inservibles

9
Inservibles. Juan Carlos Di Pane Sánchez© Tanto el relato como la ilustración están sujetos al derecho de autor Relato e ilustración: Juan Carlos Di Pane Sánchez©

Upload: juan-carlos-di-pane-sanchez

Post on 10-Mar-2016

212 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

una historia sobre los demonios que noc comen el coco

TRANSCRIPT

Page 1: Inservibles

Inservibles. Juan Carlos Di Pane Sánchez©

Tanto el relato como la ilustración están sujetos al derecho de autor

������������������������

Relato e ilustración: Juan Carlos Di Pane Sánchez©

Page 2: Inservibles

2

- Ven conmigo -le susurró. Ella tenía tanto miedo que tuvo que apretar los dientes para no echarse a temblar. Extendió tímidamente su brazo fuera de la tienda de campaña, asiendo fuertemente la mano de Lucho para ayudase a salir. - Mira… –la tranquilizaba- ya dejó de llover, el agua apenas cubre mis pies. Juntos observaron el penoso panorama. Él respiraba aliviado, con la esperanza de haber superado lo peor de la crisis. Aunque al ver que el rostro de Marita continuaba impresionado por los destrozos, anticipaba el rosario de reclamos que ésta colgaría en su cuello. Llegaron hasta la mesa de piedra más cercana y se sentaron sobre ella a conversar, esperando que la calma terminase de inundar aquello de lo que el agua se había apropiado antes. Examinando los alrededores, Lucho preguntó: - ¿No es justo ahí, detrás de la tienda, dónde Paz fue a…? - Sí. Ambos se miraron fijamente y una estruendosa carcajada rompió sus bocas. La idea devino de tres compañeros de facultad. La carrera de Psicología y el verano tocaban su fin; después de superar dos de los exámenes más complicados de su vida universitaria, Marita sugirió que debían hacer algo para distraer a Paz, quien estrenaba su enésimo psiquiatra buscando desprenderse de su añeja depresión y que estaba algo preocupada por los efectos secundarios del tratamiento con el nuevo fármaco, la Fluoxetina. Lucho propuso esa acampada en la quebrada, donde conocía un camping en el antiguo cauce del río y la idea fue tomando forma. Se sentía pletórico; hacía tiempo que postergaba ese plan absorbido por las responsabilidades. De pequeño, bien con la familia, bien con otros amigos, desarrolló la afición por acampar y contaba con cierta experiencia. Víctima de su manía por los detalles y del omnipresente eco de la voz de su padre –reprochándole que “todo” podría haberlo hecho “mejor”-, nunca dejaba cabos sin atar y… ante lo que les deparaba esa noche, la frase no podría emplearse de manera más acertada. Era consciente de que Marita y Paz se burlaban a sus espaldas mientras estudiaba la inclinación del terreno, buscando la zona más alta de todo el camping para desplegar allí la carpa. Eso sí, en lo posible, con dos o tres árboles relativamente cerca, para tener sombra y amarrar unas sogas que le permitieran reforzar los extremos de la fortaleza. La instalación quedó perfecta. Si la hubiese diseñado el mismísimo Calatrava sus líneas no hubiesen sido tan armónicas y tensas. La pulcritud interior y exterior contrastaban con la rustica naturaleza. Después de cenar, la fatiga les llevó a la tienda donde se prepararon para contar historias de terror hasta quedarse dormidos. El calor era excesivo para las once de la noche, y ni hablar de la hacinada nube de mosquitos que atacaban sin piedad. Mientras tomaba su medicación, Paz propuso:

Page 3: Inservibles

3

- Porfa… ya he aguantado suficiente violación en masa por hoy ¡Estoy harta de que me penetren los mosquitos! ¿Podríamos cerrar la tienda? - ¡¿Qué te fumaste nena?! – Dijo Marita- Yo no me encierro en una tienda ni atada. - ¡¿Perdón?!- el rostro de Paz no aguantaba tanta incredulidad- Si no te gusta dormir en carpa, ¿Qué haces de campamento…? - Una cosa es acampar y otra muy distinta es “encerrarme” en este cubículo… Lucho intuía los derroteros que podía tomar aquella discusión y decidió intervenir: - ¡Ay Dios!... Nuestra querida Marita y su fobia específica a los espacios cerrados… - ¡A mi no me vas a diagnosticar tú “inservible”, que si con esa vamos sales perdiendo…! - ¡Ahí va! que susceptible… ¿Acaso eres claustrofóbica o no eres claustrofóbica?... ¿Qué drama hay con eso?... pero es verdad que debemos hacer algo con estos bichos, si no pronto necesitaré una transfusión. - Y si no cerramos ya me dirás que hacemos… -argumentó Paz visiblemente fastidiada mientras se reacomodaba sobre la colchoneta. - Paz… -le preguntó Lucho- cuando preparábamos la cena y encendiste tus velas hippies para iluminar la mesa, vi que también tenías sahumerios ¿No? - ¡Aaahh!... ¡Pero qué chico más listo! Si te vamos a llamar MacGiver… -sonrió complacida mientras cogía su mochila. - Encendemos uno y ya… –concluyó orgulloso de tan astuta ocurrencia. - ¡¿Qué?! – bramó Marita; los vellos de la nuca se le erizaban cada vez más. - Claro…-explicaba Paz con pedagógica parcimonia- Es verdad, Los mosquitos le rehúyen al humo y mira… aquí tengo unos de lavanda, que dicen que los bichos escapan de ella como de la mierda…-le extendió la mano a Lucho con un par de varitas de sahumerio y el mechero. - ¡¿Qué?! –Insistía Marita al borde de la crisis- Me queréis encerrar en una tienda y encima encender fuego dentro ¡Estáis locos! ¡LO-COS! - A ver… -Lucho insistían en su intento por inocular calma- la idea de encender el sahumerio es justamente para no cerrar. Y si lo hacemos con el suficiente cuidado, no tiene porqué ocurrir nada- mientras decía esto, sus neuronas carburaban a mil buscando salidas plausibles; en el fondo sabía que su amiga tenía razón. Afortunadamente Paz irrumpió sus elucubraciones con una creativa propuesta. Era increíble, desde que comenzó su tratamiento con antidepresivos se había vuelto más locuaz, ágil y resolutiva de lo que una persona suele ser “normalmente”: - ¡Ya está! Lo ponemos aquí, lo sujetamos con algo dentro de esta ensaladera de metal. Es muy amplia y si se cae dentro no pasa nada…

Page 4: Inservibles

4

Lucho y Marita cruzaron miradas. A él le parecía bien, pero dada la reacia actitud de su compañera, decidió esperar señales de su aprobación. - Bueno… -aceptó a regañadientes-, pero que conste que no me quedaré dormida hasta que no se apague esa porquería. Al fin, con el sahumerio encendido en el rincón izquierdo de la tienda, junto a la entrada, los tres se recostaron. Hacia la derecha Marita, en el centro Paz y Lucho a la izquierda, quien dada su longitud se vio obligado a mantener sus delicados piececitos -de talla 47- a la intemperie. Levaban un buen rato sumergidos en la placentera tensión de escabrosas leyendas urbanas, cuando un húmedo susto cogió a Lucho por los pies. Sobresaltado, se sentó ahogando su sorpresa. Sus dos compañeras se apiñaron gritando: - ¡Mierda! ¿Qué pasa?- chilló Marita- ¡Se prendió fuego! ¡Lo sabía! - ¡Qué fuego ni fuego! ¡Está lloviendo y se me mojan los pies! Sus dedos, cumpliendo injusta penitencia fuera de la tienda, habían sido asaltados por las lascivas lenguas de las gotas. Asomó su cabeza y pudo observar cómo un furtivo chaparrón de verano irrumpía en el campamento sin previo aviso. Antes de volverse hacia sus compañeras, trataba de anticipar respuestas. Sabía que aquella noticia no sería tranquilizadora, especialmente para Marita. - ¡Nada! Una pequeña llovizna de verano… ya sabemos como es esto. En unos minutos pasará…- dijo, cuando la espectral luz de un pavoroso relámpago inundó hasta el más pequeño intersticio dentro de la tienda, seguido de un estruendo iracundo que les electrizó cada vello corporal. Paz no pudo evitar reírse a pierna suelta: - Las previsiones meteorológicas no son lo tuyo ¿no? Lucho esquivó el sarcasmo. Le preocupaba más el pánico en el rostro de Marita: - Bueno –dijo restando dramatismo-, parece que en lugar de llovizna será un chaparrón. Es normal en esta época. Tenemos que evitar que se moje el interior… -¡Ni se te ocurra cerrar la tienda! Y menos con la porquería esa encendida- Marita se exasperó. - Ya casi se ha consumido, apaguémoslo y bajemos las puertas de lona con las cremalleras hasta la mitad, así al menos no se empaparán las colchonetas y las mantas. De lo contrario, deberemos buscar otro sitio donde pasar la noche y dado la que está cayendo, no me parece la mejor idea. - A mí no me importaría… ¿Dónde tenéis el sabor de la aventura?- Lucho atajó la mirada fulminante que Marita le lanzó a Paz, contestándole de inmediato: - Es que nuestro sabor de la aventura queda en nada junto al tuyo desde que tomas Fluoxetina… Si no vas a ayudar, mejor no metas leña al fuego, Paz. - Bueno, si quieren tengo más pastillitas y les puedo convidar…- dijo ella antes de detonar otra carcajada.

