istrati panait - kyra kyralina

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5/18/2018 IstratiPanait-KyraKyralina-slidepdf.com http://slidepdf.com/reader/full/istrati-panait-kyra-kyralina-56385195a0511 1/86 Panait Istrati Kyra Kyralina PANAIT ISTRATI Kyra Kyralina Traducción: Fred Gavroch En 1921 me entregaron una carta encontrada entre la ropa de un vagabundo desesperado que se había cortado la garganta La leí y me sobrecogió el torrente de su genio… Un nuevo Gori de los !alcanes""" #onsiguieron salvarle""" $e llama %anait &strati""" 'einte a(os de vida errante) de e*traordinarias aventuras""" %ractica todos los o+cios""" $e me,cla con los movimientos revolucionarios""" -ada tiene) pero guarda un mundo de recuerdos) mientras enga(a el hambre devorando) sobre todo) a los maestros rusos y a los escritores occidentales" Es un narrador nato de .riente) que se encanta y se conmueve con sus propios relatos) al grado de que) una ve, empe,ada una historia) ni /l mismo sabe si durar0 una hora o mil y una noches""" Lo convencí para que escribiera una parte de sus relatos y /l ha comen,ado una obra de largo aliento""" Es una evocación de su vida y) como su vida) podría estar dedicada a la mistad) porque la mistad es) para este hombre) una pasión sagrada"""  res o cuatro de las narraciones que cono,co son dignas de los m0s grandes maestros rusos" &strati sólo di+ere de ellos por el temperamento y la lu,) por su arranque espiritual) por su alegría tr0gica) esa alegría del narrador que rompe las cadenas del alma""" Romain Rolland Presentación Luego de haber alcanzado considerable popularidad durante una buena parte de dos décadas, los veinte y los treinta, Panait strati !ue relegado pr"cticamente al olvido a partir de su muerte, en #$%&' (omunista !erviente, strati visitó la )nión *oviética en #$+ y escribió una aguda cr-tica del proceso revolucionario .ue el dogmatismo de la época /am"s le perdonó' 0s-, el genial vagabundo .ue cantaba la primavera del 1editerr"neo oriental, !ue tachado de 1

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Panait Istrati Kyra Kyralina

Panait Istrati Kyra Kyralina

PANAIT ISTRATI

Kyra Kyralina

Traduccin: Fred GavrochEn 1921 me entregaron una carta encontrada entre la ropa de un vagabundo desesperado que se haba cortado la garganta La le y me sobrecogi el torrente de su genio Un nuevo Gorki de los Balcanes... Consiguieron salvarle... Se llama Panait Istrati... Veinte aos de vida errante, de extraordinarias aventuras... Practica todos los oficios... Se mezcla con los movimientos revolucionarios... Nada tiene, pero guarda un mundo de recuerdos, mientras engaa el hambre devorando, sobre todo, a los maestros rusos y a los escritores occidentales. Es un narrador nato de Oriente, que se encanta y se conmueve con sus propios relatos, al grado de que, una vez empezada una historia, ni l mismo sabe si durar una hora o mil y una noches... Lo convenc para que escribiera una parte de sus relatos y l ha comenzado una obra de largo aliento... Es una evocacin de su vida y, como su vida, podra estar dedicada a la Amistad, porque la Amistad es, para este hombre, una pasin sagrada... Tres o cuatro de las narraciones que conozco son dignas de los ms grandes maestros rusos. Istrati slo difiere de ellos por el temperamento y la luz, por su arranque espiritual, por su alegra trgica, esa alegra del narrador que rompe las cadenas del alma...

Romain Rolland Presentacin

Luego de haber alcanzado considerable popularidad durante una buena parte de dos dcadas, los veinte y los treinta, Panait Istrati fue relegado prcticamente al olvido a partir de su muerte, en 1935. Comunista ferviente, Istrati visit la Unin Sovitica en 1927 y escribi una aguda crtica del proceso revolucionario que el dogmatismo de la poca jams le perdon. As, el genial vagabundo que cantaba la primavera del Mediterrneo oriental, fue tachado de servidor de la reaccin y condenado al olvido.

Su propio descubridor, Romain Rolland, quien lo impulsara a escribir tras un intento de suicidio en 1921, le suplic en una carta de 1929 que no publicara su crtica a la URSS, aunque tuviera razn, porque "pese a usted, tomara el aspecto de un acto de venganza que disminuira su grandeza. Adems, no servira de nada a la revolucin rusa, sino a la reaccin europea, a la que los opositores le hacen el juego ciegamente. Situacin trgica, desgarradora, pero hay que soportar virilmente aquello que no se puede impedir..."

Pero Istrati no poda entender este tipo de razonamientos. Nacido en Braila, Rumania, a orillas del Danubio, en 1884, hijo de un contrabandista griego y de una campesina rumana, se haba lanzado por el mundo, desde los trece aos, a buscar la justicia, la belleza y la bondad, donde estuviera y a denunciar a sus contrarios donde los encontrara. Apost por "el hombre que no se adhiere a nada", al que invocara desde su lecho de muerte, abandonado y en la miseria: "Grito desde mi camastro: Que viva el hombre que no se adhiere a nada. Lo grito en mi ltimo libro y lo gritar, si escapo una vez ms a la muerte, a lo largo de todos los libros que me falten por escribir: la liberacin del hombre por su rechazo a adherirse a todo, a todo, hasta a ese trabajo tcnico, muy bien organizado contra l, de los dos lados de la barricada.. "

Kyra Kyralina es la primera novela de una serie autobiogrfica que forma Los relatos de Adrin Zograffi, en donde Istrati cuenta su experiencia interior y su apasionada bsqueda.

Su encuentro con Stavro, un refresquero que va de feria en feria vendiendo limonada, permite a Adrin conocer un mundo marginal y despreciado en el cual brillan los valores humanos con mucha mayor intensidad que en el mundo de quienes marginan y desprecian. La aventura de Stavro en busca de Kyra Kyralina, su dulce hermana, su Santo Grial, constituye una experiencia de intensidad, emocin y desolacin poco comunes en la narrativa occidental, mismas que empapan los grandes momentos de la literatura de la Europa oriental.

Es motivo de orgullo para La Oca, Editores, recuperar a un autor tan injustamente olvidado como Panait Istrati que consagr su vida a construir la utopa, como lo expres en una de sus pginas ms vibrantes, precisamente en su libro sobre el proceso sovitico:

"No es combatiente, a mis ojos, quien subordina sus intereses individuales a los de la mejor humanidad que debe venir. Yo creo en esa humanidad. Existe hoy como el sol existe durante la noche. Ms de una vez mi barro la ha tocado. Ms de una vez, en mis innumerables horas de desamparo, su mano me ha levantado de la tierra. Lo que haya hecho de bueno o de bello se lo debo a esa humanidad... Quiero consagrarle todas mis fuerzas, ayudar a todos aquellos que por ella combaten...

I

Stavro

Aturdido, Adrin recorri la pequea avenida de la Divina Madre que va desde el templo que le da nombre hasta el parque pblico, en Braila. A la entrada del parque, se detuvo, entre humillado y furioso:

-Ya no soy un nio! -estall en alta voz-. Tengo derecho a vivir mi vida como me d la gana!

Eran la seis de la tarde de un da laboral cualquiera. Las callejuelas del parque estaban casi desiertas y la puesta del sol volva polvo de oro la arena de los paseos, al tiempo que los macizos de lilas comenzaban a sumergirse en la sombra. Inermes, desorientados, los murcilagos volaban en todas direcciones. Formando valla, en los paseos, las bancas del parque estaban vacas, salvo aquellas que, en rincones discretos, daban su proteccin a parejas de jvenes enamorados que suspendan sus abrazos ante cualquier presencia inoportuna.

Pero Adrin no se fijaba en los seres humanos. vido, llenaba sus pulmones con el aire puro que surga de la arena recientemente regada y se confunda, como en un blsamo, con el olor de las flores. Adrin acept que tampoco aquel misterio le resultara comprensible, as como le pareca especialmente incomprensible el terco rechazo que su madre mostraba ante sus amigos. Una discusin acalorada acaba de darse entre madre e hijo nico. Adrin razonaba en torno a ella:

-Para mi madre, Mijail es slo un extranjero, un vago peligroso, el despreciable pinche del pastelero... Y yo qu soy? Apenas un pintor de brocha gorda, y, hasta hace muy poco, tambin pinche del mismo pastelero! Si maana viajara a otro pas, eso justificara que me consideraran un vago peligroso...?

Furioso, dio una patada en el suelo y continu con sus reflexiones:

-Caramba! Es intolerablemente injusto lo que le hacen al pobre Mijail. Yo lo admiro porque es ms inteligente que yo, ms culto, y porque sufre sin quejarse. Quieren que revele su nombre y el de su pas de origen... Quieren que ensee los dientes que le faltan... Como se niega, lo sealan como vago peligroso, y ya! Bueno, pues yo quiero ser amigo de ese vago peligroso y, tambin, ya...!

Adrin sigui su paseo, maquinalmente. Le regresaban a la memoria las palabras, los insultos de su madre, y todo le resultaba absurdo:

-Y esa cuestin del matrimonio? Apenas tengo dieciocho aos y ya quiere amarrarme a una boba que va a atosigarme con su ternura y que, como coneja, va a convertir mi cuarto en un inmenso criadero. Como si lo nico que viniramos a hacer sobre la tierra fuera engendrar pequeos estpidos y ofrecer al mundo esclavos nuevos, al mismo tiempo que uno se convierte en esclavo de todos ellos. No! Aunque fuera mil veces ms peligroso, prefiero un amigo como Mijail. Me acusa de que provoco a la gente para que hable, y es verdad. Quizs me guste provocar a la gente para que hable porque la luz se hace gracias a la palabra de los fuertes, as como Dios tuvo que hablar para crear la luz sobre el mundo. La sirena de un barco rompi el silencio de la noche primaveral y todo lo llen con sus silbidos estridentes que sacaron al joven de sus reflexiones, al tiempo que se sinti envuelto por el aroma de las rosas y de los claveles.

Adrin enfil por la gran avenida desde la cual se dominan el puerto y el Danubio. Contempl por un momento las luces mltiples de los barcos y su irrefrenable anhelo de viajar le estall en el pecho como un profundo suspiro:

-Dios mo! Qu magnfico estar en alguno de esos barcos, cruzar los mares, descubrir otras playas, ver otros mundos...! Cabizbajo al comprenderse incapaz de realizar sus deseos, sigui su marcha cuando alguien detrs suyo pronunci su nombre. Al darse la vuelta, pudo ver a un hombre sentado en una banca, con las piernas cruzadas, que fumaba. Su miopa y la oscuridad le impidieron reconocerlo, y le obligaron a acercarse contrariado. De pronto, exclam:

-Stavro!

Conocido por todos como el "refresquero", porque venda refrescos en las ferias, Stavro era primo segundo de la madre de Adrin. Por haber sido, en su juventud, un personaje central de todos los garitos, treinta aos despus era despreciado y rechazado por cuantos le conocan.

Muy alto, muy delgado, rubio descolorido, con el rostro lleno de arrugas, sus grandes ojos azules transmitan toda la vida interior de Stavro: a veces sinceros, a veces pcaros o de mirar furtivo. En ocasiones, un solo golpe de vista revelaba toda la agitacin de su existencia, llena de desengaos y aventuras sin fin, a causa de su naturaleza extravagante, errante y caprichosa... Revelaban una vida triturada desde los veinticinco aos por el feroz engranaje de la sociedad que lo oblig a casarse con una muchacha rica, bella y tierna, de la cual se separ, apenas unos afias despus, con el corazn vencido y el carcter doblegado, lleno de vergenza.

