heil großvater
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HEIL GROßVATER
Por
Mario A. Carrillo Ramírez-Valenzuela
1
Si la eternidad existe, habita en el domingo. Esto lo comprendí en mi
niñez, cuando desperté una mañana en la alfombra del cuarto de mis
padres. La noche anterior me había escabullido a su recámara en un
intento de escapar de la oscuridad y los monstruos nocturnos. Al ver los
dos cuerpos respirando quedamente no me atreví a llamar por papá o
mamá, entonces me recosté al pie de la cama que era para mí como un
monumento indestructible, santuario al que ninguna amenaza, por más
terrible que fuera, por más maligna y diabólica, jamás podría atacar.
Ese era mi refugio. Lamentablemente, eso lo averiguaría aquella
mañana, el día también tiene sus monstruos y estos no toman forma de
vampiros, hombres lobo o demonios porque no necesitan una apariencia
de simétrico horror. El horror del día se engendra desde lo cotidiano,
desde la melancolía que suelen tener los lugares abandonados: casas,
escuelas, oficinas, parques, calles.
Esa mañana, cuando abrí los ojos, conocí el rostro del domingo.
Mis padres aun no se habían levantado, tampoco mis hermanos. La casa
estaba en el más profundo silencio, apenas era perceptible el zumbido
del ventilador. Yo, acurrucado en la alfombra, mirando el mundo
subterráneo de la cama, sentí como un hormigueo me invadía
empezando por los pies y subiendo en tropel hacia mi cabeza. Inmóvil,
caí en la cuenta de que la cama-fortaleza de mis padres no tenía
vigencia a la luz del día. Ahora no era más que un templo de dioses
difuntos y resultaba ridículo querer ampararse en él.
La sensación de estar suspendido en el tiempo, en una ciudad
dormida eternamente, me devastó. Nunca había sido consciente de la
soledad, tal vez ya la había experimentado al borde de la cuna o cuando
mis padres me dejaron encargado con algún tío siendo un bebé. Pero
nunca, hasta ese domingo, la idea de un mundo yermo había
trascendido al punto de convertirse en un miedo palpable. El sol
continúo avanzando con la lentitud del caracol y nadie despertaba. Al
fin, escuché el sonido de la televisión, era mi hermana. Salí de la
recámara de mis padres y fui a la sala. Carmen tenía un platón de
galletas y un vaso de leche, estaba mirando las caricaturas de Tom y
Jerry. Parecía abobada y se llevaba a la boca las galletas humedecidas
por la leche con una lentitud abrumadora. La observé, parado junto al
sofá, sin que se percatara de mi presencia, luego corrí al baño, donde
abría la regadera, y lloré. Una hora después mi casa estaba en
movimiento, todos se alistaban para ir a casa de los abuelos como
acostumbrábamos cada domingo. Cada eterno y triste domingo.
En el camino a casa de mis abuelos sufrí internamente la certeza
de la muerte. Papá había puesto el Sargents Pepper Lonely Hearts Club
Band y Ringo Star cantaba con voz patética. Carmen jugaba con una
muñeca, mis papás hablaban de quién sabe qué problema de su trabajo
y Mauricio, mi hermano menor, contaba el número de coches
circulando en la calle. Yo atendía a la música para olvidar mis
tribulaciones, buscando por la ventana algo que ayudara a ese fin.
La comida aún no estaba servida. Es costumbre arraigada en casa
de mis abuelos, botanear todo tipo de papitas, tostadas, cacahuates,
cremas árabes y verduras para motivar el hambre y la plática. En la
mesa del comedor el ruido de las discusiones sube al ritmo de las
cervezas. Aproximadamente 3r/hr, o sea, tres rondas por hora. Luego
de salir del estatismo, pero no de la congoja, el bullicio me resultó
incómodo, así que salí al patio.
Cuando salí al jardín las risotadas del comedor llegaban lentas
como si hubieran sido embadurnadas de aceite. Otra vez el tiempo
desaceleraba su marcha y volvía a recrearse en una fotografía inerte.
