hoja blanca
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This free magazine, printed in Colombia, is open to anyone who wants to publish. We chose a topic; you send either a text or an illustration and we invite six editors that will choose the best. They will be printed in 20.000 magazine and spread all around Bogotá. Espacio PúblicoTRANSCRIPT
HOJA BLANCA - octubre 2007 #1
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y esa es la idea. Queremos autores comunes y corrientes, personas con un contacto íntimo con lo que escri-ben, y no expertos. Queremos que al leer nuestras páginas usted conozca más sobre la persona que se sienta al lado suyo en el bus, acerca de lo que piensa cuando lo mira y no le habla. Por eso la invitación es a que publiquen (sin palanca) y se hagan oír sin tener que empezar una incómoda conversación con un desconocido. La apuesta de este proyecto, y que por ahora apoya la el distrito, es a que en Bogotá existen cientos de miles de voces incomunicadas con buenas cosas que decir, jóvenes mamados de que nos digan quienes somos. Enton-ces debemos empezar a decírnoslo entre nosotros mismos. Aquí les pone-mos la HOJA BLANCA y ustedes la llenan con lo que les dé la gana. Manden trabajos sin miedo a equi-vocarse, mándenlos así no sean per-fectos. Si son chéveres, los ayudamos con los detalles, y de pronto hasta le invitamos una cerveza.
Para los jóvenes que participaron en este número, el espacio público es oscuro, sucio, asqueroso y
solitario. Una Bogotá lluviosa y
caótica, muy distinta a la reno-vada e incluyente que se publicita tanto desde hace
años.
HOJA BLANCAEDITORIAL
espacio público
HOJA BLANCA se llena y se renueva con cada número. Hace sólo unos meses estas paginas estaban vacías, literalmente blancas, a la espera de algún joven entre los 18 y 29 años que tuviera algo que decir sobre el espacio público. Hoy les entregamos el resultado de ese experimento en este primer número de la revista. Adentro encontrarán voces disími-les, puntos de vista acerca del espacio público bogotano totalmente opues-tos. Tenemos artículos de chicas, que piensan como chicas y no les da pena ser cursis, tenemos la pluma del meta-lero, del cínico, del incomprendido, y hasta de un habitante de calle. En eso, al menos, hemos alcanzado la meta de mostrar la diversidad de la ciudad y de cómo la ven los ciudadanos jóve-nes. Porque más que un número de investigación, crónica, o aproxima-ción a la realidad del espacio público, lo que hay es un prontuario de cómo es visto, oído, pensado y dibujado ese espacio. La mayoría de textos de opi-nión enviados para esta edición son un reflejo de esta tendencia- y tal vez necesidad de hablar menos de la reali-dad y más de cómo esa realidad se nos aparece. Después de todo, el espacio público existe como una representa-ción que se construye con imágenes, literatura, y las charlas de tienda. Para los jóvenes que participaron en este número, el espacio público es oscuro, sucio, asqueroso y solitario. Una Bogotá lluviosa y caótica, muy distinta a la renovada e incluyente que se publicita tanto desde hace años. El espacio público, un allá afuera agreste y subdesarrollado, es un Otro ame-nazante, que representa todo lo que uno no es. Si uno es bueno, el Otro
es malo, si uno es Frodo, el otro es Sauron. Eso es lo que unos llaman maniqueísmo y que el jurista alemán Carl Schmitt llama descifrarse bajo el signo de la dialéctica “amigo-ene-migo”. Ese espacio público con rayo-nes en las puertas de los baños y morbosos en el bus parece ser nuestro enemigo, el lugar donde no estamos a salvo y del que esperamos escapar en nuestras casas. ¿Pero cómo? ¿No era el espacio público precisamente público, lo que es de todos, nuestro amigo? Bueno, pues parece que no. Este diagnóstico habla más sobre los autores que sobre la ciudad misma,
es
“Soy, digamos, como los extras que se mueven por ahí y sólo van
haciendo lo que deben, para de resto observar lo que va pasando.”
Juan Dávila
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os Un joven perturbado por
los personajes perturbados que acechan en la ciudad.
Aunque soy joven no me parecen normales las cosas que hoy ocurren en Bogotá. En los medios de trans-porte masivo en los que el hacina-miento promueve la ruptura de todos los límites corporales, acuden hom-bres y mujeres que buscan su satisfac-ción genital en un espacio que para la mayoría de las personas con salud mental no tendría nada de excitante a ese nivel. Masajean sus cuerpos, y en la mayoría de los casos sus geni-tales, contra el cuerpo de un hombre, mujer, niño o niña que se encuentre desprevenido, y así llegan a su anhe-lada satisfacción sexual, que no es otra cosa que un calmante a sus vacíos exis-tenciales y trastornos emocionales.
En Bogotá este tipo de compor-tamientos son cada día más comu-nes, existen personas que encuentran una extraña satisfacción defecando por fuera del inodoro. He tenido que ver ese espectáculo en más de un baño público de la ciudad, sin contar con que dicho evento por lo general está acompañado de un sinnúmero de
letreros hechos con cualquier mate-rial con el que se pueda escribir en las paredes y las puertas del baño, ofre-ciendo unos mensajes que perturban al más experimentado.
Cuando era estudiante de psicolo-gía me gustaba viajar en bicicleta y era horrible tener que evitar tropezar con bolardos que arrancaban no sé de qué parte de la ciudad y los colo-caban a los costados de los puentes. Eso me da mucho que pensar, ya que arrancar unos bolardos y cargarlos
para subirlos en la cima de un puente requiere un gran esfuerzo.
Eran bolardos y lonas llenas de escombros. El objetivo era obvio y consistía en que el conductor de bici-cleta o motocicleta se accidentara tropezando con el estorbo o esqui-vándolo y chocando con algún auto-móvil que transitará a gran velocidad; duré varios años viajando en bici-cleta y conté con suerte porque siem-pre logré esquivar la trampa.
Pienso en el enfermo o los enfer-mos mentales que ejecutaban esta tarea. Tal vez se quedaban en algún lugar a observar el anhelado espec-táculo que consistía en ver a alguien morir, o por lo menos accidentarse gravemente. Largas horas en la penumbra con binóculos y palomitas de maíz como quien asiste a la última obra de teatro con su pareja.
Eso me da mucho que pensar, ya que arrancar
unos bolardos y cargarlos para subirlos en
la cima de un puente requiere un gran esfuerzo.
Diana Cifuentes
OPINIÓN
Por: Iván Cardona
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Por: Bárbara Méndez
Cuando pensé en escribir un artí-culo o más bien una columna de opinión (me niego a buscar fuentes, confrontar datos o insertar notas al pie con bibliografías eruditas) sobre lo “público” llegué a la conclusión de que no lo iba a hacer sobre el transporte capitalino, los andenes, los bolardos, ni nada que tocara lo urbano. Ya sé que es un cliché que las mujeres sigamos hablando de amor, pero la verdad me motiva más escribir sobre esto que sobre otro problema que padezcamos en la ciudad de Bogotá. Igual, el amor es y seguirá siendo un asunto de interés “público”.
Cuando me pregunto por lo público del amor no hago referencia a cuál es el límite para hablar o no del tema, o si debe o no debe ven-tilarse la vida privada de una per-sona. Mi interés es saber hasta qué punto son públicos nuestros senti-mientos, así como lo es una banca de un parque, una buseta, un baño móvil o un teléfono de moneda (esos que antes eran amarillos y mucho antes verdes y rojos). Lo que quiero decir es que nuestro corazón puede ser tratado como un bien público.
Bien, traigamos a situación las típicas historias que se repiten y repiten, algunas adquiriendo mati-ces y otras quedándose en simples cuadros de costumbres. Así, al recor-dar las experiencias amorosas y lo público del amor, viene como en combo el tema del sexo y, por supuesto, el del cuerpo, la intimi-dad, los espacios privados, secretos y confesiones… la confianza.
