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HISTORIA Y EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS METODOLOGÍAS ALFA-MERTONIANAS Y BETA-CHILDIANAS EN SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO Y DE LA CIENCIA. UN APUNTE PARA EL SIGLO XXI HIDALGO, ALBERTO Universidad de Oviedo [email protected] Resumen. La peculiaridad constitutiva de las investigaciones en didáctica de las ciencias sociales reside en la «operatoriedad» tecnológica del proce- so de enseñanza-aprendizaje, que implica una continuidad «substancial» entre las operaciones de los alumnos y los profesores. Investigar tales opera- ciones exige regresar a un plano «esencial» de explicación, sin eliminarlas ni perderlas de vista, sea porque somos capaces de subsumirlas en estruc- turas objetivas, sea porque regresamos desde las estructuras objetivas a las operaciones que la constituyen o bien porque somos capaces de analizar los procesos mediante los cuales unas operaciones determinan a otras operaciones del mismo campo didáctico. Palabras clave. Epistemología, estructuras objetivas, estructuras operativas, sociología del conocimiento, sociología de la ciencia. Summary. The constitutive peculiarity of research into the teaching of social sciences can be found in the technological “operative nature” of the teaching-learning process, which implies a «substantial» continuity between pupils’ operations and those of the teachers. To do research into such operations demands that we go back to an «essential» level of explanation, without either suppressing them or not keeping them in sight, be it because we are able to subsume them within objective structures, or be it because we return from objective structures to the operations that make it up, or because we are able to analyse the processes by means of which some operations determine others in the same educational field. Keywords: Epistemology, objective structures, operative structures, sociology of knowledge, sociology of science. ENSEÑANZA DE LAS CIENCIAS SOCIALES, 2003, 2, 67-83 67 JUSTIFICACIÓN DE ESTE APUNTE La existencia de dos metodologías contrapuestas en el ámbito de las llamadas ciencias sociales, cuyo conflic- to interno no ha sido cancelado en el siglo XX pese al empeño de positivistas, marxistas, etnometodólogos y partidarios varios de distintos «programas fuertes», se debe a que en ellas figuran formalmente los sujetos ope- ratorios humanos, no sólo como científicos sociales, sino como actores y protagonistas de los argumentos de tales ciencias. En razón de esta circunstancia hay cierta polémica a la hora de abarcar intensionalmente tal con-

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HISTORIAY EPISTEMOLOGÍADE LAS CIENCIAS

METODOLOGÍAS ALFA-MERTONIANAS Y BETA-CHILDIANASEN SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO Y DE LA CIENCIA.UN APUNTE PARA EL SIGLO XXIHIDALGO, ALBERTOUniversidad de [email protected]

Resumen. La peculiaridad constitutiva de las investigaciones en didáctica de las ciencias sociales reside en la «operatoriedad» tecnológica del proce-so de enseñanza-aprendizaje, que implica una continuidad «substancial» entre las operaciones de los alumnos y los profesores. Investigar tales opera-ciones exige regresar a un plano «esencial» de explicación, sin eliminarlas ni perderlas de vista, sea porque somos capaces de subsumirlas en estruc-turas objetivas, sea porque regresamos desde las estructuras objetivas a las operaciones que la constituyen o bien porque somos capaces de analizarlos procesos mediante los cuales unas operaciones determinan a otras operaciones del mismo campo didáctico.Palabras clave. Epistemología, estructuras objetivas, estructuras operativas, sociología del conocimiento, sociología de la ciencia.

Summary. The constitutive peculiarity of research into the teaching of social sciences can be found in the technological “operative nature” of the teaching-learning process, which implies a «substantial» continuity between pupils’ operations and those of the teachers. To do research into such operations demands that we go back to an «essential» level of explanation, without either suppressing them or not keeping them in sight, be itbecause we are able to subsume them within objective structures, or be it because we return from objective structures to the operations that make itup, or because we are able to analyse the processes by means of which some operations determine others in the same educational field. Keywords: Epistemology, objective structures, operative structures, sociology of knowledge, sociology of science.

ENSEÑANZA DE LAS CIENCIAS SOCIALES, 2003, 2, 67-83 67

JUSTIFICACIÓN DE ESTE APUNTE

La existencia de dos metodologías contrapuestas en elámbito de las llamadas ciencias sociales, cuyo conflic-to interno no ha sido cancelado en el siglo XX pese alempeño de positivistas, marxistas, etnometodólogos ypartidarios varios de distintos «programas fuertes», se

debe a que en ellas figuran formalmente los sujetos ope-ratorios humanos, no sólo como científicos sociales,sino como actores y protagonistas de los argumentos detales ciencias. En razón de esta circunstancia hay ciertapolémica a la hora de abarcar intensionalmente tal con-

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junto de ciencias bajo los rótulos de «humanas», «cul-turales», «morales», etc. No entraré en esa polémica,plagada de tradiciones y malentendidos, aunque seaobligado comenzar señalando la infraestructura filosófi-ca que subyace a tales agrupaciones, bien porque sehacen en virtud de su referencia común a grandes ideasmetafísicas como «hombre», «espíritu», «cultura»,«sociedad», etc. (en tanto que opuestas a las ideas de«materia» o «naturaleza») o bien porque se ejecutanapelando a razones epistemológicas o gnoseológicas,tales como el uso de métodos «hermenéuticos» (DasVerstehen), de «interpretaciones» que descifran «len-guajes humanos», de la «necesidad de tomar partido»,etc.

Es bastante conocido entre filósofos y sociólogos euro-peos que el neokantiano Windelband subrayó conmucha fuerza a finales del siglo XIX que la diferenciaentre distintos tipos de ciencias era más de naturalezametodológica que ontológica. Sencillamente hay fenó-menos (sean naturales o sociales) que, como se repiten,dan lugar a leyes generales, posibilitando la construc-ción de «ciencias nomotéticas», mientras otros fenóme-nos gozan de una singularidad tal que ocurren histórica-mente de forma irrepetible, de modo que sólo puedenser conocidos «idiográficamente»1. Mediante esta dis-tinción entre lo «general» y lo «único» creía salir alpaso del epistemólogo historicista de las llamadas«ciencias del espíritu» (Geisteswissenschaften), Wil-helm Dilthey, quien, por el contrario, atribuía las dife-rencias de éstas con las ciencias naturales (Naturwis-senschaften), a cierta «unidad orgánica» que existía enambos conjuntos, debida a la peculiar relación entre«sujeto» y «objeto» que se daba en ellas2; ambos crite-rios, la «identidad entre el sujeto gnoseológico y elobjeto de estudio, cuando tales objetos son precisamen-te sujetos operatorios humanos» y el de la distinciónentre «ciencias nomotéticas» e «ideográficas» son rele-vantes pero insuficientes.

Como quiera que esta dualidad constitutiva ha sidoobjeto de discusiones muy refinadas desde Rickert3,que fue maestro de Max Weber, sin que se lograse otroacuerdo más que el reconocimiento de tal dualismo,Gustavo Bueno ha propuesto ir más allá de esas dico-tomías ontológicas y epistemológicas y formulado elcriterio general de que las llamadas ciencias humanas–y tal es el grado máximo de cientificidad que aspira aalcanzar el campo de estudio de la Wissensoziologie, alque dedico este apunte–, a diferencia de las naturales,no es que no puedan formular leyes o que sólo ellassean históricas, sino que su peculiaridad consiste pre-cisamente en que están forzadas constitutivamente adesarrollarse en un doble plano: el de las metodologí-as α-operatorias y el de las β-operatorias4. Dando porbuena tal explicación gnoseológica, me limitaré aquí aejemplificar esta dualidad constitutiva a través de laspropuestas de dos autores que contribuyeron al proce-so de academización de la sociología del conocimien-to (y también de la ciencia) en la década de los cua-renta: Robert K. Merton y Arthur Child. La oposiciónMerton/Child no se encuentra entre las analizadas porBueno, pese a que la claridad con que se adscriben a

posiciones α2 y β1 permite considerarlas modélicastodavía en el siglo XXI, una vez fracasado el intento desuperarla mediante la formulación del «ProgramaFuerte». Incidentalmente las observaciones aquí verti-das pueden ser de interés para los investigadores endidáctica de las ciencias sociales, pues, o mucho meequivoco, o la peculiaridad constitutiva de tales inves-tigaciones reside precisamente en la «operatoriedad»tecnológica β2 del proceso de enseñanza-aprendizaje,que implica una continuidad sustancial entre las ope-raciones de los alumnos y los profesores. Ahora bien,investigar tales operaciones exige regresar a un planoesencial de explicación, sin eliminarlas, ni perderlasde vista, sea porque somos capaces de subsumirlas enestructuras objetivas α2, sea porque regresamos desdeellas a las operaciones que las constituyen (β1I) o bienporque somos capaces de analizar los procesosmediante los cuales unas operaciones determinan otrasoperaciones del mismo campo didáctico (β1II). Puestoque a priori las tres opciones permanecen abiertas,sugiero la pertinencia de esta clasificación metodoló-gica para un análisis gnoseológico de ese nuevocampo.

DIALÉCTICA ENTRE METODOLOGÍAS α YMETODOLOGÍAS β

No gastaré mucha energía en demostrar que esta distin-ción entre metodologías alfa y beta tiene carácter dia-léctico. Quien no lo vea en este apunte deberá acudir ala exposición original que Gustavo Bueno hace o fami-liarizarse con su «teoría del cierre categorial»5.

Bueno parte de la siguiente definición, no por abstracta,menos paradójica: «Llamaremos metodologías β-ope-ratorias a todos aquellos procedimientos […] pormedio de los cuales el campo gnoseológico intenta serelaborado científicamente a la misma “escala” de loscomponentes formales del sujeto gnoseológico que uti-liza tales métodos, es decir, aquellos procedimientosque incluyen el intento de organizar científicamente uncampo en tanto él reproduce análogamente las mismasoperaciones […] que debe ejecutar el sujeto gnoseoló-gico para organizarlo.»6 En otras palabras, las metodo-logías β aceptan de entrada procedimientos «antropo-mórficos» para entender y construir su campo de estu-dio, lo que a ojos de un positivista sería tanto comoadmitir que las ciencias así construidas son «subjeti-vas», «blandas», «débiles» o «menores», por no decir«metafísicas».

A esta dialéctica del «objetivismo» se refiere Buenocuando aplica a las metodologías β las exigencias de supropia teoría del cierre categorial. Para alcanzar elnivel esencial de la explicación científica es necesariosuperar el plano de las «apariencias fenoménicas» delque partimos en la observación empírica. Pero, si lasoperaciones que realizan los sujetos son meros fenóme-nos, cuando el científico intente explicar esas conductasobservadas por sus verdaderas causas, deberá eliminartales operaciones y regresar a un plano esencial en elque deberán aparecer factores ecológicos, biológicos,

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sociológicos, estadísticos, lingüísticos o culturales queya no estarán recortados a la «escala» exigida por lasmetodologías beta-operatorias. Tales metodologías βresultan así ser precarias, efímeras y su naturaleza gno-seológica tan «inadecuada y problemática» que todocientífico que aspire a formular leyes o teorías «objeti-vas» e «impersonales» deberá abandonarlas por otrasmás exactas y ajustadas.

Así nacen las metodologías α-operatorias, que «par-tiendo de las metodologías β-operatorias regresan a unplano en el cual las operaciones (y demás componentesdel sujeto gnoseológico, SG) del campo han desapareci-do como tales, factorizadas en sus componentes objeti-vos». En esta explicación genealógica, Gustavo Buenointroduce la original idea de que, lejos de ser origina-rios, los métodos de las ciencias naturales, físicas, quí-micas y formales podrían entenderse (por metonimia)como una mera extensión de los propios procedimientos«antropomóficos» de carácter β-operatorio. La dialécti-ca se hace aquí más intensa. Según esta visión, la letraα sería un símbolo del carácter «negativo» o «privati-vo» de las operaciones incrustadas en el proceso mismode construcción científico-categorial «en tanto puedadecirse que (históricamente) la mayor parte de las cien-cias naturales (y aun formales), en el estado actual (α-operatorio) de su desarrollo, son el resultado de un pro-ceso crítico de eliminación de interpretaciones antropo-mórficas (míticas) previas […] también cabrá aplicar alas propias ciencias naturales y formales el sentido fuer-te (dialéctico-crítico y no meramente metonímico) delconcepto de metodologías α».7

Pero la dialéctica no es sólo genética, sino estructural,pues, vistas así las cosas, resulta que las ciencias socia-les, en tanto que son «humanas», cuando utilizan proce-dimientos α-operatorios parecen alcanzar un estatutocientífico más sólido que cuando sólo usan metodologí-as β-operatorias (antropomóficas), sólo que a costa deevacuar los contenidos sociales específicos, pues se haproducido una auténtica «evaporación de la escala eto-lógica y antropológica». Es decir, las ciencias sociales,cuanto más científicas son, menos «humanas» resultan,y, cuanto más «sociales» quieren ser, menor grado derespetabilidad científica alcanzan.

