ideas de maquiavelo (i)
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Ideas de Maquiavelo (I)
José Alberto Cepas Palanca
Entre las páginas de obras renacidas, mezcladas con los pensamientos de
un antiguo funcionario, adaptando las enseñanzas antiguas a las
necesidades de la época, nace una pequeña obra titulada De
principatibus (Sobre los Principados). Aunque tal título no nos resulta
familiar, triunfó otro título: Il Principe.
El compendio de 26 capítulos estaba dedicado a Julián de Medici, pero a su
muerte, la dedicatoria fue para Lorenzo, duque de Urbino y sobrino del
Papa León X (igualmente un Medici). Nicolás Maquiavelo, con su pequeña
obra, intenta agradar tanto al poder temporal como al espiritual. Desde su
situación nada envidiable, (está arruinado, la casa de campo le sirve para
subsistir) recurre a su escrito para caer en gracia a los Medici, para ser
restituido en su antiguo cargo.
Establecemos nuestra atención en la fragmentada península italiana de
finales del siglo XV. Allí empieza un fenómeno cultural que advierte el
final de la Edad Media. El individuo emerge entre el poder temporal del
Emperador y el espiritual del Papa. La autoridad de ambos, se está
desvaneciendo.
Mundialmente conocido, el Renacimiento es un momento de esplendor de
las artes. No obstante, los grandes logros en el campo intelectual, artístico y
técnico, contrastan con la brutalidad política, cargada de violencia. Hay
decenas de ejemplos, pero será más que suficiente mencionar los papados
de Julio II y Alejandro VI, los tres tétricos años del dominico Girolamo
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Savonarola1 en Florencia y la virulenta lucha Medici-Pazzi. La belleza de
Florencia esconde mucha sangre vertida.
Entre tanta convulsión, encontramos a un jovencísimo Nicolás Maquiavelo.
A los 29 años ingresa en al servicio de la República de Florencia (1498).
Poco tiempo después, asciende. Lo sitúan como encargado del secretariado
de Los Diez de Libertad y Paz, grupo de magistrados dedicados a algunos
servicios públicos y de la diplomacia extranjera. A pesar de la cercanía al
selecto grupo, su trabajo se aleja de la de un diplomático de su época.
Emblemática catedral de Florencia, ya construida en tiempos de Maquiavelo
1 Girolamo María Francesco Mateo Savonarola fue un religioso dominico, predicador italiano, confesor del Gobernador de Florencia, Lorenzo de Médici, organizador de las célebres hogueras de las vanidades donde los florentinos estaban invitados a arrojar sus objetos de lujo y sus cosméticos, además de libros que consideraba licenciosos, como los de Giovanni Boccacio. Predicó contra el lujo, el lucro, la depravación de los poderosos y la corrupción de la Iglesia católica, contra la búsqueda de la gloria y contra la sodomía, sospechando que estaba en toda la sociedad de Florencia, donde él vivió. Predijo que un nuevo Rey Ciro atravesaría el país para poner orden en las costumbres de los sacerdotes y del pueblo. La entrada del ejército francés de Carlos VIII, en 1494, en la Toscana confirmó su profecía. Sus críticas violentas contra la familia que gobernaba Florencia en esos años, los Médici, acusándoles de corruptos, contribuyeron a la expulsión del gobernador Piero de Médici por los florentinos en 1495. Sus ataques contra el papa Alejandro VI le valieron, primeramente, la excomunión y la prisión, y más tarde, tras haber sido liberado y conducido a Roma por los grandes comerciantes florentinos, la condena a la hoguera por un tribunal de la Inquisición y la inclusión de su obra en el Índice de libros prohibidos.
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Después de 14 años, deja el funcionariado florentino. El motivo es la
expulsión y el posterior exilio de su florecida y amada Florencia (los
partidarios de los Medici prescinden de Nicolás). Se retira junto a su mujer
e hijos al campo, cerca de San Casciano. Aquí empieza a entrar en la
historia. Como dice Charles Benoist: “Todo está perdido, pero todo está
ganado. Maquiavelo ha perdido su plaza, pero nosotros hemos ganado a
Maquiavelo”. Está claro que, gracias a su desocupación oficial, Maquiavelo
nos dejará un legado muy valioso.
Durante su exilio compone la obra que lo catapultará al Olimpo de la
memoria colectiva. Para alejar el aburrimiento y el dolor de sentirse
menospreciado, empieza a relacionarse con personalidades ilustres. Él
mismo cuenta el transcurso del pesado exilio, a un amigo, en una carta
fechada a finales de 1513.
Deposito en el umbral los vestidos fangosos de todos los días; me visto
como para presentarme en las Cortes y ante los reyes. Vestido
convenientemente, entro en las Cortes antiguas de los hombres de otros
tiempos; me reciben con amistad; junto a ellos, me nutro con el único
alimento que puedo llamar mío, para el cual he nacido. Me atrevo sin falsa
vergüenza a conversar con ellos y a preguntarles las causas de sus
acciones y tan grande es su humanidad, que me responden, y durante
cuatro largas horas no siento ya ningún aburrimiento, olvido todas las
miserias, no temo ya a la pobreza, la muerte ya no me espanta, transmigro
por entero a ellos.
