indios de guerra

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    Rafael Olivares

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    INDIOS DE GUERRA

    LEYENDAS DE NUEVO LENNORTE

    RAFAEL OLIVARES BALLESTEROS

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    Jos Natividad Gonzlez Pars / Gobernador Constitucional del Estadode Nuevo LenJos de Jess Arias Rodrguez / Secretario de Educacin del Estado de

    Nuevo Len y Presidente de la H. Junta Directiva del CECyTE, N.L.Luis Eugenio Todd Prez / Director General del Colegio de EstudiosCientficos y Tecnolgicos del Estado de Nuevo Len (CECyTE, N.L.)

    Investigadores. Rafael Olivares Ballesteros e Ismael Vidales Delgado

    Ilustracin de la portada y de interiores.Vietas del autor

    Indios de Guerra. Leyendas de Nuevo Len, NorteCR. 2009, CECYTE, N.L.-CAEIP, Andes N 2720, Colonia JardnObispado, CP 64050, Monterrey, N. L., Mxico. Telfono 0181-83339476

    Telefax 0181-83339649 E-mail: [email protected]

    Se autoriza la reproduccin con fines educativos y de investigacin,citando la fuente. La versin electrnica puede descargarse de la pgina

    www.caeip.org

    Impreso en Monterrey, N. L., MxicoPrimera edicin: mayo de 2009

    Coleccin. Investigacin educativa N. 36

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    AGRADECIMIENTO

    A MIS FUENTES:

    Sra. Ma. Concepcin Martnez, Vda. de CisnerosDon Juan Francisco Coronado Mata

    Profa. Andrea Martnez VillarrealSrita. Juanita Hernndez Briseo

    Don Corando Garza VillarrealDon Remigio Cisneros LpezDon Hctor de la Rosa Pin

    Don Rogelio Jaime OrtizDoa Ciria Jaime Ortiz

    Doa Norma VillaY todos esos viejos

    maravillosos queme abrieronlas puertasde su casay de sucorazn.

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    NDICE

    Presentacin / 11

    Corazn apache / 15

    La nia y el indio / 19

    La cancin de Liberata / 23

    El lago de las maravillas / 29

    La Azanza / 33

    El tesoro del catujn / 39La muerte de Juan Jos Lorenzo / 45

    La fuga de Juan Cisneros / 51

    El dedo mocho / 57

    Las cinco ollas de oro / 61

    La ltima aventura / 65

    La nia y el chamn / 71

    Emboscada apache / 75

    La onza real / 79

    La leyenda del Zesnacan / 87

    Apaches / 89

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    Marn / 91

    El secuestro / 93

    Prisioneros / 95

    Una nueva vida / 97

    Dios de mis padres...! / 99

    La agona / 101

    Dame la cura, o dame la muerte...! / 103"Zesnacan", el indio blanco / 105

    Recuerdos lejanos de una tierra que olvid que

    amaba / 111

    Mi pueblo o mi sangre / 113

    La decisin / 115

    Caja de guerra / 119

    La ltima batalla / 121

    Volver a vivir / 123

    El regreso a la tierra / 125

    Acerca del autor / 127

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    Podr yo acaso adornar con algunas galas de lapoesa el desnudo esqueleto de esta sencilla yterrible historia; pero nunca me apartar unpunto de la verdad, a sabiendas...

    -Gustavo Adolfo Bcquer

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    PRESENTACIN

    a memoria colectiva, guarda entre sus recuerdoshistorias de indios de guerra. Los ancianos octo ynonagenarios repasan los relatos que sus mayores les

    dejaron como herencia, hechos acaecidos a mediados del sigloXIX, cuando sus abuelos eran jvenes y padecan oatestiguaban el tiempo violento que les toc vivir. La figuradel indio bravo, enfrentado desesperadamente ante su

    aniquilamiento; luchando por sobrevivir en un tiempo en quela poblacin blanca y mestiza ya no le dejaba un espacio bajoel sol y era perseguido y maltratado en todas partes, es temade la crnica histrica y de la tradicin oral.

    Muchos han de preguntarse: pero, todava hay quientenga memoria de hechos tan lejanos? Claro que los hay!Solamente que hay que dejar la ciudad e ir a los pueblos ycomunidades rurales donde los ancianos guardan an losrecuerdos que sus padres les dejaron. Quin no recuerda lasconversaciones con sus mayores? Entre mis memoriasfavoritas estn las plticas con mi abuelo Jos OlivaresGarca, nacido en 1885, quien an guardaba los recuerdosque sus mayores le compartieron acerca de la histrica

    batalla de Santa Isabel, el 12 de febrero de 1866, a las afuerasde Parras de la Fuente, Coahuila de Zaragoza, cuando sus tos

    L

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    salieron al campo de batalla como voluntarios civiles almando del Gral. Viesca. Participaron en el combate,atestiguaron la derrota de los franceses, y regresaron a casacon un botn de guerra que les vali una cintareada de partede su padre mi tatarabuelo- quien los hizo enterrar en unrincn del gran patio, envueltos en cobijas, fusiles, pauelos,medallas, monedas y relojes con que desvalijaron a losmuertos. Para la moral de su padre, la rapia era deshonrosaan sobre el enemigo.

    Qu delicia conversar con los abuelos! En su pltica,asoma uno a mundos extraos y hechos lejanos en el tiempo.Es una sana y efectiva forma de estrechar lazos entregeneraciones que sin embargo, en nuestro tiempo ya muypocos practican. El venerable anciano, en muchas familias, esun mueble viejo, arrumbado, condenado a un rincn desilencio, polvo y olvido.

    Pero el indio guerrero es tambin figura importante enla leyenda de tesoros y aparecidos, tema preferido por los

    nios y la gente promedio que se maravillan con estos temas.El espritu de un guerrero que custodia riquezas enterradas;dineros que ha de entregar exclusivamente a quien l haescogido por designios vedados a nuestro entendimiento. Elalma perdida del indio que se manifiesta de pronto en mediode la oscuridad o a plena luz del da con un mensaje que nosdar riquezas prohibidas para otros, o quiz slo se presentepara traernos susto o anunciarnos desventuras.

    Las narraciones aqu presentadas no hablan de losindios de todo Nuevo Len pues no alcanzara el espacio; se

    circunscriben a la tradicin oral exclusiva de municipiosbaados por el ro Salado: Anhauc, Lampazos, Vallecillo,Villaldama y San Rafael de Las Tortillas, vecino inmediato enterrenos de Tamaulipas. Cabe aclarar que, en la tradicinoral, el relato es libre y no se ajusta al rigor histrico; peroalgunas leyendas tienen apoyo en fojas de archivos como es el

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    caso deLa Azanza y la leyenda deZesnacan, que a mi juicio,es la ms bella entre las leyendas de Nuevo Len.

    Algunas veces, mi trabajo se ha confundido con lacrnica histrica; pero no, mi respeto para los cronistas,especialistas en este campo en el que yo sera solamente undeslucido intruso. El camino de la leyenda -as sea la leyendahistrica-, se encuadra en el campo de las tradiciones, en elfolclor de los pueblos, en el campo del saber popular dondeflota libre e inocente, el espritu de una nacin.

    Rafael Olivares Ballesteros

    [email protected]

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    CORAZN APACHE

    e Ciudad Anhuac a los ejidos, el camino se bifurcadoblando a la derecha; pero al frente, aparece unalarga recta conocida como la carretera a La Gloria,

    uno de tantos ejidos. Siguiendo esta terracera, hasta cruzarla carretera a Laredo, ha usted de seguir tierra adentro,siempre con rumbo oriente, hasta llegar a un viejo poblado,

    ya en territorio de Tamaulipas, conocido como San Rafael de

    las Tortillas.Las Tortillas duermen bajo el candente sol el sueo de

    los siglos, arrullado entre mezquitales y montes de bajomatorral. Por las callejuelas ruinosas del pequeo pueblo, anse respira el sobresalto y el miedo que fueron la epopeyaconstante de sus antiguos habitantes, cuando esta rea fue elpaso de bandidos, apaches y comanches fieros que azotaron alneoleons y tamaulipeco antiguo desde estas tierras hastaZuazua, Santo Domingo y Santa Catarina. Las casas son deadobe y piedra, sus gruesas paredes tienen puertas y ventanasde rudo mezquite y encino; son verdaderas fortalezas conmirillas de tiradores por las paredes de los cuatro puntoscardinales, que nos hacen recrear la defensa de cada casacuando el bandido, el guerrillero y el indio brbaro asolaronel poblado.

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    Los ancianos repasan sus recuerdos y cuentan lashistorias que como preciosa herencia les dejaron sus mayores;destacando entre estas tramas, la leyenda de aquel brbaro

    blanco que entre dos mundos que se le ofrecieron, escuchslo los dictados de su corazn apache.

    Era la primera mitad del Siglo XIX. En aquellostiempos, los habitantes de San Rafael de las Tortillas tenanque llevar su trigo hasta los molinos de Nava, Coahuila, paraconvertirlo en harina. La jornada era de cuatro semanasdurmiendo acampados bajo las estrellas, comiendo de lacacera o del pinole de frijol precocido, al que ya slo leagregaban agua para comerlo, cuando no haba ms. Pero loms duro de la aventura no eran los caminos bajo el intensosol, sino la presencia de indios guerreros que en grupos otribu entera, se desplazaban de un lado a otro por aquellosmontes.

    Cuentan que, una vez, sali de Las Tortillas unacaravana de guayines a llevar las costaleras de trigo a Nava.

    Iban armados y dispuestos a enfrentar los peligros del monte:fieras, bandidos, indios; lo que les saliera al frente.Pas un mes y el retorno de aquella caravana no se vio.

    Las familias de Las Tortillas se preocupaban pensando quealgo habra sucedido a los peregrinos y rezaban por un felizregreso; pero al paso de los das, fueron apagando la llama dela esperanza. Veinte hombres a caballo y bien armados,salieron a explorar los caminos a Nava. A cinco das de

    jornada, encontraron los guayines destrozados, vacos, y loscuerpos ya devorados por las fieras de hombres, mujeres y

    bestias muertos a flecha y lanza. Los apaches, otra vez...Hicieron un reconocimiento y conteo de cuerpos; y

    entre tanto muerto, faltaba uno: era un nio de cinco aos,que se dio por perdido para siempre. Un coro de llantos seescuch sonoro por las calles de Las Tortillas y sus ranchoscercanos como lgubre cancin de dolor y muerte. Al poco

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    tiempo, la resignacin; la vida tena que seguir ya que as erael diario vivir en el tiempo aqul.