Gustavo Bueno hace un espléndido y fructífero uso dela distinción entre metodologías α y β operatorias paraaclarar las diferencias de sentido que tienen las «verda-des» en las ciencias naturales (identidades sintéticas)frente al que tiene en las ciencias humanas (isomorfis-mos o sistemas operatorios coordinables: en el sentidode Tarski) y, sobre todo, para reexponer el significadognoseológico efectivo que cabe atribuir a las cienciasetológicas y humanas, que son las que componen lostérminos de su campo por nexos apotéticos, cuando seenfrentan a las ciencias físicas o naturales que son lasque consideran suprimido el espacio interpuesto porirrelevante, pues sólo son eficaces las operaciones excontactu. No debe, sin embargo, confundirse la distin-ción entre metodologías α y β-operatorias con la clasi-ficación de las ciencias en naturales (o formales) yhumanas, pues la primera se fija en el estatuto de las

«operaciones», mientras la segunda apela a la naturale-za misma del campo de objetos. Mientras la primerainsiste en que las operaciones no se pueden eliminar enlas metodologías β-operatorias porque se atribuyen for-malmente al propio campo, la segunda hace dependerlas operaciones y las relaciones en última instancia delos términos (u objetos) mismos del campo. Por ejem-plo, desde el punto de vista de las relaciones a distan-cia, la importancia histórica del viaje a la Luna en 1973debería ser mayor que el de Colón en 1492, pero no loha sido porque mientras en «América» había «habitan-tes» con los que pudieron iniciarse relaciones operato-rias nuevas, la Luna está vacía de «términos» antropo-lógicos y etológicos, por lo que la importancia del viajees más mecánica que «proléptica».

A efectos de este apunte, sin embargo, el interés quereviste su aplicación a la sociología del conocimiento esdoble, pues en esta disciplina suele usarse el término ide-ología con un sentido crítico y gnoseológico para medirel grado de objetividad e incluso de cientificidad de unadoctrina o teoría social. (Althusser o Galtung, por ejem-plo, asimilan la distinción entre ciencia e ideología a lademarcación entre ciencia y no-ciencia). La distinciónmetodológica propuesta permite entender en sus propiostérminos la fractura disciplinar que el problema de lacontaminación «ideológica» instala en su seno. En efec-to, en la medida en que la ideología es un término delcampo de la Wissensoziologie, cabría predecir que,mientras sus desarrollos α-operatorios tenderían ideal-mente a eliminarlo de su horizonte como irrelevante oprecientífico, o a superarlo por perturbador, los partida-rios de aplicar metodologías β-operatorias tenderían amantener su centralidad y, en el límite, a convertirlo enel distintivo característico de la disciplina, incurriendoen «panideologismo», pues la operación ideológica seríala clave de bóveda utilizada para ocultar o explicar lasrelaciones de determinación social de las conciencias.

Antes de pasar a ejemplificar esta situación en la socio-logía del conocimiento, debemos reseñar, sin embargo,los dos niveles, estados o «fases de estabilización» queGustavo Bueno discrimina dentro de los dos tipos demetodología, porque lo que más interesa en esta distin-ción es su incesante recorrido.

El nivel α1 es el estado que alcanza una ciencia cuandoelimina de su campo las operaciones del SG totalmentey regresa a factores anteriores a la operatoriedad de lossujetos que se estudian. El procedimiento de doble pesa-da elimina las desviaciones operacionales, los engaños(e incluso los errores) que pudiesen sufrir los químicos.La proposición «todas las casas tienen puerta» pertene-ce a la etnología, la geografía o la antropología, pero larazón última de por qué es materialmente verdaderadepende del principio termodinámico de que los orga-nismos que viven en la casa necesitan intercambiarenergía con el medio. La fonética cibernética en lin-güística, la física social de Winiarski o la termodinámi-ca económica, serían ejemplos de disciplinas que ha-brían alcanzado ese nivel α1, límite supremo de cienti-ficidad.

HISTORIA Y EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS

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El nivel α2, por el contrario, que supone la eliminaciónrelativa de las operaciones, no tiene lugar mediante unregressus a los componentes, sino «partiendo de ellas yprogresando a situaciones que desbordan o envuelvenlas operaciones mismas»8, según dos formas caracterís-ticas: I. Una genérica, que se produce cuando accede-mos a estructuras genéricas, válidas para varias ciencias,como ocurre con las «explicaciones estadísticas»; y II.Otra específica, que tiende a mantenerse en el propiocampo etológico y humano. Ambas formas pueden com-patibilizarse fácilmente en el desarrollo de una cienciasocial y humana, por lo que Gustavo Bueno dice que, eneste nivel α2, las ciencias humanas y sociales alcanzansus «más brillantes realizaciones». Tal es el caso delnaturalismo metodológico de Marvin Harris y, en miopinión, el de Robert Merton en sociología del conoci-miento.

También las metodologías β-operatorias admiten dosestados, «fases de estabilización» o niveles:

En el nivel β1, las operaciones del científico reconstru-yen las operaciones de los sujetos materiales que figu-ran en su campo, porque ambas pueden considerarse«esencialmente» idénticas, si bien es cierto que esaidentidad no permite que el sujeto material sea capaz dereconstruir las operaciones del científico. Tal es la dis-tancia gnoseológica entre el hombre de Neanderthal delpleistoceno medio respecto al prehistoriador quereconstruye su lanza o su flecha a partir de una punta desílex. Gustavo Bueno ha analizado con especial mimo elcaso de la historia fenoménica como el caso más proto-típico (y según algunos privilegiadamente único) de lallamada situación β1I, porque el historiador es precisa-mente el científico social que logra reconstruir exacta-mente el plano hipodámico de una ciudad a partir dedeterminados restos (reliquias) o el plan de Nelson en labatalla naval de Trafalgar a partir de «reliquias» y «rela-tos» y a través de la «reproducción» o la «rehabilita-ción» de las operaciones realizadas por los sujetos his-tóricos. Mientras en la situación I parecen importar losresultados (los eventos históricos) que son la prueba deléxito de la reconstrucción (importan las decisiones deNelson, pero no las de Villeneuve que no fueron efica-ces), habría también otra segunda situación β1II opera-toria, en la que el científico reconstruye las operacionesdel sujeto estudiado con el objetivo de explicar o prede-cir precisamente su comportamiento, es decir, sus accio-nes operatorias.

Como es el estado más difícil de entender, pero el másinteresante para plantear investigaciones en didáctica delas ciencias sociales (en las que las operaciones de losprofesores entran en juego directamente con las de losalumnos), me detendré unos instantes a aclararlo. Elejemplo utilizado por Bueno ha sido siempre hasta lafecha «la teoría de los juegos» de Von Neumann-Mor-genstern (1953), teoría que ha puesto en conexión con lallamada «ciencia media» de Molina, aunque para ilus-trar esta misma situación podía haber recurrido al papelque desempeñan los psicólogos que controlan y dirigendesde fuera el famoso programa de televisión «Granhermano».

En efecto, los teólogos decían que Dios era capaz de«conocer científicamente la libertad» sin que ello impli-cara «determinismo» o «fatalismo», porque le atribuíanla capacidad de «conocer los futuros condicionados poruna ciencia media». Interpreta Gustavo Bueno que esteconocimiento es similar al que tiene el maestro de aje-drez que sabe que, si ofrece un gambito a su contrin-cante, éste lo aceptará y se comerá la pieza, pero que dehecho no juega el gambito. «Esto es justamente lo quellamamos conocimientos β1: el conocimiento que elsujeto gnoseológico (el maestro de ajedrez) tiene, antesde su «decreto» (la decisión de no ofrecer el gambito),de lo que el sujeto operatorio va a hacer, puesto por élmismo en determinadas situaciones. Por ello, dice Moli-na, hay tres géneros de ciencia divina: la ciencia natural(por la que Dios conoce todo lo que es posible, la cien-cia α), la ciencia libre (lo que él ha resuelto ejecutar demodo absoluto, nuestro β2) y la ciencia media (que esmedia entre la ciencia natural, pues es anterior al acto dela voluntad divina que decreta la existencia y no puedeconocer otra cosa y la ciencia libre –pues depende encierto modo de la voluntad de Dios, ya que ella es la quedispone al sujeto en las circunstancias en las cuales ellava a operar, β1-II)»9. Al igual que Dios, el sistema edu-cativo coloca a profesores y alumnos en situaciones deenseñanza-aprendizaje, que sólo pueden ser investiga-das científicamente si logran desligarse como «futuroscondicionados» de las operaciones reales, tecnológicas,β2, que ocurren en el aula.

Por último, el nivel β2 operatorio es aquél en el que lasoperaciones del científico muestran una continuidadsustancial con las de los sujetos materiales, como ocu-rre efectivamente con las llamadas ciencias práctico-prácticas. Tal es el caso de las «ciencias jurídicas» o dela Ethica includens prudentia, en tanto la jurisprudenciaes una práctica tecnológica, pero no como una meraaplicación de una ciencia teórica anterior o de un siste-ma abstracto de leyes, sino una «práctica-práctica»generadora de nuevas situaciones, «porque el juez, encuanto dado en el plano β2, interpreta o aplica las leyesteniendo en cuenta las circunstancias de cada caso,escogiendo aquellos preceptos que interesan según loscontextos sociales o políticos en los cuales se sienteimplicado y, por ello, el juez puede, mediante ese usoalternativo, imprimir al sistema un uso revolucionario(o reaccionario), es decir, «partidista» («propio de cadapueblo»)»10. Ni que decir tiene que en la didáctica de lasciencias sociales son las prácticas docentes y discentesβ2 las que dotan operatoriamente de carácter partidista(progresista o conservador) a la enseñanza.

LA METODOLOGÍA MERTONIANA COMOEJEMPLO DE METODOLOGÍA α2-OPERATO-RIA

Robert K. Merton, con el obvio propósito de realizaruna «síntesis paradigmática» de un campo de estudioabierto a múltiples y heterogéneas influencias, propusoen 1945 un «paradigma», aparentemente único, capazde encajar las distintas teorías propuestas en sociología

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del conocimiento, una disciplina posibilitada contex-tualmente por la desconfianza mutua (o la sospecha)entre los grupos y por «la coexistencia de perspectivas einterpretaciones en conflicto dentro de la misma socie-dad»11. Por paradigma entiende Merton –antes de queKuhn popularizara el término– una nueva estrategiametodológica de investigación o un «cierto esquema deanálisis», «una base para hacer el inventario de loshallazgos hechos [...]; los resultados contradictorios,contrarios o compatibles; [ ...] los instrumentos concep-tuales...; y la naturaleza de los problemas», suscitadospor «el análisis ideológico y la Wissenssoziologie, perotambién el psicoanálisis, el marxismo, el semanticismo,el análisis de la propaganda, el paretanismo y, en ciertamedida, el análisis funcional [....] que comparten ciertaspresuposiciones comunes»12. La intención normalizado-ra e «imperialista» del funcionalismo-estructuralista a labúsqueda de una «síntesis paradigmática» sobre la basede que «el pensamiento se hace funcional» es típica delos administradores que tratan de consagrar académica-mente un nuevo campo de estudios y no hace faltainvestigar mucho para reconocer el esfuerzo internacio-nal que Merton hizo para consensuar sus propuestas conlas de los sociólogos europeos como Aron, Gurvitch,Moore, etc.