Adrin apenas conoca aquella historia. Su madre se la explic, sin entrar en detalles, como ejemplo de una vida indigna; pero el muchacho sacaba conclusiones opuestas: su instinto le empujaba a Stavro, como a un fascinante instrumento musical, con ansias de orle, aunque el instrumento resultaba hermticamente silencioso.

Por lo demas, no se haban visto ms que tres o cuatro veces, siempre en la calle, porque la casa de su madre, como todas las casas decentes, estaba cerrada para Stavro. Y qu podra decir el despreciado refresquero de feria, al nio mimado?

Para todos Stavro era un bromista. Efectivamente, lo era. Es ms, quera serlo. Con su traje roto, ajado aun cuando no fuera tan viejo; con su apariencia pueblerina, la camisa arrugada, sin cuello; se entregaba a largos discursos, acompaados de una grotesca gesticulacin que diverta a su auditorio, mientras a l lo converta en el hazmerrer de todos. En plena calle, llamaba a sus conocidos por apodos graciosos, pero jams groseros, algunos de los cuales pegaron para siempre. Si encontraba a alguien de su agrado, le invitaba y, despus de haberse acabado lo pedido, con el pretexto de ir a hacer una necesidad, se escapaba. Si se trataba de alguien que le cayera mal, le deca: "En tal caf est tu amigo fulano, esperndote".

Pero lo que ms entusiasmaba a Adrin eran las bromas con las cabezas de pescado llamadas tzirs, y las bolsas de tabaco. Durante una conversacin. Stavro sacaba del bolsillo una cabeza de pescado muy seca, y la prenda en el saco de su acompaante para que, cuando ste se fuera, la paseara por las calles en medio de la risa de los dems.

Sus bromas con las bolsas de tabaco podan ser an ms divertidas. Es costumbre de Oriente, cuando se quiere hacer un cigarrillo, pedirlo al primero que se encuentra al paso. Stavro abordaba a todo aquel que se topara con l y, despus de hacerse el cigarrillo, en vez de agradecer y devolver la bolsa de tabaco, se la guardaba distrado en su propio bolsillo desfondado, lo cual haca que bolsa y tabaco rodaran por el suelo. Stavro la recoga presuroso, se excusaba y, como querindola meter en el bolsillo de su dueo, intencionadamente la tiraba de nuevo. La bolsa de tabaco era recogida por el paciente transente, quien se apresuraba a limpiarla en tanto Stavro exclamaba: "Ay, qu torpe soy!" "No tiene importancia", le contestaban invariablemente, mientras los que presenciaban la escena saltaban ruidosas carcajadas ante el azoro de la vctima. Desde luego, jams volvan a caer en sus manos las bolsas de tabaco con las que hiciera rer una vez. Adrin haba aprendido a querer a Stavro precisamente por sus bromas, aunque otros aspectos extraos del refresquero lo confundieran. A veces, en medio de bromas y risas, Stavro, de pronto serio, diriga a Adrin una mirada profunda, clara, tranquila, y superior, que llegaba a recordarle la ingenua y bondadosa de los terneros. Adrin se senta entonces disminuido y fascinado por aquel analfabeto. Estos aspectos incomprensibles lo decidieron a observar al refresquero. Pero eran contadas las ocasiones en que poda observarlo, porque esa mirada peculiar y misteriosa de quien Adrin llamaba "el otro Stavro" apareca muy de vez en cuando y exclusivamente cuando estaban solos.

Un da -diez meses antes de su encuentro en el jardn-, acompaando al refresquero a la tienda de un viejo griego taciturno, que le venda limones y azcar, vio aparecer al "otro Stavro". Adrin penetr en sus ojos.

Solos los tres en un rincn oscuro del almacn, Stavro, sin arrugas en el rostro, con la mirada dulce de sus ojos muy abiertos, fijos y luminosos, mir al tendero, de cara inflada y seca expresin, y le dijo, tmida pero firmemente, mientras el otro aprobaba con la cabeza:

-Kir Margules... Va muy mal el negocio. Hace poco calor y la limonada no se vende. Vivo de mis ahorros y del azcar que me da... No le puedo pagar. Pero le pagar, se lo aseguro. Slo que me muera, perder usted lo que le debo.

El tendero, avaro pero conocedor de los hombres, concedi el crdito, con un apretn de manos tan seco como su misma vida.

Ya en la calle, Stavro, con su mercanca bajo el brazo buscaba alguna nueva vctima para sus bromas, y, saltando sobre un pie, dijo a Adrin acercndose a su odo:

-Ves? Lo enga.

- Cmo! No lo engaaste: le prometiste que pagaras.

- Oh, Adrin! Pagar si no me muero, pero si me muero, ser el diablo quien salde mis deudas.

-Si te mueres, es otra cosa. Pero no digas que lo engaaste, porque eso demuestra que te consideras un hombre sin honor. -Quiz lo soy.

-No, Stavro, no puedes engaarme: t eres honrado.

Stavro se detuvo bruscamente, empuj a su acompaante contra una barda y, recobrando por un instante su verdadero ser, con una mezcla de miedo y autoridad, le dijo:

- Soy un hombre sin honor!

Hizo ademn de huir, pero Adrin, conmovido, lo detuvo a tiempo y le dijo con voz ahogada:

- Stavro! Qudate y dime la verdad! Veo dos hombres en ti. Cul es el verdadero? El malo? El bueno?

-No s -contest y, desprendindose bruscamente de las manos de Adrin, le dijo con rabia: -Djame! -aunque pensando haber ofendido al joven, aadi: -Ya te lo dir cuando crezcas...

Y no se vieron ms. Stavro, que recorra las ferias entre los meses de marzo y octubre, no volva a Braila ms que para aprovisionarse, y sobrevivir de milagro, durante el invierno, con la venta de castaas asadas... Encontrarse de nuevo con el viejo refresquero alegr tanto a Adrin como a los ros pequeos debe alegrar encontrarse con los grandes, y a stos hallarse en el seno del mar.

Pero esta vez, Stavro no era el bromista de siempre. Satisfecho Adrin del nuevo mutismo, lo examin atentamente, a la plida luz de la noche. Nadie hubiera podido adivinar su edad, ni siquiera aproximadamente. Sin embargo, al verle con detenimiento, pudo notar que, ya en las sienes, sus rubios cabellos se tomaban grises.

-Por qu me miras as? -le dijo Stavro con enojo-. No estoy en venta.

-Ya lo s; pero me gustara saber si eres joven o viejo.

-Joven y viejo, al mismo tiempo, como los gorriones.

-Quieres mi bolsa de tabaco? -insisti Adrin-. Porque la forma en que caiga me har saber de dnde vienes y a dnde vas, o cmo te va en tu negocio.

-No importa de dnde vengo y a dnde voy. Mi negocio no anda demasiado mal. Pero en estos momentos estoy un poco molesto -y, al decir esto, golpe amistosamente la rodilla de Adrin.

-Es raro en ti -le contest-. Te preocupa la escasez de limones?

-No, los limones no. Escasean los vagabundos honrados que antes se encontraban tan fcilmente en la ciudad. -Vagabundos honrados? -exclam Adrin-. Es una contradiccin: los vagabundos no pueden ser honrados...

-Conozco a varios.

Stavro se cruz de piernas y se qued mirando el suelo, sumido en sus reflexiones. Adrin comprendi que hablaba en serio y le pidi una explicacin ms precisa.

- Para qu necesitas semejante vagabundo?

-Para que me acompae a la feria de S... el prximo jueves. No soy yo quien lo necesita, pero me conviene encontrarle. Ya sabes que cuando voy a las ferias, me pongo junto al pastelero. Los campesinos comen pasteles Y, luego, para apagar su sed, piden mi fresca limonada. Pero se debe echar a la harina de los pasteles un poco de sal, para que den ms sed... Ya ves cmo no tengo el menor escrpulo. El pastelero, tu antiguo patrn Kir Nicols. l est de acuerdo, pero... Kir Nicols no puede dejar la tienda para venir a la feria! Aqu radica la necesidad de un vagabundo honrado que acompae a su empleado Mijail para que, mientras uno fra, el otro cobre. Hace dos das que lo busco intilmente!

Stavro, con gravedad, concluy:

-Braila cada vez est ms pobre en hombres.

Con sbita decisin, Adrin dijo alegremente al refresquero: -Yo soy el vagabundo que buscas!

Le mir asombrado:

- Cmo!

-Palabra de honrado vagabundo. Yo te acompao! Y Stavro, imitando los saltos de un chango, exclam:

-Dame tu mano, hijo de una rumana ardiente y de un aventurero cefalonita... Eres digno descendiente de tus antepasados...

-Qu sabes t de mis antepasados?

-Oh, nada, pero fueron seguramente grandes granujas.

El refresquero bes al joven pintor y, tomndolo del brazo, lo arrastr con l.

-Vamos de inmediato con Kir Nicols para darle la buena noticia. A ms tardar, saldremos maana domingo para llegar a S... el martes, y poder, con tiempo suficiente, instalarnos en un buen sitio. Son dos das y dos noches de camino. El viaje lo haremos en un coche con la rapidez o la lentitud que nos marque la calidad del vino de los mesones que encontraremos por el camino. La aparicin del refresquero de feria y de su nuevo cmplice caus una spera discusin en la pastelera. Stavro, en turco, gritaba hasta perder el aliento. Kir Nicols, confuso, tema que el charlatn quisiera engatusarlo. Adrin, que no comprenda el turco, escuchaba aquella disputa con la vaga sensacin de que l la haba provocado. Al fin, Mijail logr poner orden entre ellos y Kir Nicols levant los hombros con aire de indiferencia, mientras Stavro, ms tranquilo, replic en perecto griego:

-No se preocupen por lo que su madre pueda decir... Si yo hubiera tenido que acomodarme a los deseos de mi madre, les aseguro que habra pasado los cincuenta aos de mi vida sin saber todava cmo sale el sol ms all de Braila. Las madres son todas igual! Quieren que vivamos su vida, que disfrutemos con sus placeres, que gocemos con sus alegras. Y, despus de todo, qu culpa tenemos si nos mostrarnos tal como nos han hecho? Verdad, Adrin?

Mijail interrumpi, tambin en griego:

-Muy razonable lo que dice, pero nosotros, que no conocernos a la madre de Adrin, tenemos derecho a suponer que se trata de una excepcin. Yo, por mi parte, opino que debe solicitarse el permiso de su madre. Y, si lo concede, yo ser el primero en alegrarme; pero, si lo niega, no ir a la feria.

Ante declaracin tan terminante, sali Adrin como rayo en busca de su madre. Al llegar a su presencia se detuvo confundido en medio de la habitacin. Con los ojos humedecidos y las mejillas encendidas, no saba por dnde empezar. Quiso hablar y no pudo; pero su madre se le adelant preguntndole:

- Ya tienes algo nuevo que pedirme?

-S, mam...

-Si has de empezar con la misma cantinela de siempre, haz lo que creas conveniente pero trata de no destrozarme demasiado el corazn. Y ser mejor que te olvides de m. No vuelvas a ocuparte de tu madre.

-Pero mam, no se trata de nada que pueda hacerte dao. Llevo ya sin trabajo ocho das; lo ms probable es que esta situacin se prolongue, y para ganar lo perdido quisiera acompaar a Mijail a la feria de S. Al mismo tiempo podr conocer ese lugar tan hermoso. -Irn solos?

-S..., bueno, no: vendr... Stavro...

-Claro! Muy bien! Para ti tambin ese es un filsofo, verdad?

Y, como Adrin guardaba silencio, aadi: -En fin, sea como quieres. Puedes ir.

-Pero ests enojada mam?

-No, hijo mo, no estoy enojada.

Salieron el domingo, como haban acordado.

Desde las puertas de sus casas, todas las comadres de la calle Grivitza, vecinas del pastelero, curioseaban, con sus mirada, impertinentes, los preparativos de la partida.

