jessica hellmund

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Capítulo I Jessica Hellmund Siempre le he tenido miedo a la hoja en blanco. Como reportera, la falta de información cerca de las nueve de la noche, hora de cierre de redacción, es mi infierno personal. Observé el reloj de pared de la sala de redacción fijamente. El segundero se movía sumamente lento, pero los minutos pasaban tan rápido que solo quería lanzar la máquina de escribir directo a la pared. Eran las 7:20pm y no tenía nada. Ningún muerto, ningún robo, nada. Tenía la tentación de mirar por la ventana para ver qué sucedía en la sala de redacción del periódico de la calle del frente pero sabía que eso me presionaría aún más. Encendí un cigarrillo esperando alguna llamada de consolación

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En los años 70s, la periodista del departamento de sucesos de El Diario de Chicago, Jessica Hellmund, hará lo que sea para tener las primicias y exclusivas de las mejores noticias. ¿Qué tan lejos estará dispuesta a llegar?

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Capítulo I

Jessica Hellmund

Siempre le he tenido miedo a la hoja en blanco. Como reportera, la falta de información cerca de las nueve de la noche, hora de cierre de redacción, es mi infierno personal.

Observé el reloj de pared de la sala de redacción fijamente. El segundero se movía sumamente lento, pero los minutos pasaban tan rápido que solo quería lanzar la máquina de escribir directo a la pared.

Eran las 7:20pm y no tenía nada. Ningún muerto, ningún robo, nada. Tenía la tentación de mirar por la ventana para ver qué sucedía en la sala de redacción del periódico de la calle del frente pero sabía que eso me presionaría aún más. Encendí un cigarrillo esperando alguna llamada de consolación lanzándome alguna noticia ya masticada por la competencia. El cigarrillo se iba consumiendo poco a poco, y nada. Absolutamente nada.

La desesperada entrada del pasante que se infiltra en los demás periódicos interrumpió mis pensamientos. El chico

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corrió hacia mi escritorio, lanzó un par de documentos y continuó su recorrido por toda la sala. Comencé a leer con ansias, como un niño hambriento recibiendo algo de comer.

-Maldición… - susurré mirando la sección de sucesos. Elijah Van Der Busch tenía cuatro noticias diferentes para el día siguiente. Cuatro.

Destruí la corona del cigarrillo entre los párrafos del borrador de la competencia y me dediqué a parafrasear las líneas que allí se encontraban. Para un reportero, hacer semejante cosa es como estar en la base de la cadena alimenticia. No eres nada más que un parásito que devora las sobras de los verdaderos genios. Estaba asqueada por mi comportamiento, sobre todo porque llevaba varios días haciendo lo mismo y mi jefe lo había comenzado a notar. Mi trabajo estaba en juego y apenas llevaba dos semanas formando parte del Departamento de Sucesos.

Después de varios minutos de escritura continua, dejé el resultado final en el escritorio de mi jefe y escapé de la oficina. El olor a mediocridad que emanaba era tan notorio que sentí la necesidad de opacarlo con un poco de alcohol en el bar, de modo que salí del edificio de El Diario de Chicago directo al local Acta Nocturna, a dos minutos de la calle donde se encontraban las oficinas de todos los periódicos de la ciudad. Reporteros, fotógrafos y periodistas llenaban el sitio cada noche al salir de las oficinas.

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Entré al local decidida a olvidar el terrible día que estaba por terminar. Dentro del lugar reinaba la oscuridad. La poca luz que había era tenue y de color azul y amarillo. Entrecerré los ojos acostumbrándome al ambiente y encontré un par de taburetes vacíos en la barra. Estaban algo desgastados, además la madera de todo el lugar ya estaba perdiendo color. Suspiré y le dirigí la palabra al barman ordenándole un par de copas. Ambas eran para mí.

Perdí la noción del tiempo pero debió haber pasado un par horas porque los diseñadores de los periódicos comenzaron a aparecer en el sitio. Algunos tenían ejemplares del día siguiente en las manos mientras el resto del tiraje se imprimía en las instalaciones de cada diario.

Tuve la intención de levantarme y dejar el lugar cuando una mano pesada colocó El Diario de Chicago frente a mí. Volteé los ojos. Maldición.

-¿Los datos de tus noticias no te parecen conocidos?- La voz codiciosa de Elijah Van Der Busch se infiltró en mis oídos.

Tomé la cartera e hice el hincapié para levantarme, pero él volteó mi taburete, lo colocó frente a su cuerpo y me miró fijamente mientras movía su cabeza de un lado a otro de manera despectiva. Una delgada línea negra bordeaba sus pupilas grises creando un sentimiento de vacío infinito dentro de aquel par de esferas.

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-Jamás pensé que el gran Diario de Chicago sería capaz de contratar a una novata para un puesto en el Departamento de Sucesos. ¿Están al tanto de tu mediocridad o los engañaste como también engañas a los lectores?

Sentí su aliento en mi cara y fue cuando me percaté de que su rostro amenazante estaba demasiado cerca del mío. Resistí al instinto natural de alejar mi cuerpo ante tanto odio y decidí acercarme más a Elijah, buscando intimidarlo más de lo que él me intimidaba.

-Y ¿Cómo sé yo que no fue al revés? Deja de copiar mis noticias cual estudiante desesperado el día antes de un examen- Escupí mis palabras como si realmente me las creyera.

La fuerte carcajada del enemigo me hizo sentir la persona más ridícula de todo el bar.

-¿Al revés?- Exclamó molesto. -¿Al? ¿Revés? ¿Es lo único que se te ocurre? ¿Al revés?- Pude captar verdadero desprecio cuando borró la sonrisa de su cara y continuó gritando: -¡Eres el chiste más gigantesco que ha pasado por la historia de los periódicos de Chicago!

Intenté levantarme nuevamente e ignorar a semejante imbécil, pero su gruesa mano se posó con fuerza sobre mi barbilla y me mantuvo sentada. Dejé de lado el intenso dolor que sentí en mi mandíbula por puro orgullo. Elijah no podía afectarme en lo más mínimo, jamás lo permitiría.

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-Vuelves a repetir tus juegos de niña y yo mismo me encargaré de que la nueva noticia de mi columna sea tu muerte- amenazó tan fuerte que pude sentir su aliento quemando mi rostro.

Me empujó nuevamente a la silla y se alejó con paso firme. Me sentí humillada. Sumamente humillada y degradada. Necesitaba atacar de vuelta para retomar mi dignidad. Elijah Van Der Busch se había metido con mi orgullo y no iba a dormir hasta destruir el suyo y desvanecerlo.

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Capítulo II

Jessica Hellmund

De trago en trago me encontré a mí misma en el bar desolado. Las luces de colores se habían apagado para cederle el puesto a los incandescentes bombillos blancos que acompañan al barman a limpiar el local después de las faenas de la noche. Estaba sentada sola en la barra, los taburetes habían entumecido mi cuerpo y en mi cara sentía un cosquilleo profundo por culpa de incontables tragos que utilicé para calmar la ira que me produjo el encuentro con Elijah.

-Última llamada- exclamó Francis, el dueño del bar, mientras colocaba un trago de whisky frente a mis manos.

Miré el vaso con desidia, me sentía patética. Cogí impulso y me levanté de la barra, acomodé mi ropa y me puse la chaqueta, hedionda a tinta de periódico, alcohol y mediocridad. Sujeté con una mano el trago y lo tomé rápidamente para no sentir tanto el golpe en la garganta. Di media vuelta, luchando para no perder el equilibrio y salí del bar para dirigirme a casa. Si tomaba la avenida principal,

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llegaba en diez minutos. Pero decidí tomar un atajo entre el edificio de El Diario de Chicago y las oficinas de la competencia, por un oscuro callejón que olía casi tan mal como mi ropa. Obra del alcohol, supongo.

Tambaleando, caminaba por la calle llena de desechos, basura, y un aire espeso y maloliente. Encendí un cigarrillo doblado que encontré en el fondo de mi cartera y metí mis manos en los bolsillos de la chaqueta. El frío llegaba a mis huesos, logrando que el trayecto a casa se sintiera más largo aún. Caminaba mirando al suelo, solo pensando en cómo le vería la cara en la mañana a mi jefe.

-Seguro me colocará de nuevo en el área de farándula, o peor aún, la sección cultural- dije en voz baja, conversando con la borrachera que nublaba mi vista y alimentaba mi mal humor.

De pronto, a medio camino, vi a lo lejos dos figuras discutiendo. No sabía si eran el licor y la falta de sueño jugando conmigo hasta que me detuve y escuché la conversación de aquellas personas. Asumí que eran dos hombres por su tamaño y manera de moverse, aunque era difícil estar segura, ya que la única luz del callejón era muy tenue y a la vez parpadeaba. Era imposible identificar bien los rostros de los sujetos. Me escondí detrás del basurero industrial de El Diario de Chicago, lleno de ejemplares del día anterior con mi artículo igual de mediocre y poco original que el que me llevó al bar después del trabajo.

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-¡Que me des tu maldita billetera!- gritó uno de los hombres, mientras sacaba una enorme pistola. Me entumecí en miedo apenas vi el arma y tapé mi boca con las dos manos, dejando caer mi cigarrillo para que mi respiración no revelara mi ubicación.

-¡Por favor, te daré… te daré todo lo que quieras!- dijo el otro hombre tartamudeando aterrado. En ese instante, una rata salió del basurero en el cual me apoyaba. El animal inmundo me sorprendió tanto que sin darme cuenta solté un grito.