Lo que interesa destacar en la formulación de Merton essu capacidad para incorporar las distintas operacionesteóricas que habrían realizado los distintos sociólogosdel conocimiento del pasado en cinco preguntas, que nosólo respetan los términos originales (es decir, las ope-raciones originales), sino que progresando más allá desí mismas son reconducidas mediante indicaciones con-cretas hacia investigaciones empíricas, que tendrían lacapacidad de subsumirlas o neutralizarlas. Quiero citarliteralmente este «paradigma» porque los principalesenfoques de la materia tienen cabida en él literalmente,ya que los términos interpretativos que son las opera-ciones teóricas de cada uno son utilizados por Mertoncomo «materiales de construcción». Merton no sólomenciona históricamente el materialismo histórico deMarx, el apriorismo material de Scheler, el historicismode Mannheim, el positivismo de Durkheim y el curiosoteoreticismo culturalista de Sorokin, como referenciasrespetables, sino que se aprovecha sistemáticamente desus términos y operaciones interpretativas para subsu-mirlas y neutralizarlas en otras operaciones «humanas»del mismo nivel: las que posibilitan, por un lado, laforma genérica de ciertas preguntas (¿dónde?, ¿cuan-do?, ¿cómo?, ¿qué? y ¿por qué?, operaciones genéricas,digamos α2-I) y, por otro, las que impone específica-mente el estructural-funcionalismo implícito en todasociología (operaciones de análisis, de síntesis y corre-lación α2-II).

Por ejemplo, la primera pregunta propuesta para inves-tigar la determinación social de las ideas adopta laforma de un exploración «geográfica» sobre el terrenocapaz de neutralizar diferencias interpretativas entrematerialistas e idealistas, positivistas y hermeneutas,pues todos ellos tratan precisamente de «ubicar» (tal esla operación) la «base existencial» de las «produccionesmentales: «1.- ¿Dónde está ubicada la base existencial

de las producciones mentales?» –pregunta Merton– y,sin solución de continuidad, responde él mismo distin-guiendo dos tipos de bases, ambas existenciales, pormás que difieran por su textura social o cultural:

«a) Bases sociales: posición social, clase, generación,rol ocupacional, modo de producción, estructuras gru-pales (universidad, burocracia, academias, sectas, parti-dos políticos, etc.), "situación histórica", intereses,sociedad, adhesión étnica, movilidad social, estructurade poder, procesos sociales (competencia, conflictos,etc.).

»b) Bases culturales: valores, ethos, clima de opinión,Volkgeist (espíritu del pueblo), Zeitgeist (espíritu deltiempo), tipos de cultura, mentalidad cultural, Weltans-chauungen (cosmovisiones), etc.»13

No analizaré aquí con detalle las trampas implícitas eneste progressus, que, partiendo de las distintas opera-ciones de identificación de los «determinantes» del pen-samiento las homologa unívocamente como si se trata-se monótonamente de «localizar» distintos manantialeso yacimientos del pensamiento, porque como operaciónde generalización es metodológicamente legítima. Sólodiré, para poner en evidencia las pretensiones «nomoté-ticas» de la sociología estructural-funcionalista, queMerton acomete esta operación de neutralización de lasdistintas bases existenciales desde una plataforma queintroduce subrepticiamente sin discusión, a saber, lahipótesis psicologista e individualista según la cual, seacual sea la base existencial de la determinación, lodeterminado «socialmente» son producciones mentales.Esta expresión, aparentemente neutral, es, sin embargo,la condición de posibilidad misma de la estrategia α-operatoria, pues implican una «naturalización psicoló-gica» de los pensamientos, las ideas, los sentimientos eincluso las «ideologías» en tanto que «produccionesmentales». Mediante la formulación estandarizada deesta pregunta Merton ha logrado en la práctica el obje-tivo de neutralizar α-operatoriamente las inseguridadesasociadas al panideologismo, así como «mediatizar»cualquier intento de «reinterpretar» los problemas de lasociología del conocimiento como asuntos de herme-néutica filosófica o cultural, porque incluso entidadestan etéreas como el ethos, las Weltanschaungen o losdistintos Zeitgeists han pasado a figurar como determi-nantes «antecedentes» y nunca como «productos», cuyosignificado haya que aclarar. Dado el carácter irreducti-blemente «operatorio» de las producciones mentalescualquiera de los términos antecedentes que se seleccio-nen deberán guardar cierto isomorfismo o proporcióntarskiana con tales «productos mentales».

Consumada esta operación, Merton no tiene dificultadalguna para investigar las «ideologías», al lado de las«filosofías» y demás categorías del pensamiento comoproductos «esféricos», dados de una vez por todas, inca-paces, por tanto, de contaminar el propio proceso deinvestigación. De ahí que Merton pueda preguntar sinrubor: «2.- ¿Qué producciones mentales se analizansociológicamente?», y responder distinguiendo entre:«a) esferas de: las creencias morales, las ideologías, las

HISTORIA Y EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS

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ideas, las categorías de pensamiento, la filosofía, lascreencias religiosas, las normas sociales, la ciencia posi-tiva, la tecnología, etc.; y b) aspectos que se analizan:su selección (focos de atención), nivel de abstracción,presupuestos (qué es lo que se toma como datos y quécomo problemático), contenido conceptual, modelos deverificación, objetivos de la actividad intelectual, etc.»

Importa señalar la maestría de Merton a la hora dedemarcar metodológicamente su campo de estudio a par-tir de las operaciones fragmentarias de construcción decuantos le precedieron. La integración del campo no sepostula aquí como un regressus usque ad fundamenta decorte naturalista. Ni siquiera distingue las diferentes cla-ses de conocimiento o el nivel epistemológico en que seubican las distintas esferas del pensamiento, desde lascreencias a las categorías, pasando por las tecnologías.Pese a estar de moda en Norteamérica el neopositivismológico con su tesis de la ciencia unificada y su reduccio-nismo fisicalista, Merton tampoco postula para la socio-logía una metodología α1-operatoria. Consciente de laespecificidad de los fenómenos sociales, no cree que laacción humana pueda explicarse en términos biológicos,ni mucho menos termodinámicos, sino, a lo sumo, inte-grarse en estructuras sociales más profundas y constitu-tivas mediante una suerte de progressus. Naturalmente,investigación científica como la sociología del conoci-miento debe aspirar a establecer «relaciones universa-les» entre estos conjuntos heterogéneos, pero isomorfos,de fenómenos, hasta el punto de que resulte posible deri-var de ellas predicciones empíricamente determina-bles14. Con ese propósito enuncia Merton la preguntaimprescindible en toda metodología α-operatoria: «3.-¿Cómo se relacionan las producciones mentales con lasbases existenciales?», a la que él mismo respondeabriendo un abanico de correlaciones posibles, a las queno exige, de entrada, la forma de una «identidad sintéti-ca», que implicaría una evacuación irrestricta de opera-ciones, sino que claramente se conforma con que las«relaciones universales» alcancen un cierto grado deadecuación, correspondencia o isomorfismo. En princi-pio, tan relevantes son las «a) relaciones causales o fun-cionales: determinación, causa, correspondencia, condi-ción necesaria, condicionamiento, interdependencia fun-cional, interacción, dependencia, etc., (como las) b)Relaciones simbólicas, orgánicas o de significación:consistencia, armonía, coherencia, unidad, congruencia,compatibilidad (y antónimos); expresión, realización,expresión simbólica, Strukturzusammenhang («comuni-dad de estructura»), identidades estructurales, conexióninterna, analogías estilísticas, integración lógico-signifi-cativa, identidad de significado, etc.» Es curioso que, enel límite, Merton parezca dispuesto a admitir términosambiguos «c) para designar relaciones, tales como encorrespondencia con, reflejo, ligado a, en estrecha cone-xión con, etc.»

Tanta liberalidad sólo puede interpretarse como unamuestra de que Merton reconoce que el centro de lasociología del conocimiento, el problema central delmétodo sociológico, es el que concierne al tipo de «rela-ciones» que quepa imputar a ciertas producciones men-tales respecto a sus bases existenciales, porque aquí

tocamos con el dedo el asunto de la «causación socioló-gica». Y como no aspira a convertir la sociología delconocimiento en una ciencia dura α1, desde el momen-to que excluye el regressus a una causa natural, dondese hayan eliminado las operaciones mismas, sabe quedebe elegir entre aquellas teorías fundadas en la propianaturaleza de las estructuras sociales y culturales que,siguiendo el análisis de Sorokin, recurren a «uno oambos de dos tipos principales de relación: la causalfuncional o la simbólica, orgánica o significativa.»15.Como quiera que sus inclinaciones «empiristas y con-servadoras» le harían preferir relaciones de tipo a, elreconocimiento de una tercera categoría de términosambiguos, en la que reitera la expresión aristotélico-escolástica correspondencia al lado de la muy marxistay desprestigiada reflejo, me parece que no es inocente.Se trata de una estrategia para refutar aquellas teoríasque no sean capaces de proporcionar elementos de jui-cio que, sin perder su especificidad antropológica osocial, expliquen las operaciones del campo, presentán-dolas como determinadas en su curso por algunas pau-tas esenciales preexistentes. En realidad, sólo porqueMerton logra mantener aquí su estrategia α2-II-operato-ria, mediante la mencionada homologación de los con-tenidos con «producciones mentales», puede ya comen-zar a insinuar sus críticas al marxismo, debido a que susexplicaciones son demasiado genéricas y resultan com-patibles con cualquier tipo de datos, concediendo beli-gerancia, en cambio, a Scheler, Veblen o Wilson, queparecen apelar a determinaciones pautadas de caráctermúltiple y esencial.

Resuelto el vidrioso asunto de la determinación en tér-minos α2-II operatorios, pasa Merton a plantear el asun-to de las funciones sociales que cumplen las ideas, cos-movisiones o ideologías homologadas como «produc-ciones mentales», donde las respuestas más socorridascorren a cargo, como se sabe, de las «filosofía de la sos-pecha». Sin molestarse ya en justificar por qué razón nole interesa seguir distinguiendo un doble plano funcio-nal, Merton se dedica a recitar una lista de «imputacio-nes» invocadas por distintas teorías, como explicacio-nes capaces de articular las bases existenciales con lasproducciones mentales. Pero ¿por qué no le interesa aMerton discriminar ya si tales «producciones mentales»cumplen realmente o no las funciones que sus usuariosmanifiestan β-operatoriamente que deben cumplir (fun-ciones manifiestas) o si, por el contrario, sirven paraalgo distinto objetivamente determinable, si bien handebido ser sujetos gnoseológicos, sociólogos del cono-cimiento, quienes lo pusiesen en evidencia α2-operato-riamente? Cuando pregunta «4.- ¿Por qué relaciona-das?» y responde distinguiendo entre «funciones mani-fiestas y latentes imputadas a esas producciones menta-les existencialmente condicionadas», Merton pareceestar apuntando a las ideologías, que tienen precisa-mente la virtualidad de ser utilizadas muchas veces β-operatoriamente como instrumentos de manipulaciónpara oscurecer las relaciones sociales αII-operatoriasrealmente existentes. Pero, como no quiere reconocer alas ideologías la capacidad de moverse simultáneamen-te en un doble plano operatorio, porque eso obligaría aceder terreno a la alternativa gnoseológica rival, Merton

HISTORIA Y EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS

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coloca todas las funciones en el mismo plano «a) Paramantener el poder, promover la estabilidad, orientación,explotación, oscurecer relaciones sociales reales, brin-dar motivaciones, canalizar la conducta, apartar la críti-ca, desviar la hostilidad, brindar seguridad, controlar lanaturaleza, coordinar las relaciones sociales, etc.» Asíse evita cualquier tentación de panideologismo, unainterpretación particularista que nos condenaría arenunciar a que la sociología del conocimiento alcanceun estatuto gnoseológico estable, objetivo, nomológico.

Convencido de que el «análisis funcional pretendeexplicar, no un particular sistema de categorías de unasociedad, sino la existencia de un sistema común a todala sociedad»16, apenas abriga dudas sobre la respuestaque merece la pregunta 5.- acerca de «¿Cuando preva-lecen las relaciones afirmadas entre la base existencialy el conocimiento?», pues las simples «a) Teorías histo-ricistas (limitadas a sociedades o culturas particulares)»no tienen ningún interés frente a las «b) Teorías analíti-cas generales»17, pues sólo ellas se elevan al plano α2-operatorio, dejando las historias como material empíri-co β-operatorio para la construcción científica.

Ni que decir tiene que bajo este caos acumulativo nosubyace ingenuidad alguna, ni siquiera la neutralidadque se aparenta al recoger indiscriminadamente todasuerte de términos y expresiones, procedan de dondeprocedan. No hay ingenuidad, porque el propio Mertones consciente (y así lo expresa) de que quedan «catego-rías adicionales» en el tintero. Más aún, se elude explí-citamente «el eterno problema de las implicaciones delas influencias existenciales sobre el conocimiento enorden a establecer el rango gnoseológico de tal conoci-miento»18, porque, sea cual sea la solución que se elija(desde el absolutismo de quien niega cualquier implica-ción hasta el relativismo extremo de quienes consideranla verdad como un mero «consenso social»), siempre seestá suponiendo que una «sociología del conocimiento»es necesariamente una «teoría sociológica del conoci-miento». Al eludir «compromisos teórico-filosóficos»Merton postula que su «paradigma» (o mejor su meto-dología α-operatoria) permite proceder en sociologíadel conocimiento como si fuese una ciencia empíricamás, que se halla en su fase taxonómica. De ahí la fle-xibilidad de los casilleros para recoger toda «clase»,«tipo» o «especie» de términos.