Maquiavelo anota sus aprendizajes de los maestros pretéritos y el resultado
es inesperado. Entre las páginas de obras renacidas, mezcladas con los
pensamientos de un antiguo funcionario, adaptando las enseñanzas antiguas
a las necesidades de la época, nace una pequeña obra titulada: Il Principe.
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Primera edición de El Príncipe, autorizada por Clemente VII
Me consumo en esta soledad y no puedo permanecer así mucho
tiempo sin caer en la miseria y el desprecio. Desearía, pues, que los
Señores Medici consintiesen en emplearme, aunque no fuese más que
en hacer rodar una roca… Si se leyese este libro, se vería que
durante los quince años en que tuve ocasión de estudiar el arte del
Gobierno no pasé mi tiempo durmiendo o jugando, y todos deberían
conservar el servicio de un hombre que supo adquirir así, a expensas
de otros, tanta experiencia.
El autor de El Príncipe pretende que Lorenzo obtenga los saberes más
elementales, para continuar manteniendo una posición de poder. Eso va
unido a la restitución de Nicolás Maquiavelo. Sin embargo, la desgracia de
nuestro protagonista se prolonga. El duque de Urbino muere en 1519 y
desconocemos si llegó a leer el libro. Recibió el manuscrito, pero
ignoramos la atención prestada al opúsculo. No recompensó a Nicolás
Maquiavelo.
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Edición inglesa de El Príncipe
En 1519 Maquiavelo vuelve al servicio de los Medici, pero es poco
probable que el regreso al funcionariado sea por las repercusiones de El
Príncipe. En 1525 le otorgan tareas de más alto rango, pero la fatalidad está
cerca de volver a golpear al secretario florentino. Dos años más tarde, en
mayo de 1527, otra vez los Medici son depuestos del poder, su colaborador
padece una segunda expulsión. El 22 de junio del mismo año, con 58 años
de edad, muere por una enfermedad estomacal.
La vida de Nicolás Maquiavelo acabó sin poder contemplar la influencia de
su pequeño ensayo. A finales del siglo XVI, la imprenta ya habrá difundido
las sugerencias a los Príncipes del florentino. A partir del inicio del siglo
XVII se convertirá en una obra odiada y amada a partes iguales: Trento lo
va a prohibir, así como autoridades católicas inglesas y alemanas.
Richelieu, Mazarino o Napoleón I van a ser fervorosos de las letras de
Maquiavelo. El vertiginoso ascenso de popularidad que envolvió el escrito
de Maquiavelo, ha producido la lectura de El Príncipe a muchos de los que
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han querido acercarse al poder y a otros tantos por el simple gozo de leer
unas páginas mágicas.
Quienes ambicionan los favores de un Príncipe suelen ofrecerle lo
que poseen de más querido o lo que piensan será más grato a su
Señor; así los unos ofrecen caballos, los otros regalan armas, paños
de oro, joyas y otras cosas por el estilo, dignas de la grandeza de los
Príncipes.
Algunas Frases de Maquiavelo
- Nada grandioso fue jamás conseguido sin peligro.
- Todo el mundo ve lo que aparentas ser, pocos experimentan lo que
realmente eres.
- Es necesario a quien gobierna una República presuponer que todos
los hombres son malvados.
- Un hombre que quiera obrar en todo como bueno, necesariamente
fracasará rodeado de tantos malos.
- De los hombres en general puede decirse que son ingratos, volubles,
disimuladores, ansiosos de ganancia y de evitar peligros.
- Los hombres obran el mal, a menos que la necesidad les obligue a
obrar bien.
- El fin justifica los medios.
- El que quiere ser obedecido debe saber mandar.
- Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la
mentira.
- El odio se gana tanto por las buenas obras como por las malas.
- La política no tiene relación con la moral.
- No hay nada más importante que aparentar ser religioso.
- La mejor fortaleza que un Príncipe puede poseer es el afecto de su
gente.
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Nicolás Maquiavelo
Biografía
Nicolás Maquiavelo nació el 13 de mayo de 1469 en el pequeño pueblo
de San Casciano in Val di Pesa, a unos 15 kilómetros de Florencia y
falleció en Florencia, el 21 de junio de 1527. Está enterrado en la iglesia de
Santa Croce, en la ciudad florentina. Hijo de Bernardo Machiavelli, doctor
en leyes y de Bartolomea di Stefano Nelli, ambos de familias cultas y de
orígenes nobiliarios, pero con pocos recursos a causa de las deudas del
padre. Se casó con Marietta Corsini de la que tuvo cuatro hijos y dos hijas.
Nicolás Maquiavelo se transformó en secretario de la República de
Florencia. Fue diplomático, funcionario público, filósofo político y escritor,
considerado padre de la Ciencia Política moderna. Maquiavelo se limitó a
describir lo que los hombres hacen realmente, lo que son, no lo que
debieran ser. Fue encarcelado, torturado y puesto en libertad varias veces.
