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Módulo I
Historia Antigua de Hispania
Hispania durante la Tardoantigüedad.
Cambios administrativos y económicos
[13.1] ¿Cómo estudiar este tema?
[13.2] Las reformas de Diocleciano
[13.3] La relación de las provincias hispanas con la cúspide del
poder imperial
[13.4] Las transformaciones económicas
13
TE
MA
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 13 – Esquema
Esquema
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 13 – Ideas clave
Ideas clave
1.1. ¿Cómo estudiar este tema?
Para estudiar este tema lee de la cuarta parte del manual, “El bajo imperio”,
el capítulo 2 “Las primeras invasiones y los problemas sociales” (pp.
501–518) y el capítulo 3 “Las transformaciones económicas” (pp. 519-
540) del manual de referencia de la asignatura: Plácido, D. Hispania Antigua,
Crítica - Marcial Pons. 2009.
No olvides leer las ideas clave del tema ya que en ellas se amplía información que
no encontrarás en el manual de la asignatura.
Como en los temas anteriores, te será de gran utilidad consultar la cronología de
las páginas 688-692, y, resulta imprescindible, para la comprensión de las reformas
de Diocleciano, consultar el mapa de las páginas 713 (dedicado a la economía
hispana) y sobre todo el de la página 714 (con la nueva división administrativa
impulsada por Diocleciano).
Por último, no olvides leer dos textos que aparecen recogidos al final del manual de
la asignatura: el “Edicto de los precios (Maximum) de Diocleciano (301)”,
(pp. 781-786), y “Sobre la circulación de metales preciosos y sus
consecuencias en época de Constantino I (305-337)”, (pp. 786-787).
A lo largo de este tema se abordarán las profundas transformaciones a nivel
administrativo y económico que experimentaron las provincias hispanas
desde finales del siglo III d.C.
En primer lugar, se detallarán las reformas de Diocleciano, que supusieron
cambios importantes en el gobierno de todo el Imperio en general y de las provincias de
la Península Ibérica en particular. Después, se describirá la participación de las
provincias hispanas en la alta política imperial del período, y la implicación de
élites hispanas en la proclamación del último de los emperadores de origen hispano:
Teodosio.
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TEMA 13 – Ideas clave
Por último, la tercera parte del tema se dedicará a analizar los problemas
económicos más acuciantes de esta época tan complicada, el modo en el que los
emperadores trataron de ponerles remedio, y las transformaciones que experimentaron
los sistemas de producción en todo el Imperio.
1.2. Las reformas de Diocleciano
Las dos vertientes de la crisis del siglo III, (caos en la cúspide del poder
imperial e invasiones de bárbaros en las fronteras) de las que se habló
anteriormente, impidieron a los emperadores de la mayor parte de esa centuria hacer
frente a los evidentes síntomas de agotamiento de las estructuras
administrativas y de gobierno heredadas de la época altoimperial. Cuando
finalmente alcanzó el trono el emperador Diocleciano (285-305 d.C.) y pudo
imponer una cierta estabilidad en la cabeza del estado era, por tanto, urgente
emprender las profundas reformas que exigía la situación.
Movido por la necesidad de hacer frente a las dificultades del Imperio, Diocleciano
llevó a cabo una completa reforma del sistema administrativo. Los cambios
estaban destinados a facilitar la resolución de los problemas más acuciantes del
Imperio: las invasiones bárbaras, la proclamación de emperadores por las
legiones de las fronteras, y, lo que no era menos importante, la profunda crisis de
fiscalidad que atravesaba el Imperio.
Como suele suceder con frecuencia, en realidad, estos problemas estaban relacionados
entre sí. Las destrucciones provocadas por los bárbaros empobrecieron algunas de
las provincias más ricas del Imperio, al tiempo que disparaban los gastos de
reclutamiento y mantenimiento de las tropas destinadas a detenerlos. Y a esto se
sumaban los enormes costes de los enfrentamientos civiles entre los distintos
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TEMA 13 – Ideas clave
candidatos al trono, que se disputaban los ingresos por los impuestos y no dudaban en
saquear el tesoro imperial para usarlo en su propio beneficio.
Para ello, en primer lugar, Diocleciano diseñó un nuevo mapa imperial con cuatro
niveles del gobierno: provincias, diócesis, prefecturas del pretorio y
emperador. Las provincias se hicieron más pequeñas (se pasó de 48 provincias
en todo el Imperio a 104) y se agruparon en diócesis dependientes, a su vez, de cuatro
prefecturas del pretorio, cuyos responsables eran nombrados directamente por el
emperador.