En realidad, Merton «se limita» a transcribir los térmi-nos que aparecen en la explicación sociológica (inclui-da la jerga alemana original sin traducir), porque nodebe preocuparnos, en principio, su «significado», sinosólo su uso, su función en el contexto genérico del«dónde», del «qué», del «cómo», del «por qué» y del«cuándo». Entretenerse en «explicar» el significado delos términos sería caer en las redes de alguna de las«interpretaciones en conflicto» y, por tanto, prejuzgarlas respuestas. Pero una ciencia empírica debe «elimi-nar» o «neutralizar» las operaciones iniciales que con-dujeron a la construcción de los conceptos si quiereponer en evidencia los nexos objetivos que existen entre«pensamiento» y «realidad». Observa sine ira los «sig-nificados reales», al margen de las representaciones

operatorias originarias, que llevan incrustados los com-promisos vitales de sus creadores. Porque una cienciaempírica, sólo tiene problemas que resolver y no clási-cos que venerar. De los clásicos, como hace Merton,sólo se sacan conceptos, indicaciones, sugerencias paraproceder a su «acumulación», pues no en otra cosa con-siste la ciencia.

¿Pero no suena todo esto al «credo» de una sociologíadel conocimiento de corte naturalista y descriptiva,solidaria del positivismo sofisticado que impuso el Cír-culo de Viena, y que implícitamente alimentó las pre-tensiones de las «grandes síntesis paradigmáticas» pre-dominantes en las distintas ciencias entre los años vein-te y los sesenta del siglo XX?19. Ya dijimos que Mertonno cede a la tentación de adscribirse a la endeble modadel positivismo lógico. Sabe bien que la técnica del le-cho de Procusto para eludir los problemas filosóficosno evita su planteamiento. Por eso reconoce pala-dinamente (¡en 1945!), el «corte» que la nueva Wis-senssoziologie ejecuta con respecto a la epistemologíay la sociología tradicionales (positivismo incluido):«La «revolución copernicana» en este campo de estu-dios consistió en la hipótesis de que, no sólo están con-dicionados socialmente (históricamente) el error, la ilu-sión o la creencia sin fundamentos, sino también el des-cubrimiento de la verdad»20. El observador científicoes neutral. No toma partido, ni siquiera por la propiacausa académica. ¿Por qué se empeñarán tanto los par-tidarios del strong programme en vendernos la «moto»de que ésa es la gran innovación de los años setenta?En realidad, Merton mismo daba la respuesta mediantesu apelación al ethos de la ciencia, imbuido por el sis-tema de normas CUDEO, cuando aceptaba la explica-ción marxista de Feuer, de que el científico social aca-démico prefiere la «causación múltiple», porque «gozade relativa seguridad, es leal al statu quo del que obtie-ne dignidad y sustento, se inclina a la conciliación y vealgo valioso en todos los puntos de vista, tendiendo deeste modo a una taxonomía que le permite no tener quetomar partido, destacando la multiplicidad de factores yla complejidad de los problemas»21. En lugar de tomaresa descripción como un ejercicio de autorreflexión,sobre su propio posicionamiento metodológico, Mertonconsidera que tales imputaciones deben investigarseempíricamente. El caso de la Alemania nazi es unaprueba, en efecto, de que la ciencia y la tecnología noson autónomas, ni progresan independientemente de laestructura social, de modo que «la sociología del cono-cimiento está superando rápidamente una anterior ten-dencia a confundir hipótesis provisionales con dogmasirrecusables»22, porque somete a ambos a pruebas rigu-rosas.

LA METODOLOGÍA CHILDIANA COMO EJEM-PLO DE METODOLOGÍA β1 OPERATORIA

El impermeable tono empirista y nomotético de Mertoncontrasta vivamente con la siguiente declaración deKurt Wolff, uno de los máximos exponentes de lo quepropongo denominar metodologías beta-childianas.Casi autobiográficamente nos cuenta que él entiende la

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«sociología del conocimiento» como una reflexión epis-temológica sobre su trabajo de campo que, a su vez,versó «sobre Loma, una pequeña comunidad con predo-minio de hispanohablantes, situada en el sudoeste deEstados Unidos23. Aquí me propongo, «con ocasión dela sociología del conocimiento», tratar una de las ideasde esa ciencia del hombre. Por otra parte, ahora lo hagode manera consciente, y no como en el caso de Loma,donde a posteriori reconocí que mi estudio había sido laocasión del nacimiento de la «ciencia del hombre» y ellugar donde ésta había empezado a aplicarse. Esa ideaatañe a la importancia de la acción recíproca entrequien cultiva la ciencia del hombre –en este caso, por lotanto, la sociología del conocimiento– y su objeto,mediante la cual ambas se aclaran mutuamente y expe-rimentan una transformación. En otras palabras, planteoahora las preguntas correspondientes, tal como nacieronen Loma: ¿Qué significa que yo examine la sociologíadel conocimiento? ¿De qué se trata en mi contacto conella? ¿Cómo puedo dedicarme a la sociología del cono-cimiento? ¿Qué debo hacer, qué debo preguntar?¿Dónde se encuentra el significado histórico y sintomá-tico de la sociología del conocimiento como interpreta-ción del mundo? ¿Qué clase de hombre es éste que lacrea y se deja fascinar por ella?»24

Este cuestionamiento gnoseológico de la propia disci-plina incide, más allá del ocasionalismo que usa comopretexto metafísico, en la «acción recíproca» que seproduce entre el sujeto que conoce y el objeto conocido,es decir, en el llamado «dialelo antropológico». Aludepara ello, aun reconociendo que tal elección puederesultar perjudicial para su empresa en el contexto delfuncionalismo imperante, a los problemas filosóficosmás radicales, que estaban siendo planteados coetánea-mente en el paradigma de Merton por Arthur Child enuna serie de artículos publicados en Ethics y que proce-dían de su tesis inédita de doctorado, presentada en Ber-keley en 193825. Wolff acierta, y por eso comienzocitándole, a centrar el problema gnoseológico en lacuestión metodológica, al señalar explícitamente, no yasólo la problemática interna y autorreferente de la«imputación», sino el carácter β-operatorio de todasestas cuestiones: «A fin de responder estas preguntas,esta sola pregunta, y para que se vuelva claro lo quequiero examinar, la sociología del conocimiento debeser primero definida operacionalmente.»26 Las prefe-rencias de Wolff por los planteamientos filosóficos deChild se justifican en aras de «una elaboración y un per-feccionamiento mayores». Y es que, sin esta apelación ala filosofía, su discurso permanecería anclado en la sim-ple «acción recíproca» β2-operatoria, tecnológica, quese ejecuta en el mero comercio social entre los actores.En efecto, la «imputación» se convierte en Child en elproblema metodológico esencial, porque es la operaciónque permite ligar de manera β1-operatoriamente la«ideología» con la «estructura de actitudes» y con el«sistema de categorías». Se trata de un distanciamientosimilar al que en didáctica de las ciencias sociales eje-cuta François Audigier cuando quiere pasar de una pre-ocupación social a un tema de investigación y exigeexaminar las presuposiciones filosóficas que están fun-cionando: «Muchos nuevos investigadores no son cons-

cientes de ello. Incluso los docentes y los formadoresque investigan en un campo y en las prácticas y con-cepciones que le son demasiado familiares tienen la ten-dencia a descuidar este aspecto del trabajo y a presupo-ner que la experiencia de los otros les será inmediata-mente accesible y significante, de igual modo que cadauno cree que lo es la suya.»27 De ahí que su artículoacabe con un examen retrospectivo y reflexivo sobre loslímites de este tipo de investigaciones didácticas.

Signo inequívoco de que Child propende a instalar suinvestigación en el ámbito de las metodologías β-ope-ratorias es que comienza su tesis «The problems of thesociology of knowledge», con una definición del tér-mino ideología como «un sistema de ideas que tiende afavorecer, consciente o inconscientemente, los intere-ses de una clase social o de una parte de ella, o a refle-jar su situación de clase»28. Así pues, en lugar de seguirla estrategia α-operatoria de eliminar o a superar esteperturbador término para evitar incurrir en «panideolo-gismo», Child repasa las ocurrencias falsificadoras deltérmino en Scheler, Mannheim, Stern, Marck y vonSchelting, así como sus ocurrencias funcionales en Zie-gler, Freyer, Speier y Paul Szende de una forma tal quesu unificación pasa forzosamente por la remisión aldifícil y comprometido concepto de clase social, delque, en la medida en que va asociado desde Luckàcs alde conciencia de clase, parece difícil dar de él una defi-nición que no sea β-operatoria. Y, en efecto, Child nosólo critica «la conciencia de clase típico-ideal» deLuckàcs porque ha sido obtenida mediante la operaciónregresiva que consiste en «purificarla de inmixionesatípicas» al modo α-operatorio, sino porque no se per-cata de que en tal conciencia el elemento «ideal» parti-cipa del sentido cotidiano β-operatorio de quien aspiraa «cumplir un fin del deseo personal o del grupo» liga-do a ese ideal que comparte el sujeto gnoseológico quehace la imputación. Sin duda, es lícito imputar ideolo-gía a clases socioeconómicas, pero «la base de la impu-tación social o conductista» consiste en establecer las«actitudes» que han producido una ideología dada, paraposteriormente vincular operatoriamente tales actitudescon los individuos de la clase a la que pertenecen.Ahora bien, «una ideología elaborada de manera siste-mática puede imputarse en sentido amplio y originario–dice Child–, sólo a un grupo organizado premeditadae ideológicamente, pero no a la clase o clases que estegrupo intenta conducir»29. De ahí la necesidad de recu-rrir al concepto de estructura de actitudes, el cualpuede funcionar β2-operatoriamente, en el caso de lasclases socioeconómicas en las que la mayoría de losmiembros se comportan pautadamente de conformidadcon esa estructura, o β1-operatoriamente, cuando elgrupo organizado no sólo importa esa estructura en un«ideal», sino que la justifica teóricamente mediante un«sistema de categorías».

No es necesario recordar aquí que el término categoríano se usa en el sentido individualista kantiano, sinocomo un instrumento β1-operatorio para explicar qué eslo que estaría socialmente determinado en el pensa-miento. La «estructura categorial» estaría, según esto,situada, utilizando terminología marxista, entre la infra-

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estructura –que Child supone formada por un «sistemade ciertas relaciones objetivas», naturalmente socioeco-nómicas– y una «determinada época histórica», por unlado, y superestructura, por otro. De este modo el «sis-tema de categorías» funcionaría como el instrumentooperatorio mediante el cual un grupo (y el caso de losideólogos franceses sería un ejemplo eminente por sucarácter autorreferente) canaliza la determinación de lainfraestructura en la superestructura, convirtiéndose en«el medio para la transmisión social»30. Ni que decirtiene que la estructura categorial de Child juega elmismo papel β1-operatorio que los puntos de vista, lasposiciones de clase, a veces, también las cosmovisiones,en el sentido de Dilthey, o las actitudes, cuando talestérminos son utilizados para designar las constelacionesde ideas que el sujeto gnoseológico comparte con lossujetos actantes.

Este mismo tono hipercrítico mantiene Child cuando,después de este «enfoque preliminar», plantea el pro-blema de la legitimidad de la sociología del conoci-miento en polémica con la tradición alemana: Heinz O. Ziegler, Hans Freyer, Hans Speier, Paul Szende yKarl Mannheim: «Este problema podría ser formuladoaproximadamente así: ¿Es la sociología del cono-cimiento posible en general desde un punto de vistateórico? Y en particular, ¿cómo puede ser fundada teó-ricamente esa posibilidad? Si la legitimidad de la socio-logía del conocimiento no pudiera ser asegurada, tal veztendría menos sentido discutir problemas que sólo pueden demostrarse bajo la suposición de su legitimi-dad»31. La técnica tortuosa y circularista de Child, quele obliga a mantenerse inmanentemente en el terrenooperatorio de las categorías filosóficas, ilustra bien lasdificultades genéricas de las metodologías β-operato-rias.