“¡BAM!” Mi grito asustó tanto al hombre de la pistola que causó que un tiro saliera disparado del arma. El cuerpo de la víctima cayó al piso, el asesino escapó corriendo y se perdió entre los pipotes de basura al final del callejón. Paralizada, como una estatua, miré a lo lejos cómo el hombre se desangraba. El pánico no me dejaba mover ni un dedo del pie. Una sensación punzante atravesó mi cuerpo. La adrenalina me sacó del trance y corrí en dirección del hombre en el piso. Me agaché colocándome a su nivel tratando de ignorar el creciente charco de sangre que arropaba el sucio suelo de la calle.

-¡Señor! ¡Señor! Dios mío, ¿está bien?- Gritaba sin parar y sin saber qué hacer.

Ya era muy tarde. El hombre estaba muerto. El disparo había pasado directo por el medio de su pecho y lo había matado instantáneamente.

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Con las manos temblorosas, llenas de sangre, y lágrimas corriendo por mis mejillas, revisé los bolsillos traseros del cadáver para tratar de encontrar alguna credencial que lo identificara. Encontré su billetera. “Qué ironía”, pensé. Del susto, el asesino ni siquiera había logrado robar al pobre hombre. Revisé los compartimientos de cuero y encontré la licencia de conducir. Malcolm Phillips. En ese instante me percaté de lo que acababa de ocurrir frente a mis ojos. El hombre era el jefe de Elijah… El dueño del periódico “El Ciudadano”.

Rápidamente miré hacia los lados buscando un teléfono prepago para llamar al 911. Desesperada, corrí hacia uno viejo y roto, justo al otro lado del callejón. Descolgué el teléfono y llamé a la policía mientras temblaba del susto y la sorpresa.

-911, ¿Cuál es su emergencia?- atendió una voz femenina.

-¡Estoy entre El Diario de Chicago y el edificio de El Ciudadano! Acaban de asesinar a un hombre, por favor, ayuda, ¡manden a alguien de inmediato!- grité con voz nerviosa y entrecortada.

-Una patrulla está en camino. Quédese donde está. ¿Se encuentra usted bien, señorita? ¿Cuál es su nombre?- dijo la operadora calmadamente.

No respondí.

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En ese momento una macabra idea se apoderó de mi mente.

-¿Hola? ¿Señorita?- insistió la mujer.

Colgué el teléfono. Mis manos pararon de temblar. “¿Qué mejor historia de primera plana que la muerte del dueño de uno de los periódicos más importantes de Chicago?”, pensé peculiarmente entusiasmada. Volteé lentamente a mirar el cuerpo empapado en sangre que se encontraba a unos diez metros de mí. Caminé segura de mí misma por el callejón, pasé el cuerpo de largo y continué hasta llegar a las oficinas de El Diario de Chicago.

Entré por la puerta de empleados, subí a toda marcha por las escaleras hasta llegar al segundo piso. Logré conseguir una pesada cámara de fotografías en uno de los armarios del depósito y volví tan rápido como pude a la escena del crimen. Con lo poco que sabía de fotografía, logré capturar la imagen del cuerpo recién asesinado. Por suerte, o destino, aún no había llegado la ambulancia.

Volví a mi escritorio y encendí mi lámpara de trabajo. La luz me dejó ciega por unos segundos. Dejé la cámara a un lado y destapé mi máquina de escribir. Mis dedos poseídos por la adrenalina comenzaron a presionar las frías teclas de metal contrachapado. Cinco minutos después leí el título de mi obra completa.

“Asesinan al director de El Ciudadano, Malcolm Phillips”

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Boté un suspiro. Nerviosa, pero alegre, contemplé mi futuro éxito. Con una sonrisa en mis labios imaginé la reacción de Elijah leyendo la prensa en la mañana. Me incorporé para dirigirme al Departamento de Impresión y crear los nuevos ejemplares, pero antes tomé mi pluma favorita y, con mano firme, escribí al pie de la página: “Jessica Hellmund, departamento de sucesos”.

✽ ✽ ✽

-Detengan las máquinas- anuncié firmemente al entrar al Departamento de Impresión.

Cuatro hombres jugaban cartas en una mesa redonda. Ninguno parecía haberse percatado de mi presencia. Alrededor trabajaban las máquinas ruidosamente y apenas logré escuchar mi propia voz.

-¡Detengan las máquinas! – exigí nuevamente gritando.

Todos se voltearon a mirarme. En seguida, sentí humillación al ver que explotaron en carcajadas. La adrenalina que corría por mis venas aumentó su velocidad al doble y sentía mi rostro calentándose.

-Imposible- respondió el mayor -Ya enviamos el diseño a impresión y ya se imprimió un treinta por ciento del tiraje. De ninguna manera podemos detenerlo y, además, los diseñadores ya se fueron.

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En ese momento entró Oliver, el joven fotógrafo que trabajaba en mi departamento, caminando soñoliento.

-¿Qué pasó? ¿Por qué llamaste con tanta urgencia?- exigió un poco molesto.

-Necesito que rediseñes el ejemplar de hoy- ordené, entregándole mi reportaje -Coloca esto en primera página y vuelve. ¡Apúrate!

Él me miró atónito. Hizo un breve hincapié para responder pero coloqué mi mejor cara de confianza y le apreté suavemente el hombro. Asintió mirándome a los ojos. No entendía qué estaba sucediendo, pero confió en mí y se fue hasta el Departamento de Diseño.

Me acerqué a la mesa donde estaba jugando cartas y coloqué ambas manos en el centro. Tomé aire alejando los nervios de mi cuerpo y firmemente les dije: “Es de suma importancia que detengan la impresión. Hace unos minutos asesinaron al director de El Ciudadano. Sí, nuestra mayor competencia. Y no, nadie lo sabe, solo yo. Si lanzamos esta noticia ahora mismo, nadie la tendrá y seremos el único periódico con el tubazo. Si esperamos hasta mañana en la noche, seremos uno más del montón.

-¿Y qué pasa con nuestro director? El Sr. Bleiken se molestará y nos despedirán a todos- interrumpió el más joven. Tragué mi rabia y traté de responderle con dulzura.

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-Yo tomo toda la responsabilidad. Ahora, ¡muévanse!

Los cuatro hombres se levantaron y seguidamente comenzaron a trabajar. Respiré profundo. Estaba nerviosa. Eso podía ser lo mejor para mi carrera o el fin de ella.

No dejé el edificio hasta ver que el nuevo ejemplar estaba en impresión. Luego de eso solo volví a casa para ducharme y retornar a la oficina. Por supuesto que nuestro periódico estaba publicándose un poco más tarde comparado con el resto, pero lo bueno se hace esperar.

Capítulo III

Sebastián Reyes

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Era otra jornada aburrida. Muchas personas creen que la vida de un policía nocturno de Chicago es como una película de acción. No podrían estar más equivocados. El reloj de mi escritorio marcaba las dos de la mañana. Mi compañero, el Oficial Daniel Wardel, dormía en su escritorio mientras yo miraba la tabla con mi nombre en una esquina de la mesa. Irónicamente ese no era mi nombre, sino el de mi papá, el Sr. Sebastián Reyes padre. Y yo el joven Jr. “el hijo prodigio siguiendo los pasos de su papá policía”… ¡Bah! Esta ciudad necesita más que policías, o por lo menos algún entrenamiento especial como los que ofrece la academia en Nueva York…

-¡Reyes, deje de mirar al infinito como un tonto! Acaba de entrar una llamada. Homicidio.

Al escuchar la voz de mi capitán me emocioné. Alguien asesinado no es la mejor razón para emocionarse, pero poder salir del cuartel y hacer algo real por Chicago era todo lo que necesitaba en ese momento. Desperté a Wardel, agarré mi arma y mi chaqueta y bajé al estacionamiento donde se encontraba la patrulla.

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-¡Daniel, trae el reporte del jefe y apúrate!... Nada bueno pasa después de las 2 de la mañana.

-Voy, voy- contestó Daniel, llevando aún el peso de su siesta.

Daniel entró en el auto, yo encendí el motor e inmediatamente activé las sirenas. Salimos hacia la calle mientras mi compañero me daba los detalles.

-Nos dirigimos a la transversal 35 de la calle Adams. Entre El Diario de Chicago y El Ciudadano. Una mujer llamó al 911 reportando un asesinato pero cuando le preguntaron su nombre, colgó. La llamada vino de uno de los teléfonos públicos de ese sector. Cuando la patrulla más cercana llegó para responder el llamado, encontraron el cuerpo del mismísimo Malcolm Phillips empapado en sangre y frío en el piso.

-¿Malcolm Phillips? Pobre hombre. Su hija estudia con mi sobrina en la secundaria… Esto no va a ser fácil Daniel. ¿Se sabe algo de la mujer? ¿Cuál es el reporte inicial de la patrulla de respuesta?

-Pues están en blanco. Encontraron el casquillo de la bala que mató al hombre pero los resultados saldrán del laboratorio en un par de días. Tú más que nadie sabes que la única razón por la que estamos en este caso es porque nadie más lo quiere, estamos perdiendo nuestro tiempo.

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-¡No seas negativo! Son casos como estos que separan a los policías mediocres de los capaces. Además, ya llegamos, así que mejor cambia esa actitud.