    Los aos pasaron y muchas aventuras ms se dieron enel constante roce con el indio de guerra que por temporadasazotaba la comarca por todos los caminos viejos de Sabinas a

    Villaldama, y de Las Tortillas a Lampazos. Pero una vez, unapatrulla militar enfrent a un grupo apache que se tuvo querendir ante la superioridad numrica y de armamento. Ahentre ellos, haba un indio con piel blanca tostada por el sol,ojos de color, y una cerrada barba negra. Aunque hablara sulengua y vistiera como ellos, aqul guerrero definitivamenteno era indio.

    No quisieron cargar con prisioneros. Mataron a loscautivos uno a uno; pero al indio barbado lo dejaron atado aun rbol a la orilla del campamento. Era intil tratar dehablarle. Feroz combatiente desde estas tierras hasta Tejas,gritaba en su dialecto y trataba de golpear y patear a quien sele acercara; hasta que por sed y hambre, tuvo que aceptar una

    ddiva del enemigo. Se le trat con curiosidad y paciencia, ylo mantuvieron atado hasta que poco a poco, le fueronrescatando los recuerdos de una lengua olvidada.

    Lo llevaron atado a San Rafael de las Tortillas. Allpermaneci preso, hasta que record plenamente el espaol ylo hicieron entender que l no era indio; que era hermano delblanco; que sus rasgos lo hacan cristiano1 y si haba hechovida ajena, era porque haca veinte aos lo haban robadoasesinando a sus padres. Poco a poco se fue apagando su sermontaraz y conviviendo en paz hasta que por fin, lo soltaron

    para reintegrarlo a la comunidad. Sin embargo, no seencontr parentela alguna y una familia que se decan susprimos le dieron cobijo y sustento. El brbaro blanco, haba

    vuelto al redil de los civilizados.

    1As se nombraba a las personas que no eran indgenas, en esos tiempos solo sehablaba de cristianos y brbaros.

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    Un largo ao trascurri en que aquel hombre aprendacon inters la rutina de trabajo de agricultores y pastores;pero siempre, a cada puesta del sol, quedaba con la vista fijaen el horizonte, extraando tal vez la vida indiana, o quizssoando con unos ojos negros que dej llorando en ladistancia.

    Se aficion a la caza del jabal y el venado, y muchastardes sali a cabalgar para perderse en la noche y volver conel sol de la maana, con un animal atravesado en ancas. Se ledeca que no era necesario perderse tan lejos si los venadosestaban noms cruzando el Salado; pero l aseguraba que legustaba cabalgar distancias, para cazar con la luna y dormircon el chirriar de los grillos. Se le respet esta costumbre;hasta que una maana, no regres ms.

    Los parientes y vecinos buscaron los alrededoressiguindole la huella, hasta ver que el rastro de su caballo se

    juntaba con otro. A un lado estaban su pantaln y sombrero.As, adivinaron la verdad de aquellas escapadas. El brbaro

    blanco se haba integrado a la vida entre sus igualescristianos; pero jams pudo arrancarse de su ser la nostalgiapor la vida en cabalgata a los cuatro vientos; o quizs, unamor que lo esperaba; o tal vez, fue que nunca se pudo mataren su pecho aqul largamente cultivado...

    Corazn apache...

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    LA NIA Y EL INDIO

    l 25 de marzo de 1938, llegamos repatriados de losEstados Unidos. El trabajo se haba terminado y, trasun largo peregrinar en busca de la vida que aquella

    nacin en crisis nos neg, mis padres decidieron regresar aMxico. As fue como llegamos a Ciudad Anhuac, tierradesconocida pero llena de promesas. Ah estaban repartiendotierras y mi padre consigui una parcela de la que podramos

    vivir modestamente; pero con la dignidad que da el sentirseparte de un gran proyecto nacional.

    Yo, Rosita Turrn, tena cuatro hermanos: Ariel yFrancisco, de trece y once aos de edad que eran la principalayuda a mi pap. Pedro y Manuel, de nueve y siete aos queayudaban a mam en las tareas de la casa; y yo, la menor ynica mujercita, era poco lo que poda hacer con mis cincoaos; as que dispona de mucho tiempo para jugar, crecer ydescubrir la vida.

    Inmediatamente, ocupamos la parcela con una casita deadobe que levantamos entre todos e hicimos un techo lateralcon troncos y paja que pronto se llen de enredaderasfloridas, donde mariposas y abejas jugueteaban en los dasclidos del ao. A un lado del patio, haba una vieja noria

    E

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    azolvada, de poca profundidad; que fue desde el principio milugar favorito para jugar con mis hermanos.

    Fueron aquellos mis aos ms felices: Viendo pasar eltiempo entre cosechas, caminando a los algodonales parallevar a pap y a mis hermanos las viandas; o sentada a lasombra del palo blanco para ver pasar por el cielo azul lasparvadas de garzas y patos hacia los espejos de agua de laspresas de Salinillas y Don Martn. Pero, un da, mientras

    jugaba junto al pozo, apareci junto a m un indio viejo que,montado sobre un caballo blanco, me miraba y sonrea consimpata, y sealaba con el dedo ndice hacia el interior de lanoria. Entre asombrada y maravillada, lo contempl sin podersentir miedo; pues su presencia era ms que amistosa; eracasi paternal; como un abuelo que se acercaba lleno deternura al ms pequeo de sus nietos.

    Mam, mira, un indito!-grit llena de alborozo. Peroaquella visin, se fue desvaneciendo como mi entusiasmo, al

    ver que mi madre ni mir, ni me crey nada.

    Cuando tena siete aos, se present en el rancho mi taPetra. Me llev con ella a vivir y a estudiar en Monterrey y deall me llevaron a la ciudad de Mxico; donde acab la carrerade Qumica. La vida nos arrastra lejos. Sabemos dondenacemos pero ignoramos el lugar en el que moriremos; masnunca pude olvidar las llanuras de Anhuac y siempre quetuve vacaciones, corra a los algodonales, a ver las vacasapacentndose en las praderas y a disfrutar la vista de laslejanas mesetas del llano donde el sol se pone con ms

    belleza que en el horizonte marino.

    Muchos aos pasaron. Mis hermanos, igual que yo, secasaron y se fueron. Mi padre enferm y muri. La enormepena nos volvi a reunir; y mi madre, no pudiendo soportar eldolor de ver partir al compaero de toda su vida, al pocotiempo se fue tras l. Al ver perdidas mis races, sent quepara m todo haba acabado.

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    Por acuerdo de mis hermanos, yo me qued con elrancho y, de las ruinosas paredes, levant una casa slida detres cuartos y un porche. Estaba decidida a cuidar la herenciade mis padres. Mi esposo y mis hijos estuvieron siempreconmigo y me apoyaron en todo lo que planeaba.

    Un da, me acord del anciano indio y mi infanciaregres al volver a sentarme en el derruido pretil de la noria.Ese da, al conjuro de mis recuerdos, se materializ el

    venerable viejo sobre su cabalgadura y me salud con unasonrisa y una mirada ms expresiva; como contento de

    volverme a ver. Yo tambin le sonre feliz del reencuentro conun antiguo amigo de mi infancia. El anciano, me volvi asealar hacia el pozo y regres a su mundo arcano;desvanecindose poco a poco con aquella expresin tiernaque nunca olvidar.

    Al da siguiente, mi esposo y yo decidimos desazolvar lanoria, y trabajamos junto con nuestros hijos durante variashoras. Al fondo, encontramos un presente que el viejo indio

    guard largamente para m: una pesada caja llena demonedas de oro y plata.Regresamos a la ciudad de Mxico con una riqueza que

    jams imaginamos poseer. Despus de esa aventura, el viejojinete no volvi ms a mi vida. Pero todava sueo con unania que cabalga en ancas de un caballo blanco; abrazada a lacintura de un anciano que ya slo en sueos me visita, parapasear juntos por los llanos del Anhuac, que nunca olvidar.

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    "Era 1932. Yo tena 12 aos de edad. Llegaron a Horcones,a caballo Eran tres indias jvenes y una de ellas, traa unnio indio en ancas. Queran intercambiar hierbas y racesmedicinales por alimentos. Mi amiga les dijo que, al parecer,su mam usaba aquellos remedios; tal vez con ella podranhacer trato."

    "Las indias le dijeron que las llevara a su casa; y lams risuea la invit a subir en ancas, dicindole: Chpete'iqu..." - pero ella mejor las gui caminando adelante de loscaballos. Los indios, se deca, robaban nios. Qu se iba a

    subir...!"-Don Remigio Cisneros Lpez

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    LA CANCIN DE LIBERATA

    inalizaba el siglo XIX y Lampazos de Naranjo2 gozabade la paz de una vida sencilla, adormilado en lacotidianeidad de los trabajos del campo. Aquella tarde,

    el rumor de las aguas corriendo por las acequias llenaba detanta tranquilidad el ambiente, que los jvenes se sentandesbordados por la inquietud sin cauce tan propia de esosaos. Haba que hacer algo que le pusiera movimiento a la

    quietud que los ahogaba, as que decidieron ir al Ojo de Aguaa fustigar "la indiada" que a esas horas bajaba al manantial a

    beber y a surtirse de agua.El grupo de jinetes encamin el paso de sus caballos

    con aquel rumbo; y al llegar, se lanzaron a todo galope al verque los catujanes ya escapaban en una desbandada bienorganizada, formndose varios grupos que tomaron distintasdirecciones con el rumbo de la sierra; tratando de que elataque se concentrara en pocos, y pudieran salir mejorlibrados la mayora.

    2Antiguamente Pueblo de San Antonio de la Nueva Tlaxcala y Misin de NuestraSeora de de los Dolores de la Punta de Lampazos (segn Dvila y Cellard). En1752 se convirti en Villa de San Juan Bautista de Horcasitas y el 28 de diciembrede 1877 fue declarado Ciudad de Lampazos de Naranjo, en honor de su hijo elGral. Francisco Naranjo, hroe de la repblica.

    F

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    Ya nadie saba porqu se consideraban enemigos, puesla imagen del indio guerrero y el lampacense con pretensionesde conquistador ya pertenecan a la historia. Slo saban queunos eran parias sin derecho ni posesin alguna; y otros, losdueos del poder y de la tierra. Los jinetes agitaban las reatasal viento arreando cual ganado humano a los fugitivos quecon sus espaldas desnudas, detenan los golpes del lazo paraproteger a los ms desvalidos de la tribu. Los lazaban y loshacan correr tras el caballo so pena de ser arrastrados; y sialguno sacaba la natural bravura del hombre, era atado ygolpeado como brillante fin de fiesta. El indio tena quesoportar callado el maltrato, o poda hasta perder la vida.

