george orwell 1984

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WWW.ESCOLAR.COM George Orwell 1984 Parte primera I Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el molestísimo viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorien- ta se colara con él. El vestíbulo olía a legumbres cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel de colores, demasiado grande para hallarse en un interior, estaba pegado a la pared. Representaba sólo un enorme rostro de más de un metro de anchura: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco años con un gran bigote negro y facciones hermosas y endurecidas. Winston se dirigió hacia las escaleras. Era inútil intentar subir en el ascensor. No funcionaba con frecuencia y en esta época la corriente se cortaba durante las horas de día. Esto era parte de las restricciones con que se preparaba la Semana del Odio. Winston tenía que subir a un séptimo piso. Con sus treinta y nueve años y una úlcera de várices por encima del tobillo derecho, subió lentamente, descan- sando varias veces. En cada descansillo, frente a la puerta del ascensor, el cartelón del enorme rostro mira- ba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno adonde- quiera que esté. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las palabras al pie. Dentro del piso una voz llena leía una lista de números que tenían algo que ver con la producción de lin- gotes de hierro. La voz salía de una placa oblonga de metal, una especie de espejo empañado, que formaba parte de la superficie de la pared situada a la derecha. Winston hizo funcionar su regulador y la voz dismi- nuyó de volumen aunque las palabras seguían distinguiéndose. El instrumento (llamado telepantalla) podía ser amortiguado, pero no había manera de cerrarlo del todo. Winston fue hacia la ventana: una figura pe- queña y frágil cuya delgadez resultaba realzada por el «mono» azul, uniforme del Partido. Tenía el cabello muy rubio, una cara sanguínea y la piel embastecida por un jabón malo, las romas hojas de afeitar y el frío de un invierno que acababa de terminar. Afuera, incluso a través de los ventanales cerrados, el mundo parecía frío. Calle abajo se formaban pe- queños torbellinos de viento y polvo; los papeles rotos subían en espirales y, aunque el sol lucía y el cielo estaba intensamente azul, nada parecía tener color a no ser los carteles pegados por todas partes. La cara de los bigotes negros miraba desde todas las esquinas que dominaban la circulación. En la casa de enfrente había uno de estos cartelones. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las grandes letras, mientras los sombríos ojos miraban fijamente a los de Winston. En la calle, en línea vertical con aquél, había otro cartel roto por un pico, que flameaba espasmódicamente azotado por el viento, descubriendo y cubriendo alterna- tivamente una sola palabra: INGSOC. A lo lejos, un autogiro pasaba entre los tejados, se quedaba un ins- tante colgado en el aire y luego se lanzaba otra vez en un vuelo curvo. Era de la patrulla de policía encarga- da de vigilar a la gente a través de los balcones y ventanas. Sin embargo, las patrullas eran lo de menos. Lo que importaba verdaderamente era la Polilla del Pensamiento. A la espalda de Winston, la voz de la telepantalla seguía murmurando datos sobre el hierro y el cumpli- miento del noveno Plan Trienal. La telepantalla recibía y transmitía simultáneamente. Cualquier sonido que hiciera Winston superior a un susurro, era captado por el aparato. Además, mientras permaneciera dentro del radio de visión de la placa de metal, podía ser visto a la vez que oído. Por supuesto, no había manera de saber si le contemplaban a uno en un momento dado. Lo único posible era figurarse la frecuencia y el plan que empleaba la Policía del Pensamiento para controlar un hilo privado. Incluso se concebía que los vigila- ran a todos a la vez. Pero, desde luego, podían intervenir su línea de usted cada vez que se les antojara. Te- nía usted que vivir -y en esto el hábito se convertía en un instinto- con la seguridad de que cualquier sonido emitido por usted sería registrado y escuchado por alguien y que, excepto en la oscuridad, todos sus movi- mientos serían observados.

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  • 1. WWW.ESCOLAR.COM George Orwell 1984 Parte primera I Era un da luminoso y fro de abril y los relojes daban las trece. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el molestsimo viento, se desliz rpidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una rfaga polvorien- ta se colara con l. El vestbulo ola a legumbres cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel de colores, demasiado grande para hallarse en un interior, estaba pegado a la pared. Representaba slo un enorme rostro de ms de un metro de anchura: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco aos con un gran bigote negro y facciones hermosas y endurecidas. Winston se dirigi hacia las escaleras. Era intil intentar subir en el ascensor. No funcionaba con frecuencia y en esta poca la corriente se cortaba durante las horas de da. Esto era parte de las restricciones con que se preparaba la Semana del Odio. Winston tena que subir a un sptimo piso. Con sus treinta y nueve aos y una lcera de vrices por encima del tobillo derecho, subi lentamente, descan- sando varias veces. En cada descansillo, frente a la puerta del ascensor, el carteln del enorme rostro mira- ba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno adonde- quiera que est. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decan las palabras al pie. Dentro del piso una voz llena lea una lista de nmeros que tenan algo que ver con la produccin de lin- gotes de hierro. La voz sala de una placa oblonga de metal, una especie de espejo empaado, que formaba parte de la superficie de la pared situada a la derecha. Winston hizo funcionar su regulador y la voz dismi- nuy de volumen aunque las palabras seguan distinguindose. El instrumento (llamado telepantalla) poda ser amortiguado, pero no haba manera de cerrarlo del todo. Winston fue hacia la ventana: una figura pe- quea y frgil cuya delgadez resultaba realzada por el mono azul, uniforme del Partido. Tena el cabello muy rubio, una cara sangunea y la piel embastecida por un jabn malo, las romas hojas de afeitar y el fro de un invierno que acababa de terminar. Afuera, incluso a travs de los ventanales cerrados, el mundo pareca fro. Calle abajo se formaban pe- queos torbellinos de viento y polvo; los papeles rotos suban en espirales y, aunque el sol luca y el cielo estaba intensamente azul, nada pareca tener color a no ser los carteles pegados por todas partes. La cara de los bigotes negros miraba desde todas las esquinas que dominaban la circulacin. En la casa de enfrente haba uno de estos cartelones. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decan las grandes letras, mientras los sombros ojos miraban fijamente a los de Winston. En la calle, en lnea vertical con aqul, haba otro cartel roto por un pico, que flameaba espasmdicamente azotado por el viento, descubriendo y cubriendo alterna- tivamente una sola palabra: INGSOC. A lo lejos, un autogiro pasaba entre los tejados, se quedaba un ins- tante colgado en el aire y luego se lanzaba otra vez en un vuelo curvo. Era de la patrulla de polica encarga- da de vigilar a la gente a travs de los balcones y ventanas. Sin embargo, las patrullas eran lo de menos. Lo que importaba verdaderamente era la Polilla del Pensamiento. A la espalda de Winston, la voz de la telepantalla segua murmurando datos sobre el hierro y el cumpli- miento del noveno Plan Trienal. La telepantalla reciba y transmita simultneamente. Cualquier sonido que hiciera Winston superior a un susurro, era captado por el aparato. Adems, mientras permaneciera dentro del radio de visin de la placa de metal, poda ser visto a la vez que odo. Por supuesto, no haba manera de saber si le contemplaban a uno en un momento dado. Lo nico posible era figurarse la frecuencia y el plan que empleaba la Polica del Pensamiento para controlar un hilo privado. Incluso se conceba que los vigila- ran a todos a la vez. Pero, desde luego, podan intervenir su lnea de usted cada vez que se les antojara. Te- na usted que vivir -y en esto el hbito se converta en un instinto- con la seguridad de que cualquier sonido emitido por usted sera registrado y escuchado por alguien y que, excepto en la oscuridad, todos sus movi- mientos seran observados.

2. WWW.ESCOLAR.COM Winston se mantuvo de espaldas a la telepantalla. As era ms seguro; aunque, como l saba muy bien, incluso una espalda poda ser reveladora. A un kilmetro de distancia, el Ministerio de la Verdad, donde trabajaba Winston; se elevaba inmenso y blanco sobre el sombro paisaje. Esto es Londres, pens con una sensacin vaga de disgusto; Londres, principal ciudad de la Franja area 1, que era a su vez la tercera de las provincias ms pobladas de Oceana. Trat de exprimirse de la memoria algn recuerdo infantil que le dijera si Londres haba sido siempre as. Hubo siempre estas vistas de decrpitas casas decimonnicas, con los costados revestidos de madera, las ventanas tapadas con cartn, los techos remendados con plan- chas de cinc acanalado y trozos sueltos de tapias de antiguos jardines? Y los lugares bombardeados, cuyos restos de yeso y cemento revoloteaban pulverizados en el aire, y el csped amontonado, y los lugares donde las bombas haban abierto claros de mayor extensin y haban surgido en ellos srdidas colonias de chozas de madera que parecan gallineros? Pero era intil, no poda recordar: nada le quedaba de su infancia ex- cepto una serie de cuadros brillantemente iluminados y sin fondo, que en su mayora le resultaban ininteli- gibles. El Ministerio de la Verdad -que en neolengua1 se le llamaba el Miniver- era diferente, hasta un extremo asombroso, de cualquier otro objeto que se presentara a la vista. Era una enorme estructura piramidal de cemento armado blanco y reluciente, que se elevaba, terraza tras terraza, a unos trescientos metros de altu- ra. Desde donde Winston se hallaba, podan leerse, adheridas sobre su blanca fachada en letras de elegante forma, las tres consignas del Partido: LA GUERRA ES LA PAZ LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD LA IGNORANCIA ES LA FUERZA Se deca que el Ministerio de la Verdad tena tres mil habitaciones sobre el nivel del suelo y las corres- pondientes ramificaciones en el subsuelo. En Londres slo haba otros tres edificios del mismo aspecto y tamao. stos aplastaban de tal manera la arquitectura de los alrededores que desde el techo de las Casas de la Victoria se podan distinguir, a la vez, los cuatro edificios. En ellos estaban instalados los cuatro Ministe- rios entre los cuales se divida todo el sistema gubernamental. El Ministerio de la Verdad, que se dedicaba a las noticias, a los espectculos, la educacin y las bellas artes. El Ministerio de la Paz, para los asuntos de guerra. El Ministerio del Amor, encargado de mantener la ley y el orden. Y el Ministerio de la Abundancia, al que correspondan los asuntos econmicos. Sus nombres, en neolengua: Miniser, Minipax, Minimor y Minindancia. El Ministerio del Amor era terrorfico. No tena ventanas en absoluto. Winston nunca haba estado dentro del Minimor, ni siquiera se haba acercado a medio kilmetro de l. Era imposible entrar all a no ser por un asunto oficial y en ese caso haba que pasar por un laberinto de caminos rodeados de alambre espinoso, puertas de acero y ocultos nidos de ametralladoras. Incluso las calles que conducan a sus salidas extremas, estaban muy vigiladas por guardias, con caras de gorila y uniformes negros, armados con porras. Winston se volvi de pronto. Haba adquirido su rostro instantneamente la expresin de tranquilo opti- mismo que era prudente llevar al enfrentarse con la telepantalla. Cruz la habitacin hacia la diminuta co- cina. Por haber salido del Ministerio a esta hora tuvo que renunciar a almorzar en la cantina y en seguida comprob que no le quedaban vveres en la cocina a no ser un mendrugo de pan muy oscuro que deba guardar para el desayuno del da siguiente. Tom de un estante una botella de un lquido incoloro con una sencilla etiqueta que deca: Ginebra de la Victoria. Aquello ola a medicina, algo as como el espritu de arroz chino. Winston se sirvi una tacita, se prepar los nervios para el choque, y se lo trag de un golpe como si se lo hubieran recetado. Al momento, se le volvi roja la cara y los ojos empezaron a llorarle. Este lquido era como cido ntrico; adems, al tragarlo, se tena la misma sensacin que si le dieran a uno un golpe en la nuca con una porra de goma. Sin embargo, unos segundos despus, desapareca la incandescencia del vientre y el mundo empeza- ba a resultar ms alegre. Winston sac un cigarrillo de una cajetilla sobre la cual se lea: Cigarrillos de la Victoria, y como lo tena cogido verticalmente por distraccin, se le vaci en el suelo. Con el prximo piti- llo tuvo ya cuidado y el tabaco no se sali. Volvi al cuarto de estar y se sent ante una mesita situada a la 1 La neoleugua era el idioma oficial de Oceana. 