Miré a Daniel seriamente, ambos sabíamos que esto no sería fácil, pero con pie firme nos bajamos en la fría calle. La única luz del callejón era de un tono amarillo tenue, titilaba y hacía difícil ver los alrededores con detalle. Levanté la cinta policial y me acerqué hasta donde se encontraban los demás oficiales, todos rodeando al Sr. Phillips como si fuera una película de terror, en vez de hacer su trabajo. Mejor para mí.

-Buenas noches señores. ¿Qué tienen para mí?- dije con voz seria a los colegas.

-Reyes, por fin llegan. Pues, la verdad, no tenemos mucho. Como seguro ya saben, lo más sospechoso de todo esto fue la mujer que llamó a reportar el asesinato. Además, la billetera del Sr. Phillips fue encontrada a un lado del cuerpo, pero no le falta nada. Primero pensamos que fue un robo a mano armada, por el lugar en el que pasó, pero ahora se nos es difícil saber cuáles fueron las verdaderas intenciones. Por ahora, la prioridad debería ser conseguir algún testigo, o a esta mujer… Siéndote sincero, encontrar alguno de los dos no será sencillo. A esta hora, las únicas personas que caminan por aquí son vagabundos y reporteros borrachos. ¡Suerte usando esos testimonios para cerrar un caso!- dijo el oficial mientras cerraba su parloteo con una risa burlona.

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Miraba fijamente el cuerpo mientras escuchaba el reporte. Cada detalle, todo frente a mí era evidencia. Mi trabajo era interpretarla. Encontrar lo que a simple vista otros no pueden ver. Sabía que este hombre tenía la razón, y que mi compañero también, esto no sería fácil. Pero basta de excusas, era momento de trabajar.

-Necesito el reporte detallado del caso mañana en mi escritorio, Oficial. Daniel, comienza a buscar huellas en el teléfono público, yo haré otro chequeo de la zona.

-Entendido.

Todo estaba oscuro, no sabía por dónde comenzar. Hacia el sureste se encontraba el teléfono público, a unos diez metros del cuerpo. Hacia el norte, el final del callejón, que daba con la calle principal del vecindario. Hacia el sur, unos basureros llenos hasta el tope de papel. Me dirigí hacia ellos. Con cuidado observé todo, sin tocar nada. El peor enemigo de un detective son las manos curiosas.

Frente a mí, vi unos artículos de El Diario de Chicago. No soy un lector rutinario, pero como policía, mi deber es saber lo que ocurre en mi ciudad, y dado que nos regalan los ejemplares en la estación, hay momentos en los que es inevitable leer la prensa.

Vi un artículo que se me hizo familiar. “Escándalo en el zoológico. Por: Jessica Hellmund”. Recordé haber leído esa sección en la mañana mientras desayunaba, un tanto

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aburrida la noticia, pero el nombre de la tal Hellmund me despertó la curiosidad obligándome a enfocarme en la lectura.

En ese momento, vi al lado del ejemplar una colilla de cigarrillo, aún humeante, junto al conteiner de desechos. Me agaché para ver de cerca, y rápidamente noté que el filtro estaba pintado de un color rojo escarlata.

-Alguien estuvo observando desde aquí algo, o más bien a alguien, y por lo que pinta, me atrevo a decir que fue nuestra dama misteriosa- dije en voz clara para que me escucharan todos -Recojan esta colilla y pónganla con las demás pruebas para el laboratorio. Daniel, ¿Qué encontraste?

-Pues este teléfono público tiene algunas huellas parciales, pero no están en muy buen estado. Por otro lado, si observas la herida en el cuerpo, se puede notar que fue un tiro a quema ropa. Por ahora eso es todo, la verdad, no creo que encontremos mucho más aquí.

Y aunque me molestaba que solo tuviéramos unos pocos minutos de haber llegado a la escena, sabía que era cierto. El área estaba limpia, y las pocas pruebas que conseguimos, aunque “importantes”, supimos que para el momento que obtuviésemos los resultados del laboratorio ya se habría complicado la situación.

-Por ahora esto es suficiente, equipo, hora de llevarse el cuerpo y avisarle a los familiares. Cuando salga el sol,

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daremos una rueda de prensa para informar lo sucedido. Antes de eso, ni una sola palabra. Los periodistas no pueden saber de esto aún, la muerte de este hombre solo complicará las tensiones que existen naturalmente en esta calle. Prepárense para varios días de reporteros especialmente insistentes. Por último, mañana regresaremos y preguntaremos en estas oficinas si alguien sabe o escuchó algo. ¿Entendido?

-De acuerdo- respondieron varias voces de los oficiales, mientras Daniel y yo regresábamos a la patrulla. El ambiente era tenso y no había mucha expectativa. Como dije antes: nada bueno pasa después de las dos de la mañana.

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Capítulo IV

Jessica Hellmund

Llegué a El Diario de Chicago a primera hora. El lugar estaba repleto de policías, médicos y reporteros alrededor del cuerpo de Phillips. Sonreí y seguí de largo. Ya tenía las mejores fotografías y el mejor reportaje. Solo pensaba en que en ese instante lo más probable es que el diario se estuviese vendiendo como pan caliente.

Justo antes de entrar por la puerta principal, escuché una nube de murmullos. “¡Esa es Jessica Hellmund, la reportera del asesinato!” “Allí está, ella es la de El Diario de Chicago”

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“Ella fue la primera” “Ella estuvo presente” y otras frases que iban aumentando el volumen. Volteé apenas escuché mi nombre y una enorme manada de reporteros me perseguían como abeja a la miel, gritando un sinfín de preguntas.

-Maldita sea- susurré acelerando el paso, pero ya era tarde.

Intenté correr pero la multitud me sofocaba. Logré observar un par de cámaras de televisión y sus respectivos reporteros. Mierda. El asunto era serio. Cerré los ojos desesperada y en ese momento sentí que alguien tomó mi muñeca y me haló fuertemente hacia la entrada de las oficinas. Aterricé toscamente en el pecho de un oficial de la Policía de Chicago y me alejé apenas logré retomar el equilibrio.

-Gracias- dije arreglando mi ropa.

-Es mi trabajo- respondió una voz sumamente reconfortante.

Alcé la mirada rogando por un buen rostro para esa sensual voz masculina y me encontré con un hombre de ojos grises, cabello oscuro y piel morena. Sonreí al no encontrarme decepcionada.

-Me imagino que usted es la muy nombrada Jessica Hellmund – ¿Muy nombrada, dijo?- Yo soy el Subcomisario Reyes, me encargo del caso de Malcolm Phillips. Debo hacerle unas cuantas preguntas respecto a su reportaje.

Y así de rápido se desvaneció su encanto. Aparte de reporteros, también tendría a este tipo encima por varios

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días. Y ni hablar de mi jef… ¡Mi jefe! El Sr. Bleiken seguro estaba sumamente enojado.

-Deme un segundo- dije levantando mi dedo índice frente a su cara y caminé rápidamente directo a la oficina del director.

No había llegado ni al ascensor cuando me encontré con el Sr. Bleiken de brazos cruzados y todos los muchachos del Departamento de Impresión a su lado. Emitió un fuerte “Hellmund” seguido de “A mi oficina, ahora”. Lo seguí con la mirada clavada en el suelo. Los muchachos de impresión estaban detrás de nosotros como si fueran guardaespaldas, luego varios policías y, por último, Oliver, con su cámara en la mano. Subimos varios pisos hasta llegar a la oficina principal.

Estaba molesto, y se notaba. Y tenía motivos, pues no le había consultado antes de soltar una bomba de tal magnitud. Sí, era mi culpa, pero lo que me mantenía segura de mí misma es que realmente no había hecho nada ilegal… por ahora.

Mi jefe abrió la puerta con rudeza e hizo un ademán para que entrara. Caminé lentamente y me senté en la primera silla que encontré, cual niña malcriada. Cerró la puerta en las narices de quienes nos acompañaron en el camino y se me acercó poco a poco mirándome fijamente. “Comienza el infierno en tres, dos…” pensé molesta.

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De pronto, el Sr. Bleiken sonrió orgulloso y comenzó a aplaudir. Fruncí el ceño extrañada y progresivamente fui comprendiendo la situación.

-Brillante. Eres brillante- comenzó su discurso -¿Cómo se te ocurrió detener la impresión? La foto es impecable, ¿Quién la tomó? ¿Cómo hiciste para conseguir el cadáver a esa hora en ese callejón?

Trataba de responder cada vez que formulaba una pregunta pero me interrumpía al instante. Realmente estaba excitado, probablemente porque las ventas superaron los récords de El Diario de Chicago y no eran ni las diez de la mañana. Mi emoción aumentó exponencialmente. Mi nombre estaba en la primera página en el periódico más leído del día en la ciudad.

Reconocida como la única testigo del caso y con la capacidad de dar declaraciones al respecto, fui cediendo entrevistas a varios de los reporteros que más temprano se abalanzaron sobre mí para responder sus preguntas. Me sentía en la cima del mundo.

Y la dicha que me llenaba en ese momento se disparó por los cielos cuando un joven reportero de El Ciudadano vino a hacerme preguntas en la recepción del edificio. Comenzó por adular mi trabajo, miré sobre su hombro y dejé de escucharlo. Al otro lado de la calle se encontraba Elijah, mirándome furibundo y sospechoso. Mantuve el contacto visual hasta que logré que se diera la vuelta. Esbocé una leve

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sonrisa y volví mi mente al muchacho que apenas estaba terminando su introducción a las preguntas.