    La diversin termin, pero al acercarse al poblado,descubrieron que an traan atada, cabizbaja y trotando trasel caballo, a una mujer catujana. Se preguntaron todos quhacer con ella, y un muchacho decidi llevrsela a su familiapara que ayudara en los trabajos de la casa.

    La familia Rodrguez recibi una sirvienta a la que no

    tendra que pagar dinero alguno y la seora de la casa la tratcon suavidad, convencida que como mujer, sera ms fcilcomunicarse con ella a base de bondades y no con golpes oamenazas. La india recibi cabizbaja toda palabra amable omal trato, pues se saba capturada y resistir sera intil.

    De todos modos, aquella noche la pusieron a buenrecaudo para evitar que escapara. La nativa pas la primeranoche atada y entre cuatro paredes, sin mas consuelo que la feen sus espritus protectores y suspirando por sus amadasmontaas. Nadie pudo ser testigo del llanto silencioso que

    corri por el bano de sus mejillas.Al da siguiente, la seora Rodrguez le llev el

    almuerzo y la hizo cambiar su vestimenta de burdas pieles porun vestido de uso comn. La fue entrenando en las labores delhogar y tras advertir la resignacin y mansedumbre deaquella mujer serrana, consider conveniente irla instruyendo

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    en el espaol y la fe cristiana. Una maana, fue llevada a laparroquia del Sagrado Corazn para recibir el Sacramento enla pila bautismal. Ah, recibi un nuevo nombre quecontrastaba con su situacin de cautiva. Se le llam: Liberata.

    Como sea, la fe innata de Liberata se manifestabalibremente cuando al anochecer, desde su cuarto se oan salircnticos y oraciones en la lengua que la madre Tierra leense a su pueblo; y tras una larga sesin de buscar consueloen sus dioses ancestrales, se tenda en el camastro paraesperar un nuevo da sin esperanzas, ni para ella, ni para suraza. Algunas veces, durante el ocaso, sala al patio, sehincaba y pona la frente en el suelo, como en adoracin a latierra, murmurando una oracin.

    Muchas veces, su ser natural, tan en armona con loselementos, pareca receptivo a los cambios climticos y suplegaria la acompaaba de cnticos monocordes. As, en sucancin sonora daba gracias a los espritus tutelares por laprxima lluvia o por el viento norte que llegara unas horas

    ms tarde."Oye noms...!-comentaban los vecinos-. Ya estaaullando su canto Liberata. Seguro que va a llover...!"

    Otras veces, pasaba el tiempo en estatuaria posemirando hacia los cerros, como preguntando al padre Vientopor sus desdichados hermanos de sangre; los condenados a

    vagar eternamente en una tierra que Dios hered a hombres yanimales por igual; pero les fue arrebatada por la mezquindadde unos cuantos. Por ah andaran errantes junto al oso y elcoyote; sin un lugar bajo el sol donde poner el pie porque ya

    todo tena nuevos dueos y con saa eran expulsados detodas partes, sin ms caminos que la servidumbre, lahumillacin constante, o la muerte en desigualenfrentamiento.

    Una vez, la sequa lleg y con ella vino la penuria paraganaderos y agricultores. El pan escase en todos los hogares,

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    y la familia Rodrguez no fue la excepcin. Carecer de lo mselemental fue la rutina de todos los das. Una maana en quele negaron el almuerzo, Liberata qued parada en medio delpatio y, como nio que jugara a "los caballitos", dio un salto,se aplic un manazo en la cadera y se lanz a plena carrerarumbo al monte. La seora Rodrguez la vio partir no sinsentir algo de tristeza; pero resignada, pens que, al menos, lacomida alcanzara mejor sin esa boca ms que alimentar.

    Aquella tarde, an con el sol en alto, Liberata llegsudorosa. Se dirigi hacia el comedor al que nunca fueinvitada y llev ambas manos a las bolsas del vestido. Quedparada, como calculando las reacciones de sus dueos; y anteel asombro de todos, puso sobre la mesa dos puados demonedas de plata y oro. Ella saba que aquellas piezas demetal eran la ayuda que la familia Rodrguez imploraba a sudios en las plegarias. La familia, atnita, le preguntrepetidamente de dnde haba sacado aquellas monedas; perola india les dio la espalda y sali al patio a esperar el ocaso

    para despedir al sol con su extrao canto.La comida ya nunca falt en aquella mesa donde ahoratambin la india generosa era sentada. Los vecinos, al ver queaquella chimenea siempre estaba activa, pedan algo dealimento para los ms pequeos; y los viajes de Liberata serepitieron para ayudar a remediar el hambre de ms familias,hasta que la indiscrecin divulg el secreto. Frecuentementefue interrogada y hasta presionada por personas propias yajenas a la familia; pero jams revel el lugar donde estabaescondida la fuente de aquellas riquezas.

    Una vez, Liberata sali con el sol de la maana eintilmente fue esperada todo el da por sus dueos. Lleg elatardecer y por el vecindario ya no se oy ms su cancindespidiendo al da. Los hombres de la familia Rodrguezindagaron por la sierra entre los catujanes, buscaron por los

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    montes; pero a sus gritos en busca de Liberata slo el silenciocontest.

    Aquella mujer que de esclava pas a protectora de susdueos, ya nunca fue encontrada. Se pens que tal vez muritorturada por otros captores que deseaban saber dnde seencontraba el tesoro; que quizs la cueva de las riquezas laencontr ocupada por alguna fiera o en la ms amablesuposicin, que lleg su tiempo de dar fruto a la vida y seperdi hacia otra regin en compaa del mancebo con el quecompartira el resto de su existencia.

    Lo cierto es que Liberata se fue con su secreto y sucanto, perdindose para la historia que no pudo ya seguir suhuella. Se perdi igual que su raza, que empujada cada vezms lejos por la ambicin insaciable de los terratenientes,acab por desaparecer hacia incgnito destino para vergenzade un pas que nunca pudo perdonar al indgena ni supensamiento ni el color de su piel. De aquella india generosaslo qued la leyenda que hoy todava, los viejos cuentan a los

    nios; y Liberata, seguir por siempre presente entre lasmemorias del antiguo Lampazos de Naranjo, cuando estepueblo fue la frontera ante las trgicas naciones indias delnorte de Nuevo Len.

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    "bamos al Ojo de Agua a agarrar a la indiada ynos divertamos persiguindolos a caballo. Lespegbamos con la reata... Los lazbamos... Loshacamos correr tras los caballos. Luego, losdejbamos ir...

    -Contado a sus descendientes por don JosRodrguez, lampacense nacido en 1875

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    EL LAGO DE LAS MARAVILLAS

    Leyenda de Cerralvo, la cuna de Nuevo Len

    a leyenda que podemos sealar como la ms antigua deNuevo Len, se registr en el ao de 1643 cuando DonAlonso de Len, conquistador de esta regin, sali de

    la Villa de Cerralvo para explorar con el rumbo de las Salinasde San Lorenzo. Era escoltado por una gran comitiva desoldados, milicianos y sirvientes, entre los que se encontrabaMartinillo, un indio de la tribu cataara, que era el gua eintrprete de las lenguas nativas de esa tierra.

    Era Martinillo discreto en su trato con los espaoles;pero a Don Alonso de Len, que es considerado el primercronista de Nuevo Len, le gustaba mucho platicar con losnativos de estos lugares para registrar sus pensamientos, paraentenderlos, y conocer todo sobre sus costumbres y creencias;

    y en esto, Martinillo, como natural de estas regiones, era deinapreciable ayuda. Como nativo de estas tierras, conocamuy bien la regin, y le platicaba a Don Alonso todo cuantoste deseaba saber. Una ocasin, sealando las tierras msall del ro San Juan, le dijo al conquistador:

    _ Cuando vengamos de regreso, nos vendremos poraquellos bosques de acull. Los llevar a un ojo de agua queno corre..., que no crece..., que no mengua..., ni se le hahallado el fondo. En su bordo crecen los rboles y el trigo enmacollas que espigan, que dan granos abundantes; y cuando

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    nuestros hermanos indios los cortan, vuelven a salir ms yms; y en ese lugar, el alimento jams falta.

    Tal maravilla de lugar, llen de curiosidad a Alonso deLen y pregunt ms sobre tal ojo de agua. Martinillo,ahondando en la historia, cont que era pltica de losancianos, que sus mayores les haban contado que, hacemucho tiempo, a la orilla de ese lago, llegaba un indio joven,de buen rostro, que les deca muchas cosas buenas; que lesdaba consejos muy sabios. Era su palabra dulce y deprovecho; convenca con sus razones, y llenaba de confianza ypaz a todos los que a l se acercaran.

    Pero suceda siempre que cuando se alejabaperdindose en el misterio, tambin se presentaba otrohombre, muy feo, con rostro y cuerpo pintado como indio deguerra, y les deca que no le creyeran nada al otro, que no eramas que un embustero. Hablaba con palabra que penetraba larazn de los indios y los convenca con sus malasorientaciones, tanto, que borraba todo lo bueno que el otro

    dejara en sus mentes.Otro da, volva a aparecer en el lugar el hombrebueno; sin embargo, era tanta la influencia del malo, queluego de ver que haban podido ms las malas razones en lamente de la gente, se retiraba, y se le pona el rostro triste aldarse cuenta que pocos frutos haba cosechado con su palabrade sabidura y bondad.

    Cuentan que, una vez, convencido de que nadie jamsseguira sus consejos, desapareci perdindose para siemprehacia lo Desconocido; y en la piedra donde estaba parado,

    quedaron estampados sus pies; y hasta ahora, an estn ahlas huellas grabadas.

    En el viaje de regreso, se tomaron rumbos muyalejados y se desviaron hacia lo que es hoy la ciudad deMonterrey. All, el gobernador Don Martn de Zavala, alenterarse de aqul sitio de los milagros, orden hacer una

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    excursin al lugar sealado por la tradicin india; peroaquella aventura se vio frustrada porque repentinamente, elindio Martinillo enferm y muri, llevndose con l todos sussecretos.

    Fue aquello la presencia por estas tierras norteas dellegendario Quetzalcatl y su enemigo Tezcatlipoca? Fueacaso un apstol cristiano olvidado por la historia? Losconquistadores pensaron que habra sido la presencia delespaol perdido, Alvar Nez Cabeza de Vaca3; pero por lamemoria y referencias de los ancianos, se ubicaban aquellaspresencias del bien y del mal hasta ms atrs del ao de 1400.Existir todava aqul lago de las maravillas y permanecean perdido para los hombres de nuestro tiempo?