Sin ser militar, fue un perito en cuestión de defensas, organización de las
milicias y ordenanzas militares de la República florentina.
EL PRÍNCIPE CLASES DE PRINCIPADOS Y COMO SE ADQUIEREN
- Todos los Estados, todos los dominios que tuvieron o tienen potestad
sobre los hombres, pueden dividirse en Repúblicas y Principados. Éstos, a
su vez pueden ser hereditarios, por sucesión o nuevos. Los Principados
nuevos, o lo son enteramente o son Provincias añadidas al Estado del
Príncipe que las conquista. Los dominios así adquiridos, o estaban
acostumbrados a vivir bajo la autoridad de un Príncipe, o eran libres; y se
conquistan con ayuda de Ejércitos ajenos o con las propias armas, por
fortuna o por virtud.
LOS PRINCIPIOS HEREDITARIOS
- En los Estados hereditarios, las dificultades para conservar el poder son
menores que los que se dan en los Principados nuevos.
- El Príncipe que recibe el poder le basta con no descuidar el orden
establecido por sus antepasados y contemporizar con los acontecimientos
que se sucedan, de modo que, si el Príncipe posee una capacidad normal de
gobierno, podrá conservar su Estado, a menos que intervenga una fuerza
extraordinaria e irresistible que le arrebate sus dominios, y aún privado de
ellos, podrá recuperarlos a la menor contrariedad con que se tope el
usurpador.
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- El Príncipe natural tiene menos motivos y necesidad de ofender, por lo
que sus súbditos lo estimen más; y a menos que algún vicio poco común lo
haga odioso, es natural que se le ame.
- La antigüedad y continuidad del dominio apagan las memorias y los
motivos de innovaciones, porque cada mutación prepara el terreno para un
nuevo cambio.
LOS PRINCIPADOS MIXTOS
- Cuando el Principado no es enteramente nuevo, sino un miembro
incorporado, sus alteraciones nacen de una dificultad natural y que consiste
en que los hombres cambian gustosos de Señor, creyendo mejorar con ello,
creencia que les induce a empuñar las armas contra su antiguo Príncipe,
cosa en la que se engañan, pues la experiencia les enseñará que, en vez de
mejorar su situación, no han hecho más que empeorarla.
- El Príncipe nuevo se ve obligado a maltratar a sus nuevos súbditos, ya con
las guarniciones de soldados establecidas en sus tierras, ya con las otras
muchas injurias que suele llevar consigo la conquista, de modo que el
nuevo Príncipe se crea enemigos en todos aquellos a quienes ofendió
ocupando el Principado, ni puede contar con la amistad de quienes lo
llamaron, ya que será imposible satisfacerlos como esperaban, ni puede
imponerse a ellos por medios violentos, pues les está obligado.
- Por muy fuerte que un Príncipe nuevo tenga a su favor el Ejército, precisa
del favor de los ciudadanos cuando se dispone a ocupar una Provincia.
- Si se ocupa por segunda vez una Provincia que se ha revelado, se pierde
más difícilmente, porque la rebelión misma da al Señor ocasión de castigar
a los rebeldes, controlar a los sospechosos y poner su atención en los más
débiles.
- Ante todo conviene saber si los territorios conquistados que pasan a
formar parte del Estado del conquistador son de la misma región y tienen la
misma lengua o no es así. En el primer caso, es fácil conservarlos, sobre
todo si no se han acostumbrado a la libertad; basta para ello extinguir la
línea de sucesión del anterior Príncipe, porque en lo demás, conservando
sus antiguas condiciones de vida, no alterar las antiguas leyes y los tributos
existentes y no habiendo grandes diferencias de costumbres, los nuevos
súbditos siguen su vida tranquila.
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- Si la conquista ocurre en territorios de lenguas, costumbres y formas de
gobierno diversas, el Príncipe debe contar con buenas dosis de fortuna y de
habilidad para conservarlos. Uno de los medios más eficaces y mejores
medios es que el conquistador resida en las tierras recién adquiridas.
- Habitando en el territorio ocupado puede observarse cómo nacen los
desórdenes y ponerles temprano remedio; de lo contrario, uno viene a
conocer los motines y revueltas cuando ya son tan graves que no es posible
sofocarlos. Además, estando el Señor presente, sus funcionarios no pueden
expoliar tan fácilmente la Provincia conquistada, los nuevos súbditos viven
satisfechos por la proximidad del Príncipe y es más fácil amarlo, mantener
la disciplina, y si algún Jefe extranjero si dispusiera al ataque, tendría que
pensarlo dos veces, pues es difícil que se pierda una Provincia cuando su
Señor está en ella.
