juan bautista de la salle: la educación libera a los pobres. tomo i

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Juan Bautista de La Salle:la educación libera a los pobres

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San Juan Bautista de La SalleImagen de José de Jesús Cervera "Makabeo"

Corregido 1.pdf 1 12/02/15 3:22 p.m.

Libro final preliminar.indd 3 12/02/15 3:27 p.m.

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Alfred Calcutt, fsc

2015

Una figura de la época de Luis XIV para nuestros tiempos

Volumen I

Juan Bautista de La Salle:la educación libera a los pobres

Page 6: Juan Bautista de La Salle: la educación libera a los pobres. TOMO I

ISBN Obra completa: 978-958-8844-61-9 e-book: 978-958-8844-64-0ISBN vol. I: 978-958-8844-62-6ISBN vol. I e-book: 978-958-8844-65-7Primera edición: Bogotá, D.C., marzo de 2015© Derechos reservados, Universidad de La Salle

Edición:Oficina de PublicacionesCra. 5 N° 59A-44 Edificio Administrativo 3er Piso PBX: (571) 348 8000 Extensión: 1224Directo: (571) 348 8047 Fax: (571) 217 0885 [email protected]

Dirección:Hno. Carlos Gómez Restrepo, fsc.Rector

Dirección editorial:Guillermo González Triana

Coordinación Editorial:Marcela Garzón Gualteros

Corrección de estilo:Pablo Emilio Daza Velásquez

Diagramación:Nancy Patricia Cortés Cortés

Diseño portada:Giovanny Pinzón Salamanca

Traducción:Hno. Fernando Granada, fsc.

Colaboración en la revisión de la traducción:Hno. Bernardo Montes, fsc. Hno. Edwin Arteaga, fsc.

Impresión:CMYK Diseño e Impresos Ltda.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier procedimiento, conforme a lo dispuesto por la ley.

Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia

Capítulo 11. consolidación continuada: sostenido esfuerzo de la salle para proveer de textos útiles a sus hermanos ............................................................................................399 Capítulo 12. el manual de las escuelas cristianas. guía de las escuelas cristianas...........................................................................439 Capítulo 13. 1698-1702: de nuevo en París. escuelas en charters y calais. el señor de la salle envía dos hermanos a Roma .................................................................................................491 Capítulo 14. finales de 1702 a finales de 1703: un periodo triste con algo de luz .................................................................................531 Capítulo 15. 1704-1706: los maestros calígrafos luchan hasta el fin contra un principio al que la salle no quiso renunciar ...........................................................................................577 Capítulo 16. dos textos escolares del señor de la salle y su pensamiento sobre el ministerio del maestro cristiano ............................................................................................639 PARTE IV. OBISPOS Y CIUDADES PIDEN HERMANOS ................673 Capítulo 17. 1706-1708: crecimiento en el sur ......................................675 Capítulo 18. 1709-1711: más crecimiento en el norte y en el sur, y algunos problemas ........................................................................717 Capítulo 19. 1712-1714: dos años y medio en el sur de Francia ........763 Capítulo 20. dos años y medio en el sur ............................................805 Capítulo 21. 1716-1719: capítulo general de 1717 últimos años y muerte del fundador .......................................................................845

EPÍLOGO ...................................................................................................... xxiii BIBLIOGRAFÍA .......................................................................................... xxvii ÍNDICE ONOMÁSTICO .......................................................................... xxxiii

Calcutt, Alfred Juan Bautista de La Salle. La educación libera a los pobresVol. I. : una figura de la época de Luis XIV para nuestros tiempos / Alfred Calcutt ; traductor Fernando Granada. -- Bogotá : Ediciones Unisalle, 2015. 334 páginas : ilustraciones ; 24 cm. Incluye bibliografía. Título original : DE LA SALLE a city saint and the liberation of the poor through education. ISBN 978-958-8844-62-6 1. Juan Bautista de La Salle, Santo, 1651-1719 - Pensamientopedagógico 2. Hermanos cristianos - Historia 3. Órdenes religiosas4. Educación religiosa I. Granada, Fernando, traductor II. Tít. 922.22 cd 21 ed.A1476073

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

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ÍNDICE

PRESENTACIÓN .............................................................................................ix

AGRADECIMIENTOS ....................................................................................xi

INTRODUCCIÓN ...........................................................................................xv

PARTE I. 1651-1679UN MIEMBRO JOVEN DE LA OLIGARQUÍA DE REIMS ........................1 Capítulo 1. 1651-1669: los primeros dieciocho años ...............................3 Capítulo 2. Dimensión de reims y una mirada más allá ..................33 Capítulo 3. 1669-1672: su experiencia de formación en el seminario y de espiritualidad francesa en san sulpicio ................................65 Capítulo 4. 1672-1679: lanzado a una nueva situación. Experiencias formativas para su futuro ...............................................................93 Capítulo 5. La inspiración de Ruan e iniciativas para escuelas de los pobres en otras partes .........................................................137

PARTE II. 1679-1688CONVERSIÓN HACIA LA ATENCIÓN A LOS MAESTROS DE LOS POBRES ...........................................................................................171 Capítulo 6. 1679-1682: Dios no acostumbra a forzar las inclinaciones de los hombres ........................................................173 Capítulo 7. 1682-1685: nuevas peticiones, nuevos sacrificios y la identidad de la primera comunidad .............................................211 Capítulo 8. 1685-1688: se desarrolla un sentido de dirección y de vocación en medio de una variedad de iniciativas ...................245

PARTE III. EN PARÍS: 1688-1715TRABAJO PACIENTE Y CRECIMIENTO EN PROFUNDIDAD FRENTE A LA OPOSICIÓN ........................................303 Capítulo 9. 1688-1691: primeros éxitos en París y una serie de crisis .305 Capítulo 10. 1691-1698: el señor de la salle recrea su pequeña sociedad y desarrolla nuevos medios para su crecimiento sano ..............................................................................347

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Capítulo 11. consolidación continuada: sostenido esfuerzo de la salle para proveer de textos útiles a sus hermanos ............................................................................................399 Capítulo 12. el manual de las escuelas cristianas. guía de las escuelas cristianas...........................................................................439 Capítulo 13. 1698-1702: de nuevo en París. escuelas en charters y calais. el señor de la salle envía dos hermanos a Roma .................................................................................................491 Capítulo 14. finales de 1702 a finales de 1703: un periodo triste con algo de luz .................................................................................531 Capítulo 15. 1704-1706: los maestros calígrafos luchan hasta el fin contra un principio al que la salle no quiso renunciar ...........................................................................................577 Capítulo 16. dos textos escolares del señor de la salle y su pensamiento sobre el ministerio del maestro cristiano ............................................................................................639 PARTE IV. OBISPOS Y CIUDADES PIDEN HERMANOS ................673 Capítulo 17. 1706-1708: crecimiento en el sur ......................................675 Capítulo 18. 1709-1711: más crecimiento en el norte y en el sur, y algunos problemas ........................................................................717 Capítulo 19. 1712-1714: dos años y medio en el sur de Francia ........763 Capítulo 20. dos años y medio en el sur ............................................805 Capítulo 21. 1716-1719: capítulo general de 1717 últimos años y muerte del fundador .......................................................................845

EPÍLOGO ...................................................................................................... xxiii BIBLIOGRAFÍA .......................................................................................... xxvii ÍNDICE ONOMÁSTICO .......................................................................... xxxiii ÍNDICE TEMÁTICO ..................................................................................xxxiii

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PRESENTACIÓN

La figura de San Juan Bautista de La Salle ha inspirado, durante más de tres siglos, a muchos educadores y educadoras de todos los países y cultu-ras. No obstante, pasó mucho tiempo desde el nacimiento y muerte de La Salle para que se abordara el estudio crítico de sus obras y sus aportes a la educación desde las nuevas perspectivas históricas. Fue ingente, entonces, el trabajo que se impusieron Hermanos e historiadores para entender los contextos, y para investigar y documentar su legado y la manera como puede seguir inspirándonos hoy a quienes asumimos la educación como una opción de fe.

Y este es precisamente el gran valor del libro de Alfred Calcutt, fsc: permitirnos conocer a profundidad los contextos en los que vivió La Salle y cómo él y los primeros Hermanos fueron configurando un estilo edu-cativo propio, rico tanto en metodologías, proyectos y propuestas como en ideas, inspiraciones y desafíos para nuestros tiempos presentes. Cier-tamente, La Salle fue un hombre de su época —la Francia del Rey Sol—, y su compromiso privilegió a los pobres que quedaban excluidos de la educación y, por consiguiente, de la fortuna, la justicia y la dignidad en su plenitud.

La Salle entendió y practicó de manera creativa y comprometida que la escuela y la educación de calidad eran un puente fundamental a la vida buena, a las oportunidades, a la inclusión y a la equidad, temas que tan-to nos preocupan hoy, porque las brechas sociales en muchas socieda-des siguen anchándose y la consecuente exclusión crea discriminación, negación de la dignidad y empobrecimiento. Sí, “la educación libera a los pobres” y crea las condiciones para la justicia, la democracia efectiva, y el desarrollo humano integral y sustentable.

La Universidad de La Salle de Colombia asumió el reto de hacer posi-ble, en lengua castellana, el magnífico e ilustrado trabajo del Hno. Alfred Calcutt, a quien agradecemos su disposición para poderlo publicar, como también nuestro reconocimiento al Hno. Aidan Kilty, entonces Visitador del Distrito de Gran Bretaña y Malta y hoy Consejero General, por su au-torización para la presente edición. Asimismo, el trabajo de traducción fue monumental y exigente pero hecho realidad gracias a la meticulosidad, consagración y generosidad del Hno. Fernando Granada quien, además,

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Alfred Calcutt

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contó con la colaboración de los Hermanos Bernardo Montes y Edwin Ar-teaga para la revisión de los textos. Para ellos, gracias porque nos han permitido llegar al público hispanoparlante con esta inspiradora obra.

La edición de Juan Bautista de La Salle: la educación libera a los pobres lle-ga en el contexto de la celebración de los 125 años de presencia lasallista en tierras colombianas y de las Bodas de Oro de la Universidad de La Salle de Colombia. Además, este libro ve la luz en un momento muy im-portante para La Salle: el XI Encuentro de la Asociación Internacional de Universidades Lasallistas. Más que una feliz coincidencia es un llamado para continuar nuestra reflexión sobre el pensamiento lasallista y su sig-nificado en el mundo de la educación superior: un reto que nos convoca y nos compromete para que la educación de los jóvenes del mundo de hoy encuentren en la universidad lasallista los medios y los ambientes para su crecimiento y realización personal, al tiempo que nuestras instituciones enriquecen su papel, impacto y responsabilidad social en los países y cul-turas en las que nos encontramos.