3. WWW.ESCOLAR.COM izquierda de la telepantalla. Del cajn sac un portaplumas, un tintero y un grueso libro en blanco de tama- o in-quarto, con el lomo rojo y cuyas tapas de cartn imitaban el mrmol. Por alguna razn la telepantalla del cuarto de estar se encontraba en una posicin inslita. En vez de hallarse colocada, como era normal, en la pared del fondo, desde donde podra dominar toda la habitacin, estaba en la pared ms larga, frente a la ventana. A un lado de ella haba una alcoba que apenas tena fondo, en la que se haba instalado ahora Winston. Era un hueco que, al ser construido el edificio, habra sido cal- culado seguramente para alacena o biblioteca. Sentado en aquel hueco y situndose lo ms dentro posible, Winston poda mantenerse fuera del alcance de la telepantalla en cuanto a la visualidad, ya que no poda evitar que oyera sus ruidos. En parte, fue la misma distribucin inslita del cuarto lo que le indujo a lo que ahora se dispona a hacer. Pero tambin se lo haba sugerido el libro que acababa de sacar del cajn. Era un libro excepcionalmente bello. Su papel, suave y cremoso, un poco amarillento por el paso del tiempo, por lo menos haca cuarenta aos que no se fabricaba. Sin embargo, Winston supona que el libro tena muchos aos ms. Lo haba visto en el escaparate de un establecimiento de compraventa en un barrio miserable de la ciudad (no recordaba exactamente en qu barrio haba sido) y en el mismsimo instante en que lo vio, sinti un irreprimible deseo de poseerlo. Los miembros del Partido no deben entrar en las tiendas corrientes (a esto se le llamaba, en tono de severa censura, traficar en el mercado libre), pero no se acataba rigurosamente esta prohibicin porque haba varios objetos -como cordones para los zapatos y hojas de afeitar- que era imposible adquirir de otra manera. Winston, antes de entrar en la tienda, haba mirado en ambas direcciones de la calle para asegurarse de que no vena nadie y, en pocos minutos, adquiri el libro por dos dlares cincuenta. En aquel momento no saba exactamente para qu deseaba el libro. Sintindose culpable se lo haba llevado a su ca- sa, guardado en su cartera de mano. Aunque estuviera en blanco, era comprometido guardar aquel libro. Lo que ahora se dispona Winston a hacer era abrir su Diario. Esto no se consideraba ilegal (en realidad, nada era ilegal, ya que no existan leyes), pero si lo detenan poda es tar seguro de que lo condenaran a muerte, o por lo menos a veinticinco aos de trabajos forzados. Winston puso un plumn en el portaplumas y lo chup primero para quitarle la grasa. La pluma era ya un instrumento arcaico. Se usaba rarsimas ve- ces, ni siquiera para firmar, pero l se haba procurado una, furtivamente y con mucha dificultad, simple- mente porque tena la sensacin de que el bello papel cremoso mereca una pluma de verdad en vez de ser rascado con un lpiz tinta. Pero lo malo era que no estaba acostumbrado a escribir a mano. Aparte de las notas muy breves, lo corriente era dictrselo todo al hablescribe, totalmente inadecuado para las circuns- tancias actuales. Moj la pluma en la tinta y luego dud unos instantes. En los intestinos se le haba produ- cido un ruido que poda delatarle. El acto trascendental, decisivo, era marcar el papel. En una letra pequea e inhbil escribi: 4 de abril de 1984 Se ech hacia atrs en la silla. Estaba absolutamente desconcertado. Lo primero que no saba con certeza era si aquel era, de verdad, el ao 1984. Desde luego, la fecha haba de ser aqulla muy aproximadamente, puesto que l haba nacido en 1944 o 1945, segn crea; pero, cualquiera va a saber hoy en qu ao vi- ve!, se deca Winston. Y se le ocurri de pronto preguntarse: Para quit estaba escribiendo l este diario? Para el futuro, para los que an no haban nacido. Su mente se pos durante unos momentos en la fecha que haba escrito a la cabecera y luego se le present, sobresaltndose terriblemente, la palabra neolingstica doblepensar. Por primera vez comprendi la magnitud de lo que se propona hacer. Cmo iba a comunicar con el futuro? Esto era imposible por su misma naturaleza. Una de dos: o el futuro se pareca al presente y entonces no le hara ningn caso, o sera una cosa distinta y, en tal caso, lo que l dijera carecera de todo sentido para ese futuro. Durante algn tiempo permaneci contemplando estpidamente el papel. La telepantalla transmita ahora estridente msica militar. Es curioso: Winston no slo pareca haber perdido la facultad de expresarse, sino haber olvidado de qu iba a ocuparse. Por espacio de varias semanas se haba estado preparando para este momento y no se le haba ocurrido pensar que para realizar esa tarea se necesitara algo ms que atrevimien- to. El hecho mismo de expresarse por escrito, crea l, le sera muy fcil.-Slo tena que trasladar al papel el interminable e inquieto monlogo que desde haca muchos aos vena corrindole por la cabeza. Sin em- bargo, en este momento hasta el monlogo se le haba secado. Adems, sus varices haban empezado a es- cocerle insoportablemente. No se atreva a rascarse porque siempre que lo haca se le inflamaba aquello. Transcurran los segundos y l slo tena conciencia de la blancura del papel ante sus ojos, el absoluto va- 4. WWW.ESCOLAR.COM co de esta blancura, el escozor de la piel sobre el tobillo, el estruendo de la msic militar, y una leve sen- sacin de atontamiento producido por la ginebra. De repente, empez a escribir con gran rapidez, como si lo impulsara el pnico, dndose apenas cuenta de lo que escriba. Con su letrita infantil iba trazando lneas torcidas y si primero empez a comerse las maysculas, luego suprimi incluso los puntos: 4 de abril de 1984. Anoche estuve enlos flicks. Todas las pelculas eran de guerra. Haba una muy bue- na de un barco lleno de re fugiados que lo bombardeaban en no s dnde del Mediterrneo. Al pblico le divirtieron mucho dar planos de un hombre muy grande y muy gordo que intentaba escaparse nadando de un helicptero que lo persegua, Primero se le vea en el agua chapoteando como una tortuga, luego lo veas por lar visores de las ame tralladoras del helicptero, luego se vea cmo lo iban agujereando a tiros y el agua a su alrededor que se pona toda roja y el gordo se hunda como si el agua le entrase por los agujeros que le haban hecho las balas. La gente se mora de risa cuando el gordo se iba hundiendo en el agua, y tambin una lancha salvavidas llena de nios con un helicptero que venga a darle vueltas yms vueltas haba una mujer de edad madura que bien poda ser una juda y estaba sentada en la proa con un nio en lar brazos que quizs tuviera unos tres aos. El nio chillaba con mucho pnico, meta la cabeza entre los pechos de la mujer y pareca que se quera esconder as y la mujer lo rodeaba con los brazos y lo consolaba como si ella no estuviese tambin aterrada y como si por tenerlo as en los brazos fuera a evitar que le alcanzaran al nio las balas. Entonces va el helicptero y tira una bomba de veinte kilos sobre el bote y no queda ni una astilla de l, que fue una explosin pero que magnfica, y luego sala un primer plano maravilloso del brazo del nio subiendo por el aire yo creo que un helicptero con su cmara debe haberlo seguido as por el aire y la gente aplaudi muchsimo pero una mujer que estaba entre los prole- tarios empez a armar un escndalo terrible chillandoo que no deban echar eso no deban echarlo delan- te de los cros que no deban hasta que la polica la sac de all a rastras no creo que le pasara nada a nadie le importa lo que dicen los proleta rios porque dicen es la reaccin tpica de las proletarias y nadie hace caso y nunca... Winston dej de escribir, en parte debido a que le daban calambres. No saba por qu haba soltado esta sarta de incongruencias. Pero lo curioso era que mientras lo haca se le haba aclarado otra faceta de su memoria hasta el punto de que ya se crea en condiciones de escribir lo que realmente haba querido poner en su libro. Ahora se daba cuenta de que si haba querido venir a casa a empezar su diario precisamente hoy era a causa de este otro incidente. Haba ocurrido aquella misma maana en el Ministerio, si es que algo de tal vaguedad poda haber ocu- rrido. Cerca de las once y ciento en el Departamento de Registro, donde trabajaba Winston, sacaban las sillas de las cabinas y las agrupaban en el centro del vestbulo, frente a la gran telepantalla, preparndose para los Dos Minutos de Odio. Winston acababa de sentarse en su sitio, en una de las filas de en medio, cuando entraron dos personas a quienes l conoca de vista, pero a las cuales nunca haba hablado. Una de estas personas era una muchacha con la que se haba encontrado frecuentemente en los pasillos. No saba su nombre, pero s que trabajaba en el Departamento de Novela. Probablemente -ya que la haba visto algunas veces con las manos grasientas y llevando paquetes de composicin de imprenta- tendra alguna labor me- cnica en una de las mquinas de escribir novelas. Era una joven de aspecto audaz, de unos veintisiete aos, con espeso cabello negro, cara pecosa y movimientos rpidos y atlticos. Llevaba el mono ceido por una estrecha faja roja que le daba varias veces la vuelta a la cintura realzando as la atractiva forma de sus caderas; y ese cinturn era el emblema de la Liga juvenil AntiSex. A Winston le produjo una sensacin desagradable desde el primer momento en que la vio. Y saba la razn de este mal efecto: la atmsfera de los campos de hockey y duchas fras, de excursiones colectivas y el aire general de higiene mental que tras- cenda de ella. En realidad, a Winston le molestaban casi todas las mujeres y especialmente las jvenes y bonitas porque eran siempre las mujeres, y sobre todo las jvenes, lo ms fantico del Partido, las que se tragaban todos los slogans de propaganda y abundaban entre ellas las espas aficionadas y las que mostra- ban demasiada curiosidad por lo heterodoxo de los dems. Pero esta muchacha determinada le haba dado la impresin de ser ms peligrosa que la mayora. Una vez que se cruzaron en el corredor, la joven le diri- gi una rpida mirada oblicua que por unos momentos dej aterrado a Winston. Incluso se le haba ocurrido que poda ser una agente de la Polica del Pensamiento. No era, desde luego, muy probable. Sin embargo, Winston sigui sintiendo una intranquilidad muy especial cada vez que la muchacha se hallaba cerca de l, una mezcla de miedo y hostilidad. La otra persona era un hombre llamado O'Brien, miembro del Partido Interior y titular de un cargo