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Estoy bien, dijo y se incorporó con fuerza. Tengo hambre, agregó y su madre soltó una risa que ella misma interrumpió para dejar salir la segunda tanda de lágrimas. No se llevaban bien, pero era su hija y sabía que tenía que quererla. La enfermera le tocó el hombro y le dedicó una sonrisa ensayada. El médico le explicaba lo sucedido. Harían la valoración de los daños. Ella recordó que estaba jugando Candy Crush y luego se recostó en el escritorio. Venía de comer con Armando, quien seguía insistiendo que saliera con él. Ella lo toleraba y no permitía que los flirteos de su compañero dañaran su tranquilidad. Además, los problemas que tenía con Jorge eran suficientes como para agregar un amante a la ecuación. Ya no despertó. Una compañera le fue a hablar, pero la mueca de su cara le espantó. Llamó a los servicios de emergencia y de ahí, se la pasó en la cama 356 del Hospital Central. La noche afuera parecía bulliciosa, entretenida. Una claridad adicional a la de las luces de la calle se encargaba de estropear la oscuridad cósmica de la noche. Se destapó de un golpe. Abrió los ojos como platos. ¿Qué horas son? Preguntó. El doctor le empezó a explicar que debía mantenerse en reposo. ¿Qué puta hora es, chinga’o? inquirió con un grito chillón, como de niña mimada.

Su cuñado fue el que le explicó todo, cuando comenzó a salir con él. Ella estaba loca por Jorge. Ingeniero civil, con futuro en la empresa familiar. Hombre respetuoso y nada pedante. Por fin lo había encontrado y cuando su cuñado la citó para platicar en el bar de “Certto”, ella no imagin-aba lo que tendría que escuchar esa noche. Primero le preguntó que cómo era como novio. Ella quiso cuestionar por qué la citaba así, a escondidas de Jorge. Él obvió la pregunta y a su vez la invadía de cuestionamientos. Es muy lindo y lo amo, ¿por qué? Roberto solía ser muy ceremo-nioso y cursi, pero no era un hombre mentiroso ni un farsante, así que ella se mantenía en esa mesa por un respeto soterrado que sentía hacia su pariente político, pero nada más. Jorge es un hombre lobo. Lo dijo como si describiera su afición al América o a los tacos al pastor. Roberto bebió de su cerveza oscura y levantó la mano para pedir paciencia luego de se-mejante afirmación. Ella estaba a punto de levantarse, cuando él volvió a levantar la mano. Hoy habrá luna llena. Cuando es así, solemos drogar a Jorge y lo encerramos en un cuarto donde hay amarres con cadenas. Es la única forma que tenemos de controlarlo. Él no lo sabe. La única vez que se nos escapó fue cuando estaba en la preparatoria. Mató y devoró a un velador que trabajaba en el rumbo de la Altavista. Por obra de la suerte, volvió a la casa y lo encontramos dormido bajo unos arbustos del patio, repleto de sangre seca, y desnudo. La policía investigó aquél caso con zoólogos y veterinarios, para adivinar qué había matado al pobre vigilante. Ella había escuchado esa historia de niña. Su madre le dijo que eran cosas que inventaba el gobier-no para robar a gusto y que los ciudadanos se asustaran. La luna llena tiene un ciclo de dos días. Esos dos días hay que drogar a Jorge, y amarrarlo. Cuando despierta, está tan débil por la transformación que sólo hay que desatarlo y llevarlo a la cama, a que recupere fuerzas. Ella no lo creyó. Se levantó de la mesa. Roberto la citó en la tarde en la casa, para que fuera testigo del ritual que la familia ejecutaba con una naturalidad pasmosa. Ella fue, con el ánimo de que todos se carcajearan al final de la velada de la menuda broma que le habían gastado. Esa tarde merendaron unos tamales de sarabando y un café con leche en la mesa del comedor. Jorge puso una cara triste que ella no le conocía y se tocó la sien. Sus hermanos lo sostuvieron sentado y Roberto le mantenía la cabeza erguida para que no se le estrellara la frente contra el plato. Con la ayuda de su padre, un viejazo de setenta años, macizo como un roble, levan-taron en vilo a Jorge y lo llevaron al sótano. La novia estaba a punto de estallar a gritos. Estaba