De esta manera, nos vamos acercando poco a poco al meollo del asunto. Cuando digo traer a situa-ción las historias, pasarán por la mente toda clase de relaciones de pareja: los primeros novios de amor puro y entrega incondicional, los amores de verano, los one night stand, los amores de fiesta, el tinie-blo (desde el fugaz hasta el más esta-ble), el guardado, el intermitente, el amor eterno, el platónico, la traga maluca, en fin… Mi punto es que
a todos estos amores, les entregamos algo de nosotros, y nuestros sentimien-tos pasan del ámbito privado (imaginar el corazón con candado), a disposición del mejor postor. Y así, comienzan a desfilar personas como en una buseta, pasando la registradora, en la fila de un teléfono amarillo, o un baño de con-cierto, entrando y saliendo, rayando los asientos, mojando la taza, arrancando la bocina.
Entonces aquí nos preguntamos, ¿en qué momento los sentimientos pasan del terreno de lo privado a ser tratados como banca de parque? ¿Vale la pena que el corazón termine rayado como cojinería de bus, como pared de baño de colegio distrital? ¿Cuándo llegará el día, así como en el primer mundo, que los bienes públicos sean tratados como privados?
Sin embargo, todo indica que en todos los terrenos aún estamos en
vías de desarrollo; seguimos pertene-ciendo al tercer mundo. Al parecer, todavía falta un largo trecho en mate-ria de educación, porque ésta no sólo se refleja en los modales que hemos aprendido y que aplicamos en nuestro diario vivir en cuestiones como, por ejemplo, el trato de lo público (sea cual fuere su naturaleza: bien, dinero, espacio). También se refleja en cómo tratamos a los demás, en cómo nos involucramos a nivel sentimental, porque cuando una persona decide darle rienda suelta al corazón (en cual-quiera de sus formas: amor pasión, amor fraternal, sexo, compañía, amis-tad, etc.) está pasando al terreno de lo público lo que es suyo, lo que hace parte de su ser privado.
Y al igual que con las bancas de parque y las busetas, en Bogotá exis-ten los maleducados de corazón: esos que todavía no entienden que no está bien montarse por la puerta de atrás, meter al niño por debajo de la regis-tradora o quedarse con las vueltas de veinte mil.
BARBIEUn tema clichesudo (el amor) mezclado con
otro tema clichesudo (el espacio público), resul-tan en una “columna de opinión” muy original.
¿Vale la pena que nuestro corazón termine rayado como cojinería de bus?
Mi interés es saber hasta
qué punto son públicos
nuestros sentimiento,
así como lo es una banca
de un parque, un
baño móvil, o un
teléfono de moneda.
Gon
zo B
onzo
OPINIÓN
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Es curioso que lo que preten-demos enfrentar como una realidad occidentalizada y adoptarla en nues-tra forma de vida, es justamente lo que está volviendo impotente nuestra expresión cultural. Hace ya varios años que nuestras ciudades se mime-tizan debajo de propaganda dirigida a un público al que se le exige despren-derse de sus rasgos y sus costumbres para convertirse en animales en cau-tiverio dentro de centros comerciales y almacenes de renombre, temiendo a la extinción. Es cierto también que volteamos menos a ver las necesida-des reales de nuestras urbes, y pri-vilegiando las de aquellos que nos obligan a olvidarlas, damos un salto cuántico a la vulgaridad de la amar-gura y nos enajenamos con lo que deberíamos de ser y no lo que somos.
Este punto de partida es desde mi perspectiva una delgada línea entre lo necesario y lo ideal. Lo ideal es muy fácil de confundir, es también muy fácil de remplazar, es algo que no existe, que nos lleva a crear un montón de conjeturas, todas y cada una de ellas desechables y recicla-bles. Podría ser algo ideal lo que repare muchas heridas sociales, pero al mismo tiempo es igual o más volá-
til que el vapor del alcohol. No tene-mos idea de cómo materializar lo ideal y he aquí el gran problema: queremos solucionar nuestras nece-sidades socio-culturales con ideales. Pero el caletre del asunto no es que los ideales no funcionen, sino que debido a su inestabilidad el resultado es muy confuso, y el problema no está en este malabar de ideas sino que, a pesar de ser algo completa-mente inestable, los tomamos como una especie de teoría irrefutable, en lugar de proponerlos como una gran hipótesis maleable y llena de posibili-dades.
Y si quieren escuchar algo peor; aquellos ideales en los que volcamos nuestra completa y desenfrenada cre-dibilidad, son ideales preconcebidos para otras culturas, otros pueblos y al final otras necesidades. No hay que ir más lejos como para saber que entre la integración de un acuerdo económico equitativo entre naciones
desarrolladas y nosotros, los maldi-tos engendros del sub-desarrollo, los que siempre salen con la cola entre las patas somos nosotros.
Entre dos ciudades tan seme-jantes como el D.F. y Bogotá todavía se logra percibir esa tenue luz de variabilidad cultural; todavía logra-mos instalar un puesto de tacos en la banqueta (andén) que obliga al transeúnte a frenar, esquivar y en el caso más extremo brincarlo, para que se den cuenta de que está ahí, luchando contra la falsa perfección de una ciudad que tiene de todo menos personalidad propia. Entre los grandes edificios corporativos de la séptima y sus “hermosos” pavimenta-dos, se desplaza, zigzagueando y con ademanes de indiferencia, el buse-tero (con carga y toda la cosa) para que lo veamos y recordemos bajar la mirada. Es ahí donde existe ese empuje que nos hace ser unos emba-jadores de lo nuestro en otro lugar.
Dejemos que nuestras necesida-des sean las protagonistas y que dentro de ellas se generen las solu-ciones. No dependamos tan ciega-mente de los ideales, pero si hay que hacerlo, dependamos de los nuestros y no de los que los “otros” creen o quieren que dependamos. Tenemos problemas diferentes pero les damos la misma solución, la gente que existe en las ciudades es muy diferente y les vendemos lo mismo. Abramos los ojos y dejemos de creer que todo es culpa del calentamiento global, dejemos de crear tratados de libre comercio que lo único que proporcio-nan son más instrumentos de tortura a nuestros inquisidores, dejemos de creer que “el banco local del mundo” va a resolver nuestros problemas.
Si defender nuestra cultura y nuestro legado es convertirse en terroristas del espacio público, gusto-samente eso seremos.
Una mirada des-idealizada sobre las ciudades en vía de desarrollo, escrita por un mexicano de paso por Bogotá.
Bogotá,
No dependamos de idea-les, pero si hay que
hacerlo, dependamos de los nuestros.
Entre dos ciudades tan semejantes como el D.F. y Bogotá todavía se logra percibir esa tenue luz de
variabilidad cultural.
Distrito FederalPor: Rodrigo Pacheco Ruiz
OPINIÓN
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9A mí háblenme de lo que sí tengo y no de lo que me roban, de lo que se
me niega: un bus ¿espacio público? Qué va, pura mierda, hasta las asquerosas varillas me son negadas cada mañana y no es sino que frene duro para irme de jeta contra el mugroso piso. ¿Un rumbiadero espacio público? ¿Qué? Nada es más mío que verme limpiando el piso de Soko, Natural, o ese otro, donde mataron a la muchachita esta. Yo con mi vómito dejé una marca así, como los perros, y ahora nadie me quita esta esquina donde ni el más borracho se quiere hacer.
¿Espacio público? Más bien pura necesidad de reunir a los pobres pa’ disfrutar de a’poquitos por falta de algo propio. Graffiti ¿espacio público? ¿Qué paso con esos mensajes que alguna vez motivaron o aunque sea dieron ganas de reír? Hoy todo lo público desaparece, se niega o evoluciona de una forma estética y vacía. Puros colores estridentes con magníficos diseños, unos sobre otros, pero ya, puro maquillaje para la fría realidad. Sé que ahí están pero sin ellos puedo seguir viviendo igual.