Hno. Carlos G. Gómez Restrepo, fscMarzo de 2015

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AGRADECIMIENTOS

Es difícil agradecer, como conviene, a las numerosas personas cuyos trabajos y ayuda personal han contribuido a la tarea de escribir este libro. Una de sus características particulares se refiere a las ilustraciones toma-das de varias fuentes adaptadas y preparadas para la impresión por el Hermano Gabriel Bamfield, maestro de arte y drama, y autor de la obra “El drama creativo en las escuelas”, publicado por McMillan en 1968 y comprado por Harts de Nueva York en 1969. Calurosos agradecimientos por el considerable tiempo que dedicó a este trabajo. Dos de estas ilustra-ciones, a saber, la Iglesia de San Hilario y la de la calle Nueva, reproducen las que aparecen en color en “Reims, Panorama monumental et architec-tural des origines à 1914”, por P. Demouy, F. Pomarède, R. Laslier. Collec-tion: Le Temps des cités. Editions Contades, 1985. Le quedo muy agradecido por el permiso concedido para utilizarlas.

Igualmente agradezco a la Maison Privat de Toulouse, por la autoriza-ción para reproducir el mapa “Distribución de los maestros tejedores ha-cia 1685” de Pierre Desportes, Histoire de Reims, Privat, 1983. Se reproduce a la mitad del original.

Los Hermanos León de María Aroz e Yves Poutet otorgaron al autor la más amplia autorización para citar sus obras; no tengo palabras para agradecerles. Su material ha sido importantísimo. Esto se refiere también al Hermano Emile Rousset en relación con su Iconografía de San Juan Bautista de La Salle.

Agradecimientos también a la Conferencia de los Hermanos de las Es-cuelas Cristianas de Estados Unidos, y a Toronto por el permiso de usar la traducción hecha por el fallecido Hermano Colman Molloy de la carta del Señor de La Salle al alcalde y ayuntamiento de Château-Porcien.

El Hermano Emile Noirez no pudo ser más bondadoso al poner a mi disposición los servicios del Hôtel de La Salle (como se llama ahora el res-taurado Palacete de la Cloche) en Reims y su biblioteca, lo mismo que para obtener la autorización de dos casas editoriales francesas.

La suerte de seguir en Roma (1990-1991) la sesión internacional de es-tudios lasallistas durante nueve meses fue un acontecimiento excepcional-mente afortunado. Permitió acudir en muchas ocasiones a la experiencia del Hermano Edwin Bannon, archivista de los Archivos de los Hermanos,

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quien respondía con exactitud y rapidez a los interrogantes. También hubo ocasión de visitar los Archivos del Vicariato de Roma, cerca de San Juan de Letrán y de disponer de útiles fotocopias con la ayuda de un equi-po muy servicial. Gracias también al bibliotecario de la biblioteca de los Hermanos de Roma.

Las conferencias dadas durante la sesión lasallista han sido una fuente de inspiración para ciertas áreas de este trabajo, especialmente, para los escritos de La Salle. Agradecimientos a Paul Walsh, CM, por su presenta-ción de la espiritualidad y reforma francesa del siglo XVII; a los Hermanos Jean Pungier, por el conocimiento de las fuentes y la crítica de los Deberes del cristiano y las Reglas de Cortesía y Urbanidad Cristiana; a León Lauraire, por los detalles y estadísticas de la sociedad francesa, especialmente en las ciudades, por el planteamiento educativo de la obra de La Salle y por las intuiciones en la pedagogía de la Guía de las Escuelas; a Michel Sauvage, por el significado de la regla; y a la Hermana Elizabeth Germain, del Insti-tuto Católico de París, por sus conferencias sobre la historia de la cateque-sis en Francia. Solamente una parte de la erudición y de los logros de estas investigaciones han hallado cabida en esta obra.

La Hermana archivista de las Damas de San Mauro, en París, completó mi conocimiento del Padre Nicolás Barré, facilitándome copias de los tex-tos de la fundación de su Instituto.

Estoy muy agradecido por el empleo de la Biblioteca Bodleian para mi investigación y también de la Biblioteca de la Casa Francesa en Oxford. El cuerpo administrativo del Cabinet des Estampes de la Biblioteca Nacional de París fue muy gentil al ayudarme en la investigación sobre el pintor y grabador León Agustín Lhermite.

En Oxford, Benet Conroy, visitador de los Hermanos en Gran Bretaña, fue una ayuda indispensable en la corrección del trabajo y en la prepara-ción para su impresor. Gracias a Agustín Chadwick, archivista y bibliote-cario de los Hermanos, por el préstamo de muchos títulos. Muchas gra-cias al Hermano Kieran O’Callaghan, celador del Centro Vietnamita en Oxford y a su comunidad, por realizar el penoso trabajo de revisar todo el texto. Igualmente al Hermano Maximus, director de la comunidad de Cardiff, Gales, quien revisó una vez más el texto y añadió perspicaces ob-servaciones de historiador.

Soy particularmente deudor al Hermano Gerard Rummery, Consejero General del Instituto, por haber leído tres veces el texto y luego sentarse con el autor durante tres días para revisar el trabajo y sugerir mejoras.

Un premio, casi en la etapa de impresión, vino de nadie menos que del Hermano Luke Salm. Su “ojo de águila” y su profundo conocimiento de la vida de La Salle evitaron que más de un error apareciera en el texto final.

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Finalmente, nada de toda esta ayuda habría tenido resultado si la pu-blicación de toda la obra no hubiera sido apoyada por el Hermano Thomas Campbell, visitador del Distrito de Gran Bretaña.

Reconocimiento agradecido se hace en notas al pie de página o en la Bibliografía al final del libro a las modernas fuentes históricas empleadas. Ellas aparecen sobre todo en los primeros capítulos, y han servido para establecer un contexto más amplio o confirmar una imagen basada, por ejemplo, únicamente en fuentes de Reims. En conclusión, agradecer a to-dos los que han ayudado al autor no significa cubrir con su aprobación las deficiencias del libro. A. D. 1993.

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INTRODUCCIÓN

UNA HISTORIA DE COMPASIÓN CRISTIANA EN FAVOR DE LOS HIJOS DE LOS DESPOSEÍDOS

Miembro de la burguesía oligárquica de Reims, Juan Bautista de La Salle fue también canónigo de la catedral donde eran coronados los reyes de Francia, hombre de un porvenir asegurado de jugosas prebendas y de un posible obispado más adelante. Sin embargo, abandonó todo para de-dicar su vida a la formación de comunidades de maestros de escuela que cuidaran de la rehabilitación cristiana y urbana de la mayoría empobreci-da e impotente de su propia ciudad y luego de otras ciudades de Francia. Como la duración de su vida (1651-1719) coincidió en gran parte con el reinado de Luis XIV (1661-1715), su biografía ilustra de una manera inte-resantísima algunos aspectos de la vida de Francia en este periodo. No de la vida cortesana, ni de los círculos literarios y salones de París, como tam-poco de los triunfos del teatro, de la música, de la arquitectura y del arte durante su reinado, sino de la vida urbana, especialmente de los pobres y de quienes tenían el poder en las ciudades.

Al mismo tiempo, su obra fue una básica colaboración al notable movi-miento de reforma en la Iglesia Católica de Francia. Con el tiempo su orga-nización obtuvo el apoyo de los notables de las ciudades empeñados en la reforma, pero también se encontró con jurisdicciones que se sobreponían, con derechos adquiridos y tradiciones anticuadas. Su obra sobre todo, inaugura un nuevo método de enseñanza parroquial que rompe con la ineficiencia corriente, la falta de experiencia y de motivación profesional, mediante el establecimiento de una red de escuelas atendidas por comuni-dades de hombres comprometidos por el voto de servir a los pobres. Esto representa la fundación de la escuela popular moderna y de la comunidad que la atiende. Lo cual no se realizó sin determinación y sin gran esfuerzo.

En 1721, dos años después de la muerte de su Fundador, los Hermanos de su comunidad en Ruan describieron en una memoria dirigida al cabil-do de la ciudad cómo veían el origen de su sociedad.

Este Instituto fue fundado en el año 1680 por el Señor de La Salle, quien tenía gran compasión por los numerosos hijos de los pobres y de los artesanos, pues sus padres y otros no podían instruirlos en

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los principios de la religión ya que ellos mismos eran ignorantes y debían buscar su diario sustento; como consecuencia estos pobres niños quedaban abandonados a sí mismos. Él concibió la idea de fundar escuelas donde los hijos de los pobres y de los artesanos aprendieran la lectura, escritura y aritmética gratuitamente y reci-bieran educación cristiana en las lecciones de catecismo y otras ins-trucciones diarias apropiadas para formar buenos cristianos.

Con este fin reunió a algunos hombres solteros, la mayoría de los cuales, aunque llenos de buena voluntad por la instrucción de la juventud y una vida espiritual, carecían de ellas por falta de opor-tunidad. El dicho Señor de La Salle, viendo que el número de los miembros aumentaba y que eran pedidos para varias ciudades del reino, trabajó para hacer que llevaran una vida adaptada al fin de este Instituto; y para revivir la vida de los primeros cristianos y des-pertar en ellos el deseo de poner en común todo lo que poseían y no poseer nada en adelante, estableció reglas para ellos, tanto para el gobierno general de su Instituto como para sus ejercicios diarios1.

Cuando Juan Bautista de La Salle abandonó todo para compartir su suerte con un grupo de jóvenes a quienes miraba como inferiores a su cria-do, no lo hizo movido por una visión personal o por un deseo propio. Lo hizo porque aceptó ser conducido por Dios a través de una serie de acon-tecimientos, a responder a necesidades que antes no le habían llamado la atención. Echando una mirada hacia atrás, escribió:

Si hubiera sabido que el cuidado de pura caridad que tomaba para con los maestros, me obligaría a convivir con ellos, lo habría aban-donado… (Pero) Dios, que conduce todas las cosas con sabiduría y suavidad, y no tiene por costumbre forzar las inclinaciones de los hombres, deseando llevarme por entero al cuidado de las escuelas, lo hizo de una manera imperceptible y a lo largo de mucho tiempo, de modo que un compromiso me fue conduciendo a otro sin que yo lo hubiera previsto en un principio2.