Alguno de los gatos de mi tía deambulaba equilibristamente los árboles
del patio para luego transformarse en sombra entre las ramas. Subí a la
barda y me senté.
Deslizándose por el suelo, el humo reptó hacia mí. El jardín era
tomado por la niebla del fuego, mediando la luz, dando la apariencia de
que ésta, pasaba a través de los barrotes de una cárcel. Mi abuelo
estaba parado junto a un cerro de hojas secas que eran consumidas por
las llamas. Me acerqué a él. Así estuvimos, callados, frente al
resplandor pálido que emanaba el fuego. Las hojas crujían y se derruían
convertidas en cenizas, llevándose la tarde del domingo consigo.
2
Ese recuerdo regresó hoy en la madrugada aprovechando la
vulnerabilidad que prosigue inmediatamente después de hacer el amor.
La mente en blanco, agotada, envuelta en un desenlace placentero que
Su nombre ha residido en tres individuos, ha recorrido la sangre de tres
hombres. Al parecer, la única razón por la cual el nombre ha
continuado repitiéndose, como lo hará en el futuro, de igual forma que
una cifra numérica en la enunciación de los versos universales que
mantiene el mundo unido por sus labios telúricos, es la trascendencia,
la inmortalidad. Mario se llamaba mi abuelo, Mario se llama mi padre y
es el mismo onomástico que me fue dado. Tal vez por eso me afectó
tanto el saber quién era realmente mi abuelo.
MI ABUELO
Muchas veces me he preguntado quién era mi abuelo. Aunque sé quién
era: se llamaba, al igual que yo y mi padre, Mario; nació a finales de los
20’s; estudió derecho, no se tituló; trabajó toda su vida en la
penitenciaría; se casó con Doña Carmita Alonzo; tuvo cinco hijos; era
sobrino de Felipe Carrillo… Sus amigos decían que era un erudito del
derecho y no fueron pocos los jueces que solicitaron su ayuda para la
resolución de algún caso o la elaboración de un acta. Mi padre dice que
fue un hombre reservado, a quien le costaba mostrar su afecto y su
papel como autoridad, relegándole a mi abuela la crianza de sus hijos.
“Cuando no estaba en el trabajo, estaba en la cantina y cuando la
cantina había cerrado, iba a las redes de su hamaca a descansar” decía
mi papá, el otro Mario.
Yo no sé qué tan virtuoso, alcohólico o indiferente era mi abuelo,
pero estoy seguro de que no era una mala persona. Por mi parte, yo le
recuerdo sentado en la mesa familiar, presidiendo la comida como un
pater familias, bebiendo tranquilamente una cerveza sol, sin decir
media palabra. En otras ocasiones yo lo acompañaba a juntar las hojas
secas que habían caído en el patio; una vez apiladas, mi abuelo les
prendía fuego, esto sucedía el primer domingo de cada mes. Mientras la
hoguera se consumía, nosotros tomábamos asiento en unas sillas
metálicas que se hallaban ahí. Él contaba alguna historia de su
juventud, o la vez que un zorro le mordió, pero de lo que más me
acuerdo era de su afición a dos cosas: la segunda guerra mundial y la
astronomía.
LA BÚSQUEDA
Recientemente entré a la bodega de la casa de mis abuelos (la fuerza de
la costumbre y la memoria me impiden decir “casa de mi abuela”) en
busca de algún libro o LP que valiera la pena rescatar de la humedad.