Que falta de respeto. Publicidad que ni se alcanza a ver, montones de cartelitos unos sobre otros cada 5 metros, papelitos que sólo ayudan a soste-ner estas viejas paredes: que el choque urbano, que Penélope, que políticos y su mierda barata, que cita a ciegas, que Bogotá Capital Mundial del Libro, que Fuerza Bruta, que Nokia Trends, que el Poli, Rosario candela, la danza contemporánea, el Festival de Teatro… Puro consumismo y privatización. Vaya a ver cuánto no le saca la tía Fanny por una boleta medio decente. Sí, porque eso de irse al Coliseo y quedar en la porra no aguanta.
En estos tiempos donde lo público no existe pero aún así es de todos, donde todos somos tan yuppies que de Juan Valdez no nos bajamos y ojalá con unos buenos protagonistas de novela al lado para sentirnos de esa ralea, parece que la única opción fuera encerrarse.
Por eso es más espacio público un centro comercial, que aunque empresa privada por lo menos desde los neo hasta los vendedores careverga de Diesel se juntan y se creen del putas. Estos personajes desfilan convencidos del cuento de que algo les pertenece. En cambio nosotros, cuando nos encontra-mos afuera no podemos apropiarnos del espacio, deambulamos por ahí con miedo, sin pertenecer a ningún lado.
El espacio público es todo lo contrario, no es público, ni siquiera existe, es una mentira, espacio público es una distracción para mantenernos sumisos y acuclillados. Esas vainas que por pura necesidad nos toca compartir, que ya ni pretendo robarme porque unos más vivos se las quitaron al Estado.
Tal vez lo único público sea la crítica. Este sentimiento de puto inconfor-mismo que todos compartimos; del jodido hasta el más acomodado ¿Y por qué?, pues por pura convicción, porque en estos tiempos ya nada se comparte tanto, ya nada nos pertenece a todos.
A HOJA BLANCA llegó este artículo que se caga en todas las sugerencias acerca de lo que podría
ser el espacio público publicadas en nuestro
blog.
¡Quéespacio público ni qué mierda!
¿Espacio público? Más bien pura necesidad de reunir a los pobres pa’ disfrutar de a’poquitos por falta de algo propio.
Por: Daniela Hernández
Tatiana Sepulveda
OPINIÓN
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Sobre la silla azul de transmilenio se posa una reflexión acerca la ciudad
para las personas discapacitadas. Guillermo López, ciego total, tuvo
que esperar horas gritando y batiendo su bastón antes de ser auxiliado luego de haber caído en el sucio, húmedo y profundo hueco de una alcantarilla destapada. Laura Gómez, entre uno de sus incontables traspiés debido a su ceguera parcial, confundió la textura lineal de unas baldosas en la “Zona T”, que en Medellín se usan para guiar a las personas ciegas, siguiéndolas con-fiada hasta golpearse de frente contra un poste.
¿Qué significa, o qué es espacio público para una persona con discapa-cidad? Esta pregunta es crucial para el debate que se lleva en Bogotá, pero está relegada detrás de temas como el comercio informal, la recreación y el transporte particular.
Las personas con discapacidad son aquellas que presentan una defi-ciencia física, mental o sensorial, por condiciones congénitas, enfermeda-des, accidentes, y en general por la edad- o sea que casi todo el mundo va a ser un discapacitado. Hay muchos casos, como los de las personas sor-dociegas, que presentan dos o más insuficiencias a la vez. El grado de discapacidad, desde una perspectiva social más que médica, puede verse como la cantidad de obstáculos (barre-ras físicas y actitudes) a los que se enfrenta un individuo y que impiden su participación plena en la sociedad en la que vive . En este sentido, la dis-cusión acerca del espacio público se centra en la igualdad para acceder a un espacio común.
Una de cada diez personas en el mundo es discapacitada, y el 80% viven en países en vía de desarrollo. Estas minorías se hacen invisibles en la “lucha” por el espacio público, donde siempre priman los intereses económicos, las valoraciones estéticas y funcionales. Es entonces pertinente pensar en un espacio que les permita sobrepasar esas actitudes y barreras físicas que los afectan.
La variedad de discapacidades plantean un reto de sensibilización y reconocimiento del otro. Pero muchas
Lo que hace a un espacio público es la igualdad en derechos sin excepción de las
más extremas desigualdades físicas o mentales.
veces al momento de compartir un mismo espacio algunos viven una siste-mática discriminación y desventaja en el ejercicio de sus derechos. Más que la norma de una silla azul en el Transmilenio, es necesaria la contraparte de un público consciente del por qué existe esa silla y por qué debe respetarse. Consciente de que lo que hace a un espacio público es la igualdad en derechos sin excepción de las más extremas desigualdades físicas o mentales. Porque una cultura ciudadana hacia los discapacitados es la muestra de que la vida de los seres humanos cuenta por igual, y de que esta consigna no tiene una letra menuda que empodera a los más y discrimina a los menos.
El espacio público lo construimos todos, desde su apropiación, uso y percepción, donde interactúan permanentemente las acciones institucionales sobre el espacio y el público que lo vive. El debate debe alimentarse de reco-nocer al otro, donde la participación directa de las personas con discapacidad influya en las decisiones, considerando sus debilidades y potencialidades, en la construcción de un espacio de todos para todo.
Por: Mauricio Fuentes
Donde losciegosson vistos los sordos oídos y
Wilson Borja
OPINIÓN
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No es que esté elogiando tener que montar en bus, pero al no tener carrito, toca verle las ventajas y resignarse a usarlo. El bus, colectivo, el “cheto”, el ejecutivo, replica de lo kitsh, o como le quieran llamar al servicio de transporte público, es uno de los inventos más perfectos para los pobres. Es barato porque uno paga el pasaje y no tiene que preocuparse por el combustible, por el parqueadero o por las multas. Además lo lleva a uno a donde necesita (aunque a veces toca caminar unas cuantas cuadras de más). Uno se encuentra con gente de toda clase y aprende distinguir la identidad cultural de la ciudad.
Cuando volví a vivir en Bogotá, me acuerdo que recién estaban inaugurando transmilenio. Obviamente yo también quería montarme en el nuevo sistema de transporte de la ciudad que tenía pinta de europeo y del que todo el mundo hablaba. Lo hice un lunes, eran como las cuatro de la tarde, cogí un alimentador que me recogía en la Av. Suba con 142 y me llevaba hasta una estación de la 80. Primero fue un caos total entender el maldito mapa que tenía más letras y números que las ecuaciones que ponía el viejito Ernesto (el profe de ‘Trigo’ de 11) en el tablero, y después no sé qué fue más largo, si el recorrido en el alimentador desde la Suba hasta la 80 o el mismo bus articulado desde la 80 hasta la Caracas con 53.
Ese bus iba muy lleno, me hice cerca de la puerta y cada vez que abría y cerraba casi me ahogaba presionada contra la demás gente. Mejor dicho, la primera vez en transmilleno fue traumática, por ello preferí en ese instante jamás volver a utilizarlo e intentar con el trasporte convencional.
Fue duro acostumbrarme a la movida de coger bus. Al principio una, toda provinciana, no sabe defenderse bien. Sin saber que al bus hay que hacerle la señal de pare con la mano desde que viene una cuadra antes, el bus paraba una cuadra después o simplemente se iba sin mí. Otras veces se me pasaba porque otros buses paraban a recoger los pasajeros que estaban a mi lado o simplemente iban tan llenos que no se les daba la gana de recoger uno más.
Ahora, qué decir cuando uno se sube al bus; va lleno; a uno le toca de pie a merced de lo que pueda pasar cuando el busetero frena hasta donde le permita el pedal; cuando los tipos morbosos les gusta hacerse detrás de uno; cuando alguien va sostenido de la barra del techo del bus y de su axila sale un olor horripilante; o cuando alguien con una historia reforzada se sube a venderle desde un dulce hasta un cepillo de dientes.
El otro día fui víctima de la pisada de un tacón puntiagudo de una señora que salió de afán a bajarse . Una conversación por celular del compañero de puesto casi me causa un daño en el oído, o mejor dicho en las neuronas, uno, por que hablaba fuertísimo y, dos, por que lo hacía con un lenguaje que yo creo que hizo retorcer a Cervantes y a Neruda en sus tumbas.