Después de unos treinta años de experiencia con sus Hermanos, re-flexionando sobre la situación de los hijos de los pobres, que permanecían abandonados en las calles mientras sus padres trabajaban, pudo escribir:

Dios ha querido remediar esta triste situación estableciendo las Es-cuelas Cristianas… donde los niños, mantenidos todo el día ocupa-dos, aprendiendo a leer, escribir y su religión, estarán en capacidad de emplearse en el trabajo cuando sus padres deseen enviarlos a ello. Agradeced a Dios que ha tenido la bondad de emplearos para proporcionar a los niños tan grandes ventajas3.

1 CL 2, p. 103.2 Blain I, p. 169.3 MTR 2.1.

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Debéis tener una especial estima por la educación cristiana y la en-señanza de los niños, pues este es el medio de ayudarles a ser hijos de Dios y ciudadanos del cielo. Tal enseñanza es el verdadero fun-damento y apoyo de su religión y de todos los otros bienes que tiene la Iglesia4.

El fin de esta nueva sociedad era cristiano, humano y social. El verdade-ro método profesional empleado para enseñar las materias fundamentales más allá de lo ordinario en las escuelas de los pobres, tenía por finalidad capacitar a estos niños para independizarse más tarde de los sueldos de hambre que pagaban las clases dirigentes, los comerciantes y dueños de la propiedad. Más fundamentalmente, los niños eran instruidos en la fe ca-tólica. Más allá de la instrucción, estos Hermanos esperaban que, gracias a sus cuidados, ejemplos y actitudes derivadas de su constante esfuerzo para vivir el Evangelio, los niños aprendieran a vivir sus vidas “en el espí-ritu del Cristianismo” como La Salle a menudo lo recuerda.

Este libro se refiere únicamente a lo que sucedió en la época del Funda-dor. Pero el total impacto de su trabajo solo pudo verse y juzgarse cuando se extendió por toda Francia y luego más allá hasta el día de hoy. Porque su obra ha continuado. Su Sociedad, que tomó el nombre de Hermanos de las Escuelas Cristianas, hoy dirige escuelas y otros establecimientos educativos en 84 países. En las Islas Británicas y en Australia son conoci-dos como Hermanos de La Salle; en Norte América y en el Lejano Oriente se los llama Hermanos Cristianos. A raíz del segundo Concilio Vaticano (1963-1965) trabajaron en el “aggiornamento” pedido a toda la Iglesia Ca-tólica. Este esfuerzo dio forma a la nueva Regla de 1987. Una confirmación de la fidelidad de la Congregación a su propósito original fue el Premio Noma otorgado por la Unesco en 1990 por sus esfuerzos en todo el mundo en el campo de la alfabetización.

PRIMEROS BIÓGRAFOS Y RECIENTES ESTUDIOS EN FRANCÉS 5

Después de la muerte de su Fundador, el 7 de abril de 1719, los Her-manos de su Congregación desearon conservar su memoria publicando su biografía. Su sucesor al frente de la Sociedad, Hermano Bartolomé, pi-dió que le fueran enviadas memorias con miras a una publicación, pero falleció el 8 de junio de 1720. El segundo Superior General, Hermano Ti-moteo, siguió adelante con el proyecto y lo confió a un joven miembro

4 Ibíd., 7.3.5 Ver E. Lett, Les premiers biographes de saint Jean Baptiste de La Salle; W. J. Batterby, Saint John

Baptist de la Salle, ix-xv; Gallego I, pp. 3-12.

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del Instituto, el Hermano Bernardo, natural de Friburgo en Suiza, tenía solamente veinte años, había enseñado en Grenoble y en aquella época estaba en la comunidad de París.

Al cabo de un año había escrito 89 páginas, hasta el año 1687. Envió una copia al Canónigo Juan Luis, Hermano de La Salle; el canónigo hizo algu-nas enmiendas al documento, y esta es la copia que actualmente se con-serva en los archivos de los Hermanos en Roma6. El Hermano Bernardo empezó y terminó una nueva vida que no se conserva. En 1723 se trasladó a Reims para poder consultar a los parientes de La Salle y a otros testigos de sus primeros años. Juan Luis de La Salle no quedó satisfecho con lo que el Hermano Bernardo había escrito y entregó la copia del manuscrito a su sobrino, el benedictino Dom Elías Maillefer, quien era el bibliotecario del monasterio del San Remigio en la ciudad, para que escribiera una nueva biografía. Él podía escribirla mejor, añadir alguna información y especial-mente eliminar referencias a intrigas jansenistas contra La Salle, pues él mismo era jansenista. Por eso, a veces suprimió algunos hechos. Completó el trabajo a finales de 1723. Se conservan dos copias en los Archivos de los Hermanos.

Ninguna de las biografías complació al Hermano Timoteo, y en 1727 encargó la composición de una biografía oficial al Canónigo Juan Bautista Blain, que había venido a Ruan en 1710 y conocía muy bien a los Herma-nos y a su Fundador. Blain recibió todo el material que se había entregado al Hermano Bernardo, las memorias escritas hasta entonces, lo mismo que las dos biografías; presentó dos enormes volúmenes en 1733 que, a pesar de su locuacidad en ocasiones, son fieles a los documentos y todavía son nuestra mejor fuente7. Aprovechó gran parte del material de la obra de Maillefer sin su consentimiento, lo cual era usual en la época. En respues-ta, Maillefer publicó en 1740 una nueva edición de su obra (en la cual a su turno copió al Canónigo Blain), que se conserva en la biblioteca pública de Reims8. En los últimos treinta o cuarenta años se ha hecho en francés una extensa investigación sobre la vida, el ambiente familiar, la obra y los escritos de La Salle. Hasta la fecha [1993], 51 volúmenes constituyen la serie de “Cahiers Lasalliens” en francés publicados por su Instituto. Ellos comprenden la increíble meticulosa investigación del Hermano León de María Aroz. De 1937 a 1953 Georges Rigault publicó la Historia General del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 9 volúmenes. El primero de ellos cubre la vida de La Salle. En 1954 el Hermano Félix-Paul publicó en París una edición crítica de las cartas de S. J. B. de La Salle. En

6 Reproducida en el CL 4.7 Reproducida en los CL 7 y 8.8 Las dos ediciones que se han hecho se reproducen en páginas paralelas.

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1970, Yves Poutet, doctor en letras y miembro de la Comunidad, publicó en dos volúmenes El siglo XVII y los orígenes lasalianos.

Además de los tres biógrafos originales de La Salle, estas son las prin-cipales fuentes que nos han servido para el presente trabajo. Cuando no se indique otra cosa, las traducciones son del autor. En español, el Hermano Saturnino Gallego publicó en 1986 una vida detallada del Fundador, basa-da en un profundo examen de las fuentes bajo el título Vida y pensamiento de San Juan Bautista de La Salle. I: Biografía. El segundo volumen presenta sus escritos. Poco se han empleado estos volúmenes en el presente trabajo, en parte porque el autor tuvo conocimiento de ellos tarde, y en parte tam-bién por el limitado conocimiento del español. Empezado originalmente por unas pocas páginas dedicadas a un grupo de jóvenes, el presente libro no es fundamentalmente una obra de investigación.

LA FINALIDAD DE ESTA OBRA

Esta obra sigue fielmente las indicaciones cronológicas para observar cómo fue realmente la vida de Juan Bautista de La Salle. A veces se pre-senta como un periodo de gran actividad, de innovación, de lucha o de nuevas fundaciones. Por lo tanto, aparece en estos años algo del desorden y de la imprevisión de la vida. En contraste, hay periodos más tranquilos cuando puede dedicarse a componer obras para sus Hermanos, que la experiencia ha mostrado que son deseables como ayuda para su vida y misión. Y a largo de la mayor parte de su vida se presenta como un admi-nistrador avisado y un activo escritor de cartas.

En segundo lugar, se ha prestado mucha atención al escenario con la esperanza de que ayudará a ver los acontecimientos a la verdadera luz de su época. El resultado es que sobresalen ciertas características permanen-tes del empeño de La Salle. Su pertenencia al movimiento reformista de la Iglesia de Francia, por ejemplo, y su indefectible fidelidad a las metas del Concilio de Trento; su percepción de lo que significaba la genuina evan-gelización de los pobres, su acogida a las ideas de muchas otras personas, el apoyo que muchas autoridades y grupos influyentes le brindaron. Ade-más de todo esto, se destaca como la persona que encontró la verdadera respuesta a la educación cristiana y humana de los pobres. De sus escritos podemos apreciar la asombrosa profundidad de la motivación de la vida de los Hermanos.

Mientras la vida misma y su cronología, incluyendo sus periodos inten-sos de escritor, son la meta principal, ha parecido importante echar a veces una mirada al futuro cuando las tendencias en discusión en la Iglesia y la sociedad afectan su trabajo. De manera semejante, la pregunta se responde brevemente cuando la ocasión se presenta: “¿Cómo ven los Hermanos de

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las Escuelas Cristianas su vida y su trabajo hoy en tiempos tan diferentes?”. Porque tiene poco interés concentrarse en el pasado si no ayuda al presen-te, y los amigos de los Hermanos pueden agradecer una respuesta.

Un número de historiadores recientes de la Francia de Luis XIV han investigado las primeras etapas de su trabajo y en su lugar recibirán su re-conocimiento. La obra de Poutet ha proporcionado una notable ayuda en grado considerable. Ha presentado, por ejemplo, una visión más clara de las circunstancias de la fundación de cada una de las escuelas en veintidós ciudades diferentes, logrando que los propósitos y relaciones de La Salle con las diversas autoridades locales y centrales sean mejor conocidos.

La esperanza es que el presente trabajo ponga a disposición en español algunos de los frutos de la reciente investigación de un mayor número de personas que desean conocer más acerca de los orígenes y espiritualidad de los Hermanos de las Escuelas Cristianas con quienes he vivido y traba-jado. Los estudiosos de la Francia de Luis XIV encontrarán en La Salle una interesante ilustración de la vida religiosa y social urbana, y también la figura más significativa que logró un permanente avance en la educación popular.

VIDAS PUBLICADAS EN ESPAÑOL

Chico González, Pedro (s. f.). San Juan Bautista de La Salle - Fundador y profeta - Hechos y gestos de un mensajero. Radio La Salle y Bepafel Produc-ciones, Tres folletos y CD.

Chico González, Pedro (1988). Ideario pedagógico y catequístico de S. J. B. De La Salle. Madrid: San Pío X, 206 p.

Chico González, Pedro (1995). Compartir la Misión de S. J. Bautista de la Salle. Valladolid: CVS.

