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JACQUES CONCARNEAU: NOTICIA DEL ULTIMO MARINO ROMANTICO Pedro Atienza y José Luis Tellez A pasionadamente triste. Soy apasionada- mente triste», gustaba declamar. Era proclive a la nostalgia y silbaba músi- cas que decía haber encontrado en los versos del célebre bretón Tristán Corbier, paisano suyo y grande poeta celta... Concarneau se lla- maba. Jacques Concarneau. Vivió en la mar y buscó tierra firme para morir. Su epitafio lo halló, según me dijo, a los 33 años de edad. Reza en su tumba esta leyenda: «bretón, marino y desdeñoso del mundo». Era poseedor del orgullo que otorga la soledad: se supo único y e displicente con casi todo. Creo que era borracho -lamentable- mente sólo puedo ciar mi amistad con él en unos días- y supersticioso, como las gentes de su país, gentes de mar. Consultaba el vuelo del ave y mi- raba en la noche, minuciosamente, el firmamento. Se abstraía con cilidad suma, aunque podía ser irónico y lenguaraz. Rería sus historias mirando al poniente, como si el final de esas historias estu- viera enterrado en el mar último. Su esquelética figura le proporcionaba cierto aspecto ntasma- górico, que él cultivaba con verdadero deleite. Era culto y holgazán, y en su primera juventud debió ser violento. Trabamos conocimiento en Marsella. El citán Concarneau contaba los días que le restaban be- biendo y rememorando en los ambientes portua- rios de la ciudad. Conocía mi lengua porque era hijo de española, aunque llegó a consarme · sus reticencias hacia nuestro país. Durante una gran borrachera en la que narró peripecias marinas en tono serio y aflijido -y que yo cuidadosamente grabé- hicimos amistad. Nos unía el amor a Bre- taña, la mar, ciertas lecturas, la porfía de escarb en el pasado y una aguda propensión al pesi- mismo. Mi juventud le debió conmover, viéndose inducido a vituperarla casi tanto como a las muje- res, género éste del que apetecía a menudo pero al que era reactario. Me enseñó a mirar el océano, 166 amar la tradición, y a buscar la soledad de las ciudades. También en su palabra descubrí el arte de la elocuencia. Ahora transcribo casi literalmente una parte del pasado, de su pasado, que se estancó en mi gra- badora. Murió en 1976. ¡ Seas acogido en el país de los muertos, capitán Concarneau ! «Cada singladura es la última. Alguien observó que con cada partida algo se pierde. En ecto, el viaje marítimo es una transgresión de la vida. Como decía Gastón Bachelard el héroe del mar es un héroe de la muerte. Estos pensamientos cobraron vida en mí hacia 1926. Yo contaba 15 años y era irrespetuoso y arrebatado. Habíamos zarpado de las costas cana- dienses y tomado rumbo hacia los bancos de Te- rranova. Navegábamos en la goleta Elsie. La pesca en los bancos de · bacalao se ectuaba en pequeñas embarcaciones de ndos planos llama- das doris, cuyas bancadas podían quitarse con cilidad, permitiendo así la estiba de unas sobre las otras al transportarlas a la zona de pesca. Como cada mañana eron botadas las doris, y distribuidos por parejas nos dispusimos a pescar. Mi acompañante era un canadiense entrado en años, rudo y parco en palabras. Recuerdo que sólo me miró para decirme que habíamos de vol- ver a la goleta. Pregunté la razón: el tiempo era bueno y en apariencia no había excusa para aban- donar la tarea. No obtuve respuesta. Pocos minu- tos después se desencadenaba un erte temporal. El viento enrabietado me_ dio la explicación que había pedido a mi silencioso acompañante. La niebla se echó encima de la Elsie y en unos segundos no veíamos más allá de un metro. Fue entonces cuando el canadiense me contó que años atrás, en 1885, dos hombres -Howard Blackburn y Tom Welch- realizaban nuestro trabajo. También el tiempo era bonancible y el día estaba claro. Indianos