Los nuevos prefectos del pretorio nada tenían que ver con los comandantes de la
guardia pretoriana de época altoimperial. A partir del reinado de Diocleciano, los
prefectos del pretorio pasaron a ser cuatro funcionarios encargados exclusivamente de
la administración civil de la prefectura que se les había encomendado. El Imperio se
dividió en cuatro prefecturas: Oriente, Ilírico, Italia y Galia. En lo que nos
interesa para Hispania, la Península pasó a depender de la prefectura de la Galia,
cuya capital se situó primero en Tréveris (Trier en Alemania) y luego en Arlés (Francia).
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Y como se ha señalado, estas prefecturas se dividieron en diócesis. Nuevas divisiones
intermedias creadas entre las prefecturas del pretorio y las provincias.
En Hispania había una sola diócesis: Diocesis Hispaniarum, cuya capital estaba en
Híspalis (Sevilla) o en Emérita, y que no sólo extendía su jurisdicción sobre toda la
Península Ibérica, sino también sobre el norte de África, concretamente sobre la
Mauritania Tingitana, que ocupaba parte del territorio aproximado del actual
Marruecos.
Al frente de cada una de las diócesis se colocaba un gobernador, que recibía el
nombre de vicarius, y que tenía un carácter preferentemente itinerante, recorriendo
constantemente el territorio que se le había adjudicado. Su cometido era asegurarse
de que se recibían y se transmitían correctamente los impuestos, además de ser juez
de apelación para las causas resueltas por los gobernadores provinciales.
A su vez, las diócesis se dividían en provincias, que como hemos señalado, eran
mucho más pequeñas que las provincias altoimperiales. En el caso de Hispania, la
Baetica y la Lusitania conservaron más o menos su misma extensión, pero la
Tarraconense se dividió en tres: la Gallaecia, que abarcaba el territorio de la actual
Galicia, más el Bierzo y parte del norte de Portugal, la Tarraconensis, que incluía
parte de las actuales Asturias, Cantabria, Meseta norte y todo el valle del Ebro, y la
Carthaginiensis, que se extendía por la costa Mediterránea, la mitad de Castilla la
Mancha y parte de las provincias actuales de Burgos, Valladolid, y Palencia.
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Como ya se ha mencionado, dentro de la diócesis de las Hispanias estaba también
incluida una franja del territorio norteafricano, la provincia de la Mauritania
Tingitana, cuya capital se encontraba en Tingis (Tánger). El motivo de la
inclusión de esta provincia en la diócesis de las Hispanias podía deberse a la cercanía
entre las dos costas del estrecho. Sin duda, era mucho más fácil llegar por mar a esa
zona desde la Península Ibérica que atravesando los desiertos del norte de África. Por
otro lado, anteriormente se trató ya el tema de las invasiones de los mauros. Estas
tribus nómadas sólo fueron expulsadas de Hispania con la ayuda del gobernador de
la Mauritania Tingitana, que colaboró con el legado de la legión VII Gemina. La
experiencia con los mauri había demostrado, por tanto, que podía ser de gran utilidad
para el combate contra los bárbaros de la región mantener una administración
conjunta de la Península Ibérica y el norte de África.
Por último, algunos años más tarde, se creó una nueva provincia desgajada de la
Tarraconense, la de las islas Baleares: Insulae Balearum.
A estas nuevas divisiones provinciales se sumaron cambios de significación entre
los propios gobernadores provinciales y legados de las legiones. A partir del
reinado de Diocleciano dejó de mantenerse la distinción entre procónsules elegidos a
sorteo por el senado y legados designados por el emperador. Diocleciano estableció que
todos fueran designados por el emperador y permanecieran en la provincia tanto
tiempo como el monarca encontrara conveniente. Aquellos que tenían rango pretorio y
que gobernaban las provincias menos importantes recibían el nombre de praesides.
Mientras que los de rango consular, que dirigían las provincias más grandes, las
armadas con legiones y situadas en las fronteras, recibían el calificativo de cónsules.
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Los gobernadores de estas provincias, a diferencia de lo que había ocurrido en época
anterior, tenían responsabilidades exclusivamente civiles: administración de
justicia y recaudación de impuestos, además de supervisión de las obras públicas.
Otra de las características de la época tardoantigua es el desarrollo de la
burocracia imperial. Todos estos cargos disponían de un elevado número de
funcionarios para llevar a cabo sus tareas y se sabe, por ejemplo, que los vicarios al
frente de las diócesis podían llegar a sumar hasta 300 funcionarios a su cargo.