Fiévet, Michel (1990). Vida de San Juan Bautista de La Salle. Madrid: Pau-linas, 149 pp.

Gallego Iriarte, Saturnino (1986). San Juan Bautista de La Salle, tomo 1, Biografía. Madrid: BAC, 688 pp.

Gallego Iriarte, Saturnino (1994). Espejo de educadores - S. J. Bautista de la Salle, La Paz: Bruño.

Merlaud, Andrés (1965). Juan Bautista de La Salle. Buenos Aires: Edito-rial Stella, 218 pp.

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TRADUCCIONES

1733 Blain, Jean Baptiste Vida del Padre Juan Bautista de La Salle (5 tomos), Traducción del Hno. Bernardo Montes, Bogotá, Ediciones de la RELAL y del Distrito de Bogotá, 2005-2011.

1890 Ravelet, Armand Vida del Beato Juan Bautista de La Salle, Traducción del Sto. Hno. Miguel Febres Cordero, París, 295 pp.

1959 Burkhard, Leo Ch. Un golfillo de París, Madrid, 175 pp. 1959.

1999 Burkhard, Leo Ch. Parmenia: la crisis de Juan Bautista de La Salle y de su Instituto (1712- 1714). CL 57. Tra-ducción española de Edwin Arteaga To-bón, fsc. Medellín, 1999, 232 pp.

2004 Bannon, Edwin De La Salle Fundador y Peregrino, Tradu-cido por J. Ma Bourdet, Ediciones RELAL Bogotá, 242 pp.

1993 Lapierre, Charles Camina en mi presencia, Valladolid, 173 pp.

2004 Salm, Luke fsc. Señor, es tu obra (Vida de SJBS). Traducido de la 2a Ed. (1996) por Sergio Moreno M, Bogotá, 256 pp. 1950 Eugenio León, fsc. El Fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, San Juan Bautista de La Salle, Me-dellín, 1950, 234 pp.

2010 Bernard y Maillefer J. Ma. Valladolid - Las cuatro Primeras Bio-grafías de San Juan Bautista de La Salle, tomo I, Madrid, 862 pp.

2010 Blain, Juan Bautista La Vida del Sr. De La Salle, tomo II. J. Ma. Valladolid, Madrid.

2010 Blain, Juan Bautista Espíritu y virtudes, tomo III, Madrid, 690 pp.

2010 Valladolid, J. Mª. Índices analítico y Cronológico, tomo IV, Madrid, 799 pp.

2010 Valladolid, J. Mª. Cronología Lasaliana. Roma, Casa Generali-cia, 1994.

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1940 Florencio Rafael San J. B. De la Salle y su obra, Librería de los Hermanos, Bogotá, 89 pp.

1966 Bernoville, Gaétan San J. B. S. Traducción del Hermano Sebas-tián Félix, Ed. Stella, Bogotá, 93 pp.

1967 Courtois, Gaston San Juan B. de La Salle, Ed. Hospicio La Salle.

1993 Lapierre, Charles Camina en mi presencia.

2006 Kirby, Leo, fsc. Yo, Juan Bautista de La Salle, Editorial Bruño, Caracas.

Bibliografía en español más extensa en Reflexiones Lasalianas, N.o 14 Abril de 2004, Casa Generalicia, fsc. Roma. Disponible en http://www.la-sallebilbao.org/norgara/irudiak/salle_bibliografia.swf

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PARTE I

1651-1679Un miembro joven de la oligarquía de Reims

Vida familiar - Preparación para el sacerdocio

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Iglesia de San Hilario, Reims

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CAPÍTULO 1. 1651-1669: LOS PRIMEROS DIECIOCHO AÑOS

Nacimiento en una importante familia burguesa1

Juan Bautista de La Salle nació el 30 de abril de 1651, hijo primogénito de Luis y Nicolasa de La Salle. Su madre, de apellido Moët, hija de un miembro de la nobleza local, tenía 18 años; su padre contaba 25 años y era miembro de la corte real de apelaciones de Reims. Pertenecía a la clase burguesa: dueña de propiedades, del comercio, de la clase administrativa y electoral de la ciudad, en contraste con los pequeños artesanos inde-pendientes y la masa de los artesanos dependientes pobremente retribui-dos por los comerciantes burgueses. Juan fue bautizado el mismo día que nació2, como lo fueron los demás hijos, práctica común en una época de escasa higiene y en un siglo de frecuentes epidemias, en donde cada fami-lia era testigo de tempranas desgracias y padecía angustias por cada hijo sobreviviente hasta más o menos los tres años de edad. Diez nacimientos eran cosa común en una familia por esos días, pero de ellos cuatro o cinco nacían muertos o morían a las pocas semanas o meses. Es posible, como se acostumbraba entonces, que Nicolasa prefiriera estar con su madre los últimos días antes del nacimiento y que Juan naciera en casa de los Moët en la calle del Marco. Fue bautizado en la iglesia parroquial de San Hila-rio, situada a menos de dos minutos a pie; sus abuelos maternos fueron los padrinos. Era, en efecto, costumbre de la burguesía preferir esta iglesia a la de San Sinforiano situada detrás de la catedral. La casa familiar, situada en la calle de l’Arbalète, miraba hacia la iglesia parroquial de San Pedro el Viejo, distante unos dos minutos a pie. Ninguna de estas iglesias existe, porque estaban entre las diez de las catorce iglesias parroquiales que fue-ron vendidas como canteras durante la Revolución.

1 Las fuentes básicas para esta sección son: el Hermano Yves Poutet, Le XVII ème siècle et les origines Lasalliennes, Tomo I, Période Rémoise, 23-177 y el Hno. León de María Aroz, Les actes civils de la famille de saint Jean-Baptiste de La Salle, Tomo I y II, números 26 y 27 de la serie de Cahiers Lasalliens. Estos dos volúmenes reproducen los textos de 52 documentos: certifi-cados de nacimiento, matrimonio, muerte y otros referentes a La Salle y su familia. Tienen un comentario muy completo y un índice detallado. Poutet pone estos y otros detalles de la familia, en el escenario de Reims y en el contexto de acontecimientos más amplios que afectaban al pueblo de ese tiempo.

2 Aroz, CL pp. 26, 228-236.

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Los padres de Juan habían contraído matrimonio el 25 de agosto del año anterior en San Hilario, la iglesia de la novia. Los tiempos eran malos. Las tropas mercenarias del rey se desplegaban fuera del sector noreste de las murallas, porque se temía un ataque de 1500 jinetes españoles (esta era una consecuencia de la continua guerra con España). Hubo una procesión en la ciudad para implorar la protección de san Remigio, su patrono, y el mismo día de la boda se extendieron cadenas a través de las calles. La usual celebración de la semana de banquetes había quedado muy redu-cida3. Su padre, Luis, hacía descender el árbol familiar de un Menault de La Salle, conocido en 1486, próspero comerciante de paños de Soissons, a unas treinta millas al occidente de Reims. Desde entonces la familia estaba asociada con las cambiantes fortunas del comercio de la lana. Los La Salle se unían a menudo en matrimonio con la nobleza local. Lancelot, nieto de Menault, fue el primero en establecerse en Reims, en 1561 (aunque habían nacido allí otros La Salle desde el siglo XIV). Era un comerciante de seda que contrajo matrimonio con una mujer de la nobleza, llegó a ser concejal de la ciudad y fue hecho prisionero por las autoridades civiles durante dos meses y medio, de diciembre de 1575 a marzo de 1576, acusado falsa-mente de protestantismo por haber ayudado al futuro Enrique IV, hugo-note, en las guerras de religión. Reims era el centro de la liga católica que se le oponía.

El hermano de Lancelot había sido efectivamente hugonote, aunque más tarde renunció al protestantismo, y la sospecha pudo haber caído so-bre Lancelot. Este era conocido por su bondad con los hijos de los pobres; envió a varios niños a la escuela, les pagó el papel y la tinta, y finalmente los puso como aprendices; pagó la manutención de un muchacho a quien hospedó en casa de un tejedor de seda para que aprendiera el oficio; pres-taba a un cirujano un caballo para que pudiera visitar a los necesitados y les enviaba también alimentos como conservas y frutas secas.

Desde Francisco I (1515-1547), los burgueses pudieron cada vez más abrirse camino por el dinero a la administración, un proceso fomentado por reyes posteriores, ansiosos de arrebatar cualquier poder efectivo a una nobleza ambiciosa y holgazana, para emplear más bien la perspicacia ad-ministrativa de las ciudades4. El mismo Luis de La Salle había roto con la tradicional dependencia familiar del negocio de los paños dedicándose a las leyes. Sus padres lo habían apoyado en esto y tenían dinero suficien-te para pagar los gastos en el colegio de la ciudad, luego tres años en la universidad y obtenerle un puesto entre los magistrados del “presidial” (tribunal de apelaciones), donde encontró como colegas a su futuro suegro

3 Poutet, I, pp. 37-38.4 Ver por ejemplo Robin Briggs, Early Modern France 1600-1715, p. 4.

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y a otros parientes. Estaba ya en funciones a los 22 años. Un puesto real elevaba la posición de la familia en la ciudad y las esperanzas de posibles títulos de nobleza.

Luis es otro ejemplo de un La Salle que contrae matrimonio en la no-bleza local. El padre de Nicolasa, hacendado de nobleza certificada, es también miembro del tribunal de apelaciones de Reims. Un noble podía estar en circunstancias normales con pocas tierras, pero mientras pudiera probar su conexión ancestral con la nobleza feudal, pertenecía al primer estado del reino. Casándose con un plebeyo, Nicolasa perdía su título. Era un ejemplo de matrimonio desigual, impensable para un “señor” casar a su hija con un plebeyo.

El empobrecimiento creciente de la nobleza es una característica de la Francia del siglo XVII; casar a la hija con un rico burgués proporcionaba los medios de mantener los gastos de su rango5. Pero en la familia Moët, el matrimonio fuera de la nobleza era virtualmente desconocido; y los Moët eran más acomodados que Luis de La Salle, cuyo oficio como magistrado no le representaba un gran beneficio financiero. Tal vez el hecho de ocu-par el mismo puesto llevó a Juan Moët y a Luis de La Salle a una estrecha relación6. Esto no significa que el matrimonio de Luis y Nicolasa fuera un matrimonio de conveniencia; puede ser que los dos jóvenes, encontrándo-se a menudo en una sociedad cerrada, se atrajeran uno al otro y que los padres estuvieran felices de promover esa unión.

