joseph vendryes - el lenguaje (introducción al estudio del lenguaje)

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INTRODUCCION EL ORIGEN DEL LENGUAJE 1 Causa siempre extrañen la afirmación de que el problema del ori- gen del lenguaje no es de orden lingüístico, y, no obstante, es la pura expresión de la verdad. Por no haberla tenido en cuenta, casi todos los que, de cien años a esta parte, han escrito sobre el origen del lengua- je, no han hecho más que errar; su error principal ha consistido en abordar el problema por su lado lingüístico, como si el origen del len- guaje se confundiera con el origen de las lenguas. Los lingüistas estudian las lenguas que íe hablan y que se escriben y siguen su historia con la ayuda de los documentos rnás antiguos que se han descubierto; pero, por muy alto que ellos se remonten en esta historia, nunca encuentran otra cosa que lenguas muy evolucionadas, que tienen detrás de sí un pasado considerable del cual nada sabemos. La idea de que por la comparación de las lenguas existentes se llegaría a la reconstrucción de un idioma primitivo, es quimérica. Es una qui- mera que pudieron acariciar los fundadores de la gramática compara- da,2 y que ha sido desechada hace mucho tiempo. Existen lenguas comprobadas en épocas más antiguas unas que otras. Algunas de nuestras lenguas modernas nos son conocidas con formas antiguas de más de veinte siglos. Pero las lenguas más antiguamente conocidas, las “lenguas madres”, como se las llama algunas veces, no tienen en sí nada de primitivo. Por diferentes que sean de nuestras len- guas modernas, sólo nos informan de las transformaciones que sufre el lenguaje; nada nos dicen de cómo éste ha sido creado. Las lenguas de los salvajes en nada pueden ayudamos a este res- pecto. Los salvajes no son primitivos, aunque a menudo se les dé abu- sivamente este calificativo. Muchas veces hablan lenguas tan complicadas 1 Véase el aspecto histórico de la cuestión en Borinski, [7 46], páginas 3-20; también Jespersen, [134], págs. 32U-365. Sobre ello se ha escrito toda una li- teratura. Los nombres que marcan las principales direcciones o etapas en el pasado, son ios de J. J. Rousseau, Essai sur ¡'origine dss langues (obra postuma) ; Herder, Geburt der Sprache mil der ganzen Entwicklung der menschlichen Kráfte, 1770; J. Grimm, Ueber den Ursfirung der Sprache, 1851; Steinthal, Ursprung der Sprache in Zusammenhang mit der letzlen Fragen alies ÍVissens, 1851 (4’ ed., 1888); Renán, [110]; V. Henry, Anlinomies linguistiques, y F. Rsbezzo, E co della Cultura, Ñapóles, f. XV (1916). ’ Principalmente Franz Bopp , [145]; véase D elbrück , [153], pág. 2, y V. T homsen , [231]. Vér.se W hitney , [141]. 80

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Page 1: Joseph Vendryes - El lenguaje  (Introducción al Estudio del Lenguaje)

INTRODUCCION

EL O R IG E N D EL LEN G U A JE 1

Causa siempre ex trañen la afirmación de que el problema del ori­gen del lenguaje no es de orden lingüístico, y, no obstante, es la pura expresión de la verdad. Por no haberla tenido en cuenta, casi todos los que, de cien años a esta parte, han escrito sobre el origen del lengua­je, no han hecho más que errar; su error principal ha consistido en abordar el problema por su lado lingüístico, como si el origen del len­guaje se confundiera con el origen de las lenguas.

Los lingüistas estudian las lenguas que íe hablan y que se escriben y siguen su historia con la ayuda de los documentos rnás antiguos que se han descubierto; pero, por muy alto que ellos se remonten en esta historia, nunca encuentran otra cosa que lenguas muy evolucionadas, que tienen detrás de sí un pasado considerable del cual nada sabemos. La idea de que por la comparación de las lenguas existentes se llegaría a la reconstrucción de un idioma primitivo, es quimérica. Es una qui­mera que pudieron acariciar los fundadores de la gramática compara­da,2 y que ha sido desechada hace mucho tiempo.

Existen lenguas comprobadas en épocas más antiguas unas que otras. Algunas de nuestras lenguas modernas nos son conocidas con formas antiguas de más de veinte siglos. Pero las lenguas más antiguamente conocidas, las “lenguas madres”, como se las llama algunas veces, no tienen en sí nada de primitivo. Por diferentes que sean de nuestras len­guas modernas, sólo nos informan de las transformaciones que sufre el lenguaje; nada nos dicen de cómo éste ha sido creado.

Las lenguas de los salvajes en nada pueden ayudamos a este res­pecto. Los salvajes no son primitivos, aunque a menudo se les dé abu­sivamente este calificativo. Muchas veces hablan lenguas tan complicadas

1 Véase el aspecto histórico de la cuestión en B o r i n s k i , [ 7 46], páginas 3-20; tam bién J e s p e r s e n , [134], págs. 32U-365. Sobre ello se ha escrito toda una li­teratu ra . Los nombres que m arcan las principales direcciones o etapas en el pasado, son ios de J . J. R o u s s e a u , Essai sur ¡'origine dss langues (obra postum a) ; H e r d e r , G eburt der Sprache m il der ganzen E ntw icklung der menschlichen K ráfte , 1770; J . G r i m m , Ueber den Ursfirung der Sprache, 1851; S t e i n t h a l , Ursprung der Sprache in Zusam m enhang m it der letzlen Fragen alies ÍVissens, 1851 (4’ ed., 1888); R e n á n , [110]; V . H e n r y , A nlinom ies linguistiques, y F. R s b e z z o , E co della Cultura, Ñapóles, f . X V ( 1 9 1 6 ) .

’ Principalm ente Franz Bo p p , [145]; véase D e l b r ü c k , [153], pág. 2, y V. T h o m s e n , [231]. Vér.se W h it n e y , [141].

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c o m o las más complicadas de las nuestras; pero, otras veces, son ellas tarrbién de tal simplicidad que pueden dar envidia a nuestras lenguas más simples. Unas y otras aparecen como el resultado de transforma­ciones cuyo punto de partida se nos escapa. Si hay alguna diferencia entre las lenguas de los pueblos llamados civilizados y la:, lenguas de los salvajes, existe más en las ideas que se expresan que en la expresión r'ism a. Las lenguas de los salvajes pueden instruir útilmente sobre las relaciones del lenguaje y del pensamiento,3 pero no sobre lo que ha sido \z forma primitiva del lenguaje.

Podríamos sentimos tentados de pedirlo al lenguaje de los niños.4 L a tentativa resultaría también vana. Los niños nos enseñan solamen­te cómo se adquiere un lenguaje organizado, no nos dan idea de lo que ha podido ser el lenguaje en el origen de su desarrollo. Observan- de los esfuerzos que hace un niño para repetir lo que oye decir a los adultos, se puede recoger más de una indicación sobre las causas de los cambios a que está expuesto el lenguaje. Pero el niño no devuelve sino lo que ha recibido; él opera con los elementos que le suministran sus relaciones; con ellos combina sus palabras y frases. Lleva a cabo un trabajo de imitación, no de creación; queda excluida toda espon­taneidad. La parte de innovación que él introduce en el lenguaje es inconsciente; resulta de una pereza natural que se contenta con la apro­ximación, no de una voluntad que dispusiera de poder creador.

Aunque se trate, pues, de las lenguas antiguamente conocidas, de las de los salvajes o de las que los niños aprenden a hablar, el lingüis­ta nunca tiene delante de sí más que un organismo, largo tiempo cons­tituido, preparado por él trabajo de numerosas generaciones en el curso de muchos siglos. El problema del origen del lenguaje no es de su com­petencia En realidad, este problema se confunde con el del origen del hombre y el de las sociedades humanas;,, pertenece a la jurisdicción de la historia primitiva de. la humanidad. 51 lenguaje se ha creado a. me­dida que el cerebro humano iba desarrollándose y la sociedad se consti­tuía. Es imposible decir en qué forma empezó el ser humano a hablar; no obstante, puede intentarse fijar las condiciones que han permiti­do al hombre hablar: éstas son psicológicas y sociales al mismo tiempo.

*La definición más general que pueda darse del lenguaje es que lo

constituye un sistema de signos.5 Estudiar el origen del lenguaje, se con-J L é v y -Br u e l , [88], págs. 76 y siguientes.‘ A cerca del lenguaje de los ñiños, véase sobre todo C lara y W illiam S t e r n ,

D ie Kindersprache, Leipzig (1 9 0 7 ). Consúltese tam bién M EUMAN N, D ie Sprache des K indes, Ziirich (1903) ( Abharidlungen herausgegeben von der Gesellschaft fü r deutsche Sprache in Z ü ric h ); véase R o u s s e y , N otes sur l'apprentissage de la parole chez un enfant, [7] (1899 y 1900); M. G r a m m o n t , Observalions sur le langage des enfants, [99], págs. 61-82; O Bl o c h , N otes sur le langage d ’un enfant, [6], X V III , 37; J . R o n j a t , Le déreloppem ent du langage observé chez un enfant bilingüe, París (1 9 1 3 ); H . D elacroix , L ’enfant et le langage, París, 1934; H . W a l l o n , Les origines de la pensée chez l’enfant, 2 vols., París, 1945.