Por primera vez en la Historia de Roma, el mando de las legiones y los ejércitos
se separa completamente del gobierno de las provincias. Y la dirección de los
ejércitos pasa a encomendarse a los nuevos cargos de duces, comites, y praefecti
elegidos personalmente por el emperador. A partir de este momento se crea por tanto
un nuevo comes Hispaniarum, encargado de la defensa y la actividad militar en
Hispania.
Por lo que se refiere a las dotaciones militares estacionadas en Hispania, se
sabe que la legio VII permanecía en su cuartel de León, dirigida no ya por un legado
imperial, sino por un prefecto. Además se sabe que había varias cohortes, sobre todo en
la Gallaecia y la Tarraconensis: en Poetavonium cerca de Zamora, en
Gallaecia, en Lugo, en Iuliobriga, cerca de Santander, y en Veleia, cerca de Vitoria
(Álava). Sin embargo, se sabe que estas tropas no sumaban demasiados efectivos, y que
la legión, por ejemplo, tenía la mitad de hombres que en época Altoimperial. La
dotación de la legio VII durante el período tardoantiguo oscilaba entre 3000 y 4000
hombres, a diferencia de los 6000 con los que había contado durante los dos primeros
siglos del Imperio. En total, se ha calculado que los efectivos militares disponibles
en Hispania no debían de superar los 6000 hombres, una cantidad similar de
soldados a la que guarecía la Península en época altoimperial. Esto significa que, en
contra de lo que pudiera parecer después de las invasiones del siglo III d.C. se
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consideraba a Hispania una zona alejada de las fronteras, y relativamente segura
comparada con las regiones de la Galia, Germania, el Danubio u Oriente, donde se
concentraban decenas de miles de soldados.
Esta escasa presencia de soldados explicaría también por qué, a diferencia de lo que
había ocurrido en el Altoimperio, las tropas tendían a residir en el interior de
las ciudades amuralladas, y no en campamentos situados en sus cercanías. Entre el
descenso demográfico de muchas ciudades, la necesidad de contar con lugares
amurallados, y el escaso tamaño de las tropas, era posible que éstas residieran junto a
la población al abrigo de las murallas, que, por otro lado, tanto había costado construir.
1.3. La relación de las provincias hispanas con la cúspide del
poder imperial
Sin embargo, el nuevo sistema ideado por Diocleciano, que solucionó muchos de los
problemas del siglo III d.C., no pudo poner fin a los conflictos y las guerras civiles
por apoderarse del trono imperial.
A pesar de que Diocleciano había tratado de dejar claramente cerrada su sucesión,
sólo unos pocos años después de su retiro voluntario comenzaron los enfrentamientos
entre los candidatos al trono. El más importante fue el que enfrentó a Majencio con
Constantino. Aunque las provincias hispanas aparentemente apoyaron a Majencio en
un primer momento, después se posicionaron claramente a favor de Constantino, y al
parecer el respaldo de los peninsulares fue decisivo para que el nuevo
emperador consiguiera hacerse con el poder después de la Batalla del Puente
Milvio el 312 d.C.
Pero el reinado de Constantino fue tan solo otro breve paréntesis en medio de las
usurpaciones y las guerras civiles, y en muchos de estos conflictos volverían a participar
las provincias hispanas, posicionadas a favor de uno u otro candidato.
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Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido durante el período altoimperial, esta
importancia de las provincias peninsulares en lo que respecta a favorecer a uno u
otro candidato no se correspondía con la presencia de miembros de la élite hispana en
las altas esferas de la sociedad romana. El descenso de los notables originarios
de Hispania en el senado y el estamento ecuestre había comenzado ya a
mediados del siglo II d.C., al dejar paso a los miembros de otras aristocracias
imperiales más dinámicas, como las provenientes del norte de África y las
provincias danubianas. Ese descenso continuó acentuándose a lo largo del siglo III
d.C. En el proceso tuvo además alguna importancia el cambio de capital. Ya desde el
reinado de Diocleciano, el interés de los emperadores había ido trasladándose a la
mitad oriental del Imperio, más rica, estable y alejada de las invasiones de los
pueblos germanos. Este desplazamiento del eje del imperio hacia Oriente se completó
durante el reinado de Constantino, cuando la antigua Bizancio, a la que se cambió el
nombre por el de Constantinopla, se convirtió en la nueva capital del Imperio.