El oficio de Luis como magistrado en el tribunal, que constaba de 19 miembros, comprendía solamente pequeños asuntos de la ley civil y cri-minal —pequeños juicios civiles y pequeños crímenes— en Reims y en el área equivalente a la diócesis de Reims. Establecidas por el rey en 1551, estas cortes de apelación sobre las cortes locales tenían como finalidad descargar un poco a los Parlamentos o altas cortes regionales, en este caso el de París. Ellas podían sin apelación castigar con el collar de hierro, el destierro, los azotes o con un periodo de varios años en las galeras. No po-dían condenar a muerte o a galeras perpetuas sin contar con el Parlamento. Estos tribunales gradualmente perdieron poder y finalidad, y fueron abo-lidos en la Revolución.

En Reims, el Palacio de Justicia del “presidial” está en la esquina in-ferior a mano derecha de la plaza del ayuntamiento, en la esquina de la calle del Tambor con la calle de la Prisión. Además del oficio de magis-trado, Luis fue elegido en dos ocasiones magistrado-regidor del concejo municipal; y en dos ocasiones prestó sus servicios como administrador del Hospicio General de la ciudad. Era aficionado a la música y podía

5 Id., p. 62.6 CL 24, p. 164.

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tocar algunos instrumentos con sus amigos a manera de descanso de sus obligaciones públicas. Cuando se hizo un inventario de la casa y de los muebles, a su muerte en 1672, se encontraron tres tiorbas en la habitación vecina a la suya7.

Luis y Nicolasa de La Salle eran devotos católicos ansiosos de educar bien a sus hijos, naturalmente dentro de su clase social. Junto con sus pa-rientes, como correspondía a la sociedad burguesa, estaban atentos a man-tener los niveles de vida, a promover los intereses familiares y a buscar la promoción social mediante posiciones obtenidas en la administración ci-vil y real. A tiempo que vivían cómodamente en casas bien amobladas, los burgueses no eran indiferentes al honor y a la riqueza. Aunque muchos de ellos tenían una fe y una piedad genuinas, y nunca pensarían en asociarse con los “pobres” subordinados o aún con la clase de los artesanos, se pre-ocupaban por aliviar las necesidades de los pobres. Los padres de Juan y otros parientes debieron haberle enseñado a buscar primero a Dios: tres hijos de la familia abrazaron el sacerdocio con genuina vocación, como lo veremos. Una hija entró a un monasterio después de la muerte de sus padres, por consiguiente no forzada por ellos, mientras su hermana formó un piadoso hogar que ciertamente reflejó sus valores cristianos.

Que algunos burgueses podían romper con la exclusividad de su clase y con la indiferencia hacia los pobres se ve en el ejemplo de un pariente le-jano de La Salle, Pedro Bachelier de Gentes (1611-1672). Él había estado en el colegio de los jesuitas y luego llevó una vida muy mundana al tiempo que estudiaba leyes. Esto lo llevó a Roma, donde su pariente Juan Maille-fer, futuro suegro de María, hermana mayor de Juan de La Salle, estuvo con él durante cuatro meses. Se convirtió durante una enfermedad y llevó una vida de penitencia: ayuno, mortificación, cuidado de los enfermos, hasta chupando el pus de sus llagas, y enterrando a los caídos durante la peste. Las personas que lo habían conocido menospreciaron sus esfuer-zos. Murió en mayo de 1672 a la edad de sesenta años. Claudio Bretagne, prior de la abadía de San Remigio, publicó su vida en 1680. Pudo haber animado a Juan de La Salle cuando este estaba a punto de hacer su gran rompimiento con el pasado8.

La primera casa familiar

La casa en que Juan creció era una amplia mansión estilo renacimiento, situada en el corazón del barrio comercial de la ciudad, a menos de un

7 CL 51.8 A. Rayez, S. J. en la Revue d’Ascétique et de Mystique, n.° 121, 1955; Poutet I, p. 420; Élie

Maillefer, p. 35.

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minuto del Mercado del trigo y del Mercado de las telas. Ambos situados en el lugar del antiguo foro (llamado ahora “Place du forum”). La casa ocupaba un pequeño callejón en la esquina de la calle de l’Arbalète. Su divisa era la Cruz de Oro, pero usualmente era conocida, a causa de su primera divisa de la Campana, como el Hôtel de la Cloche (palacete de la campana). Fue construida en 1545 y ampliada en 1557. El bisabuelo de Juan, un mercader vendedor de paños, la compró en 1609. Es una de las tres casas del siglo XVI que permanecieron en pie después de la Prime-ra Guerra mundial, y aun así fue arruinada, pero restaurada en 1924 (es ahora un edificio declarado monumento nacional)9

. “Por su arquitectura

y decoración recuerda toda la gracia del primer renacimiento francés10 Su graciosa escalera de caracol, construida en un ángulo del patio interior, recuerda, guardada la debida proporción, las de Blois y Châteaudun” (dos castillos del valle del Loira)11

. “Con su curiosa fachada, sus escayo-las estriadas y capiteles jónicos, en el patio interior, su graciosa torrecilla abierta, el “Palacete” de La Salle es un notable ejemplo del más fino estilo renacentista”12.

La calle en que está situada la casa es una de las más antiguas y más centrales para el movimiento alrededor de la ciudad, por donde se pasa… del mercado del trigo a la iglesia de San Pedro13. En la Edad Media se conoció como la calle del Cáñamo pues era el principal centro del comercio del lino y del cáñamo. Finalmente se la llamó la calle de l’Arbalète (ballesta). Da un rápido giro hacia el mercado del trigo, de manera que el Palacete de la Cloche, residencia de La Salle, construido en este sitio, da frente a la parte principal de la calle y puede verse a la distancia. La calle de l’Arbalète es descrita por los antiguos cronistas como estrecha y pintoresca… Las casas invaden la vía, sin preocuparse por estar en línea recta, y una co-rriente que servía de desagüe corría en medio. Durante siglos esta calle de l’Arbalète fue una de las vías más animadas de la ciudad. Esto se debía a la proximidad de la plaza de mercado que era el cen-tro comercial de la ciudad de Reims14.

Esta casa, una vez comprada, perteneció durante largo tiempo a la fa-milia de La Salle. Simón, hermano mayor de Luis, la compró en 1643 con ocasión de su primer matrimonio, y alquiló la mitad de ella a Luis cuando este a su turno contrajo matrimonio en 1650. Doce años más tarde, Luis compró la mitad en donde vivía. Luis y su esposa empezaron su vida

9 Aroz, CL 41 (1), p. 110.10 Maurice Hollande, Trésors de Reims, Michaud, Reims.11 Reims, ciudad real, Centro Turístico, Reims, 1988, p. 115.12 Daniel Pellus, Reims, ses rues, se places, se monuments, Horvath, 1977, p. 168.13 Trésors de Reims.14 Pellus, p. 14.

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matrimonial, provistos por sus padres, con unos recursos más bien mo-destos que no aumentaron mucho cuando creció la familia.

Siendo Luis un funcionario de la realeza, podría haber mejorado su posición y las esperanzas para el futuro de sus hijos, pero eran menos aco-modados que los comerciantes que los rodeaban y para cuidar de la edu-cación de una creciente familia y mantener un honorable estilo de vida, debían tener cuidado de cómo empleaban el dinero. Por mucho tiempo no pudieron darse lujos ni llamar la atención; cuando, por ejemplo, ne-cesitaron un segundo caballo, tuvieron que conseguirlo prestado de los parientes Maillefer15.

Palacete de la Cloche

Velaban sobre su primogénito, especialmente porque era algo prema-turo y también porque aquel año había otra epidemia en la ciudad, pero el niño Juan sobrevivió. Normalmente esperarían de él que llevara el nom-bre de la familia, la fortuna y la posición social, y logrando un puesto oficial más importante que el de su padre, finalmente alcanzaría tal vez del rey la nobleza de toga. En la mitad del Palacete de la Cloche, pertene-ciente a Simón, había también un primo de Juan, un niño de dos años de

15 Poutet I, p. 46, n.° 117, cita de las Memorias de E. Maillefer.

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edad, fruto del segundo matrimonio de Simón con Rosa Maillefer, y en 1652 tuvo una niña. Al final de este año, cuando Juan tenía veinte meses, Nicolasa dio a luz al segundo hijo, a quien bautizaron el mismo día con el nombre de Remigio, el 11 de diciembre de l65216. Esto trajo el primer dolor a la familia, pues murió poco después. La pareja tuvo una hija, María, el 26 de febrero de 165417. Otra vez tuvieron mucha ansiedad, pero María sobrevivió y vivió hasta 1711. El mismo año Simón y Rosa tuvieron otro niño; aunque nacieron otros, estos dos y una niña fueron los únicos que sobrevivieron. Entre los dos hogares había ahora cinco niños en la casa.

Este mismo año de 1654, un futuro cuñado de María, un Maillefer, fue bautizado con el hermano del joven Luis XIV, Felipe de Orleans y la reina regente, la española Ana de Austria como sus padrinos por poder; fue-ron representados por el primer chambelán y la primera dama de honor respectivamente. Los Maillefer eran contados entre las familias más con-sideradas de Reims. Pero el honor de esta ocasión fue eclipsado cuando Luis XIV en persona, próximo a cumplir dieciséis años, llegó a Reims el 3 de junio para su coronación el día 7 en su magnífica catedral. El mayor, Juan Maillefer más tarde familiar de Juan de La Salle, dejó la casa durante este tiempo para la Reina regente y al “Señor”, Felipe de Orleans. Luis mismo vino a la casa y fue el cardenal Mazarino, primer ministro de la Reina, quien los condujo a la habitación superior. Allí Juan Maillefer fue presentado a la reina en presencia de Luis y de su hermano. Pronunció un lisonjero discurso de bienvenida y lealtad, y nunca olvidó la ocasión. Él también observa en sus memorias que la reina solo le permitió usar un cuarto del primer piso y la cocina. “De otra manera”, escribió, “habría tenido que quedarme fuera de mi casa”.

El 5 de junio Luis fue en solemne procesión a la hermosa iglesia de la abadía de San Remigio al otro extremo de la ciudad, aproximadamente a una milla del palacio arzobispal, donde se encuentra la tumba de san Remigio, el obispo de Reims que bautizó a Clodoveo, rey de los francos. El padre de Juan Bautista asistió a la procesión en traje de ceremonia y muchos parientes tomarían parte entre los concejales y miembros de ór-denes religiosas. Hubo otra procesión al día siguiente por la misma ruta a la abadía de San Nicasio, cercana a la de San Remigio, una abadía con una hermosa iglesia gótica ahora destruida; y finalmente, el día 7 tuvo lugar la coronación. El pequeño Juan pudo haber sido llevado por su nodriza a mirar estas procesiones por corto tiempo; tenía solamente tres años. El martes 9, el rey volvió a la abadía de San Remigio para el “toque del rey” a causa de las paperas. Los pacientes venían de la cercana casa de San

16 Aroz, CL 27, p. 6; 41 (1), p. 111. Lista de los bautizos de todos los hijos; CL 26, pp. 240-41.17 Aroz, CL 27, p. 8; 41 (1), p. 114.