‘ B. L erov , [87],

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vierte, pues, en buscar qué clase de signos tenía el hombre naturalm en­te a su disposición y cómo se ha visto obligado a emplearlos.

Aquí es preciso entender por signo todo símbolo capaz de servir a la comunicación entré los hombres. Dado que los signos pueden ser de diversa naturaleza, hay muchas especies dé lenguajes. Todos los órga­nos de los sentidos pueden contribuir a la creación de un lenguaje. Existe el lenguaje olfativo, el lenguaje táctil, el lenguaje visual y el lenguaje auditivo. Existe lenguaje cada vez que dos individuos, habien­do atribuido convencionalmente cierto sentido a un acto determinado, ejecutan este acto con el fin de comunicarse entre sí. El perfume pues­to a un vestido, el pañuelo rojo o verde que sale del bolsillo de una chaqueta, un apretón de manos más o menos prolongado, constituyen los elementos de un lenguaje desde el momento en que dos personas han convenido en utilizar estos signos para transmitirse una orden o un aviso.

Entre los diferentes lenguajes posibles, sin embargo, hay uno que so­bresale entre todos por la variedad de medios de expresión de que dispone: es el lenguaje auditivo, llamado también lenguaje hablado o articulado; es el único de que trataremos en el curso de esta obra. M u­chas veces va acompañado y, más a menudo, suplido por el lenguaje visual. En todos los pueblos, más o menos, el gesto da la medida de la palabra, las expresiones de la cara traducen, al mismo tiempo que la voz, las emociones y los pensamientos. La mímica es un lenguaje vi­sual; pero la escritura también lo es, lo mismo que, generalmente, todo sistema'de señales.

El lenguaje visual es, probablemente, tan antiguo como el lenguaje auditivo. Ninguna razón tenemos para creer, y, sobre todo, ningún me­dio para probarlo, que el uno sea anterior al otro.

La mayor parte de los lenguajes visuales hoy en día usados son, simplemente, derivados del lenguaje auditivo. Esto es cierto en la es­critura, como se verá en la quinta, parte, y es cierto en los códigos de señales. El código marino de señales, por ejemplo, está destinado a proporcionar equivalentes a las palabras y a las frases de las lenguas existentes. Nada nos dice del origen de los signos como representación de las ideas. Convencionalmente, se ha escogiclo un signo con prefe­rencia a otro, por una convención arbitraria, a la cual, no obstante, se había impuesto, anteriormente, determinadas condiciones. Tales lengua­jes son artificiales por definición.

Se conoce un empleo naturai del lenguaje visual, el lenguaje por gestos, que algunos pueblos salvajes usan al mismo tiempo que el len­guaje auditivo.0 No se trata de un acompañamiento de 1a. palabra con el ge^to, como puede observarse en los pueblos civilizados; se trata de un sistema de gestos que expresan de por sí, como podrían hacerlo las palabras, las ideas que se desea manifestar. Con ser un lenguaje rudi-

* W u n d t , [2 2 3 ] , I , 1 , p á g . 1 2 8 .

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mentario, tiene sus ventajas: puede ser empleado de lejos, entre dos puntos que no alcanzaría el sonido, pero desde ios cuales el ojo pue­de percibir ios movimientos; permite, sobre todo, no despertar la aten­ción de los presentes por el ruido de la voz. Los alumnos de un colegio se valen de este medio silencioso de comunicación en las salas de estu­dio. El lenguaje por gestos puede haber tenido, pues, un origen utili­tario. No obstante, el hecho de que en los pueblos salvajes haya sido usado principalmente por las mujeres, sugiere o tra explicación. La cau­sa que de ordinario provoca una diferencia de lenguaje entre los sexos, es una causa religiosa.7 Por estar prohibidas a las mujeres las palabras que emplean los hombres, aquéllas han de usar un vocabulario espe­cial que es preciso se creen ellas mismas, apto para substituir en caso de necesidad la voz con un gesto. La conservación del lenguaje por gestos puede explicarse así por la fuerza de las interdicciones (vé?se páginas 219 y 258). Pero, cualquiera que sea su origen, no es más que suce­dáneo del lenguaje auditivo, al cual es preciso que se adapte.

El lenguaje por gestos de los sordomudos está también calcado del lenguaje auditivo. Por el gesto, se les hace conocer los procedimientos del lenguaje de todo el m undo: se les pone en condiciones de conver­sar entre ellos y de leer lo que escriben los hombres que habla.i y oyen. Se opera una substitución de sentidos para ponerlos en estado de cam­b iar signos.

El caso de los sordomudos invita a reflexionar sobre el origen del empleo lingüístico de los signos. A propósito de ellos se puede pregun­ta r si el lenguaje es, en el hombre, un hecho adquirido, resultante 'de Ja educación, o, por el contrario, un hecho instintivo y espontáneo. So­bre esta cuestión, nada nos enseñan los niños normales. Desde su na­cimiento, viven despiertos en un mundo exterior; antes de emitir sonidos, son puestos en comunicación con lo que les rodea por medie del oído, y desde el momento en que hablan se encuentran ya incorporados a la tram a de las relaciones sociales. En los sordomudos, por el contrario, es preciso despertar la conciencia del signo. Incapaces de aprender el lenguaje auditivo, los sordomudos, por razón de su anormalidad, es­tán exentos de las influencias que las personas que hablan ejercen sobre los niños que oyen. Pero, ellos ven y, abriendo los ojos, se dan cuenta de lo que puede ser el intercambio en el cual toma parte el lenguaje. P ara responder á la cuestión propuesta, se necesitaría poder penetrar en la conciencia de un ser humano que, debido a anomalías congénitas, hubiese permanecido aislado del mundo exterior o que. hubiese sido substraído a la acción de sus semejantes desde su nacimiento. La segunda hipótesis delata en seguida su absurdidad. ¿Cómo es posible se­p ara r a seres humanos de otros hombres y privarles en cierto modi. del uso de sus sentidos, hasta el punto que su cerebro pueda funcionar como en una cámara obscura, sin comunicación con el, exterior?

’ V an G e n n e p , [74], págs. 265 y sigs.

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Es conocida la experiencia singular que llevó a cabo Psamético. rey de Egipto, según cuenta Herodoto ( II , 2 ). Queriendo saber si los fri­gios eran más antiguos en el mundo que los egipcios, hizo educar se­paradamente desde su nacimiento a dos niños, prohibiendo que se les dejara oir lenguaje alguno; el resultado fué que algunos meses más tar­de los niños pedían de comer diciendo f io c o c ; , palabra que en frigio sig­nifica p a n . De aquí sacó Psamético la conclusión de que el frigio era la lengua más antigua. También se hubiera podido deducir que la facultad de hablar es innata en el hombre. Pero la experiencia de Psa­mético carece, evidentemente, de verosimilitud y de sinceridad.

Hay otras experiencias que, a primera vista, parecen más decisivas. Son las que se han hecho con individuos sordos y ciegos de nacimiento, privados, por lo tanto, de comunicación con el mundo exterior. Se co­noce, por ejemplo, el caso de la francesa M aría Heurtin s o el de la norteamericana Helen Keller.0 Este último es, particularmente, intere­sante: ella llegó a adquirir una instrucción lo bastante extensa para leer y escribir en muchas lenguas obras de literatura y filosofía. Se pue­den deducir cariosas indicaciones de sus escritos, abstracción hecha del colorido novelesco que ha podido dar a sus escritos la solicitud de las personas que la rodeaban.

El lenguaje de Helen Keller es el resultado de una educación. Una obra publicada sobre ella 10 cuenta con emoción la escena en que, des­pués de muchas tentativas infructuosas, se llegó a hacerle comprender el valor del signo. Este día se rompió el velo que le ocultaba el universo; éste apareció a su espíritu con la red de las ligaduras complejas que unen las cosas y las palabras. Pero el interés de esta escena, es, ante todo, individual. Helen Keller se encontraba fuera de las condiciones ordinarias de la vida; su caso continúa siendo excepcional. Los prime­ros humanos que hablaron no llegaron a la inteligencia del signo de la misnia manera que aquella desgraciada. El desarrollo del lenguaje en el individuo anormal, excluido hasta entonces de toda comunicación con el mando por sus anormalidades, no puede damos idea de la evo­lución que se produjo en una sociedad de seres normales.