tan remoto e importante, que Winston tena una idea muy confusa de qu se 5. WWW.ESCOLAR.COM trataba. Un rpido murmullo pas por el grupo ya instalado en las sillas cuando vieron acercarse el mono negro de un miembro del Partido Interior. O'Brien era un hombre corpulento con un ancho cuello y un ros- tro basto, brutal, y sin embargo rebosante de buen humor. A pesar de su formidable aspecto, sus modales eran bastante agradables. Sola ajustarse las gafas con un gesto que tranquilizaba a sus interlocutores, un gesto que tena algo de civilizado, y esto era sorprendente tratndose de algo tan leve. Ese gesto -si alguien hubiera sido capaz de pensar as todava- poda haber recordado a un aristcrata del siglo XVIII ofreciendo rap en su cajita. Winston haba visto a OBrien quizs slo una docena de veces en otros tantos aos. Sen- tase fuertemente atrado por l y no slo porque le intrigaba el contraste entre los delicados modales de O'Brien y su aspecto de campen de lucha libre, sino mucho ms por una conviccin secreta -o quizs ni siquiera fuera una conviccin, sino slo una esperanza- de que la ortodoxia poltica de O'Brien no era per- fecta. Algo haba en su cara que le impulsaba a uno a sospecharlo irresistiblemente. Y quizs no fuera ni siquiera heterodoxia lo que estaba escrito en su rostro, sino, sencillamente, inteligencia. Pero de todos mo- dos su aspecto era el de una persona a la que se le podra hablar si, de algn modo, se pudiera eludir la tele- pantalla y llevarlo aparte. Winston no haba hecho nunca el menor esfuerzo para comprobar su sospecha y es que, en verdad, no haba manera de hacerlo. En este momento, O'Brien mir su reloj de pulsera y, al ver que eran las once y ciento, seguramente decidi quedarse en el Departamento de Registro hasta que pasaran los Dos Minutos de Odio. Tom asiento en la misma fila que Winston, separado de l por dos sillas., Una mujer bajita y de cabello color arena, que trabajaba en la cabina vecina a la de Winston, se instal entre ellos. La muchacha del cabello negro se sent detrs de Winston. Un momento despus se oy un espantoso chirrido, como de una monstruosa mquina sin engrasar, ruido que proceda de la gran telepantalla situada al fondo de la habitacin. Era un ruido que le haca rechinar a uno los dientes y que pona los pelos de punta. Haba empezado el Odio. Como de costumbre, apareci en la pantalla el rostro de Emmanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo. Del pblico salieron aqu y all fuertes silbidos. La mujeruca del pelo arenoso dio un chillido mezcla de miedo y asco. Goldstein era el renegado que desde haca mucho tiempo (nadie poda recordar cunto) haba sido una de las figuras principales del Partido, casi con la-misma importancia que el Gran Hermano, y lue- go se haba dedicado a actividades contrarrevolucionarias, haba sido condenado a muerte y se haba esca- pado misteriosamente, desapareciendo para siempre. Los programas de los Dos Minutos de Odio variaban cada da, pero en ninguno de ellos dejaba de ser Goldstein el protagonista. Era el traidor por excelencia, el que antes y ms que nadie haba manchado la pureza del Partido. Todos los subsiguientes crmenes contra el Partido, todos los actos de sabotaje, herejas, desviaciones y traiciones de toda clase procedan- directa- mente de sus enseanzas. En cierto modo, segua vivo y conspirando. Quizs se encontrara en algn lugar enemigo, a sueldo de sus amos extranjeros, e incluso era posible que, como se rumoreaba alguna vez, estu- viera escondido en algn sitio de la propia Oceana. El diafragma de Winston se encogi. Nunca poda ver la cara de Goldstein sin experimentar una penosa mezcla de emociones. Era un rostro judo, delgado, con una aureola de pelo blanco y una barbita de chivo: una cara inteligente que tena, sin embargo, algo de despreciable y una especie de tontera senil que le pres- taba su larga nariz, a cuyo extremo se sostenan en difcil equilibrio unas gafas. Pareca el rostro de una oveja y su misma voz tena algo de ovejuna. Goldstein pronunciaba su habitual discurso en el que atacaba venenosamente las doctrinas del Partido; un ataque tan exagerado y perverso que hasta un nio poda darse cuenta de que sus acusaciones no se tenan de pie, y sin embargo, lo bastante plausible para que pudiera uno alarmarse y no fueran a dejarse influir por insidias algunas personas ignorantes. Insultaba al Gran Hermano, acusaba al Partido de ejercer una dictadura y peda que se firmara inmediatamente la paz con Eurasia. Abogaba por la libertad de palabra, la libertad de Prensa, la libertad de reunin y la libertad de pensamiento, gritando histricamente que la revolucin haba sido traicionada. Y todo esto a una rapidez asombrosa que era una especie de parodia del estilo habitual de los oradores del Partido e incluso utilizando palabras de neolengua, quizs con ms palabras neolingsticas de las que solan emplear los miembros del Partido en la vida corriente. Y mientras gritaba, por detrs de l desfilaban interminables columnas del ejrcito de Enrasia, para que nadie interpretase como simple palabrera la oculta maldad de las frases de Goldstein. Aparecan en la pantalla filas y ms filas de forzudos soldados, con impasibles rostros asiticos; se acercaban a primer trmino y desaparecan. El sordo y rtmico clap-clap de las botas militares formaba el contrapunto de la hiriente voz de Goldstein. . Antes de que el Odio hubiera durado treinta segundos, la mitad de los espectadores lanzaban inconteni- bles exclamaciones de rabia. La satisfecha y ovejuna faz del enemigo y el terrorfico poder del ejrcito que desfilaba a sus espaldas, pera demasiado para que nadie pudiera resistirlo indiferente. Adems, slo con ver a Goldstein o pensar en l surgan el miedo y la ira automticamente. Era l un objeto de odio ms constan- 6. WWW.ESCOLAR.COM te que Eurasia o que Asia Oriental, ya que cuando Oceana estaba en guerra con alguna de estas potencias, sola hallarse en paz con la otra. Pero lo extrao era que, a pesar de ser Goldstein el blanco de todos los odios y de que todos lo despreciaran, a pesar de que apenas pasaba da y cada da ocurra esto mil veces- sin que sus teoras fueran refutadas, aplastadas, ridiculizadas, en la telepantalla, en las tribunas pblicas, en los peridicos y en los libros... a pesar de todo ello, su influencia no pareca disminuir. Siempre haba nue- vos incautos dispuestos a dejarse engaar por l. No pasaba ni un solo da sin que espas y saboteadores que trabajaban siguiendo sus instrucciones fueran atrapados por la Polica del Pensamiento. Era el jefe supremo de un inmenso ejrcito que actuaba en la sombra, una subterrnea red de conspiradores que se proponan derribar al Estado. Se supona que esa organizacin se llamaba la Hermandad. Y tambin se rumoreaba que exista un libro terrible, compendio de todas las herejas, del cual era autor Goldstein y que circulaba clan- destinamente. Era un libro sin ttulo. La gente se refera a l llamndole sencillamente el libro. Pero de estas cosas slo era posible enterarse por vagos rumores. Los miembros corrientes del Partido no hablaban jams de la Hermandad ni del libro si tenan manera de evitarlo. En su segundo minuto, el odio lleg al frenes. Los espectadores saltaban y gritaban enfurecidos tratando de apagar con sus gritos la perforante voz que sala de la pantalla. La mujer del cabello color arena se haba puesto al rojo vivo y abra y cerraba la boca como un pez al que acaban de dejar en tierra. Incluso O'rien tena la cara congestionada. Estaba sentado muy rgido y respiraba con su poderoso pecho como si estuvie- ra resistiendo la presin de una gigantesca ola. La joven sentada exactamente detrs de Winston, aquella morena, haba empezado a gritar: Cerdo! !Cerdo! Cerdo!, y, de pronto, cogiendo un pesado diccionario de neolengua, lo arroj a la pantalla. El diccionario le dio a Goldstein en la nariz y rebot. Pero la voz con- tinu inexorable. En un momento de lucidez descubri Winston que estaba chillando histricamente como los dems y dando fuertes patadas con los talones contra los palos de su propia silla. Lo horrible de los Dos Minutos de Odio no era el que cada uno tuviera que desempear all un papel sino, al contrario, que era absolutamente imposible evitar la participacin porque era uno arrastrado irremisiblemente. A los treinta segundos no haca falta fingir. Un xtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecan recorrer a todos los presentes como una corriente elctrica convirtindole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador y vociferante. Y sin embargo, la rabia que se senta era una emocin abstracta e indirecta que poda aplicarse a uno u otro objeto como la llama de una lmpara de soldadura autgena. As, en un momento determinado, el odio de Winston no se diriga contra Goldstein, sino contra el propio Gran Hermano, contra el Partido y contra la Polica del Pensamiento; y entonces su corazn estaba de parte del solitario e insultado hereje de la pantalla, nico guardin de la ver- dad y la cordura en un mundo de mentiras. Pero al instante siguiente, se hallaba identificado por completo con la gente que le rodeaba y le pareca verdad todo lo que decan de Goldstein. Entonces, su odio contra el Gran Hermano se transformaba en adoracin, y el Gran Hermano se elevaba como una invencible torre, como una valiente roca capaz de resistir los ataques de las hordas asiticas, y Goldstein, a pesar de su ais- lamiento, de su desamparo y de la duda que flotaba sobre su existencia misma, apareca como un siniestro brujo capaz de acabar con la civilizacin entera tan slo con el poder de su voz. Incluso era posible, en ciertos momentos, desviar el odio en una u otra direccin mediante un esfuerzo de voluntad. De pronto, por un esfuerzo semejante al que nos permite se parar de la almohada la cabeza para huir de una pesadilla, Winston consegua trasladar su odio a la muchacha que se encontraba detrs de l. Por su mente pasaban, como rfagas, bellas y deslumbrantes alucinaciones. Le dara latigazos con una po- rra de goma hasta matarla. La atara desnuda en un piquete y la atravesara con flechas como a san Sebas- tin. La violara y en el momento del clmax le cortara la garganta. Sin embargo, se dio cuenta mejor que antes de por qu la odiaba. La odiaba porque era joven y bonita y asexuada; porque quera irse a la cama con ella y no lo hara nunca; porque alrededor de su dulce y cimbreante cintura, que pareca pedir que la rodearan con el brazo, no haba ms que la odiosa banda roja, agresivo smbolo de castidad. El odio alcanz su punto de mxima exaltacin. La voz de Goldstein se haba convertido en un autntico balido ovejuno. Y su rostro, que haba llegado a ser el de una oveja, se transform en la cara de un soldado de Eurasia, el cual pareca avanzar, enorme y terrible, sobre los espectadores disparando atronadoramente su fusil ametralladora. Enteramente pareca salirse de la pantalla, hasta tal punto que muchos de los presen- tes se echaban hacia atrs en sus asientos. Pero en el mismo instante, produciendo con ello un hondo suspi- ro de alivio en todos, la amenazadora figura se funda para que surgiera en su lugar el rostro del Gran Her- mano, con su negra cabellera y sus grandes bigotes negros, un rostro rebosante de poder y de misteriosa calma y tan grande que llenaba casi la pantalla. Nadie oa lo que el gran camarada staba diciendo. Eran slo unas cuantas palabras para animarlos, esas palabras que suelen decirse a las tropas en cualquier batalla, y que no es preciso entenderlas una por una, sino que infunden confianza por el simple hecho de ser pro- 7. WWW.ESCOLAR.COM nunciadas. Entonces, desapareci a su vez la monumental cara del Gran Hermano y en su lugar aparecieron los tres slogans del Partido en grandes letras: LA GUERRA ES LA PAZ LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD LA IGNORANCIA ES LA FUERZA Pero daba la impresin -por un fenmeno ptico psicolgico- de que el rostro del Gran Hermano persista en la pantalla durante algunos segundos, como si el impacto que haba producido en las retinas de los espectadores fuera demasiado intenso para borrarse inmediatamente. La mujeruca del cabello color arena se lanz hacia delante, agarrndose a la silla de la fila anterior y luego, con un trmulo murmullo que sonaba algo as como.Mi salvador!, extendi los brazos hacia la pantalla. Despus ocult la cara entre sus ma- nos. Sin duda, estaba rezando a su manera. Entonces, todo el grupo prorrumpi en un canto rtmico, lento y profundo: !Ge-Hache. Ge-Hache... Ge- Hache!, dejando una gran pausa entre la G y la H. Era un canto montono y salvaje en cuyo fondo parec- an orse pisadas de pies desnudos y el batir de los tan-tam. Este canturreo dur unos treinta segundos. Era un estribillo que surga en todas las ocasiones de gran emocin colectiva. En parte, era una especie de him- no a la sabidura y majestad del Gran Hermano; pero, ms an, constitua aquello un procedimiento de au- tohipnosis, un modo deliberado de ahogar la conciencia mediante un ruido rtmico. A Winston parecan en- frirsele las entraas. En los Dos Minutos de Odio, no poda evitar que la oleada emotiva le arrastrase, pero este infrahumano canturreo -G-H... G-H... G-H!