Es traumático, en serio, aunque a veces a uno se le olvida lo que se siente, pues la costumbre causa ese efecto. Lo recuerda sólo cuando ve por la ventana y al lado del bus va el que tiene carro, que va bien cómodo, con su Ipod, escuchando la música que le gusta y no las rancheras que pone el señor del bus. Cuando es época de invierno, el tiempo y la plata invertidos en la peluquería quedaron perdidos mientras esperaba a que pasara la bendita buseta, todo por que se agarró a llover y no tenía paraguas.
No sé si a los que nos tocó esta pobre vida hayamos hecho mal en la antigua existencia; sólo pido que los santos nos escuchen, que las próximas administraciones distritales hagan al menos un esfuercito por hacernos a los bogotanos la vida más fácil, que así como se inventan cuentos para conseguir votos, se inventen algo para mejorar el transporte. Además de la contaminación y todas esas cosas, lo más trágico son las por lo menos tres horas de tiempo que cada ciudadano gasta subido en un bus. Si los de corbata se subieran al transporte público, de seguro, trabajarían por cambiar todo esto.
El tiempo y la plata invertidos en la peluquería quedaron perdidos mien-tras esperaba a que pasara la bendita buseta, todo por que se agarró a llover y no tenía paraguas.
Por: Eliana Valderrama
Eso que los de corbata llaman transporte
público.Señorita,sofisticada pasajera,
provinciana, da quejas y elogios del transporte público.
Julie
ta F
eroz
Wilson Borja
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Oscar Patarroyo
GRÁFICA
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movimiento, de evolución. En este sen-tido, el ciudadano corriente merece el caos y la precariedad en la que vive y de la cual tanto se queja. Adicionalmente, existe algo que agrava la situación anterior, que es la desinformación y los bajos niveles de análisis del ciudadano corriente. Es obvio que los medios de comunica-ción tienen una gran responsabilidad en los paupérrimos niveles de infor-mación de los ciudadanos. Pero más allá de esto, existe también una serie de formas de acceder a la información que representarían una mejor aproxi-mación del ciudadano hacia el espacio público. Pero el ciudadano es perezoso y así como prefiere continuar en su ostracismo y movimiento lineal, tam-bién le resulta incómodo visitar biblio-tecas, leer medios de comunicación escritos de calidad aceptable, navegar en los sitios web de las organizaciones no gubernamentales y de las propias instituciones del distrito, con el propó-sito de conocer cuál es el significado del espacio público en su ciudad y cuál es la dinámica en su barrio o locali-dad.
A la pereza del ciudadano corriente de acceder a información de buena calidad se le suman el análisis escaso y pobre que hace con respecto a su entorno y por supuesto al espacio público. ¿Cómo reclama entonces un ciudadano mejores políticas de espa-cio público si la mayoría de las veces no tienen ni la menor idea de lo que eso implica para su calidad de vida? ¿Acaso la mera intuición ignorante y perezosa le atribuye a la voz del ciuda-dano corriente la suficiencia para des-potricar contra sus dirigentes cuando ellos mismos no dan el paso necesario para echar a andar la máquina de sus vidas?
El ciudadano preere el popular dicho “mejor es malo
conocido que bueno por conocer”. En este sentido,
merece el caos y la precarie-dad en la que vive y de la cual
tanto se queja.
Por: Julián Wilches
El espacio público está hecho para democratizar la ciudad, para generar lugares en los cuales los ciudadanos puedan ejercer sus actividades de esparcimiento, de reunión y de des-plazamiento. El aprovechamiento del espacio público, sin embargo, cuenta con una serie de limitaciones, que más allá de las restricciones presupuesta-les o la difícil coordinación interadmi-nistrativa entre los involucrados en la gestión, se refieren más al comporta-miento de los ciudadanos que a la for-mulación y puesta en marcha de las políticas públicas. Son estas limitaciones, a mi modo de ver, las que llenan el espacio público de manchas negras y agujeros sin salida. Para ampliar este asunto, haré referencia a cuatro circunstancias que llaman mi atención: la constante resis-tencia ciudadana hacia los cambios; la desinformación y los bajos niveles de análisis; la costumbre de que todas las cosas están hechas para algo, que cuenten con un propósito impuesto; y, el fenómeno de “todo es culpa del gobierno”. La constante resistencia al cambio es una cuestión bien soportada por la ley de la inercia, la cual expone con claridad que en la ausencia de fuerzas exteriores todo cuerpo continúa en su estado de reposo o movimiento recti-líneo y uniforme. Esto, sin embargo, supone la ausencia de fuerzas exter-nas, lo cual, evidentemente, no ocurre en la interacción social relacionada con el espacio público. Sin embargo, dichas influencias externas parecen chocar con una gran pared de como-didad que erigen los ciudadanos para continuar en su estado de reposo. El ciudadano corriente prefiere el popu-lar dicho “mejor es malo conocido que bueno por conocer” pues acceder a algo nuevo requiere un mínimo esfuerzo mental de comprensión, de
Esta misma pereza y falta de curiosi-dad permite llegar al tercer aspecto que consiste en la costumbre de que todas las cosas están echas para algo, que cuentan con un propósito impuesto. Si bien el ciudadano corriente tiene serios problemas para seguir las más sen-cillas instrucciones, al mismo tiempo está perfectamente entrenado para que en su comodidad siempre se le esté diciendo qué hacer, cómo y cuándo hacerlo. Esta situación, sin duda, limita las posibilidades de los espacios. Ya casi no hay espacios en los cuales pueda pasar cualquier cosa, espacios para la creatividad, para la novedad, para lo desconocido e inesperado. Esto hace aburrido nuestro espacio público, lo llena de utilidades en cada esquina, lo siembra de certezas y de seguridades. Finalmente se encuentra el hecho de que existe una tendencia generalizada a culpar a los demás de nuestras pro-pias desgracias y esta circunstancia, en lo relacionado con el espacio público, se traduce en una queja permanente y lánguida en contra del Estado, las insti-tuciones y los “rateros que nos gobier-nan”. En lo personal, debo decir que cada una de esas quejas me produce cierta nausea lastimosa hacia quien la profiere. Me genera un grado mediano de asco la posición de “la culpa es del gobierno”, cuando al mismo tiempo esa misma persona no mueve un dedo para mejorar la situación que está cri-ticando. Dicho asco nace de la convic-ción de que esa persona actúa de igual forma en todos los aspectos de su vida y de que son esos personajes quienes desangran las buenas acciones de las personas activas en la solución de los problemas. Por supuesto que la forma en la cual los ciudadanos viven y se apropian del espacio público varía dependiendo de muchos factores y que a esto debe agre-garse también la política del distrito frente al asunto, pero estoy convencido de que la calidad del espacio público bogotano y de las cosas que pasan en él sería mucho mayor, con abundancia de posibilidades y creatividad, si los ciudadanos abordáramos el tema con mayor sentimiento de pertenencia, con liderazgo y apropiación.
La propuesta es a hacer un giro copernicano para superar las limitaciones del espacio público. A mirar menos al
espacio y más al público.
Osc
ar P
atar
royo
OPINIÓN
Espaciosin público
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Una anécdota real sobre espacios abiertos a punta de codazos y sonidos guturales en la
Universidad Nacional.
“¿Dónde está la música? ¿Dónde está el metal?”,
preguntaba todo el mundo en la facultad.
