gerald oropeza

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GERALD OROPEZA: LA INVISIBILIDAD EMERGENTE Por Diego Alarcón La primera vez que escuché de Gerald Oropeza estaba en un chifa. Sin compañía y ante el sacrilegio de un chaufa sin wantán, escuché un comentario que se coló inadvertido entre la vocalización insufrible del reportaje: Demasiada caña para ese cholito, ¿no? — venía de la mesa de atrás. En adelante seguiría escuchando el mismo tono. No sorprendía el narcotráfico, sorprendía el narcotraficante. Las facciones aguileñas, el mestizaje evidente, el look awachiturrado. ¿Él era el dueño de la camioneta Porsche, él vivía en la ex mansión de Crousillat? La investigación criminal devino sociológica. «Como si estuviéramos haciendo la crónica de un personaje ligado a la cumbia», diría Patricia del Río. Y con cada descubrimiento, más incredulidad. Un hijo de San Juan de Lurigancho tenía un Audi y un Ferrari, gastos mayores a quinientos mil soles mensuales y la capacidad de armar fiestas privadas «como los peloteros», al decir de Patrick Zapata, amigo de Gerald asesinado hace unos días. Quién lo puede negar: Una historia de éxito, sea lo que sea que esto signifique. Pronto la sorpresa cobraría matices cínicos. Con tanta plata, ¿no pudo ser más sobrio, menos huachafo? Hubo quienes parecían recriminarle no haber cambiado las “amigas” de cono. Las psicologías improbables no tardaron en aparecer. «A él no le gusta su rostro», sentenció Rosa María Cifuentes, bosquejando un perfil psicológico tan profesional como su método: ver unas declaraciones de escasa duración. «Cuando va a otros sitios [léase cuando se encuentra con peruanos fenotípicamente adinerados], él cambia, se cohíbe», agregó. En una prodigiosa aceptación del gusto del televidente, las investigaciones, por un momento, priorizaron el destino del dinero más que sus fuentes. Sorpresa: Los narcotraficantes tienden a lo ostentoso. De hecho, en su intento de imitar los placeres burgueses los terminan caricaturizando: Carros más grandes y brillosos, casas aún más enormes, fiestas privadas con las orquestas del momento, el caribe a discreción. Terrible falta de pudor para una sociedad que casi perdona el delito, pero no la huachafería. «A uno no lo mata lo que le falta; lo mata lo que le sobra», dijo alguna vez Apolinar Salcedo, ex alcalde de Cali, digamos, un entendido en estas cuestiones. II En Scarface, Tony Montana decía haberse cansado de los destartalados zapatos rusos, en particular, y de la Cuba castrista, en general. A Gerald el cansancio y la molestia pudo llegarle, cuando niño, desde cualquier lugar a su alrededor. La identificación de Gerald con Tony Montana no es arbitraria ni posera. Ambas son historias de ascenso. En el Perú el término “arribista” está vetado por incorrección política desde hace más de una década. Su uso, hoy, delata cierto pedigrí aristocrático. «Ahora lo que prima —señala Gonzalo

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  • GERALD OROPEZA:

    LA INVISIBILIDAD EMERGENTE

    Por Diego Alarcn

    La primera vez que escuch de Gerald Oropeza estaba en un chifa. Sin compaa y ante el sacrilegio de un chaufa sin wantn, escuch un comentario que se col inadvertido entre la vocalizacin insufrible del reportaje:

    Demasiada caa para ese cholito, no? vena de la mesa de atrs.

    En adelante seguira escuchando el mismo tono. No sorprenda el narcotrfico, sorprenda el narcotraficante. Las facciones aguileas, el mestizaje evidente, el look awachiturrado. l era el dueo de la camioneta Porsche, l viva en la ex mansin de Crousillat? La investigacin criminal devino sociolgica. Como si estuviramos haciendo la crnica de un personaje ligado a la cumbia, dira Patricia del Ro. Y con cada descubrimiento, ms incredulidad. Un hijo de San Juan de Lurigancho tena un Audi y un Ferrari, gastos mayores a quinientos mil soles mensuales y la capacidad de armar fiestas privadas como los peloteros, al decir de Patrick Zapata, amigo de Gerald asesinado hace unos das. Quin lo puede negar: Una historia de xito, sea lo que sea que esto signifique. Pronto la sorpresa cobrara matices cnicos. Con tanta plata, no pudo ser ms sobrio, menos huachafo? Hubo quienes parecan recriminarle no haber cambiado las amigas de cono. Las psicologas improbables no tardaron en aparecer. A l no le gusta su rostro, sentenci Rosa Mara Cifuentes, bosquejando un perfil psicolgico tan profesional como su mtodo: ver unas declaraciones de escasa duracin. Cuando va a otros sitios [lase cuando se encuentra con peruanos fenotpicamente adinerados], l cambia, se cohbe, agreg. En una prodigiosa aceptacin del gusto del televidente, las investigaciones, por un momento, priorizaron el destino del dinero ms que sus fuentes. Sorpresa: Los narcotraficantes tienden a lo ostentoso. De hecho, en su intento de imitar los placeres burgueses los terminan caricaturizando: Carros ms grandes y brillosos, casas an ms enormes, fiestas privadas con las orquestas del momento, el caribe a discrecin. Terrible falta de pudor para una sociedad que casi perdona el delito, pero no la huachafera. A uno no lo mata lo que le falta; lo mata lo que le sobra, dijo alguna vez Apolinar Salcedo, ex alcalde de Cali, digamos, un entendido en estas cuestiones.

