hassel sven - la legion de los condenados

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    LA LEGIN DE LOS CONDENADOS

    Sven Hassel

    Ttulo original:

    DE FORDOMTES LEGION

    Traduccin de

    ALFREDO CRESPO

    portada de

    ISIDRO MONES

    Primera edicin en esta coleccin: Julio, 1987

    Sven Hassel PLAZA & JANES EDITORES, S. A., 1963

    Virgen de Guadalupe, 21-33Espulgues de Llobregat (Barcelona)

    Printed in SpainImpreso en Espaa

    ISBN: 84-01-92100-7 (Col. Gran Reno)ISBN: 84-01-92913-X (Vol. 100/13)

    Depsito Legal: B. 27.4081987

    Impreso en T. G. SolerLuis Millet, 69Espulgues de Llobregat (Barcelona)

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    LIBRO PRIMERO

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    Este libro est dedicado a los soldados desconocidos que cayeron por una causa que no era lasuya, a mis mejores camaradas del 27 Regimiento (Disciplinario) Blindado, as como a las mujeresvalerosas que me ayudaron durante aquellos aos espantosos:

    OberstManfried HinkaOberstleutnantErich von Barring

    Oberfeldwebel Willie BeierUnteroffizierHugo StegeStabsgefreiterGustav EickenObergefreiterAntn SteyerGefreiterHans BreuerUnteroffizierBernhard FleischmannGefreiterAsmus Braun

    y

    Eva Schadows, estudiante de Derechorsula Schade, doctora en MedicinaBrbara von Harburg, enfermera

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    INMUNDO DESERTOR

    El zapador corpulento y forzudo haba sido juzgado la vspera y condenado a ocho aos de traba-jos forzados. Aquel da me tocaba a m pasar por el tubo. Dos perros de guardia me condujeron anteel consejo de guerra, constituido en una enorme sala en la que dos gigantescos retratos, uno de AdolfoHitler, el otro de Federico el Grande, se enfrentaban. Detrs del silln del presidente cabalgaban, in-

    mensas, las banderas del Ejrcito del Aire, del Ejrcito de Tierra, de la Armada y de las SS. En la paredse alineaban los estandartes de las distintas armas: la cruz negra sobre fondo blanco de la Infantera;rojo de la Artillera; amarillo de la Caballera; rosa de las Tropas Blindadas; negro bordeado de platade los Ingenieros; cuerno de caza sobre fondo verde de los Cazadores (chausseurs); y as sucesivamen-te. El propio silln del juez estaba tapizado con la bandera negra, blanca y roja de la Wehrmacht.

    El tribunal se compona de un consejero legal (papel desempeado por un comandante), de dosjueces (unHauptmann y un Feldwebel), y de un acusador-Sturmbannfhrerde las SS.

    Un inmundo desertor no tiene derecho a los consejos de un abogado defensor.Lectura del acta de acusacin. Interrogatorio del acusado. Orden de introducir los testigos... El

    primero que entr fue el hombre de la Gestapo, el que nos haba detenido a Eva y a m mientras nos

    babamos junto a la desembocadura del Weser, y el murmullo estival de las olas perezosas ahog derepente el rumor odioso del tribunal. Las resplandecientes dunas de arena blanca... Eva erguida al sol,secndose los muslos redondos... Su gorro redondo... Su gorro de bao... El calor en mi espalda... Elcalor, el calor...-S, salt encima de la mesa y despus por la ventana...

    Cinco policas me interrogaron entonces. Vinieron igualmente los cinco a presentar su testimo-nio.-S, le di un nombre falso... S, la explicacin que le di era falsa...

    Lo ms curioso fue volver a ver al Kriminalsekretrque orden la flagelacin de Eva. Los otroshaban mostrado sadismo. El se haba mostrado sencillamente correcto. No puede hacerse nada con lagente correcta. Hay demasiada en la tierra... Empec a soar despierto, todo el mundo haba desertado,

    todo el mundo. Slo quedaban los oficiales. Y qu podan hacer ellos? Todos habamos desertado.Todos. Haba hordas en masa por todas las carreteras. Soldados que regresaban a sus hogares. Slo losoficiales permanecan an en el frente, detrs del frente, con sus planos y sus mapas, sus botas bien bri-llantes. Todos los dems regresaban a sus casas, y no me haban olvidado. Dentro de un instante seabrira la puerta. Invadiran la sala del tribunal y no diran nada, pero los cuatro fantoches se levanta-ran al unsono, con el rostro plido.

    Introduzcan al testigo siguiente. Eva Schadows!Eva! T aqu?Era verdaderamente Eva?Pues, s, era Eva, de la misma manera que yo era Sven. An podamos reconocernos por los ojos.

    Todo lo dems, todo lo que habamos conocido -los pequeos secretos vivos, los pequeos detalles n-timos que slo nosotros sabamos, y que habamos saboreado con la mirada, con los labios y con lasmanos omniscientes-, todo lo dems haba desaparecido. Pero nuestros ojos subsistan con todo su te-mor y su promesa de ser siempre los mismos.

    Pueden desaparecer tantas cosas en tan pocos das?-Eva Schadows, conoce usted a este hombre, verdad?

    Mueca pegajosa es una definicin que detesto. Siempre la he encontrado estpida, exagerada.Pero no existe otra para describir la expresin del acusador: era una mueca pegajosa.-S.

    La voz de Eva era casi imperceptible. Alguien arrug un papel y el ruido nos sobresalt a todos.-Dnde le conoci?

    -En Colonia. Durante una alarma.Eran cosas que sucedan en aquellos tiempos.

    -Le explic que era un desertor?

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    -No.Pero no pudo soportar el silencio arrogante y tartamude:

    -No lo creo.-Mida bien sus palabras, joven! Supongo que no ignorar que es muy grave emitir un falso testimonio

    ante un tribunal de justicia...Eva contemplaba el suelo. Ni por un momento me haba mirado. Su rostro era grisceo, como el

    de un enfermo al salir de una operacin. El miedo le haca temblar las manos.-Bueno, por cul se decide, le dijo, s o no, que es un desertor?-S. Supongo que me lo dijo.-Debe contestar, s o no. Necesitamos respuestas concretas!-S.-Qu le dijo despus? Al fin y al cabo, usted se lo llev a Bremen y le dio dinero, ropa y muchas otras

    cosas. No es cierto?-S.-Explquelo todo al tribunal, sin que nos veamos obligados a arrancarle palabra tras palabra. Qu le

    dijo l exactamente?-Me dijo que haba huido de su regimiento; me pidi que le ayudara, que le facilitara documentos. Y

    fue lo que hice...-Cuando le conoci en Colonia, iba de uniforme?-S.-Qu uniforme? -El uniforme negro de los carros de combate, con un galn de Gefreiter.-En otras palabras, usted no poda dudar de que se trataba de un militar?-No.-Fue l quien le pidi que le llevara a Bremen?-No. Se lo propuse yo. E insist. l quera presentarse a las autoridades, pero le convenc para que no lo

    hiciera.

    Eva, Eva, qu les ests diciendo? Por qu les cuentas estas mentiras?-En otras palabras, le impidi usted que cumpliera con su deber presentndose a las autoridades?-S, le imped cumplir con su deber.

    No poda escuchar aquello! Salt como loco, vociferando a pleno pulmn, gritando al presidenteque ella menta para tratar de salvarme, para facilitarme circunstancias atenuantes, pero que no podahaber sabido que era militar, puesto que me haba quitado el uniforme en el tren, entre Paderbon y Co-lonia. Tienen que dejarla marchar; ella no saba que yo era militar, hasta que me detuvieron, lo juro.

    Puede ser humano el presidente de un consejo de guerra? Yo lo ignoraba, pero quera creerloposible. Pero sus ojos eran tan fros como cristales y su mirada haca que mis gritos sangraran.-Acusado, silencio hasta que se le interrogue! Una palabra ms y ordeno que le expulsen de la sala.

    Los pedazos de cristal giraron como un faro.-Eva Schadows, est dispuesta a jurar que su testimonio se ajusta a la verdad?-S. De no haberme conocido se habra presentado a las autoridades.-Le ayud tambin cuando huy de la polica secreta?-S.-Muchas gracias. Eso es todo... Oh! A propsito, ha sido usted condenada?-Cumplo cinco aos en el campo de concentracin de Ravensbrck.

    Cuando se la llevaron me lanz por fin una larga mirada, y sus labios se fruncieron en forma debeso. Sus labios eran azulados, sus ojos a la vez felices e infinitamente tristes. Haba hecho algo porm. Esperaba, crea que eso me salvara la vida. Para aportar esta frgil contribucin a mi defensa, ha-ba sacrificado voluntariamente cinco aos de su vida. Cinco aos en Ravensbrck!

    Haba cado muy bajo.Trajeron igualmente a Trudi, pero sta se desvaneci poco despus de haber iniciado un absurdo

    relato destinado a sostener la declaracin de Eva.

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    El desvanecimiento de un testigo en plena sala de audiencias constituye un extrao espectculo.S llevaron a Trudi, a peso de brazos, fuera de la sala, y cuando la portezuela se cerr tras ella, fue co-mo si todas las puertas se hubiesen cerrado simultneamente a mi alrededor.

    Despus de aquello, la decisin no se hizo esperar mucho. Todo el mundo se levant para escu-char la sentencia, oficiales y funcionarios ejecutando al unsono el saludo nazi.-En nombre del Fhrer...

    Sven Hassel, Gefreiteren el 11 Regimiento de Hsares, es condenado a quince aos de traba-jos forzados, por desercin. Se decreta adems que Sven Hassel sea expulsado de su regimiento y pri-vado de todos sus derechos civiles y militares durante un perodo indefinido.

    !Heil Hitler!Y si t tambin te desvanecieras? Es que no apareca todo negro ante tus ojos, como cuando

    ellos dejaban de aporrearte? Cmo dice esa otra frase hecha? Una vergenza peor que la muerte?Eso es. Nunca habas pensado utilizarla. Pero las frases hechas existen para ser usadas. Y ahora puedesir a explicar al mundo lo que sta significa.

    Rectificacin: no puedes ir a ningn sitio.Estaba tan aturdido, tan alejado de las cosas reales, que escuch, sin comprenderlos de momento,

    los comentarios del presidente.Deca que perdonndome la vida haban permitido que la misericordia suavizara la justicia. De-

    ca que yo era unAuslandsdeustcher; que haba sido llamado desde Dinamarca y que mujeres irrespon-sables, mujeres que no merecan el honor de ser alemanas, me haban persuadido para que desertara, yque, por todos estos motivos, el tribunal, en su bondad infinita, no haba considerado til condenarme amuerte.

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    Grilletes en los tobillos, esposas en las muecas, bamos encadenados de dos en dos, y unalarga cadena rodeaba adems todo el destacamento. Nos condujeron a la estacin de mercancas,con una fuerte escolta de polica militar, armada hasta los dientes.

    Permanecimos apretados en nuestros vagones durante tres das y tres noches.

    MORAN DE DA,MORAN DE NOCHE

    -Antes de desearos la bienvenida a nuestra deliciosa pensin familiar, dejadme deciros lo que sois.No sois ms que un puado de rameras piojosas y de granujas infectos; un rebao de cerdos y de

    cochinas; la escoria de la Humanidad. Es lo que siempre habis sido y lo que seguiris siendo hasta elfin de vuestros das. Y para que podis regodearos bien en vuestra propia porquera, nos encargaremosde haceros reventar lentamente, muy lentamente, para que tengis tiempo de apreciarlo todo en su justovalor. Os aseguro personalmente que nadie se sentir defraudado. Todo el mundo se ocupar asidua-

    mente de vuestra curacin. Lamentara muchsimo que alguno de vosotros careciera de algo.Dicho esto, puedo desearos la bienvenida al Campo Disciplinario SS y Whermacht de Lengries.Bien venidos, seoras y caballeros, al campo de exterminio de Lengries.Golpe con el extremo de la fusta su bota reluciente, y dej que el monculo cayera de sus ojos.