A las cuatro de la tarde lleg Stavro con su tartana y todo lo necesario para su negocio. Dentro del barril que le serva de depsito de agua, haba colocado cuidadosamente el azcar, los limones, los vasos... Ante la tienda de Kir Nicols, ayudado por ste y Mijail, carg los ingredientes de los pasteles: una olla de regular tamao, un hornillo porttil, dos costales de harina, algunas latas de aceite y dems sartenes. Prepar tambin un asiento para tres personas.

A fin de impedir que los nutridos grupos de curiosos, formados en la calle se rieran de l, Adrin sali con su madre media hora antes de la llegada de Stavro. Se separaron en la calle de Galatz: la madre, a casa de una amiga y Adrin hacia la carretera por la que deba pasar la tartana.

-Ya ves, hijo mo -le dijo, abrazndolo con tristeza-, respeto tu voluntad; pero quiz algn da te arrepientas de lo que haces. El corto viaje que vas a emprender abrir en ti el insaciable deseo de seguir corriendo mundo, y entonces los viajes debern ser, cada da ms largos. Y, no hay garanta de felicidad en lo que semejante porvenir te reserva. Tengo la seguridad de que los dos lloraremos un da. Dios no lo quiera.

Adrin no tuvo tiempo de contestar, slo de seguir, inmvil, con la mirada a su madre, quien, sin volver la cabeza, continuaba el camino recto, tan recto como recta, sencilla y dolorosa fue su vida: de la nica cosa en que apareca como culpable, no senta ningn arrepentimiento a pesar de haberlo pagado bien caro. La cabeza cubierta por una mascada; una blusa sencilla, de tela barata; un paquete en la mano derecha, y sujetndose con la izquierda sus faldas largas que levantaban un poco de polvo, andaba con los ojos fijos en el suelo, como si buscara algo que si an no haba perdido, ya iba perdiendo poco a poco. Pobre hermano mo, pobre Adrin...! Ests temblando.,. Acurrucado sobre el cojn que te sirve de asiento en esa vieja tartana con Stavro a tu derecha, que lleva el caballo a trote, mientras canta en armenio una melanclica cancin, y apoyado sobre el hombro de Mijail que fuma a tu izquierda en profundo silencio, t, mi buen amigo, tiemblas... Y no es el fro lo que te hace temblar! Acaso tienes miedo? Te asusta ese incierto soplo de tu destino que te empuja, no hacia la feria de S, sino hacia el gran enigma de tu existencia apenas comenzada...?

Entre dos filas de rboles, tras de los cuales se extendan por ambos lados inmensos campos de trigo, a la melanclica luz de un crepsculo que anunciaba la tempestad, seguan su camino y segua tambin Stavro entonando en armenio sus lamentos.

Mijail y Adrin lo escuchaban sin entender, pero sentan su dolor. La noche lleg para acunar con su profunda calma a los tres viajeros sumidos en sus propios pensamientos... Y continuaron el camino, dejando atrs aldeas y caseros que sucedan a otras aldeas y a otros caseros, nidos miserables de tristeza y de felicidad, envueltos por la oscuridad e ignorados por el universo entero.

La vacilante luz de la linterna, descubra por instantes algunos parajes rsticos y mseros que desaparecan para no volverse a ver jams.

Un perro que ladraba furioso. Una cortina levantada por alguna figura humana que deseaba averiguar la causa de aquel inusitado ruido en la carretera. De trecho en trecho, viejas cabaas envejecidas por la intemperie y corrales de bardas desvencijadas.

Cada dos horas, Stavro se detenta en alguna fonda. Se frotaba los ojos y daba de comer al caballo; lo cubra con una manta y, seguido de sus dos acompaantes entraba a la fonda, donde bromeaba con los campesinos, y rea a carcajadas de sus propias ocurrencias. Se haca servir un litro de vino y peda una bolsa de tabaco para, despus de haber liado un cigarrillo con aire grave, dejarla rodar por el suelo.

Not Adrin que Mijail, quien slo haca dos das conoca a Stavro, discreta, pero constantemente lo observaba, y , aprovechando una corta ausencia del refresquero, dijo a su amigo, en griego:

-Qu loco est! Tanto ruido para no decir nada! Gravemente le replic Mijail:

-Ese ruido quiere silenciar algo en alguna parte: no s en dnde... Este hombre oculta algo inconfesable.

Llegaron, luego de siete horas de marcha continua y casi siempre al trote, alrededor de las doce, de una noche de atmsfera pesada, que ya dejaba escapar ligera lluvia, al pueblo de S..., envuelto por las tinieblas, y del que no pudieron distinguir sino una cuadrilla de miserables perros que no cesaban de ladrar en las patas mismas del caballo. Stavro los alej a latigazos y dirigiendo el carruaje con segura mano, a pesar de la oscuridad, llegaron a una posada cuya puerta estuvo a punto de derribar el caballo. Desde su asiento, Stavro llam a la ventana:

-Gregorio... Gregorio!

Luego de un largo rato, se abri la puerta y Stavro prorrumpi:

-Pascuas evanglicas y todos los santos apstoles! Queras dejarnos en la calle para que hiciramos los pasteles y la limonada con el agua de la lluvia? brenos pronto!

El posadero, murmurando algo incomprensible, tom las riendas del caballo, y los condujo.

Los tres forasteros, precedidos por el posadero, penetraron hasta una de esas carciuma rumanas como la del to Anghel, en donde se come, se bebe, se fuma y se habla sin parar de muchas cosas, buenas o malas, segn la calidad y la edad de los hombres y la clase del vino que se sirve.

-Comamos bien -dijo Stavro una vez instalados- pero no perdamos el tiempo en hablar. Debemos dormir para salir maana al amanecer. As por la maana, con el cuerpo y el espritu reposados podremos contarnos cuentos embelesados ante la salida del sol, porque maana ser un buen da.

El dueo de la posada se sent a beber con Stavro y le pregunt si iba a la feria de S..., aadiendo jovialmente:

-Sigues engaando clientes con saborizantes en lugar de limones?

Stavro le mir fijamente mientras continuaba comiendo, y despus de unos momentos contest con brusquedad:

-Y t, bandido, con alcohol y agua de la fuente preparas el aguardiente y envenenas a los campesinos para engordar tu panza? -Pero, Stavro -interrumpi Adrin, extraado-, yo te he visto comprar azcar y limones. No era para preparar la limonada? -Es para tapar los ojos de los clientes y en griego, aadi-: Ya ves cmo soy un miserable embaucador. Y esto no es nada.

Mijail y Adrin cruzaron entre s una mirada de inteligencia, y los ojos escrutadores del primero contestaron a los ojos interrogantes del segundo:

-Aqu hay gato encerrado.

Los tres se levantaron, y el hostelero, con una caja de cerrillos y una vela, les condujo al granero en donde deban pasar la noche.

Extendieron las mantas llamadas rogojinas y se acostaron vestidos, con el estmago lleno y mareados tanto por los efectos del vino como por el cansancio.

-Si fuman, tengan cuidado con el fuego -les dijo el dueo al alejarse. No les dej ni vela ni cerillos.

Cinco minutos despus los tres se haban dormido. Qu hora podra ser? Adrin no hubiera podido calcularla, pero en lo ms profundo de su sueo, sinti que una mano le tocaba el hombro y suba despus hasta su cara. Entreabriendo un instante sus pesados prpados, apenas pudo distinguir si estaba en su casa o en el pajar de una granja, y se volvi a dormir. Pero al poco rato sinti de nuevo la mano pasar por su cara, mientras alguien le daba un ardiente beso en la mejilla derecha. Esta vez Adrin despert por completo. Qu significaba aquello? En medio de la oscuridad de la noche, imagin la posicin de sus dos compaeros: a su derecha Stavro y Mijail a su izquierda. -Stavro me ha besado?

Mientras se haca estas reflexiones, una idea se apoder de su cerebro, pero, rechazndola, se dijo a s mismo:

-No, no puede ser; no es posible. Con toda seguridad estaba soando y he credo que me besaban.

Algunos minutos despus sinti de nuevo cmo la mano de Stavro le tocaba el pecho y, con voz ahogada pero sonora, lo interrog:

-Qu quieres Stavro? Qu buscas?

Estas preguntas, aunque en voz baja, resonaron en la soledad y el silencio de la noche como si hubieran sido pronunciadas debajo de una cpula, y, sobresaltado, el refresquero le dijo con voz temblorosa:

-Cllate!

-Pero, dime lo que quieres? Habla -repuso Adrin-. Me besaste? -exclamaba cada vez con mayor asombro .

-No grites! -le dijo Stavro apretndole fuertemente el brazo.

Siguieron, instantes de silencio y de miedo. Entonces Mijail, con voz muy clara, que indicaba que estaba perectamente despierto, dirigi en turco una pregunta brevsima a Stavro, quien al principio no contest, limitndose luego a pronunciar unas ambiguas frases.

Mijail insisti y Stavro replic esta vez ms extensamente que a la anterior pregunta. De nuevo el primero le interrog con ms vigor, contestando el segundo con palabras secas. Mijail, reflexionando, call unos instantes. Pero de pronto, levantando la cabeza, apoyndose sobre un codo y como buscando los ojos de Stavro, le habl con calma. Stavro molesto, le ataj brutalmente.

Adrin presenciaba aquella escena sin comprender palabra.

Haba conocido a un Mijail siempre bondadoso, y, al verlo tan exaltado, dudaba de que fuera el mismo de antes. Con frases breves pero enrgicas, luchaba contra Stavro, quien, no menos enrgico y brutal, se defenda.

En medio de la oscuridad, las palabras se cruzaban, violentas, y chocaban produciendo chispas como espadas en combate. Se adivinaba en la sombra que las cabezas de los contendientes se acercaban hasta casi tocarse; que sus ojos se buscaban impotentes; que se movan los brazos en ademanes amplios.

En el corazn de Adrin, las vocales de la lengua turca resonaban como los gemidos del oboe mientras sus consonantes, duras y numerosas, como el batir del tambor.

Adrin comprendi la verdad. Comprendi tambin que Mijail tena acorralado a Stavro. Una gran piedad por este ltimo le oprimi el pecho y le hizo estallar en lgrimas. Sollozando, dijo:

-Hablen en griego, yo no entiendo ni una palabra!

Su dolorosa explosin cort la disputa. Un pesado silencio sigui a la nueva pregunta de Adrin:

-Stavro, por qu has hecho eso?

El refresquero de feria, volvindose haca el joven, le contest con voz ahogada:

- Ah, mi buen amigo! Porque no tengo honor! No te lo haba dicho?

-Eso es peor que la deshonra -replic Mijail-. Eso es perversin. Violencia contra todo equilibrio y armona: usted ha viciado ese equilibrio. Y comete el peor de los crmenes cuando quiere propagar, extender su vicio.

Y tras una pausa, Mijail aadi con firmeza:

- Pida perdn a Adrin! De lo contrario, me largo de inmediato.

Stavro no contest. Se hizo un cigarrillo y, tras encenderlo, los dos amigos vieron perilada su cara con un aspecto completamente desconocido. La boca ms grande y la nariz ms larga que de costumbre: los bigotes se mantenan erguidos, contrastando con sus ojos hundidos y su palidez. Stavro no levant la vista ni siquiera cuando ellos, prendieron sus cigarrillos.

Afuera, los ladridos de los perros y el canto de los gallos poblaban el aire de la noche.