Page 5: Inservibles

5

- ¡¿Pero ésta no estaba depresiva?!- rugió Marita sentada como un Buda a punto de explocionar. - Cálmate y piensa, recuerda, lo hemos estudiado hace semanas… los tratamientos con psicofármacos pueden acarrear reacciones extrañas en el comportamiento. Encima a Paz le combinan antidepresivos con ansiolíticos. O sea, la bomba… - ¡¿Y a esa bomba me la tengo que comer yo?! - A ver… ¿No fue acaso idea tuya que armáramos algo para que ella se relajara y dejara de preocuparse por el tratamiento? - ¿Quién está preocupada? Yo no estoy preocupada… - apuntaba Paz tumbada boca arriba con sus manos en la nuca. - ¡Ya! –Le reclamó Marita a Lucho- ¡Pero solo a tí se te ocurre programar un campamento en plena temporada de tormenta estival! Touchè. Era verdad… ¡¿Cómo pudo ser tan imbécil, tan descuidado?! Vinieron a su mente las contundentes frases que su padre dispararía si estuviese allí. Su conocimiento en el tema, su experiencia en la naturaleza y su perspicacia habían sido humilladas por un simple descuido con el calendario. Quizás, si hubiera ido solo, o si sus acompañantes fuesen otros, la tormenta no constituiría ni siquiera una anécdota. Pero él sabía de la fobia de Marita. El fallo mutó en una idea parásita que deboraba sus neuronas. Los segundos se eternizaron. Intentaba doblegar la culpa para transformarla en una solución mágica que reparase su falta. Decidió erigirse en la voz de mando que sacaría adelante a su equipo de aquel embrollo. Sólo había que encontrar el cómo. Una terrible vibración le rescató de su rumiante reflexión. -¡¿Y ahora qué pasa?!- exclamó Marita. Lucho volvió a asomarse. Instantáneamente saltó hacia atrás cerrando las cremalleras en su totalidad. Marita se lanzó con sus zarpas a las manos de Lucho para apartarles de la puerta y éste la sujetó. Con la voz más serena que pudo, intentó explicarle: - ¡Un vendaval viene hacia acá!... nos llenará la tienda de tierra y basura. Esperemos al menos que pase lo más fuerte… - ¡¿Viento?! ¡¿Cómo que viento?! Si es muy fuerte, echará la tienda abajo. ¡Debemos salir! – la orbita de sus ojos parecían a punto de desencajarse. - Estaremos mejor protegidos dentro -sentenció Lucho con toda la serenidad que pudo fingir– Afuera sigue azotando el diluvio y con semejante ventarrón solo nos arriesgamos a que nos caiga alguna cosa encima… Aquí dentro estaremos a salvo –La miró fijamente a las pupilas- Pero necesito que me ayudéis. Sentaos ambas junto a aquel tubo que soporta al travesaño, sostenedlo con todas vuestras fuerzas. Yo haré lo mismo con éste. Debemos ofrecer la mayor resistencia a la vibración del viento. En silencio, Marita y Paz acataron las indicaciones de Lucho. Los tres permanecieron inmutables simulando estoica valentía, mientras soportaban las bramantes embestidas del viento y la lluvia que golpeaban inconmovibles, envueltos en diabólicos truenos y