    Por qu los individuos de ese tipo llevan siempre monculo? Debe de haber alguna explicacin psico-lgica.

    UnHauptscharfhrerde las SS ley en voz alta el reglamento, que se resuma a esto: todo estabaprohibido y la menor trasgresin sera castigada con ayuno, con palizas, con la muerte.

    La prisin: cinco pisos de jaulas superpuestas, sin tabiques intermedios, slo rejas. Pasamos porel cacheo y por el bao, luego nos afeitaron la mitad de la cabeza y embadurnaron todas nuestras zonaspilosas con un producto qumico maloliente, corrosivo, que picaba y arda como el fuego. Luego, nosmetieron en celdas donde permanecimos completamente desnudos durante cuatro horas, en tanto queunos SS nos sometan a un nuevo registro: jeringa en las orejas, dedos en la boca, sin olvidar axilas ynariz. Por fin se nos administr una lavativa de caballo que nos catapult hacia los retretes alineados alo largo de la pared. Y an fue peor para las dos jvenes, que debieron soportar adems las bromasobscenas de los guardianes y sufrir un examen especial.

    La ropa que nos entregaron -blusa y pantaln rayados- estaba hecha de un tejido horriblementerugoso, como una especie de saco, que te daba la impresin de estar perpetuamente infestado de parsi-tos o de hormigas venenosas.

    Un Oberscharfhrernos hizo salir y alinear ante un Untersturmfhrer, quien, sealando inme-diatamente al prisionero que ocupaba el extremo derecho, vocifer:

    -T, ven aqu!Un SS empuj al hombre por detrs, envindolo como un mueco desarticulado hasta el alcancedel oficialillo vanidoso, ante quien volvi a adoptar automticamente la posicin de firmes.-Nombre! Edad! Motivo de la condena! Aprisa!-Johann Schreiber. Veinticuatro aos. Condenado a veinte aos de trabajos forzados por alta traicin.-Cuntame. Nunca has sido soldado?-Era Feldwebel en el 123 Regimiento de Infantera.-En otras palabras, es por insubordinacin pura y sencilla que no te molestas en presentarte correcta-

    mente. A lo que aades la impertinencia de no dirigirte a m como te ha sido enseado. Rectifica laposicin, cerdo! Ahora intentaremos quitarte esas malas costumbres. Y si no basta, dilo francamentey encontraremos otra cosa.

    Con la mirada fija en el vaco, el Untersturmfhreraull con voz estridente:-Paliza!

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    Unos segundos ms tarde, el hombre yaca de espaldas, con los pies descalzos aprisionados en uncepo.-Cuntos,Herr Untersturmfhrer?-Veinte!

    El hombre perdi el sentido antes del fin del castigo. Pero tenan medios para remediar eso, me-dios indescriptibles y muy pronto el hombre volvi a ocupar su sitio en la fila.

    Aprovechando la experiencia del primero, el siguiente respondi correctamente:-Herr Untersturmfhrer, el ex suboficial Vctor Giese, del 7 Regimiento de Ingenieros, se presenta y

    declara que tiene veintids aos y est condenado por robo a diez aos de trabajos forzados.-Robo! Qu ignominia! Es que no sabes que un soldado no debe nunca robar?-Herr Untersturmfhrer, declaro que s que un soldado no debe robar nunca.-Pero, sin embargo, has robado.-S,Herr Untersturmfhrer.-Lo que significa que tienes la cabeza dura.-S,Herr Untersturmfhrer, declaro que tengo la cabeza dura.-Bueno, pues vamos a ser muy generosos contigo y darte unas clases particulares. Precisamente tene-

    mos aqu a un excelente profesor.Con los ojos fijos en el vaco el Untersturmfhreraull con voz estridente:

    -Gato de nueve colas!Le colgaron por las muecas, con los pies tocando apenas al suelo.Ninguno de nosotros, ni siquiera las mujeres, sali indemne de esta toma de contacto. Averi-

    guamos rpidamente, por lo dems, que en Lengries no ramos hombres y mujeres, sino cerdos, mon-tones de basura, prostitutas.

    Casi todo lo que ocurra en Lengries es indescriptible, indignante, montono. Pese a su fertilidadmacabra, la imaginacin que se dedica al sadismo es notablemente limitada, en tanto que la sensibili-dad de la vctima se embota rpidamente. Ver a la gente sufrir y morir es igualmente montono, a lalarga, incluso cuando sufren y mueren de cien maneras que, en tiempo normal, se hubiesen considerado

    inconcebibles. Nuestros verdugos tenan carta blanca para explayar en nosotros sus ansias de poder yde crueldad, y aprovechaban ampliamente la ocasin. Vivan ms intensamente que nunca haban vivi-do. Sus almas apestaban mucho ms que los cuerpos enfermos, torturados, de sus prisioneros.

    No quiero de ninguna manera criticar a nuestros guardianes. Tambin ellos eran vctimas de unasituacin que no haban creado y, en cierto modo, salieron de ella ms mal parados que sus vigiladasvctimas: con un alma putrefacta.

    Tiempo atrs cre que me bastara hablar de Lengries para comunicar a la gente mi propia repug-nancia e insuflarle una voluntad inquebrantable de rehacer un mundo, una existencia de donde se hayaexcluido la tortura. Pero slo es posible hacer comprender estas cosas a los que las han vivido, y preci-samente a sos es intil recordrselas.

    Todos los otros, los que nunca han perdido su libertad, me miran como si desearan tratarme dementiroso, bien que en el fondo de s mismos sepan -habiendo devorado con avidez los informes de lapantomima de Nuremberg- que no exagero, sino al contrario. Pero rehsan mirar las cosas de frente yprefieren clavar tablero tras tablero sobre la podredumbre de los cimientos, quemar cada vez ms in-cienso, vaporizar cada vez ms perfume...

    Tal vez haya, sin embargo, un alma valerosa que se atreva a escuchar y ver sin estremecerse. Ne-cesito esa alma, esa persona, sin la que todo sera nicamente soledad. Necesito tambin contar mi his-toria y desembarazarme de ella. Tal vez slo sea por eso que escribo. No para tratar, vociferndolo alos cuatro vientos, de evitar su repeticin. Tal vez incluso, al querer hacerme or, me engao a mmismo? Quiz mi objetivo es simplemente atraer hacia m la atencin y la admiracin horrorizada delas masas? De ser a los ojos de todo el mundo el hroe de aventuras que no todo el mundo ha vivi-

    do...?Ciertamente, no todo el mundo ha tenido ocasin de vivir esas aventuras, pero los que las han

    conocido son demasiado numerosos para que tenga la pretensin de considerarme un fenmeno. Por lo

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    tanto, no s exactamente por qu me tomo la molestia de describir Lengries. Que cada uno me atribuya,si lo desea, un motivo de su eleccin... Pero que nadie olvide, sin embargo, que son incrdulos, aque-llos cuya inteligencia preferir cerrarse ante la verdad, quienes debern llevar la mayor parte de nuestraculpabilidad futura, si todos los Lengries del mundo no son localizados implacablemente y destruidosen embrin all donde haya el peligro de que aparezcan. Es intil citar nombres, lugares, naciones: Dequ sirven esos choques de ideologas en los que cada pas, cada bloqueo est siempre tan ocupado

    en ofenderse ante la conducta de los otros que no piensa ni por un momento en examinar y an menosen reformar la suya propia?

    Los arenques empapados en vinagre que de vez en cuando nos servan eran impropios para laconsumicin, pero los comamos de todos modos: cabeza, aletas, escamas y todo. Cuando estbamosen nuestras celdas, tenamos las manos encadenadas a la espalda. Comamos, pues, boca abajo, con elrostro en la escudilla, como cerdos. Tenamos tres minutos para comer, para devorar un alimento que, amenudo, quemaba.

    Y cuando en el programa haba ejecuciones:Esos das empezaban a golpes de silbato, en tanto que el timbre de alarma sonaba a diversos in-

    tervalos, indicando qu pisos deban bajar. Al primer silbato, haba que adoptar la posicin de fir-mes, frente a la puerta de la celda. Al segundo silbato, todo el mundo empezaba a marcar el paso:plum, plum, plum. Luego, un mecanismo manejado por un SS abra al mismo tiempo todas las puertas,pero se segua marcando el paso en las celdas hasta que sonaba un tercer silbato.

    Una vez en el patio, formbamos un semicrculo alrededor del cadalso, estrado de tres metros dealto que sostena dieciocho horcas. Dieciocho horcas con dieciocho nudos corredizos que el viento ba-lanceaba dbilmente. Al pie del estrado aguardaban dieciocho atades abiertos, de madera basta.

    Los hombres llevaban su pantaln rayado, las mujeres su falda rayada, pero nada ms. El ayudan-te lea la sentencia de muerte, luego los condenados suban al cadalso, detenindose cada uno, en buenorden, debajo de su cuerda. Con las mangas subidas, dos SS hacan de verdugos, y cuando todos loscadveres se balanceaban en el extremo de las cuerdas, con la orina y los excrementos resbalando a lo

    largo de las piernas, un mdico de las SS acuda a echar una ojeada indiferente e indicaba a los verdu-gos, con un ademn, que todo iba bien. Entonces se descolgaban los cadveres, que inmediatamenteeran metidos en los burdos atades.

    Pero si alguien desea saber ms sobre la muerte, puedo hablarle del SturmbannfhrerSchen-drich. Era joven, guapo, elegante, siempre corts, amistoso y tranquilo, pero temido incluso por lospropios SS bajo su mando.-Veamos -dijo un sbado por la tarde, despus de pasar lista-, veamos si habis comprendido bien to-

    das mis lecciones. Trtate de dar una orden sencilla a algunos de vosotros y todos juntos juzgaremossi ha sido ejecutada debidamente o no.

    Hizo salir de la fila a cinco hombres y les orden que se volvieran hacia el muro que rodeaba laprisin, al que nos estaba estrictamente prohibido acercarnos a menos de cinco metros.-De frente... marchen!

    Mirando derecho ante ellos, los cinco hombres avanzaron hacia la pared y cayeron bajo las balasde los guardianes apostados en las torretas.

    Schendrich se nos enfrent de nuevo.-Qu ms se puede pedir? He aqu cmo ha de ejecutarse una orden! Ahora, a mi voz de mando, os

    arrodillaris y repetiris lo que yo dir... De rodillas!No hubo ni un solo retrasado.

    -Y ahora, repetid conmigo, pero con voz alta e inteligible. Somos unos cerdos y unos traidores.-Somos unos cerdos y unos traidores!-Que debemos ser destruidos.

    -Que debemos ser destruidos!-Porque es lo nico que merecemos.-Porque es lo nico que merecemos!

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    -Maana domingo lo pasaremos sin comer.-Maana domingo lo pasaremos sin comer!-Porque cuando no trabajamos.-Porque cuando no trabajamos!-No tenemos derecho a comer.-No tenemos derecho a comer!

    Cada sbado por la tarde, estos coros de dementes resonaban en el patio y, al domingo siguiente,nos quedbamos sin comer.