Y sin darme cuenta, al día siguiente, mi nombre también estaba en la primera página de todos los periódicos de la ciudad. Seguían llegando reporteros con preguntas, policías interesados en que los ayudara con sus investigaciones, saludos de colegas del departamento que días antes ni sabían mi nombre. La fama se sentía tan bien. Me dejé llevar tanto por ella que descuidé mi verdadero oficio, me olvidé de la calle y de mis investigaciones.

El día después, llegué a mi oficina y todo se encontraba tan tranquilo como antes del asesinato, mi agenda ya no mencionaba entrevistas con ningún reportero. Necesitaba algo más. Algo diferente. Sentía que mi fama se había desvanecido en menos de 72 horas y que la avalancha de noticias diarias había dejado mi asombroso reportaje en el olvido. Necesitaba ser constante. Golpear la prensa una y otra vez. Todos los días. Pero, ¿Cómo lograría conseguir noticias impactantes todos los días? Era imposible. Tenía que hacer algo. “Yo soy Jessica Hellmund, la inigualable Jessica Hellmund”.

Me asomé por la ventana para ver si había algún medio buscando mis declaraciones. Hace dos días eran alrededor de 23, ayer eran 12 y hoy… ni un solo periodista quería saber de mí. Nadie.

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Tomé mi bolso y decidí pasear por las calles de la protagonista de mis reportajes. Necesitaba inspirarme y conseguir algo nuevo. Urgentemente. Llevaba dos días en blanco y era hora de arreglar ese problema. Necesitaba algo de una magnitud gigante.

Estuve caminando por varias horas buscando una nueva historia que mereciera una primera plana. Pasé por las zonas más peligrosas y movidas de Chicago pero todo era tan ordinario que una crónica del proceso que utilizo para ducharme hubiese sido más interesante. Los pies me dolían y estaba tan mareada que me detuve para descansar en una solitaria parada de autobús y, allí, quise llorar.

Con frustración, encendí un cigarrillo. Tomé un lápiz de mi bolso y garabateé un par de dibujos en mi hoja en blanco hasta percatarme de que estaba anocheciendo. Maldita sea. Otro día con mi espacio en el periódico en blanco. Ya me imaginaba la cara de Elijah disfrutando mi derrota. Arrugué el inútil papel y lo arrojé a una papelera cerca del callejón más cercano. Lo observé caer en el suelo y definitivamente confirmé que el mundo estaba en mi contra.

Me levanté del incómodo asiento para recoger el papel de nuevo y, de pronto, un chico apareció corriendo por el callejón, se tropezó conmigo y ambos caímos al suelo.

-¡Imbécil!- grité al sentir el dolor de la caída en mis piernas.

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Alcé la mirada buscando mi cartera y el muchacho estaba recogiendo varios objetos que se le cayeron al suelo. Unas cuantas pequeñas bolsas de algo que después deduje que era marihuana, una navaja, una botella de agua y una pequeña pistola. Busqué su rostro tratando de adivinar su edad y me encontré con un par de ojos asustados. No era un hombre, era una niña de no más de dieciséis años. Vestía unos vaqueros viejos y un sweater azul con capucha que me impedía analizar bien su cara. Miré el arma y volví a observar sus ojos.

-Lo siento- logró pronunciar entre fuertes respiros.

Un par de gritos en el fondo del callejón desviaron mi atención. Dos hombres altos y bien fornidos corrían tras ella con tubos de metal en sus manos. La adrenalina en mis venas me hizo reaccionar rápidamente. Tomé el arma antes que ella mientras se dedicaba a recoger las bolsas para continuar su escape. Los hombres me ignoraron y continuaron su persecución. Sentí que toda la exaltación que había en el ambiente se alejaba junto con ellos. “Necesito una historia” exigió a gritos mi instinto.

El tiempo se detuvo y todo se volvió borroso. Escuché cuatro disparos rápidos cerca de mi cuerpo y un calor insoportable invadió el aire. Segundos después, recuperé la clara visión y me encontré de pie frente a los cuerpos de los hombres que perseguían a su víctima. No entendía lo que estaba

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sucediendo. ¿Dónde estaba la chica? ¿Quién le dis…? Me tomó un instante percatarme de que la única pistola de la escena continuaba en mi mano derecha.

Todos mis músculos temblaban adaptándose al fuerte rebote que recién había aguantado mi cuerpo. Yo los había asesinado.

Temblado solté el arma, corrí al borde de la acera, pensé que iba a vomitar. Pero nada salió, solo lágrimas de mis ojos. Caí al suelo, no podía creer lo que había hecho. Pasé unos minutos recuperándome hasta que con un respiro me levanté, tambaleándome, y me sequé las lágrimas. Una bruma espectral se apoderó de mí. Me enderecé, aseguré mis pies al asfalto y miré con desprecio una última vez los cadáveres de aquellos hombres. Sonreí.

Caminé hacia el teléfono más cercano, metí una moneda y llamé a Oliver. Le indiqué las direcciones del asesinato y sin darle la oportunidad de pronunciar una palabra, colgué. Tomé un taxi dejando los cuerpos intactos y apenas llegué a la oficina redacté la nueva noticia. Ocho minutos después teníamos la segunda noticia más importante del día y, por supuesto, la exclusiva, ya que todos los periódicos estaban cerrando la edición a esa hora.

“Niña asesina a dos hombres por drogas”

Por: Jessica Hellmund

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Capítulo V

Jessica Hellmund

Esta vez, lo que había hecho no era moral. Había cometido un doble asesinato. Estaba mintiendo a todos los ciudadanos de Chicago y, además, inculpando a una niña. Si la policía la atrapaba, podía inculparme, o simplemente destruir su vida en la cárcel. Pero todo este riesgo valía la pena. El sonido de los aplausos en mi oficina, los reporteros buscando una entrevista y mi nombre en la primera página del Diario de Chicago lo valía.

Aún no asimilaba el nudo de responsabilidades que vendrían en caso de que me descubriesen, pero busqué algún lugar de

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mi consciencia afectado por eso y me sorprendí al no encontrar ninguno.

Lo que sí descubrí es que no estaba satisfecha con un segundo puesto. Necesitaba buenas primicias que protagonizaran cada uno de los encabezados del Diario de Chicago. Necesitaba más acción. Necesitaba poder decidir qué iba a pasar cada día.

Desayuné un pretzel y un café en el camino al trabajo mientras revisaba la lista de los empresarios más ricos del país en Chicago. Charles Kroes, un apuesto joven, heredero de varias de las más importantes empresas del país, formaba parte de los diez primeros en Estados Unidos y estaba pasando por la ciudad para resolver algunos negocios. Busqué información, direcciones y hoteles en los cuales podría estar y, como excelente periodista, conseguí respuestas en menos de 30 minutos.“Sería una gran tragedia que nuestro amigo Charles Kroes muriera en su viaje de negocios en Chicago”, pensé sonriendo. “Vaya noticia”.

Después de horas de tediosa planificación y preparación, me dirigí al Hotel Inter-Continental. Unos viejos amigos que trabajaban en el sitio me informaron que Kroes se hospedaría ahí. Logré que me recibieran y me consiguieran un uniforme de empleada del hotel para camuflarme. Con la excusa de

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que iba a realiza un trabajo de investigación en otro huésped irrelevante que conocí en los ascensores al llegar.

Recorrí los pasillos sigilosamente buscando la habitación de Kroes. Al encontrarla, toqué la puerta. Anuncié que era el servicio a la habitación con una entrega especial.

-Adelante – escuché una voz firme y masculina.

Reacomodé mi escote, entré con la mirada en alto y cerré la puerta en silencio. Un agresivo contacto visual, y una mordida de labio bastaron. Qué básicos son los hombres. Charles miró mi cuerpo de arriba para abajo, entendiendo mis intenciones a la perfección. Quise sonreír por mis adecuados atributos pero mantuve la actitud sensual que necesitaba para que él cayera en mi bien elaborada trampa. Oportunamente ya se encontraba en la cama. Fui caminando lentamente hacia él, con suma delicadeza, emanando la mayor cantidad de confianza posible.  -¿Cómo te llamas? – pregunté. Charles sonrió respondiendo un nombre diferente al suyo.

Acercándome cada vez más a él, actué como si no supiese nada y procedí a interrumpir sus respiraciones con un beso violento. Él respondió con ansias mientras por mi mente

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paseaban imágenes de mi fama. ¡Qué divertido era mi trabajo!

-¿Quién eres? – preguntó entre mis labios.

Lo ignoré empujando su torso a la cama, me arrodillé sobre él y continué haciendo la mejor de mis maniobras. Charles volvió a repetir la pregunta. Volteé los ojos del aburrimiento y decidí otorgarle el derecho de saber el nombre de su asesina.

-Jessica Hellmund, a tus servicios.

Sonreí. Seguidamente, sin que se diera cuenta, saqué una cuerda de metal que compre en la ferretería en frente de mi apartamento y que había metido en mi bolso. La amarré fuertemente a su cuello y apreté como si mi vida dependiese de ello, luchando contra sus desesperadas patadas y manotazos, y mantuve mi posición con rigidez.

Segundos, me habían dicho. Segundos es lo que tarda una persona en asfixiarse. Pues era mentira. Fue el marco de tiempo más largo de mi vida. Extrañé ese sentimiento borroso que había tenido al matar a los dos hombres el día anterior. En ese momento lo vi, sentí, escuché e incluso saboreé todo el proceso.

