MEMORIA – IDENTIDAD – PERTENENCIA – MISIÓN

HISTORIA DE LA IGLESIA PEREGRINA EN LOMAS DE ZAMORA

JUBILEO DIOCESANO

(1957 – 2007)

FASCÍCULO V Origen de la evangelización en nuestros pagos

Enrique E. Alsamora, Pbro. Monte Grande

2006

LOS ÚLTIMOS OBISPOS ESPAÑOLES: (1800-1818)

INTRODUCCIÓN

El ministerio episcopal de los últimos pastores españoles en lo que era el Virreinato del Río de la Plata, debe ser valorado en el difícil contexto histórico en que les tocó desarrollar su misión. Un momento histórico de transición del antiguo régimen a la emancipación, en el marco de la invasión napoleónica.

Hombres elegidos en lo mejor de la clerecía, todos con títulos académicos, dejaban una vida mucho más apacible al momento de sus nombramientos por parte del Rey. De profunda fe y vida interior dan prueba la disipada y agitada vida social en que se tuvieron que mover: los gérmenes del “iluminismo” que arrancó el retoño más valioso con la expulsión de la Compañía de Jesús, y los males que vinieron por el golpe asestado por las “elites” deitas y libres pensadores del siglo de las “luces”, ahora entrarán en escena de modo frontal.

Es de comprender entonces que los prelados con su celo pastoral y desempeño, estarán en el centro de esta época, aunque finaliza la conformación del sustrato católico de nuestra patria americana.

DON BENITO LUÉ Y RIEGA: OBISPO DE BS. AS.

El obispo Lué nació en Lastres, de la diócesis de Oviedo del principado de Asturias.

En el proceso consistorial se exponía acerca de su persona: “Graduado de bachiller, licenciado y doctor en la facultad de la Universidad de Ávila, habiéndose ejercitado en el coro, púlpitos y confesionario, ha obtenido muchos empleos, como son visitador general castrense, comisario de la Santa Cruzada y examinador sinodal de aquella diócesis”. Lué y Riega era deán de la Catedral de Lugo, cuando la Real Cámara de Indias lo propuso a Carlos IV para la diócesis de Bs. As. Lué aceptó y Pío VII le otorga la institución canónica en 1802.

El 30 de marzo de 1803 logra desembarcar en Montevideo y el 22 de abril llega al puerto de Bs. As. Una falúa le salió al encuentro para el desembarco, con dos diputados del ayuntamiento que lo recibieron en nombre de la ciudad. Entró en la Catedral, fue saludado por ambos cabildos, realizó visita al Virrey, etc.

Los prelados del clero secular y de las casas religiosas de Santo Domingo, la Merced, San Francisco y Betlemitas asistieron “con mucho público”.

VISITA PASTORAL

En los primeros días de mayo de 1803 ya proyectaba el Obispo su viaje a Córdoba para consagrarse y dar principio a su visita general que no se hacía desde 1779. Comienza por Santa Fe, para lo que encarga a los párrocos, “el buen orden y distribución” de los feligreses, “la debida preparación en los adultos y con respecto a los párvulos e infantes, el competente aseo y compostura”. Reunió en esta visita la celebración de las confirmaciones; habían transcurrido veinticuatro años sin ellas en Santa Fe. El obispo no dejaba sitio sin ver y anota en el informe: “...continué en las cinco reducciones de indios de aquélla jurisdicción y en todas las demás parroquias, capillas y oratorios de esta parte occidental del Río de la Plata, dispersas en ochocientas y más leguas”. La visita prosiguió en Coronda, San Nicolás de los Arroyos, San Pedro del Rincón, pasó por Salto, Arrecife, Baradero y San Antonio de Areco donde celebró la fiesta de la Asunción. El 27 de agosto entró en la Villa de Luján y el 2 de

setiembre por la parroquia de Nuestra Señora del Buen Viaje de la Quebrada de Morón. Arriba por fin a Buenos Aires. Cerraba así el Obispo su primera visita apostólica: “...según resulta del diario, llevo confirmadas más de 36.000 almas, habiendo quedado una tercera parte sin este beneficio, por no haber concurrido”, “...creo que será mayor en la parte oriental, para donde saldré en el próximo mes de mayo...”.