    Esta vieja leyenda an perdura, y su misterio slo seabri para conocimiento de los indios, los verdaderos dueos,antiguos amos y seores de estas tierras, cuya posesin elespaol vino a usurpar por la fuerza de las armas.

    3 Fue un explorador espaol del Golfo de Mxico y del Ro de la Plata. Fue elprimer europeo que describi las cataratas del Iguaz y explor el curso del roParaguay. Los ltimos aos de su vida son una incgnita para algunos es posibleque muriera en Sevilla o en Jerez de la Frontera hacia el ao 1560. o bien quepudiera haber tomado los hbitos y acabara sus das entre el silencio de unmonasterio.

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    Azanza se acab totalmente. Noms dosmuchachos se ahogaron porque los indios lipanes,situados en aquellas inmediaciones, sacaron anado doce personas; siendo tanta el agua, que elro se sali de madre cuatro leguas por cada ladode sus mrgenes, llevndose as mismo, muchosganados y muchos ranchos que haba cerca ycuanto tenan sus habitantes.

    -Juan Ignacio Ramn, en informeal Gobierno de la provincia

    del Nuevo Reyno de Len,Don Simn de Herrera y Leyva, 1802

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    LA AZANZA

    os indios lipanes, pueblo que perteneci a la grannacin Apache, aquel ao de 1798 tomaron la iniciativade buscar contacto con el hombre blanco realizando

    entrevistas con autoridades administrativas y militares delVirreinato para ofrecer la paz.

    Las gestiones empezaron: El jefe Francisco entrevistal comandante de la guarnicin de San Agustn de Laredomientras Cusaso haca lo mismo con el jefe militar delpresidio de Lampazos. La razn de tal iniciativa era que loscomanches ya haban concertado la paz con el gobierno de laNueva Espaa y les permitieron acomodar su poblado cercade San Antonio de Bjar, en Tejas. Los apaches vivan poraquella regin al norte del ro Bravo y no podan estar cercade los comanches, pues ambos pueblos eran mortalesenemigos y sus luchas las convertan en verdaderas masacresdonde no se perdonaban mujeres, ancianos o nios.

    Atormentados por un odio ancestral, y ahora avecindados,ambos pueblos estaban amenazados con una guerra deexterminio. Pero la paz les fue negadapor la desconfianza quese les tena, pues en 1791 haban pasado por la reginasolando Lampazos y Vallecillo, dejando diecinueve vecinosmuertos, llevndose diecinueve cautivos y miles de cabezas de

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    ganado entre caballos, reses y cabras. Sin embargo,provisionalmente se les dej establecer rancheras a la orilladel ro Salado, lejos de los poblados.

    Desde La Punta de Lampazos hasta San Agustn deLaredo, haba un gran territorio sin habitantes que, hastaentonces, slo haba servido como escenario deenfrentamiento entre todo tipo de indios y espaoles. Era ellugar ideal para el acomodo de los lipanes pero, para negarlesel asentamiento, Don Simn Herrera, Gobernador del NuevoReino de Len, dispuso en 1779 crear un poblado criollo a laorilla del Salado y se escogi un paraje llamado SantoDomingo. Era un llano que permitira la persecucin deindios enemigos, ya que no tena lomeros donde se pudieranocultar. As, algunos vecinos de Lampazos y Vallecillo seapuntaron en la aventura de crear una nueva frontera paracontener las incursiones indias.

    Cerca de ciento cuarenta colonos, entre familias ymilitares, llegaron en desfile de caballera, guayines y carretas

    tiradas por bueyes o mulas y se acomodaron a la orilla del ro,por las cercanas a lo que es hoy el ejido El Puente. Se le pusopor nombre Villa de Nuestra Seora de la Candelaria de

    Azanza y llenos de entusiasmo, se dedicaron a construir casas,templo, cuartel, almacn y a explotar aquella tierra prdiga enterrenos frtiles, montes buenos para el ganado y poblados de

    varias especies para cacera, as como la abundante pesca enel Salado. Un promisorio futuro los esperaba.

    Se haban matado dos pjaros de un tiro: al tiempo quese beneficiaba a ms familias con nuevas tierras, se tena ya el

    pretexto para negar espacio a los apaches que tendran queseguir errantes, sin lugar en un mundo arrebatado en sutotalidad por los insaciables blancos. Aunque ya no podanalegar el abandono del territorio, an as los lipanes siguieronsu peregrinar por Laredo, Vallecillo y Lampazos, mendigandouna paz que "la gente de razn" les neg por todos los medios.

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    Segn declaraciones de jefes militares, no se poda dar ninegar la pazen los trminos en que la solicitaban. Haba queobligarlos a respetar la ley aunque sta en nada losfavoreciera, y en caso de hostilidad: combatirlos con

    firmeza... As, los indios de guerra estaban condenados amorir en combate; y los indios pacficos, condenados alesclavismo o a vagar por las tierras hasta su total extincinpor hambre y enfermedades entre montes secos donde hastael acceso a los manantiales se les negaba. Quizs, en nuestrotiempo, entendamos ya porqu el indgena jams pudocomprender la moral de los cristianos.

    El da 21 de junio de 1802, una temporada de lluvias seabati sobre el valle de Santo Domingo durante once das consus noches, tal vez para recordar a los hombres quin es el

    verdadero Dueo de la tierra. Fue una lluvia regional queabarc casi todo el noreste del pas. Si desde Monclova ySanta Rosa, Coahuila, los aguaceros inundaban el territorio,es de comprender que el ro Salado tendra una creciente

    extraordinaria. Las aguas desbordaron el cauce y su franjacubri una extensin de ms de veinte kilmetros de ancho.La tempestad fue destruyendo todo el casero de adobe yhasta las ms fuertes construcciones fueron cediendo aldeslave tras cientos de horas de escurrimientos. Al llegar lainvasin de las aguas, los pobladores tuvieron que huir en

    busca de lomas para salvar la vida; pero, los ms dbiles ydesvalidos, fueron atrapados por la corriente quedandoalgunos trepados a los mezquites para no perecer ahogados.

    Los colonos miraban a lo lejos el rugiente correr de la

    corriente e impotentes vean a sus familiares y vecinos que,atrapados sobre los rboles, haban dejado de hacer seasdemandando auxilio y esperaban resignados a que una nuevaoleada los cubriera para entregar a Dios la vida que alguna

    vez les dispens. En la colina, los ms sensibles llorabanpensando en aquellas vidas por las que ya nada se poda

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    hacer, as como en todo el ganado y enseres que se haban idocon la creciente para dejarlos en la ruina total.

    Llegaron los apaches... Contemplaron toda aquelladestruccin y a los blancos llorosos y disminuidos por latragedia. Miraron a lo lejos a los ancianos, mujeres y niosque sobre los mezquites esperaban silenciosos el momentofinal. Los atribulados colonos pensaban que lo ltimo que lespoda suceder era una embestida de aquellos salvajes pues,tras das de humedad y fro, sus armas y nimo se habanperdido y se sentan indefensos ante los orgullosos guerreros.

    Los indios se acercaron al filo del agua y ante el azorode todos, en silencio se fueron lanzando a la corriente; y atramos caminando, y tramos luchando a brazadas vigorosas,

    vencieron la distancia y el agitado caudal. Por parejas llegarona cada rbol donde los ateridos nufragos se aferraban a la

    vida. Tras tomar a cada uno, remontaron las aguas de regreso,nadando con gran habilidad en el salvamento, hasta llegar a laorilla cargando en brazos aquellas vidas arrebatadas de las

    garras de la muerte y dando una demostracin de nobleza ycalidad humana, que rara vez les ha sido reconocida por lahistoria del hombre blanco.

    Las lluvias cesaron dejando desolacin y ruinas en loque pudo haber sido un prspero poblado. Los colonos, sinayuda del gobierno, ya no podran volver a empezar yregresaron a sus pueblos tras casi cuatro aos de esfuerzointil. Las tierras en disputa quedaron otra vez abandonadas.Para los apaches, hubo un momentneo agradecimiento porsalvar doce vidas en riesgo de la propia; pero bien pronto la

    ingratitud y la soberbia volvieron a tomar su lugar y el indiotuvo que continuar eternamente perseguido, huyendo yluchando por que toda la tierra que pisara tena un dueo. Siaguantaba el maltrato, era un indio bruto; si respondaairado, era un brbaro salvaje al que haba que exterminarpor ser una amenaza. Y as, vag por siempre hasta ser

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    completamente borrado de la faz de esta tierra donde jamsse le quiso dar un rincn bajo el sol.

    Hoy, Azanza es slo un conjunto de montculos detierra donde a duras penas se adivina que alguna vez fue unpoblado. Las tierras siguen ahora tan solas como entonces yslo el venado y el jabal comparten el espacio que alguna vezle fue negado al hombre. A veces, encontramos alguna puntade flecha que qued por ah como nico vestigio del indioperegrino, y suspiramos por aquel tiempo de intolerancia yavaricia que acab con todo un sector de la humanidad en elnombre de una religin y una civilizacin que benefici solo aunos cuantos terratenientes.

    Y algunas noches, ejidatarios y rancheros que van depaso, ven a lo lejos el conjunto de luces pequeas y hasta llegacon el viento el vocero de gente que conversa y sonre alfuturo. Nadie acude a ese llamado... Saben muy bien que La

    Azanza es hoy un espejismo, un pueblo fantasma que queden un trgico intento y slo los muertos estn ah, olvidados y

    perdidos en un panten del que ya ni huella existe porque elpolvo de los siglos fue cubriendo todo de olvido.

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    _"En 1922 yo tena 8 aos de edad y con otros nios me ibarumbo a La Barranca, all por la presa, a cazar mapaches.

    Salamos con la maana oscura, cuando esos animalitosandan por las orillas del agua cazando ranas. Y aquella vez,caminbamos por el monte; y ya cerca de la presa, vimosuna lumbre a lo lejos. Como haca fro, caminamos p all.

    Nos fuimos acercando, y tras cruzar unos matorrales,estbamos ya frente al fuego.

    Que sorpresa nos llevamos...! Alrededor, habapuros indios armados! Llenos de miedo, ya lo nico quepudimos hacer fue saludar y seguir caminando, atravesando

    entre ellos.Los indios noms se nos quedaron viendo, sinresponder. Nosotros caminbamos duros, duros. Esperandoen cualquier momento una flecha en medio de la espalda. Lagente de Horcones les tena mucho miedo; pero no noshicieron nada..."