Primero que todo quiero aprovechar la oportunidad para saludar a todos los jóvenes, especialmente a los parceros estudiantes, porque nosotros somos los agentes del cambio y es ahora que tenemos el chance de hacerlo, porque tam-bién podemos no hacer nada. Pero no quiero alargarme en discursos cansones que no inviten sino a dormir. Lo que quiero es compartir con ustedes una anéc-dota. Hace más o menos seis meses, la facultad de humanidades de la Nacho con-vocó a algunas bandas de metal de los estudiantes para hacer un concierto como cierre de la semana universitaria. Los representantes de las bandas llegaron feli-ces a las primeras reuniones, y salieron brincando en una pata cuando les dije-ron que la facultad ponía todo. No se las creían. Sin embargo, un par de semanas antes del toque las caras de los músicos daban señales de decepción y abatimiento. Eso llamó mi atención y sentí la necesidad de averiguar por qué las caras largas. Después de algunos putazos, el roquero fue resolviendo mis dudas con suficiencia para escribir al respecto. El mechudo me explicó que la facultad se había echado para atrás y que si querían tocar les tocaba poner todo a los integrantes de las bandas, o sea sonido, batería, trans-portes, etc., lo que se traduce en plata. Luego me dijo que no había plata. “Pero lo vamos a hacer porque tenemos que ganarnos ese espacio, porque la Nacho es de todos”. No fue sino que llegara la semana universitaria y las sonrisas maquiavélicas se empezaron a dibujar en las caras de los rockeros. Invitaban a todo el mundo al concierto de metal el viernes para cerrar la semana universitaria. El toque se anunciaba para las dos de la tarde, pero los metaleros empezaron a llegar desde mediodía. “¿Dónde está la música? ¿Dónde está el metal?”, preguntaba todo el mundo en la facultad. Entre tanto, los mechudos organizado-res del concierto estaban con las directi-vas de la facultad, pidiendo autorización para armar todo y empezar el concierto. Sólo faltaba ‘sí’ de la facultad, pero dije-ron ‘no’, alegando que en un concierto de metal es muy probable que se presenten incidentes. Sus razones no eran infundadas, pues hace como un año se había organizado un concierto parecido en el que un estudiante resultó apuñalado. “¡Vámonos pa’ artes!”, resolvieron los músicos, y arrancaron. Más o menos un centenar de mechudos, y mechudas, vestidos de negro empezaron una peregri-nación. Y una vez en artes, hasta los celachos ayudaron a sacar un cable para la corriente. La multitud casi llenaba la plazoleta de artes. Los enamorados del ‘pogo’ se dieron duro y se fueron felices por la buena música y el baile. Los músicos tuvie-ron que sacar la plata de su bolsillo para responder por todo, pero no se cambia-ban por nadie. El balance al final fue muy bueno: cero apuñalados, cero peleas y mucha gente feliz pidiendo que no apagaran la música todavía. Se le probó a la facultad que se puede hacer un toque de música pesada en un ambiente calmado y festivo. Ese 21 de septiembre dimos un paso para conquistar el espacio del que somos dueños, aunque no nos lo presten: la Nacho. Los dejo, pero no sin antes invitarlos a conquistar los espacios que pertenecen a la juventud.
Carolina Linares
OPINIÓN
Por: The Headbanger
ejemplares etalerosM
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16
Amanece en la cuidad de asfalto, se ven los primeros vestigios de sol a través las torres de Fenicia, de la veintidós con tercera. El caminante del centro es obli-gado a transitar por el borde de la calle a raíz de la superpoblación: vendedores ambulantes, mendigos, ladrones, desplazados, gente que camina lento y uno que otro obstáculo más. Pasa la mañana desapercibida, pero pronto llega la hora del almuerzo, con su payaso correspondiente. Parlante. Nariz roja. Sonrisa dibujada. -A dos mil quinientos el almuerzo, ¡mire, venga y siga, venga y entre! Oscila. Vacila. Grita. Se burla. Algunos entran, otros se dispersan y le ignoran. La carne es enorme. El arroz simple. La carne no es res sino faisán. La ensalada es un menjurje. Ruido. Nariz roja. Parlante. Todo culmina, las horas han pasado, y el tiempo de almuerzo ha terminado. Los clientes fueron bastantes, las ventas fueron bajas, los descuentos muchos. Sonrisa desdibujada. Las horas pasan en el reloj de la Jiménez con séptima, ya son las seis de la tarde. A esa hora la ciudad empieza a retomar su ambiente original. Tristeza, palpitación, lágrimas. El olor inconfundible a sexo y soledad. Las puticas infinitamente solas se posan en las esquinas del centro, bajo la enferma luz de los postes de la empresa de energía. Algunos son caminantes llevados por el putas, con las miradas distantes, ojos rojos. Los policías y su búsqueda incansable de culpables, marigüaneros y alcohólicos. Drogas. Sexo. Lluvia. El desconcierto y la lluvia. Todo se enreda en un sin fin de entes andantes que mezclan sus pensamientos con el agua y las miradas frívolas que se disuelven. Mientras que otros, sin notar diferencia en el clima, andan afanosos por la acera, esquivan todo lo que por el frente se les pase, están deseosos de llegar a casa, pero la hora pico se los impide. La lluvia cae y sus gotas perforan el cere-bro, mojan a quemarropa. Las sombrillas se estrellan entre sí, como un juego de autos chocones en el aire. Otros caminantes, menos comunes, están tranquilos, no se dejan contagiar por esa desesperación de llegar a casa. Se toman su tiempo, sólo quieren caminar, caminar, vivir, aspirar y transpirar toda la Big City. Sentir el sístole y diástole de la lluvia, la ciudad y sus invencibles habitantes de agua. El andar de los tran-quilos, sin preocupación, se dejan llevar por la masa y luego como en un juego de azar, penetran en un cálido lugar, un cafetín, dónde no se espera más que una amable sonrisa y la protección de las pesadas gotas que caen. El caminante del centro se sienta, pide un chocolate, con queso, con pan, con mantequilla. Medita. Piensa. Llora. El chocolate y la sagrada tradición cachaca. Pan y queso. Llora y piensa. Se aleja de la enorme urbe, que por un momento intentó inva-dirlo y ahogarlo. Mantequilla, chocolate, pan y queso. Todo termina y hay que pagar, no hay reloj a la vista, no se sabe qué horas son. El tic-tac de la mante-quilla. Chocolate, pan y queso. La ciudad, está oscura y el ambiente empieza a tornarse pesado. La ciudad, ya está invadida por otros entes; por otros cami-nantes. La ciudad, está poseída por los personajes de la noche. Luego del chocolate caliente, el caminante procede a seguir su vida como cami-nante del centro; sale de nuevo a la calle. Una putita se le acerca y le ofrece sexo, él no quiere, un gamín se le acerca y le pide dinero, él no le da. El caminante del centro se ha convertido de nuevo en un ente más. Camina y piensa, piensa y camina, no sabe a dónde ir. Caen lágrimas, cae lluvia, Bogotá no es Bogotá sin la tilde, decía Madiedo, Bogotá no es Bogotá sin el frío. Caen las hojas de los pocos árboles que quedan, queriendo ser una absurda imitación de otoño europeo. Caen lluvias, caen lágrimas, Bogota no es Bogotá sin la tilde en la a. Caen los árboles y las pocas hojas que quedan, cae la noche… El caminante del centro hace su metamorfosis cuando culmina su agotado día. Abre la puerta y llega a su cálido hogar.
Sentarse en un rincón. Un cómodo asiento de bus, preferiblemente un ejecutivo y que la silla de enfrente lo cubra totalmente mientras la propia lo acoge en una inesperable calma y lo arrulla. El aguacero parece alegrarlo y el trancón sólo da campo al sueño. Casi todo va en silencio excepto por la radio, que no se entiende, pero sigue alerta todo el camino desintonizando y sintonizando, como los pensamien-tos que van de ayer a hoy a mañana, si se puede, y ya usted no recuerda donde empezó todo. Se forma un nudo en la garganta que lo inquieta a uno. Un pitido de taxista lo despierta y aquí es donde se acaba. Se baja y se des-pierta. Lo despierta el destino y sin saber que es lo que pasa…Ahora no hay tiempo de pensar.Ahora toca caminar.
Por: Julieta Feroz
Narración de un día de calle, de lluvia, de Bogotá con la tilde en la a. De la mañana a la noche nace, crece y cambia un ente en la
ciudad.
por el centro.Mutación
TabogoPor: Juan Dávila Roda
Turisteando Wilson Borja
FICCIÓN
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HOJA BLANCA - octubre 2007 #1
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18P
or: Josefina Marzo
Entro sola al baño. M
e miro al espejo. M
e siento gorda. No sé por qué m
e puse estos pantalones blancos que m
e hacen ver una talla más... tal vez es que soy una talla m
ás. Pero no, si estos pantalones son talla seis.