✽ ✽ ✽

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Terminé de redactar la asombrosa noticia con un tono levemente cínico y seco. Me estaba acostumbrando a redactar malas noticias y contemplarlas como totalmente positivas. Gracias a ellas soy reconocida. Nadie quiere escuchar una buena noticia en la sección de sucesos. A parte, la fotografía de Oliver quedo más grafica de los que esperaba.

- Oliver Mckain… ¡Un pupilo digno!- me dije a mí misma.

Entregué mi trabajo en la oficina del Sr. Bleiken y tomé un cigarrillo de uno de los varios paquetes que mis compañeros de la sala de redacción me habían obsequiado, junto con chocolates y licores varios. La vida con fama era tan cómoda y sencilla que temí por un momento volver a caer en una situación de anonimato. Sacudí la cabeza alejando esos pensamientos negativos y encendí el cigarrillo mientras caminaba hacia la amplia ventana de la oficina.

Reposé mis antebrazos en el marco mientras sentía el reconfortante calor en mis pulmones. Me distraje observando las oficinas de El Ciudadano. Rastreé el edificio hasta encontrar el escritorio vacío de Elijah Van Der Busch y, decepcionada por no visualizarlo, desvié mi atención a la calle caracterizada por su impregnado olor a tinta y periódicos.

Minutos después percibí un violento movimiento en la sala de redacción de en frente. Elijah entró con fuerza arremetiendo

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contra varios escritorios. Comenzó a golpear varias mesas e incluso podía jurar que también estaba gritando.

Instintivamente sonreí. ¿Se habría enterado de la noticia? No lo creo, no había pasado tiempo suficiente para ser conocida por él. Si ya estaba molesto en ese instante, me imaginé su cara leyendo mi próximo reportaje. Varios compañeros de oficina se asomaron para acompañarme a mirar el espectáculo. Elijah levantó la mirada y se encontró con mis ojos. Pude sentir la ira inyectada directamente en mis venas solo con su mirada. No hice más que seguir sonriendo.

-¡Hija de perra!- gritó de un edifico a otro.

Lancé el cigarrillo por la ventana y me dediqué a darme con una sonrisa y una carcajada perfecta. Mis compañeros rieron junto conmigo y me alejé para irme a celebrar en el bar Acta Nocturna.

Nunca había sido tan sencillo recibir tragos gratis. Todos los hombres estaban alrededor de mí y nunca estuve sola en el lugar. Si no era uno, era el otro. Me elogiaban con muchas palabras, miradas e invitaciones a bailar. Tenía un gran marco de opciones para decidir, pero solo acepté las invitaciones del Subcomisario Reyes, el cual me llamó antes de que yo llegara al bar para invitarme unos tragos. Necesitaba tenerlo de mi lado. Sobre todo si quería continuar con esas maniobras de búsqueda de noticias.

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Lo curioso es que no recuerdo haberle dado mi número… pero por algo será detective, supongo.

Los últimos días lo había tenido encima preguntando por los casos que cubría. ¿Cómo lo conseguiste? ¿A quién viste? ¿Qué hiciste? Ya eran preguntas tan comunes en su vocabulario que me preocupé pensando que tal vez no sabía mantener otro tema de conversación. Supe evadir su interés en los casos y desviarlo hacia un tema más personal. ¿Qué te gusta hacer? ¿Cuál es tu comida favorita? ¿Cuándo tienes un día libre para comer juntos?... Esas eran las preguntas que yo terminaba formulando luego de utilizar mi talento para distraerlo. En lugar de ser yo la entrevistada, pasaba a ser él el entrevistado. Pero nada había sido tan concreto como esa noche. Ambos nos olvidamos del trabajo y pasamos a mantener un tema totalmente personal.

Sí, lo admito, no sólo pensaba en lo mucho que me funcionaría tenerlo bien amarrado para continuar mi trabajo. Sebastián era de hecho un buen candidato para una relación. Su cuerpo, personalidad y sus ocurrencias me llegaban a desviar de mis objetivos.Entre coquetas risas de mi parte y una evidente reciprocidad de la suya, se nos fue pasando el tiempo en el bar. El escándalo que nos rodeaba se había desvanecido, solo nos concentrábamos en nuestras miradas, y nuestras palabras, que cada vez se hacían más breves y cercanas. Estaba tan distraída que ni noté la entrada de Elijah Van Der Busch al

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sitio, hasta que sentí su pesada mano sobre mi hombro, volteándome violentamente hacia él. Sebastián salió de su trance y su reacción fue interponerse entre los dos para defenderme.-¿Qué es lo que está sucediendo aquí? – exclamó Sebastián.-Esto no es asunto tuyo– contestó Elijah, metiéndole un agresivo empujón a Sebastián, ignorando por completo su placa –Exijo saber cómo estás logrando conseguir todas esas noticias.-¡Trabajo duro!, Elijah, no sé si has oído hablar de eso – respondí tan ácida y burlona como pude.Elijah se acercó más a mí, podía sentir todo el calor que emanaba su cuerpo.-Escúchame bien, niñita, sé muy bien que hay algo más detrás de todo esto. No es posible que seas la primera y la única en saberlo todo, todo el tiempo.-Deberías dejarle el trabajo de detective a los profesionales y dedicarte a hacer bien tu trabajo, ¿No crees?– intervino Sebastián. –No es culpa de Jessica que no seas un reportero competente, que se queda dormido en las noches. El suceso lo descubre quien lo busca, ¿no es así como funciona?El calor de Elijah se volvió más fuerte que antes, sentía que si me tocaba con un dedo me atravesaría la piel. No me dejé intimidar y solté una carcajada. Casi pude ver cómo sus pupilas se dilataban, como las de un tiburón con su presa en la mira.

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-Dile a tu guardaespaldas que haga bien su trabajo en lugar de andar cortejando a pequeñas mocosas como tú. Voy a descubrir qué es lo que está pasando y voy a demostrarle al mundo que no eres más que una farsante– Dijo esa última palabra casi escupiendo fuego. Se enderezó, lanzó una última mirada furibunda a Sebastián, se acomodó la corbata y se fue del bar empujando a todos a su paso. Admito que me asustaron sus palabras, pero no podía demostrarlo. Mantuve la compostura y mi sonrisa intacta.-Si este tipo te causa algún problema alguna vez, dímelo, e inmediatamente haré algo al respecto– me dijo Sebastián acercando su rostro al mío y posando su mano sobre mi muslo. Ya lo tenía, el iluso era mío.

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Capítulo VI

Elijah Van Der Busch

Mis manos temblaban mientras sujetaba las páginas de El Diario de Chicago. No podía creer lo que veían mis ojos. En ese momento me quité los lentes y puse mi mano derecha contra mi rostro.

Anonadado, empecé a asimilar la noticia. La muerte de Phillips terminó pasando después de tanto tiempo de especulaciones, pero ahora era obvio. Los negocios que

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mantenía con los rusos no eran de fiar, como se lo aconsejé yo. Eso ya no importaba, sus contactos eran míos y sería yo quien dirigiría El Ciudadano a convertirse en lo que merecía ser.

Volví mi mente a lo que sostenía en mis manos, una copia de El Diario de Chicago, y me encontré en la sección de Sucesos. En ese momento se nubló mi mente en ira, comencé a sudar y una implosión de violencia salió por mi garganta.

-¡Maldita Hellmund! ¡¿Cómo consiguió esta noticia?! Tú, pasante, ¿qué sabes de esto?

Usualmente yo soy el primero en abrir las puertas de la oficina, pero aquel día… el puberto de la oficina, del cual no recuerdo ni el nombre, me sobrepasó, ya que me distraje en la calle con las patrullas y el alboroto. El tumulto de gente no me permitió ver lo que ocurría, pero ahora todo engranaba de manera tétrica.

-Sé lo mismo que tú, Elijah– me contestó, asomado por la ventana. –Que Jessica Hellmund es la reportera más importante de Chicago en los próximos días, y que nosotros quedamos como unos mediocres, que no saben lo que pasa en su propia casa– terminó, dándose la vuelta y volviendo a su pequeño cubículo. Tenía razón, ¿Cómo es posible que nuestra competencia supiese de la muerte de nuestro jefe, uno de los hombre más poderosos e influyentes de Chicago y dueño del prestigioso diario El Ciudadano, antes que su propia mano

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derecha, su empleado ejemplar? Mi nombre se había manchado, y todo era culpa de esa pelicorta desteñido de Hellmund.

Pasaron los días, El Diario de Chicago consiguió otra curiosa primicia gracias a las manos de mi tumor personal de pelo amarillo pero, luego de eso, la situación tanto en la oficina como en las noticias regresó a la normalidad. Ciertamente, era una molestia todo el “sentimiento” de luto que tenía todo el edificio del El Ciudadano por la muerte del Sr. Malcolm, pero por lo menos Jessica ya no se encontraba en la primera plana de todos los medios informativos de Chicago. A la vez, conseguí una entrevista con el famoso Charles Kroes, reconocido mundialmente por ser uno de los hombres más ricos y extravagantes de Chicago, y conocido en el bajo mundo de los negocios como La Rata de Wallstreet. Este hombre era nuestra conexión directa con todos los secretos de la bolsa de Nueva York, es un ladrón y un mentiroso con más dinero del que uno puede gastar. Pero nada de eso era importante, su nombre en primera plana son cientos de lectores asegurados.

