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IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS DEL AVE MARÍA IN MEMORIAM (Yuliana Castillo) Sonríe, que la vida vuela. 1. CATEGORÍA INFANTIL 1.1. La diadema de Rocío 1.2. La diadema de Rocío 2. CATEGORÍA PRIMER CICLO DE EPO 2.1. El secreto 2.2. Mi colegio 3. CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE EPO 3.1. Atrapados en el tiempo 3.2. Don Andrés y Pedro 4. CATEGORÍA TERCER CICLO DE EPO 4.4. Vivencias de un niño Avemariano 4.2. Un colegio a prueba de bombas 5. CATEGORÍA PRIMER CICLO DE ESO 5.1. Mi amigo desconocido 5.2. El misterio de Don Andrés Manjón 6. CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE ESO Y FPB 6.1. La historia jamás contada 6.2. Sueños 7. CATEGORÍA BACHILLERATO Y FP 7.1. Soy leyenda 8. CATEGORÍA NECESIDADES EDUCATIVAS ESPECIALES Y AULA DE INTEGRACIÓN 8.1. Los cinco sentidos de Manjón 8.2. Aventura con Don Andrés

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IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS DEL AVE MARÍA

IN MEMORIAM (Yuliana Castillo)

Sonríe, que la vida vuela.

1. CATEGORÍA INFANTIL

1.1. La diadema de Rocío

1.2. La diadema de Rocío

2. CATEGORÍA PRIMER CICLO DE EPO

2.1. El secreto

2.2. Mi colegio

3. CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE EPO

3.1. Atrapados en el tiempo

3.2. Don Andrés y Pedro

4. CATEGORÍA TERCER CICLO DE EPO

4.4. Vivencias de un niño Avemariano

4.2. Un colegio a prueba de bombas

5. CATEGORÍA PRIMER CICLO DE ESO

5.1. Mi amigo desconocido

5.2. El misterio de Don Andrés Manjón

6. CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE ESO Y FPB

6.1. La historia jamás contada

6.2. Sueños

7. CATEGORÍA BACHILLERATO Y FP

7.1. Soy leyenda

8. CATEGORÍA NECESIDADES EDUCATIVAS ESPECIALES Y AULA DE

INTEGRACIÓN

8.1. Los cinco sentidos de Manjón

8.2. Aventura con Don Andrés

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

IN MEMORIAM

ALEJANDRA NAVARRO PÉREZ

4ºB ESO

AVE MARÍA CASA MADRE

SONRÍE, QUE LA VIDA VUELA

Junto a la estatua de Don Andrés comenzó todo. Y allí estaba yo, no sé si movida por los

recuerdos o más bien por las ganas de volver, de volver allí, a mi otra casa. Aquel año pasaron

tantas cosas...que ahora no podría recordar. A medida que me adentraba en aquel lugar,

decenas de momentos venían a mi mente, uno detrás del otro, sin cesar. Pero a la misma vez

tras aquel suave sonido del río, se iban todos. Una situación distinta, extraña diría yo.

Ese año lo definiría en una sola palabra; amistad. Sí, esas personas que llegan a tu vida sin saber

muy bien por qué, pero a las que dejarías volver a entrar en ella una y otra vez.

El curso avanzaba, y nosotras con él. Parecía que nunca acabaría, hasta que ese momento llegó,

como llegan tantas cosas en la vida. Y sí, se fue y nos fuimos, cada una por su lado, por su camino,

pero siempre con la esperanza y la confianza de que nuestros caminos se volviesen a encontrar

al final de aquel verano, tan deseado al principio y tan odiado al final.

Charlas entre todas, consejos, risas... aunque cada una en un sitio. Pero dicen que la verdadera

amistad no se rompe por mucha distancia que se interponga.

El verano pasó y ya tocaba preparar las cosas para volver a aquel lugar de nuevo. Alegría por

volver a estar todas juntas y un poco de tristeza porque... ya sabes... las vueltas a la rutina, nunca

fueron fáciles.

De repente una noticia nos conmocionó a todos, una de nosotras tuvo la mala suerte de andar

con quien no debía y el destino... aún no sé muy bien por qué, le jugó una mala pasada.

Sí, era ella, inconsciente en esa cama fría y vacía de aquel hospital. Dormía y dormía, sin poder

despertar y sin poder decir todo lo que sentía, atrapada en sí misma, sin poder escapar.

Pasaban los días, las semanas, y nada cambiaba, todo era tan surrealista que ninguna

acabábamos de asimilarlo aún. ¿Quién nos lo iba a decir hace tan solo unos meses?

Siempre al tanto de todo lo que pasaba, siempre con la gran esperanza de que un día, aquella

princesa volviese a aparecer en nuestras vidas.

La gran decepción fue ver que aquel día nunca llegó. Se fue, y parte de nosotras con ella. Llantos

y lágrimas de impotencia, de rabia... y verdaderamente de dolor, de ese dolor que supone ver

marchar a alguien así, sin poder despedirte o sin poder volverle a dar un beso de buenas noches.

Ese 8 de octubre, al cielo subió un ángel, un ángel que brilla allí arriba como brilló aquí abajo,

ese ángel que pase lo que pase siempre nos cuidará y siempre estará aquí... entre nosotras.

Después de tanto tiempo sigo sin entender el por qué... ¿Por qué fue ella? ¿Por qué así? ¿Sin

avisar?

Y sin dar explicaciones, nos dejó aquí, con la mente llena de recuerdos y el alma rota.

“In memoriam Yuliana Castillo”

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA INFANTIL

PRIMER PREMIO

LUCÍA GARZÓN NARBONA

INFANTIL (5 AÑOS)

AVE MARÍA DE LA QUINTA

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA INFANTIL

ACCÉSIT

MYKA PÉREZ SÁNCHEZ

INFANTIL (5 AÑOS)

AVE MARÍA ESPARRAGUERA

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA PRIMER CICLO DE EPO

PRIMER PREMIO

SELENA SANTIAGO GÓMEZ

1º EPO

AVE MARÍA ALBOLOTE

EL SECRETO

Junto a la estatua de D. Andrés empezó todo… Allí estábamos un grupo de amigos jugando al

pilla pilla, yo choqué con la estatua y vi en un huequecito un papel muy antiguo. Lo cogí, llamé

a mis amigos y lo leímos juntos. En él ponía “MAPA DEL TESOTRO”. Nos pusimos a seguirlo.

Primero nos llevó al pabellón, después al salón de actos y por fin a nuestra clase. El mapa

señalaba el cuadro de D. Andrés, allí estaba el tesoro detrás escondido. Era un viejo papel

firmado por D. Andrés que decía: ¡Que todos los niños aprendan jugando!

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA PRIMER CICLO DE EPO

ACCÉSIT

MARCO LOZANO SÁNCHEZ

2º EPO

AVE MARÍA VARADERO

MI COLEGIO

Junto a la estatua de D. Andrés… Estaba yo, acabando mi bocadillo, cuando de pronto

me acordé de cómo había llegado a este colegio.

Vivo en Motril pero mi mamá decidió traerme aquí, al Ave María del Varadero.

Empecé con tres años. Y ya nos contaron la historia de D. Andrés Manjón fundador de

este colegio y de otros.

Dicen que era un niño muy alegre, pero que no le gustaba su colegio porque no había

juguetes y los niños estaban tristes. Se hizo mayor, fue sacerdote y profesor de universidad, pero

nunca se le olvidó su colegio. Se dio cuenta de que todavía seguían siendo aburridos y tristes y

pensó en hacer un colegio con juguetes, columpios… También pensó que los maestros tenían

que ser diferentes y enseñar de forma divertida.

Le di un mordisco a mi bocadillo y recordé el bollo con chocolate que me había comido

hacía pocos días y que D.Andrés tenía por costumbre dar a los niños que iban a sus escuelas,

porque él quería que estuvieran fuertes para aprender y que fueran felices.