Sólo deberían hacer pantalones blancos talla seis o menos. Si uno no cabe en unos pantalones talla seis es
obvio que el blanco le va a quedar mal. Sin em
bargo yo me siento gorda. -N
o estoy gorda- pienso. Se me
sale un bostezo. Estoy cansada. N
o gorda, cansada. Pregunto la hora, son apenas las 2. ¿Y
vamos a rum
biar hasta las 5? A
las 5 cierran este chuzo. Faltan tres horas y ya tengo sueño. Dije que iba a rum
biar hasta el final. N
o puedo. Pero m
añana me voy a arrepentir cuando sean las 8 de la m
añana y yo esté despierta, irrem
ediablemente despierta y todos durm
iendo el guayabo y yo queriendo hacer cosas y todos durmiendo
el guayabo. Y m
e voy a poner a hacer cosas, y cuando salgamos a rum
biar por la noche voy a estar cansada. P
or no dormir toda la m
añana como ellos, por no tener guayabo.
¿Que tanto hacen las hem
britas en el baño? Mirá, pedite otra botella, m
ientras esta vieja sale. Hay que
darle traguito. ¿La viste como esta de rica? Se le ve el culito com
o un dulce entre ese pantalón. Hay que
darle dos traguitos más y hablarle al oído a ver si m
e hace caso. Que bonita que te ves, com
o sos de linda. E
l aguardiente es la mierda, cuando tenga plata voy a pedir sólo w
hiskey. Pero a esta hem
brita como que
le gusta y una hembrita que se em
puja un guaro sin hacer muecas se em
puja muchas m
as cosas sin hacer m
uecas. Sonreile. Volvió a salir.
Salgo. Tal vez debería em
borracharme. Le pido un trago a E
steban y me llena la copita. E
l guaro me
quema la garganta y m
e revuelca el estomago com
o si tuviera un animal adentro que protestara. T
engo un anim
al en el estomago. N
o. Que horrible. E
so básicamente es estar em
barazada. Las embarazadas no
pueden usar pantalones blancos. Yo no estoy em
barazada. Estoy gorda. N
o. Tam
poco estoy gorda. Estoy
demasiado flaca. Y
a no tengo culo. E
s una flaquita deliciosa como las que a m
í me gustan. D
elicadita elegantita tan linda, de esas niñas que uno se rum
bea por la noche y a medio día se la presenta a la m
amá. C
laro mam
acita bailemos ésta, vam
os a darte una vueltecita para verte toda. U
na vuelta, dos vueltas, perfecto. Com
o baila de bien. Com
o bailamos de bien. N
o, no estoy cansada, no m
e quiero ir, ¿Por qué piensas eso? E
stoy feliz aquí contigo. ¿Esteban? P
ero si él está más borracho, que
descase un ratito en la barra para que se le baje, ¿no? Sí ¡Vam
os a rumbiar! M
añana por la mañana hay
que hacer vueltas pero no me im
porta. Levantarme tem
prano. Hacerm
e la cera, comprar los zapatos, ir al
almuerzo con M
arcela. Si desayuno cereal con yogurt no me da tanto guayabo.
¿Otro? N
o. Otro no. B
ueno, sí. El anim
al protesta. Ojala pudiera em
borracharme sin tener que tom
ar. Sin que m
e diera sueño. Ojala pudiera tener guayabo sin tener que em
borracharme. A
sí dormiría hasta tarde y
mañana por la noche no tendría sueño, y ese últim
o guaro ya me em
pezó a dormir. A
ver, voy a buscar un punto fijo por allá para m
irar y que no me dé m
areo. E
ntro sola al baño. No hay suficientes m
ujeres hoy y me toca bailar con todos. ¿m
e toca? ¡me encanta! N
o tengo que quedarm
e sentada nunca. No tengo que hacer cum
plidos de más para que m
e saquen a bailar. N
o tengo que batir las pestañas y decir ¡es que me encanta bailar contigo! T
engo que salir, hay mucha fila
así que mejor m
e aguanto, y ya debieron volver todos a la mesa con otra botella.
Ya salió pero no m
e mira. ¿Será porque quiere bailar con P
acho? Pacho baila m
ejor, a mí m
e gusta más el
merengue porque hago las vueltas por dentro m
ás fácil, aunque ayer una casi se me cae. N
o como así que
más plata si ya puse un m
ontón. Pero la estam
os invitando entre todos, no jodás, como así que ha bailado
más conm
igo si ahorita nada más estaba bailando con vos. B
uenísima. E
sta canción es lo máxim
o. Yo m
e paro cerca a la salida y m
iro la cortinilla de entrada que está hecha de pepas transparentes rojas y amarillas,
y Nati bailando se refleja por entre el plástico. M
e la rajaron en esta canción pero la próxima no. Sí m
i amor,
yo te cuido tu carterita. ¿Traje condones? ¿T
endrá condones en la carterita? ¿La abro o no la abro? Para
qué si en esta bolsita sólo le debe caber un celular. P
ues si no me va a llam
ar que no me llam
e. Por eso le deje la cartera a E
steban y así no me preocupo.
Esteban tan lindo que es siem
pre, tan decente. Estos son los que m
e dice mi m
amá que m
e tienen que gustar, no sé por qué no aprendo. N
o, no otra vuelta, más no que se m
ueve el piso. No, tú no m
e mueves el
piso. El piso. Se m
ueve el piso. Entro sola al baño.
FICCIÓN
Andrés M
éndez
En
trobañosola
al
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19(Sinfonía en un bolsillo)Un voyeurista escupe desde la altura sobre las hormigas
que pululan en la ciudad. Ve pasar la tarde y sueña para tapar el pensamiento.
Lo que ocurre se debe a la altura. Una altura terrorífica para lanzarse y tratar
de morir con decoro. Sería una muerte estúpida y bien vulgar, ya sabes, la arbitraria e insensata ley de gravedad
chupando el saco de órganos, el rozamiento morboso del viento mientras dura la caída y luego ver la cara fea de la acera. Nah. Cier-tamente vulgar. Digamos, unos treinta metros. Los suficientes para escupir a la gente que pasa en el centro de sus coronillas. Los sufi-cientes para decirles hideputas según Shakespeare. Shakespeare era un hideputa colosal. Todas las personas que veo dirigirse a sus empleos, luego a almor-zar cuando ya es mediodía, volver de nuevo al trabajo estirando
los pasos, con el rostro sosegado y ademanes seguros de sí mismos cuando finaliza la jornada a las seis, son hormigas, hormigas tropezán-
dose con afán, almuerzo para hormigas al mediodía y el sol cortando la sal del aire, rostros sosegados de hormigas, ademanes de hormigas, cor-
batas con formas numerosas, pisadas en seco sobre el cemento, maletines de cuero, bolsas de cuero y piel, tacón largo, medias veladas, agendas bajo el
brazo, ejecutivos de metal, ejecutivas de satén, comentarios insulsos, labiales y rimel y polvos para la cara, ríos de hormigas, marejadas que van y vienen. ¿Cuántas
hormigas serán necesarias para ensanchar las paredes de la ciudad hasta más allá? Copulan y ríen bajo el cemento y el acero.
