo dos veces agudo, espíritus criados para venganza,serpientes, gusanos, escorpiones, martillos, ajenjos amargos, aguade hiél, espíritus de tempestades y otras cosas semejantes». Aquíla fidelidad a la letra de la Biblia se sacrifica en favor de la varie-dad y posibilidades imaginativas de los gusanos y monstruos,las hieles y amarguras, las tormentas y los huracanes de fuego.

Algunas de las torturas que se suponen propias del Infiernoencuentran su modelo en penas terrenales, demasiado terrenalesen ocasiones, como la que nos pinta este sermón: «Tal es puesel tormento de pretender, que, si se pueden añadir penas a lasdel infierno, no parece puedan ser otras que las de un esperary las de un pedir»29. Y añade que, al que ha pecado mucho, co-mo el rico de la parábola evangélica del pobre Lázaro, los juecessupremos «le condenaron a que pretendiese y solicitase». Y con-cluye así: «No estorbe el humo la vista, porque pretendiendo crez-ca más la infernal pena: si es pues dolor tan vivo el pretender,gran cuidado debían poner los ministros en despachar; debió-ranse cercenar el descanso, y dar poco tiempo al sustento, porahorrar a los pretendientes molestias y por excusar tardanzas».Así, las descripciones del Infierno no solamente sirven para orien-tar la vida moral, sino también como advertencias encaminadasa la reforma política. Y vemos además el funcionamiento del mé-todo comparativo: un hecho terrenal lamentable se traslada alámbito infernal, y de esta transposición resulta la necesidad diun cambio en la vida terrena. La figura del pretendiente, tan fa-miliar en la Corte, era una molesta realidad que, por su abun-dancia, se había convertido en tópico literario. Las calles de Ma-drid estaban llenas de estos desocupados, jóvenes provincianos

2<* M A N U E L l)H N Á J H R A , Discursos morales para las ferias de cuaresma, M.Idrid, 1649, p. 195.

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K L 1 N F I E U N O

lo general, que desgastaban sus zapatos recorriendo pasillostecámaras en busca de un empleo. A ellos se encaminan las

, -^5 Je forasteros, a ellos se acerca una muchedumbre de pa-' -itos ofreciendo consejos dudosos, influencias inexistentes o

rru¡trios supuestamente infalibles. Concitan a su alrededor unaeaueña junta de ociosos que, a su vez, pretenden algo de ellos,

sea servirlos y estar en su favor si, por casualidad, resultaran biensus negocios, sea ayudarles a gastar los dineros que han traído¿e su ciudad para atender a sus necesidades durante la espera.T os vendedores les ofrecen galas, alegando que una hermosa pre-sencia es la mejor recomendación, los alcahuetes tratan de enca-jarles su mercaduría, pues en algo hay que entretener la espera,y algún que otro desharrapado confía en medrar a su sombra.Pasan los meses, las promesas no se cumplen, los plazos se alar-gan, aparecen nuevos estorbos, las dilaciones se acumulan, lasesperanzas, poco a poco, se marchitan. Los ruegos se hacen másapremiantes y las respuestas más secas. Pasa más tiempo aún. Qui-zá algún afortunado logre su propósito, la mayoría no recibe si-no desaires. Los más sensatos volverán a su tierra a tratar de ad-ministrar lo que quede de su patrimonio, resignados a la oscuri-dad. A la mayor parte, sin embargo, el orgullo les cierra las puertasdel regreso. De éstos, unos se alistarán en el ejército y otros in-tentarán malvivir en Madrid por los medios más inverosímiles.Aguzando el ingenio, quizá logren conservar incluso una apa-riencia honorable. Tal vez unos pocos aún sigan insistiendo, depuerta en puerta, tragándose las humillaciones, soportando lasburlas, disimuladas al principio, descaradas luego, con la espe-ranza descabellada, pero necesaria para su supervivicncia, de quealgún día se atenderán sus ruegos y lograrán el deseado empleo.Esta lenta agonía era lo suficientemente patética como para queel predicador la considerase digna de figurar entre los tormen-tos infernales. Y el orador podía estar seguro, además, de quebuena parte de sus oyentes iba a comprenderle muy bien. Porultimo, puede extraerse una doble consecuencia práctica. Por un

•o, todos en general debemos reformar nuestra conducta, pa-ro exponernos a padecer esta pena eternamente. Por otro, aquc-

los en cuya mano está el poder de conceder o denegar debensin demoras, para evitar a los vivos un castigo que sólo

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c; H O ( ' , K A I 1 A 1) F, L A E T I - U N I D A n

merecen los que murieron en pecado mortal. Así, aun los deta-lles rutinarios de la vida pública cobran importancia ética, se iiK

teriorizan y se universalizan a un tiempo, por medio del descen-so a los abismos.

El padre Nieremberg, por su parte, en su descripción del In-fierno lo compara con una cárcel y va analizando los elementoscomunes entre ambas prisiones, la temporal y la eterna, seña-lando sus parecidos y diferencias. Comienza: «Porque el infier-no es la cárcel de Dios, cárcel rigurosísima para tantos mil mi-llones de hombres como habrá allí, y hedionda y sucia, adondeno faltarán ataduras y grillos»3". Pero no será como las celdasterrenales, como nos advierte a continuación: «¿Qué tormentofuera, si viéramos echar a uno esposas y grillos de fuego, de ma-nera que los hierros de las esposas y grillos estuviesen encendi-dos como un ascua? ¿Quién pudiera sufrir tal género de prisio-nes? Pues esta prisión tan rigurosa, y mucho más, hay en elinfierno. Estos cuerpos ígneos, que han de servir de prisionesy cepos a los condenados, dicen graves Doctores, que han de te-ner formas terribles y proporcionadas a sus pecados, y que pon-gan asombro con solo verlas». Tremenda diferencia separa, pues,las prisiones infernales de las que acá están aparejadas. En unasy en otras se sujeta al reo con cadenas y grilletes, pero si los deaquí son de hierro, los de allá son de fuego, y si los de acá sonde forma sencilla y familiar, los de allí atemorizarán con su soloaspecto, y su forma misma será un tormento adicional.

Prosigue el jesuíta: «Han de estar los hombres después deljuicio final tan estrechos y apretados en aquella cárcel horrenda,que la sagrada escritura da a entender que ha de estar como lasuvas en el lagar, donde están estrujadas y reventando la apretu-ra» 31. Reconoce a continuación que tampoco en las prisiones te-rrenas están muy a sus anchas los presos, pero qué distinto seaeste hacinamiento se pone de manifiesto cuando añade: «Qué seráaquel tormento de los condenados, que estarán quemándose vi-vos, y no podrán menearse, y por donde quiera que toquen, t < > -

3" JUAN EUSEBIO NIKREMHEKG, De la diferencia entre lo temporal y eterno, 1 i x ~boa, 1653, p. 332.

•" Ibídem, p. 333.

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E L N F I E k N O

¿n fuego de azufre, en el cual estarán anegados sus cuerpos,t3 hora en medio de aquella cárcel, que es un pozo redondo der ao al cual llama la Escritura estanque, o laguna de fuego, es-

án las almas malaventuradas nadando como los peces en la13 r tocando por donde quiera fuego, y se les entrañará por to-"i su sustancia, más que se entra el agua, cuando uno se ahoga' Jo profundo del mar, por la boca, narices y oídos». Así, lasllarnas penetran todo el cuerpo, mezclándose íntimamente conada célula, pero sin fundirse con ella, guardando la distancia

e garantice la conciencia del tormento. Pero no acaba ahí eldolor. Sobre un imponderable aún se empina otro horror, sumade males que, por su propia acumulación, llegaría a perder sen-tido si la sincera convicción, el lenguaje expresivo y la plastici-dad de los ejemplos de este gran escritor no la llenase de vida,no le diese cuerpo palabra a palabra.

Sigue la comparación: «Ni ha de faltar el mal olor, que es tanpropio de las cárceles, en esta cárcel de cárceles, porque, lo uno,aquel fuego de azufre, que no ha de tener respiradero, lía de causarun hedor intolerable, porque si a una pajuela de alcrebite no hayquien la sufra un incendio de una legua de alcrebite, ¿quién lopodrá sufrir? Lo otro, porque aquellos cuerpos abominables echa-rán de sí un hedor espantoso, muy proporcionado a la hedion-

lez de sus pecados». Recuerda a continuación Nieremberg el olor(Ue despiden los cadáveres, y refiere el caso de un sepulturero

e, volviendo a abrir una tumba recientemente utilizada, que-taiuerto al instante, asfixiado por el olor de corrupción. Y ra-

zona: «Si un cuerpo muerto causó esta hediondez, tantos millo-Jjesde cuerpos, aunque vivos para su mal, pero muertos córfla

Jjegunda muerte, qué olor ecrTaTlñ^^^irAl^mrs^líé^l^^Tó'doíoínmundo, y asqueroso del múTüJoTcTranTrü se puTifKjurrrnnJc^gr~en el inticrno, como'dijb Santo Tbniis;"i±rríarte'de's"ernTij^SGtiña hediondísima, que no haya quiefna~pueHa sü'fnr7>7Y~crm--Armando con el paralelo que guía suHiscTtn^dcScTrtxrvarias pri-siones terrenales particularmente horribles, para concluir: «No

ñen que ver estas prisiones con las del infierno, respecto del cualPodían tener por paraísos llenos de azucenas y jazmines»32 .

.12Op. ríf., p. 334.

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Por último, resume sus pensamientos apelando a la imagi-nación del lector, con una ponderación final: «Si a uno le mctiesen en un profundo calabozo, donde no se viese la claridad di.cielo, y sin vestido, expuesto a las inclemencias del frío, y hu-medad de aquel lugar, y no le diesen de comer sino una vez a!día y solamente pan duro de cebada, en cantidad sólo de seis on-zas, con advertencia que allí había de estar seis años sin habhuni ver a ningún hombre, ni dormir en otra cama que la tierrdura, ¿qué tormento tan grande fuera éste? Una semana de aquellahabitación se le haría cien años. Pero cotejemos esto con lo queserá el destierro y cárcel del infierno y veremos que, comparadacon él, sería regalo y dicha la vida tan miserable de este hombre,el cual con todo su trabajo no tendrá quien le escarnezca, y K-silbe y haga burla de él, no tendrá quien le atenace, ni azote, niacierre. Mas en el infierno harán escarnio del condenado los de-monios y le atormentarán cruelísimamente; allí no tendrá espan-tosas vistas, ni ruido, ni voces de gemidos y llantos, pero en elinfierno no se podrá valer de estruendo y ruido; allí no estaráen llamas de fuego, en el infierno hasta las entrañas se le abrasa-rán; allí podrá moverse, y pasearse, en el infierno no podrá darun paso; allí podrá respirar aire sin mal olor, ni corrupción, enel infierno estará metido en llamas, humo, azufre, y hediondez;allí tendrá esperanzas de salir, pero en el infierno ni esperanza,ni remedio habrá; allí le servirá de regalo aquel poco de pan du-ro que tendría cada día, pero en el infierno en millones de añosno verá de sus ojos ni una migaja de pan, ni una gota de agua,sino que perpetuamente estará rabiando de una hambre caninay de una sed ardiente. Esta ha de ser una gran calamidad de aquel 1tierra tenebrosa y estéril, si no es de abrojos y espinas, de toi -mentos y dolores»33. Con inmenso talento narrativo, comienzapor pintarnos lo que parece la mayor desolación para luego, im-placablemente, sosteniendo el ritmo con pulso de gran escritor,presentárnosla como un estado deseable en parangón con el abis-mo eterno, donde el hombre, privado del pan y del aire, dedignidad y la esperanza, traspasado por el fuego, confundido enla multitud de los dañados, apenas ya puede reconocerse si

i i

Op. cit., p. 335.

90

es en el dolor, desterrado hasta de su propia condición en el lu-gar sólo fértil en penas y en agravios. Es un relato cruel, sin con-fesiones a lo espeluznante, que todavía hoy impresiona.

Sin duda, el más completo catálogo de penas infernales noslo proporciona el libro del jesuíta Martín dc^Roa, libro breve,pero fundamental para el tema que aquí se trata, y al que ya he-ñios recurrido en ocasiones anteriores porque ciertamente no tienedesperdicio.

Comienza, como es natural, por el tormento más típico delInfierno: las llamas inextinguibles, que, en su opinión, no han¿e distinguirse sustancialmente de las hogueras terrenales. Diceasí: «Este es el fuego, que sin defensa, ni alivio los abrasa, y sinesperanza de remisión. Cuan crudo sea este tormento, aún enesta vida se experimenta, y en la otra no ha de ser de diferentelinaje el fuego, de que igualmente estarán allí abrazados, que abra-sados. Un alivio solo que sustenta en este mundo a los desdi-chados en medio de sus mayores penas, que acabándolos, aca-barán ellas, de ese carecen; porque como olvidado el fuego desu natural virtud de consumir lo que emprende, disponiéndoloasí la divina justicia, toda su fuerza empleará en atormentarlos.Hable aquí S. Gregorio, que en pocas palabras dirá lo que ni conmuchas podremos nosotros alcanzar. En una manera espantosales es allí, dice, la muerte sin muerte; el fin sin fin; la falta sinfalta; porque la muerte siempre vive, el fin siempre comienza;la falta nunca falta, la muerte mata y no acaba; el dolor atormentay no quita el pavor; la llama abrasa y no alumbra»34. Preciosacita que culmina un párrafo claro y sugestivo, donde algún jue-go de palabras matiza la documentada exposición con una lla-mada que alerta la sensibilidad para que la erudición fructifiqueen obras de vida.

Prosigue la enumeración de los tormentos, y tras el fuegolene, muy atinadamente, la oscuridad: «Las tinieblas muy pro-as son del lugar, pues no es más que un seno de la tierra, don-" ni alcanzan los rayos del Sol, ni la luz, que en su renovación

, . MARTÍN DE ROA, Estado de los bienaventurados en el Cielo. De los niños enLimbo. De los condenados en el Infierno, y de todo este Universo después de la resu-

nción, y juyzio universal, ce!. cit., fol. 94.

91

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ha de recibir el día postrero. Estas son las cadenas, y más el fingo, que de tal manera los detiene en aquella cárcel, como si es-tuvieran aherrojados con grillos, y otras prisiones. Mas estas t¡ -nieblas no serán tan gruesas respecto del Riego que allí arde, \éste tan claro, que no esté todo tenebroso, por ser la luz pot ,y confusa, mas que baste para verse unos a otros, y también :¡sus atormentadores. Del llanto ya dijimos en el capítulo pasadoque lo ha de haber mas seco, sin lágrimas, que suelen desahoga-el corazón, y aliviarlo». Todas las cosas modifican su naturakval entrar en el infierno. Los fenómenos naturales pierden su c.i -rácter familiar y sus efectos benéficos para convertirse en ine-quívocamente aterradores, en instrumentos de tortura, para cas-tigar sin posible consuelo a los hombres malditos, tan transfor-mados ellos mismos que han perdido lo que constituye propia-mente la humanidad, es decir, lo que eleva al hombre a un planodiferente del de las bestias, conservando tan sólo el grado de con-ciencia que puede hacer más acerbos sus dolores. Y así el fuegoabrasa y no conforta, la llama devora y no ilumina, la luz revelael horror sin disipar el miedo, la tiniebla es ocasión de inquietudy no ámbito para el reposo. Y el llanto mismo quema los ojo-y atenaza la garganta, sin el suave y calmante correr de las lágri-mas: es una amargura estéril, que deja un polvo áspero en el ric-tus dolorido de los labios, que ya no beberán nunca ese agua ti-bia, densa y salada, como el mar (y como el mar profunda esla tristeza) que parece brotar del corazón, tanto lo aligera. Quienahoga sus ojos en llanto desahoga su alma, agridulce río, cauaque salva del estallido los diques de un pecho que no puede con-tener tanta pena. Pero quien ha de padecer para siempre no pue-de permitirse este desahogo. Perpetuamente anegado en su tor-tura, gritará hasta que le duelan los ojos de desesperación y desequía, y seguirá gritando, privado por toda la eternidad de esalluvia mansa que hace fructificar el consuelo.

En cuanto a la cuestión de si han de sentir frío los condenados, el autor no se decide a afirmarlo, aunque cuente, en favorde este supuesto, una revelación antigua: «El venerable Beda, enel c. 13 del libro 5, de su historia de Inglaterra escribe de un va-rón gran cristiano, que habiendo muerto resucitó, y contaba qule había llevado un ángel a un valle ancho, profundo, y largo pi"

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v grande espacio. A un lado de él todo eran llamas de fuego,I? tro, granizo que todo lo abrasaba. Ambos estaban llenos de

l s qUe como sacudidas de alguna recia tempestad, ya se arro-han'en c' mcg°< Va cn °1 yelo, porque, no pudiendo sufrir el

^ menso ardor de aquel fuego, saltaban al yelo, y apretados de', increíble aspereza, se volvían, como rayos, al fuego, y así es-

to an en un perpetuo movimiento, sin esperanza de hallar en nin-nna cosa descanso» ÍS y narra también otras visiones más mo-

dernas que corroboran la existencia del hielo infernal.Una curiosa característica de este autor es su consciencia de

niie, si bien la imaginación es un poderoso aliado del temor, aldetallar excesivamente las penas infernales, aportando datos de-masiado concretos y acercando los tormentos futuros a los pa-decimientos terrenales, se debilitaba el efecto perseguido, pues,por espeluznante que se nos presente una situación, siempre da-rá más miedo si se deja inacabada, dejando que la imaginaciónde cada cual complete el cuadro con aquello que más teme, puesno hay que olvidar que, por muy terrible que sea una cosa, siem-pre hay algo que nos asusta mucho más: lo desconocido. Por eso,nuestro discreto jesuíta nos advierte «que cn el infierno, ni hayruedas, ni tenazas, ni garfios, ni otros semejantes instrumentos,para atormentar a k)TZüñl3eñlK}o'sTmaTsó"ñ~é~stas"represcñtacior

ñes~que nuestro Señui han; de lu qrje~venTc)S~acjulTorrtas ójósTcuan crudo sea, para que por ellas~TñTfrTTda-roesH^-rigor tte'tepenas que alirse~padccéh, y son mas duras~5in cüiuparactóir-ée

queen~elitas~figuras se representan»"'.Unejemplo dé esrc~mctodo, que primero ofrece una pintura

detallada para luego desmentirla y acabar dejando abierta la puertaa los juegos de la imaginación, nos lo ofrece a continuación, alhablar de la pena del gusano. Comienza aportando los pareceresde la Biblia y los Santos Padres. Dice: «La duda es si hay allí ver-daderos gusanos de figura y tamaño espantosos que, mordien-uojos^ desdichadóTl:uejgo¿Tia&añ^sus_dolóFés mas~insu7nr3Tés._^sí lo sienten graves Doctores. Fúndanse en lo que dice el Ecle-S1astico cap. 7. 19. Fuego, y gusanos tomarán venganza del cuerpo

f Op. cit., fol. 95.'' Ihídem, fol. 96.

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del pecador. Y Judit mucho antes: enviará el Señor fuego, y g l ;.sanos sobre sus carnes, para que se abrasen y estén en un conti-nuo dolor eternamente. Lo mismo dijo el Profeta Isaías en el cap,66.24, donde hablando del castigo que hará Dios en los traido-res a su ley, dice que ni se acabará su fuego, ni sus gusanos. Yconfirmólo Cristo nuestro Señor, por San Marcos en el cap. 9.42.Repitiendo estas mismas palabras San Basilio declarando el v e r -so del Salmo, 33: Habrá, dice, en el infierno, un linajcjie_gus.inos ponzoñosos y"cáTmceros, siempre hambrientos, nunca_har-fos, que mordiendo causarári intolerables doIcjfésTSan Cirilo T«s

pTnTa~át)ominítrtesTJtrvista y dTTblor fñM3fHBTeTÁñade~Sáh "A n -ácimo que serán"sefpíeñteYy dragones de figura y silbos espan-tosos, que como los peces en el agua, ellos vivirán en la llama».

Todo este prodigio de erudición asegura la ortodoxia de ' >creencia en los gusanos infernales y le da un aire de veracidad,pues los testimonios de autoridades venerables se emplean de-masiado a menudo (en todas las épocas y no sólo en contextosreligiosos) como si fueran pruebas científicas. Este uso abus i \ , ide la erudición tiene el efecto psicológico de asegurar en la mentedel lector la existencia del fenómeno sobre el que se habla, peí opuede enfriar su ánimo, por el empleo de un lenguaje y unosrecursos puramente librescos. Hay, pues, que llenar de vida estesaber, hay que calentar de nuevo a los lectores, conmoverlos, sen-sibilizarlos, y para ello nada mejor que convertir la letra y el sa-ber en experiencia vivida. Se pasa ahora, del lenguaje mesurady distante, a la narración viva y pintoresca, y de la enumeracióde opiniones a la exposición de hechos. Es el momento de con-tar milagros y visiones. Por ejemplo: «Hacía oración una mujerpor otro difunto deudor de su honestidad, y aparecióle el cuer-po todo hecho una llaga muy asquerosa, la voz ronca. Y pre-guntándole ella la causa de aquel mal, respondió: padézcolo asipor el gusto y vanidad con que cantaba torpes cantares, y p l > l

lo que de mi buen talle me gloriaba. Y descubriéndole más sutormento, largó una capa y mostró un escuerzo feísimo y dedisforme grandeza, que abrazándole con sus manos el cuelljuntando boca con boca, se tendía por todo el pecho, y conpies hacía presa en aquella parte del cuerpo, que había sido intruniento de sus pecados». Triste fin para un galán. Pero hay otr

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,s, como el de una devota doncella que, conducida por su ángelnfierno en un rapto, «vio una hoguera de pez ardiendo, y en

lia metida su madre hasta el cuello, y muchos gusanos bullen-do Que daban de sí un olor insufrible».

' Pero ahora teme haber concretado demasiado, haber metidon ja tríente de sus lectores demasiados temores ajenos, sin dejar

lugar para los propios. Por eso retrocede en parte, marcando ladiferencia entre lo que vemos aquí y lo que.podemos suponerallá, dejando que cada cual termine a su gusto el dibujo de lastorturas y dice: «No por esto se ha de entender, que hay cule-bras o escuerzos en el infierno, mas hay mayores tormentos sincomparación alguna, de los que*aquí pudieran darrío? animales

as seme"TJñzásde lo que por acá más sentimos. Esto es el común sentirde los teólogos, que, después de la renovación del mundo, con-sumidos por el fuego todos los vivientes, no restarán gusanos,ni otros animales, ni sobre la haz de la tierra, ni en el infierno.Si bien no dudo, sino que para atormentar más a sus prisione-ros, tomarán a veces los demonios estas u otras figuras más es-pantosas, cuales son las de dragones y sierpes, que son más pro-porcionadas para causar asombro, y declaran más la fuerza y pro-piedades de su condición».

Excelente técnica que a nadie puede dejar indiferente, puesse dirige al hombre todo. Primero ceba el entendimiento con unaexposición erudita del problema, aportando el testimonio de losdoctores. Más tarde, acude a la sensibilidad, metiendo por losojos (y por el resto de los sentidos) del receptor del mensaje to-do el horror de la situación en su concreta evidencia, y por últi-mo halaga la imaginación con alusiones desvaídas y augurios in-

inidos, sin olvidar una alusión a experiencias vividas, que pon-también la memoria al servicio del fin buscado: activar la vo-

1Rtad para que ponga los medios que lleven al hombre a evitarntos males. Y toda esta sabiduría psicológica envuelta en una

? rosa voluntariamente desaliñada, para que lo que es productoe un minucioso cálculo parezca natural y cada lector pueda así

que el efecto deseado, los sentimientos y propósitos quede él, son resultado de su propia, única e intransferible

espiritual. Con mente fría y celo ardiente, sabiendo que

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)

•f-S

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LUÍ mayor cuidado en la prosa podría transparentar la estructurdc la infalible trampa para cazar almas que arma con su discurso, el padre Martín de Roa se camufla en la hojarasca de un lcn

guaje a primera vista descuidado, demasiado frondoso a vecescomo conviene al cazador.

S . L O S S E N T I D O S E N E L I N F I E R N O

La mayor parte dc los tratadistas no se conforman con enu-merar las penas generales del Averno, sino que especifican lostormentos peculiares que ha de sufrir cada potencia del alma (ma-teria en la que no voy a entrar aquí, por no tratarse de un efectofísico) y cada sentido del cuerpo. Esto tiene una razón: tanto laspotencias como los sentidos son las vías de comunicación delhombre con el mundo exterior, le proporcionan conocimientoy le posibilitan la acción. El hombre conoce, actúa y siente a travésde sus cinco sentidos, y, por tanto, también peca, trasgrede laley divina a través dc ellos. En un capítulo anterior veíamos có-mo el pensamiento barroco les concedía la mayor importancia,como vehículos capaces de llevar al hombre a su salvación o asu pérdida, lo que tenía como consecuencia que la Iglesia deci-diera apelar también a ellos en el arte religioso, el culto y la pro-paganda. De ahí que si, a pesar de las advertencias de sus pasto-res espirituales y de la posibilidad de integrar una rica y complejasensualidad dentro de los límites de la ley divina, el hombre sedejaba arrastrar a la perdición por el mal uso de sus sentidos,éstos, responsables de su caída, tuvieran un castigo especuloy eterno, que no es más que el reverso de su erróneo halago. Pues,en efecto, un equilibrio ideal entre razón, pasión y sensibilidacl

constituye la plenitud del hombre, según idea de raíz aristotéli-ca que recoge el pensamiento escolástico, y en este ambiente d£

equilibrio crece la virtud, como no se cansan de advertir los nu'ralistas de la Contrarreforma, recelosos de cualquier exceso, "cluso de los, aparentemente, más santos, sospechando de exaltaciones místicas que pueden conducir a la herejía o, al menos.

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ndisciplina para con las autoridades eclesiásticas. El premiouna vida así mantenida férreamente en un desarrollo integral,

"ero mesurado, del hombre todo será la felicidad eterna, que norá sino la continuación de esa armonía del hombre consigo mis-

pero ya sin la tensión que supone mantener un control quentónces se ejercerá naturalmente, al estar dc manifiesto la ver-

dadera naturaleza del ser humano, sin la presión deformadora¿c un ambiente hostil y de una heredada culpa (culpa que, pre-cisamente por heredada, no sólo corrompe su naturaleza, sino¿me le hace desconfiar de ella y del entorno).

Por el contrario, una sensualidad desmesurada, fuera no sólo¿e las barreras legales, sino dc la norma interna de la racionali-dad, conduce a un desequilibrio que sólo puede producir un placerambiguo, mezclado de dolor, dc incomodidad, de servidumbre,como bien supo Epicuro. El pensamiento cristiano no aprendióla amarga y lúcida reflexión epicúrea, que veía en el placer mismoutTHoIoTy poma por ello su dicha en evitarlo, en salvaguardarsedFsITpelrgrosa intensidad, ál~menos con tanto empeño comoel que ponemos en huir de las penas. No es extrañó, pues tam-poco comprendióla reconfortanteconsecuencia del mensaje aris-totélico, para el cual la felicidad y la virtud son la misma cosaen el mismo instante, pues esa plenitud en armonía que llama-

los virtud es propiamente en sí la felicidad en su recta acepcióncumplimiento total, de reconciliación del hombre consigo y

su mundo. Y así, la virtud (equilibrio, sí, pero con respectoattina norma externa, al fiel de una balanza que Otro sostiene)tiene su premio fuera de sí, en un cielo eterno y extraño, donde«naturaleza del hombre, purgada por el dolor y por la muerte,puede ser contemplada como pura e inocente, limpia por fin dc*|pangre de Aquel que tomó sobre sí todos los pecados del mun-*Wi liberada, tras el sepulcro, de la concreta ley de su carne y en-^fnada en un cuerpo-pura-forma, que obedece ahora a la nor-"^ abstracta de un Dios de quien es reflejo y no parte, y justa-mente por eso puede ser feliz sólo en el momento en que rcco-

te c°tno suya por obediencia una ley diferente del ritmo de suwaleza, confesándose así dependiente criatura, hijo dc Dios,

' ^ar':e *^e^ todo. Felicidad, pues, postergada, que condenaa una unilatcralidad insatisfecha en la tierra y niega su

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existencia en el cielo, donde el justo ya no vive la virtud sinosu recompensa, un goce externo y otorgado, que no nace de símismo. Del mismo modo, el placer terrestre se contempla cornoun goce sin ambigüedades, cuyo único límite es la muerte (qui-zá por eso los placeres del cielo se describen de modo tan terre-no) y todo el dolor que encierra se manifiesta en los padecimientosde la culpa, cuya cara oculta (y perdurable) constituyen. La mo-ral cristiana desdobla el bien en virtud y premio, y desglosa el ma]en pecado y castigo. Así, bien y mal, perdido su sentido íntimose medirán exteriormente, de acuerdo con la mera legalidad for-mal, y esto dará un cierto aire de arbitrariedad a la ética, arbitra-riedad que se paliará de modo bien pintoresco, adecuando los

placeres celestiales y los tormentos del infierno al desarrollo dela vida del sujeto. Así, el que en la tierra se distinguió por la pu-reza de sus miradas gozará en el cielo de visiones maravillosas,mientras que el que aquí arriba se deleitó con miradas lascivascontemplará allá las apariciones más espantosas.

Por tanto, en el infierno cada condenado padecerá especialespenas en cada uno de los cinco sentidos, con diferentes intensi-dades, en proporción al placer desmesurado e ilegal obtenido através de ellos en su existencia terrena. Estos padecimientos sen-soriales definen así al condenado y revelan su naturaleza perver-sa. Quizá por ello en las apariciones del diablo y de los conde-nados es significativo el mal olor que dejan tras su paso, y quemanifiesta que son hijos del pecado, de la corrupción propiamen-te dicha, y ésta es una de las señales que se apuntan en los trata-dos para distinguir las verdaderas revelaciones de los engañosdel malo. Así lo siente Jerónimo Planes cuando compara las vi-siones de dos monjes, uno que contempló a San Jerónimo y otroque recibió la visita de un pecador castigado eternamente. Dice

así: «Esta visión de la gloria comenzó por la luz y el buen olofque del glorioso san Jerónimo salía; y por el contrario, en la vid*de los santos Padres fue hecha una revelación en la misma parte olas penas del infierno a un monje, por un intolerable hedor q^uno de los condenados le manifestó por ordenación divina*

37 JERÓNIMO PLANES, Tratado del examen de las revelaciones verdadera )

sas, y de hs raptos, Valencia, 1634, fol. 217.

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Los autores difieren unos de otros en la importancia asigna-los padecimientos de los cinco sentidos, pero todos coinci-

en en algunos datos esenciales que aparecen especificados conexactitud y concisión por el padre Arriaga:

«La vista es atormentada por la presencia de los demonios,y de los otros condenados.

El oído con sus continuas maldiciones y escarnios de los ver-dugos.

El tacto con increíbles fuegos y los demás espantosos tor-mentos.

El gusto con un amargor intolerable.El olfato con el pestilencial olor de tantos como en él es-

tán» 38'

El texto es breve, pero suficiente para poner de manifiestotolerable de una situación en la cual cada poro del cuerposer atormentado sin consuelo posible y sin descanso, y no

rá potencia que se libre del padecer, ni sensación que alivie[ue al menos sea indiferente.Más folklórica resulta la enumeración de penas de Fray To-Ramón, que comienza, lógicamente, por contarnos los ma-

les que afligirán al sentido más importante: la vista: «Contem-plad que hay allí oscuridad y claridad para la vista, aunque siempreestán en horror, Sempiternus horror inhabitat, y tinieblas; contodo eso, ven aquellas furias infernales y sombras de muerte, quedice Job, umbrae mortis. Aquellos etíopes demonios que dice Santitilo; imágenes y fantasmas, y otras visiones pavorosas, demenstruos, dragones, avestruces y bestias crueles y tremendas, .

1t?e vienen a los ojos, como dijo Isaías»1''. /Pespués de abrumarnos con esta mezcla, tan de su tiempo,

v r? lrnaginación y sabiduría, entre erudicción y sensaciones vi-j T*1 sa a ocuparse del segundo sentido más importante según

'cion literaria, y dice: «También hay allí para los oídos su

JOSÉ ARRIACÍA, Directorio espiritual, para ejercicio y provecho del Co-<fartm-TrrTnfi'a en el Pim, Lima, 1608, p. 306.

^'""fcttna / "AM°>J, C.onceptos extravagantes y peregrinos, sacados de las divinas*fc> so «e." e ras y Santos Padres, para muchas y varias ocasiones que por discurso del

/ras ,Pndicar, Barcelona, 1619, p. 215.

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<; !•: O G R A F I A n K L. A F T E R N I D A D

pasto, blasfemias, gemidos, aullidos de tantos condenados, p(,r

otra parte fieras voces de demonios con que los espantan, gritay alaridos con que se huelgan en sus tormentos». Variopinta al-garabía que le lleva a una breve disertación sobre la naturalezade los demonios, tras de la cual concluye: «Para el olfato tam-bién hay pez, resina, piedra azufre, y otros hedores abominablesPara el gusto, hambre, sed, hiél, veneno. Pal dmconum vinum con// ; /ivnctiHin aspidum in sanabile. Para el tacto, fuego, yclo, negra y duracama, ardiente hoguera, colchones y almohadas de polilla y colchade gusanos». Espeluznante final para una disertación que empe-zó por la narración casi transparente, serena y algo monótona.de las opiniones de los Padres de la Iglesia, y que manifiesta denuevo esa técnica barroca del sermón «in crescendo», que, en tér-minos teatrales, acababa en punta, dejando suspenso el ánimode los oyentes y aumentando el etecto de la disertación. Efectoseguro y esperado que se completaba por la práctica de atender.inmediatamente después, al confesionario, donde las almas agi-tadas podían descansar en la confidencia y el perdón. Así, se pre-tendía remover primero la tierra del alma para depositar en elsurco recién abierto, aún sangrante y húmedo cíe lágrimas, la se-milla de una nueva vida de virtud, haciendo así perdurable enbuenas obras el momento de intensa emoción, del mismo modoque prolongan los hijos el instante del amor. Esta costumbre de,confesar tras los sermores la practicaban los másTafruHOs ora-croíeTcontrarrclorñiTstas"(és célebre el celo queT'aiíñ""ánciano^acha-

eücT eTMaestro Juan de Avila4") y recogía, aumen-

i i i N r i i - U N O

tada, una tradición de la retórica eclesiástica, entroncando con lu-chos como las legendarias conversiones en masa que se producíantras los sermones de Vicente Ferrer, si bien éste unía a sus induda-bles y excepcionales dotes de orador la amenaza de un peligro mu-cho menos improbable y más inmediato que el del infierno

Pero volvamos a éste para ocuparnos ahora de la forma enque otro instructor de predicadores, Juan Antonio Xarque, opi-na sobre las penas de los sentidos. Una vez más, se comienzapor la vista: «Primeramente, los ojos altivos, y deshonestos, s<

40 Cfr., por ejemplo, en los Casos notables de l¡> ciudad de Córdoba. /<Vn<;" ';''cióii tic documentos para la historia de Córdoba, Montilla, 2.a ed., 1982, p. '

atormentados con las tinieblas, y con el humo negro y espe-de aquellos hornos, que juntándose por de fuera con el fue-

S* que interiormente les derrite las entrañas, los resolverá con-? 'uarnente en lágrimas de sangre. Asimismo rjemirán^dejver tan-'Tlastimosos espectáculos^ tanta trag_edia luctuosa y la carmcc-

muchas personas, a lenes^ „ _.bien en la vida. Pero sobre todo, con las visiones

c les representarán los demonios, tomando ellos espan-tables figuras, sin que puedan cerrar los ojos para no verlas en cas-tigo de los pecados que hicieron con este sentido, y en particular¿e las vistas lascivas, con que profanaron las sagradas Iglesias»41.

Vernos en este fragmento la adecuación de pecado y castigoy la complejidad de éste: privación de la luz, humos, escenas dedolor verdadero y horrores fingidos. Este último castigo, pues-to tras el evidente y realísimo sufriniÍ£ñtó~deToñlrmpjaT4a^ tor-turas de los sereTañi|3os "(y "Basta el amor sirve, como "venios,para atormentar, en el inTIerno), trivializa un poco lo tremendode la pena y nos convierte el abismo eterno en una especie detenebroso corral de comedias donde los espectadores se vieranobligados a contemplar, sin poder cerrar los ojos, como advier-te el jesuíta, que no deja un resquicio al consuelo, terribles tra-gedias representadas por monstruos disformes. Teatro de nue-vo, trasladado ahora a ese recinto en el corazón de la tierra. Peroaquí y a el teatro no distrae, sino que retrotrae al condenado alo monstruoso y trágico de su condición, ni presenta bellas apa-riencias, sino insoslayables realidades que sólo toman la másca-ra de lo efímero para mostrar mejor lo espantoso de su ser. Por-que en esta última función del gran teatro del mundo los pape-les son ya definitivos e intransferibles, y no los ha repartido elazar, sino la Justicia inapelable. Y hasta el amor, la obra de vida,

a positiva y luminosa, es aquí castigo, destrucción y ti-Pero no hay que extrañarse, pues el infierno aparece co-

creación de un Dios que la Iglesia ofrece como Dios-amor.veamos ahora lo que les está aparejado a los oídos pecado-«Darán grandes voces aquella canalla cruel, ¿y qué clama-

. JUAN ANTONIO X A K Q U H , /;'/ orador frístiano sobre el salino del miserere,"•> P. 441

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c; K O (; R A F I A I) F L A H I F U Ñ I D A I)

rán? Hiere, despedaza, degüella, azota, mata sin acabar con ellostrac brasas encendidas, hiervan esas calderas de plomo, derritela plata y el oro, sáciense con el los que tan sedientos de él vivie-ron en la vida, que por amores suyos despreciaron al CriadorEstas y semejantes serán las músicas que recrearán los oídos, qlu.ahora se deleitan con comedias, con cantares lascivos, con lo-,.pecados de sus hermanos, dando audiencia grata al farsante tor-pe, y desalmado murmurador. Allí estarán siempre oyendo ho-rrendas blasfemias contra Dios y contra sus Santos, lluvias demaldiciones, que impacientes arrojarán contra sí mismos, con-tra los cómplices de sus pecados, y sobre todas aquellas criatu-ras, tiempos y lugares que fueron instrumentos de su condena-ción. Pues qué armonía tan apacible la de aquellas temerosasjtrompctas, u F T T c 2 F í _ a m B g s a^Q_s^yjomitafán_fuegp.1 _y l e '

F L [ N F 1 F K N O

, _ ^ _ _ _tocarán arma, y publicarán guerra, mientras Dios fuercJDios»

rá~^orñparacíoñ""cntre"las faltas pasadas y latristezas presentes, y la variedad de castigos: los condenados oiránamenazas terribles, gritos, maldiciones y discordantes trompe-tazos. Lo que no se comprende muy bien es por qué ha de resul-tarles doloroso a estos ya sempiternos enemigos de Dios el es-cuchar blasfemias contra El y sus santos, a no ser que se supon-ga que, eternamente privados de El y antitéticos suyos por esencia(son el mal que un dios unilateralmentc bueno según el esque-ma de la moral cristiana expulsa de su seno) sin embargo lo aman,lo desean y comprenden la justicia de su veredicto. Pero esta con-tradicción, que no es tal para el dogma, si se piensa que Dios,que ama a todas sus criaturas, los ama también a ellos, pese ihacerles sentir el peso de su terrible condena, parece un castigí'demasiado atroz para aparecer como explícito, y se refugia enla sombra de la suposición, dejando a veces entrever lo que es.)«privación de Dios» que define la pena de daño, primera y prin-cipal entre las infernales, puede encerrar de desgarrador e inso-portable.

Pero prosigamos: «No será más privilegiado el sentido delolfato, ni penará menos dentro de su esfera, aunque menos dila-tada que la vista y oído en las suyas. Así porque el embate más

()p. cit., pp. 442-443.

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fresco, para respirar por boca y narices, serán llamas abrasado-ras de humo pestilencial como por el hedor intolerable que arro-jarán de sí los cuerpos de los condenados, como finalmente porja hediondez que se encerrará de asiento en tan inmunda cárcel,y sobrepujará la de las sentinas y albañales más asquerosos deljriundo que no sin misterio se le dio el nombre de pozo del abis-flio»43- Es la ya repetida insistencia en el mal olor de los peca-dores, agravado por la pestilencia de la propia cárcel y por el humosofocante de los fuegos. En cuanto al sentido del gusto «sobreotros muchos padrastros, que en el infierno tiene, padece dos atro-císimos martirios de hambre canina e insaciable sed». Padece, pues,¿e necesidad y carencia, y no por saturación, como los demássentidos, tal vez porque el pecado que se comete con el gustoes pecado de gula, que equivale más a hartazgo que a refinamiento,

"y es lógico que la desmesura se pague con privación.«Finalmente, de las penas del tacto, no hay qué decir, sino

revocar a la memoria lo que arriba se dijo de aquellos dos infier-nos de fuego, y de frío, que todas están cifradas en ellos. ¡Ohgustos desventurados del mundo! ¡Oh miserables deleites sen-suales, que os mentís en los principios dulces y rematáis en de-jos tan agrios, y tan amargos!».

El jesuíta Sebastián Izquierdo se extiende más sobre estos te-mas. Comienza diciendo: «Y así los ojos serán atormentados conlas espantosísimas visiones de los Demonios, las cuales serán tantohorribles, cuando ninguno de los hombres puede imaginar» 4J.A continuación, cuenta el caso de un monje que, habiendo vistoun demonio, dio un grito espantoso y se desmayó, y al volveren sí, dijo «que antes querría echarse en un fuego y abrasarse enél, que tornar a verlo». Y prosigue el tratadista: «Pues si la vistabrevísima de un Demonio en esta vida causa a los siervos de Diostan espantosos efectos ¿cuan horribles los causarán en el Infier-no a los enemigos de Dios las vistas de tan innumerables De-monios siempre continuas y para siempre sin fin continuadas?'""lánto será el horror, el pavor y el espanto que concebirá cada

Ihídcm, p. 446.SEBASTIÁN I7.QUIHRI>0, Consideraciones de los quatro Nwissimos del Honi-

. Muerte, ¡nido, Infurtió y CAvria, cd. cit., p. 249.

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cual de los condenados cuando vea venir contra sí un ejércitode leones, tigres, osos, serpientes, dragones y otros espantososanimales todos de fuego con las bocas abiertas para despedazar-lo y tragarlo? Que tales, y mucho más fieras serán las figuras qiu

tomarán los Demonios para espantarlos y con su vista atormen-tarlos. Serán además de esto, atormentados los ojos de cada con-denado con la vista del fuego tristísimo del azufre, y con el es-peso y penosísimo humo, que de sí arrojará; con la vista de loscuerpos de los demás condenados, que, sobre ser feísimos, se h,¡-rán más horribles y espantosos con los visajes que harán coni-pelidos de los tormentos; con la vista de todos los instrumentosde atormentar que inventarán los Demonios; y con la vista detodas las demás cosas horrendas que habrá en aquel lugar for-midable». Detallada pesadilla que comienza por imaginar el in-fierno como una especie de aterrador zoológico, habilitado porbestias de fuego, llevando hasta su punto máximo, por acumu-lación, el pánico ante una naturaleza desatada. Pero luego en-cuentra algo aún más horrible que cualquier fiera, algo más es-tremecedor que la pesadilla eterna de las bestias ardientes y elfuego devorador: el dolor humano, la agonía sin fin de otros hom-bres semejantes a él que le recuerdan su propia condición, su des-tino de eterna contradicción consigo, sin alcanzar jamás la ple-nitud y la armonía. Y hay algo todavía que supera esta desdi-cha, y es contemplar las invenciones de los espíritus infernales:la aberración más ignominiosa, el contrasentido más trágico: hirazón obrando contra la vida, la inteligencia al servicio de la des-

trucción.Quizá para aliviar este mudo terror ante el espectáculo de una

mente en verdad perversa, para no obligar al lector a soportar latensión de concebir un pensamiento capaz de hacer daño, em-pleado en el mal, el autor pasa rápidamente a enumerar los cas-tigos que sufrirán los reprobos en el segundo de los sentidos,y dice: «los oídos serán atormentados con aquel perpetuo mar-tillar y golpear de aquellos verdugos infernales; con aquel llantorabioso y aquel ay continuo mezclado de voces desmedidas, I.Klamentos desesperados, de gritos, y alaridos furiosos, con qi'ctodos los atormentados estarán siempre quejándose de sus ii(1"lores; con aquellas execrables maldiciones y atroces injurias qu<-

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¿e continuo estarán pronunciando contra sí mismos, contra Dios,contra sus Santos y contra todas las demás criaturas; con aque-llos aullidos, bramidos, silbos, o chillidos espantosos, que aque-llas bestias infernales, cuyas figuras tomarán los Demonios, es-tarán dando, cada cual según su especie o naturaleza; finalmen-te, con aquellas trompetas de fuego, con que los Demonios (co-^o se ha visto en algunas visiones) atronarán por ellos. Estasserán las músicas, que para su recreación tendrá aquella misera-ble canalla. ¡Oh infelicísima, cómo reposará! Porque si acá el ruido"Je un mosquito suele ser tanta molestia que quita el sueño ¿decuánta molestia serán a aquellos desdichados tan tos y tan reciosy tan desconcertados ruidos?45. Después de la espantosa situa-ción descrita al tratar de los ojos, esto de ahora parece casi unamolestia sin importancia. Por eso, nuestro jesuíta acude al infa-lible recurso de comparar aquella vida con ésta, pero con éstaen condiciones de perfección, pues no relaciona aquel estruen-do con los ruidos de aquí, sino con la música, recordando la pazy el consuelo que nos ofrece y cómo nos deleita en nuestros ociospara resaltar más lo áspero de aquellos gritos, lo trabajoso de unaexistencia eterna en medio de tan confusa algarabía y lo descon-certado, en fin, (apropiadísimo adjetivo) de aquellos ruidos.

Prosigue: «Para tormento gravísimo del olfato bastábales alos condenados el estar siempre respirando la llama y humo deaquel fuego de azufre, con que estarán tan rodeados, cuyo oloracá es tan malo, como experimentamos, y será allá sin duda mu-cho peor. Pero de más de esto, los cuerpos de todos ellos seráncomo otros tantos cuerpos ya corrompidos y podridos, que arro-jarán de sí pcstilencialísimo hedor. Que por eso los llama Isaíascuerpos muertos, no obstante, que estarán vivos para padecer.Wdebunt cadavera vivorum, qui praevaricati sunt in nt.e: Vermis eorumnon morietur, ct ignis eorum non extinguctur. (Isai. 66). Porque cuan-to a la fealdad, asquerosidad y hediondez estarán como cuerposhuertos y ya podridos, según sienten los intérpretes de este lu-¡ar»46. Así, los reprobos no tendrán el descanso y el olvido de" uerte, pero sí su horror y su miseria, la podredumbre, el olor

Op. di., pp. 53-54.Op. dt., pp. 55-56.

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G E O ( ¡ R A F I A I) F L A E T F K M I D A P

apestoso, la lenta y segura tarea del gusano, inacabable ahora

el roer lastimoso de la corrupción. Continúa el autor recordar).!do el caso de algunos malvados que sufrieron este castigo ya C1)

su vida terrena, particularmente el rey Antíoco, que despedía t i lhedor que infectaba todo un ejército, y concluye «¿cuál será elhedor que echarán de sí tantos cuerpos de tantos condenados jun-tos, y pegados unos con otros, y encerrados en aquel calabozoinfernal? ¿Y cómo los malaventurados lo podrán tolerar? A 1(,dicho se llega que las inmundicias y suciedades de todo este mun-do, de las cuales le ha de purificar aquel fuego del día final, j un -tamente con los condenados, han de ser echadas aquel día en elinfierno como en su propio muladar, según enseñan los teólo-gos con S. Tomás (in 4 distinc. 47 quacst. 3 arte. 3), las cualesde muchas maneras aumentarán su hediondez; especialmente sien-do el Infierno un lugar tan falto de respiración, cuya falta aunen los lugares de suyo limpios es causa de malos olores, comodice Aristóteles (in Problem. sect. 13), y la experiencia misma mues-tra». El infierno aparece aquí a modo de monstruoso vertedero,definitivo colector de todos los residuos. Es una argumentaciónlógica: si Dios expulsa de su seno las fuerzas del mal como de-secho despreciable y las confina en el infierno, es natural que allídesemboquen también todos los desechos, todo lo que el hom-bre aleja y maldice, todo lo que arroja de sí como extraño, comosucio. Y allí caerán también los condenados, expulsados de laIglesia triunfante, que se avergüenza de ellos y los oculta eterna-mente en lo profundo.

También es preciso destacar la variedad de recursos que em-plea el autor para conmover a sus lectores más eficazmente, va-riando continuamente de resortes para hacerles así vibrar de nuevocon cada frase. En este fragmento busca el soporte de la autori-dad, recurriendo a la Biblia, a los doctores de la Iglesia e inclusoa un filósofo pagano, aunque adoptado por el pensamiento cris-tiano. Y este aire de realidad científica se corrobora con obser-vaciones astutamente triviales, sabiamente cotidianas, que m'*hacen presente lo remoto y extraño, como ese razonamiento, se-reno y mesurado, sobre la falta de ventilación de los aposentosinfernales, que tiene la virtud de recrear ente nosotros todo suhorror y fortifica la credibilidad de un lugar de ultratumba p l ) I

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laconstatación de un hecho que, acaeciendo en este mun-

j nuestr0' se presenta como sucedido allá.Sigamos adelante: «El sentido del gusto tendrán los conde-

dos atormentado con los sabores de que estará penetrado, másdesabridos y más amargos que los ajenjos y la hiél, según aque-lla arnenaza del Señor: Ego ababo eos absinthio, et potaba eos felle.

23); y ^^nj^sj^r^bajgs asqiirrn¡iísirru'>s. y provocativos_vómito que inventarán los Demonios, y les harán que losjra-

su grado. Pero el mayor torrñénto~de este sentiHon hambre canina, s e g ú rT l"qu~e llo~d el pf o fct áf Ta menañCs.~{\^¿\.-§&[ y-üí^dé^LmFsecrFabiosa»77; HctclFqüT

j-fosr3enlonlos convertidos eri pésimos cocineros, cosa que yasospechábamos por la clase de guisos que, según la amplia lite-ratura sobre el tema, enseñan a las brujas. Pero aún más de te-mer es la sed, y el hambre, acuciada sin duda por los aperitivosque se citan al principio. Para documentar este último tormentoacude al Evangelio, y nos recuerda la historia del rico glotón ydel pobre Lázaro. Pero como la gran mayoría de sus coetáneosestaban más que acostumbrados a la penuria del estómago, elautor teme que el castigo les parezca leve y se apresura a añadir:«Será sin duda el hambre y la sed del Infierno mucho mayor sincomparación que la de acá; y así, si ésta ha sido tal a veces, queha obligado a comer las carnes propias, o las de los hijos, y abeber cosas inmundísimas ¿cuál podemos considerar que aqué-lla será? Especialmente, que la pena de ésta mucho se mitiga conla esperanza de la hartura, mas la de aquélla muchísimo se aumentacon la desesperación perpetua del más mínimo alivio. Acá, unenfermo sediento con el ardor de una calentura consuélase, pen-sando en las fuentes, con la esperanza de hartarse en ellas cuan-do esté bueno, mas un condenado tanto más sediento cuanto son

, Mayores los ardores infernales en que se abrasa, ¿en qué fuentespensará?, ¿y con qué esperanza de hartarse en ellas se consola-ra-». Para nuestro autor, por tanto, también es el principal tor-Jftento que ha de sufrir el gusto la carencia de alimentos y bebi-i*as> como comentábamos en el texto anterior, aunque aquí aña-' e los malos sabores y el agravante de la desesperanza.

p. cít., pp. 59-60.