    II

    En Scarface, Tony Montana deca haberse cansado de los destartalados zapatos rusos, en particular, y de la Cuba castrista, en general. A Gerald el cansancio y la molestia pudo llegarle, cuando nio, desde cualquier lugar a su alrededor. La identificacin de Gerald con Tony Montana no es arbitraria ni posera. Ambas son historias de ascenso. En el Per el trmino arribista est vetado por incorreccin poltica desde hace ms de una dcada. Su uso, hoy, delata cierto pedigr aristocrtico. Ahora lo que prima seala Gonzalo

  • Portocarrero es la figura del emprendedor, que es el modelo de identidad ms vigente en nuestra poca. Y Gerald, antes del atentado en San Miguel, pasaba como eso: un empresario emergente, un emprendedor.

    La rutina convierte lo evidente en invisible, y estamos acostumbrados a hablar de lo emergente en otros trminos. La figura heroica del Per del crecimiento es el emprendedor. Asumimos que su mbito es todo trabajo y esfuerzo, levantarse muy temprano, todos en la misma sintona. La imagen no es irreal, pero viene ideolgicamente depurada. Porque queremos vernos as, triunfadores y exitosos, orgullosos peruanos. Y si lo queremos, la imagen nos llegar, con toda la sinceridad que un comercial para clavarte un crdito puede ofrecer. Esta rutina del xito se trastoca cada que un hecho o un personaje expone otra dimensin de ese mundo emergente. Gerald Oropeza se presentaba como empresario. En provincia ya hay una forma de leer entre lneas el significado de empresario. Una cierta psicosis colectiva flota al respecto. Ser narco, digamos, puede que ya se presuma; en la honestidad est la carga de la prueba. Interrumpido lo cotidiano con una camioneta ametrallada, se desvanece la invisibilidad, exponiendo ese otro lado de lo emergente y las costuras de un Estado construido desde un licencioso elogio de lo informal y la subsistencia al margen de la ley. Como la rutina regresa despus de un rato y vuelve la mano invisible

    del Per del crecimiento, slo nos queda revisar alguna radiografa. El evangelio de la carne (Eduardo Mendoza, 2013) nos muestra esa dimensin ms mundana de lo emergente: ese mundo ms tirado a lo gregario y lo hobbesiano, que visto desde arriba no parece una maquinaria voraz y masiva de desarrollo sino una claustrofbica caja de hormigas.

    III

    Dicen que lo vio la ley, pero que sintieron fro. O miedo. O gracia. Gerald Oropeza era cualquier cosa menos inubicable. Con 59 contratos con el Estado, una incoherencia de ingresos y gastos obscena (ganaba doce mil soles al mes, gastaba quinientos mil), su afiliacin aprista y un posible partido poltico (su apoderado legal, Jason Elberth Silva de la Pea, compr un kit electoral en el 2014) cualquier defensa de las instituciones pblicas hoy solo ruboriza. La estupidez y la excesiva confianza no son lo mismo, pero s que tienen los mismos efectos. Gerald era confiado. Senta que, de alguna u otra forma (el punto est en averiguar cul), nada poda alcanzarlo. El contexto se prestaba a plenitud. Tanto que de no haber sido por un hecho tan excesivo como una granada en San Miguel, todo seguira en marcha. Nadie hubiera descubierto sus vnculos con Facundo Chingel ni con la mafia Orellana. Y, por supuesto, Alan Garca hubiera continuado su campaa presidencial con menos sudor. En los peruanos de hoy, despus de todo, dira Julio Villanueva, hay una enajenacin de la responsabilidad, una despreocupacin que convive con la queja. El narcotrfico paradjicamente es ms invisible en tanto ms evidente y rutinario. Con una legin de ciudadanos permisivos y dispuestos a votar por quienes sostienen la telaraa donde se mueven los Oropeza (porque como Gerald hay varios), el prximo paso es que el ruido de las balas se vuelva nuestro silencio, nuestra banda sonora.

    https://www.youtube.com/watch?v=5sFTpza4O-c