Por suerte mi cole es divertido y además está muy cerca de la playa.

Mi primera seño se llamaba Joaquina y nos dejaba jugar mucho antes de trabajar. Pronto

aprendí a leer y a escribir. Me lo pasé genial en Infantil.

El curso pasado empecé Primaria y conocí a mi seño de ahora, se llama Tere. Es buena y

le gusta que trabajemos mucho y bien. También voy a clase con la seño Marga para avanzar aún

más. En mi cole hay muchos maestros.

Bueno ya he terminado mi bocadillo, que estaba muy rico. Me voy a jugar con Ezequiel

que es mi mejor amigo.

¡Me gusta mucho mi colegio! ¡Gracias D. Andrés!

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE EPO

PRIMER PREMIO

LUIS MARIA GRACIA CHOIN

4ºB EPO

AVE MARÍA DE LA QUINTA

ATRAPADOS EN EL TIEMPO Junto a la estatua de D. Andrés empezó todo. Era una tarde soleada. No parecía noviembre. Un grupo de amigos alumnos del Ave María, Gabriel, Wilson y Olivia, estaban tomándose la merienda mientras hablaban de que era 29 de noviembre; por lo que solo faltaban unas horas para el esperado día de D. Andrés Manjón. ¡Qué ganas tenían! Para ellos, el mejor día del año. Comentaban que los alumnos de su curso iban a ir de excursión al parque. Les encantaba esa fiesta porque no había clase. Bueno, no se podía decir que fueran unos chicos muy trabajadores... Esa noche ninguno de ellos pudo dormir por las ansias de que llegara ese momento tan esperado. ¡Y por fin había llegado el gran día que todos estaban esperando! Gabriel se tomó para desayunar un vaso de leche, una tostada de tomate, un trozo de fruta y un vaso de agua. No quería ir desnutrido al colegio porque temía quedarse sin energía a mitad de mañana. En cambio, Wilson y Olivia no fueron tan previsores y solo tomaron un poco de leche. Cuando llegaron a la escuela, vieron que el colegio estaba cerrado por motivos que desconocían. Les entró el pánico. - ¿Y ahora qué vamos a hacer? - preguntó Gabriel. - ¡Justo hoy tenían que suspenderlo todo! - dijo Wilson. - Tranquilizaos, chicos. Hay dos posibilidades: a lo mejor hemos llegado muy pronto o hemos llegado muy tarde, y ya se han ido a la excursión - añadió Olivia. Junto a la puerta del colegio, apareció una nube gris. Los niños se quedaron atónitos. ¿Qué sería aquello? Si de nuevo estaba totalmente soleado... No podía ser niebla. Y, de repente, se les apareció el fantasma de D. Andrés Manjón y les dijo... - He estado escuchándoos y es la segunda opción: ¡Habéis llegado muy tarde! Así que veré qué puedo hacer para retroceder el tiempo y que lleguéis bien. Por extraño que parezca, los niños no sintieron miedo del fantasma. Era como si el espíritu de D. Andrés Manjón les proporcionase serenidad. Eso sí, se sentían un poco avergonzados por haber defraudado con su tardanza en un día tan especial al fundador de las escuelas del Ave María. - En este día celebrado en mi honor, no quiero que ningún niño de mis escuelas se quede sin festividad. Para mí, lo más importante fueron siempre los niños. Vosotros, aunque sois poco trabajadores, me consta que sois buenos chicos. Entonces, D. Andrés les dio tres relojes de bolsillo de tres colores diferentes y les dijo que si querían viajar al pasado tenían que tocar el botón del reloj marrón. Si deseaban detener el tiempo, tendrían que tocar el botón del reloj dorado. Y, por último, si querían viajar al futuro, deberían tocar el botón del reloj plateado. - Ah, se me olvidó deciros que los relojes van por horas. Por ejemplo, si tocáis el botón un segundo, viajaréis en el tiempo una hora (antes o después, depende del reloj que hayáis elegido). - ¡Gracias, señor Manjón! Se nota que usted era el mejor profesor - dijeron los tres chicos. Los chavales utilizaron el reloj marrón para retroceder en el tiempo y ya no hubo problema. Nadie se dio cuenta de que habían llegado tarde, porque en realidad, al retroceder el tiempo, fueron los primeros. Se divirtieron mucho aquel día jugando en el parque con todos sus compañeros. Rieron, saltaron, corrieron, compartieron... Pero, a partir de ese momento, y durante las semanas siguientes, utilizaron demasiado los relojes. El que menos usaron fue el de viajar al futuro, es decir, el plateado. El segundo menos usado fue el de viajar al pasado, el marrón. Uppps, he hecho un pareado sin haberlo intentando... Bueno, sigamos con la historia... Obviamente, el que utilizaron más fue el de parar el tiempo,

el dorado, ya que, por exclusión, es el único que queda. Como os he confesado antes, no eran unos chicos muy trabajadores, por lo que les encantaba utilizar este reloj para dejar de trabajar en clase y ponerse a jugar y a descansar. Un día, mientras habían paralizado el tiempo, el reloj se estropeó y no consiguieron volver al presente. Empezaron a angustiarse muchísimo pensando que estaban atrapados en el abismo y se pusieron a gritar socorro. Estaban horrorizados de pensar que nunca podrían volver a abrazar a sus padres, hermanos y amigos. ¡¡¡¿¿¿Pero qué habían hecho???!!! ¡Hasta dónde los llevaría su mal comportamiento! Estaban absolutamente desesperados. Se tiraban de los pelos, corrían sin ton ni son de un lado para otro. Ya no les quedaban lágrimas que derramar. Entonces, desde el más allá, D. Andrés volvió a hacer acto de presencia. Se dirigió seriamente a ellos y les dijo: - ¿Qué pasa ahora, chicos? El grupo de niños les contestó que se habían quedado atrapados en el tiempo. - Un momento... ¿Cómo nos ha escuchado si hemos paralizado el tiempo? - pregunto Wilson. - Bueno, eso no importa. No os voy a confesar mis secretos. Lo importante es que estoy aquí para sacaros del problema. - ¡Gracias señor! - dijeron los chiquillos al patrón de las Escuelas del Ave María una vez que les explicó cómo volver al presente. Después de aquello, los niños comprendieron que con el tiempo no se juega y tiraron sus relojes mágicos. D. Andrés Manjón les había dado la lección de su vida. Les había enseñado a ser responsables. A partir de ese momento fueron más trabajadores porque no querían decepcionarle. Y, como trabajaban mejor, sus padres y sus maestros también estaban más contentos con ellos, por lo que se sentían bien consigo mismos. Una sensación extraordinaria que no habían sentido hasta el momento. Eso sí, nunca revelaron su secreto ¡Nadie los habría creído!

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE EPO

ACCÉSIT

CARMEN ESTERO CORRAL

4º EPO

AVE MARÍA VARADERO

DON ANDRÉS Y PEDRO

Junto a estatua de Don Andrés empezó todo, era un sitio donde Pedro se refugiaba para

jugar solo y pasar las tardes fuera de su casa.

Un día en Granada, Pedro, que parecía un niño muy creído, egoísta y maleducado pero

a la vez muy listo, se puso frente a la estatua del parque y después se escondió detrás de ella a

espiar a un hombre mayor que paseaba por la zona. No sabía quién era ese hombre pero lo

observó detenidamente y vio que llevaba una camisa negra, un pantalón negro, una chaqueta

negra, zapatos marrones y un sombrero gris, parecía un hombre serio, era algo misterioso ya

que todos los días pasaba por ese lugar y se detenía frente a aquella estatua. A Pedro le sonaba

de mucho la cara de ese misterioso señor, porque recordaba que lo había visto en algún sitio,

finalmente recordó que lo había visto en una estatua, Pedro no se fijó en la estatua que tenía a

su lado pero, muy sorprendido, recordó que era el señor de la estatua del colegio “AVE MARIA”.