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horrorizada. Creía que ese grupúsculo de locos le haría algo al amor de su vida y que esa familia pertenecía a una secta de orates que abusaban de uno de los de su clan. Apúrate, Roberto, pidió el padre de la familia. Le quitaron la camisa y la playera interior. No da tiempo de quitarle el pan-talón, explicó Roberto, quien cerraba los grilletes de las muñecas. Todos se hicieron para atrás. Ella es fuerte, salvo por el mal coronario, nunca había sufrido un desmayo, hasta que vio que el hombre de su vida gruñía como un lobo inmenso y se le llenaba el cuerpo de vello tosco y ensortijado. La bestia se completó en un minuto y se iba contra su propia familia, ladrando con furia. Levantaron a la novia y su cuñado la llevó en hombros a la sala, donde la recostó delicada-mente sobre un neceser. Su rostro dormido tenía el ceño fruncido. Así fue.Cualquier mujer en sus cabales hubiera huido de esa familia de monstruos. Ellos le explicaron que esa maldición la adquirió de unos gitanos que esparcieron una sustancia extraña en la casa que tenían en 30 de Mayo, allá en la colonia Las Brisas. Los gitanos llegaban al campo de fútbol del barrio y se quedaban hasta una semana, con sus espectáculos cochambrosos y sus carpas de adivinación, como un circo pobrísimo y deprimente. En ese tiempo, don Jorge era inspector de espectáculos públicos y obligó a los “húngaros” a que se fueran del lugar, después de que dos personas denunciaron que les habían hecho fraude la lectora de manos. La maldición fue la más efectiva, porque recayó en Jorgito, que era el más pequeño. El efecto tardó en madurar, porque hasta que fue un joven comenzaron las transformaciones. Siendo un joven Jorge casi

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muere a manos de su padre, que le propinó heridas con un machete para detener sus ataques. A Jorge nunca le habían dicho esa condición de su vida porque no le veían el caso. Era de carácter depresivo y una cosa así podía orillarlo a cometer una barbaridad. Ella se casó con él, porque era el mejor de los hombres. Había pasado por una fila de hol-gazanes, abusivos y estúpidos que, cuando encontró a Jorge no tuvo más que sostener su compromiso con él, porque la maldición era una condición aparte de su existencia y la animali-dad que adquiría nada tenían que ver con el caballero tierno que muchas lagartonas le querían bajar, según pensaba, desde su paranoia habitual de mujer. Se casó y siguió las instrucciones de su familia política. La droga se la proveía la señora a medio mes. Un día antes de luna llena tenía que preparar todo para alimentarlo con el menjurje y que cayera dormido. Sólo que a él lo amarraban en un cuarto adicional de la casa que daba a un sótano y que Jorge no conocía. Sus aullidos espantaban al niño y a los vecinos, pero la desidia policiaca siempre inventaba que había avecindados del lugar que criaban perros demasiado grandes en sus patios.

El doctor la quiso perseguir por el pasillo, pero ella, con la bata como única prenda, corrió con las llaves del coche de su madre en las manos, rezando un Padre Nuestro. Un minuto antes preguntó por su hijo, Jorge. Su madre, con el semblante desencajado por la premura de los gritos de su hija, le informó que lo estaba cuidando su padre. Había luna llena. Un resorte la hizo saltar del camastro. Manejaba a toda velocidad. Marcó desde el celular de su madre a su cuñado. Mandaba a buzón. Tenía que recorrer quince kilómetros con tráfico de hora pico. Llamó a su amiga, Gretel, cuya casa quedaba de camino, para no sentirse sola en ese momento de máxima apuración. Contestó de inmediato, creyendo que era su madre. Cuando la escuchó, gritó de la emoción, era la primera que se enteraba que su amiga había salido de la embolia.

A unos kilómetros de ahí, el niño jugaba con unos bloques de Lego que le habían regalado en el tercer aniversario. Armaba y desarmaba torres. Estaba en la mesa de la sala. Su padre había ido a la recámara a cambiarse la ropa. Recién habían llegado de casa de la abuela, donde el niño merendó. El chiquillo soltó las piezas de Lego y cayeron estrepitosamente al piso. Un gruñido de perro grande se había escuchado allá, donde duermen papi y mami. El acelerador estaba a fondo. El coche iría a ciento sesenta kilómetros en la zona urbana y un coro de sirenas resonaban a lo lejos, para ir por ella.