F,n el seno de la sociedad es donde se formó el lenguaje. Existió un lenguaje el día mismo en que los hombres sintieron necesidad de co­municarse entre sí. El lenguaje resulta del contacto de muchos seres que poseen órganos de los sentidos y utilizan para sus relaciones los me­dios .]ue la naturaleza pone a su disposición: el gesto, si falta la pala­bra; la mirada, si el gesto no es suficiente. La experiencia a efectuar consistiría, inspirándose en Psamético, en poner en contacto dos o más niños substraídos completamente cada uno a toda influencia educado­ra, e ignorrntes de lo que pueda ser un lenguaje. Cualquiera que fuese

‘ Lonis A rn o u ld , Am es en prison, París, 10* ed . (1919).W. St e r n , H elen Keller. D ie Entw icklung und Erziehung einer Taubstum m -

blinden, Berlín (1905).” G érard H arry , Le miracle des hommes, París, Larousse.

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la raza a que pertenecieran, y hecha abstracción de las disposiciones hereditarias que pudieran poseer, no cabe duda de que ellos crearían espontáneamente un lenguaje, y que éste no sería el frigio. La necesi­dad pondría, fatalmente, al órgano en acción. Así es como debieron pasar las cosas en su origen. El lenguaje, que es el hecho social por excelencia, resulta de los contactos sociales. H a venido a ser uno de los vínculos más fuertes que unen a las sociedades y debe su desarrollo a la existencia de un agrupamiento social.

*

El lenguaje no pudo nacer como hecho social más que el día en que el cerebro humano se encontró suficientemente desaíro liado para uti­lizarlo. Dos seres humanos no pudieron crear entre ellos un lenguaje sino porque anteriormente estaban preparados para hacerlo. En el len­guaje ocurrió lo que en todas las invenciones humanas. A menudo se ha discutido si el lenguaje originariamente era único o múltiple. La cuestión no tiene interés. El día en que el progreso de la inteligencia trae un perfeccionamiento de la civilización, el nuevo descubrimiento se hace por sí mismo, y, en muchos lugares, al mismo tiempo; está en el ambiente, dicen los sabios, y se le siente venir, como se prevé en oto­ño la caída de los frutos maduros en un huerto.

Psicológicamente, el acto, lingüístico primordial consiste en d ar al signo un valor simbólico. Éste proceso psicológico distingue el lenguaje del hombre del dé los animales.;1 Es falso oponer el uno al otro di­ciendo que el segundo es un lenguaje natural y el primero un lenguaje artificial y convenido. El lenguaje hum ano no es menos natural que el lenguaje animal; pero es de grado superior en cuanto que el hombre, habiendo dado a los signos un valor objetivo, ha podido hacerlo variar convencionalmente hasta el infinito. L a diferencia entre el lenguaje animal y el lenguaje humano está en la apreciación de la naturaleza del signo.12 El perro, el mono y el pájaro se hacen comprender de sus congéneres; poseen gritos, gestos, cantos que corresponden a ciertos es­tados psíquicos de alegría, espanto, deseo, apetito; algunos de estos gri­tos son tan apropiados a necesidades particulares que casi podrían ser traducidos por una frase en lenguaje humano. Con todo, los animales

11 S t e in t h a l , [207], págs. 324-358; R. M . M e y e r , {30], t. X II , 307.” Esta idea ha sido expuesta p o r Bo s s u e t : “Los animales pueden poseer la

voz en cuanto es una presión ag itada de a ire ; pero no en cuan to significa, p o r , institución, lo que propiam ente se llam a h ab lar y en tender” (Logique, I , X X IV ) . V íase T ra iti de la connaissance de D ieu et de soi-méme, cap. V , § 5: “ U n a cosa es estar dotado del sonido o de la pa labra en cuan to ella ag ita el :iire y, en seguida, las orejas y el cerebro; o tra cosa es m irarla como un signo convencional de los hom bres y evocar en el espíritu las cosas que significa. Esto últim o es lo que se llam a entender el lenguaje ; en los anim ales no se encuentra ile ello ningún vestigio." G . Ba l l e t , L e langage intérieur et les diverses formes tle l’apkasie, París, 1838; Foix en T ra iti de pathologie m entóle de S e r g e n t , t. V ; D é je r in e , Sim iologie; G il b e r t e t T h o in o t , Traite de m édecine, voL X X X I, Semiología nerviosa, el capítulo sobre la afasia.

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no emiten frases;18 son incapaces de variar los elementos Je sus gritos por complejos que sean, a la m anera que nosotros hacemos variar nuestras palabras, que son los elementos de substitución en la frase. Para ellos, la frase no se distingue de la palabra. Aun hay más: esta misma palabra, grito o señal, como quiera llamársela, no tiene valor objetivo independiente. Tampoco es objeto de convención, y, por ende, el len­guaje animal no es susceptible de transformaciones ni de progreso; no parece que el grito de los animales haya sido en otro tiempo diferente de lo que es hoy. El pájaro que profiere un grifo para hacer llegar a él la mano que le enseña una hoja de lechuga, no tiene conciencia de su grito en cuanto signo.14 El lenguaje animal implica adherencia del sig­no a la cosa significada. Para que cese la adherencia y el signo tome un valor independiente de su objeto, se requiere una operación psico­lógica, que es el punto de partida del lenguaje humano.

El enigma del desarrollo psicológico del hombre, debiera resultar, en parte, aclarado por los datos de ia Antropología. Esta ciencia ense­ña que los cráneos de los hombres de las cavernas se parecen a los de los monos antropoides. En el cráneo de la Chapelle-aux-Saints, el lugar reservado a las circunvoluciones en que se localiza la palabra es de los más reducidos. Se ha de suponer, pues, que el desarrollo del len­guaje se efectuó por una evolüción natural del cerebro humano. Se­mejante hipótesis no obliga a adm itir sin reservas la famosa teoría de Broca sobre las localizaciones cerebrales/5 Se sabe que esta teoría- ha perdido mucho de su primera aceptación.' Hoy está de moda tenerla en descrédito. Incluso las recientes investigaciones han pretendido des­moronarla. Lo que se le puede reprochar, sobre todo, es el simplificar demasiado una cuestión muy compleja. Fijando en conjunto la locali­zación de la palabra en la tercera circunvolución frontal izquierda. Bro­ca no da más que una grosera aproximación; y, sobre todo, enseñando que hay en el cerebro grandes regiones distintas que corresponden a las grandes regiones del espíritu se equivocaba en lo referente a las regiones entre el lenguaje y el pensamiento. Es falso imaginar el cerebro construi­do según los planes de una gramática, con apartados para las diferentes partes de 1a oración. El conjunto de los hechos del lenguaje está re­partido por el cerebro de una m anera más libre y más amplia que lo que Broca suponía. En el origen de los accidentes de la afasia motriz, sobre los cuáles descansa la teoría de Broca, hay, sin duda, ordinaria­mente, una lesión localizada; pero la afasia sensoria], tal como Wer-

»nicke la ha definido, supone a menudo un déficit intelectual general.

11 L. Bo u t a n , Pseudo-langage, Burdeos (1913) (A ctes de la société linnéenne de B ordeaux); véase M e il l b t , [4], t. X V III , página c l x x v ii.

14 Sobre el lenguaje de los pájaros, véanse las finas observaciones de M. B réa l ,Revue des revues, X X X III (1900), páginas 629-632 (reproducidas en [4], t. X I, pág. cx -cx v ).

“ Véase sobre esta cuestión una excelente exposición de conjunto de D a g n a n - B o u v m k t, [10], t. X V I (1908), pig«, 466 y nigs, Consúltense tam bién los t r a ­bajos del D r. P. M a rie y el libro del D r. F. M o u t ie r , L ’aphasie de Broca, P a ­rís (1908).

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Por otra parte, se producen con frecuencia fenómenos d ; substitución, gracias a los cuales los centros vecinos asumen el empleo de los lesio­nados. En fin, la disposición de las membranas corticales es tal, que una lesión puede provocar diferentes alteraciones, aunque aféete a la tercera circunvolución frontal izquierda, según el punto de la circun­volución que ella interesa.10 En resumen, si el principio de la localiza­ción de la palabra puede pasar como incontestable, el detalle de la localización está todavía por hacer.

Conviene, por lo tanto, ser prudente en la interpretación de los da­tos que sugiere la antropología prehistórica.17 Aceptándolos sin reserva y midiendo el cráneo de un hombre de ¡as cavernas como mediríamos el cráneo de un contemporáneo, nos expondríamos a concluir que aquél era aíásico. Esto sería, indudablemente, retroceder a un tírm ino ex­cesivamente alejado del punto de partida de la evolución del lenguaje humano. Pero, con seguridad, el hombre de las cavernas poi:yó un ce­rebro menos adaptado que el nuestro a la actividad Lngüística. Y puede creerse que su actividad intelectual dejaba ’gualmente mucho que desear.