Pedro seguía viendo a este hombre día tras día, hasta que al cabo de una semana, ese hombre

se le acercó a Pedro y le saludó con una gran sonrisa, Pedro en cambio se llevó un buen susto

pero cuando se dio cuenta de quién era, lo saludo tímidamente. Ese hombre le preguntó que

cómo se llamaba, Pedro le dijo su nombre y sus apellidos y le preguntó que si él se llamaba Don

Andrés Manjón Manjón y que si era el fundador de las escuelas del AVE MARIA. El hombre le

contesto cariñosamente y al ver que estaba solo en la calle, le empezó a hacer algunas

preguntas, Don Andrés le preguntó que si tenía amigos, si iba al colegio y donde vivía. Pedro

avergonzado, le dijo que no tenía amigos y tampoco iba al colegio porque su padre estaba muy

ocupado trabajando todos los días y nunca lo veía porque llegaba muy tarde y no se preocupaba

mucho por él y su madre siempre estaba muy ocupada cuidando de otras personas y tampoco

le dedicaba mucho tiempo.

A Don Andrés le dio mucha pena de que Pedro estuviera solo, entonces le ofreció que

si quería aprender muchas cosas, conocer a más niños y pasarlo bien, que estuviera al día

siguiente a las nueve de la mañana en el barrio del Sacromonte, allí estaría Don Andrés

esperándolo para llevarlo al colegio.

Pedro no faltó a la cita y los dos se fueron a su primer colegio “La Casa Madre”, allí

había muchos niños, cuando llegó a su clase todos los niños lo recibieron con mucha alegría y

felicidad, a la hora del recreo Don Andrés le regaló a todos los niños una torta y un trozo de

chocolate, ese día hizo muchos amigos, se llamaban Andrés, Juan, María, Marta, Ángel, José,

Paco, Rafael… A Pedro le encantaba su colegio, era limpio, ordenado y tenía niños y profesores

muy alegres y simpáticos.

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA TERCER CICLO DE EPO

PRIMER PREMIO

GUILLERMO GARCÍA DOMINGO

6º EPO

AVE MARÍA S. ISIDRO

VIVENCIAS DE UN NIÑO AVEMARIANO

Junto a la estatua de don Andrés empezó todo, ahí estaba yo, un estudiante corriente del Ave

María, miré hacia arriba, vi la cara de un hombre libre, ahí empezó una vida de alegría, de

formación, de madurar, de profesores alegres, de amigos fieles.

Ahora, sin darte cuenta, miras al pasado con una sonrisa en la cara y los ojos brillantes, te das

cuenta de que has sido feliz. Entonces, los años pasaban y no me daba cuenta, ya termino la

Educación Primaria. Siempre he creído que ya era maduro y mayor, y que la E.S.O. era un final,

pero gracias a estas escuelas sé que es un principio. En las letras he encontrado refugio, y

también eso lo he aprendido aquí, en estas escuelas. He sufrido, no lo niego, pero si no te

esfuerzas, nunca llegarás a madurar; si no luchas, no puedes ganar.

En estas escuelas se me ha ensanchado el corazón, porque no solo se enseña el temario, sino

también los valores, muchas veces me he sentido apartado del mundo, solo, vacío, pero he

encontrado consuelo en estas escuelas. El pensamiento se empaña y los ojos se llenan de

lágrimas cuando miras al pasado, pero te sientes bien; en estas escuelas no hay espacio para los

corazones encadenados, solo se consiguen almas blancas; el cambio domina la formación, todos

tocamos bajo la misma batuta, la del gran hombre que perseveró, luchó, sufrió y puso del sudor

de su frente para que estas escuelas vieran la luz.

Los niños no somos perfectos, puede que un poco maleducados, acaso algo rebeldes, pero por

eso hemos de ir al colegio, lo digo en nombre de todos los niños del Ave María. Gracias por

seguir a don Andrés, profesores, por ayudarnos a aprender jugando, a seguir nuestra historia, a

pensar en el futuro. No soy más que un niño, no soy especial, no soy diferente; sin embargo, un

profesor me introdujo en la poesía y desde entonces no he podido parar de escribir. Amo estos

colegios, pero no puedo expresar todo lo que significan para mí, gracias a ellas soy libre, gracias

a ellas soy niño.

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA TERCER CICLO DE EPO

ACCÉSIT

ALEJANDRO MONTES MARTÍN

6º EPO

AVE MARÍA VISTILLAS

UN COLEGIO A PRUEBA DE BOMBAS

Esta es la verdadera historia y no la otra. Junto a la estatua de D. Andrés empezó todo. Aquel

día de 1981, cayó una bomba cerca de la estatua y cerca de del colegio Ave María “Vistillas”,

pero por suerte no afectó a los alumnos de la escuela ni a los profesores. Éstos salieron corriendo

a la puerta del colegio. Vieron fuego y una larga columna de humo negro. Sonaban las sirenas.

Estos profesores habían hecho la mili durante mucho tiempo, así que sabían ayudar a la

policía y a los bomberos que estaban apagando el fuego. La policía y las ambulancias estaban

recogiendo los cuerpos de la gente que había fallecido en la calle Molinos.

El profesor de inglés de la E.S.O. corrió y se propuso entrar en el edificio calcinado pero,

Juan, un bombero de Granada, le cortó el paso; así que se paró y se apartó.

Al día siguiente, Juan, el bombero, fue al colegio a ver cómo le había afectado la bomba al

colegio pero, para su gran sorpresa, nadie resultó herido gracias a la colaboración del colegio

por lo que se le otorgó una medalla honrando su labor.

Al poco tiempo Felipe, un alumno de Primaria, seguía preguntándose por qué no le había

afectado la bomba al colegio. Pasaron las horas, los días, las semanas… y seguía sin saberlo.

Hasta que el profesor de Historia le contó la historia de D. Andrés Manjón, según la cual, Andrés

había sido un niño con problemas desde muy pequeño y, cuando creció, decidió fundar en

Granada la escuela: Ave María “Casa Madre”. Y fuero pasando los años y se construyeron más

colegios como el suyo: el Ave María “Vistillas”.

Ahí, Felipe se dio cuenta que Dios y Jesús-Cristo siempre habían protegido al colegio o, mejor

dicho, a todos los colegios que, en 2016, ya son muchos los que hay por toda España. Ese día

Felipe entendió que su colegio estaba bajo la protección de Dios para que las obras de arte y los

niños que allí se encuentran, tanto en Granada como en todas partes, puedan vivir para siempre.

Todo esto debido a que D. Andrés había hecho un gran esfuerzo a lo largo de su vida para

darnos lo que tenemos hoy: la escuela. Un elemento fundamental en nuestras vidas.

D. Andrés había sido profesor y vivió muchas aventuras hasta que falleció. Pero falleció con

su propósito cumplido: el de formar una escuela bendecida por Dios.

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA PRIMER CICLO DE ESO

PRIMER PREMIO

PEDRO MONTOYA ROMÁN

2ºA ESO

AVE MARÍA CASA MADRE

MI AMIGO DESCONOCIDO

Junto a la estatua de Don Andrés empezó todo, ya han pasado 30 años desde aquel día, en el

que llegué al Ave María y miraba esa estatua de un señor que no conocía. Empecé allí mis

estudios y paseaba por allí casi todos los días.

Un día de mucho frío, como es habitual en Granada, me encontré al pie de la estatua con una

persona muy pálida, con ojos muy rojos. Le pregunté si le pasaba algo y en un principio no

contestaba pero me miraba como si me quisiera decir algo. Al cabo de un rato salieron de su

boca las primeras palabras “ayúdame” y se desmayó.