Comienza visitando el curato de Concepción del Uruguay. Impuso allí por decreto la explicación del Evangelio y la Catequesis y cada semana la hora de “Conferencia sobre teología moral y de rúbricas”, con la asistencia de “todos los sacerdotes seculares y regulares y demás ordenados e iniciados, que residan en esta villa y a cuatro leguas de distancia de ella”. Manda que, “diariamente en los tiempos de adviento y cuaresma tan venerables, convoque el sobredicho cura a sus feligreses al toque el Ave María, y después de rezado el rosario, y tenga con ellos un cuarto de hora de lección espiritual y otro de meditación. En lo restante del año todos los domingos y fiestas, luego del catecismo”. Pasa a Maldonado y llega a Montevideo a principios de octubre de 1804. Consagra altar y templo, la Iglesia Matriz (actual catedral) a la Inmaculada Concepción y Santos Felipe y Santiago. Revisa libros, hace examen a los curas, etc. Pasa a otras villas, a Canelones y luego en Colonia del Sacramento. Vuelve a Bs. As. el 15 de diciembre, otra vez “bastante quebrantado de salud, después de siete meses de agitación”. Antes de retomar las visitas para mazo de 1805 erige ocho nuevos curatos, trata además de elevar a dignidad arzobispal a Bs. As. (única capital virreinal que no lo es).

Por último gasta seis meses para visitar todo el obispado, después de veinticuatro años de la última del obispo Malvar. Entre los últimos curatos, hállase el de la Santa Cruz de los Quilmes y San Vicente Ferrer, donde celebra, hace examen y firma libros.

Mostró también interés por la Patagonia y solicitó de la Sagrada Congregación del Concilio en 1804, poder enviar allá sacerdote para confirmar, al paso que insinuaba la conveniencia de tener un obispo “in pántibus in fidelium” como sufragáneo en la región austral. En esta etapa ya llegaban las confirmaciones del obispo a 100.000 almas, contando los desvelos en la visita a las reducciones guaraníticas.

EL SEMINARIO

El 1ro. de febrero de 1806 tomaron posesión del nuevo edificio treinta y ocho alumnos. Alienta el obispo para crear Universidad con cátedras de moral, teología, filosofía y cánones, con el apoyo del Virrey Liniers en 1808. En 1807, la Real Audiencia solicita el edificio para cuartel de tropas; para los colegiales se alquilaba finca. La Junta de Mayo les conseguirá una cómoda vivienda y el cabildo eclesiástico, seguirá abonando tan benemérita obra, aún luego de la independencia.

Los edificios del Cabildo y del antiguo Seminario. Año 1829

LAS INVASIONES INGLESAS

La conducta del Obispo en 1806

Granjeóse el obispo los mejores lauros por “su resistencia heroica, que no tuvieron otros, a prestar juramento de fidelidad que exigió el general inglés a su Majestad Británica”.

Al Ministro de Justicia y Gracia, informa el Virrey Liniers en 1807: “Dudo Señor Excelentísimo, que, de cuantos obispos existen en América, haya uno más benemérito que el que ocupa la silla de Buenos Aires, el ilustrísimo señor Don Benito Lué y Riega...”

“Hallándose en la triste invasión de los ingleses, observó en estas críticas circunstancias una conducta llena de energía, de prudencia y de caridad; la que le atrajo la mayor consideración e influencia sobre el general inglés, y por ella se logró precaver varios daños a que este infeliz pueblo se hubiere visto expuesto...”.

La Reconquista de Bs. As. concluyó con la Junta General del Obispo. Ambos cabildos, Liniers y todos los cuerpos eclesiásticos y seculares resolvieron por unanimidad, dar “gracias en la Santa Iglesia Catedral, a Dios por el singularísimo beneficio que se acaba de recibir”. Por la tarde se cantó Te Deum, anota Juan Berutti, testigo presencial: “27 cañones en las cuatro fachadas de la plaza mayor, por seis veces hicieron tres descargas cerradas, como también esa noche se iluminó toda la ciudad y las dos siguientes...”.

El 15 de agosto pontificó el obispo, hubo Misa y el domingo 17 Acción de Gracias a la Santísima Trinidad con sermón dado por el franciscano Francisco de Paula Castañeda.