Después de la siesta, me hastío de verle la cara a la Mona Lisa y salgo a la ventana. Nada mejor que escupirle a un tipo en el centro de su coronilla, donde se arremolinan los cabellos de su cabeza, tiene que ser lo bastante pesado y acelerado para romperle el cuero cabelludo. Posiblemente existirá un orificio donde muy seguramente germinará un gladiolo, desde bien dentro de su sustancia gris, y así irá al Country Club a balancear un palo de golf. El gladiolo crecerá, se verá magnífico en los días soleados, atraerá moscas más que de costumbre y finalmente se marchitará como cualquier flor en un cerebro masticable. El tipo invariablemente morirá. Así pasan las ruinas de todas mis tardes desde la altura de este edificio y de esta ciudad. Dos kilómetros y medio más cerca del cáncer, de las puntillas incandescentes que los hombres llaman estrellas, del ozono que tiene los bronquios estrechos, de los nimboestratos y más cerca de la ilusión óptica o del cielo. Cierto día, por ejemplo, vi a una mujer de varias toneladas probarse vestidos color carmesí en la boutique del frente. Otro, un anciano con cuerpecillo de coleóptero alimentaba su perra egocéntrica con caviar. Esa misma noche más perros callejeros lamían al indigente tirado ahí abajo, bien sucio, posiblemente con una pierna astillada y un odio puñetero por este mundillo de mierda, frío, encorbatado, busetas de mil cien pesos, que mierda tan grande esta jodida mierda, dirá dentro de su cabeza desgreñada y jarta de piojos. Entonces le escupo un escupitajo cariñoso, fraternal, que dice que estamos en las mismas y que le escupo para redimirlo un poco, porque él conoce el núcleo tangible de la mierda, yo sólo la he escuchado a oídas, la he olido con narices ajenas y con eso me basta para decir que es tan grande como la que contienen las carreras que interceptan las calles. Y allí, en cada esquina nace un hongo, después serán muchos, miles, centípedos, millardos, el viento se encargará de regar sus esporas por todo el ambiente y todas las esquinas se inundarán con el gas mostaza que pedearon los hongos atómicos. Entonces será gas hilarante luego del chocolate a las 4 pm y todos entrarán en una risa paroxística e inimaginable que les hará convulsionar como adictos a la epilepsia, entrechocarán rótulas, pteriums y occipitales y se darán cuenta ahogados en la risa idiota que todo es supremamente vacío, ridículamente fútil, tan ligero que fue una güevonada fundar la capital de un país en las faldas de un páramo donde sólo iban a morirse por pura senilidad los cóndores. Frente al indigente contemplo un Diógenes postmoderno. Le tiendo la mano con un pan y sonrío. Toco su palma renegra y dura, y pulsando la fisionomía de una multitud de callos creo pensar que es una porquería. Lo declaro mi compañero de existencia. Luego del miserable hombre siempre viene la pareja lasciva de emos en el parquecito. Confieso mi febril inclinación voyeur, es lo único que hago, mirar, fisgonear con la convexidad de la córnea. Los transeúntes-hormiga, los animales que se comen la basura, las colegialas con sabor a candy y olor a fresa, los tipos que se la dan de playboys en la función vespertina, los cacorros con ademán de macho pero culo ávido, las universitarias plastificadas, los maricas de la peluquería ultrafina revoloteando por cada rincón, nadie se escapa de mi inquisitiva vista. Ni la parejita de emos que se va a hacerlo día de por medio detrás del nogal. El tipo sólo se baja la cremallera y la vieja abre la de ella con el pulgar y el índice. No lleva calzón, de esa forma podrá joder tranquilamente, sin preocuparse de manchas sobre su calzoncito morado con calaveritas. Con la pendeja esta procuro fantasear la mayor parte del tiempo en el cual no hago nada para llenar el hueco de pensar. El tipo que se la tira es un pobre diablo, como todos los demás. Flaco, un debilucho a quien no se le ven los ojos por estar cubiertos por su pelo caído hacia la frente. Pasado mañana planearé como quebrarle las mejillas. Reventaré al tipejo y me robaré su novia. La amaré y le enseñaré a escupir desde la ventana.
Por: W. Andrés Sánchez N.
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FICCIÓN
HOJA BLANCA - octubre 2007 #1
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20 AUTORES
Bárbara MéndezBárbara nació, creció y tal vez morirá en chapinero. Tiene 28 años. Es comunica-dora social de la Javeriana. Ha trabajado en el sector público, privado y educativo, en páginas web, medios escritos y proyec-tos de investigación. Actualmente es ase-sora del Área de Música del Ministerio de Cultura y correctora de estilo de la Revista GO.
Eliana M. ValderramaTengo 19, aunque para mí ya son muchos, mi mamá me dice todavía “la niña”. Nací en Fresno Tolima y he vivido en Espinal, por lo tanto soy una Tolimense más en Bogotá. Estudio Comunicación Social en el Poli. Y ahora que me acostumbre vivir esta ciudad, creo que aquí me quedo por un muy buen rato.
Juan Dávila¿Quién soy? Difícil pregunta. Tengo 21. Vivo, he vivido y creo, seguiré viviendo en Bogotá. Ya veremos. Por ahora no tra-bajo, pero atravieso esta ciudad diaria-mente de un costado al otro. Básicamente me muevo de aquí para allá y bueno, la universidad. He hecho cuatro semestres de cine y tv y ahora estudio diseño indus-trial en la Tadeo. Soy, digamos, como los extras que se mueven por ahí y sólo van haciendo lo que deben, para de resto observar lo que va pasando.
Alejandro ArciniegasAlejandro es todo lo que un joven desea: guapo, inteligente, alocado, dueño de esa intuición que hace falta para sobrevivir dondequiera. Ha prestado servicio social con menores fármacodependientes, fue jefe de prensa del Teatro Colón hasta diciembre de 2006. Ahora trabaja en la Dirección Nacional de Estupefacientes.
José Iván Cardona Gómez Soy un joven psicólogo. Trabajo actual-mente con jóvenes que tienen problemas con adicciones de cualquier tipo y quieren salir de eso. Me gusta escribir, lo ultimo que publique fue un libro titulado “Es hora de levar anclas ¿cómo superar una pérdida?” en el presente año en el Taller Editorial San José. Me gusta hacer ejerci-cio e interpretar mi guitarra a solas.
Julián WilchesBogotano desde antes de nacer. Normal-mente se le ve de buen ánimo, caracte-rística que pierde cuando se enfrenta al tráfico capitalino. Una atracción urbano-femenina lo ha llevado a realizar una serie de trabajos y consultorías relacionadas con el espacio público, en los cuales se destaca el rol determinante que otorga a los ciudadanos en los procesos de demo-cratización y apropiación de la ciudad. Por eso, cuando habla de su ciudad, dice: “mamacita, traicionera pero mamacita”.
Alfredo Parra, The HeadbangerAlfredito tiene ojos grises y una sonrisa despampanante. Es metalero. Empezó estudiando filosofía en la Nacho y se salió porque le dio mamera. Ahora estudia len-
guas en la misma universidad, de la que no ha podido salirse por el apego que le tiene a sus campos verdes y colinas. Lo único que realmente le gusta es la música.
Mauricio Fuentes Geógrafo de la Universidad Nacional, hoy trabaja con el Distrito. Tiene 26 años y una tendencia natural a defender todo lo que es bueno y humano. Patológicamente dice siempre la verdad, y es incapaz de entender el sarcasmo. Está convencido a ultranza de la autogestión y de que en el mundo queda algo de esperanza.
Rodrigo Pacheco RuizMexicano del D.F., 25 años. Está termi-nando arqueología en la ENAH. Como para variar, llegó a Colombia por una mujer. Va y viene, entre Bogotá y el D.F., buscando la aprobación de su suegra. Como es evidente por su buena estampa y amabilidad, no es hijo de los directores de esta revista, aunque cuenta con sus apelli-dos. Ama las uchuvas, porque se le pare-cen a los jitomates.
Digo Duque Es un pereirano querendón con complejo de Peter Pan. Se graduó de filosofía en la Nacional y ha trabajado como docente, tallerista, consultor y comunicador. Tiene 29 años. Se encuentra en la búsqueda infructuosa de una chica que no le pida nada. Quiere su independencia. En los días lluviosos llama a su mamá.
Juliana CarvajalAlgunos me conocen como Frambuesa y otros como Julieta Feroz. Soy fotógrafa y escritora, me gusta estar detrás de las historias que se mueven en la ciudad. Siempre busco un respaldo en la memoria colectiva. Julieta Feroz Photography es el nombre de mi proyecto fotográfico.