-S -empez diciendo Stavro, al cabo de un largo rato, cuando empezaba ya Mijail a impacientarse-, pedir perdn sinceramente a Adrin.. Dije sinceramente, pero sin humillarme y no sin que antes me hayan escuchado. Entonces comenz su historia. Han dicho perversin, violencia, vicio... y creen aplastarme bajo la vergenza que encierran esas palabras. Sin embargo, dije y repito que soy un hombre sin honor, y entiendo por eso hacer el mal conscientemente. Pero de aqu a la perversidad, a la violencia o al vicio... Ah, mi buen Mijail! Esto se hace y lo vemos todos los das a nuestro alrededor sin que nos rebelemos. Esto ha entrado ya en nuestras costumbres; se ha convertido en una regla de nuestra vida, y yo soy slo uno ms de quienes llevan esta manera de vivir.

Desde mi infancia todo fue a mi alrededor perversidad, violencia y vicio. Yo resista instintivamente; mi inclinacin no me llevaba por esos senderos; quise no recorrerlos pero me vi empujado por la fuerza arrolladora de los acontecimientos.

Lstima el verse obligado a hablar contra uno mismo, pero voy a aprovechar que estamos en medio de la noche, como si habitramos en el reino de los topos, no para defenderme, porque la defensa no la necesito, sino para que yo, el inmoral, d una leccin sobre la vida a ustedes, los morales, y en particular a ti, Mijail, que crees conocer la vida, ms, mucho ms de lo que en realidad la conoces.

Soy un hombre inmoral y deshonesto. Por cuanto toca al honor, yo mismo he proclamado carecer de l, pero por cuanto a inmoralidad se refiere, nadie fuera de m tiene derecho a juzgarme. Yo ser mi propio juez, aunque, en verdad, quin es el que debe ser juzgado? Una circunstancia de mi vida, la aventura de mi casamiento, que voy a contarles, les proporcionar elementos para comprender.

Alrededor del ao de 1867, poco despus de la entrada del prncipe Carlos, entraba yo tambin en mi pas, aunque no en calidad de prncipe como l, sino con el corazn hecho pedazos por la trgica prdida de mi hermana mayor, y herido por doce aos de aventuras que corr buscndola a travs de Anatolia, Armenia y la Turqua europea.

Lstima que no pueda exponerles mi infancia, as como la triste desaparicin de mi hermana y las circunstancias de mi perversin. Sera demasiado largo; quiz algn da pueda hacerlo, si quieren continuar tenindome por amigo. Aunque les advierto que si me rechazan me resultar completamente indiferente.

Tena yo veinticinco aos. Posea una pequea cantidad de dinero y hablaba tres idiomas orientales, aunque casi habia olvidado el rumano. Los que siendo nio me trataron, no podan reconocerme, y as logr pasar inadvertido.

Con documentos que acreditaban mi calidad de raia, esto es, de sbdito otomano, y hablando mal el idioma de mi propio pas, me result fcil hacerme pasar por extranjero.

Por qu volv a mi patria? Por nada y por algo grande. Por nada, porque ya no exista ninguna raz que me ligara a la tierra en donde arranc mi vida y me hallaba bien en el extranjero. No obstante, este bienestar era ms aparente que real; llevaba una vida libre, errante, al propio tiempo que encenagada por el vicio. De la mujer, aparte la madre y la hermana, no conoca nada: la esposa, la amante, eran para m completamente desconocidas, y, sin embargo, las deseaba con ardor... Este deseo me devoraba y tema al propio tiempo acercarme a ellas...

He aqu, Mijail, algo que desconoces, y, sin embargo, cun grande y punzante es el dao que causa a nuestra vida de hombres!

Cuando se ve a un hombre sin un brazo o en muletas, sin preguntar por la causa, en el acto sentirnos compasin por l; pero al hallarse ante un mutilado del alma, cuyo corazn se ahoga bajo el peso de su dolor, nadie experimenta la menor compasin... Todos se apartan, y, sin embargo, es el fundamento mismo de la vida, lo que le falta al enfermo del alma. Lo que a m me ha faltado... Volv a Rumania para pedir ayuda a todos aquellos cuyas costumbres son conforme a la norma. Me ayudaron, s, pero en seguida me retiraron su apoyo, vergonzosamente. Les voy a contar cmo ocurri:

En cuanto llegu a mi pas reemprend mi oficio de salepgdi, vendedor de bebida caliente a base de harina de salep, recorriendo mercados y ferias, siempre fuera de Braila. Algunas veces me acerqu a sus alrededores, pero prefera alejarme de la ciudad. En ella nadie saba cul era mi profesin y, por lo tanto, ignoraban mis medios de vida. Secretamente compraba el salep en la tienda de un turco que me crea compatriota suyo.

As ganaba mucho y trabajaba poco, no faltndome el apoyo del oro que en mi cinturn llevaba, lo cual me permita conocer a gente que, slo con el trabajo, no hubiera podido disfrutar.

Vestido de ghiabour, de hombre rico, y pagando siempre sin fijarme en los precios; bebiendo unas okas de vino unas veces aqu, otras all, un buen da me met en el viejo barrio de Braila, llamado Oulitza Kalimeresque, y encontr un lugar como el intilmente buscado desde mi llegada al pas haca cerca de un ao. Lo frecuent. Algunas veces el sabroso vino me lo serva una bella crsmaritza, hija del dueo. El vino era exquisito y me convert en un fiel cliente, presa de las llamas que lanzaban los ojos negros del dolo.

Claro est que fui prudente en aquella austera casa. Eran ricos y aborrecan a los extranjeros aunque a ellos debieran su fortuna. Porque conoca este sentimiento, me ocup ante todo de procurarme documentos de nacionalidad rumana, facilsimo en un pas donde todo puede conseguirse mediante una discreta propina.

De la noche a la maana enterr al vendedor de salep, Stavro, e hice nacer a Domnul Isvoranu, mercader de cobres de Damasco. Nombre y profesin gustaron tanto que pronto me vi rodeado por las mayores atenciones.

La madre de la joven haba muerto haca poco. El padre, un viejo severo, se hallaba aquejado de una enfermedad en las piernas.

Tres meses despus de visitar la casa, una noche, sin saber cmo, me vi cenando en familia. Conoc esa noche a una anciana, ta de la hermosa joven, que reemplazaba a la difunta madre y prodigaba sin cesar caricias a su sobrina a quien pareca idolatrar. En la mesa se hallaban, adems, dos robustos muchachos hermanos de la joven. En la conversacin que sostuve con ellos, me convenc de que es bueno cuando se miente, no hacerlo sino a medias, porque precisamente los dos eran comerciantes en tapiceras y cobres de Damasco, establecidos en Galatz.

Fue una suerte para m conocer Damasco y conocer su propia profesin mejor que ellos mismos, porque yo haba vendido tapiceras y cobres de Damasco. Durante la cena se habl mucho con relacin a ello. Me extend contndoles historias de Anatolia, insistiendo en resaltar cunta tristeza se oculta bajo las bellas filigranas de las tapiceras y cobres de Damasco. Les expuse el mudo dolor de los pobres obreros que las fabrican, especialmente los nios y los viejos: los nios que empiezan a trabajar a los cinco aos y los viejos, que casi ciegos, tienen que seguir en sus tareas. Los primeros ganan dos mtlik por da, ignorando por completo qu es la infancia, y entrando ya en la vida por las puertas del suplicio. Los segundos acaban sus das desfallecidos, no teniendo derecho ni al descanso ni a la serenidad de la vejez.

Mis historias divertan a la joven cuando eran alegres, y la hacan llorar cuando trataban de cosas tristes. Los dems tenian tan duro el corazn, que nicamente me escuchaban por pasar el rato.

Ello me disgust hasta el punto dc arrepentirme por haber aceptado su invitacin y estuve tentado de irme en seguida; pero al momento reflexion: yo iba a aquella casa porque la hija me gustaba y era con ella con quien quera casarme y no con los otros.

Hasta ese momento, mis relaciones con ella se limitaban a contarle cuentos.

Dos meses despus de aquella noche... poda yo considerarme como ntimo de la familia. Aislados casi de todo trato, se respiraba entre ellos una pesada atmsfera, de la cual era vctima principal la dulce criatura que yo amaba.

Todas las noches iba a pasar a su lado dos o tres horas deliciosas, durante las cuales le refera historias, le cantaba chistes y algunas veces llegu a entonar canciones orientales, melodiosas y tristes. Su ta y su padre se aficionaron pronto a m y me reciban con gusto. En cuanto a la hija, enardecida por la pasin de mis relatos, no se cansaba nunca de or ms y ms historias, ms y ms canciones.

El padre haba expulsado del establecimiento a los clientes que armaban camorra y aun a los que levantaban un poco la voz, por lo cual era raro que alguien se parara por ah.

Se concretaron a vivir casi exclusivamente en las habitaciones interiores del establecimiento. La ta, que era la encargada de arreglar la casa, sentada en un rincn, vigilaba a travs de la vidriera la tienda un poco oscurecida por las cortinas, mientras cosa la ropa. Su sobrina bordaba y el padre permaneca tendido sobre la cama, a veces durmiendo, otras gimiendo y algunas otras, sentado en un sof a mi lado, escuchaba cuanto quera contarle. Ms simple que un cordero, todo se lo crea, por inverosmil y monstruoso que fuera, y me fue fcil presentrmele como mejor me convino. Vio en m al hombre inteligente que necesitaba para su negocio.

El rumano no es comerciante: esclavo de la tierra, dedica a su cultivo todo afn. Esta circunstancia favoreci mis planes. El viejo quera casar a su hija con un buen comerciante, problema de difcil solucin, porque aborreca a los extranjeros. Fue natural que se considerara dichoso de poder entregar a su hija a un rumano conocedor de varios idiomas, y capacitado al propio tiempo para dar consejos a sus dos hijos, que eran, en verdad, tan estpidos como l. Muchas veces me preguntaba cmo haban podido acumular semejante riqueza, hasta saber que su difunta madre s estaba dotada de talento para los asuntos comerciales, de los que siempre haba llevado la direccin. La hija posea el mismo temperamento que su madre, pero desde su muerte la casa languideca.

Mi aparicin purific el aire y la alegra apareci otra vez en aquella familia. El viejo me cansaba con su constante aceptar todas mis historias, y tambin los dos hijos que, cada quince das, venan a pasar el domingo, marendome a preguntas sobre lo nico para ellos interesante, negocios. Si les hablaba de otro asunto, o no escuchaban o se rean sin causa, como idiotas.

Para asegurarse de la honradez de mi amistad, se les ocurri someter a prueba mi sinceridad y desinters con el vulgar ardid de pedirme, una vez, dinero, y en otra ocasin, de confiarme el suyo. En los dos casos les satisfice, mientras, para mis adentros, comprobaba que el dinero y los tontos son gemelos.

La anciana hermana de la difunta no rea ni lloraba nunca. Eran, en cambio, insoportables sus preguntas sobre la situacin de mis negocios. Durante algn tiempo pude desviar estas enojosas cuestiones; pero lleg a serme imposible porque mis evasivas empezaban a despertar sus sospechas. Cantaba con la confianza absoluta de los tres amos de casa, padre e hijos, y esto era lo esencial. Ello me permiti contestar a la ta que mis negocios no iban bien, sobre todo desde haca un par de aos, por falta de capital suficiente. Tampoco ment en esto sino a medias, porque si verdaderamente hubiese dispuesto de un buen capital, mis negocios en cobres se hubieran desenvuelto con la amplitud que requiere este comercio, el ms remunerador en aquella poca. Nunca dije que fuera rico y as, sin contradiccin en mis palabras, no me cost que me creyeran.

Intil decir que lo nico en aquella casa que me satisfaca y llenaba de gozo mi corazn, era la bella Tincoutza: la nica que me comprenda y me estimaba, la nica que me trataba con franqueza, en aquella casa donde todo era doblez y falsedad. Libre, sin apego al dinero, habituado a las violentas corrientes de la vida que barren los miasmas de las miserias humanas, no poda hallar ms atractivo en aquel hogar viciado por el egosmo y la idiotez, que aquella hermosa joven, quien, como yo, amaba intensamente la libertad.