- siempre le llenaba de horror. Desde luego, se una al coro; esto era obligatorio: Controlar los verdaderos sentimientos y hacer lo mismo que hicieran los dems era una reaccin natural. Pero durante un par de segundos, sus ojos podan haberlo delatado. Y fue preci- samente en esos instantes cuando ocurri aquello que a l le haba parecido significativo... si es que haba ocurrido. Momentneamente, sorprendi la mirada de O'Brien. ste se haba levantado; se haba quitado las gafas volvindoselas a colocar con su delicado y caracterstico gesto. Pero durante una fraccin de segundo, se encontraron sus ojos con los de Winston y ste supo -s, lo supo- que OBrien pensaba lo mismo que l. Un inconfundible mensaje se haba cruzado entre ellos. Era como si sus dos mentes se hubieran abierto y los pensamientos hubieran volado de la una a la otra a travs de los ojos. Estoy contigo, pareca estarle di- ciendo OBrien. S en qu ests pensando. Conozco tu asco, tu odio, tu disgusto. Pero no te preocupes; estoy contigo! Y luego la fugacsima comunicacin se haba interrumpido y la expresin de OBrien vol- vi a ser tan inescrutable como la de todos los dems. Esto fue todo y ya no estaba seguro de si haba sucedido efectivamente. Tales incidentes nunca tenan consecuencias para Winston. Lo nico que hacan era mantener viva en l la creencia o la esperanza de que otros, adems de l, eran enemigos del Partido. Quizs, despus de todo, resultaran ciertos los rumores de extensas conspiraciones subterrneas; quizs existiera de verdad la Hermandad. Era imposible, a pesar de los continuos arrestos y las constantes confesiones y ejecuciones, estar seguro de que la Hermandad no era sencillamente un mito. Algunos das lo crea Winston; otros, no. No haba pruebas, slo destellos que pod- an significar algo o no significar nada: retazos de conversaciones odas al pasar, algunas palabras garrapa- teadas en las paredes de los lavabos, y, alguna vez, al encontrarse dos desconocidos, ciertos movimientos de las manos que podan parecer seales de reconocimiento. Pero todo ello eran suposiciones que podan resultar totalmente falsas. Winston haba vuelto a su cubculo sin mirar otra vez a O'Brien. Apenas cruz por su mente la idea de continuar este momentneo contacto. Hubiera sido extremadamente peligroso in- cluso si hubiera sabido l cmo entablar esa relacin. Durante uno o dos segundos, se haba cruzado entre ellos una mirada equvoca, y eso era todo. Pero incluso as, se trataba de un acontecimiento memorable en el aislamiento casi hermtico en que uno tena que vivir. Winston se sacudi de encima estos pensamientos y tom una posicin ms erguida en su silla. Se le es- cap un eructo. La ginebra estaba haciendo su efecto. Volvieron a fijarse sus ojos en la pgina. Descubri entonces que durante todo el tiempo en que haba es- tado recordando, no haba dejado de escribir como por una accin automtica. Y ya no era la inhbil escri- tura retorcida de antes. Su pluma se haba deslizado voluptuosamente sobre el suave papel, imprimiendo en claras y grandes maysculas lo siguiente: ABAJO EL GRAN HERMANO ABAJO EL GRAN HERMANO 8. WWW.ESCOLAR.COM ABAJO EL GRAN HERMANO ABAJO EL GRAN HERMANO ABAJO EL GRAN HERMANO Una vez y otra, hasta llenar media pgina. No pudo evitar un escalofro de pnico. Era absurdo, ya que escribir aquellas palabras no era ms peli- groso que el acto inicial de abrir un diario; pero, por un instante, estuvo tentado de romper las pginas ya escritas y abandonar su propsito. Sin embargo, no lo hizo, porque sabia que era intil. El hecho de escribir ABAJO EL GRAN HERMANO o no escribirlo, era completamente igual. Seguir con el diario o renunciar a escribirlo, vena a ser lo mismo. La Polica del Pensamiento lo descubrira de todas maneras. Winston haba cometido - seguira habiendo cometido aunque no hubiera llegado a posar la pluma sobre el papel- el crimen esencial que contena en s todos los dems. El crimental (crimen mental), como lo llamaban. El crimental no poda ocultarse durante mucho tiempo. En ocasiones, se poda llegar a tenerlo oculto aos enteros, pero antes o despus lo descubran a uno. Las detenciones ocurran invariablemente por la noche. Se despertaba uno sobresaltado porque una mano le sacuda a uno el hombro, una linterna le enfocaba los ojos y un crculo de sombros rostros apareca en torno al lecho. En la mayora de los casos no haba proceso alguno ni se daba cuenta oficialmente de la detencin. La gente desapareca sencillamente y siempre durante la noche. El nombre del individuo en cuestin desapareca de los registros, se borraba de todas partes toda referencia a lo que hubiera hecho y su paso por la vida quedaba totalmente anulado como si jams hubiera existido. Para esto se empleaba la pala- bra vaporizado. Winston sinti una especie de histeria al pensar en estas cosas. Empez a escribir rpidamente y con muy mala letra: me matarn no me importa me matarn me dispararn en la nuca me da lo mismo abajo el gran herma- no siempre le matan a uno por la nuca no me importa abajo el gran hermano... Se ech hacia atrs en la silla, un poco avergonzado de s mismo, y dej la pluma sobre la mesa. De re- pente, se sobresalt espantosamente. Haban llamado a la puerta. Tan pronto! Sigui sentado inmvil, como un ratn asustado, con la tonta esperanza de que quien fuese se marchara al ver que no le abran. Pero no, la llamada se repiti. Lo peor que poda hacer Winston era tardar en abrir. Le redoblaba el corazn como un tambor, pero es muy probable que sus facciones, a fuerza de la costumbre, resultaran inexpresivas. Levantse y se acerc pesadamente a la puerta. II Al poner la mano en el pestillo record Winston que haba dejado el Diario abierto sobre la mesa. En aquella pgina se poda leer desde lejos el ABAJO EL GRAN HERMANO repetido en toda ella con letras grandsimas. Pero Winston saba que incluso en su pnico no haba querido estropear el cremoso papel ce- rrando el libro mientras la tinta no se hubiera secado. Contuvo la respiracin y abri la puerta. Instantneamente, le invadi una sensacin de alivio. Una mujer insignificante, avejentada, con el cabello revuelto y la cara llena de arrugas, estaba a su lado. -Oh, camarada! empez a decir la mujer en una voz lgubre y quejumbrosa-; te sent llegar y he venido por si puedes echarle un ojo al desage del fregadero. Se nos ha atascado... Era la seora Parsons, esposa de un vecino del mismo piso (seora era una palabra desterrada por el Par- tido, ya que haba que llamar a todos camaradas, pero con algunas mujeres se usaba todava instintivamen- te). Era una mujer de unos treinta aos, pero aparentaba mucha ms edad. Se tena la impresin de que haba polvo reseco en las arrugas de su cara. Winston la sigui por el pasillo. Estas reparaciones de aficio- nado constituan un fastidio casi diario. Las Casas de la Victoria eran unos antiguos pisos construidos hacia 1930 aproximadamente y se hallaban en estado ruinoso. Caan constantemente trozos de yeso del techo y de la pared, las tuberas se estropeaban con cada helada, haba innumerables goteras y la calefaccin fun- cionaba slo a medias cuando funcionaba, porque casi siempre la cerraban por economa. Las reparaciones, excepto las que poda hacer uno por s mismo, tenan que ser autorizadas por remotos comits que solan retrasar dos aos incluso la compostura de un cristal roto. 9. WWW.ESCOLAR.COM -Si le he molestado es porque Tom no est en casa -dijo la seora Parsons vagamente. El piso de los Parsons era mayor que el de Winston y mucho ms descuidado. Todo pareca roto y daba la impresin de que all acababa de agitarse un enorme y violento animal. Por el suelo estaban tirados di- versos artculos para deportes -bastones de hockey, guantes de boxeo, un baln de reglamento, unos panta- lones vueltos del revs- y sobre la mesa haba un montn de platos sucios y cuadernos escolares muy usa- dos. En las paredes, unos carteles rojos de la Liga juvenil y de los Espas y un gran cartel con el retrato de tamao natural del Gran Hermano. Por supuesto, se perciba el habitual olor a verduras cocidas que era el dominante en todo el edificio, pero en este piso era ms fuerte el olor a sudor, que -se notaba desde el pri- mer momento, aunque no podra uno decir por qu- era el sudor de una persona que no se hallaba presente entonces. En otra habitacin, alguien con un peine y un trozo de papel higinico trataba de acompaar a la msica militar que brotaba todava de la telepantalla. -Son los nios -dijo la seora Parsons, lanzando una mirada aprensiva hacia la puerta-. Hoy no han sali- do. Y, desde luego... Aquella mujer tena la costumbre de interrumpir sus frases por la mitad. El fregadero de la cocina estaba lleno casi hasta el borde con agua sucia y verdosa que ola an peor que la verdura. Winston se arrodill y examin el ngulo de la tubera de desage donde estaba el tornillo. Le molestaba emplear sus manos y tambin tener que arrodillarse, porque esa postura le haca toser. La seora Parsons lo mir desanimada: -Naturalmente, si Tom estuviera en casa lo arreglara en un momento. Le gustan esas cosas. Es muy hbil en cosas manuales. S, Tom es muy... Parsons era el compaero de oficina de Winston en el Ministerio de la Verdad. Era un hombre muy grue- so, pero activo y de una estupidez asombrosa, una masa de entusiasmos imbciles, uno de esos idiotas de los cuales, todava ms que de la Polica del Pensamiento, dependa la estabilidad del Partido. A sus treinta y cinco aos acababa de salir de la Liga juvenil, y antes de ser admitido en esa organizacin haba conse- guido permanecer en la de los Espas un ao ms de lo reglamentario. En el Ministerio estaba empleado en un puesto subordinado para el que no se requera inteligencia alguna, pero, por otra parte, era una figura sobresaliente del Comit deportivo y de todos los dems comits dedicados a organizar excursiones colec- tivas, manifestaciones espontneas, las campaas pro ahorro y en general todas las actividades volunta- rias. Informaba a quien quisiera orle, con tranquilo orgullo y entre chupadas a su pipa, que no haba deja- do de acudir ni un solo da al Centro de la Comunidad durante los cuatro aos pasados. Un fortsimo olor a sudor, una especie de testimonio inconsciente de su continua actividad y energa, le segua a donde quiera que iba, y quedaba tras l cuando se hallaba lejos. -Tiene usted un destornillador? -dijo Winston tocando el tapn del desage. -Un destornillador --dijo la seora Parsons, inmovilizndose inmediatamente-. Pues, no s. Es posible que los