En este lejano antepasado, cuyo cerebro era todavía impropio para el razonamiento, el lenguaje pudo empezar siendo puramente emotivo. Al principio sería un simple canto rimando la m archa t el trabajo manual,18 un grito, como el del animal expresando dolor o alegría, m a­nifestando un temor o un apetito. Después, provisto el grito de un va­lor simbólico, sería considerado como una señal capaz de ser repetida por otros; y el hombre, hallando a su alcance este proced'miento có­modo, lo utilizaría para comunicarse con sus semejantes y prevenir o pro­vocar un acto por parte de ellos. Antes de ser un medio de razonar, el lenguaje debió de ser un medio de acción, y uno de ¡os más eficaces de que pudiese disponer el hombre. U na vez despierta en el espíritu la conciencia del signo, no faltaba más que desarrollar esta invención ma­ravillosa; el perfeccionamiento del aparato vocal corría parejas con el del cerebro.

En el seno de- las primeras agrupaciones humanas, la fijación del lenguaje se operaba siguiendo las leyes que rigen toda sociédád. En particular, en todas las ceremonias colectivas, las mismas manifesta­ciones vocales o corales se imponían a todos los miembros del grupo.10 Los elementos del grito y del canto se hallaban así provistos de un va­lor simbólico, que cada individuo retenía para su uso personal. Y, poco a poco, gracias a la multiplicidad creciente de los cambios sociales, se­ría finalmente constituido en su riqueza incomparable este instrumento complicado, que sirve para expresar los sentimientos y pensamientos, todos los sentimientos y todos los pensamientos.

“ W u n d t, [223], t. I, pág. 494.” Sobre la antropología prehistórica, véase el interesante libro de M. B o u l e ,

L 'hom m e fossile, élcm cnts de paléontologie hum aine, París, Masson, 1920.“ K. B ü c h e r , Arbeit und R hythm us, 3* edic., Leipzig (1912).” BoMNüKi, [I4C], p ig . 30.

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Esta hipótesis, aunque indemostrable, no está desprovista de vero­similitud. Tiene el interés de hacer comprender cómo el lenguaje ha sido el producto natural de la actividad humana, un resultado de la adaptación de las facultades del hombre a las necesidades sociales,20 Es preciso, tan sólo, partir de la conciencia del signo. U na vez adqui­rido este hecho, todo el lenguaje se desarrolla por diferenciaciones su­cesivas.

*

Corno hemos dicho en la página 81, sería temerario querer precisar más, intentar saber cómo se produjo la diferenciación, por qué etapas ha. pasado desde el grito-señal hasta los medios de expresión tan varia­do;; que constituyen la riqueza de una lengua como la francesa. Partien­do de la idea de que en toda lengua ha de haber partes fundamentales que se han de distinguir de ulteriores adquisiciones, se pide al lingüis­ta que señale los límites entre las distintas capas y designe las partes del lenguaje que han sido primeramente constituidas.21 El lingüista alguna vez se aventura a responder. Hay que confesar, francamente, que nin­guna respuesta es admisible. El método de pasar de lo conocido a lo desconocido es aquí ineficaz. Los principios sobre los cuales descansa ia evolución de ¡as lenguas que nosotros conocemos, no se aplican ne­cesariamente a lenguas habladas por individuos cuya mentalidad es­taría orientada en forma distinta de la nuestra. El estudio de las lenguas enseña que el desarrollo del lenguaje no se hace por sucesiones lógicas, siguiendo un camino rectilíneo. Sería un error imaginar que el plan.de la gramática de Port-Royal se impusiera desde el origen al espíritu hu­mano como un cuadro que debiera llenarse sucesivamente por una pro­gresión metódica.

Además, entre el signo y la cosa significada, entre la forma lingüística y la materia de la representación, jamás existe un vínculo de naturale­za. sino solamente un vínculo de circunstancia. Se creyó durante mucho tiempo que el hecho primitivo dél lenguaje consistió en dar nombres a las cosas, esto es, en crear un vocabulario. Es la idea que expresó ya Lucrecio en el verso repetidamente citado:

Utilitas expressit nomina rerum,

en el cual, además, atribuía muy justamente el lenguaje a la satisfac­ción de una necesidad. En Francia, en el siglo xvm, el presidente de

M ‘L a palabra, por ser la prim era institución social, no debe su form a más que a causas naturales” (J . J . R o u s s e a u , Essai sur lorig ine des langues). Fred N e w t o .v S c o t t , T he genesis of Speech (Fublications of th e M odern Langage Association of America, t. X X IÍI , 4, 1908, págs. 1-2).

Sobre el origen del lenguaje,. G. R e v é s z , Ursprung und Vogerschichte der Sprache, Berna, 1946; y sobre el desarrollo m ás antiguo de las lenguas, J. van G in n e k e n , La reconslruclion typologique des langues archatques de l’hu- m anité, Am sterdam , 1939.

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PARTE VLA ESCRITURA

CA PITU LO PR IM ER O

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Si el problema del origen del lenguaje no permite llegar a ninguna conclusión satisfactoria, no pasa lo mismo con el problema del origen de la escritura. Este se deja abordar directamente; podemos abarcarlo sin dificultad en toda su amplitud. Y es que el origen de la escritura está relativamente bastante cercano a nosotros. Las lenguas antiguas no las conocemos más que desde el momento en que fueron escritas; pero muchas las conocemos desde este momento mismo y a menudo el pri­mer texto que de ellas poseemos es también el primero que se escribió. Por otra parte, tenemos cerca de nosotros lenguas que no se han escrito sino en nuestros mismos días y hasta a nuestra vista. Podemos, pues, sor­prender a lo vivo los procedimientos por medio de los cuales una lengua hablada se transforma en lengua escrita y apreciar los resultados de la operación.

Sin embargo, para comprender el problema del origen de la escri­tura es preciso despojamos de nuestros hábitos mentales de civilizados. Para nosotros, el valor simbólico de la escritura es una cosa natural. Nuestros niños no necesitan sino algunos ejercicios y un poco de refle­xión para comprender que lo qug ven escrito en caracteres negros sobre fondo blanco en los libros, ofrece a sus ojos la imagen de las palabras que oyen. Muy pronto se acostumbran a esta gimnasia psíquica, que consiste en coordinar la grafía y el sonido, a combinar en la concepción de la palabra las representaciones visuales y las representaciones audi­tivas.

El tiempo que hemos necesitado en nuestra infancia para sujetar nuestro espíritu a esta gimnasia ha sido tan corto que nc conservamos de él ni el recuerdo. La idea de que poseemos un lenguaje escrito, la hemos adquirido sin esfuerzo, de una manera casi natuial.

1 Consultar, en general, Ph. B ero e r , [48], D a n z e n , [151], L é / i -Br u h l , [88] y el capítu lo de M a s p é r o en su Histoire des pcuples de l'O rient. Sobre los pro­cedimientos m ateriales por medio de los cuales se ha creado y pe feccionado la escritura, véase en el libro de M . de M o r c a n , L a H um anidad prehistórica, págs. 346 y sigs., el capítulo sobre la representación del peniam ie íto que, por el texto e ilustración, com pleta perfectam ente los datos del preserve capítulo.

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Y, sin embargo, es cierto que esta idea no es natural en el hombre. Nos aprovechamos de los tanteos intelectuales de nuestros lejanos ante­pasados; ellos han facilitado nuestro trabajo preparándonos la mentali­dad. | Cuánto tiempo y cuántos esfuerzos han gastado para ejercitar el cerebro que nos han transmitido! Tanto tiempo y tantos esfuerzos, que nosotros ya no tenemos siquiera conciencia del ejercicio.

*

Sabemos que antes de escribir palabras los hombres empezaron por escribir ideas. La imagen fué empleada, primero, como un signo de los objetos. Pero este empleo no se encontró de improviso, pues supone que el hombre ha adquirido ya conciencia del valor racional del signo gráfico.

Ahora bien, ejdsten hoy todavía salvajes que identifican completa­mente la imagen y el objeto. Esta identificación, que nos parece tan extraña, no procede de una mera ilusión o confusión. Se halla en cone­xión con el hecho de que el salvaje concibe todas las cosas, tarito imá­genes como objetos, de im modo místico. A sus ojos, el mundo exterior está constituido por un encadenamiento de fenómenos provistos de pro­piedades ocultas y cuyas relaciones recíprocas no están sometidas al principio de contradicción. Su propia actividad está como colocada en la trama del mundo exterior. No ejecuta ningún acto que no tenga repercusión en el Universo visible e invisible. Lo que llamamos supers­tición, que consiste en dar un sentido místico a las más comentes accio­nes, en establecer una relación oculta entre los sucesos más distintos, es el estado de espíritu ordinario del salvaje. Esto es de una importancia extrema cuando se trata del uso de los signos.