Algunas noches nos quedbamos casi solos. Despus de cerrado el establecimiento, la ta se acostaba y Tincoutza, sentada frente a m, cerca de su padre, quien no daba ms seales de su presencia que sus dolorosos gemidos, lo nico que nos adverta si dorma o se hallaba despierto, inclinada sobre el bastidor, me deca, levantando hasta mi su penetrante mirada que me conmova de pies a cabeza:

-Cunteme algo, seor Isvoranu, algo triste.

A lo que replicaba su padre, cuando an no dorma: -Que no sea triste. Me aburren los cuentos tristes.

-Entonces cunteme algo alegre -aada la joven.

-Algo que deje satisfechos todos los gustos -deca yo. Y recuerdo que una vez les cont esta historia:

El ao pasado me encontraba con mis mercancas en la feria de cierto pueblo, situado a orillas del Jalomitza. Ustedes saben que en una feria es prudente estar bien con todo el mundo. A menudo suelen hacerse amistades que duran slo los das de la feria y que se terminan tan rpidamente como se empezaron. Y, desde luego, es en ellas ms fcil que un comerciante se encuentre con otro comerciante, que un cadver con su enterrador.

-Hombre, eso es gracioso -farfull el viejo.

Yo me adaptaba a esa regla de conducta, cuando trab conocimiento con un comerciante llamado Trandafir; un zngaro cuyo aparente negocio consista en la venta de collares, aunque en realidad era atraer a campesinos para engaarles con un juego de las cartas.

Este pillo lleg a interesarme. Con sus collares colgados del brazo se pona junto mi puesto y permanecia sin decir palabra, fumando una pipa enorme y escupiendo con abundancia, hasta que, asqueado, acababa por correrlo de mi lado. Se mezclaba entonces con la multitud y gritaba: "Collares! Collares!", en tanto que su atencin se diriga a atisbar a los campesinos que por su aspecto le parecan vctimas propicias para su juego, y aquel que se pona al alcance de sus manos, saldra seguramente trasquilado.

La simpata que, a pesar de todo, me inspiraba, y con la intencin de que se ganara la vida de una manera ms digna, me hizo proponerle que cambiara de oficio.

-Cmo! -me contest-. Ah, ya comprendo! Quieres asociarme a tus negocios... -No -le repliqu-. No quiero asociarte a mis negocios; pero puedo ayudarte a que seas un salepgdi. Se gana bien, no lo dudes.

-De verdad? -repuso con irona-. Por mucho que se gane, nunca me permitir aadir un nuevo ducado al collar de ducados imperiales de mi bella Miranda. Y mi Miranda se ira con otro, porque no ignoras que el amor es frgil y veleidoso.

Tena tazn. La venta de salep no da ducados, mientras que sus cartas le daban tan buenos resultados, que en una sola tarde gan cinco. Pero esa vez los ducados dejaron tras de s la estela de esta divertida historia.

El joven campesino a quien se los gan no quiso conformarse como otros con su prdida y no se apartaba de Trandafir, en una verdadera persecucin. Este, tratando de desprenderse del campesino, emprendi la carrera, y el otro sali tras l, desesperado. Corriendo llegaron hasta m para que fuera rbitro. El campesino argumentaba:

-Si no quiere devolverme mi dinero, que me ensee su oficio. S, seor, su oficio; y entonces yo podr hacer lo que l.

Trandafir levantaba los hombros y replicaba:

-Est loco, este cojane. Qu bla, qu molesto...!

-O me devuelves mi dinero o me enseas tu oficio -insista FALTAN PGINAS 28 Y 29 DEL ORIGINALNo hubiera querido pedir la mano de Tincoutza antes de estar seguro de mi curacin; pero otro pretendiente se adelant, precipitando los acontecimientos. La muchacha, clara y terminantemente manIfest que no quera casarse ms que conmigo, y entonces el padre me exigi que explicase mis intenciones.

Imposible eludir la respuesta; por otra parte qu decirle? La sola idea del casamiento me horrorizaba tanto como los suplicios del infierno. Hube de valerme de evasivas, de confusas razones... Pero la pobre Tincoutza, ofendida en su orgullo, se salt a llorar tan amargamente que me desgarr las entraas.

El padre atribuy mi turbacin a que yo no era rico y trat de animarme:

-Puede llegar a serlo algn da trabajando aqu. Entendieron? Tanto el padre como la ta y los hermanos, crean que buscaba su dinero.

Derecho al precipicio, tuve que pedir formalmente la mano de Tincoutza. La casa despert de su letargo y todo en derredor fue jbilo, en tanto yo me senta perdido. Los das que sucedieron a la peticin de mano, fueron para m como los ltimos das de un condenado a muerte. Tincoutza, embelesada, me deca:

-Es la emocin lo que te deprime de tal forma? Oh, cuan feliz soy, Isvoranu!

Pobre nia!

Trat de animarme y mostrarme jovial, haciendo mil bromas de la maana a la noche. El cambio era visible y, a pesar de mis esfuerzos, bien se entenda que no era el de antes. La noche de los esponsales estuve a punto de desmayarme, lo que intrig algo a la parentela presente, aunque pronto le hallaron explicacin... la misma de siempre: la emocin. Me llenaban con palabras de afecto, instndome a que les contara algo.

No poda complacerles. Me senta incapaz de coordinar mis ideas. Mi lengua se negaba a articular palabra.

Al fin, la presencia del cura que presidi el cambio de anillos y que en nombre de la Iglesia nos dese la felicidad, me sugiri una ancdota.

Se trataba de algo ocurrido entre un pope y unos jornaleros contratados a su servicio. Un da, el sacerdote se quejaba de que sus obreros, adems de burlarse de l, iban muy lentos en sus trabajos. Yo le aconsej: -Padre, si quiere que trabajen ms de prisa, hay que emplear el nico medio posible...-Cul, hijo mo?

-Blasfemar fuerte, muy fuerte, como un carretonero.

-Oh, no, hijo mo! Nosotros no podemos blasfemar. Es un pecado... -Evidentemente es un pecado; pero un pecado absuelto por el arzobispo de Bucarest, siempre que alguna circunstancia lo vuelva indispensable.

El pope, estirado, sin pronunciar palabra, me miraba fijamente; pero los dems asistentes, intrigados ya, pidieron todos a una:

-Cuenta, cuenta! Qu pas...? No me hice del rogar y prosegu:

-Cierto da que el arzobispo de Bucarest tena que trasladarse a una ciudad, para celebrar una solemnidad, se enganch el mejor carretn, y Su Beatitud subi en l. Pero el carretonero no estaba muy satisfecho de su preeminente viajero, a pesar de la buena propina que le esperaba. Ya se sabe que un carretonero no puede manejar sin lanzar blasfemias. Restallar su ltigo en el aire, prorrumpir en una serie de blasfemias y lanzar los caballos a trote, todo era uno. Mas esta vez no se atreva a hacerlo as, temiendo la represin del prelado. Mordindose los labios cada vez que una maldicin asomaba a ellos, guio las caballeras lo mejor que le fue posible durante tres horas por un difcil camino; pero al llegar al paso de un vado, rehus seguir adelante. Sofocado y rojo de clera abandon las riendas de sus cuatro caballos, decidido a reivindicar el derecho a blasfemar costara lo que costara. El carruaje qued parado un largo rato y el arzobispo empez a impacientarse. Al cabo de algunos minutos, el viajero asom la cabeza por la ventanilla y pregunt la causa de aquel alto.

Descubierto, humilde y tmidamente, el carretonero explic al anciano prelado:

-Es que... Altsima Santidad..., los caballos estn acostumbrados a mis blasfemias, y como ante Vuestra Santa Presencia no puedo jurar, no me reconocen y no quieren pasar el vado.

El arzobispo le dijo paternalmente: -Por qu, hijo mo, no les gritas: Eh, bravos caballos, adelante, adelante...!

El cochero, con malicia, repiti:

- Eh, bravos caballos, adelante, adelante!

Los caballos se quedaron inmviles, como clavados en el suelo.

-Son los juramentos el nico medio para que anden? --interrog Su Beatitud, agotada toda su paciencia.

-Ya lo dije, Santo Padre. Estos caballos, con lo nico que no pierden el trote, es con pienso y con blasfemias.

-Entonces -replic el prelado- blasfema, hijo mo. Quedas absuelto de pecado.

Al or esto el carretonero, de un salto ocup de nuevo su asiento, tom alegre las bridas, sacudi fuertemente su ltigo y, con una voz capaz de asustar a los muertos, grit:

-Eh, vamos! Por las babuchas de la Virgen! Por todos los santos iconos' Por los catorce evangelios y los sesenta sacramentos! Que los doce apstoles y los cuarenta mrtires de la Iglesia me oigan! Vamos! En marcha ya, voto a Dios y al Santo Espritu!

El carretn cruz el vado como una veloz golondrina. Ya en la otra orilla, el arzobispo asom de nuevo la cabeza y dijo al conductor, que le miraba con aire triunfante:

-Ya veo, buen hombre, que tienes bien educados a tus caballos: pero, por lo que he podido or, tu instruccin religiosa es bastante deficiente: no son catorce los evangelios, sino cuatro, y siete los sacramentos en vez de sesenta.

- Vuestra Santidad tiene razn. Lo s, no lo echo en olvido. Mas ha de saber, Alta Eminencia, que cuatro y siete son palabras muy cortas para blasfemar como conviene en estos casos. Por eso aumentamos el nmero de lo que sea preciso, acomodando la religin a nuestras necesidades profesionales.

La carcajada que esta ancdota obtuvo entre los presentes, turb al pope, quien, desconfiado, me observaba a hurtadillas. Pero yo haba quedado un poco ms tranquilo y Tincoutza, radiante y orgullosa de m, no apartaba sus ojos de los mos.

Por qu avanzaron las cosas con la rapidez de vrtigo que me arrastraba hacia el desastre?

El drama estaba cerca; senta su aleteo e, impotente, lo esperaba... Por qu no me escap...?

El drama espantoso, largo, desgarrador, interminable, estall tres semanas despus. Los besos de mi mujer amada debieron ser el consejo de que abandonara aquellas tierras y fuera nuevamente a perderme en el gran torbellino del mundo.

La boda lleg al fin, y la tragedia comenz.

La ruin fechora, el monstruoso crimen que arrasaron mi vida y la de la inocente Tincoutza, llevan a eso que t, Mijail, has llamado esta misma noche perversin, violencia y vicio y al desprecio de las bestias que, por caminar en dos patas, se otorgan el derecho de imponer su moral, sus costumbres, sus tradiciones, envenenando nuestra vida y tiranizando a inocentes, no slo como a mi casta novia, sino tambin como yo, inocente de mi mal.

Quiz no llegues al fondo de la cuestin, Mijail, porque ignoras la costumbre que existe en estos pueblos, en la noche de bodas. Unas horas despus de acostarse los recin casados, las mujeres de la familia, y aun los extraos antes de retirarse, entran en la alcoba de los desposados, les obligan a levantarse, y encerrndoles en otra habitacin, extienden las sbanas del lecho conyugal. Avidamente buscan la prueba irrefutable de la castidad de la joven esposa, prueba que llevan en triunfo a la sala donde el resto de los invitados bebe las ltimas copas, en el indispensable banquete.

Todava hacen ms. Yo vi en cierta ocasin, en la carretera de Pectrol a Cazassou, una pandilla de energmenos borrachos que llevaban, vociferando, como un estandarte triunfal, la sbana con la prueba de la virginidad de una recin casada.

Acompaados de un zngaro que, como poda, tocaba un violn, iban despus del triunfal paseo a presentar a la madre de la pobre virgen, el "aguardiente rojo".