Ropa, muebles, miles de revistas “vanidades” y “selecciones” de mi tía,
un refrigerador de los 50’s que parecía resguardo nuclear, una bicicleta
fija y una silla de ruedas, eran algunos de los objetos que conformaban
el paisaje de aquél cuarto. Después de unas horas de remover cajas
envueltas de polvo, mi paciencia fue recompensada; en la parte inferior
de un anaquel encontré varios libros de poesía y un libro titulado
“Metagalaxias”, publicado por una editorial soviética radicada en
Latinoamérica, sobre astronomía. Del mismo sitio pude retirar el
“MEIN KAMPF” de Adolf Hitler, “Gran Crónica de la Segunda Guerra
Mundial” (dos tomos) del Reader’s Digest y una investigación sobre
Felipe Carrillo Puerto. La discografía de los Beatles, de los Doors y un
sencillo de “Love me tender” del Rey habían sido guardados en el cajón
de un mueble de madera roída y, no bastándome aquellas joyas
musicales, continúe retirando telarañas hasta que saqué un disco
bastante peculiar. En la portada se leía: HITLER’S INFERNO. La
combinación del calor húmedo, el polvo y mi tos obligaron a que saliera
de la bodega.
ANTECEDENTES
Mi abuelo tenía veinte años cuando terminó la Segunda Guerra
Mundial. Vivió el proceso como un observador, sin embargo, lo sintió
como un fanático de futbol. Tenía una radio por la cual llegaba a captar
la señal de programas norteamericanos y, en verano, británicos y
españoles que reportaban los acontecimientos que se libraban en
Europa: las declaraciones de Sir Wiston Churchill al mando alemán; los
primeros bombardeos a Londres; la brigada de la División Azul
Franquista en ayuda de la campaña Nazi; el ridículo desempeño de la
milicia italiana; el bombardeo a Pearl Harbor; el desembarco de
Normandía; el invierno Ruso que, como noche cíclica, le recordó a
Hitler por qué Napoléon nunca pudo llegar a Moscú; el discurso de los
tres canallas – Stalin, Churchill y Roosevelt- al fin de la guerra en
Europa; el eco del estallido atómico en Japón y las sogas que apretaron
muchos cuellos en los Juicios de Nuremberg. Esto y más fue escuchado
por mi abuelo con la complicidad del niño que espera la salida del
siguiente número de su cómic favorito o la ansiedad de la señora adicta
a la telenovela de moda.
Una vez sacó un libro con imágenes de la guerra para
mostrármelo. Al pasar de las páginas iba relatándome – a su manera-
cómo se libraban las batallas. Imitaba con maestría el relámpago de las
ametralladoras TRAKA TRAKA TRAK TRAKA TRAKA, el grito de los
soldados OOOOOOH! FUEGOOO!! CORRAN!! ATAQUEEEN! YA
VIENEN LOS CAZAS!!, el zumbido de los aviones ZUUUMMM!!!
FLOOOM!!, el rugido de los tanques POQUISSHHH!… nunca vi hablar
a mi abuelo con más emoción que cuando me contaba estas cosas. Para
mí, niño de escasos diez años, había buenos y malos. Mi abuelo pensaba
igual y, por alguna extraña razón, llegué a pensar que él hubiera
querido que los malos ganasen.
EVIDENCIAS
De los libros que encontré en la bodega y otros que estaban escorados
en el librero de la casa de mis abuelos relativos a la Segunda Guerra
Mundial, puedo numerar los siguientes:
DERROTA MUNDIAL, Salvador Borrego (México)
Publicado en 1953, hace un recuento de la guerra reflexionando sobre
su origen, desenvolvimiento y fin, además de las consecuencias de los
resultados. Borrego periodista con estudios en leyes, historia, filosofía y
economía, simpatiza con la derecha mexicana. En este libro habla de
una conspiración semita-marxista de dominación mundial. Prologado
por José Vasconcelos fue un bestseller.
GRAN CRÓNICA DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (dos tomos),
AA. VV. del Reader’s digest. Una serie de textos periodísticos y
ensayísticos acompañados de fotografías de ciudades y pueblos
europeos antes, durante y después de la guerra; soldados en acción, en
reposo y en ceremonias; personalidades militares y políticas aliadas y
fascistas; batallas navales y aéreas; explosión de la bomba atómica,
Hiroshima y Nagasaki, muertos; judíos liberados de campos de
exterminio, fosas comunes, hornos, cadáveres calcinados; los estrados
de Nuremberg, los colgados, los suicidades; imágenes de mapas;
estadísticas de unidades militares, perdidas, muertos, muertos y
muertos. La tendencia del libro es antifascista, anticomunista y
proimperialista.