No obstante, como quiera que la tesis de Child saca ade-lante, más allá de su planteamiento crítico-filosófico,una propuesta de legitimación de la Wissenssoziologieen la línea de la «interpretación social del pensamiento»de Gorge Herbert Mead, parece correcto seguir la ver-sión de Kurt Wolff, quien resume las tareas inmediatasde esta disciplina recién implantada, en términos de unasuerte de «paradigma alternativo al de Merton», quesuena así:

«La sociología del conocimiento entendida como unainterpretación del mundo, del significado histórico y delcarácter sintomático de la (propia) sociología del cono-cimiento y de la imagen del hombre que ella ha creadoy por la cual se deja fascinar [...] nos deja [...] comolegado de Child [...] estas tareas más importantes:

»a) Definición de ideología, lo cual supone la defini-ción exacta de sus términos.

»b) Tipología de los productos intelectuales y afectivos,entre los cuales la ideología tiene asignado un lugar.

»c) Teoría metafísica destinada a fundamentar la conve-niencia de la sociología de la vida intelectual y afectivacomo instrumento para comprobar las propiedades de

esta, incluido el saber acerca de la sociedad y de lasrelaciones entre ambos.»d) Definición de los conceptos de actitud y estructurade actitudes, pensamiento y conocimiento y sus cone-xiones.

»e) Definición de los conceptos de cultural y esclareci-miento de las relaciones entre los fenómenos que estosconceptos denotan.

»f) Dilucidación del carácter forzoso de las categorías.

»g) Definición de clase (social) (si es posible, en rela-ción con a).

»h) Definición de intereses y esclarecimiento de la rela-ción entre éstos y otros tipos de comportamientos inte-lectuales y afectivos.

»i) Tipología de las conexiones sociales.

»j) Tipología de las situaciones sociales en relación consu posibilidad de alcanzar la verdad (y con respecto aotras relaciones con la verdad, que ellas tuvieran).

»k) Teoría del conocimiento: en particular una teoría delas relaciones entre las categorías, la verdad y la validezy las relaciones sociales entre todos estos elementos (enrelación con c).

»l) Tipología del conocimiento.

»m) Teoría de la interpretación, aplicada a todos estosproblemas.

»Esta lista contiene diferentes tipos de problemas, entreellos metodológicos y metafísicos. A los primeros per-tenecen las tareas tipológicas y de definición [...] Unproblema metodológico se refiere al procedimiento deuna investigación, para el cual los juicios sobre la esen-cia de la realidad son indiferentes, mientras que un pro-blema metafísico atañe justamente a esa esencia. [Pero]los diferentes fines y objetivos metodológicos y proble-mas metafísicos condicionan diferentes criterios deverificación.»32

El contraste con el paradigma de Merton es evidente.Para Child importa, sobre todo, la definición de los con-ceptos, la elucidación conceptual, la Verstehen. Las cla-sificaciones tienen lugar a través de las tipologías, estoes, de la selección de rasgos prototípicos obtenidos idio-gráficamente. La construcción teórica frente a la acu-mulación empírica de datos lleva aquí la voz cantante.Se articula incluso una «metafísica» (sic ) y una «teoríadel conocimiento», que deberían estar «íntimamenterelacionadas» (expresión que Merton, sin duda, catalo-garía como «ambigua»).

A primera vista, sin embargo, el contraste entre el«paradigma empírico» de Merton y el «comprensivo»de Child parece una mera reedición del contraste entrelo que Burrell y Morgan llaman paradigma funciona-lista y paradigma interpretativo33. Sólo que en un

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plano más general parece anidar el contraste entre laestrategia positivizadora y cientifista de Merton y lamás especulativa y filosófica de Child o, lo que es lomismo, una cierta tensión no resuelta entre ciencia yfilosofía, entre categorías e ideas. Pero ninguna de estasdiferencias, ni siquiera el contraste entre la búsquedade relaciones causales nomotéticas por parte de Mertonfrente a las preferencias idiográficas de Child, aciertana caracterizar la diferencia entre ambos. Porque paraChild importa también investigar la relación funcionalde determinación, si la hubiera, de las «produccionesmentales» por la «base existencial», aunque también larecíproca. Y no es que Merton sea insensible a los pro-blemas de la interpretación, ni que cierre los ojos alconflicto social subyacente en los distintos estilos delabor sociológica. Si analizamos con detalle los «para-digmas» contrapuestos de Child y Merton, observamosque ni el de Merton es tan aséptico y ecléctico comoaparenta, ni el de Child tan hipercrítico, deslabazado einconformista como representa. En Merton, bajo laaparente acumulación, hay selección y preferenciasmanifiestas. La forma misma de las preguntas determi-na y orienta la investigación; la interpretación es evi-dente en la clasificación misma de los ítems relevantes,y el desorden homologador (como si todos los factoresfuesen equivalentes) es premeditado. En particular, suenemiga hacia el historicismo se revela al final en elmalicioso paréntesis que limita la generalidad de susteorías. Child, a su vez, por debajo de su criticismo nodeja de propender hacia el subjetivismo y hacia el psi-cologismo (con su recurso incesante a Mead), perdien-do a veces de vista la dimensión sociológica. En él lospresupuestos metafísicos prevalecen sobre el orden delas determinaciones y, en el límite, parece incurrir enun dogmatismo irredento que le aleja del historicismotanto como a Merton cuando establece que «la validezdel pensamiento no tiene nada que ver con su origen»(sic ).

¿Dónde reside, pues, el núcleo del contraste o de la con-frontación entre estos dos «paradigmas»? En realidad,la diferencia entre metodologías α2-mertonianas y β1-childianas hay que ponerla en otro plano. Lo que quedacomprometido en la sociología del conocimiento paraChild es la propia «estructura categorial» con la queoperamos en las discusiones. El hecho de que los deba-tes acerca de la naturaleza de los objetos que maneja-mos en el proceso de «determinación del conocimiento»terminen en tablas no es más que un síntoma de que elprogressus hacia las estructuras o esencias determinan-tes nunca puede rebasar el terreno operatorio. Childreconoce que ni siquiera la teoría de Mead, por la queapuesta, resuelve el problema circular «de las influen-cias recíprocas existentes entre esta determinación obje-tiva, la lógica inherente al pensamiento mismo y la acti-vidad espontánea de la mente orgánicamente individua-lizada».34

Y es que en sociología del conocimiento, más que enninguna otra disciplina social y humana, el «sujeto gno-seológico» apenas puede distanciarse del «sujeto agen-te», cuya «estructura categorial» analiza. Nadie, nisiquiera el crítico ideólogo puede librarse del condicio-

namiento que sobre sus propias categorías de análisisejerce su «punto de vista», su «posición», sus «actitu-des», su «clase social», término cuya definición pareceeludir Child de forma intencionada, pues tales condicio-namientos dependen de la «cosmovisión o concepcióndel mundo» que muy probablemente los analistas com-parten con los analizados. Claro que, si Child hubiesedispuesto de la distinción entre metodologías a y β-ope-ratorias o simplemente con algún sucedáneo de la dis-tinción de Pike emic/etic, no se habría visto forzado aconcluir claudicando ante el «escepticismo postulado»de Grünwald, ni a recurrir a una metafísica «voluntaris-ta» como única vía de escape: «Por último, llegamos ala inevitable confrontación con el escepticismo postula-do, en la cual es preciso hacer ciertas concesiones[...]:hemos alcanzado, según parece, una de aquellas antino-mias filosóficas últimas más allá de las cuáles toda dis-cusión sería inútil. En este punto, el pensador debe enefecto decidir y elegir unívocamente entre los postula-dos de los cuales parte su pensamiento creador, y entresus supuestos últimos –y, sólo en este sentido, metafísi-cos.»35

No es éste el lugar de analizar con detalle el «legado»de Child, sino de observar que la diferencia entre suparadigma investigador y el de Merton no concierne alhecho mismo de la determinación social del pensamien-to, que ambos admiten, sino a la situación experimentalen la que ambos tratan de enmarcar tal determinación.Así, por ejemplo, como hemos visto, mientras Mertonreconoce que «la concepción de la causación múltiple esespecialmente afín al académico», pero no aplica elcuento ni a su paradigma, ni a sí mismo, procediendo,más bien, a la neutralización de estas reflexiones circu-lares y optando por aumentar la lista de «los estudiosque muestran cómo la ciencia y la tecnología han sidopuestas al servicio de las exigencias sociales y econó-micas»36; para Child, en cambio, el problema de lasociología del conocimiento es que, al reconocer lavariabilidad histórico-cultural de las categorías, acabacomprometiendo circularmente su propia coberturagnoseológica. Las categorías que no son orgánicas (soli-darias con la constitución trascendental del sujeto, comoquería Kant) funcionan también como «factores organi-zadores a priori» y se vuelven forzosas para los colecti-vos que las asumen. De ahí el carácter inevitablementepráctico y β1- operatorio de los conceptos manejados ensociología del conocimiento, que comprometen las«actitudes vitales» de sus usuarios con las que mantie-nen una continuidad sustancial β2-operatoria, «puesestá claro –remacha Child– que esencia y existencia,dicho burdamente, son recíprocas; creemos de acuerdocon nuestras reacciones y reaccionamos de acuerdo connuestras creencias»37.

¿Obliga la existencia de esta doble metodología a optarpor una de las dos en el desarrollo de la sociología delconocimiento? En absoluto. Ambas opciones deben per-manecer abiertas, por más que la tentación a convertir la«sociología del conocimiento» en una ciencia categorialarrastre siempre la vana pretensión de fortalecer su ope-ratoriedad-α. No es otra la explicación de lo acaecidorecientemente con el Strong Programme de la Escuela

HISTORIA Y EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS

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de Edimburgo.

TRADICIONES INTELECTUALES: «PROGRA-MAS DÉBILES» Y «PROGRAMAS FUERTES»

Si el conocimiento es un hecho social, es relevanteinvestigar sus orígenes sociales y las estructuras socia-les en las que se halla encastrado. Sin embargo, paraejecutar tal tarea concurren diversas «tradiciones inte-lectuales», que difieren por sus presupuestos ontológi-cos, gnoseológicos, antropológicos y sociológicos que(consciente o inconscientemente) asumen. Como quie-ra, no obstante, que estas tradiciones confrontan susmutuas «realizaciones intelectuales» no tanto en elplano de los «presupuestos» cuanto en el de los «resul-tados», constatamos la existencia de una doble obedien-cia metodológica, que ha fracturado la investigación dela Wissenssoziologie hacia dos grandes opciones pro-gramáticas, ambas legítimas, que hemos designadocomo α-mertonianas y β-childianas.

Por otro lado, no hace mucho, Jeffrey Alexander38 plan-teaba con sagacidad la pregunta de por qué son impor-tantes los clásicos en las ciencias sociales y, en cambio,no lo son en las ciencias naturales. Tiene razón cuandodice que «la relación entre la ciencia social y los clási-cos es una cuestión que plantea los problemas más pro-fundos, no sólo en la teoría social, sino en los estudiosculturales»39. En realidad, los clásicos cumplen funcio-nes «científicas» de primer orden en las ciencias socia-les, no porque sobre ellos se proyecten psicoanalítica-mente los intereses teóricos e interpretativos de lossujetos gnoseológicos que construyen la ciencia en elpresente, ni sólo porque, como sugiere Derrida, sus tex-tos (deconstruidos) revelan las ausencias, lo oculto o loprohibido más allá de su significado literal. Sus venta-jas funcionales son aun mayores, ya que «los científicossociales necesitan clásicos para expresar sus ambicionessistemáticas mediante discusiones históricas»40. Un clá-sico ayuda a pensar «científicamente» en el campo deestudio que se aborda, porque (a) reduce la complejidada fórmulas canónicas, que empiezan a funcionar como«referentes comunes» en la discusión; ( b) simplifica y,por tanto, facilita la discusión teórica, pues reduce lasmiradas de matices a unos pocos símbolos que conden-san y «representan» diversas tradiciones; y (c), al tiem-po permite sostener compromisos generales sin necesi-dad de explicitar los criterios de adhesión a los mismos.Pero, además, (d) cumplen una función irónica en lasciencias sociales: gracias a la pluralidad de clásicos esposible no reconocer la existencia de un discurso gene-ral único. Alexander ilustra muy bien a través de ejem-plos históricos cómo los clásicos gozan de una especialcapacidad de empatía y perspicacia para colocarnoscon sus interpretaciones ante hechos sociales significa-tivos, pero también de una enorme capacidad intelec-tual para seleccionar y reconstruir el significado típico-ideal de ciertos momentos históricos o de determinadosconceptos, amén de una capacidad estética extraordina-ria para condensar y articular la realidad ideológicamediante pregnantes figuras retóricas. De ahí que, porencima de su fractura metodológica, la sociología delconocimiento reconozca «una tradición intelectual»,

relativamente unitaria (pese a su gran diversidad internade metas y esquemas interpretativos), que se aglutina entorno a unos clásicos, cuyo servicio resulta ser no sóloeponímico, sino teórico y científico, en la medida enque la búsqueda genealógica de abolengo sirve para jus-tificar pretensiones disciplinares actuales.