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Por fin, quedan por averiguar las penas del tacto, último delos sentidos. Este, «que está extendido por todo el cuerpo, seráatormentado con aquel fuego abrasador, que en sí y en todas suspartes tendrá embebido. Oh pecador miserable, todo ocupadoen procurar y en gozar los regalos y deleites ilícitos de éste sen,tido, ¿cómo no te acuerdas de aquel tormento que ellos mere-cen? SijKjuíoiQ ._p]¿edes sufrir por el espacio de un Ave Maríala llama de un canj¿il_en^un"HeHo^ ¿como allí sufrirás el estaTdrplénTcaBczai cubierto, y penetrado con fuego tantcnnás cruelparTTiorípre y sin fin? A qHe~sFaña~<Íirarrío5 demás'tonncntos,qíÜMxmtFa este sentido inventarán losDemoñios de azotes, me-ctas^íicTíittósTgaTfios,

aTíucgo como tormento prin-cipal, para luego recordar la correspondencia entre delito \: al placer corresponde el dolor, al regalo sucederá la tor-

tura, el que busca suavidades ha de encontrarse en la mayor as-pereza. ¡Y cómo se pone aquí de nuevo de manifiesto la superfi-cialidad de esta ética! Porque, en efecto, no es al pecado, a la ofensaa la ley, a lo que se hace referencia, sino al deleite que lo acom-paña, y es precisamente el goce, y no la trasgresión de la norma,lo que aparece como malo, como digno de castigo, como culpable.• Todo ser humano conoce la evidencia y la fuerza del placer.y también sabe qué fugitivo es, y qué azaroso. El jesuíta nos in-vita ahora a probar la intensidad del dolor arrimando un dedoa la llama, experiencia muy recomendada por esa orden religio-sa como sumamente provechosa para el alma. E insiste luego sobrela diferencia entre ambos dolores: el que sufrimos aquí afecta sóloa una parte del cuerpo, y aquél nos recorrerá enteros, por dentroy por fuera; el terrenal es, como el placer, pasajero y arbitrario.el infernal será, como el castigo, perdurable y necesario, def ini-tiva cadena de nuestra carne. Y termina con una evocación ima-ginativa de toda suerte de desdichas, tan abominables que aunno están inventadas, pero cuyo carácter lesivo se pone de mani-fiesto por los siniestros instrumentos que están aparejados.

Pero este tétrico panorama se ha desplegado ante nosof«^con un fin: convertirnos. Y a ello se encamina el autor: «AM"1

O/>. ni., p. 62.

^erría yo, cristianos, que ponderásemos con atención. Si unaolestia grande en uno solo de los cinco sentidos, o un dolorudo en una muy pequeña parte del cuerpo por un breve espa-

de tiempo nos suele ser acá tan intolerable, como se ve porexperiencia, ¿cuan intolerables serán en el Infierno las sumasolestias de todos los cinco sentidos juntas, y los intensísimoslores de todas las partes del cuerpo desde los pies hasta la ca-

eza, no por un breve espacio de tiempo, ni por cualquier tiem-po finito, por largo que se considere, sino por una eternidad in-finita? Esto no es cosa comprehensible. Pero mucho menos loes la ceguedad de tantos cristianos, que creyendo con fe infalibleque todos los que mueren en pecado mortal han de estar pade-ciendo siempre, mientras Dios fuere Dios, todo aquel conjuntode penas, tan sin miedo se arrojan a los pecados mortales, y sedejan estar en ellos, como si no lo creyesen. Dios por su miseri-cordia a todos les abra los ojos»49. Con lenguaje expresivo yprofunda convicción, exhorta aquí el autor al cumplimiento dela ley moral, señalando, como para facilitar el buen propósito,que no pide nada extraordinario, sino que sólo pretende que elcristiano sea consecuente con sus ideas. Hay en este párrafo uncierto aire escandalizado del escritor ante su público, paradójicopueblo que se dejaría matar por la pureza de un dogma que con-fiesa patrimonio de los doctores eclesiales y que, sin embargo,no hace de su vida el testimonio cálido y cotidiano de la Pala-bra. Pero eso que tanto parece escandalizar al autor no es másque la consecuencia inevitable de la política de la Iglesia triden-tina. Al prohibir la interpretación personal de los libros sagra-dos y mirar sospechosamente la relación directa con la divini-dad, imponiendo la necesidad de un clero mediador entre los fieles

icl cielo, desecha toda verdadera comprensión de la divinidad,•estierra el pensamiento de todo posible contacto con lo tras-

cendente y suscita así una adhesión fanática y vacía a unas afir-maciones dogmáticas aceptadas, sí, y proclamadas a los cuatrolentos, pero no realmente asumidas, no hechas carne y sangremateria del propio ser, y que no pueden así fructificar en"*>s. Las obras, además, no surgirán así del corazón, no pro-

¡hídcni, p. 63.

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G E O G R A F Í A i ) i L A E T h l( N I ]) A I)

vendrán de una norma interna, sino que serán impuestas por unaley exterior, a la que es fácil desobedecer. Es, quizá, una conse-cuencia querida, o al menos, tolerada por la Iglesia mismajjjuetompjnisjiba con un poco de tolerancia moral stTintransigenciaideológica.

Ésto a la vez se adaptaba a y acentuaba el carácter sensualy apasionado del siglo del barroco, pero provocaba, en las per-sonalidades verdaderamente profundas, un cierto desdobla-miento de personalidad, una contradicción interna que na-ce de la insatisfacción, de un descontento irremediable, in-soluble para una fe sólida que no admite la posiblidad de l . iduda.

El autor termina rogando a Dios que abra los ojos de los fie-les y los ilumine para hallar el camino de la salvación, pero esconsciente de que hay que golpear el hierro en caliente y, porsi la iluminación divina se retrasa, bueno es ayudar al Señor contodos los medios humanos. Nos pone, pues, de nuevo, a consi-derar los dolores de todas las potencias en el abismo eterno ynos advierte que es necesario arrepentirse inmediatamente, em-prender desde este mismo instante la gran tarea de la perfección,porque acecha la muerte, inadvertida y repentina, nos espera elinfierno, y «allí se pagan con desesperaciones eternas las espe-ranzas locas de los pecadores. ¡Oh cristiano lector, si llevases deaquí fija en tu corazón esta certísima verdad! Que de los cristia-nos católicos los más, o casi todos, cuantos se condenan, que soninnumerables, por aquella loca esperanza se condenan, y con lacual esperan que al fin han de ser perdonados de aquellos peca-dos a que se arrojan o en que perseveran. Porque creyendo los

católicos con fe certísima que el pecado mortal es digno del In-fierno, ninguno es tan insensato que se atreviera a cometerlo oa perseverar en él, si no es esperando que Dios por su bondady misericordia infinita al fin se lo ha de perdonar, y darle su gra-cia, y salvarlo. Pero porque estos irracionales pecadores de a l l ítoman osadía para ofender a su Señor, de donde habían de to-mar motivo para amarlo y servirlo, justísimamente son de El de-samparados, y al fin mueren con sus pecados y se condenan. Na-die peque, nadie persevere en el pecado con esperanza de que . i >fin será perdonado, porque esta esperanza presuntuosa es la que

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tiene lleno el Infierno»5". Se critica aquí la actitud del que, con-vencido de la necesidad del arrepentimiento, quiere disfrutar aúnde su pecado, dejando para más adelante, para cuando esté has-tiado de deleites o sea ya incapaz de gozar su carne maceradapor los años, el, sin duda, sincero dolor por las ofensas, el pro-pósito de la enmienda y aun la rigurosa penitencia. Es una pos-tura cómoda y confiada, que revela una cierta inmadurez, lógicaen una comunidad de fieles destinados a obedecer sin participar,donde la moral es cuestión de disciplina, y no de verdadera y ma-dura decisión. Exactamente la misma actitud que expresa, tan con-cisa y acertadamente, el «qué largo me lo fiáis» que repite el bur-lador de Sevilla de Tirso de Molina, expresión glosada, al finalde la obra, instantes antes de que don Juan, impenitente y ate-rrado, muera y caiga en el infierno, por la siguiente canción, en-tonada por dos fantasmas:

«Adviertan los que de Diosjuzgan los castigos grandes,que no hay plazo que no llegueni deuda que no se pague.

Mientras en el mundo viva,no es justo que diga nadie:¡Qué largo me lo fiáis!siendo tan breve el cobrarse».

Puesto que el plazo es, en efecto, corto, y el castigo terrible,es preciso apresurarse y cambiar de vida, para no arriesgarnosa sufrir eternamente.

Larga y compleja disertación la de este tratadista. Pero el te-nia en verdad lo merecía, y un autor tan importante como el pa-dre Nieremberg le dedica igual atención, como veremos acto se-&E

( Empieza por la vista: «Los ojos no sólo han de tener un dolor vehementísimo, pues las mismas niñas de los ojos han de estar quemándose, pero con monstruos fieros y abominables fi

50Op. cit., p. 70.

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guras, como se ha dicho, han de estar atormentados»51. El do-lor de ojos es una innovación de este autor, pero lo más espan-toso siguen siendo las visiones. Razona qué tormento causará lacontemplación de tantos diablos cuando la aparición de uno so-lo, aquí en la tierra, puede provocar la locura o la muerte del in-fortunado que lo ve. Compara luego el temor que sentimos aquíante espectáculos de crueldad y miseria con el que sentiremosallá, ante un panorama más desolador y, además, eterno, y, par.iproporcionarnos un término adecuado de comparación, presentauna anécdota histórica que nos parece desmesurada, pero que seresuelve en nada; casi es deseable, en parangón con las abomi-naciones del Profundo. Dice: «Además de esto, ha de tener tor-mento también la vista, con ver atormentar a muchos de los su-yos. Egésipo escribe de Alejandro, hijo de Hircano, que queriendohacer un riguroso castigo en ciertos hombres, mandó poner ocho-cientos en sus cruces, que entonces eran como después las hor-cas, y ahora el garrote vil; y que a sus ojos, antes que acabasende morir, los verdugos matasen a los hijos y mujeres, con grancrueldad, para que viéndolo aquellos miserables, no una, sinomuchas muertes muriesen. No faltará este rigor en el infierno;porque allí verán los padres con sumo dolor atormentar a sushijos, y los hermanos a los hermanos, y los amigos a los amigos».Y si esto discurrió un hombre, una criatura frágil y mortal, deinteligencia limitada ¿qué inventarán los demonios, mentes su-periores destinadas a la triste tarca de atormentar sistemática-mente a los reprobos? ¿Cómo jugarán con los sentimientos desus víctimas, cómo les desgarrarán el corazón utilizando comoinstrumento de tortura a quienes le son más queridos?

Pero no sólo el amor sirve como cebo de la pena, sino qmtambién el odio, la rabia y el despecho participan en la tarea, pues«será grande tormento de los ojos, verse en aquel abismo de pe-nas los que fueron escándalo y causa de que pecasen otros»Encontrarse cara a cara por toda una eternidad con el causantede las propias desdichas es sin duda refinado tormento, pero aun

11 JUAN EUSEBIO NIEREMBERG, Diferencia entre lo temporal y lo eterno, H.<r"cdona, 1871, p. 272.

52 Op. cit., p. 273.

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ieda otro más, y así concluye: «Finalmente, a la vista de cosasLI tremendas y lastimosas, se ha de juntar un horror nocturnounas tinieblas espantosas, que han de afligir mucho la vista de¡ condenados». Ño detalla aquí el padre Nieremberg, como so-n hacerlo otros autores, de qué modo se compaginan las ti-

lieblas con las visiones, si es que se alternan, en una variaciónhorrores, o si, como es el parecer de los más, la oscuridad,

aunque total, ha de permitir que el desdichado vea todo aquelloje puede causarle aflicción. Me inclino por esta segunda hipó-

esis, que es la aceptada comúnmente en el resto de autores dei Compañía, y la que parece desprenderse del sentido de la fra-

se, pero pienso que, en un ambiente tan desolador como el quepresentan las descripciones infernales, todo causa aflicción. En-

Dnces, ¿cuál es el lugar de la tiniebla?También acude a una comparación histórica a la hora de pin-los las tribulaciones que sufrirá el sentido auditivo. Nos di-

; «Los oídos no sólo serán afligidos con un dolor intolerableque tendrán causado del fuego abrasador de que estarán penc-

ados, pero también con un ruido y estruendo espantoso de true-voces, gritos, gemidos, maldiciones y blasfemias. Mandó

ana vez Sila, dictador romano, encerrar en el circo seis mil per-

Isonas, y juntamente que en un templo cercano se congregase elSenado, donde él les había de dirigir un discurso, ordenando quecuando él diese principio a su razonamiento, matasen los solda-dos con gran brevedad a toda aquella multitud de gente. Apenashubo Sila comenzado su oración, cuando no se podía oír pala-

f bra por las voces, alaridos y llanto de la gente que moría, que-dando todos atónitos y espantados. ¿Qué confusión y horror serápara cada uno de los condenados oír a otros?» r i i. Así pues, losprincipales tormentos son el dolor de las orejas, abrasándose en

fuego, y la algarabía de lamentos y gritos. No aparecen, sinembargo, los ruidos disonantes ni las trompetas atronadoras. Encuanto a la improbable anécdota que ilustra la imaginada situa-ron, resulta acertada, pues si bien a la confusión de las quejasse une el temor y la incertidumbre, mientras que en el infiernola certeza del mal y la presencia del dolor alejan la duda, sin em-

Op. cit., p. 274.

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bargo esta certeza no sosiega el ánimo y lo rinde ante lo inevita-ble, puesto que el condenado, aunque conoce la justicia de sureprobación, no se resigna a ella, según la opinión más comúnde los teólogos, ardiendo en una desesperación rebelde, en unaestéril rabia contra su destino, como el mismo autor señalará una--páginas más adelante, al hablar de los castigos reservados a laspotencias del alma, castigos de los que no nos ocuparemos aqinpor no entrar dentro de lo que se puede llama*descripción físi-ca. Así, si para los ojos del no iniciado puede parecer más terri-ble el tormento de los senadores, para el que conoce el estadode ánimo de los reprobos —y el lector medio del siglo X V I I es-taba bien informado sobre el asunto—, el sonido infernal es máshorrible, más aterrador, no sólo por eterno, sino por desespe-ranzado.

A continuación, enumera las penalidades olfativas diciendo:«El olfato de la misma manera será atormentado con una hedion-dez pestilencial. Fue_horxiblc_tprmentó el que usaba el rey Me-ncncio, del cual escribe Virgilio, que era atar un hombre vivo

— . . . __ — -- ir _^ . —£? _—•—L 1 - ,

a_un cuerpo_ medio £odridjo.L dejáridol.o__así Jus.taj^ue .Tibedíon-dez del muerto lo matase. ¿Qué_cosa más_horrible, que pegadaIa~Bocá~dérhombre vivo £onTa de otro muerto, haya de recibirél vivo las exhalaciones pcstilcntgs_y Joedíon Jas deT cadáver "yapodrido, y perecer entre gusanos, asco yJiecRojidezTTero ¿quées ésto, con ser todo el cuerpo del condenado tan pestilente, vhaber de estar pegado con otros cuerpos semejantes? A éstos porsu hediondez llamó Isaías cuerpos muertos, cuando dijo: Subirála hediondez de sus cadáveres. Y San Buenaventura llegó a de-cir, que si un cuerpo solo de condenado lo trajeran a este mun-do, bastara para inficionar toda la redondez de la tierra». Impre-siona lo truculento del dato histórico que aporta, pero su horrormacabro parece tolerable ante esa situación en que el dañado sehorrorizará de su propio cuerpo; estará, sí, atado a un cadáver,a su propio cadáver, en descomposición inagotable, eternamentecorrupto, renovando la siniestra ceremonia del gusano y su abo-minable banquete. Atados a su cuerpo muerto, ligados a una di-solución tanto más espantosa por cuanto que proviene de un-1

carne ya definitivamente inseparable, y de una carne que un díafue aliada del placer y la belleza, odiando cada centímetro de su

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1 I I N F I E R N O

1, respirando las miasmas de su perdición para siempre, pararnprc, vivirán muerte eterna, intolerable.Menos siniestro es el destino que le espera al sentido del gusto,

nque no deje de resultar desagradable. Nuestro jesuíta nos lo,jnta así: «¿Quién podrá declarar la amargura, mayor que de ajen-

acíbar_gue sentirán los mi seTarJle'sTCa ^ritura cHccfníel'eoragones será su vmo^^vcneno de áspides gustaran etcrna-;éñtéTjüñto con una scc^ intoferable y hambre canlÍKfTconfor-

_ que dijo PavTdTja.dlecerán Hambre, como perros. Estetormento será mayor de lo que se pueda pensar". QuiñfuTáho lla-mó dicha a la peste y a la mortandad de la guerra, en compara-ción del hambre, la cual dice que es un mal inexplicable, y la másdura de las necesidades, deforme entre todos los males, que con-feridos en ella, son preciosos». Dado el horror de las descrip-ciones anteriores, es desalentador decir que éste será un tormen-to mayor. Pero esa afirmación se basa en la autoridad de los an-tiguos y puede resultar demasiado teórica, después de las atro-cidades narradas al hablar de los otros sentidos, así que el autorapela ahora de nuevo a lo espeluznante y prosigue: «Y si los de-más males de la vida se pueden tener por bienes, respecto delhambre, aun en esta vida temporal, ¿qué serán respecto del hambre-eterna de la otra? El hambre en esta vida llega a tal extremo, queno sólo perros, gatos, ratorTésrcüicbTa^rsapo^^ucrosre^éfeeise apeíecc^omer7>rse"(;omc" veT3ál3erá~mente, pero llegarTTas ma-3rcs~a~c 6 m éTTsuTlTifo s , y 1 o_s_ lio rnjjresTas^cafneT cté s \j£7jjrcnrcreBrazos, como sucedió áTemperador Zenón. Si es tanTTórrible mal

71m^_náVque sé qüisierañ^éspedazar los con3enados~antcs de~piícic-ffrla. ;Y3ar_s^di_J^crT¿iIaTorrnerttará menosjPt

Todavía abrumado el lector por la tremenda imagen del em-perador que se devoraba a sí mismo con desesperada autosufi-ciencia, el autor, sin darle tiempo a recuperarse, sin dejar lugar*1 pensamiento, ni siquiera al alivio, prosigue: «El tacto, así co-nio es el sentido más extendido de todos, así será el más ator-

con aquel fuego abrasador. Asombra sólo el pensar la•imanidad del tormento que usó Falaris, metiendo los hom-

Op. dt., p. 275.

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bres desnudos en un toro de metal, todo encendido, para qu,se tostasen allí dentro. Pero risa es esta pena respecto del fucúdel infierno, que no sólo ha de tocar por fuera a los condenados.sino que les ha de penetrar por todos cuantos poros tienen, cKmodo que no les han de arder menos las entrañas que el cabellode la cabeza». Curiosa cualidad penetrante de estas llamas, qvi,inquieta y asombra. Pero resulta casi inconcebible, pues un fiu--go así no puede compararse con el terreno. Para ayudar a la ini.i-ginación, el padre Nieremberg acude de nuevo a las anécdotas,aunque en este caso lo que nos cuenta no es un suceso humano,sino un milagro: «En confirmación de esto escribe el venerabKPedro Cluniacense que, estando para morir un mal sacerdote, s,le aparecieron dos fieros demonios que traían una especie de ca-zo con un líquido encendido, del cual cayendo una gota en 1,¡mano del enfermo, al momento se la abrasó y consumió tod.ihasta los huesos, viéndolo cuantos estaban presentes, que qiuciaron atónitos en la eficacia y violencia de aquel fuego inferna!que así calienta y abrasa». Hay que hacer la salvedad de que, sibien aquella gota abrasadora consumió la carne del moribundoen el infierno la abrasará sin consumirla, pues nuestros cuerposson aquí mortales, pero allá serán inmortales e indestructibles

Naturalmente, un futuro tan espantoso se ha presentado an-te el lector para que éste medite sobre él y pueda evitarlo, asique el autor añade: «Considere esto el cristiano que pecó algúnve?, mortalmente; mire que le puede ser dificultoso, áspero, o in-tolerable, pues mereció el infierno, y dígase en cualquier tribu-lación y trabajo: "Cosas más graves debía padecer, no tengo q i i ' 1

quejarme de esto"». Con esto, ya deja claro que la reforma m < >ral debe ser seria y profunda, debe consistir en un enfoque radi-calmente diferente de la vida. No basta con arrepentirse superfi-cialmente: es preciso haber penitencia. Y nos cuenta ,; continua-ción el caso de un cristiano que tuvo una visión de las penas infernales, la cual le impresionó de tal modo que ingresó en umonasterio y llevó siempre una vida de extremado rigor, c»"1

penitencias tan suicidas como ésta: «Entrábase en un rio helad1'que estaba junto al convento, sin desnudarse los vestidos, habiend1'quebrantado el hielo por algunas partes para poder en:rar, y de-pués dejaba que se enjugasen los vestidos en el cuerpo. Espant

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i i N r i t. u N o

banse algunos de que pudiese un cuerpo humano sufrir en tiempo; de invierno tan grande frío, pero él decía: "otro frío mayor que

éste he visto yo"»".Queda clara la intención del tratadista. Su deseo es que el li-

bro funcione como visión infernal, que sea una auténtica y for-tísima revelación, una experiencia. Debe impresionar al devoto deal manera que suponga un corte en su vida, de modo que, para

¿•evitar aquellos dolores, acepte y aun busque los terrenales. El pa-s'dre Nieremberg tiene un concepto tan pesimista de la naturaleza

lumana, la ve tan manchada e indigna, que le parece imprcscin-iible que cada hombre tenga su ración de infierno. Por eso, siqueremos librarnos de la condenación eterna e irrevocable del

Juez supremo, debemos condenarnos nosotros mismos a un pc-íqueño infierno cotidiano, menos atroz y menos perdurable, y que: se ha de tolerar mejor por cuanto que es voluntario y se presu-me esperanzado. Para los perfectos, todo, hasta lo que es apa-entementc placentero, puede convertirse en mortificación y as-ereza, alcanzando así la excelencia moral. Los mediocres basta

con que resistan sin quejarse las penalidades de esta vida (que,en opinión de nuestro jesuíta, ya es de por sí bastante infernal)

|y cumplan escrupulosamente las penitencias mínimas obligadaspor la Iglesia. Así concluye: «Esta misma consideración débe-

los tener para sufrir en esta vida todo lo que se puede sufrir,3ues en la otra hay que sufrir más de lo que se puede. Más esel infierno que un ayuno a pan y agua; más que el áspero cilicio;las que la disciplina sangrienta; más que el agravio y la injuria.

Suframos esto que es menor, por librarnos de lo otro que es más;llanto más, cuanto es más lo vivo que lo pintado. No hay que

Quejarnos del mal que nos puede suceder en esta vida, sino con-fiarnos mucho, que quien debiera estar en aquel incendio eter-

lamente y sin provecho, esté con esperanza de la gloria, con undolor temporal en que merezca el cielo». Agridulces palabras, pe-imista consuelo que parece, sin embargo, claro y suave si se leiestaca sobre el sombrío fondo que le precede.

Para terminar, veremos qué es lo que opina de los padeci-específicamente sensoriales el jesuíta Martín de Roa, cuyo

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1:1 O;;, cit., p. 276.

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C, H (1 (i R A T I A I) K I A H T I U N I D A D

libro, por ser a la vez sencillo y completo, ha venido tambiéncerrando y, de algún modo, resumiendo la situación en los capí-tulos anteriores.

Comienza por establecer el principio general de que los do-lores de los sentidos serán justo y adecuado castigo de sus pla-ceres ilícitos en la vida terrena, y dice: «Ultra de estos tormen-tos, cada uno de los sentidos del cuerpo padecerán sus particu-lares que correspondan a los deleites, que contra la ley de Diosadmitieron en esta vida»5'1. A continuación, expone, en unaenumeración rápida, el panorama general de estos padecimien-tos específicos: «Tendrá la vista mil ocasiones de dolor en las lla-mas, en las tinieblas, en las figuras espantosas, que se les mos-trarán los demonios. Los oídos en los llantos, y gemidos de losatormentados, en el crujir de sus dientes, en sus quejas y maldi-ciones, en sus blasfemias, en la vocería de los demonios y aulli-dos de bestias, en cuyas figuras representarán sus bramidos. Elolfato, en intolerables olores, que tendrá el mismo lugar, y susmoradores. El gusto con el sinsabor, que el fuego causará en él:el tacto con los dolores continuos, y ardor del fuego». A conti-nuación, trata de probar la veracidad de estas afirmaciones me-diante el autorizado testimonio de una serie de testigos presen-ciales, y, siguiendo el orden del resumen, va contando uno o doscasos milagrosos que ejemplifiquen y, a la vez, establezcan co-mo indudables los tormentos anunciados.

Comenzando por la vista, cuenta la historia de un religiosomoribundo al que sus compañeros encontraron presa de una granagitación, y que, cuando se hubo calmado un poco, les explicó:«No os maravilléis de mi turbación: vi dos demonios de tan abo-minable vista, que si se encendiese aquí un fuego de piedra azu-fre y metal derretido, tan fuerte que hubiera de durar desde ahoraal fin del mundo, escogiera antes pasar por él que volver a ver-los». Excelente técnica, que nos describe un horror por los efec-tos causados sobre el espectador, dándonos así la impresión deunas criaturas tan abominables que no pueden ser descritas con

""'' MARTÍN DE ROA, Estado de los bienaventurados en el cielo, de hs niños en ellimbo, de los condenados en el infierno: i de todo este Universo después de la resurreccióni ¡uizio universal, cd. cit., fol. 98.

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I - I I N [ • I Y R N O

palabras, pero excitando a un tiempo la imaginación con la des-mesura de una fealdad tal, que, antes de volver a verla, es prefe-rible arrojarse, durante siglos y voluntariamente, a un dolor in-tensísimo. Y concluye: «Pues si dos de ellos causaron tal asom-bro y horror, qué hará la vista de tantas legiones o compañíasde ellos, unos más feos que otros, todos encarnizados en su tor-mento, sin tratar de otra cosa que de su daño»57. Así, la varie-dad acentúa el efecto, pues hasta la mayor deformidad puede verseatenuada por la costumbre. Sin embargo, la diversidad en lo feoasegura el asombro y renueva el espanto. También se destaca quela actitud amenazadora y la expresión cruel de los demonios, laevidencia de su enemistad para con el condenado, harán aún máshorribles sus facciones.

Para ilustrar las penas de los oídos cuenta dos visiones. Laprimera la tuvo un cistcrciense que, cansado del rigor de la re-gla, había pensado colgar los hábitos. Entonces se le apareciósu madre, que había muerto, y le exhortó a sufrir las asperezasdel monasterio, para no verse en mayor peligro de sufrir un díalas del infierno. El fraile le contestó que, para él, ningún infiernopodía ser tan duro como su celda conventual. «Replicóle su ma-dre: ¿pues quieres experimentar un tantico de lo que allá pasa?Respondióle que sí. Oyó al punto un gruñir tan horrendo de ani-males inmundos, que pareció que los cielos se venían al sueloy daban sobre él. Dio voces de miedo y desmayóse». Cuandovolvió en sí había cesado la algarabía, y sólo quedaba a su ladoel espectro dulce y consolador de su madre, a la que prometióperseverar en el Císter; y cumplió su promesa, llegando a seruna de las glorias de la orden.

La segunda visión la tuvo el camarero de un hombre rico,noble y disipado. Estando el criado una noche en la antecámarade su amo, se sintió transportado ante el tribunal de Dios y viocómo su señor era conducido allí, juzgado y condenado. Los dc-tnonios^ oída la sentencia,_«lleyáronlo luego^con gran orgullo ante¿TPríndpe de la^tiniebíaTrcrTuaTnéndose^dijo: este caBatteróAcostumbraba bañarsejmtes de comer y~fregarsé~el cíFcrpóTser-

idle según su~costimibrerLJ^Jronle^Trn^aña dónete unos dc~-

Op. cit., fol. 99.

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C í E O G R A F Í A 1) F. L A F T E K N 1 1) A 1)

rramaban sobre él llamas de fuego, y otros con uñas carpían susíSmW. De aquí le pTrsTCTTrrrrccíSTai^éETIñ'^n^o^^icñH'o ci (

'^üsan0sry~ir~d'Ícroñ~"á~Biéber p^cclrTlízüTrejéncendida. Daba c]trótcTTuí^rfertdoSTy'eorrró'qücse compadeciera de él,dijo ¿Tquc'piusidía^aslarpfr'sílete'coñ'güstcria música, désele alguna.'Xle-gafoñse a cl~dos demonios con dos trompetas,_v]gít5riarTdoia's.jcjírrogrcirTtanto fuego por jos oídos, quelcreyentó por los ojos

^_y_jiarice£>>Tt(. 'Iras esto, cesó ía visión, yeTlítí^óHzaiJoTnayop-domo se precipitó en la habitación de su amo, al que encontrócadáver. Esa burla cruel de los demonios, que fingen halagosmientras atormentan, esa sangrienta parodia de las ceremoniasy los placeres diarios, donde los camareros han sido sustituidospor verdugos, donde el señor es ahora el humillado y los delei-tes se truecan en dolores insoportables, esa caricatura de la cor-tés deferencia, parece una venganza del ánimo servil, como siel infierno del amo hubiera ido forjándose con los sueños delcriado, y tal vez el horror del vidente provenga sobre todo dereconocer su odio, su oculta violencia en aquella escena infernal.Los hechos parecen favorecer esta interpretación, pues el mayor-domo abandonó su oficio, tomó el hábito y asombró al mundocon sus penitencias hasta que llegó su hora.

El autor no pone ningún ejemplo de las desdichas del olfati <y el gusto en los infiernos, sino que se limita a decir: «Del olfa-to, cuanto haya de ser atormentado, sobrados ejemplos tenemos(...) No hay duda sino que el mismo lugar y los cuerpos de loscondenados tendrán tan mal olor cual suelen dejar ellos y susatormentadores las veces que se han aparecido en el mundo. Tam-bién el gusto tendrá sus particulares penas, un sinsabor perpe-tuo, una hiél eterna, cual se significa con los manjares y bebidasque en sapos, y serpientes, en piedra azufre y metal derretido,se nos ha representado en muchas visiones»5''.

En cuanto al tacto, el tratadista dice que son tantos y tan va-riados sus padecimientos, que resulta difícil poner un ejemploque proporcione una idea de ellos. Sin embargo, elige dos casos

™ Op. cít., fol. 100.5" Ibídem.

jue, por abrazar varios tormentos, pueden resultar ilustrativos,primero se parece mucho a la historia del señor y su criado.

__ ; la visión de un monje al que le fue dado contemplar la recep-ción de un rico en los infiernos. El príncipe de las tinieblas aco-

: con alegría su alma y «mandola sentar en una silla, vestida: boda (todo ello era de fuego), diéronle luego de beber un li-

cor como de bronce derretido». Los demonios, en torno al des-iichado, reían y festejaban, con regocijo y algazara, sus visajesie dolor. Por último, lo llevaron a otra habitación «y pusiéronleen una cama también de fuego, llena de serpientes y dragonesen vez de las mujeres, con quien en esta vida acostumbraba ofen-ier a la Divina Majestad. Allí en apariencia de besos y abrazos: daban tan crueles tormentos». Así, lo que en la tierra daba pla-

|cer, los ricos muebles, los trajes suntuosos, los licores exquisi-tos, las músicas y bufones, los juegos eróticos, aparece en el in-fierno deformado, contrahecho, parodiado con una cínica cruel-dad. En este ejemplo, como en ningún otro, se aprecia la con-cepción de las penas infernales no sólo como correspondientesa los pecados, sino como su negativo, como su reverso. Si en la

laginación del tratadista el trasgresor de la ley divina obtienecambio placer terreno, el dolor se imagina postergado al in-

fierno, a la venganza eterna.En realidad, la riqueza, el poder o el amor son partes de nues-

tro destino, constituyen hilos del tejido de nuestra existencia, yson, como todo, agridulces, sublimes, mezquinas, felices, desdi-| diadas, dolorosas, placenteras, enfermizas, vitales, reales. Son a

la vez nuestro premio y nuestro castigo, nos han caído en suertey en desgracia. Sin embargo, para la unilateralidad de una éticasimplista la pasión ilícita produce placer y dicha en esta vida,(y ello es posible porque su carácter ilícito proviene de simpledesobediencia a una norma externa, y no de un crimen contraApropia naturaleza y la prop ía plenitud vital). Por eso es justo yes necesario que en la vida de ultratumba el dolor y la desdicha,que se suponen ausentes de la existencia terrena del pecador, seproduzcan sin tregua, sin mezcla, sin consuelo, en una repeti-ción al revés de la vida pasada. Por eso el_pecaclor_está^condena-do a hacer rKacta^nteJasjnismas cosas cñla tierra y en el inflef-1o, pero los electos que recibirá de^stos actos serán totalmente

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opuestos. Lo que arriba produce honor, abajo causa vituperio,Toqüe~cTaBa placer atormenta, lo que otorgaba poder humilla,de las fuentes del amor brota el odio, lo que serenaba el ánimolo inquieta, lo que embellecía el cuerpo lo hiere, lo que agradabadisgusta, lo que fomentaba la vida causa la muerte.

Por último, nos refiere el autor los tormentos de un mal obis-po. A éste también lo sientan en silla de fuego. Después, «pusié-ronle sobre la cabeza una corona también de fuego, y entró unciervo espantoso, que con las puntas de sus cuernos le sacó dela silla, y le hirió todo el cuerpo. Restituyéronle a su asiento yentraron dos grandes lebreles negros, que, haciendo presa, learrancaron de él, y a bocados lo despedazaban. Sucedióles unjoven terrible con un alfanje desnudo, que de un golpe le rom-pió la cabeza, y cortándole al derredor la corona, se la arrojó asus pies y se fue»'1". Luego, el propio sentenciado explicará alvidente que la tortura del ciervo castiga las horas entretenidasen la caza, sin ocuparse de su sagrado ministerio. Los perros ven-gan a los subditos oprimidos, y el verdugo cercena su cabeza enpago de las veces que mandó ajusticiar contra todo derecho alos sometidos a su autoridad. Para finalizar, Martín de Roa nosadvierte^ que_no hay que tomar estas apariaoneTlitelFáTmeñte, si-no_co_mo_parál:ioTas de un doloFinSecible. No es seguro que enci.JIlfÍ£Olo jexistan _ .alfanjes _ reales^si^milares aJosjJe aquí. JefoPJCLs_i}iS£.vi.?ible, Por medio del alfanje, l^mtensidad_del sufri-miento que el obispo indigno sen^raren_suj^aÍ2eza4L.cuello. SinéjnbTrgo^concede, es~muy probable, casi seguro, que^jiunquino existan armas ni an7malelT«cTé~ véTcTad»7Tos demonios adop-jten esas formas^ara acTeceñtaFlargeña de los perdidos. Él hechode que las Fieras y^osTñstrumentos seanímgfdos y no reales nocambia nada sus dolorosos efectos ni altera el sufrimiento de loscondenados, pero asegura en cambio su posibilidad dogmática.pues se supone que los animales, al no tener alma, no resucita-rán ni habrá lugar para ellos en el cielo o el infierno. De todasformas, que sean entidades existentes o meras apariencias nadaaltera tampoco el aspecto exterior del infierno, que es de lo qmnos hemos ocupado en estos capítulos.

Op. cit., fol. 101.

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H L I N F I E R N O

Con esto demos por terminado nuestro paseo por el reinoie las tinieblas. De aquí en adelante, será la suerte de los biena-venturados, sus goces y su entorno, tal como lo entendían losautores barrocos, el objeto de nuestra investigación.

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I I . E L C I E L O

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D E S C R I B I R E L C I E L O

El cielo, el paraíso. La serenidad azul de aire quieto, inmuta-: por encima de las nubes, o el jardín de flores que nunca se

architan y frutos fragantes y accesibles. Algo cercano por cog-tioscible, por imaginable, por soñado y deseado, pero insopor-ablemente lejano por inalcanzable. Se ha perdido la llave, se haDlvidado el camino, no podemos encontrar la puerta que nos con-ducirá a esa delicia eterna y transparente.

Esa doble condición de perenne culminación de los deseosde lugar lejano, al que sólo se puede llegar tras haber sufrido

oruebas terribles y haberse asesorado por el consejo de los sa-bios aparece en todas las descripciones de un lugar feliz, de uncielo, en las más diversas culturas. Y esta misma identidad hace

distintas las concepciones del cielo no sólo según las cultu-•» sino a través de las épocas. Si es culminación de los deseos,

se configurará elevando al grado superlativo lo que cada comu-nidad, en un momento histórico dado, considera como más de-eable, y si sólo se llega a él por el consejo de los sabios y tras

una dura prueba, su camino se trazará atendiendo a las ideas deCuellos que, para aquel lugar y aquel tiempo, se consideren de-Ppsitarios de la sabiduría y la verdad, y tras un acto que, segúnichos criterios, se considere al mismo tiempo heroico y peno-°- oólo entonces llega cada uno ante los muros que encierran

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\¡ E O G RAFIA DE LA H I H R N 11) A I)

la felicidad perpetua, y la muerte será la llave oscura y compar_tida que nos franqueará la entrada si superamos de acuerdo conlas normas su difícil, pero inevitable, descenso a la tiniebla y ha-llamos, en lo más recóndito, en lo más hondo de su negrura es-pesa, el corazón de diamante que engendrará en nosotros una

eternidad de luz.En la tradición cristiaiTaJ^ndea de paraíso, de jardín, es pronto

sustituida porTa"3crc7u3ad celestí^l:TúdacTl^TMT^-Tnic^Ttl-ris-tiani^mcJTparece eíVun momento cñ^qurla^VTtopía posible;' ctccn-'tjo_déTpcxler y lá~dÍ£haH'tl_esta tic-rñTcra la gran metrópoli Je,|

h L c: I F L (1

y así el lugar en que Dios premia a sus elegi-dos será una RomTcelesteT FrerrtFál pagano jarcTín ctoñclt~t7[ na-turaleza se ofrece efTünTsplendor siempre renovado, los n u i f , , s

de una ciudad que resplandece, pero que limita, ordenada racio-nalmente, sin ese componente de riesgo, de plenitud desborda-da, incontrolable, de fuerza vivificante y peligrosa que es inse-parable de la naturaleza. El jardín es el reino de la Diosa, de l . imadre casta, de la virgen fecunda, señora de la vida y de la muerte,que asume necesariamente su doble papel de esplendor sobre esuelo y podredumbre subterránea de donde germinarán las nuevascriaturas. Ella es renovación, ciclo, movimiento. Crece arrolla-dora y en su crecimiento es implacable y puede parecer cruel,pues para conservar la vida es inevitable aceptar la muerte, el di-namismo. Ella es una paz que resulta del equilibrio de mil per-petuas luchas. Exige veneración y acepta en su seno generosoa quien se confiesa carne y sangre suya, pero nunca se doblega,no protege a nadie porque lo protege todo, pide entrega sin cn-tragarse, se da sin ser poseída, es eterna a través de nuestra muertey se alimenta de la vida que nos ha dado. Como el amor, nosconstruye y nos aniquila, perdurando. Ella reina en el cuerpoen la carne que nace, goza, envejece, muere y se disuelve, y smantiene serena y sonriente porque para ella todo es vida, tucrza y alegría. Pero para nosotros la muerte es sólo muerte, d i - initivo fin, y la vida que surgirá de nuestros huesos no ser.!nuestra, aunque pueda ser la de un semejante. Ella, terrible \, la de los mil nombres, perdura renovándose, nacieiH

cada día, y el hombre, en cuanto que forma parte de ella, esalgún modo eterno. Pero esta eternidad colectiva no satisfaz'

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iersonalidad individual. Ella es tan compleja que nos resultaIncomprensible, tan vasta que parece caprichosa en el entrete-jerse complicado como un encaje de sus innumerables ritmos,en el secreto y seguro desenvolverse de sus ciclos amplísimos.

El Dios Padre, por el contrario, no tiene ningún nombre, peronos conoce a todos por el nuestro. Es extraño a nosotros, peron0s cuida, nos protege y nos escucha con solicitud individuali-zada. No comparte su sustancia con nosotros, pero somos su ima-gen y nuestra estructura mental refleja el funcionamiento de lasuya, resultando así claro y comprensible. Es grande y podero-so, pone límites a las cosas y es bueno y justo según nuestroscriterios. Ofrece seguridad y promete una paz eterna. Es fijo, in-mutable, inmóvil. Su morada está en lo alto, más arriba que elmás etéreo de los elementos, encima del cielo, y su casa es trans-lúcida. Junto a él todo es inequívoco, todo unilateral. Si en elcorazón del jardín se oculta la serpiente, ctónica fauna que ofre-ce al mismo tiempo la muerte y la conciencia, la ciudad del DiosPadre es tranquila y lejana, sin animales ni árboles, frágil geo-grafía de diamantes y vidrio que se ofrece en evidencia fiable ysin secreto.

El Dios Padre es espíritu puro, y como tal reniega de la na-turaleza. Si ella es movimiento, El es el inmóvil; si ella es varie-dad, El es el idéntico a sí mismo; si ella es múltiple, El es únicoy excluyeme; si ella es pasión, El es impasible; si ella es vida ytiempo inacabable, El es eternidad sin horas. Sus adoradores de-ben apartarse de la naturaleza y seguir el camino de la pura espi-ritualidad. El hombre, al alcanzar la conciencia, se percibe a símismo como algo separado, como diferente, pero este descubri-miento no tiene por qué suponer una ruptura si el ser humano^be aceptarse en su plenitud de animal y de racional (y racionalgracias a su animalidad, a su condición de ser vivo), y acepta,•«mismo tiempo que su diferencia, su comunidad con los otrosseres en general y con los miembros de su especie en particular.

r° ef Dios Padre exige que el hombre se ligue a él con un lazoc^ rSÍVO y tüta1' cs un Dios rígido y celoso. El hombre debe

Atesarse hijo suyo, y esta relación filial se establece solamenterayés del espíritu. Debe pues el hombe aferrarse a la parte pu-

• ente racional de su personalidad, desconfiando de su cuer-

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G K O G II A F I A D E L A E T E k N I I ) A I)

po, de sus instintos y de sus sentimientos, pues la racionalid- ridiscursiva es lo único que encuentra en sí capaz de ser inniutble, de establecer relaciones y sentar principios que se presentcomo universales y eternos. Se condena así a un mundo de gc

neralidadcs abstractas e incorpóreas, y sus lazos con la tierracon la comunidad humana concreta se debilitan en favor de suligaduras con la divinidad y con otra comunidad difusa: la delos creyentes. El Dios Padre promete una salvación segura para

los que siguen su ley, ley positiva, externa, racionalizada \-denada meticulosamente sin ambigüedades ni excepciones, y ofre-ce a sus adoradores la perduración individual: ya que el homh rc

renuncia a la comunidad natural y social para vivir como un in-dividuo, como conciencia aislada sin más compañía que su Dios

sin más guía que su fe, merece la recompensa de la inmortali-dad. Pero no todo el hombre es inmortal: sólo su alma, su parteespiritual, y si la religión cristiana acepta la resurrección _de los

c con-

E I- C I E L O

_diciones especiales, de unos espirituales dones que los desmate-nalízlrirql^mTloirrñas^uc^la ne^arTotrdFsiI car_áctcr_dLróT)'j c^~tos naturalesTSérán así interpenetrables, transparentes, rapidísi-mos, impasibles, en pura contradicción con los principios níaselementales de la física. Cuerpos, pues, meramente teóricos, re-ducidos a pura forma abstracta, indiferenciados en una generalperfección que, en verdad, los desnaturaliza hasta el absurdo. Así,por poner un ejemplo, estarán dotados de órganos sexuales, pe-ro carecerán de poder genésico y de libido. Tendrán estómago,hígado e intestinos, pero no realizarán nunca ninguna operacióndigestiva. Cónica cstructuras_pajc_ctas__ci inútiles^ pasearán suscucrpqs_trivialmcntc sin tacha, y su_única_ diferencia _rcal comoindividuos radicará tan sólo en la conciencia.

El reinado celeste del Uios cristianóle configura según el mo-delo de la ciudad, y no sólo como contrapartida de la Roma tirrena, sino también porque es un Dios padre y la ciudad es i'1"gación y rechazo de la naturaleza, reino del artificio. En primarlugar, su espacio violenta el paisaje y lo oculta. La ciudad dcb'su trazado a la decisión y la voluntad humana, y no a los ai1- 1dentes orográficos. No sigue el suave relieve del suelo: destruíy construye modificando el entorno. Además, en la ciudad la V K

130

funda

o se rige por la salida del sol y el sucederse de las estaciones,que mide su tiempo por relojes y calendarios y hace de la6 día si así le apetece. Por último, en la ciudad el hombre

O actúa según relaciones afectivas basadas en lazos familiaresjaén proximidad física, sino que debe regirse ante todo por rela-

es jurídicas. La ley es el principio constitutivo de la ciudad,dominio está por encima de cualquier motivación, por pro-

o respetable que sea. Su dominio es el de la racionalidadLjjStracta que olvida las particularidades concretas, y esta esque-ijnatización abstracta de la vida se acentúa por la necesidad del

nnbre ciudadano de someterse a la división del trabajo.Todo esto, al anular los lazos naturales del hombre, favorece| individualismo, acentuando así la necesidad de asegurar unavación individual. A esto se añaden en los tiempos de intro-

||cción del cristianismo, dos circunstancias: los importantes pro-sos tecnológicos, que presentaban al hombre como domina-de la naturaleza, debilitando su natural veneración por ella,

|el hecho de que el imperio romano, desde los primeros césa-!3S, establecía un régimen despótico que excluía toda participa-6n del ciudadano en la vida política, resintiéndose así su unión

jCtn la comunidad y orientando sus intereses hacia objetivos in-dividuales.

V, Así pues, el paraíso cristiano ofrecerá una inmortalidad per-sonal y será una ciudad celeste. En principio, su modelo fue Ro-ma, y luego añade otras prefiguraciones terrenas, como la corteÜe Salomón, junto con la iconografía mística del Apocalipsis. Este*squema fue modificándose, variando según las épocas, y así cadapaís y cada tiempo dotó de características distintas a la Ciudad'Eterna. La España del siglo XVII , que se consideraba favorecida-por Dios y su embajadora en la tierra, segura de la rectitud de

t ideas, de la importancia de su misión y de lo ineludible detriunfo final, no toma ya por modelo estos antiguos impe-

ttos, sino la propia corte de Madrid. Bien es cierto que los espa-ñoles de la época eran conscientes de la realidad progresiva de^derrota, del fin de su sueño expansionista y unificador, pero

•°_r lo general no atribuían estos fracasos a errores de concep-ción política, a una equivocada gestión exterior o a falta de or-

Éiúzación interna. Le echaban la culpa al mal gobierno del pri-Hb

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( I K O ( I K A F I A I) E L A E T E U N I D A D

vado de turno si les caía mal, pertenecía a una familia o a u n , ,ciudad rival de la suya, o la situación concreta era tan grave q lu.no admitía causas teóricas, pero comúnmente se pensaba que ¡ ,verdadera razón de que las cosas no fuesen tan bien como eradeseable eran los pecados de los propios españoles, como co-mentábamos en un capítulo anterior. Así, el padre Xarque ad-vierte que, «habiendo los cristianos vuelto las espaldas a Dioscon el desenfrenamiento de nuestros vicios» no podemos extra-ñarnos de que nos vayan tan mal las cosas, que aun parece qiulos mismos elementos se vuelven contra nosotros. Es, pues, ex-plicable «que la tierra se esterilice, y no retorne al sudor de los

labradores la semilla que arrojaron en ella; que lo que en tantospasados siglos nunca hizo el cierzo maligno, queme nuestros oli-vares con inmenso daño de las haciendas; que casi todos los añostale la piedra nuestras mieses, y viñas; que se anticipen y con-fundan los tiempos a contemplación de los astros, y se convier-tan los otoños en secos y erizados diciembres, y en ardientes ca-nículas las floridas, y templadas primaveras; que la pestilenciadespueble estos reinos, que la guerra los empobrezca, los con-suma, y acabe»'. Cuadro tétrico e impresionante. Pero no havque preocuparse demasiado, pues el remedio es fácil. En efecto,añade, esto sucede sólo porque Dios «en castigo de nuestras culpasha arrimado por tiempo la especialísima providencia con que velarsolía en defensa del católico Imperio». Sólo por un tiempo, co-mo advierte, aunque, como parece que la prueba está durandodemasiado, conviene corregirse y hacer penitencia, en especialaquéllos que, debiendo asistir a las tareas de gobierno, están «aten-tos a solo su regalo, y comodidad». Así que, con arrepentimosy poner un poco de buena voluntad, todo irá sobre ruedas. ¡Yesto se escribe en 1660, cuando la situación llegó a ser desespe-rada! Pero parece que los españoles de la época estaban tan con-vencidos de que sus planteamientos eran correctos y de que su>ideales se ajustaban a la verdad y la rectitud, que no se les ocu-rría cuestionar las líneas generales de la política, ni mucho me-nos dudar de la legitimidad o conveniencia de las instituciones:

1 JUAN ANTONIO XARQUE, El orador cristiano sobre el salmo del miserere, £<•'tit., p. 164.

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E L C: 1 E L O

plemente, había que reformar las costumbres, para volver a,grar el apoyo divino, y que atajar algunos abusos, arbitrandomedios parciales, (y se ofrecían algunos arbitrios ciertamenteriosos) para solucionar determinados problemas concretos.Pero, aunque atravesando una mala racha, España, piensan

los tratadistas del XVII , sigue siendo la primera nación del mun-do, 1a predilecta de Dios y su reflejo en la tierra. Y, al invertiresta relación, resulta que, al imaginar la Corte celestial, se pro-

:ta como un reflejo, aumentado y selectivo, de la corte madri-. Como un Narciso contemplándose en una favorecedora co-

iente, que la devuelve una imagen más dulce, suavizada, bella-te difusa entre las ondas.