Conoces, Mijail, alguna otra costumbre ms brbara y ms abominable? Hay mayor perversin o ms perversidad, ms violacin o ms violencia, ms vicio o sadismo que sean ms inhumanos y ms crueles que ese febril espectculo, vergonzoso? Yo lo conoca... No ignoraba nada de esas costumbres repugnantes que me haban asqueado siempre. En la peligrosa hora en que mis sentidos me traicionaban, para m era vital rechazar, mandar al diablo aquella funesta mascarada.

Llam al padre y a la ta y les habl. El padre, aunque partidario de la repugnante costumbre, no fue demasiado categrico; pero la vieja, se neg por completo y exigi que el rito fuera respetado, pues era una tradicin, un honor nacional.

Llegamos al da sealado, una hermosa tarde de domingo y, con el fasto de la poca, fuimos a la iglesia, todo el mundo a pie, menos dos jinetes que abran la marcha sobre sus caballos; tras ellos iba el portador de dos inmensos cirios de Mosc, transportados sobre una gran bandeja de plata cincelada con incrustaciones de oro. Seguan todos los dems. A la salida de la iglesia, los dos caballeros volvieron a la cabeza de la comitiva, dispararon sus pistolas, hicieron ondear los distintivos anudados en sus brazos, caracoleando los caballos adornados con hilos de plata. Sobre la bandeja, ahora, llevaban el pan y la sal de la tradicin. Yo iba destrs, lleno de miedo y angustia, con el cirio en la mano y llevando a Tincoutza del brazo: ella, feliz, oculta bajo los velas de su vestido de novia.

Detrs de nosotros segua la comitiva y, cerrando la marcha, doce msicos con cuatro instrumentos: violines, cobza, clarinete y cornetn. Durante el recorrido, las mujeres que volvan de la fuente derramaban el agua de sus cofas al paso de la novia para desear abundancia.

A la noche, lleg para m la hora fatdica. En la mesa haba unos veinte invitados, incluida la parentela. Los chistes nupciales desencadenaron una algarada desbordante y tuve que sumarme al grupo de narradores. Uno de los comensales, achispado por el vino, tuvo el mal gusto de contar cmo una vez, en su pueblo, una joven desposada, habindola hallado culpable su marido, en la noche misma de su boda le peg una buena paliza; al da siguiente, la ech sobre su carretn, de espaldas a los bueyes. A su lado, en la punta de un palo, coloc una olla con la base rota con lo cual simbolizaba lo que faltaba a su mujer. En medio de esta mascarada, la devolvi a sus aterrados padres. Yo miraba a Tincoutza, tranquila, segura de su inocencia. Pero, espantado, protestaba ante tales atrocidades y afirmaba que cuanto pasa entre los esposos slo a ellos incumbe.

-Ya veremos dentro de unas horas si nos intersa a nosotros -prorrumpieron desafiantes algunos ntimos.

Lleg el momento escogido por ellos. A las doce de la noche, de todos lados de la mesa me fueron lanzadas bolitas de pan. Conforme transcurran los minutos, aumentaba la cantidad y el tamao de los proyectiles, acabando por ser enormes trozos.

-Qu significa esto? -pregunt.

-Significa, querido Isvoranu, que lleg la hora de que se levanten de la mesa y vayan a cumplir su deber matrimonial -dijo nuestra madrina.

Les juro, amigos mos, que no entenda una palabra hasta que mi padrino de boda, cogindome por el brazo, me explic de qu clase de deberes se trataba. Mientras tanto, madrina y ta desvestan a Tincoutza en la habitacin destinada. Luego vinieron a buscarme, me abrazaron y me encerraron en la habitacin con llave.

Fueron los peores momentos de mi vida. Solo con ella, me esperaba tendida en el lecho, reclinada su cabeza, de divina hermosura, sobre la almohada blanqusima, y esparcida su negra cabellera alrededor de su cara.

Me desvanec y siguieron al desmayo dos semanas de fiebre.

Las primeras veinticuatro horas las pas delirando e ignoro an lo que dije, en medio de la inconsciencia de la fiebre. Pero s pude notar que durante el curso de mi enfermedad, fueron muy pocos los interesados por mi salud que vinieron a visitarme.

Cuando me restablec, estaba en un mundo hostil. Mi suegro y la ta me pidieron explicaciones porque, dijeron, llen la casa de vergenza. De momento no supe qu contestarles, pero, de pronto, se me ocurri una salida: Les dije que estaba ligado, o sea, que me haban echado un mal de ojo conocido as en la regin y que afecta la virilidad, pero no tuvieron la menor piedad de m y me despreciaron todava ms.

Los diez meses que siguieron, vi cmo se alzaban el odio y la hostilidad contra m. Me mantuvieron alejado de todo; no quisieron confiarme nunca nada, por poco importante que ello fuera; ocultaban el dinero bajo llave como si fuera un ladrn. Me era imposible decidir nada: econmica y moralmente me hallaba hundido. Slo en regalos de boda haba gastado casi todo mi dinero, y a excepcin de volver a mi trabajo como salepgdi, nada poda emprender.

El recuerdo de esos das espantosos, an hoy me sobrecoge. Preso en aquella casa maldita, no me dejaban salir a la calle sino de noche y pocas veces. Llegaron a prohibirme que bajara a la tienda y ninguna visita. Nada poda hacer, ni opinar.

Nadie hablaba durante la comida, nico momento de contacto. Yo, en babuchas y en mangas de camisa, daba vueltas por la habitacin como un parsito, o como un loco.

Mis dos cuados venan todos los domingos. Una vez les ped que me llevaran a Galatz, a trabajar en sus negocios pues poda serles til. Su contestacin fue hablarme de divorcio. Y quiz piensen ustedes que esa hubiera sido la mejor solucin: Ya era tarde; de ninguna manera poda ser... Despus del casamiento, mi mujer se deslig por completo de su familia; y toda su vida se fundi a la ma. Era la suya mi propia vida miserable y mutilada!

Sin lgrimas y sin el menor rencor, mi mujer afront la desgracia con un herosmo inesperado. Mi Tincoutza crea sinceramente que estaba ligado por alguna brujera, y rogaba a Dios con fervor para que venciese al diablo y curara a su marido, al que tanto amaba, a pesar de todo.

En nuestra habitacin, pasbamos los dos con una ternura sin igual, las interminables horas de nuestro cautiverio.

Le peda que me perdonara, pero ella contestaba que nada tena que perdonarme; a sus ojos no haba cometido falta.

Imposible olvidar a la nica criatura que ha sabido comprenderme y ofrecerme piedad. Junto a ella, cmo no alimentar la esperanza de, sin el odio que nos rodeaba, que nos envenenaba, llegar a ser el marido deseado, el hombre normal a que yo aspiraba con todas mis fuerzas?

Empezaba la curacin. Desapareci la timidez del principio. El pavor que me causaba su solo contacto y me helaba la sangre en los primeros das, se esfum. Empezaba ya a sentir vagos deseos... Un dbil despertar se iniciaba, y senta un hormigueo que suba por mis venas y recorra todo mi cuerpo, estremecindome y hacindome enrojecer cuando ella me acariciaba, acunndome entre sus brazos, o cuando me declaraba, apasionadamente, su amor. Pero cuanto el amor crea paso a paso, venciendo enormes obstculos, el odio lo destruye en un instante. Eso nunca podr perdonarlo.

Todas las maanas los dos pajarracos de la casa aumentaban nuestra infinita angustia, acechando la salida de mi mujer de la habitacin y preguntndole si haba habido algo de nuevo... Tincoutza, altiva y resuelta, se negaba a contestar, y ante su obstinado mutismo la martirizaban exigindole el divorcio, hasta convertirse estos dos buitres en un verdadero tormento para la bondadosa mujer que tanto me amaba.

Diez meses dur esta sistemtica destruccin de lo poco que la naturaleza iba paulatinamente reconstruyendo. Se abata nuestro nimo en aquella constante y agotadora lucha. Mis dos cuados, o, mejor, los dos verdugos, venan ms a menudo de Galatz, y cada vez eran ms agresivos; me insultaban y me exigan que convenciera a mi mujer de la separacin. Aquella hostilidad creciente nos aisl cada vez ms. Agazapados en nuestra habitacin, muchas veces nos quedbamos con una sola comida. Porque era imposible continuar as, naci en nosotros la idea de la evasin.

Un da me pregunt ella si podra hallar algn medio de vida aprovechando el poco dinero que me quedaba. Ante mi respuesta afirmativa, anhelante de libertad y confiada en el amor que le podra ofrecer lejos de aquella casa, los ojos de Tincoutza se humedecieron, radiantes.

Abrazados como dos hermanos en medio de un mundo enemigo, nos contemplbamos fijamente, anegados en lgrimas, gozando las horas de mayor felicidad que sobre la tierra se puede vivir. Pero estos fueron los ltimos momentos que habramos de vivir en comn: la inmensa y terrible ola de odio humano, nos acechaba, rugiente y amenazadora... Finalizaba febrero y habamos convenido escaparnos a ltimos de marzo, embarcando en un velero con rumbo a Estambul; pero desde haca algunos das notbamos un singular cambio en la actitud de nuestros dos tiranos. Cesaron de pronto las visitas matinales que hacan a mi mujer, la dispensaron del terror que le causaban con sus palabras y a m me dijo el viejo que ya poda salir y entrar cuando quisiera. Qued estupefacto ante semejantes palabras y fui en el acto a decirlo a mi mujer, quien prorrumpi en desesperado llanto y entre lgrimas me dijo:

-Nos amenazan grandes desgracias. Sueo presagios de desdichas; a ti te veo rodeado de nios que no cesan de llorar y yo aparezco vestida de princesa, con tnica de oro y prpura con preciosos diamantes. Es de mal augurio; te ruego que no salgas. No sabemos lo que puede ocurrir. Si hemos sufrido pacientemente diez meses, soportmoslo unas semanas ms.

Estas palabras se me clavaron en el corazn como un pual, estremecindome de pies a cabeza.

Pero la suerte del hombre est echada, amigos mos, y no hacemos sino seguir el invisible signo que nos seala un camino trazado de antemano.

El da siguiente amaneca con una de esas radiantes y claras auroras invernales. La nieve, formando una gruesa capa, cubra la tierra con su blancura inmaculada, y las campanas de los trineos que sanaban en todas direcciones, llenaban el aire de un nostlgico recogimiento. Acodado en la ventana, senta que los muros de mi encierro se desplomaban sobre m, rompindome los huesos.

Una fuerza irresistible me empujaba hacia el espacio donde todo es movimiento, libertad y vida; donde el misterio de la existencia atrae al hombre y juega con l, algo que yo no haba sentido desde hada cerca de un ao... Me ech a los pies de mi mujer rogndole que me permitiera salir una hora, media, cinco minutos, para respirar fuera de aquellas paredes de odio y de miseria... Acept conmovida, pero aconsejndome que llevara mi verduguillo y las dos pistolas, y que no me dejara abordar por nadie. Radiante, le bes las babuchas, tom mi abrigo de pieles, mi gorro de astracn y sal pasando por la tienda.

Estas salidas continuaron con satisfaccin ma, mas ellas fueron nuestra desgracia. Nada pas aquel da ni el siguiente: pero no tard en ser reconocido por un traidor a quien el viejo haba escondido en la tienda. l descubri mi verdadera personalidad. Por la noche del ltimo domingo que viv en aquella casa, al regresar de mi paseo por las riberas del Danubio, con las pupilas dilatadas todava ante la magnificencia de este ro que transportaba majestuosamente enormes tmpanos de hielo, bes con ternura, sin sospechar que lo haca por ltima vez, a la que fue durante diez meses la ms dulce de las esposas y la ms pura de las vrgenes.

Sentamos prximo el fin de nuestro calvario y una suavsima sensacin de serenidad baaba nuestras almas; pero casi instintivamente, al bajar al comedor, una trgica e infinita tristeza se apoder tanto de Tincoutza como de m, hasta que las lgrimas se agolparon en nuestros ojos.

