geraldine y su mundo imaginario
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Geraldiney su mundo imaginarioValentín León & Gemma Contreras
Geraldiney su mundo imaginarioValentín León & Gemma Contreras
Las gotas de lluvia que golpeaban incesantemente la ventana de la habitación, despertaron a
Geraldine. Hacía dos semanas que su familia se había mudado a la ciudad con el propósito de empezar
una nueva vida, y todavía no conseguía conciliar el sueño. Una barrera gruesa de soledad y un temor
innato a la oscuridad la separaban de la infancia feliz rellena de piruetas que cualquier niño necesita.
Fruto de aquella desesperación que la atrapaba buscó una vía de escape. Debido al cambio de ciudad
y a su timidez no consiguió entablar amistad con sus recientes compañeros, algo que le hizo bucear en
su corazón e inconscientemente plasmar su habilidad en los cuadernos que le compraba a menudo su
padre.
En una de sus numerosas inspecciones en busca de tesoros enterrados, halló un rinconcito muy
acogedor con el fin de dar vida a sus personajes. El cobijo y la sombra que proporcionaba el gigantesco
cerezo del jardín, era, sin duda, todo lo que ella necesitaba para dar rienda suelta a su mano derecha.
La nueva pastelería que sus padres abrieron acaparaba toda la atención y la diminuta y desatendida
Geraldine encontró su pequeño paraíso en el mágico mundo de la imaginación. Desde su tierna
infancia desarrolló una forma de expresión a base de pinceladas vivas de color y de personalizados
trazos repletos de ingenio. Cada tarde después del colegio un pedacito de tarta de arándanos la
esperaba en forma de merienda. En dos viajes cogió la bandeja con el trozo de pastel, el vaso de zumo
de zanahoria, las pinturas y los cuadernos y se dirigió al pie del majestuoso cerezo.
Dejó la bandeja en el césped, sus párpados se relajaron, sus neuronas empezaron a chispear y empezó
a visualizar colores, brillos, recreándose en una absoluta armonía con todo lo que la rodeaba expresada
por su peculiar e inocente sonrisa. Empezó a dibujar envuelta en una humareda de líneas y colores, sus
lápices se movían al son de sus movimientos de muñeca. Aún con los ojos cerrados, visualizaba formas
que moldeaba sin empeño y que poco a poco se establecían, creando figuras risueñas. Deseaba escapar
del mundo, huir de aquella ciudad, anhelaba compartir su pedacito de tarta. De repente notó un
fuerte viento que la estiraba, intentó gritar pero no podía, estaba paralizada, cualquier reacción era en
vano. La estiraba más y más, el dibujo la succionaba.
Abrió los ojos. Aquél lugar le era familiar, estaba en el claro de un bosque. Se dió cuenta que era el
mismo lugar que había dibujado minutos antes. Un bosque de pinos altos, un lugar verde, acogedor,
precioso. Atónita y con la boca abierta, buscaba desesperadamente algún rastro o alguna persona,
pero no encontró nada. Segundos después se percató que había dos hormigas marrones, gigantescas
y erguidas que le llegaban hasta la rodilla, aunque lo más curioso no era su tamaño, sino que estaban
hablando. Se acercó con disimulo y las oyó conversar:
-Coronel,hemosestablecidounperímetrodehojasdepinoparaprotegerelhormiguero. – dijo una.
-¡Bienhecho!Seguidahoraconlasramassecas. – Contestó el coronel. A Geraldine le hizo gracia
el diminuto casco verde que llevaba.
-Aunquetodavíafaltanalgunasdefensas.¡Malditoszánganos!Debemoshaceralgopara
contrarrestarsuofensiva.
-¡Coronel!¡Intruso!– gritó la hormiga soldado.
-¡AAHH!¡Acubierto!
Las hormigas se agacharon y empezaron a temblar, Geraldine miró a ambos lados en busca del intruso,
al no ver a nadie se dio cuenta que era ella. Intentó tranquilizarlas, les explicó lo sucedido pero seguían
agachadas, incluso oyó como una rezaba.
Siguió intentando hacerlas razonar hasta que apareció un solemne búho de grandes ojos amarillos que
se posó en una rama de un pequeño pino.
-TranquilíceseCoronel.Noesmásqueunaniña,noleharádaño. – le dijo el Búho con voz
apaciguadora.