nios... En la habitacin de al lado se oran fuertes pisadas y ms trompetazos con el peine. La seora Parsons tra- jo el destornillador. Winston dej salir el agua y quit con asco el pegote de cabello que haba atrancado el tubo. Se limpi los dedos lo mejor que pudo en el agua fra del grifo y volvi a la otra habitacin. -!Arriba las manos! -chill una voz salvaje. Un chico, guapo y de aspecto rudo, que pareca tener unos nueve aos, haba surgido por detrs de la me- sa y amenazaba a Winston con una pistola automtica de juguete mientras que su hermanita, de unos dos aos menos, hacia el mismo ademn con un pedazo de madera. Ambos iban vestidos con pantalones cortos azules, camisas grises y pauelo rojo al cuello. ste era el uniforme de los Espas. Winston levant las ma- nos, pero a pesar de la broma senta cierta inquietud por el gesto de maldad que vea en el nio. -!Eres un traidorl -grito el chico-. Eres un criminal mentall Eres un espa de Eurasial Te matar, te va- porizar; te mandar a las minas de sal! De pronto, tanto el nio como la nia empezaron a saltar en torno a l gritando: Traidor! Criminal mental!, imitando la nia todos los movimientos de su hermano. Aquello produca un poco de miedo, algo as como los juegos de los cachorros de los tigres cuando pensamos que pronto se convertirn en devorado- res de hombres. Haba una especie de ferocidad calculadora en la mirada del pequeo, un deseo evidente de darle un buen bolpe a Winston, de hacerle dao de alguna manera, una conviccin de ser ya casi lo sufi- cientemente hombre para hacerlo. Qu suerte que el nio no tenga en la mano ms que una pistola de ju- guete!, pens Winston. La mirada de la seora Parsons iba nerviosamente de los nios a Winston y de ste a los nios. Como en aquella habitacin haba mejor luz, pudo notar Winston que en las arrugas de la mujer haba efectivamente polvo. 10. WWW.ESCOLAR.COM -Hacen tanto ruido... -dijo ella-. Estn disgustados porque no pueden ir a ver ahorcar a esos. Estoy segura de que por eso revuelven tanto. Yo no puedo llevarlos; tengo demasiado quehacer. Y Tom no volver de su trabajo a tiempo. -Por qu no podemos ir a ver cmo los cuelgan -grit el pequeo con su tremenda voz, impropia de su edad. -Queremos verlos colgar! Queremos verlos colgar! -canturreaba la chiquilla mientras saltaba. Varios prisioneros eurasiticos, culpables de crmenes de guerra, seran ahorcados en el parque aquella tarde, record Winston. Esto sola ocurrir una vez al mes y constitua un espectculo popular. A los nios siempre les haca gran ilusin asistir a l. Winston se despidi de la seora Parsons y se dirigi hacia la puerta. Pero apenas haba bajado seis escalones cuando algo le dio en el cuello por detrs producindole un terrible dolor. Era como si le hubieran aplicado un alambre incandescente. Se volvi a tiempo de ver cmo retiraba la seora Parsons a su hijo del descansillo. El chico se guardaba un tirachinas en el bolsillo. -Goldstein! -grit el pequeo antes de que la madre cerrara la puerta, pero lo que ms asust a Winston fue la mirada de terror y desamparo de la seora Parsons. De nuevo en su piso, cruz rpidamente por delante de la telepantalla y volvi a sentarse ante la mesita sin dejar de pasarse la mano por su dolorido cuello. La msica de la telepantalla se haba detenido. Una voz militar estaba leyendo, con una especie de brutal complacencia, una descripcin de los armamentos de la nueva fortaleza flotante que acababa de ser anclada entre Islandia y las islas Feroe. Con aquellos nios, pens Winston, la desgraciada mujer deba de llevar una vida terrorfica. Dentro de uno o dos aos sus propios hijos podan descubrir en ella algn indicio de hereja. Casi todos los nios de entonces eran horribles. Lo peor de todo era que esas organizaciones, como la de los Espas, los convertan sistemticamente en pequeos salvajes ingobernables, y, sin embargo, este salvajismo no les impulsaba a rebelarse contra la disciplina del Partido. Por el contrario, adoraban al Partido y a todo lo que se relaciona- ba con l. Las canciones, los desfiles, las pancartas, las excursiones colectivas, la instruccin militar infantil con fusiles de juguete, los slogans gritados por doquier, la adoracin del Gran Hermano... todo ello era para los nios un estupendo juego. Toda su ferocidad reverta hacia fuera, contra los enemigos del Estado, co- ntra los extranjeros, los traidores, saboteadores y criminales del pensamiento. Era casi normal que personas de ms de treinta aos les tuvieran un miedo cerval a sus hijos. Y con razn, pues apenas pasaba una sema- na sin que el Times publicara unas lneas describiendo cmo alguna viborilla -la denominacin oficial era heroico nio- haba denunciado a sus padres a la Polica del Pensamiento contndole a sta lo que haba odo en casa. La molestia causada por el proyectil del tirachinas se le haba pasado. Winston volvi a coger la pluma preguntndose si no tendra algo ms que escribir. De pronto, empez a pensar de nuevo en O'Brien. Aos atrs cunto tiempo haca, quizs siete aos haba soado Winston que paseaba por una habitacin oscura... Alguien sentado a su lado le haba dicho al pasar l: Nos encontraremos en el lugar donde no hay oscuridad. Se lo haba dicho con toda calma, de una manera casual, ms como una afirmacin cualquiera que como una orden. l haba seguido andando. Y lo curioso era que al orlas en el sueo, aquellas palabras no le haban impresionado. Fue slo, ms tarde y gradualmente cuando empezaron a tomar significado. Ahora no poda recordar si fue antes o despus de tener el sueo cuando haba visto a O'Brien por vez pri- mera; y tampoco poda recordar cundo haba identificado aquella voz como la de OBrien. Pero, de todos modos, era indudablemente OBrien quien le haba hablado en la oscuridad. Nunca haba podido sentirse absolutamente seguro -incluso despus del fugaz encuentro de sus miradas esta maana- de si OBrien era un amigo o un enemigo. Ni tampoco importaba mucho esto. Lo cierto era que exista entre ellos un vnculo de comprensin ms fuerte y ms importante que el afecto o el partidis- mo. Nos encontraremos en el lugar donde no hay oscuridad, le haba dicho. Winston no saba lo que po- dan significas estas palabras, pero s saba que se convertiran en realidad. La voz de la telepantalla se interrumpi. Son un claro y hermoso toque de trompeta y la voz prosigui en tono chirriante: Atencin. Vuestra atencin, por favor! En este momento nos llega un notirrelmpago del frente mala- bar. Nuestras fuerzas han logrado una gloriosa victoria en el sur de la India. Estoy autorizado para decir que la batalla a que me refiero puede aproximarnos bastante al final de la guerra. He aqu el texto del notirre- lmpago... Malas noticias, pens Winston. Ahora seguir la descripcin, con un repugnante realismo, del aniquila- miento de todo un ejrcito eursico, con fantsticas cifras de muertos y prisioneros... para decirnos luego que, desde la semana prxima, reducirn la racin de chocolate a veinte gramos en vez de los treinta de ahora. 11. WWW.ESCOLAR.COM Winston volvi a eructar. La ginebra perda ya su fuerza y lo dejaba desanimado. La telepantlla -no se sabe si para celebrar la victoria o para quitar el mal sabor del chocolate perdido- lanz los acordes de Oceana, todo para ti. Se supona que todo el que escuchara el himno, aunque estuviera solo, tena que es- cucharlo de pie. Sin embargo, Winston se aprovech de que la telepantalla no lo vea y sigui sentado. Oceana, todo para ti, termin y empez la msica ligera. Winston se dirigi hacia la ventana, mante- nindose de espaldas a la pantalla. El da era todava fro y claro. All lejos estall una bombacohete con un sonido sordo y prolongado. Ahora solan caer en Londres unas veinte o treinta bombas a la semana. Abajo, en la calle, el viento segua agitando el cartel donde la palabra Ingsoc apareca y desapareca. Ing- soc. Los principios sagrados de Ingsoc. Neolengua, doblepensar, mutabilidad del pasado. A Winston le pareca estar recorriendo las selvas submarinas, perdido en un mundo monstruoso cuyo monstruo era l mismo. Estaba solo. El pasado haba muerto, el futuro era inimaginable. Qu certidumbre poda tener l de que ni un solo ser humano estaba de su parte? Y cmo iba a saber si el dominio del Partido no durara siempre? Como respuesta, los tres slogans sobre la blanca fachada del Ministerio de la Verdad, le recorda- ron que: LA GUERRA ES LA PAZ LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD LA IGNORANCIA ES LA FUERZA Sac de su bolsillo una moneda de veinticinco centavos. Tambin en ella, en letras pequeas, pero muy claras, aparecan las mismas frases y, en el reverso de la moneda, la cabe za del Gran Hermano. Los ojos de ste le perseguan a uno hasta desde las monedas. S, en las monedas, en los sellos de correo, en pancartas, en las envolturas de los paquetes de los cigarrillos, en las portadas de los libros, en todas partes. Siempre los ojos que os contemplaban y la voz que os envolva. Despiertos o dormidos, trabajando o comiendo, en casa o en la calle, en el bao o en la cama, no haba escape. Nada era del individuo a no ser unos cuantos centmetros cbicos dentro de su crneo. El sol haba seguido su curso y las mil ventanas del Ministerio de la Verdad, en las que ya no reverberaba la luz, parecan los ttricos huecos de una fortaleza. Winston sinti angustia -ante aquella masa piramidal. Era demasiado fuerte para ser asaltada. Ni siquiera un millar de bombascohete podran abatirla. Volvi a preguntarse para quin escriba el Diario. Para el pasado, para el futuro, para una poca imaginaria? Frente a l no vea la muerte, sino algo peor: el aniquilamiento absoluto. El Diario quedara reducido a cenizas y a l lo vaporizaran. Slo la Polica del Pensamiento leera lo que l hubiera escrito antes de hacer que esas lneas desaparecieran incluso de la memoria. Cmo iba usted a apelar a la posteridad cuando ni una sola huella suya, ni siquiera una palabra garrapateada en un papel iba a sobrevivir fsicamente? En la telepantalla sonaron las catorce. Winston tena que marchar dentro de diez minutos. Deba reanudar el trabajo a las catorce y treinta. Qu curioso: las campanadas de la hora lo reanimaron. Era como un fan- tasma solitario diciendo una verdad que nadie oira nunca. De todos modos, mientras Winston pronunciara esa verdad, la continuidad no se rompa. La herencia humana no se continuaba porque uno se hiciera or sino por el hecho de permanecer cuerdo. Volvi a la mesa, moj en tinta su pluma y escribi: Para el futuro o para el pasado, para la poca en que se pueda pensar libremente, en que los hombres sean distintos unos de otros y no vivan solitarios... Para cuando la verdad exista y lo que se haya he cho no pueda ser deshecho: Desde esta poca de uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano, la poca del doblepensar... muchas felicidades! Winston comprenda que ya estaba muerto. Le pareca que slo ahora, en que empezaba a poder formular sus pensamientos, era cuando haba dado el paso definitivo. Las consecuencias de cada acto van incluidas en el acto mismo. Escribi El crimental (el crimen de la mente) no implica la muerte; el crimental es la muerte misma. Al reconocerse ya a s mismo muerto, se le hizo imprescindible vivir lo ms posible. Tena manchados de tinta dos dedos de la mano derecha. Era exactamente uno de esos detalles que le pueden de- latar a uno. Cualquier entrometido del Ministerio (probablemente, una mujer: alguna como la del cabello color de arena o la muchacha morena del Departamento de Novela) poda preguntarse por qu habra usado una pluma anticuada y qu habra escrito... y luego dar el soplo a donde correspondiera. Fue al cuarto de bao y se frot cuidadosamente la tinta con el oscuro y rasposo jabn que le limaba la piel como un papel de lija y resultaba por tanto muy eficaz para su propsito. 