    Una tal Kthe Ragner ocupaba la celda contigua a la ma. Tena un aspecto horrible con su cabe-llo blancuzco y su boca desdentada por falta de vitaminas. Sus brazos, sus piernas, no eran ms quelargos huesos recubiertos por una epidermis griscea. Su cuerpo estaba lleno de grandes heridas supu-rantes.-Me miras -me dijo una noche-. Quisiera saber la edad que me calculas.

    Lanz una risa seca, desprovista de toda alegra. Luego, viendo que no le contestaba, prosigui:-Por lo menos cincuenta, verdad? El mes prximo cumplir veinticinco. Y hace veinte meses aparen-

    taba tener dieciocho.Secretaria en Berln de un alto oficial de Estado Mayor, Kthe haba conocido en su mismo des-

    pacho a un joven capitn con quien se prometi. Se haba fijado la fecha de su boda, pero no lleg acelebrarse. Cuatro das despus de la detencin de su novio haban ido a detenerla a ella. Los hombresde la Gestapo se cuidaron de ella durante tres meses, acusndola de haber sacado copias de ciertos do-cumentos. Ella no haba comprendido gran cosa de todo el asunto, pero tanto ella como una de suscompaeras haban sacado diez aos de trabajos forzados. Su novio y otros dos oficiales fueron conde-nados a muerte, y un cuarto a trabajos forzados a perpetuidad. Antes de enviar a Kthe a Lengries, lehaban impuesto el espectculo de la ejecucin de su prometido.

    Una maana, cuatro mujeres, entre las que estaba Kthe Ragner, recibieron la orden de bajar arastras la larga y empinada escalera que comunicaba los cinco pisos. Era una clase de ejercicio quecomplaca a los guardianes. Con las manos y los pies encadenados, slo se poda bajar, con la cabeza

    por delante, dejndose resbalar.Ignoro s la cada de Kthe fue o no voluntaria. Haba llegado al lmite de su resistencia y las dos

    soluciones son igualmente plausibles. Escuch su grito agudo y el ruido que hizo su cuerpo al dar con-tra el suelo. Luego, tras unos segundos de un silencio mortal, una voz excitada surgi de las profundi-dades:-Esta granuja se ha partido el cuello!

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    Pocos das despus de la muerte de Kthe fui transferido, junto con un grupo de prisioneros,al campo de concentracin de Fagen, cerca de Bremen, donde nos esperaba -por lo menos esto senos haba dicho- un trabajo especial de una enorme importancia,

    No nos importaba en absoluto saber en qu poda consistir ese trabajo. Ninguno de nosotrospens ni por un momento que poda ser menos penoso que al que estbamos acostumbrados. So-lamos trabajar como bestias de tiro, uncidos a arados, a rastrillos, a carros de rodillos, tirando de

    ellos hasta caer muertos. Solamos trabajar en las canteras partiendo piedra hasta caer muertos.Tambin habamos trabajado en las hilaturas de yute respirando aquella porquera hasta caermuertos de una hemorragia pulmonar.

    Todos los trabajos tenan algo en comn: tarde o temprano acababa uno por reventar.

    FAGEN

    De hecho, Fagen trabajaba en dos sentidos. Bsicamente era un centro de medicina experimental,pero tambin estaban las bombas.

    Los primeros das fui destinado a los trabajos de movimientos de tierras. Debamos trabajar co-mo galeotes, cavando desde las cinco de la maana hasta las seis de la tarde, sin otro alimento que unescaso bodrio que contena ms agua que harina, y que se nos serva tres veces al da. Luego vino laocasin inesperada, que me apresur a coger. La posibilidad de ser perdonado!

    El comandante del campo nos inform que slo los voluntarios tenan derecho a esta oportuni-dad. A razn de quince por ao de pena que quedaba por cumplir. Lo que para m, representaba un to-tal de doscientas veinticinco.

    Pero me doy cuenta de que no he explicado nada. Para tener la posibilidad de ser perdonado, ha-ba que desarmar quince bombas que no hubiesen estallado por ao de pena que cumplir. Quince bom-bas multiplicado por quince aos -faltaba mucho para que cumpliera mi primer ao de condena-, sondoscientas veinticinco.

    Naturalmente, no se trataba de bombas ordinarias, sino de las que ni los especialistas de la defen-sa pasiva ni las unidades militares se atrevan a tocar. Ciertos prisioneros haban conseguido desarmarunas cincuenta antes de morir pulverizados, pero era preciso que, tarde o temprano, alguien llegaramucho ms lejos -digamos hasta doscientas veinticinco- y no vacil en presentarme voluntario.

    Tal vez fuese este razonamiento el que determin mi decisin. O bien el hecho de que cada ma-ana, antes de salir, nos daban un cuarto de pan de centeno, un trocito de salchicha y tres cigarrilloscomo racin suplementaria...

    Despus de un perodo de instruccin, siempre extremadamente breve -como son en tiempo deguerra todos los perodos de instruccin-, los SS nos conducan cada da a los diversos puntos dondenos esperaban las bombas que no haban estallado. Nuestros guardianes se mantenan a una distancia

    respetuosa, en tanto que nosotros excavbamos la tierra alrededor de la bomba, es decir, a veces, hastacinco o seis metros de profundidad. Cuando la bomba quedaba libre, haba que sacarla de su agujerorodendola con un primer cable e izndola despus, centmetro a centmetro, hasta levantarla comple-tamente. As que uno de aquellos chismes colgaba con todo su peso de los mstiles de carga instaladosen el agujero, todo el mundo se escabulla. Prudentemente, para no despertar al monstruo, pero rpi-damente, para ir a ponerse a cubierto. Un solo hombre se quedaba: el prisionero encargado de desen-roscar la espoleta. Si haca un falso movimiento...

    En el camin-taller llevbamos siempre dos o tres cajas destinadas a esos torpes, pero no todoslos das se las poda utilizar. No a causa de que los falsos movimientos fuesen excepcionales, pero amenudo era bastante difcil encontrar algo que meter en la caja.

    Muchos se sentaban en la bomba para desenroscar la espoleta. As es ms fcil mantener el deto-

    nador en una posicin fija. Pero descubr que an era preferible tenderse bajo la bomba, en el fondo delagujero, despus de haber levantado el chisme. Bastaba entonces con dejar que el tubo se deslizaramuy suavemente por la mano cubierta con un guante de amianto.

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    Mi bomba nmero 68 era un torpedo areo y necesitamos quince horas para liberarla. Cuando sehace esta clase de trabajos, no se habla mucho. Se est continuamente en alerta. Se excava prudente-mente, reflexionando antes de hundir la pala, antes de utilizar las manos o los pies. Es preciso respirartranquilo, regularmente, no hacer ningn movimiento brusco y nunca ms de uno a la vez. Al llegar acierto punto, las manos son las mejores herramientas, si se quiere evitar cualquier deslizamiento de tie-rra. Que un torpedo se mueva medio centmetro, puede significar la explosin, la muerte. En su posi-

    cin actual, est silencioso y tranquilo. Pero, qu idea se le ocurrir si se modifica esta posicin? Po-sicin que precisamente debe ser modificada... Porque hay que izar la bomba sobre el camin que se lallevar. Hay que desenroscar la espoleta de la bomba. Hasta ah, ms valdra no respirar siquiera, demodo que, apresurmonos... No, no, nada de prisas intempestivas. Lentitud, pero seguridad. Piano,

    piano si va lontano. Cada movimiento bien tranquilo y deliberado...Un torpedo areo es un adversario impasible; no muestra nada, no traiciona sus secretos. No

    pueden gastarse bromas con un torpedo areo.En esta ocasin nos prohibieron desarmar la bomba en su punto de cada. Antes haba que trans-

    portarla fuera de la ciudad. Esto poda significar, bien que se tratara de un nuevo tipo de bomba quenadie conoca an, bien que estaba en una posicin que slo con soplar sobre la espoleta poda produ-cirse la explosin... Y la explosin de un monumento como aqul, destruira sin duda toda una manza-na.

    Un camin Krupp-Diesel provisto de gra se acerc en marcha atrs hasta el borde de la exca-vacin. Cuatro horas de esfuerzo situaron la bomba colgando de la gra, cuidadosamente atada paraque no pudiera moverse ni un pelo.

    Alivio general... Pero habamos olvidado algo!-Eh, ah, abajo, quin sabe conducir?

    Silencio. Cuando una serpiente venenosa se desliza a lo largo de una pierna, se dice que uno debetransformarse en estatua de piedra, en objeto muerto indigno de retener la atencin de un reptil. Era unsegundo, slo quedaron en el terreno unos pilares de piedra, mentalmente refugiados en la sombra msespesa, en tanto que la mirada del SS saltaba, escrutadora, de rostro en rostro. Ninguno de nosotros le

    miraba, pero todos estbamos tan dolorosamente conscientes de su presencia, que los corazones se ma-gullaban cruelmente contra las rejas de las cajas torcicas, y en imaginacin saltbamos por encima delos crteres, huyendo frenticamente por entre los escombros.-Eh, t! Sabes conducir?

    No me atrev a decir que no.-Bueno, en marcha!

    Unas banderolas indicaban el itinerario que se deb seguir. La calzada, a Dios gracias, haba sidodesescombrada y reparada, a fin de que presentase una superficie sensiblemente uniforme. Todo esopor sus malditas barracas! Ni un alma a la vista en el sector. Los otros vehculo me seguan a buenadistancia. Nadie senta deseos de escoltar el peligro. Pas ante una casa incendiada que llameaba anteel silencio. El humo me escoci en los ojos pero no me atrev a acelerar la marcha. Despus de cincominutos de agona, pude respirar de nuevo el aire fresco.

    Ignoro cules fueron mis pensamientos durante aquella carrera de lentitud. Slo s que tena antem, para reflexionar, todo el tiempo del mundo, y que estaba tranquilo, interiormente excitado tal vez,y, por primera vez desde haca mucho tiempo, vagamente feliz. Cuando cada segundo que pasa amena-za ser el ltimo, se tiene tiempo para pensar, os lo juro. Y tambin por primera vez desde haca siglos,tena conciencia de ser nuevamente alguien. Me haba perdido de vista, haba cesado de tener algunaopinin sobre m mismo, mi personalidad haba sido comprimida, aplastada de todas las maneras posi-bles, y a pesar de esto haba sobrevivido, haba surgido intacta de las humillaciones, de las degradacio-nes cotidianas. Te saludo! Despus de todo, existes. Y sigues siendo t mismo. Mrate: ests haciendoalgo que los dems no se atreven. Por lo tanto, an puedes hacer algo. Algo indispensable. Cuidado

    con esos rieles de tranva!

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    Sal de la ciudad, atraves los ltimos solares llenos de cabaas de chapa ondulada, donde slovivan los pordioseros, los desheredados. Slo... Por lo menos antes. Porque ahora estbamos en guerray cada noche la ciudad se llenaba de nuevos crteres.

    En un lugar determinado, un hombre cavaba un campo. Se apoy en el mango de la pala para mi-rarme pasar.

    Le llam:

    -Eh. No corres a esconderte?El ruido del motor ahog su respuesta, pero permaneci donde estaba. Me habra gritado tal vez

    Buen viaje? Extraa idea la de avanzar tan lentamente por los caminos desiertos!En la ciudad, deban empezar a volver a sus apartamentos, a sus tiendas. Primero los ms valero-

    sos, luego los otros, contentos y aliviados. Fijaos, todo sigue en pie!Hubiese podido tal vez escaparme? No me haban faltado ocasiones al azar de las calles vacas.