Me dirigí al hotel en el cual se hospedaba. Realicé la entrevista mientras desayunamos en su ostentosa suite presidencial. Las preguntas que le hacía eran grises, aburridas, irrelevantes. Aunque este hombre me traería el reconocimiento público que merezco de nuevo, esta no era la razón por la cual me convertí en periodista…

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Lamentablemente no me interesa, esta ciudad está podrida, se podría decir que es inevitable que un joven estudioso con aspiraciones de grandeza, que ha vivido toda su vida en estas calles, no estuviese un poco muerto por dentro después de tantos años viviendo entre los basureros humanos más adinerados de esta metrópolis. De tal palo tal astilla, eso dicen.

Culminada nuestra charla, regresé a mi oficina para transcribir y mandar al equipo de diseño mi artículo, junto con una elegante foto logré tomarle a Kroes. De esta manera mi día llegó a su fin, un tanto tedioso, pero productivo. Tomé mis cosas, me dirigí a la licorería de la cuadra y compré una elegante botella de vodka para celebrar conmigo mismo y en la soledad acogedora de mi casa, mis triunfos y debacles superadas de estos últimos días. Después de eso, sucumbí inevitablemente ante el cansancio acumulado y la borrachera en el sofá de mi cuarto.

Desperté con un ligero dolor de cabeza, encendí la radio en la estación de noticias, como rutinariamente hago mientras me preparo para salir al trabajo. Soñoliento escuché al locutor balbucear de un acontecimiento lamentable para el mundo de las finanzas.

–Seguro un gordo adinerado murió después de una noche de sodomía en su cuarto de hotel. Patético– dije en voz baja mientras me anudaba milimétricamente mi corbata.

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Volví a prestar atención a la radio, y tras escuchar el apellido Kroes, mi mano se tensó, volteé a mirar fijamente el aparato, mientras la noticia terminaba de revelar que La rata estaba muerta. Pero el punto de quiebre fue cuando la voz aguda del locutor pronunció el agonizante nombre de Jessica Hellmund como la dueña de la primicia. La sangre de mi cuerpo empezó a hervir, un zumbido retumbante desconcertó mis sentidos. Fue obvio en el primer instante que uní los puntos, mi entrevista me convertiría en el hazmerreír de la prensa escrita… “El reportero que no sabe que su entrevistado está muerto”. Podré ser una persona educada, pero esto cruzó la línea de mi paciencia, hoy buscaré a esta niñita que se cree periodista y le diré lo que realmente es. Una babosa e insignificante serpiente sin colmillos.

Tomé mi chaqueta y salí de mi apartamento con la mirada bloqueada por el deseo de partirle la cara a alguien.

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Capítulo VII

Jessica Hellmund

Desperté con un fuerte dolor de cabeza que tenía desde el día anterior. Necesitaba estar en perfectas condiciones para acostumbrarme a esta nueva línea de trabajo. Debía tener mis cinco sentidos bien afinados. Debía mantenerme alerta para que no me descubriesen. Ser sigilosa y, además,

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mantener distraído al Subcomisario Reyes para que no se interese mucho en mis casos. También debía tener cuidado con lo que publicaba. Un simple detalle podría delatarme y llevarme a la cárcel.

-¿Qué sucederá hoy? – dije en voz alta mientras recorría mi pequeño apartamento para vestirme y salir a trabajar. – ¿Qué quiero que suceda hoy? – esbocé una sonrisa sintiéndome dueña de Chicago.

A estas alturas era como un dios. Yo decidía quién y qué protagonizaría la primera plana del periódico más leído de la ciudad. Por un momento sentí la necesidad de mudarme a Nueva York o Los Ángeles porque Chicago ya me estaba quedando pequeño. Contemplé la tentativa idea con detenimiento pero decidí posponerla para hacer más dinero fácil y poder mudarme con tranquilidad.

-A ver, robo mata eventos y asesinato mata robo, – pensé en voz alta – así que asesinato es. Famoso mata político, político mata policía y policía mata ciudadano común y corriente – dije mientras garabateaba la pirámide de importancia en mi cuaderno de anotaciones –Hoy muere un policía.

Salí de mi edificio encendiendo un cigarrillo. Pisaba el asfalto sintiéndome su dueña, miraba a todos los peatones y me sentía más grande que cualquiera de ellos. Me sentía encima de ellos, los miraba como pequeñas hormigas que aplastaría

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con un dedo tan pronto como se me antojara. Los observaba con ojos de Dios.

Me dirigí a la estación de policía donde se encontraba Sebastián Reyes con la excusa de hacerle una breve visita antes de ir a mi oficina. Compré un café estándar y llegué sin previo aviso. Desde lejos pude observar una pizarra de corcho con varias fotos e indicaciones de colores y, en el centro, la imagen de Malcolm Phillips rodeado de varios números y párrafos. Me sorprendí al leer mi nombre en la parte derecha de la pizarra. ¿Todavía seguían con ese caso? ¿Qué más necesitaban saber?

Interrumpí en la oficina para saludar con un pequeño beso en los labios a Sebastián, y lo noté un poco incómodo frente a sus compañeros. Tal vez nadie sabía que estábamos comenzando una “relación”. Fruncí el ceño extrañada.

-¿Todo bien? – susurré cerca de su rostro.

-Sí, sí. Es que jamás pensé que vendrías para acá – respondió mejorando su actitud.

-La vida está llena de sorpresas – respondí sonriendo tan dulce como pude, tratando de evitar la obvia doble intención en mis palabras.

-Sí, y tarde o temprano se manifiestan – nos interrumpió una voz de manera agresiva. Tuve que tomarme dos segundos de

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descanso para no responder con alguna mala palabra a esa afirmación innecesaria.

Me volteé impaciente por conocer a mi siguiente víctima y me encontré con un pequeño oficial jugando a ser grande. Su placa marcaba apellido Wardel y, a pesar de ser alto, no me intimidaba en lo más mínimo. Usé mi sonrisa más hipócrita para presentarme.

-Sí, ya sé quién eres – respondió enseguida.

“Estás jugando con fuego, pequeño Wardel”, pensé con ira. Tomé su mano derecha para culminar mi presentación y me alejé lo más pronto posible. Lastimosamente mi nuevo amigo se había ganado un pasaje gratis al fondo de la tierra, y lo más importante, uno o dos días de fama en El Diario de Chicago.

Volví a la oficina para definir cómo sería mi estrategia de trabajo en el día. Necesitaba ser creativa. El asesinato de un policía va a requerir de mucha investigación y, por lo tanto, debía definir todo a la perfección… y solo tenía pocas horas para eso.

✽✽✽

Procedí a realizar la llamada que iniciaría todo el plan.

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-¿Oficial Wardel? – Pronuncié con mi mejor voz de secretaria – Lo llamo desde emergencias de la Clínica Health Plus. Su madre acaba de tener un accidente en su casa y necesitamos que venga en seguida.

Su respiración se aceleró del otro lado de la línea.

-¿Qué sucedió? Voy para allá de inmediato.

Se tropezó por las escaleras, lo esperamos lo antes posible oficial. Colgué la línea y corriendo procedí a la segunda parte del trabajo. Por suerte o destino, su madre vivía en las afueras de Chicago y a Wardel probablemente le tocaría un viaje largo con un auto recién saboteado por mi persona.

Tomé un taxi y le pedí que siguiera al auto del policía. Le ofrecí una gran cantidad de dinero para que no dijera ni una sola palabra.

Desde que comenzamos a rodar por las calles de Chicago hasta que su auto se descompuso pasaron alrededor de 45 minutos. Quedamos en el medio de una carretera entre Chicago y el pequeño pueblillo donde vivía la madre del Oficial. Le pedí al taxista que me esperara unos kilómetros más adelante y logré bajarme del auto sin que Wardel se diese cuenta. Él estaba revisado el motor del auto, como si realmente supiese algo de mecánica. Conseguí escabullirme sin que me viera a su auto. Pobre novato. Esperé el momento indicado para tomar su pistola en el asiento trasero y acercarme lentamente por el punto ciego del vehículo.

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Decidí hacerlo sufrir por sus insoportables comentarios a primera hora del día, de modo que en lugar de dispararle en un punto moral, comencé con la pierna. Sus gritos se escuchaban varios metros, y quién sabe si kilómetros alrededor. Ventajosamente aquella era una vía muy poco circulada.

Cuando lo vi retorciéndose en el suelo, me asomé por encima del carro. Quería verlo sufrir desde la primera fila

-Jessica… Hellmund – pronunció entre quejas. Me gustó como se escuchó mi nombre inundado en ira – No me sorprendes, no… Ya lo sabía. Eres tú la que asesina a todos esos hombres inocentes.

Di un paso hacia enfrente y disparé en su brazo sin decir una sola palabra. Después de varios segundos de gritos, continuó su discurso, con su voz entrecortada:

-Crees que te estás saliendo con la tuya, pero… pero no es así. Te van a descubrir, idiota. No sabes ser asesina.

Di otro paso y disparé a su cadera sonriendo con malicia.

-Tu estúpido amigo cree que lo amo y por eso está cegado. Lo tengo donde quiero. Y para que me descubra le tomará un buen tiempo.

La risa del Oficial Wardel me tomó desprevenida. ¿Acaso estaba perdiendo la cabeza?

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-¿Por qué te ríes? – grité apuntando a su cabeza y acercándome más a él. – ¡Responde, maldito imbécil!