- Es excelente establecer colonias en dos o tres puntos del nuevo Estado; el
no hacerlo supondría mantener un vigilante y numeroso Ejército de
Caballería e Infantería; las colonias no suponen muchos gastos y el
Príncipe puede mantenerlas casi sin tocar el erario. Las únicas personas que
pueden dolerse son aquellas a las que se quita alguna tierra para darla a los
nuevos colonos. Si se dispersa a esas víctimas del expolio es imposible que
hagan mal alguno. En cuanto a los otros, puesto que nada se les quita,
seguirán tranquilos y temerosos de que cualquier yerro pueda provocar el
secuestro de sus bienes. Resumiendo: las colonias no cuestan dinero al
Estado, le son más fieles y no provocan daños; los expoliados no darán
quebraderos de cabeza por hallarse dispersos y sin medios.
- Debe observarse que a los hombres conviene o traerlos por las buenas o
anularlos, porque de las ofensas leves se vengan, de las graves, no.
- La injuria hecha a un hombre debe ser de tal envergadura que no deje
lugar a reacción.
- Si en vez de las colonias han de mantenerse soldados en el territorio, los
gastos son mayores y pesan sobre el erario, de tal manera que lo
conquistado acaba provocando una pérdida; además el perjuicio de los
nuevos súbditos pues se extiende a todo el país ya que conviene trasladar la
milicia de un campamento a otro; el malestar se difunde a la generalidad de
los ciudadanos que se convierten en enemigos del ocupante, y son
enemigos peligrosos puesto que viven, aunque vencidos, en su propio
territorio. El mantenimiento de un Ejército en regiones recién conquistadas
es tan costoso e inútil como útiles son las colonias.
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- El conquistador de una Provincia debe ser Jefe y defensor de los
ciudadanos más débiles, humillar a los más poderosos y evitar que en la
nueva Provincia entre uno tan fuerte como él.
- Es normal que cuando un Príncipe poderoso invade un territorio, los
ciudadanos más débiles se pongan de su parte, por envidia de quienes
tienen más que ellos, por lo que el conquistador no debe hacer nada para
atraer a él a los más débiles, que espontáneamente se unen a él y al Estado
dominante, vigilando que lleguen a tener demasiada fuerza o autoridad.
- Es más fácil dominar a los poderosos y quedar como árbitro de la
Provincia conquistada y quien no gobierne de este modo perderá lo
conquistado y verá multiplicarse sus problemas y disgustos mientras lo
mantenga.
- Todo Príncipe prudente no sólo debe preocuparse de las dificultades
presentes, sino salir al paso de las futuras con la mayor habilidad posible;
porque la previsión de los peligros permite superarlos fácilmente; en
cambio, si espera a que las dificultades vayan llegando, el remedio es
difícil porque la enfermedad se ha hecho incurable.
- El tiempo puede tergiversar las cosas y hacer pasar el mal por bien y el
bien por mal.
- Es deseo muy natural y ordinario el de adquirir algo que no se tiene;
alabaremos siempre a quien lo cumple si le es posible; pero el error está en
empeñarse en poseerlo cuando no es posible.
- Existe una regla general que nunca o raras veces falla; y es que acaba en
ruina quien es causa de que otro se haga fuerte; porque la potencia ajena ha
sido promovida o mediante la violencia o por ingenio: cosas ambas
sospechosas a quien se ha hecho poderoso.
- Los Principados se gobiernan de dos modos diferentes: o por un Príncipe
que tiene a los demás a su servicio y entre ellos escoge graciosamente unos
Ministros que le ayuden en el Gobierno; o por un Príncipe acompañado por
Barones que no lo son por gracia del Soberano sino por derecho propio
hereditario. Tales Barones suelen tener territorios y súbditos propios, que
los reconocen por Señores y les están naturalmente aficionados. En cuanto
a los Estados gobernados por un Príncipe y Ministros suyos, tienen un
Señor con la máxima autoridad, puesto que en todo el país no hay nadie
superior a él; y si los súbditos obedecen a algún otro, lo hacen como a
Ministro y funcionario, sin mostrarles especial afecto.
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- En los Reinos gobernados, puedes entrar en ellos fácilmente, con sólo
unirte a algún noble descontento o amigo de innovaciones, que siempre los
habrá. Esos pueden abrirte el camino y facilitarte la victoria. Pero cuando
se trata de mantenerla, esa misma victoria trae consigo interminables
dificultades, tanto por parte de quienes te ayudaron como de aquellos a
quienes sometiste. Ni basta exterminar a los sucesores del Príncipe
derrotado, porque siempre quedan los Barones, que aprovecharán cualquier
tumulto; y como no es posible contentarlos ni acabar con ellos, se pierde lo
conquistado a la primera ocasión.