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  • JACQUES CONCARNEAU: NOTICIA DEL ULTIMO MARINO ROMANTICO

    Pedro Atienza y José Luis Tellez

    Apasionadamente triste. Soy apasionadamente triste», gustaba declamar. Era proclive a la nostalgia y silbaba músicas que decía haber encontrado en los

    versos del célebre bretón Tristán Corbier, paisano suyo y grande poeta celta... Concarneau se llamaba. Jacques Concarneau. Vivió en la mar y buscó tierra firme para morir. Su epitafio lo halló, según me dijo, a los 33 años de edad. Reza en su tumba esta leyenda: «bretón, marino y desdeñoso del mundo». Era poseedor del orgullo que otorga la soledad: se supo único y fue displicente con casi todo. Creo que era borracho -lamentablemente sólo puedo cifrar mi amistad con él en unos días- y supersticioso, como las gentes de su país, gentes de mar. Consultaba el vuelo del ave y miraba en la noche, minuciosamente, el firmamento. Se abstraía con facilidad suma, aunque podía ser irónico y lenguaraz. Refería sus historias mirando al poniente, como si el final de esas historias estuviera enterrado en el mar último. Su esquelética figura le proporcionaba cierto aspecto fantasmagórico, que él cultivaba con verdadero deleite. Era culto y holgazán, y en su primera juventud debió ser violento.

    Trabamos conocimiento en Marsella. El capitán Concarneau contaba los días que le restaban bebiendo y rememorando en los ambientes portuarios de la ciudad. Conocía mi lengua porque era hijo de española, aunque llegó a confesarme · sus reticencias hacia nuestro país. Durante una gran borrachera en la que narró peripecias marinas en tono serio y aflijido -y que yo cuidadosamente grabé- hicimos amistad. Nos unía el amor a Bretaña, la mar, ciertas lecturas, la porfía de escarbar en el pasado y una aguda propensión al pesimismo. Mi juventud le debió conmover, viéndose inducido a vituperarla casi tanto como a las mujeres, género éste del que apetecía a menudo pero al que era refractario. Me enseñó a mirar el océano,

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    amar la tradición, y a buscar la soledad de las ciudades. También en su palabra descubrí el arte de la elocuencia.

    Ahora transcribo casi literalmente una parte del pasado, de su pasado, que se estancó en mi grabadora. Murió en 1976.

    ¡ Seas acogido en el país de los muertos, capitán Concarneau !

    «Cada singladura es la última. Alguien observó que con cada partida algo se pierde. En efecto, el viaje marítimo es una transgresión de la vida. Como decía Gastón Bachelard el héroe del mar es un héroe de la muerte.

    Estos pensamientos cobraron vida en mí hacia 1926. Yo contaba 15 años y era irrespetuoso y arrebatado. Habíamos zarpado de las costas canadienses y tomado rumbo hacia los bancos de Terranova. Navegábamos en la goleta Elsie. La pesca en los bancos de · bacalao se efectuaba en pequeñas embarcaciones de fondos planos llamadas doris, cuyas bancadas podían quitarse con facilidad, permitiendo así la estiba de unas sobre las otras al transportarlas a la zona de pesca. Como cada mañana fueron botadas las doris, y distribuidos por parejas nos dispusimos a pescar. Mi acompañante era un canadiense entrado en años, rudo y parco en palabras. Recuerdo que sólo me miró para decirme que habíamos de volver a la goleta. Pregunté la razón: el tiempo era bueno y en apariencia no había excusa para abandonar la tarea. No obtuve respuesta. Pocos minutos después se desencadenaba un fuerte temporal. El viento enrabietado me_ dio la explicación que había pedido a mi silencioso acompañante. La niebla se echó encima de la Elsie y en unos segundos no veíamos más allá de un metro. Fue entonces cuando el canadiense me contó que años atrás, en 1885, dos hombres -Howard Blackburn y Tom Welch- realizaban nuestro trabajo. También el tiempo era bonancible y el día estaba claro.