Imaginemos que un civilizado marca su camino con una ram a de árbol o dibuja una cruz en la arena o en una roca. Se guiará por un motivo puramente racional; por ejemplo, el de volver a encontrar su camino o dar una indicación a los compañeros que le siguen. Pero en el espíritu del salvaje, el simple trazado de un signo, llevando con­sigo complicaciones místicas, inspira motivos muy diferentes. Dejar una rama en el camino es tomar posesión del suelo que se pisa, echar o conjurar una suerte, llamar o alejar a un espíritu, despistar a un enemi­go invisible cerrándole el camino; o, por el contrario, dejarle una prenda de la que se aprovechará contra vosotros; en una palabra, es cumplir un act» cuyas consecuencias favorables o funestas tienen pro­longaciones en la inmensidad del Universo.

De la misma manera, la imagen de un asno o de un perro no des­pierta en nuestro espíritu de civilizados sino la idea de un asno o de un perro, y nada más. Pero, para el salvaje, es el mismo asno o perro, y si en lugar de un ser inofensivo, la imagen representa a un animal dañino o un enemigo feroz, ¿a qué consecuencias no la expone? El len­guaje de los signos participará entonces de todos los accidentes mágicos del lcngurje hablado, las interdicciones, por ejemplo, y los eufemismos.

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Es tan peligroso dibujar un tigre o un hipopótamo como nombrarlos, pues la imagen, lo mismo que el nombre, forma parte del dominio mís­tico del ser.2 O bien, por un sentimiento inverso, pero de idéntico origen, habrá interés, al contrario, en representar al enemigo, al animal temi­ble, para amansarlo y apaciguarlo, para convertirlo en aliado. Algunos salvajes dibujan en sus armas una serpiente o un leopardo con la idea de que estos animales confieren al objeto una parte de su poder. Así decorados, la lanza y el escudo están dotados de una virtud mágica: el leopardo, por ejemplo, les comunica la fuerza, y la serpiente la astucia que burla los ardides del eneraigo. De este modo, se forma toda una colección de fetiches y de talismanes que traducen por imágenes sim­bólicas las concepciones místicas del salvaje.

Sería exagerado evidentemente encerrar toda la actividad mental del primitivo en límites tan estrechos. Concedámosle un poco de am ­plitud y admitamos que haya sacudido algunas veces el yugo de sus pre­ocupaciones místicas. El signo también podía ser en él una especie de reflejo, atestiguando una necesidad inconsciente de exteriorizarse, de pro­yectar su yo. Era, por ejemplo, el entretenimiento infantil del caminante que graba su nombre en las paredes con la punta de su cuchillo, o el gesto del paseante que, gozando del sol y del aire, rompe los tallos y hace saltar los retoños a bastonazos. Reconozcamos incluso al primitivo la capacidad para los placeres artísticos. ¿Por qué no? Los dibujos tra­zados en los huesos de reno por los hombres de la edad de las cavernas son de una perfección acabada, que recuerda a los artistas japoneses. Estos lejanos precursores de Utam aro y de Hokusaí podían estar orgu­llosos de su obra. ¿Q ué motivo hay para, suponer que no sintieron el placer de ejecutarla, un placer cuya única razón de ser era la pura satis­facción estética? Cuando queremos analizar con exactitud las fuentes de la actividad mental del primitivo, es preciso dar la debida impor­tancia a los actos reflejos y a los motivos estéticos. Pero no por esto deja de haber una diferencia esencial entre el primitivo y el civilizado. Este último puede también emanciparse de las reglas impuestas por la razón. Unicamente que, cuando vuelve a entrar en posesión de sí mismo y cuando, por decirlo así, vuelve a apoyarse en sus goznes, su ■espíritu retom a naturalm ente a una concepción racional de las cosas; y aun puede decirse que no tiene conciencia de su locura sino por el uso de su razón. Por el contrario, el estado natural de la mentalidad primitiva es el estado místico. Está sumergida en el misticismo. Este la ahmenta y la sostiene. Y si por un momento parece libertarse de él, permanece, sin embargo, imida al mismo con profundas raíces.

La idea que el primitivo se hacia del signo excluye la posibilidad de una escritura como la nuestra, cuyo principio es racional. La historia de la formación de la escritura supone, pues, que la mentalidad racio­nal se ha emancipado de la mentalidad mística. Esto no se hace de un solo golpe. E l punto de partida está, sin duda, en el hecho de que el

* Danzel, {151], págc. 67. 72 y 73.

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signo entrañaba a la vez varias interpretaciones, y se prestaba a varios fines.3 Al mismo tiempo que era el talismán dotado de virtudes mágicas, el signo aparecía como la reproducción material de un objeto y se im­ponía como tal al espíritu. Luego, hubo una gradual eliminación de los caracteres mágicos del signo, subordinación de las representaciones sub­jetivas y místicas a las representaciones objetivas y racionales, y, final­mente, substitución-de aquéllas por éstas.

La cabeza del leopardo grabada en la m adera de la lanza es apta para comunicar una virtud mágica; pera al mismo tiempo permite al dueño encontrar su arma, si la de los vecinos r o lleva su mismo signo; así, pues, 3e convierte en una señal de propiedad. La ram a dejada en el suelo por un motivo mágico puede servir fácilmente para recordar el camino; conviértese, pues, circunstancialmente en un signo mnemónico. Se introduce así en el acto místico un elemento racional, que se des­envuelve poco a poco y acaba por dominarlo. Con razón, pues, debe vene en las señales de propiedad y en los signos mnemónicos el punto de partida de la escritura.4

'- Sin embargo, con los signos mnemónicos no hemos llegado más que a medio camino de la escritura. Py¡e:> si bien pueden servir para repre­sentar ciertas formas del pensamiento, no expresan nunca el pensamien­to mismo. Un ejemplo célebre nos los suministran los bastones de men­sajero, los “stick-messages” de los australianos. Estos bastones, cubiertos de muescas, sirven para transportar informes, órdenes y a veces series de órdenes muy complicadas; un profano no sabría interpretarlos. El bastón de mensajero sin el mensajero mismo es incomprensible. Para el remi­tente es, ante todo, un medio para prevenir las debilidades y para pre­caverle contra las infidelidades; _el bastón es un guía y una ayuda de la memoria. En las combinaciones de sus muescas ofrece un esquema algebraico y figurado de la comunicación que debe hacerse, un es­queleto del discurso. Indica el número y el encadenamiento de las ideas; pero éstas no figuran en él.

Por lo menos, no figuran para muchos; pues se concibe sin dificul­tad que entre dos que se escriben se establezca una convención secreta, aun ignorándolo el mensajero, según la cual cierta muesca representa­ría cierta idea. Y entonces puede decirse que tenemos ya una escritura, sin duda rudimentaria y de recursos muy limitados, pero que permite, sin embargo, establecer entre dos hombres la comunicación de un pensa­miento en forma material, lo que casi es una definición de la escritura.

A la misma categoría que los “bastones de mensajero” pertenecen los quippos de los peruanos y los wampums de los iroqueses. Ya sabe­mos lo que significan estas dos palabras. Los quippos son unas cuerde- cillas formadas de hilos de lana: de diferentes colores, en las cuales se hacían unos nudos más o menos complicados y a distinta altura. Com-

* D a n ze l, [151], pág. 48.* A. VAX OSNNSp, R tv u e d t t Ir td itio n s p cp u la ir ts (1 9 0 6 ), pág». 73-78: [7*],

2* serie, París (Í9Q 9).

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biiiíindo a la vez el color de las cuerdas, el espesor y la posición de los nudos, atando las cuerdas unas con otras de una maneru convencional, se obtenía el medio de representar simbólicamente las ideas y de mos­trar su relación. Los quippos desempeñan un gran papel en las Lettres ci’wte Péruvienne, de Mme. de Graffigny; han adquirida así derecho de ciudadanía en la literatura francesa. Los wampums son collares de conchas yuxtapuestas, cuyas combinaciones forman figuras geométricas. Algunos de ellos, según se dice, tienen de 6 000 a 7 000 granos. El más largo que se conoce consta de 49 sartas de conchai. Nótese en los quip­pos y los wampums la utilización de un elemento nuevo, el color, que aum enta la variedad de medios y enriquece, por consiguiente, las fa­cilidades de expresión.