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Marcos para incurables, abierta solo en 1650; ellos eran colocados en los claustros y jardines de la abadía.

Estos acontecimientos darían mucho que hablar en la familia por largo tiempo. Cuando Juan creció supo que un pariente suyo por parte de ma-dre, gran prior de San Remigio, había llevado la ampolleta del óleo en la coronación de Luis XIII en 1610. María Estuardo, reina de los escoceses, la novia de Francia, había venido aquí con su primer marido, Francisco II, para su coronación en 1559. Él murió un año después y tras un mes de duelo, María vino en marzo de 1561 a pasar tres semanas en el convento de San Pedro, donde su tía, Renata de Guisa, era abadesa. Ella quería ser enterrada en Reims, y la noche antes de su ejecución ordenada por Isa-bel I de Inglaterra en 1587, dejó dinero para los pobres y religiosos de la ciudad18.

Dos años después del entusiasmo de la coronación nació otra niña a los La Salle, Rosa María, el 29 de febrero de 165619, cuando Juan no tenía aún cinco años y María solamente dos. Cuando Rosa María creció, ellos juga-rían con su hermana y sus tres primos en el patio interior o en el reducido callejón delante de la casa. A unos pocos metros de la casa, su padre había alquilado un jardín en la calle de los Muros, en la línea divisoria de las antiguas murallas de la ciudad, vecino al jardín de los padres agustinos. Los niños tendrían la oportunidad de ir y jugar allí. Desde los seis años aproximadamente Juan tuvo a un sacerdote como tutor. Este era el modo normal de los burgueses de atender a la educación de sus hijos hasta la edad de nueve años ordinariamente.

Desde muy temprano Juan tuvo la idea de ser sacerdote. No sabemos cuándo o cómo surgió; tal vez le vino de su tutor o de su digno párroco. El Canónigo Dozet, vicario general, persona muy preocupada con la reforma del clero, pudo haber tenido también influencia. Dice mucho de la gene-rosidad de los padres de Juan, pues abandonaron las expectativas fami-liares al no oponerse a sus deseos. Un segundo hijo, no el primero, estaría orientado por las familias hacia el estado eclesiástico y sus beneficios. Casi dos años después de Rosa María nació María Ana, el 2 de febrero de 1658, pero murió poco después, antes de que Juan cumpliera siete años. Cuan-do murió Remigio, Juan era muy pequeño para darse cuenta; este fue su primer dolor familiar. Pero el 21 de septiembre de 165920, nació otro niño que sobrevivió; lo llamaron Jaime José.

18 Antonia Fraser, Mary Queen of Scots, Panther, 1970, pp. 626-627.19 Aroz, CL 27, p. 41; 41 (1), p. 116.20 Id., CL 27, p. 48; 41 (1), p. 122.

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Creciendo en una familia burguesa

Sobre la niñez de Juan poco nos han informado sus biógrafos. Podemos formarnos una idea de cómo era por las actitudes y prácticas de la época respecto a la niñez y a la vida familiar, lo mismo que a la vida social, que comprendía muchas reuniones y celebraciones públicas.

En cuanto al vestido, una vez que un niño dejaba los pañales y la gorra, niños y niñas vestían de la misma manera hasta la edad de cuatro o cinco años: falda, túnica y delantal. Así es como debemos imaginarnos a Juan Bautista de niño. El delantal tenía dos cintas en la espalda pegadas a los hombros, restos de lo no utilizado, mangas colgantes adoptadas por los elegantes del siglo XVI. Dichas mangas sobrevivieron como un vestido ceremonial o popular, como en el manteo adoptado más tarde por los Her-manos de La Salle. Hacia los cinco años Juan se vestía con la “jacquette”, una especie de túnica que iba hasta las rodillas, con un cuello: se abría por delante y se amarraba con botones o con ganchos y ojales. Hacia los ocho años empezaba a vestirse como un hombre, con pantalones a la rodilla y un chaleco, medias atadas por debajo de la rodilla con ligas, zapatos y gorra. Los magistrados, hombres de iglesia y estadistas continuaban, al menos durante sus funciones, usando como en la edad media, vestidos talares. Un clérigo dejaba este vestido y se ponía una casaca y medias para circunstancias especiales o aun para presentarse ante su obispo. Los niños iban al colegio o a la escuela con la túnica corta de sus primeros años sobre su jubón.

Todo esto se refiere a los niños nobles o burgueses. El vestido, bajo el antiguo régimen, señalaba estrictamente el puesto de una persona en la jerarquía social y era muy caro. Sabemos que Juan de La Salle, pertene-ciente a una de las principales familias de Reims, gustaba de aparecer bien vestido, hasta el punto de ser señalado como una persona distinguida21. Nada de esto se aplicaba a los hijos de los “pobres” del pueblo. Ellos no formaban parte de la jerarquía social, por una parte, y en segundo lugar, porque rara vez podían proporcionarse vestidos nuevos. Ellos compraban ropa usada de los vendedores de segunda mano, pasada de moda varias décadas, y los niños, lanzados tempranamente con los adultos a los talle-res, usaban los mismos vestidos22.

Si Luis XIII, cuya educación infantil conocemos en detalle23, tenía un ca-ballo de madera, un molino de viento, un pájaro en una cuerda y muñecas de madera, podemos pensar que lo mismo se haría en las dos familias de La

21 Bernard, p. 19.22 Sobre todo lo anterior, ver Philippe Ariès, L’Enfant et la vie familiale sous l’Ancien Régime,

Seuil, 1973, pp. 42-55.23 Del diario de su médico Héroard. Ver Ariès, pp. 56-63.

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Salle. Los niños después de los tres o cuatro años jugaban como los adultos, entre ellos mismos o con los adultos; jugaban también con el arco y la vara.

Festividades

En esas épocas el trabajo ocupaba menos tiempo durante el día y tenía menos importancia que ahora en la opinión pública, mientras los juegos y las fiestas ocupaban más tiempo del que ahora les concedemos. Eran los principales medios de reunir al pueblo, especialmente en las grandes solemnidades anuales. Probablemente la principal ocasión era la Fiesta de los Reyes (la Epifanía). Era una reunión nocturna en que todos perma-necían hasta muy tarde. La familia, los amigos y los criados se reunían alrededor de la mesa sobre la cual había un enorme pastel con un haba escondida dentro. Se cortaba un pedazo de él y un niño escondido debajo de la mesa pronunciaba un nombre. Así se continuaba hasta que alguien encontraba el haba en su pedazo. Él o ella era coronado con una corona de papel y todos bebían a su salud. Es esta, una escena a menudo captada por pintores holandeses y otros. Cuando Juan era pequeño se sentaba a la mesa en una silla alta y observaba; luego sería uno de los que estaban debajo de la mesa; más tarde sería el turno de María y luego el de otros... Y ahora, alguien vestido como un bufón, con otras personas disfrazadas, un violinista y un muchacho que llevaba la “vela del rey” —en Francia era una rayada— salían de la casa. Estos “cantores de la estrella”, como se llamaban en Francia, iban por el vecindario durante la noche pidiendo combustible y provisiones. Podemos imaginar a Juan pidiendo llevar la luz, o vestido para la ocasión.

En Navidad, un leño (el tronco navideño) se ponía sobre el morillo y cuando estaba encendido, la familia se reunía alrededor. El niño más jo-ven tomaba en su mano derecha un vaso de vino, migas de pan y un poco de sal, y en la mano izquierda una vela encendida. Todos se quitaban los sombreros y él empezaba: “En el nombre del Padre” y arrojaba unos gra-nos de sal a un extremo del fogón; “y del Hijo”, y arrojaba más sal al otro extremo; así hasta terminar. También se practicaba dar papeles centrales a los niños en las comidas ordinarias: uno de los más jóvenes bendecía la mesa y todos los niños presentes ayudaban a servir la comida, servían el vino, cambiaban los platos, cortaban la carne24. En su gran obra de Cortesía cristiana, publicada en 1703, La Salle toma de los tratados de urbanidad de su tiempo para presentar su parecer de los modales cultos. En lo que se refiere a los modales en el hogar, tenemos un cuadro de las prácticas que se observaban en su propia familia. Él tiene mucho que decir sobre

24 Sobre lo anterior, ver Ariès, pp. 56-73.

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las comidas. El jefe de la familia da la bendición o un sacerdote que esté presente; pero también, “cuando se halla un niño, este recibe el encargo de cumplir esta función”25. Los niños de la familia aprendían no solamente a conducirse bien en la mesa, sino también a servir26.

La Salle tiene toda una sección de su libro sobre cómo servir. Al dar indicaciones sobre cómo cortar las carnes y seleccionar las mejores partes para los huéspedes, señala cuáles eran los principales platos servidos en familias burguesas como la suya, al menos en ocasiones especiales: pollo, carne de res, pichón asado, ganso, pato, cerdo, liebre, ternera, pescado.

Cuando se presenta algo que tenga encima ceniza (pues la carne se asó al aire libre) no se debe soplar para removerla; lo indicado es limpiarla con un cuchillo antes de servirla, pues el aliento de la boca puede molestar a las personas y hay peligro de enviar ceniza al mantel o al plato27.

Los que sirven a la mesa deben tener muy limpias las manos y la cabeza descubierta. Lo que deben hacer es extender conveniente-mente el mantel sobre la mesa, poner encima el salero y colocar las bandejas en que se sirve el pan que cubrirán con una servilleta… Luego deben lavar los vasos y disponerlos de tal manera en el apa-rador o sobre una mesa pequeña cubiertos con una tela blanca, para que no se tomen equivocadamente. Luego se debe presentar agua para lavarse las manos, levantando la jarra con delicadeza, la toalla doblada a lo largo del hombro izquierdo, sosteniendo la jofaina por debajo sobre el brazo y la mano izquierda, si no descansa ya sobre algo. Se empieza por verter el agua sobre las manos de la persona más respetable del grupo… Los que sirven deben estar siempre lis-tos para servir lo que las personas pidan y para esto deben tener siempre los ojos sobre la mesa y no moverse de allí28.