    Indianos

  • Acaso ellos no miraran al cielo o no fueran augures porque súbitamente les sorprendió un viento NW que empujó la dori en dirección contraria a la goleta. Cuando amainó el temporal la embarcación madre había desaparecido del horizonte. Todavía el viento traía nieve consigo, y los dos marinos náufragos se dispusieron a remar después de devolver la pesca al océano. Con la noche llegó la larga agonía de Welch, que amaneció muerto. El cuerpo de Blackburn se congelaba lentamente, como si una terrible venganza de la mar le hiciera víctima inapelable. El era valeroso, y la presencia de un cadáver suma redaños y lucidez. Asió con fuerza los remos y poco a poco, mientras se esforzaba en bogar, notó cómo sus miembrqs dejaban de poseerle. Redobló los esfuerzos por no dormirse: sabía que el sueño era una trampa de la muerte. Durante seis días luchó contra sus debilidades: supo que era uno y era mucho. Del séptimo nació un hombre nuevo. Un hombre desmembrado que había visto cómo otro hombre perdía sus dedos y sus pies.

    Años después Howard Blackburn atravesó el Atlántico dos veces en solitario. Nadie sabe cómo lo consiguió. Dos veces provocó a la muerte. Sin miembros y en un sloop de 9 m. arribaría en. Lisboa habiendo capeado dos temporales.

    Ahora, transcurridos los años desde mi conocimiento del suceso, rememoro el verso de Baudelaire: O mort, vieux capitaine, il est temp! Levons l'ancre! Aquel muchacho de 15 años, curioso y arrebatado, se ha convertido en un viejo respetuoso de la mar; en su seno aprendí a encararme con la muerte para seguir viviendo.»

    Pedro Atienza

    Al sentarme por vez primera ante la nutrida biblioteca de Pedro Atienza, tres fotografías erguidas entre los volúmenes solicitaron de inmediato mi atención. Tratábase de tres imágenes enmarcadas que, quizá azarosamente, parecían plasmar esa abstracción que se ha dado en denominar las tres edades del hombre. Reconocí al instante la juventud trágica de Esenin junto a la sólida madurez de alguien que, por sus rasgos, no podía ser otro (como luego se me confirmó) sino el padre de mi anfitrión. El tercero, por contra, era el de un anciano todavía vigoroso al que yo desconocía.

    -Jacques Concarneau, el último romántico-aseguró la voz de Pedro, quien, evidentemente,había seguido la dirección de mi mirada.

    Contempló la imagen en silencio y, al cabo de unos instantes, pasó a relatarme la historia de su relación con aquel hombre, algunos de cuyos pormenores conoce ya el lector.

    El personaje acució enseguida mi interés, así como la inevitable simetría que la situación entrañaba: un ser que, cercano ya a la muerte, no es

    Pedro Atienza/ José Luis Tellez

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    otra cosa sino el relato de sí mismo; otro hombre, mucho más joven, al que, frente a la desaparición del anterior, sólo le cabe testimoniar el relato de otro relato; un tercero, finalmente, espectador del segundo, privado irremediablemente del primero. Reflexioné que tal vez no podamos llegar a ser otra cosa sino algunas palabras que nos sobreviven en labios ajenos.

    Fue así cómo Pedro me hizo escuchar las cintas que contenían algunas de las conversaciones que con el viejo Capitán había mantenido, y cómo pude sentirme penetrado por la fascinación peculiar de aquella voz (pero tal vez sea esa la cualidad de todas las voces que han perdido su cuerpo). Después, sin una palabra, me alcanzó la carta que transcribo a continuación.

    «Marsella, 23 Octubre. Pedro ¿recuerda nuestra última conversaczon,

    cuando me preguntó si no había sentido nunca la tentación literaria ( creo que usted la llamó así) y yo le contesté que esas eran cosas de las gentes de tierra? He aquí que, como al azar, los hechos me han desmentido. Buscando una vieja carta náutica del puerto de Ostende ( que no hallé) encontré estas hojas difíciles de fechar y que corresponden a diversos fragmentos de diarios de a bordo que, no recuerdo por qué razón, no incluí entre los cuadernos de bitácora que destruí hacia 196 ... Yo nunca los consideraría literatura, pero quizá a usted puedan recordarle ciertos tiempos, cuando esos tiempos sean viejos para usted. Haga con ellos lo que guste. Es probable que ya no volvamos a vernos, y a mí de nada me valen. Enséñelos a sus hijos -temo que usted será de esos hombres que los tienen- y hábleles del mar y del Capitán Concarneau: conseguirá que se rían de usted, lo que, según creo, suele divertir a los padres. Pero también puedo equivocarme.