-¿Qué?Ah,¡Profesor!yalosé.Paraquelosepanoestabaasustado. – aclaró el Coronel irguiéndose
de nuevo.
-¿Cómotellamaspequeña?– preguntó el búho.
-Gerladine. – contestó tímidamente, acercándose a él.
El búho le explicó que todos los animales de ese bosque poseían la capacidad de comunicarse con
palabras, todos y cada uno de ellos, a excepción del oso perezoso que hablar suponía un gran esfuerzo
para él. Le explicó también que el bosque en el que se encontraba era mágico y que ocurrían cosas sin
ningún tipo de lógica aparente. Geraldine lo corroboró observando el atuendo del búho, un chaleco
verde oscuro, corbata roja y una cartera amarillo melocotón, dónde, explicó, guardaba sus binoculares.
El profesor acompañó a Geraldine hacia otro claro, más pequeño que el anterior, en el que se habían
reunido otros animales. Por lo visto las hormigas había corrido la voz de que una niña había aparecido
en el bosque, y todo el mundo quería conocerla.
Fue una sensación extraña para Geraldine, ya que nadie, aparte de sus padres, se había interesado
por ella. Fue recibida con una ovación, todos quería hablar con ella y preguntarle cosas. Fue en
ese momento dónde forjó sus primeras amistades: la mariposa Candy, dulce y amistosa en cuyas
alas habían pintado una sinfonía de colores y formas envidiados por el arco iris, la ardilla Rodolfo,
pequeña y nerviosa cuya risa era inevitablemente contagiosa, el loro al que llamaban Sr. Green, gruñón
y malhablado según él había viajado por los siete mares al hombro de un temible pirata, a Vago, el
oso perezoso que se pasaba todo el día dormido y su vocabulario solo constaba de gruñidos, también
aparecieron algunas hormigas con el Coronel Mitch a la cabeza más erguido que nunca. Por primera
vez se sentía aceptada, todo el mundo quería ser su amigo y no la dejaban de lado, apartada en la
sombra, fue en ese instante dónde conoció la felicidad. Acostumbraban a sentarse en circulo en el
suelo o posados en las ramas de los árboles y escuchaban las historias que el Profesor les relataba, unas
veces se las inventaba y otras narraba viejas experiencias que le habían marcado y enseñado que todo
es posible. Todos respetaban al viejo búho, Geraldine entendió que la sabiduría se gana con el paso del
tiempo, fruto de una vida llena de aventura, superación y de agruparse con buenos amigos. Ella por
fin lo había conseguido.
Escuchó una voz que le resultaba muy familiar:
-Geraldine,Geraldine… - repetía una voz de mujer. La niña abrió los ojos, estaba en el patio
de su casa a los pies del cerezo y con el dibujo en la mano.
-Cariño,acenar.– anunció su madre, la pequeña respondió asintiendo.
Cuando se disponía a recoger el cuaderno y las pinturas, observó como una gran hilera de hormigas
asaltaban el trozo de pastel de arándanos, no obstante dejó el plato allí. No podía dejar sin provisiones
al Coronel Mitch, pensó.
Cuando se levantó por la mañana no podía dejar de pensar en sus nuevos amigos, en la escuela su
profesora le tuvo que llamar la atención un par de veces por estar distraída mirando por la ventana. Al
llegar a casa cogió el trozo de tarta que dejó a un lado para las hormigas y abrió el cuaderno. Cerró los
ojos y comenzó a dibujar, igual que la otra vez el remolino de viento la succionó. Apareció en el claro
dónde el Profesor narró los cuentos, allí estaban todos. Sin querer escuchó la conversación que tenían
el Profesor, el loro y el Coronel.
Ha sido la gota que ha derrumbado la madriguera, no podemos esperar más. – dijo la hormiga muy
seria.
-Iremosahablarconellas,seguroquetienesolución. – propuso el búho
- ¡Rayosycentellas!Ataquemosdeunavez. – gritó el loro.
-No.Debemostenerunarelaciónderespetoyamistad,losolucionaremoscharlandoypartiremos
ahora.
Nunca los había visto tan serios y preocupados, excepto el Profesor que seguía con su
compostura habitual de serenidad.