Page 6: Inservibles

6

relámpagos. Las cuatro paredes y el extremo posterior del techo, justo sobre la cabeza de las chicas comenzaban a mostrar manchas de humedad. Fueron cuarenta y cinco tortuosos minutos los que transcurrieron, hasta que la tormenta mostró algo de piedad. Cuando amainaron las ráfagas, los entumecidos músculos del patético trío se resistían a soltar los caños que daban forma a su refugio. - ¿Habrá pasado ya lo peor? –la pregunta de Paz deseaba ser más bien una afirmación- ¿Por qué no te asomas y ves? Lucho intentó reincorporarse para abrir la cremallera, pero el grupo se vio sorprendido por un extraño movimiento que les despertó una angustiante sospecha. Quizás por la vibración que agitaba anteriormente la tienda no lo habían percibido, pero la tromba fue tal que, en ese momento, se hallaban flotando sobre el agua. Tímidamente se acercó hacia una ventana triangular, pequeñita, que poseía la puerta de lona. Al apoyar sus manos en la manta que cubría la colchoneta la notó mojada en la punta, seguramente algún hilillo de agua comenzaba a colarse por la costura del suelo impermeable. Corrió la cremallera que cubría mosquitera. Las farolas del camping le permitieron ver como el suelo había desaparecido bajo una laguna. Forzó la perspectiva para buscar la explicación de porqué su tienda seguía aún en pie. Lo que vio, le produjo cierta satisfacción. Todo el esmero puesto en amarrar con fuerza y pericia las estacas y cordeles de la carpa, le permitieron soportar la furia de la tormenta, elevándola sobre un colchón de agua en el cual danzaba asida del suelo y los árboles. A pesar de todo, este hecho, lejos de tranquilizar a Marita le provocó una crisis. Ante Lucho pareció abrirse el manual de psicopatología que estudió para el último examen, observando en su amiga la expresión literal de un trastorno de ansiedad: Palidez y sudor excesivo, mirada con expresión de pánico, respiración profunda y dificultosa, temblores musculares. Podía adivinar las palpitaciones desbordadas y las pulsaciones desenfrenadas que debían estar amenazándole de muerte. - Son sólo unos centímetros de agua –a estas alturas Lucho dudaba de la capacidad tranquilizadora de sus palabras- Por la longitud de las cuerdas, no podemos estar a más de diez o quince centímetros del suelo. Y contando con que esta zona es desértica, en un rato… una o dos horas a lo sumo, el suelo habrá absorbido toda el agua. - ¡Me cago en ti y en tus putas racionalizaciones! ¡Hijo de puta! ¡No todo tiene una salida razonable!... –Marita atrapaba cada parte de su cráneo presionándolo con sus manos abiertas sobre las sienes- ¡¿Y si esto no lo tiene?! ¡¿Y si morimos ahogados?! - Está bien. Si te parece intentamos abrir uno de los paños de la tienda… - ¡Claro! ¡Ahora vas a abrir! ¡Con semejante tormenta lo más probable es que se estén produciendo inundaciones y crecientes por todos lados! ¡Estamos en el antiguo cauce de un río, por Dios! ¡¿Y si justo que abrimos la tienda viene una tromba arrasando hacia nosotros y nos inunda… y nos ahogamos?! - Si una tromba tan terrible viene hacia nosotros, da igual que la tienda esté abierta o cerrada -explicó pedagógicamente Paz- Estamos igualmente jodidos, así es que no sé porqué tanto problema. El verdadero inconveniente que veo ahora, es que de una forma u otra tenemos que abrir, porque yo me meo “ya”, y eso sí requiere una solución