    A bientot!

    J. Concarneau

    Pregunté si Pedro conservaba aún los documentos a los que el Capitán aludía. Rebuscó entre una fila de carpetas, tendiéndome un manuscrito de letra amplia y anárquica.

    -¿Por qué no te encargas de la traducción? -medijo de repente mientras yo ojeaba el legajo. Mi conocimiento del francés es demasiado exiguo para acometer la empresa ...

    Me sentí súbitamente invadido por la pereza. E iba a rehusar, pero un breve instante de reflexión varió súbitamente mi casi formulada negativa. Alcancé a comprender que esta simple propuesta era un hecho que se entrelazaba con mi pensamiento inicial, dotándolo de una suerte de respuesta: las palabras del hombre que ya no alcanzaría a conocer habrían de pasar a través de mi propia escritura para perpetuarse. Era el eslabón que faltaba para concluir el círculo.

  • De este modo acepté una tarea que -excepción hecha de la caligrafia infame del Capitán- me ha deparado, amén de otros placeres, el de la supervivencia de mis propias palabras en unos labios muertos.

    UNA NOTA SOBRE LA TRADUCCION

    Jacques Concarneau hablaba, según atestiguan las cintas que Pedro Atienza conserva, un castellano sumamente fluido, con giros y construcciones ocasionales que parecen denotar una procedencia más libresca que coloquial, por lo erudita. Al parecer, su madrastra era hispanohablante, pero este hecho no puede explicar enteramente sus detalles de retórica antañona y la sorprendente cualidad de su vocabulario, rico de voces inusuales y extrañamente trabajoso en muchos términos de uso común. Una de las características más acusadas de su habla parece ser el hecho de dar grandes circunloquios y recrearse en alambicadas imágenes, lo que parece desdecir de su dificultad en el empleo, torpe y extemporáneo de frases hechas y tropos consuetudinarios. En mi opinión, el castellano del Capitán, bien que tuviese un auténtico origen familiar, había crecido esencialmente a través de la lectura, y quizá sin una voluntad decidida por su parte, toda suerte de fragmentos de extracción específicamente literaria empedraban aquí y allá su discurso, dotándolo de una peculiar artificiosidad.

    Bien otro es el caso en su escritura. Empleaba el francés (salvo excepcionales citas en otras lenguas) con precisión y exactitud y un sorprendente sentido del ritmo y la medida. He procurado conservar en lo posible su articulación de los períodos, dotada de un notable laconismo y marcada esencialmente por la rapidez: el gusto por la frase muy corta, la carencia de énfasis y la distribución de las oraciones mediante simples comas, lo que tiende eficazmente a producir un incremento de la velocidad de lectura.

    Una última precisión: Concarneau no fechaba sus diarios, salvo la indicación del mes y el día (ocasionalmente, también la hora) de modo tal que el orden de presentación definitiva de estos textos es, por fuerza, un tanto aleatorio. Ciertos episodios ( como aquél al que pertenece el fragmento que el lector hallará seguidamente) pueden reconstruirse sin dificultad: otros, lo han sido mediante datos contenidos en las cintas. Algunos, finalmente, resultan imposibles de situar en el tiempo y el lugar que les hemos asignado se debe tan sólo a la intuición o a meras razones de estructura literaria.

    José Luis Téllez

    Saipan, 28 Febrero

    Casi a medianoche hemos concluido la estiba.

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    Las balas de algodón resultaban extrañamente pesadas, se han desenganchado dos motones.

    1 Marzo

    He dado licencia a la tripulación: ya deben estar todos ebrios, salvo Claude y Belou que han quedado de guardia. Hemos bajado a la bodega y, como suponía, hemos encontrado las armas en el interior del algodón: en total, 32 fusiles máuser y abundante munición del 7 .63. Tras deliberar, hemos decidido esconderlas en el pañol de la sobrecubierta de popa y ocultar, por ahora, nuestro descubrimiento al resto de la tripulación.