Las elites de las provincias hispanas, muy alejadas de la ciudad en la que se decidían los
destinos del Mediterráneo, encontraron por tanto nuevas dificultades para impulsar la
carrera política de sus hijos.
Por último, esta tendencia coincidió además con un considerable proceso de
renovación de las élites. Tras los múltiples enfrentamientos civiles, desórdenes y
guerras contra los bárbaros, la mayoría de los viejos clanes senatoriales se habían
extinguido o abandonado la política. De las grandes familias que habían dominado la
política romana durante el Altoimperio, sólo un tercio continuaba presente en la élite
tardoantigua.
Esta renovación de las elites favoreció el acceso de nuevos provinciales a los puestos de
responsabilidad, y en este momento comienza a presentarse una tendencia que será
cada vez más fuerte con el paso de las centurias. Al contrario de lo que había ocurrido
durante los dos primeros siglos del Imperio, a partir de finales del siglo III d.C. cada
vez será más habitual que personajes originarios de ese territorio sean
elegidos para gobernar su provincia, la legión que la guarecía, o la diócesis
a la que éstas pertenecían. La medida permitía poner al frente del gobierno
provincial a personajes que indudablemente conocían muy bien el territorio en el que
habían nacido, y tenían fuertes lazos con las poblaciones locales. Pero al mismo tiempo,
impulsaba una regionalización del Imperio y lastraba la lealtad de las partes, cada
vez más autárquicas, al poder central de Constantinopla.
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Fue precisamente el apoyo de las aristocracias provinciales el que impulsó a Teodosio,
último emperador de origen hispano, al trono imperial, el 379 d.C. Teodosio
había nacido en Cauca (Coca, Segovia), como hijo de un destacado militar. De hecho,
pudo ser la influencia de su padre en la corte imperial la que favoreció el
posicionamiento en la misma de unos pocos clanes hispanos, escasos en efectivos, pero
que presentaban una posición mucho más cohesionada que sus homónimos de la época
altoimperial. Fueron estas pocas familias hispanas, junto a la habilidad como militar
demostrada por el joven Teodosio tras el desastre de Adrianóplis, las que propiciaron
su ascenso como emperador. Una vez en el trono, Teodosio supo recompensar a sus
partidarios formando una corte de marcado tinte hispano.
Teodosio consiguió hacer frente a los acuciantes problemas del Imperio,
firmando un tratado con los visigodos, a los que permitió asentarse en la Tracia (en el
territorio de la actual Bulgaria), y llegando a un acuerdo con los persas para dividirse
Armenia, obteniendo la paz para los frentes oriental y danubiano. Además de
en el exterior, Teodosio también consiguió apaciguar las divisiones internas que
sacudían el Imperio, convocando un concilio para zanjar definitivamente la
complicada cuestión del arrianismo. Sus éxitos en una época tan convulsa le
hicieron merecedor del apelativo de Teodosio “el Grande”.
Por otro lado, Teodosio, descendiente de una familia cristiana, tuvo un importante
papel en la difusión del cristianismo, y sobre todo en el triunfo del catolicismo
niceno sobre la herejía arriana. De hecho, el año 391 d.C. Teodosio proclamó la
cristiandad del Imperio, y ordenó cerrar de forma definitiva todos los templos paganos.
Al reinado de Teodosio pertenece además una de las piezas de orfebrería más
espectaculares de la Península Ibérica, el llamado missorium, un bellísimo disco de
plata que se conserva en la Real Academia de la Historia de Madrid, y en el que se pude
ver al emperador junto a los principales notables de su corte.
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A su muerte, las dos mitades del Imperio, la occidental y la oriental, cada vez
más acostumbradas a actuar de forma independiente, se dividieron de forma
definitiva entre sus dos hijos. Arcadio se quedó con Oriente, y Honorio con la
mitad occidental. El Imperio Romano se dividía en dos partes con dos emperadores
independientes. La mitad occidental resistiría tan sólo siglo y medio, antes de
desaparecer tras las invasiones de los bárbaros, mientras que la mitad oriental
continuaba existiendo aún a mediados del siglo XV, mil años después, cuando
Constantinopla fue finalmente tomada por los turcos.
1.4. Las transformaciones económicas
Como ya se señaló anteriormente, la mala situación económica era otro de los
grandes problemas del Imperio desde comienzos del siglo III d.C. Diversas teorías
relacionan las dificultades de la economía romana con la crisis del sistema de
producción esclavista, y la necesidad de reajustar todo el armazón económico que
descansaba sobre el trabajo de los esclavos. Sin embargo, aunque ese pudiera ser el
problema de fondo, la principal atención de los poderes públicos romanos se dirigió a
solucionar la crisis de ingresos que atravesaba la hacienda imperial.