    Hubiese podido saltar del camin y correr a esconderme en tanto que la bomba hubiese proseguido sucamino, hasta el conductor, hasta el primer traqueteo brusco que precedera al gran estallido. Ignoropor qu no aprovech esa oportunidad. Creo que nunca haba saboreado tan profundamente la dicha devivir. Estbamos solos, mi querido torpedo areo y yo y en tanto que permaneciera conmigo nadie po-dra acercrseme sin su permiso...

    No surg de mi xtasis hasta encontrarme en campo abierto, en medio de un pramo, en una ca-rretera jalonada con banderolas cada vez ms espaciadas. All, mi instinto de conservacin volvi aimponerse. Hasta dnde pensaba hacerme seguir? Sera estpido morir ahora despus de tantos kil-metros, al cabo de veinticinco horas de trabajo...

    Finalmente, pude dejar la bomba entre los matorrales, a doce kilmetros de la ciudad. Al ser im-posible su desarme, se la hizo estallar junto a la gra que la sostena.

    Esta hazaa me vali tres cigarrillos ms, con la observacin habitual de que no los mereca, peroque nuestro Fhrer bienamado no careca de sentimientos humanos.

    Tres cigarrillos suplementarios: me consider bien pagado. Slo esperaba uno.

    Me ocurri lo peor que puede sucederle a cualquier prisionero: ca enfermo. Y, por otra parte, estambin posible que esa enfermedad me salvara la vida. Consegu resistir durante cinco das. Darse debaja supona el envo inmediato al hospital del campo, donde uno se converta en sujeto de experien-cias, hasta que ya no serva para nada; y uno no dejaba de servir hasta que estaba muerto, a fuerza dehaber servido demasiado. Pero en una ocasin, mientras pasaban lista, ca sin conocimiento y cuandolo recobr estaba en el hospital.

    No me dijeron lo que tena. No lo decan a ningn enfermo. El da en que me consideraron sufi-cientemente restablecido para aguantarme en pie, empezaron los experimentos. Me acribillaron a in-yecciones. Me metieron en una habitacin donde reinaba un calor de estufa y luego en una cmara fri-gorfica, extrayndome sangre a intervalos regulares. Un da me daban todo lo que era capaz de comery al da siguiente me dejaban reventar de hambre y de sed; o bien me hacan tragar tubos de goma paraextraer, durante la digestin, todo lo que me haban permitido, todo lo que me haban obligado a devo-rar.

    Un estado lamentable suceda al otro. Finalmente, me hicieron una larga y dolorosa puncin en lamedula espinal y luego me encadenaron las muecas a una carretilla llena de arena y me obligaron aque la empujar, ante m, sin falta, en un recorrido circular. Cada cuarto de hora me extraan una mues-tra de sangre. Esto dur todo un da, en tanto que mi cabeza flotaba y mi lucidez desapareca gradual-mente. De resultas a ese tratamiento tuve, durante meses, unas jaquecas intolerables.

    Pero tuve mucha ms suerte que la mayora. Un buen da consideraron que haba resistido bas-tante, o tal ve fuese que ya no podan averiguar nada ms por mi mediacin. Me devolvieron al campo.Un SS me inform regocijado que ya no perteneca a los equipos de desarme de bombas. Las que haba

    desmontado no contaban y; para nada.Volv a sudar en la cantera.

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    Luego volvieron a adscribirme al desarme de bombas y haba alcanzado ya una buena cifra cuan-do de repente me transfirieron a Lengries, sin que todo lo que haba hecho me sirviera para nada...

    Siete meses en las minas de Lengries. Siete meses de demencia letrgica, montona.Un da, un SS vino a buscarme. Un mdico me examin. Estaba lleno de fornculos purulentos.

    Me los limpiaron, desinfectaron, embadurnaron de pomada. El mdico me pregunt si me encontrababien.

    -S, doctor, me encuentro bien. Tengo buena salud.Quejarse de su salud era lo ltimo que se deba hacer. Mientras se tuviera un aliento de vida se

    estaba bien de gozando de buena salud.Me condujeron a presencia del SS-SturmbannfhrerSchendrich. ste tena cortinas en las venta-

    nas. Cortinas limpias. Cortinas, os dais cuenta? Cortinas de color verde claro con dibujitos amarillos.Verde claro con dibujitos amarillos. Verde claro con...-Qu te hace babear de esta manera, vive Dios?

    El corazn me dio un vuelco.-Nada,Herr Sturmbannfhrer. Disclpeme,Herr Sturmbannfhrer. Tengo el honor de declarar que

    nada me hace babear.Una inspiracin repentina me sugiri que aadiese en voz baja;

    -Tengo el honor de declarar qu no hago ms que babear...Me mir, bastante desorientado. Luego ahuyent no s qu pensamientos importunos y me alarg

    con brusquedad una hoja de papel.-Firmar aqu que siempre ha recibido el rancho ordinario del Ejrcito, que nunca ha padecido hambre

    o sed, y que no tiene ningn motivo para quejarse de las condiciones de existencia en el interior deeste campo durante su estancia en l.

    Firm. Qu importaba? Iba a ser transferido a otro campo? O bien me haba llegado el turnode balancearme al extremo de una cuerda?

    Empuj hacia m un segundo documento, de aspecto ms bien formidable.-Y aqu firmar que siempre ha sido tratado severamente, pero bien, de acuerdo con las estipulaciones

    del derecho internacional.Firm. Qu importaba?

    -Si alguna vez pronuncia una sola slaba sobre lo que ha visto u odo aqu, me apresurar a recuperarloy preparar personalmente su ceremonia de bienvenida, entendido?

    -Entendido,Herr Sturmbannfhrer.De modo que se trataba de un traslado.Me condujeron a una celda donde me esperaba un uniforme verde, sin ninguna insignia, que me

    ordenaron vestir.-Lmpiate las uas, cerdo!

    Un SS me introdujo luego en el despacho del comandante, donde cobr un marco y veintinpfennigs por mis siete ltimos meses de trabajo, desde las seis de la maana hasta las ocho de la noche.Un Stabscharfhreraull:-Prisionero 552318A... En proceso de excarcelamiento... Retrese!

    Tambin esto era una forma de tortura. Pero conoca la astucia y me senta muy orgulloso por nodejarme engaar. Describ media vuelta y sal, en espera de sus estallidos de risa. Pero no, eran anms sutiles de lo que yo haba sospechado. Contenan sus deseos de rer.-Sintese en el pasillo hasta que vengan a buscarle!

    No. No se rean. Y, a pesar mo, empezaba a esperar. Tuve que aguardar ms de una hora en tan-to que mis nervios se crispaban a flor de piel con cada minuto que pasaba. Cmo era posible que unoshombres, unos seres aparentemente humanos, pudiesen llegar tan lejos en la perversin refinada, en elsadismo? Y me repeta: Sin, embargo, sabes bien que pueden llegar an mucho ms lejos. Te crea

    curado para siempre de esas ilusiones pueriles...

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    Incluso hoy revivo intensamente, cuando pienso en ella, esa estupefaccin atnita que cay sobrem cuando segu al Feldwebel hasta el pequeo Opel gris, despus de haber sido informado que ha-ba recibido el indulto y que en lo sucesivo servira en un batalln disciplinario.

    El pesado portaln se cerr a nuestras espaldas. Los grandes edificios de hormign con las mi-nsculas ventanas cubiertas de rejas se desvanecieron al mismo tiempo que se alejaba el horror, el es-panto sin nombre...

    No llegaba a comprenderlo. Estaba aturdido; an ms: Consternado! Cuando el auto atravesabael patio del cuartel de Hannover an no me haba recobrado totalmente de la impresin.

    Ahora, despus de todos esos aos, slo recuerdo el horror, el espanto sin nombre bajo el aspectode las cosas concluidas, pasadas de una vez por todas.

    Pero, por qu, por qu esa consternacin al verlas desvanecerse detrs de m? Es una pregunta ala que nunca he encontrado respuesta.

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    Veinte veces por da, con gran aparato de imprecaciones y de blasfemias, se nos repeta queservamos en un batalln disciplinario, lo que significaba que debamos ser los mejores soldadosdel mundo.

    Durante las seis primeras semanas, hicimos la instruccin desde las seis de la maana hastalas siete y media de la tarde, instruccin, siempre instruccin.

    CIENTO TREINTA Y CINCO CADVERES AMBULANTES

    Instruccin hasta que la sangre nos brotaba de las uas... Y no es sentido figurado!Paso de la oca con todo el equipo a cuestas: casco de acero, mochila, cartucheras llenas de arena

    y capote de invierno, en tanto que a nuestro alrededor la gente sudaba a chorros con su indumentaria deverano.

    Marchas forzadas en terrenos pantanosos donde nos hundamos hasta la pantorrilla... Manejo delarma, con los brazos levantados y el rostro impasible, mientras el agua nos llegaba al cuello.

    Nuestros suboficiales formaban una jaura de demonios aulladores que vociferaban y nos insulta-ban hasta llevarnos a dos dedos de la locura. Poda confiarse en ellos para que nos se les escapara niuna sola ocasin.

    No se nos poda castigar, recluyndonos en nuestros barracones, por la sencilla razn de quenunca disponamos del menor instante de libertad. Siempre haba servicio, servicio, servicio. Cierto esque disponamos de una hora para cenar y en teora podamos disponer del tiempo entre las siete y me-dia y las nueve de la noche. Pero si no pasbamos todos y cada uno de los minutos de esa hora y medialimpiando nuestros uniformes manchados, o abrillantando nuestras botas y el resto de nuestro equipo,nos enseaban a hacerlo mediante las represalias ms implacables.

    A las nueve, todo el mundo deba estar acostado. Lo que no supona, desde luego, un sueo repa-rador. Cada noche tenan lugar ejercicios de alerta y de cambio rpido de uniforme.

    Cuando sonaba la alerta, bajbamos de nuestros camastros, nos ponamos la indumentaria decampaa y nos presentbamos en el patio. Entonces nos enviaban a ponernos los uniformes de desfile.Luego los de ejercicio. Despus, de nuevo, los de campaa. Nunca sala la cosa totalmente bien. Nochetras noche, los suboficiales nos acosaban y perseguan por las escaleras del cuartel con si fusemos unrebao de bestias amedrentadas, hasta que la sombra de uno solo de ellos era casi suficiente para ha-cernos desfallecer de miedo.

    Al cabo de las seis primeras semanas empez la segunda fase de nuestra formacin prctica, y sihasta entonces no sabamos lo que era la fatiga, las maniobras de campaa no tardaron en ensernos-lo.

    Atravesar a rastras kilmetros de terreno especial de entrenamiento, sembrado de escoria de hie-

    rro o de slices cortantes que nos dejaban las palmas de las manos convertidas en una pulpa sanguino-lenta, o bien con un espeso fango ptrido que amenazaba con asfixiarnos... Pero lo que temamos sobretodo, eran las marchas forzadas.

    Una noche, nuestros suboficiales irrumpieron en los recintos donde dormamos como muertos,vociferando con ms energa an que de costumbre.-Alerta! Alerta!

