historia de los dos que sonÞaron

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Borges, J. L.; Ocampo, S. y Bioy Casares, A. Antología de la literatura fantástica 200 Pao Yu soñó que estaba en un jardín idéntico al de su casa. ¿Será posible, dijo, que haya un jardín idéntico al mío? Se le acercaron unas doncellas. Pao Yu se dijo atónito: ¿Alguien tendrá doncellas iguales a Hsi-Yen, Pin-Erh y a todas las de casa? Una de las doncellas exclamó: "Ahí está Pao Yu. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?" Pao Yu pensó que lo habían reconocido. Se adelantó y les dijo: "Estaba caminando; por casualidad llegué hasta aquí. Caminemos un poco." Las doncellas se rieron. "¡Qué desatino! Te confundimos con Pao Yu, nuestro amo, pero no eres tan gallardo como él". Eran doncellas de otro Pao Yu. "Queridas hermanas —les dijo— yo soy Pao Yu. ¿Quién es vuestro amo?" "Es Pao Yu", contestaron. "Sus padres le dieron ese nombre, que está compuesto de los dos caracteres Pao (precioso) y Yu (jade), para que su vida fuera larga y feliz. ¿Quién eres tú para usurpar ese nombre?" Se fueron, riéndose. Pao Yu quedó abatido. "Nunca me han tratado tan mal. ¿Por qué me aborrecerán estas doncellas? ¿Habrá, de veras, otro Pao Yu? Tengo que averiguarlo". Trabajado por esos pensamientos, llegó a un patio que le pareció extrañamente familiar. Subió la escalera y entró en su cuarto. Vio a un joven acostado; al lado de la cama reían y hacían labores unas muchachas. El joven suspiraba. Una de las doncellas le dijo: "¿Qué sueñas, Pao Yu, estás afligido?" "Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron y me dejaron solo. Las seguí hasta la casa y me encontré con otro Pao Yu durmiendo en mi cama". Al oír este diálogo Pao Yu no pudo contenerse y exclamó: "Vine en busca de un Pao Yu; eres tú”. El joven se levantó y lo abrazó, gritando: "No era un sueño, tú eres Pao Yu." Una voz llamó desde el jardín: "¡Pao Yu!" Los dos Pao Yu temblaron. El soñado se fue; el otro le decía: "¡Vuelve pronto, Pao Yu!". Pao Yu se despertó. Su doncella Hsi-Yen le preguntó: "¿Qué sueñas Pao Yu, estás afligido?" "Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron...” Del Sueño del Aposento Rojo, de TSAO-HSUE-KIN (1719-1764). HISTORIA DE LOS DOS QUE SOÑARON GUSTAVO WEIL, orientalista alemán, nacido en Salzburg, en 1808; muerto en Friburgo, en 1889. Tradujo al alemán los Collares de Oro, de Samachari, y Las 1001 Noches. Publicó una biografía de Mahoma, una introducción al Corán y una historia de los pueblos islámicos. Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso y no duerme) que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió, menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó, tanto que el sueño lo rindió debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño a un desconocido que le dijo: —Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla. A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de los desiertos, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el decreto de Dios Todopoderoso una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y lo llevaron a la cárcel. El juez lo hizo comparecer y le dijo: —¿Quién eres y cuál es tu patria? El hombre declaró: —Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Yacub El Magrebí. El juez le preguntó:

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Historia de Los Dos Que SonÞaron

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Page 1: Historia de Los Dos Que SonÞaron

Borges, J. L.; Ocampo, S. y Bioy Casares, A. Antología de la literatura fantástica

200

Pao Yu soñó que estaba en un jardín idéntico al de su casa. ¿Será posible, dijo, que haya un jardín idéntico al mío? Se le acercaron unas doncellas. Pao Yu se dijo atónito: ¿Alguien tendrá doncellas iguales a Hsi-Yen, Pin-Erh y a todas las de casa? Una de las doncellas exclamó: "Ahí está Pao Yu. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?" Pao Yu pensó que lo habían reconocido. Se adelantó y les dijo: "Estaba caminando; por casualidad llegué hasta aquí. Caminemos un poco." Las doncellas se rieron. "¡Qué desatino! Te confundimos con Pao Yu, nuestro amo, pero no eres tan gallardo como él". Eran doncellas de otro Pao Yu. "Queridas hermanas —les dijo— yo soy Pao Yu. ¿Quién es vuestro amo?" "Es Pao Yu", contestaron. "Sus padres le dieron ese nombre, que está compuesto de los dos caracteres Pao (precioso) y Yu (jade), para que su vida fuera larga y feliz. ¿Quién eres tú para usurpar ese nombre?" Se fueron, riéndose.