- No hay medio más seguro de posesión que la ruina. Y quien se adueña de
una ciudad libre y no la aniquila, prepárese a ser aniquilado por ella, pues
ésta tendrá siempre como enseña de rebeldía su libertad y sus antiguas
leyes, cosas que no se olvidan por mucho tiempo que pase y muchos
beneficios que se reciban. Y por más que se haga o se prevenga, si no se
extirpa la cohesión de los ciudadanos y se les disgrega, nunca olvidarán el
nombre de la libertad y de sus viejas leyes, a las que recurrirán al menor
incidente. Pero cuando ciudades o Provincias están acostumbradas a un
Príncipe y la dinastía de éste se extingue, estando acostumbradas a una
obediencia y privadas ahora de su antiguo Príncipe, no se ponen de acuerdo
para elegir uno nuevo entre todas, ni saben vivir en libertad, de manera que
sienten menos inclinación a apelar a las armas, entonces un nuevo Caudillo
puede conquistarlas y ganarlas a su causa más fácilmente. Pero en las
Repúblicas es más intensa la vida independiente y mayores el odio y el
deseo de venganza, no las deja ni puede dejarlas descansar el recuerdo de la
antigua libertad perdida; por eso, el camino más seguro para dominarlas es
exterminarlas o habitar en ellas.
ESTADOS ADQUIRIDOS CON ARMAS Y ESFUERZOS PROPIOS
- Si los hombres caminan por senderos ya pisados por otros, imitando sus
hechos y no pudiendo llegar a la altura del modelo, ni añadir un palmo a su
valor, el hombre prudente ha de entrar siempre por caminos ya hollados por
grandes personajes e imitar a los más eminentes para que, si no llega a su
méritos, al menos deje algún testimonio de ellos, que como los buenos
arqueros que, conociendo la distancia al blanco y la envergadura del arco,
levantan la mira por encima del punto destinado, no para llegar con su
flecha a tanta altura, sino para dar en el blanco con la ayuda de mira tan
alta.
- En los Principados del todo nuevos, con un nuevo Príncipe, éste hallará
mayor o menor dificultad según sea más o menos grande su valor. Y como
el pasar uno de ciudadano privado a Príncipe supone o virtud o fortuna,
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parece la una o la otra han de superar, en parte, muchas dificultades. Con
todo, se mantiene mejor quien se sirvió menos de la fortuna. Igualmente
facilita las cosas el que el Príncipe se sienta obligado a habitar en los
nuevos territorios por no poseer más que aquéllos.
- Quienes por los caminos de la virtud llegan a Príncipe, adquieren el
Principado con dificultad, pero lo mantienen fácilmente. Las dificultades
que encuentran en la conquista nacen en parte de las nuevas leyes y
costumbres que forzosamente han de introducir para fundar el nuevo
Estado y su seguridad. Debe tenerse en cuenta que no hay cosa más difícil
de intentar, ni menos segura de conseguir, ni más peligrosa de manejar, que
llegar a Jefe o Príncipe e imponer nuevas leyes. Porque serán enemigos
suyos cuantos aman las viejas instituciones, y tibios amigos y defensores
quienes amen las nuevas. La tibieza de los últimos nace, en parte, del
miedo a los adversarios, que cuentan con las viejas leyes, y en parte de la
incredulidad de los hombres, que realmente no creen en las cosas nuevas si
primero no cuentan con sólida experiencia. De ahí que los enemigos se
rebelen facciosamente en cuanto se les presente ocasión, y los otros
defienden débilmente la propia causa, por lo que se corre verdadero peligro
con ellos. Conviene examinar si los innovadores siguen su propio juicio o
si dependen de otros. En el primer caso, acaban mal y no llegan a
conclusión alguna, pero si actúan por sí mismos y con energía no corren
peligro.
- Todos los profetas que contaron con las armas vencieron, los desarmados
siempre fueron vencidos.
- La naturaleza de los pueblos es mudable y es fácil convencerles de algo,
pero difícil mantenerlos en su convicción, por lo que conviene actuar de
modo que, cuando dejen de creer, pueda hacérseles creer por la fuerza.
- Quienes cuentan con medios hallan a cada paso grandes dificultades y
peligros que deben superar con valor, y una vez superados, sienten que se
les respeta y, anulados los rivales y los envidiosos, viven para siempre
fuertes, seguros, honrados y felices.
LOS PRINCIPADOS NUEVOS ADQUIRIDOS CON ARMAS Y
FORTUNA AJENAS
- Quienes de ciudadanos privados pasan a Príncipes ayudados por la
fortuna, lo consiguen con poca fatiga, pero mantienen el poder con no poco
esfuerzo. Ningunas dificultades hallan en su camino, pues vuelan, pero
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todas las dificultades surgen una vez instalados. Así es cuando uno alcanza
el poder o por dinero o por gracia de quien lo cede.
- Todos ellos se apoyan en la voluntad y fortuna de quien les concede el
Imperio, dos cosas muy volubles e inestables. Y no saben ni pueden
mantener su puesto. No lo saben porque, a menos que sean hombres de
gran ingenio y virtud, no es lógico que sepa gobernar uno que ha siempre
ha vivido como privado; y no pueden, porque no cuentan con fuerzas
amigas y fieles. Añádase a esto que los Estados creados repentinamente no
pueden tener raíces profundas ni ramas sólidas, como ocurre en la
naturaleza con todo lo que crece de la noche a la mañana: al primer suceso
adverso se extinguen. Solamente si los Príncipes hechos de pronto tienen
tanta fortuna y valor que aprenden pronto a conservar lo que la suerte ha
puesto en sus manos, irán adelante con sólo que busquen y encuentren los
fundamentos que los demás tenían antes de llegar a Príncipes.