12. WWW.ESCOLAR.COM Guard el Diario en el cajn de la mesita. Era intil pretender esconderlo; pero, por lo menos, poda sa- ber si lo haban descubierto o no. Un cabello sujeto entre las pginas sera demasiado evidente. Por eso, con la yema de un dedo recogi una partcula de polvo de posible identificacin y la deposit sobre una esquina de la tapa, de donde tendra que caerse si cogan el libro. III Winston estaba soando con su madre. l deba de tener unos diez u once asos cuando su madre muri. Era una mujer alta, estatuaria y ms bien silenciosa, de movimientos pausados y magnfico cabello rubio. A su padre lo recordaba, ms vagamente, como un hombre moreno y delgado, vestido siempre con impeca- bles trajes oscuros (Winston recordaba sobre todo las suelas extremadamente finas de los zapatos de su padre) y usaba gafas. Seguramente, tanto el padre como la madre debieron de haber cado en una de las primeras grandes purgas de los aos cincuenta. En aquel momento -en el sueo- su madre estaba sentada en un sitio profundo junto a l y con su nia en brazos. De esta hermana slo recordaba Winston que era una chiquilla dbil e insignificante, siempre calla- da y con ojos grandes que se fijaban en todo. Se hallaban las dos en algn sitio subterrneo -por ejemplo, el fondo de un pozo o en una cueva muy honda-, pero era un lugar que, estando ya muy por debajo de l, se iba hundiendo sin cesar. S, era la cmara de un barco que se hunda y la madre y la hermana lo miraban a l desde la tenebrosidad de las aguas que invadan el buque. An haba aire en la cmara. Su madre y su hermanita podan verlo todava y l a ellas, pero no dejaban de irse hundiendo ni un solo instante, de ir ca- yendo en las aguas, de un verde muy oscuro, que de un momento a otro las ocultaran para siempre. Wins- ton, en cambio, se encontraba al aire libre y a plena luz mientras a ellas se las iba tragando la muerte, y ellas se hundan porque l estaba all arriba. Winston lo saba y tambin ellas lo saban y l descubra en las caras de ellas este conocimiento. Pero la expresin de las dos no le reprochaba nada ni sus corazones tam- poco -l lo saba- y slo se transparentaba la conviccin de que ellas moran para que l pudiera seguir vi- viendo all arriba y que esto formaba parte del orden inevitable de las cosas. No poda recordar qu haba ocurrido, pero mientras soaba estaba seguro de que, de un modo u otro, las vidas de su madre y su hermana fueron sacrificadas para que l viviera. Era uno de esos ensueos que, a pesar de utilizar toda la escenografa onrica habitual, son una continuacin de nuestra vida intelectual y en los que nos damos cuenta de hechos e ideas que siguen teniendo un valor despus del despertar. Pero lo que de pronto sobresalt a Winston, al pensar luego en lo que haba soado, fue que la muerte de su madre, ocurrida treinta aos antes, haba sido trgica y dolorosa de un modo que ya no era posible. Pens que la tragedia perteneca a los tiempos antiguos y que slo poda concebirse en una poca en que haba an inti- midad -vida privada, amor y amistad- y en que los miembros de una familia permanecan juntos sin necesi- dad de tener una razn especial para ello. El recuerdo de su madre le torturaba porque haba muerto amn- dole cuando l era demasiado joven y egosta para devolverle ese cario y porque de alguna manera -no recordaba cmo- se haba sacrificado a un concepto de la lealtad que era privatsimo e inalterable. Bien comprenda Winston que esas cosas no podan suceder ahora. Lo que ahora haba era miedo, odio y dolor fsico, pero no emociones dignas ni penas profundas y complejas. Todo esto lo haba visto, soando, en los ojos de su madre y su hermanita, que lo miraban a l a travs de las aguas verdeoscuras, a una inmensa profundidad y sin dejar de hundirse. De pronto, se vio de pie sobre el csped en una tarde de verano en que los rayos oblicuos del sol doraban la corta hierba. El paisaje que se le apareca ahora se le presentaba con tanta frecuencia en sueos que nun- ca estaba completamente seguro de si lo haba visto alguna vez en la vida real. Cuando estaba despierto, lo llamaba el Pas Dorado. Lo cubran pastos mordidos por los conejos con un sendero que serpenteaba por l y, aqu y all, unas pequesimas elevaciones del terreno. Al fondo, se vean unos olmos que se balan- ceaban suavemente con la brisa y sus follajes parecan cabelleras de mujer. Cerca, aunque fuera de la vista, corra un claro arroyuelo de lento fluir. La muchacha morena vena hacia l por aquel campo. Con un solo movimiento se despoj de sus ropas y las arroj despectivamente a un lado. Su cuerpo era blanco y suave, pero no despertaba deseo en Winston, que se limitaba a contemplarlo. Lo que le llenaba de entusiasmo en aquel momento era el gesto con que la joven se haba librado de sus ropas. Con la gracia y el descuido de aquel gesto, pareca estar aniquilando toda su cultura, todo un sistema de pensamiento, como si el Gran Hermano, el Partido y la Polica del Pen- samiento pudieran ser barridos y enviados a la Nada con un simple movimiento del brazo. Tambin aquel gesto perteneca a los tiempos antiguos. Winston se despert con la palabra Shakespeare en los labios. 13. WWW.ESCOLAR.COM La telepantalla emita en aquel instante un prolongado silbido que parta el tmpano y que continuaba en la misma nota treinta segundos. Eran las cero-siete-quince, la hora de levantarse para los oficinistas. Wins- ton se ech abajo de la cama -desnudo porque los miembros del Partido Exterior reciban slo tres mil cu- pones para vestimenta durante el ao y un pijama necesitaba seiscientos cupones- y se puso un sucio singlet y unos shorts que estaban sobre una silla. Dentro de tres minutos empezaran las Sacudidas Fsicas. In- mediatamente le entr el ataque de tos habitual en l en cuanto se despertaba. Vaci tanto sus pulmones que, para volver a respirar, tuvo que tenderse de espaldas abriendo y cerrando la boca repetidas veces y en rpida sucesin. Con el esfuerzo de la tos se le hinchaban las venas y sus vrices le haban empezado a es- cocer. -Grupo de treinta a cuarenta! -ladr una penetrante voz de mujer-. Grupo de treinta a cuarenta! Ocupad vuestros sitios, por favor. Winston se coloc de un salto a la vista de la telepantalla, en la cual haba aparecido ya la imagen de una mujer ms bien joven, musculosa y de facciones duras, vestida con una tnica y calzando sandalias de gim- nasia. -Doblad y extended los brazos! -grit-. Contad a la vez que yo! Uno, dos, tres, cuatro! Uno, dos, tres, cuatro! Vamos, camaradas, un poco de vida en lo que hacis! Uno, dos, tres, cuatro! Uno, dos, tres, cua- tro!... La intensa molestia de su ataque de tos no haba logrado desvanecer en Winston la impresin que le haba dejado el ensueo y los movimientos rtmicos de la gimnasia contribuan a conservarle aquel recuer- do. Mientras doblaba y desplegaba mecnicamente los brazos -sin perder ni por un instante la expresin de contento que se consideraba apropiada durante las Sacudidas Fsicas-, se esforzaba por resucitar el confuso perodo de su primera infancia. Pero le resultaba extraordinariamente difcil. Ms all de los aos cincuenta y tantos -al final de la dcada- todo se desvaneca. Sin datos externos de ninguna clase a que referirse era imposible reconstruir ni siquiera el esquema de la propia vida. Se recordaban los acontecimientos de enor- mes proporciones -que muy bien podan no haber acaecido-, se recordaban tambin detalles sueltos de hechos sucedidos en la infancia, de cada uno, pero sin poder captar la atmsfera. Y haba extensos perodos en blanco donde no se poda colocar absolutamente nada. Entonces todo haba sido diferente. Incluso los nombres de los pases y sus formas en el mapa. La Franja Area nmero l, por ejemplo, no se llamaba as en aquellos das: la llamaban Inglaterra o Bretaa, aunque Londres -Winston estaba casi seguro de ello- se haba llamado siempre Londres. No poda recordar claramente una poca en que su pas no hubiera estado en guerra, pero era evidente que haba un intervalo de paz bastante largo durante su infancia porque uno de sus primeros recuerdos era el de un ataque areo que pareca haber cogido a todos por sorpresa. Quiz fue cuando la bomba atmica cay en Colchester. No se acordaba del ataque propiamente dicho, pero s de la mano de su padre que le tena cogida la suya mientras descendan precipitadamente por algn lugar subterrneo muy profundo, dan- do vueltas por una escalera de caracol que finalmente le haba cansado tanto las piernas que empez a so- llozar y su padre tuvo que dejarle descansar un poco. Su madre, lenta y pensativa como siempre, los segua a bastante distancia. La madre llevaba a la hermanita de Winston, o quiz slo llevase un lo de mantas. Winston no estaba seguro de que su hermanita hubiera nacido por entonces. Por ltimo, desembocaron a un sitio ruidoso y atestado de gente, una estacin de Metro. Muchas personas se hallaban sentadas en el suelo de piedra y otras, arracimadas, se haban instalado en diversos objetos que llevaban. Winston y sus padres encontraron un sitio libre en el suelo y junto a ellos un viejo y una vieja se apretaban el uno contra el otro. El anciano vesta un buen traje oscuro y una. boina de pao negro bajo la cual le asomaba abundante cabello muy blanco. Tena la cara enrojecida; los ojos, azules y lacrimosos. Ola a ginebra. sta pareca salrsele por los poros en vez del sudor y podra haberse pensado que las lgrimas que le brotaban de los ojos eran ginebra pura. Sin embargo, a pesar de su borrachera, su- fra de algn dolor autntico e insoportable. De un modo infantil, Winston comprendi que algo terrible, ms all del perdn y que jams podra tener remedio, acababa de ocurrirle al viejo. Tambin crea saber de qu se trataba. Alguien a quien el anciano amaba, quizs alguna nietecita, haba muerto en el bombardeo. Cada pocos minutos, repeta el viejo: -No debamos habernos fiado de ellos. Verdad que te lo dije, abuelita? Nos ha pasado esto por fiarnos de ellos. Siempre lo he dicho. Nunca debimos confiar en esos canallas. Lo que Winston no poda recordar es a quin se refera el viejo y quines eran esos de los que no haba que fiarse. Desde entonces, la guerra haba sido continua, aunque hablando con exactitud no se trataba siempre de la misma guerra. Durante algunos meses de su infancia haba habido una confusa lucha callejera en el mismo Londres y l recordaba con toda claridad algunas escenas. Pero hubiera sido imposible recons- 14. WWW.ESCOLAR.COM truir la historia de aquel perodo ni saber quin luchaba contra quin en un momento dado, pues no quedaba ningn document ni pruebas de ninguna clase que permitieran pensar que la disposicin de las fuerzas en lucha hubiera sido en algn momento distinta a la actual. Por ejemplo, en este momento, en 1984 (si es que efectivamente era 1984), Oceana estaba en guerra con Eurasia y era aliada de Asia Oriental. En ningn discurso pblico ni conversacin privada se admita que estas tres potencias se hubieran hallado alguna vez en distinta posicin cada una respecto a las otras. Winston saba muy bien que, haca slo cuatro aos, Oceana haba estado en guerra contra Asia Oriental y aliada con Eurasia. Pero aquello era slo un conoci- miento furtivo que l tena porque su memoria fallaba mucho, es decir, no estaba lo suficientemente con- trolada. Oficialmente, nunca se haba producido un cambio en las alianzas. Oceana estaba en guerra con Eurasia; por tanto, Oceana siempre haba luchado contra Eurasia. El enemigo circunstancial representaba siempre el absoluto mal, y de ah resultaba que era totalmente imposible cualquier acuerdo pasado o futuro con l. Lo horrible, pens por diezmilsima vez mientras se forzaba los hombros dolorosamente hacia atrs (con las manos en las caderas, giraban sus cuerpos por la cintura, ejercicio que se supona conveniente para. los msculos de la espalda), lo horrible era que todo ello poda ser verdad. Si el Partido poda alargar la mano hacia el pasado y decir que este o aquel acontecimiento nunca haba ocurrido, esto resultaba mucho ms horrible que la tortura y la muerte. El Partido dijo que Oceana nunca haba sido aliada de Eurasia. l, Winston Smith, saba que Oceana haba estado aliada con Eurasia cuatro aos antes. Pero, dnde constaba ese conocimiento? Slo en su propia conciencia, la cual, en todo caso, iba a ser aniquilada muy pronto. Y si todos los dems aceptaban la mentira que impuso el Partido, si todos los testimonios decan lo mismo, entonces la mentira pasaba a la Historia y se converta en verdad. El que controla el pasado -deca el slogan del Partido-, controla tambin el futuro. El que controla el presente, controla el pasado. Y, sin embargo, el pasado, alterable por su mis- ma naturaleza, nunca haba sido alterado. Todo lo que ahora era verdad, haba sido verdad eternamente y lo seguira siendo. Era muy sencillo. Lo nico que se necesitaba era una interminable serie de victorias que cada persona deba lograr sobre su propia memoria. A esto le llamaban control de la realidad. Pero en neolengua haba una palabra especial para ello: doblepensar. -Descansen! -ladr la instructora, cuya voz pareca ahora menos malhumorada. Winston dej caer los brazos de sus costados y volvi a llenar de aire sus pulmones. Su mente se desliz por el laberntico mundo del doblepensar. Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente ver- dad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultneamente dos opiniones sa- biendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lgica contra la lgica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella, creer que la democracia es imposible y que el Partido es el guardin de la democracia; olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volverlo a traer a la memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo, y, sobre todo, aplicar el mismo proceso al procedimiento mismo. Esta era la ms refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la incons- ciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se haba realizado un acto de autosugestin. Incluso comprender la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar. La instructora haba vuelto a llamarles la atencin: -Y ahora, a ver cules de vosotros pueden tocarse los dedos de los pies sin doblar las rodillas --grit la mujer con gran entusiasmo- Por favor, camaradas! Uno, dos! Uno, dos...! A Winston le fastidiaba indeciblemente este ejercicio que le haca doler todo el cuerpo y a veces le cau- saba golpes de tos. Ya no disfrutaba con sus meditaciones. El pasado, pens Winston, no slo haba sido alterado, sino que estaba siendo destruido. Pues, cmo iba usted a establecer el hecho ms evidente si no exista ms prueba que el recuerdo de su propia memoria? Trat de recordar en qu ao haba odo hablar por primera vez del Gran Hermano.- Crea que debi de ser hacia el sesenta y tantos, pero era imposible estar seguro. Por supuesto, en los libros de historia editados por el Partido, el Gran Hermano figuraba como jefe y guardin de la Revolucin desde los primeros das de sta. Sus hazaas haban ido retrocediendo en el tiempo cada vez ms y ya se extendan hasta el mundo fabuloso de los aos cuarenta y treinta cuando los capitalistas, con sus extraos sombreros cilndricos, cruzaban todava por las calles de Londres en re- lucientes automviles o en coches de caballos pues an quedaban vehculos de stos-, con lados de cristal. Desde luego, se ignoraba cunto haba de cierto en esta leyenda y cunto de inventado. Winston no poda recordar ni siquiera en qu fecha haba empezado el Partido a existir. No crea haber odo la palabra Ing- soc antes de 1960. Pero era posible que en su forma viejolingstica -es decir, socialismo ingls- hubie- ra existido antes. Todo se haba desvanecido en la niebla. Sin embargo, a veces era posible poner el dedo sobre una mentira concreta. Por ejemplo, no era verdad, como pretendan los libros de historia lanzados por 15. WWW.ESCOLAR.COM el Partido, que ste hubiera inventado los aeroplanos. Winston recordaba los aeroplanos desde su ms tem- prana infancia. Pero tampoco podra probarlo. Nunca se poda probar nada. Slo una vez en su vida haba tenido en sus manos la innegable prueba documental de la falsificacin de un hecho histrico. Y en aquella ocasin... -Smith! -chill la voz de la telepantalla-; 6079 Smith W! S, t! Inclnate ms, por favor! Puedes hacerlo mejor; es que no te esfuerzas; ms doblado, haz el favor. Ahora est mucho mejor, camarada. Descansad todos y fijaos en m. Winston sudaba por todo su cuerpo, pero su cara permaneca completamente inescrutable. Nunca os manifestis desanimados! Nunca os mostris resentidos! Un leve pestaeo podra traicionaros. Por eso, Winston miraba impvido -a la instructora mientras sta levantaba los brazos por encima de la cabeza y, si no con gracia, s con notable precisin y eficacia, se dobl y se toc los dedos de los pies sin doblar las rodillas. -Ya habis visto, camaradas; as es como quiero que lo hagis! Miradme otra vez. Tengo treinta y nueve aos y cuatro hijos. Mirad -volvi a doblarse-. Ya veis que mis rodillas no se han doblado. Todos vosotros podis hacerlo si queris -aadi mientras se pona derecha-. Cualquier persona de menos de cuarenta y cinco aos es perfectamente capaz de tocarse as los dedos de los pies. No todos nosotros tenemos el privi- legio de luchar en el frente, pero por lo menos podemos mantenernos en forma. Recordad a nuestros mu- chachos en el frente malabar! !Y a los marineros de las fortalezas flotantes! Pensad en las penalidades que han de soportar. Ahora, probad otra vez. Eso est mejor, camaradas, mucho mejor -aadi en tono estimu- lante dirigindose a Winston, el cual, con un violento esfuerzo, haba logrado tocarse los dedos de los pies sin doblar las rodillas. Desde varios aos atrs, no lo consegua. IV Con el hondo e inconsciente suspiro que ni siquiera la proximidad de la telepantalla poda ahogarle cuan- do empezaba el trabajo del da, Winston se acerc al hablescribe, sopl para sacudir el polvo del micrfono y se puso las gafas. Luego desenroll y junt con un clip cuatro pequeos cilindros de papel que acababan de caer del tubo neumtico sobre el lado derecho de su mesa de despacho. En las paredes de la cabina haba tres orificios. A la derecha del hablescribe, un pequeo tubo neumtico para mensajes escritos, a la izquierda, un tubo ms ancho para los peridicos; y en la otra pared, de manera que Winston lo tena a mano, una hendidura grande y oblonga protegida por una rejilla de alambre. Esta ltima serva para tirar el papel inservible. Haba hendiduras semejantes a miles o a docenas de miles por todo el edificio, no slo en cada habitacin, sino a lo largo de todos los pasillos, a pequeos intervalos. Les llamaban agujeros de la memoria. Cuando un empleado saba que un documento haba de ser destruido, o incluso cuando alguien vea un pedazo de papel por el suelo y por alguna mesa, constitua ya un acto au- tomtico levantar la tapa del ms cercano agujero de la memoria y tirar el papel en l. Una corriente de aire caliente se llevaba el papel en seguida hasta los enormes hornos ocultos en algun lugar desconocido de los stanos del edificio. Winston examin las cuatro franjas de papel que haba desenrollado. Cada una de ellas contena una o dos lneas escritas en el argot abreviado (no era exactamente neolengua, pero consista principalmente en palabras neolingsticas) que se usaba en el Ministerio para fines internos. Decan as: times 17.3.84. discurso gh malregistrado frica rectificar times 19.12.83 predicciones plantrienal cuarto trimestre 83 erratas comprobar nmero corriente times 14.2.84. Minibundancia malcitado chocolate rectificar times 3.12.83 referente ordenda gh doblemsnobueno refs nopersonas reescribir completo someter ante- sarclvar Con cierta satisfaccin apart Winston el cuarto mensaje. Era un asunto intrincado y de responsabilidad y prefera ocuparse de l al final. Los otros tres eran tarea rutinaria, aunque el segundo le iba a costar proba- blemente buscar una serie de datos fastidiosos. Winston pidi por la telepantalla los nmeros necesarios del Times, que le llegaron por el tubo neumtico pocos minutos despus. Los mensajes que haba recibido se referan a artculos o noticias que por una u 16. WWW.ESCOLAR.COM otra razn era necesario cambiar, o, como se deca oficialmente, rectificar. Por ejemplo, en el nmero del Times correspondiente al 17 de marzo se deca que el Gran Hermano, en su discurso del da anterior, haba predicho que el frente de la India Meridional seguira en calma, pero que, en cambio, se desencadenara una ofensiva eurasitica muy pronto en frica del Norte. Como quiera que el alto mando de Eurasia haba ini- ciado su ofensiva en la India del Sur y haba dejado tranquila al Africa del Norte, era por tanto necesario escribir un nuevo prrafo del discurso del Gran Hermano, con objeto de hacerle predecir lo que haba ocu- rrido efectivamente. Y en el Times del 19 de diciembre del ao anterior se haban publicado los pronsticos oficiales sobre el consumo de ciertos productos en el cuarto trimestre de 1983, que era tambin el sexto grupo del noveno plan trienal. Pues bien, el nmero de hoy contena una referencia al consumo efectivo y resultaba que los pronsticos se haban equivocado muchsimo. El trabajo de Winston consista en cambiar las cifras originales hacindolas coincidir con las posteriores. En cuanto al tercer mensaje, se refera a un error muy sencillo que se poda arreglar en un par de minutos. Muy poco tiempo antes, en febrero, el Mi- nisterio de la Abundancia haba lanzado la promesa (oficialmente se le llamaba compromiso categrico) de que no habra reduccin de la racin de chocolate durante el ao 1984. Pero la verdad era, como Wins- ton saba muy bien, que la racin de chocolate sera reducida, de los treinta gramos que daban, a veinte al final de aquella semana. Como se ver, el error era insignificante y el nico cambio necesario era sustituir la promesa original por la advertencia de que probablemente habra que reducir la racin hacia el mes de abril. Cuando Winston tuvo preparadas las correcciones las uni con un clip al ejemplar del Times que le hab- an enviado y los mand por el tubo neumtico. Entonces, con un movimiento casi inconsciente, arrug los mensajes originales y todas las notas que l haba hecho sobre el asunto y los tir por el agujero de la me- moria para que los devoraran las llamas. l no saba con exactitud lo que suceda en el invisible laberinto adonde iban a parar los tubos neumti- cos, pero tena una idea general. En cuanto se reunan y ordenaban todas las correcciones que haba sido necesario introducir en un nmero determinado del Times, ese nmero volva a ser impreso, el ejemplar primitivo se destrua y el ejemplar corregido ocupaba su puesto en el archivo. Este proceso de continua alteracin no se aplicaba slo a los peridicos, sino a los libros, revistas, folletos, carteles, programas, pel- culas, bandas sonoras, historietas para nios, fotografas, es decir, a toda clase de documentacin o literatu- ra que pudiera tener algn significado poltico o ideolgico. Diariamente y casi minuto por minuto, el pasa- do era puesto al da. De este modo, todas las predicciones hechas por el Partido resultaban acertadas segn prueba documental. Toda la historia se converta as en un palimpsesto, raspado y vuelto a escribir con toda la frecuencia necesaria. En ningn caso habra sido posible demostrar la existencia de una falsificacin. La seccin ms nutrida del Departamento de Registro, mucho mayor que aquella donde trabajaba Winston, se compona sencillamente de personas cuyo deber era recoger todos los ejemplares de libros, diarios y otros documentos que se hubieran quedado atrasados y tuvieran que ser destruidos. Un nmero del Times que -a causa