¿Papi? Preguntó el pequeño Jorge, asomando la cabecita, de lejos, al pasillo que llevaba a la recámara. Un gruñido de algo más grande que un león le contestó. El niño comenzó a derra-mar lágrimas. Era el primer terror que sentía en su vida. La bestia negra y velluda se asomó al pasillo. El niño gritó con ese alarido femenino de los niños pequeños.

El carro estaba afuera de la casa, destrozado contra el framboyán que había sembrado alguien hacía años en ese terreno. Ellas entraron por la cocina. Empujó a Gretel al pasillo con fuerza y el monstruo la mordió en el cuello, ahogándole su grito. La zarandeó como perro que porfía por su comida con ferocidad. Agarró a su niño, que ya había visto demasiada sangre para su edad. La bestia se quedó comiendo a la amiga que hacía cuatro años se había acostado con Jorge. Sacó a su hijo de la casa, donde se desarrollaba la orgía de sangre y llamó a su cuñado. Vamos para allá, ¿cómo está el niño? Bien, contestó. Ahorita limpiamos todo. Fue un accidente y un descuido de todos. Gracias a Dios están bien. Ella colgó y apretó a su hijo contra su pecho.

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Luego advirtió en su quehacer fotográfico, que los viajes constantes que hizo en su adolescencia a pueblos vecinos, propiciados por el comercio ambulante al que se dedicaban sus padres, fueron y son hasta hoy fuentes fundamentales de inspiración en su obra. Aquellos recorridos le habían permitido fascinarse con las historias narradas por los bi golhe (hombres sabios) de cada comu-nidad, en torno a acontecimientos y seres inexplicables que aludían a una cosmogonía ancestral.Pese a que nunca tuvo la intención de dejar su lugar de origen, las circunstancias lo obligaron a alejarse a los 14 años para dar continuidad a sus estudios de preparatoria. Fue en la ciudad donde enfrentó la discriminación por no hablar bien el español y donde aprendió tanto a rechazar como posteriormente a revalorizar su origen indígena; ahí también se formó como arquitecto y fotógrafo y se alimentó de literatura fantástica.

A partir de 2011, Baldomero aumentó la frecuencia de sus visitas a San Pedro Cajonos, hasta que en 2014 decidió regresar a vivir permanentemente y ejercer el cargo de tesorero municipal como parte de sus deberes comunitarios. El precipitado desenvolvimiento de la vida moderna en su comunidad, la falta de interés que notó hacia los valores culturales que les identifican y la búsqueda genuina de una memoria propia, fueron algunas de las preocupaciones que guiaron su proyecto fotográfico, el cual al final de seis años de trabajo, se subdividiría en tres capítulos: Loö litz beë que realizó de 2011 a 2014, Loö naä y Tslaa Na’a que desarrollaría entre 2014 y 2016.

En Loö litz beë, el fotógrafo se autorrepresenta como un especialista en neurociencia que trabaja en el desarrollo de técnicas que le permitan almacenar las memorias, emociones y consciencia

1 Baldomero Robles es fotógrafo, originario de San Pedro Cajonos, Oaxaca. México. [email protected] Vega es etnóloga por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y maestra en Artes Visuales por la Escuela Nacional de Bellas Artes de la Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil. [email protected]. Las informaciones biográficas de Baldomero Robles vertidas en este texto, han sido extraídas de la bitácora de trabajo que realizó durante el Seminario de Fotografía Contemporánea del Centro de la Imagen en 2011, textos informales de su autoría, y conversaciones que mantuve con el artista 2014 y 2017 .

© Baldomero Robles. Capítulo I, Loö litz beë, 2011-2014.

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© Baldomero Robles. Capítulo I, Loö litz beë, 2011-2014.

de su propio cerebro. En su laboratorio, una infinidad de objetos e imágenes religiosas y famili-ares figuran como parte esencial de su experimento. La presencia de computadoras y máquinas parecen evidenciar un presente mediatizado que le permite acceder y actualizar las imágenes de su pasado. Espectador de su vida; sentado en una silla galáctica y acompañado de su herma-no, Baldomero alcanza simultáneamente distintos tiempos y aguarda, lo mismo que provoca un futuro aún por develar. Mediante su trabajo fotográfico recorre los lugares que permanecen en su memoria de infancia; indaga sobre las personas que vivieron ahí y pide permiso para ver si el lugar permanece como lo recordaba -a veces sorprendiéndose de que los espacios se mantengan idénticos. Esa experiencia le permite posteriormente crear un boceto de lo que representará en el lugar que elija fotografiar. Las fotografías del entorno familiar le son también una herramienta para reactivar el recuerdo, como el mismo lo explica: “Las enseño a mis familiares cercanos y personas retratadas para que me den pistas del lugar y de lo que sucedió en esa imagen; a partir de ahí empiezo a construir una nueva imagen apegada a la información que me dieron y a la reinterpretación de mi fantasía personal.” (ROBLES, 2014)