DIVISIÓN PANZER: EL PUÑO ACORAZADO de K. J. Macksey (Reino
Unido)
Panzer es el nombre con el que se designaba a las unidades de tanques,
tanquetas, vehículos blindados y cañones de largo alcance, creados por
los ingenieros Nazis. Este librillo expone los diferentes “modelos” de
unidades, la ubicación de las fábricas, su dinámica de ensamblaje,
batallas en las que mejor se desempeñaron, etc. Los panzers eran
enormemente superiores a los tanques aliados, por lo que eran temidos
e incluso admirados.
HITLER, EL OCULTISMO EN EL TERCER REICH de Alejandro Vignati
(Argentina)
El autor de este libro es un especialista del ocultismo, lo paranormal y,
claro, la ufología. Aquí se centra en buscar los vínculos que tenía Adolfo
Hitler con el ocultismo, los ritos druidas y otras sectas primitivas de las
que nadie sabe nada.
MEIN KAMPF/MI LUCHA de Adolf Hitler (Alemania) Manifiesto
nacionalsocialista, la biblia fascista. Hitler blande su pluma contra
judíos, extranjeros, impuros y cuanto traidor del pueblo alemán se le
pare enfrente. Con un tono mesiánico deja clara su misión: la
reconstrucción de Alemania, su fortificación, su apoteosis.
Por último, lo más perturbador de todo, un disco de vinilo:
HITLER’S INFERNO: IN WORDS, IN MUSIC. MARCHING SONGS OF
NAZI GERMANY 1932-1945 (México). El disco contiene discursos del
tercer reich, marchas militares cantadas por los coros de las juventudes
hitlerianas, marchas cantadas por los coros militares de la Waffen S.S.
y las declaraciones de los acusados en los juicios de Nuremberg
diciendo “not guilty”. Estos materiales fueron recuperados de
estaciones radiofónicas alemanas después de la guerra.
Contenido:
- Discurso de Adolf Hitler en Roma
- Deutschland uber alles
- Die fahne hoch (horst wessel die)
- Heil Hitler dir
- Discurso de Adolf Hitler en Viena
- Heil Deutschland
- Wenn die S.S. und die S.A. aufmarschiert
- Die jungend marchiert
- La defenza (Goering, Hess, Von, Ribbentrop, etc) en los juicios de
Nuremberg
*
T.S. Eliot se equivocó. Abril no es el mes más cruel. De hecho no
hay un mes más cruel, hay un día más cruel. Domingo.
*
Mario Alberto Carrillo Vallado: Mario Alberto ¿?
: Albert ¿?
(1928 a 2000, 72 años)
1928- Nace en Alemania. Exactamente donde ¿?
1938- Ingresa a las Hitler Jugend
1940- Muere su padre, Ulrich
1944- Él y su madre viajan a Argentina
1945- Él y su madre piden asilo político al gobierno argentino
Lee a los poetas místicos españoles y alemanes, así como a
los filósofos clásicos y el Main Kampf. Compara las ideas de
Platón con las de Hitler
1947- Ingresa al servicio militar argentino y adquiere la
nacionalidad
Lee a los filósofos alemanes y la poesía de T. S. Eliot y Ezra
Pound
1948- Termina la preparatoria
Conoce a Julia Jacinto
1949- Ingresa al partido de derechas argentino
1950- Se matricula en la Facultad de derecho
Termina relación con Julia Jacinto
Conoce a Luisa Lombardi
Muere su madre, Anna
1951- Termina su relación con Luisa Lombardi
1952- Regresa con Julia Jacinto
1954- Se gradúa con honores de la licenciatura en leyes
Se pone en contacto con la poesía española franquista
1955- Termina su relación con Julia Jacinto
Viaja a Yucatán
1958-