Hay un gran campo para el arte de representar a La Salle en estas ocasiones.

Una de las fiestas más populares entre los jóvenes era el primero de mayo, cuando los niños y jóvenes salían bailando por las calles, primero los jovencitos, niños o niñas coronados de flores. La gente salía a las puer-tas a mirar y colocar frutas y pasteles en las cestas llevadas por jovencitas. Esta era otra escena muy del agrado de los artistas29. Había una ocasión en Reims en que los jóvenes bailaban desde la Catedral hasta San Remigio y luego regresaban. En la fiesta de san Nicolás, el 6 de diciembre, era cuando las familias celebraban el día de los niños, escondiendo regalos para ellos en diferentes partes de la casa.

25 Reglas de cortesía y urbanidad cristiana, reproducidas en el CL 19, p. 84.26 Ariès, pp. 408-412.27 CL 19, p. 97.28 Ibíd., pp. 125-131.29 Ariès, pp. 74-75.

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Otra escena que frecuentemente se ve en los cuadros, grabados y ta-pices, era la reunión familiar en que padres e hijos formaban una peque-ña orquesta de cámara y uno de ellos cantaba. Esto tiene lugar durante un intermedio de la comida o cuando se despeja la mesa. “No tenemos idea”, escribe Ariès, “del puesto que la música y la danza tenían en la vida diaria”30. Los niños aprendían música muy temprano y cantaban o tocaban en estos conciertos de familia. María, hermana mayor de Juan, tenía una hermosa voz y tocaba la tiorba, instrumento de música parecido al laúd; su padre, como ya se ha dicho, tocaba música con sus amigos. Aprender a tocar un instrumento y a cantar era parte de la educación de la burguesía. Juan habría recibido lecciones de música y se esperaba que participara. Como era sociable y amigo de agradar, a veces cantaría mien-tras su hermana tocaba o viceversa. Sería maravilloso tener una pintura de estos dos hermanos acompañándose mutuamente en semejante ocasión a la manera de Franz Hals o Le Nain.

Sobre el canto en sociedad, La Salle escribe: Si alguien a quien se tiene respeto o deferencia nos pide que toque-mos o cantemos algo, para mostrar nuestros conocimientos o para divertir a los asistentes, podemos excusarnos cortésmente y esto es lo más conveniente. Pero si la persona realmente insiste, sería no entender la sociedad si uno vacilara más en cantar o tocar un instru-mento como se nos pide. Porque si sucediera que uno no canta muy bien o no fuera muy hábil en tocar un instrumento, los asistentes tendrían razón en decir que no valía la pena hacerse rogar tanto; mientras que aceptando cortésmente y sin demora, uno se cubre contra las críticas o por lo menos no da ocasión a ellas31.

Los niños también tocaban juntos independientemente: se los pinta a menudo tocando el laúd o la flauta.

Se ha dicho, sin embargo, que el biógrafo Blain afirma que el pequeño La Salle nada tenía de las inclinaciones de su padre por la música; tal vez le habría gustado si la gracia no lo hubiera preve-nido… inspirándole disgusto o miedo por un placer que, aunque parece muy inocente, tiene sus peligros… El joven La Salle no era la persona para llenar su memoria con tantas canciones que es mejor no saber… Los himnos de la Iglesia tenían para él atractivo…32.

Dado que Juan era muy sociable y considerado como algo amigo de lucirse, uno se pregunta si esta visión negativa omite lo que a los ojos del escritor no representaría una buena hagiografía de su tiempo.

30 Id., 77.31 CL 15, pp. 151-152.32 Blain I, pp. 119-120.

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Antes de Blain, el Hermano Bernardo había descrito al joven Juan cons-truyendo altares delante de los cuales cantaría himnos o imitaría ceremo-nias de la iglesia: “Esta era su principal ocupación, y lo que le proporcio-naba disgusto para participar en diversiones en que los demás querían que compartiera. Parece que ya reflexionaba y que lo infantil o la niñez lo habían dejado a la edad de cuatro o cinco años…” De su petición a la abuela para que le leyera las vidas de los santos, comenta: “Esto era sin duda un presagio de que imitaría sus acciones33”. Todo el comienzo de su biografía está lleno de sus parientes y el retrato de sus héroes se limitaba a los piadosos. Esto no es negar que un niño puede muy bien adaptarse a la vida social y familiar, y al mismo tiempo ser dueño de una seriedad interior. En su muy católica familia y atraído al sacerdocio, Juan podía muy bien “escaparse a veces de sus compañeros, rechazar sus juegos y diversiones…, e ir al ‘Templo del Señor’”. Pidió pronto que le enseñaran a ayudar a misa, al mismo tiempo que en casa levantaba altares, cantaba himnos e imitaba las ceremonias religiosas34.

Otras actividades de distracción

Juan de La Salle, en su libro sobre la urbanidad cristiana, toma de las mejores opiniones de su tiempo para instruir a niños y adultos sobre el uso del tiempo libre. Tiene un largo capítulo sobre los pasatiempos. “Los juegos que ejercitan el cuerpo, como el frontón, el mazo, las bochas, los bolos y el volante, son preferibles a los demás, incluso a los que ejercitan y absorben demasiado la mente, como el ajedrez y las damas”. “Algunos juegos de cartas pueden permitirse alguna vez, pues la destreza interviene en ellos y no son puramente de azar. Pero otros, que son puramente de azar, van contra la ley de Dios y son indignos de una persona educada35”. En todos los juegos que piden destreza, considera apropiado, si se desea, apostar una pequeña suma, “que sirve para alentar el juego y el ánimo de ganar, lo que contribuye en gran manera al placer del juego”. Esta fue la opinión que ganó terreno como opuesta al juego de azar36.

La Salle continúa: “Quienes juegan deben procurar no jugar por avaricia, ya que el juego no se inventó para ganar dinero, sino solo para mitigar un poco la tensión de la mente y del cuerpo después del trabajo”. He aquí un grupo de personas que juegan: “También es descortés canturrear o

33 Bernard, p. 11. En términos generales, aunque abundan las frases hechas, Bernardo tiene algo de atractivo en su redacción; en definitiva, él da los hechos que los otros biógrafos siguieron.

34 Bernard, p. 11; Blain I, pp. 119-120.35 CL 19, pp. 147-148.36 Ariès, pp. 79-83.

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silbar mientras se juega, aun cuando se haga con suavidad y entre dientes. Mucho más aún lo es tamborilear con los dedos o los pies; sin embargo, esto es lo que sucede a veces a los que están muy enfrascados en el juego37”. ¿Jugó él ajedrez en su juventud y tiene que recordarlo?

“En la sociedad del antiguo régimen, el juego en todas sus formas, jue-gos de salón y juegos de azar, ocupaban un tiempo enorme38”. Afectaba a todas las edades y condiciones. Las autoridades eclesiásticas se oponían a ellos enteramente, apoyadas por los laicos orientados hacia el orden, que trataban de dominar a las masas todavía bárbaras y de civilizar su conducta primitiva. Ellas tenían alguna razón: aun las bochas y los bolos ocasionaban tales reyertas entre adultos que a veces la policía tenía que prohibirlos a todos.

Esta actitud hacia los juegos cambió en el siglo XVII, especialmente bajo la influencia de los jesuitas. Ellos hicieron de algunos de los juegos formas de educación tan apreciadas como los estudios. Enseñaron la dan-za porque daba armonía al cuerpo y ayudaba a los estudiantes a vencer la torpeza y les enseñaba a presentarse bien. Introdujeron la actuación, empezando con los diálogos latinos sobre temas religiosos, y luego las piezas profanas en francés. Muchas interpretaciones tenían un intermedio de ballet, a pesar de la actitud hostil general de la sociedad. La actuación se hizo general en sus colegios después de 165039. Sabemos de tragedias representadas en el colegio municipal de Reims desde 160840, y veremos más tarde que Juan de La Salle actuó allí en una pieza religiosa.

El hotel o habitación de la clase media: un sitio de reunión muy activo

En la Francia del siglo XVII mantenerse en contacto con el grupo so-cial en que se había nacido, y aprovechar hábilmente estas relaciones para mejorar la posición, exigía una cantidad de visitas y conversaciones. La fortuna era secundaria para el éxito social: la meta primera era alcanzar un puesto más honorable en una sociedad donde cada uno conocía a todo el mundo. El arte de triunfar era el arte de ser aceptado y de agradar. De aquí la importancia de la conversación. El joven Juan de La Salle vería en la casa interminable número de visitantes y a él mismo comprometido en las visitas. Sabemos que tenía muchos amigos y esto implicaba las formas ordinarias de la vida social y los frecuentes pasatiempos.

37 CL 19, pp. 142-144.38 Ariès, p. 84.39 Ver Ariès, pp. 85-101.40 Poutet I, p. 155, n.° 28.

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Estos visitantes nunca miraban el reloj y nunca eran despedidos: era una aceptada ocupación de la casa, de tal manera que nunca había un tiempo regular fijo para las comidas. Los niños nunca podían terminar su trabajo con los tutores privados; este era un argumento usado por los educadores para recomendarles que fueran al colegio41. Tener un tiempo fijo para sus actividades era una necesidad de los que trabajaban, no de los burgueses que vivían del trabajo de los otros. Esto explica en parte por qué Juan Bautista tuvo más tarde que obligarse a limitar sus visitas socia-les y a someterse a un horario; “algo”, decía, “que nunca he sido capaz de hacer42”. Es difícil imaginar todo lo que significaba adaptar su vida a la de sus pobres maestros y la determinación que en ello puso.

Tiempo de ruptura cívica y de angustia43

Un tema muy discutido en los primeros años de Juan sería ciertamente el desbarajuste de la vida en Reims causado por la guerra con España y la lucha civil conocida como la Fronda. Estos días fueron experimentados por la población de Reims como un tiempo en que las tropas pillaban la Champaña hasta los muros de su ciudad; cuando la guerra civil dividió a sus propios ciudadanos, el comercio se trastornó, trajo una pobreza cre-ciente a los pobres de las ciudades y una miseria total a los campesinos de las aldeas, que acudieron a la ciudad en busca de refugio. El mes anterior al nacimiento de Juan, los Sacerdotes de la Misión (o Padres Vicentinos), fundados por san Vicente de Paúl, que aún vivía, vinieron a Reims para distribuir limosnas a los pobres y predicar. En reconocimiento el concejo de la ciudad invitó a toda la población a la misa de acción de gracias en la catedral de San Remigio.