-¿TeapetecevenirconnosotrosGeraldine? – ella asintió.
-Puesenmarcha.
Los cuatro emprendieron la partida, el Coronel Mitch y el Sr. Green iban delante despotricando y
planeando un contraataque por si las moscas. Mientras tanto, el Profesor posado en el hombro de
Geraldine los seguían.
-EnelViejomundolashistoriasdepiratasyguerrastienenunsignificadoespecial,contaban
labravurayelcorajedesusescurridizospersonajes.¿Quiéneraelcobardequeseescondíaentre
lamaleza?Secastigabaaloscobardesigualquelosamotinados,¡alohorcaconellos!¡Malditos
corsariosfranceses!Elcapitánperdióunapiernaporsustraicioneroscañonesafeminados.
-CálmeseseñorGreen,suscomentariosvuelvenaestarfueradelugar.–repuso el Profesor, el loro
respondió con un gruñido.
-Nolehagascaso,haestadoendemasiadastravesíasylabrisadelmarlehareblandecidounpocoel
cerebro.-susurró a Geraldine, mientras seguían avanzando.
-¿Quéhapasado,Profesor?
-Nadaimportante,tantoelCoronelcomoelSr.Greensuelenhacerunamontañadeungranode
arena.Esunapequeñarencillaentrelasavispasylashormigas.Lasavispastienenpanelesenlos
morales,lasmorasmadurassedesprendenycaenyalgunasdelasmorashansidoarrastradasporel
vientohastalosaledañosdelhormiguero.Lasavispasreclamanesasmorasylashormigastambién.
Nocreoquetardemosmucho,alfinalsuelenserrazonables.
-¿Lasavispas?
-Lashormigas–contestó sonriendo.–Cuandoacabemosconesteasunto,-prosiguió -iremosal
árboldelagentefeliz.CandyyRodolfoyaestánallí,comodebessuponerVagonohaido,tieneun
problemadeactitud,peroveráscomotelopasarásgenialeneselugar.
A los pocos minutos llegaron a la zona de los morales, allí estaban
esperando las avispas con sus zumbidos incesantes. Fueron unas
duras negociaciones, pero al final se dividieron las moras maduras
y se promulgó un nuevo decreto, en el cual se estableció un
precedente, si los factores ambientales influían se repartirían los
bienes en cuestión.
Espero que hayas aprendido una valiosa lección Geraldine. Los
problemas se solucionan hablando, hay que aprovechar nuestra
inteligencia y dejar a un lado las diferencias.
Volvieron sobre sus pasos, esta vez más animados, hasta llegar a una zona
de pinos más espesa, deambularon entre los árboles y al fin lograron ver un
monumental roble, el cual se necesitaban al menos seis personas para abrazarlo.
El roble estaba resquebrajado, producto de un feroz rayo. El búho invitó a
pasar al resto con un gesto de su ala, entraron uno detrás de otro, y justo en
el momento que cruzaba el umbral una luz brillante cegó a la niña. Abrió
los ojos con dificultad y pocos segundos después todo recuperó la nitidez, se
encontraba dentro del árbol, pero por alguna razón se había empequeñecido al
igual que sus compañeros, estaba rodeada de seres diminutos de color lila. Esos
personajillos de orejas puntiagudas chillaban y cantaban con furor, sonrientes
correteaban y brincaban con brío. Pudo localizar a Candy y Rodolfo en medio
de la multitud y se fundieron un especial abrazo de amigos. Le contaron a
Geraldine que aquellos seres eran la gente feliz, los diminutos hombrecillos
habían sido creados por la naturaleza para brindar felicidad y juegos a todo
aquel que lo deseara. Las horas pasaban como segundos en aquel lugar.
Geraldine descubrió la verdadera diversión, aquella que los niños necesitan
para mantener su inocencia.
Pasaron los días y la pequeña regresaba con sus amigos. Prácticamente ya conocía todos los entresijos
del bosque, los secretos que encerraba y todos los que lo habitaban. Pero un día después del colegio
corrió hacía su lugar de culto, bajo las ramas del cerezo, el fuerte viento que la había succionado
cada día no la trajo de nuevo al claro del bosque. Aterrizó en la entrada de una oscura cueva. Estaba
desorientada y confusa, no conocía esa parte del bosque, nadie se lo había mostrado. Se alegró mucho
cuando vió aparecer al Coronel Mitch de entre la maleza.