Este proceso se basa en una argumentación rigurosa: segúns presupuestos de los tratadistas españoles del siglo XVII, fue-

sagrados o profanos, la política debía servir a la moral y aligma. No cabían, pues, planteamientos utilitaristas, y aun laiple flexibilidad parece ser vista como deserción. Así, se otorgarespaldo temporal a la influencia espiritual de la Iglesia, pe-

i, recíprocamente, la monarquía española adquiere un fúnda-nlo intemporal, eterno y verdadero, pues la garantiza el mis-que avala la fe cristiana: Dios en persona. Así, se asegura teó-.mente la perduración de la hegemonía española y la legiti-

idad de su dominio. Todo esto lo expresa admirablemente JuanSalazar cuando en su Política española dice: «El fundamento y

de tan alto edificio, los quicios y los ejes sobre que se mue-esta máquina, el apoyo en que estriba esta gran Monarquía,

las columnas sobre que se ha sustentado, y con el favor divinoha de sustentar por muchos siglos, no son las reglas y docu-

:tos del impío Maquiavelo que el ateísmo llama razón de Es-o; no los consejos y ejemplos de bárbaros reyes, emperado-tiranos y príncipes fementidos, que solamente procuran su¡ento y provecho propio, aunque muy a costa de otros, por

ilícitos, con efusión de inocente sangre y con menguapotable de su autoridad y reputación, faltando mil veces a la pa-pbra que dan y a las promesas que hacen, a quienes de ordinario*^s salen sus intentos y designios falsos, por ir fundados en de-Slgnios y medios humanos; (...) no la avaricia desordenada de

cupar nuevos reinos y estados, quitándoselos a justos posee-

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dores ni ambición de mandar sin legítimos títulos a nuevos va-sallos, sino la religión, el sacrificio y culto divino y el celo dela honra y servicio de Dios»2. Gracias a esta conducta honora-ble, tan basada en principios absolutos que apenas puede llamarsepolítica (ese reino de lo relativo), España «eternizará su imperioy lo perpetuará hasta el fin del mundo», y aseveración que el tra-tadista prueba con testimonios bíblicos y razonamientos tan pe-regrinos como incontestables.

Los fundamentos teóricos de la grandeza de España estabantan firmemente trabados que su decadencia real resultaba inex-plicable. Este es un pueblo lúcido: los autores ven que los desas-tres se suceden, pero lo que ven no se ajusta a la teoría, no puedeser integrado en su explicación del mundo. Se produce así unadisociación, pues existe una fundamental incoherencia entre laverdad metafísica y la realidad física. No se podía dudar de la rec-titud de los presupuestos: los garantizaba la religión, y justamenteen el momento en que el Concilio de Trento había ratificado lacerteza e invariabilidad de su doctrina, así que, a la hora de ele-gir entre una proposición metafísica, que es inmutable y se aceptacomo umversalmente válida, y unos hechos físicos, que son cam-biantes, pasajeros, y admiten una pluralidad de puntos de vista.los autores se quedaban con la teoría, que, por si fuera poco, re-sultaba más gratificante que la hiriente realidad de miserias, in-justicias, opresiones y fracasos. Así, los hechos que contradicenla lisonjera interpretación y el esperanzador futuro de España co-mo reina universal de las naciones y país perfecto elegido porDios, se explican con hipótesis ad hoc que puedan al mismo tiempc >confesarlos como anomalías y mantener la validez del paradig-ma que parecen contradecir. De este modo, se buscan razonessobrenaturales para desastres demasiado terrenos, y se culpa aldesorden moral de los particulares, dejando así perfectamente asalvo la imagen del monarca, (que, por otra parte, obraba conla mejor voluntad y estaba convencido de la corrección de su>presupuestos). Otras veces, se bromea sobre los males del paísconsiderándolos como algo pasajero, que no puede tocar a la fun-

2 En Antología de escritores políticos del Siylo de Oro, Taurus, Madrid, 19d(

p. 191.

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damcntal grandeza de este nuevo pueblo escogido. Sólo en po-cas ocasiones se ocultan las desdichas, disfrazadas, perdidas enun tupido bosque de elogios. Pero aun los autores más críticosson incapaces de ver el disparate que supone aplicar un esquemarígidamente racional, estrictamente moral, desesperadamente co-herente, a algo tan sinuoso, tan lleno de dobleces, tan cambiantecomo la acción política. Se limitan a apuntar reformas parciales,que no se aplicaban en la mayoría de los casos, pero que de ha-berse aplicado tampoco hubieran servido de nada. El proyectode una monarquía cristiana, tomado perfectamente en serio, es-taba irremediablemente abocado al fracaso. Y este consciente sui-cidio, este racionalizado absurdo, da al siglo XVII español esamezcla de esplendor y decadencia, de prejuicio y lucidez, de dig-nidad y miseria, de belleza y crueldad, de orgullo y desgarro,de rectitud e injusticia. Por eso es una época compleja y profun-da: trágica. Y supo ser tan grande España en su caída, sabia y amar-ga, que quizá no les faltara razón a quienes la nombraron prime-ra entre las naciones del mundo.

Si España es algo así como el reino de Dios en la tierra, lacorte celestial viene a ser un Madrid eterno, más perfecto, claro,porque, dado que allí sus habitantes, por definición, no podránpecar nunca, todo saldrá bien, todo será impecalbe, en el másestricto sentido. Madrid es una especie de cielo empecatado, ysólo porque el hombre es débil y no puede dejar de ofender aDios, esta corte no iguala, o aun supera, en esplendor a la celes-te. Las dos cortes coinciden en detalles, en gestos, con una pre-sión irreal. El premio eterno es así la autocontcmplación soña-lora de lo que pudo ser.

Esta identidad hace, por otro lado, más apetecible el premioiterno, pues para el hombre nada puede sustituir a esta vida deiquí, la que él conoce y ama. Por eso, cuanto más se parezca elnundo de ultratumba a este otro cotidiano, más ilusionará losdeseos del hombre y más se esforzará éste por alcanzarlo. Debe,eso sí, haber una diferencia fundamental: en la vida de allá no

¡be existir nada que nos defraude, nada que nos produzca do->r, desdicha, nada que nos envilezca. Y tampoco la muerte.

El Concilio tridentino, que sabía de la importancia de los usostotidianos, de los sentidos y de los sentimientos, y los utilizaba

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ampliamente en su tarea pastoral, se aprovechó también de estatendencia, y propició así una idea singularmente terrenal de lagloria eterna, recogiendo también tópicos y elementos de la ico-nografía popular. Sin embargo, la idea clara, sistemática y deta-llada del cielo sólo se establecerá completamente, fijando defini-tivamente sus elementos, en la época barroca, que nos ofrece unavisión completa de la vida celestial.

Y, en efecto, las pinturas del cielo, breves o extensas, se fue-ron haciendo progresivamente más frecuentes, hasta convertir-se, ya en el siglo XVII , en uno de los lugares comunes que lossermonarios de la época proponían para la predicación. La des-cripción de los gozos celestiales, por su carácter sensual, halaga-ba la fantasía y permitía la elaboración de un universo mentaldelicado, suntuoso, complejo y armónico. El cielo es un lugarde deleites rigurosamente jerarquizado, tiene una atmósfera desensualidad, lujo y refinamiento, y, a la vez, de exaltación espi-ritual, y en él se dan a un tiempo el sumo placer y el orden ab-soluto: era, pues, particularmente afín a las aspiraciones artísti-cas del barroco, y es un dato revelador el hecho de que las des-cripciones del cielo casi doblan en abundancia y extensión a lasdel infierno. Al permitir unir, además, la grandilocuencia dra-mática con los detalles suaves, tiernos y graciosos, conectabancon el arte popular, y el intenso pintoresquismo de las descrip-ciones, por su fuerza plástica, proporcionaba una base doctrinala las representaciones artísticas. Por eso, la felicidad de ultratumbaqueda perfectamente definida, y sus rasgos comunes se recono-cen no sólo en los tratados religiosos, sino en la imaginería, enla pintura e incluso en la literatura profana.

Esta familiaridad con la patria de los cielos se muestra conparticular encanto en las bellísimas imágenes de ángeles que pue-blan las iglesias y conventos de la España barroca, en los cua-dros de Sagradas Familias que vienen a constituir una pintur. ;de género a lo divino, donde la ternura y la cálida intimidad dila escena, su misma humanidad, les da un carácter trascendente:tan sólida armonía sugiere lo que de inmoral hay en nosotros,la intensa felicidad que transpiran nos transfigura, nos eleva, \s hace ver que los seres ahí representados, por el mero hecru'

de soportar un estado de ánimo tan alto con tan perfecta natum-

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H I. C I E I O

iiií, sin asomo de envaramiento, histrionismo o desmesura, re-velan ya su carácter sobrenatural. Así, lo sobrehumano se mani-fiesta en la más íntima humanidad, lo eterno se encarna en locotidiano, y la vida del más allá se revela a la vez como lejana,pues advertimos su superioridad, su diferencia, y como próximay accesible, pues descubrimos su fundamental identidad con nuestraforma de ser y de sentir. Esta complicidad sentimental con el Pa-

Iraíso lo hace tan íntimamente deseable como un hogar verdadero,definitivo y cálido, de belleza sublime, pero comprensible. El cielops nuestra casa, y eso nos incita a poner los medios para llegar a él.

2 . P R E F I G U R A C I O N E S

Las ceremonias cortesanas, los ritos del culto católico y el artereligioso barroco proporcionaban al español del siglo XVII unaidea bastante aproximada de la gloria perdurable. Pero hay otroselementos de su vida cotidiana o de su práctica piadosa que fun-cionan también como prefiguraciones de la existencia celestial.Así, la vida de todos los días, en su misma evidencia, en su exte-rioridad y su placer, adquiría un valor simbólico y trascendente,

: y del mismo modo la fe y, sobre todo, la práctica de la religióny el ejercicio de las virtudes, no sólo eran el camino para alcanzarel cielo, sino resumen del cielo mismo, como una gloria abrevia-'a que se ofrece aquí mismo, en la tierra, al que sepa descifraru profundo sentido simbólico. Sin necesidad de pasar por el trá-nite de la muerte, podía el hombre disfrutar de esos adelantose la gloria, que, si bien no pueden compararse en duración con

os goces de los elegidos, sí tienen similar intensidad. Porque es-s prefiguraciones no son, como las estatuas y cuadros de san->s, o como la corte madrileña, imágenes y reflejos de los pala-os empíreos, débiles copias por tanto, sino que son en sí mis-

s auténticas experiencias del reino supraterreno, aunque disfra-adas, como míticas princesas, con el hábito de lo vulgar. Así,^terminadas cosas son el cielo, pero sólo puede experimentarlastno tal el que sepa percibir su significado último. Es la inter-

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prefación lo que convierte en maravilloso lo cotidiano y en de-licia el hastío.

La más habitual de estas realidades susceptibles de una lecturaceleste es la propia Iglesia católica. La comunidad eclesial es elreino de Dios en la tierra, y, como tal, está jerarquizada, sujetaa unas normas legales y ordenada según una disciplinada etiqueta.Pero además trasciende su condición terrena, pues en cuanto co-munidad espiritual integra en su seno los vivos y a los muertos,a los miembros militantes y a los triunfantes, así que una partíconsiderable de este reino se encuentra, de hecho, en los cielos.y el número de sus ciudadanos celestes crece día a día, al ritmoincansable de la Guadaña. Para aumentar la ambigüedad, el nom-bre de Esposa del Cordero se aplica indistintamente a la Jcrusa-lén eterna y a la Iglesia como la forma visible del reino de Dios.o sea, del cielo. La idea se repite insistentemente en los autorc^contrarrcformistas, y se despliega con alegórico entusiasmo, poiejemplo, en uno de los sermones de Antonio Rius.

Comienza exponiendo el estado de la cuestión según los tex-tos sagrados: «La Iglesia, o el Alma santa entendida por el reme-de los Cielos, según la interpretación de San Gregorio: RegnutiiCoelorum praesantis temporis Ecclesia dicitur, está simbolizada en untesoro; está figurada en unas margaritas; está expresada en ungrano de mostaza; está comparada a unas redes; y finalmente,según nuestro Evangelio, está asemejada a diez vírgenes»3. L.¡autor parece quedar anonadado ante la cantidad de símiles qui-se necesitan para expresar la idea de la Iglesia como manifesta-ción temporal de la gloria eterna, y así exclama: «¡Notable suce-so! y que no puede dejar de causarme admiración. ¿Tantas som-bras para idear la hermosura de la Iglesia? ¿Tantos jeroglíficos paraexplicar su perfección? Sí; porque hay cosas que por mucho quese expliquen, nunca se llegan bastantemente a explicar». Com-para luego este aluvión de imágenes con el que emplea el Espo-so, en el Cantar de Cantares, para pintar la belleza de su amada,pues responde a una intención similar. En efecto, el Esposo «quis'1significar por las señas exteriores de su Esposa las virtudes inte-riores que encerraba, y deteniéndose en los luceros de los ojos.

-1 ANTONIO Rius, Sermones varios, Barcelona, 1684, p. 88.

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en las doradas trenzas de los cabellos, en las netas perlas de laboca, en el listón carmesí de los labios, en el jazmín y rosas delas mejillas, y en el torneado alabastro del cuello, y añadió: Ab-gere eo, quod intrinsecus latet. Mi esposa es todo esto, á más de loque oculta en lo interior»4.

Pero estas prendas externas no sólo tienen un sentido literal,ino que significan dones internos. Por ejemplo, «las dos parle-s luces de los ojos publican su sencillez, y prudencia», y sigue

en el mismo tono «la crespa dorada madeja de los cabellos, vo-cea lo castizo de sus pensamientos (...) los tersos menudos aljó-fares de la boca, testifican su inocencia (...) el partido rubí de loslabios asegura lo precioso de su doctrina (...) la nieve y carmínde las mejillas expresan el candor de su virginal vergüenza (...)el bruñido marfil del cuello dice su humildad». Así pues, el as-pecto de la Esposa-Iglesia manifiesta su perfección espiritual, perono la agota, pues el Esposo ha dicho que aún falta lo que se ocultaen el interior, es decir, lo que no puede ser expresado por signosexternos, pues «la hermosura de la Esposa es tan sin igual, que,por mucho que se explique, nunca bastantemente se llega a ex-

licar».Esto justifica la abundancia de parábolas con que el Evangeliofine sin agotarlo el Reino de Dios. Así está «la Iglesia retrata-

da en varias y diferentes metáforas, pero nunca bastantemententendida»5. Cada uno de los epítetos que el Evangelio le atri-ye hace referencia a sus poderes espirituales. De este modo,s tesoro, porque encierra las riquezas de todas la virtudes (...)margarita, porque fue concebida perla en la concha del pe-

O de Jesucristo (...) Es grano de mostaza, porque habiéndosesto tamañita, descuella sobre los árboles mas agigantados (...)

Es real, porque tendida en el mar de este mundo, arrastra parasi toda perfección (...) Mas aunque sea todo esto, y aunque contodo esto se explique, aún queda más que explicar».

Esta descripción de las excelencias de la Iglesia no sólo la con-firma como Reino de Dios, y por tanto como cielo en la tierra,sino que, al predicar de ella atributos como la perfección incon-

Op. rit., p. 89.Op. dt., p. 90.

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mensurable, parece igualarla con la propia divinidad, y, aunquela confiesa parte del mundo, sus cualidades lo trascienden y lasitúan en un lugar que, si comparte la geografía terrena, es in-vulnerable a su miseria.""'Este autor insiste en una imagen de la Iglesia como institu-ción, pero el cielo puede encerrarse, en su apariencia terrenal,en algo infinitamente menos aparatoso, incomparablemente másíntimo: el corazón humano, base fundamental de la Iglesia y se-de de la gloria celeste. Lo declara de este modo, entre otros, Lo-renzo de Zamora. A un reino espiritual, como el de los cielos,le conviene un fundamento espiritual, como el alma del hom-bre. Allí ha edificado Dios su casa. Y dice el autor:«¿qué cieloes éste, Señor, donde vuestra gloria habita?; ¿qué cielo es éste don-de está el asiento do vuestra grandeza? Este es el hombre, dicesan Ambrosio, ésta la silla de su gloria, ésta la ciudad donde Elvive, el huerto donde se recrea, el Paraíso donde se entretiene;y como lo hacía para morada propia suya, para alcázar de su Rei-no, para aposento propio suyo, para corte y metrópoli de su im-perio, hízolo como a tan alto Príncipe convenía»'1. Así, el cen-tro de esa ciudad supraterrena está aquí, entre nosotros: somosnosotros. El corazón del hombre es la capital del reino de loscielos, el palacio en que habita su Rey, y, ausente aún del paraí-so, es lo que le otorga sentido y fundamento. El cielo esencial.el metafíisicamente real y racionalmente asentado es el hombre,que no sólo es imagen de Dios, sino su sede y su morada. Fueracíe la eternidad, todo lo otro parece superfluo. El paraíso y su>delicias se convierten en mero accidente, en un deseable accesorio, en un derroche deleitoso. Este cielo interior es más hernio-so, más diáfano. Brilla con la luz propia de nuestra sangre y esverdadera morada edificada sobre roca, que nadie podrá arreba-tarnos nunca. Comparados con él, los detalles de la gloria par t -een más crudamente superficiales, destacan su exterioridad deforma hiriente, con impúdica vacuidad.

Pero contemplándolo detenidamente, ¡qué superficial es aunesta utopía intimista!. En primer lugar, el hombre aparece ahí,

'' LORENZO DE ZAMORA, Monarchia Mystica de la Iglesia, hecha de hienyl'j1'coi, sacados de humanas y divinas letras, Barcelona, 1608, p. 620.

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F. L c l i:

no como parte de Dios, ni siquiera como semejante a El, sinocomo su casa. Es una relación de máxima confianza, pero entredos extraños. El Señor, el dueño de la casa (somos pues una/w-

'piedad suya, y, por lo tanto, algo ajeno a El, pues sólo podemosapropiarnos lo que está fuera de nosotros) vendrá a habitarla siem-pre que la conservemos en buen estado, en gracia. Si caemos endesgracia, en pecado, ya no visitará esa morada, no hará de ellasu corte. Por tanto la felicidad, el gozo supremo, no es la virtud,sino una simple consecuencia de su práctica. Se convierte así, a suvez, en una posesión nuestra, como nosotros lo somos de Dios,y así el hombre bueno posee el sumo Bien, lo guarda en sí, perono llega a tener una verdadera experiencia de la suprema dicha,pues no se transfigura en ella, no es él mismo su propio premio,sirio que lo alberga, como un regalo magnífico, pero otorgado.El cristiano no será nunca Hércules, ni siquiera el sueno plató-nico (que, si bien guarda en su interior la estatua de un dios, lle-ga a ser ese dios cuando se despoja de su tosca envoltura). Todolo más, como Admeto, recibirá en su casa a la divinidad, aten-diéndola con cortesía, ocultando su dolor humano, su amor hu-mano, su desesperación, su vulnerabilidad, para ofrecer un ros-tro risueño ante los eternamente dichosos, que no deben conta-minarse con el sucio, vergonzante, intolerable espectáculo de lapena. Y a cambio recibirá la resurrección, no venciendo a la muer-te, sino como regalo de un dios que la vence por él.

Pero, sin necesidad de adentrarse en esas honduras alegóricas,muchas veces demasiado rebuscadas, podía el cristiano formar-

• una idea viva y exacta del paraíso y sus detalles por otra vía.ucho más cercana a sus sentidos y que, además, inspiraba granarte de las representaciones plásticas de situaciones sobrenatu-

rales. Se trata de las descripciones de milagros, visiones y apari-cione>jd£_santos, que~pToliÍrarrTxTrá"atura religiosacTéT siglo XVII . Sin ser propiamente visiones ce-

5s~{qlíé7 al no srr-pTcfi"gTifa"ciones, sino contemplación de la?loria tal y como es, no tendrían cabida en este capítulo), sí sonPercepciones de objetos o personajes de la corte celestial, y, porauto, a través de ellos se puede inducir su esplendor, yendo de

te parte al todo, como el enamorado imagina la belleza de su da-a partir de la fugaz visión de una mano enjoyada surgiendo

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(¡ ¡: O (, I! A F I A I A F T F K N I

del manto que la cubre por completo. Son numerosísimos loejemplos, por lo que solamente citaré una mínima parte, tratan-do de repetirme lo menos posible.

Algunas de estas visiones son casi simbólicas, y sólo revela i ,algún rasgo concreto y real de las suntuosas moradas eternas.Por ejemplo, estas cruces que se dibujan en el cielo y que nosofrecen uno de sus regalos perdurables más insistentemente ci-tado: la luz refulgente, capaz de palidecer al mismo sol. Cuentael autor: «En la muerte de S. Daniel Estilita aparecieron tres cruceen el cielo hechas de estrellas, siendo de día. y resplandeciendoel sol con grande resplandor y hermosura^ Aquí, sólo el br i -llo, sólo la luz salta a través del símbolo con un destello de ver-dadera atmósfera celeste, por una vez compartida en esta tierrapor los ojos mortales.

Otro caso, mucho más satisfactorio para los sentidos, es la vi-sita de los ángeles a algunos santos, para confortarlos o asistir-les. Es un tema que se repite en las artes plásticas, yendo de laserena grandeza de un Zurbarán a la extática alegría de Ribaltao la delicada expresividad de las figuras angélicas de Luisa Rol-dana. En las narraciones escritas se añade a la luz y la belleza 1;¡sugerencia del perfume, la evocación de la música y el cálido vacíode su ausencia, al remontar el vuelo blanco, tenue. Un autor nosdescribe las frecuentes visitas angélicas con que era honrado sanPedro de Alcántara, pero lo hace a través de los ojos de los es-pectadores, no agraciados con tan singular favor. Dice: «Visitá-banle los ángeles, y los santos del Cielo, alentándole para queno temiese el tránsito último; y aunque los religiosos, que lo ve-laban, (asistentes a la puerta de la celda) no veían las visitas delCielo, veían el celestial resplandor de que se llenaba la pieza dondeestaba el santo, cuya claridad era de tan maravillosa hermosura.que llenos de admiración, no se atrevían a entrar dentro por e!temor reverencial que tenían»".

7 J A I M E BLEDA, Quatrocientos milagros, y muchas alabanzas de la Santa O»con unos tratados de las cosas más notables desta divina señal; Valencia, 1600, p. 203.

* JUAN DE SAN BERNARDO, Chronica de la vida admirable, y milagrosas ha^-ñas de el admirable Portento de la Penitencia S. Pedro de Alcántara, Ñapóles, 1667,p. 637.

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F L C 1 E L O

La escasez de información que el autor proporciona, pues vuel-a hablarnos de nuevo tan sólo de luz, se compensa por el he-

cho de que, al ser contemplada esa luz por personas normales,no favorecidas con gracias especiales, su testimonio adquiere unaire de veracidad y realismo que lo reviste de un valor casi «cien-tífico». Además, esta luz adquiere todo su valor evocador de lasglorias eternas por su poder para transformar todo el entorno.Así, se añade: «Veían en aquellas ocasiones aquella pobre sala,llena de la gloria de Dios, siendo dichosamente más feliz que lossuntuosos y ricos palacios de los mayores monarcas del mundo;

•íi-y así admirados desde afuera viendo la gloria celestial que res-plandecía dentro, derramaban lágrimas devotas, infiriendo de estascosas cuántos serían los regalados favores que recibía su dichosaalma en la muerte». En efecto, si sólo la contemplación, desdecierta distancia, de la luz que derraman algunos de los habitan-tes de la corte celestial, es capaz de convertir una humilde celdaen una maravilla que supera los más alhajados salorcs palacie-

;os, el esplendor que sugiere, al mostrar la imponderable sun-osidad del Empíreo, invitándonos a inferir de esta muestra la.aravilla del conjunto, supera con mucho el asombro y el gozo

irescntcs que su realidad causa, con ser éstos tan grandes queexceden toda descripción.

Más convencional y escueta es la visita que nos cuenta el pa-dre Rivadencyra en su célebre santoral, recibida ésta por San Vi-cente mártir. Se manifestó primero «una luz venida del cielo, sin-tióse una fragancia suavísima, bajaron ángeles a visitar al santomártir; el cual en un mismo tiempo vio la luz, sintió el olor, yoyó a los ángeles, que con celestial armonía le recreaban»" acu-mulación de sensaciones que satisfacen varios sentidos en com-plejo equilibrio, y que viene a demostrar que las delicias celes-tiales tienen una aspiración de obra total que armoniza muchocon los ideales estéticos barrocos.

Como muy del gusto del siglo es este aparatoso descenso dela Virgen, arrastrando parte de su corte consigo, como reina quees) a la catedral de Toledo para imponer, en solemne ceremoniacortesana, un hábito (o una casulla, que viene a ser lo mismo)

PEDRO RIVADENKRA, h'los sancionan, Madrid, 1616, p. 148.

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c; F o (. u A i i A n !•: L A i; T H K N i n A n

a su celoso defensor, San lldelfonso. «La sacratísima Virgen María(...) Reina nuestra (...) bajó del ciclo, acompañada de innumera-bles ángeles y vírgenes, y con inmensa claridad ilustró el tem-plo de Toledo, y puso sus sagrados pies en el suelo, y se asentóen la cátedra en donde san Ildefonso solía predicar, y honró yvistió al santo Prelado con una casulla, labrada por manos deángeles, y le mandó que usase de ella en sus solemnes fiestas»1'.Aparte de las indudables concomitancias que la escena tiene conla vida de palacio, es interesante ese detalle de la Virgen que pisael suelo y se sienta en un sillón. No es un personaje etéreo queflota entre nubes. Es un ser bellísimo, luminoso, irradiando dul-zura, resplandores y gracia, pero real, tan cercano a nosotros, tanpartícipe de nuestra naturaleza, que pisa nuestro suelo, que com-parte nuestro espacio y se siente cómodo en un lugar hecho yhabitado por los hombres. Del mismo modo, nosotros nos mo-veremos con naturalidad por el cielo, compartiremos su espa-cio, habitaremos moradas fabricadas por seres sobrenaturales co-rno nuestra propia casa. Esta aparición garantiza la identidad fun-damental entre la naturaleza humana y los ciudadanos celestes.y afirma a un tiempo la realidad de éstos, que se mezclan con no-sotros, en nuestra atmósfera y nuestra arquitectura, y nuestra pro-pia espiritualidad, pues tal adelanto de la gloria eterna aviva nues-tra fe, alienta nuestra esperanza y enciende nuestro amor, mos-trando el cielo como algo maravilloso, pero lo suficientementeparecido al suelo como para que podamos realmente desearlo, nocon un vago anhelo de deshilachada belleza, sino, como deliciarcalísima, con verdadero deseo que, al nacer del amor, exige unmínimo de conocimiento (y por tanto una posibilidad de com-paración). Esta sólida cercanía de los seres espirituales, que llenade cómplices ambigüedades el culto, se revela en muchas mani-festaciones del arte de la época, tanto en aquellas que muestrana los seres celestiales cercanos a nosotros, como ocurre a diarioen el trato con las imágenes (con las que se dialoga, a las quese adorna con flores y ropajes, a las que se piropea) y se reflejaen muchos cuadros de los grandes pintores barrocos, sobre to-do de Zurbarán, con sus bellos ángeles, llenos de unción espiri"

Op. cit., p. 158.

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tual pero corpóreos, densos, pisando firmemente la misma tie-rra que el santo al que confortan, como también en las que, dan-do la vuelta al hecho, nos muestran a nosotros como cercanosa los bienaventurados, tendencia que inspira, por ejemplo, la modade los retratos a lo divino (en los que un personaje se representacon los atributos y actitudes propios del santo de su nombre ode su mayor devoción) y que, alentada por los jesuítas, que veíanen ella un poderoso auxiliar de las famosas «composiciones delugar», al hacer intervenir al máximo el mecanismo de la identi-ficación, está en la base de muchas obras maestras, como la Ado-ración de los Reyes, de Velázquez, donde la Virgen ostenta las en-cantadoras facciones, llenas de tímido orgullo y dulce respeto,de una jovencísima Juana Pacheco, a la que su padre contemplacon sincera admiración desde su papel de rey más anciano.

Y esta misma metáfora, esta trasposición de personajes, sea ensentido ascendente o descendente, impregna el mejor arte ba-rroco y lo hace verdaderamente conmovedor. Porque son comonosotros, compartimos el temor y la esperanza del San Bartolo-mé de Ribera o la serena confianza, consciente de la propia fuer-za, de la Eva de Alonso Cano. La devoción suscitada por mu-chas de las imágenes de la época, que conmocionaban los áni-

os de sus contemporáneos hasta el punto de provocar radica-.es conversiones, y que ejercen aún su fascinación en nuestrosdías, ese poder para cambiar la vida de un hombre que se atri-buye a determinados crucifijos o imágenes de la Virgen, no seexplica por el hecho de que representen seres sobrenaturales, niporque sean imágenes muy bellas: es su humanidad lo que con-mueve, porque sólo lo cercano puede despertar simpatía, com-pasión. Sólo lo cercano comprendemos y compartimos. Y si losCristos de Montañés no nos mirasen con un dolor exento de re-proche, con un amor que se transparente a través de los párpa-dos semicerrados, que traspasa los velos con que la muerte ciegalas pupilas, y en las Vírgenes de Murillo no reconociéramos ladulzura inflexible de la juventud, su frágil fuerza, la sencillez triun-fante de su simple aparecer, candido y sabio, no hubieran llega-do a ser, no sólo obras de arte, sino sobre todo objetos sagradoscapaces de despertar la devoción, de provocar los sentimientos

los fieles, de sacudirlos profundamente y hacerles vivir de otra

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< ; H o c; K A F i A n E L A E T E u N i n A n

manera. Cuando esta fundamental humanidad se pierde, las igenes serán más divinas y lejanas, aterradoras en su majestado se diluirán en piadosa y superficial sensiblería; podrán seguisiendo bellas, pero perderán su poder sobre los hombres. P0_drán fascinar, nunca ser amadas.

3 . E L L U G A R D E L C I E L O

¿Qué lugar es ése donde las delicias no hastían, donde los pla-ceres no se agotan, donde la felicidad inventa sus variaciones enuna melodía inacabable? Lugar en el que el goce es bendicióny no riesgo, en el que la belleza es norma y no asombro, en elque la plenitud es ámbito y no deslumbramiento, en el que elcuerpo es eterno y el alma libre. El Paraíso, el Cielo Empíreo,lugar creado por Dios para eterno reposo de los justos, es unapromesa que exige ser concretada. Se piden datos sobre su for-ma, su aspecto, su distancia, sus dimensiones, su aderezo. Lostratadistas intentarán de responder a esas preguntas, abrumadospor la escueta abstracción de la palabra divina en punto tan in-teresante. Arropando la imaginación con cifras cuya misma pre-cisión las hace inverosímiles, aportando como prueba irrefuta-ble la palabra de otros autores cuya santidad pueda prestar auto-ridad al desvarío, basándose en visiones de delirio de devotosde nombre incógnito, tal vez inexistentes, o copiando, con leveidealización, la realidad circundante para dar un aire convincen-te a su sueño futurista, logran construir en la nada un paisajede alucinada fijeza, con la realidad excesiva de lo mágico. En efec-to, obsesionados por la escasez de noticias sobre la vida de u l -tratumba, nos presentan un panorama de ésta demasiado realis-ta, tan lleno de detalles que no resulta creíble. Su hiriente preci-sión, flotando en su inseguridad, tiene los perfiles exactos de unsueño y produce la misma sensación de flotar sin amarras en >•' 'vacío. Se dan excesivas respuestas a una pregunta que sólo pue-de contestarse con el deseo.

El carácter colectivo y oficial de la Iglesia exige un prototip1 '

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E L C: I E L O

'blic°> común y definido de la gloria. La invitación tridentinausar la imaginación ordena, en realidad, su regulación, su controltravés del halago. Por eso, aun a riesgo de la irrealidad o de

lo grotesco, se acumulan las noticias sobre la vida eterna, y seeslielven con encomiable presteza, no exenta de osadía, las me-ores dudas del devoto sobre el particular. Algunos autores re-

sultan bastante pintorescos, o incluso ridículos, en su afán de des-cribirnos con viveza los aposentos celestiales y revelarnos sus ín-timos secretos; otros, más prudentes, sólo dirán lo suficiente paraencauzar la fantasía, envolviéndose en una inteligente impreci-sión que permite al lector terminar el dibujo según sus íntimosanhelos. Su paraíso resulta así menos animado y más intempo-ral, pero precisamente por eso más umversalmente satisfactorio

f y, además, no corre el riesgo de pasarse de moda.Por lo general, todos comienzan con una descripción general

del aspecto de las moradas empíreas, trazando las líneas más re-levantes de su configuración. Aquí, algunos se limitan a una sim-ple definición, mientras que otros creen necesario aportar másdatos. En nuestra exposición, comenzaremos por los autores que de-dican menos espacio a esta ojeada panorámica, para irnos adentran-

así gradualmente en las complejidades de la recompensa divina.'1 más escueto, sin duda, es Francisco de la Cruz, que en suxismo liquida la cuestión diciendo:

«Dónde se goza la gloria?En el Ciclo Empíreo»".

como toda aclaración, añade, unas líneas más abajo, que eseCielo Empíreo «es lugar de bienaventuranza». Demasiado lacó-nico, incluso para un catecismo, y más si tenemos en cuenta quees un libro publicado en América. No creo que resultara muyevocador para los nuevos conversos, ni mucho menos que des-pertase deseos ardientes de salvación eterna en unos colonizadoresque contemplaban cada día la derrota de su imaginación por unanaturaleza seductora y cruel, rica e indomable, como la dama al-tlva, ingrata, bellísima e imprevisible de una novela de caballerías.

FRANCISCO DE LA CRUZ, Breve compendio de los misterios de nuestra Sautii'' Católica, Lima, 1655, p. 104.

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C; E O G R A F I A I) 1- I. A E T E R N I D A I)

Otros autores son algo más explícitos, y se preocupan al Hip-nos de distinguir el cielo atmosférico, la bóveda celeste, del cie-lo empíreo, la morada de Dios y los suyos. La palabra comúninduce, sin duda, a contusiones. Pero todo se aclara, opina Joséde Santa María, si se leen con atención los textos. Dice así: «£s

de saber que cuando el santo Moisés dijo, que en el principioo primer instante del tiempo crió Dios el cielo y la tierra. porel cielo se entiende el que es cielo por antonomasia, el que por

verdadera y rigurosa creación salió del abismo del no ser al ser,sin que le precediese otra criatura temporal de que fuese hecho.El que por esta causa fue nombrado en primer lugar de Moisés,cuando dijo: En el principio crió Dios el cielo, esto es, el cieloEmpíreo, con todos sus cortesanos, que por su excelencia y so-beranía es llamado en las letras sagradas ciclo del cielo, y porla misma razón le llamó cielo tercero el glorioso Apóstol, con-tando por segundo el firmamento con todos los demás cielos in-feriores al Empíreo, y por cielo primero la región del aire, quees también llamado cielo en las divinas letras» '2. En este párra-fo aparece clara la confusión lingüística: se llama cielo al firma-mento estrellado, y también a la atmósfera, además de recibir escnombre la morada de los elegidos. Pero el autor señala que sóloa ésta corresponde con propiedad tal denominación, y ello portres razones: por su excelencia, incomparablemente superior, porsu situación, encima de los otros, lo que justifica la expresión«cielo del cielo», y por su primacía en el tiempo, ya que tue laprimera obra que salió de manos del Señor. Así, gracias a unasimple aclaración terminológica, nos hemos informado de la si-tuación del Empíreo y de su antigüedad.

Otros autores no sé bien si buscando la seguridad de los tex-tos o la ambigüedad de los enigmas, toman como modelo, ^su descripción del Cielo, la poética pintura apocalíptica de la Ciu-dad del Cordero. Es el caso, por ejemplo, de Fr. Jacinto de Irra, que dice así:

«En el capítulo veintiuno del Apocalipsis dice San Juan Evaígelista de esta suerte: lit ostctidit inihi Civitatcm Satictam H»'1''1salem descendentem de Coelo habentcm claritatcm Dci, ct lumen <

12 JOSÉ I ) F SANTA M A R Í A , Triunfo < /< ' / ayta ¡mulita, Sevilla, 1642, t -

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E L C I E 1 O

lapidi pn-tioso. Vi (dice San Juan Evangelista) a la Ciu-Santa de Jerusalem, que bajaba desde el Cielo a la tierra,

sistida de claridad muy divina, con tanta luz que equivalíahermosura de sus resplandores a las piedras más preciosas.

in esta Ciudad,-en sentir de muchos expositores sagrados, estárepresentada un alma, que baja santa desde el Cielo, a donde su-bió virtuosa; subió asistida de las luces de la gracia, que la ad-quirieron sus virtudes, y baja rica con la riqueza de la gloria, quelanifiesta su corona» ' \l autor, en la Celeste Jerusalén ve un retrato, no del Paraíso,

quizá demasiado hermoso para ser pintado con palabras, sino desus efectos embellecedores sobre el alma que goza de él. Estole empuja, naturalmente, a una interpretación alegórica de las pa-labras del Evangelista, y en las páginas siguientes se dedica a tra-ducir los términos físicos en espirituales, realizando una tripleversión. En una de ellas compara cada una de las piedras precio-sas citadas por San Juan con una virtud, más tarde lo hace conun santo, y, finalmente, la correspondencia se establece entre laspiedras preciosas y las órdenes monásticas, y así la Jerusalén ce-leste deja de ser alma y vuelve a ser ciudad, ciudad tan insepara-ble de sus habitantes que éstos son sus muros, sus puertas y suscimientos.

Otros autores, como el prolífico jesuita Luis de la Puente, sibien toman como punto de partida las palabras del Apocalipsis,dejarán de lado su posible simbolismo para insistir en su fasci-

'nación estética, y así la Jerusalén eterna pasa a ser ejemplo dela belleza de las moradas celestiales, ejemplo un tanto pálido, sihemos de creer a nuestro autor: «Y así cuando dice S. Juan quesus plazas son de oro claro como vidrio, sus muros aclornadoscon piedras preciosas, sus fundamentos y puertas de margaritas

i?y perlas de inestimable valor, todo esto es pintura por no habert£rá cosa más preciosa a que comparar lo que hay en el cielo» ".

esa belleza deslumbrante, toda esa riqueza que se ostenta

JACINTO DE PARRA, Rosa laureada entre los santos. Epitalamios sacros t!e la'Or\4' "donaciones de España, aplausos de Roma, Madrid, 1668, p. 466.

Luis DE LA PUENTE, Meditaciones de los inysterios de \. Sancta Fe, con laPoctíca de la oración mental sobre ellos, Valladolid, 1605, vol. II, p. 933.

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G E O G R A F Í A D F L A E T E R N I D A D

en eterno derroche, no es más que una metáfora de otra hermo-sura incomparablemente superior, que, por incomparable preci-samente, no halla términos que la adjetiven si no es recurriendoa lo más raro y preciado de la tierra.

Pero, para aquietar la imaginación deslumbrada y confusa, pro-sigue el jesuíta: «Particularizando lo que toca el cielo Empíreo,ponderaré cuatro excelencias de este lugar. La primera, que esclarísimo, sin que jamás haya en él tinieblas ni noche, sino unperpetuo día, con una luz apacible celestial y divina, porque e!mismo Dios es su Sol, y lo alumbra con una claridad digna deDios; y el Cordero que es Cristo nuestro Señor con el resplan-dor de su sacratísima humanidad lo esclarece y llena de alegría.Lo segundo, es lugar templadísimo sin la variedad de tiemposque acá nos molestan, porque no hay inviernos, ni estíos, ni oto-ños, ni calores ni sequedades, ni humedades, sino un temple uni -forme y tan divino que no cansa ni enfada. Y así es lugar quietí-simo y santísimo, porque no llegan allá tempestades ni terremotos,no truenos ni rayos, no pestilencias ni aires corruptos, ni las mal-diciones de esta miserable tierra, porque es tierra de bendiciónmuy cumplida, y tierra propiamente de vivos donde no puedellegar ni aún lo que es sombra de muerte.

Lo tercero, es lugar seguro, durable y eterno, sin temor ni re-celo de que se acabará o arruinará, ni puede entrar allá cosa quelo turbe, inquiete o desmorone su entereza, y así en todos habráperpetua quietud, serenidad y suavidad perfecta.

«Finalmente es lugar hermosísimo, amenísimo, y deleitable in-comparablemente más que todos los lugares deleitables y apaci-bles de esta vida, mucho más que el Paraíso terrenal, que se l l ; i -mó Paraíso de deleites, porque es lugar diputado, no para bue-nos y malos, ni para peregrinos, y viandantes, sino para solosbuenos, y para premiar a los escogidos que han trabajado fiel-mente en servicio de su Rey. Pues si tantos bienes puso Dios eneste mundo visible, lugar común a hombres y bestias, a justosy pecadores, ¿qué bienes, qué deleites, qué riquezas habrá puestoen el lugar común a hombres y ángeles, pero propio de solosjustos? Oh lugar dichoso y bienaventurado. Oh paraíso de de-leites inefables y morada digna de nuestro Dios».

Vemos que la primera característica del Cielo es su extraordi-

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iaria luminosidad, explicable en la morada del bien, por con-raposición con los sombríos senos que preside el Príncipe deas tinieblas. El significado a un tiempo literal y simbólico de

esta luz se explícita al afirmar que el propio Dios es el sol queJumbra esta morada.

En segundo lugar, la suavidad del clima, lejos de los extremosie calor y frío que se padecen en la tierra y se agudizan hasta

límite en el infierno. Esta tranquila templanza podría resultarlonótona a espíritus ansiosos de novedades, y quizá no sería de-eable para la ávida sensibilidad barroca. Por eso el autor se apre-jra a añadir que tal igualdad no causará hastío, sino que serálenísima, y mantendrá alejadas las terribles catástrofes natu-les y las aborrecidas epidemias. Pero hay algo más: en aquel

lugar no hay día y noche, sino que todo es un cénit inmutable;falta también el ritmo de las estaciones, la alternada respiracióniel tiempo. Allí estaremos, pues, lejos del tiempo, fuera de él;10 podrá atemorizarnos con su transcurrir indiferente que nosacaba. Aquello, dice el autor, es tierra de vivos; no podrá entrar

lí la sombra de la muerte, o sea, el tiempo, heraldo de la muer-te en la inconografía barroca, pero también materia de vida, co-mo sabían muy bien los poetas contemporáneos y olvida deli-beradamente el tratadista.

Enlaza esto con la tercera característica, la eternidad de las mo-las celestiales, que más ponen siempre a salvo de las horas y

DS cambios.La cuarta característica viene a cerrar el círculo. Si se comen-

aba citando a San Juan para ponderar la belleza de la ciudad ce-lestial, ahora se nos invita a imaginarnos su sin par hermosura.Si este mundo, tan lleno de cosas admirables, es un destierro in-Ügno de los hombres, ¿cómo será el lugar que Dios, punto últi-ao de referencia de la idea de lo bello, ha juzgado digno de ser

morada por los siglos de los siglos?Similares características, aunque glosadas con menos vivaci-1, encontramos en la pluma del cartujo Antonio de Molina,e, invitando al lector a meditar sobre la meta deseada, ponde-

ra sus excelencias diciendo: «El Cielo Empíreo, que está sobre|todos los orbes celestiales, considera que tiene las calidades, y

Kcelencias siguientes. Lo primero, su grandeza excede no sólo

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(i F (1 <; K A P I A I ) I- I A K 'I F U Ñ I D A ] )

la medida sino la imaginación humana, que no sabrá imaginarcosa tan grande, y capaz, porque aun esto se puede afirmar deloctavo Cielo, que es el firmamento donde están las estrellas, puesla menor de ellas es mayor que toda la tierra, y algunas hay no-venta veces mayores. Y sobre éste hay otros dos mucho mayo-res de inmensa grandeza; y sobre todos éstos está el Empíreo,q'ue les excede incomparablemente; y así excede su grandeza ala misma imaginación. Lo segundo, es lugar clarísimo, más quesi a cada lado tuviera mil soles que le alumbraran, sin que enél haya jamás noche ni tinieblas, sino un perpetuo día, y una luxdivina, porque el mismo Dios es el que lo alumbra, y el Corde-ro, esto es, la sacratísima Humanidad de Cristo nuestro Señor,con un celestial y apacible resplandor, lo esclarece y alegra. Lotercero, es lugar templadísimo, sin la variedad de invierno, ni estío,ni otras destemplanzas de tiempos, siempre con un temple un i -forme, tan divino, y apacible, que no cansa ni enfada. Lo cuarto,es lugar hermosísimo, incomparablemente más que todos los edi-ficios y cosas vistosas del mundo y más que todos esos Cielosque desde acá se alcanzan a ver, los cuales son como el zaguáno portal en comparación del retrete o recámara o camarín dondeel Rey tiene sus tesoros y riquezas, porque aquél es el AlcázarReal de la divina Majestad y el Palacio donde aposenta a sus ami-gos y escogidos. Lo quinto, es lugar amenísimo, y deleitosísi-mo, más que todos los bosques, huertas, y vergeles del mundo,y mas que el Paraíso Terrenal, que se llamaba Paraíso de deleites;y todo cuanto hay y ha habido en el mundo es poquedad y ba-sura en comparación de aquel lugar de verdaderos deleites, queal fin es Corte Soberana de Dios y Patria verdadera, y eterna desolos sus escogidos»15.

La correspondencia entre ambos textos salta a la vista. Hay,sin embargo, algunas notables diferencias. Las cuatro caracterís-ticas del jesuíta se convierten en cinco en el texto del cartujo,que desdobla la última, la que se refiere a la belleza de las mora-das empíreas, en dos diferentes: hermosura y amenidad, relacio-nando y explicando ambas por su carácter de corte del Rey etcr-

1:1 ANTONIO DH MOLINA, Exercicios espirituales de las excelencias, provecho )'necessidad de la oración mental, Barcelona, 1613, fol. 165.

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F: L c i E L o

. no y palacio de sus glorias. Además, una de las notas atribuidaspor Luis de la Puente al Cielo, su eternidad, no se menciona eneste texto, quizá por considerarla obvia, y se hace referencia, ensu lugar, a un atributo que no aparece en el jesuíta: la magnitud

'y extensión de la patria de los bienaventurados, sus generosasproporciones.

En los sermones de Francisco López, la descripción apocalíp-tica de lajcrusalén celestial plantea un pequeño problema, cuyasolución se apresura a dar el predicador con evidencia digna dePerogrullo. Dice: «A la Ciudad Santa dejerusalén la vio San Juancon puertas a todas partes; con tres puertas al oriente: Ab Orien-te poríac tres; con tres puertas al aquilón: Ab Aqiiüone portae tres;con tres puertas al austro: Ab Austroportae tres; y con tres puertasal ocaso: Ab Occaso portae tres. Veis ahí todas las puertas del Cie-lo, y veis ahí por donde han de entrar los que merecieron aque-lla Ciudad dichosa. Mas siendo cierto que han de entrar todospor esas puertas, pregunto ahora: ¿Y por cuál puerta entrará ca-da uno? La respuesta parece muy difícil, y es muy fácil: cada unoentrará allá por el camino que tomare acá. Entrará por el orienteel que tomare el camino del oriente; entrará por la parte aquilo-nar el que tomare el camino del aquilón. Entrará por la parteaustral el que caminare por el camino del austro; entrará por elocaso el que emprendiere el camino del occidente» "'. Estos ca-minos, añade, tienen un doble significado: el puramente geográ-fico, según el cual cada uno utilizaría la puerta más cercana a supunto de partida, y el simbólico, según el cual cada camino sig-nificaría el tipo de vida virtuosa que a cada uno le ha llevadoa merecer el Cielo así como el grado e intensidad de sus virtu-des. Y refuerza este sentido alegórico cuando prosigue afirman-do que, el día del Juicio final, saldrán las almas del paraíso parapresenciar la definitiva sentencia de la justicia divina y luego, yarevestidas con sus cuerpos, volverán a la ciudad celeste, en la queentrarán por la misma puerta por la que lo hicieron la primeravez, pues ésa es la que merecieron, dice el orador, y en el Cieloada uno recibe aquello que mereció.

Si el autor citado nos deja imaginar la solemnidad de aquella

16 FRANCISCO LÓPF.Z, Smwncí, Madrid, 1678, p. 272.

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C F O (. It A l : I A I) I- L A F I F U Ñ I D A D

ceremonia decisiva, nada más sencillo que la escueta descripciónde Fr. Tomás Ramón: «Hizo Dios (...) aquella real Ciudad de Je-rusalén, la bienaventuranza eterna, donde habita con los biena-venturados. Quis edificat (dice el propheta Amos) in coelo ascensio-nem suam, o como lee el Caldeo. Qui collocavit in praesidio excelso,sive in alta arce, magestatem gloriae suae, en la cual no hay cosa queno sea de regocijo y alegría y todo gloria. Casa tan ilustre y ma-jestuosa, que no hay en ella hambre, sed, enfermedad, lágrimas,desnudez, muerte, ni cosa triste, si bien todo cuanto bien se puededesear. Es de manera su felicidad y riqueza, que no hay lenguaque pueda explicarlo» l7. Aquí no se nos dice gran cosa acercadel aspecto del Cielo: apenas se supone que es una ciudad, perose nos asegura que la existencia de sus ciudadanos estará exentade las miserias de la vida, de la necesidad, el dolor, la tristezay la muerte, mientras que estará colmada de dicha y de algo más:de riqueza, pues, corte al fin, no son los sencillos placeres de lafrugalidad lo que ofrece.

Esta felicidad nos invita a imaginar Francisco de la Cruz, cuan-do nos aconseja: «Contempla despacio qué gozo será el de tucorazón cuando te halles en aquel lugar, qué felicidad será la tu-ya cuando entres por aquellas puertas y te salga a recibir todaaquella celestial milicia, repartida en escuadrones; qué respon-derás cuando te den el parabién de tu dicha aquellos Santos Mo-radores».

«Dichosa mi alma (dice S. Agustín) si yo podré merecer dever tu gloria, oh Ciudad Santa de Dios, gozar de tu belleza, contemplar tus puertas, mirar tus muros, pasearme por vuestras pla-zas, vivir en vuestras mansiones, gozar de la compañía de vues-tros ciudadanos, y ardientemente inflamarme en la belleza delRey del Cielo. Pues vuestros muros son de piedras preciosas.vuestras puertas de perlas gloriosísimas y vuestras plazas de orofinísimo y purísimo, adonde se canta sin intermisión el dulcísi-mo Aleluya con tanta suavidad que parecen allí los mil años, co-mo el día de ayer, que pasó».

17 TOMÁS RAMÓN, Conceptos extravagantes y peregrinos, sacados de las «"'ñas y humanas letras y Santos Padres, para muchas y varias ocasiones que por ífo<'"'1del año se ofrecen predicar, Barcelona, 1619, p. 261.

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F. L, C I E L O

Nos cuenta aquí que el Ciclo es una ciudad que se ajusta bas-tante a la Jerusalén apocalíptica, corte del Rey supremo, ricamente

najada, y cuyos ciudadanos mantienen cordialísimas relacio-es unos con otros y ocupan su tiempo en cantar las glorias de

su Rey. Pero lo más importante en esta cita es el hálito inflama-do que se percibe, que hace brillar con prístina frescura las anti-pas palabras de los santos, iluminadas por un auténtico fervorpor el propósito de hacer que los lectores desen con todas sus

:uerzas permanecer para siempre en tan deleitoso lugar.La visión de la Jerusalén celeste ricamente amurallada no re-

sulta, sin embargo, umversalmente satisfactoria. Así, Hipólita de:sús advierte que, pese a las palabras de Juan, «no has de enten-er hermano mío cristiano que en el cielo haya plazas, ni muros,

ni oro como lo de acá tenemos, porque no hay peligro de ene-migos para que esté murada aquella amable ciudad»'". No hay,por tanto, murallas, y sólo aparecen éstas para simbolizar que

•s una ciudad cerrada en el sentido de que no se puede entrarn ella libremente, sino atravesando unas puertas, unas condi-.ones determinadas. En cuanto a las plazas, prosigue la autora,dicese plazas, por la anchura y belleza del lugar. Tanta es la an-

chura y largueza de él, que dicen algunos Santos Doctores queabrá tanto lugar de un bienaventurado a otro en la resurrec-ión general, como hay distancia del oriente hasta el occidente,

según la grandeza de las cielos; y como dicen los astrólogos, no;ólo son mayores las estrellas que toda la tierra junta, pero cua-nta veces mayores que la tierra; y hay estrellas de mayor gran-

¡eza que sesenta veces mayores que la tierra; y hay estrellas de.ayor grandeza que sesenta veces más. Pues según esto, bien se

'Uede creer lo de arriba dicho, pues lo dicen los Doctores; y asíSanta Iglesia tomándolo del Apocalipsis, llama plazas, para dar

fl entender la grandeza y anchura del lugar; y de oro, para dar|entender la suma riqueza de aquella Ciudad; pues lo que en

te destierro es más preciado y lo ponemos sobre nuestras ca-s por ornato, allá no se hace caso más de lo que aquí pisamos».