Escupió un poco de saliva ensangrentada a su lado e intentó decir algo. Nada salió de su boca. Estaba perdiendo la paciencia. Pisé su pierna herida para acelerar la situación. Él, moribundo, accedió a decir lo siguiente:

-No eres la única farsante, ilusa. ¿De verdad crees que Reyes te ama? – Dijo jadeando – ¿Tan egocéntrica eres? Te crees muy encantadora, ¿no? Pues él también sabe jugar sucio, patética estúpida, él lo que quiere de ti es información…

No quise seguir escuchando y disparé directo a su cabeza. Impactada, introduje el cuerpo del policía en el vehículo y lo rocié con dos litros de gasolina, dejando un pequeño rastro mientras me alejaba del auto. Saqué un cigarrillo de mi chaqueta, lo encendí y lancé el encendedor al asfalto, sobre el pequeño charco de gasolina que llevaba hasta el auto.

-Maldita sea – susurré asimilando la situación. El vehículo se prendió en llamas, a punto de explotar, y sentía el calor rodeando todo mi cuerpo.

Soy una sospechosa para la policía y Reyes estaba utilizándome, como yo a él. Apreté mi mano izquierda queriendo golpear a alguien.

-¡Maldita sea!- grité al vacío

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Reyes iba a pagar por eso. Él no sabía que yo estaba al tanto, de modo que me encontraba un paso más adelante que él. Sufriría por engañarme de tal manera.

Aceleré el paso directo al taxi y escapé sana y salva.

Capítulo VIII

Oliver McKain

El sonido del teléfono de la oficina me distrajo de mis distraídos pensamientos.

-¿Quién es?– Era Jessica, con su voz tan acelerada como de costumbre.

-Oliver- respondí tranquilo.

-Oliver, hora de trabajar, dirígete con tu cámara a la carretera que se dirige al pequeño pueblito que hay al sureste de la ciudad.

Estaba tan adormecido y confundido que ni contesté.

-¡Apúrate! Esta muerte es importante– dijo entre dientes, histérica.

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Me incomodó la extraña manera en la que ella conseguía sus historias recientemente. Todo era dudoso, nada de lo que me decía era concreto. Jamás me daba una explicación detallada, solo una llamada, una dirección y la orden de llevar mi cámara. Ciertamente, las primeras veces que ocurrió fue un tanto difícil; llegar a las locaciones y ver una escena tan gráfica como la de un asesinato, cuando venía de tomar fotos para noticias como un tren descarrilado, o alguno que otro incendio. Pero poco a poco me acostumbré a la rutina.

El pudor y el tabú no pagarían mi pasaje de salida de esta sucia ciudad. Aun así, un sentimiento de preocupación me consumía cada vez que pensaba en una llamada en Jessica a cualquier hora del día.

-Jessica, es la tercera vez esta semana que me mandas a uno de tus “trabajitos”, me gustaría que me dieras un poco más información esta vez, por lo menos dime que hacías tú en ese lugar.

-¿Ya no confías en mí, Oliver? ¿Tengo que buscarme otra cámara con piernas y tú un nuevo trabajo? ¿O vas a hacer lo que tu vieja amiga te está “sugiriendo” que hagas? – dijo ella con un tono agresivo y sarcástico .Soy la única que te da un trabajo interesante que hacer, ¿Y así me lo pagas?

-No, Jessica, lo único que digo es que has tenido una extraña actitud desde que comenzó esta serie de eventos, y no quiero meterme en problemas. Tampoco me gustaría que tú te

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metieras en asuntos que puedan salirse de tus manos, somos un equipo, hay que trabajar juntos para poder conseguir las mejores historias para el periódico.

-No has entendido, pequeño, mi trabajo es conseguir las historias, el tuyo es hacer lo que yo te diga. Espero esa foto en la oficina en una hora. Si no, ni te molestes en aparecer mañana. Hasta luego, Oliver.

Bajé el teléfono y solté un suspiro profundo. No entendía por qué no había tenido los cojones para darme mi sitio y no dejarme manipular por esta mujer. Su forma de hablar, su mirada, cada paso que da. Inspiran cierto nivel de respeto pero a la vez son una amenaza constante, siempre detrás de mi hombro, intimidándome, esperando que me equivocara. “Seguiré jugando su juego de la reportera famosa, por lo menos por ahora. En el momento que vea una salida no dudaré un segundo en tomarla”, pensé, mientras terminaba de prepararme para salir de la ciudad.

Capítulo IV

Sebastián Reyes

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Durante mi carrera como policía he tenido que disfrazarme de muchas personas, asumir muchas personalidades y engañar a muchas personas que confiaron en mí. Todo por el bien de Chicago. Pero lo que hice con Jessica Hellmund fue la línea entre lo moral y lo perverso.

Nada físico o concreto a mi alrededor me había demostrado que esa chica era culpable por los recientes asesinatos que había sufrido la ciudad. Es más, podría hasta decir que la evidencia demostraba todo lo contrario, una joven reportera haciendo su trabajo para mantener a la ciudad informada y al bajo mundo expuesto ante la luz de los medios informativos. Pero…. Pero había algo en mí que no me permitía desechar ese sentimiento de curiosidad y de duda que me causaba su rostro cuando estaba con ella. ¿Mariposas en el estómago? No, la verdad es que lo único que siento por esta chica es desconfianza y un ligero respeto por lo que es capaz de hacer.

Sería mentira decir que no me atraía. Era una mujer bien plantada, que sabía lo que quería y cómo lo quería. Además, su perfecto cuerpo y su mirada corto punzante ayudaban a agrandar el combo. Pero, ¿amor? No, amor no. Pero eso no lo sabía ella, solo mi compañero Wardel y yo. El plan era

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sencillo, que confiara en mí, haciéndola creer que estaba embobado por ella. Mi primer paso lo di en las oficinas de El Diario de Chicago, cuando la saqué del público y me presenté, pero las cosas se pusieron serias la noche del bar.

Varios tragos habían pasado por los labios de ambos y ninguno de los dos tenía la guardia arriba, nos dejamos llevar por el alcohol. Estábamos muy cerca el uno del otro. Yo lo sabía, y ella también. Yo la deseaba y ella a mí. Gracias a Dios en ese momento entro el patán de Elijah Van Der Busch al bar, amenazante y violento contra Jessica. Fue el momento perfecto para meterme más el personaje sentimental, hacerla confiar aún más en mí. Así que la defendí, me puse entre el idiota de lentes y ella, usando mi poder policial como mi mejor arma.

Esa noche terminó de una manera interesante. Ya se hacía de madrugada, Jessica tambaleaba un poco mientras la acompañaba a su casa, ella se sujetaba de mi brazo y me contaba de su día a día en el periódico. Esto era lo que estaba buscando, sus secretos, sus historias, su verdadera esencia.

-¿Sabías que mis papás no querían que fuera periodista? Querían que fuera ¡Jessica Hellmund, la abogada penal más importante de la brillante ciudad de Chicago! – dijo mientras ambos nos reíamos de su historia.

-Y ¿qué paso con ese sueño, reprobaste el examen de la universidad de Chicago? – dije haciendo una broma.

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-Pues, la verdad, nunca lo presenté. En mi familia todos son abogados o trabajan en el mundo de las leyes, incluso mi hermano Jason Hellmund, el hijo prodigio, el hermano mayor perfecto.

El sarcasmo en su comentario me hizo notar su resentimiento por su hermano, celos. No era para menos, el tan Jason es el abogado empresarial más importante de la ciudad. Y CEO de la firma JH Consulting. Básicamente estaba ahogado en dinero.

-Y ¿cómo una joven tan hermosa como tú y de una familia tan renombrada termina como periodista de sucesos en El Diario de Chicago y caminando a las 5 de la mañana con un detective que no sabe ni siquiera qué va a desayunar? – sonreí y la miré a los ojos mientras le decía esto. Pero ella evadió la respuesta con una risa pícara.

***

-Bueno, esta es mi casa. Gracias por acompañarme, oficial… ¿Le gustaría subir por una taza de café? Técnicamente, ya es de mañana.

-Gracias, Jessica, pero mejor en otro momento. Me gustaría descansar un rato antes de ir a la estación, hoy tengo mucho trabajo que hacer.

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Se acercó a mi rostro y me plantó un delicado beso. Mi reacción fue quedarme inmóvil. Ella se despidió y entró a su apartamento.

Me di la media vuelta y en un parpadeo me encontraba en mi casa, acostado en mi cama. La verdad, es que no tenía que ir a trabajar ese día, algo relacionado con una tubería rota, no recuerdo bien. Solo sé que dormí más de lo debido.

La habitación estaba oscura, no se escuchaban ni las cornetas del tráfico. Fue en ese momento que me di cuenta que era de noche otra vez, dormí durante todo el día. Me incorporé y prendí mi grabadora de mensajes. Cuatro llamadas pérdidas de Wardel, una de Jessica y diez de mi jefe. Me pareció poco común, ya que él solo llamaba en casos de extrema emergencia. Así que mi primera acción fue llamarlo desde el teléfono en la mesa de noche de mi habitación.

-Reyes, por fin aparece – dijo el Capitán con un tono de voz lúgubre.

-Lo siento, jefe, me tomé muy en serio lo del día de descanso. Cuénteme, ¿en qué lo puedo ayudar?

-¿Aún no se ha enterado? Sebastián, creo que es mejor que te sientes. Lo que te voy a decir no será fácil.

Mi cuerpo se tensó hasta la última hebra de cabello, miles de cosas pasaron por mi mente en ese instante, tenía miedo de

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preguntar qué había pasado. Pero el jefe no esperó, mi silencio fue mi manera de preguntar.

-Wardel está muerto, hijo, encontraron su cuerpo en la autopista a las afueras de Chicago. Múltiples heridas de bala… No fue una muerte rápida.