El domingo 24, misa y Te Deum en Santo Domingo presidido por el obispo y predicada por el dominico Grela, con entrega de banderas inglesas a la Reina de los Cielos por Santiago de Liniers.

LA SEGUNDA INVASIÓN

La armada inglesa ocupa Montevideo que se rinde el 3 de febrero de 1807. El 1o de julio luego del desembarco inglés en Ensenada, se convoca a la Plaza por campanas del Cabildo y revista Liniers los batallones y exhorta a resguardar “los Sagrados derechos de la Religión, del Rey y de la Patria”. Por su parte el señor Obispo Lué, se personó en la Plaza Mayor de esta capital, la tarde en que salían las tropas voluntarias a oponerse a los enemigos, que venía a ser nuevamente atacada, exhortándolas y animándolas.

Celebrando la victoria entre otras varias manifestaciones, el señor Obispo pontificó en San Ignacio el 1o de Agosto y presidió la procesión eucarística, con asistencia de tropas “en desagravio de los insultos que sufrió Su Divina Majestad por los malos cristianos y herejes ingleses... que profanaron varios templos...”.

LA REVOLUCIÓN DE MAYO DE 1810

Durante el Cabildo abierto del 22 de Mayo, sobre los 251 asistentes, 27 eran eclesiásticos, 59 militares, el resto comerciantes, funcionarios y abogados. Al obispo Lué y Riega, por el carácter de su investidura, le correspondió tomar primero la palabra. Su ilustrísima habló con exceso y se entendió diversamente alguna de sus expresiones.

La versión más fiel de los hechos, aparece en un diario anónimo de un testigo que también participó de la asamblea y dice que el obispo “concluyó con que, aunque hubiese quedado un solo vocal de la Junta Central de Cádiz y arribase a nuestras playas, lo deberíamos recibir como la soberanía.”

El obispo Lué, frente al nuevo orden, fue siempre respetuoso aunque distante: los servicios religiosos a los cuales la Junta y demás autoridades acudían tal cual sin cambio alguno, siempre fueron presididas por él. Aún sobre todo el Solemne Te Deum y adoración eucarística, en honor y acción de gracias a Dios por el primer aniversario de la revolución, el 25 de mayo de 1811.

Juan Manuel Beruti lo denominó con razón “Obispo ejemplar por su celo pastoral”.

Su ilustrísima se adhirió a los festejos patrios del 25 de mayo de 1811 con el siguiente gesto voluntario: en orden a que “el regocijo público preparado para los días próximos del corriente mes, sea exhaustivo a los infelices que por sus crímenes se hallan presos en la cárcel pública, hace el donativo de mil pesos, que acompaña, con el objeto que el excelentísimo ayuntamiento se sirva destinarlos a cubrir la desnudez, y proporcionarles los demás consuelos que sean de su elección...”.

Poco antes de morir, se suma otro gesto: la Junta de Gobierno procura fundar biblioteca pública y el obispo colabora con donativo de 1.000.- pesos para importar libros para dicha institución.

La noche del 21 de marzo de 1812, festividad de San Benito, onomástico del obispo, lo celebra en su casa, con una bien servida cena para cien personas. Es sabido de su temperamento colérico, ya entrado en años, y sobre todo el cúmulo de disgustos en el clima jacobino y animoso contra su persona, que atizaba el secretario todopoderoso de la Junta, Bernardino Rivadavia. Todo esto se combinó para su deceso. Amaneció muerto.

Su muerte repentina, trajo la sospecha que fue envenenado. Años después esta versión será corroborada por Juan Berutti y obispo Orellana, aunque no hubo pruebas de ello.

Se celebraron solemnes funerales, tal como correspondía. Así desaparece el último prelado español. En Bs. As. no se cubrirá su sede hasta veinte años después.

Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810. La central del cuadro de fray José Subercasseaux. Arriba, sentado en el medio, en actitud pensativa, el obispo Lué y Riega. A su derecha, también sentado, más abajo, el padre Luis José de Chorroarín; e inmediatamente después asoma Manuel Belgrano. El último sentado hacia acá, es Tomás Manuel de Anchorena.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

* Antonio de Egaña S.J. “Historia de la Iglesia en la América española” (Hemisferio Sur) BAC

* Cayetano Bruno S.D.B. “Historia de la Iglesia Argentina”. Ed. Don Bosco Tomo VII