Pues bien, es en este contexto histórico y metodológico,en el que hay que inscribir las proclamas del ProgramaFuerte, formuladas por un grupo de autores en la déca-da de los setenta con el evidente propósito de convertir-se en el nuevo «paradigma» dominante del campo. Lapregunta pertinente es si el «nuevo paradigma» es tal ysi, en realidad, inaugura una estrategia metodológicadiferente, capaz de superar la fractura entre α-mertonia-nos y β-childianos. La primera operación que han lleva-do a cabo los miembros de la Science Unit de la Uni-versidad de Edimburgo para lograr su objetivo consistióen la vieja táctica de identificar al enemigo, darle unnombre unitario y caricaturizarlo: todos los programasanteriores en sociología del conocimiento se caracteri-zan por su «debilidad». La imputación de «debilidad»afecta por igual a los programas α-mertonianos y β-childianos. Su propia propuesta metodológica, así pues,vendría a remediar las faltas detectadas en los «progra-mas débiles». Al enunciado de su nuevo «paradigma»debería seguir un programa específico de realizaciones,pero desgraciadamente la apertura de la «caja de Pan-dora» ha desembocado en el juego de las muñecasrusas: debajo del PF, fracturado en dos, aparece lamuñequita del EPOR, que a su vez se fractura, dandopaso a la «etnometodología», cuyas deficiencias desutura con el mundo natural trata de remediar la «teoríade la red de actores» y así sucesivamente. No voy aseguir esta historia, porque el mecanismo es siempre lamisma función monótona: todo intento de superar lafractura entre metodologías α y β-operatorias conduceirremediablemente a una miniaturización de la proble-mática en la que vuelve a producirse la partición en dosdel nuevo juguete metodológico. Lo insinuamos atrás,pero es hora de mostrarlo en la práctica con el caso delPrograma Fuerte.

En la exposición canónica de Torres Albero se cita aMulkay como precursor del Programa Fuerte, quienciertamente denuncia la ausencia de «una investigaciónempírica del conocimiento científico y de su construc-ción social desde una perspectiva sociológica [porque]los sociólogos han dejado el análisis concreto del cono-cimiento científico en manos de los filósofos de la cien-cia y de los historiadores de la ciencia»41. En románpaladino, la queja parece referirse al «seguidismo» delos sociólogos del conocimiento respecto a los filósofosde la ciencia, que monopolizan los problemas del cono-cimiento. Ahora bien, el cambio que se produjo en losaños sesenta y propició el advenimiento del ProgramaFuerte, ¿acaso no fue también un cambio subsidiario ydependiente de la filosofía? Al intentar resolver los pro-blemas tradicionales sobre la ciencia y el conocimiento,«numerosos historiadores y filósofos –explica Mulkay–se hallaron frisando o activamente implicados en lainterpretación sociológica de la ciencia. Gradualmente,estas nuevas ideas han entrado en la sociología y han

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ayudado a minar los supuestos epistemológicos que vir-tualmente han obligado a la sociología del conocimien-to a tratar a la ciencia como un caso especial»42.Siguiendo a los filósofos, Mulkay habría sido el prime-ro de los sociólogos del conocimiento en separarse deMerton, alegando filosóficamente que el constreñimien-to primero y principal que actúa sobre el conocimientocientífico no sería puramente «externo» y social, sinotambién «interno», cognitivo. Pero ¿acaso no habíaenunciado ya, el propio Mannheim, que las condicionesde génesis determinan el propio contenido del conoci-miento? No está de más recordar a este respecto queMulkay reconoce a la sociología del conocimiento deManheim relevancia interna para la epistemología, almenos en tres puntos: 1) «Ha intentado restringir elámbito de la epistemología positivista a la esfera de laciencia natural». 2) En la frontera misma del relativismo«ha intentado delinear una epistemología relacionalalternativa para el pensamiento sociohistórico, determi-nado existencialmente». 3) «ha abierto la posibilidad deque la antigua epistemología ni siguiera sea enteramen-te adecuada para las ciencias físicas avanzadas»43. Peroni siquiera Mannheim habría traspasado el umbral deuna sociología del conocimiento madura. Su paradigma,como el de Merton, seguiría siendo «débil», en el des-pectivo sentido «edimburgués»

¿Qué rasgos definen entonces a los «programas débi-les»? Dos parecen ser las «señas de debilidad» episte-mológica según Barnes, Bloor, Edge, Dolby, Shapin,Mackenzie y demás miembros de la Escuela de Edim-burgo:

1) Admitir una división demasiado tajante en los estu-dios sobre el conocimiento entre las disciplinas «cientí-ficas» que se ocupan de la explicación causal de lascreencias (sean estas causas históricas, sociales, psico-lógicas, etc.) y las disciplinas «filosóficas» que se reser-van la reflexión fundamentadora para determinar elgrado de verdad y justificar la validez del conocimien-to. Con esta división, canonizada por Reichembachmediante la célebre distinción entre contextos de descu-brimiento y contextos de justificación, pero caracteriza-da también como la visión «externalista» del conoci-miento frente a la visión «internalista», las tareas de lasociología del conocimiento conciernen a las creenciasque tienen una clara raíz social: tipificación, análisis delos orígenes y funciones de tipos específicos de conoci-miento. Esta restricción es muy severa, pues conducedirectamente a la segunda señal de debilidad.

2) En efecto, la sociología del conocimiento es débil oestrecha porque debe ceñirse a las creencias que handemostrado ser falsas. La cuestión sociológica restringeasí su pertinenecia al caso limitado del error, pues selimita a explicar por qué determinadas falsas creenciasfueron erróneamente tomadas como verdaderas endeterminados contextos históricos y sociales. Ahorabien, este planteamiento abre muy poco el espectro de lainvestigación sociológica. Sólo permite una «sociologíadel error», pero no una auténtica sociología del conoci-miento. Los factores sociales sólo entran en juego paraexplicar por qué la «racionalidad natural» de los sujetos

quedó bloqueada en tal y cual circunstancia (¿Por qué secreyó erróneamente que cierta creencia era verdadera?¿Por qué se la sostuvo a pesar de ser obviamente falsa?¿Por qué no se percataron los sujetos involucrados deque la creencia no estaba adecuadamente justificada?)

Frente a estas debilidades, que afectarían por igual a lasmetodologías α-mertonianas y β-childianas, el Progra-ma Fuerte exige explicaciones causales para todo tipo decreencias, verdaderas o falsas. Los «programas débiles»actúan prematuramente al fiarse de la concepción tradi-cional de que sólo son auténticos conocimientos las«creencias verdaderas justificadas» y al aceptar implíci-tamente los distintos criterios epistemológicos de racio-nalidad y objetividad. No son, pues, «neutrales» en rela-ción con la verdad o falsedad de las creencias. Merton,aunque pretende ser «neutral», no lo es, porque para él laciencia como institución se apoya en valores y entreestos valores está el ethos que obliga al científico a ope-rar con criterios universales, que garanticen la validezcientífica general de sus investigaciones. El supuestosubyacente aquí es que, cuando la razón opera libremen-te, sin constreñimientos, accede espontáneamente alconocimiento verdadero y, si no ocurre, es porque siem-pre hay factores «externos» en tensión con ese ethos. Deahí que el objetivo último de su paradigma sea descubrirlas «interacciones funcionales» observables entre elconocimiento (las «producciones mentales») y su entor-no (o sus «bases existenciales»), más que establecer ladeterminación social del contenido del conocimiento.Child, por su parte, ni siquiera pretende ser «neutral»,pues reconoce explícitamente sus compromisos gnoseo-lógico y ontológico con la concepción tradicional. Deahí resulta una evidente «asimetría» metodológica, queKurt Wolff ha sabido explicitar mediante cuatro dualida-des, que confirman de pe a pa el diagnóstico de «debili-dad». Para Child, en efecto, (a) «la validez del pensa-miento no tiene nada que ver con su orígen»; (b) los«aspectos lógicos» del pensamiento se explican inma-nentemente (o por una consideración interna), mientraslos «sociales» merecen una explicación transcedente (yuna consideración externa); (c) «hay categorías origina-rias y categorías complementarias»; y (d) la posibilidaddel error se explica mediante «el ingrediente social de lascategorías complementarias», mientras la corrección esun patrimonio de la «fuerza creadora o conducción autó-noma del espíritu»44.

Visto desde esta perspectiva, el Programa Fuerte apare-ce, antes que nada, como una exigencia de radicaliza-ción del paradigma «naturalista» y «cientifista» α-mer-toniano, tendente a evitar oscuras complicidades «meta-físicas» con el espiritualismo humanista-operatorio delos metodólogos β-childianos. De hecho, el primerenfrentamiento crítico de Barnes y Dolby contra la tesisdel ethos científico de Merton se autojustifica como unamera «desviación» y, lejos de romper con el funciona-lismo, denuncian más bien los efectos perturbadoresque la perspectiva microsociológica ejerce sobre susmeritorias investigaciones empíricas45. A Merton se leescapan los procesos mediante los que las estructurasnormativas se modifican en función del «apoyo econó-mico, el marco tecnológico y el contenido esotérico de

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la actividad científica». Pero la formulación del Progra-ma Fuerte por parte de David Bloor llevó las cosas bas-tante más lejos, no tanto porque definiese sociologista-mente el «conocimiento» como lo «consensuado públi-camente por los miembros de una sociedad», cuantoporque se atreviese a formular una declaración metodo-lógica explícita al principio de su libro Knowledge andSocial Imagery. Recordémosla brevemente:

«La sociología del conocimiento, si quiere convertirseen una disciplina científica y asumir por completo bajosu responsabilidad su campo de estudio, tendría queprogramarse de acuerdo con estos cuatro rasgos: 1) Debería ser causal, esto es, preocuparse por las con-diciones que hacen surgir creencias o conocimientos.Naturalmente, habrá otro tipo de causas aparte de lassociales que cooperan para hacer surgir una creencia. 2) Debería ser imparcial (neutral) con respecto a la ver-dad o falsedad, racionalidad o irracionalidad, éxito ofracaso. Ambos lados de estas dicotomías requierenexplicaciones. 3) Debería ser simétrica en su estilo deexplicación. El mismo tipo de causas explicarían, diga-mos, creencias verdaderas y creencias falsas. 4) Deberíaser reflexiva. En principio sus patrones de explicacióntendrían que ser aplicables a la misma sociología. Igualque el requisito de simetría, ésta es una respuesta a lanecesidad de buscar explicaciones generales. Es obvia-mente necesario requerir este principio, pues de otromodo la sociología se erigiría como una refutación desus propias teorías.»46

Observemos más de cerca este «juguete metodológico»,que tanto revuelo ha montado. Frente al positivismoingenuo es evidente que el Programa Fuerte en la ver-sión de Bloor no escamotea explicitar sus compromisosmetafísicos. La franqueza de que hace gala, sin embar-go, es un valor que no tiene recompensa alguna en elmundo natural moralmente vacío y neutral que postulacomo correlato ontológico de su modelo causal. Bienmiradas, las dos primeras piezas del PF no son más queconstricciones severas de dos de los rasgos característi-cos del paradigma mertoniano. La exigencia de causali-dad (1) limita y vale decir que «endurece» las opcionesabiertas por la pregunta 3 de Merton acerca de cómodeberían ser las relaciones entre el conocimiento y susbases existenciales. Sólo interesan al PF las relacionescausales, pero no las simbólicas, ni las ambigüas, ni tansiquiera las «funcionales», que es la «interpretación»que Merton hace de la causalidad. Como quiera que elPF no aclara «positivamente» qué debe entenderse por«causalidad», en la práctica sigue manteniendo, al igualque Merton, un corte en el plano de la investigaciónempírica de nexos causales entre factores sociales yconocimiento, por un lado, y el plano de la elucidaciónde la categoría de causa o de los criterios que permitenjustificar la verdad o demostrar la falsedad de esosnexos por otro. Bloor mismo se ha visto obligado aembarcarse en la tarea de elucidar el problema de lasrelaciones entre sociología del conocimiento y episte-mología a través del manido ejemplo del «flojisto»47. Yello, porque Bloor con el requisito 2 hace explícitas laspretensiones de imparcialidad y neutralidad que Mer-ton asumía con su distinción entre «sociología del cono-

cimiento» y «teoría sociológica del conocimiento». Simiramos bien la formulación del requisito metodológi-co 2, veremos que el cambio operado no reside tanto enla exigencia de «neutralidad» o «imparcialidad», queMerton también asume, cuanto en la coletilla de que lasdicotomías «verdad/falsedad», «racional/irracional»,«éxito/fracaso» exigen explicaciones ulteriores. ParaMerton, tales explicaciones pertenecen al ámbito de lafilosofía, porque de lo contrario habría que practicar unasuerte de reduccionismo sociológico consistente enconstruir una «teoría sociológica del conocimiento», searelativista o absolutista. Al tomar partido en el debatefilosófico, el sociólogo automáticamente dejaría de ser«imparcial» o «neutral» respecto a las dicotomías dise-ñadas. Los partidarios del PF, por el contrario, estimanque el programa de Merton se fortalece cuando se tomapartido. Y Bloor ha ido más allá de lo exigible al optarpor el materialismo y el empirismo cuando señala:«Todo el edificio de la sociología presume que los hom-bres pueden responder sistemáticamente al mundomediante su experiencia, es decir, mediante su interac-ción causal con él. La sociología del conocimiento pre-supone, por ende, el materialismo y la confiabilidad dela experiencia sensorial.»48 Hasta aquí, el juguete meto-dológico de Bloor no se separa del de Merton, en nada,salvo en que hace explícitos los compromisos ontológi-cos y gnoseológicos «implícitos en aquel».