    Salto general de los camastros, forcejeos febriles con diversas piezas del equipo. Una correa en-callada, un mosquetn, obstinado, medio segundo perdido, catstrofe... Menos de dos minutos ms tar-de los pitidos resonaban en los pasillos, los pies de los suboficiales golpeaban las puertas...-Tercera Compaa, a foorMAR! Qu diablos estis haciendo ah! An no habis bajado, maldita

    sea? Y las mochilas, sin cerrar! Dnde creis que estis, hatajo de gandules? En un hospicio para

    ancianos?Avalancha en las escaleras mal iluminadas de hombres embrutecidos que acababan de abrocharse

    una ltima correa. Formacin incierta en el patio del cuartel. Luego:

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    -Tercera Compaa... A vuestros acantonamientos.. UNIFORME DE EJERCICIO!Que unos hombres puedan vociferar as sin que estalle una arteria en el crneo, me ha parecido

    siempre un desafo al sentido comn. Pero, no ser precisamente el sentido comn lo que les falta?Habis observado su manera de expresarse? Son incapaces de hablar como todo el mundo. Sus pala-bras estn soldadas entre s hasta producir una especie de balido, con excepcin de la ltima, que tratade restallar como la punta de un ltigo. Nunca les oiris terminar una frase con una slaba no acentua-

    da. Fragmentan todo lo que dicen en salvas, de interjecciones militares, incomprensibles. Esos berri-dos, esos eternos berridos! Hay que reconocer que esa gente debe tener el crneo vaco...

    Como una oleada que lo barre todo a su paso, los ciento treinta y cinco reclutas que formbamosel grupo nos precipitbamos hacia la escalera para regresar a nuestros alojamientos y ponernos el uni-forme de ejercicio antes de que sonara un nuevo a fooorMAR...

    Habiendo realizado esta operacin una docena de veces durante la noche, con el acostumbradoacompaamiento de maldiciones e injurias, la compaa se encontr finalmente en medio del patio,

    jadeante y sudorosa, pero en buen orden de marcha, dispuesta a emprender el ejercicio nocturno previs-to en el programa.

    Nuestro comandante de compaa, un capitn manco llamado Lopei, nos observaba con una lige-ra sonrisa en los labios. Exiga de sus hombres una disciplina frrea, inhumana.

    Y, sin embargo, entre todos nuestros verdugos, era el nico que, a nuestros ojos, tena algo dehumano. Todo lo que nos haca hacer tena al menos la decencia de hacerlo l mismo, y nunca nos pe-da algo que estuviera por encima de sus propias fuerzas. Cuando regresbamos del ejercicio, tena unaspecto tan derrotado como el nuestro. Era su manera de ser leal, y la lealtad era algo que habamosperdido de vista haca mucho tiempo. Estbamos acostumbrados a ver a cualquiera que gozase de auto-ridad escoger cabeza de turco tras cabeza de turco y hostigar al pobre diablo, hacerle la vida dura hastavaciarlo, convertirlo definitivamente en inepto, hacerle reventar de agotamiento o impulsarlo al sui-cidio. El capitn Lopei no tena ni favoritos ni cabezas de turco. Perteneca a ese tipo rarsimo de ofi-ciales que pueden conducir a sus hombres hasta el mismo infierno por la sencilla razn de que ellosandan siempre en cabeza y que, a su manera, demuestran una lealtad inflexible. Si el valor y la integri-

    dad de aquel hombre hubiesen estado al servicio de cualquier otro sistema que no fuera el de AdolfoHitler, si hubiese sido oficial en cualquier otro ejrcito, me hubiera inspirado simpata. Tal como esta-ba las cosas, me inspiraba un respeto innegable...

    Inspeccion brevemente su compaa. Despus retrocedi unos pasos y orden:-Tercera Compaa, fiirMES! Aaaarmas al HOMBRO!

    Choques rtmicos de ciento treinta y cinco fusiles al aterrizar simultneamente, en tres tiempos,sobre ciento treinta y cinco hombros. Luego varios segundos de silencio absoluto, mientras cada ofi-cial, suboficial y simple soldado miraba fijo ante s, rgido como un poste bajo un casco de acero.Desdichado del triple infortunado que en aquel momento hubiese movido aunque slo fuese la puntade la lengua!

    De nuevo la voz del capitn, entre los altos lamos y los edificios grises del cuartel:-DeeeRECHA! De frenteee... MARCHEN!

    Retumbar de botas claveteadas en el cemento del patio, con produccin de chispas fugaces. Cuar-to de vuelta al salir del cuartel e inicio de la marcha por el camino empapado, bordeado de lamos. Enun batalln disciplinario, las conversaciones y las canciones estn, naturalmente, prohibidas; indivi-duos de cuarta categora no pueden aspirar a los privilegios del soldado alemn. Como tampoco tena-mos derecho a llevar el guila o los otros smbolos de honor: slo llevbamos, en la manga derecha,una cinta blanca -y que siempre deba permanecer blanca!- cruzada por la palabra SONDERAB-TEILUNG en letras negras.

    Como debamos ser los mejores soldados del mundo, todas nuestras marchas eran marchas for-zadas. En menos de un cuarto de hora estbamos cubiertos de sudor, nuestros pies empezaban a calen-

    tarse y abramos la boca para poder respirar, pues la nariz por s sola resultaba rpidamente incapaz desuministrarnos una cantidad de oxgeno suficiente. El correaje y el fusil impedan que la sangre circula-ra normalmente en nuestros brazos, produciendo la hinchazn de los dedos. Pero para nosotros todo

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    eso no era ms que una insignificancia. Podamos realizar una marcha forzada de veinticinco kilme-tros sin experimentar la menor molestia.

    Entonces empezaba el ejercicio: avance en guerrillas, por saltos sucesivos, un hombre cada vez.Con los pulmones trabajando como los soplillos de una fragua, nos lanzbamos por el campo abierto,al galope, arrastrndonos a travs de campos helados, empapados, excavando nuestros refugios provi-sionales de animales acorralados, con nuestras cortas palas de trinchera.

    Pero, desde luego, nunca bamos lo bastante aprisa. A cada momento sonaban los silbatos, y no-sotros tratbamos intilmente de recuperar el aliento, jadeando e hipando durante unos segundos de-masiado breves, en tanto que las maldiciones llovan sobre nosotros.

    Despus haba que continuar. Adelante..., adelante..., adelante. Estbamos rebozados de tierrahmeda; nos temblaban las piernas y el sudor corra a chorros por todo nuestro cuerpo, enconando lasheridas causadas por el roce de las correas que sujetaban nuestro pesado equipo. El sudor impregnabanuestros uniformes y eran muchos los que tenan las guerreras llenas de manchas oscuras. El sudor noscegaba, y nuestras frentes irritadas nos escocan cruelmente, a fuerza de secarlas con unas manos suciaso unas mangas speras. As que nos inmovilizbamos, el bao de sudor se transformaba en bao dehielo. Yo tena el interior de los muslos en carne viva. Y el miedo aada su sudor personal al del ago-tamiento.

    Al amanecer estbamos ya agotados, embrutecidos. Pero era la hora de practicar nuestro ejerciciode alarma area. Carrera a toda velocidad por el mal camino del que cada piedra, cada charco, cada ba-che, reclamaba una atencin permanente, pues el menor paso en falso poda significar la cada o la dis-locacin, y el castigo. Slo el hecho de adelantar un pie despus del otro, para correr o para andar, actoque por lo general se realiza normalmente y sin prestarle atencin, requera un esfuerzo fsico y mentalcasi sobrehumano. Tan abrumador era el peso que sentamos en las piernas. Pero no obstante, trotba-mos con obstinacin, cojeando y tropezando a paso gimnstico. Nuestros rostros de rbitas hundidas,generalmente plidos, estaban rojos como langostinos, los ojos desencajados y fijos, las venas de lafrente desmesuradamente hinchadas. Tenamos la boca seca, rodeada por una baba viscosa, y de vez encuando un hipo desesperado proyectaba salpicaduras de espuma blanquecinas.

    Los silbatos nos horadaban el cerebro y saltbamos a la derecha y a la izquierda, zambullndonosen las cunetas, sin mirar lo que haba en el fondo, zarzas, barro, o algn colega ms rpido que noso-tros. Luego empezaba el montaje frentico de los morteros y de las ametralladoras en posicin de tiro,montaje que deba realizarse en pocos segundos, aun a costa de un esguince o de una mano ensangren-tada.

    Y de nuevo la marcha, kilmetro tras kilmetro. Creo que s todo lo que es posible saber sobrelas distintos clases de caminos. Caminos blandos, caminos duros, caminos anchos, caminos estrechos,pedregosos, fangoso pantanosos, pavimentados, alquitranados, nevados, accidentados, llanos, resbala-dizos, polvorientos. Mis pies me han enseado todo lo que es posible saber sobre los caminos. Los ca-minos odiosos, enemigos y verdugos de mis pies.

    Despus de la lluvia, el sol. Es decir, sed, cabeza pesada, jaqueca, deslumbramiento. Los pies ylos tobillos se hinchaban dentro de las polainas. Uno avanza en una especie de estado hipntico.

    A medioda, por fin, una parada... Nuestros msculos estaban tan atormentados que quererlos de-tener constitua otra tortura ms. Algunos no lo conseguan y seguan llevados por el impulso, despusde haber resonado la orden, golpeaban al hombre que les preceda y se quedaban all con la cabeza ga-cha, al borde del desmayo, hasta que el otro los rechazaba sin miramientos.

    Nos habamos detenido al lindero de un pueblo. Dos o tres nios vinieron a contemplarnos. Laparada sera de media hora. Olvidando que estbamos a cincuenta kilmetros del cuartel, todos nos de-

    jamos caer en el lugar que ocupbamos, sin ni siquiera aflojar una sola correa, dormidos antes de tocarel suelo.

    Un segundo ms tarde, nuevo pitido. Un segundo que haba durado treinta minutos; todo nuestro

    preciado reposo. Puesta en marcha de nuevo, tal vez la peor tortura de todas. Los msculos rgidos, lospies hinchados no quieren saber nada. Cada paso cuesta una serie de dolores agudos que ascienden di-

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    rectamente hasta el cerebro. La planta de los pies siente a travs del cuero cada clavo de la suela y setiene la impresin de andar sobre cascotes de botella.

    Pero ni pensar en disminuir la marcha: ningn camin siguiendo la columna para recoger a losagotados. Los pobres diablos que se derrumban son objeto de un tratamiento especial administrado porel teniente y los tres suboficiales ms sdicos de la compaa. Son brutalizados y acosados sin piedadhasta que pierden el sentido, o se vuelven locos furiosos, o bien se transforman en autmatas sin volun-

    tad propia, que ejecutan automticamente las rdenes y que saltaran por la ventana de un quinto piso sialguien se lo ordenara... Durante todo el camino podamos escuchar a los suboficiales aullar amenazasde meter en el calabozo a los dbiles, por insubordinacin, si no ejecutaban las rdenes a plena satis-faccin de aquellos malditos bestias.

    A ltima hora de la tarde penetrbamos en el patio del cuartel, al borde del colapso.-Paso de desfile... AR!

    Un ltimo esfuerzo, que considerbamos imposible, piernas rgidas proyectadas hasta una posi-cin horizontal, pies golpeando el suelo rtmicamente. Ante nuestros ojos se arremolinan unas luceci-llas. Uno se siente literalmente morir. Pero hay que hacerlo, es preciso. Los pies caen con ritmo impla-cable, aplastando el polvo, aplastando el dolor. Un ltimo esfuerzo, conseguido con alguna reservafinal de energa!

    El comandante del campo, el OberstleutnantVon der Lenz, estaba en el lugar preciso en que de-bamos efectuar el cuarto de vuelta que nos situara frente a nuestros alojamientos. El capitn Lopeivocifer:-Tercera compaa... vista a la IZQUIERDA!