Los poderes políticos, con los emperadores al frente, estaban especialmente
preocupados por el alarmante descenso en los ingresos del fisco. Las invasiones
bárbaras, las usurpaciones y las guerras civiles, los cambios constantes en la cúspide del
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poder imperial, habían empobrecido considerablemente a algunas de las provincias
antaño más ricas del Imperio.
Para tratar de mantener los ingresos, más necesarios que nunca para pagar a las
legiones que hicieran frente a las invasiones, los emperadores trataron, en primer lugar,
de subir los impuestos. Cuando el aumento de la presión fiscal también se mostró
insuficiente, Caracalla decidió recurrir a la proclamación de la ciudadanía universal,
la célebre Constitutio Antoniniana promulgada el 212 d.C.
En esencia, la Constitutio Antoniniana proclamaba que todos los habitantes del
Imperio quedaban convertidos, a partir de ese momento, en ciudadanos
del mismo, superando la vieja diferencia entre ciudadanos privilegiados y no
ciudadanos carentes de derechos. Aunque la medida tenía una apariencia de justicia
universal, en realidad su principal propósito era de carácter fiscal. Aunque,
efectivamente, disfrutaban de numerosos derechos, los ciudadanos se encontraban en
la obligación de tributar en mucha mayor medida que los no ciudadanos. De este modo,
al convertir a todos los habitantes del Imperio en ciudadanos, Caracalla contaba con
aumentar sustancialmente los ingresos de la hacienda imperial.
Por lo que respecta a Hispania, desde que el edicto de latinidad de Vespasiano, siglo y
medio antes, convirtiera en municipios a todas las ciudades estipendiarias de la
Península, el número de ciudadanos romanos no había dejado de crecer, y para el
momento de proclamación de la Constitutio Antoniniana, la mayoría de los
habitantes de la Península disfrutaban de la condición de ciudadanos, hasta
el punto de que ésta ya no se consideraba en modo alguno un privilegio. De hecho,
parece que la Constitutio no tuvo demasiada importancia para las provincias Hispanas.
Otro de los recursos de los que disponía el poder imperial para aumentar los ingresos
era el de incrementar la producción en las explotaciones que todavía permanecían
en manos de los emperadores. Entre ellas, se contaban sobre todo las minas. Ya desde
el reinado del propio Caracalla se documenta en Hispania una intensificación en la
explotación de las minas hispanas. Fue este el momento en el que se ensayó, por
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primera vez, la creación de una nueva provincia en el noroeste, precedente de
lo que sería la Gallaecia de Diocleciano, llamada Prouincia Noua Hispania
Citerior Antoniniana, y encomendada directamente a un legado imperial. En
relación con este aumento en la explotación de este distrito minero parece estar
también la presencia de un número importante de miliarios en la región, que indicarían
que las calzadas de la zona sufrieron numerosas reparaciones para garantizar su buena
condición.
La necesidad de extraer cada vez mayor cantidad de metal de oro y plata se relaciona
también con otro de los grandes problemas de la Tardoantigüedad, la galopante
inflación. Desde comienzos del siglo III d.C., los precios no habían dejado de subir en
todas las provincias, en ocasiones de forma realmente descontrolada. La moneda, cada
vez más devaluada, comenzó a perder gran parte de su valor, en una espiral que llevó a
un punto crítico toda la economía del Imperio.
Para hacer frente a esta situación Diocleciano se vio obligado a promulgar el llamado
Edictum de pretiis. Un documento que limitaba, por ley, el precio máximo
que podían alcanzar en el mercado numerosos bienes de primera
necesidad, y que estaba destinado a garantizar el acceso a esos productos a los
empobrecidos habitantes de las ciudades del Imperio.
Al mismo tiempo, Diocleciano creó un nuevo tipo de moneda, basada en el oro, y
que por tanto estaría a salvo de la devaluación, llamada solidus aureus.