    10 Marzo

    Por fin ha comparecido el funcionario con los permisos. Le acompañaba una especie de ayudante al que le faltaban dos dedos de la mano izquierda, han perforado las balas aquí y allá con una suerte de largas agujas. Era evidente lo que buscaban, parecían muy defraudados al abandonar la goleta.

    21 Marzo

    Hace ya cinco días que la calma nos impide zarpar: he permanecido casi toda la tarde sentado en la cantina del puerto. Estupor. El aguardiente de aquí es muy flojo. En la noche he recorrido interminablemente la única calle del poblado. Nostalgia de Sidney. U na mujer es igual a otra.

    22 Marzo

    A media tarde ha comenzado a soplar una brisa. Hemos logrado concluir el aparejo todavía con marea alta, a las 7,25 he dado orden de ;zarpar. Avanzamos a unos 8 nudos hasta la medianoche.

    30 Marzo

    La calma persiste. Se han arriado los chinchorros para remolcar el barco. A mediodía la posición es 11º 25' 25" S. y 123° 02' W. De continuar este estado de cosas, tardaremos al menos ocho días en avistar Namonuito. A última hora de la tarde, Favret y el español han reñido, violentamente se han trabado a puñetazos. Me he visto obligado a amenazarlos con la sentina, he arrojado el cuchillo por la borda y he permanecido casi toda la noche junto al timón. A eso de las 4 Belou ha venido a verme y me ha confirmado su temor a que estos hechos se repitan.

    2 Abril

    El calor es sofocante; los remeros, extenuados. He dado orden de remolcar el barco tan sólo de noche. Apenas hemos avanzado 55' hacia el SW. Durante toda la tarde he jugado una interminable

    Indianos

  • partida de ajedrez con el piloto: defensa india de dama y un complicado final de torres. Ya bien avanzado el ocaso nos interrumpió un golpe sordo y violento seguido de un desmesurado griterío: sin motivo aparente, la botavara del trinquete se ha desplomado sobre la cubierta, abatiendo a Brichot bajo su tajante mazazo. Su muerte ha sido instantánea, no hemos podido hacer nada por él. Tenía 19 años y era bretón, igual que yo.

    3 Abril

    De madrugada, y formada la tripulación, he leído la oración fúnebre y los restos amortajados de Brichot han sido arrojados al mar en medio del silencio. Ya se ha reparado el trinquete. El carpintero y yo hemos subido al puntal: no se observan señales de violencia, se diría que los pernos hubiesen sido desenroscados cuidadosamente, no existe un solo astillamiento. El hecho resulta por entero incomprensible. La calma continúa.

    14 Abril

    Los hombres comienzan a desmoralizarse. Se diría que la goleta pesa cada vez más, dicen, apenas son suficientes los esfuerzos de 12 remeros

    Pedro Atienza/José Luis Tellez

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    para remolcarla desde los chinchorros. A mediodía, una gaviota ha venido a posarse en la punta misma del bauprés: irresistible tentación de interpretar este hecho como un signo de cercanía a la tierra. Pero nuestra posición apenas ha variado, estamos al menos a 85 millas del puerto más cercano.

    15 Abril

    La gaviota continúa sin moverse de su emplazamiento: los hombres la contemplan con una mezcla de sorpresa y temor. Por la noche he hablado largamente con Favret y Belou: ambos sospechan también algún tipo de provocación oculta tras los hechos acaecidos. De vuelta al camarote, he sorprendido al cocinero, el negro Gwno, merodeando en torno a los pañoles de popa. Se ha retirado, quizá con precipitación, al verme aparecer. ¿Sospecha lo que hemos ocultado? O ¿es mi imaginación?