    Todas las cabezas miraron en un mismo movimiento, todas las miradas fijas en la silueta frgildel coronel. Pero los movimientos rgidos que constituyen el saludo no tenan en esa ocasin nada dergidos. Incluso se produjo una ligera vacilacin! El capitn Lopei tuvo un sobresalto, se detuvo, sealej para observar su compaa. Luego reson la orden:-Tercera compaa... ALTO!

    Era el coronel. Por un momento rein un silencio helado al que sigui el rugido furioso de Von

    der Lenz:-Capitn Lopei, a esto llama una compaa? Si quiere ir al frente con el prximo batalln de infantera

    no tiene ms que decrmelo. Hay muchos oficiales que estaran ms que contentos con esta guarni-cin...

    La voz del coronel se hizo sobreaguda, histrica:-Qu significa esa pandilla de perros miserables? Ese hatajo de chusma indisciplinada? A eso le

    llama soldados prusianos? Perros sarnosos, s! Pero tengo un buen remedio contra la sarna!Arrogante y lleno de sarcasmos, paseaba su mirada sobre nuestra compaa de sonmbulos ate-

    rrados. Si por lo menos callara pronto, para poder regresar a nuestros barracones, desprendernos delequipaje y dormir...-S, tengo un buen remedio contra la sarna -repiti con tono amenazante-. Los perros sarnosos necesito

    un poco de ocupacin, un poco de entrenamiento, eh, capitn Lopei?-S, mi coronel, un poco de entrenamiento.

    Un odio sombro nos invada, mezclado con piedad por nosotros mismos. Esta historia nos costa-ra al menos una hora de ejercicio ms agotador que cualquier ejrcito haya inventado jams, el paso dedesfile alemn, el paso de la oca...

    Habis tenido alguna vez las glndulas de la regin inguinal hinchadas y duras hasta el punto deque cada paso constituye un martirio, los msculos de los muslos, apelotonados en bolas compactassobre las que hay que golpear con todas las fuerzas, de vez en cuando, para que sigan trabajando, losmsculos de las pantorrillas contrados por los calambres, cada bota pesando un quintal y cada piernauna tonelada y, en tales condiciones, habis tratado alguna vez de levantar la pierna, con los dedos r-

    gidos hacia delante, siguiendo la prolongacin del muslo, tan rpidamente, tan graciosamente comouna bailarina clsica?

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    Y habis probado alguna vez, despus de esto, cuando vuestros tobillos ya no tienen fuerza parasosteneros, vuestros dedos no son ms que una masa sanguinolenta y os arde la planta de los pies, conampollas surgiendo, estallando y sangrando por todas partes, habis tratado alguna vez de lanzarlo ha-cia delante, apoyados en un pie, en tanto que el otro cae sobre el suelo con un impacto resonante? Ytodo esto debe hacerse rtmicamente, con una precisin que transforma a ciento treinta y cinco hombresen una sola mquina, cuyo martilleo rtmico, regular, hace decir a la gente que se detiene para escu-

    charlo:-Esto s que es un desfile militar! Esto s que es magnfico! Dios mo, qu Ejrcito tenemos!

    El paso de la oca produce siempre una enorme impresin. En las ocas.El paso de la oca a nosotros no nos impresionaba en absoluto. Por lo menos en ese sentido. Es el

    ejercicio ms infernal, ms repugnante de toda la historia del Ejrcito. Ha desgarrado ms msculos ydaado ms ganglios linfticos que cualquier otra forma de ejercicio. Preguntad su opinin a los m-dicos!

    Pero habamos subestimado a nuestro Oberstleutnant. No nos libraramos con una hora de pasode desfile. El muy cerdo se haba marchado, saludado por el capital Lopei, pero antes de alejarse habadicho:-S que conozco un buen remedio! Capitn Lopei!-A la orden.-Llvese todo eso al terreno de ejercicios y enseles a ser soldados en vez de una jaura de perros sar-

    nosos...No regrese antes de maana por la maana, a las nueve... y si a esa hora esta compaa no escapaz de ejecutar un paso de desfile que hunda los adoquines del patio, vuelvo a enviarle

    inmediatamente. Entendido?

    -Entendido,Herr Oberstleutnant.Toda la noche practicamos el ataque en terreno abierto y el paso de desfile.Y el da siguiente, a las nueve, desfilamos como un trueno ante el Oberstleutnant, que no se dio

    en seguida por vencido. Nos hizo desfilar siete veces ante l, y estoy seguro de que si alguno de noso-tros hubiese llevado nicamente una dcima de segundo de adelanto respecto a los otros, nos habra

    devuelto inmediatamente al terreno de ejercicios.Eran las diez cuando finalmente recibimos la orden de romper filas, lo que nos permiti regresar

    a nuestros alojamientos y dormir.Era inhumano, sin duda, pero nosotros ya no ramos seres humanos. ramos perros sarnosos, pe-

    rros hambrientos...Porque para imaginarse nuestro entrenamiento bajo su verdadera luz y perspectiva, hay que aa-

    dir an... el hambre.En este aspecto, como en tantos otros, estbamos en realidad completamente desequilibrados. Al

    final de la guerra, en el ao 1945, todo el pueblo alemn viva con raciones de hambre, pero ya desde1940 y 1941 estbamos mucho peor atendidos que el sector ms desamparado de la poblacin -a saber,los vulgares civiles- deba estarlo en 1945.

    Como no tenamos tarjeta de abastecimiento, no podamos comprar nada. El almuerzo era elmismo todos los das: un litro de caldo de remolacha, con un puado de coles agrias para darle un pocode consistencia, y esa col agria nicamente una de cada dos veces; no fuera cosa que la buena vida nosreblandeciera demasiado y nos apoltronase!

    La carne era un lujo que no conocamos. Cada noche recibamos nuestras raciones secas paraveinticuatro horas: un pedazo de pan de centeno que, con cierta prctica, se consegua dividir en cincorebanadas, tres para la noche, dos para la maana siguiente; veinte gramos de margarina rancia y unpedazo de queso cuyo contenido de agua deba ser el mayor del mundo. El sbado recibamos una ra-cin suplementaria de cincuenta gramos de mermelada de nabos. El desayuno se compona de un bolde sucedneo de caf, color t, de olor y gusto repugnante, que sin embargo nos bebamos con delicia.

    Durante el ejercicio, alguno vez encontrbamos en un campo una patata o un nabo. Apenas contiempo para frotarlo y eliminar parte de la tierra, que tena adherida y el tubrculo desapareca en una

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    boca vida tan rpidamente que un espectador hubiera credo que acababa de asistir a un juego de pres-tidigitacin.

    Tampoco necesitbamos mucho tiempo para descubr que la corteza de abedul, y cierta clase dehierba que creca al borde de las cunetas, posean un gusto muy aceptable, y tal vez incluso propieda-des nutritivas, y que, sobre todo, eran bien aceptadas por el estmago y calmaba un poco los retortijo-nes del hambre. He aqu la receta, para quien pueda interesar; entre dos cascos de acero machacar la

    corteza de abedul o la hierba de las cunetas; aadir una cantidad prudencial del sucedneo de caf, ycomer la pasta resultante...

    Si por milagro alguno de nosotros reciba un bono para pan, era la gran fiesta en el barracn delafortunado. Un pan entero. Os dais cuenta?

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    La inspeccin del lunes era una de nuestras principales bestias negras... Al toque de diana,debamos presentarnos con guerrera de desfile, con casco, con pantaln blanco como la nieve y los

    pliegues trazados con tiralneas, con mochila, cartuchera, municiones, pala de trinchera, bayoneta,macuto y fusil, y con el capote, enrollado de manera reglamentaria, colgando encima del pecho.

    Cada hombre deba llevar en el bolsillo un pauelo limpio de color verde. Y ese pauelo de-ba estar doblado de la manera reglamentaria.

    BETN Y ACEITE DE BRAZO

    La limpieza nunca ha perjudicado a nadie. Tampoco el orden. Y en un ejrcito ha de existir natu-ralmente orden y limpieza, organizados y codificados, tanto el uno como la otra, mediante programasdetallados. El soldado consciente consagra un tiempo increble al orden y a la limpieza, pero el soldadoque sirve en un batalln disciplinario le consagra todo el tiempo, o, por mejor decir, todo el tiempo queno le ocupan las otras actividades.

    Durante todo el domingo no hacamos otra cosa que lavar, limpiar y fregar de manera reglamen-

    taria, guardar y colgar de la manera reglamentaria, en resumen, colocar cada cosa en su lugar reglamen-tario, despus de haberle devuelto su aspecto reglamentario. Nuestro equipo de cuero deba tener elbrillo del barniz. Tanto al derecho como al revs, nuestros diversos uniformes no deban mostrar ni lamenor manchita. Puedo afirmar con pleno conocimiento de causa, que cuando los hombres de un bata-lln disciplinario alemn se presentan a la lista del lunes por la maana, estn rigurosamente inmacula-dos de pies a cabeza.

    Pero pienso tambin que el orden y la limpieza militares deben de tener alguna falla si, despusde haber trabajado todo el domingo para conseguirlo, no se experimenta ni la menor satisfaccin, ni lamenor tranquilidad de espritu que seran lgicas despus de una limpieza tal.

    Esta lista del lunes no era festival de purificacin. Era una pesadilla, una sesin de terror concen-trado. El soldado limpio y pulcro de pies a cabeza no se senta inmaculado. Se senta ms que nunca

    como en la piel de un animal acosado.Creo que estoy abusando de las palabras animal acosado, pnico cerval, terror. S que ta-

    les repeticiones son malas y que un buen estilo literario reclama ante todo una gran variedad de expre-siones. Pero, cmo variar hasta lo infinito la descripcin de lo que, precisamente, es uniforme? Loconseguiran otros tal vez? Yo no estoy seguro de ser capaz. Estoy demasiado cansado, demasiadoaturdido, demasiado desesperado, a veces tambin demasiado furioso para dedicar una parte de mitiempo de mis fuerzas a intiles buscas de matices y de distinciones sutiles. Lo que tengo que decir estan poco literario! Incluso ahora, despus de tantos aos, esos recuerdos me oprimen, a veces hasta unpunto en el que me siento con derecho a pediros que colmis las deficiencias de mi vocabulario. Siconsegus comprender lo que he querido decir, poco me importa que mi pobreza de lxico os hago me-

    near la cabeza de vez en cuando rezongando: Hubiese podido explicar eso mucho mejor...As, pues, nosotros los soldados implacables, inmaculados, nos sentamos continuamente con unespritu de animal acorralado. Cualquier cosa que ocurriera estbamos seguros de que las consecuen-cias las pagaramos nosotros. Lo ms paradjico era tal vez saber que si el sargento mayor no encon-traba absolutamente nada que reprocharnos, se llevara una rabieta monumental y hara pagar su decep-cin, su clera, a uno u otro de nosotros. Que Dios ayude al que se ve castigado sin motivo! Pagardiez veces ms caro que si hubiese cometido realmente una falta. Y en tal situacin no resulta fcil en-contrar la actitud adecuada.-Primera fila, un paso al frente... AR! Segunda fila, un paso atrs... AR!

    Durante unos minutos eternos, el sargento mayor observa las dos filas que acaban de separarse.Cualquiera que menee, aunque slo sea un pelo, se la carga inmediatamente, por desobediencia. Pero

    hemos aprendido a transformamos en pedazos de madera y a conservar ese estado durante media horaseguida. Es una especie de trance o de catalepsia que, para el soldado que consigue adquirirlo, vale

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    mucho ms que su peso en oro. En posicin de firmes, rgido como un pedazo de madera, porque lite-ralmente se ha transformado en un pedazo de madera!