Salí corriendo y avisé al portero del colegio, el cual llamó corriendo a una ambulancia, pero

cuando llegamos a la estatua de Don Andrés, había desaparecido. Nos pusimos a buscarlo por

todo el colegio pero no lo encontramos. Me fui al internado y esa noche dormí intranquilo

pensando en lo que había pasado.

Al día siguiente tuve las clases normales y cuando acabaron me fui a dar un paseo otra vez por

la estatua. No hacía tanto frío y conforme iba acercándome al lugar, un escalofrío recorrió mi

cuerpo al ver al lado de la estatua, al hombre que se había desmayado el día anterior.

Fui acercándome poco a poco y le pregunté qué le había pasado y dónde se había metido. Él me

sonrió, me dijo que se había ido a su cueva. Yo nunca había visto una cueva y le pregunté que si

me la podía enseñar. Él contestó que estaba en medio del bosque, debajo del cole, junto al río.

Por la noche en el internado se lo conté a mis amigos y ellos dijeron que les gustaría conocerlo.

Nos escapamos todos juntos esa noche pero no encontramos nada. Al día siguiente cogí unas

manzanas del comedor y me fui al lado de la estatua, allí estaba él otra vez. Le conté que había

ido a su cueva pero que no la había encontrado y le di las manzanas para que se las comiera, ya

que lo noté algo hambriento. Él empezó a contarme cosas de su vida y yo iba todas las tardes a

llevarle comida y a escuchar sus relatos.

Cuando en el colegio se aproximaba la fecha de San Andrés, los profesores empezaron a

contarnos la vida de Don Andrés Manjón y yo me di cuenta que era la misma historia que mi

amigo de la estatua me había contado. Esa noche me escapé y fui a buscarlo a la cueva. Cuando

me di cuenta me había perdido y estaba desorientado. La temperatura iba bajando y cada vez

estaba más helado. Empecé a oír agua y me di cuenta que estaba al lado del río, cada vez estaba

mas cansado, casi congelado y escuchaba voces de gente pero no me salían las palabras, y caí

redondo al suelo. Vi una luz blanca al final de un túnel y pensé que ese era el final… Notaba unos

brazos que me cogían…

Abrí los ojos y estaban todos mis amigos alrededor y yo estaba junto a la estatua de Don Andrés.

¡No me lo podía creer! Me echaron una manta porque estaba helado y me dijeron que había

pasado allí toda la noche. Yo no les dije que había estado perdido por el río porque no iban a

creer que Don Andrés, el de la estatua, me había salvado.

Desde aquel día, cada 30 de noviembre, me acerco al colegio, miro la estatua y dejo una

manzana…

Mucha gente no me creerá pero yo sé que esos días estuve hablando con Don Andrés Manjón.

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA PRIMER CICLO DE ESO

ACCÉSIT

MARÍA MORENO MANZANO

2º ESO

AVE MARÍA S.CRISTÓBAL

EL MISTERIO DE DON ANDRÉS MANJÓN

Junto a la estatua de Don Andrés Manjón empezó todo.

Un día estábamos en el recreo, junto a la estatua. Sara estaba apoyada en ella, cuando

de repente se movió. Se asustó muchísimo y rápidamente se apartó. Enseguida Sara, Ariadna y

yo nos acercamos para ver qué le había pasado a la estatua y vimos una frase labrada en la

piedra que decía: “Cuidad de ellos, nunca les hagáis daño”. La verdad es que no le prestamos

mucha atención y colocamos bien la estatua en su sitio. En ese momento sonó la alarma que

indicaba el fin del recreo y nos fuimos a clase.

Al día siguiente yo no dejaba de pensar en esa frase. Yo sabía que era algo importante

porque desde el primer minuto en el que la leímos sentí algo extraño; pero no paraba de darle

vueltas a qué era. En el recreo Sara y Ariadna me preguntaron:

- María, ¿qué te pasa?

- Sí, eso. Estás como en otro mundo -añadió Ariadna.

- A ver chicas, me llamaréis loca pero desde que ayer leímos la frase de la estatua no he parado

de pensar en eso en todo el día hasta hoy, creo que…la frase es algo importante y me llama

muchísimo la atención porque desde que la leímos sentí algo extraño - respondí.

- Yo no lo quise decir pero…yo también lo sentí - musitó Ariadna.

- Chicas estaba asustada pensaba que era la única - añadió con un tono de preocupación.

- Descubriremos este gran misterio -sentencié.

Pasó una semana, una semana en la que estuve tratando de averiguar cosas, de ir

encajando piezas; pero nada funcionaba.

Decidimos quedar por la tarde y hablar las tres sobre todo ello.

- Chicas, no he encontrado nada, nada funciona – dijo Ariadna enfadada.

- Hay que seguir intentándolo, no nos podemos rendir ahora – le respondió Sara un poco más

animada.

- Pero es que no sabemos nada. ¿A qué se refería con que no le hiciéramos daño? ¿Y quiénes

son ellos? Nada tiene sentido, nunca conseguiremos la respuesta de todo esto, acabaremos

locas y seguiremos sin encontrarle respuesta a esto -dijo con decepción Ariadna.

- ¡No digas tonterías, eso no pasará! – Le respondí algo enfadada.

- Sí sí, lo que tú digas – dijo Ariadna con ironía.

Yo no hablaba. En ese momento estaba como en otro mundo, como dijo el otro día

Ariadna. Pensaba y pensaba en la frase, no prestaba atención a su conversación, hasta que me

llamaron la atención.

- Tierra llamando a María, “crr crr”, ¿me recibe? – dijo Sara poniéndose la mano en la boca,

haciendo un ruido raro y a la vez riendo las dos.

- Claro que sí tontas.

- ¿En qué pensabas, si se puede saber? ¿Ya hay algún chico “u.u.”? – dijo Ariadna.

- ¡Aquí huele a chica enamoraaadaa!

- ¡Pero qué tontas sois de verdad, callad ya, eh! - rieron las dos y yo reí con ellas.

- Bueno chicas se me hace tarde, me tengo que ir.

- Sí yo también, mañana nos vemos, chao – dijo Ariadna.

- ¡Aburridas, que sois unas aburridas, anda que os venís de fiesta o algo! – dijo Sara gritando.

- ¡Jajaja! Otro día, juerguista. Mañana nos vemos – le respondí riéndome.

De camino a casa no quería pensar en nada. Me puse los cascos y me olvidé del mundo

por unos minutos. Cuando llegué a casa me duché y me quedé dormida.

Al día siguiente mi madre me despertó de una manera que casi se le podía llamar

“agresivo”, pero todo era porque llegaba tarde a clase. Me vestí y me arreglé como nunca antes

lo había hecho, pero de todas maneras llegué tarde. Obviamente no me dejaron entrar en clase

y me tuve que quedar en el pasillo toda la hora.

Ése era mi momento de pensar. Pensé en todas estas semanas, en lo que había pasado

y por qué, el porqué a nosotras, el porqué se escribió eso, el porqué seguíamos sin ninguna pista.

En todo en general. Y de repente me vinieron unas ganas enormes de rendirme, de llorar y

dejarlo todo pasar, pero había una fuerza que, por decirlo así, me animaba a seguir a delante, a

no rendirme, a no llorar, a terminar este misterio.

En ese momento sólo se me vino a la cabeza el nombre de una persona, Don Andrés.

De repente empecé a entenderlo todo, todo empezó a tener sentido. El puzzle

desordenado que había en mi cabeza de mil piezas empezó a ordenarse; las piezas encajaban,

todo tenía sentido.

Sonó la alarma y entré a la segunda clase. Les dije a mis amigas que en el recreo tenía

que hablar con ellas, que era muy importante.

Se me hizo la hora más larga de mi vida, pero al fin llegó el recreo.

- María, ¿qué era eso tan importante que nos tenías que contar? – preguntó Sara.

- Nos tienes preocupadas – añadió Ariadna en un tono serio.

- Chicas, he resuelto el misterio, ya se lo qué quería decir la frase y a quién se refiere.