    17 Abril

    La sucesión de los hechos ha sido de una inasible celeridad, pero creo entender que el orden fue el siguiente: Claude, provisto de un botalón y situándose a horcajadas sobre la amura de estribor,

  • trataba de alcanzar el chicote de uno de los cables que sujetan el chinchorro pues, sin que pueda determinarse de qué modo, se ha trabado con el cepo del áncora: Favret y el cocinero le sujetan mediante otro cabo asegurado al mayor. En el espejo de las aguas inmóviles se forma de repente una enorme ola que zarandea el casco hasta el extremo de hacer visible por unos instantes casi los 2/3 de la obra viva: es incomprensible de dónde y cómo ha podido emerger esa montaña de agua. Los marineros son arrojados sobre cubierta, Claude cae al vacío, queda trabado por el cable, el barco se inclina hacia el lado contrario, el negro Gwno sale violentamente despedido por encima de la borda por efecto de la reacción del cabo de seguridad y cae al agua: la calma se restablece tan bruscamente como se quebró, pareciera que la superficie del agua jamás se hubiese alterado. Pero entonces distinguimos las aletas dorsales de varios escualos en torno al cuerpo del cocinero que se debate e intenta desesperadamente nadar: el chinchorro se dirige hacia él, Belou ( que tiene turno de remo) intenta dispersar a las odiosas bestias mediante un largo bichero, los restantes marineros empuñan los remos, arrojan un cable a Gwno: todo inútil. Casi antes de comenzar el· combate, nuestro cocinero ha sido destrozado totalmente, tan sólo los restos ensangrentados de sus ropas permanecen flotando unos instantes antes de desaparecer definitivamente. Durante las siguientes horas, en la moral de los hombres se produce una desolación creciente que no consigo atajar. A última hora de la tarde, el español y Claude logran capturar una pareja , de tibur{lnes que son izados sobre cubierta y aniquilados con minuciosa crueldad. Esta desigual y aleatoria \fenganza devuelve a la tripulación una parte de sus perdidos ánimos.

    La gaviota continúa, impasible, en su mismo emplazamiento.

    19 Abril

    A partir de hoy se comienza a racionar el agua, la galleta y la cecina. Ni un átomo de aire.

    20 Abril

    La goleta pareciera anclada en este espejo de pesadilla: dos cadáveres son ya un lastre excesivo. Los remeros sedientos, mal alimentados,

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    han de relevarse cada dos o tres horas. Todos saben que la situación es desesperada. Hemos avanzado 1° 20' desde el día 18, Pigalo debe estar aún a unas 65 ó 70 millas. Por la noche, el español ha cantado, con su voz grande y bronca una de las ásperas canciones de su país. El estribillo decía:

    «Si se muere la guitarra que la entierren por el río para que la toque el agua» (])

    Debido a la costumbre de quebrar las palabras para acoplarlas a la peculiar rítmica de su música, me ha sido imposible transcribir el resto· de la letra. No he querido preguntársela: ignora que comprendo su lengua. Pienso que el fragmento que he retenido podría encabezar nuestro epitafio.

    21 Abril

    Petipá, el marmitón, ha lanzado inopinadamente un hacha contra la gaviota, inmóvil en el mismo lugar: no ha podido soportar por más tiempo su obsesiva presencia. Su puntería fue precisa: le cercenó el cuello. No he tenido más remedio que castigarlo a media ración de agua, no puedo tolerar que se malgasten las herramientas.

    22 Abril

    La búsqueda de una potera que creí olvidada en cubierta me ha conducido hasta la escotilla de la sentina: el calor y la humedad son allí intolerables. Al descender, tropecé con unas piernas a la altura del pecho: Favret se ha ahorcado. Grité pidiendo ayuda, acudieron Belou, Farouche y el segundo, lo descolgamos no sin esfuerzo debido a lo reducido del espacio. Tuve una súbita corazonada y registré sus bolsillos. En uno de ellos he hallado algunos cartuchos no disparados de idéntico calibre a la munición de los fusiles ocultos (2). Todos hemos jurado guardar silencio. Favret contaba 42 años, era el más viejo de la tripulación.

    (1) En castellano en el original.(2) Por segunda vez, Concarneau comete el mismo error: el

    calibre del máuser no era 7.53, sino 7.92. Esto lleva a la desconcertante conclusión de que la munición hallada no pertenece a las armas escon_didas. Quizá sea ésta una de las claves ocultas en esta extraña aventura.

    Indianos

  • El indiano.

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