18 HIPÓLITA DE JESÚS Y ROCABERTI, La Celestial lentsalen, con la exposición'íPsalmo super flutnina Babilonis, y de otros muchos lugares de la Escritura, Valencia,•83, p. 354.

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y C, >-: O (. U A I - 1 A I) I- 1 A F T F U N I D A 1)

Por lo que podemos ver, la monja está de acuerdo en qUc ^Empíreo sea una Ciudad, pero piensa que toda descripciónella con términos humanos y terrenos no haría sino empobre-cerla, ocultándonosla. Toda ponderación, por bella y preciadaque nos la haga parecer, se toma tan sólo como señal e indiciocomo flecha que señala hacia lo alto sin marcar un término dc

comparación concreto. Tan sólo nos habla de la desmesurada ex-tensión del Cielo, j lo hace con tan osada exageración que esaimagen de los bienaventurados separados unos de otros por tanenorme distancia resultaría francamente angustiosa si no recor-dáramos que el Creador, en su vigilante Providencia, ha dotadolos cuerpos de los Elegidos con el precioso (y necesario, dadaslas circunstancias) don de la agilidad.

Su extensión y su situación privilegiada, que rodea y culminael universo, permitirá a los bienaventurados la contemplación deun paisaje singular: el del universo renovado. Los astros, tras e!juicio final, se detendrán en sus órbitas y todo el mundo se pu-rificará. «La superficie de la tierra quedará como un vidrio claro,y las aguas como un cristal purísimo; los aires puros, como loscielos: el fuego, como las estrellas, y la Luna resplandecerá co-mo ahora el Sol, y entonces el Sol resplandecerá siete veces másque ahora, como dijo Isaías; y los cuerpos de los santos resplan-decerán como el Sol, quedándose pues la misma sustancia de loscielos, y elementos, serán todas las cosas vestidas de esta clari-dad, y hermosura, para alegría y contento de los justos». Las cosas,pues, aun sin cambiar sustancialmente, quedarán purificadas vlibres de corrupción, siendo revestidas de una luz resplandeciente.El autor, jesuíta, da en sus palabras un testimonio de la impor-tancia de la iluminación en la estética y en la escenografía de suorden. El paisaje celeste se desata en una competición de res-plandores, el menor de los cuales deslumhra nuestros ojos. Queel exceso de luz sea excedido sin que al punto la luz parezca som-bra, que todo brille y nada quede oscurecido, y que el ojo, ental embriaguez de destellos, sea capaz de calibrar intensidadesmatices: he aquí la maravilla de ese paisaje inmóvil. Su inismimposibilidad ante la razón y el sentido parece hacerlo más se-ductor a los ojos de la esperanza.

Una de las descripciones más fascinantes del Cielo es la (4lK

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E L C I E L O

lúes

¡0s proporciona el Padre Nieremberg. Lo primero que le asom-ra del Empíreo es la grandiosa simplicidad de su diseño, «por-

no es como otros reinos y provincias, que no están todos.hitados, y tienen grandes desiertos, montes inaccesibles y bos-

espesos, estando divididos en muchas ciudades y poblacionesstantes unas de otras. Pero el Reino de Dios, aunque es exten-idísimo, todo es una ciudad hermosísima. ¿Quién no se mara-filara, si viera que toda España o Italia era sola una ciudad quej>giese tantas leguas como contienen estas provincias, y que to-

esa ciudad fuese tan hermosa como lo fue Roma en tiempoAugusto César, el cual la hizo de mármoles, siendo antes de

drillo? ¿Qué vista fuera la de Caldea, si toda fuera como Babi-foia; y la de Siria, si toda fuera como Jerusalén, cuando estabaI su mayor hermosura? ¿Cuál será la ciudad celestial de los San-

i, que ocupa con su grandeza todo el reino de los cielos, y másindo como la pinta la sagrada Escritura, de oro y piedras pre-

[psísimas, para significar las riquezas que poseerán los siervos"t Cristo?»'''.|.Para el autor, resulta grandiosa esta concepción de un remoIdo Corte, reducido a lo fundamental, a su centro y esencia,lijando de lado ese territorio superfluo y hostil lleno de plantasanimales groseros y molestos; lejos para siempre esas agobiantes

inuras desérticas, esos montes por definición inaccesibles, esosArincados bosques que aterran. Será una gran Corte, tan mág-ica que el jesuíta sólo encuentra términos de comparación en¡grandes ciudades del pasado agigantandas por la leyenda: Ba-

fonia, Jerusalén, la omnipresente Roma en su esplendor.Tero aún estas quedarán oscurecidas por la metrópoli celeste,m las supera en riqueza y extensión, y así prosigue: «Si toda|ma fuera de zafiros, admiraría al mundo: ¿qué maravilla serálella ciudad santa, que extendiéndose por millones de leguas,toda de oro, margaritas, y piedras preciosísimas, o por me-

; decir, de más que oro y perlas, y habitada de tanta multitud|hermosísimos ciudadanos? Y así como sus habitadores son

número, así sin capacidad es su medida.

'19' JUAN EUSEI3IO NIEREMBERG, De la diferencia cutir h temporal y eterno,oa, 1653, p. 180.

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E O (, lí A F I A I) H I, A K R N I D A D F. L c: i E i o

Diógcncs dijo que el cielo era un techo inmenso, lo cual sepodía decir con más razón del cielo Empíreo, donde está la Cortede Dios, su ciudad, y su Reino. De él dicen insignes matemáti-cos que es tan grande, que aunque diese Dios a cada uno de los

bienaventurados, tantos cuantos son, mayor espacio que toda laredondez de la tierra, con todo eso sobrará espacio para dar ;iotros muchos otro tanto. Llegan también a tantear la grandezade este cielo tan capaz, diciendo que tendrá de grandeza más dediez mil catorce millones de millas, y de latitud tres mil seiscientosmillones. ¡Qué pasmo será ver una ciudad de tantos mil millo-nes de millas, toda de oro lucidísimo y transparente como el cris-tal! Los teólogos confiesan que esta capacidad del cielo Empíreoes casi inmensa, pero más se huelgan de admirarla, que atreversea medirla. Si bien no falta teólogo que diga que, si Dios hiciesede cada granito de arena que hay en la orilla del mar que fuesetan grande como este mundo terreno, que parece serían infini-tos, con todo eso no llenarán la capacidad del ciclo, el cual ocu-pa aquella ciudad santa, toda labrada de materia más vistosa ypreciosa que oro, perlas y diamantes»20.

Sorprende la generosa extensión de las parcelas que el PadreEterno asignará como feudo a cada uno de los bienaventurados.Y para corroborar la amplitud de la gloria, se ofrecen datos pre-cisos, números concretos que, rápidamente, con astucia queaumenta su posible efectividad como supuestas pruebas cientí-ficas, se atribuyen a los «matemáticos», insinuando que sólo unamente obsesionada hasta rozar lo impío por el deseo de verdady exactitud ha podido proporcionar esos datos, porque los teó-logos, más piadosos, no osan medir lo que desborda toda medi-da y se contentan con admirar lo que la fe les asegura.

Pero de todas formas cualquier dato será arrollado ante lo de-vastador del asombro. El lugar será imponderablemente bello,y el autor, sabiamente, adjetiva su magnitud con su riqueza y a'revés, entrecruzando los términos para no dar reposo a la ima-ginación deslumbrada del lector.

Y acaba admirando: «¡Oh cuan grande y deleitoso teatro sci. 'ver a Dios como es en sí, con todas sus infinitas perfecciones.

20 JUAN EUSHHIO NIEREMHKRG, Op. cít., p. 281.

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y con todas las perfecciones de todas las criaturas, que contieneen sí con eminencia! ¿Qué espectáculo tan agradable fuera parauno, si de una vez le mostraran cuantas cosas de gusto y admi-ración ha habido? Si le metieran en un campo, en el cual estu-vieran las siete maravillas del mundo, con que apacentara los ojos,y todos los regaladísimos banquetes que hizo el rey Asuero ylos demás reyes de Pcrsia, y los más raros espectáculos y fiestasque hicieron los romanos, y los árboles más vistosos y de mássabrosa fruta que hubo en el Paraíso, y las músicas más sonorasy dulces que pudieron dar las nueve musas, y los olores más suavesque se hallan en la India, y Arabia, y todos los tesoros que tu-vieron Creso, David y todos los emperadores de Asiría y Roma,¿Qué maravilla fuera ver tantos gustos juntos? ¿Quién no se tu-viera por dichoso, si le hicieran entrega de todo esto por cienaños que le asegurasen de vida? Pero no digo si le diesen estosolo, sino también todo cuanto grande y gustoso habrá en el mun-do, con todos cuantos gustos y contentos y perfecciones han te-nido todos los hombres, y tendrán hasta el fin del mundo: todala sabiduría de Salomón, Platón, Aristóteles; toda la fortaleza deAristómenes y Milón, toda la hermosura de París y Adonis. Sise lo dieran a uno, no tiene que ver, y sería todo asco y amargu-ra, comparado solo con el gusto que habrá en ver a Dios eterna-mente, porque en El solo se verá un retrato de bienes y grande-zas, en que están todas las de las criaturas juntas: en El se hallarálo rico del oro, lo ameno de los prados, lo resplandeciente delSol, lo sabroso de la miel, lo deleitable de la música, lo hermosode los cielos, lo suave del ámbar, lo apacible de todo sentido, y''uanto hay que admirar y gozar»21.

Aquí aparece de nuevo la imagen, tan repetida, del Cielo co-ló teatro, ostentación y desfile de todas las maravillas. El autor

va enumerando todo lo que es más precioso en la naturaleza y,'obre todo, en el arte; va evocando las delicias prestigiadas por

i historia, hasta dejar la imaginación anhelante, jadeando, cn-(Tiagada, para luego decir que eso no es nada, que resulta des-preciable comparado con lo que nos espera, que, si nos lo ofre-

en a cambio de uno solo de los placeres celestiales, lo apar-

JUAN EUSEBIO N l H U H M B E R G , Op. cit., pp. 292-293.

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( I E O G U A F I A H E I A H 'Y E U N ! I) A I )

taríamos asqueados, con un gesto desdeñoso. Así la admiraciún

se sobrecoge y queda en suspenso.Y lo que nos espera es, nada menos, que el propio Dios otor-

gándose a sí mismo como espectáculo, desarrollando ante nues-tros ojos la suma de sus hermosuras, que contiene y excede tociolo que de notable hay en la tierra, como un interminable gabi-nete de coleccionista. La suma variedad encerrada en lo simp]c

la multiplicidad de lo bello desplegándose dentro de la supremaunidad. Dios es así un inmenso, eterno, inagotable tablado demaravillas. Y el bienaventurado, un espectador insaciable y sa-tisfecho, contemplando con admiración que se excede a sí mis-ma a cada paso. Es curioso el cambio de tono del autor: primeronos deja imaginar qué estupendo sería tener la belleza de Ado-nis, la fuerza de Milón y la sabiduría de Aristóteles y a renglónseguido nos encarece cuánto mejor será ver esas envidiables cua-lidades encarnadas y superadas en el Padre Eterno. Pero no diceque el bienaventurado será infinitamente bello, fuerte o sabio, si-no sólo que verá a aquél que lo es. La vida activa, que nos habráayudado a ganar el cielo mediante la práctica de las virtudes, que-dará pues, en la tierra y el olvido. Al hombre le espera una con-templación sin fin, deleitable, pero pasiva. Es indicativo de la es-cala de valores estéticos en el siglo XVII el que el autor no se lepase por la cabeza que alguien pudiera replicar que prefería serél mismo un poco rico a mirar a otro que lo sea inmensamente.Si el Cielo es una grandiosa obra de arte, un sublime espectáculo,el primer papel corresponde sin duda al inventor que lo ha con-cebido, y después a los espectadores que gozan viéndolo. La eje-cución propiamente dicha se olvida como algo mísero y sin im-portancia. Bien es verdad que los seres más altos, Dios en el cic-lo y el Rey en la tierra, son, a la vez que creadores del espectácu-lo, parte de él, primeros actores en la función, pero eso es com-patible con su elevada dignidad porque no les exige n ingúnesfuerzo, ningún movimiento: se convierten en el foco de las mi-radas, en el centro de la atracción, por lo que son y no por 1'que hacen. Por su propia naturaleza son tan sublimes que los demás consideran un privilegio y un placer incomparable el mehecho de poderlos contemplar, pero ellos están por encima > 'su propia exhibición.

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i. L c: i E L o

Volviendo al padre Nieremberg, esta misma idea de Dios co-no fuente y compendio de todas las maravillas aparece en otros

lugares de su obra, como en esta invocación, que se supone apro-iada para confortar al moribundo en su última hora: «¡Oh Diosjo! ¡oh dulce vida de mi alma! ¡oh mi verdadera salud! ¡oh únicoeterno bien mío y bien sumo e inmutable! ¿qué quiero, qué

lusco sino a Ti? ¿No tengo por ventura todas las cosas, si a Tiposeo que las criaste todas? Ninguna cosa hay en parte algu-

na, que sea de estima, que no sea obra de tus manos. La hermo-sura de los ángeles bienaventurados, la hermosura de las almassantas, la hermosura de los cuerpos humanos, la hermosura de[os brutos, de las estrellas, del Sol, de la Luna, de la mar, de laierra, de las plantas, de las flores, de las piedras preciosas, de

los metales, de todos los colores; la suavidad de las voces, de losolores, de los que deleitan de Ti es. Todo lo que hay de hermo-sura, de gracia, de deleite, de gentileza, de dulzura, de virtud,de valor, de riqueza en las criaturas, en Ti está todo abundantísi-ma y excelentísimamente, y sin marchitarse jamás. Por cierto, Túeres sumamente hermoso, sumamente deleitable, sumamenteamable y digno de ser sumamente deseado. Tú, con grandísima

undancia, contienes en Ti toda la hermosura, y alegría siem-nueva y florida, la cual es tanto más excelente que la que pue-

m ver y sentir los hombres en las criaturas, cuanto Tú, que lascriastes, eres más excelente y más aventajado que todas ellas. Tú

's un piélago inmenso de pura alegría y de santos deleites. Tú'es luz inefablemente serena, luz resplandeciente, luz hermosa,

luz eterna y no limitada»22.Así pues, la belleza del Empíreo, que el autor comenzó cnca-'ciendo, resulta de algún modo superflua, pues viendo a Dios

hallaremos en El toda la hermosura posible, toda la luz, porquela luz es el símbolo, a un tiempo, de la belleza, del bien y de laVerdad, y así, en el espléndido final, el autor, con encendida pie-dad que hace temblar apenas el ritmo sabio de la frase, acaba iden-Wicando a Dios con la luz originaria, con la luz definitiva.

Para terminar, como es norma a lo largo de este trabajo, va-

JUAN EUSEBIO NIEREMBERG, Partida a la eternidad y preparación para late, Madrid, 1645, p. 51.

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t; E O (, U A r [ A 1) H I A F. I E U M I D A i>

mos a ocuparnos de aquellos autores que nos dan un panorainmás extenso y completo del terna de este capítulo.

Comenzaremos por el jesuíta Sebastián Izquierdo, que consi-dera esencial, para que nos hagamos una idea del gozo que ex-perimentan los elegidos, trazar un panorama general del lugaren que han de vivir eternamente.

Habitarán, dice, en el Ciclo Empíreo, que es el más elevadode todos, y que se llama así por su gran luminosidad. A la h < > i ,de describirlo, hay algunos puntos que juzga esenciales: «Su si-tio y la suma altura que tiene sobre todas las demás cosas quecomponen el Universo. Su forma y su admirable grandeza. Suriqueza y su hermosura inexplicable»21. En esta descripción elautor asegura que se basará en las conclusiones tanto de los teó-logos como de los astrónomos y matemáticos, añadiendo así ala verdad proclamada por obediencia y revelada por fe las prue-bas aportadas por la razón.

En primer lugar se ocupa de la forma, y advierte que «el Cie-lo Empíreo no es de figura o forma cuadrada, como algunos opi-naron, sino de esférica, como los demás Cielos, porque es el su-premo y último Cielo, que abraza, y comprchende a los demás,y termina y da fin todo alrededor a este magnífico edificio y ar-tificiosísimo globo del mundo universo»24.

Es curiosa esa concepción del universo no sólo como edificio,sino como artificiosa máquina, como obra de arte animada, co-mo «ingenio» cuya belleza sólo es superada por lo original y bientrabado de su complejo mecanismo.

Establecida la redondez del Empíreo, el autor va a ocuparsede su distribución interna, y lo hará configurándolo como urespacio cerrado. La expresión «Cielo del Cielo», que otros auto re -aplican a la morada de los santos, resulta útil para dar una ideade su elevación y su inmensidad, pero puede producir una sen -sación de intranquilidad en una mente ordenada, sugiriendo unalgo inacabado y difuso, como un halo. Sebastián Izquierdo des-vanece esta impresión. Según él, el Empíreo se estructura en «tre>

2-' SEBASTIÁN IZQUIERDO, Consideraciones de los quatro Nwissinws del Hf»'bre. Muerte, Juicio, Infierno, y Gloria, cd. cit., p.404.

24 Op. cit., p. 405.

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E L C I É 1 O

partes o tres regiones; ínfima, media, y suprema. La ínfima es"de materia sólida, estable e inmoble, y confina por su superficieinferior cóncava con el Cielo de las aguas, y por su superior con-

: vexa sirve como de pavimento, o suelo holladero a la región me-dia. La cual es de materia líquida y respirable, donde los biena-venturados han de tener su habitación. La suprema es también

materia sólida, estable e inmoble, como la ínfima, y por su¿superficie inferior cóncava confina con la región media, y le sir-Ive como de techo bovedado siendo su superficie superior con-

= vexa el término, donde remata todo este gran globo del Univer-it'so, dentro del cual están encerradas todas las criaturas, que exis-fcten»25.

Queda así el universo lejos de la inquietante indefinición. Sa-;' hemos que es una esfera perfectamente acabada, herméticamen-Ite cerrada, definitivamente estable, como una gran caja redon-|da. Sabemos que los santos tienen un techo sobre sus cabezas,I lo que sin duda resulta sedante. Y se nos notifica que, si logra-

mos llegar a tan feliz estado, no respiraremos aire, como en la. t ierra, sino algún tipo de líquido muy fluido y sutil, más ade-

cuado, sin duda, a la naturaleza del cuerpo glorificado que el vul-gar oxígeno atmosférico.

Por debajo del Empíreo está el cielo de las aguas, y más abajoreí cielo estrellado, que es sólido y transparente y tiene «como: engastadas en sí a todas las estrellas fijas, a la manera que los nu-

dos de la madera están en la tabla». Este se mueve muy lenta-mente y participa también del movimiento diurno. Luego vieneel cielo etéreo, que es líquido. En él están, a diferentes alturas,las órbitas de los siete planetas —para el autor, es un error pen-sar que cada una de estas órbitas constituye un cielo diferente—,

por último la tierra, rodeada de los elementos del fuego, deliré y, aunque no por completo, del agua.

Una vez así dibujado el esquema del universo, el autor se vaja ocupar de medir las distancias. Comienza por la tierra, a la queatribuye un diámetro de 2.336 leguas y una superficie de17.139.232 leguas cuadradas.

Mide luego la Luna, el Sol y algunas de las estrellas fijas, in-

Op. cit., pp. 406-407.

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O K H G R A f I A I) H L A H T E U N I I) A I)

crcmentando la admiración del lector con cifras cada vez más ele-vadas, y señala también la enorme velocidad a la que deben des-plazarse dichas estrellas para adaptarse el movimiento diurno: p ( ) r

lo visto, se desplazan a 16.979 millas por segundo. Realmentela astronomía ptolemaica le resulta a nuestro autor un auxiliarimpagable a la hora de describir maravillas.

Llegamos por fin a las medidas del Empíreo. Su superficie cón-cava distará del centro de la tierra 584 millones de leguas (unos3.212 millones de kilómetros) y su superficie convexa 1.168 mi-llones de leguas (6.424 millones de kilómetros). No sabemos có-mo ha llegado el animoso jesuíta a establecer dichas medidas,si bien 61 las presenta con un tono de autoridad incuestionable.Esto da al Empíreo un espesor de 584 millones de leguas, de lasque las dos quintas partes corresponden a la morada de los bie-naventurados propiamente dicha, reservando las tres partes res-tantes, equitativamente distribuidas, para el suelo y el techo, só-lidos e inmutables, de tan sublime edificio. Estas medidas dan,para todo el universo, un diámetro total de 2.336 millones deleguas, lo que supone 12.848 millones de kilómetros. En cuantoa la superficie de aquella zona, del Cielo Empíreo destinada pro-piamente a habitación de los santos, nuestro jesuíta la estima en7.239.391.078.400.000.000 leguas cuadradas. Los números sevuelven terroríficamente grandes, pero el autor no sólo quiereabrumarnos, sino sobre todo fascinarnos, y deja la aritmética paratratar de darnos una idea más plástica de tamaña extensión, asique, comparando el tamaño del Empíreo con el del globo te-rrestre, concluye: «Y de aquí se infiere que, aunque el númerode los hombres predestinados llegue a ser de (100.000.000.000)cien mil millones, en la superficie, que es el suelo del Cielo bea-tífico donde han de habitar, se podrá dar a cada uno más quecuatro veces doblado espacio del que tiene toda la superficie delglobo de la tierra»2'1. Y es probable que la parcela que corres-ponda a cada santo sea aún mayor, pese a que Sebastián Izquier-do les ha asignado territorios aún más generosos que el resto delos autores. Pues no está claro que sea tan elevado el número delos santos. De hecho, para alcanzar tal cifra será necesario «qv |C

Op. cit., p. 431.

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F L C I E L O

mundo (corriende como hasta aquí ha corrido) dure quinceaños».

Para hacer este cálculo se basa en el ritmo de crecimiento depoblación que presenta el P. Ricciolo en su Geografía. De acuer-

con esos datos infiere «que el número de los hombres quejos habrá criado al fin del mundo, si dura (corriendo como hastaora) precisamente quince mil años, será de un millón de mi-

, pocos más o menos; y de éstos, según el sentir comúnteólogos y padres apenas se salvará la décima parte (que son

>s dichos cien mil millones) conforme aquella sentencia de(, Bernardo que refiere Duvalio (Trac, de 4 Novis. quaest. 5 art.

2) por estas palabras; In mari Massiliensi ex decem navibus vix unaperit: sed in mari huius Mundi ex decem animabus vix una salvatur.En el mar de Marsella, dice el Santo, de diez naves apenas pereceuna: pero en el mar de este mundo de diez almas apenas se salvaana. De manera que el número de los hombres predestinados

•oporcionalmente ha de ser mayor o menor conforme la dura-jón del mundo fuere mayor o menor. Y así, según este discurso

'bable, si el mundo dura diez mil años, los hombres que sesalvarán serán sesenta y seis mil millones, y algunos pocos más;si dura veinte mil años, serán ciento y treinta y tres mil millo-ics, y algunos pocos más»27.

Después de habernos aclarado, con escalofriante soltura, el nú-mero y proporción de los salvados, nos advierte que, en el re-arto de la superficie celeste, es preciso incluir también a los an-ales, que serán diez veces más que todos los hombres creados,í, y siguiendo con la hipótesis de un mundo que durase quin-mil años, los ángeles serían diez millones de millones, lo ques da un censo total de habitantes del Empíreo de diez billonescien mil millones, cifra que convierte a la Jerusalén celestial,

ninguna duda, en la ciudad más populosa de la historia. Se-•n esto, a cada uno de los bienaventurados, sean angélicos o

lUrnanos, les corresponderá un espacio de 716.771 leguas cua-cadas.Manejando cifras tan desmesuradas el autor teme provocar en

''lector un vértigo que, más que seducirlo, lo abrume, dejándo-

27Op. di., pp. 432-433.

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i lo atontado a fuerza de admirativo estupor. Por eso insiste .nuevo en los ejemplos prácticos: Si un ángel quisiera atravesarel universo por su diámetro, y cada día avanzase 6.400 leguas(unos 35.200 kilómetros, lo que daría una velocidad media ¿(

1.466 kilómetros por hora, realmente casi impensable en la época),tardaría mil años en concluir la travesía, y tres mil ciento cua-renta años si, a la misma velocidad, recorriera su circunferencia.Y para redondear el asombro del lector añade que los ángelespueden moverse a velocidades aún mayores, sin cansarse jamás,y, lo que es aún más admirable, con la misma rapidez nos des-plazaremos nosotros si ganamos el cielo, gracias a la dote de agi-lidad de los cuerpos glorificados.

Quisiera recordar aquí, que por mucho que tratemos de po-nernos en el lugar de un devoto del siglo XVII , no alcanzamosa formarnos una idea cabal de la impresión que estos datos cau-saban en su mente, del deslumbramiento fascinado con que, casiincrédulo, repetiría una y otra vez esas cifras. La tecnología mo-derna y los progresos de la ciencia nos han habituado al mila-gro, han borrado, como nunca hasta ahora, las fronteras entrelo real y lo fabuloso, entre la hipótesis y la utopía. Pero el lectorbarroco debía de quedar en un estado de arrebatado éxtasis trasrecrear imaginativamente las proporciones del Empíreo, sobretodo teniendo en cuenta que aquel lugar admirable y casi ate-rrador se predica como su verdadera patria, como el lugar real-mente adecuado a la naturaleza humana, que, de rebote, queda mag-nificada. El autor saca rápidamente la consecuencia moral, gol-peando el hierro en caliente para obtener resultados prácticos enbien de las almas: debemos poner todo nuestro amor y nuestroesfuerzo en aquella patria, para lograr alcanzarla y no quedar enexilio perpetuo, y no aferramos al pecado, que nace de una ex-cesiva estimación de las cosas terrenales, revelando una singularceguera, pues, comparada con la morada futura y definitiva, es-te mundo no es más que una «vilísima y estrechísima venta» enla que nos alojamos como viajeros de paso, y aún sus más gran-des reinos son apenas puntos diminutos perdidos en el Universi •

Prosigue el tratadista: «Pasemos ya a considerar la riqueza, >'hermosura de aquel Empíreo grande sobre toda grandeza, de aquelReino de los Cielos, Ciudad de Dios, Casa del Padre Celestial.

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F I. C I E I O

I Paraíso Celeste. Que todos estos no»bres le da la Sagrada Es-;ritura al lugar donde han de habitar los bienaventurados, paradenotar que en él han de estar juntos todos los bienes que hayacá en todos estos lugares. Porque acá en un reino se halla la am-plitud y variedad de cosas buenas: en una ciudad la policía y va-riedad de comodidades; en una casa o palacio de un gran señora riqueza y variedad de adornos; y en un paraíso (que es lo mis-

o que lugar de recreación) la amenidad y variedad de delicias;en todos estos lugares muchos y diversos géneros de hermo-

uras. Todo lo cual con inexplicables ventajas se hallará junto en;quella felicísima y beatífica Habitación»28. El Cielo será, pues,

una ciudad con la amplitud de un reino, el orden y boato de unacorte, la riqueza y suntuosidad de un palacio y la amenidad deun delicioso jardín.

Pero no todas las partes del Empíreo serán iguales ni tendrán.a misma densidad de población. De hecho, «los bienaventura-dos no han de tener sus moradas esparcidas por todo él, ni aúnpor la región media suya, donde nosotros hemos dicho que hande habitar; porque cabiéndoles del espacio de ella a cada uno mu-chas centenas de millares de leguas cuadradas, como dejamosmostrado, estuvieran muy distantes unos de otros, y no pudie-ran componer de hecho una república política y sociable, en que'e cerca puedan tratarse unos a otros, y conversar unos con otros,

así todos han de tener sus moradas juntas en una parte pro-porcionada a su número del Cielo Empíreo como lo sienten co-

únmente los santos padres, y teólogos»2''.Por lo visto, al autor le producía cierta angustia ver a los san-

fos aislados en sus feudos, separados por distancias enormes. Apesar de la agilidad de los cuerpos gloriosos, el trato se hacía«ojoso. Y la conversación, uno de los principales placeres del•spañol del siglo XVII , que pasaba prácticamente su vida en la:alle, no puede faltar entre los gozos de los inmortales. Además,|i el Cielo es la Corte de Dios, lo lógico, para nuestro jesuíta,:s que se parezca, al menos remotamente, a las cortes terrenales,h concreto a la de Madrid. Y una corte requiere cierto ambien-

28 Op. cit., pp. 445-446.Op. cit., p. 450.

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te abigarrado y multitudinario, una animación de la que careceese sereno cuadro de los santos reposando pacíficamente en susposesiones, que responde más al modelo de retiro campesino queen la España del XVII se consideraba como un destierro.

Para que el parecido entre la corte celestial y la terrena sea másgrande, se nos advierte que «estos lugares propios, estancias omoradas, que han de tener todos los bienaventurados ángeles yhombres, serán otros tantos palacios fabricados de la materia in-corruptible y preciosísima del Ciclo Empíreo, riquísimos, her-mosísimos y transparentes, y cada cual en su grandeza, riqueza,y hermosura proporcionado a los méritos del que habitare enél. Porque aunque allí estos palacios no serán necesarios para de-fender a sus moradores de las inclemenciass del tiempo, seránconvenientes para premio de sus méritos, y también para honra,y decencia suya. Puesto que, como después diremos, todos hande ser reyes»30.

Las señoriales mansiones, que convertirán el ciclo en una ma-ravilla urbanística, estarán hechas de la misma materia que el cielo,pero esta uniformidad se compensará por la diversidad de sustamaños y órdenes arquitectónicos. Insiste el autor en que allíno son necesarias las casas para defendernos del clima o aliviar-nos del cansancio, porque nunca nos cansaremos, al no habernada corruptible en nuestros cuerpos gloriosos ni nada que puedaproducir dolor o molestia, y la temperatura será ideal. Así, elpalacio se despoja definitivamente de su función secundaria, lade vivienda, para identificarse plenamente con su función prin-cipal: la de representación. Allí el palacio es superfluo y, justamentepor ello, ostentación pura, destinado a mostrarse y a mostrar,a través de su forma y su decoración, a su dueño. La casa comoexpresión del carácter y el linaje de su habitante, una mansión-símbolo, como si toda ella fuera blasón, pues ha de ser propor-cionada a las virtudes y méritos de aquél a quien le ha sido dada.

Y la lujosa y magnífica morada, si bien no es necesaria porrazones físicas, es, como recuerda el autor, conveniente para eldecoro. Si los santos han de tener categoría de reyes, sirviendoen la Corte del Emperador Supremo, deben llevar un tren de vi-

Op. cit., p. 453.

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F. I. C I E I O

. digno de su rango. El lujo era un Égno de la posición del in-ividuo en la escala social, y no desplegar el boato correspon-iientc a la clase a la que pertenece equivalía a excluirse de ella,istas categorías terrenas, que sirven de cobertura simbólica a la

sociedad jerarquizada, no son juzgadas como algo frivolo, per-snecicnte a las deleznables vanidades terrenas, sino que son tras-adadas al Reino de los Cielos, dando así una perduración etcr-a, en el deseo y el reflejo, al orden social existente. La utopía

ie la eternidad feliz no es aquí crítica, disolvente y revolucióna-la, sino que idealiza la estructura social, coopera en su cohesión• aparece como una voluntad extremadamente conservadora: delecho, imagina que tal estructura ha de conservarse por toda laeternidad.

De modo que la capital del Empíreo tendrá un aspecto bas-ante similar a la Jerusalén apocalíptica, pero será muchísimo ma-

yor, advierte el tratadista, pues en la visión de San Juan se muestraana ciudad diseñada para un número bastante más exiguo de ha-bitantes. Por ejemplo, se suponía que iban a salvarse 144.000 horn-ees, mientras que nuestro jesuíta supone que lo harán cien mililíones. El autor piensa que la Corte celestial será una ciudadaadrada con un perímetro de 254.000 leguas (aproximadamente

1.397.000 kms.). Hace este cálculo suponiendo un espacio paracalles y plazas asignando a cada habitante, ángel u hombre, unamárcela cuadrada de 80 pasos geométricos de lado (unos 111 me-ros y medio) donde estará su palacio y «algún modo de jardín,

vividario celeste, que sirva para mayor hermosura, y recrea-ción». El tamaño de los palacios y de estos pequeños parquesprivados podrá oscilar levemente, según la importancia del queaya de habitarlos, aunque siempre serán espaciosos y magnífi-

cos. Las casas también serán diferentes por su forma, su estilodecoración y su altura, que, dentro de unas proporciones ar-

loniosas, podrá ser mucho mayor que en las mansiones terrc-lales. «Porque como quiera que aquellos palacios han de ser delatería de Cielo sólida, cual conviene para su estabilidad y fir-leza, fundados sobre aquel suelo sólido de la región media delempíreo, por mucho que se levanten en alto, aunque sean le-guas, ni habrá peligro de que se incline el edificio y se caiga porquesu materia no gravita; ni de que flaquee o se desmorone con el

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(1 H O t, K A F I A H E L A K 1 E I! N I I) A [)

tiempo, porque es incorruptible; ni sus habitadores se cao emperezarán, de subir a lo más alto, o para eso necesitar' T*Tl

caleras, por su agilidad y ligereza»31. v 'Así que los santos, de acuerdo con su rango, vivirán en cd'T

cios de diferentes tamaños, y, como la materia de estas casa-estará sujeta a las leyes naturales, podrán alcanzar alturas d » *mesuradas. Los mayores rascacielos que el hombre ha construid"a lo largo de su historia no son nada comparados con estos cdficios que, según el autor, tendrán leguas de altura (y cada leguason más de cinco kilómetros). La elevación de los edificios Inceque, en comparación, los jardines resulten diminutos, pero todoresultará armonioso y proporcionado, asegura el autor, como he-cho por el mayor Arquitecto y elaborado con materia preciosay transparente, como una gema. Ante los ojos de la imaginaciónlos edificios surgen entre las flores y se elevan hasta perderse devista, como interminables agujas de cristal que resplandecen comoel oro.

Toda la ciudad será, pues, de esta riquísima materia translúci-da, «Pero como matizada, pintada, y hermoseada con finísimosy diversos colores, que la harán más vistosa. Tendrá sus callesy plazas, como la que vio S. Juan para que los bienaventuradospuedan andar por ella sin penetrarse con sus edificios. Y es ve-rosímil, que correrán también por ella ríos de aguas o elementa-res, como las nuestras, aunque más purificadas y cristalinas, osemejantes a ellas, pero más preciosas, como hechas de la mate-ria de aquel Cielo. Los cuales ríos estarán también adornados conla amenidad de varios árboles semejantes a los de acá en la for-ma, pero no en la materia, porque aquella corno cosa de aquelCielo será incorruptible y preciosísima»52.

Aquel Madrid celeste, siempre próspero y feliz, tendrá, por tan-to, su Manzanares con riberas sombreadas por árboles peren-nes. Pese a la rareza de los rascacielos transparentes, que se grabaen nuestra mente con la fijeza de un sueño, la estructura de lacapital del Reino de Dios no difiere gran cosa de la Corte espa-ñola, y las mejoras que advertimos en la ciudad eterna se deben.

I I C I E L O

31 Op. dt., p. 459.K On. cit., pp. 460-461.

1L aue a diferencias formales, a la mayor excelencia de la ma-- riue es incorruptible, y a la bondad de sus habitantes, queIa» " . j _ _ i _ • i

¡un va incapaces de todo mal.«Fn aquel bello recinto vivirán juntos todos los bienaventurá-is haciendo «una vida sociable, conversable y amigable», tra-Üaidose con la familiaridad hija de un largo conocimiento y unaJmunidad de intereses. Sus relaciones serán como las de los ne-jes terrenos, aunque su amistad será más firme y su simpatía

más sincera al no estar envenenado su trato por la ambición ni

« rencillas por cuestión de rango.Pero, aunque los santos, de ordinario, vivan en la capital, noir ello quedará sin utilidad el resto de la amplísima esfera ce-te, «porque, como acá al rededor de una gran Corte suele ha-

a corta distancia casas de recreación con sus jardines y huer-amenos, a donde los cortesanos salen a recrearse para vol-

rse luego a la Corte y a mayor distancia hay muchos camposipoblados, pero llenos de variedad de cosas vistosas por los

ales suelen también a veces espaciarse, así, es verosímil que allededor de aquella Corte Celestial, a alguna distancia (que paralos bienaventurados por su admirable ligereza cualquiera será cor-ta), habrá lugares particulares de recreación, y en el resto de loscampos espaciosísimos de aquel Cielo muchas y varias cosas dig-nas de verse; y que los cortesanos celestiales, cuando gustaren,irán a unas partes y a otras con su velocísimo movimiento a re-

arse y espaciarse, para volverse luego a su Corte y a sus mo-las fijas»".No faltará, pues, en el Empíreo la dulzura de los recreos al

'e libre, los paseos por el campo, las fiestas y romerías; y hastaistirá el placer de unas cortas vacaciones en el campo, disfru-ido del silencio y la soledad, gozando de la hermosura de laturaleza para luego sumergirse de nuevo en el bullicio ciuda-

•O. Así, mediante la variación se aleja el fantasma del hastío,conserva, como tipo de vida ideal, la del cortesano madrile-

ño, con sus breves temporadas en sus posesiones de provincia,la del propio Rey, alternando su alcázar con ocasionales estañ-

en el Retiro y los Sitios.

CU., pp. 463-464.

170 171

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G E O G R A F Í A D E L A H '!' E U N i 1) A 1)

Además de estas actividades, los santos podrán distraerse ejer-ciendo de astronautas aficionados, pues subirán, si así lo desean,«por toda su crasicie líquida hasta llegar a la superficie cóncav,.que es como el techo bovcdado de dicha región. Porque por to-das partes de ella habrá muchas cosas dignas de verse desde cer-ca. Y todo a su agilidad le será muy fácil. Especialmente siendo,como es también verosímil, que aquella bóveda celeste esté ador-nada de otros varios cuerpos vistosísimos a manera de estrellaso de soles, como la bóveda de este mundo inferior, cual es el fir-mamento, está adornada de sus estrellas. Porque si para cubiertade la vil y caediza choza de este desierto puso Dios un pabellóntan hermoso, cual vemos en una noche clara el cielo estrellado¿cuál será la cubierta que le habrá puesto a aquella preciosísimay permanente y eterna Patria?»14.

Como este mundo, también aquél tendrá sus estrellas, si bienmucho más hermosas. Además, los santos no sólo se limitarána contemplar tranquilamente sus resplandores desde el suelo, si-no que podrán pasearse entre los astros y visitarlos cuantas ve-ces quieran, sin que esto les exija ningún esfuerzo ni les fatiguelo más mínimo. Por último, el autor encarece la luminosidad delEmpíreo, alumbrado por soles tan esplendorosos, y en particu-lar de su capital, con sus edificios brillantes y su suelo como es-pejo, sus diáfanos muros y los cuerpos de sus habitantes, que ful-girán como relámpagos. Y con esta visión de luz inagotable, in-terminablemente reflejada, para la que cada transparencia es uneco, cada superficie un acento, da por terminada el autor su des-cripción del Reino de los Cielos.

Otro de los autores que describen con detalle el aspecto delas moradas de los elegidos es Manuel Ortigas, jesuita también.Comienza su descripción diciendo que, mientras estemos en latierra, sólo podemos contemplar el Empíreo con los ojos de l . ife, pero que con ellos alcanzamos una visión más nítida que conlos corporales.

Sin embargo, lo primero que nos cuenta es una visión del santoanacoreta Cosme: «vio en dilatada estación floreciente de jardi-nes y alamedas, bajo pabellones de olivos y de yedras, más blandas

E L C I E I. O

Op. cit., p. 465.

172

ue las rosas, más transparentes y finas que esmeraldas, tálamossitiales ricos, en donde descansaban vario número de gente de

los que había conocido en esta vida; éstas, le dijeron, son las man-siones eternas, que el Señor nos tiene prevenidas. Vio luego bienplantada en inmenso sitio la Ciudad grande Eterna. Eran sus mu-rallas de tersa sillería cortada de diamantes, rubíes, y piropos;eran las puertas de oro de quilates claveteadas de preciosas mar-garitas, las calles, empedradas de amatistas, berilos y otra variay preciosa pedrería; discurrían sus ciudadanos en edad florecientealegres placenteros. Cubrían las mesas regaladísimas viandas, muydiferentes que las de acá. Pero al quererse asentar a la mesa, lemandaron volver a su convento, a que esperara la muerte, queera la que le había de abrir la puerta, que hasta entonces sólo

n la Fe se le permitía pasear aquellas moradas celestiales, enonde cada sentido tendrá su particular deleite»15.En efecto, aunque los ojos de la fe nos permitan columbrar

Igo de lo que nos espera tras la muerte, esa contemplación, alno dejarnos probar siquiera los placeres que presenta a nuestraconsideración, no hace sino encender el deseo por alcanzar aquella

aravillosa morada. La muerte clausura esta vida, pero se pre-senta como algo apetecible, pues es ella la que, con el mismo gestocon que cierra las puertas de este mundo para nuestro cuerpo,abre las de la ciudad eterna para nuestra alma, si hemos sabidomerecer tal destino mediante una vida virtuosa y una fidelidad

los preceptos que la fe nos enseña.Sin embargo, toda nuestra capacidad de imaginar, toda nues-adhesión a las promesas divinas, no bastan para una descrip-

ón exacta de las inefables bellezas del Empíreo. Incluso las re-laciones de aquellos santos que han podido contemplarlo en

una visión son sólo «un tosco dibujo», un esquema cuya finali-dad no es sino «encender el alma a su conquista». El autor nosrecomienda que tomemos sus propias palabras como torpes se-ñales, que, más que pintar la ciudad celeste, pretenden encami-narnos en su dirección. Para insistir en esta idea recurre de nue-vo a un ejemplo: «Sucédales a los que miraren y leyeren atentos

3:1 M A N U E L ORTKÍAS, (borona eterna. Implica la gloria accidental y general delK de íilniii y cuerpo, Zaragoza, 1650, pp. 12-13.

173

ve

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( I I- O (, R A l ; 1 A I) K I A H T H U N I D A 1)

el dibujo que emprendemos, aunque tosco, lo que al Rey Filipode Macedonia con Demades Tebano. Mandóle le hiciera una plan-ta de la ciudad de Tebas. Tomó un carbón, grosero lápiz, y enel campo breve de una hoja de papel, le delineó sus murallas,torres, palacios, alcázares y edificios, aunque apriesa; de tal suerte,que haciendo concepto de la gran ciudad, Filipo dijo: Yo la hede conquistar con el acero de mis armas o con el oro de mis ren-tas. Digamos con el corazón cuando vamos leyendo, aunque tangroseros sus diseños: O con el hierro o con el oro he de con-quistar la Ciudad Eterna, despreciando el uno, y no temiendoel otro. No es sino menos que pintado, cuanto aquí decirse pue-de, pero es bastante, si bien se considera a encendernos en su con-quista»3h.

Las descripciones del cielo, dice el autor, son aún menos quepinturas. Tanta distancia como va del retrato al modelo vivo, seestablece entre un retrato y el rápido bosquejo de algunas líneas.Pero aun así —tan grandes son las bellezas del original— encan-dila nuestros deseos y nos incita a su posesión.

Comienza el padre Ortigas su disertación basándose en losnombres del cielo y en las autoridades de los Padres de la Igle-sia, para, encadenando estos testimonios, darnos una idea del as-pecto general del Cielo. Dice así: «Varios nombres tiene en lasdivinas letras esta dichosa habitación que esperamos en el cielo:Paraíso la llamó el Apóstol en su divino rapto, por sus amenísi-mas delicias; llámase frecuentemente Reino, porque no pensáse-mos eran limitados sus gozos y su sitio, como el del Paraíso te-rrenal, sino que se extendía a los deleites de jardines y ciudadesy porque nadie imaginara ahí en el Cielo, como en los reinosde por acá, desvíos, soledades, desiertos, o despoblados, se lla-ma también Ciudad Eterna, porque, como notó nuestro Eusc-bio, todo el Cielo está poblado cíe alcázares, palacios, mansio-nes, o hermosos pabellones de campaña eternos, como los lla-mó Cristo Señor nuestro. No serán menester fábricas ni edifi-cios, dice San Agustín, para la seguridad, ni inclemencias de lostiempos, como acá, pero sí los habrá para el ornato y majestad,añade S. Anselmo. Que claro se está (dice aquí el P. Drexelio)

Op. dt., p. 19.

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i: i. c i H i. o

que no habían de estar los Santos en el cielo como las ovejas enlas campañas y despoblados en los dilatados espacios del Empí-reo, tan grandes que aseguran muchos teólogos que si Dios criaratantos mundos como granos de arena hay en los mares y los ríos,aún no llenarían los espacios de su población gloriosa; otros leseñalan un número increíble de leguas a su sitio; otros lo con-fiesan imperceptible e innumerable a las plumas y guarismos»17.

El autor nos promete placeres ilimitados en el espacio y en eltiempo, afirma que, en el Empíreo, gozaremos de las delicias delcampo y de las diversiones de la ciudad. Comparando su ima-gen del Cielo con la de su compañero de orden Sebastián Iz-quierdo, del que nos ocupamos anteriormente, vemos que Orti-gas no concibe, como el otro, el paraíso como un reino con sucapital bien diferenciada y sus campos, que la rodean, sino quenos da la impresión de una plenitud sin vacíos. Todo es unifor-memente fértil, todo está poblado por igual.

Coincide con el autor antes citado en la existencia de palacios,cuya misión es puramente ornamental y cuya razón de ser noes la necesidad sino el decoro, pero se muestra mucho más con-servador en cuanto a su arquitectura. Si bien da a entender queserán más bellos que los de la tierra, no nos deslumhra con atre-

í vidas fantasías. Incluso parece preocuparse más por evitar nues-tra nostalgia que por provocar nuestro asombro, pues un pocomás adelante nos comunica que si tal vez los Santos «quisieren

|ver cuanto de esto tuvo en coliseos, pirámides, templos, y alcá-zares Egipto, Italia, Grecia o Palestina», este capricho, hijo mes-tizo de la curiosidad y la añoranza, será sin duda satisfecho enla contemplación de las casas celestiales. Los edificios no serán,por tanto, según Ortigas, retos a nuestra imaginación, sino unaespecie de antología de la historia de la arquitectura mundial, mez-clada con algunas innovaciones originales para satisfacer el an-sia de los bienaventurados vanguardistas.

Por último, termina su disertación ponderando el tamaño delReino eterno, pero, aunque pone algunos ejemplos, no aporta,como hacía su compañero de orden, datos concretos, prefirien-do dejar su inmensidad en una cierta indeterminación.

Op. dt., pp. 321-322.

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c F. o G R A M A n K L A F T K u N i n A n

No olvida que lo que le ha movido a escribir esas páginasno es sino la tarea de aumentar los posibles ciudadanos del Pa-raíso, haciendo que sus lectores lo deseen y se esfuercen por lo-grarlo. Por eso finaliza con una invocación: «Oh Señor, cuan gran-de es vuestra Casa, podemos exclamar con Bruc. Sus puertas (es-cribió Tobías) son de zafiros y esmeraldas; la sillería de sus mu-fallas, de rica pedrería, el pavimento de sus calles, plazas y pala-cios de oro de quilates (añadió San Juan), más diáfano ytransparente que el vidrio cristalino, sus majestuosas puertas soncortadas como en canteras de preciosas perlas cada una. Pero ver-daderamente poco era el oro y los diamantes de por acá para suornato, muy diferente es aquello de esto; por eso lo llaman oro,pero transparente como el cristal que no se ve en el de aquí. Laspuertas, y murallas, de perlas y zafiros pero éstas tan grandes que,como si serrara un monte de un diamante o perla, se saquen deuna pieza las almenas y portales; para que acabemos de enten-der, dice Sta. Teresa, que aventaja su riqueza y hermosura a todala de acá, como el oro al lodo, los diamantes y perlas a las pie-dras, el Sol a una vela, las estrellas a las pavesas, el cielo al suelo,el sumo Hacedor a los oficiales de la tierra. ¡Oh patria querida,oh Ciudad santa, tú serás mi cuidado! Pendientes quedarán detus almenas celestiales, las aljabas y saetas de mis suspiros y es-peranzas!».

Pese a lo manido de los testimonios y lo torpe del estilo lite-rario, esta mezcla de confusa erudición y verdadero fervor nocarece de atractivo, y su auténtica piedad parece revestir de no-vedad los antiguos textos. El propósito edificante se cumple, másque por lo que dice, por el entusiasmo que lo anima. El deseodespertado en el lector resulta así como un reflejo del que sienteel autor, y para rematar su tarea y alentar y sostener al que, trassus palabras, haya decidido emprender la senda de la salvación,añade a continuación un capítulo que titula: «Es angosto, perofácil y suave, el camino del Cielo».

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K I C I F I. O

4. LOS H A B I T A N T E S D E L C I E L O

Este reino imaginado, que nos ha deslumhrado con la enor-midad de sus proporciones, que nos ha encantado con su refina-da decoración, que ostenta su belleza incomparable para tentarnuestra esperanza y que ha de durar eternamente, es un lugarmuy exclusivo, donde sólo han de penetrar aquellos que puedanconsiderarse dignos de tanta excelencia. Está reservado el dere-cho de admisión, y, antes de entrar en los alcázares eternos, elfuturo ciudadano debe acreditar su linaje de criatura perfecta. Laslimitaciones, los defectos, las más pequeñas taras deben ser eli-minadas. Para entrar en el cielo es preciso nacer de nuevo, per-fecto en cuerpo y alma. La muerte del santo es así como un par-to que iniciará para él la vida perdurable, pero aun después dé-la dura prueba de la muerte, el alma se acrisola en el fuego delpurgatorio, perdiendo allí hasta la más leve huella de una impu-reza. Los bienaventurados poseen una perfección siempre reciéninaugurada: no hay en ellos cicatrices, ni arrugas, ni costumbres.Son como un cristal purísimo, intachable transparencia para re-flejar la imagen de Dios. Como un espejo, no dicen nada de símismos, a no ser lo pulido de su resplandeciente superficie: sonpura superficie destinada al reflejo, eco de Dios por siempre, gi-rando en torno suyo, cortesanos brillantes, dóciles, lisonjeros.