Don Andrés amaba a los niños, él no podía ver a un niño sin zapatos, sin comida, sin

hogar o simplemente que no supiera ni escribir ni leer. Su vida eran los niños, era lo que lo

mantenía con sus ganas de vivir. No soportaba pensar que había niños que no podían aprender

a leer o escribir sin ellos tener la culpa o gente que les hacía daño. Aunque él sabía que por

mucho que él hiciera por los niños había otros en el mundo con la mala suerte de no poder

comer casi ningún día, de no tener la oportunidad de una enseñanza. Es por eso que él intentó

ayudar en todo lo posible y su ayuda sirvió de mucho para muchos niños y niñas del Sacromonte

y del Albaicín.

Pero lo que él no quería era que tras su muerte la gente se olvidara de cuál era su

objetivo, él quería que siguiera habiendo gente que quisiera ayudar a los niños y por eso escribió

esa frase, para que alguien en un futuro la leyese y así recordar el objetivo que él tenía y él, por

una razón u otra, nos eligió a nosotras para descubrirlo y recordarlo.

FIN

*Hoy en día yo le estoy muy agradecida a Don Andrés Manjón, pues gracias a él mi

abuelo, que en paz descanse, aprendió a leer y a escribir y pudo comer todos los días.

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE ESO

Y FORMACIÓN PROFESIONAL BÁSICA

PRIMER PREMIO

JULIA FERRER ALABARCES

3º ESO

AVE MARÍA S. CRISTÓBAL

LA HISTORIA JAMÁS CONTADA

Junto a la estatua de don Andrés empezó todo. Era junio, viernes por la noche, fiesta de

fin de curso del Ave María San Cristóbal 1984. Yo tenía 14 años. Estaba con mis amigos jugando

al escondite. Recuerdo que me escondí detrás de la estatua de don Andrés. Pasaban los minutos

y seguían sin encontrarme. Me quedé dormido y, al despertarme, me di cuenta de que ya eran

las 12 de la noche. Al incorporarme, me apoyé en la estatua y tuve una sensación extraña: entré

de nuevo en un sueño profundo.

Al despertar no recordaba nada, sólo sabía que estaba perdido y que no estaba al lado

de la estatua. Me encontraba en medio de un bosque a mitad de la noche, solo. Sin dudarlo, me

puse a correr buscando ayuda y me encontré con una mujer que me llevó hasta su cabaña.

Comenzó a hacerme preguntas sobre mi edad, con quién estaba y qué hacía allí. Le conté que

estaba con mis amigos jugando y que de repente desaparecí. Ahora era mi turno, me tocaba

preguntar, aunque en realidad no hubiera querido hacerlo... Me aseguró que estaba en

Sargentes de la Lora, un pueblecito de Burgos, y era 1846. Me quedé en shock. Pensé contarle

lo de la estatua, pero preferí guardármelo ya que podría pensar que me estaba burlando de ella.

Con una sonrisa en la cara me dijo:

- Pobre jovenzuelo, ya no sabe ni en qué año vive. Anda acuéstate aquí, que mañana será otro

día. ¡Ah, Jaime! y si necesitas algo, no dudes en avisarme.

- Sí, jaja... Gracias por acogerme María, no sé como agradecértelo.

- Pues...mañana me ayudarás a hacer unos trabajos en el campo. Buenas noches Jaime.

- Buenas noches María.

No podía dormir, me pasé toda la noche pensando cómo regresar. Tenía miedo e

inseguridad; al fin y al cabo era un joven de 14 años perdido e inexperto. Ya que no le daba

solución a mi problema, decidí descansar. Al día siguiente fui a ayudar a María al campo y

después me llevó a conocer el pueblo. Vi un puesto de bollería, cosa que fascinaba, así que

disimuladamente cogí un bollo con azúcar e hice como si nada. Al girarme me di cuenta de que

unos niños me estaban mirando y tuve que echar a correr. Mientras se disputaba “la carrera”

me tropecé con un señor, el cual me protegió y puso fin a la pelea. Sabía quién era, pero no dije

nada. Él tampoco pronunció palabra, sólo insinuó que lo siguiera.

- Me gustaría saber quién eres. Conozco a todos los jóvenes de este pequeño pueblo y nunca te

he visto por aquí. Y perdón, aún no me he presentado, me llamo Andrés.

- Yo Jaime. (Pensé decirle mi secreto, aunque tenía cierta inseguridad. Sabía su historia y que

era un buen hombre, pero su carácter no lo conocía. No quería jugármela, no sabía cómo iba la

justicia en aquellos tiempos, ya que me podían tomar por brujo y ahorcarme. Así que tuve que

inventarme algo que fuera lo menos sospechoso posible). He venido con mi madre a conocer el

pueblo porque estamos pensando mudarnos aquí por un tiempo.

- Bueno, si quieres te puedo acompañar hasta tu madre ya que no conoces el pueblo y puedes

perderte.

- No se preocupe Andrés, yo llegaré hasta ella. Muchas gracias por salvarme de aquellos niños y

ser tan bueno conmigo.

- De nada Jaime, si necesitas algo, ya sabes dónde vivo. Nos vemos pronto.

Me encaminé hacia la cabaña. Tenía muchas dudas y muchos problemas que debía de

aclarar, quería regresar ya a Granada con mi familia y mis amigos y hacer como si nada. Quería

retomar mi vida normal. Me pasé todo el camino pensando cómo explicarle a María lo que me

había pasado. Era la única persona de confianza que tenía en ese momento. Y al fin llegué,

temblando, inseguro, con miedo, pero lo hice. No le dejé pronunciar ni una palabra, se sentó

enfrente de mí y empecé a relatar todo. Cuando terminé, sentí que me había quitado un peso

de encima. Ella asintió con la cabeza y dijo que me creía. Yo, asombrado, empecé a contarle todo

de nuevo, pero ella me cortó.

- Jaime, tranquilo, te creo. Desde el primer momento sabía lo que te había pasado. Lo vi todo,

pero he esperado a que quisieras contármelo. Sé que quieres volver pero no es fácil, solo tienes

una oportunidad para regresar, pero es solo una noche cada 10 años. No se sabe si puede ser

mañana, dentro de 8 meses o dentro de 6 años. Te aconsejo que estés tranquilo y que seas lo

más discreto posible. Por ahora soy como tu “madre” y hemos de parecer una familia.

Sus palabras me tranquilizaron, me sentía más seguro. Empezamos a planear nuestra

vida de madre e hijo, sin olvidarnos de ningún detalle para que fuera lo más real posible y no

levantar sospechas. Decidió que a partir del lunes fuera a las clases de don Andrés, que hiciera

amigos, ya que me podría quedar una larga temporada en Burgos.

Ya era domingo, y debíamos ir a la iglesia como buenos cristianos. Allí me encontré con

don Andrés, y le comenté junto a mi madre si podría empezar en sus clases el lunes. No hubo

ningún problema, las cosas iban saliendo a la perfección. Al salir de la iglesia, mientras mi

”madre” y don Andrés charlaban, vi a los mismos niños que me persiguieron burlándose de una

chica. Me armé de valor y fui a defenderla. Cuando tuve la oportunidad de verla, me quedé sin

aliento. Era una chica de pelo moreno y rizado, ojos verdes y una silueta de sirena. Nunca había

sentido esa sensación, ni me habían hablado sobre ella.

- Gracias por haberme protegido. Me llamo Leonor. He escuchado que vas a incorporarte a las

clases de Don Andrés. Si quieres quedamos el lunes y vamos juntos al colegio.

- No hay de qué Leonor. Me parece perfecto, mañana te espero aquí mismo.