    -Don Juan Francisco Coronado MataNacido en Horcones en 1914

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    EL TESORO DEL CATUJN

    ra el ao de 1940. Lampazos de Naranjo se asombrcuando por sus adormiladas calles corri la noticia deque un nio de 12 aos, haba herido en el abdomen a

    un adulto, de una cuchillada. Metodio Cruz Martnez fuepresentado por sus padres ante la autoridad, y cabizbajo,entreg el cuchillo con el que de un tajo, le sac los intestinosa quien lo haba ofendido.

    En su declaracin, explic que aquel hombre siemprese burlaba de l y su hermano y les llamaba cuados y lesdeca cosas ofensivas de sus hermanas y primas. Aquellatarde, Heliodoro, su hermano menor, lleno de coraje le lanzal rostro una maldicin y aqul cobarde le contest con ungolpe en la boca, hacindolo sangrar con los labios partidos.Metodio sinti al instante que su razn se nublaba de ira.Sac el instrumento de trabajo de su morral, y lanz uncentelleante tajo que hizo caer de rodillas al abusivo con lamirada incrdula y asustada, mientras sostena entre susmanos los intestinos que asomaban por las carnes abiertasentre borbotones de sangre. La ira abre una puerta que noslleva a la venganza.

    Por su edad, Metodio no pas a las celdas. Se quedaradetenido entre corredores de oficinas y enrejados; ah tomaba

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    los alimentos que su madre le llevaba a maana tarde ynoche; no saldra hasta que se aclarara la situacin dellesionado pues haba que esperar para llegar a un conveniocon el afectado. Pasaron semanas para la plena recuperacindel herido que por momentos estuvo a punto de perder la

    vida. Tal vez con la leccin aprendida, ya supo que no existeenemigo pequeo.

    En la comisara conoci a un indio viejo que debido asu edad, ya sin posibilidades de movimiento se arrastraba porlos pisos. Era un anciano de la tribu catujana que tras vivir la

    vida en libertad por los llanos y montaas, se habaconvertido en un paria que, mientras pudo, camin por lascalles mendigando una limosna por el amor de Dios. Ahoraparaltico de medio cuerpo, se arrastraba con las manos porlas dependencias de Presidencia Municipal, donde a veces ledaban algo de comer y permiso para dormir bajo techo enalgn rincn o una celda vaca, por los das de lluvia o intensofro.

    El catujn tena 105 aos de edad. Nacido en el ao de1835, mucha historia haba pasado ante sus ojos; milacontecimientos haba atestiguado, desde las guerras de lainvasin americana y francesa, hasta el derrumbe del modode vida de su pueblo y el exterminio de su misma raza. El

    viejo indio se acerc a Metodio y una extraa amistad se dioentre el nio y el viejo centenario. Al principio, el pequeosinti nauseas por aquella insalubre persona que buscabaconversacin. Con los largos cabellos duros de mugre, lascostras que le cubran todo el cuerpo y con aquella ropa sucia

    y hecha jirones, era difcil aceptar de buen grado el tratodiario con el catujn. Pero al paso de los das, se acostumbral anciano y compartieron la comida que sus padres lellevaban y hasta durmi junto al viejo que sinti por primera

    vez en mucho tiempo, el calor de una amistad.

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    Una noche de insomnio, acomodados al piso de unacelda, el anciano guerrero con su voz estragada por los aos,hizo una interesante confidencia al compaero en desgracia:

    _ Metodio: cuando yo era joven, form parte de ungrupo de centinelas que cuidaban la cueva de La Ventana, queest en la pared de un reliz por la zona de El Campanero, allado del sol que nace. La pared de piedra sube casi parada,muy alto, y en la base se sume en una zanja que forma unhondo barranco. La cueva de La Ventana est en medio deaquella pared y slo caminando por la cresta de la sierra, pormedio de una cuerda se podran colgar hasta la boca de lagran covacha. Los centinelas vigilbamos celosamente desdeunos fortines al filo del barranco frente a la cueva, porque ahse guardan miles de monedas y barras de oro desde el tiempode los espaoles. No s cmo llegaron ah esas riquezas. Essecreto de mis ancestros. Pero de all, sacbamos una barra ouna moneda de vez en cuando para, a escondidas, cambiarlaen el pueblo por maz, trigo y frijoles; ya que la carne la

    conseguamos nosotros mismos en la cacera.Ese barranco lo defendimos varias veces de soldadosque envi el general Naranjo y otros militares desde muchotiempo atrs. En cuanto veamos exploradores o tropas porlas cercanas, los guardias dbamos la voz de alerta y bajabande la sierra cientos de guerreros a enfrentar y hacer huir a losintrusos. Ms de doscientos aos mantuvimos limpio deinvasores el lugar. Pero una vez, de pronto llegaron soldadospor arriba del cerro y con un largo cable descolgaron a un

    joven militar. No saban que haba un peligro mayor; que se

    tendran que enfrentar al ms feroz guardin del tesoro.El joven baj hasta la boca de la cueva. Al intentar

    pararse en la orilla, levant la mirada al interior y lanz ungrito de terror. Entre alaridos, luch desesperado por soltarsede los arneses; y cable y soldado se derrumbaron en un largogrito hasta el pie del reliz. Cuando sus compaeros bajaron, lo

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    encontraron destrozado y con un gesto de horror que se llevhasta su viaje final. Lo hallaron con los ojos y boca muyabiertos, como ahogando todava despus de muerto, un gritode espanto. El Guardin, haba cumplido una misin ms...

    Otros intentos que se dieron a lo largo de los tiempos,fueron siempre rechazados por los defensores que desde losfortines y todos los alrededores enfrentaban cualquierpropsito de acercarse. Una vez, un vecino de un rancho logrdescolgarse hasta la cueva. No muri, pero qued loco sinremedio...

    _ Metodio, t conoces la sierra?El nio le cont de las andanzas por los altos montes

    en busca del palmito para tejer asientos para las sillas que erala pobre industria familiar. Le cont de sus das y noches porla sierra que pasaron l y su hermano ayudando a su padre enel corte de palma. Por las noches de fro, su padre cavaba unazanja con el talache para acostarlos y taparlos con hojas secasde encino mientras l pasaba la noche en guardia dormitando

    envuelto en una vieja cobija de lana; fue as como pudieransobrevivir a las heladas. Le cont de sus das de sed por elverano paliados por escondidos manantiales que compartancon las fieras salvajes y, siempre, preguntaban a su padre porlas minas y cuevas que adornaban las laderas de la agrestesierra. Claro que conoca la cueva de La Ventana! Haba

    visto los fortines, pero era historia olvidada y ni su padre lespudo contar el origen de tales trincheras que pens, seran delperodo revolucionario.

    _ Oye bien: con esto que te pas, ya eres un hombre.

    Eres joven y fuerte. Yo, en cambio, ya ni puedo dar un paso.Busca la cueva del tesoro de mis ancestros. Ya acabaron atodo mi pueblo pero ahora tu espritu y el mo ya sonhermanos y el Guardin te ha de respetar y te ha de dar enregalo las riquezas ah guardadas.

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    En unas semanas, Metodio sali de su encierro. Aquelmal hombre ya no los molestara. Abandon la comisara, yestrechando la mano del viejo guerrero, sali a continuar la

    vida con una historia guardada para siempre en su memoria.Creci y se propuso investigar la cueva de los catujanes.Explor por El Campanero. Redescubri el reliz cortado apico en pura piedra. La cueva abra su oquedad al viento ypareca bostezar de aburrimiento y abandono. Baj por el

    barranco del frente y encontr un largo cable de acerooxidado por tal vez ochenta aos de historia; slo los huesosdel soldado no estaban. Se haba ido a la tumba llevndose elsecreto del terrible guardin del tesoro.

    Varias veces explor el lugar buscando la manera dellegar a la cueva; pero pronto qued hurfano y tuvo quetrabajar de sol a sol para ganar el pan de cada da. Su madre

    y sus hermanos necesitaban sus brazos para llevar algo a lamesa. Y agotado en las largas jornadas, ya no tuvo tiempopara soar con rescatar aquellas riquezas perdidas. La vida

    del pobre es trabajar y trabajar sin dejar un espacio para lossueos, que quedarn all en algn rincn de su memoriapara contar a sus hijos y a sus nietos, como algo que pudohaber sido, y no fue...

    Pero cuando pasees por los parajes del Campanero, porel lado oriente de la sierra de Lampazos, mira la cueva de La

    Ventana a las alturas; y di t tambin adis con un suspiro, alas barras de oro que seguirn all esperando por los siglos delos siglos, resguardadas por una siniestra bestia, queproteger los metales preciosos hasta el fin de los tiempos.

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    "Recuerdo que los cartujanos bajaban de los cerros atratar de comprar o cambiar algo con la gente de aqu.Los jvenes se divertan hacindolos enojar. Losmolestaban, los lastimaban, y siempre regresaban almonte con la cara llena de sangre..."

    "Y ni a quin quejarse."

    -Juanita Hernndez Briceo.Anciana seorita que me di asistencia

    en Lampazos, en 1977

    "Comare... Comare... T darme Chancaca... Yo dar

    carne de venado..."

    -Catujanes tratando de comerciarcon la Sra. Natalia Mendoza de Martnez, 1942

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    LA MUERTE DE JUAN JOSLORENZO

    Nota: Las tradiciones orales de Nuevo Len pocas veces ofrecen unrelato de hechos en que participen los indios de la regin. Casi todo lo queexiste acerca de ellos ha sido escrito por los cronistas de la poca Colonial

    y, lgicamente, repetido tal cual por los historiadores actuales. Sinembargo, an hay ancianos que guardan como un tesoro familiar lasnarraciones que les fueron pasando de padres a hijos, sobre experiencias ocontactos mortales que sus antepasados tuvieron con los indios de guerra.

    As es como llega a nuestras manos una crnica que como herencia defamilia slo se haba compartido entre unos cuantos.

    ra la primera mitad del Siglo XIX, cuando TomsGarza Villarreal viva en el rancho Las Hormigas, cercade lo que hoy es el ejido Nuevo Anhuac. En aquellas

    soledades, en una gran casa de un solo cuarto con paredes depiedra de casi un metro de ancho y una alta chimenea, vivacon la compaera de su vida, doa Mariana, dedicado a laganadera en apoyo de su suegro, don Juan Jos Lorenzo de la

    Garza Villarreal. Entre la atencin al ganado, pastizales ysiembras de temporal, pasaban la vida en paz porque paz erael signo de aquellos tiempos, ya que las posguerras de laIndependencia no los haban alcanzado y los indios quemerodeaban por la regin eran muy pacficos.