En cualquier caso, la aplicación de todas estas medidas por parte de los poderes
públicos no pudo evitar que todo el entramado económico-social del Imperio
experimentara una fortísima transformación a lo largo de la época tardoantigua. Toda
la creciente presión fiscal desplegada por la hacienda imperial recaía directamente
sobre las ciudades, especialmente sobre los notables, los miembros del ordo
decurionum que ocupaban las magistraturas ciudadanas. Estos notables tenían que
hacer frente a gastos cada vez más elevados para sufragar las reparaciones de las
destrucciones ocasionadas por los bárbaros, construir murallas, o pagar milicias
urbanas. La posibilidad de formar parte de los decuriones, de tener un puesto de
gobierno en una ciudad, tan apetecible desde el punto de vista del prestigio y la
promoción social en época altoimperial, se había convertido en una carga a partir
del siglo III d.C. Y hasta tal punto llegó a hacerse insoportable para los notables de
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las ciudades el ejercicio de cargos públicos, que los emperadores, se vieron obligados a
convertir el puesto de decurión en una condición hereditaria y obligatoria.
Por este motivo los notables de las ciudades comenzaron a retirarse a sus prósperas
villas del campo. Durante el Alto Imperio, estas explotaciones agrarias, de las que ya
se habló en los temas precedentes, habían servido a sus dueños como inversión
económica y lugar de retiro ocasional. En la época Tardoantigua, se convirtieron en
residencia permanente de sus dueños, que trasladaron al campo todas las
comodidades de las que habían disfrutado en la ciudad. Es este el momento en el que se
construyeron las grandes villas rústicas como la de La Olmeda (Palencia), La Quintana
(León) o la de Carranque (Toledo) con enormes estancias para banquetes adornadas
con espléndidos mosaicos.
Estas explotaciones agrarias, que en el pasado habían servido para abastecer de
productos del campo a las ciudades, se convirtieron durante la Tardoantigüedad en
estructuras casi autárquicas, que producían todo lo necesario para el
mantenimiento de sus señores y colonos. Mientras las ciudades iban perdiendo
habitantes, estas villas crecían de tamaño, y se convertían en residencia no sólo de sus
dueños y de los aparceros encargados de la explotación, sino de un número creciente de
artesanos, así como pequeñas milicias destinadas a su defensa. No es de extrañar que el
poder imperial también tratara de convertir las profesiones críticas, como las
relacionadas con el transporte de alimentos o el abastecimiento al ejército,
en hereditarias, tratando, en vano, de evitar que estos artesanos abandonaran las
ciudades en busca de mejores oportunidades en el campo.
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A causa de este desplazamiento del foco económico de la ciudad al campo, muchos de
los habitantes de las ciudades comenzaron a desplazarse a estas villas rústicas, donde se
convirtieron en colonos. Un nuevo grupo social de campesinos y pequeños
artesanos cada vez más dependiente, no sólo desde el punto de vista
económico, sino también jurídico, del dueño de la explotación.
De hecho, las ciudades no sólo perdieron a muchos de sus habitantes, entre los que se
contaban sus ciudadanos más poderosos, sino que además, en un proceso paralelo, se
vieron progresivamente privadas de muchas de las funciones que dotaban
de sentido a la vida urbana. Lentamente, los aristócratas que residían en estas
villas rústicas, convertidas en prósperos latifundios, fueron acaparando cada vez más
funciones, que en el pasado habían sido privativas de los magistrados municipales. Así,
el dueño del latifundio comenzó a disponer de una cierta jurisdicción sobre sus
colonos, administrando personalmente justicia sobre los pobladores de la explotación
agraria.
Otro tanto ocurrió con las actividades religiosas. Si en época Altoimperial el culto a
los dioses se había celebrado en las plazas públicas de las ciudades, a partir del período
tardoantiguo, sería en la propia villa rústica donde se celebrarían las
ceremonias y los sacrificios a los dioses o las misas cristianas. De hecho, esta
aristocracia rural sería uno de los últimos reductos del paganismo romano, una
vez que Teodosio proclamara la cristiandad del Imperio a finales del siglo IV d.C. Al
margen de la legalidad vigente en las ciudades, donde sólo se realizaban cultos
cristianos, los señores refugiados en sus villas podían seguir practicando los rituales de
su vieja religión.
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De hecho, las ciudades se convirtieron en los lugares preferentes de residencia
de las nuevas jerarquías religiosas cristianas, que irían obteniendo un
ascendiente cada vez mayor sobre la vida urbana. Los obispos y prelados sucedieron a
los aristócratas que se habían trasladado al campo, y la Iglesia comenzó a encargarse
las viejas actividades evergéticas y redistributivas de riqueza que en época altoimperial
habían sido un patrimonio exclusivo de los decuriones y notables locales.