Llegó el lunes, mi primer día de clase junto con Leonor. Siempre me había interesado,

desde que empecé en el Ave María, saber cómo serían las lecciones de don Andrés. Poco a poco

pasaban los meses, ya iba comenzando a tener amigos y a sentirme a gusto en ese ambiente y

a creerme que esa vida era “real”. Empecé a notar mi vocación por la enseñanza y mi gran

admiración por don Andrés. Casi todas las tardes iba a su casa a que me diera clases, y le ayudaba

cuando iba a casa de la gente pobre. Era un gran ejemplo para mí. Teníamos mucha confianza y

un día decidí contarle mis sentimientos hacia Leonor.

- Jaime, Jaime... lo que te pasa se llama estar enamorado.

- ¿Y a usted le ha pasado alguna vez?

Y no me respondió. Sabía que era muy religioso, pero mi pregunta iba con segundas. Me

había fijado siempre en cómo miraba a mi “madre” y era de la misma manera que yo miraba a

Leonor.

Ya era el año 1856. Habían pasado 10 años desde que llegué a Burgos. Había establecido

mi relación amorosa con Leonor, me encantaba quedar con ella, abrazarla y decirle que la

quería, porque no sabía cuál sería el último día con mi amada. Ella no sabía nada de mi verdadera

historia, así que un día decidí contársela.

Reuní a Leonor, a don Andrés y a mi “madre” en mi casa para que supieran la verdad.

Me senté junto a María y nos cogimos de la mano. La notaba nerviosa, aunque no sabía el

porqué. Don Andrés se sentó enfrente de mi “madre” y vi que, efectivamente, ahí había amor.

La verdad es que le cogí mucho cariño a María. Había confiado en mí desde que llegué

y no hay palabras para describir lo agradecido que le estaba. Comencé a contarles todo y cuando

terminé, mi “madre” me guió hacia mi habitación. Me dijo que mirara por la ventana. Había un

eclipse de sol. Y en ese momento fue cuando entendí el nerviosismo que tenía. Era mi día, ya

tenía 24 años y empecé a recordar todos los momentos con mi verdadera familia, pero cuando

fui hacia el salón me di cuenta de que estaba entre la espada y la pared. Leonor estaba llorando

desconsoladamente. Sólo con mirarnos entendimos que llegó nuestro final.

Salí hacia el bosque acompañado de los tres, y empecé a agradecerles esos diez años

tan maravillosos. Llegó el momento, tenía la misma sensación que cuando llegué. La luz dirigía

mi camino y, justamente cuando iba a cruzar, Leonor me gritó entre lágrimas: “¡¡¡Estoy

embarazada de ti!!!”. Me giré, la miré, y todo acabó.

Año 2016. Soy el actual director del Ave María San Cristóbal. Y estaba en lo cierto;

además de que su vocación era sincera, don Andrés estaba enamorado en secreto de mi madre.

Y aunque hemos estado creyendo todos estos años que el nombre tiene motivo religioso, sé que

no es ése sólo el motivo. Es en honor a mi “madre” y a mi hija, las cuales se llaman María.

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE ESO

Y FORMACIÓN PROFESIONAL BÁSICA

ACCÉSIT

PAULA SCHULTE GARCÍA

3ºA ESO

AVE MARÍA DE LA QUINTA

SUEÑOS

Todo comenzó junto a la estatua de Don Andrés Manjón... Desde el día en el que me golpeé la cabeza con la estatua empecé a tener sueños, sueños muy extraños en los que aparecía una puerta de color negro por la que salían destellos de luz y ruidos muy fuertes. Siempre que me disponía a cruzar la puerta, me entraba miedo por todo el cuerpo y supongo que esa era la razón por la que me despertaba; tener ese sueño ya era una rutina. Un día conseguí cruzar aquella extraña puerta y comencé a descender unas escaleras, sin apena poder ver nada hasta llegar a otra puerta en la que había escrito, con letras enormes: “SI DECIDES ENTRAR NO PODRÁS VOLVER ATRÁS”. No me lo pensé dos veces y avancé. Aparecí en un paisaje verde, lleno de árboles y la gente deambulaba por caminos de tierra con ropajes marrones y bastante rotos; supuse que había retrocedido en el tiempo. Delante de mí había una enorme piedra por lo que nadie me veía y decidí quedarme allí un rato más para reflexionar sobre lo ocurrido. No sabía dónde estaba, no conocía a nadie, tampoco sabía el porqué de mi presencia allí y eso me asustó mucho. Tras estar un rato reflexionando me levanté para buscar algo de beber y comprobé que mi ropa era como la de ellas, una falda color marrón, una especie de camiseta blanca con botones y unas alpargatas negras. Seguí un pequeño camino de tierra, sin saber a dónde me dirigía cuando una niña más o menos de mi edad se acercó a mí y me preguntó por mi nombre y aproveché para preguntarle dónde me encontraba, ella me sonrió y quiso saber si andaba perdida pero antes de que yo contestara cogió mi mano y tiró de mí hasta llegar a un conjunto de cármenes blancos, con muchos niños jugando a su alrededor y enfrente pude reconocer rápidamente la Alhambra, estaba en el Albaicín, en Granada. La chica me dijo que ese era su nuevo colegio llamado Ave María Casa Madre y que gracias a Don Andrés Manjón podían aprender tranquilamente, con espacio y con amor. Me sentí muy familiarizada con el nombre del colegio y con el nombre de su fundador, ya que yo estoy en uno de sus colegios gracias a él también. Yo ya había visitado varias veces el colegio Ave María Casa Madre pero me entró curiosidad por ver cómo era antes, y entré. La chica cerró la puerta de un portazo y nada más levantar la vista pude contemplar el paisaje que tenía delante de mí, varios niños pasándose la pelota, un patio enorme lleno de plantas, muchos árboles, un espacio bastante amplio donde se podía observar la Alhambra con tranquilidad. La chica comenzó a andar y yo la seguí, supuse que ya era el momento de preguntarle su nombre y así hice, me miró con una amplia sonrisa y me dijo : -Soy Cristina, ¿cuál es tu nombre?. Respondí con voz muy tímida: “Paula” - y seguimos andando. Después de dar varias vueltas por todo aquel territorio, Cristina se paró delante de un edificio de color blanco, con una puerta de madera oscura y con un par de ventanas y me dijo que esa era su clase. Entramos, no había nadie pero el aula estaba llena de lo que parecían cuadernos y de pupitres con sillas, no había muchos, unos diez, pero el ambiente me encantó. Por las ventanas entraba mucha claridad y me senté en una silla, para sentir lo que ellos experimentaban cuando entraban en la clase y aprendían cosas nuevas. Cogí un cuaderno y le eché un vistazo, todas las letras eran muy redondas y todo estaba escrito con mucha paciencia y precisión. Pasamos allí un rato muy agradable y Cristina me contaba que había visto varias veces a Don Andrés Manjón pero nunca se había atrevido a hablar con él porque decía que le daba mucha verguenza; pero se notaba que hablaba de él con mucho