    E

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    Los catujanes y grupos pequeos de otras etnias,vagaban semidesnudos por aquellas tierras y llegaban acomerciar con los rancheros intercambiando carne porgranos, bonitas pieles por la rica chancaca4; plantas y racesmedicinales por pequeas herramientas o prendas de vestirusadas y retazos de tela. Ademanes y palabras sueltas eran ellenguaje comn entre indgenas y rancheros; y entre los msentusiastas para recibir estas visitas, estaba Toms.

    Los indios y sus mujeres, como seal de respeto,llegaban tratando a los lugareos con la palabra msafectuosa que conocan: compare... comare... -y yaestablecido el compadrazgo-, vena el regateo donde todossalan ganando. Don Juan Jos Lorenzo nunca faltaba a tanpintorescas ocasiones.

    Era el ao de 1840. Doa Mariana se encontraba enavanzado estado de embarazo y muy pronto habra quebuscar acomodo en el cercano pueblo de Villaldama, paraesperar el arribo de un nuevo miembro de la familia. Aquella

    maana de invierno, hubo gran movimiento en LasHormigas. Se llevaran cincuenta novillos a comerciar y seisvaqueros iran al arreo; al frente de la romera, iba don JuanJos Lorenzo; y a la retaguardia, un cochero conducira unexprs donde doa Mariana era acompaada por Toms, elesposo preocupado por el delicado momento que se acercaba.

    La comitiva parti con la doble misin de venderaquellas cabezas de ganado y regresar con dinero y un nuevohijo en brazos. Todo era entusiasmo y regocijo; pero nohaban dejado lejos la vieja casona que an poda verse a la

    distancia, cuando, al cruzar por la cercana caada, de pronto,fueron rodeados por indios de guerra. Jinetes de malacatadura y ceudos indgenas de a pie, surgieron de todas

    4Nombre que antiguamente se daba a lo que hoy llamamos piloncillo, dulce hechoa base de agua de miel de caa.

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    partes y se acercaron a ellos con lanzas de punta al frente yflechas en el arco listas para ser disparadas. Mala seal...

    Don Lorenzo, con toda la serenidad y valor de sus 47aos, se acerc a los nmadas; y entre movimientos de manos

    y palabras conciliatorias quiso establecer comunicacin. Unasarta de palabras airadas, incomprensibles, y gestos pocoamistosos fue la respuesta.

    El resto de la caravana esperaba con el alma en un hilo.Aquellos no eran los indios pacficos que estaban impuestos atratar; los que llegaban con sus mujeres y nios en busca deganarse la vida. No, los presentes eran de un pueblo msagresivo como haca muchos aos no se vean por la regin.Estaban ante los muy temidos lipanes, de la nacin Apache.No tenan an noticias de Lampazos sobre aquella presenciahostil y por tanto, no llevaban armas apropiadas. Una grandesgracia pareca ineludible.

    El padre de Mariana insista en su actitud pacificadora,pero el jefe y sus guerreros parecan cada vez ms ofensivos e

    irreconciliables. Juan Jos Lorenzo empez a sentir hervir lasangre y tambin levant la voz. Los gestos tradicionales seconvirtieron en aspavientos y gesticulaciones que llenaron deintranquilidad a los testigos. Qu queran? Les iban a quitarel ganado? Iban a secuestrar nios cristianos como aqul deocho aos que los acompaaba? Queran asaltar el rancho?Haba una gran barrera por el desconocimiento del idioma ypor lo tanto, ni siquiera pudieron llegar al ms mnimoentendimiento en sus posiciones e intenciones.

    Eran demasiados en contra, pero el recio ranchero ya

    no estaba dispuesto a tolerar la actitud cada vez ms insolentede sus inesperados contrincantes. El jefe de la tropa brbaramanoteaba al viento y las palabras fueron calentando ms yms el momento. Y ya no pudo ms...! Total, si de todosmodos iba a morir... En inesperada accin sac del morral de

    yute aquel revlver de un solo tiro y en un acto suicida,

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    quem la nica esperanza. Un jinete cay herido y las flechascruzaron el aire como pjaros en vuelo para anidar entrecostados y pecho del valiente Juan Jos Lorenzo, que todavarecibi estoques de lanza antes de derrumbarse de su caballo.

    Familiares y peones quedaron helados ante tanrepentina tragedia. Seguan ellos en aquel sacrificio y nisiquiera traan armas para vender cara su sangre! Sinembargo, sucedi lo inslito: El cabecilla lanz gritos ypalabras que nadie entendi y a una seal suya, la partidaapache baj las armas y dando media vuelta, se perdi entrelos montes tan repentinamente como haban aparecido. Losperegrinos quedaron confundidos ante lo acontecido.

    Mariana lloraba a gritos al ver a su padredesangrndose en tierra mientras Toms iba de la furiaimpotente, a la preocupacin por atender a su mujer; delcarruaje, al herido, del herido, al carruaje. Haba que haceralgo!

    Precipitadamente regresaron a la casa, guardaron los

    novillos, se armaron para la ocasin, y en el exprsacomodaron al hombre en agona que a pesar de la premura,ya no alcanz a ver las calles del viejo Villaldama. Una vidaque se iba; una vida que llegaba; una cruz de hierro quequedara hasta hace unos cuantos aos ah, en medio de lacaada trgica.

    Todava no saban que aquel hombre valiente sera elprimero de varios muertos con que los apaches regaran laregin. Unos das despus, todos los ranchos de la comarca sesacudieron ante noticias de guerra. Los guerreros atacaron

    haciendas por todas partes desde los ranchos de Lampazos, alPotrero; robando mujeres, nios y ganado; dejando tirados asu paso los cuerpos de los bravos rancheros que cayeron endefensa de sus familias y propiedades.

    Tiempos violentos, tiempos de guerra... Peroremontando los siglos, esta crnica oral ha perdurado porque

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    Toms Garza cont esta historia a su hijo Juan Garza, que lacont a su hijo Corando, que la cont a su hijo Eliseo, quetambin la cuenta actualmente a sus hijos; y todava de labiosdel buen amigo don Corando Garza Villarreal, llega tambinhasta nosotros esta tragedia convertida en leyenda que nuncael tiempo borrar:

    La muerte de Juan Jos Lorenzo...

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    Me platic doa Juanita, una viejita de Las Tortillas, quecuando era nia, all por 1900, a los ranchos de losalrededores llegaban grupos de cazadores gringos. Pero noiban en busca del venado bura o del cola blanca, no; ellosiban a cazar indios que haban quedado sueltos por losmontes. Y no faltaba quien, por unos dlares de propina, lesirviera de gua. Mataban algn indio o dos, hombre, o nio,y se iban

    -Pltica de don Hctor de la Rosa Pin

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    LA FUGA DEJUANCISNEROS

    Nota: Corra el ao de 1830 y aunque la minera ya haba hecho de LaPunta de Lampazos un gran centro de poblacin, los lampacenses vivanan en el sobresalto de la constante presencia de partidas indias que consu sola presencia amenazaban la paz, pues nunca se saba cuando estaranah en plan de paz o de guerra con el fin de llevarse ganado, o secuestrarnios.

    Los pequeos eran pieza de cacera porque cuando nacan ms

    mujeres que hombres en la tribu, buscaban balancear la poblacinraptando infantes blancos y de otras tribus para disponer siempre de un

    buen nmero de guerreros. Los nios, entre ms pequeos, se adaptabanmejor a la vida tribal y se identificaban ms con el indio que con el blanco.Cuando el nio era raptado ya con cierta formacin, sera difcil hacerloindio al cien por ciento porque los recuerdos de su familia, lo tendransiempre soando con volver al seno de su verdadero hogar.

    Pocos casos se dieron de sobrevivir y escapar al cautiverio, pero heaqu la historia de un osado que, en un arranque de valor, logr rescatarsu vida.

    uan Cisneros Guerra era un nio de ocho aos que,solitario, por el monte se diverta cazando conejos conarco y flechas por l confeccionados. Los nios desde

    muy pequeos se aficionaban a la cacera y a fabricar suspropias armas antes que pudieran disparar un rifle o unrevlver que en aqul tiempo eran de diseo muy pesado.

    J

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    Vio un indio de guerra a lo lejos, y busc escondersepara no ser descubierto. Qued agazapado tras unos cenizos yesper ver al rondador perderse en la distancia. Un leve ruidoa sus espaldas lo hizo voltear. Varios indios de la entoncesnumerosa y aguerrida tribu catujana estaban tras de l.Obviamente, le haban tendido una trampa. Antes quepudiera decir una palabra, ya lo haban cogido de brazos ypiernas para arrastrarlo hacia donde esperaban los caballos.Juan grit y luch, pero unos severos golpes lo convencieronde dejarse conducir. Se dio cuenta que era un rapto y tendraque dejarse llevar a lo que el destino le deparara.

    Fue llevado a cincuenta kilmetros ms all de la mesade Cartujanos, y en la aldea fue recibido por niossemidesnudos y mujeres a medio vestir que con curiosidad letocaban el pelo y le estiraban la ropa, analizando cinto,calzado y tela. Una choza lo recibi y ah se le asign unamujer a su cuidado. La india lo recibi con una sonrisa quetrat de ser agradable, pero Juan se puso a llorar lleno de

    miedo por el sesgo que haba tomado su vida. Rechaz loscarios de su nueva madre y slo acept beber agua porquesenta la garganta azolvada de tanto polvo tragado en dos dasde cabalgata.

    Sumido en el silencio y dolor de verse tan lejos de suspadres, vio llegar la tarde y a su lugar de reflexin se acercotro nio que, vestido en su taparrabo y mocasines de piel, nose podra haber imaginado que hablara el castellano. Alescuchar palabras en espaol fue arrebatado por la esperanza

    y platic largamente con aqul nio un poco mayor que l al

    que tambin haban secuestrado por tierras de Coahuila; ycomo seal que an el indio no haba atrapado tambin sualma, senta mucho gusto cuando trataba con alguien de sumismo idioma.

    _ Llvame a mi casa...!-suplic tmidamente Juan.

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    _ Somos nios... -replic el ocasional amigo-. Paraescapar al indio, hay que ser como indio... Primero, vamos ahacernos indios.

    Juan no entendi el plan tras las palabras y dio porterminada la entrevista y la amistad antes que empezara.