Los autores barrocos nos pintaron el Cielo como un lugar deensueño; una Corte cuajada de delicias siempre nuevas, una Ciu-dad ideal donde pudiéramos ser plenamente felices. El único lu-

Sgar digno de ser palacio del Altísimo, y el único también en quepodrá desarrollarse del todo la multiplicidad de nuestro ser, dondela humanidad alcanzará una plenitud que no podemos sospechar,ionde nuestra capacidad de gozo se verá no sólo colmada, sinolesbordada. Tal plenitud parece casi peligrosa, como si nos tu-

• viera en riesgo de estallar, de disolvernos en una explosión depura felicidad, si no se nos prometiese a un tiempo la conserva-ción eterna de nuestra individualidad.

El cielo, en efecto, es un lugar diseñado especialmente para ha-cer posible la felicidad eterna. Ahora, bien, la felicidad, si biendepende en gran parte de factores colectivos, es ante todo un asun-to individual, privadísimo, pues nace, flor última, del centro de

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c; E o < ; u A F- i A n F i. A E i H U N I D A n

nuestra raíz. Sin embargo, los autores, por diferentes que seanentre sí, ofrecen un modelo de ciclo bastante unitario. Es de su-poner, pues, que sus habitantes, si se entiende que han de ser di-chosos en él, pierdan parte de su individualidad, se conviertan dealgún modo en arquetipos, se ahilen en una abstracción que losconvierta en cortesanos convincentes de aquella universal metrópoli.

Por otra parte, si el lugar y sus moradores han de adecuarseuno al otro y el Empíreo, como ya vimos, tenía un marcado pa-recido con el Madrid del seiscientos, sus ciudadanos, presumi-blemente, responderán al ideal del perfecto cortesano del barro-co español, y serán retratos favorecidos de los madrileños de laépoca: reflejarán lo que éstos querían ser. El cielo es así el lugaren el que uno es eternamente aquello que en vida se ha esforza-do en parecer.

Al describir el premio de los bienaventurados y el lugar enel que han de disfrutarlo, la imaginación se hace aliada del de-seo, pero ni una ni otro son libres. Se trata de describir algo quepueda ser deseado tan profundamente, que la sola suposición desu existencia, aunque sea lejos de nosotros, aunque no lo con-templemos nunca, baste para iluminar nuestra vida y dar senti-do a nuestro esfuerzo. Será algo, además, que resulte igualmenteapetecible para todos los hombres, pues todos están, en princi-pio, llamados a formar parte de los Elegidos. Así que, quien tra-ta de pintar las bellezas del cielo, se despoja en lo posible de susobsesiones particulares y de sus ambiciones privadas, y trata deinterpretar la imaginación colectiva para convertir así su descrip-ción en objeto universal del deseo. Esta universalidad esquema-tiza necesariamente, convierte a los seres vivientes en arqueti-pos, a los lugares en tópicos, pero tiene la ventaja, para el histo-riador, de reflejar con bastante exactitud los ideales del tiempoy el lugar en que tales descripciones fueron ideadas; no sólo sondescripciones del ciclo, son utopías que nos hablan de lo que po-dríamos llamar el super-ego de una sociedad: la imagen que unacolectividad quiere dar de sí misma. Lo que se atreve a deseares también, así, lo que osa proponerse a sí misma como fin- L'1medida del deseo es también la medida de la grandeza moral deese pueblo en aquel momento, de su energía, de la profundidadde su espíritu.

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La descripción de los bienaventurados que surgirá de este ca-pítulo será, pues, el retrato ideal de un hombre perfecto para elespañol del siglo X V I I . El hecho de que los mismos que lo ima-ginan y los mismos que lo leen puedan ser un día encarnacionesde ese ideal, y serlo para siempre, hacía su felicidad más cercana

accesible, y así aquella dicha eterna no despertaba la adoracióni envenenaba con la envidia, sino que fortalecía la esperanza y

¡ostenía la perseverancia del que emprendía el camino de la sal-vación.

En el Empíreo hay varias clases de habitantes. Su personaje^principal, el centro hacia el que gravitan todos los demás, es elRey supremo de aquella corte, Dios, desplegado en tres perso-nas con funciones bien diferenciadas. El segundo lugar corres-ponde a la Reina, María, que, en paralelo con la trinidad divina,esume en sí el triple aspecto de Virgen, Madre y Esposa. Des-

pués vienen los ángeles y los santos, que teóricamente tendránel mismo rango, pues los santos se integrarán en los coros angé-licos, pero que se diferencian entre sí como la antigua noblezade linaje y la nueva, que ha adquirido su posición por méritospropios y no por nacimiento. Analizaremos cada uno de estos

¡tratos de la sociedad celestial por separado.Nos ocuparemos primero de las descripciones físicas del Rey

oipremo. No abundan, ciertamente, pese a que la segunda per-sona de la Trinidad, el Hijo, posee un cuerpo humano que esta-ba fijado iconográficamente casi sin variaciones desde los pri-neros siglos del cristianismo, y ese tipo icónico estaba apoyadotbundantemcnte por un número muy considerable de aparicio-k~s y revelaciones a los santos durante su vida terrena. Pienso

le la escasez de descripciones puede deberse precisamente alhecho de que se trata de una figura ya muy conocida por los fie-«s, pero también al escrupuloso cuidado por mantener la orto-doxia. En efecto, si se describe a Dios sólo como Cristo, las otrasdos personas divinas ocupan un segundo plano, hasta casi desa-parecer de la imaginación, y así parecería que Dios es uno y so-«ttnente uno, y se identifica totalmente con Jesús, olvidando el"Qgma trinitario. Ahora bien, si se quiere describir a las tres per-Sn""", aparte de lo chocante de la representación del Espíritu,

hecho de que se contradice el Credo, según el cual sólo

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G E O G R A F I A I) h I A E T E K N I 1) A I) t: L C I E L O

el Hijo se hizo hombre, el hecho de que cada persona se presen-te con un aspecto diferente sugiere a la imaginación la idea detres seres totalmente distintos, lo que atenta contra el dogma dela unidad de Dios. Una divinidad a la vez una y trina es un enormeproblema si uno quiere describir su aspecto. La pintura había sol-ventado la cuestión con bastante soltura, y la triplicidad divinase resolvía en un diálogo lleno de profundo amor y elevada dig-nidad, en una escena familiar de contenida intimidad y trágic.igrandeza. Pero es que un cuadro que representase ese tema seencuadraba dentro del género religioso alegórico: no pretendíadescribir nada, sino expresar de forma sensible un misterio. Son.además, escenas dramáticas, donde, más que el aspecto de las per-sonas, importa lo que pasa entre ellas, su relación. En cambio, aldescribir la vida celeste se trata de pintar algo real, de hecho, se-gún los autores, lo más real que existe, y allí, ante los ojos delos Bienaventurados, Dios se mostrará en su plenitud, y ellos co-nocerán la verdad suprema, sin símbolos ni velos. Ahora bienesta verdad está vedada a los ojos mortales, y en la tierra sólopodemos adivinar tal belleza por indicios, signos y señales. Deaquí que las descripciones de la divinidad sean tan escasas y re-vistan, en la mayoría de los casos, una forma emblemática.

En cambio, hay muchas descripciones de la primera dama dela compañía: la Reina madre. Criatura sublime, intachable, ex-celsa, pero que fue mujer, criatura humana y mortal. Esto le ha-ce más accesible, le da una imagen más tierna y comprensiva,y, además, no plantea problemas iconográficos de gran enver-gadura, pues, fundamentalmente, basta con representarla comouna mujer hermosa de mirada limpia y actitudes modestas. Co-mo Reina celestial, su figura se engrandece, y su serena digni-dad puede resultar impresionante, casi terrible, pero siempre dulce.como madre, dispuesta a perdonar. Señora de cielos y tierra, es-trella de los mares, los astros le sirven de corona y la luna es suescabel. Madre siempre virgen, doncella fecunda, soberana po-derosa, es también la niña de ojos candidos que se distrac un mo-mento de la labor, absorta en pensamientos devotos, o la cálid-1

adolescente ante cuya esplendorosa sencillez cae de hinojos el án-gel que le anuncia la fertilidad de su vientre, o la joven madreque contempla al bebé salido de su seno con amorosa venen

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ción, o lo sostiene en sus brazos tiernamente y juega, alegre, conél. Pero es también la bella mujer atormentada que sigue la pa-sión de su hijo con dolor y esperanza, y la desgarrada figura en-vuelta en ropas de luto que sostiene en su regazo, como un ara,el cuerpo despedazado de su hijo divino. Y de pronto, otra vezse reviste de símbolos y estrellas, se alza sobre las nubes pisandoalas de ángeles, o se sienta en el centro de los cielos para ser co-ronada Emperatriz eterna. Admite infinitas representaciones, y,por tanto, se adapta a todos los temperamentos religiosos, y ensu devoción pueden hallar consuelo todos, porque cada uno en-contrará en Ella lo que ande buscando, lo que colme su anhelo.

No es de extrañar, pues, que sea la protagonista del mayor nú-mero de las descripciones de los ciudadanos celestes, y que estasdescripciones difieran entre sí. Por ejemplo, para la monja Juanade San Antonio, María es una reina muy terrenal, que marca lamoda de la corte con sus elegantes vestidos y se rodea de unacamarilla de damas bellas y alegres: «Tiene la gran Emperatrizsoberana aquel vestido entero; saya grande de blanco y encar-nado, todo de piedras preciosas, como tengo dicho; y las santasvírgenes con ella, todas de la misma librea, la cosa más hermosaque ojos humanos han visto; una gentileza de cuerpos, una bi-zarría de talles. ¡Qué cabezas tan aderezadas, qué tocados y rosas

I enlazadas de perlas y piedras preciosas, y aquella belleza de co-ronas imperiales en ellas! ¡Qué ojos, frentes y bocas! ¡Que ma-

ínos tan blancas y qué manillas y sortijas!»3". Con balbucicntjx'admiración, la monja contempla este desfile donde no sabe quéponderar mas, si la hermosura de los talles o lo refinado de losatuendos.

Si aquí la figura se desvanece en sus vestidos, en las palabrasde otra monja, la de Agreda, María se nos hurta bajo un mantode símbolos, se hace ciudad coronada de torres, y esparce su cuer-po en mística geografía: «Habló el Ángel.al Evangelista y díjole:Ven, y te mostraré la esposa, mujer del Cordero, etc. Aquí de-

, clara que la Ciudad Santa dejerusalén que le mostró es la mujer

38 JUANA DH SAN ANTONIO, Citado en Manuel SERRANO Y SANZ, Apun-tes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al /W.J, 15. A.E. , Ma-

fdrid, 1975, 4 vol. I I I , p. 225.

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esposa del Cordero, entendiendo debajo de esta metáfora (comoya he dicho) a María Santísima, a quien miraba San Juan madre,o mujer y esposa del Cordero, que es Cristo; porque entrambosoficios tuvo y ejercitó la Reina divinamente. Fue esposa de la Di-vinidad única y singular por la particular fe, y amor con que sehizo y acabó este desposorio: y fue mujer, y Madre del mismoSeñor humanado, dándole su misma sustancia, y carne mortal,y criándolo y sustentándolo en la forma de hombre que le habíadado. Para ver y entender tan soberanos misterios fue levantadoen espíritu el Evangelista a un alto monte de santidad y luz; por-que, sin salir de sí mismo y levantarse sobre la humana flaquezano los pudiera entender, como por esta causa no los entende-mos las criaturas imperfectas, terrenas y abatidas. Y levantado,dice: Mostróme la Ciudad Santa de Jerusalén, que descendía delCiclo, como fabricada y formada, no en la tierra, donde era co-mo peregrina y extraña, sino en el Cielo, donde no se pudo fa-bricar con materiales de tierra pura y común porque si de el lase tomó la naturaleza, pero fue levantándola al Cielo, para fabri-car esta Ciudad mística al modo celestial, y angélico, y aun di-vino y semejante a la Divinidad.

Y por eso añade que tenía la claridad de Dios: porque el almade María Santísima tuvo una participación de la Divinidad, yde sus atributos, y perfecciones, que si fuera posible verla en sumismo ser pareciera iluminada con la claridad eterna del mismoDios»39.

Aquí la Reina Virgen aparece divinizada no tanto por lo quese dice de ella, con ser importante, pues se afirma que fue creadacon la materia más pura y más semejante a lo divino, como porel modo en que se dice, pues se la describe mediante símbolosy perífrasis, confesando que su perfección es un misterio incom-prensible para nuestros limitados caletres. Ese es el estilo que seutiliza ordinariamente para hablar acerca de Dios, y, por lo mis-mo, resulta inadecuado hacer uso de él para pintar una de suscriaturas, por excelsa que sea.

En cuanto a la identidad entre María y la Jerusalén celeste, si

39 M A R Í A nnjHSÚs DI- ACRHDA, Mystica ciudad de Dios, milagro de su ommpotencia y abismo de la gracia, Madrid, 1670, 4 vols, vol. I, p. 155.

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explica porque, como Madre de Dios, fue el lugar donde El re-sidió, y, por tanto, la verdadera Corte.

Además, puesto que es Inmaculada y nunca perdió la gracia,es permanente morada de Dios, que habita en el corazón del hom-

•bre cuando el pecado no se lo hace insoportable.Tan resplandeciente figura en el triunfo de su totalidad pro-

voca la franca admiración de cuantos se ocupan de ella. Algu-, nos encuentran demasiado pobre la prosa para describirla, co-mo el autor de esta décima:

«Quién es ésta, que caminacomo la mañana hermosa,con tanta gracia gloriosa,que más parece Divina?Quién eres, Flor sin espina,Luna en toda plenitud.Médico, Amparo, y salud,que siendo tierna doncella,eres la gracia más bellaque ha criado la virtud?»4".

La interrogación retórica acentúa el asombro, y en la ponde-: ración se alterna lo delicado con lo grandioso, componiendo unaemocionada visión que la piedad que traspasa cada línea anima

' dinamiza.Así, con retazos y líneas sueltas logra el autor bosquejar un

etrato de aquella gracia que enajena, de aquel encanto que rin-|e, de aquella nobleza que inspira respeto, de aquel donaire que

;' enamora, de aquella majestad que sobrecoge, de aquella bondadjue seduce, de aquella belleza que^cicga, de aquella dulzura queiscina. El conjunto es tan atrayente que lleva tras de sí miradas,

anhelos y palabras. Deja sin aliento, supenso el ánimo, la admi-ración atónita, sin saber qué ponderar allí donde todo es pcrfec-

3. Su hermosura es tan increíble que por ello mismo resulta más

FRANCISCO SANTOS, Alva sin crespusculo. Paráfrasis de lugares de sagradas,' devotas plumas, ajustados a la inmunidad de la mas pura Aurora, que amaneció en''pecho del 1-temo Padre, para ser Madre del mejor Hijo Dios, Madrid, 1664, fol. 22.

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real, pues supera el poder de la imaginación: ¿quién sería capazde inventar algo tan sublime?

Además, en el caso de Maríra se parte, para su glorificación,del cuerpo más perfecto que tuvo criatura alguna, de la más de-purada materia, que tuvo el privilegio de encerrar un Dios ensus extrañas, y por ello recibe un aumento extra de belleza so-brenatural: «Además de la dignidad que tienen en la Virgen es-tas dotes gloriosas, superior a todas las de otra pura criatura, porrazón de mayor gloria y merecimiento, otra calidad se les añadede parte de la maternidad divina, que incomparablemente la di-ferencia de todos los demás cuerpos gloriosos. Porque (como di-cen con gran fundamento algunos Doctores) tiene este cuerpoglorioso de la Virgen algún resplandor singularísimo y admira-ble, u otra insignia superior de Majestad significativa de su dig-nidad Real y maternidad divina, y del principado y dominio, quesobre todos los bienaventurados tiene»41. De este modo, la dig-nidad de su porte, la soberana belleza de su semblante, la perfec-ción y nobleza de su talle y un no sé qué de majestuoso en susademanes nos harían reconocer a María como la Reina de losCiclos aunque no supiéramos quién era. La superioridad de sunaturaleza se expresará así en cada rasgo, se hará armonía y gar-bo, gracia y hermosura.

Para terminar, unos versos del sacerdote mejicano Gabriel deAyrolo describiendo a María en una de sus apariciones. Prime-ro pinta los preparativos del viaje y el descenso a la tierra sobreun pedestal de ángeles:

«Ya del Empíreo cielola Reina deja el tálamo, y al puntose apercibe de angélicas deidadespara bajar al suelo,un escuadrón que le acompaña juntocon todas las supremas majestades,Tronos y potestades,Virtudes, Principados,

41 JdSÉ DE JESÚS MARÍA, Historia de la l'irgen María Nuestra Senara. O'lii declaración de algunas de sus Excellencías, Anihcrcs, 1652, p. 843.

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aquí los Querubinesy sacros Serafinesforman un Trono, donde van postrados,absortos, y admiradosde ver tan gran Señora ( . . . )» 4 -

La Virgen es ante todo reina, y se desplaza seguida de un grancortejo que la sirve y acompaña, rendido ante su belleza. Un es-cuadrón de ángeles forma su escolta. A continuación se nos des-cribe el aspecto de María tal y como se muestra ante los ojosde los dichosos mortales que contemplan su aparición:

«No tan de antorchas llenala orbicular celeste compostura(con proporción debida a su alto asientoen la noche serena)se mostró, campeando su hermosura,en plazas del octavo firmamento,ni el voraz elementoen su divina esferamostró en matiz distinto,Crisólito, Jacinto,Rubí, Topacio, Jaspe y Cornerina,tan rara, y peregrinacomo la muestra agoradel Sol de Cristo la divina Aurora»4 1

Bella como una noche estrellada, resplandeciente y majestuo-sa como el sol, tierna y matizada como el alba, como ella conso-ladora, y ostentando más brillo que las piedras preciosas, apare-ce la Reina del Cielo en la tierra, que una vez fue su hogar. Conesta luminosa evocación terminamos la enumeración de sus des-cripciones.

Veamos ahora cuál es el aspecto que ofrecerán los bienaven-

42 GABRIEL DE AYROLO CALAR, Pensil de principes y varones ilustres, C.S.I.C..Madrid, 1945, p. 140.

41 Op. en., p. 142.

185 -

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( i F . O ( ' , R A F I A I) F . I . A F . I F . U N I D A D

turados, sean éstos ángeles u hombres. Aunque no habrá dife-rencias en su rango, sí las hay en su naturaleza, y por ello lostrataremos por separado. Comencemos por los ángeles.

Lo primero que hay que destacar es que los ángeles son espí-ritus puros, o sea, que no tienen cuerpo. Sin embargo, puedentomar forma visible, pero cuando lo hacen es con alguna finali-dad concreta, sea hacer de su mostración visual un símbolo queaumente nuestro conocimiento, o sea proporcionar placer a losojos de quienes los contemplan o, simplemente, y en el caso deapariciones a simples mortales, hacer notar su presencia (esto noserá necesario en el cielo, donde los bienaventurados gozarán devisión intelectual además del sentido de la vista). Así que, cuan-do un ángel toma forma en el Empíreo, lo hace o para conver-tirse en emblema viviente, o para acrecentar con su hermosurael goce de los santos.

La mayor parte de los autores que tratan de estas criaturas su-tiles se fijan, sobre todo, en el aspecto alegórico de su envolturavisual o de sus ademanes.

Así, por ejemplo, el prestigioso predicador Manuel de Náje-ra: «Ve Isaías a Dios en aquel trono majestuosamente grande. Asis-tíanle abrasados Serafines, que con dos alas se embarazaban losojos, con dos aprisionaban los pies, y cortaban ligeros con do-,el aire: Duabus velabant caput eius, et duabus velabant pedes eius, elduabus volabant. ¿Hay acción más peregrina? Cuando está Diostan abundante de luces, que aun de las sobras arde en resplando-res el templo, sin saber qué hacerse de tanto reflejo el aire, ¿sehacen tan de parte de su desgracia los serafines, que ellos mis-mos se están embarazando la dicha? ¿Tan envidiosos viven delbien ajeno, que porque otros no consigan el gozarlo gustan ellosde perderlo? No es invidia, dice Teofilato, sino fineza. Esas alasno son embarazos de infelices, sino ejecutorias de fervorosos. Vena Isaías manchado con culpas, y que es necesario aligerar parapurificarlo de ellas los vuelos: et volabit ad me unus de Seraphim;et tetigit os meum, et dixit: Ecce tetigit hoc labia tua, et anferetur iniqw-tas tua, et peccatum tuum nnindabitur. Ven a Dios cuyas luces losdetienen gustosos, los entretienen suspensos, y llegan a ser taleslas ansias de volar, que ellos mismos se están estorbando el ver.Si nos entregamos a estos gozos, dicen los Serafines, anegados

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F L C I E L (1

en luces no volaremos a purificar a Isaías ¿pues por purificar aIsaías neguemos con alas a los ojos esas luces? Lleguemos a em-barazarnos el ver, por quedar libres para el volar. El ver es favor,el volar es servicio, y es tan generoso el ardimiento de su afi-ción, que por aumentar servicios, se están impidiendo gozos».

Aquí el asombroso número de alas que ostentan los serafinesno aparece como simple atributo físico, sino como enigma: sufigura es en verdad enigmática, y se comprende tan sólo resol-viéndose en enseñanza moral: como criaturas bondadosísimasque son, ponen todo su poder al servicio de su Creador, y, sicon unas alas vuelan rapidísimos a ejecutar sus mandatos, conotras cubren sus ojos, entre humildes y temerosos de quedar en-cadenados a la terrible hermosura de su Señor y que tal visiónlos deje petrificados y atónitos, incapaces de apartarse de allí paraatender a sus deberes.

Pedro de San José, cuando habla de las actividades de los án-geles en el Empíreo, nos los muestra dedicados a la única tareade cantar las glorias de la Reina celestial, en interminable sonso-nete de Ave Marías. Dice así: «Cuan agradecidos se muestranlos ángeles a María ofreciéndole incesables coronas de Ave Ma-rías; bien se descubre, pues en los Cielos, no parece tratan deotro, pues continuamente están repitiendo esta dulce salutación

¡del Ave María. Hablando San Atanasio con María le dice: Bea-tam te praedicant omnium Angelomm, et terrestmm Hierarchiae, bene-dicta tu in mulieríbus, et benedictus fructus ventris tai.

«Y el Beato Alano dice que para ostentarse los ángeles agra-decidos a María, por cuyo medio se han restaurado las pérdidas1

y reparado las ruinas de sus jerarquías, la están saludando siem- jpre con la dulce salutación cjcl Ave María»44 . ^/

Aquí parece que se nos vienen a los ojos esos cuadros barro-cos donde la Inmaculada aparece rodeada y seguida de una es-pesa y dorada nebulosa de ángeles luminosos, susurrantcs*en sustonos rubios y rosados, como surgiendo de un murmullo de re-.zos musitados que se hubieran encarnado en esos.'cuerpos in-fantiles, transparentes y redondeados, tiernos como una oración.

PI-.DUO ni- SAN JOSF., Glotitis tic Mtiiia Siintissiniii cu sermones duplicadospan todas sus fcstivitlatlcs, Alcalá , 1651, £. 547.

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H O ( i R A F I A 1 ) F L A E T E R N I D A D F L C: I F L O

Pues a estos ángeles que repiten siempre el Ave María debemosimaginarlos muy jóvenes, pues sólo la gracia y la inocencia dela infancia puede lograr que tanta reiteración se haga música yjuego, y no resulte exasperante y aun enojosa.

De todos modos, esta atención constante de las criaturas an-gélicas hacia su reina no debe extrañarnos, pues, como informaJuan de San Gabriel, «Aun los ángeles de Dios gustan de las cor-tesías, y no es una misma cosa ser santos y desatentos» 4\eeste modo, una de las cualidades fundamentales que se exigíanal perfecto caballero no podía faltar en estos seres celestiales. Esacortesía, en la que, según Cervantes, «antes se ha de pecar porcarta de más que de menos», es la que, sin duda, explica ese ex-ceso de salutaciones que resultaría enfadosa en voces menos mu-sicales.

Los ángeles aparecen, pues, como ejemplos y dechados del cor-tesano intachable. Y eso se advierte también en su sencilla indu-mentaria. Del mismo modo que, en los retratos, los reyes apare-cen vestidos con suma sencillez, pues su majestad se trasluce enel porte, en los rasgos y el ademán, y así la simplicidad de losvestidos acentúa esa grandeza que la propia carne transpira y queun mayor oropel no haría sino ocultar, sirviendo de disfraz sino de grosera redundancia, Luis de San Bernardo nos cuenta unavisión y «Dice que a los veinticuatro del mes primero vio a unángel; el traje era humilde, mas los resplandores peregrinos»".Como príncipes, los ángeles reciben su esplendor de su digni-dad misma, de su propia excelencia de espíritus celestes, y el sen-cillo traje señala de qué elevada fuente procede esa luz que losbaña, y enseña al atrevido que quisiera emularlos que de nadasirven los adornos, de los que cualquier villano puede apropiar-se, pues la nobleza verdadera procede del corazón y, desde él,transparenta sus resplandores a la forma visible. Así, la austeri-dad del traje es símbolo de majestad, de magnanimidad y de gran-deza, mientras que el atavío complicado indica sólo vana osten-

JUAN DE SAN GABRIEL, Sermones sobre los Evangelios de domingos, miérco-les, y viernes de la Quaresma, Tomo II, Zaragoza, 1656, p. 29.

4(1 Luis DE SAN BERNARDO, Sermón predicado el día que se coloco el Santissi-mo Sacramento, en la Real (Capilla, dedicada a la Inmaculada Concepción, Madrid.1665, fol. I.

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tación y un ánimo inseguro, que, tal vez por no creerse a la altu-ra del puesto que ocupa, disfraza su pequenez real entre las ga-las. Pues éstas, si bien pueden a veces ser exigidas por el decoro,representarán, en esos casos, la magnificencia del cargo, nuncala nobleza de la persona, que sólo en ella reside.

Poe último, cñ el Empíreo también han de residir los Santos,es decir, los hombres que, por haber creído en Dios y cumplidosus mandatos, hayan merecido la salvación eterna. Ahora bien:el hombre es un compuesto de cuerpo y alma. Al morir, el almase separa del cuerpo y es inmediatamente juzgada por Dios. SiEste la juzga digna de la gloria, entrará a gozarla sin más dila-ción; si se hallan manchas leves, habrá de purificarse en el Pur-gatorio, pero, acabado este periodo de limpieza, entrará en el Cieloy se complacerá en sus deleites. Los cuerpos, entre tanto, per-manecerán en sus tumbas. Sólo al llegar el Juicio final los cuer-pos resucitarán, renovados e incorruptibles, y se unirán defini-tivamente con sus almas. Sólo a partir de ese momento gozaráel hombre como tal, íntegro y completo, los placeres de los Ele-gidos. Hasta entonces, la situación de los cuerpos santos es pordemás penosa, pero incluso las almas padecerán alguna incomo-didad por tal divorcio. Dice un predicador «que las almas sepa-radas, o apartadas de sus cuerpos están siempre con natural de-seo, y conato de volverse á unir con ellos, con peso, y apetitotan poderoso, que ni la gloria de las bienaventuradas basta a ol-vidarlas de la carne su compañera; y esto es tanta verdad (...) queeste apetito de los cuerpos, aun a las almas gloriosas, con estarallá sin mancha, por lo menos les es aete deseo como una arrugafea, una mora enojosa, que no las deja estar tan bellas, como lasabe poner la gloria»47. El encontrarse lejos de sus envolturas

carnales causa en las almas jan desasosiego que las afea. La faltadel cuerpo produce una señal en el alma, lo mismo que se dicedel pecado, revelando que el bien, cuando se aleja de la vida, de-

|ja de ser tal bien.Para expresar gráficamente esa inquietud que molesta los es-

íritus felices y los deforma, recurre el autor a un ejemplo devida cotidiana: «Levántase un tablado en esa plaza, sea para

47 FERNANDO DE HERRERA, Sermones varios, Barcelona, 1675, p. 143.

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c H o c; u A F i A D i i A i i i-: u N ID A i )

un auto de íc, para una comedia de Corpus u otro cualquier es-pectáculo de admiración, suben unos y otros; pero la madre, que.por algún accidente, se dejó abajo el hijo, por más que la nove-dad de los casos la convide, con todo, solicitada el alma de 1,,prenda que le duele, vuelve una y otra vez la cabeza abajo y co-mo no es posible hacer esta diligencia sin torcer el cuerpo, nise tuerce el cuerpo vez que no haga la piel dobleces, ni hay do-bleces, que no formen arrugas. De ahí es que quien quiere mirarabajo, arrugas ha de formar: Ita itt contrahentur quoquammodo, aquasi mgam facían!. Suben, pues, las almas justas a ese tablado in-menso de los Cielos, pídeles ambos ojos aquel eterno e infinitoespectáculo de Dios, Trino y Uno, que siempre da más que ver.si ellas se dejaran arrebatar de él todas, levantáranse de puntillasla piel se les estirara y estuviera lisa la tez; pero como las llamael cuerpo que quedó abajo, al torcerse para la tierra, llenan dearrugas la piel»4*. Con la solicitud de una madre que ha perdi-do a su hijo, con la urgencia de una naturaleza agraviada por laseparación, reclaman las almas sus cuerpos. Ni siquiera el fasci-nante espectáculo de Dios desplegándose, infinito y único, es bas-tante para distraerlas, para mitigar su añoranza. Dios, al que sinembargo aman tanto que le dedicaron su vida, como prueba susalvación eterna, no tiene, sin embargo, el suficiente poder deseducción para atraerlas a su goce, para captar su atención com-pleta, mientras no recuperen su cuerpo. Entonces sí, entonces,tras la resurrección, el hombre pleno gozará plenamente: No» / ;< / -bentem maculam, ñeque rugam. Perfección sin pecado y sin agra-vio, reconciliación tras el dolor que reveló el amor como unaherida, la muerte como un abismo del cual el hombre pendióhasta entonces, colgándose del borde, estirándose en difícil pi-rueta por lograr aquel equilibrio, aquella paz de cuerpo y espíri-tu en unión indisoluble, armoniosa y, por fin, deseada.

- Así la carne, que la teología humilla llamándola cárcel, degra-da nombrándola sierva, denigra proclamándola esclava, triunfadel triunfo de las almas, revela, desde el oscuro mundo subte-rráneo, desde la entraña misma de la tierra, su poder sobre elcielo y sobre el aire, manifiesta su terrible poder, su fuerza in-

i: i C I É i. o

O/;, r i f . , pp.143-144.

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destructible, que el propio Dios no puede contrarrestar. El Pa-dre celestial es así vencido, en su propio trono, en la sede mismade su reino, en medio de las trompeteantes algarabías que can-tan sus alabanzas, por ese silencio terco de la carne. Porque lavida, mansa sólo en apariencia, calla astutamente para gritar conmayor eficacia su victoria, y es discreta en su poderío, como ver-dadera reina. Sólo cuando se restablezca la Vida en su integri-dad, sólo entonces, comenzará realmente el gozo de los biena-venturados. Y por eso su gozo será eterno, porque cuerpo y al-ma habrán renegado de la separación, derrotando a la muerte.

Hasta el mismo Dios, insinúa otro autor, gusta de rodearse deese cálido aliento de los cuerpos: eso es lo que hace al hombrenecesario en el Cielo, que ya sobreabundaba de belleza con lastribus angélicas. Dios, «teniendo nueve coros de ángeles, de quie-nes es servido y adorado en el Cielo, tanta falta le hizo el hom-bre, y tan solo se halló sin él, que representándosele estas doscosas, o morir, o no tener hombres consigo, quiso más padecermuerte y pasión, para volverlos al Cielo y estar de ellos acom-pañado, que quedarse, no muriendo, no padeciendo sin ellos enun desierto, como si fuera a quedar el Cielo sin hombres, paraDios más pesada Cruz que aquélla en que fue crucificado»4 ' '. Ylo que viene el Hijo a buscar a la tierra, lo que le hace encarnar-se, es la vida. Descendió Dios a la tierra para hacerse Dios vivo,para vivificar su reino y redimir así, a un tiempo, cielo y tierramediante la glorificación de la vida y el reconocimiento de sueternidad. *

Las almas, pues, se unirán a los cuerpos tras el Juicio final, ycomenzará entonces el Reino de Dios, la bienaventuranza eter-na, hasta entonces incompleta. El día de la Resurrección será undía de triunfo, la definitiva derrota del mal y el comienzo de la

:;era de la perfección inacabable. El sufrimiento ha depurado al-ma y cuerpo, y el dolor del purgatorio, de la distancia, del se-pulcro, ha sido un crisol donde se fundía el hombre nuevo, elciudadano del Reino de los Ciclos: «Esta es la gloria con que Diosha de reformar la humildad de nuestros cuerpos, librándolos de

,1a bajeza donde los derribó el pecado. Para esto lo esperan los

4'' I ( ; N A C I O C O U U N O l'ivtntiiirio cspiritititl, M-n-ind, p. 413.

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< ; E O G R A F I A 1) t- ! A 1-.

santos (como habernos dicho) Salvatorem expectamus, etc. El cualentonces los pondrá tales y tan resplandecientes, que cuando los

vean los condenados en la otra vida, que tanto los despreciaronen ésta dirán pasmados fuera de sí: Hi sunt quos aliquando hnhui-mus in derisum? Verán un hierro sin luz ni lustre, cual es una du-reza como la nuestra llena de labores curiosísimas. Verán una ccp \e invierno fea y de mal parecer, enriquecidas y llena de verdes

y hermosos pámpanos. Verán de unos trapos viejos sacados delos muladares de los sepulcros, un blanquísimo papel. Verán qmde una yerba, que ni tiene buena vista, ni olor, ni es buena par.ique !a coman los animales, sale un vidrio claro y resplandecien-te. Y finalmente verán este cuerpo tan humillado, lleno de glo-ria» s". El convertir ese día de triunfo y reconciliación en una re-vancha de los elegidos sobre los reprobos tiñe de un cierto airede bajeza, de una oscura mezquindad este fragmento, donde, porotra parte, se manifiesta una imaginación notable y una capaci-dad de ejemplificar gráfica y originalmente.

Ese mismo espíritu píamente vengativo se insinúa en las pala-bras de Francisco de Mendoza cuando se ocupa de la resurrec-ción universal. Comienza por aclararnos una importante duda:cómo se han de reconstruir los cuerpos, a veces dispersados en-tre el polvo y el viento. No sabemos cómo se recompondrán losde los condenados, pero en cuanto a los santos «han de salir losángeles, y han de juntar los cuerpos o cenizas de los predestina-dos que estuvieren esparcidas por todas las cuatro partes del mun-do»51. Se supone que los demonios harán lo mismo con los res-tos de los malos, aunque, sin duda, menos amorosamente. Pro-sigue, describiendo el aspecto de los recién salidos de sus tum-bas: serán cuerpos perfectos, sin tacha: «El que en esta vida fueciego ha de tener entrambos ojos; el que sordo, ambos oídos;el que tullido, entrambos pies; el que fue manco, entrambas ma-nos; el que no tuvo dientes, los tendrá todos». A esta plenitudsaludable unirán los Elegidos una luz que bañará su carne, en-

s" PKDRO DH V A L D K R R A M A , Exerddos espirituales para todos losQuaresma, Sevilla, 1602, fol. 393.

51 FRANCISCO DE MENOOCA, Sermones de tiempo, Barcelona, vol. IIp. 21.

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(retejiéndose en su materia misma, una celestial belleza de todossus rasgos, y una expresión de dulce y amorosa dicha. Por si fuerapoco, «los cuerpos de los buenos, compuestos, y figurados desus cenizas, como si fueran unos pebeteros finísimos, unas ca-zoletas suavísimas, echarán de sí un olor y una fragancia mara-villosa». Hasta ahí, el cuadro es alegre, triunfal, un delicioso des-pertar que por la luz auroral y el delicado perfume recuerda unabella mañana de primavera. Pero en este jardín de delicias apa-rece a continuación la serpiente del rencor, la fruta carcomidapor la insana revancha, y así prosigue: «Ha de cdhtar el Señorcon una trompeta, ha de hacer un son de fiesta y alegría; porquea los buenos ha de dar los parabienes de sus triunfos y a los ma-los, aún también los parabienes de sus castigos. Aún bien mala-venturado, no te quisiste aprovechar de mis consejos, de mis ejem-plos, y de todos los demás medios que apliqué para tu salvación:¿no quisiste? Pues ahora lo verás, y ya se llega tu final condena-ción, tus castigos y tormentos eternos. Muy bien te está, bienmereces lo que tienes»32 Tal falta de compostura a la hora deltriunfo no se explica en un predicador de la España barroca, que.se enorgullecía de sus gestos nobles y magnánimos, que pintabaa un general victorioso con la afable benevolencia de Ambrosiode Spínola en la Rendición de Breda, que afectaba una eleganciadesdeñosa en la fortuna y digna en la adversidad. Se explica me-nos aún en esa sociedad ideal de los bienaventurados, que, segu-os de su eterna ventura, serenos ante la deiinitiva justicia, de-crían comportarse con mayor decoro. Sobre todo, porque la per-ección no se burla de la desdicha (mira demasiado alto para ello),

porque la felicidad es generosa.;, Otra descripción general del aspecto de los Santos, peto mu-cho más pintoresca, nos la proporciona Antonio de Molina: «To-dos son sapientísimos, santísimos, prudentísimos, afabilísimos

eminentísimos en todas las buenas calidades, que se puede de-ar de complexión, condición, cortesía, discreción y de toda vir-

y buen respeto, porque todos los que tuvieron males antesentrar alli, se purgarán perfectamente en esta vida o en el Pur-

Op. dt., p. 23.

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Cí E (1 G R A F 1 A 1) L I. A h I I- R N I D A I)

gatorio; no puede entrar en aquella santa Ciudad, sino oro plt

rísimo y acendrado». Hasta aquí, la descripción es muy parecí-da a la de otros autores, aunque haciendo más hincapié en las

cualidades externas. Pero prosigue, ocupándose ahora de los cuer-pos: «Considera que, en entrando el alma gloriosa en su cuerpole comunica su gloria de todas las maneras que él es capaz deella, y así lo pone tan glorioso, que excede en hermosura y be-lleza a cuantas cosas hay en el mundo, de manera que causaríamás contento a la vista ver un solo cuerpo glorificado, que vercuantas lindezas y cosas hermosas y bellas hay en él (...). Estagloria de los cuerpos consiste en cuatro dotes, o calidades nobi-lísimas, que el alma gloriosa les comunica; y son: claridad, suti-leza, ligereza e impasibilidad. La claridad es tan grande, queexcede a la del Sol, como dice Cristo nuestro Señor, que res-plandecen los justos, como el Sol en el Reino de su Padre. Y lasheridas, que hubieren recibido por el Señor, estarán más hermosas,y resplandecientes que mil rubíes y otras piedras preciosas, quelos harán más hermosos y vistosos. Y no sólo lo serán en el co-lor, y figura exterior, sino serán trasparentes, como si fueran deun cristal o un diamante clarísimo, de suerte que se descubra yvea claramente toda la compostura y armonía de los huesos, ve-nas, y arterias, todo con gran resplandor y belleza, que haga unavista hermosísima y apacibilísima»53.

No estoy muy segura de que la visión de los huesos y las vis-ceras a través de la carne pueda ser calificada de apacible, aun-que, sin duda, resulta interesante e instructiva. Pero lo más no-table, a mi juicio, de este texto es cómo la belleza exterior se vaconstruyendo como una consecuencia de la estructura interior,al modo de los buenos cuadros barrocos. La resurrección y laeternidad de los cuerpos gloriosos no es aquí un triunfo de lacarne, una apoteosis vital: es, por encima de todo, un premio ala virtud, una recompensa que hemos ganado en la vida terrenaprecisamente por no seguir los dictados de la naturaleza, obede-ciendo, en cambio, las órdenes de un espíritu guiado por la fe.

^ ANTONIO DE MOLINA, Exercicios espirituales de las excelencias, provechonecessidad de la oración mental, Barcelona, 1613, fol. 167.

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E L C I E L O

cuerpo, en la tierra, ha colaborado con el alma en la tarea sal-tadora, pero el alma ha dirigido sus pasos, ha sido la conducto-

fra, la que planeaba los objetivos a cumplir. Por eso, a la hora del[triunfo, es también el alma la que determina y dirige la gloriajel cuerpo, la que, desde su interior, lo ilumina y embellece, la

i que le otorga las dotes sobrenaturales. La virtud es gala del al-''rna, y la belleza, gala del cuerpo, como se otorga en recompensaie la virtud, procede de ella, se corresponde con ella. Por esolas heridas del martirio no se borran, permanecen en el cuerpocomo una de sus principales hermosuras, brillando entre sus res-plandores con una luz coloreada y deslumbrante. Y tal vez poreso son visibles los huesos, las arterias, los nervios, como para

• revelar la estructura de la belleza, para manifestar que esta her-mosura eterna, pura, verdadera, es una con el bien, es manifes-tación del interior. Así en el bienaventurado halla su cumplimientola eterna trilogía: el bien se hace real y se sustrae al tiempo, apa-reciendo en su triunfo como verdad, y manifestándose como bc-leza en la carne glorificada de los Electos.

Se hablaba también en el texto de las cuatro dotes con que es-tarán adornados los cuerpos santos. Un catecismo de la épocalas define con la concisión propia de su género:

«PREGUNTA: ¿Y tendrán los cuerpos otra cosa?RESPUESTA: Tendrán cuatro dotes o dones de gloria, que son agi-lidad, sutilidad, claridad, e impasibilidad.P: ¿Qué es agilidad?R: Que á su voluntad se moverán, pasando de un hijjar a otrocon suma velocidad, por el aire, y por el Cielo, o por la Tierra,sin que sea necesario andar.P: ¿Qué es sutilidad?R: Es estar el cuerpo señoreado sumamente del alma, que casiestá transformado en ella, y así como ahora empieza el conoci-miento de los sentidos al alma-, entonces del alma a los sentidos.P: ¿Qué es claridad?R: Como la que tiene el Sol, que entonces cada cuerpo gloriosoresplandecerá más que el Sol.P: ¿Qué es impasibilidad?

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C H O ( . R A F I A I ) F I A E r ¡ U N I D A I )

R: Que no podrá el cuerpo glorioso padecer o ser dividido, nicosa alguna causarle dolor o pena, que todo le estará sujeto.)"1

Luis de la Puente habla así de las cuatro cualidades de los cuer-pos de los Santos: «La primera dote es claridad, porque cada unoresplandecerá como el Sol, a semejanza del cuerpo de Cristo nues-tro Señor, aunque el más bienaventurado tendrá mayor resplan-dor, y el de Cristo, sobre todos, tendrá perfecta entereza en to-das sus partes, con grande proporción, y con un color y figuramaravillosa, sin fealdad, ni mancha, ni arruga, ni cosa que des-dore su resplandor. Y si alguna herida o llaga recibió en esta vi-da por Cristo, y queda su señal en el cuerpo, será como esmaltede perlas preciosísimas que le harán muy más hermoso. Y de-más de la hermosura exterior será vistosísima y apacibilísima lainterior del mismo cuerpo por su transparencia, descubriéndosela armonía de los huesos, venas, arterias, con grandísimo res-plandor de todas. Y por eso se compara al oro, que es resplan-deciente, y al vidrio o cristal, que es transparente. La segundadote es impasibilidad inmortal, o inmortalidad impasible, por-que nunca más tendrá hambre, ni sed, ni dolor, o enfermedad.ni recelo de muerte, aunque esté en medio del fuego no se que-mará, y aunque penetre ríos y mares no lo humedecerán. Siem-pre tendrá un vigor que no se puede marchitar, y una salud queno se puede menoscabar y una impasibilidad eterna con sumogozo de la carne, la cual con el corazón se alegrará en Dios vivo,de quien recibe tan alegre, y dichosa vida. La tercera dote es agi-lidad, o ligereza, por la cual tendrá el ánima tanto dominio desu cuerpo que lo podrá mover de una parte a otra sin cansancio,ni fatiga o tardanza penosa, sino con suma presteza y velocidad.como centella o rayo, discurriendo por el cielo Empíreo a su gusto,ya al trono de Jesucristo nuestro Señor, ya al de su madre o alde otros santos. La cuarta dote es sutilidad o espiritualidad; porqueno estará sujeto a las obras de la vida vegetativa más que si fueraespíritu, y así pasará sin comidas y bebidas, sin sueño y sin lasdemás obras que son comunes a las bestias, y por esto dijo el

^ FRANCISCO DE LA CRUZ, Breve compendio de los misterios de nuestra SiiiH<¡Fe Católica, Lima, 1655, pp. 108 a 110.

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alvador que en la Resurrección no habrá casamientos, ni bo-, y que todos serán como ángeles, pareciéndose en esto a los

oíros espíritus. Tendrá también sutileza para poder en virtud deios penetrar los cielos y otro cualquier cuerpo sin que le seapedimento»35.Analicemos las palabras del jesuita: En la dote de la claridad

0 sólo incluye el resplandor, sino también la belleza, inscpara-de la luz en la estética jesuítica del barroco. Aparece también

transparencia de los cuerpos, y el autor hace una referenciala Jerusalén celeste, de oro translúcido, de la que vienen a ser:o los cuerpos de sus habitantes, dorados pqf una luz de carác-r solar, aunque más brillante, y cuya carne es como cristal. Las

visceras aquí no son motivo de horror, sino de deleite, no sonobjeto de meditación moral, sino de contemplación estética; yes que en el cuerpo resucitado todo ha sido purificado, todo esbello, nada puede producir repugnancia, y el hecho de que noexista la muerte hace que el mecanismo de la vida se contemple

Teñamente, no enturbiado por el temor. En el cielo se reveren-ia a un Dios creador de toda vida. La adoración se encaminaoda hacia el Creador y la vida, en sí misma, deja de ser divina.

ra no es sagrada, y, por lo tanto, ya no cs*peligrosa. Su meca-lismo ha dejado de ser un misterio: el intelecto conoce sus me-nores movimientos, y hasta los sentidos pueden sorprender susecreto. Por eso el interior del cuerpo, sustraído a la muerte, pe-

,ro también enajenado a la vida (por medio de una formidabley definitiva revolución que rompió para siempre su ciclo) puede

profanado por los ojos: ya no inspira temor, ni una repug-cia que ocultaba religioso respeto; ya no es nada, no signifi-

nada, no tienen ninguna función: se ha convertido en un simple)jeto decorativo.

a impasibilidad no sólo exime del dolor, sino también del mie-a la muerte. La agilidad, además de facilitar los movimientos,tierra la fatiga, y en cuanto a la sutilidad permite penetrar otros

erpos, como hacen los aparecidos, filtrándose por las paredes,¡ero tal vez sea porque convierte, de hecho, a los bienavcntura-

55 Luis DE LA PUENTE, Segundo tomo de las Meditaciones de los Mysterios deB>< Sánela Fe, con la práctica de la oración mental sobre ellos, Valladolid, 1605, p. 940.

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dos en fantasmas, libres del peso de la carne, apartados de susoperaciones, cuya existencia nada tiene que ver con la vida, conesa fuerza que mueve y anima toda la Naturaleza y nos convier-te en parte de ella, en seres vivos entre otros seres vivos. La suti-leza, por el contrario, nos recuerda que esa perduración intermi-nable de la individualidad no puede llamarse verdadera vida, nossegrega de la comunidad de los vivientes y nos impide los ges-tos más elementales, las acciones básicas del ser animado: cre-cer, comer, multiplicarse, beber, besar, dormir. Atrapados en unaexistencia inmutable (mientras la vida es cambio), inmóviles aun-que nos desplacemos a velocidades impensables, gozaremos deun cuerpo espectral, mero adorno, pura apariencia de carne des-tinada a un frivolo deleite de los ojos, haz de rayos de sol, res-plandores diamantinos, perfección que no envejece, ni se altera,ni sufre, en fin, ni vive.

Un predicador de finales de siglo espiritualiza las dotes cor-porales, afirmando que cada una de ellas ha de premiar una delas virtudes cardinales, que corresponden al cuerpo por ser másterrenas, por afectar al comportamiento del hombre con sus se-mejantes, mientras que las teologales se atribuyen al alma, puesse manifiestan ante todo en las relaciones del hombre con Dios.Dice: «La claridad es premio de la prudencia; la impasibilidad,de la justicia; la agilidad, de la fortaleza; la sutilidad, de la tem-planza. La claridad es un océano de luces, un golfo de soles, unabismo de rayos celestiales. La impasibilidad trueca los lamen-tos en gozo, los dolores en placeres, las enfermedades en quietu-des, los afanes en consolaciones. La agilidad presta plumas deáguila al pesado yugo de nuestras miserias, convierte los pasosen vuelos y hace imitar al cuerpo las veloces jornadas del espíri-tu. La sutilidad lo hace victorioso contra todos los embarazos:con ella el cuerpo no es cárcel del alma, sino triunfal palacio, .1quien, como al fuego sutilísimo, ceden todos los estorbos, se rindela dureza de los peñascos y obedece la obstinación impenetrablede los bronces duros»56. En esta magnífica pieza retórica sí hay

5(1 FRANCISCO DE SOBRECASAS, Sermones sobre los Evangelios de las Feriasyorcs de la Quarcsma, Madrid, 1690, p. 138.

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alegría, exaltación victoriosa del cuerpo (y no sobre él). Y haytambién una enseñanza ética, un intento de encauzar el gozo ha-cia la reforma moral, para que la esperanza fructifique en actosy se traduzca en virtudes.

Otros autores, más que de los premios que han de disfrutar;odos los bienaventurados en común, se ocupan de las recom-pensas especiales a que algunos de ellos se harán acreedores porsus grandes méritos. Por ejemplo, Miguel de Dicastillo incluyeen su obra una silva, escrita por un compañero de orden, en laque se nos dan datos preciosos acerca del particular modo enque han de gozar de la gloria eterna algunos santos, concreta-mente los cartujos. Sus virtudes los hacen merecedores, comocolectividad, de un lugar privilegiado. E» efecto, son muchoslos que rodean al Cordero,

«Pero los que inmediatosal Trono soberano, en todo gratos,en multitud inmensa innumerable,eran monjes Cartujos, *que por no en episodios detenerte,estaban colocados de esta suerte.De la Muralla altiva,en rara elevación, si fugitivaerigida altitud, raros descuellosde frondosa esmeralda verdes selloseran del aire, en las Regiones Santas,las encumbradas plantasde la Diosa Cibeles,que el vulgar llama aeá Pinos Donceles,que a brevísimos trechos,como Airones vistosos,todo el muro ceñían prodigiosos:los Troncos (a la vista siempre grata)formados eran de escarchada plata,las copas densas, las frondosas faldasde ricas esmeraldas,y las Pinas, que el OrbeVerde y lucido en orden tachonaban,de oro obrizo precioso se fraguaban:

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(; E O G R A F Í A 1) F L A H T F U N I D A 1)

todas ellas abiertas,las Conchitas lustrosas descubiertas,y en el nicho, que ostenta rubricado,en cada hoja de la Pina el fruto,un Cartujo ofrecía, que elevado,cuna le era el Rubí en el Catre bruto» 3?

De modo que el trono en que se sienta el Rey eterno está ro-deado de una muralla coronada de pinos. Esos pinos ocupan unlugar de privilegio, tanto por su elevación como por su cercaníaal celestial Monarca. Los pinos son árboles humildes en la tie-rra, como los monjes. Sin embargo, en el Ciclo aparecen trans-mutados, glorificados. Como en los cuentos, su tronco es de plata,sus hojas de esmeralda, y sus frutos de oro. En esos frutos sesientan los cartujos, cada uno en el lugar de un piñón. La eleva-ción recompensa su vida humilde, su silencioso retiro se premiacon la compañía y conversación del mismo Dios, y el oro hechofruto es premio de su pobreza generosa, de su caridad fecunda.Lo pintoresco, casi jocoso, de la imagen se compensa con lo evi-dente de la alegoría moral.