cariño y con una voz muy dulce por lo que entendí que sentía admiración por él. Yo escuchaba con atención las anécdotas de ella, cuando el sonido de la puerta chirriando hizo que Cristina y yo nos diésemos la vuelta asustadas. Delante de la puerta había un hombre con el pelo de color blanco, pero la mayor parte estaba tapado por un sobrero de color negro que hacía juego con su túnica larga negra también. Pensé que podía ser Don Andrés Manjón pero luego me acordé de que por las tardes le encantaba dar un paseo con su burra por las cuevas que había más arriba y contemplar a la gente. El hombre comenzó a acercarse lentamente y reconocí su cara enseguida, efectivamente era él. Cristina se levantó nerviosa y empezó a decirle que lo sentía mucho y que solo había venido para enseñarme su nueva clase, ya que yo era nueva y acto seguido me levanté yo también. Don Andrés Manjón nos miró con una amplia sonría y me preguntó de dónde era y sin saber qué decir le contesté lo primero que se me pasó por la cabeza. Él, un poco asombrado me preguntó qué era lo que quería aprender nuevo y lo supe al instante, saber hacer esas letras tan grandes con tanta precisión y con tanto cariño como las de aquellos cuadernos. Aceptó encantado y cogió una especie de hoja, no muy grande, y me dijo que comenzase a escribir letras sueltas. No me salieron ni por asomo como las otras pero me dijo que probase de nuevo dejándome llevar como si pintase un cuadro con delicadas pinceladas y así hice durante más de media hora. Al terminar la clase Don Andrés Manjón cogió mi hoja y la revisó lentamente hasta el final y me miró con una cara de satisfecho y me dijo: -Lo has hecho muy bien, como te decía antes, con cariño y esfuerzo se consigue todo lo que te propongas. Comenzó a recoger su pluma y mi hoja y colocó bien las sillas. Se puso su sombrero y antes de salir por la puerta nos dijo que si nos gustaría acompañarle a dar una vuelta por las cuevas y por aquellos paisajes, Cristina y yo nos miramos con cara de asombro y de felicidad a la vez y aceptamos alegremente. Yo me había quedado con las ganas de preguntarle cosas sobre su vida y así hice cuando vi el momento oportuno. Las cuestas eran inmensas y llenas de piedras. A mi lado caminaba Cristina y a mi otro lado se encontraba Don Andrés Manjón sobre su famosa burra. Pasé todo el camino acariciándola y observando las vistas impresionantes. Llegamos a una explanada de la que salían varios caminos que ascendían en dirección a una pequeña montaña y a su alrededor se dispersaban cuevas, unas más grandes que otras pero iguales de bonitas. En esa explanada se detuvo Don Andrés Manjón y le ofreció a la burra un cubo con agua y esta comenzó a beber. Nos sentamos y vi el momento ideal para preguntare más cosas de su vida, cómo, por qué decidió hacer la escuela, si le gustaba enseñar, en que cueva oyó a la mujer cantar el Ave María... Esperé hasta que estuvo bien cómodo y sentado para empezar a preguntarle, en un principio pensé que le habían molestado las preguntas por la cara que puso, pero no fue así, si no que me contestó muy amablemente y supongo que la cara que puso fue de sorpresa al ver que una niña como yo se interesaba por su vida. Me dijo que llevaba en su mente desde hacía años la idea de poner escuelas en el campo y que al pasear por los alrededores de Granada esas ideas crecían. Me contó con anhelo que finalmente se decidió cuando al pasear por el sacro-monte oyó sorprendido el canturreo de la Doctrina Cristiana y al asomarse a la cueva observó a una mujer pequeña rodeada de chiquillas y se preguntó que si aquella mujer podía por qué él no. También me relató que lo que el pretendía era crear una escuela en la que todo no fuese repetitivo y mecánico para que los niños aprendiesen de forma feliz y que les gustase. Cuando me lo contó me quedé fascinada porque gracias a él muchos niños pobres pudieron aprender y porque él decía que la

educación era para todos igual. Don Andrés Manjón se levantó y justo cuando me disponía a darle las gracias un pitido incesante me despertó: “pipipí pipipí…” Era la alarma de mi reloj, abrí los ojos y me encontraba de nuevo en mi cama, en mi cuarto y con mi ropa puesta. Estaba claro que todo había sido un sueño pero tener tan cerca a Don Andrés y poder aprender algo nuevo parecía tan real... Gracias a ese sueño supe un poco más de él y de cómo gracias a su valentía y amor por la enseñanza muchos niños aprendieron a escribir, leer...Todavía sigo esperando tener un sueño de esos de nuevo para saber más y conocer todas las costumbres de aquellos años.

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA BACHILLERATO Y FORMACIÓN PROFESIONAL

PRIMER PREMIO

PAULA DOMINGO LÓPEZ

2º BACHILLERATO

AVE MARÍA CASA MADRE

SOY LEYENDA

Junto a la estatua de Don Andrés Manjón empezó todo… o quizá debería decir que fue

ahí donde terminó todo. A veces en la vida, las cosas no son tan sencillas de distinguir como lo

son el blanco o el negro. Os voy a contar mi historia para que lo entendáis.

Yo iba de paso, cuando no me quedó más remedio que sentarme a descansar un rato

junto a la estatua de Don Andrés Manjón, la que queda al fondo de la Casa Madre. Tenía prisa

porque se me había hecho tarde, y ya empezaba a notar sobre mi piel los aguijones del invierno.

El frío le sienta fatal a mis huesos, e iba todo lo deprisa que podía antes de que bajaran

demasiado las temperaturas. Pero ese esfuerzo había consumido todas mis fuerzas, y ahora

estaba absolutamente agotado.

La Casa Madre es un colegio al pie del Sacromonte, y yo, que he estado en muchos

colegios porque me gusta mirar a los niños jugar, sé que éste es distinto a todos los demás. Tiene

árboles por todos sitios, algunos de ellos enormes, un río que perfila sus límites, y hasta una

pradera donde los alumnos aprenden a sembrar y a cuidar animales de granja. Y cuando salen a

jugar al patio, enfrente tienen nada menos que la Alhambra. Así que aquí no es fácil sentirse

encerrado.

Aquel frío día de principios de invierno, mientras esperaba a que me volvieran las

fuerzas, decidí acercarme al aula que tenía más cerca, y permanecí un rato mirándolos por la

ventana. Debía ser una aula de primaria, porque los niños que estaban dentro no eran muy altos.

Miraban atentamente a su profesora, que garabateaba en una pizarra oscura símbolos

incomprensibles. ¡Sí que era difícil lo que aprendían esos chicos¡ Uno de ellos miró hacia la

ventana, y al verme dibujó una gran sonrisa y me señaló con su lápiz de madera, y yo salí

corriendo. Porque aunque me gusta mirarlos, por experiencia sé que con los niños es mejor

guardar las distancias, ya que son imprevisibles.

Me senté en el alfeizar de una de las ventanas altas, donde un agradable rayo de sol,

quizá el único que quedaba, calentaba mi cuerpo. Ya empezaba a temer que el esfuerzo hecho

para llegar hasta allí había sido excesivo y que no me recuperaría tan fácilmente, porque a veces

las fuerzas no vuelven solo con descansar.

El tañido de una campana espantó a los pájaros que había cerca, y yo miré con mi cuerpo

derrotado cómo una nube de chiquillos salieron de todas las puertas para abordar el tranquilo

patio de recreo, convirtiéndolo en un enjambre de carreras, chillidos, colores, risas y balones.

Después de todo, qué es un patio sin niños.

De repente, un llanto destacó por encima de todo lo demás. Desde arriba pude ver que

uno de los niños había tropezado con otro, y los dos cayeron al suelo. Uno había salido peor

parado que el otro, y tenía un rasguño en la rodilla. Y lloraba amargamente. Me emocioné

cuando vi que la niña con la que había tropezado, más pequeña que él, corría a mojar su pañuelo

en la fuente y lo llevaba a la rodilla del pequeño. No os preocupéis por el niño, enseguida llegó

un profesor a ayudarlo. Y lo levantó en volandas, como si estuviera hueco. Y hasta le dio un beso

en la frente, mientras le decía “Cualquier día vas a abrirte la crisma”.

Traté de seguir mi camino, pero enseguida me di cuenta que me dolía todo el cuerpo.

Empecé a pensar que no podría seguir. Me di una vuelta tranquila por el enorme colegio,

plagado de vida, de verde, de pequeños rincones y detalles, todos mágicos.

Decidí acercarme hasta donde solían estar los mayores, y en mi camino me topé con

unas personitas todas vestidas iguales, que se movían nerviosas y gritonas por un patio cercado.

Eran los más pequeños del cole. Unos jugaban con una pelota de goma, otros se deslizaban por

los toboganes, y otros jugaban dentro de esas pequeñas casitas que tanto gustan a los niños.