En general, todo este proceso del traslado de los notables al campo contribuyó a una
progresiva ruralización de la sociedad, que se completaría ya en los siglos
altomedievales.
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Clases magistrales
El traslado de las aristocracias al campo
Probablemente uno de los fenómenos
más importantes de la época tardoantigua
es el de la ruralización. El progresivo
traslado de los notables a sus residencias
rústicas coincidió con una profunda
transformación de las formas de
producción y la propia sociedad romana.
No dejes de leer…
La ciudad del Valle del Ebro durante la Antigüedad Tardía
VV.AA. (eds.) VII Semana de Estudios Medievales (Nájera 29 de julio a 2 de agosto
1996). Logroño 1997. pp. 37-59.
Esta comunicación de Urbano Espinosa aborda las transformaciones de varias ciudades
situadas en el valle del Ebro, y trata de determinar si estas localidades sufrieron una
crisis seguida de una decadencia, o si por el contrario, experimentaron una serie de
cambios que les permitieron adaptarse a las condiciones del Bajo Imperio.
El artículo está disponible en el aula virtual o siguiendo el siguiente enlace:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12048844228086079643624/01
3656.pdf
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La Hispania del Bajo Imperio. ¿Decadencia o metamorfosis?
El Mediterráneo. Historia, Arqueología, Religión, Arte, Madrid. Cátedra. 2006. pp.
295-313.
Artículo de Blázquez Martínez dedicado a analizar las distintas interpretaciones que la
historiografía ha dado a las transformaciones de la Tardoantigüedad en la Península
Ibérica. El autor trata de superar las viejas teorías que consideraban el Bajo Imperio
como un período continuado de decadencia.
El artículo está disponible en el aula virtual o siguiendo el siguiente enlace:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/06922846488038884432268/0
25651.pdf
No dejes de ver…
Ruralización de Hispania
Vídeo de Artehistoria en el que se analiza
someramente el fenómeno de la ruralización
en la Península Ibérica.
El vídeo está disponible siguiendo el siguiente enlace:
http://www.youtube.com/watch?v=cpGmOs54sW4
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Ruralización de Hispania
Bellísima imagen del llamado missorium de Teodosio, un disco de plata de función
religiosa que se encuentra entre las obras de orfebrería más notables de la Antigüedad
hispana.
La imagen está disponible siguiendo el siguiente enlace:
http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Missorium_Theodosius_whole.jpg
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 13 – + Información
+ Información
A fondo
Segobriga en la Antigüedad Tardía
VV.AA. (eds.) Complutum y las ciudades hispanas en la Antigüedad Tardía. Actas del
I Encuentro Hispania en la Antigüedad Tardía, Alcalá de Henares 16 de octubre de
1996, Acta Antiqua Complutensia I, Alcalá de Henares. 1995. pp. 143-159.
Este artículo de Juan Manuel Abascal Palazón está dedicado a una de las ciudades de la
Meseta sur mejor conocidas, gracias a una serie de intensas campañas de excavación
arqueológica: Segobriga.
El artículo está disponible en el aula virtual o en la siguiente dirección web:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12473951092370518454679/p0
000001.htm
El aceite bético durante el Bajo Imperio
Antigüedad Cristiana, 8, 1991, pp. 355-361.
Como el resto de los aspectos de la economía hispana, la exportación de aceite bético
también experimentó importantes transformaciones durante la época tardoantigua.
Este artículo de Remesal Rodríguez resume algunos de esos cambios, desde los cambios
en la producción, hasta las nuevas vías de distribución.
El artículo está disponible en el aula virtual o en la siguiente dirección web:
http://interclassica.um.es/index.php/interclassica/investigacion/hemeroteca/a/antigu
eedad_y_cristianismo/numero_8_1991/el_aceite_betico_durante_el_bajo_imperio
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 13 – + Información
Webgrafía
Tesorillo
Aunque siempre se ha concedido mayor importancia a las fuentes literarias y la
epigrafía, las monedas (de cuyo estudio se ocupa la numismática) son una fuente
importantísima de información para la Historia Antigua. Ésta es una de las mejores
páginas dedicadas al tema que se pueden encontrar en español.
http://www.tesorillo.com/roma/index.htm
Roman emperors
Es una de las páginas de Historia Antigua de Roma más conocidas de la web.
Lamentablemente sólo está en inglés, pero es una de las pocas cuya consulta es casi
imprescindible. Muy recomendada.
http://www.roman-emperors.org/
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 13 – + Información
Bibliografía
ALMAGRO GORBEA, M. El disco de Teodosio. Real Academia de la Historia. Madrid.