    El sargento mayor ruge:-Listos para la inspeccin?

    Toda la compaa contesta a coro:-S,Herr Hauptfeldwebel.

    -Nadie ha olvidado limpiar alguna cosa?Coro de la compaa:

    -S,Herr Hauptfeldwebel.Nos fusila a todos con una mirada feroz. Ahora nos quiere. Es el momento que prefiere...

    -De veras? Si es cierto, ser la primera vez en la historia de este batalln. Pero en seguida lo vere-mos...

    Lentamente, se aproxima al primer pedazo de madera, lo rodea una vez, dos veces... Girar entorno a un adversario sin pronunciar ni una slaba, es una forma muy eficaz de la guerra de nervios.La nuca arde, las palmas de las manos se humedecen, los pensamientos se arremolinan y el aliento seinterrumpe.-S, s, es lo que veremos! -repite el sargento mayor a espaldas del tercer hombre de la primera fila.

    Se produce un silencio en tanto inspecciona el cuarto y el quinto. Luego viene el aullido:-Tercera compaa... fiirMES!

    Seguido por la acostumbrada avalancha de basura verbal... Solamos decir de nuestro bienamadoHauptfeldwebel que no poda vomitar mierda sin haber vomitado antes mierda. Tal vez no fuese muyingenioso, pero en este aspecto no nos mostrbamos exigentes, y es una descripcin bastante buena deaquel burgus sdico, podrido hasta la mdula, a quien se haba permitido saborear un poco la embria-guez del poder.-Qu clase de compaa es sta? Es que os habis pasado el domingo revolendoos en la mierda? El

    estircol es el lugar que corresponde a unos cerdos como vosotros! He examinado cinco hombres!Se dira cinco invertidos nacidos de prostitutas sifilticas!

    No es ya una boca humana, es una boca de cloaca! Le gustaba mucho hablar de la enfermedadfrancesa, pero l tena la enfermedad prusiana en su grado ms agudo, esa ansia lamentable de humi-llar al prjimo. Es una verdadera enfermedad, y una enfermedad que no se limita a los batallones disci-plinarios. Ha contaminado a todo el Ejrcito alemn como una epidemia de forunculosis. Y en cadafornculo, se puede estar seguro de encontrar un suboficial, a uno de esos tipos que son algo sin serprcticamente nada.

    El castigo corriente, en estos casos, consiste en tres horas de ejercicio especial cuyo plato fuertees un largo foso lleno hasta media altura de barro repugnante en plena fermentacin, con la superficietapizada de una espuma viscosa, amarillenta. Cada vez que la orden cuerpo tierra nos enva al fondode este foso, despus hay que frotarse y casi arrancarse los prpados para recobrar el uso de la vista.Luego llega la hora del almuerzo. Tal como estamos, nos tragamos la bazofia. Y despus tenemos me-dia hora para presentarnos limpios como monedas recin acuadas, a la lista de la tarde.

    El mtodo es sencillo y os lo recomiendo: basta con meterse bajo la ducha, vestido y con todo elequipo. Despus hay que limpiar el fusil y las otras piezas del equipo, secarlos cuidadosamente conayuda de un trapo limpio y engrasarlos. Cuidad mucho, sobre todo, el interior del can de vuestra ar-ma...

    Esas operaciones de desmontaje, limpieza y engrase slo se realizan una vez por semana durantela instruccin de un soldado normal. Tal vez dos, en caso de algn ejercicio especialmente sucio.Nosotros las hacamos al menos dos veces diarias.

    A la lista de la tarde, evidentemente, nos presentbamos empapados como una sopa. Pero en talescircunstancias se tena la magnanimidad de no ser muy quisquillosos con el planchado. La limpieza

    bastaba...

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    Slo haba algo que temamos tanto como esa horrible inspeccin de los lunes, y era la revista delequipo, todas las noches, a las diez. Lo que el suboficial de servicio poda idear para ocupar a los semi-cadveres en que nos habamos convertido despus de una jornada de agotadores ejercicios, rozaba fre-cuentemente con lo sublime.

    Antes de la llegada del suboficial, cada hombre deba tenderse en su camastro, y, naturalmente,en la posicin reglamentaria, es decir, de espaldas, con los brazos a lo largo del cuerpo y los pies des-

    nudos ofrecidos a la inspeccin. Corresponda al jefe de la sala velar para que ni una mota de polvoquedara en los rincones ms escondidos, para que todos los pies estuviesen tan limpios como los de unrecin nacido, para que todas las cosas estuviesen ordenadas y plegadas en acuerdo estricto con el re-glamento.

    Al iniciarse cada inspeccin, el jefe de sala deba pronunciar la frmula siguiente:-Herr Unteroffizier, el jefe de sala Brand se presenta y declara que todo est en orden en la sala veinti-

    sis, efectivo doce hombres, de los que once estn en sus camastros. La sala ha sido debidamenteventilada y limpiada, y no hay ninguna novedad que observar.

    El suboficial de servicio no le prestaba evidentemente ninguna atencin y empezaba a huronearpor todas partes. Y desgraciado del jefe de sala si lograba descubrir la ms pequea partcula de polvoo bien una caja mal cerrada, o la sombra de una mancha en la planta de un solo pie.

    El suboficial llamado Geerner -creo con sinceridad que hubiese estado ms en su sitio dentro deuna celda acolchada- aullaba literalmente como un perro. Al escucharlo, se tena la impresin de queestaba perpetuamente a punto de estaar en sollozos, y de hecho no era extrao verle derramar lgrimasde rabia. Cuando l estaba de servicio, frotbamos, lavbamos y ordenbamos an ms frenticamenteque de costumbre.

    Recuerdo una triste noche en la que Schnitzius era jefe de sala. Ese pobre diablo de Schnitziusera la cabeza de turco por excelencia; buen chico hasta la punta de las uas, pero tan simple de esprituque serva de desahogo a todos sus superiores, desde los Stabsfeldwebels hasta los de graduacin msinsignificante.

    Schnitzius estaba tan nervioso como todos nosotros tendidos en nuestros camastros mientras nos

    preguntbamos si habramos olvidado algo en esta ocasin. Podamos escuchar a Geerner en una de lassalas vecinas. Desde donde estbamos, tenamos la impresin exacta de que a patadas estaba convir-tiendo en astillas los armarios y soportes de los camastros. Todo mezclado con blasfemias, aullidos,hipos, perros sarnosos, cerdos inmundos, etc. Haba para palidecer, si no hubisemos estado ya blancoscomo la cera. Geerner estaba en gran forma. Estara bien caliente cuando llegase a la 26. Ms vala co-rrer el riesgo de dejar nuestros camastros y repasar con microscopio todo el recinto. Lo que hicimos sinencontrar ni rastro de una mota de polvo...

    Todo el mundo haba ocupado de nuevo su sitio cuando la puerta golpe violentamente contra lapared.

    Oh, si por lo menos aquella noche hubiese sido jefe de sala otro que no fuese Schnitzius, otrocon ms presencia de espritu...

    Pero Schnitzius estaba all, mudo, plido como un muerto, con el cerebro en cortocircuito. Slopoda mirar a Geerner con ojos atemorizados. Geerner le alcanz de un salto y rugi, con el rostro acinco centmetros del de Schnitzius:-Y ese informe? Tengo que esperar toda la noche?

    Ms muerto que vivo, Schnitzius pronunci la frmula con voz temblorosa.-Todo est en orden? -aull Geerner-. Es que ahora se presentan informes falsos?-No,Herr Unteroffizier-balbuci Schnitzius, mientras giraba lentamente sobre s mismo, para dar

    siempre la cara al suboficial.Durante varios minutos rein en la sala un silencio de tumba. Slo se movan nuestros ojos.

    Nuestros ojos que seguan a Geerner en su caza del polvo de un extremo a otro del recinto. Una por

    una, levant las patas de la mesa central y les pas la mano por debajo. Examin las suelas de nuestroszapatos. Impecables. Las ventanas y el hilo de la lmpara. Cero. Inspeccion nuestros pies con la aten-

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    cin apasionada de alguien que corre el riesgo de caer fulminado si no encuentra alguna cosa que re-prochar.

    Finalmente, lanz a su alrededor una mirada maligna, sombra. Pareca verdaderamente que ten-dra que resignarse por esta vez a dejarnos en paz. Tena la expresin de un tipo cuya amante no haacudido a la cita y que debe regresar a acostarse solo, con sus deseos frustrados y su decepcin doloro-sa.

    Iba a cerrar la puerta a sus espaldas cuando bruscamente cambi de idea.-Todo est en orden, eh? Vemoslo...

    Con impulso sbito de fiera furiosa, salt hacia nuestra cafetera, una enorme olla de aluminio,con una capacidad de quince litros. Haba descubierto ya, con gran pesar por su parte, que estaba irre-prochablemente limpia y llena de agua limpia, segn el reglamento. Pero todos comprendieron en se-guida -y todos los corazones fallaron un latido- que Geerner haba encontrado algo.

    Examin tangencialmente la superficie del agua inmvil. Pese a que la cafetera haba sido llena-da poco tiempo antes de llegar Geerner, varias motas de polvo se haban depositado inevitablemente enella.

    El aullido de Geerner tuvo algo de fantstico:-A eso llamis agua limpia? Quin es el cerdo que ha llenado esta cafetera con agua de las letrinas?

    Acrcate, especie de estercolero ambulante!Se subi a una silla y Schnitzius tuvo que entregarle la cafetera.

    -FirMES! Echa la cabeza hacia atrs y abre el hocico!Lentamente, todo el contenido de la cafetera fue vertido en la boca abierta de Schnitzius, asfixia-

    do ms que a medias. Cuando hubo terminado, el suboficial, furioso, lanz la cafetera contra la pared,sali corriendo de la sala y arm gran alboroto en los lavabos, entrando sucesivamente media docenade cubos de agua que lanz con todas sus fuerzas por el suelo. Como slo disponamos de dos arpille-ras para enjugar el desastre, necesitamos bastante tiempo.

    Repiti esta broma cuatro veces antes de cansarse. Despus se fue a acostar, calmado por fin, ynosotros recuperamos la paz.

    Los antiguos romanos llamaronfuror germnico al encarnizamiento en el combate que encontra-ron al hacer la guerra a las tribus del norte de los Alpes. Tal vez constituya un ligero consuelo para losromanos y dems enemigos confirmados de la raza germnica saber que los alemanes se tratan entreellos con la misma demencia con que a sus vecinos.

    Furor germanicus, la enfermedad prusiana.Geerner no era ms que un desdichado suboficial, una ruina de cerebro desequilibrado que deba

    contentarse con esas citas cotidianas con el polvo.Paz al en que probablemente se haya convertido.

    Nuestro perodo de instruccin termin apotesicamente con unos ejercicios de siete das y sietenoches casi en blanco, que tuvieron lugar en un gigantesco campo de maniobras llamado Sennelager.All se haban construido poblaciones enteras con puentes, plazas, rieles de tranva. Nada faltaba, ex-cepto los habitantes, y all tenamos todas las ocasiones posibles de mostrar nuestras habilidades a tra-vs de pantanos, ros y malezas, y sobre pasarelas vacilantes que cruzaban descuidadamente verdaderosprecipicios.

    Tal vez todo esto suene un poco romntico, al estilo de los juegos de indios y vaqueros en unagran escala, pero esos juegos costaron la vida a uno de nuestros compaeros, que cay desde lo alto deuno de esos puentes vacilantes y se rompi el cuello.