Al final de la cena, mi esposa pregunt a su padre: -Por qu no vinieron mis hermanos?

-Pronto vendrn -le contest bruscamente.

Ya no hablamos ms. Encendimos nuestros narguiles y bebimos caf turco. Ya era tarde y, fuera, la noche reinaba en pleno silencio. De pronto, el viejo y la ta cruzaron extraa y significativa mirada. Tincoutza se ahogaba en sollozos. La puerta se abri y aparecieron los dos hermanos, sombros como dos verdugos implacables, acompaados por un hombre cuya vista me hel la sangre.

Era un antiguo amigo mo, un griego que vena a delatarme. En cuanto entraron, se me quedaron mirando los tres, inmviles, con rabia, hasta que el traidor me seal con el dedo y, con las palabras ms soeces, grit en rumano:

-Y ste es quien se hace llamar "seor Isvoranu"...? Pues claro que est ligado! Es Stavro, el vendedor de salep, el marica...!

Tincoutza lanz un grito al or esta ltima palabra, que calificaba tanto mi condicin como la del traidor, y cay al suelo mientras que yo... Clamando venganza, mis dos cuados se me echaron encima, me golpearon cruelmente y me arrastraron por todos los rincones de la tienda. Sents la furia de sus puos en mi cabeza, en mi cara, en mi pecho. Me desmay y luego... Luego despert tirado en medio de la calle, frente a la puerta atrancada del patio, entre la nieve. Helado, temblaba de fro, pues estaba slo con la camisa puesta. Pero a pesar de mi cuerpo adolorido, me incorpor y, caminando lo mejor que pude, fui a pedir auxilio al turco que antes me surta de mercancas. Me recibi, caritativo, y me cuid como a un hermano.

Cuatro das despus, aquel buen hombre me anunci la noticia, con la frialdad de quien no sabe a quin est hablando:

- Toda la ciudad comenta que, en la ribera izquierda del Danubio, fue encontrado el cadver de Tincoutza... Han pasado treintaicinco aos desde aquel da terrible. Desde entonces, cada ao, en ese mismo da, vaya la ribera izquierda del Danubio, que arrastra como entonces enormes bloques de hielo, y hablo con Tincoutza y le pido perdn.

Tambin a ti te pido perdn, Adrin... Entre campos de centeno, por el camino de S..., el carro con los tres viajeros trotaba. Frente a los ojos del caballo, al que el fro de la maana haca estornudar a cada paso, centelleaba una estrella, sobre la prpura bveda del Oriente.

De entre los campos surgi una alondra que se lanz como flecha hacia el cielo. Stavro la sigui y, con la mirada fija en el lugar por donde el pjaro termin por perderse, enton, en esa lengua universal que llega al fondo del corazn de quienes no tienen patria, esta cancin que se resiste a verse escrita sobre papel:Si fuera yo una alondra

me lanzara hacia el cielo, como ella, para nunca volver hasta esta tierra donde los hombres siembran,

donde los hombres siegan,

donde siembran y siegan

sin saber para qu... IIKyra Kyralina

Stavro se haca del rogar, en medio del monte, donde los tres refresqueros de feria se haban detenido para comer. Llevaban una hora sus dos compaeros suplicndole que les contara su infancia y la historia de su hermana, a quien evocara durante su relato en el granero. Y aunque Stavro estaba deseoso de contar su historia, porque la nostalgia era su constante estado de nimo, cuando van a abrirse las oxidadas compuertas que contienen las aguas del pasado, no est mal hacerse del rogar, por lo menos un poco.

As, recostados sobre la hierba suave, fumaban, mientras el caballo mordisqueaba y relinchaba, danzando en torno suyo. Stavro recogi ramas secas para encender un fuego y, cuando las brasas estuvieron a punto, baj del carro lo necesario para el rito del caf. Hirvi el agua, ech azcar y caf en el ibrik de cobre, para llenar despus, como un experimentado cafedgi, las tres tazas, llamadas felidganes, con el lquido espumoso y aromtico.

Una vez que todos estuvieron bien servidos, Stavro se sent a la manera turca y comenz a contar. Se me olvida el ao y se me olvida tambin mi edad exacta, pero lo que vaya contarles ocurri poco despus de terminada la espantosa guerra de Crimea. Tengo bien grabada, de mi infancia, la brutalidad de mi padre golpeando a mi madre diariamente, sin que yo pudiera comprender la causa. Mi madre sola escaparse de la casa y, al volver, reciba una paliza. La verdad es que mi padre le pegaba antes de que se fuera y tambin cuando regresaba. Nunca entend si la golpeaba para obligarla a irse o para que no se fuera. Tampoco entend si la golpeaba al regresar, porque se haba ido o porque no haba desaparecido para siempre.

Entre brumas, recuerdo aquellos aos. Mi padre, con mi hermano mayor, tan bestial como l, y mi madre, con mi hermana Kyra que era su consuelo, cuatro aos mayor que yo y de quien me senta muy cercano.

Conforme voy creciendo, la bruma se disipa y comienzo a entender... Yo tendra entre ocho y nueve aos, mi hermana entre doce y trece. Me pasaba el da contemplando su hermosura. Se arreglaba de la maana a la noche, igual que mi madre, tan hermosa como su hija. Las dos frente al espejo, sacaban de una caja de bano lo necesario para maquillarse: con kinorosse en aceite se pintaban los ojos, las cejas con la punta carbonizada de un palillo de albahaca, y con rojo kirmiz los labios, las mejillas y las uas. Cuando terminaban su lenta labor, se besaban entre palabras tiernas y me arreglaban a m. Entonces bailbamos los tres, tomados de la mano, danzas turcas o griegas y nos acaricibamos. Formbamos un mundo aparte... Por ese tiempo, mi padre y mi hermano mayor pasaban casi todas las noches fuera de la casa. Componan carros, con una habilidad que los haca muy apreciados en toda la regin. Su taller quedaba en la otra punta de la ciudad, por Karakioi, y vivamos en Tchetatzoue. Toda la ciudad nos separaba. En el taller de Karakioi, mi padre mantena dos aprendices, junto con una criada vieja. Nunca bamos nosotros por ah y yo apenas conoca aquel lugar, el espacio de mi padre, que me llenaba de miedo. En cambio, la casa de Tchetatzoue era el espacio de mi madre, donde no hacamos nada ms que divertirnos... Bebamos t, en invierno, y refrescos, en verano, mientras comamos todo el ao esos pastelillos turcos a los que llaman cadaifs y sarailies... Se tomaba caf, se fumaba en narguiles, se maquillaba y se danzaba... Nos dbamos la gran vida... Nos dbamos la gran vida, excepto cuando mi padre, o su hijo, o los dos juntos, interrumpan la fiesta, molan a palos a mi madre, daban puetazos a Kyra y a m, que ya para ese tiempo participaba en la cuestin, me rompan la cabeza a bastonazos. Como hablbamos turco, a mi madre y a mi hermana les gritaban patchaouras, que significa putas, y a m me gritaban kitchouk pezevengh, que quiere decir padrotito de mierda... Las pobres se abrazaban a las piernas de sus verdugos y les suplicaban que no les pegaran en la cara ni en los ojos.

Ay, la cara y los ojos! La belleza incomparable de aquellas dos mujeres! Sus cabellos dorados les llegaban hasta las piernas y su piel blanqusima contrastaba con la negrura de bano de cejas, pestaas y pupilas, porque en la sangre rumana de mi madre tres razas diferentes se haban mezclado, segn las invasiones: turcos, rusos y griegos.

A los diecisis aos, tuvo su primer hijo, y, aun despus de m, nadie hubiera adivinado que aquella mujer fuera tres veces madre... Pero, nacida para las caricias, era golpeada sin piedad, hasta hacerle brotar sangre! Aunque, si mi padre era incapaz de acariciarla, sus amantes lo hacan con fruicin. Siempre me he preguntado si mi madre enga primero a mi padre, y por eso fue castigada, o al contrario, si los malos tratos de mi padre la llevaron a engaarlo.

Como fuera, nunca dej de haber fiesta en mi casa, aunque las carcajadas eran seguidas por los llantos, y al revs, porque antes de que los dos verdugos hubieran dado vuelta a la esquina, ya volvan las carcajadas a iluminar aquellos rostros todava empapados en lgrimas... Yo era el centinela. Coma dulces, alegremente, y miraba por la ventana, mientras los galanes, muy decentes en verdad, cantaban melodas orientales, sentados al modo turco sobre las alfombras, y acompaados por guitarra, castauelas y panderos.

Kyra estaba magnficamente vestida, como mi madre, con ropas de seda. Ebrias de alegra, se entregaban a la danza del pauelo y trastornaban a los invitados con sus movimientos. Sofocadas, se dejaban caer en los almohadones regados por el suelo, para abanicarse con toda su gracia, mientras cuidaban de taparse las piernas y los pies con sus largas faldas. A veces tomaban copitas de licores finos, y procuraban quemar incienso para que se llenara la atmsfera de perfume voluptuoso.

Con mucho cuidado, seleccionaban a sus invitados, siendo preferidos los morenos de cabello negro. Todos jvenes, por supuesto, y guapos, de bigotes puntiagudos y barbas bien cuidadas, y ungidas sus cabelleras, lacias o rizadas, con aceite de almendra y perume de almizcle. No importaba la nacionalidad de los amantes: turcos, griegos o rumanos eran aceptados, siempre que fueran apasionados, jvenes, apuestos, delicados, discretos y, sobre todo, controlados.

Mi labor era un verdadero suplicio, aunque a nadie hablaba de eso. Me gustaba mi papel de centinela porque odiaba a los hombres de Karakioi, pero en mi pecho haba nacido una pasin y, entre el cumplimiento del deber y los celos devoradores, me debata en terrible lucha. Amaba y estaba ferozmente celoso.

No quedaba nuestra casa muy lejos del puerto y no tena ms que una entrada, en la fachada, pero salidas haba muchas que daban a un terrapln. Ay, si el terrapln pudiera hablar, cuntos hombres contara haber visto escapando de aquellos dos seres que llegaban de pronto para aguarnos las fiestas!

Yo me quedaba mirando fijamente hacia el farol que alumbraba la entrada de la casa, atento tambin a cualquier chirrido de la puerta oxidada, por si alguien haba cruzado sin que lo viera. Pero mi labor era ingrata: no quera que llegaran a perturbar la fiesta, pero sufra por no poder participar en ella.

Kyra y mi madre eran para volver loco a cualquiera. Ajustados sus cuerpos por los corss que reducan sus cinturas hasta hacerlas "pasar por un anillo", resaltaban los senos abundantes que se ofrecan como fruta apetitosa. Adornada la frente con una cinta escarlata que enmarcaba maravillosamente sus rostros. Esplndidamente regias sus cabelleras sueltas sobre las espaldas desnudas y las pestaas largusimas, abanicando con malicia para subrayar el deseo que abrasaba sus carnes... Los invitados llegaban al ridculo, con tal de mostrarse amables y agradar a las dos bellezas. En una ocasin, alguno de ellos dijo a mi madre que "las gallinas viejas hacen buen caldo", por lo que ella, ofendida, le cruz el rostro con el abanico, antes de estallar en llanto. Otro, se levant, furioso, y escupi al majadero. Lucharon y casi destrozan la casa: movieron todos los muebles, tiraron las sillas y los narguiles, hasta que su furia se convirti para nosotros en un divertido espectculo. Mi madre los calm con abrazos afectuosos.