Sin embargo, los quippos y los wampums, por perfeccionados que fueran, no debieron de" ser sino instrumentos mnemónicos; aun cuando se probase que con ellos era posible sugerir ciertas ideis, sus combinacio­nes no podrían compararse a las de los sistemas de escritura, pues éstos tienen por objeto expresar todas las ideas. Lo que ha impedido el des­envolvimiento de una escritura derivada de los quippos y wampums es la materia de que están fabricados. Esta materia, no permitía ningún perfeccionamiento práctico. Algunos autores admiten, por lo menos en lo que concierne a los quippos, la posibilidad de combinaciones alfa­béticas; pero seguramente se tra ta de un ensayo posterior de adapta­ción de los quippos al alfabeto europeo. De la misma manera, se cons­tituyó en Irlanda el alfabeto ogámico,5 sobre el modelo del alfabeto latino, con rasgos grabados en el ángulo de piedras levantadas. Seme­jantes tentativas estaban destinadas a un fracaso seguro.

La escritura debía desenvolverse por otros caminos. Su punto de partida fué la imagen, que hace sensible a los ojos la idea de los obje­tos, y particularmente el dibujo, jjup fija la imagen m la piedra o en la arcilla, en la cortpza de los árboles o en el pergamino.

El día en que el signo fué considerado como una representación objetiva, la escritura empezó a nacer. La prim era inscripción griega puede decirse que es la ram a plantada-por Ulises en .la tum ba de El- penór (Odisea, X I, 77; X II , 25). Esta rama d'ébíá recordar a los ca­minantes la profesión del difunto, del mismo modo que las enseñas simbólicas de nuestros tenderos indican el género del comercio y la na­turaleza de las mercancías, como los exvotos de las iglesias indican los rnptiyos de reconociiniento de los fieles; esta rama era un emblema. Lá Humanidad ha empleado durante mucho tiempo este género de lenguaje emblemático, aun en las épocas históricas, por más que estemos tentados a no ver en él sino una alegoría. Testigo, el mensaje que los escitas, según cuenta Herodoto (IV , 131), enviaron a Darío y que se componía de un pájaro, una rata, una rana y cinco flechas. Esto cons­tituía una declaración por figuras, cuyo sentido interpretó el sabio Gobryas.

1 Sobre el alfabeto ogámico, véase Études Celtiques, t. IV , págs. 82-116.

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Un progreso inmenso se alcanzó cuando se supo dibujar y hacer de la imagen el emblema del objeto. Combinando una serie de imá­genes, se pudo presentar, en efecto, a los ojos un relato coherente y seguido. Eítas imágenes parlantes las tenemos en las inscripciones fi­gurativas, descubiertas en unas peñas de Escandinavia, que son de época prehistórica; lar encontramos también empleadas aun hoy entre las po­blaciones salvajes de América." Ciertas estampas de Épinal nos sumi­nistran su equivalente; aun podemos formamos una mejor idea de este proceairúento representándonos un suceso del día visto en el ci­nematógrafo en lugar de leerlo en un periódico.

De todo <!sto nació la escritura ideográfica, la primera que cono­cemos y a la que se remontan todos' los sistemas de escritura usados por los hombres. Consiste en representar cada idea o cada objeto por un signo adecuado. Podemos formamos una idea de lo que fué primitiva­mente gi icias a tres tipos de escritura, hoy día perfectarnente conoci­dos: la escritura china, la cuneiforme y la jeroglífica. Pero interesa observar que ninguna de estas escrituras fué siempre puramente ideo- gjáfkar-y-fiQ la época más antigua en que las conocemos, la ideografía

fno desempc ña en ellas más que ün papel restringido. Es que la ideogra­fía tiene muchas insuficiencias y deja demasiado que suplir al espíritu.

Aun suponiendo que todas las ideas de una lengua tengan actual­mente un rigno adecuado y distinto, lo que prácticamente es irrealizable, este sistema complicado será insuficiente el día de m añana; pues es imposible sorprender los matices infinitos del pensamiento y seguir sus perpetuas trar sformaciones. U na escritura ideográfica completamente fijada sería u a manto rígido que aprisionaría el pensamiento; éste pronto rompería las trabas y aun inutilizaría los restos. U na escritura semejante no podría aplicarse sino a una ciencia esotérica, fijada para siempre y destinada a no variar nunca; sería un álgebra para trabajos de labora­torio, :iunca un instrumento de vulgarización, de educación popular y de progreso social. A pesar de las correcciones aportadas al principio ideográfico, ya sabemos hasta qué grado la escritura china o la jeroglí­fica se prestan a estas críticas.

U na ventaja —quizá la. única— de la escritura ideográfica sería la de poder ser leída por individuos que hablan lenguas diferentes. El código marino d t señales es interpretado de la misma manera por todos los marinos, aunque en un lenguaje diferente. La ideografía, que re­presenta ideas y no sonidos, tiene la misma ventaja que un código de señales: la de suprimir el intermediario de la palabra y reproducir, no la lengua hablada, sino la lengua pensada. Es fácil demostrar cuán ilusoria es esta ventaja. Un código de señales no se aplica por definición sino a un pequeño número de nociones precisas y técnicas, es decir, in­variables, sobre las cuales las gentes del oficio establecen fácilmente un acuerdo. Pero un código de señales no puede generalizarse. Para que la ideograíia pudiese tener un alcance general, sería preciso que

D e M org an , op. cit., p ígs. 272 y 273.

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no contuviese más que signos inmediatamente comprensibles a todo hombre razonable. Y esto es una quimera. Mientras se trate de nocio­nes concretas, como las de pájaro, pluma, buey, ojo, sol, no hay difi­cultad. Pero ésta empieza a partir del momento en que se trata de nociones abstractas; si se adoptan para éstas ideogramas de pura fan­tasía, nos alejamos del mismo principio de la escritura ideográfica; ai se utiliza el ideograma de ios objetos concretos, escogiendo, por ejemplo, la pluma como emblema de la justicia, el buey de la riqueza y el ojo del poder real, se crea inmediatamente el equívoco.

¿Y qué diremos de las nociones gramaticales? L a escritura ideográ­fica 110 posee la facultad de expresarlas. Sin duda, ciertas lenguas se acomodan sin dificultad a este grave defecto: son las lenguas sin flexión. Cuando la gramática consiste únicamente en el orden de las palabras, la escritura ideográfica la traduce fácilmente. Se concibe sin dificultad que si hay un signo especial para la idea de yo, de querer, de comer y de carne, una frase de pctit-négre, como yo querer canter carne, pueda ser reproducida exactamente por la escritura ideográfica. Basta con dejar establecido para siempre el orden en el cual deben leerse los caracteres de esta escritura. La morfología está entonces, como se ha dicho, en el orden de las palabras. Pero con esto no adelantamos mucho, pues, por desprovista de gramática que se suponga a una lengua, hay siempre nociones gramaticaies elementales que la escritura ideográfica no re­produce naturalmente; por ejemplo, la distinción del individuo y de la especie, del nombre y del verbo, el tiempo, el modo, la negación, etc. Si se representan estas nociones con un signo especial que se añade al signo de la idea, como el exponente a la letra algebraica, se in tro­duce en la escritura un principio nuevo, que es el de la distinción de los signos vacíos y de los- signos llenos. L a ideografía se complica, si­guiendo dos sistemas diferentes. O bien se añaden al ideograma trazos particulares que indiquen, por así decirlo, su valor morfológico (hay un ideograma tipo que se transforma de cien maneras según el empleo en la frase de la palabra que representa, y al que se acoplan nuevos elementos; esto complica al infinito el número de los ideogramas y hace la escritura prácticamente inutilrcable). O bien se colocan a continua­ción del ideograma uno o más signos vacíos destinados a indicar su valor gramatical. El inconveniente en este caso está en que se precisan muchos signos yuxtapuestos para expresar una sola y única noción. El primer procedimiento es más adecuado a las lenguas monosilábicas, y se le encuentra, en efecto, empleado en la grafía de las lenguas del Extremo Oriente, como el chino. Pero, a decir verdad, aun en chino, se combina con el segundo. Hasta tal punto es difícil transcribir una lengua partiendo del principio ideográfico.

No existe una sola escritura ideográfica que se haya conservado como tal. Esto se debe, sin duda, a las insuficiencias de esta escritura,

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que son demasiado importantes; pero es también resultado de una evo­lución necesaria, que hacia de la lengua escrita un intermediario natural entre la lengua pensada y la lengua hablada.