-MenosmalqueteencuentroGeraldine.– dijo la hormiga, recuperando el aliento.
-Todoshandesaparecido.Lagentefelizdicequenadieloshavisitado.Hemandadoamis
exploradoresabuscarlosynohaynirastro.Elúnicolugarenelquenohemosbuscadoesestacueva,
ynosdademasiado…
-¿Demasiadoqué?– repuso ella
-Demasiado,demasiado…miedo. – Geraldine pensó lo mismo, la cueva era muy oscura. La
hormiga siguió.
-Yaestáyalohedicho. – y rompió a llorar.
Mientras la niña intentaba consolar a la hormiga des de el fondo de la cueva se escuchó un chillido.
-¡EslavozdeCandy!– gritó Geraldine.
-Tenemosqueentrar – dijo decidida la hormiga, erguida más que nunca.
Las voces del Profesor, Rodolfo, el Sr. Green, Candy y los gruñidos de Vago resonaban en forma de
eco pidiendo auxilio. Los dos entraron poco a poco, asustados por la densidad de la oscuridad y por
los escalofriantes ruidos de la siniestra cueva.
-Geraldine,escúchame,nodebestenermiedo.–la voz del Profesor siempre la había
tranquilizado.
-Ésteestumundo,túlocontrolas,empleatuimaginación,ellateguiará.
-Tienerazón,vamos,deprisa.–le dijo a la hormiga.
-YonopuedoGeraldine,tengodemasiadomiedo.
-Hagaelfavorquiere.UstedesCoronel¿Desdecuandoloscoronelessoncobardes?
-¿Quépensaranlasdemáshormigas?
-Nuncadiránesodemí,¡yosoyunlíder!-respondió con voz dura, se irguió de nuevo y
se colocó el casco verde.
-Adelante.
Las dos corrieron sin temor guiados por las voces de sus amigos. Los encontraron
pegados a una gran telaraña, estaban atrapados por su pegajosa superfície.
Se disponían a rescatarlos cuando se asomó la cabeza de una gigantesca araña
negra de ojos rojos que los miraba fijamente. Sin previo aviso expulsó una rápida
ráfaga de telaraña que apresó al Coronel.
-RápidoGerladine,¡lasarañasnosoportanlaluz!
- Gritó Rodolfo.
La pequeña estaba petrificada ante esa mole de ocho
patas peludas que se acercaba con sigilo.
-Misamigosestánenpeligro,séquepuedosalvarles,
deboconcentrarme.- se dijo a si misma.
Entonces cerró los ojos con fuerza. Visualizó el arma perfecta. Su mano derecha agarraba una potente
linterna. Miró a la araña a los ojos y la linterna despidió un gran chorro de luz que iluminó toda
la cueva. La araña se evaporó. Cortó las telarañas que atrapaban a sus amigos con unas tijeras que
empuñaba con su mano izquierda y huyeron de esa funesta cueva.
Todos felicitaron a Geraldine por su valor y determinación.
-¡FantásticoGeraldine!–Candy se abalanzó sobre ella.
-¡Lohaslogrado!–Rodolfo se unió al abrazo.
-¡Tienesuncorazóndepiratamuchacha!–dijo el Sr. Green.
-Sabíaquepodíashacerlo,enhorabuena.–la felicitó el Profesor.
-Grrññ…MuchasGracias…–eran las primeras palabras de Vago en mucho tiempo.
-¡Bravopequeña!–el Coronel Mitch aplaudía sin cesar.
Fueron a celebrarlo con la gente feliz que les preparó una gran fiesta, sobre todo a Gerladine que se
había convertido en la heroína del bosque. La niña se enfrentó a su mayor temor y lo venció gracias a
su afán de superación.
En los siguientes días, la inquieta Gerladine había conseguido relacionarse con sus compañeros de la
escuela. Hizo maravillosas amistades. Siempre lo recordará como la etapa más feliz de su vida y por ese
motivo les planteó a sus padres la posibilidad de fabricar esos sueños brindando la oportunidad a otros
niños de experimentar lo que ella vivió dedicándose a la ilustración.
Aunque siempre que puede les hace visitas a sus amigos del bosque.