Pao Yu quedó abatido. "Nunca me han tratado tan mal. ¿Por qué me aborrecerán estas doncellas? ¿Habrá, de veras, otro Pao Yu? Tengo que averiguarlo". Trabajado por esos pensamientos, llegó a un patio que le pareció extrañamente familiar. Subió la escalera y entró en su cuarto. Vio a un joven acostado; al lado de la cama reían y hacían labores unas muchachas. El joven suspiraba. Una de las doncellas le dijo: "¿Qué sueñas, Pao Yu, estás afligido?" "Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron y me dejaron solo. Las seguí hasta la casa y me encontré con otro Pao Yu durmiendo en mi cama". Al oír este diálogo Pao Yu no pudo contenerse y exclamó: "Vine en busca de un Pao Yu; eres tú”. El joven se levantó y lo abrazó, gritando: "No era un sueño, tú eres Pao Yu." Una voz llamó desde el jardín: "¡Pao Yu!" Los dos Pao Yu temblaron. El soñado se fue; el otro le decía: "¡Vuelve pronto, Pao Yu!". Pao Yu se despertó. Su doncella Hsi-Yen le preguntó: "¿Qué sueñas Pao Yu, estás afligido?" "Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron...”

Del Sueño del Aposento Rojo, de TSAO-HSUE-KIN (1719-1764).

HISTORIA DE LOS DOS QUE SOÑARON

GUSTAVO WEIL, orientalista alemán, nacido en Salzburg, en 1808; muerto en Friburgo, en 1889. Tradujo al alemán los Collares de Oro, de Samachari, y Las 1001 Noches. Publicó una biografía de Mahoma, una introducción al Corán y una historia de los pueblos islámicos.

Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso y no duerme) que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió, menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó, tanto que el sueño lo rindió debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño a un desconocido que le dijo:

—Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla.

A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de los desiertos, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el decreto de Dios Todopoderoso una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y lo llevaron a la cárcel. El juez lo hizo comparecer y le dijo:

—¿Quién eres y cuál es tu patria?

El hombre declaró:

—Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Yacub El Magrebí.

El juez le preguntó:

enriquedejesuspimentelgaribay
Resaltado
Page 2: Historia de Los Dos Que SonÞaron

Borges, J. L.; Ocampo, S. y Bioy Casares, A. Antología de la literatura fantástica

201

—¿Qué te trajo a Persia?

El hombre optó por la verdad y le dijo:

—Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que la fortuna que me prometió ha de ser esta cárcel.

El juez echó a reír.

—Hombre desatinado —le dijo—, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín y en el jardín, un reloj de sol y después del reloj de sol, una higuera, y bajo la higuera un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, has errado de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no vuelva a verte en Isfaján. Toma estas monedas y vete.

El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la higuera de su casa (que era la del sueño del juez) desenterró el tesoro. Así Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó. Dios es el Generoso, el Oculto.

De la Geschichte des Abbassidenchalifats in Aegypten (1860-62) de GUSTAV WEIL.

EL CASO DEL DIFUNTO MISTER ELVESHAM

H. G. WELLS, novelista, cuentista, enciclopedista. Nacido en Bromley, en 1866; muerto en Londres, en 1946. La literatura fantástica le debe muchos ejercicios coherentes. En esta disciplina, sus libros más admirables son: The Time Machine (1895); The Island of Doctor Moreau (1896); The Plattner Story and Others (1897), The Invisible Man (1897); Tales of Space and Time (1899), The First Men in the Moon (1901), Twelve- Stories and a Dream (1903); The Croquet Player (1936).

Mi intención, al escribir este relato, no es precisamente la de ser creído, sino la de evitar la caída de una próxima víctima. Quizá mi desdicha le sirva de algo. Sé que mi caso es irreparable y estoy casi resignado a afrontarlo.

Mi nombre es Edward George Eden. Nací en Trentham, en Staffordshire. Mi padre era jardinero municipal. Perdí a mi madre cuando sólo tenía tres años y a mi padre a los cinco. Mi tío, George Eden, me adoptó. Era un hombre soltero, autodidacta, y había logrado cierto renombre como periodista. Costeó generosamente mis estudios y me infundió la voluntad de progresar en el mundo. Cuando, murió, hace cuatro años, me dejó toda su fortuna, que ascendía a unas quinientas libras, después de pagados los impuestos. Yo tenía entonces dieciocho años. En el testamento me aconsejaba que empleara ese dinero en completar mi educación. Yo había elegido la carrera de medicina; y gracias a su generosidad póstuma y a mi buena suerte en un examen, pronto fui estudiante de medicina en la Universidad de Londres. En el año del principio de este relato yo me alojaba en una bohardilla, pobremente amueblada, atravesada de corrientes de aire, que daba a los fondos de la Universidad. Una tarde le llevé unos botines al remendón de Tottenham Court Road. Esta fue la primera vez que encontré al viejito de la cara amarilla; al hombre con el cual mi vida está insolublemente enredada. Al abrir la puerta de calle, vi que miraba, con incertidumbre evidente, el número de la casa. Sus ojos, de un azul aguado y rojos en el borde, tuvieron, al verme, una expresión de torpe amabilidad.

—No puede aparecer más oportunamente —me dijo—. Había olvidado el número de su casa. ¿Cómo le va Mr. Eden?

Me sorprendió la familiaridad de su trato; yo nunca lo había visto. Me sentí un poco molesto de que me hubiera sorprendido con los botines debajo del brazo.

—Usted se estará preguntando quién diablos soy —me dijo, notando mi escasa cordialidad—. Permítame asegurarle que soy un amigo. Yo le he visto antes, aunque usted no me reconozca. ¿Dónde podríamos hablar?