En ese acto, Robles llama a la memoria colectiva de Halbwachs (1990: 16-17) en la cual los recu-erdos permanecen siempre comunes a otros, de quienes momentáneamente adoptamos su punto de vista, incluso si se trata de acontecimientos en los cuales solo nosotros estuvimos involucrados y con objetos que sólo nosotros vimos. Sin embargo, no se trata de colectividad hipostasiada como diría Pomian (1998: 72), la memoria colectiva existe únicamente en y por las memorias individuales, aunque aquella pueda se reactualizada con la participación de todos.

De este modo, sus familiares y amigos cercanos, además de colaborar a recordar, desempeñan un papel activo en la toma fotográfica. Si bien inicialmente él planeaba acciones para que las personas a retratar realizaran, pronto deshecho la idea ya que ellas interactuaban de manera independiente con la cámara, de acuerdo al imaginario que a cada una le ocasionaba el espacio elegido. Sobre este punto, el artista explica:

Cuando fotografié a las 3 niñas que aparecen en la foto me base en la experiencia de mis hermanas (tengo 3 hermanas que tienen la misma edad que las niñas que aparecen en la foto) comencé a fotografiarlas indicándoles lo que tenían que hacer frente a la cámara. En las primeras tomas me di cuenta que no lograba lo que tenía en mente, salí un rato del lugar dejándolas descansar, cuando volví, ellas habían tomado los elementos que dejé en el lugar como la jaula y la charola de madera para poner masa. Noté que estaban haciendo ‘un juego’ que yo no entendía pero que me trajo a la mente casi la misma escena que viví en ese lugar con mis hermanas. (ROBLES, 2014)

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Podemos en sus imágenes palpar también el ámbito de lo sagrado; Baldomero observa y reflex-iona a través de su proyecto sobre las creencias locales. De este modo, Sósimo Crisanto apa-rece en actitud solemne dentro de una modesta iglesia como algo más que un simple creyente; es casi un cristo de brazos caídos, de cuya muñeca izquierda corre sangre hacia un altar que parece iluminarse con su fe. Un cierto halo de misterio aparece en otra de sus imágenes, en la cual cohabitan la llama de la tradición dentro de un horno de pan, y la contemporaneidad de un televisor encendido que no devuelve ninguna imagen. A esa aparente contradicción, un hombre joven da la espalda y dirige su atención a una irradiada pintura religiosa.En el conjunto de su obra, el artista circula entre una profunda interiorización de sus recuerdos y una constante reflexión sobre las transformaciones y rumbos actuales de su comunidad. Su serie Loö naä, nos muestra una serie de autorretratos realizados en el reconocimiento de alguna situación que sintió haber vivido. En estas fotografías, existe un diálogo consigo mismo, que nos vincula a la idea de que toda memoria humana es memoria de alguien, de una persona determinada, dotada de un sentimiento de singularidad y unicidad, para quien “la memoria que le habita, constituye una especie de su doble invisible”, sin la cual sería privada de su identidad. (POMIAN, 1998: 68).

A diferencia de sus anteriores imágenes ya no es la comunidad zapoteca el lugar de la reconstrucción del recuerdo, sino que esta vez traslada sus experiencias y memorias a la ciudad donde actualmente vive. Si la historia de Robles está llena de transitares entre la comunidad y la ciudad, resulta com-prensible que el fotógrafo transporte consigo

© Baldomero Robles. Capítulo I, Loö litz beë, 2011-2014.