El Reino de los Ciclos, como sede de la verdadera paz, estáasentado sobre la más estricta justicia. Así, el premio de cada unose ajustará escrupulosamente a sus méritos. En algunos casos es-pecialmente repcsentativos, la intensidad del placer no dependesólo de la conducta personal del santo, pues, por ejemplo «a SanPedro se le aumenta accidentalmente su gloria cuando crece sucelestial, y católica doctrina»38:. Sin embargo, tras el Juicio finalacabará esa tensión, esa lucha, con el triunfo indiscutible de l.iFe, y ya el premio de cada uno se corresponderá con lo que su-po ganar en vida.

Sin embargo, estas diferencias no envenenarán el corazón delos bienaventurados con envidias o rencores, porque entoncesya para siempre buenos y sabios, a salvo de flaquezas, será para

57 MIGUEL DE DICASTILLO, Aula de Dios, Cartn\¡i real de Zaragoza, Zara-goza, 1679.

18 JUAN DE PALAFOX Y MENDOZA, Luz a los vivos y escarmiento en los inuei-tos, Madrid, 1661, p. 299.

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¡ellos mayor placer presenciar el brillante apogeo de la justiciaI divina que ocupar un puesto preeminente en la Corte celestial.

Invulnerables a las debilidades humanas, ni el resentimiento nijel orgullo hallan albergue en su espíritu, y ninguno desearía unf lugar de privilegio sabiéndose poco merecedor de él. Reinará elamor a la equidad, así como la perfecta concordia, y todos se

! regocijarán con la exaltación de los mejores, con el suave bie-nestar de los menos elevados, y hasta con el castigo de los per-

• versos, en aquella república tan implacablemente bien ordena-da. Por eso, «Para los bienaventurados y el mismo Dios, será de

.particular gozo ver penar~a los condenados, que como a vos oscía contento, y abre el corazón, el humo de una pastilla dVarn-

abrasa en el fuego, qu£ os recreaTtódo, asf scrá~~dc paT-ticular gozo para 1 Jiós~y los santos aquel humoTc'sl.ü es,'castigar pecados y maldadesTquc tan eii_glona de Dios ydc SU

|• justiciaTori aquello sc~casHgan»~. En cambio, los reprobos per-! manecerá"r7aterrados a~sü maldad, ciegos para la verdad, engol-í fados en la injusticia, en aquella confusión infernal, y por esoí«Uno_de los mayores tormentos, ¿fue J3ondejra^el Espíritu Santo,

?ncTFán los condenados en el infierno, será desde allí a los- _j mismos que acá en el mundo conocieron desprccíaclos,pobres;f aesnuHos, llenos délo' qúeTTáman desventura, wrTóTaTe1~ciekií con majestad inmensa, con ropas rpza^nTes~cI(rgTpria, con rí~-I £uezas_divinas». Lamentablemente, la falta de cTévacioíTmoral de"[los condenados les impide regocijarse en su castigo, considerán-f dolo justo y adecuado a su perversidad y alabando por él a la{•bondad divina.

El cielo es el lugar del orden inmutable, y este orden se esta-Iblece según una escala justa y objetiva. Para nuestro autor, lo

e determinará el lugar de cada uno es la intensidad de su amor[a Dios, y este baremo se aplica tanto a los ángeles como a los•hombres. Dice: «¿Hay orden en ellos? Grandísimo, que si en cuan-ito Dios dispone en la tierra, se guarda, ¿cuánto más en el cielo?[¿Quién pone ese orden? El amor: tanto tienen estos preciosos va-

¿3 JERÓNIMO BATISTA DE LANU7,A, Homilías sobre los Evangelios que la Igle-tsia Santa propone, los días de la Qmiri'sma, 3 vols., Barbastro, 1621-1622, tomoti, p. 594.

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sos lugar más excelente y alto cuanto fuere más el amor con queaman a Dios: y así tienen el supremo los serafines, porque sonlos que más aman, y están todos encendidos y abrasados en esteamor. Cosa es excelente la limpieza de los ángeles, la pureza delos arcángeles, la grandeza de los principados, la fuerza de lasvirtudes, el señorío de las dominaciones, la majestad de los tro-nos, la sabiduría de los querubines, pero a todo esto es superiorel amor de los serafines, y así tienen el coro supremo, y estánmás allegados a Dios, y son aquellos de quien Dios mismo esmaestro, que les descubre por sí mismo sus secretos particula-res, y por ellos los manifiesta a los otros ángeles. (...) No habráallí dos compañías diferentes, una de hombres, otra de ángeles,sino una sola distinta por los órdenes de ellos (...) Esto es, quecomo los ángeles están dispuestos en sus grados según lo quemerecieron, así serán los hombres, porque esta medida del me-recimiento es el amor, y según éste fuera, será el lugar de cadacual, y subirá cada uno según la alteza de su amor de Dios: unosentre los ángeles, otros entre los arcángeles, otros entre los prin-

i cipados, otros entre los querubines, otros entre los serafines»'1".~~ De manera que el amor es una medida que se aplicará por igual

a ángeles y hombres: él será la medida del índice de perfección,el que, con sus alas, nos eleve más o menos ante la presencia delSeñor. El hecho de que a todos se juzgue por el mismo raseroindica, de paso, que la naturaleza del hombre es tan perfecta co-mo la del ángel, pues la suprema justicia actúa con el mismo ni-vel de exigencia, y por eso el hombre puede integrarse en susnueve jerarquías sin lesionar el decoro de corte tan hermosa co-mo protocolaria.

Analizaremos, finalmente, las opiniones de aquellos autores queabordan el tema de los habitantes del Empíreo con mayor ex-tensión y de forma más completa. Por ejemplo Manuel Ortigas,que, en su interesante obrita sobre los goces del cielo, dedica,naturalmente, parte de su atención a describir a los ciudadanosde la gloria. Comienza contando una anécdota: un ateniense ven-día su casa a un precio exorbitante porque tenía buenos vecinos.El Empíreo, por tanto, será más deseable aún porque, además

60 Op. cit., vol. II, pp. 1833-1834.

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de las incontables bellezas del lugar, garantizará la compañía do-los mejores vecinos.

Esto lo notará el afortunado mortal que penetre en la gloriadesde el primer momento, pues la recepción que habrán de dis-pensarle sus compañeros no podrá ser más calurosa. Así lo ates-tigua el autor, utilizando como prueba los éxtasis de una santade sinceridad indudable y agudo criterio. Dice así: «Veía SantaTeresa entrar muchas veces los Santos que partían de esta vidaal Cielo; así vio a los de la Compañía (como vimos) entrar enél, tremolando sus candidas banderas. El mismo día que JacquesSoria, calvinista mató en el mar, con crueldad de hereje, cuaren-ta religiosos de la misma Compañía, los vio entrar la Santa enla Ciudad Eterna con sus aureolas de mártires triunfantes: Conésta vio entrabe! alma de V.P. Martín Gutiérrez, que había muertopor la fe, preso de los herejes en Cardellat. Otra vez vio guiaral Cielo muchas almas a un devoto hermano que había muertoaquel día, y que Cristo Señor nuestro salía a recibirle con losbrazos abiertos (como de la Virgen, a sus devotos, decía San Je-rónimo) diciéndole: sabe Teresa que es privilegio de los religio-sos que muenjn en la Compañía, saurios a recibir yo mismo deesta suerte, como capitán a mis soldados»61. Envidiable privi-legio de los jesuítas, entrar en la Jerusalcn eterna en triunfo yser recibidos por el Rey divino en persona. Pero es exactamenteel tipo de recepción a que les hace acreedores su vida en la tie-

, rra: a una orden religiosa que se define como milicia, correspondeuna entrada triunfal, incluso con las banderas desplegadas, os-tentosas.

Porque en el Cielo cada uno ha de recibir lo que se haya gana-do en la tierra. Gozarán, dice el autor, «estos soberanos ciuda-danos de los deleites y honores ventajosos, según hubieren sidoaquí sus merecimientos y victorias. Cada uno (dice el Apóstol)recibirá el premio igual a su trabajo. Aquel segará más, que máshubiere sembrado; gozará más despojos, que más hubiere pe-leado, cantó Isaías de la Gloria. Diferente es la luz, prosigue Pa-

l blo, del Sol de la de las estrellas, así será mayor la de los que más! hubieran aquí trabajado. Cuanto más sembráramos, dice San Lau-

M M A N U H L ORTIGAS, Corona cternu, Zaragoza, 1650, p. 332,

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rencio Justiniano, aquí de oraciones, limosnas, mortificaciones,y lo demás tanto más abundantes serán las mieses de palmas ylaureles inmortales de la Gloria»'0.

Interesa aquí notar la insistencia en los acentos triunfales: sehabla de honor, de victoria y de despojos. El Cielo es el botínconseguido tras la dura batalla de la vida. Incluso cuando se aludea un trabajo de paz, la siembra y la recolección, son palmas ylaureles lo que se cosecha. Y con esta tensión, con esta violenciadel contenido, contrasta el tono algo monótono de la prosa, rei-terativa, cuajada de autoridades.

Pero, a pesar del acopio de opiniones coincidentes, que ase-guran a un tiempo la ortodoxia de la doctrina y su veracidad,prendiéndola en las almas con el férreo clavo de la autoridad,el autor no tiene por fin primario demostrar la exactitud de susopiniones sobre el ciclo, sino mostrar al lector los caminos parallegar a él. Y precisamente el tema de la diferencia de premiosresulta idóneo para la reflexión moral, así que nuestro jesuíta seapresura a extraer conclusiones prácticas, para que su palabra seafecunda y dé sus frutos.

Pone el ejemplo de dos hombres que partieron para las Indias.Uno pasó los años ocioso, divertido con la novedad de los pai-sajes y las gentes; el otro se dedicó a reunir perlas y otras pie-dras preciosas. Cuando, al cabo del tiempo, regresan ambos aEspaña, ¿qué desesperación será la del vago, cuando vea que altrabajador le pagan en Sevilla por cada perla mil ducados? Puesasí nos sentiremos en la otra vida si no hemos sabido aprove-char ésta para hacer el bien.

Exhorta, pues, a los lectores: «Oh, no te descuides cristiano,que si una vez llegas al puerto de la muerte, ya no hay más vol-ver. Tiempo hay de recoger piedras, dice Salomón, y de lograr-las. Tú aplícalo a las preciosas, recoge esas piedras que te tirande agravios, murmuraciones, denuestos, qucmaciones, que te l a -pagarán, como las más preciosas margaritas. Que semejante alque las busca, has visto el reino de los Cielos. ¿Por qué no rezas,das limosna, recoges pobres, vas a las cárceles y hospitales, y lodemás que podías hacer tan fácilmente, y ves que otros hacen?

Op. di., pp. 333-334.

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Mira que es el tiempo de recoger las piedras de la ribera, quea la hora de la muerte te forjarán coronas, o despreciadas ahora,te romperán después la cabeza y levantarán el padrón de tu des-honor Eterno»''1.

Qué hijo de su tiempo se nos muestra el buen padre Ortigas:condenarse no es perder a Dios, no es hundir al alma en el caosy el rechazo de sí misma, es, sobre todo, un deshonor. El conde-nado queda deshonrado para siempre, sin satisfacción posible yante los ojos de toda la humanidad. Destino en verdad abomi-nable y que cualquier español de la época debería evitar con to-das sus fuerzas. Pero no sólo se evita con promesas de virtudo con oraciones: cf camino más seguro es que la fe florezca enobras: la práctica piadosa de las virtudes, fundamentalmente dela caridad. Las virtudes son como piedras, minerales extrañosque, con el calor de la práctica, entran en ebullición y se con-vierten en preciosas gemas, con las que nosotros mismos vamosconfeccionando la corona que ceñirá nuestras sienes glorifica-das; en cambio, el abandono las endurece, agudiza sus filos, lascubre de ceniza, y prepara así el triste lecho en que han de yacerlos eternamente doloridos.

Pero, independientemente del galardón que cada uno consigacon sus méritos, hay tres premios especiales, tres coronas de oroque se darán por añadidura a tres clases especiales de bienaven-turados, que se convierten así en una especie de aristocracia ce-lestial. Dice Ortigas: «En esta ventaja de los premios de allá, alos merecimientos de acá, se fundan las tres coronas de oro oaureolas, que, como dice Santo Tomás son debidas por particu-lar privilegio a los mártires, vírgenes, y doctores, que debida-mente se portaron, venciendo a sus enemigos en la conquista dela Ciudad Eterna. Requiérese en el mártir vencer perfectamenteal mundo, despreciando por su Dios todas sus cosas, hasta la mis-ma vida en el efecto porque el padecer y morir actualmente, eslo que le ha de forjar la corona eternamente. El virgen para go-zar su particular aureola o corona ha de vencer su carne en laconquista dura, por continua, siempre ha de estar armado y debatalla, con propósito de guardarse de deleite aún lícito en otro

Op. cit., pp. 334-335.

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estado que no es su aureola esclarecida, de los que no se casaronsolamente, porque no pudieron atajados de la muerte u otros ac-cidentes, sino porque no quisieron valerosos. A los doctores seles da por haber vencido el Demonio en sí y hecho lo bastantepara echarlo de los demás con su ejemplo y enseñanza. Cam-pearán estas divisas principalmente en el alma, dice S. Agustín,con que los que las gozan, se diferenciarán de los demás; pero(también sienten muchos teólogos) se verán en los cuerpos delos santos, al modo de Reales Coronas, hechas de piedras finascelestiales, que en los mártires retraerán lo rojo del Rubi; en losvírgenes lo candido y luciente de las perlas; en los doctores loverde fino de las esmeraldas más preciosas»''4.

De modo que los santos estarán, real y físicamente, adorna-dos con estas coronas de oro y piedras, expresión visible de untriunfo, porque sólo se darán a aquellos que se hayan enfrentadovictoriosamente con los tres máximos enemigos. La corona, comoel blasón, no es un simple adorno: ostenta una hazaña y es asíseñal y epifanía del honor.

Abandonaremos aquí a Manuel Ortigas, con esta deslumbra-dora visión de bienaventurados tan lujosamente vestidos, y fi-nalizaremos el capítulo resumiendo lo que nuestro antiguo co-nocido, el padre Martín de Roa, opina sobre el aspecto, ordeny jerarquía de los elegidos.

Comienza abordando el problema de los cuerpos resucitados.Afirma que todos los hombres han de resucitar, y que será el Án-gel de la Guarda el que se encargue de reunir las cenizas disper-sas de su pupilo para que reciba el soplo vivificador de Cristo.Dice que esto no debe asombrarnos, pues ya se han visto mila-gros similares, como en el caso de algunos mártires que, corta-dos en pedacitos por sus verdugos, se recompusieron y quedósu cadáver entero y sin señal, como si nunca hubiese sido divi-dido. Es más, en la vida de varios santos se reproducen hechossemejantes, por ejemplo en la de san Luis, obispo de Tolosa: «Parióuna mujer una criatura hecha pedazos, mas habiendo invocadoal Santo, todos se unieron, y el alma les dio vida, en presencia

Op. cit., pp. 337-338.

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de muchos testigos»"5. Si esto hizo un simple santo, ¿quién pue-de dudar de lo que podrá Dios?

Prosigue: «Resucitarán todos en estado de juventud entera, yrobusta, sin quiebra, ni falta alguna de cuerpo, aunque la hayantenido en el mundo, con tal proporción y hermosura en todo,cuanta pueda caber en su naturaleza. La altura y grandeza de sucuerpo no será igual en todos, mas será la que cada uno pudiere,según sus fuerzas naturales, y particulares disposiciones haberalcanzado, si las enfermedades y miserias comunes no les ataja-ran el paso»< > f > . Es decir, que cada uno alcanzará su personal ple-nitud como cuerpo, la perfección dentro de su peculiaridad.

Los niños crecerán, y presentarán el aspecto que hubieran te-nido al llegar a la juventud. En cuanto a los condenados, resuci-tarán, pero esto sólo aumentará su capacidad para el dolor.

Los cuerpos resucitados tendrán los humores fundamentalesen las cantidades requeridas y bien equilibrados, pero careceránde los superfinos y de los excrementos. El lugar de los maloshumores y demás sustancias cj^sechablcs será ocupado por el aire,en los elegidos, y por el fuego, en los reprobos.

Conservarán la diferenciación sexual, que es gala, y no bal-dón de la naturaleza, pero no habrá casamientos, ni vida íntimaentre los casados, pues el deseo sexual, las inclinaciones eróticasy los humores y flemas que las acompañan habrán desapareci-do, pues no son necesarias para la perfección de la naturaleza,sino un añadido útil sólo para los fines reproductores, y en elCielo, libres ya de la muerte, lo estarán así mismo de la imperio-sa tarea de conservar la especie. En cuanto a las mujeres, todasresucitarán con su himcn virginal, pero las que lo perdieron envida, aunque fuera dentro de un matrimonio legal, y santificadopor la Iglesia, no gozarán de los mismos privilegios que ador-narán a las que se conservaron íntegras. En cuanto a los varonesque fueron circuncidados, surgirán del sepulcro perfectamenteenteros.

''•"' MARTÍN DE ROA, Estado de los Bienaventurados en el (,ieh, de los niños enel Limbo, de los Condenados en el Infierno, y de todo este universo después de la resurrec-ción y juicio universal, Barcelona, 1630, fol. 3.

''" ' Op. cit., fol. 3.

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Respecto al color, es evidente que el blanco es el más adecua-do, porque participa más de la luz, y por eso los hombres fue-ron creados de ese color. Pero al extenderse la humanidad porla tierra, los rigores del clima cambiaron el matiz de algunos,y así la piel negra, amarilla o cobriza no es sino una degenera-ción de la blancura primitiva, causada por las difíciles condicio-nes de vida. Por eso, añade, muchos autores piensan que todoslos bienaventurados resucitarán blancos. No es ésta la opinión

rttc nuestro autor, porque «Ya con la sucesión de los tiempos ylá*rgas generaciones pasó el vicio en naturaleza: son negros ensus tierras algunos, y trasladados a las nuestras no dejan de ser-lo, porque ya no es vicioso en ellos este color, sino natural; ysiéndolo, parece mas verosímil, que hayan de resucitar con él,quitadas todas las imperfecciones, que comúnmente suelen acom-pañarlo, porque la tez y facciones del semblante serán tan her-mosas, de tanto lustre y gracia, que harán en aquella ciudad so-berana una no menos admirable, que agradable variedad. Seráel negro no deslavado, ni deslucido, sino vivo, resplandeciente,cual fuera el de un azabache cuajado con sangre, penetrado todode una luz más que de un Sol, cual tendrán por el don de la cla-ridad, que les dará increíble donaire y gracia. Ni desdice lo ne-gro de la hermosura, que no consiste tanto en el color, comoen la suavidad de él, que podrá ser igual en lo negro y en lo blanco,y dar aún mayor gusto a la vista. Y como no todos los biena-venturados serán de temple sanguinos, aunque éste sea el másperfecto de todos, antes cobrará cada uno el que tuvo primero;así también sucederá en el color, que no todos tendrán el quemejor fuere en su género, sino el que mejor estuviere al sujetode cada uno. Tal será el negro a los que fue natural en la vida» ".

*~ETn cambio, los que, habiendo nacido blancos, se tornaron de pieloscura por los trabajos, la intemperie o las enfermedades, comolos marineros y labradores, renacerán con la blancura de su tezrestituida, olvidada de las injurias del viento y el sol. En cuantoal color de ojos y cabellos, cada uno tendrá el que le fue otorga-do al nacer. Así nuestro buen jesuita discrepa de la mayoría de

Op. cit., fol. 5.

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i- L t: i i i o

los autores, que optín por un cielo con ciudadanos que se apro-ximan lo más posible al modelo físico de Cristo, ciclo que hoynos recuerda una pesadilla de ciencia-ficción, y opta por la va-riedad. Y ciertamente, si el Creador hizo tantas especies distin-tas de animales y plantas, muchos de ellos inútiles y aun dañi-nos al hombre (fin de la creación según el pensamiento cristia-no) debió de ser, sin duda, para recrearse en lo múltiple, El quees la suma unidad, y hallar su deleite en lo diverso, El que esidéntico a sí mismo. No es probable, por tanto, que en el Empí-reo, su reino y su morada, exija la uniformidad. Más bien prefe-rirá que sus cortesanos sean todos distintos, y que, al resucitar,le alaben y gocen de El con aquel mismo cuerpo, aquellos mis-mos rasgos, colores y matices, con que, en vida, le dirigían susplegarias.

También para los resucitados será más agradable esta'varie-dad, pues les permitirá reconocer su propio cuerpo como suyo,como su propia carne al fin recuperada, identificar físicamentea sus compañeros de gloria y gozarse con los innumerables ros-tros de la belleza. Solo la imperfección, la deformidad o la vejezestarán excluidas.

Hay, sin embargo, heridas que no indican derrota, sino triun-fo; no muerte, sino inmortalidad; no enfermedad, sino salvación;no horror, sino hermosura. Por ejemplo: «Retiene también esteSeñor, y conserva abiertas, y frescas las llagas de pies, y manos,y costado, como las experimentó el discípulo incrédulo: mas tanhermosas, tan resplandecientes, tan gloriosas, que será una de lasmás agradables vistas, que tendrán los ojos de sus cortesanos.(...) A esta semejanza se verán también en los cuerpos gloriososde los mártires algunas señales de los tormentos que padecie-ron, en tan grande claridad y belleza, que no sólo no menosca-barán punto de su hermosura, más aún la harán mucho mas agra-dable a la vista de todos. Así se ha visto aun en los cuerpos muer-tos de algunos, como en el de Herculano obispo de Perosa, dequien escribe san Gregorio en el libro cuarto de sus diálogos,que habiéndole cortado la cabeza los Godos, y quitádole la me-dia piel, echaron por mayor afrenta, en un lugar vilísimo el san-to cuerpo mas halláronle luego entero con su cabeza, vestida supiel, y con sola una sutilísima señal en la parte por donde ha-

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\a sido cortada, que daba al cuello admirable hermosura»'*.

Después de evocar esta imagen de cicatrices delicadas, resplan-decientes, que adornarán el cuerpo como joyas, el autor pone va-rios ejemplos de personas que resucitaron, sacados de la vida delos santos, para así acallar las dudas de los incrédulos, abrumán-dolos con pruebas irrefutables. Luego inscrtajjm curiosa narra-ción sobre el hallazgo de _ _pucio, que ~se~ natía" extraviado durante el saqueo de Roma porlas tj7jpas~clFtraTrosT~y^'üe fuc'recupcraBa en octubre de_J 5^5 7,hallándose el precíosocTespojo tan fresco como si acabara de sercortado. Este acontecimiento desató una multitud de prodigiosque nuestro autor narra con gran detenimiento, resaltando quela incorruptibilidad de ésta y de otras menos prestigiosas reli-quias son prueba de las cualidades de los cuerpos gloriosos.

Vuelve luego a éstos, tras la extensa digresión, y nos informade que todos hemos de resucitar de treinta y tres años, y que,aunque cada uño ha dé tener la'esfafüTarácJFcuacla ITsu ña tur ale1

zaV's'crá dentro de las jpajJla£HeT£]r7ün^ enano"?Agigantes habrán de cojregir su mengua y '3emisTa"rTes'prcr"-tivamente. Concluye, des^ííes~ct(racíucir múltipteSTfuTrjrichid-es;«QucdTpucs asentado que cualquier exceso de la común estatu-ra proporcionada a las fuerzas naturales de cada uno, o bien porextraordinaria cortedad de cuerpo, como los niños, los pigmeos ylos enanos o bien por disforme grandeza de él, como los gigantes,todos se reducirán al estado natural, que pide su perfección»69.

También se ocupa el padre Martín de Roa de las cuatro dotesde los cuerpos gloriosos. Primero, habla de la impasibilidad, «donsobre todas fuerzas humanas, que saca al cuerpo de la sujeciónde la muerte, le exenta de todo dolor, le hace libre de todo pechode la mortalidad, de enfermedad, molestia, sed, hambre, cansan-cio, inviolable a las injurias de tiempos, personas, y cosas con-trarias, inmortal y eterno en su duración. Esto es impasible: nosujeto a mudanzas, a quien ninguna violencia podrá destemplaro descomponer. De tal manera, que si apareciese hoy uno de lossantos, que en cuerpo y alma subieron con Cristo al Cielo, ni

Op. tit., fol. 6.Op. cit., fol. 18.

el fuego pudiera quemarle, ni helarle el yelo, ni humedecerle elaire, ni lastimarle la tierra, ni herirle el cuchillo, ni hacerle otraofensa, cosa alguna de las que tenemos en esta vida. Y aunquetodos resucitarán con su complexión o temple natural, colérico,sanguino, flemático, melancólico, será cada uno en su género pcr-fectísimo, y como todos los humores han de estar acordados entoda su proporción, mantenidos por este dote en su ser, no po-drán sentir afecto, ni efecto alguno desordenado, cual suelen acápadecer con el exceso de ellos, sobresaliendo con la cólera, o des-caeciendo con la melancolía. Tendrán siempre una milagrosa paz,y alegría de cuerpo y alma, sin temor de perderla. Una salud másentera que la de nuestros padres en el estado de inocencia»7".

La impasibilidad nos libra de la muerte, pero también de todosu cortejo: de la enfermedad, el dolor, la vulnerabilidad, el te-mor, el cansancio y la vejez, pero, en su afán de mantener unequilibrio inmutable, nos libra también de sentimientos y afec-ciones, nos arrebata la vida, y cabe preguntarse si esa perfectaproporción de los humores será compatible con ese gozo inten-sísimo y durable que se nos promete.

La impasibilidad garantiza una salud de hierro para nuestroscuerpos, y nos asegura que serán indestructibles. El siguiente pasoes lograr que, a la inmortalidad siempre joven, se añada la her-mosura deslumbrante. Ya se nos ha prometido un cuerpo ínte-gro, correctamente desarrollado, desprovisto de defectos, en laplenitud de sus posibilidades. Pero la verdadera belleza no resi-de sólo en la perfección, sino que requiere un cierto toque má-gico, un don que la transforme. El cuerpo de Cristo era irrepro-chable, pero sólo en la Transfiguración derribó por el suelo, ató-nitos, deslumhrados, a su compañeros más íntimos. Ese toqueespecial lo recibirá el cuerpo de la segunda de las dotes sobrena-turales, «la claridad, con que se da colmo a su hermosura, paraque así como el alma resplandece con la lumbre de la gloria yclara vista de Dios, así el cuerpo resplandezca con otra luz cor-poral y visible, con que se haga digno instrumento y moradadel alma. Y es así que, entre los accidentes visibles, ninguno hayque dé lustre a las cosas, y las haga parecer agradables a la vista

Op. cit., fol. 50.

210 211

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o c; K A r i A n F L A h T E i¡ N i n A n

como la luz. Sin ella, ni talle, ni color, ni facciones son de ver.Por esto dice san Juan Damasceno que la luz es honra y atavíode las criaturas visibles, y hace vistosa su hermosura. Y éste esel vestido de los bienaventurados, más galano y precioso que todaslas riquezas de la tierra. Esta luz no sólo estará en la tez y apa-riencia exterior, sino derramada dentro y fuera por todo el cuerpo.a la manera que en un cristal, o bien como el fuego en un hierroencendido. Hará todo el cuerpo transparente de manera que nosólo pueda verse la figura de fuera, más aún toda la composturay armonía de dentro»71.

El autor ha sabido captar esa cualidad dorada de la verdaderabelleza, que emana un vaho cálido, se entreteje en la carne y lailumina con un resplandor que, más que de la luz que baña lapiel y provoca el reflejo, el tornasol y la suavidad honda y opa-ca, parece proceder del interior, de la estructura misma del cuerpo.o tal vez irradiar del corazón, difundiéndose en olas sosegadas.

Pone luego ejemplos de esta claridad, que se manifestó en loscadáveres de algunos santos y, en ocasiones, posibilitó su locali-zación o el establecimiento de su identidad. Después, prosigue:«No será de menos gusto y gloria a los bienaventurados la ter-cera perfección, que se les comunicará después de resucitados;su nombre es agilidad, don excelente, obrador de grandes mara-villas, que hace a los santos, no sólo fáciles, sino poderosos enobrar. Con él están ágiles, prestos, poderosos, para el uso de to-dos sus miembros, de pies, y manos, y de todo su cuerpo, sinque haya peso que tarde su ligereza, ni estorbo que lo haga a sufacilidad, ni resistencia a su vigor. No habrá primor ni artificioque no pueda salir de sus manos, no sólo con muchas ventajasa lo que pudieran hacer los artífices de los milagros del mundo,sino con todos los cabales, y colmos de perfección, que puedecaber en el arte y fábrica de cada cosa. Sus pies serán como deciervo, respecto de los demás animales, y por ligeros que aqué-llos sean y más prestos en la carrera, no igualarán a sus pasos,y daránlos con la misma serenidad y sosiego, que si estuvieranquedos en su lugar. No hay viento, por ligero que corra, ni aveque tan veloz vuele, ni saeta que con tanto ímpetu rompa el aire.

()/>. dt. fol. 51.

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H L c: I E L O

como un cuerpo glorioso, cuando quisiere andar de un lugar aotro, o llevarse todo sin mover pies, ni brazos, ni algún otra par-te, que lo podrá hacer en un pensamiento, tan sin cansancio nifatiga, como si no se moviera»72.

De modo que la agilidad no sólo implica rapidez, sino tam-bién destreza, perfecto dominio del cuerpo y de todos sus miem-bros. Añade luego el autor que no estarán sujetos los santos ala ley de la gravedad, por lo que les será igualmente fácil despla-zarse hacia arriba, hacia abajo o en cualquier sentido. Esta taitade esfuerzo comunicará, además, a los movimientos de los ele-gidos, por veloces que sean, un aire de serenidad y reposo, unaspecto descansado, digno, majestuoso aun en medio del vérti-go arrebatado de su vuelo.

Pone, como confirmación de su esperanza, algunos ejemplosde santos que, en vida, se trasladaron milagrosamente de un lu-gar a otro, o caminaron sobre las aguas. Y concluye diciendoque la agilidad permitirá a los bienaventurados mover y trasla-dar cualquier objeto, por grande o pesado que sea, aunque reco-noce que, como tras el juicio final habrá quedado el mundo per-fectamente ordenado, co-n todas las cosas en su lugar exacto, notendrán muchas oportunidades de ejercer esa habilidad, si bienno por eso será menos agradable poseerla.

El cuarto don sobrenatural de los cuerpos gloriosos será la su-tileza, que les proporcionará, siendo de carne, las ventajas de losespíritus incorpóreos, según comenta el autor, alborozado. Diceluego: «Una de las grandes faltas que en esta vida padecen loscuerpos, es la poca fuerza que tienen contra la resistencia quelos otros les hacen, negándoles el paso, la entrada o salida al lu-gar que desean. Quisieran los hombres reconocer en las entra-ñas de la tierra las venas del oro y plata donde ella las escondemas estorba un cuerpo al otro, el de la tierra al del hombre, nopueda pasar por el uno el otro, y si porfiase el hombre hacerlo,escaparía muy maltratado. Quisieran escudriñar en lo profundodel mar las riquezas que se ha tragado. Más o menos en todoshallan resistencia, ninguno se.deja pasar. Queda el hombre frus-trado con pesadumbre de sus deseos. Vence todos estos estor-

()/). cit., fol. 52.

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( I E (1 C R A F I A I) K L A E T E li N I I) A I)

bos la sutilidad: da libre paso a un cuerpo por otro, aunque másgrueso, más duro sea, y más intratable. Más fácilmente atrave-sará un bienaventurado una peña, una pared, un monte, toda latierra, que ahora nosotros este aire, sin hallar cosa que se lo im-pida, ni poner de su casa algún trabajo»73. De este modo, porejemplo, atravesó Cristo las puertas de su sepulcro, y tambiénvarios santos escaparon en vida de cárceles y prisiones graciasa un adelanto de este don inapreciable. Con un fascinante relatosobre el martirio de los santos Filemón y Arriano, donde se ma-nifiesta generosamente, no sólo el don de la sutileza, sino unavariedad de milagros a cuál más admirable, da por terminadoel buen jcsuita su discurso sobre los cuerpos gloriosos y sus pro-piedades.

Una vez descritos los habitantes de la Jerusalén celeste, falt;isaber en qué emplearán su tiempo. De eso tratarán los siguien-tes capítulos.

5 . L A C O R T E C E L E S T I A L

La corte celestial es una expresión que se emplea habitualmentecuando uno se refiere al Empíreo, y para nosotros, en nuestrotiempo, se ha vaciado de sentido, y tendemos a tomarla comouna metáfora, porque pensamos que un dios sólo puede ser con-siderado rey alegóricamente. Pero para el español del siglo X V I I ,la frase se entendía de forma totalmente literal, y quería decirque el Cielo era de verdad una corte, con su rey, sus altos car-gos, sus jerarquías y sus ceremonias, y en su descripción de lasactividades celestes, toman por modelo la vida madrileña, delmismo modo en que las festividades profanas se mezclan con ele-mentos sagrados, otorgándoles así un aire de trascendencia y per-duración, y convirtiendo aun los más frivolos actos del monar-ca en espejo del Cielo. La corte celestial y la terrena se copian,se inspiran y se explican mutuamente. Y no olvidemos que un

73 Op. cít., fol. 63.

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E L C I E L O

mismo título, Su Majestad, se aplica a Dios (y a su presencia enel Sacramento) y al Rey de España. Y que tanto el monarca co-mo la custodia tienen derecho a caminar bajo palio en determi-nadas ocasiones, evidenciando así su identidad como manifesta-ciones de lo divino sobre la tierra.

También el hecho de culpar a los pecados del rey o de los es-pañoles de a pie de las desdichas de la patria, evidencia ese para-lelismo entre los dos reinos, así como su influencia mutua. Yla introducción tanto de elementos profanos en fiestas religiosas(corridas de toros, mascaradas y teatro para celebrar la canoni-zación de un santo) como de elementos religiosos en fiestas pro-fanas (sermones, alegorías devotas y presencia de imágenes desantos en los esponsales de una princesa).

Todos los pueblos de la tierra, en todas las épocas, tienden aconsiderarse los elegidos de Dios y a pensar que el Cielo tieneparticular interés en sus empresas y es decidido partidario de sucausa. Y de hecho, aun en nuestro siglo han luchado los hom-bres por causas demasiado terrenas, proclamando que lo hacíanpor Dios. Pero la identidad que el español barroco establecía entrela Jerusalén celeste y Madrid, entre Cristo y los Austrias, era tanfuerte, que a los extranjeros llegaba a parecerles francamente sa-crilega. Y teñía gran parte de su vida religiosa, no sólo porquela religiosidad tridentina, al hacerse accesible y buscar la emo-ción del fiel y el esplendor del culto, implicaba una mezcla deelementos profanos, tomados en sentido literal y alegórico, sinotambién porque, al identificar las personas de Cristo y de su rey,el español tendía a adoptar ante ambos la misma postura: fideli-dad inquebrantable, acatamiento, irreprochable cortesía, respetomezclado con admiración, y ánimo para aclamarlo cuando fuerapertinente y para morir en su defensa si resultara preciso, peromanteniendo aparte la vida privada. En las narraciones de losviajeros por España percibimos una virtuosa indignación; todosse escandalizan por lo que consideran el colmo de la hipocresía,al ver a nuestros paisanos tan celosos de la ortodoxia y tan laxosen la moral, tan devotos y tan pecadores, fiando siempre de laconfesión en el momento de la muerte. Hacen penitencia, inclu-so con extravagancia, reconocen los visitantes, pero sin decidi-do propósito de la enmienda. Se comportan en el templo como

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c; F. o c; u A r i A n H L A H r K u N i ti A i >

en su casa y «su religión es en todo de las más cómodas, y sonexactos en observar todo lo que no les produce alguna molestia;castigarían severamente a un blasfemador del nombre de Diosy a una persona que hablase contra los santos y los misterios denuestra fe, porque es preciso estar loco, dicen ellos, para come-ter un crimen que no da gusto ninguno; pero no moverse de loslugares más infames, comer carne todos los viernes y sostenerpúblicamente una treintena de cortesanas, y tenerlas todos losdías a sus lados, eso ni siquiera es para ellos materia de escrúpu-lo»74. Brumel, además, se admira del rostro y talla tan españo-les que ostentan las imágenes de los santos, y eso le parece unasuerte de desacato. Comparando opiniones de viajeros, un autoractual concluye que el español del siglo XVIf«parece mucho máscapaz de morir por su Dios que de reprimir, en su nombre, susaspiraciones y sus instintos»75.

Estas críticas se basan en una fundamental incompresión dela actitud de aquellos hombres ante la divinidad. ¿Por qué noiban a comportarse en el templo como en su casa? Si tanto Espa-ña como el templo son imágenes del Cielo, el comportamientodentro de la iglesia no tiene por qué ser distinto del habitual.¿Por qué no dar a los santos rostros familiares? De hecho, lossantos son una especie de españoles de lujo; Dios tiene dos cor-tes: la celestial y eterna y la terrenal y española; los santos habi-tan en aquélla y los españoles, hasta el día de su muerte, en ésta.Los ciudadanos del Cielo son así casi nuestros paisanos, y lo se-rán de hecho tras el Juicio. En cuanto a la relajación de las cos-tumbres, aparte de la exageración previsible, pues todos tende-mos a considerar las costumbres ajenas como inmorales, tam-bién puede explicarse. El español barroco rendía homenaje a surey y a su Dios, fundiéndolos en uno solo. Ahora bien, la vidaprivada es algo particular, algo que no le concierne al rey y, portanto, tampoco a Dios. Según este razonamiento, mientras sea-mos fieles al Señor, y defendamos su honor y su autoridad con-

74 GUAMONT, Citado en J.M. DÍKZ BORQUK, La saciedad española y los via-jeros del siglo XVII, S.G.E.L., Madrid, 1975, p. 156.

7:1 M. DEFOURNEAUX, La vida cotidiana en la España del siglo de oro, ArgosVcrgara, Barcelona, 1983, p. 32.

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y i. c l E [ o

tra los herejes y blasfemos, mientras cumplamos con la exterio-ridad del culto, contribuyendo así a su pompa y a la suntuosi-dad de su casa, mientras estemos dispuestos a purgar con públi-ca penitencia cualquier ocasional desacato a sus órdenes, no haynada que temer, somos subditos leales y El cuidará de nosotrosy no nos dejará morir* sin confesión. No hay por qué preocu-parse, y una conducta demasiado estricta resulta sospechosa, comosi ocultara a un espía o un traidor.

Dos últimos ejemplos de esta similitud entre la corte celestialy la terrena. El primero concierne a la decoración. En capítulosanteriores, el padre Martín de Roa nos decía que el Empíreo estáadornado con arcos triunfales, donde se representan emblemasy figuras de santos. Veamos parte de las galas con que Madridse vistió para celebrar, en 1620, la beatificación de San Isidro:«Hi-ciéronse tres arcos triunfales para este día, el primero en la pla-zuela de la Cebada que tenía de alto 80 pies, y se pasaba por de-bajo por un arco. Fue muy bien adornado de historias, enigmasy jeroglíficos en alabanza del santo, pintado de diferentes colo-res imitado de mármol blanco, y tenía por remate en un nichoa San Isidro sobre un trono de ángeles, y arrcmallaba por loslados en cuatro cornucopias sobre pedestales llenos de espigasy flores, símbolo de la abundancia con que Madrid este día acu-día al cumplimiento de sus obligaciones. Remataban estos pe-destales y cornucopias con cuatro Armas de la Villa y el remateúltimo del Arco era de términos y pirámides revestidos de folla-jes»76. Arcos recubicrtos de apariencias, aquí como allá, paraexpresión de un triunfo y deleite de los ojos. La entrada de unsanto en el Cielo se conmemora en la tierra, y la vida de la tierraproporciona temas decorativos al Ciclo.

Otro ejemplo más: en el Cielo, se nos ha dicho, edificios yobjetos serán de materia transparente y brillante. Pues bien, se-gún cuenta el padre Flórez, el príncipe Baltasar Carlos, el díade su bautizo, era transportado en una silla de cristal de roca queprovocó la admiración de los asistentes, como en una prefigura-

''' Relación de las fiestas de la beatificación de San Isidro, en J. SIMÓN DÍAZ,Relaciones breves de actos públicos celebrados en Madrid, de 1541 a 1650, Instituidde Estudios Madrileños, 1982, p. 114.

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c; t: o (; u A i: i A n i: i. A i: i i-. U N I D A D -

ción del diáfano trono eterno que con aquella ceremonia del bau-tismo empezaba a merecer.

De modo que los predicadores y tratadistas, al describir el ciclotoman como modelo la corte de Madrid, y son muchas las coin-cidencias entre los trajes, costumbres y diversiones de los corte-sanos terrestres y los celestes, como se pondrá de manifiesto enlos ejemplos que siguen.

Veamos, para empezar, cómo se vestían los madrileños de al-to rango en las grandes solemnidades: «Salió su Majestad de suaposento, vestido de raso blanco, calzasj^cuéra y Bohemio de

^ de plata, aforra-

K L C I E [ O

do en armiños, zapatosjb Láñeos y gorra de tercipéloTIso negro,con cintillo deberlas y diamantes, martinetes, penacKo"cíé"cííaHtro plumasl^Fancas con una riquísTma~deldíañTíñtés,l;spáda~pTá-teada cincelada, talabarte y pTertlnTt)15Máltc^,Tücllo~cón vainilla

eTc^ ~la reina, vestía una saya grande de tela blanca coñ~vrvos de mur-tas, bordadas de gjjaj"rnH¿n jOE^?! ^ muchas puntasdj^Sm^ejLyJ^a^^ y entre ellas un collar4ej3LM^unj_£omll;Lad^re^di^cho_c^nj3lumas_y_£aLrzotas en_el_tocado» 77.

Este era el atavío de las personas reales, pero el de otros per-sonajes de menor rango tampoco tenía mucho que envidiar. Se-guían «otras damas y meninas, con tantas telas, bordados, colo-res y gorrillas en los tocados, que parecía primavera de abril ymayo, en los jardines de Aranjuez, donde se veían azucenas, cla-veles, jazmines, lirios, azahar, amarantos, violetas, rosas, y mos-quetas, y un escuadrón de ángeles en su hermosura y gallardía,acompañadas de particular y general de tantas galas e invencio-nes de oro, plata, joyas, perlas, y piedras que parecían haberserecogido allí todas las perlas de la India Occidental a competircon los diamantes de la Oriental. La alegría que llevaban era co-mo la que tuvieron las damas de Israel cuando cantaron la galay alabanzas de David»7".

. C.J Relación del juramento del príncipe don Felipe (1608), en JOSÉ SIMÓN DÍA/,"Relaciones breves de actos públicos celebrados en Madrid de 154] a 1650, Instituto deEstudios Madrileños, 1982, p. 49.

7ti Ihidcm, p. 57.

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Es interesante señalar cómo el autor anónimo de esta relacióndota de trascendencia algo tan banal, tan frivolo, como la moda.Las damas, lujosamente ataviadas, jóvenes y alegres, ruidosas, sinduda, como gorriones, le parecen las doncellas de Israel, y aúnmás, un escuadrón de ángeles. Así las ceremonias de la corte deMadrid son eco y prolongación de las de la Jerusalén celeste.

Un ejemplo más: «La librea de su Majestad se hizo dentro dePalacio, y la del conde de Olivares, que era una misma, la cualfue de Lama de plata bordada de acero pavonado, que era tanrica, que el sastre que la hizo, dice que valía más que todas jun-tas, por el valor y coste que tenía. Llevaron el Rey y el condede Olivares muchas y grandes plumas azules con rosetas blan-cas, y en los sombreros dos rosas de diamantes de inestimablevalor y precio.

El Infante don Carlos, que hizo pareja con el marqués del Car-pió sacaron librea de terciopelo leonado, bordado de muy grue-sos canutillos de plata, y'las plumas que llevaban eran de colornegro y grandes.

El conde de Monterrey y don Luis de Haro, que de esta tropaeran los delanteros, sacaron librea de terciopelo negro liso, decanutillo, y bicho de plata con mucha lentejuela de plata, aque-jada toda la librea de esta manera con muy famosas labores. Lle-vaban la librea del Conde y de don Luis seiscientas onzas de platay más, plumajes grandes y blancos»7''.

Ciertamente resulta casi escandaloso pensar que, para confec-cionar dos libreas para una máscara, se emplearan más de dieci-siete kilos de plata. A nuestros ojos, eso excede al lujo y es unfranco derroche. Sin embargo, la idea barroca de monarquía im-plicaba rodear al rey de una pompa y un esplendor tales que pu-sieran inmediatamente de manifiesto su superioridad respecto delcomún de los mortales. El rey podía aparecer sencillamente ata-viado sin faltar al decoro, mostrando así que su grandeza era al-go consustancial con su persona, y no un oropel prestado, peroel marco que lo rodeaba debía ser magnífico. Este esplendor eraexpresión del poder real, y también del respeto de sus subditos,

79 Mascara y fiesta real, que se hizo en Madrid, a 26 di Irbrero de ¡623, en JOSÉSIMÓN DÍAZ, Op. cit., p. 191.

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que no consideraban nada lo bastante bueno para estar en pre-sencia de su señor. De este modo, el lujo de la corte no sólo eraexplicable, sino necesario. Un último ejemplo corroborará lo di-cho: «Parece que con la salida de estos príncipes ha dejado la Cortelas galas, porque todo cuanto la invención humana pudo imagi-nar tanto sacaron de Madrid. La puerta de Guadalajara quedósin joya de consideración, porque al menor de los que van a lajornada le pareció poco comprarlas todas, y así gastaron esplén-didamente, y de manera que en diamantes, rubíes, topacios, ama-tistas, bájales, crisólitos y esmeraldas llevaban cifrada la IndiaOriental, en gorras, cueras, capas, y bohemios, gasto por ciertobien empleado, pues se ocupa en servicio y honor de sus mis-mos reyes» *".

Ahora ya tenemos una idea del aspecto de los cortesanos delMadrid del seiscientos. Veamos ahora cómo se adornan los cor-tesanos celestes: «Paséase mi Señor por el castillo, gallardísimo,vestido de tela blanca, encarnada, verde y azul, toda bordada depiedras preciosas». El atuendo de Cristo es suntuoso. No lo esmenos el de su Madre: «Tiene la gran Emperatriz soberana aquelvestido entero, saya grande de blanco y encarnado, todo de pie-dras preciosas, como tengo dicho; y las santas vírgenes con ella,todas de la misma librea, la cosa más hermosa que ojos huma-nos han visto; una gentileza de cuerpos, una bizarría de talles:¡Qué cabezas tan aderezadas, qué tocados y rosas enlazadas deperlas y piedras preciosas, y aquella belleza de coronas imperia-les en ellas! ¡Qué ojos, frentes y bocas! ¡Qué manos tan blancasy qué manillas y sortijas»81. El traje de María es casi idéntico alde Margarita de Austria en la jura del futuro Felipe IV, y el corode las vírgenes también se asemeja al tropel de engalanadas ygorjeantes damas que figuraban en el cortejo.

Otro autor, aun sin detallar tanto como la monja citada, tam-

80 CRISTÓBAL DE FK ; U E RO A , Relación de la onrosissima ¡ornada, que la Ma-jestad del Rey don Felipe nuestro Señor a hecho aora con nuestro Príncipe, y la Reyttade Francia sus hijos, para efectuar sus reales bodas (1615), en J. SIMÓN DÍAZ, Op.cit., p. 99.

81 Texto de J UANA DE SAN A N T O N I O , citado en M A N U H I . SERRANO YSAN/., Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al I8.W,U.A.E., Madrid, 1975, 4 vol. I I I , p. 225.

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bien nos da una imagen de elegancia a un tiempo refinada y cos-tosa: «Pues aquellos trajes y vestidos de los bienaventurados, quélustrosos son. Vistióse de nuevo José para entrar en el palaciodel Faraón. Vistióse Mardoqueo de fiesta, para hablar con Asnero.Vistióse Daniel de gala, para asistir al servicio de Nabucodono-sor (...). Pues para entrar un bienaventurado en aquel palacio dela gloria, para ponerse a hablar con el príncipe cíe los ángeles,para entrar en su servicio, para asentarse en su mesa, para serconvidado en el banquete de su gloria, ¿qué trajes, qué vestidos,qué libreas ha de tomar? ¿Qué manteos y marlotas? ¿Qué guir-naldas y capellanes? ¿Qué turbantes y plumajes? ¿Qué coronasy aureolas? ¿Qué cadenas y collares? ¿Qué insignias y divisas?¿Qué hermosura y belleza?»82. Aparte del evidente paralelismocon la moda de la época, es digno de mención el hecho de queel autor tome como punto de referencia, para suponer el com-portamiento de los bienaventurados, los grandes imperios de lahistoria. Egipto, Persia, Babilonia, explícitamente citados; el im-perio español no nombrado, pero presente como modelo con-creto de la moda de los elegidos.

También Francisco Garau, autor de un célebre libro de em-presas, encuentra natural considerar el Cielo como una corte, aimagen de la madrileña, y también él encuentra imprescindibleel uso de atavíos extremados. Compara, primero, a los Serafinescon los vigilantes e informadores, por no decir supervisores yespías, que pululan en derredor de los tronos: «Y no sé si aque-llos sagrados serafines, que están hechos mil ojos delante la Ma-jestad Divina, son símbolo de los muchos Argos que asisten enlos Palacios a las majestades humanas»w .

Luego, compara las imágenes de los santos con las estatuasde héroes y de otros personajes notables y famosos que adornanlas plazas de las ciudades, rindiendo culto a la grandeza de aquélen cuyo honor fueron erigidas, y despertando a un tiempo la emu-lación de quienes las contemplan: «¿Qué hacen en los altares las

8- FRANCISCO DE MENDOCA, Sermones de tiempo, Barcelona, 1636, p. 27181 FRANCISCO GARALI, l-l saino instruido de la naturaleza, en quarenta máxi-

mas, políticas, y morales, ilustradas con todo genero de erudición sacra, humana, Barce-I lona, 1711, p. 10.

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<; r o G R A F Í A n i-, i A i; r i R N i n

imágenes de los santos sino excitar nuestro alientu¿qué hacen las de los héroes en las plazas, sino espolear-3 ,?ledad?

Si te gozas en su término, ¿por qué no sigues sus pasos?° FVal°r?

sible, que al ruido de su fama no despierte tu espíritu?;»! P°~Así vemos que, al asimilar los santos a los hérc

i i [•: L n

, os roes nr fse los acerca más al devoto lector, y a éste le parece más h lr\°s'ro seguir su ejemplo, mientras que el premio parece más a 'cible cuando, además del favor divino, se promete la farn

Pero algo más se requiere para considerar al cielo comoverdadera corte: el boato, la belleza, las galas: «Dios cuando quieblasonar de Señor, y fundar Corte como Rey, saca por gala 1hermosura. Desde que vistió de hermoso, parece tiene pala-cio»85. La belleza, la presencia física majestuosa y seductora espues, ingrediente imprescindible de la realeza.