Estaba inmutable por fuera, pero por dentro mi cuerpo era un tsunami de ira, tristeza y deseos de venganza. Algo en mí me hacía pensar en solo una persona. Y fue cuando prendí la radio y escuché que el tubazo de la historia la tuvo El Diario de Chicago que supe a quién dirigir mi odio. Agradecí al Capitán por la información y seguido de eso llamé a Hellmund.

-Hola, belleza, ¿Qué tal tu día? – pregunté con un tono alegre, tragando la tristeza que aún me llenaba.

-Pues bien, un poco ajetreado todo, supe que un oficial de tu cuartel fue encontrado muerto en las afueras de la ciudad. Lo siento mucho – dijo la maldita hipócrita simulando interés.

-Sí, lamentable, la verdad – aclaré mi garganta. – Pero no lo conocía bien, era de otro departamento – continué, mintiendo. Ella no podía saber mi conexión con Wardel. – Pero, cambiando de tema, me gustaría verte esta noche. ¿Quieres venir a cenar a mi apartamento después del trabajo, mi querida Jessica?

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-Eso me encantaría, oficial. Nos vemos a las nueve, ¿Te parece?

-Perfecto. Te espero.

Colgué el teléfono. En ese momento canalicé mi ira en un grito que hizo temblar mi vista.

Eso terminaría ese día. Legal o ilegalmente.

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Capítulo X

Jessica Hellmund

La vida de Reyes debía terminar hoy a como dé lugar. Sabía demasiado de mí y podía arruinar mis planes, de modo que preparé todo para la noche intensa que se avecinaba. Cuando llamó a reportarse, le mencioné la noticia como quien no quiere la cosa. No sabía si él estaba al tanto de que yo la cubrí pero en caso de que preguntara mi mejor opción era decir que el periódico me había mandado a la escena del crimen.

Llevé mi mejor vestuario para la cena en su casa. Podía hacer trabajo sucio pero jamás permitiría que mi glamour se pierda por aquella razón. Reyes actuaba sumamente bien, de modo que yo debía hacer exactamente lo mismo. Aquello era una cita y debía cumplir con todos los requisitos mínimos para llamarse de esa manera: vinos, buen atuendo, comida, velas…

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Llegué a su apartamento un poco más tarde que la hora acordada. Mi perfume camuflajeaba mis verdaderas intenciones y, para ser sincera, los nervios que tenía en todo mi cuerpo. Después de saber la farsa en la que había caído todo tenía tensión de por medio.

La noche transcurrió rápido y sin anestesia. Él hablaba, yo respondía algo concorde a la línea de la conversación. Nada del otro mundo. De hecho el aburrimiento invadió el lugar por un buen tiempo.

Cuando me levanté para ayudarlo a llevar los platos a la cocina, logré tomar un filoso cuchillo y esconderlo en mi liguero. Sí, me había llevado un liguero cual agente de películas. Eso me ayudaba a meterme en el personaje y olvidar, por un momento, que dentro de todo estaba a punto de asesinar a un amigo.

Alejé esos pensamientos negativos y me concentré nuevamente en la cena. Necesitaba tenerlo cerca para atacar sin que tenga mucho espacio para defenderse. Respiré profundo e inicié la necesaria acción. Me acerqué por detrás y lo abracé alcanzando rodear sus desarrollados músculos del abdomen. Él se tensó un poco y, al acostumbrarse a mi piel, relajó su cuerpo.

Tomé su mano y lo llevé al mueble de la sala de estar. Lo senté de un empujón para acercarme lentamente y, cuando

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estuve a punto de colocarme encima de él, me detuvo. Maldición. Es difícil engañar a un policía.

Revisó mis piernas cual inspección a un delincuente, removió el cuchillo del liguero y lo lanzó al suelo. Apreté los labios molesta y, en seguida, fingí demencia, como si nada hubiese ocurrido. Comencé a besarlo para acelerar la intensidad de la escena mientras tomaba la pistola que tenía en la parte baja de su espalda.

-Lo que es igual no es trampa- llegué a susurrar entre sus labios.

Sentí una pequeña sonrisa en su rostro. Irónicamente la situación me pareció un poco divertida. Reyes comenzó a aumentar la velocidad de nuestro encuentro. Para mi desgracia, el tipo sabía lo que estaba haciendo. Me distraje por varios segundos ahogada en el placer que estaba viviendo mi cuerpo. No quería terminar esto, pero era necesario. Me concentré en el olor de su cuello mientras me dejaba llevar por él hasta que desperté de mi trance. Esto era una guerra y no podía permitir que me manipulase de aquella manera.

Me alejé de la tentación de un solo salto, logrando tomar la pistola antes que él. Apunté firmemente su pecho mientras se acercaba sin miedo, como si le apuntasen todos los días, y golpeó el arma tan rápido que no tuve tiempo para disparar. La vi caer al suelo asustada. Me encontraba en total desventaja.

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Reyes golpeó mi mejilla sin piedad. De un segundo a otro me encontraba en el piso. El ardor en la superficie de mi piel me recordaba que aún podía responder a su ataque de alguna manera. Me acerqué al cuchillo gateando y lo tomé con suma rapidez. Sebastián recorrió la sala en dos pasos, me levantó con facilidad y me dejó caer en la mesa del comedor. Sin darle tiempo para pensar, me abalancé hacia su cuerpo y logré herir parte de sus brazos con el cuchillo. Un fuerte rugido de su parte lo incentivó a luchar con más fuerza.

La adrenalina en mis venas se convirtió en llamas de fuego que me llevaron a volver a atacar con el arma blanca pero en su ingle, luego en su pecho y, por último en el cuello. Parecía imposible pero aún se mantenía de pie y con intenciones de aplastarme. Logré escapar hasta la pistola y esta vez disparé sin pensarlo. Una limpia bala atravesó su frente dejándolo totalmente inconsciente.

Mi respiración se mantenía irregular. Necesitaba descansar antes de llamar a Oliver para que fotografiara la escena. Limpié la sangre de mi rostro con el incómodo vestido que llevaba puesto y me dediqué a encender un cigarrillo.

Poco a poco fui bajando las revoluciones hasta sentirme preparada para escapar del lugar. Todo había sido tan rápido que había perdido la noción del tiempo.

Respiro.

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Espero a que el cigarrillo termine de consumirse junto al silencio de la noche. Pienso sobre todo lo que ha ocurrido y cómo llegué a este lugar ¿Cómo había sido capaz de realizar este desastre? Me dirigiré al teléfono pago más cercano, llamaré a Oliver e iré a mi casa para ducharme. Necesitaba un día libre.

Cuando abro la puerta para finalmente irme, mi corazón se detiene en seco.

-Elijah- digo en voz baja.

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Capítulo XI

Elijah Van Der Busch

La mirada de Hellmund no tenía precio. Ver cómo se daba cuenta de que sus planes de gloria la habían llevado a cometer un error tan grave como dejar a esta niña escapar fue un momento hermoso. Era el momento de acabar con esto, nadie se interpondría ni un segundo más en mi camino para ser el mejor reportero de Chicago.

Introduje mi mano en mi elegante chaqueta y saqué un revolver que conseguí gracias a mis amigos en la comisaría. Era nada más y nada menos que el arma que le quitó la vida a mi jefe, el Sr. Malcolm Phillips, y sería la llave que me permitiría cerrar esta puerta tan inconveniente que es mi amiga, la “periodista”. Tomé el arma y la levanté sin parpadear apuntando a Hellmund.

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Quise que rogara por su vida, exigiera piedad y se arrodillara ante mí, pero nada de eso hizo. Decepcionado, supe que jamás se rebajaría a ese punto. Éramos más parecidos de lo que pensaba.

No dije nada, solo la miré a los ojos mientras el arma apuntaba a su enorme frente de animal…

Tres disparos salieron de mi arma. En el piso se encontraba sangrando la pequeña niña que vino conmigo. Jessica se quedó anonadada por un instante, en silencio, pero luego soltó un grito penetrante que no duró mucho. Una sola bala de mi revolver en su pecho la tumbó al piso. Hermosa, callada… Acercándose lentamente a la muerte.

Limpié las huellas de mi arma y la dejé frente a su mano derecha. Es irónico cómo la vida da vueltas. Un arma que comenzó todo, ahora termina todo. Pero antes de partir, cogí mi cámara, un tanto aparatosa, del estuche que cargaba conmigo. Me puse en posición y tomé la foto más perfecta y simétrica del cuerpo de la niña, y la cara agonizante de la pelo de cloro. Me agaché al nivel de su cara y la miré fijamente mientras ella peleaba por respirar.

-Triple homicidio en Chicago, la reconocida Jessica Hellmund comete suicidio luego de descubrir a su novio, el Subcomisario Reyes, en la cama con una menor de edad. Tanto el policía como la niña fueron asesinados por Hellmund antes de que la misma se quitara la vida. ¿Te gusta el primer

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párrafo de la primera plana de mañana? Va dedicado especialmente para ti- dije orgulloso.

Una lágrima se escapó del rostro de mi adversaria cuando se dio cuenta de que no sería recordada como una importante periodista, sino como un monstruo. Una abominación, sedienta de poder y de sangre. En mi opinión, no es tan malo ser un monstruo en Chicago. En una ciudad como esta, el que tenga las garras más largas gana. Pero la pregunta más importante que tenemos que hacernos es: ¿Qué tan profundo estás dispuesto a clavar las tuyas?