PRÍNCIPES QUE ALCANZARON EL PODER MEDIANTE EL
CRIMEN
- Como el ciudadano privado puede llegar a Príncipe por otros dos medios:
cuando se llega al poder por los caminos del crimen y la maldad, o cuando
un ciudadano llega a Príncipe con la ayuda de sus conciudadanos. Depende
del buen uso o mal uso que se haga de la crueldad.
- Puede llamarse crueldad bien usada (si es lícito hablar bien de lo que es
malo) la que se lleva a cabo rápidamente, para lograr la firmeza del poder,
y después no se insiste en ella, sino que se busca la mayor utilidad posible
para los súbditos. Mal usada es la crueldad que, poco notable al principio,
va creciendo con el tiempo y se sostiene en vez de extinguirse. Quienes
siguen el primer método, pueden esperar que Dios y los hombres los
perdonen; en cuanto a los otros, es imposible que mantengan el poder.
- De lo cual hay que deducir que quien usurpa un Estado debe realizar de
una vez todos los actos de crueldad que estime necesarios para lograr su
objetivo. De este modo no tendrá que repetirlos y vivirá seguro, atrayendo,
a sus súbditos con beneficios.
- Quien obra de otro modo, o por pusilanimidad o por estar mal aconsejado,
no podrá menos de vivir siempre cuchillo en mano y desconfiando de sus
súbditos que, a su vez, por continuas y siempre renovadas brutalidades,
acaban perdiendo su confianza en el Príncipe. Es mejor hacer de una vez
todo el mal que deba hacerse, pues las ofensas menos hieren cuanto menos
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se repiten; por el contrario, es bueno que los beneficios se concedan poco a
poco, que así se saborean mejor.
- Un Príncipe debe, sobre todo, convivir con los suyos, de modo que no
cambie de conducta por incidente alguno, sea bueno o malo. Pues cuando
llegan tiempos adversos, no es momento oportuno para el mal; y si se hace
el bien, no aprovecha, porque todos lo creen forzado y nadie lo agradece.
EL PRINCIPADO CIVIL
- Para que un ciudadano privado llegue a Príncipe de su ciudad, existe otro
medio, para lo cual no se necesita valor o fortuna, sino más bien una
afortunada astucia. Se le puede llamar Principado civil.
- Se llega a este tipo de Principado por el favor del pueblo, o con la ayuda
de los poderosos. Porque en todo Estado se dan estas dos tendencias, que
nacen del hecho de que el pueblo no quiere ser gobernado ni oprimido por
los potentes que, a su vez, no anhelan más que mandar y oprimir al pueblo.
De estos contrapuestos apetitos nace en los Estados uno de estos tres
efectos: Principado o libertad o anarquía.
- El Principado es promovido por el pueblo o por los nobles según halle
ocasión favorable uno de los bandos. Porque cuando los grandes o
poderosos ven que es imposible resistir al pueblo, empiezan por apoyar a
uno de ellos y lo hacen Príncipe por propia decisión, a fin de satisfacer sus
apetitos a la sombra del elegido. El pueblo, por su parte, cuando no ve que
no puede resistir a los magnates, elige a un conciudadano y lo hace
Príncipe para que lo defienda con su autoridad. Quien llega al Principado
con ayuda de los poderosos, se mantiene con más dificultad que aquel a
quien eleva el pueblo, porque el Príncipe se encuentra rodeado por muchos
iguales a él, por lo que no puede mandarles ni manejarles a su libre
albedrío. Pero quien llega al poder con favor popular, está solo y rodeado
por pocos o ninguno que no esté dispuesto a obedecer. Además, no puede
satisfacer honestamente a los magnates sin ofensa de los demás, cosa que
no ocurre con el pueblo. Porque las intenciones del pueblo son más
honestas que las de los grandes, que sólo desean oprimir, mientras que el
pueblo no aspira a más que a no ser oprimido. Aparte, el Príncipe nunca
puede estar seguro del pueblo, que es multitud, y sí puede estarlo de los
nobles, que son pocos.
- Lo peor que puede sucederle a un Príncipe por parte de un pueblo
enemigo es verse abandonado por él. Pero de los nobles enemigos no sólo
debe temer verse abandonado, sino también que se enfrenten a él, porque
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ellos son más previsores y astutos, tienen siempre tiempo de ponerse a
salvo y procuran ganar méritos ante quien ellos esperan resulte vencedor.
- También necesita el Príncipe vivir siempre con el mismo pueblo, y no con
los mismos nobles, ya que noblezas puede hacerlas y deshacerlas de un día
a otro y dar o quitar una posición.