    Aquel nio no quera ayudarlo porque ya tambin era indio.Como sea, al otro da se le asignaron tareas y su compaero leadvirti de cumplir fielmente con ellas porque en la tribu eranmuy crueles en el castigo. Vio los azotes y palizas con raz ygarrote que a veces dejaban desmayado al castigado y porsalud propia, se disciplin y fue trabajador y diligente en todocuanto se le ordenaba.

    Aquel consejo fue lo primero que tuvo que agradecer aquien ya empez a considerar su amigo. l lo instruylargamente en el idioma y costumbres catujanas y fue unconstante observador de todo movimiento en el poblado. As,los aos pasaban y los conocimientos se acumulaban. Conocilas hierbas curativas, las creencias, las tcticas de cacera y de

    guerra, particip en el entrenamiento de combate y domin elcaballo como el mejor de los jinetes. Sus correras del arroyoCandela a la sierra de Pjaros azules y de los lindes deCandela a lo que hoy es Hermanas y Progreso eranconstantes, y se hizo rastreador y conocedor de todo terreno.

    Los aos pasaron. Juan Cisneros Guerra era ya laestampa del indio enfundado en su taparrabo de piel de

    venado, con el largo pelo atado con correas, calzado democasines y aquella arracada que empezaba a atraer a las

    jvenes indias. Todo estaba dispuesto para que el joven

    halcn hiciera nido, o extendiera las alas para iniciar el vuelo.Una tarde, al borde oriental de la meseta, contempl

    en silencio las llanuras y pareca soar todava con aqulpoblado que en la lejana se poda ver en pequeas manchasdel verde con que los blancos vestan la tierra. El atltico ytostado cuerpo de Juan pareca retar los vientos parado al

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    borde del abismo mientras los pensamientos y recuerdoshacan remolinos en su mente.

    _ Ya tenemos quince aos... Ya somos indios... -le dijosu amigo como recordando una splica hecha siete aos atrs.Se miraron en silencio y no fueron necesarias ms palabras.

    Horas antes del siguiente amanecer, dos jvenesguerreros bajaban sigilosos la mesa llevando al cabestro5 losdos mejores caballos de la tribu. Ahora saban desplazarsesilenciosos, seguir el rastro y caminar sin dejarlo. Habandedicado gran parte de su tiempo en el cuidado yentrenamiento de las bestias y saban que monturas comoaquellas que haban robado, ningn otro indio las tena.Saban andar por la oscuridad sin perder el rumbo; sabanpelear con las armas como el mejor guerrero y en caso de serperseguidos y atrapados, se batiran como jabal acosado;pero a la aldea, volveran slo muertos.

    Al llegar a la planicie, jubilosos treparon a los caballosy empezaron a galope y trote por entre agrestes montes y

    salitrales administrando bien la resistencia del animal. El solya asomaba su rostro rojo tras la sierra de Lampazospincelando de fuego y oro los horizontes mientras los jvenesguerreros aullaban su grito de jbilo, al vuelo de los corcelessobre el paisaje.

    Al volver la vista atrs, una lejana polvareda losalarm. Eran perseguidos! El momento de demostrar qusaban hacer, se haba llegado. Haba que buscar pedregalespara no dejar la huella y galopar ya con el ro Candela a la

    vista. Aquella era la frontera natural que el indio procuraba

    no pasar. Los caballos eran uno con el viento. Galopar...,galopar... Los caballos tenan qu aguantar... Por fin...! Acruzar las aguas del ro...!

    5Cordn o mecate usado para amarrar animales por el cuello. Tambin se aceptacabresto.

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    Momentos despus, el grupo que iba en persecucin sedetuvo a la orilla del Candela. Para pasar aquella fronteratendran que invadir territorio ajeno en plan de guerraformal. Agitaron caballos y lanzas, dieron gritos paradesahogar la ira y regresaron a sus dominios a paso lento. Dosguerreros que jams se dejaron atrapar el alma, habandesertado.

    Era media maana cuando don Remigio Cisneros oy alos perros inquietarse y salir a plena carrera a combatir unintruso. Los cazadores de jabales eran tan feroces que el solara orillas del pueblo estaba bien cuidado. Los ladridoscontinuaban y Remigio asom curioso por la ventana. Losperros haban acosado y obligado a trepar sobre un mezquiteal animal; tal vez era un oso golondrino o un len. Haba quesalir en ayuda de los guardianes. Salieron los hombres de lacasa con las armas listas para matar a la fiera; cuanta sera susorpresa al descubrir dos adolescentes indios trepados entrelas ramas!

    Juan y don Remigio se miraron largamente a los ojos;y al llamado de la sangre, el jbilo estall en lgrimas yabrazos. El hijo largamente llorado haba regresado. El viejodio voces llamando a su esposa, que sali corriendo a recibirel milagro largamente suplicado. Todo era felicidad y llanto.

    Haba que cambiarle el atavo de pieles por camisa ypantalones. Haba que cortarle el pelo y baarlo para quitarleel olor a indio, pues el consumo de carnes crudas les daba unhumor especial que slo con un cambio en la dieta podradesaparecer. Remigio recibi en la familia tambin al amigo

    de aventuras de su hijo; y la vida de ah en delante slo fuefelicidad.

    Juan Cisneros Guerra creci y se cas, llenndose deuna descendencia que constantemente le peda les contaraesta aventura y as la historia trascendi a las generaciones

    junto con el verso que entre los indios aprendi para divertir

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    a hijos y nietos; verso que reflejaba el propsito que alberglargamente como un plan acariciado durante los siete aos decautiverio:

    Qu indio tan atrevido,Qu atrevimiento me ha dao!Presto el filo de mi acero!Presto de quedar tirao!No me trate de esa maneraPorque no soy indio.No obedezco tan simpln.Ya lo dispuso as el Cielo.Ya me voy para mi tierra.Si quieren saber mi nombre:Capitn: "Caballo en pelo."

    Juan Cisneros Guerra se sobrepuso a los giros del destino y sunombre es ahora una tradicin oral ms para contar a los

    nios de Lampazos de Naranjo y con su ejemplo, ensearlos aenfrentar las fatalidades de la vida, y a soar con esta tierrade leyendas.

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    EL DEDO MOCHO

    nhuac, Nuevo Len, est lleno de recuerdos que sugente guarda como bellos tesoros que gustan decompartir con los amigos en animada conversacin

    que en tardes de fro, acompaan con un caf; don Hctor dela Rosa Pin es uno de ellos. Es la suya una historia recogidapor la tradicin oral que se ha hecho leyenda y que hoy se ladamos a conocer a usted, que tiene la fortuna de tener este

    libro en su mano.Esta historia me la cont mi buen amigo Eulogio, a

    quien conoc all por el ao de 1970 en la comunidad de LasTortillas, Tamaulipas. Eulogio era muy afable en su trato y ensu conversacin, y a todo mundo le daba el trato de manopor lo que sus amigos le llambamos Manologio

    Pues bien, Manologio me platic que all por el ao de1900, su padre tuvo un rebao de ms de ochocientas cabrasque sacaba a pastar por los montes aledaos a Las Tortillas,por las cercanas al rancho La Escalera; all, se encontrabancon otros atajos pastoreados por rancheros de El Estribo, LosCristales y otras pequeas propiedades, dedicadas todas a laleche, los quesos y la venta de chivos en pie para aprovecharsu carne.

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    Su padre le cont, que cuando era nio, ya no habaindios por la regin; pero los viejos tenan an frescos losrecuerdos del devastador paso de los apaches y comanches,feroces guerreros que asolaron el Norte de Nuevo Len yTamaulipas, hasta que a fuerza de hacer la guerra los fueronexterminando o empujando hacia otras regiones. Pero,abandonados por aquellos montes, quedaron tres indios

    viejos que por ser mayores, ya nadie los vea con miedo. Lostres ancianos guerreros eran todo lo que quedaba de aquellas

    bravas fuerzas que en otro tiempo atacaron pueblos,secuestraron mujeres y nios, y robaron ganado y otros

    bienes a su paso por pueblos, ranchos y haciendas.La gente blanca y mestiza toleraba la presencia de

    aquellos ancianos nativos porque, por su edad, ya norepresentaban ningn peligro; y los miraban a lo lejos, con su

    blanca cabellera mecida al viento pasear su paso que antes fueenrgico y retador, ahora lento y achacoso; quizs arrastrandotodava el orgullo herido y la tristeza de ser lo ltimo que

    quedaba de una raza, antes llena de historias victoriosas yheroicas para contar a su descendencia.Los tres indios viejos eran recelosos al trato con los

    rancheros y evadan todo roce con pastores y agricultores; sinembargo, eran identificados a la distancia por susemidesnudez a causa de la pobre indumentaria y sus piesdescalzos. Nunca nadie supo sus nombres o la tribu a la quepertenecieron; pero un anciano era identificado porque lefaltaba el dedo gordo del pie derecho, por lo que le decan ElDedo mocho. Y aunque vivan de la recoleccin de los frutos

    miserables que estos montes dan como son el mezquite, floresde palma, pitahayas, granjenos, comas, anacuas, anacahuitas,tunas y nopales tiernos, tambin tenan sus tcnicas parapescar en el Salado, y dominaban las trampas para cazarpiezas pequeas como el conejo y la ardilla; sin embargo, de

    vez en cuando, obligados por el hambre, se robaban alguna

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    cabra pequea y desaparecan de la vista de los rancheros poralgn tiempo. Tras una noche de lluvia, en el lodo se podan

    ver las huellas de sus pies descalzos y entre ellas seencontraba una a la que le faltaba el dedo gordo; la huella deEl Dedo mocho...

    Como las cabras se contaban por miles y la carne delcabrito no era tan apreciada como en estos tiempos, losrancheros los toleraban y los dejaban existir. Saban queaquellos ancianos ya no duraran mucho y con el transcurrirde los aos, dejaran de arrastrar por los montes lo que lesquedaba de vida.

    Al paso del tiempo, se observaron cerca de los corralesya slo dos pares de huellas. Y por los montes, se vean ahoranada ms dos viejos, aferrados a una vida difcil, que aunque

    ya no eran perseguidos ni hostigados por nadie, lainseguridad y la pobreza a que los haban empujado, hacaque los rancheros de la comarca los vieran con lstima ydescubrieran con una sonrisa cuando alguna cabrita faltaba

    entre su rebao. Entre las huellas, a una le faltaba el dedogordo del pie derecho.Otros aos trascurrieron y ya solamente una figura

    encorvada y solitaria se observaba por las colinas. Porarenales y polvo de los caminos se encontraban la huella deaquella huidiza presencia. Ocasionalmente, la huella seencontraba por corrales donde falt algn cabrito o unagallina; los rancheros la miraban y decan a veces con unasonrisa: Otra vez El Dedo mocho Les conmova aquelenflaquecido anciano solitario que haba logrado la

    compasin de la gente que pensaba que ya no tardara endesaparecer, al igual que sus ltimos compaeros deaventura.