de cambios en la poltica exterior o de profecas equivocadas hechas por el Gran Hermano- hubiera tenido que ser escrito de nuevo una docena de veces, segua estando en los archivos con su fecha original y no exista ningn otro ejemplar para contradecirlo. Tambin los libros eran recogidos y reescritos muchas veces y cuando se volvan a editar no se confesaba que se hubiera introducido modificacin alguna. Incluso las instrucciones escritas que reciba Winston y que l haca desaparecer invariablemente en cuanto se ente- raba de su contenido, nunca daban a entender ni remotamente que se estuviera cometiendo una falsifica- cin. Slo se referan a erratas de imprenta o a citas equivocadas que era necesario poner bien en inters de la verdad. Lo ms curioso era -pens Winston mientras arreglaba las cifras del Ministerio de la Abundancia- que ni siquiera se trataba de una falsificacin. Era, sencillamente, la sustitucin de un tipo de tonteras por otro. La mayor parte del material que all manejaban no tena relacin alguna con el mundo real, ni siquiera en esa conexin que implica una mentira directa. Las estadsticas eran tan fantsticas en su versin original como en la rectificada. En la mayor parte de los casos, tena que sacrselas el funcionario de su cabeza. Por ejem- plo, las predicciones del Ministerio de la Abundancia calculaban la produccin de botas para el trimestre venidero en ciento cuarenta y cinco millones de pares. Pues bien, la cantidad efectiva fue de sesenta y dos millones de pares. Es decir, la cantidad declarada oficialmente. Sin embargo, Winston, al modificar ahora la prediccin, rebaj la cantidad a cincuenta y siete millones, para que resultara posible la habitual decla- racin de que se haba superado la produccin. En todo caso, sesenta y dos_ millones no se acercaban a la verdad ms que los cincuenta y siete millones o los ciento cuarenta y cinco. Lo ms probable es que no se hubieran producido botas en absoluto. Nadie saba en definitiva cunto se haba producido ni le importaba. Lo nico de que se estaba seguro era de que cada trimestre se producan sobre el papel cantidades astron- 17. WWW.ESCOLAR.COM micas de botas mientras que media poblacin de Oceana iba descalza. Y lo mismo ocurra con los dems datos, importantes o minsculos, que se registraban. Todo se disolva en un mundo de sombras en el cual incluso la fecha del ao era insegura. Winston mir hacia el vestbulo. En la cabina de enfrente trabajaba un hombre pequeito, de aire eficaz, llamado Tillotson, con un peridico doblado sobre sus rodillas y la boca muy cerca de la bocina del hables- cribe. Daba la impresin de que lo que deca era un secreto entre l y la telepantalla. Levant la vista y los cristales de sus gafas le lanzaron a Winston unos reflejos hostiles. Winston no conoca apenas a Tillotson ni tena idea de la clase de trabajo que le haban encomendado. Los funcionarios del Departamento del Registro no hablaban de sus ta reas. En el largo vestbulo, sin ven- tanas, con su doble fila de cabinas y su interminable ruido de peridicos y el murmullo de las voces junto a los hablescribe, haba por lo menos una docena de personas a las que Winston no conoca ni siquiera de nombre, aunque los vea diariamente apresurndose por los pasillos o gesticulando en los Dos Minutos de Odio. Saba que en la cabina vecina a la suya la mujercilla del cabello arenoso trabajaba en descubrir y bo- rrar en los nmeros atrasados de la Prensa los nombres de las personas vaporizadas, las cuales se conside- raba que nunca haban existido. Ella estaba especialmente capacitada para este trabajo, ya que su propio marido haba sido vaporizado dos aos antes. Y pocas cabinas ms all, un individuo suave, soador e in- eficaz, llamado Ampleforth, con orejas muy peludas y un talento sorprendente para rimar y medir los ver- sos, estaba encargado de producir los textos definitivos de poemas que se haban hecho ideolgicamente ofensivos, pero que, por una u otra razn, continuaban en las antologas. Este vestbulo, con sus cincuenta funcionarios, era slo una subseccin, una pequesima clula de la enorme complejidad del Departamento de Registro. Ms all, arriba, abajo, trabajaban otros enjambres de funcionarios en multitud de tareas in- crebles. All estaban las grandes imprentas con sus expertos en tipografa y sus bien dotados estudios para la falsificacin de fotografas. Haba la seccin de teleprogramas con sus ingenieros, sus directores y equi- pos de actores escogidos especialmente por su habilidad para imitar voces. Haba tambin un gran nmero de empleados cuya labor slo consista en redactar listas de libros y peridicos que deban ser repasados. Los documentos corregidos se guardaban y los ejemplares originales eran destruidos en hornos ocultos. Por ltimo, en un lugar desconocido estaban los cerebros directores que coordinaban todos estos esfuerzos y establecan las lneas polticas segn las cuales un fragmento del pasado haba de ser conservado, falsifica- do otro, y otro borrado de la existencia. El Departamento de Registro, despus de todo, no era ms que una simple rama del Ministerio de la Ver- dad, cuya principal tarea no era reconstruir el pasado, sino proporcionarles a los ciudadanos de Oceana peridicos, pelculas, libros de texto, programas de telepantalla, comedias, novelas, con toda clase de in- formacin, instruccin o entretenimiento. Fabricaban desde una estatua a un slogan, de un poema lrico a un tratado de biologa y desde la cartilla de los prvulos hasta el diccionario de neolengua..Y el Ministerio no slo tena que atender a las mltiples necesidades del Partido, sino repetir toda la operacin en un nivel ms bajo a beneficio del proletariado. Haba toda una cadena de secciones separadas que se ocupaban de la literatura, la msica, el teatro y, en general, de todos los entretenimientos para los proletarios. All se pro- ducan peridicos que no contenan ms que informaciones deportivas, sucesos y astrologa, noveluchas sensacionalistas, pelculas que rezumaban sexo y canciones sentimentales compuestas por medios exclusi- vamente mecnicos en una especie de calidoscopio llamado versificador. Haba incluso una seccin cono- cida en neolengua con el nombre de Pornosec, encargada de producir pornografa de clase nfima y que era enviada en paquetes sellados que ningn miembro del Partido, aparte de los que trabajaban en la seccin, poda abrir. Haban salido tres mensajes por el tubo neumtico mientras Winston. trabajaba, pero se trataba de asun- tos corrientes y los haba despachado antes de ser interrumpido por los Dos Minutos de Odio. Cuando el odio termin, volvi Winston a su cabina, sac del estante el diccionario de neolengua, apart a un lado el hablescribe, se limpi las gafas y se dedic a su principal cometido de la maana. El mayor placer de Winston era su trabajo. La mayor parte de ste consista en una aburrida rutina, pero tambin inclua labores tan difciles e intrincadas que se perda uno en ellas como en las profundidades de un problema de matemticas: delicadas labores de falsificacin en que slo se poda guiar uno por su cono- cimiento de los principios del Ingsoc y el clculo de lo que el Partido quera que uno dijera. Winston serva para esto. En una ocasin le encargaron incluso la rectificacin de los editoriales del Times, que estaban escritos totalmente en neolengua. Desenroll el mensaje que antes haba dejado a un lado como ms difcil. Deca: 18. WWW.ESCOLAR.COM times 3.12.83 referente ordenda gh doblemsnobueno refs nopersonas reescribir completo someter ante- sarchivar. En antiguo idioma (en ingls) quedaba as: La informacin sobre la orden del da del Gran Hermano en el Timesdel 3 de diciembre de 1983 es abso- lutamente insatisfactoria y se refiere a las personas inexistentes. Volverlo a escribir por completo y someter el borrador a la autoridad superior antes de archivar. Winston ley el artculo ofensivo. La orden del da del Gran Hermano se dedicaba a alabar el trabajo de una organizacin conocida por FFCC, que proporcionaba cigarrillos y otras cosas a los marineros de las fortalezas flotantes. Cierto camarada Withers, destacado miembro del Partido Interior, haba sido agraciado con una mencin especial y le haban concedido una condecoracin, la Orden del Mrito Conspicuo, de segunda clase. Tres meses despus, la FFCC haba sido disuelta sin que se supieran los motivos. Poda pensarse que Withers y sus asociados haban cado en desgracia, pero no haba informacin alguna sobre el asunto en la Prensa ni en la telepantalla. Era lo corriente, ya que muy raras veces se procesaba ni se denunciaba pbli- camente a los delincuentes polticos. Las grandes purgas que afectaban a millares de personas, con pro- cesos pblicos de traidores y criminales del pensamiento que confesaban abyectamente sus crmenes para ser luego ejecutados, constituan espectculos especiales que se daban slo una vez cada dos aos. Lo habi- tual era que las personas cadas en desgracia desapareciesen sencillamente y no se volviera a or hablar de ellas. Nunca se tena la menor noticia de lo que pudiera haberles ocurrido. En algunos casos, ni siquiera haban muerto. Aparte de sus padres, unas treinta personas conocidas por Winston haban desaparecido en una u otra ocasin. Mientras pensaba en todo esto, Winston se daba golpecitos en la nariz con un sujetador de papeles. En la cabina de enfrente, el camarada Tillotson segua misteriosamente inclinado sobre su hablescribe. Levant la cabeza un momento. Otra vez, los destellos hostiles de las gafas. Winston se pregunt si el camarada Tillot- son estara encargado del mismo trabajo que l. Era perfectamente posible. Una tarea tan difcil y compli- cada no poda estar a cargo de una sola persona. Por otra parte, encargarla a un grupo sera admitir abier- tamente que se estaba realizando una falsificacin. Muy probablemente, una docena de personas trabajaban al mismo tiempo en distintas versiones rivales para inventar lo que el Gran Hermano haba dicho efecti- vamente. Y, despus, algn cerebro privilegiado del Partido Interior elegira esta o aquella versin, la re- dactara definitivamente a su manera y pondra en movimiento el complejo proceso de confrontaciones necesarias. Luego, la mentira elegida pasara a los registros permanentes y se convertira en la verdad. Winston no saba por qu haba cado Withers en desgracia. Quizs fuera por corrupcin o incompeten- cia. O quizs el Gran Hermano se hubiera librado de un subordinado demasiado popular. Tambin pudiera ser que Withers o alguno relacionado con l hubiera sido acusado de tendencias herticas. O quizs y esto era lo ms probable- hubiese ocurrido aquello sencillamente porque las purgas y las vaporizaciones eran parte necesaria de la mecnica gubernamental. El nico indicio real era el contenido en las palabras refs nopersonas, con lo que se indicaba que Withers estaba ya muerto. Pero no siempre se poda presumir que un individuo hubiera muerto por el hecho de haber desaparecido. A veces los soltaban y los dejaban en libertad durante uno o dos aos antes de ser ejecutados. De vez en cuando, algn individuo a quien se crea muerto desde haca mucho tiempo reapareca como un fantasma en algn proceso sensacional donde com- prometa a centenares de otras personas con sus testimonios antes de desaparecer, esta vez para siempre. Sin embargo, en el caso de Withers, estaba claro que lo haban matado. Era ya una nopersona. No exista: nunca haba existido. Winston decidi que no bastara con cambiar el sentido del discurso del Gran Herma- no. Era mejor hacer que se refiriese a un asunto sin relacin alguna con el autntico. Poda trasladar el discurso al tema habitual de los traidores y los criminales del pensamiento, pero esto resultaba demasiado claro; y por otra parte, inventar una victoria en el frente o algn triunfo de superpro- duccin en el noveno plan trienal, poda complicar d