    Otro juego igualmente apreciado consista en excavar agujeros con la profundidad justa para con-tenernos, y luego acurrucamos en ellos, enfermos de miedo, en tanto que tanques pesados nos pasabanpor encima.

    Una sensacin fuerte segua a la otra y a continuacin debamos tendernos de bruces bajo esosmismos tanques, con la panza metlica del monstruo rozndonos las nalgas, mientras que las cadenaspasaban ruidosamente a derecha e izquierda.

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    Se nos quera endurecer y acostumbrar a la frecuentacin cotidiana de los tanques.Vivamos en un terror casi perpetuo, lo que, despus de todo, resulta normal, puesto que el sol-

    dado alemn siempre ha sido instruido mediante el temor y entrenado a reaccionar como una mquinabajo el aguijn del terror, no a combatir valerosamente porque un ideal noble lo ilumina y se sacrificarde buen grado si el inters de un pueblo lo exige. Tal vez esa inferioridad moral sea precisamente elrasgo caracterstico de la mentalidad prusiana y la enfermedad crnica del pueblo alemn.

    Dos das despus, la compaa fue fraccionada en pequeos grupos de cinco a quince hombresque recibieron nuevo equipo. Yo recib, junto con varios otros, el uniforme y la boina negra de las tro-pas blindadas. Al da siguiente unfeldwebel nos condujo al cuartel de Bielefeld, donde fuimos incorpo-rados inmediatamente a una compaa que parta hacia el frente, y embarcados sin prdida de tiempoen un tren militar.

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    -Como si esta compaa no estuviese ya saturada de criminales de tu ralea! Es repugnante ver es-to... Pero que no te coja yo cometiendo la menor irregularidad, me oyes? O que me ahorquen sino te envo en el acto a los penales en los que hubieses debido tener la decencia de reventar! Tunico lugar es la crcel...

    As me interpel para desearme la bienvenida el comandante de la quinta compaa, el grue-so capitn Meyers, verdugo de reclutas y terror de sus subordinados. Pero yo ya estaba acostum-

    brado a esa clase de discursos.Fui destinado al Escuadrn nmero 2 bajo las rdenes del teniente Von Barring. Y all empe-

    zaron a ocurrir cosas a las que no estaba acostumbrado...

    NUESTRO PRIMER ENCUENTRO

    Von Barring me alarg la mano, le dio a la ma un apretn enrgico, amistoso... Yo no me recu-peraba de mi asombro. Es la clase de cosa que un oficial del Ejrcito prusiano no puede sencillamente

    hacer; pero l lo hizo, y despus de hacerlo, me dijo:-Bien venido, muchacho, bien venido a la quinta compaa. Te han metido en un regimiento asqueroso,pero aqu vamos todos juntos y nos defendemos lo mejor posible. Busca el camin nmero 24 y pre-sntate al UnteroffizierBeier; l es el jefe de la seccin nmero 1.

    Luego sonri; la sonrisa abierta, sincera, amistosa de un joven oficial sin complejos, agradable,simptico.

    Me qued completamente atnito!Encontr el camin 24 y alguien me indic el UnteroffizierBeier, un hombrecillo de unos treinta

    y cinco aos, vigoroso, que jugaba a los naipes con otros tres sujetos sentados alrededor de un tonel.Me detuve a la distancia reglamentaria de tres pasos, hice chocar violentamente mis tacones y empeccon voz resonante:

    -Herr Unteroffizier, el soldado Sv...No pude proseguir. Dos de los cuatro sujetos se haban levantado de un salto de los cubos inver-

    tidos sobre los que estaban sentados, y estaban ahora en posicin de firmes, rgidos como postes, conlos dedos pegados a la costura del pantaln, en tanto que el suboficial y el cuarto individuo se dejabancaer en el suelo, con los pies por el aire, enviando a revolotear sus cartas alrededor de ellos como hojasmuertas arrastradas por una borrasca otoal. Por un instante, los cuatro me contemplaron fijamente.Luego, un corpulento Obergefreiterpelirrojo exclam:-Vlgame Dios, compaero! Valiente susto nos has dado! Cualquiera creera que nuestro Adolfo na-

    cional se te ha metido en la piel! Qu mosca ha podido picar a un tonto de pueblo como t para quete permitas interrumpir las ocupaciones inocentes de unos burgueses apacibles como nosotros? Va-

    mos, habla!-Se presenta el soldado Sven Hassel,Herr Obergefreiter. Orden del teniente Von Barring para que mepresente al jefe de la seccin nmero 1, el UnteroffizierBeier...

    Beier y el cuarto hombre se levantaron y el cuarteto me contempl con ojos horrorizados. Un so-lo ademn suplementario, decan claramente sus expresiones aterrorizadas, y todo el mundo huira pe-gando alaridos. Y luego, bruscamente, estall una risa general, homrica.-Le habis odo?Herr Obergefreiter. Ja, ja, ja!Herr UnteroffizierBeier. Ja, ja, ja!

    El Obergefreiterpelirrojo se inclin profundamente ante Beier y prosigui:-Su honorable Excelencia! Vuestra Gracia, adornada con todas las virtudes! Vuestra cautivadora

    Magnificencia,Herr UnteroffizierBeier, imploro de su bondad...Yo los contemplaba estpidamente, a uno despus del otro, incapaz de captar la gracia de la si-

    tuacin. Cuando hubieron dominado su paroxismo de hilaridad, el Unteroffizierme pregunt de dndevena y mi respuesta obtuvo inmediatamente todas sus simpatas.

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    -Ponte cmodo en el piano, amigo -continu el pelirrojo-. El batalln disciplinario de Hannover!Ahora comprendemos el motivo del porqu y el cmo! De momento, hemos credo que nos tomabasel pelo al golpear los tacones de esta manera; pero supongo que es un autntico milagro de Dios elque te queden an tacones que hacer chocar. Bueno, ests en tu casa!

    Estas palabras sealaron mi entrada en la seccin 1., y menos de una hora ms tarde, rodbamoshacia Friburgo donde debamos ser constituidos en unidades combatientes que a continuacin seran

    enviadas, para entrenamiento supletorio, a las cuatro esquinas de una Europa presa de locura. Duranteel trayecto mis cuatro compaeros se presentaron, y con ellos hice m guerra personal.

    Willie Beier era diez aos mayor que nosotros y por este motivo le llambamos El Viejo. Estabacasado y era padre de familia: dos hijos. Tambin era berlins y ebanista. Sus opiniones polticas le ha-ban valido dieciocho meses de campo de concentracin, tras lo cual fue perdonado y enviado a unbatalln disciplinario.-Y ya no me mover de aqu -termin con una sonrisa- hasta que uno de esos das nos venga un mal

    encuentro con una pldora cualquiera.El Viejo era un compaero formidable. Siempre tranquilo y apacible. Ni una sola vez, durante los

    cuatro aos espantosos que hemos pasado juntos, le he visto perder los estribos. Era uno de esos tiposextraos que segregaban calma, esa calma que tanto necesitbamos todos en los malos momentos. Pesea que entre l y nosotros slo hubiesen diez aos de diferencia, nos mostraba una actitud casi paternal yen muchas ocasiones tuve que dar las gracias a mi buena suerte por haberme metido en el tanque delViejo.

    Joseph Porta, Obergefreiter, era uno de esos bromistas incorregibles a los que nada puede afec-tar. Se burlaba de la guerra como de sus primeros calzones, y creo sinceramente que ni Dios ni el dia-blo se atrevieron nunca a interponerse en su paso por miedo a salir ridiculizados. Todos los oficiales dela compaa le teman y evitaban como a la peste, porque era capaz de hacerles perder, a veces parasiempre, todo su prestigio, con slo mirarlos inocentemente a los ojos.

    Siempre que conoca a alguien, no olvidaba informarle que l era rojo. Efectivamente, haba pur-gado doce meses en Oranienburgo, por actividades comunistas, actividades que se haban limitado, en

    1932, a ayudar a algunos compaeros, a colgar dos o tres banderas socialdemcratas en el campanariode la iglesia de San Miguel. Esta broma le haba costado quince das de crcel, por lo dems pronta-mente olvidados, hasta que en 1938 la Gestapo le detuvo sin previo aviso y se esforz en persuadirlode que conoca el misterioso escondrijo del enorme pero siempre invisible Wollweber, jefe de los co-munistas. Maltratado durante un par de meses, fue luego llevado ante un tribunal que se bas, para juz-garle, en una gigantesca ampliacin fotogrfica, representando a Porta y a su bandera roja en caminohacia la iglesia de San Miguel. Sentencia: doce aos de trabajos forzados por actividades comunistas yprofanacin de la casa de Dios. Poco tiempo antes del inicio de las hostilidades, como muchos otrosprisioneros, fue perdonado de la manera habitual, es decir, enviado a un batalln disciplinario. Los sol-dados tienen de comn con el dinero que poco importa su procedencia...

    Nacido en Berln, Porta posea en su grado ms alto el humor equvoco, la lengua bien suelta y ladesfachatez fantstica del tpico berlins. Le bastaba abrir la boca para que todo el mundo empezara arerse, sobre todo cuando iniciaba las inflexiones gangosas y la insolente arrogancia del lacayo de unhidalgo prusiano.

    Tena tambin un talento natural, autntico, de msico y tocaba tan bien la guitarra como el r-gano de iglesia, y nunca abandonaba su flauta, de la que extraa milagros con sus ojillos astutos fijosante s, su crin roja flotando al viento como una gavilla de heno en plena tormenta. Que interpretarauna tonadilla popular o que improvisara sobre temas clsicos, las notas salan del instrumento bailandocomo seres vivos. A los ojos de Porta, una partitura musical era como un jeroglfico chino, pero basta-ba que el Viejo silbara la meloda para que l la continuara inmediatamente, como si la hubiese conoci-do siempre e incluso la hubiese compuesto.

    Finalmente, era un narrador nato. La historia ms extravagante poda durar en sus labios variosdas, aunque la hubiese inventado meticulosamente toda ella desde la A hasta la Z.

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    Como todo berlins que se respete, Porta olfateaba a muchos kilmetros toda posible fuente decuchipanda, junto con el sistema de obtenerla y, si se poda escoger, cual era la mejor. Fue sin duda unPorta el que permiti sobrevivir a los judos durante el xodo a travs del desierto.

    Sostena que gozaba de mucho xito con las mujeres, pero vindole de cerca uno no poda dejarde sentir duda. Era alto como una zancuda y proporcionalmente delgado. Su cuello de cigea surgamuy derecho del uniforme, y cuando hablaba su nuez te causaba vrtigo con sus continuos vaivenes.

    Su rostro singular estaba salpicado de pecas. Sus ojillos porcinos, de color verde, mostraban unas lar-gas pestaas blancas y parecan acribillar a sus interlocutores con dardos maliciosos. Su pelambrera, decolor rojo ardiente, estaba continuamente erizada. Su nariz. Dios sabe por qu, constitua su principalmotivo de orgullo. Cuando abra la boca, se distingua un diente, aislado en medio de su mandbulasuperior. Aseguraba tener otros dos, pero como se trataba de muelas, no se las poda ver. Dnde habapodido encontrar intendencia unas botas lo bastante grandes para l? Misterio! Por lo menos debacalzar un 47.

    Pluton, el tercer miembro del cuarteto, era una montaa de msculos. Tena el grado de Stabs-gefreitery en realidad se llamaba Gustav Eicken. En su caso no era la poltica, sino unas hone