- Hay dos clases de nobles: los que manifiestan al Príncipe fidelidad total y
los que no demuestran dicha adhesión. Los fieles, que además no sean
ladrones, deben ser estimados y honrados; pero los no leales, o lo son por
pusilanimidad o por falta natural de valor, en tal caso, uno debe servirse de
los más prudentes, que pueden honrarte en la prosperidad y no te harán
daño en las adversidades; o lo son por ambición y cálculo, lo que es señal
que piensan más en sí mismos que en ti. De estos últimos debe guardarse el
Príncipe y temerlos como si fueran manifiestos enemigos porque siempre,
en la adversidad, ayudarán a su ruina.
- Resumiendo: el que llega a Príncipe con el favor del pueblo, debe
mantener su amistad, lo que le será fácil, ya que el pueblo sólo pide que no
se le maltrate, pero quien sea Príncipe contra el pueblo, con el favor de los
nobles, ante todo debe intentar atraerse al pueblo, y tampoco le será difícil
si está en condiciones de protegerlo. Y como los hombres, cuando reciben
el bien de quien se esperaban el mal, se obligan aún más con su benefactor,
el pueblo será para con el Príncipe más benévolo que si aquél hubiese
llegado al poder con la ayuda popular.
- El Príncipe puede ganarse la benevolencia del pueblo de diferentes
maneras: y como cambia bastante el sujeto, no pueden darse reglas fijas.
Un Príncipe necesita contar con la amistad del pueblo, porque de lo
contrario no tendrá remedio en la adversidad.
- Los Principados suelen peligrar al pasar del orden civil al poder absoluto.
Porque estos Príncipes, o mandan por sí mismos o mediante magistrados.
- En este último caso, su posición es más débil y peligrosa, pues se
entregan a la discreción de ciudadanos que son magistrados, que, sobre
todo en las adversidades, pueden arrebatarles fácilmente el poder, ya por
oposición, ya por negarles obediencia. En tales peligros, el Príncipe no
tiene tiempo de recuperar el poder absoluto, porque los súbditos, que están
acostumbrados a obedecer directamente a los magistrados, difícilmente le
obedecerán a él en una situación así, ni hallará de quien fiarse en momentos
tan dudosos. Un Príncipe, en tales condiciones, no puede fiarse de lo que ve
en tiempo de tranquilidad, cuando los ciudadanos necesitan del Estado;
entonces, todos acuden, prometen, juran querer morir por él – cuando la
muerte está lejos -, pero cuando sobrevienen las calamidades, cuando el
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Príncipe necesita de los ciudadanos, encuentra pocos fieles. Experiencia
tanto más peligrosa cuanto que sólo puede probarse una sola vez.
- Por tal motivo, un Príncipe prudente debe elegir un medio por el que sus
súbditos, siempre y en cualquier circunstancia, necesiten de la autoridad y
de él personalmente, por lo que en adelante siempre le serán fieles.
GRADO DE FUERZA DE LOS PRINCIPADOS
- Si un Príncipe cuenta con una fuerza tal que puede gobernar por sí mismo,
o, si llega el caso necesita la ayuda de otros; un Príncipe puede valerse por
sí mismo cuando, por abundancia de hombres o dinero, puede reunir un
Ejército y presentar batalla a quien venga contra él, pero si un Príncipes sin
fuerzas suficientes, a la vista del enemigo, tendrá que refugiarse dentro de
las murallas de su ciudad y conformarse con defenderse tras ellas.
- El Príncipe que haya reforzado bien sus defensas y se comporte
debidamente con sus súbditos y con los demás gobiernos, puede ser
atacado, cierto es, pero con cierto respeto, porque a los hombres no les
gusta meterse en empresas que ofrecen dificultad, y verdaderamente no es
fácil atacar a un Príncipe que tiene sus tierras en pleno vigor y no es odiado
por su pueblo.
- Un Príncipe que tenga bien defendida su ciudad y no se haga odiar por los
suyos, no tema asalto alguno, pues si alguien se atreviera al ataque, se
volvería cubierto de vergüenza, porque en este mundo cambian tanto las
cosas que es casi imposible estarse un año paralizados asediando una
ciudad, pero si el pueblo tiene propiedades fuera de la ciudad y las ve arder,
acabará impacientándose y el prolongado asedio y los intereses personales
harán que se olvide del Príncipe, un Caudillo valiente y animoso superará
estas dificultades, ya dando a sus súbditos la esperanza de que el daño no
durará mucho tiempo, ya infundiendo el temor a la crueldad del enemigo,
ya atrayéndose con habilidad a los más temerarios.
- Lo natural es que el enemigo incendie y destruya los campos en cuanto
llega, al principio de su ataque, cuando los ciudadanos se hallan aún en
pleno fervor y dispuestos a la defensa; el Príncipe no debe tener dudas,
pues cuando los ánimos se hayan enfriado, el daño habrá sido hecho, sin
remedio; entonces, los súbditos se unen más a él, pues lo creen obligado a
defenderlos una vez han ardido sus casas y arruinadas sus propiedades. La
naturaleza de los hombres los lleva a obligarse por los beneficios que se
hacen como por los que se reciben. Por tanto, no será difícil a un Príncipe
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prudente mantener en todo el tiempo el ánimo de sus ciudadanos durante el
asedio, si no le falta con qué vivir y defenderse.