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objetos, espacios e historias locales con los cuales impregna de manera única esa otra realidad urbana de la que también forma parte. Aunque el título de la serie no tiene una traducción precisa, en lengua zapoteca designa un terreno fértil. Las imágenes de Baldomero se enraízan en ese terreno prolífico, desde donde algo indescifrable aprehende a quienes estamos fuera de esa vivencia recordada para contarnos tan solo fragmentos de historias que curiosos intentaremos completar. Sabemos, porque el autor lo narra así, que una de sus imágenes es “una historia que habla sobre una tortuga, es como un cuento sobre el nahual y también tiene que ver con el bosque”; que lo que lleva en sus espaldas es un tronco que usaba como sillón y que se lo llevaron a la ciudad porque a veces experi-menta añoranza y que con ese sentir, decidió hacer un charco en la azotea “para que pudiera extinguirse la ciudad”. (ROBLES, 2017). Mas ni con todas esas pistas edificamos una historia completa o cerrada y sí por el contrario, un espacio imaginativo, amplio y diverso, por el cual es siempre grato mirar sus fotografías.En Tslaa Na’a o Más al Norte, muestra rasgos de los jóvenes de su comunidad, cuya identidad considera inestable y permeable ante influencias externas; así como expone las relaciones entre la cultura local y la tecnología. Los constantes flujos migratorios a Estados Unidos han colocado a lo extranjero como un modelo ideal a seguir, cuestión que según Baldomero, se ha acentuando mediante el uso del Internet y propiciado mudanzas en la vestimenta, mentalidad y comporta-miento de los jóvenes zapotecos.Explora aquí en otro sentido el tema de la identidad cultural, ya no a través de sí mismo y su memoria, sino de las transformaciones que percibe en las y los jóvenes, a raíz de la instalación de la primera preparatoria en San Pedro Cajonos, circunstancia que provocó que un flujo de jóvenes de la región llegaron a estudiar y comenzaran hacer uso de las nuevas tecnologías. Su obra se aparta de una cuestión purista, los jóvenes indígenas usan como cualquier otro joven computadoras, celulares, audífonos, etc. pero lejos de querer modificar ello, lo que importa al fotógrafo es la particularidad con la que aquellos se apropian de estos elementos, ya que culturas no occidentales como la suya tienen “una manera de comunicarse diferente con lo que hay afuera” (ROBLES, 2017). Bajo esa idea retrató a su sobrino, sobre quien notó un cambio de actitud, había desarrollado un gusto por la música metal, así que compró una guitarra eléctrica y aprendió a tocar solo. Robles, retomó el espacio donde su sobrino practicaba para mostrar cómo la tecnología estaba influenciando en él y colocó algunos elementos como posters, que consideró formaban parte de su nueva visión.

Una mirada fresca es la que nos ofrece el trabajo fotográfico de Baldomero Robles, sea como arquitecto de remembranza, memorizador ambulante de imágenes, tesorero de recordaciones, mago de tiempos superpuestos, explorador de archivos fotográficos familiares, provocador

© Baldomero Robles. Capítulo II, Loö naä, 2014-2016.

l11de memoria colectiva, narrador de vivencias, viajero en tierra conocida o un escenógrafo de evocaciones y transformaciones. Las realidades que él observa, reconstruye y fotografía, son tan fantásticas como complejas y actuales, y afortunadamente, huyen de la simple categoría de fotografía indígena o por lo menos la reconfiguran con toda su contemporaneidad. Al pregun-tarle sobre ello, responde no querer mostrar más lo que siempre se ha hecho con relación a la fotografía sobre grupos indígenas “lo documental, lo que quieren ver, el indígena que está trabajando (…) lo que me interesa de mi trabajo es la reflexión desde el lugar donde estás, y con todo lo que puedas interactuar y hay mucho más de lo que se puede ver que simplemente lo antropológico”. (ROBLES, 2017).

Bibliografía.BERGSON, Henri. Matéria e Memória. Ensaio sobre a relação do corpo com o espírito. São Paulo: Martins Fontes, 1999 (1939). BACHELARD, Gaston. A Poética do Espaço. São Paulo: Martins Fontes, 2012 (1957).HALBWACHS, Maurice. A Memória Coletiva. São Paulo: Edições Vértice, 1990 (1968). POMIAN, K. “De l´histoire, partie de la mémoire, à la mémoire, objet d´histoire” In : Révue de Métaphysique et de Morale, mars-1998, pp.63-110, PUF, Paris. ROBLES, Baldomero. Entrevista de Valeria Vega, diciembre 2014. Entrevista de Valeria Vega, enero 2017. www.innercitytimes.org/baldomero-robles/

© Baldomero Robles. Capítulo III, Tslaa Na’a. 2014-2016.