    Y as fue Nadie supo cuando o como, pero la huellasin un dedo dej de verse merodeando por los corrales, y latriste estampa del viejo ya no se observ ms por colinas y

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    claros de los mezquitales. El Dedo mocho desapareci al igualque sus hermanos, al igual que los rancheros que atestiguaronsu existencia, al igual que el abuelo y el padre de Manologio;al igual que Manologio, que tambin se fue dejndonos estatradicin de sus antepasados, para que ahora nosotros lacontemos tambin a nuestros hijos y no se pierda, la leyendade El Dedo mocho.

    Las ms sinceras gracias a don Hctor de la Rosa Pinpor darnos a conocer esta historia; una ms de las tantas quese comparten en la conversacin familiar de estos pueblos, yque son las que han dado vida a publicaciones como sta; quetiene como misin, rescatar del olvido las tradiciones oralesdel Norte de Nuevo Len.

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    LAS CINCO OLLAS DE ORO

    polinar Cisneros cay sobre una escrepa6 y variashernias le aparecieron despus del accidente. Quedincapacitado para trabajos pesados y pas un tiempo

    de necesidad hasta que le ofrecieron un trabajo que s podadesempear. Tena que dejar San Andrs de los Horcones, enLampazos, para ir a cuidar una bomba que del ro Saladolevantaba agua hasta una granja experimental en la estacin

    Rodrguez. En 1924, dej el terruo natal y en compaa de suesposa Mara Concepcin Martnez, conocida como Chonita,lleg a rentar unos cuartos en la vieja cuadra de casas quenacieron con la estacin en 1882. El trabajo era bien pagado ypronto obtuvo un terreno prestado por Josefa Cisneros, suprima, y all levantaron una humilde pero confortable casa deadobe con tres cuartos techados de paja. Todo iba bien en sus

    vidas.Chonita sala al atardecer para sentarse ante el patio

    tras el jacal, secando y cepillando su larga cabellera mientrasesperaba a su esposo. Al fondo del solar, haba una casa enruinas que espordicamente era visitada por Josefa pues,aunque deshabitada, le gustaba mantenerla en orden.Mientras deslizaba el cepillo entre sus cabellos en aquella

    6Mquina que se usa para alisar una superficie.

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    placentera rutina de fin de jornada, vio que el interior de lacocina abandonada se ilumin con una luz de destellosmulticolores; como si un arco iris se hubiera metido alruinoso cuarto.

    Qued atenta al hermoso espectculo sin saber quehacer o pensar de aquella rara manifestacin. En eso, oy lallegada de su esposo. Sin quitar la vista de aquellas luces, lepregunt:

    _Apolinar Ya lleg, Josefa? -El interpeladocontest un no desde la cocina, para enseguida preguntar elporqu de aquella pregunta.

    _No... pos' hay lumbre en su cocina...-contestescuetamente la mujer.

    Apolinar sali picado por la curiosidad y junto con suesposa, vio las luces multicolores. La tom de la mano yfueron a ver de cerca el espectculo, pero ya las luces moran

    y al asomar por la ventana, slo vieron el suelo lleno deresplandores como si estuviera regado de ardientes brasas.

    Las ascuas se fueron apagando poco a poco y el suelo quedlimpio, como si ah nada hubiera sucedido.Algo muy raro se haba manifestado en aquella cocina

    y la prima fue enterada. La curiosidad cundi entre ellos yJosefa llev al lugar un amigo parcelero que les consigui unespiritista, todava un nio, para que les descifrara elmisterio.

    El pequeo esprita se aplic a su ritual ante la miradarespetuosa y esperanzada de los presentes y entr en trance,en comunicacin con los muertos. La voz del nio cambi a

    una voz adulta, ronca, que les revel un secreto:_ "En este cuarto hay cinco ollas enterradas por los

    indios... Las ollas tienen monedas de oro... Sobre lasmonedas hay alhajas... Sobre todo eso, el cuerpo de unguerrero quecuando saquen los jarros, saldr a cobrar unade cada tres vidas presentes..."

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    El mdium cay en un desvanecimiento y la sesin conlas almas de los desencarnados haba terminado. Losasistentes pensaron que no hay oro que valga una vida ytemerosos que en cualquier momento saliera el feroz guerrerode la Ultratumba, se retiraron y decidieron dejar en paz aqueltesoro.

    Los aos se fueron, el trabajo en la granja se acab yregresaron a Horcones donde un trabajo apropiado esperabapor Apolinar; pues Dios, a nadie deja de su mano.

    El tiempo pas y era ya el ao de 1938 cuando dosextranjeros se presentaron ante el humilde jacal de la pareja.Uno era espaol, el otro slo hablaba ingls. Platicaronlargamente en privado y luego, Apolinar llam a Chonita. Lecomunic que los visitantes se interesaban en la historia deltesoro y los guiara a Estacin Rodrguez para explorar en

    busca de las cinco ollas de oro. Si encontraban el dinero, lostres seran ricos. Si se encontraban con el terrible guardindel tesoro, valdra la pena arriesgar.

    Sali Apolinar a la aventura y qued la mujer llena depreocupacin al pensar que tendran que enfrentarse a unente del Ms All. Sus oraciones los seguiran a toda hora. Enun carro de la poca, tomaron camino y llegaron a la viejaestacin acompaados a la distancia por las plegarias deChonita.

    No fue necesario riesgo alguno. El solar haba pasado aotros dueos que tambin lo abandonaron. Los adobes de loque fueron las casas de Apolinar y Josefa haban sidosaqueados y alguien hizo un pozo adobero que lleg hasta lo

    que era la cocina del tesoro.Por el crecimiento inusitado de la naciente Ciudad

    Anhuac, los adobes y dems materiales de construccintenan gran demanda y un annimo trabajador, sacandotierra en ejercicio del humilde oficio, encontr las cinco ollas

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    de oro; y el guerrero, guardin de los dineros, ni por enteradose dio

    La vida es as:Unos corretean la liebre, y otros son losque la alcanzan.

    Actualmente Mara Concepcin Martnez, ya, viuda deCisneros, todava vive en Horcones y a sus 96 aos es laltima sobreviviente de los testigos de esta historia. Y con elsingular encanto que poseen los ancianos, cuenta esta tramaque para nosotros ya es leyenda; pero para ella, todava son

    Bellos recuerdos...

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    LA LTIMA AVENTURA

    uchas historias estaban ah, en un rincn,esperando desvanecerse en el olvido a la muerte delos ltimos que podan contarla para revivirla,

    recrearla en la memoria y presentarla a las nuevasgeneraciones para que puedan, a travs de estos relatos casifantsticos, entender ms a fondo la historia de lo que hoy essu pueblo. S, muchas historias estaban ah, pero hoy las

    rescatamos, las desempolvamos, y las adornamos con lapalabra para presentarlas ante ustedes como nias bonitas,como bellas narraciones de esta tierra.

    Los ms viejos testigos del tiempo y su acontecer sevan yendo uno a uno, irremediablemente; llevndose conellos un morral lleno de historias que nadie quiso escucharporque nadie quiere ponerse a platicar con los ancianos,asomar a sus recuerdos, a las memorias que sus padres lescontaron. Pero hoy, de labios de los viejos presentamos unahistoria que las generaciones convirtieron en leyenda.

    Hace muchos, muchos aos, a mediados del Siglo 19,muchos ranchos antiguos eran los que aportaban poblacin aestas tierras solitarias al este del municipio de Anhuac. Porlos montes cercanos a lo que hoy son los ejidos de Nuevo

    Anhuac, Rodrguez y Camarn, haba ncleos de habitantes

    M

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    dedicados principalmente a la ganadera, como el viejo SantaCecilia, Santa Gertrudis, La Aguja, Las Carretas, San

    Ambrosio y Las Hormigas.Los viejos, como historia de sus padres, contaron a don

    Hctor de la Rosa Pin, que all por el ao de 1860, estabaun grupo de cazadores apaches acampado por las orillas de loque entonces fue la hacienda de La Aguja. Los trabajadoresde los ranchos de la regin ya se haban acostumbrado a

    verlos raposeando por el lugar, aunque la desconfianza nuncalos dej entrar en trato con ellos. Pensaban que como eranuna raza perseguida y llena de rencores viejos, tarde otemprano una desgracia se podra presentar. Eran seresmontaraces, siempre a la defensiva, siempre en guardia, y a lamenor provocacin, estaban dispuestos a matar o a morir.Mejor, dejarlos pasar

    As, por el territorio de lo que es hoy todava la antiguahacienda Las Hormigas, un da de descanso, los peonesfestejaban entre carnes a las brasas y tragos de mezcal. El

    festejo reuni a un buen grupo de trabajadores de los ranchoscercanos ya que se invitaban unos a otros, y nodesaprovechaban oportunidad para un convivio alegre.

    Los vaqueros tambin eran hombres de su tiempo, yaunque tenan vocacin por la paz, nunca faltaba en aquellasreuniones la tragedia que al calor de una botella se encendaen pasiones o rencillas viejas. Y cuentan que a media tarde,despus de la msica, abundante comida y mezcal, los nimosde los ms bravos estaban ya achispados y buscaban encenderel problema en cualquier momento. Como no haba motivos

    para realizar entre ellos su malentendida valenta, en la ruedadel festejo no falt un ranchero que propuso:

    _ Vamos a La Aguja a cocorear7 a los indios!

    7Acosar, injuriar, lanzar insultos a otra persona.

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    Los dems trabajadores, un poco ms conscientes, lellamaron la atencin y lo invitaron a que lo pensara mejor.

    Aquellos no eran los indios sometidos que se dejaban golpeary miraban inermes el abuso de sus mujeres; pero elalcoholizado vaquero insisti:

    _ Vamos a retarlos con un grito carcajeado! Total, sias lo quieren, noms los hacemos enojar y nos venimos agalope.

    Otro trabajador le hizo una acertada observacin:_Oye, pero ellos tambin traen caballos. Cmo

    piensas que vas a escapar? Si no andan a pie!_Miren: Ellos a esta hora estn sesteando. Les

    pasamos por un lado echando grito y bala; y de all a quedespierten