Usaba frecuentemente, para diversos fines, aquellos abrazos, sin que la comprometieran para nada. A veces eran la recompensa para un cumplido o un buen chiste, otras serva para lograr la sonrisa de algn deprimido. Servan tambin para borrar la impresin de alguna palabra o algn gesto fuera de tono, o calmaban la furia de algn celoso. Podan, tambin, alentar la esperanza de los t midos,

Kyra tena sus propias tcnicas. Fsicamente desarrollada desde los catorce, siempre aparent dos aos ms. Tena la nariz pequea y ligeramente aguilea, la barbilla algo salida, dos lindos hoyuelos en las mejillas, donde el propio Cupido quiso colocar dos lunares casi simtricos. Le gustaba parecer ingenua y atolondrada para despertar con ello la avidez de sus adoradores. desconcertados al no obtener nada de ella, mientras que yo sufra porque, desde mi punto de vista, les daba demasiado.

Llamaban moussafirs a los galanes invitados, y los moussafirs les besaban las manos y las sandalias a la menor provocacin. Kyra les pellizcaba la nariz o les jalaba la barba; derramaba licor sobre los carbones del toumbaki de los narguiles; beba en su vaso y lo dejaba caer cuando el hombre iba a tomarlo, aunque un minuto despus se le acercaba mimosa para apoyar su cabellera en los labios del recin burlado.

Todo esto me enfureca porque yo quera a Kyra mucho ms que a mi madre... La adoraba y no soportaba que recibiera ninguna caricia fuera de las mas.

Recuerdo que una noche, al deshacrsele el lazo de una de las sandalias, uno de los moussafirs se lanz a sus pies para atarle la cinta. Ella accedi. Gran fortuna para el favorecido, que prolongaba cuanto poda aquel inesperado placer, mientras yo abra unos ojos de lobo! Y an subi su mano por el tobillo hasta acariciar la pantorilla de mi hermana. Y ella..., ella no deca nada. Furioso, grit:

- Ah viene mi padre! Escpense...!

En un abrir y cerrar de ojos, se lanzaron por la ventana. Uno de ellos, griego, en su angustia, dej su fez y su guitarra, que mi madre avent por la ventana, mientras mi hermana esconda los dos narguiles extras.

La escena result tan divertida, que, olvidada mi clera por completo, me re hasta perder el equilibrio, caerme y rodar sobre las alfombras. Me puse morado de tanto rer y mi madre, creyndome enloquecido de terror ante la vista de mi padre, olvidndose del peligro, se lanz sobre m, desesperada.

Al fin, pude exclamar:

- No es cierto! Nadie viene! Me molestaba que Kyra se dejara tocar la pierna y me vengu, eso es todo!

Aunque la alegra les hizo gritar ms que antes, no escap de una buena nalguiza, que termin en besos, abrazos y baile. Pasamos todava dos o tres aos entre fiestas. Los nicos aos de mi infancia que recuerdo con precisin. Tena entonces yo once aos y Kyra, quince. No poda estar un solo instante separado de mi hermana. Una fuerza superior a m, que ms tarde comprend, me mantena voluptuosamente a su lado.

La segua por todas partes como perrito a su amo. La espiaba cuando entraba al bao, besaba sus vestidos impregnados de su olor y... ella casi no se defenda de mi fogosidad. Crea inocente mi pasin, incapaz de nada malo. No vea el peligro...!

La verdad, ni yo saba lo que quera, pero me mora a su lado: su contacto estremeca todo mi ser...

En la casa de mi madre todo invitaba al amor. Era un paraso del amor. Amor se respiraba y amor se beba; la belleza de las dos mujeres, sus amantes, los perfumes, los cantos, la msica, los bailes..., y hasta la grotesca y dramtica huida de los invitados me pareca voluptuosa y apasionada.

La llegada de mi padre y sus palizas eran lo nico desagradable, lo nico ausente de amor. Pero lo aceptbamos como un tributo, el doloroso pago al placer... Y mi madre misma lo justificaba, exclamando:

-Hijos mos, toda alegra tiene su contrario: la misma vida la pagamos con la muerte... Hay, pues, que aprovechar la vida. Vvanla, hijos mos! gocen de ella, satisfagan sus deseos, de manera que el da del Juicio nada tengan que lamentar.

Por supuesto, tanto Kyra como yo aceptbamos sin reservas tan agradable filosofa, y, desde luego, seguamos el ejemplo maternal. Posea mi madre una respetable fortuna personal, que administrada por sus hermanos -contrabandistas de artculos orientales-, le produca considerables rendimientos, los cuales le permitan vivir holgadamente, en la total satisfaccin de gustos y caprichos.

Saba hacerse adorar, y cambiaba de amantes como de vestido. Aceptaba impasible las palizas del marido, cuidando slo su rostro de los golpes brutales, para pasar de inmediato a una nueva distraccin.

Incluso, cuando alguna vez se saba demasiado culpable ante los ojos de mi padre y tema que su indignacin repercutiera con sus brutales golpes sobre Kyra o sobre m, tena la virtud de ponerse tras de la puerta y le impeda entrar hasta que saltbamos por la ventana, recibiendo ella sola la paliza.

Unas horas ms tarde, cuando regresbamos, estaba tirada sobre un sof, con la cara cubierta de pan mojado en vino tinto, para hacer desaparecer la hinchazn y los moretones.

Al tenernos en su presencia, se levantaba riendo como una loca, y, con el espejo en la mano, nos deca presentndonos su rostro lleno de magulladuras:

-Verdad que no es nada, hijos mos? En slo dos das la mayor seal habr desaparecido y... entonces de nuevo invitaremos a los moussafirs. Aunque haya que soportar una nueva paliza...!

Nos estremeca imaginar cmo estara su cuerpo.

- Oh! -exclamaba mi madre-. Se preocupan por el cuerpo? Inocentes! El cuerpo no se ve...!

Y una vez desaparecidas las huellas de los golpes, las fiestas volvan a reanudarse con el esplendor de siempre.

En casa no se haca nada que tuviera que ver con la cocina: mi madre senta una invencible repugnancia por esos olores, especialmente por el de cebolla frita.

Estbamos abonados a una locanda, as llamamos a las fondas, que nos surta todo lo necesario, en nuestros propios trastos. Una lavandera vena todos los lunes a llevarse la ropa sucia y a dejarnos la limpia de la semana anterior. Y aparte del viejo turco que surta a las dos mujeres de pomadas y medicinas, no vi nunca que entrara nadie ms en casa, fuera, naturalmente, de los moussafirs, que no siempre estaban seguros de salir por donde haban entrado, porque mi padre y mi hermano mayor eran dos moussafirs sin necesidad de invitacin.

Pero como mi padre no dorma en casa desde haca dos aos, y no vena ms que tres o cuatro veces al mes, cuando tena ganas de escndalo y golpes, la vida en aquella casa, aparte de estas obligadas perturbaciones, transcurra plcida.

Libres de cualquier preocupacin domstica, mi madre y mi hermana pasaban el tiempo reposando, dedicadas a las prolijas tareas del tocador, o a las muy agradables de comer, beber, fumar en narguile y amenizar las recepciones ofrecidas a sus adoradores. No olvidaban los rezos, aunque jams pisaban la iglesia. El tiempo sacrificado a Dios era bien limitado. Mi madre se excusaba diciendo;

-Sabe el Seor que jams le contradigo; sigo siempre sus designios. De ninguna manera quiero cambiar mi modo de ser, permanecer como l me hizo y escuchar, siempre obediente, las rdenes de mi corazn.

Kyra objetaba:

-Pero, mam, no crees que la voluntad del diablo influye en nuestros actos?

-Nunca! -contestaba mi madre-. Yo no creo en el diablo. Dios es ms poderoso que l y si somos como somos, es voluntad de Dios... Y mi madre viva completamente de acuerdo con su Dios, que jams le ordenaba nada desagradable.

Dios quera, y as lo haca saber inclinando a ello su voluntad, que las dos permanecieran en la blanda cama, hasta que tuvieran ganas de levantarse, nunca sin antes haber tomado, en este cmodo lugar, caf con ricos bizcochos de mantequilla y miel. Acto seguido ordenaba que se baaran y llenaran su cuerpo con elxir de benju; no deban olvidar sus sahumerios con leche cocida a fuego lento; ni abrillantarse las cabelleras con aceite de almendra perfumado con almizcle, y las uas con blsamos de anilina de caoba; ni tampoco el arreglo de cejas y pestaas, as como el color de labios y mejillas, que exiga toda destreza. Y cuando esta complicada tarea se terminaba, era hora de comer. Se fumaba despus un rato, dormamos la siesta y, hacia la puesta del sol, levantados de nuevo, se quemaba incienso, se beba, y llegaban los festejos nocturnos: los cantos, la msica. el baile, que duraban hasta la media noche.

La fortuna de mi madre, era mucho mayor que la de mi padre. Eso le permita, a pesar de sus dispendios, ahorrar todos los meses una cantidad para Kyra y para m, que siempre dejaba al cuidado de sus hermanos, quienes le proporcionaban pinges ingresos, administrando su fortuna en no muy claros negocios.

No conozco al detalle la historia de mi madre. Queda, como un vago recuerdo, que sus padres se enriquecieron con la industria hotelera.

A fines del siglo XVIII, la Sublime Puerta confi a su padre, bueno y piadoso turco, la delicada misin de instalar un hotel en Ibraila, en donde deba recibir a todos los personajes que el Sultn enviaba a su pachalik. Tena tres mujeres, dos griegas y una rumana. Esta ltima fue mi abuela. De las otras dos nacieron tres varones, uno de los cuales se volvi loco y acab ahorcndose. Tanto mi madre como sus dos medios hermanos, trastornaron constantemente la casa paterna. Al parecer, lo ms interesante que se haca en aquella casa era amontonar dinero, mucho dinero, y orar a dos dioses distintos en tres idiomas diferentes.

Los dos hermanos se dedicaron al contrabando y mi madre, muy joven an, quiso seguirles, pero su padre, el honrado turco, decidi casarla cuanto antes con un hombre severo y sin corazn que acert a enamorarse de ella, "probablemente -segn frase de mi madre-, el Seor se distrajo en ese preciso instante".

Mi padre recibi una cuantiosa dote de manos de mi abuelo, quien, aparte de esto, leg tambin a mi madre una buena parte de su fortuna, que poda ella administrar, a condicin de que viviera con su marido. As qued forzosamente unida a un hombre que detestaba y tuvo que aceptar la voluntad del viejo turco por temor a verse desheredada. Gracias a su difcil fidelidad consigui su confianza, y a su muerte, recogi su herencia y la entreg a sus dos hermanos, quienes la adoraban, y en cuyas manos la consider segura. Dio comienzo la poca de alegres fiestas, de placeres sin fin, locas pasiones, que mi padre, con toda su brutalidad, fue incapaz de impedir. Mi madre, con el mayor placer del mundo le hubiera entregado toda la dote, si hubiese consentido en devolverle su completa libertad, pero l quera mantenerla bajo su dominio para vengarse de una infidelidad, que era su deshonra.

El da que decidi separarse, al llevarse todo lo suyo, dijo sealndonos a Kyra y a m:

-Esas dos serpientes te las dejo. No son hijos mos, son como su madre...!

-Quisieras que fueran como t? -replic mi madre-. No, no lo son ni lo sern. Ellos son vida en toda su pujante alegra, y t eres muerte, que impide vivir a los vivientes. A mi vez me admiro de que tu aridez haya sido capaz de hacer brotar ese retoo, tan seco de corazn como t, que podr ser hijo tuyo, pero no mo.

Mi pobre madre tena razn al decir que aquel muerto impeda nuestra vida. Conforme el tiempo pasaba, ms imposible nos haca la existencia. Saba que mi madre cuidaba su cara ms que su misma vida, y en los ltimos tiempos, le golpeaba la cara de tal modo que la desdichada tena que recluirse ocho o diez das, para curarse las seales que le dejaba en ojos y mejillas. Durante este tiempo, deba suspender las fiestas y dejar de