Pero justamente en este punto se produce un quiebro dia-léctico y aquí reside el quid de la cuestión. Merton, comohemos visto, siguiendo en esto a Durkheim, se negaba aexplicitar los compromisos filosóficos subyacentes en suprograma, porque consideraba que aceptar el absolutis-mo o el relativismo significaba «romper la neutralidad»,dejar de ser «imparciales» y, lo que es peor, pasarse alotro bando, cambiar de metodología, al introducir losvalores originarios, las operaciones de lo sujetos, lasdefiniciones subjetivas de los significados y, por tanto,aceptar lo inaceptable: que las premisas volitivas formanparte de la construcción científica con el mismo derechoque los hechos empíricamente comprobados. Para unmertoniano, no deja de ser una contradicción que elrequisito de neutralidad axiológica exija tomar partido.

Esta contradicción es la que intentan superar precisa-mente los requisitos de simetría (3) y de reflexividad (4)del Programa Fuerte, dos requerimientos que los parti-darios de metodologías «interpretativas» o β-childianaspronto han comenzado a criticar como inconsistentescon la ontología materialista y con la estructura norma-tivista del programa que las postula. Ya en 1974 JohnLaw y David French denunciaban que, aunque era posi-ble aprovechar algunas ideas de Kuhn para relanzar elprograma interpretativo, que se hallaba por entonces«infradesarrollado», «mertonianos y kuhnnianos com-partían un compromiso normativo fundamental»49. Másespecíficamente, tras la polémica entre Laudan y Bloora propósito de la «simetría», Bruno Latour ha venido aechar más leña al fuego, al reprochar al PF su falta desimetría precisamente por su defensa de la existencia deun mundo material independiente de las creencias cien-tíficas. Una metodología verdaderamente simétricadebería romper la distinción entre naturaleza y socie-

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dad, detrás de la que se escuda todavía la explicaciónsociológica «fuerte»50. Por su parte, Woolgar, partidariotambién de un etnometodologismo claramente β-opera-torio considera que el requisito de «reflexividad» esimpracticable en el PF porque la teoría de los interesesde Barnes, por ejemplo, adolece del mismo defecto quelos CUDEO mertonianos, pues determinan del mismomodo el quehacer científico, ignorando que también losintereses se negocian cotidianamente al mismo tiempoque el proceso por el que se generan y dotan de sentidosus constructos.

Estas polémicas confirman a las claras la fractura meto-dológica insalvable entre α-mertonianos y β-childianosen sociología del conocimiento. El PF sólo puede serfuerte en la línea de las llamadas «ciencias duras», res-tringiéndose a establecer nexos causales objetivos y eli-minando las operaciones gnoseológicas que utilizamospara establecerlas, por más que ello suponga reificacióne hipostatización. Ciertamente que podemos exigir«simetría» y «reflexividad» a la sociología del conoci-miento, pero a costa de reblandecer las exigencias decausalidad e imparcialidad. En efecto, Wolff propugna-ba la más estricta simetría cuando quería llevar hasta ellímite la explicación causal externa y al mismo tiempoagotar la elucidación significativa de los conceptoshasta penetrar internamente en sus premisas metafísi-cas. Pero la simetría así entendida le conducía irreme-diablemente a un «dualismo metafísico»: «Pretendo–decía lúcidamente– reconocer y explicar el hecho, quepara mí es real, de que las cosas son relativas (en losplanos social, cultural, biológico, etc.) y de que, vistascabalmente desde su relatividad, son verdaderas.»51

¿Alguna vez el PF ha logrado «acerar» sus exigenciasde la simetría y reflexividad más allá de lo que ya lohabía hecho Wolff en la década de los cincuenta?

La discusión del PF ha emborronado ya mucho papel y,aunque en la actualidad se considera superado, no todoslos análisis ni todas las críticas aciertan a calibrar suauténtica dimensión metodológica. Algunos lo han con-vertido en un asunto político. Hace algunos años, elbueno de Esteban Medina reprochaba a Barnes y a Sha-pin sus «posiciones liberales», por cuanto «suponen unavuelta al positivismo, al azar en la selección de loshechos históricos, a la explícita petición de ausencia decriterio desde la teoría; por decirlo de otra forma: lapetición de que el científico social que se enfrenta alproblema de la ciencia sea liberal con ella, la acepte talcomo parece que se produce, limitando su papel al deobservador imparcial que estudia pero no participa enlos conflictos, ni desde posturas conservadoras ni desderadicales»52. Frente a la estrategia de acentuar los facto-res externos, oponía la del izquierdista Bourdieu y la detodos aquéllos (Forman, Young, Elkana, pero tambiénfenomenólogos, etnometódologos y antropólogos) quecombaten la dicotomía interno/externo para dignificarel estatuto de las ciencias sociales frente al «reducto pri-vilegiado, ideológicamente tan peligroso, de la ciencianatural como epítome y fuente de racionalidad univer-sal»53. Pero metodológicamente hablando, el imperialis-mo científico natural no es otra cosa que la apuestareduccionista por las metodologías α-operatorias. De

ahí que la apuesta contraria por la liberación de las cien-cias sociales no sea más que la vindicación de legitimi-dad para las metodologías β-operatorias y, en el límite,si se practica el reduccionismo operatorio contrario, laabolición del propio mundo natural en nombre la subje-tividad operatoria, el esse est percipi berkeleyano, loque no se ve por ningún lado que sea más «progresistapolíticamente» que lo contrario.

Los discípulos de Medina han desplazado irenistamenteel epicentro político hacia la importancia académica delPF como animador de la sociología del conocimiento.El irenismo, sin embargo, suaviza las relaciones huma-nas entre los contendientes, pero en nada contribuye aclarificar los problemas de fondo y, mucho menos, asuturar las fracturas metodológicas reseñandas. TorresAlbero, por ejemplo, aun reconociendo las deficienciasdel PF (escaso desarrollo teórico, falta de nexos entreintereses y creencias, ausencia de pautas para investigarempíricamente las interrelaciones entre contexto y cre-encias), lo saluda épicamente por haber inaugurado yrecorrido «un buen trecho del camino anteriormentevedado a la lente de las ciencias sociales, incluso porvoces provenientes desde dentro de este mismo campo»y porque, gracias a su esfuerzo, «las doctrinas raciona-listas tradicionales que monopolizaban el conocimientode la cámara sagrada de la ciencia e impedían el accesoa las ciencias sociales»54 han sido derrotadas. Tantaépica antifilosófica sólo se comprende autocontextual-mente cuando peligra la institucionalización académicade la sociología del conocimiento como disciplina cien-tífica. Pero en sí misma es epistemológicamente inane,porque, si todo el alboroto montado por el PF teníacomo único propósito legitimar una reflexión globalsobre el fenómeno científico al modo de la Science Unitde la Universidad de Edimburgo, que no fuese reclama-da por los departamentos tradicionales de filosofía, hayque decir que para ese viaje no hacía falta tanta «alfor-ja epistemológica». Hace mucho que el discurso filosó-fico dejó de legitimar esas empresas que monopolizan laexpedición de títulos profesionales llamadas universida-des. Y muy probablemente, en la era del capitalismotriunfante, el hecho de que las pseudociencias y la bru-jería no hayan penetrado en el sagrado recinto de la aca-demia no es debido a que sus puertas siguen estandocustodiadas por aguerridos ángeles filosóficos, al estilode Bunge, sino simplemente porque todavía «no sonrentables» ni en dinero, ni en prestigio.

No es extraño, pues, que convertidos los «jóvenes tur-cos» de los setenta, en los «viejos leones» de los noven-ta, acaben reconociendo la fractura metodológica delcampo, como si tal cosa. En ese precioso documento detrabajo, en el que Barry Barnes ha rebobinado una partesustancial de las críticas del PF al «individualismo», al«racionalismo» y al «realismo», acaba reconociendopaladinamente la existencia de «dos grandes variedadesde relativismo»: «These alternative points of viewrepresent a systematic divide in the sociology of know-ledge, clarly evident in its literature. Possibly weschould think in terms of two separate movements bothreacting against traditional epistemology and philo-sophy of science, but entirely different reasons.»55

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¿Y cuáles son estas dos estrategias separadas, estos dosmovimientos divergentes, sino las viejas metodologíasα-mertonianas y β-childianas, revestidas con los nuevosropajes que los tiempos exigen? Dejemos que el propioBarnes las describa en sus propios términos:

«Un punto de vista es una actitud científica hacia elconocimiento y la creencia [...] y de ahí que la propiaciencia no pueda alcanzar una justificación indefectibley deba ser considerada como un proyecto histórico con-tingente. El sociólogo del conocimiento puede entoncescontinuar como una parte de este proyecto, cuyo propó-sito global consiste en la descripción y explicación(causal) de los sucesos y estados del mundo en tantoque fenómenos empíricos, siendo la tarea específica dela sociología del conocimiento precisamente estomismo en relación con dicho conocimiento. Natu-ralmente, un proyecto de esta índole no puede aseguraruna validez incondicional para cualquiera de sus hallaz-gos, ni tampoco una autoridad o un estatus especialespara sí misma en conjunto, pero todo esto está de más.Es precisa y únicamente en la medida en que se realizantrasnochadas acepciones epistemológicas y se intentaprovocar un reconocimiento general de la propia formade conocimiento como una forma distinta y fundamen-talmente superior de conocimiento por lo que la empre-sa científica merece críticas.»

Parece ocioso reiterar que esta actitud sólo añade a lospostulados de Merton una pequeña dosis de modestiaautocrítica respecto a las pretensiones mismas de laciencia que es perfectamente compatible con la exigen-

cia interna de «escepticismo organizado» que la carac-teriza, según el ethos del CUDEO. «El punto de vista alternativo, ordinariamente el máspopular, quizá a causa de su estrecha afinidad con otrosmovimientos y corrientes intelectuales más amplios,surge a partir de la tradición que pretende eliminar laciencia tomada en conjunto como un modelo para lainvestigación sociológica, y sustenta, en cambio, unestricto dualismo entre la ciencia humana y la natural.Los defensores de este punto de vista no relativizan sim-plemente la ciencia o la deconstruyen: la rechazan comouna base para la práctica de la sociología. En particular,los partidarios de este punto de vista han criticado dura-mente cualquier intento de explicación causal o de teo-rización explicativa en el contexto de la sociología delconocimiento. Para ellos, la despectiva significaciónfilosófica de este término causa parece ser más impor-tante que su manifiesta utilidad práctica en el discursosituacional y cotidiano de las ciencias mismas». Bienmirado, esta descripción de las metodologías β-childia-nas de Barnes es tan «clásica», que ni siquiera recoge eldesafiante reto que, para la perspectiva sociológica,representa la hermenéutica radical, constructivista (ypostmoderna) de Woolgar y Latour, para quienes laciencia natural, al igual que la sociología, son meras«prácticas culturales» que carecen incluso de la incon-movible base ontológica que parecen reconocerle lasdos tradiciones mencionadas. Como buen «británico»,Barnes se protegía así de antemano contra las descalifi-caciones anglófonas que en tono jocoso había iniciadopor aquellos años el joven físico americano Alan Sokaly que pocos años después con el apoyo del belga JeanBricmont y de internet convertiría en un supuesto escán-dalo con la publicación de Imposturas intelectuales56.