2000.
DÍAZ MARTÍNEZ, P. B., MARTÍNEZ MAZA, C., SANZ HUESMA, F. J. Hispania
Tardoantigua y visigoda. Istmo. Madrid. 2007.
FERNÁNDEZ GALIANO, D. “La Hispania de Teodosio”. VV.AA. (eds.) Hispania, el
legado de Roma. En el año de Trajano. 1998. pp. 363-372.
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 13 – Actividades
Actividades
Lectura: Edicto de los precios (Masimum) de Diocleciano
En este tema se propone la realización de un comentario de texto, sobre uno de los
textos cuya lectura se ha propuesto al inicio del tema: “Edicto de los precios
(Maximum) de Diocleciano”. (Puedes encontrar además algunos de los precios
limitados de los productos en la tabla de las páginas 738-739 del manual).
El comentario de texto debe tener una extensión máxima de dos caras de folio. Para
realizarlo, puede serte de utilidad plantearte las siguientes preguntas:
¿Cuál era el objetivo del Edicto de los Precios, a qué problema trataba de dar
solución?
¿Por qué Diocleciano marcaba un precio máximo, por qué no establecer un precio
único común a todas las provincias?
¿Crees que una medida de este tipo, regular los precios de decenas de productos en
todo el Imperio, podía solucionar los problemas económicos de Roma?
¿Crees que, como dice el Edicto, el origen del aumento de los precios se encontraba
en el afán desenfrenado de ganancia de unos pocos? ¿Podía tener otras causas?
¿Qué opinas del castigo a los infractores? ¿Crees que era posible llegar a aplicarlo en
la práctica?
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TEMA 13 – Test
Test
1. Uno de los principales problemas que trató de solucionar Diocleciano con su reforma
administrativa fue:
A. La amenaza de los piratas de Cilicia.
B. La necesidad de mejorar el comercio en el Mediterráneo.
C. La presión de los bárbaros en las fronteras europeas y orientales.
D. El progresivo empobrecimiento de la Península Itálica.
2. La nueva división provincial incorporaba a la diócesis de las Hispanias:
A. Sicilia.
B. Parte de Aquitania, en el sur de la Galia.
C. Las actuales islas canarias.
D. La Mauritania Tingitana en el norte de África.
3. Las funciones de los nuevos gobernadores provinciales de Diocleciano eran:
A. Administrar justicia, garantizar la recaudación de impuestos y comandar las
legiones.
B. Comandar las legiones y ocuparse de las obras públicas.
C. Administrar justicia y comandar las legiones.
D. Administrar justicia y garantizar la recaudación de impuestos.
4. Las provincias hispanas formaban parte de la:
A. Prefectura de la Galia.
B. Prefectura del Norte de África.
C. Prefectura de Occidente.
D. Prefectura de Hispania e Italia.
5. El principal problema al que trataba de hacer frente Diocleciano con su Edicto de los
Precios era:
A. La escasez de aceite en el Mediterráneo Oriental.
B. Una inflación descontrolada.
C. El descenso en los precios del cereal.
D. El excesivo consumo de bienes de lujo.
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TEMA 13 – Test
6. A partir del Bajo Imperio muchos de los cargos de gobierno municipales:
A. Se hicieron hereditarios y obligatorios.
B. Comenzaron a llevar aparejada una renta vitalicia.
C. Perdieron la mayoría de sus funciones.
D. Quedaron abiertos a los libertos y esclavos.
7. Durante la época tardoantigua muchos notables de las ciudades:
A. Se trasladaron a las ciudades costeras con más oportunidades de comercio.
B. Vendieron sus villas rústicas para dirigir industrias artesanales en las ciudades.
C. Prefirieron trasladar su residencia a sus villas rústicas.
D. Se concentraron en la política y el ejercicio de cargos públicos.
8. Los nuevos impuestos bajoimperiales destinados a solventar el descenso en la
recaudación fiscal recayeron sobre todo:
A. Sobre los campesinos de las villas rústicas.
B. Sobre los artesanos y comerciantes.
C. Sobre los notables de las ciudades.
D. Sobre los habitantes de la mitad occidental del Imperio.
9. Teodosio fue un destacado impulsor del:
A. Cristianismo.
B. Paganismo.
C. Mitraismo.
D. Arrianismo.
10. A la muerte de Teodosio, la mitad occidental del Imperio quedó en manos de:
A. Honorio.
B. Arcadio.
C. Constantino.
D. Diocleciano.