Page 7: Inservibles

7

urgente… Lucho estaba al borde del colapso balanceándose casi en posición fetal, como si de esa manera impidiese escapar sus verdaderos pensamientos. Permanentemente veía boicoteados sus intentos de apaciguar a Marita por la narcotizada impavidez de Paz. No lo soportaría mucho más. - ¡¿No os dáis cuenta de que si abrimos la tienda ahora el agua sobre la que estamos flotando se va a meter?! –dejó clamó Marita entre dientes. -¿No puedes esperar un poco? –Le propuso Lucho- No creo que el agua siga cayendo más y como dije antes, este suelo es muy seco y absorberá todo enseguida… -No, me meo “ya”… En todo caso, como terminó de consumirse el sahumerio, pásenme la ensaladera y meo ahí… -concluyó con toda simpleza su argumentación mientas se acomodaba para ejecutar el acuoso acto. Marita, ya desquiciada por completo le chilló: -¡Todavía no estás ingresada en un hospital como para que tengamos que ponerte la bacinilla! ¡Lo único que falta es que esto siga bamboleándose y terminemos todos bañados en tu puta meada! En un último esfuerzo por mantener la cordura grupal, a Lucho se le ocurrió una idea… - Tal vez… -le explicó a Marita- si tú y yo tomamos de un buen pellizco la base justo en la zona donde cierra horizontalmente la cremallera y la elevamos, Paz podría bajar con mucho cuidado el cierre vertical, salir a través de él y luego volver a entrar… -comenzó a replegar las colchonetas, que cada vez estaban más húmedas- Eso sí, nosotros dos no deberíamos bajar nunca el suelo de la tienda, para evitar que entre el agua… -Volvió a mirarla con la mejor expresión de súplica que pudo ofrecer, para que accediese; sin su ayuda, la maniobra no tendría éxito… Marita asintió secamente y puso de rodillas a su lado imitando su posición, cada uno en un extremo de la entrada de la tienda. Con ambas manos, los dos pellizcaron fuertemente la cremallera horizontal y tiraron hacia arriba, levantándola unos treinta centímetros. Paz subió lo suficiente el cierre perpendicular y salió. Un corto silencio precedió a los claros chapoteos que delataban sus pasos en el agua: “Plas, plas, plas… Plas, plas, plas, plas… Plas, plas, plas!, y otros tres o cuatros mudos segundos antecedieron a un placentero “PSSSSSSSSSSS…”; Lucho ahogaba su risilla intimidado por el fastidio en el rostro de Marita. Luego de escuchar otros “plas, plas, plas, plas…”, por la cremallera irrumpieron la cabeza y los brazos de Paz, quien se lanzó en un violento clavado hacia el interior de la tienda, asustando de muerte al resto del equipo. - ¡¿Pero qué haces?! ¡Inservible!- fue el saludo que espetó Marita, mientras cerraba la cremallera rauda cómo un látigo. - ¡¿No ves que traigo los pies llenos de barro?! Si toco el suelo de la tienda con ellos te pondrías peor… -¡¿Y por qué no te limpiaste fuera?! - A ver, tú me explicarás cómo… ¿Primero me limpio un pie y, como tenéis la tienda en alza y no lo puedo poner a resguardo, lo meto al agua nuevamente, me limpio el otro y