Josefina Marzo Josefina Marzo es cobarde y tramposa y por eso escribe bajo ese nombre. La refe-rencia es a Jo March, un personaje de Mujercitas de Louise Mary Alcott, a quien, según la mamá de la autora, se parece mucho. A Josefina la angustia y la hace muy feliz ser una chica. Cree que se atra-pan más moscas con miel que con vinagre, pero su personalidad cáustica la obliga a, en vez de miel, usar una especie de salsa agridulce. Tiene la esperanza de morirse joven, y cambiar su pseudónimo por un nombre real. Daniela Hernández Cabrera19 años. Estudiante de sexto semestre de Negocios Internacionales en el Poli-técnico Grancolombiano. Desnuda, corro-siva y engañosa de tiempo completo. Tal vez por puro miedo o aburrimiento… esa necesidad de juego para esquivar la dura realidad soñando, y así imprimirle sabor al juego, haciendo del camino la pista de baile perfecta para morir.
W. Andrés Sánchez M. (1988-(trace aquí lo que le parezca con-veniente). Nací un día cualquiera en Neiva. Estoy completamente seguro que mis padres no me llamaron William por William Blake o Andrés por Andrés Cai-cedo, sin embargo, la vocación de escribir empezó a despuntar al mismo tiempo que las poluciones nocturnas y la admiración clandestina por la Luna que sólo ven los locos. Ahora cuento con 19 años o suspi-ros, son la misma cosa. Suelo soñar más de lo permitido a un humano promedio, estudio medicina pensando en Breton y Aragon, me gustaría tener un jardín de rosas, creo que todos son un infierno, hasta Sartre, y cuando sea más grande rechazaré el Nobel para luego morir viendo correr el Sena.
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21EDITORES INVITADOS
Bogotá, fotos cliché y espacio público.
No soy artista, ni fotógrafa, ni periodista. Soy arquitecta, y me encantan las ciudades. Amo mi ciudad, Bogotá Distrito Capital. La ciudad es mi espacio de trabajo. Mi oficio arranca desde el entendimiento de un lugar, y los lugares hay que representarlos, de alguna manera. Las fotos son uno de mis medios favoritos. Por eso, a manera de berrinche al aire, y sin dirigirme a nadie, me quejo y sueño al mismo tiempo, sobre lo que quiero y no quiero ver, en imágenes de Bogotá: No quiero ver más fotos de vendedores ambulantes ancianos, en donde por profundidad de campo se vean con nitidez las arrugas del personaje y desenfocado el fondo. No quiero ver más fotos de niños de la calle en donde la foto embellezca la mugre y la miseria. No quiero ver más fotos del barrido de las luces nocturnas de transmilenio a toda velocidad. No quiero ver más fotos de los bellos edificios de la Avenida Jiménez en blanco y negro. No quiero ver más fotos de ventanas coloniales en La Candelaria. No quiero ver más fotos de la Torre Colpatria, en un ángulo contrapicado. No quiero nostalgia. Quiero ver fotos de la efervescencia de esta ciudad, y ojalá por fuera del centro histórico, que ya está suficientemente documentado. Quiero ver fotos del Carulla de Chapinero por dentro, lleno de solteros haciendo mini-mercados. Quiero ver fotos del centro financiero de esta ciudad, y de la velocidad a la que camina la gente en corbata y sastre a la hora de almuerzo, por la calle 72. Quiero ver fotos de Unilago y su siniestro carnaval de la tecnología. Quiero ver fotos de los borrachitos que repelan fiesta en la Zona Rosa un viernes en la madrugada. Quiero ver fotos de ese camino hacia Monserrate, que solo conocen los que se le miden. Quiero ver fotos de los burdeles de gama alta y de los bares swinger sin aviso. Quiero ver fotos del relleno de Doña Juana. Quiero ver fotos del Siete de Agosto un sábado, día de compra y venta de repuestos de carros. Quiero ver fotos de la Iglesia Mormona de la 127, por dentro. Quiero ver lo que siempre ha estado ahí y nunca he visto. María Luisa Vela.
Hoja rayada Como prometimos desde que nació esta revista, el comité editorial estaría conformado por personas de…. y exiguas credenciales. Un chef, una antropóloga, y tres…. tres?. tres ¡filósofos! Varias horas entretenidas leyendo las historias de los bogotanos, que reflejan el tedio, el cansancio, el asco, el repudio que produce la ciudad. Esas historias son las que vienen a continuación, en las hojas ya repletas, de lo que antes fuera una simple Hoja Blanca, en la imaginación de un par de enamorados. Todas las historias merecen escribirse, todas las hojas blancas deberían ser llenadas, pese a los borrones, a las enmiendas y a las cosas macabras, insulsas, y hasta cursis que caben allí. Hoja Blanca, bienvenida a la vida, bogotanos y bogotanas, gracias por escribir. Daniel y Cata, la hoja en blanco ya no estará en blanco nunca más. Chinagamina.
María Paula Bolaños Colmenares nació en Bogotá en 1982. Se graduó de Artes visuales en la universidad Jave-riana y tiene un diplomado en ilustración para libros infantiles de la universidad Jorge Tadeo Lozano. Tiene dos obras de su autoría publicadas con la editorial Babel Libros: Rana y Camila, entre otras ilustraciones. En este momento se dedica a la creación de Libros-álbum.
Dylan MisrachiColombo francés errante. Graduado en la escuela de la vida. Mediterráneo por padre y girardoteño por madre, bañado por agua de río y de mar, terminó apasio-nado por la cocina. Viajero incansable, se la rebusca como buen latino para trabajar en restaurantes alrededor del mundo y llenarse de expe-riencia. Es un gocetas y no solamente trabaja, se mete en el alma de cada sitio y atrapa con su cámara imágenes inolvi-dables. Arrastra a quien conoce a visitar el encantador caos y desorden único del espacio público bogotano.
María Luisa Vela siempre está feliz. Es arquitecta, socia y representante legal de Ariporo Ltda. ¿Y ya tan jóven? Sí, se graduó de los Andes con proyecto meri-torio y del colegio Rochester con fama de ser una loca. Hoy esta felizmente enamo-rada de un hombre que la conquistó por el estómago y siempre está dispuesta a una cerveza de más y una buena rumba.
Catalina Loboguerrero. Tiene pinta de cachaca malgeniada, pero es menos seria y más amable de lo que aparenta. Nació en Bogotá y a excepción de dos largos años, siempre ha vivido en la ciudad. Estudió historia y antropología, luego periodismo (en la misma univer-sidad) y el próximo año espera poder seguir estudiando alguna otra cosa, ojalá en algún otro lugar. Intentó trabajar con el Estado, y luego dictar cátedra, pero rápidamente se arrepintió. Ahora trabaja como editora en un medio online que la mitad de los colombianos ignora que existe. Odia el tinto y es rinítica por culpa del mal clima bogotano. De vez en cuando, aún en contra de su voluntad, da limosna en los semáforos.
Aleyda Rodríguezque mejor que hablar con otros para que las palabras hablen por uno16:27 Yo: pues es que dizque tengo que decir cosas de mí pero me parece culo 11:46 entonces se me ocurrió como decirle a tres gatos que digan algo sobre mí 10:28paulo: está haciendo algo serio x primera vez en su vida? 16:27 Yo: noooo ni dios quiera 16:27 paulo: menos mal ya me estaba asustando 16:27 Liliana: you are so gorgeous 16:27 Yo: ole, diga algo sobre mí, pero sincero… justin: ya aleyda dejémoslo así no tiene que convencerme a mi sino al psicoanalista paulo: ole como le mando la aplicacion de youtube skins a un friend? 16:27 Yo: ni idea 16:27 paulo: eso si no sabe!! 14:24 pero para la grose-ria siempre está lista, no?
María Paula
Dylan
Catalina
María Luisa
Aleyda
HOJA BLANCA - octubre 2007 #1
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22 EXPERTO HB
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Oscar Patarroyo
EXPERTO HB GRÁFICA
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24 GRÁFICA