LOS PRINCIPADOS ECLESIÁSTICOS
- En este caso cabe afirmar que todas las dificultades se dan antes de su
posesión, ya que se adquieren o por virtud o por fortuna y se mantienen sin
la una y sin la otra, puesto que se apoyan en las seculares leyes de la
Religión, que son tan fuertes que mantienen a sus Príncipes en el poder, sea
cual fuere su modo de Gobernar y de vivir.
- Estos Príncipes son los únicos que tienen Estados y no los defienden;
súbditos, y no los gobiernan; y por indefensos que estén sus territorios,
nadie se los arrebata, los súbditos, sin gobierno, ni siquiera se preocupan o
piensan en liberarse. Sólo estos Principados son seguros y felices.
CLASES DE EJÉRCITOS Y SOLDADOS MERCENARIOS
- Se ha comentado que el Príncipe debe obtener necesariamente unos
sólidos fundamentos, pues de lo contrario irá a la ruina ¿Los principales
fundamentales de los Estados, sean nuevos o antiguos, son las buenas leyes
y las buenas armas? Y como no puede haber óptimas leyes sin armas
adecuadas, donde hay éstas deben darse aquellas.
- Las armas con las que el Príncipe defiende sus Estados pueden ser
propias, mercenarias, auxiliares o mixtas. Las mercenarias y auxiliares son
inútiles y peligrosas. Si uno funda la defensa de su Estado en armas
mercenarias, nunca estará tranquilo ni seguro. Porque los soldados
mercenarios viven desunidos, son ambiciosos, indisciplinados, desleales,
altaneros entre amigos, cobardes frente al enemigo, no temen a Dios, ni
mantienen la palabra dada a los hombres, caen en cuanto se les ataca, en la
paz despojan al Príncipe, que es despojado en guerra por sus enemigos.
Causa de todo aquello es que sólo les retiene en el campo de batalla el amor
al dinero, y éste nunca basta a convencerlos de que deben morir por su
Príncipe. Desean ser sus soldados mientras no haya guerra, pero en cuanto
ésta estalla, prefieren la deserción o la fuga.
- Los Capitanes mercenarios pueden ser hombres excelentes en la guerra, o
no serlo; si lo son, no puedes fiarte de ellos porque siempre aspiran a su
propia grandeza, o bien oprimiendo a su Señor, o bien avasallando a otros
sin la autorización de sus Príncipes. Pero si el Capitán no es valeroso,
representa la ruina segura. Las armas deben usarse o por un Príncipe o por
una República: el Príncipe debe ponerse al frente de sus tropas y ser un
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verdadero Capitán; la República debe mandar a sus ciudadanos; y si envía a
alguien que no tenga valor, debe cambiarlo; y si es valeroso, lo tenga bajo
sus leyes para que no se exceda. La experiencia muestra como Príncipes
solos y Repúblicas bien armadas obtienen grandes victorias, mientras
soldados mercenarios no hacen más que daño. Un ciudadano encuentra más
dificultad en conspirar contra la propia República si ésta cuenta con un
Ejército propio que si lo tiene mercenario.
- La táctica seguida por los mercenarios consistió en alcanzar la propia
gloria y quitarla a la Infantería, porque careciendo de territorio propio y
viviendo de su profesión, los pocos soldados de a pie no les daban brillo
suficiente y los muchos costaban demasiado; por lo que prefieren la
Caballería, que, en número aceptable, suponía menor gasto y más honor.
TROPAS AUXILIARES, MIXTAS Y PROPIAS
- Las tropas auxiliares, igualmente inútiles, son las que un poderoso presta
a otro para su ayuda y defensa.
- Estas tropas pueden ser útiles y buenas por sí mismas, pero en general son
dañosas para quien las llama; porque, si pierden, la derrota es tuya; y si
ganan, quedas a su merced.
- Quien prefiera en todo caso ser derrotado, sírvase de estas milicias,
mucho más peligrosas que las mercenarias. Con ellas encontrará su ruina
cierta. Se presentan unidas y sumisas a la obediencia de Jefes ajenos; en
cambio los mercenarios, después de una victoria, necesitan más tiempo y
ocasión más propicia para volverse contra ti, pues no tienen cohesión y de
ti reciben su soldada, además de que cualquier otro Jefe no llegará tan
pronto a tener tanta autoridad como para ser peligroso. En resumen, en las
tropas mercenarias es peligrosa la desidia; en las auxiliares, el valor.
- Un Príncipe prudente evita tales armas y se vale de las propias; prefiere
perder con las suyas que vencer con las ajenas, convencido de que no es
verdadera victoria la alcanzada con Ejércitos extranjeros.
- En fin, los Ejércitos ajenos, o te oprimen, o te arruinan, o te abandonan.
- Sin armas propias ningún Principado está seguro; más aún, todo se lo
deberá a la fortuna, pues no hay virtud que lo defienda en la adversidad.
Los Ejércitos propios son los formados por ciudadanos o súbditos o
servidores del Príncipes, los demás son mercenarios o son auxiliares.