Page 8: Inservibles

8

así sucesivamente hasta que salga el sol? ¡Te quieres calmar, por favor!... Y mientras pásame algo con que secármelos. Lucho ya se había adelantado buscando un par de toallas entretanto sufría la discusión de las campistas: una maldiciendo al borde del colapso, a la vez que la otra respondía recostada sobre sus espaldas con las dos piernas en alto. - Además, no sé porqué tanto lío… -reflexionaba Paz en voz alta mientras se quitaba el barro de los pies- Ya se sabe de las propiedades que tiene el barro para la piel. Seguro que en un centro de estética a este pringue me lo hubieran cobrado a precio de oro… Lucho dio por agotada su paciencia y gruñó: - ¡Paz! Entiendo perfectamente que tu parloteo sin sentido es involuntario gracias a la falopa esa que te metes ¡Pero por esta noche ya está bien, coño! Marita está pasándola realmente mal y si no puedes ayudarla, mejor cállate y duérmete. - Me parece razonable. Está bien… -asintió Paz. Acto seguido se acomodó en su colchoneta, se giró de espaldas y como si de una broma pesada se tratara… comenzó a roncar. Lucho y Marita cruzaron miradas por enésima vez. Él se dio cuenta de que ella también sospechaba que se trataba de una nueva impertinencia de Paz. Para corroborar su hipótesis le dio una suave sacudida en el hombro, pero nada. Ni se inmutó. - No se qué era peor, si intentar dormir con los truenos de fondo o con sus ronquidos… -bromeó él. Al rato dejaron de notar sonidos o movimientos que describieran restos de tormenta. Tal y como Lucho predijo, el sediento suelo del antiguo cauce del río se bebió toda el agua. Con un gesto, le comunicó a Marita que ya era seguro abrir. Y así lo hizo. Abandonaron a Paz en su trajín onírico para subirse a la mesa de piedra frente a la tienda. Ahora, el mayor temor de Lucho se anticipaba al momento en que Marita lograra aplacar su pánico y comenzara a martillarle con sus reproches. La imaginaba gritándole; aunque la voz que salía de aquella garganta no era la de Marita… era la de su padre. Observando a algunas personas recoger las ruinas de sus tiendas, Lucho decidió ser el primero en hablar: - Lo siento mucho, de verdad… Tienes razón, debí haber previsto el tema de la lluvia… - ¿Lo qué…? - ¡¿Cómo pude ser tan imbécil?! ¡Traerte a acampar en esta época, cuando diluvia de esta manera! Encima, yo sé de tu claustrofobia y… - Sí… -le interrumpió Marita con tal tranquilidad y amabilidad que le despistó– Es verdad, eres un imbécil. O mejor dicho, un inservible, como aquella otra que está roncando… Pero me quieres decir ¡¿Cómo cuernos ibas a predecir que justo este fin de semana iba a llover?! ¿O es que eres tan poderoso, que hasta controlas el tiempo

Page 9: Inservibles

9

como a cada detalle de tu vida?... –le jaló duro la oreja, como cuando un maestro de antaño llamaba al orden al revoltoso de la clase- Lo único que me falta “FUTURO PSICÓLOGO”, es que te enganches y te hagas cargo de mis neuras. Ahí dentro “los tres” nos hemos cagado de miedo y cada uno lo hemos afrontado como nuestra locura mejor nos lo permitió… como le pasa a todos. La tormenta ya fue y mi crisis de pánico también. Así que espero que sepas mantener tu rollo mental controlado y manda a la mierda de una vez a ese puto “Pepe Grillo” que te carcome el coco. No eres perfecto, ni yo, ni aquella otra… -sonrío con ternura mientras se volteaba a ver si Paz daba señales de vida- ¡¿Qué manga de inservibles?!... ¿Será por eso que nos queremos tanto? Lucho, con la excusa de continuar la evaluación de daños, giró en silencio su cabeza en sentido opuesto a la mirada de Marita. No quería dejarle ver la cristalina emoción en sus ojos. De pronto, un detalle captó su atención: La mayor parte de los campistas habían sido víctimas de la tormenta. Solo cinco tiendas, incluyendo la suya, sobrevivieron en pie. No se había equivocado, el lugar elegido para acampar era el más alto de todo el predio; por lo tanto, quienes tenían automóviles, se dirigieron en ellos hasta aquella zona que ofrecía más protección. Imprevisiblemente se habían dispuesto a manera de anfiteatro justo detrás de la tienda de los tres amigos. Algunos encendieron los faros, tal vez para obtener una mayor sensación de seguridad, apuntando a la pared trasera de la carpa y convirtiéndola en un improvisado escenario. Así, por mágica inspiración, una conclusión lógica nació en su mente: -¿No es justo allí, detrás de la tienda, dónde Paz fue a…? -Sí… Ambos se miraron fijamente y una estruendosa carcajada rompió sus bocas.

������������Juan Carlos Di Pane Sánchez©