Llegué en el momento en que terminaba su descanso, porque una de sus señoritas gritó

- Niños, ¡a clase!- dando una fuerte palmada en el aire. Y al escuchar esa llamada, todos los

niños, obedientes, como si fuera una parte más de su juego, se colocaron en filas de dos, y se

dirigieron a sus respectivas clases. Era curioso verlos ir hacia sus clases igual de contentos que

estaban en el patio.

Los mayores también estaban en sus clases. Me encantaba observarlos, eran todos tan

diferentes… pero tan iguales.

Una de las clases tenía la puerta abierta. Si hubiera sido verano, o primavera, jamás me

habría acercado. Pero hacía mucho frío. Me asomé y pude comprobar que no había profesor.

Solo un pequeño grupo de chavales atendiendo a uno de sus compañeros, que les explicaba muy

serio algo que, posiblemente los otros no debían entender. Hacía bien el papel de profesor, y

mandaba callar a sus compañeros alborotadores. Qué muestra de preocupación por sus

compañeros. Ese aire de compañerismo se respiraba por todo el colegio.

Tenía tanto frío que ya empezaba a no sentir mi pequeño cuerpo. Despacio y en silencio

me colé al final de la clase, y me quedé junto a un radiador que había debajo de una ventana.

Enseguida empecé a entrar en calor. Estaba tan agotado, y era tan agradable la sensación, que

me entró sueño, y con mucho esfuerzo apenas conseguía mantener los parpados abiertos.

Por la ventana había podido ver chicos corriendo, frotándose las manos de frío, y

jadeantes por el cansancio. ¡Anda que iba a poder hacer yo eso! Varios de ellos se agruparon y

comenzaron a coger aros, conos y pelotas, con los que hacían muchos ejercicios que a mí se me

antojaron absurdos, aunque a ellos parecía gustarles.

Ese fue mi último recuerdo, antes de dormirme agotado.

Todos comenzaron a mirarme gritando : ¡Cuidado! ¡No le hagáis daño! Y, por increíble

que parezca, los chavales no me hicieron nada. Yo los miraba asustado, pero sin fuerzas para

salir corriendo.

- Ha entrado aquí porque tiene frío – dijo uno

- Y hambre – dijo otro – está huesudo

- Parece un Mirlo – dijo uno, que parecía el más listo – pero nunca había visto uno

amarillo. En mi pueblo todos son negros.

- Por el tamaño podría ser un Mirlo – dijo el profesor, que acababa de entrar – pero es

una Oropéndola.

Lo cierto es que no soy un ave de esas que me guste la compañía. Más bien todo lo

contrario, pero me faltaban las fuerzas. No sabía qué iba a ser de mi a partir de ese momento.

- Lo raro es que esté aún por aquí. Por las fechas que estamos ya debería estar en África.

Seguramente se ha retrasado. Si sigue su viaje es muy posible que muera.

- Podríamos cuidarlo hasta que llegue la primavera – dijo una niña, que no hacía más

que sacarme fotos con su móvil.

- Solo si nos comprometemos todos – dijo el profesor.

Entonces un sonoro “SI” llenó el aula. Y todos se distribuyeron los trabajos para

cuidarme durante el invierno. Uno trajo una jaula enorme. Otros se encargaban de mi comida.

Otros eran los encargados de que mi jaula estuviera limpia. Incluso había un grupo de ellos

encargado de acercarme a la ventana todos los días, para que me diera un poco el sol. Y que yo

agradecía saltando dentro de mi jaula.

Todos allí me conocían. Me convertí en una leyenda, porque había sobrevivido a un

accidente casi mortal. Yo sabía que estaba vivo gracias a ese colegio, a ese puñado de niños,

grandes y pequeños, y a sus profesores, que con el tiempo supe que siguen las pautas de su

fundador a la hora de educar a los niños. ¡Qué persona más maravillosa debió ser! Dando todo

lo que tenía, entregándose, y preocupándose por los demás. Sobre todo por los que más lo

necesitaban. Es increíble que después de tantísimos años siga presente ese espíritu de

dedicación que él dejó.

Cuando pasó el invierno abrieron mi jaula, y volé alto, alto, alto… pero antes di un par

de pasadas por encima de un centenar de cabezas que me miraban sonrientes, como

agradecimiento. Cada otoño sobre vuelo la Casa Madre feliz, porque ahora también es mi casa.

Espero que ahora entendáis porqué digo que junto a la estatua de Don Andrés terminó

todo, porque hasta ahí llegó mi viaje. Pero también entendéis porqué digo que junto a la estatua

de Don Andrés es donde empezó todo.

IV CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS

DEL AVE MARÍA

CATEGORÍA NECESIDADES EDUCATIVAS ESPECIALES

Y AULA DE INTEGRACIÓN

PRIMER PREMIO

LUCÍA PARRADO RODRÍGUEZ

PTVAL-C

AVE MARÍA S.CRISTÓBAL

LOS CINCO SENTIDOS DE MANJÓN

Junto a la estatua de don Andrés Manjón empezó todo. Había un bosque lleno de

árboles y plantas, donde don Andrés se encontró con unos niños que eran pobres. Él pensó

que podía ayudarles y se los llevó a su casa.

Don Andrés Manjón construyó una cueva de piedra y más tarde la convirtió en casa.

También construyó un colegio, donde quería que fueran los niños para aprender a leer y a

escribir.

Como había tantos niños y don Andrés no tenía ni lápices ni libretas, les enseñó con

piedras y palos a leer y escribir. También les enseñó a sumar y restar.

Don Andrés Manjón vestía con una capa y una túnica morada. Era muy buena persona

y todo el mundo le quería.

Todos los niños le querían mucho y le tenían mucho cariño. Siempre se hacía querer por

todo el mundo.

Ayudaba a todas las familias que no tenían ni para comer, dándoles pan y aceite.

Su casa era muy humilde y sencilla, su cama era de madera y las paredes de la habitación

estaban elaboradas en piedra. Estaba construida en una montaña que hoy se conoce como el

barrio del Sacromonte. Hoy día sigue siendo un colegio.

Todos los niños aprendieron muchísimas cosas. Cuando entraba un niño nuevo todos

los demás jugaban con él y se encontraban muy felices al conocer a don Andrés.

Al final todos los niños se hicieron muy amigos y don Andrés siguió dando clase y

enseñando a más niños.

CATEGORÍA NECESIDADES EDUCATIVAS ESPECIALES

Y AULA DE INTEGRACIÓN

ACCÉSIT

JORGE GÁMEZ GÓMEZ

6ºB EPO

AVE MARÍA DE LA QUINTA

AVENTURA CON DON ANDRÉS

Junto a la estatua de don Andrés Manjón empezó todo. Román estaba allí, era un niño nuevo de diez años con el pelo castaño y de mi estatura.

Me acerque a él y le dije que si quería ser mi amigo y él me dijo vale.

Nos fuimos a comernos un bocadillo y luego nos fuimos a jugar al fútbol. Cogí la pelota, la lancé con fuerza y el árbol se abrió, la pelota se coló por un agujero que se abrió en su tronco.

Román y yo entramos por el agujero a buscar nuestra pelota y nos encontramos un enorme campo de fútbol de césped.

Había un hombre con canas y vestido de negro que nos llamó y nos dijo: ¡HOLA CHICOS! Me llamo Andrés y vivo aquí desde que fundé las escuelas del Ave María desde hace ya varios años. Os veo todos los días jugando en el patio a través de las hojas.

Mi sueño siempre fue ayudar a los niños y niñas y creo que lo he conseguido. Me gustaría que volvieseis a vuestro patio y que sigáis trabajando. Román y yo le hicimos caso y nadie nos creyó, ¡jajajaja! Hicimos una redacción con lo que había pasado y a todo el mundo le gustó. Pero lo que no sabían es que había ocurrido de verdad.