Cambiando de tema: ¿qué hacían los caballeros enamoradospara declarar su pasión a sus amadas, guardando el respeto y ladiscreción que el alto rango de la dama exigía? Les enviaban versosy les daban serenatas. Lo cuenta María de Zayas: «Sucedió queuna noche de las muchas que a don Diego le amanecían a laspuertas de Laura, viendo que no le daban lugar para decir su pa-sión, trajo a la calle un criado que con un instrumento fuese ter-cero de ella, por ser su dulce y agradable voz de las buenas queen la ciudad había, procurando declarar en un romance, que alpropósito había hecho, su amor»86. Lo corrobora Lope de Ve-ga: «Habiendo conducido una noche con varios instrumentosexcelentes músicos, quiso que a sus mismas rejas dos voces delas mejores la cantasen así»87. De modo que el amante enviabauno o varios músicos para que cantasen ante su dama unos~ resos que él mismo debía escribir o, al menos, aparentar que a ltescrito.

Los habitantes del Empíreo observan idéntica conducta, y asilo pone de relieve un predicador de principios de siglo: «3.< '

84 Op. dt., p. 20.Op. dt., p. 68.

86 MARÍA DE ZAYAS, La fuerza del amor, en Novelas completas, BrugM*Barcelona, 1973, p. 181.

87 FÉl.ix LOPE DE VEGA CARPIÓ, El desdichado por la honra, enMarcia Leonarda, Pucyo, Madrid, 1970, p. 57.

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ia media noche dar música:» en una calle, luego sospecháis que,n amores, y que allí a unaía parte estará disfrazado el gaián, y•sde alguna celosía oyendo ^ la dama. Pues oís a la media noche,'bre el establillo de Belén i músicas celestiales, y que todos losjozos del coro del Cielo estdPán allí haciendo de garganta, y can-,ndo mil divinas cancionesis, y muchas sospechas me dan que

allí amores: y haylos reaL límente; y cl enamorado, au» lquc nj-Jt es tan fino en saber am;*i^r, que excede en amor a todas las i•iaturas juntas, y está tan disfrazado, que apenas nadie lo cono. j, sino es la dama, que sabe*- muy bien quién es. La dama, digo Isacratísima Virgen, a quie-en se le da la música, la cual podía

lUy bien decir: el mi amadlo para mí, y yo para cl mi amado. /^h fiesta inmensa! ¡Oh regí^ocijos soberanos»88. "

i; María es una dama hern-rnnosa y distinguida, y Dios, quc es;u hijo, pero también su esprposo y, consecuentemente, su ena_morado, la obsequia con las -'* galanterías al uso.iOtro autor, comentando ca^l hecho de que, en la Anunciación,1 arcángel saludó amablemo-iente al llegar, pero desapareció sinma frase de despedida, vuelwve a presentar a María como Una <ja_

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•quiebra en tono elegante y r respetuoso, como amigo y enviado:1 amante, y desaparece sin s/aser notado al hacer éste acto de pre-incia. Dice: «comedido estabnba el Principe del Cielo Gabriel con

^ Virgen nuestra Señora mu^Jy cortesano y cumplido, pero en elfcnto que sintió la presencia c de su Rey, que se había hecho hom-Je, dase punto en boca, deja;-a la plática que tenía comenzada yTapetando a la Majestad, que;«c entendió estaba presente, retírasepase sin despedirse»89.'Si María es una dama cortci^sana, Di0s es un Rey, que se osten-

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«wo , DlEG° DE AUCEl Miscdánea ?'a P'''»"-'™ de naciones eclesiásticas, desde el Do*6, k\'\UUatm dí'SP><" dí' Penthtl"hccostcs> hast"la Vigilia de Natividad, Murcia,

Mea, ?IEG,° DE LA VEC;A ' Et»Pleo tí* Y fxercicio sa,,to sobre los Ei'anvelios ,/,, ¡a, ,/„">as de todo el año, Barcelona, 16W3605, fol. 56

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C i E O G K A F I A 15 H L A F. T F U Ñ Í 1) A I)

imágenes de los santos sino excitar nuestro aliento a la piedad?¿qué hacen las de los héroes en las plazas, sino espolear el valor?Si te gozas en su término, ¿por qué no sigues sus pasos? ¿Es po-sible, que al ruido de su fama no despierte tu espíritu?»"4.

Así vemos que, al asimilar los santos a los héroes profanos,se los acerca más al devoto lector, y a éste le parece más hacede-ro seguir su ejemplo, mientras que el premio parece más apete-cible cuando, además del favor divino, se promete la fama.

Pero algo más se requiere para considerar al cielo como unaverdadera corte: el boato, la belleza, las galas: «Dios cuando quiereblasonar de Señor, y fundar Corte como Rey, saca por gala lahermosura. Desde que vistió de hermoso, parece tiene pala-cio»"5. La belleza, la presencia física majestuosa y seductora, es,pues, ingrediente imprescindible de la realeza.

Cambiando de tema: ¿qué hacían los caballeros enamoradospara declarar su pasión a sus amadas, guardando el respeto y ladiscreción que el alto rango de la dama exigía? Les enviaban versosy les daban serenatas. Lo cuenta María de Zayas: «Sucedió queuna noche de las muchas que a don Diego le amanecían a laspuertas de Laura, viendo que no le daban lugar para decir su pa-sión, trajo a la calle un criado que con un instrumento fuese ter-cero de ella, por ser su dulce y agradable voz de las buenas queen la ciudad había, procurando declarar en un romance, que alpropósito había hecho, su amor»86. Lo corrobora Lope de Ve-ga: «Habiendo conducido una noche con varios instrumentosexcelentes músicos, quiso que a sus mismas rejas dos voces delas mejores la cantasen así»87. De modo que el amante enviabauno o varios músicos para que cantasen ante su dama unos ver-sos que él mismo debía escribir o, al menos, aparentar que habíaescrito.

Los habitantes del Empíreo observan idéntica conducta, y asílo pone de relieve un predicador de principios de siglo: «Si oís

84 Op. cit., p. 20.85 Op. cit., p. 68.86 MARÍA DE ZAYAS, La fuerza del amor, en Novelas completas, Brugucra,

Barcelona, 1973, p. 181.87 F É I I X LOPE DE VEGA CARPIÓ, El desdichado por la honra, en Novelas .1

Marcia Leonardo, Pucyo, Madrid, 1970, p. 57.

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E L . C: I E L O

a la media noche dar música en una calle, luego sospecháis queson amores, y que allí a una parte estará disfrazado el galán, ydesde alguna celosía oyendo la dama. Pues oís a la media nochesobre el establillo de Belén músicas celestiales, y que todos losmozos del coro del Cielo están allí haciendo de garganta, y can-tando mil divinas canciones, y muchas sospechas me dan quehay allí amores: y haylos realmente; y el enamorado, aunque ni-ño, es tan fino en saber amar, que excede en amor a todas lascriaturas juntas, y está tan disfrazado, que apenas nadie lo cono-ce, sino es la dama, que sabe muy bien quién es. La dama, digola sacratísima Virgen, a quien se le da la música, la cual podía ,muy bien decir: el mi amado para mí, y yo para el mi amado^J¡Oh fiesta inmensa! ¡Oh regocijos soberanos»88.

María es una dama hermosa y distinguida, y Dios, que essu hijo, pero también su esposo y, consecuentemente, su ena-morado, la obsequia con las galanterías al uso.

Otro autor, comentando el hecho de que, en la Anunciación,el arcángel saludó amablemente al llegar, pero desapareció sinuna frase de despedida, vuelve a presentar a María como una da-ma, bella y gentil, honesta, pero discreta y aguda en la réplica,y el arcángel aparece como un galán ingenioso y cortés que larequiebra en tono elegante y respetuoso, como amigo y enviadodel amante, y desaparece sin ser notado al hacer éste acto de pre-sencia. Dice: «comedido estaba el Principe del Cielo Gabriel conla Virgen nuestra Señora muy cortesano y cumplido, pero en elpunto que sintió la presencia de su Rey, que se había hecho hom-bre, dase punto en boca, deja la plática que tenía comenzada, yrespetando a la Majestad, que entendió estaba presente, retírase,y vase sin despedirse»89.

Si María es una dama cortesana, Dios es un Rey, que se osten-ta en medio del esplendor conveniente a su alto rango. En su mag-nífico palacio, se rodea de boato, riquezas y hermosuras: «Oh

88 DIEGO DE ARCE, Miscelánea primera de oraciones eclesiásticas, desde el Do-mingo veynte y cuatro después de Penthecostes, hasta la l-'i^ilia de Natividad, Murcia,1606, fol. 480.

89 DIEGO DE LA VEGA, Empleo y exercicio santo sobre los Evangelios de las do-minicas de todo el año, Barcelona, 1605, fol. 56.

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(i t O Ci li A F I A I) H L A F T F U Ñ I D A 1)

qué aparador tan precioso tiene Dios en ese su palacio celestial,al fin tal cual de un tan gran Rey y Dios soberano. Qué de piezasricas en la materia, y sin comparación infinitamente más en laforma, esmaltes y labores sobrepuestos por la mano de su divi-na gracia»'"1.

La magnificencia, los tesoros, las obras de arte, los objetos pre-ciosos o extraños de todo tipo, se consideran imprescindibles parauna adecuada epifanía de la majestad. Suponer en el Empíreo unpalacio divino sencillamente alhajado constituiría una falta con-tra el decoro. La diferencia con los palacios terrenos parte de lasuperioridad en materia, forma y duración de la residencia ce-leste, es que Dios, además de Rey, es arquitecto y artífice de tanextremada maravilla.

El rey del Cielo, como sus colegas mundanos, tiene, ademásde un palacio, una camarilla de servidores leales y solícitos, queatienden a su comodidad, seguridad y necesidades; lo que se de-nomina su casa. Un orador recuerda el paralelismo entre las dosmajestades en una ocasión propicia: «San Pedro, según queda di-cho, pretende fabricar habitación o poner casa Real a nuestro So-berano Rey, mostrándose tan desinteresado, que ni para sí, ni paralos condiscípulos, solicita ocupación honorífica: Elias sólo ha deocupar los principales oficios de este Palacio, los primeros ho-nores de este Reino y las funciones de mayor graduación en lacasa de este excelso Príncipe; y habéis de notar'cómo las sirvey cómo se desempeña; (...) como se llegó el tiempo tan deseado,en que a nuestro grande y católico monarca D. Carlos Segundo,que el Cielo prospere en feliz duración, según el estilo de suspredecesores, se le pone Real casa, y elige ministros, que sirvan,y asistan al obsequio y autoridad de su Real Persona. En nuestroSalvador, que, corno divino Príncipe, es Rey de Reyes, y Señorde Señores, tiene nuestro Monarca en el presente tema la ideadel más recto proceder, para el cumplimiento de su obligacióny acierto en sus empresas, y veneración debida a su majestad;y en Elias, a quien, según el porte que en su augusta casa y rno-

'"' JERÓNIMO BATISTA DK L A N U / A , Homilías sobre los Evangelios qw la /c'<si a santa propone, los días de la Quaresma, 3 vols. B;irbastro, 1621-1622, vol. II.p. 1833.

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H L C I E L O

narquía observan nuestros Reyes austríacos, le hemos de asig-nar los honores y puestos de primera autoridad y graduación;hallan sus ministros, no sólo uno, sino muchos ejemplares de vi-gilancia y fidelidad grande a su Príncipe»1".

Veamos ahora cómo se celebraban las fiestas en el Madrid delseiscientos. Había, desde luego, luminarias: «Al anochecer repi-caron todas las campanas de todas las iglesias y monasterios defrailes y monjas que en esta corte son muchos, y así fue extraor-dinario el ruido. Hubo muchas luminarias, en muchas partes sepusieron faroles de trecho en trecho, encima unos tiestos de ba-rro muchas rajas de tea, pez y resina sobre unos paños levanta-dos, sobre las torres de las iglesias había gran muchedumbre deluces. Estaban repartidos 50 trompetas y ministriles en 9 torresde las parroquias y ocho plazas y cantones de esta Villa, de ma-nera que en 17 partes distintas había en cada estancia un juegode trompetas y ministriles concertado que en tocando los unoscorrespondían los otros y así todos juntos con buena propor-ción. Alegróse la gente sobre manera y salían de sus casas a verlas calles que con las muchas luces estaban tan claras como elmediodía: porque apenas había casa principal donde no habíamuchas hachas encendidas a las ventanas»1'2.

Ademas de las- luces y las músicas, había vistosos desfiles omáscaras, donde desfilaba la nobleza con lujosos trajes confec-cionados especialmente para la ocasión, y figuraban también mú-sicos y carros alegóricos: «Iban veinticuatro atabales y trompe-tas a muía, con la librea de su Alteza, carmesí blanco y azul congualdrapas de lo mismo. Seguía una danza de instrumentos, mú-sicos a pie, con diferencias de trajes y naciones. Y aquí comenzóla máscara, diez cuadrillas de a diez cada una de caballeros y se-ñores. A todos dio las libreas la villa ricas y costosas, vaquerosy jubones de tela de oro, herreruelos de terciopelo, todos guar-necidos con pasamanos de oro forrados en tabí de plata, som-breros franceses, bordadas las faldillas y toquillas, plumas de co-

'" MARTÍN DE SAN JOSÉ, Sermones varios, Madrid, 1679, p. 71.''2 Relación de la fiesta de 'N.P.S. Ignacio que en Madrid se hi(o a 15 de Noviem-

bre de 1609, c-n Josí SIMÓN DÍA7, Relaciones breves de actos públicos celebrados enMadrid, 1541 a 1650, Insti tuto de Estudios Madrileños, 1982, p. 70.

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Ci E O G R A F [ A H K L A E T E U N 1 1) A I )

lores. Cada cuadrilla llevaba las suyas. Fue un muy lucido es-cuadrón en tantos, y tan buenos caballos, que con la gala de losjaeces, bozales desempedraban las calles. Llevó la vanguardia donPedro de Guznián, corregidor, y el regimiento, a quien seguíantítulos y grandes. Y la retaguardia, el duque de Alba y el condede Villamediana. El rato de la tarde, que fue extremada, gasta-ron en correr delante de su Majestad y Altezas, que estaban enbalcones, gustosos de los carros y de sus invenciones, y de vertantas cuadrillas y tantos señores con tan gran gala y bizarría»93.

En cuanto a las carrozas alegóricas, podemos reconstruir suaspecto gracias a textos como éste: «A las cinco de la tarde sehizo una máscara de diferentes invenciones y carros, la cual em-pezó desde el Prado de San Jerónimo y vino por la calle Mayora Palacio, donde su Majestad la vio. Empezó con música de chi-rimías y trompetas a caballo, con libreas de los colores de la Vi-lla, y a ellas seguía un carro tirado de dos camellos, y en él unamontaña, y sobre ella el caballo Pegaso, de cuya altura se despe-ñaba una fuente tan nombrada de los Poetas, y al pie de ella lasMusas con diferentes instrumentos tañían y cantaban. Tras esecarro acompañaban muchas figuras a caballo muy bien vestidas,y con diferentes insignias en las manos, todos los famosos poe-tas, como fueron Virgilio, Horacio, Cicerón, El Petrarca yotros»1'4. Curioso cortejo de poetas paganos y figuras mitoló-gicas para honrar la memoria de un santo cristiano que no sedistinguió, precisamente, por el cultivo de las letras. Además deun número variable de estos carros alegóricos, figuraban en ta-les desfiles «Los pueblos circunvecinos (...) cargados con sus pen-dones de seda, cruces de plata y mangas de brocado»"5, así co-mo las parroquias de la villa con los suyos.

Un elemento que no podía faltar en las celebraciones era al-

1)3 Relación de la ¡ornada, y casamientos, y entregas de Hspaña, y Francia (1615),en J. SIMÓN DÍAZ, Op. cit., p. 97.

'M Relación de las fiestas de la beatificación de San Isidro (1620), en J. SIMÓNDÍAZ, Op. cit., p. 116.

>h Suntptuosas jiestas que la ¡'illa de Madrid celebro a XIX de Junio de 1622. hnla canonización de San Isidro, San Ignacio, San Francisco Xavier, San Felipe Ncri Clé-rigo Presbítero Florentino, y Santa Teresa de Jesús, en J. SIMÓN DÍAZ, Op. n i . ,p'. 168.

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F L c: i E L o

guna representación teatral, en la que, atendiendo a la solemni-dad de la ocasión, se cuidaba con especial esmero la escenogra-fía, procurando que resultase a un tiempo bella, novedosa, sor-prendente y rica. Veamos un ejemplo: «Hízose un tablado de 120pies en cuadro, el cual levantaba del suelo ocho pies y en mediode él se hizo una montaña de grutas, riscos, árboles, yerbas yflores, con varios animales pintados y verdaderos, y en la cum-bre se hizo un castillo con sus torres y almenas, estandartes ygallardetes, pintados en ellos las armas de su Majestad y de estaVilla (...) Subíase a la montaña por dos subidas o caminos, unopor entre peñas que subía a lo alto, y al principio de él, en lafalda de la montaña había una puerta con un padrón escritas lassiguientes letras: Aquí llegan los osados, y entran sólo los hu-mildes. El otro camino del otro lado correspondiente, éste eraentre árboles y amenidad, y subía hasta la mitad y daba fin enuna peña grande sobre la cual está una ermita de una pequeñaforma (...) Y al punto que su Majestad se puso a la ventana em-pezaron del Castillo trompetas y atabales y chirimías con otrosdiferentes instrumentos, a cuyo son se aparecieron por cada la-do de la montaña dos distintos ejércitos de gente de guerra muybien vestidos, a lo antiguo y romano, que habiendo pascado eltablado empezaron diferentes escaramuzas de bailes y, acabados,se hizo una pequeña representación de los Milagros de San Isi-dro»'"'.

Vemos, pues, que las fiestas se celebraban de manera públicay colectiva, y en ellas tomaba parte toda la villa y corte, desfi-lando, iluminando las casas, figurando en alguna comparsa o, sim-plemente, contemplando los muchos, variados y deslumbrantesespectáculos. Había, empero, otras diversiones más distinguidas:recepciones y bailes que tenían lugar dentro del palacio y dondea veces danzaban incluso los propios reyes. Un último ejemplo:«En palacio estaba ordenado sarao por remate de la fiesta, el cualse comenzó con la majestad que se acostumbra en presencia detan gran Monarca. (...) Los Reyes danzaron algunas veces, y enlo que más hubo de ver fue la pavanilla de tres, que danzaron

'"' Relación de las fiestas de beatificación de San Isidro (1620), en J. SIMÓNDÍAZ, Op. cit., p. 117.

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(i h O (, li A F I A H I A E T K U N I D A 1) H L C I E 1 O

tres a tres. El Rey, duque de Cea, y conde de Saldaña de una parte.La Reina, doña Catalina de la Cerda y doña Juana Portocarrerode otra, donde en cada uno hubo cosas maravillosas que ver tantoen el primor, concierto, correspondencias, y gallardía, como enla destreza, donde se cifró cuanto se puede pensar de danza, galay bizarría, por ser la traza e invención del maestro más primoque hoy se conoce, con lo que se dio fin al día tan célebre y anoche tan regocijada»''7.

Ya tenemos una idea bastante aproximada, a mi juicio, de có-mo se divertían los cortesanos españoles del siglo X V I I . Tome-mos ahora la otra línea paralela, y tratemos de averiguar cómocelebran las fiestas los felices moradores de la corte del Rey dereyes. ¿Tendrán, por ejemplo, bailes? Nuestro antiguo conocido,el padre Martín de Roa, piensa que una diversión que, en la tie-rra, autorizan con su presencia, incluso tomando parte activa,nada menos que los reyes de España, representantes de Dios enel suelo, no puede ser mala. Lo que alegró los ojos de los Felipeses, sin duda, un espectáculo digno de desarrollarse ante la mira-da del supremo Hacedor.

Razona así este impagable jesuíta: «Todo honesto entretenimien-to de los que en esta vida se hallan, cortadas- todas las imperfec-ciones que aquí nuestras malas inclinaciones les mezclan, mejo-rados en orden superior, en que el Cielo se aventaja a la tierra,y los moradores de él, a los de ésta, podemos entender, que sehallará también en aquellas bodas eternas, que allí se celebranentre Dios y los hombres. ¿Qué cosa en éstas o más alegre, omás usada, que los saraos y danzas, regocijados fines de sus con-vites? Persuadiránse muchos que no faltarán en el cielo, y yo, quesoy uno de ellos, daré razón de lo que me persuade a creerlo»1'".

Las razones que aporta Martín de Roa son varias. En primerlugar, los santos tienen que exteriorizar su regocijo de algunamanera, y el baile es una forma sencilla y natural. Además de

''7 Relación del jiiraint'iito del serenissimo Principe de Castilla don Felipe quartc-deste nombre en J. SIMÓN DÍA/, ()p. cit., p. 60.

''* MARTÍN DE ROA, listado de los bienaventurados en el Cielo, de los niños enel Limbo, de los condenados en el Infierno, y de todo esle universo después de la resurrec-ción, y juysio universal, Barcelona, 1630, fol. 54.

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ser una diversión, es también un espectáculo, y así, sin faltar alrespeto debido al Señor de los ciclos, los bienaventurados le agra-decen sus mercedes de forma decorosa y grata a los ojos. Noes, por otra parte, ninguna novedad, pues aquí en la tierra el cultodivino incluye, en ocasiones, danzas ceremoniales. David bailódelante del Arca de la Alianza, acompañado de coros, y tambiénhubo baile cuando se inauguró el templo de Salomón y cuandoJudit venció a Holofernes. Aún en nuestros días hay templos cris-tianos en los cuales se ejecutan complicados y ceremoniosos bailes.

Una vez que ha demostrado cómo, desde tiempos muy remo-tos, ha figurado ese regocijo en el culto, el autor quiere conven-cernos de que, aun en su versión profana, es un entretenimientohonesto, cuando se ejecuta como se debe, sin desfigurarlo conlas malas inclinaciones.

Y para demostrar tal extremo recurre al ejemplo de la cortemadrileña: «Los que se han hallado en palacios reales, y vistoallí los saraos de las damas, refieren que es tanta la gravedad, ymodestia, tan grande la compostura, el decoro y decencia conque se hacen, tanta la serenidad y sosiego de los semblantes, losademanes y movimientos de todo el cuerpo, tan decentes, tangraves, tan compuestos, que ni desdicen de la majestad de las per-sonas Reales, y componen los más licenciosos ojos de quien losmira. De aquí podemos entender con cuántas ventajas en todose podrán hacer semejantes regocijos en el cielo a vista del mis-mo Dios y de la Princesa de los ángeles, su Madre santísima,por los príncipes de su Corte, por sus esposas las vírgenes, to-dos en destreza del arte, en santidad y modestia, milagros delmundo. Parece muy verosímil que será éste uno de los gloriososentretenimientos de aquel soberano Palacio. Será gloria ver el or-den, el concierto, el compás, el decoro, la majestad con que losbienaventurados darán estas muestras de alegría, haciendo fies-tas a su Redentor»''1'.

Vemos que los bailes, cuando los sanciona la muy alta majes-tad del rey de España, son espectáculos incluso edificantes: nosólo no incitan al pecado, sino que traen al buen camino los ojosprofanos y los pensamientos descompuestos. Si tanta armonía

"'' ()p. cit., fol. 56.

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(i 1-: O <; U A F I A I) E I- A E T H It N 1 I) A I)

y decoro hay en los saraos terrenos, fácil es imaginar cómo se-rán los celestiales, superiores en corrección, en suntuosidad y no-vedad incluso a los más memorables de aquéllos.

La coreografía de estas danzas celestes será, a veces, muy com-plicada. En algunas añade el autor, los santos evolucionarán «ha-ciendo mudanzas con las coronas, y palmas», y además la dotede agilidad permitirá figuras tan vistosas como poco usuales.

Estos festejos tendrán lugar en diferentes ocasiones. Los san-tos «celebrarán allí sin duda la memoria de los insignes benefi-cios, que en la tierra fueron precisos medios para gozar ellos elfin último de su bienaventuranza: el nacimiento y concepciónde la Virgen, los de Cristo, su Redentor, y otros soberanos mis-terios, con las demostraciones de alegría; que caben en cuerposhumanos y no desdicen de aquel estado. Tales pueden ser pro-cesiones, cantos, saraos, que ya un coro, ya otro de los biena-venturados, acompañados de sus hermanos los ángeles, puestosen orden (...) pasarán en presencia de Cristo nuestro Señor, yde su Madre Santísima, prestándoles adoración, y reverencia comoa sus Reyes, con demostraciones también exteriores de cuerpo,si semejantes a las que usaron en la tierra, superiores mucho engravedad»'"".

Así pues, las fechas señaladas se solemnizarán con bailes, y tam-bién con ordenados desfiles ante las Majestades celestiales, co-mo se acostumbraba en la tierra. El propio autor hace hincapiéen el paralelismo, y añade que no se diferenciarán gran cosa delo que se veía en las calles, con la salvedad de que los santos semoverán con un aire más grave, más digno, con el empaque pro-pio de su elevado rango.

También aporta el estupendo jesuita pruebas positivas de lanaturaleza de los festejos eternos. Una joven, hermosa y de altacuna, era descomedidamente aficionada a los bailes, y a tanto lle-gaba su gusto por estas diversiones, que no pensaba en otra co-sa. Por lo demás, era buena y piadosa, pero un fraile dominico,amigo de su familia, pensó que todo abuso es peligroso, y quepor aquel gusto podía perderse. Así que habló con ella y le dijoque, si renunciaba a los bailes en la tierra, podría danzar eterna-

11)0 Op. cit., fol. 58.

i c: i F. i o

mente en el Cielo. Ella accedió, siempre que el buen religiosole garantizara que en el Empíreo hallaría regocijo tan de su agrado.El adujo muchas razones y la doncella, convencida, se retiró delmundo y vivió ejemplarmente. Murió poco después, y, en su ago-nía, dio las gracias al dominico, diciéndolo que ya veía los corosde santos danzando, y el lugar que iba a corresponderle en aque-llos bailes sin fin.

También se nos dan noticias de otras celebraciones. Sabemos,gracias a la visión de un devoto sacristán genovés, que el día deTodos los Santos se festeja con una máscara. En efecto, el ilumi-nado sacristán «vio al Rey de Reyes sentado en un Trono Real,cortejándole todos sus ángeles. Vino luego su Reina, la Santísi-ma Virgen, acompañada de muchos coros de vírgenes, a quienel Rey se levantó y dio silla y estrado junto a su persona. Des-pués, un personaje vestido de pelos de camello, con muchos otrosvenerables ancianos, luego otro en hábito pontifical, con algu-nos otros del mismo; después innumerables soldados, y última-mente gran tropa de gente de toda suerte de estados»"".

En estos desfiles, los ángeles figurarán mezclados con los hom-bres, y es verosímil, según el autor, que, para tales ocasiones, to-men los espíritus angélicos figura corporal, fabricada con aireo con la materia de que estarán hechas las cosas en el Empíreo,aquella sustancia de luminosa transparencia.

También sabemos cómo se celebrará la fiesta de la Candelaria,gracias a la visión de una doncella paralítica, noble y devota, queestando desconsolada por no poder asistir al templo en día tanseñalado, fue arrebatada en espíritu a la celestial Jerusalén, «dondevio una solemnísima procesión de todos los bienaventurados. Ibande dos en dos, por su orden, con candelas encendidas en las ma-nos, patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, confesores, vírgenes,cantando todos las antífonas y salmos, que en esta fiesta canta laIglesia, haciendo pausa a trechos como acá se acostumbran» "'-.

Luces y desfiles, como aquí, y hasta con los mismos cánticos.Verdaderamente, los bienaventurados no sentirán en el Empíreonostalgia ni desarraigo. Todo será igual, mejorado, es cierto, pe-

Op cit., fol. 60.lindan

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ro reconocible, guardando un aire familiar con el mundo que de-jaron atrás el día de su muerte. Incluso en el día en que se con-memora la memoria de algún santo señalado, es probable quesus compañeros de gloria le rindan homenaje recordando susprincipales hazañas en la vida mortal: una suerte de representa-ciones teatrales a lo divino.

Este paralelismo a nosotros nos resulta chocante, pero no asía los españoles del seiscientos, acostumbrados a comparar situa-ciones de su vida presente y de la futura que anhelaban. Era unsustento de la esperanza, un modo de conjurar el miedo a la muer-te, una reacción natural del deseo de supervivencia: el que espe-ra un mundo detrás de la barrera oscura no desea otra vida, sinosu vida, sustraída al poder de la terrible Dama, a salvo para siem-pre, aunque, naturalmente, desprovista de miserias e incomodi-dades —de hecho, esas molestias, aun las más graves, se mini-mizan incluso en esta vida, cuando las contemplamos desde laóptica de la muerte—. Hablar de la vida futura en términos dela existencia presente es un consuelo para el alma atormentada porel miedo a desaparecer. Hablar de esta vida en términos de lavenidera es una exaltación de ésta, que queda enaltecida, tras-cendida en lo eterno.

En el Empíreo, además, hay días únicos, irrepetibles, señala-dos por ceremonias de gran vistosidad. Uno de ellos fue, desdeluego, el de la Ascensión del Señor, precedido por un tropel deángeles que gritaron por tres veces, anunciando su llegada y re-clamando que se abrieran las puertas de la ciudad, que se acer-caba su Dueño. Pero la ceremonia que aparece descrita más pro-lija y frecuentemente es la Asunción de María y su recepción enel Ralacio eterno. Para mejor comprender el carácter local y cor-tesano de estas descripciones, veamos cómo se desarrollaba unaescena similar en el Madrid el siglo XVII.

En el juramento de Felipe IV como heredero de la corona, «Alos grandes señores los tocó ir después de los prelados de la suerteque acertaron a estar sentados en el banco, que fue de esta ma-nera (...) En saliendo de su lugar subían ocho gradas, y en lo al-to del teatro hacían reverencia al santísimo Sacramento, luegoal Rey y a la Reina, al Príncipe y a la Infanta, a las grandes seño-ras, y a las damas. Luego caminaban seis pasos y se arrodillaban

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delante del Cardenal, donde juraban y luego pasaban a hacer elpleito homenaje en manos del conde de Miranda. De allí ibana besar la mano al Príncipe y luego a sus Majestades. Recibié-ronlos con demostraciones de alegría, porque, cuando besabanla mano, les echaban la otra sobre el cuello, y el Rey no sólo echabael brazo, sino la capa, y los levantaba abrazándolos, levantándo-se su Majestad algo de su asiento, la Reina hacía lo mismo, des-pedíanse con otras tantas reverencias, y vuelto uno al banco, sa-lía el otro con gran autoridad y ésta fue la orden que se tuvocon los grandes» '"\s que son ceremonias relativamente sencillas, pero

solemnes, cuyos participantes actúan con gran dignidad, movién-dose de forma lenta y majestuosa, dentro de un orden riguroso,impecable. Hay un tono general de respeto, pero a un tiempode dignidad y propia estimación, y el homenajeado correspon-de con un gesto afectuoso.

Y, para terminar, veamos la descripción que hace de un so-lemne recibimiento en la Corte celestial el mejor de los predica-dores españoles del barroco: Paravicino.

Paravicino pondera la extenuante belleza del instante en queasciende María «vertiendo elementos, Cielos, estrellas, luces, án-geles hasta meter sus méritos la cabeza dentro del solio deDios»"". La suntuosidad de su entrada superó incluso, a la desu divino Hijo, «porque cuando nuestro Redentor subió al Cic-lo, no se pudo El recibir a sí mismo, que subió, ángeles soloslo recibieron. Pero hoy, que sube su Madre, El sale a recibirlael primero; luego más honrado recibimiento es el de la Virgen,que el de su Hijo. El caso no es muy dificultoso. Claro está, quesi Madrid hiciese fiestas al Rey nuestro Señor (que Dios guar-de), y él las fuese á ver, no serían tan ilustres como si las hicieseal alumbramiento feliz de la Reina nuestra Señora, y su Majes-tad (Dios la guarde) saliese a ellas.

Lo que con venia de este Ilustre Príncipe ponderaba yo de nue-

Relación del juramento del icreiiiísinw Principe de ('.astilla ¡ion l-clipe quartadestc nombre (1608), en J. SIMÓN DÍA/., ()¡>. cit., pp. 58-59.

104 HORTKNSIO FF.LIX DF. P A R A V I C I N O Y ARTFAGA, Oraciones evangélicas odiscursos panegíricos y inórale?, Madrid , 1766, 6 vols., vol. IV, p. 445.

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vo es que aun de los cortesanos del Cielo no fue tan grande elrecibimiento de Jesucristo, porque yo oigo a los ángeles, que vandelante a dar voces a las puertas del Cielo: Attollitc portas. Abrid,príncipes, esas puertas, que viene el Rey de la gloria. Luego ha-bía quien abriese dentro. Angeles se quedaron a abrir los Cielosy ver la entrada. Pero hoy, Dios el primero, sus ángeles después,toda la corte celestial salió al acompañamiento. Y que saliera laCorte y los ciudadanos, aún no me espantara; pero (...) que elmismo Cielo Empíreo, la misma Corte, y Jerusalén Celestial,guarnecida de sus diamantes eternos, e inmortales basas, salióal camino. Y entiéndese así de aquel lugar del Apocalipsis: Vídicivitatem sacratamjerusalem novam descendentcm de Codo. ¡Raro ca-so! ver desasirse de las rocas del cristal de que se forma el Cieloúltimo, sagrados cimientos de Jerusalén que alumbra el Corde-ro, y ver mover aquella máquina imperial, aquel Empíreo asien-to, llenando de luces, y de asombro el aire, en busca de esta Señora.

«Si fuera Madrid tan poderosa en un recibimiento Real, queno sólo salieran los príncipes y nobleza española a la fiesta, sinoque arrancando este pueblo de los pedernales de su cimiento, todaesta lustrosa población saliera media legua al camino; quien vierade lejos moverse tanta y tan majestuosa pesadumbre, ¿qué dije-ra? ¿Qué admirara?»105.

Comienza el autor con una pincelada breve y reveladora, lavisión deslumbrante de María derramando estrellas, esparcien-do cielos a su paso. Luego ra/ona lo suntuoso de un recibimien-to en que el mismo rey participa, y añade que todos los cortesa-nos celestiales, sin dejar uno solo, salieron al camino a aclamara su Reina y darle la bienvenida. Cuando ya tiene a los oyentesatónitos, suspensos, sin aliento, en un esfuerzo increíble aún lo-gra sorprenderlos: la propia ciudad, la Jerusalén celeste, se des-prendió de sus eternos cimientos y se adelantó hacia la Princesade los ciclos, impaciente por albergarla y servirle de trono. Y,para hacer mensurable el asombro, la continua referencia a Ma-drid, que pone a su estupefacto auditorio ante las dimensionesexactas de la maravilla.

Op. dt., pp. 469-470.

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Todavía nos dejó el prodigioso mercedario otra espléndida des-cripción de la triunfal entrada de la Reina Madre. Dice: «Acu-dieron (si no desalados, que decís) desalentados del ansia de ade-lantarse, tropezando luces, unas plumas en otras amorosamente,las jerarquías todas de los ángeles (...) No quedó en el ciclo án-gel, ocupado el aire, desatando el cielo lluvias animadas de oroy nieve. Bien que sabrosa y entendida perplejidad los tuvo co-mo neutrales aquellos tres días, si acompañarían el alma, que era,si mayor que ellos, de su género al fin, sino especie o se queda-rían con el cuerpo, que había sido más glorioso en la oficina desu Hacedor, que sus espíritus todos.

Ya al subir en cuerpo y alma divina gratitud de su Hijo, Elllegó al primer paso del mármol a abrazarla, si con ternuras deHijo, con influencias de Dios ""'.

Bellísima pintura de los ángeles, perdiendo plumas y resplan-dores, atropellados, en su ansia de contemplar a su Señora. Ycuánta exactitud al describir el gesto del Soberano, lleno a untiempo de cariño y de dignidad, que se adelanta para abrazar ala Madre, pero sin perder el decoro debido a su rango, sin des-componer el ademán, y mostrando a un tiempo su infinito amory su elcvadísimo linaje, que, evidenciándose en la presencia, honramás a la que lo concibió.

6 . L U G A R D E P L A C E R E S

El español del barroco era un hombre ansioso de novedades,contenido en sus gestos, pero extremado en sus pasiones. Poreso, era importante señalar las divergencias entre los goces ce-lestiales y los terrenos, pues, si todo había de ser igual, acechabael fantasma del hastío, con el agravante de la eternidad. Dentrode los autores que ponderan los placeres de aquél lugar diseña-do para el gozo algunos se dedican exclusivamente a poner de

""' HORTENSIO FÉLIX PARAViciNO Y AKTEAGA, Ontfwncs evangélicas, Ma-drid, 1638, fol. 144.

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relieve su diferencia con las alegrías de la tierra. Es curioso, sinembargo, que todos hablan de gozos, entretenimientos, gustos,distracciones, placeres, y no felicidad. El placer, como el contento,es algo exterior al sujeto, necesita de un otro, de un agente quele proporciona ese placer, mientras que la felicidad es algo inte-rior, propio, intransferible, que emana del perfecto equilibrio delsujeto consigo mismo. La felicidad es el resultado de la virtud,es prácticamente lo mismo que ella. El placer, en cambio, puededarse en seres desdichados. Un asesino, por ejemplo, ha roto supropio equilibrio con su acción, pues el que destruye la vida mer-ma también su propia vida, y, sin embargo, puede obtener pla-cer si aspira un perfume, degusta un plato exquisito o realiza elacto sexual. Del mismo modo, un hombre puede ser feliz y nosentir placer ni estar contento, y así será, sin duda, si sufre la muer-te de un ser querido o es sacudido por el dolor físico, pero, aunen medio de estas situaciones desagradables, persiste inalteradasu felicidad, y en ese sentido decían los estoicos que el sabio yel justo son felices incluso en el potro del tormento, no porquesean insensibles o masoquistas, sino porque nada ni nadie, ex-cepto ellos mismos, puede arrebatarles ese íntimo florecimien-to.

Dios, por tanto, no puede regalarle la fclicidad_al justo, porqueel justo ya la posee, por serlo, sin deberle nada a Dios__rjor_ellp.Lo que otorga a sus fieles son placeres siñ~fm7justo precio a laextenorí3áH"de una morarcomo la contrarreformista, que se sa-tisface en la apariencia y en la corrección de las formas y consi-dera peligrosa, como un primer paso hacia la herejía, la excesivaprofundización en las conciencias. Por eso, porque son meros pla-ceres, y no felicidad, pueden causar hastío los goces celestiales,y por eso los autores se apresuran a garantizarnos que no ha deser así, basándose por lo general en que aquellos han de ser, nosólo más intensos, sino de otra naturaleza que los terrenos, sien-do fundamentalmente los mismos, de la misma manera que nues-tro cuerpo, sujeto del placer, será el mismo que tuvimos en latierra y será, a la vez, distinto, de superior naturaleza y más aptoy capaz para el goce.

Entre los autores que se ocupan de la diferencia entre ambosplaceres uno de los más enérgicos es Pedro de San José, que di-

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ce: «Gran disimilitud tienen entre sí los bienes del Cielo y dela Tierra, diversa calidad se halla en unos que en otros, pues losterrenos siempre los afecta el corazón humano, solícito y desve-lado desea su posesión, y en poseyéndolos (o porque experimentasu instabilidad, o porque están llenos de espinas y amarguras yno llenan jamás el corazón) los aborrece y desprecia; los celes-tiales ya van por diferente corte, pues éstos no los desean los hom-bres, no aspiran ni anhelan por ellos, descuidadas están de ordi-nario las criaturas a su pretensión; pero si acaso llegan a gozar-los y a poseerlos por algún camino (...) tanto los desean poseer,que más parecen deseos que posesiones el gozarlos (...) Sea elmayor encarecimiento de este asunto, lo que el Apóstol S. Pedrodice de los ángeles, espíritus puros, que están gozando siemprede la gloriosa cara de Dios, y están deseando ver y mirar al mis-mo que están viendo y mirando siempre» "l7. Sofisticada distin-ción, extraños bienes, más deseados cuanto más poseídos, quenos insinúan una eternidad extenuante, a la que podríamos cali-ficar de agotadora y casi perversa si no fuera porque la presideun Dios unilateralmente bueno, que ha preparado aquel lugarprecisamente para descanso de sus elegidos.

Otro autor pone el acento en esa igualdad diferente de las di-chas celestiales: «Muchos se alegran en el mundo, unos con estaocasión, otros con la otra, más ninguna hay que pueda compa-rarse con aquel gozo del cielo. Y así, Tamquam iucundatorum, co-mo ésta que conocemos, porque no será ésta, sino otra más aven-tajada y más perfecta» "m.

Aquí el detalle difercnciador es la intensidad y refinamientodel goce. Un tratadista enfoca el asunto de otra manera: «Hu-manas y divinas letras hacen tan verdadera mi propuesta, (...) queme desobligo a probarla. Porque no sé que hubiese gozos, ni mun-danos festejos, en que no tuviesen parte los delitos, o hiciesensuerte los arrojos, de vanidad originados y con lo mundano en-tretejidos. Los regocijos del cielo toman opuesto rumbo: arres-

PEDRO DE SAN JOSÉ, Gloría de María Santissimii en icinioues duplicadospara todas sus festividades, Alcalá, 1651, p. 341.

108 BASILIO PONCE DE LEÓN, Primera parte de discursos para todos los Evan-gelios de /<; Quaresma, Salamanca, 1608, p. 269.

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tan todo el conato, en que se suplan faltas, no en que se amonto-nen culpas» "'lí. Según este interesante texto, los goces terrenosson imperfectos porque en ellos se mezcla el mal, y por lo tantoel desasosiego, y la disarmonía; cediendo al mal, el nombre pierdesu integridad, malbarata parte de sí mismo, queda en falta por-que realmente le falta algo, está disminuido, desordenado, frag-mentario. Los goces celestiales, en cambio, restituyen al hombreen su integridad, restablecen su equilibrio, lo reestructuran, por-que en ellos todo es bien, todo es plenitud, y por eso aumentan,amplían la capacidad del hombre, lo reconcilian consigo mis-mo. Nos da este autor una imagen de tales deleites muy cercanaa la definición de felicidad.

Un predicador, precisamente en el sermón fúnebre dedicadoa Lope de Vega, distingue las dichas del Ciclo por su capacidadpara enamorarnos a primera vista, por captar nuestros sentidosy arrastrarnos en su vértigo, mientras que los placeres terrenoscereccn de esa fuerza irresistible de atracción, de ese instantáneoimpulso, que hace que, para el hombre, sea lo mismo verlos quedesear ardientemente su posesión. Con respecto al Cielo, la tie-rra palidece porque «es muy inferior grado al de ella en esa no-bleza. Y así Job lo diferencia, que cuando el Cielo sin que le ha-gamos preguntas, dice David que nos enamora; aquí al contra-rio, en la tierra y sus alhajas, para que hagan tercería a amoresdivinos, nos remite Job a que se lo preguntemos (...) Indicandoavisadamente que ahí es menester más tardo examen no comoel Cielo, que al breve instante que los ojos lo divisan, nos arre-bata a divinas admiraciones, ejecutivo en reclamos más poten-tes»110. De modo que ese incontestable poder de seducciónemana de la evidencia con que el cielo deja transparentar la be-lleza de Dios, que es tal que no puede contemplarse sin caer ren-dido de amor.

Otro predicador nos persuade de que todos los goces del mun-

'"'' JUAN BAUTISTA DE LA EXPECTACIÓN, LHZCS de la Trinidad cu assumptosmorales para el pulpito, Madrid, 1666, p. 236.

1 1 1 1 IGNACIO DE VITORIA. Oración funeral a honras de Lope de Vega, en Ideasdel pulpito y teatro de varios predicadores de Uspaña en diferentes sermones panegyricos,de ocasión, fúnebres, y morales, Barcelona, 1638, vol. I, p. 138.

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do son engaños, y así sólo los del Cielo, patria de la verdad, sonverdaderos placeres. Hay acritud y aspereza en las palabras delorador: «La Patria de la verdad es el Cielo, luego es forastera delmundo. Como a forastera la tratan, porque no la admiten. Enel mundo nació, dice David ¿pues cómo está en el Cielo? Esees el desengaño. Nació en la tierra. Crióse con los mortales. Tra-táronla con desprecios. No sé si la desterraron. Lo que sé conevidencia es que está en la esfera. Luego debió de morir, y porsanta se la llevó Dios a su Gloria.

' En el Cielo no hay opiniones, porque se conocen claras las ver-dades. Luego de no conocer las verdades, nacen tantas opinio-nes. Luego en el mundo no se conoce la verdad, pues corre deella tan varia opinión. ¿Pues cómo se defiende lo que no se co-noce? Hermosa dificultad. Porque se presume que se alcanza. Lue-go por una presunción afirmamos que es verdad. Enferma ver-dad, qLie te tundas en el viento de una presunción. No es vicio,dirá el Sabio. Defienden prudentemente la verdad, porque ima-ginan que k penetran; y cada uno defiende su imaginación, por-que juzga firmemente que es verdad. Luego en el mundo no haymás verdad que pasarle a cada uno lo que piensa que es verdadpor la imaginación. ¿Y dan crédito a esas imaginaciones? Sí, por-que imaginan que son verdades. Luego del vano apoyo de Linaimaginación pende el crédito de la verdad»1 1 1 .

Todas las cosas de esta tierra no son sino imaginaciones y apa-riencias. No amamos nada, porque nada conocemos, sino quecreemos conocerlo. No poseemos nada porque no sabemos na-da, y por eso mismo de nada podemos gozar. A este extremotan desdichado nos llevó la primera fal ta del hombre, y sólo elCielo nos abrirá las puertas de la verdad, y, consecuentementedel conocimiento, primer paso del amor y verdadera posesión.Así, el que cree gozar en esta vida, sólo está siendo víctima deun juego de su fantasía: se imagina que goza; y aun el discretoes desgraciado, porque vive para una verdad ficticia. Los huma-nos parecen como seres ridículos, afanándose tras burdos fan-tasmas, enamorados de unas pinturas de las que ni siquiera sa-

1 1 1 M A N U h L DE G U E R R A Y RIBERA, Qnare.-ma continua. Oraciones evangéli-cas para todos los días, 2 vols. Madrid, 1699, vol. II, p. 201.

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ben si son fieles al original. Un amargo sermón el de Manuelde Guerra, más tenebroso aún por el tono malhumorado de suprosa.

Un catecismo de principios de siglo nos da un resumen, con-ciso pero lleno de contenido, de los deleites de ultratumba.Dice:

«Considera la hermosura, resplandor y grandeza de aquellugar.

El contento que será ver a la Santísima Trinidad fuente de to-da bondad.

Ver a Cristi) Rey de los Cielos en su grandeza y majestad.Ver a la Beatísima Virgen y a todos los santos llenos de tan

grande gloria.Gozar de su suavísima conversación.Estar adornado con aquellos tan ilustres dotes del cuerpo y

de ánima.Gozar de tan grandes y preciosos bienes que ni ojo jamás vio,

ni el hombre pudo imaginar.Ver allá abajo los espantosos demonios que con el favor de Dios

venció.Ver sobre sí aquella gloria sempiterna que alcanzó por los mé-

ritos de Cristo.Gozar del fruto tan copioso de la penitencia pasada.Holgarse tanto con los bienes de todos los que están en el cic-

lo como de los suyos propios.Recibir un deleite increíble en todos los sentidos.Ver a Dios sin fin, amarle sin cansancio y alabarle sin cesar.La segura y eterna posesión de todos estos bienes»11-.

Los santos recibirán, pues, deleite en virtud del lugar en quese hallan, de su alma, y sus potencias, de su cuerpo y sus senti-dos, de la presencia de Dios, de la compañía y trato de todoslos otros bienaventurados, de la conciencia de su propia gloriay de la seguridad de no perderla. Generosos con sus iguales, sealegrarán de ver a los otros santos tan felices como ellos, mez-quinos con los caídos, se regocijarán en la desdicha de los con-

1 '2 PABLO JOSÉ ARRIAGA, Directorio espiritual, para exmicio y provecho del Co-llegio de Sant Martin en Lima en el Piru, Lima, 1608, pp. 308-309.

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denados. Será, ademas, un consuelo para ellos saber que debenlos gozos actuales a sus sufrimientos y penitencia durante la vi-da pasada.

Francisco Sobrecasas fundamenta la dicha celestial en tres ca-racterísticas. La primera es la saciedad de los deseos: «El templo,en donde entran los justos, es la inmensa circunferencia de Dios,que los ciñe y rodea con su deleitosa luz. Este es el tálamo endonde se celebran las bodas de Dios y el alma. Y éste es el cen-tro en donde se halla el descanso, porque ya no tiene a qué aspi-rar el deseo. En el Templo de la tierra estaban los deseos adorna-dos con la esperanza del premio: Desideria oculorum amata. En eltemplo de la Bienaventuranza están los deseos, no sólo adorna-dos, sino saciados y satisfechos. ¡Oh felicidad sin medida, con-suelo sin mudanza y exaltación sin reveses de fortuna!»"1. Sinembargo, esta saciedad no traerá aparejado el fastidio que aca-rrea en la tierra la satisfacción prolongada, porque Dios combi-na deseo y plenitud, disponiendo «un manjar suavísimo para elalma, que saciándola llenamente con su esencia aumenta a losdeleites el primor con la admirable y dulce novedad». Inventán-dose a sí mismo cada día, el Creador proporciona infinitas va-riaciones al placer de sus elegidos.

Esta variedad es la segunda característica de la Gloria: «Así,pues, se comunica Dios a los bienaventurados. Déjase ver coninefable fruición de las almas, mas no se deja comprehender suluz infinita. Siempre la admiración reina en quien lo goza; y co-mo la admiración contempla el bien con gustosa novedad, co-mo siempre lo admira, siempre el gusto se renueva. De este prin-cipio nace el que se goza el sabor de la esperanza, sin perjuiciode la posesión eterna: porque, como siempre Dios parece inac-cesible y admirable, siempre da nuevo sabor de sus altas perfec-ciones» "4.

Dios es infinito. El infinito puede dividirse en infinitas partesinfinitas. Así, Dios puede colmar cada día las capacidades de losbienaventurados, otorgándoles un conocimiento de su esencia

111 FRANCISCO SOBRECASAS, Sermones sobre los Evangelios de las fiestas ma-yores de la Quaresma, Madrid, 1690, p. 144.

114 Op. cit., p. 146.

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(. >: O G R A F I A D E L A E T F U Ñ I D A 1)

que desborda sus almas y un inmenso goce de su hermosura,y, a un tiempo, mostrarse siempre distinto, sorprendiéndolos, yuniendo a la plenitud el deseo y a la posesión la esperanza, enun perpetuo noviazgo en que el alma, saciada, sigue anhelando.