El espíritu disponía de procedimientos variados para traducir el pensamiento: tenía el gesto y el sonido, y creó la imagen. Estos pro­cedimientos permitían el empleo de signos convencionales, que podían adaptarse a distintos casos, pero que a menudo también se duplicaban. Existían indudablemente casos en que el gesto expresaba más cómoda­mente la idea que el sonido, y el sonido que la imagen. Pero, en general, el valor simbólico del sonido llegó rápidamente a cubrir, y en caso de necesidad a reemplazar, el valor simbólico de la imagen; la imagen y el sonido fueron sucedáneos recíprocos. U na vez realizada su equiva­lencia, la imagen pudo ser tratada como el emblema, y luego, como la notación gráfica del sonido. Entonces, el nombre del objeto, que por su parte estaba unido al objeto mismo, acabó por estarlo también a la imagen que despertaba su idea. El signo que representaba el objeto llegó a convertirse igualmente en el signo del sonido que lo expresaba. La escritura fonética estaba creada. A propósito de todo lo dicho, es curioso el desarrollo del sistema de escritura inventado en nuestros días en Camerún por Njoya, rey de los bamunes.7

Supongamos un signo gráfico que fuese la imagen del cerdo y en su origen no designase rnás que el “cerdo”, en francés “porc”. Este signo, que leído se traducía por “porc”, acabó por representar no ya el animal, sino el nombre que tiene en francés y, por consiguiente, el sonido que constituye este nombre. Desde este momento, aquel signo gráfico fué empleado para escribir fonéticamente cualquier palabra que tuviera el sonido correspondiente. Así se le utilizaría para escribir el sonido “por”, tanto si se trata de un porc, de un pori (puerto de m ar), o de los “pores” (poros) de la piel; más todavía, en una palabra de varias sílabas serviría para transcribir la sílaba “por” de una manera general, hecha abstracción del sentido: se le emplearía en “trans/>orter”, ‘'colporteur”, "¿om egraphe”, etc. Es el procedimiento en uso en los juegos de sociedad para hacer jeroglíficos; si quiere darse la idea de la palabra “préparation”, se dibuja la imagen ds un prado (p ré), de un paso (pas), de un ratón (rat) y de un verduguillo* (scion).

Pero lo que no es sino una fantasía arbitrarla en el juego de los jeroglíficos, en la ideografía fonética está establecido estrictamente por convención. Este género de escritura tiene, sin embargo, dos graves inconvenientes. El número de signos de una escritura ideográfica, es, por la razón que indicamos antes, necesariamente limitado. Pero el número de ideas no lo es. Hay, por necesidad, más ideas que signos, y es preciso atribuir conv endona lmente a un mismo signo el valor de varias ideas. En general, son ideas próximas, propias y figuradas, las que se reúnen en un mismo signo. Así,'en la escritura cuneiforme,

’ M . D e l a f o s e , R tv u e d’ethnographie et de traditions populaires, 1922, núm, 9.

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un disco representaba no solamente el “sol”, sino también la “luz”, e.l “resplandor”, la “blancura”, el “día” ; en la escritura jeroglífica, el O j j significaba la “vista”, la “vela”, la “ciencia” . Estando cada una de estas ideas expresada en la palabra por un sonido distinto, el signo se revestía de otros tantos valores fonéticos nuevos. Así, en la escritura cuneiforme, un mismo signo puede representar hasta 15 6 20 sonidos diferentes; es lo que se expresa diciendo que un mismo signo es “po­lífono” .

A la inversa, también ocurre en toda lengua que un solo sonido, constituyendo una sola palabra, representa cosas muy distintas. Así, en francés, el sonido por, del que hablábamos antes (porc, port, po te), el sonido vin (vin, vingt, vint, vainc), el sonido sin (saint, sein, sain, cinq, ceinl, seing), etc. U na escritura ideográfica representa cada una de estas palabras por signos distintos. Es decir, continuando el ejemplo del francés, que habría para el sonido por tres signos, cinco para el so­nido vin y seis para el sonido sin. En la escritura cuneiforme, se cuen­tan 17 signos para representar la sílaba tu. Es lo que se expresa diciendo que varios signos son “homófonos” .

La homofonía y la polifonía son dos defectos inversos cuyos efectos deberían neutralizarse. Y esto fes lo que sucede alguna vez. Pero los ejemplos citados anteriormente pueden dam os idea de las dificultades, a menudo insuperables, con que se han encontrado los descifradores.8

Cuando los asirios adoptaron la escritura cuneiforme, corrigieron los inconvenientes de la polifonía empleando complementos fonéticos: después de haber escrito la palabra por medio del ideograma, preci­saban su pronunciación escribiendo fonéticamente la última sílaba. Esta mezcla de ideografía y de fonetismo es una de las características y u n a 'd e las complicaciones de la escritura asiría; era necesaria para remediar el defecto inicial debido a la polifonía/

La homofonía tiene un defecto no menos grave, que es el de dejar elegir entre varias ideas expresadas por un mismo sonido. Para reme­diarlo, se inventó el procedimiento de las llaves. Se da el nombre de llaves a unos signos complementarios añadidos a los ideogramas foné­ticos para precisar su sentido. En lugar de indicar la verdadera pro­nunciación de un ideograma por medio de un complemento fonético, la llave permite indicar cuál de varios homónimos es el bueno. Volva­mos al ejemplo precedente e imaginemos que un ideograma representa el sonido por tal como existe en francés; a fin de evitar toda ambigüe­dad, se combinará con el ideograma un signo p: rticular que indique

a Sobre la h isto ria del descifram iento de la ( scritura cuneiform e, véase J. M e n a n t , Les ¿critures cuniiform es, París ( 186<). Los grandes nom bres son los de G r o t e f e n d ,̂ Eug. B u r n o u f , C h. L a s s e n , H . R a w l in s o n , O f p e r t . En la escritura jeroglífica, el verdadero in iciador fué F. C h a m p o l l io n , llam ado el Joven; tra s él debemos c i ta r a Ch. L e n o r m a n t , d i A o v o é , Sa l v o l in i, L e p - s iu s , B ir c h , Br u o s c h y M a s p é r ó ; adem ás, A dolphe G a t t a n i B ey , Cham pollion et la déchriffrem ent des hiéroglyphes, El C airo, 192?; y, sobre todo, S o tta s e t D r io t t o n , In troduction á l 'itu d e des hiiroglyphes, París, 1922.

* V éase F o b » * y , [72], t. I .

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que se trata del animal, de un puerto de mar, del porte de un paquete o de un poro de la piel. Este signo nos dará la clave del jeroglífico.

Es.te procedimiento ha encontrado en el chino su aplicación más sistemática y más completa. Hemos dicho ya que el chino, lengua sin flexión, se prestaba mejor que otra ninguna a la escritura ideográfica. Para corregir la homofonía, se han imaginado unas'categorías de ex­ponentes combinados con el ideograma fonético y destinados a indicar el sentido de la palabra; el número de estos exponentes ha sido inde­terminado durante mucho tiempo; en 1616 se fijó su número en 214, que ha sido definitivamente adoptado. Se designan en chino con el nombre de pu, que significa “sección” o “clase”. Son, en efecto, deter­minativos que expresan —bien o mal— ideas generales, clases sociales o naturales y categorías del espíritu. El carácter chino consta, pues, de dos elementos: el primero, ideograma transformado en fonograma, ex­presa el sonido silábico que constituye la palabra; el segundo da la llave del jeroglífico precisando el sentido de la palabra.

Las lenguas para las que primero se inventaron la escritura cunei­forme y la escritura jeroglífica, eran flexionables y sus palabras tenían varias sílabas. Así, el procedimiento que permitió perfeccionar la es­critura china no tenia en ellas sino una mediana utilidad. Sin embargo, es cierto que los egipcios, inventando los determinativos, obtuvieron el equivalente de los “pu” del chino. El jeroglífico que se lee ankh, por ejemplo, puede significar “vid” u “oreja” ; pero cuando ha de expre­sar este último sentido, va acompañado de la imagen de la oreja, que sirve de determinativo. Aun en la época en que la escritura egipcia se había convertido en puramente fonética, se encuentra todavía de vez en cuando, conservado por tradición, el uso de los determinativos. En cuánto a la escritura cuneiforme, aun en la época en que más se em­pleó, no dejó nunca de contener un gran número de equívocos. Para hacerla práctica, se hizo preciso transformarla en escritura silábica; como tal, la encontramos empleada para transcribir una lengua indoeu­ropea, el antiguo persa, en las inscripciones de Darío. Pero, de una manera general, fué la menos viva de todas las escrituras ideográficas y el cuneiforme de los aqueménidas fué su último ejemplar. No tardó en ser reemplazada en todas partes por escrituras fonéticas, principal­mente por la escritura aramea, que deriva del alfabeto fenicio.

Tal como aparece en la estela de Mesa (hoy en el Museo del Louvre) que data de 900 años antes de nuestra era, el alfabeto fenicio es considerado por algunos como una deformación de la escritura je­roglífica. Pero esta deformación se hizo lentamente, a través de nume­rosos intermediarios. Hemos hecho observar anteriormente cómo una evolución natural llevaba a un ideograma a transformarse en fonogra­ma. Algunas escrituras, como el chino, han quedado equidistantes entre

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los dos procedimientos, gracias a un sistema de sabias combinaciones; era fetal que el jeroglifico, dado que era transcripción de una lengua de flexión, se transfoimase más o menos rápidamente en escritura fonética.