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Pero ésta es otra historia.

NOTAS

1 W. Windelband (1848-1915). Geschichte und Natur-wissenschaft, Straßburger Rektoratsrede 1894; Preludios filo-sóficos, Santiago Rueda, Buenos Aires, 1899.

2 W. Dilthey (1833-1911). Einleitung in die Geistes-wissenschaften, Bd. I, 1883 (versión española de Julián Marías,Introducción a las ciencias del espíritu, Revista de Occidente,Madrid, 1966 (2a.); Ideen über eine beschreibende und zerglie-dernde Psychologie, 1894 (versión española de E. Imaz, Ideasacerca de una psicología descriptiva y analítica, en Psicologíay teoría del conocimiento, FCE, México, 1945)

3 H. Rickert (1863-1936). Kulturwissenschaft und Natur-wissenschaft, Stuttgart, 1899 (versión española de GarcíaMorente, Ciencia cultural y ciencia natural, Espasa Calpe,Madrid, 1922), y Die Grenzen der naturwissenschaftlichenBegriffsbildung,Tubingen, Mohr, 1913.

4 G. Bueno. «En torno al concepto de ciencias humanas. Ladistinción entre metodologías α-operatorias y β-operatorias»,

El Basilisco, 1a. época, 1978, 4, pp. 4-49. Cfr. también Teoríadel cierre categorial, 5 vols, Pentalfa, Oviedo, 1993, Vol I,pp.196-213, y Vol. V, pp. 64,65. 77, 112-116, etc. Para undesarrollo crítico, David Alvargonzález, «Problemas en tor-no al concepto de ciencias humanas como ciencias de doble plano operatorio» y G. Bueno, «Sobre el alcance de una«ciencia media» (ciencia β1) entre las ciencias humanasestrictas (α2) y los saberes prácticos positivos (β2)», en ElBasilisco 2a. epoca, nov.-dic., 1989, pp. 51-56 y 57-72 res-pectivamente.

5 Una exposición introductoria puede leerse en algunos diccio-narios de ciencias sociales como el de Román Reyes (ed.), Ter-minología científico-social. Aproximación crítica, Anthropos,Barcelona, 1987 y en algunos artículos de VVAA. La filosofíade Gustavo Bueno, Editorial complutense (revista Meta),Madrid, 1992.

6 G. Bueno. art. cit., p. 29.

7 Ibid. p. 30.

8 Ibid. p. 38.

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9 G. Bueno, «Sobre el alcance de una «ciencia media» (cienciaβ1) entre las ciencias humanas estrictas (α2) y los saberes prác-ticos positivos (β2)», en VVAA. La filosofía de Gustavo Bueno,Editorial Complutense, Madrid, 1992, p. 180.

10 G. Bueno, «En torno...» art. cit., p. 43.

11 Original: «The Sociology of Knowledge», en G. Gurvitch yW. E. Moore (eds.). Twentieth Century Sociology, Philosophi-cal Library, Nueva York, 1945, pp. 366-405, reimpreso en Mer-ton, La sociología de la ciencia, Vol. 1, Alianza, Madrid, 1977,p. 48.

12 Ibid. pp. 51 y 49.

13 Ibid. pp. 52.

14 Merton, R. K. Social Theory and Social Structure, The FreePress of Glencoe, Nueva York, 1957, p. 6 (Trad. española enFCE, México, 1964, como Teoría y estructura sociales, 1964.

15 P. Sorokin. Social and Cultural Dynamics, 4 vols, AmericanBook Co., Nueva York, I, caps. 1-2, Apud Merton, La sociolo-gía de la ciencia, op. cit., p. 71.

16 Ibid. p. 81.

17 Ibid. pp. 52-3.

18 Ibid. p. 53.

19 Cfr. nota 8.

20 Ibid. pp. 50-51.

21 Lewis S. Feuer. «The Economic Factor in History», Sciencieand Society, 4 (1940), pp. 174-175

22 Merton, op.cit., p.85.

23 Kurt H. Wolff. Loma culture change: a contribution to thestudy of man, Columbus, Ohio, 1952.

24 Kurt H. Wolff. «La sociología del conocimiento como cien-cia del hombre», en Contribución a una sociología del conoci-miento, Amorrortu, Buenos, 1974, p. 67. La primera versión setitulaba «On the scientific relevance of «imputation»», Ethics,60, 1950, pp. 69-74.

25 La tesis de Child lleva por título The problems of the sociology of knowledge. A critical and philosophical study, yconstaba de ocho capítulos: I. «Enfoque preliminar»; II. «Laposibilidad de una sociología del conocimiento»; III. «Laestructura categorial»; IV. «La relación entre ser y pensar»; V. «El problema de la imputación»; VI. «El problema de laverdad»; VII. «Interpretación inmanente y trascedente»; yVIII. «Resumen». Los cinco artículos, en los que se refunde latesis son: «The theoretical possibility of the sociology ofknowledge», Ethics, 51, 1941, pp. 392-418 (cap. II); «Theexistential determination of thought», Ethics, 52, 1942, pp.153-185 (cap. IV); «The problem of imputation in the socio-logy of Knowledge», Ethics, 51, 1941, pp. 200-219 y «Theproblem of imputation resolved», Ethics, 54, 1944, pp. 96-109(cap. V); «The problem of truth in the sociology of knowled-ge», Ethics, 58, 1947, pp.13-34 (cap. VI), y «On the theory ofthe categories», Philosophy and phenomenological Research,7, 1946, pp. 316-335 (cap. III).

26 Ibidem.

27 François Audigier. «Un estudio sobre la enseñanza de la his-toria, la geografía y la educación cívica en la escuela elementalde Francia: temas, métodos y preguntas», Enseñanza de lasCiencias Sociales. Revista de Investigación, 1. Sugiero una ads-cripción similar a metodologías β1-operatorias para todos losartículos de investigación didáctica que aparecen en este núme-ro de la revista, exceptuado el último de Sans Martín y Trepat,sobre evaluación con pruebas de corrección objetiva, donde hayuna manifiesta voluntad de alcanzar el plano de las metodolo-gías α2-operatorias. No puedo naturalmente descender a laargumentación, porque el análisis con la herramienta que pre-sento es prolijo y sólo tendría interés para elaborar pruebas ulte-riores de contraste y elaborar alternativas.

28 Child, op.cit., p. 22.

29 Ibid. p. 104.

30 Ibid. p. 90.

31 Art. cit. p. 392.

32 Kurt Wolff. «A preliminary inquiry into the sociology ofknowledge from the standpoint of the study of man», Scritti disociologia e politica in onore di Luigi Sturzo, Bolonia, 1953,Vol. 3, pp. 583-623. Reproducido como capítulo 4º en Contri-bución a una sociología del conocimiento, Amorrortu, BuenosAires, 1974, pp. 92-93.

33 Gibson Burrell and Gareth Morgan. Sociological Paradigmsand Organisational Analysis, Heinemann, Londres, 1979, pp.25-32.

34 «The theoretical possibility of the sociology...», art. cit.,p. 417.

35 Ibid. p. 417.

36 Merton. La sociología de la ciencia, op. cit., pp. 84-5.

37 Child. «On the theory of the categories», art. cit., p. 328.

38 Jeffrey Alexander. «La centralidad de los clásicos», en Gid-dens y Turner, Teoría social hoy, Alianza, Madrid, l990.

39 Ibid. p. 22.

40 Alexander. «La centralidad...», art. cit., p. 50.

41 Mulkay. «La visión sociológica habitual de la ciencia», op. cit,p. 12. La exposición estandar en el capítulo 21 de Lamo de Espi-nosa, González García y Torres Albero, La sociología del conoci-miento y de la ciencia, Alianza, Madrid, 1994, pp. 515-521.

42 Ibid. p. 12.

43 Ibid. p. 23.44 Kurt Wolff. «A preliminary inquiry...», art. cit., p. 95. Wolffaventura en 1953 que con estas premisas «quizá la mayoría delos otros sociólgos del conocimiento coinciden, aun cuando nonecesariamente utilicen los mismos términos», dando así porbueno el diagnóstico de debilidad que en la década de 1970harán los edimburgueses.

45 Barry Barnes y R.G.A. Dolby. «The Scientific Ethos: ADeviant Viewpoint», Archives European of Sociology, XI,1970, pp. 3- 25.

46 David Bloor. Knowledge and Social Imagery, Routledge &

HISTORIA Y EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS

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Kegan Paul, Londres, 1976 (2a. ed. 1991), pp. 4-5.

47 Ibid. pp. 32 y ss., donde se constata que Bloor opta por unaversión adecuacionista completamente semejante a la de Mer-ton, en la que se supone naturalistamente la existencia de unmundo externo que afecta en primera instancia a las «experien-cias sensoriales» y en última instancia a las propias creencias.De ahí su interés por «el uso que se da al concepto de verdad y(por) cómo funciona la noción de correspondencia en la prácti-ca». Y, aunque la noción de verdad tiene también una «funciónretórica», además de su «función materialista», la experienciasensorial es la que marca los límites de la correspondencia o node las teorías con la realidad. «Esta correspondencia se pertur-ba sólo si va en contra de nuestros requerimientos.», p. 35.

48 Ibid. p. 29.

49 J. Law y D. French. «Normative and Interpretative Sociolo-gies of Science», The Sociological Review, 1974, 22, pp. 581-595 (vers. esp. en VVAA. Sociología de la ciencia y de la tec-nología, op. cit., 1995, pp. 53-63).

50 B. Latour. Ciencia en acción, Labor, Barcelona, 1992, pp.249-50. La polémica entre Larry Laudan y D. Bloor en sendosartículos de Philosophy of Social Sciences, 11, 1981, pp. 173-213.

51 Kurt Wolff. «A preliminary inquiry...», art. cit. p. 96.

52 Esteban Medina. «La polémica internalismo/externalismo enla historia y la sociología de la ciencia», Revista Española deInvestigaciones Sociológicas, 23, 1983, pp. 53-75.

53 Ibid. p. 75.

54 Lamo de Espinosa, González García y Torres Albero. Lasociología del conocimiento y de la ciencia, Alianza, Madrid,1994.

55 Barry Barnes. «How Not to Do the Sociology of Knowled-ge» Dannish Yearbook of Philosophy, 1993, 28, pp. 7-23.Reproducido en A. Megill (ed.), Rethinking Objetivity, DukeUniversity Press, Londres, 1994.

56 Sokal, Alan y Bricmont, Jean. Impostures intellectuales,Odile Jacob, París, 1997; y en versión inglesa: IntellectualImpostures: Postmodern Philosophers’Abuse of Science, Profi-le Books, Londres, 1997 y como Fashionable Nonsense, enPicador, Nueva York, 1998. (Imposturas Intelectuales, en Pai-dós Ibérica, Barcelona, 1999, 315 pp.). Y en internet todavíapuede verse: //, y para su repercusión en la prensa francesa, dela que sólo recogeré el sumarísimo juicio que le merece a JuliaKristeva, una de las autoras criticadas, para la que no es másque otro episodio de la sorda competición económica y diplo-mática entre Europa y América, destinado a «desinformar» ycuya anacrónica virulencia la condena al destino de los produc-tos intelectual y «políticamente insignificantes», «La compéti-tion économique et diplomatique entre l’Europe et l’Amériqueentraîne un nouveau partage du monde, opposant des intérêtsfarouches et des replis identitaires. La virulence anachroniquede ce débat pseudo-théorique s’inscrit dans un contexte chargé.Je connais assez les écrivains, historiens de la littérature, philo-sophes et psychanalystes américains pour penser qu’à longterme la guerre n’aura pas lieu. Il est possible cependant quenous entrions dans une période de suspicion et de paresse men-tale. Le livre des Editions Odile Jacob aura été, de ce point devue, un produit intellectuellement et politiquement insignifiantet pesamment désinformateur.» Le Nouvel Observateur, núm.1716, 25 de sept. a 1 de oct., 1997, p. 122.

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