La tercera característica de los goces eternos es la imposibili-dad de perderlos: «La última llcncz de los bienes es no hallarsedía último en las felicidades. La perseverancia que tuvo el almaen merecer, se premia con la perseverancia en el gozar. El mayorbien, si es fugitivo, tiene más de susto que de consuelo. El me-nor bien, si es durable, se multiplica todos los días con la pose-sión dichosa. ¿Pues qué será gozar todos los bienes en un junto,sin diminución, sin variedad, sin mudanza, sin peligro y sin tér-minos? (...) Siendo así que la eternidad es una duración indivisi-ble, que abraza todos los tiempos imaginables, no fatiga, nimolesta con la perpetuidad de lo que se goza. Renuévanse lasdelicias, porque todo lo que han de gozar, lo tienen ya presenteen la fruición. Esta es la bendición más fecunda de soberanosdeleites, más fértil de dulces amenidades, porque tan reciente, nue-vo y maravilloso será el gusto del bienaventurado pasados mi-llones de siglos, como en el primer instante en que subió a serdichoso»"". La duración y la seguridad se unen a la renovaciónconstante, pero esta renovación no provoca impaciencia ni in-quietud, porque el bienaventurado tiene siempre todo el gozo deque es capaz, y lo que hace a lo largo de la eternidad es desarro-llarlo.

Para Sebastián Izquierdo, el principal placer de los elegidos na-cerá del amor. El amor es el que establece el orden y armoníadel Empíreo, y el amor anudará tiernas relaciones entre todoslos santos, y proporcionará un placer estimadísimo: la tertulia.«De la misma caridad mutua nacerá que el trato de los ciudada-nos de esta ciudad será amabilísimo, y su comunicación dulcísi-ma, y las conversaciones, que entre sí tendrán, sabrosísimas (...).Amándose todos los bienaventurados tan intensamente con unamor tan puro y tan racional, como fundado en la gran bondad,y muchas perfecciones, sin defecto de los objetos amados ¿cuántoserá el gusto que tendrán de comunicarse y de conversar entre

115 Op. cit., p. 150.

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sí?»'"'. Y no sólo será el gusto de conversar, ya de por sí desea-ble, sino el hacerlo con tan distinguidos interlocutores. Podrá cadauno hablar, siempre que quiera, con los santos más ilustres, conlos serafines más sutiles, e incluso con Cristo en persona o suencantadora Madre.

Al trato con esos refinadísimos contertulios, se unirá, si así lodesea el afortunado habitante del Cielo, el placer de los viajes.Podrán los santos, ayudados de sus dotes sobrenaturales, «darvuelta, siempre que gustaren, no sólo al Cielo Empíreo y a to-das sus partes, sino a todos los demás Cielos, y a todo el restodel Universo. Lo cual ejecutarán varias veces, conforme fuere subeneplácito. (...) Grande sin duda será su alegría, cuando sin per-der a Dios de vista, al cual hallarán presente en todo lugar, bajendel Empíreo, y pasando por el Cielo de las aguas con admira-ción grande de su hermosura, lleguen al firmamento, y se espa-cien por todo él, salten de estrella en estrella, y dando graciasinfinitas al Criador, que tales y tantas y tan herniosas criaturasallí crió. Luego descenderán por esa amplitud del etéreo discu.-rriendo por los siete planetas, viendo en cada cual de ellos suparticular belleza, y considerando sus propiedades, hasta llegara este globo de la tierra, donde se consolarán mucho de recono-cer aquellos lugares, en los cuales vivieron. (...) Y algunos pien-san, que bajarán también hasta poder ver de cerca a los Conde-nados» "7.

Imagina nuestro jesuíta un Cielo que nos permite represen-tárnoslo como un intelectual de insaciable curiosidad científica.Los mayores placeres que concibe, tanto la conversación con se-res sapientísimos y buenos, como los viajes, revelan una inquie-tud por conocer y, a un tiempo, un sincero goce en la sabiduría.Los santos, interesadísimos, pierden su gravedad y saltan, feli-ces, de astro en astro, con la atención despierta, solicitada cadavez por un nuevo detalle. Hasta la visita a los infiernos toma unaire de investigación científica en este contexto, y nos resulta,por tanto, menos insólita que en boca de otros autores. Hay dos

1 1 ( 1 SEBASTIÁN l/.quiF.RDO, Consideniíiones tic los qtititro \\wssiinos < /<• / Hom-bre. Muerte. Juicio, Infierno, y (ilorij, Roim. 1672, pp. 4HO-4H1.

1 1 7 Op' cit., pp."498 a 500.

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E O Ci U A F I A I) h 1 A E I H U N I ]) A I)

detalles chocantes; uno, que los bienaventurados, vayan dondevayan, nunca perderán a Dios de vista; el otro, que, cuando sesupone que son inmensamente felices, diga el autor que sentirángran consuelo al ver, en la tierra, los lugares que habitaron, co-mo si toda una eternidad de deleites no bastara para apagar deltodo la nostalgia del suelo, la añoranza por los lugares en quese gozó y se padeció, donde hubo dolor, alegría, ilusiones, de-sengaños, amores, ausencias, soledad, compañía, muerte, y, enfin, vida, vida verdadera.

Otro jesuíta, Lus de la Puente, pone al Creador en el origende todas las dichas. En el Cielo el alma será feliz porque «todaestará como endiosada, llena de Dios, y hecha un Dios por par-ticipación eterna, inmutable, uniéndose con ella como el fuegosuele apoderarse del hierro, y penetrarlo, comunicándole su luzy resplandor, su calor y las demás propiedades que tiene, de modoque parece fuego» "*. Quedarán los santos anegados en el Se-ñor, aunque sin perder su individualidad, fusión que no disuel-ve, sino que enriquece y dilata al bienaventurado, divinizándo-lo, como se atreve a decir el autor.

La memoria gozará recorriendo los infinitos contenidos delEspíritu divino y recordando sus atributos. El entendimiento sa-ciará su sed de sabiduría conociendo y comprendiendo al Crea-dor, y con El toda su obra, y la voluntad colmará sus deseos conel amor inacabable del Cordero.

Concluye: «Finalmente para entender de una vez la grandezay hartura de la gloria, ponderaré esta razón que las abraza todas.Lo que hace a Dios bienaventurado, y le harta y da infinito go-zo, bastante será para hacer en mí proporcionalmente otro tan-to: luego como Dios desde que es Dios, y por toda su eternidadsea bienaventurado, y esté harto gozoso sin fastidio alguno, consólo verse y amarse, sin tener necesidad de otra cosa alguna fue-ra de sí, también yo seré bienaventurado, y estaré harto y gozo-so con sólo ver a Dios, amarlo y gozarlo, sin tener necesidad deotra cosa fuera de El, y sin que en esta obra haya fastidio, ni can-sancio, sino una novedad eterna, y una eternidad siempre nuc-

"N Luis DH LA PUKNTK, Segundo tomo de las meditaciones de los mysterios deN. Sánela h'e, con la practica de la oración mental sobre ellos, Valladolid, 1605, p. 937.

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H. L C 1 E L O

va, viendo.sicmpre a Dios, y deseando siempre verle, y gozán-dome de verlo sin cesar»"''. Si Dios, el ser más excelso queexiste, encuentra en sí mismo materia bastante para una suma de-lectación eterna, es de suponer que nosotros, criaturas suyas, limita-dos y simples, hallaremos del mismo modo nuestra felicidad en El.

Para Manuel Ortigas el mayor gozo será la posesión de Dios,e inmediatamente después la contemplación del soberano espec-táculo de todo lo creado: «Discurra pues el entendimiento, o atien-da lo que se puede ver (...) O imagine está en la más alta torreque ha visto el mundo, tienda la vista desde ella, vea las dilata-das campiñas, y campañas más cercanas, hermoseadas en la ver-dad, como los países en quien más bizarro y entretenido discu-rrió el pincel, dorados, y pintados edificios de ciudades, pala-cios y fábricas encantadas, espejadas fuentes de mármoles y pie-dras diferentes, bosques, selvas, o ciudades (...) Ya no alcanza másla vista, penetre el entendimiento por las entrañas de la tierra,encuentre en ellas las minas de Potosí y Ofir, los rubíes de Cei-lán, las esmeraldas de Socotora, las perlas de la Pesquería, y todala riqueza del Oriente (...) no pare de penetrar por la otra partede su globo, mírelo pendiente en el aire, vuele por sus regiones,pase por la del fuego y las esferas de los siete planetas al firma-mento, y mobles, hasta que llegue al cielo Empíreo, mire cualse dilata sin comparación a todos los demás cielos, muy peque-ños todos con su grandeza. Entre por sus edificios, y paraísoscelestiales, entre los coros y jerarquías angélicas; atienda la sua-ve armonía de sus voces, aplique los sentidos al gozo de sus per-fcctísimos objetos, mire la gala y hermosura de los santos, el tronode Cristo y de María, adore sus plantas (...) Mucho más hay quever en Dios, sin duda verán en ese espejo el orden, y curso delas cosas, aquella cadena de oro, aquella tela que vestía a Dios,y decía la antigüedad, en donde estaban todos los sucesos e his-torias de cuantas naciones y ciudades ha habido y habrá en elmundo, sabrán las propiedades y secretos de las ciencias todas,de las plantas, metales y animales de todo él»'-".

"'' Op. cit., p. 939.120 MANUEL ORTIGAS, Corona eterna. Implica la gloría accidental y general del

Cielo, de alma i cuerpo, Zaragoza, 1650, pp. 284 a 286.

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C E O C K A }'• ] A I) E I. A E T E l( Ñ I P A D

Pero no sólo se saciará la curiosidad científica e histórica, nosólo se deleiterá el alma en la contemplación de la hermosuray se abismará en el amor de Dios. Para que la felicidad sea com-pleta, es preciso que los bienaventurados tengan plena concicn-

_ cia del ejercicio de la justicia divina, así que, prosigue el autor,«No causará poco gozo, ver y acordarse cada uno de sí, y la telade su vida pasada, de esta suerte. Acordarse de sus peligros, ver-los convertidos en coronas. Verán al mismo infierno clara y dis-tintamente, a todos cuantos habrá en él, los horribles tormentosy dolores que padecen los cuerpos delicados. Veránlos no sóloen lo exterior desnudos, aferrados de los Demonios, sino los tor-mentos interiores, las rabiosas desesperaciones de sus almas ycorazones». Reconquistan su vida mediante el recuerdo conscientede sus dolores pasados, y los dan por bien empleados como preciode su dicha, pero además es preciso anular el placer de los quelo tuvieron en vida, y verlo convertido en eterno tormento; rees-cribir desde el Cielo la historia terrena y hacer patente el defini-tivo triunfo de los que fueron desdichados, la eterna derrota delos que fueron dichosos. Como si toda la felicidad del Cielo nobastase para atenuar su melancolía por la vida desperdiciada, ynecesitasen el constante recordatorio del destino de los repro-bos para darse cuenta de su maravillosa suerte.

Finalizaremos recogiendo la opinión del padre Martín de Roa.Comienza significando cuan superiores son los placeres celestesa los de esta vida. Luego, dice que el mayor gozo que se nos otor-gará en el Cielo será la visión clara y total de Dios. Explica cuandichosos nos hará este privilegio: «Quien ve acá un hombre, porgrande, por rico y poderoso que sea, sólo ve la apariencia de fuera,no la hermosura interior del alma, mas el que ve a Dios, todassus riquezas y perfecciones ve, las que tiene en sí, y las que tieneen sus criaturas. Ve la fuente de la vida, de la luz, de la sabiduría,la fuente de la bondad y verdad, de la hermosura y suavidad,del gozo y bienaventuranza; ve la infinidad de su esencia, la in-mensidad de su grandeza, la longura de su eternidad, el abismode sus juicios, la alteza de su Majestad, la firmeza tan inmutablede su real trono. Ve la omnipotencia con que fabricó todas lascosas, la sabiduría con que las crió y dispuso, la bondad con quelas perfecciona y trae a sí. Ve la misericordia con que perdona,

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la justicia con que castiga. Ve todos los soberanos misterios quecreyó en esta vida; las tres divinas personas, su distinción en taninefable unidad de una simplicísima esencia y divinidad: un en-tendimiento, una volundad, un poder, una majestad. Todo estoven los bienaventurados en Dios, clara, firme, inmutable y dis-tintamente, no por discursos, sacando unas cosas de otras, comoahora hacemos, sino todo junto con una sencilla, y clarísimavista»1-1.

La clarividencia del Cielo no nos proporcionará conocimien-tos nuevos, sino que será la confirmación directa y la percep-ción inmediata de lo que en esta vida nos enseña la fe y llegaa atisbar la razón. Pero, además de abismarse en la naturaleza deDios, tienen los santos otros pasatiempos. Por ejemplo, «ven to-dos los coros y órdenes de ángeles y hombres, su número, susméritos, su gloria; conócense y conocen a todos, y a cada unoen particular tan cumplidamente, como si fueran hijos de unosmismos padres, criados en una misma casa, a una mesa. Ven aque-lla horrible cárcel de los condenados, aquel abismo infernal, ytodos Ips tormentos que allí padecen. El número de méritos ycastigos de cada uno»122.

Conocerán, pues, íntimamente, no sólo a sus compañeros degloria, sino también a los que, menos afortunados, pagan dura-mente su equivocada elección. Sabrán, los secretos de la natura-leza humana, tanto en la exasperación triunfante de su bondadcomo en los desesperados abismos de su perversidad, y, por sifuera poco, no se les ocultará nada de la complejidad de las dis-tintas clases de ángeles. Pero no acabarán ahí sus entretenimien-tos: «Verán la disposición, orden y curso, de la divina providen-cia que Dios ha guardado desde el principio del mundo hastael fin, con todos y cada uno de los hombres, reinos, provinciasy lugares. Conocerán todos los géneros de metales, piedras, plan-tas y animales, que en la tierra, en el agua y aire se hallaron, criadospara su servicio, y que descubrirán también la sabiduría pode-rosa de su Criador. Sabrán todas las historias del mundo, todo

121 MARTÍN DE ROA, Estado de los bienaventurados en el Cielo, de los niños enel Limbo, de los condenados en el Infierno, y de todo este Universo después de la resurrec-ción y juyzio universal, Barcelona, 1630, fol. 70.

122 ¡bidem.

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C F-. O < ; U A I- I A 1) F L f\o que en él habrá sucedido, aún mucho mejor que si lo hubie-

ran visto con sus propios ojos cuando pasó. Verán claramentetodo este universo, todas sus partes, la naturaleza, y propieda-des, diferencias, virtudes de todas las cosas, porque en ellas to-das alaban eternamente a su hacedor. No estorba esta vista delos entendimientos bienaventurados distancia alguna de lugares,porque todo este universo para ellos es como una sala, y todolo macizo y grueso de cualesquiera cuerpos, como un cristal» 1J!.

No sólo, por tanto, poseerán los santos todos los conocimientosatesorados por la ciencia a lo largo de los siglos, sino que perci-birán claramente lo que no pudo escudriñar, y nada se les ocul-tará de la naturaleza, funcionamiento y propiedades del univer-so, tanto en su conjunto como en cada uno de sus numerosísi-mos elementos. Y, por añadidura, sabrán todos los acaeceres dela historia del hombre, percibiéndolos con una viveza aún ma-yor que si los hubieran presenciado.

Pero también se alegrarán los bienaventurados de su propiaglorificación; se congratularán de encontrarse tan buenos, tan sa-bios y adornados de virtudes, y «Gozaranse también de verseenriquecidos, y hermoseados en sus cuerpos con los dotes de glo-ria, en la grandeza, hermosura y resplandor de aquellos sobera-nos palacios; gozaranse en la compañía de todos los bienaven-turados, así ángeles como hombres; porque los conocerán yamarán a todos como a hijos de Dios y hermanos suyos, here-deros de un mismo reino y se alegrarán inmensamente de su glo-ria, excelencia, y bienaventuranza, como la propia suya» ]-4.

Por fin, los santos podrán gozar de su cuerpo, goce que enla vida les estuvo vedado. Ahora que ya su carne no es carne ape-nas, aceptan al fin la evidencia de su cuerpo y sus posibilidadescomo fuente de placer. Ahora que su vida no es su vida, recupe-rada tras la muerte, sino otra, la de los santos, la de los seres per-fectos, de la que se les permite participar como premio a sus bon-dades, pueden por fin disfrutar de ella.

123

124

()p. ni., fol. 71.Op. cít., fol. 74.

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i- L c: i E L o

7 . L A G L O R I A DE L O S S E N T I D O S

El barroco supuso el redescubrimiento de la sensualidad, lareivindicación de los sentidos, el reconocimiento de su podcrüo"-bfe el hombre, de" dacei nomorc, ae su capacidad como Fuence de plaXL'i y aun co-mo instrumentos para la salvación cuerna. Freme a la lígichrra-cíonalidad del renacimiento, el barroco reconoce lo sensirTtc co-TñTTpartr fundánicntaTUc'I espíritu. "No propugna una"senstnrli-JáTTdese'nTrcnada, sino que je_otorga unjúgar Heñtro^del pér-fecto^equüjj)ncrcIéTser humanoTTTo sensual aparece encuadradoerTsu justo lugar, controlado, pero triunfante. Esto resulta obviosi contemplamos cualquier obra de arte barroca, y más evidenteaún si la comparamos con otra renacentista: Borromini y Palla-dio, Bcrnini y Donatello, Rubens y Fiero dolía Francesca, o, porno salir de España, Pedro de Mena y Bartolomé Ordóñez, JoséRibera y Pedro Machuca. Pero también si nos fijamos en la lite-ratura —Luis de León y Luis de Góngora— en la moda en elvestir o en el teatro. La historia de la ciencia debe mucho a esterenacer de los sentidos7~que"unie"hdo a la deducción matemática'ra~observacfón y la comprobación empincji_^osjbiT¡l^Ta~rcVü-lución científica. También la filosofía patentiza esta atención aT6~sé7fsibie"y~~3~~la experiencia, y así la teoría del conocimientoy la ética centran las polémicas en esta rama del saber. La Iglesiareconoce el poder de los sentidos y les otorga una importantemisión en la conquista del Cielo. Piensa que, bien encaminados,son auxiliares poderosísimos, y de hecho se ocupa de ellos enla meditación, el arte religioso, la predicación y el culto.

Si ayudaron al hombre a salvar su alma, justo es que los senti-dos, tras la resurrección de la carne, tengan también su recom-pensa. Así que, en el Empíreo, habrá para ellos satisfacción y apo-teosis. La salvación eterna será también la eterna gloria de lossentidos, y, si bien su parte de júbilo es definida por los tratadis-tas como goce accidental, no por eso deja de ser real e impor-tante, y es notable que los autores suelen detenerse más en esteaccidente deleitoso que en los goces esenciales, y los describencon mayor minuciosidad, precisión y entusiasmo.

Esto último se explica, además, porque el placer sensorial re-sulta más fácil do imaginar, más seductor para la fantasía y mu-

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..

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cho más concreto que los sublimes, e inefables por definición,gustos de la posesión divina. Además, precisamente a través deesta promesa de placeres eternos, podían los sentidos, prendi-dos en el deseo, ejercer como el más poderoso apoyo de la fe,empujando al hombre, con su fuerza abrumadora, al camino delbien, con tanto ímpetu como, mal aconsejados, pueden empu-jarlo por la pendiente del mal. El placer sensible es más inme-diato, asequible y violento que el placer intelectual. Todos loshombres lo han sentido alguna vez, y todos lo desean. Si los pas-tores de almas podían aprovechar esa apetencia y encandilar laimaginación de modo que el hombre prefiera posponer la satis-facción, irrenunciable, de su deseo, y elija un placer más intensoy duradero, abandonando lo ilícito, renunciando a lo caduco, sa-crificando lo inmediato en aras de lo prometido, tenían ganadacasi toda la batalla.

:»~ Consecuentemente, los autores que hablan del Cielo con al-gún detalle, dedican una parte de su atención a los goces senso-riales. El padre Luis de la Puente, por ejemplo, nos hace un re-sumen sobrio, pero atractivo, de las delicias que esperan a losjustos: «La vista tendrá sumo deleite, viendo la hermosura de taninnumerables cuerpos gloriosos, con la variedad que habrá enellos de rostros y figuras apacibles. Y sobre todos, se deleitaráen ver la humanidad sacratísima de Cristo nuestro Señor y susresplandecientes llagas, cuya vista será gloriosa (...). El oído sedeleitará, con oír las dulces palabras que se dirán unos a otrosllenas de sabiduría, discreción y santidad, y las alabanzas que consus lenguas darán a Dios (...) también se recrearán oyendo mú-

| sicas celestiales y sonidos nuevos, inventados por la sabiduría deDios para recrear los oídos que gustaron en esta vida de oír suspalabras para creerlas, y sus preceptos para cumplirlos.

»E1 olfato se recreará con el olor suavísimo que tendrán loscuerpos glorificados, especialmente el de Cristo nuestro Señor(...) Oh, que fragancia y variedad de olores inventará la divinapiedad, para recrear la carne que dio de sí olor de santa vida.

»E1 gusto tendrá una hartura y satisfacción celestial sin fasti-dio alguno, comunicándole N.S. sin manjares la suavidad quepudiera recibir de ellos, con otro modo más sabroso, y sobera-no (...) también sabrá Dios hacer tal modo de sabor que abrace

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I F. I O

con eminencia todos los sabores, para regalar a los bienaventu-rados.

»Finalmente el sentido del tacto, que está derramado por todoel cuerpo, estará lleno de deleites santos y puros, de modo que

l todo el bienaventurado estará como empapado en el río de losi deleites de Dios. Oh cuan bien premiados quedarán allí los sen-I tidos por las mortificaciones que en esta vida padecieron, pues

conforme a la muchedumbre de los dolores, será la muchedum-1 bre de los consuelos en el alma, y en el cuerpo. Oh cuerpo mío,

anímate a padecer por Cristo, para que gocen tus sentidos del! gozo que tienen los suyos» 12S.

" ~ El autor, al hablar de cada uno de los sentidos, describe susgoces, pero sobre todo recalca que los ha obtenido como pre-mio a sus sacrificios en la vida terrenal, como retribución, queserá mayor cuanto lo hayan sido, proporcionalmente, los sacri-ficios pasados. Por eso termina con una exhortación al lector,concretamente al cuerpo del lector, para que ponga todos los me-dios para conseguir ese galardón. Es una técnica típicamentejesuítica: atemperar el ánimo, calentar los sentimientos medianteuna apelación a la imaginación o la sensibilidad, para, rápida-mente, encauzar la emoción lograda hacia la reforma moral. Asíse aprovecha la carga afectiva dándole un sentido práctico.

Recogeremos ahora la opinión de otro jesuíta, Sebastián Iz-quierdo. Comienza con un razonamiento: el placer que recibeun sentido es tanto mayor cuanto más excelente, grato y perfec-to es el objeto en que se emplea; luego en el Cielo, donde tendrálos objetos más dignos y gustosos, hallará un placer superior acualquiera de los que le sea dado experimentar en la tierra. «Dedonde se sigue que la grandeza del gozo, que el bienaventuradoentrará por el sentido de la vista, será inefable. Porque, lo pri-mero, Dios le confortará la potencia visiva de manera que congrandísima claridad y perspicacia perfectísimamente vea todossus objetos, no sólo los cercanos, sino también los distantes, porgrande que sea su distancia, no sólo cuanto a su exterior super-ficie, sino cuanto a toda su profundidad interior, porque serán

125 Luis DE LA PUENTE, Segundo libro de lia meditaciones de los Mysterios deN. sánela Fe, con la practica de la oración mental sobre ellos, Valhdolid, 16Ü5, p. ()42.

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c; E o t; R A i: i A n H i. A i- i L U N I D A D

transparentes y los verá y mirará despacio, por muy claros y res-plandecientes que sean, no sólo sin molestias (que acá solemostener, mirando al Sol), sino con deleite admirable»126. Así queel sentido de la vista gozará de sí mismo, viéndose agudizado,fortalecido, glorioso. Pero también de sus objetos, sublimes y do-tados de una hermosura verdaderamente sobrenatural. «Porque¿quién podrá explicar la hermosura y belleza de los cuerpos deCristo N.S. y de su Santísima Madre, que han de ser las princi-pales delicias de los ojos bienaventurados? ¿Quién la de los de-más cuerpos gloriosos, cuya multitud será innumerable, y cadauno (como ya dijimos) siete veces más claro, más resplandecien-te y más hermoso que el Sol?». Pero no sólo en los cuerpos delos santos se recreará la vista, sino también en sus galas, porque«aunque allí no serán los vestidos necesarios para los fines queacá se usan, pero serán muy convenientes para mayor ornato ygala y hermosura de los cuerpos gloriosos; y así es muy proba-ble, que andarán vestidos (...) Y los vestidos serán de materia ce-leste riquísima, y lucidísima y transparente, matizada de variascolores, y de vistosísimas formas, con que se aumentará gran-demente la belleza de aquellos cuerpos gloriosos»127.

Los bienaventurados contemplarán la gallardía y elegancia desus compañeros de gloria, su apostura y el maravilles diseño ycolorido de sus trajes. Pero no acabarán ahí sus goces, pues «demás de lo dicho, verán con deleite indecible todas las demás co-sas vistosas que en todo el Universo ha de haber, así las distan-tes, como las próximas. Verán aquella Ciudad de Dios, de quehablamos arriba, con todos sus hermosísimos y riquísimos edi-ficios. El resto del Cielo Empíreo con todas sus partes lucidísi-mas. El Cielo de las aguas, que algunos piensan, será como ungran arco Iris compuesto de diversos, y admirables colores. Lasestrellas y los planetas, que después de renovado el mundo que-darán con claridad y hermosura incomparablemente mayor, dela que ahora tienen. Los elementos también renovados y her-

12(1 SEBASTIÁN IZQUIERDO, Consideraciones de los quatro Novissimos del Hom-bre. Muerte, Juicio, Infierno, y Gloria, Roma, 1672, pp. 506-507.

127 Op. cit., pp.' 508-509.

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K L C 1 h I O

moscados. Y en fin todo cuanto será visible yjuhtamente delei-table» 1 2 H .

Así que también los objetos inanimados serán placenteros alos ojos de los elegidos. Tanto el palacio y la capital del Empí-reo, como toda su dilatada extensión, y aun los cielos inferioresy esta esfera en que habitamos, serán ocasión de placer a sus mi-radas, y aparecerán brillantes y llenos de vistosos y bien con-trastados colores.

Pasa luego a considerar los sonidos que han de deleitarnos,y dice: «El oído de los bienaventurados será recreado con aque-llas suavísimas músicas, que ha de haber en el Cielo así de ins-trumentos, como de voces» 12''. Estos sones serán bellísimos, pe-ro además gozarán los santos de la plenitud y agudeza de su ca-pacidad auditiva: «El deleite de estas músicas tanto será mayorasí para los que cantaren, como para los que oyeren, cuanto elsentido del oído será mas vivo, y las voces mas sonoras, y losinstrumentos más finos, y la armonía y arte de la música másperfecta, y las letras más gustosas y deleitables: porque todas estascosas tendrán en el Cielo incomparablemente mayor perfecciónque tienen en la tierra» 13°. Así, la plenitud de la naturaleza seunirá a la cumbre del arte y el saber, dando lugar a un conjuntoexcepcional, a un disfrute sin parangón posible.

No terminan ahí las posibilidades de placer de los oídos, pues«también las conversaciones ordinarias, que tendrán los biena-venturados unos con otros, serán para sus oídos tan dulces y tandeleitables, como otras tantas acordadísimas músicas». Así que,concluye el jesuita, vale la pena contener por esta corta vida mortalla fútil curiosidad de oír, a cambio de obtener dulzuras muchomayores y más duraderas.

Es ahora el turno de la nariz: «El olfato_dejos__bienaventura-dos seráj:ejja^adoj;ontinuarnente con los suavísimos olores quehabrá en aquel Paraíso Celeste. Porque 3c~más~3e' la admirablefragancia que esparcirán gor toda aquella ciucTáci'cte DiostantoíffarciInes_Hc~rccreo, como dentro de ella y al redcJoFcTe ella~Ra

I2ít Op. cit., pp. 512-513.129 Op. cit., pp. 513-514.'•"' Op. cit., p. 515.

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G E O G R A F Í A I ) I L A h

de haber, según probablemente arriba dijimos, los mismos cuer-re esta^

rn ando "de sT"maravLllosos olores»131. Los aromas provendrántanto del entorno como de los habitantes, y serán tan deleitososcomo todo lo de aquel lugar envidiable.

En lo que respecta a los sabores, «También el sentido del gustoha de gozar en el Cielo de varios, y sabrosísimos sabores. Por-que, aunque allí no ha de haber necesidad, ni uso de comcr~ñidé~bérJéTrDTól;"T?orr su sabiduTÍTy"^cmcíací~p"ála"á\'ára^y~regalaráa' sus hiJT7s~cjucridos, bañándoles el paladar y leñ~guircorrá 1 gunlicor celestial, que en los sabores equivalga, y aún se aventaje "congran(de) exceso, a los manjares más regalados y a las-trettcías"más"exquisitas que acá conocemos»'". Y tío sólo yerí~rrIas~s5rJfoso

"aquel sutil licor que todo Ib que aquí podemos probar, sino quetambién nos proporcionará un placer más duradero. En vida, sóloejercitamos el sentido del gusto al comer o beber, y no pode-mos hacerlo continuamente. En cambio, aquella sustancia mis-teriosa excitará nuestras papilas de manera continuada, en un pla-cer variadísimo en sus matices, inacabable en su duración.

/* Por último, «El sentido del tacto, que está esparcido por todoel cuerpo, tendrá así mismo todos cuantos deleites fueren con-formes a la pureza de aquel lugar. Porque aquella parte del Em-píreo líquida y respirable, de que estará rodeado, y las demás partesde él, y cosas tangibles tendrán tal temperamento, que causena este sentido grande consolación y recreo»'-". Al recibir el pla-"cér por medio de la atmósfera, y no de un contacto humano, segarantiza a un tiempo la existencia y universalidad del gozo ysu completa asepsia moral. Hasta entre los perfectos se debenevitar las ocasiones.

Concluye el jesuíta animando a los lectores a poner todos losmedios para alcanzar goces tan sublimes, recordando lo leves queparecen aun las más duras penitencias, aun las mortificacionesmás austeras, cuando se contemplan desde la óptica de aquel in-menso y eterno deleite, y asegura que, por añadidura, cada bie-

131 Op. cit., pp. 517-518.132 Op. cit., p. 519.133 Op. cit., p. 522.

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E L C I E I. O

naventurado experimentará una increíble dulzura, un placer quelos englobará todos, que lo bañará por completo llevando su cuer-po a la cima del gozo.

Manuel Ortigas, siguiendo el orden tradicional, comienza sudiscurso hablando de la gloria de los ojos. Si éstos apetecen pornaturaleza ver, allá cumplirán plenamente su deseo. La belleza,aun la imperfecta del suelo, tiene tanto poder sobre nosotros queha provocado guerras y catástrofes, como vemos en Elena de Tro-ya, Cleopatra o La Cava. «Si así arrebata la hermosura aquí, quéserá allá en la Ciudad Eterna, donde ha de haber tantos millaresde millares de perfectísimas bellezas, con tanta ventaja a los deacá. Allí todos serán Narcisos, Adonis, Democles, Espurinas, Ele-nas, Suavildas, Raqueles y Lucrecias. No habrá allá, no, Cani-dias, Tersites ni Isopos de fealdad alguna. Haced una pella de todolo hermoso que el mundo admira, jardines, fuentes y animalesbellos, racionales y brutos, pintadas aves, metales, piedras, cuantoel arte y la naturaleza en victoriosas competencias han sacadoa luz hermoso. Pues si esto que así aquí admira ha puesto Diosen este mundo, donde tiene tantos enemigos, qué será lo que tieneaparejado para sus amigos e hijos regalados» l34. Si el firmamen-to, por ejemplo, es tan hermoso, siendo un cielo inferior, pode-mos imaginar cuál será la belleza de la esfera suprema: el Empí-reo. Y en cuanto a los cuerpos de los santos, serán tan bellos que,a su lado, los mayores prodigios de hermosura terrena parece-rían monstruos.

Y no sólo serán guapísimos y brillarán como estrellas, sinoque, en aquellas partes de su cuerpo que sufrieron por Cristo,ostentarán resplandores extraordinarios: «Los pechos de Águe-da, la garganta de Inés, y de Cecilia y así de los demás, que to-dos resplandecerán, más sin comparación que el Sol. Pero estasu luz será blanda, dulce, suave, de modo que no ofenda la vista,ni destemple la natural blandura de la carne y hermosa tez delos cuerpos» 135. Nada, pues, de brillos metálicos, sino carne lu-minosa, tierna, cálida, suave.

134 MANUEL ORTIGAS, Corona eterna, l-splíca la gloría accidental i general ¡leíCielo, Zaragoza, 1650, pp. 121-122.

Op. di., p. 123.

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(; [-: ti ( ¡ R A F I A 1) K L A H I' í. U N I P A 1 )

También se regocijarán los ojos contemplando el interior delos cuerpos dc~Tos santos, «sin duda masTEermoso que si fueradFtíqüTdos rubís la sangre, corazón y entnrnlTsTTóYrluTiólfdéTasvenas" SeTaHro s^Tos^]ijaesgs]jiervios_y Te'ndoñes^dc'rJcrlas^tci-''paciolfmuy flexibles, y tratables». Descripción a un fíemp^Tpoe^tica y~espclúzñante.

Aún mayor deleite para la vista será el contemplar a María,cuya belleza excederá la de todas las criaturas, como ya lo hacíaen vida mortal. Fue aquí tan bella que hubo quien rogó a Diosque le permitiese verla un momento aunque luego quedase cie-go para siempre, y, cuenta el autor, los españoles, aún antes deser cristianos, peregrinaban a Jerusalén para contemplar su her-mosura. Pues su cuerpo glorificado estará aún mucho más em-bellecido, e incluso en el conjunto de los bienaventurados, queserán todos perfectos, destacará como una estrella sobre el fon-do oscuro de la noche.

Sin embargo, el mayor placer de los ojos será la visión de Cristo,el más acabado modelo de varonil apostura, que, si ya en vidafue un dechado, tras la resurrección supera cuanto podamos ima-ginar. Las revelaciones de los santos así nos lo dejan entrever,pese a que sólo son atisbos, lejanas sombras de lo que allí, decerca y a plena luz, gozará nuestra vista.

Sigue el autor su plática, y nos habla ahora del premio del ol-fato. En primer lugar, del propio Dios emanará una fraganciadulcísima. Y además, «los mismos cuerpos de los bienaventura-dos, y todo el lugar, esto es, todo el Cielo Empíreo, y más lofluido, donde habitarán los santos de continuo, espirará suavísi-ma fragancia de olores, sin comparación más excelentes que losde acá, cuanto va de olor de tierra al olor del cielo»11(l. Levesmuestras de este perfume tenemos en la tierra, tanto a través delas revelaciones de los santos, como por el testimonio de los ca-dáveres de algunos elegidos. Además, añade el autor, son oloresque no se evaporan, y convierten al Empíreo en una eterna pri-mavera, en un jardín perpetuamente florecido, en un prado siem-pre verde. Concluye recomendando a los lectores que mortifi-

Op. dt., p. 160.

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H I. C I E L (1

quen este sentido en el mundo, para ganar así su premio eterno,más deseable que los pasajeros regalos de esta vida.

Toca ahora el turno al sentido del oído. Comienza el jesuitarecordando que el Cielo es una Ciudad, cuyos ciudadanos, losjustos, formarán «humana, sociable y divinamente política com-pañía, la cual nace y se conserva con la recíproca familiaridadconversación y trato. Este, pues, hablarse y oírse unos a otrosserá uno de los particulares deleites del oído. Para este fin, puesha de ser su república sensible, servirá el uso de las lenguas: po-drá hablar cada uno, no sólo la suya natural y las que aquí supohablar, sino todas cuantas ha habido en el mundo»'". Podránasí los santos hablar con los que fueron sus amigos en la tierra,volviendo a anudar los dulces lazos quebrados por la muerte;hablarán también con aquellos que fueron sus modelos, los san-tos de su particular devoción, y aun los ángeles; hablarán conaquellos sabios que admiraron, con los poetas, filósofos, cientí-ficos y artistas, con los famosos generales, con los mártires. Co-mentarán, entre chanzas, los trabajos que padecieron para alcanzarla Gloria. Todos se tratarán con familiaridad y confianza, comohermanos, y se conocerán y amarán con ternura.

También disfrutarán con la música, recreo que no puede faltaren aquel lugar tan refinado y natural expansión de la alegría. Can-tarán bellos himnos al son de acordados instrumentos, alabandoa Dios y a su purísima Madre: «Convidarán los ángeles toman-do voz humana, y formando dulcísimos instrumenfos_a celebrarlaTTÍaKíTñTasjj^sn Dios, rpspnnrlf'rátllQS_j.'l^tQs COn SUS VOCCS,noya cojTjuna u otra como aquí, sino que todos podránTofmarcuante^jjuisieren, tiple bajo, tenor, contralto, y otras~que pTrracá-no alcanzamos; oiranse ya uño?, yá^otFós"de"aquellos coros ce-lestiales,~sm que la distancia embarace. Serán las voces de exce-lente sonido, sin pelo ni vicio de los que aquí ocasionan las inju-rias del tiempo u otros contrarios accidentes, serán los himnosy canciones artificiosas, santas, llenas de elevados pensamien-tos» I3tí. De modo que no sólo la belleza de las voces, sino el ar-tificio de la composición, serán parte a causar sumo deleite a los

137

I3HOp. dt., p. 207.Op. dt., p. 214.

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(; F O C, R A F I A 1) F L A F I F U N I D A D

oídos. Pone luego el autor algunos ejemplos de santos que tu-vieron la fortuna de escuchar, en el suelo, algunos acordes dela música del Cielo, y encarece así su perfección, y, tras una ex-hortación al lector para que se aparte de las pláticas lascivasy emplee sus oídos en el servicio de Dios y la ganancia dela Gloria, da por terminada su pintura de los goces de estesentido.

Toca ahora ocuparse de los placeres del gusto. Consistirán,principalmente «en un humor delicadísimo y suavísimo, quesiempre bañará y acompañará ~^^r^^

'Boca~y paladar qué~et'5cnor criará cuando resuciten los cuerpossuerte que dejará^clj:uerpo_d¿l justo tan rocrg^-~^ _

do~y mistoso_£ojTtmuamente. coñio~sijies£ués_dejTiuchos añqsde hambreV^Tsejiallasc comiendo en un banquctejreaTrmag-

"ñífico, eñtréTas mayores delicias sensibles, imaginables»"''. Se-fa~pües uñí sensación de saciedad acompañada de los saboresmás sabrosos y variados que pueden imaginarse. Esto no repugnaal decoro de los santos, añade el autor, pues el mismo Cristo co-mió tras la resurrección, y muchos santos fueron, en vida, ali-mentados por ángeles con manjares deliciosos.

En cuanto al tacto, no le faltará tampoco su recompensa. Elperfecto equilibrio de los cuatro humores corporales causará unplacer dulce, un bienestar agradabilísimo. En aquellas partes quefueron castigadas por la penitencia se sentirá un placer especial.Además, ^<serán inmensos yjpunsimos los deleites que gozará,al rjurísimó contacto de los demás» I4IJ. l>el^uri~p7ácerpUTÍ5Ím€>,'éneT qüT^T^ráTañ¥3er«sospécha algüñlrte "h~me«or- inde-cencia». Ercuefp"o glorióso~~cstará fórmádcTcfe "üha~mátefia tanimravulosa, que el más leve contacto producirá un gozo indes-criptible. Así lo experimentó, por ejemplo, el incrédulo Santo To-más, al tocar con sus dedos la carne resucitada de Cristo. Ade-más, nuestro propio cuerpo será más sensible que aquí, más ap-to para el placer. «Será pues inefable el gozo y el deleite que sen-tirán los justos al enlazarse fóTBrizos ~y Tos cuellos, dándose unos" s , amorosos, castísimos_abrazos_», l o q u e n o s lle-

258

13" Op. di., pp. 234-235.1411 Op. cit., p. 257.

L C: I E L O

nará de una dicha maravillosa, pues allí el simple roce de unamano provoca una sacudida de placer mayor que el más intensoque podemos concebir en esta vida. Finaliza, pues, el autor, re-comendando a sus lectores que no sean tan ciegos de perder esasalegrías por el abrazo, mucho menos placentero, de un cuerpomortal que en breve tiempo será pasto de gusanos y motivo dehorror para su propio amante. Allá en cambio se gozará inten-samente, sin riesgo, sin mudanza y sin final.

Por último, veamos qué opina de la recompensa de los senti-dos el padre Martín de Roa. Primero, nos asegura de que, en elCiclo, se agudizará extraordinariamente nuestro aparato senso-rial, y que disfrutará más aquél sentido que más haya cooperadoen la tarea de la salvación. Luego, analiza por separado los gocesde cada uno de ellos, comenzando por «el más hidalgo» de to-dos, el de la vista. Este «tendrá tantos, y tan agradables empleos,cuantas serán las cosas visibles de cielos y tierra. El principal deellos el cuerpo glorioso de Cristo, no sólo hermoso sobre todahermosura, sino fuente de quien la reciDen todas la criaturas (...).Verán aquella Gran Señora, Princesa del mundo, Reina de losángeles, alegría del Cielo, la Santísima Virgen, de cuya grande-za, cuantas oyeron celebrar en la tierra, sombras les pareceránde aquella verdad»141. Y estos excelsos cuerpos los verán no só-lo en su belleza exterior, sino interior, lo que les permitirá apre-ciar, según ejemplo puesto por el autor, la hermosura más re-cóndita de aquél útero virginal que llevó dentro de sí al Señordel mundo, y los conductos que llevaban, a través del sagradopecho de María, la leche con que se nutría su Hijo. Para ponde-rar la belleza de la Reina celestial, cuenta el ejemplo de un fraileque, deseando ver a la soberana Señora, rezaba todos los días paraque se le concediese ese favor. Un ángel le dijo que accederíaa su petición, pero que una belleza tan resplandeciente podía ce-garlo. El fraile aceptó y, cerrando uno de sus ojos, miró a Maríacon el otro, quedando ciego ante su incomparable donaire, perotan prendado de lo que por un instante había vislumbrado, que,

1 4 1 M A R T Í N DF ROA, Estado de las Bienaventuradas cu el Ciclo, de los trinos cuel Limbo, de los condenados cu el Infierno, y de todo este ( ' n i f c n o después de hi rcsurre-(íon, )' jny;io universal, Barcelona, 1630, tol. 35.

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C, F. O (, K A F I A H F. I- A F '\. U N I I) A 1)

abriendo el otro ojo, prefirió quedar completamente ciego de porvida antes que renunciar a mirarla otra vez.

Prosigue: «Crecerá gran parte la bienaventuranza de este sen-tido, con la alegre vista de los demás cuerpos gloriosos, más cla-ros, más resplandecientes que el Sol. Veranse unos a otros, tantoen la hermosura de dentro, como en la de fuera. Sustentará ungozo perpetuo la alegría, el agrado de sus semblantes, la gracia,el donaire de sus ojos; el lustre, el resplandor de su rostro; la luz,la claridad celestial, de que bañados todos dentro, y fuera, veránclara y distintamente la maravillosa fábrica de sus cuerpos, el or-den, el concierto y correspondencia de todos sus miembros, elasiento del corazón, la fuente de la sangre, los arroyos, que porlas venas se derivan; los espíritus de la vida, que por las arteriasse derraman; la compostura de los huesos, las ligaduras de losnervios, la proporción y templanza de los humores; el artificiomilagroso de los ojos; los instrumentos y caminos de los senti-dos, con muchos otros secretos, que ocultó en nuestros cuerposla naturaleza, y entonces los descubrirá en ellos la gloria, conigual gusto del entendimiento que de la vista» l42.

Así, la curiosidad quedará satisfecha, y nada se ocultará a losojos y, por tanto, a las mentes de los santos. Los ojos aparecenaquí como auxiliares imprescindibles del conocimiento; la vistaes un instrumento gnoseológico, y su mayor placer lo halla sa-ciando nuestra sed de sabiduría. Por eso, le será también muydeleitosa la contemplación del universo: «Verán también de estemundo visible cuanto quisieren, no sólo en la distancia, que pu-dieran naturalmente alcanzar con la perfección de su vista, sinoen cualquiera otra mayor de sus fuerzas; porque para esto se lasdará Dios sobrenaturales. De manera que desde su lugar podránver todos los cielos, todas y cada una de sus partes y perfeccio-nes, todos los planetas y estrellas, sin que una se les esconda. Todoslos elementos, aún hasta las entrañas de la tierra, clara entoncesy transparente, y hasta donde confina con el infierno. Será muyapacible esta vista, porque demás de la hermosura, que habráncobrado en su renovación el último día del mundo, mirado todoél, y todas sus partes por los cuerpos celestes, como por vidros

Op. dt., fol. 36.

260

de gloria, parecerán de tan varios como suaves colores, y daránsuavísimo entretenimiento a la vista»1 4 3 .

Además del gozo del conocer, habrá para los ojos el mero pla-cer gratuito, superfino, el simple encantamiento de prenderse enla belleza, el leve contemplar, como al descuido, lo más hermo-so y lo más raro. Para este fin tomarán cuerpo los ángeles, y tam-bién para esto estará lleno el palacio de Dios de una multitudde cosas variadas y curiosas, gabinete de preciosidades «que se-rán tantas y tales que jamás se cansará un hombre de verlas». Po-demos imaginarlas, concluye el jesuíta, considerando la varie-dad y esplendor de este mísero mundo.

En cuanto a los oídos, hallarán su principal alegría en las con-versaciones que mantendrán los santos entre sí, que podrán de-sarrollarse en cualquier lengua, pues las dominarán todas a la per-fección, aunque el idioma oficial es el hebreo, que es el que usa-ron Adán, Moisés y el propio Cristo. El tema más usual de laspláticas será la alabanza del Creador, y «No quedarán estas ala-banzas en sola conversación, pasarán en suaves canciones, en con-sonancia de voces, en celestial música, en dulcísima y bien acor-dada armonía» I 4 t . En estos cánticos se mezclarán las voces an-gélicas a las humanas, y cada uno de los bienaventurados podráusar, además de su tono y timbre natural, el que más le plazca;todas las voces serán bellas, las músicas extremadas, las letras in-geniosas, el conjunto excepcionalmentc bien acordado. «Oiránesta celestial música los bienaventurados, ya de unos ya de otros,sin que la distancia por grande que sea, impida el oírla; que es-forzará Dios con virtud sobrenatural la cortedad de nuestro sen-tido, para que así oiga de lejos como de cerca, y ninguno carezcaaún de aquel gusto que le puede caber de gozar, unos de la sua-vidad de la música de los otros. No cesarán jamás de entonardivinos loores, ya un coro, ya otro, ya esta, ya aquella compañíade santos: de manera que cantarán a veces, y se oirán a veces,y harán a veces todos juntos dulcísima consonancia»14". Goza-rán pues, sin cansancio ni hastío, de una música inacabable, simpredistinta y siempre igualmente excelente.

Op. dt., tol. 37.Op. dt., tbl. 42.Ibidem.

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(i H O (', K A H I A D E L A K T E 1( N 1 I) A I)

Por lo que toca al olfato, tendrá gran deleite, porque «el cuer-po de Cristo, de la santísima Virgen y de todos los demás san-tos, tendrán tan grande suavidad y fragancia, cuanta nLflores niámbar, ni cualesquiera otras confecciones olorosas pueden igua-larse en la tierra» I 4 Í > . Además, la propia materia de que está he-cho el Empíreo despedirá de sí diversos perfumes, a cual másgrato.

Para prueba de su aserto, nos cuenta el jesuíta varios ejemplosde resucitados que, vueltos a la tierra tras una visita al Cielo, con-taban, deslumhrados, los placeres que allí aguardan al olfato. Ade-más, las apariciones de la Virgen y de otros miembros de su cortesuelen ir acompañadas de una singular fragancia, y también losdespojos de su paso por la tierra conservan, por mucho tiempo,el delicioso aroma de aquella celestial atmósfera.

También el gusto recibirá el premio que le han granjeado ayunosy abstinencias. En el Cielo gozará de una dulce saciedad, y ade-más «pondrá Dios en él un humor incorruptible, que tenga ungusto tan sobre todos los que inventa el arte, o produce la natu-raleza, que en su comparación pueden todos parecer amar-gos» "7. Pone el autor ejemplos, sacados de la vida de los san-tos, que, alimentados por ángeles, quedaban satisfechos y conun sabor en el paladar tan exquisito como perdurable.

Por último, el sentido del tacto recibirá un gran placer con laperfecta disposición del cuerpo glorioso, su indestructible saludy su total equilibrio. Disfrutará además besando los pies y ma-nos de Cristo y de su Madre, y con el contacto de los otros cuer-pos, pues es indudable «que dándose los bienaventurados entresí mil parabienes de la gloria y bienes que poseen, se enlazaránen santos abrazos; o que dados de las manos, conversarán unoscon otros, refiriendo los soberanos medios con que la divina pro-videncia los trajo a gozarlos. Daranse a veces estas muestras deamor y gozo, especialmente padres e hijos, y los amigos entresí, yendo unos al lugar de los otros, y saludándose con ósculosanto de paz» I 4 K . Poniendo también algunos ejemplos de tancastísimas familiaridades, concluye el autor su discurso.

14Í ' Op. cit., fol. 44.147 Op. cit., fol. 47.I 1 K Op. cit., fol. 49.

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F 1. C I E I O

Creo que, a través de estas páginas, la imagen del Cielo y elInfierno que deseaban y temían los españoles del barroco se hahecho bastante nítida y cercana. Como se ha podido ver, es aveces pintoresca, pero recoge a un tiempo los anhelos y los miedosde los hombres de aquel tiempo, y nos los hace cercanos, máscomprensibles. Algunos de esos temores, ciertas esperanzas deaquéllas, nacen de una fuente tan honda, están tan ligados a lacondición humana, que aun hoy los compartimos, aunque si-tuando su cumplimiento en un mundo mucho más cercano.

Hoy la ciencia, la metafísica y la propia teología han cambia-do sustancialmcnte, tenemos otro sentido de la ética y un ordende prioridades diferente. Los paraísos soñados por el español delseiscientos nos parecen interesantes como dato histórico, absur-dos a veces, y decididamente pasados de moda. Su utopía parala eternidad puede considerarse un fracaso. Y es explicable, puesaspiraba a perpetuar, idealizada, una situación estable, fija: la so-ciedad de su tiempo, en vez de concebir un universo cambiante,en constante mejora, pues, para el que tiene fe en el ser humano,lo que unos hombres han hecho, bien o mal, otros lo puedenmejorar, reformar o deshacer. Además, las esperanzas que el Cielobarroco nos propone nos sumen en una desesperanzada impo-tencia: es el Reino de Dios y no el nuestro, no podemos trans-formarlo, no tenemos ni derecho ni capacidad para alterar unosolo de sus detalles; lo único que se nos permite es merecer seradmitidos como sus invitados perpetuos. Son castillos en lasnubes.

Aspiramos ahora a construir nuestro Cielo en la tierra, unapatria universal y perfecta. Conviene recordar, a la hora de ela-borar y poner en práctica nuestros sueños, que un lugar habita-ble para la humanidad, una verdadera Ciudad del hombre, nopodrá erigirse nunca sobre los cimientos de la violencia o delfanatismo, no sobre una fe ciega ni sobre una cierta razón tanimplacable y rígida que olvide, en su ejercicio riguroso y, po-dríamos decir, automático, que es la mente humana su origeny su causa, y los hombres su fin. No crecerá tampoco nuestrahierba sobre el filo excluyeme de las dicotomías. Un hogar parael hombre, sólo el amor acierta a construirlo.

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