La primera fase a la que llegó es la del silabismo. Esta fase es in­teresante porque hace resaltar la importancia de la sílaba (véase pági­na 118). Conviene, sin embargo, hacer notar que el silabismo se impuso por la misma evolución de la ideografía. En una lengua monosilábica, esto cae por su propio peso, porque cada palabra, es una sílaba. Eri las demás lenguas, :;e había de llegar al mismo resultado, por el hecho de que cada ideograma había sido aplicado a la representación de una de las sílabas (generalmente, la primera) de Ja palabra que repre­senta. Por este motivo, por ejemplo, el nombre de las letras en el al­fabeto semítico es el de los diferentes objetos cuyo nombre empieza por la letra correspondiente; lo mismo pasa en el alfabeto ogámico de los irlandeses. El silabismo, además, tiene la ventajara* la brevedad; señala con precisión las consonantes iniciales de las sílabas y puede bastar, en suma, a lenguas que no tienen grupos de consonantes y en que el timbre de las vocales puede determinarse por consideraciones m orfo­lógicas, como sucede en semítico. Esta fase intermedia podía, pues, haber sido definitiva en muchos casos. En semítico, la indicación de las vocales no se añadió hasta bastante tarde, y cuando la lengua fué em­pleada por gentes que no la conocían sino imperfectamente.

El silabismo encontró también su lugar en el Extremo Oriente. De ¡a escritura cursiva china sacaron los japoneses, después de algunos ensayos que no es necesario explicar aquí, un silabario de cuarenta y siete signos que lleva el nombre de kata-kana; pero, por lo demás, es­tán muy lejos de utilizarlo de una m anera regular; su sistema de escri­tura corriente es una fórmula intermedia entre la escritura china y la escritura silábica. En cambio, los corearos adoptaron francamente, para formar su escritura nacional, una escritura silábica de origen arameo (véase pág. 332).

Al silabismo también pertenece la escritura chipriota, que se ha logrado descifrar gracias a que sirvió para escribir griego;10 y, además, son principalmente textos griegos los que nos ofrece dicha escritura. Su origen es desconocido, pero es seguro que no fué inventada para el griego; y por otra parte, no lo transcribe sino muy imperfectamente. En el mismo Chipre fué reemplazada por el alfabeto griego.

El alfabetismo ha sido el último perfeccionamiento de la escritura. Lo exigió la necesidad de registrar las vocales sin multiplicar los signos del silabario. El silabario semítico hubo de estar, en determinada época, provisto de símbolos vocálicos, llamados matres lectionis para facilitar la lectura. En el alfabeto griego, el principio de las matres lectionis ha

‘ Véase BrÉal, Sur le déchijfrem ent des inscriptions chyprioies (Journal des savants, agosto-septiembre, 1877).

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sido hábilmente utilizado para crear un signo especial para cada vtícal. Renán dijo que “el alfabetismo es una creación de los semitas.”11 Es posible. Pero ya no üe sostiene hoy con tan ta firmeza la antigua doc­trina según la cual el alfabeto griego provenía de los fenicios. Dus- saud1J propuso, por el contrario, atribuir el honor del alfabeto a la civilización egea, la que está representada — por cierto muy deficiente­mente— por los monumentos de Creta. De los egeos habrían tomado tanto los griegos como los fenicios su respectivo alfabeto. En todo caso, el alfabeto fenicio ejerció su influencia en el alfabeto griego, como lo prueba el nombre de las letras griegas (Cf. Herodoto V, 58, que llama a las letras tp o iv ix q ia y p á fifia r a ) . El alfabeto griego, perfeccionado por los jonios, se extendió pronto por todo el mundo griego de una manera uniforme. Los griegos llevaron .el alfabeto hacia el Occiden­te. En Italia, de Cumas, colonia eubea de Calcis, el alfabeto pasó 'a los latinos y a los etruscos. En el valle del Ródano, el alfabeto griego penetró inmediatamente después de la fundación de Marsella. En esta región se encuentran todavía a principios de la Era Cristiana inscrip­ciones galas en caracteres griegos.

Del lado de Oriente, el arameo desempeñó el papel de propagador del alfabeto; papel considerable que justifican las circunstancias his­tóricas.

Pero esta preparación fué favorecida por una transformación de la escritura. Del mismo modo que la escritura jeroglífica, a conse­cuencia del uso de los papiros y de la necesidad de una grafía más rápida, se había transformado en Egipto en hierática y más tarde en demótica, de igual manera, la escritura fenicia tomó en el arameo una forma cursiva y práctica; los ángulos se redondearon, la parte alta de las letras desapareció, los trazos se terminaron en una especie de colas cerradas en círculo. El alfabeto arameo se extendió por la India. La mayor parte de los sistemas de escritura empleados en el Asia Central se derivan de él. Por último, llegó hasta el Extremo Oriente, pues lo encontramos todavía hoy en la escritura coreana.

La escritura alfabética, última fase de la evolución de la escritura, se propagó por Europa a partir de la Era Cristiana, gracias a los grie­gos y a los romanos. U na causa histórica explica este suceso, a saber, la propagación del Cristianismo. Los apóstoles que enseñaron la reli­gión cristiana a los pueblos paganos, les enseñaron al mismo tiempo a leer las escrituras sagradas, y para esto tuvieron que constituir alfabe­tos según el modelo del alfabeto que ellos mismos leían. El alfabeto griego sirvió así de modelo al alfabeto gótico, gracias a Ulfilas, y al alfabeto eslavo, giacias a Cirilo y Metodio. Por el contrario, los del antiguo alernán, del antiguo inglés y del antiguo irlandés se derivan del alfabeto latino.

u [i 11], pág . 114.“ Les civilisations prih e llin iq u es dans U bassin de la mer E g ie , 2* edición,

p ig 434.

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O R IG E N Y D E S E N V O L V IM IE N T O 333

En general, conocemos la forma en que sr ha efectuado la consti­tución de estos diversos alfabetos. Ulfilas, por ejemplo, empezó por to­m ar del alfabeto griego todas las letras que representaban sonidos que existían en su propia lengua y les conservó su valor. Para los demás sonidos, sacó partido bien o mal de las letras que habían quedado in­útiles. Así, la W del griego fué empleada para transcribir la aspirante dental sorda y la 0 sirvió para indicar el sonido hw. O bien, recurrió a alfabetos de otras lenguas. Así, la F del gótico fué tomada, sin duda, del alfabeto latino, y otros dos signos se tomaron del antiguo alfabeto rúnico. Se podrían citar hechos análogos en la historia de los alfabetos. El alfabeto griego nos enseña, sobre todo, que adaptando a su lengua la escritura llamada fenicia, los griegos usaron de la misma libertad.

En todo caso, existe una diferencia esencial entre los alfabetos de­rivados del griego y los que se tomaron del latín. Los primeros fueron fijados con una exactitud singular por hombres que poseían un senti­miento muy justo de las relaciones fonéticas y que desplegaron una rara perspicacia para registrar los matices de la pronunciación. El alfa­beto gótico de Ulfilas es un buen instrumento, suficientemente exacto y preciso: el alfabeto eslavo de Cirilo y Metodio es una verdadera obra maestra. ¡ Qué diferencia entre éstos y el alfabeto de los anglosa­jones o el de los irlandeses! Estos se han esforzado durante muchos si­glos en buscar el medio de adaptar a su lengua el alfabeto latino; pero no lo han logrado nunca.

Los recursos del alfabeto latino eran verdaderamente insuficientes para el designio que se proponían. El sistema fonético de las dos lenguas era diferente en extremo. El latín tiene un número importante de oclu­sivas, sonoras o sordas; el irlandés, por el contrario, es una lengua de aspirantes. Y, además, el irlandés poseía una variedad de sonidos mayor que el latín. La grafía del irlandés se estableció poco a poco, fragmen­tariamente, a costa de largos tanteos, y por una serie de soluciones in­terinas, sucesivas e incoherentes; así, exige siempre una interpretación por parte del lector. Está en los antípodas de la grafía del gótico, concebida de una pieza y sistemáticamente en el cerebro de su creación No atribuyamos, sin embargo, a éste todo el mérito del éxito. Si Ulfilas supo acertar tan bien en un problema en el que los monjes irlandeses fracasaron, fué porque trabajaba sobre una materia mejor preparada. El gótico, tal como él nos lo da a conocer, ofrece una hermosa regu­laridad gramatical que revela la lengua común ya normalizada y fija; el irlandés, por el contrario, en el momento en que la escritura trata de representarlo, es un caos indescriptible. Podría oponerse de la misma manera el antiguo eslavo al antiguo alemán o al antiguo inglés.