La razón de estos desórdenes era en primer lugar que el cardenal Ri-chelieu, primer ministro de Luis XIII, había arrastrado a Francia a la des-tructiva guerra de los Treinta Años, que comprometió a gran parte del occidente de Europa. Se le había puesto fin con el Tratado de Westfalia en 1648, pero la guerra aún continuaba con España. Las tropas españolas en Holanda estaban solamente a ochenta millas de Reims y, aprovechando la ruta española, que iba de Bruselas a Génova, fácilmente podían invadir a Francia.

Pero Champaña sufría aún más por la guerra civil conocida como la Fronda, que empezó en París el día del Tratado de Westfalia y duró hasta 1653. La política interior de Richelieu había tenido que extender el control

41 Ver Ariès, pp. 441-447.42 Blain II, p. 319.43 Para toda esta sección, ver Poutet I, pp. 97-113.

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real a expensas de las libertades locales y se había visto obligada a impo-ner pesados impuestos para pagar la participación de Francia en la Guerra de los Treinta Años. Cuando el cardenal Mazarino, su sucesor, como pri-mer ministro, bajo la regente Ana de Austria durante la minoría de Luis XIV, continuó la misma política, el Parlamento de París (una alta corte muy diferente al Parlamento del otro lado del Canal) empezó lo que vino a ser una compleja y ruinosa lucha para controlar el poder en el centro pero sin suprimir la monarquía.

En esta lucha el príncipe de Condé, un príncipe de sangre, fue una figura capital contra Mazarino y la corte, y tuvo un impacto directo sobre Reims. En el año en que nació Juan, Condé fue casi dueño de Francia por tres meses y distribuía puestos a sus lugartenientes y amigos. En octubre de 1652 dejó a París con 3000 hombres para emprender una campaña in-dependiente en Champaña sin recursos, lo que significó que sus tropas hastiaran a los habitantes.

Los ciudadanos de Reims, interpretando los acontecimientos según sus intereses y prejuicios, se dividieron en sus lealtades. Tenemos por fortuna, si presentamos solamente el punto de vista de los burgueses, los diarios que escribieron tres ciudadanos de la época: el de Oudard Cocquault, que cubre la guerra civil de 1649 hasta 165344; el de René Bourgeois, 1640 a 1679, y el de Juan Maillefer, un notable comerciante, de 1669 a 1681. Los dos primeros eran parientes de Juan de La Salle; Maillefer vino a ser el suegro de su hermana, mientras su hijo, Juan Maillefer Junior, conservó un resumen de los acontecimientos hasta 1719 [1718]. La guerra civil so-brevino al pueblo de Reims en forma equivocada como un asunto en que Condé era la mano derecha de la Reina Regente, ampliamente respaldado por Mazarino. Cocquault pensaba que la intención de Condé “era levantar al pueblo contra los magistrados y obligar al Parlamento a abandonar su poder”.

En enero de 1649 llegó al “presidial” de Reims una orden del Parlamen-to de París de arrestar a Mazarino, y autorizaba a cualquiera para apre-henderlo y presentarlo en la ciudad. Los magistrados pudieron pasar la responsabilidad al Gobernador de Champaña que temporalmente residía en la ciudad. La corporación de la ciudad obró más positivamente y envió una delegación a la Reina Regente asegurándole su lealtad. En respues-ta, el 22 de enero vino una declaración firmada por la Reina pero que en realidad venía de Mazarino, en la cual constituía al “presidial” de Reims como corte final de apelaciones en la jurisdicción de Reims. Era un intento de crear una división entre los juristas de Reims y los del Parlamento, y cer-cenar la jurisdicción de este último. El “presidial” ignoró el honor que se

44 Citado en Histoire de Reims, p. 180.

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le ofrecía: Luis de La Salle y los otros magistrados continuaron emitiendo sus juicios dentro de los límites tradicionales.

Las tropas de Condé estaban haciendo de Champaña un desierto —para usar el término del primer presidente del Parlamento—. Cocquault prefería las tropas españolas a las suyas: ellas “no habían aterrorizado al pueblo ni habían hecho ningún daño, comparadas con lo que el ejército del Rey había hecho; los españoles pagaban en todas partes, no robaban nada, pedían comida a cambio de dinero”. Condé, en lugar del gobernador real de Champaña, había establecido a su propio hombre en Reims, un cierto marqués de Vieuville. Juan Cocquebert, tío abuelo de Juan de La Salle, fue a París con el vicario general a confirmar a la Reina Regente la lealtad de los habitantes de Reims “contra las manifestaciones del Parlamento”. Pero el Concejo desautorizó la iniciativa. Cuando el marqués empezó a abrir las cartas que venían de París so pretexto de interceptar mensajes subversivos del Parlamento, los burgueses y artesanos incitaron a la multitud contra él y lo obligaron a refugiarse en su casa. Escapó por el ático al techo de una casa vecina, pero fue atrapado cuando trataba de esconderse en el sótano. Fue sacado, apaleado y arrastrado fuera de la ciudad por entre el fango que había quedado después de tres días de deshielo. Esto sucedió el 1º de marzo de 1649. Fue abandonado a cielo abierto.

En el desorden fue muerto un burgués. Al día siguiente “los partida-rios de Mazarino en el concejo de la ciudad y el tribunal aprovecharon la ocasión invocando la ley y el orden para arrestar a dos pobres diablos, uno un jardinero y el otro un albañil, los juzgaron a puerta cerrada y los hicieron ahorcar en la tarde del viernes cinco de marzo en el Mercado del Caballo” (llamado más tarde plaza del ayuntamiento) delante del tribu-nal. Luis de La Salle no estuvo comprometido en el episodio: el concejo de la ciudad, como se trataba de un asunto militar, no tenía derecho de decisión. Cocquault escribió:

Estos pobres inocentes, movidos de celo, no hicieron otra cosa que apoyar el deseo de todos los habitantes de expulsar a los enemigos del pueblo y a los tiranos. Estas pobres víctimas sacrificadas al pú-blico no se unieron a los grupos de la plebe que aprovechaban estas ocasiones para saquear… Los verdaderos ladrones que merecían la horca escaparon impunes… Todos al día siguiente lamentaban sus muertes… Así son los calamitosos acontecimientos de las guerras civiles, verdaderos castigos de Dios.

Un mes más tarde llegaron noticias de que se acercaban las tropas es-pañolas. El concejo preparó la defensa de la ciudad y ordenó que las ra-ciones de pan pedidas en las vecindades para las tropas reales les fueran enviadas. Otra vez apareció la división: los 120 “notables”, muchos de ellos dueños de tierras fuera de Reims y que temían por sus cosechas, estaban

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a favor. Los comerciantes, menos comprometidos, querían correr el riesgo y rehusaron. Al final se logró un compromiso: el pan se enviaría, pero en cantidad inferior a la solicitada. El año siguiente, 1650, las tropas reales lle-garon destruyendo y robando. Tres de los peores fueron atrapados y ahor-cados, y sus cuerpos abandonados a los perros y a los lobos como comida. Las incursiones y los saqueos se extendieron por toda la Champaña cuan-do las tropas de uno y otro lado en la guerra civil, o las tropas españolas pasaban una y otra vez. El peor año fue el de 1652, hasta que cada uno llegó al último extremo45. En estas circunstancias. El comercio se redujo mucho y se presentó mucho desempleo entre los pobres de Reims. Añádase a esto la afluencia de campesinos y se tendrá idea del problema hasta entonces no conocido que encaraba la municipalidad, a saber, qué hacer con los pobres sin hogar. Cocquault escribía: “El número de pobres ha aumentado muchí-simo, vienen de las aldeas afectadas, estas pobres gentes permanecen en las calles durante la noche, quejándose de hambre y de frío46”.

Vicente de Paúl trabajó para ayudar a los afligidos de estas localidades como lo había hecho en 1640. Los magistrados de Rethel, 24 millas al no-reste de Reims, le escribieron: “Hasta el presente nadie sino usted, Señor, y sus sacerdotes, se han compadecido de nuestra miseria. Durante dos años la provincia de Champaña, y esta ciudad de Rethel especialmente, se han conservado con vida únicamente por la ayuda que usted nos ha enviado”.

El pequeño Juan Bautista gradualmente iría dándose cuenta de las consecuencias desastrosas de la Fronda y de los efectos de la prolongada guerra con España. Esto duró a lo largo de toda su niñez. Vio en la ciu-dad las multitudes venidas del campo, pidiendo pan y buscando refugio y trabajo. Muchos de los pobres por quienes trabajó serían de la primera y segunda generación de los refugiados venidos de las aldeas (para detalles ver el capítulo siguiente). Él vería las aldeas arruinadas cuando sus padres lo llevaban a ver sus haciendas o las de sus abuelos: en los alrededores de Reims once aldeas habían sido devastadas. La escasez de alimento se había prolongado. El saqueo del grano por los soldados hambrientos y la interrupción, a causa de la guerra, de los suministros cada vez en mayor escala, embarcados al occidente por Rusia a través del Báltico en navíos holandeses, significaban que el trigo escasearía.

En 1662, cuando Juan tenía diez años, el concejo municipal se vio obli-gado a determinar las raciones públicas diarias a razón de dos cuartos de galón de trigo por familia a un precio máximo fijo. Juan oiría a su padre discutir con los amigos la carga insoportable que los mendigos imponían

45 Ver Pierre Desportes, Histoire de Reims, Privat, 1983, p. 178.46 Citado en Histooire de Reims, p. 180.

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a la ciudad y el problema de la ley y el orden. Entre 1650 y 1661 aproxi-madamente 500 mendigos fueron obligados a salir. Más hubieran salido si no hubiera sido por los comerciantes que vieron en ellos una fuente de mano de obra barata. Como alguien observó: “El bien público era sacrifi-cado a los intereses particulares”. Su opinión dependía del lado en que se colocaba.

No es extraño que siendo Juan todavía joven, cuando su padre des-cansaba con los amigos ante la gran chimenea del salón, la conversación sobrepasara sus alcances. Iba donde su abuela y le pedía que le leyera el libro; nos cuentan que se trataba de las vidas de los santos47. Sabemos que Luis de La Salle tenía en su biblioteca una Vida de los santos48 y este era probablemente el único libro apropiado para un niño. Pero su hijo podría igualmente haber pedido a su abuela que le contara un cuento. Eran muy oídos aún por los adultos; por Madame de Sevigné, por ejemplo, o Col-bert, que en su tiempo libre tenía a determinadas personas para que le refirieran los cuentos tradicionales49.

La interpretación parcial y sesgada de los acontecimientos y figuras na-cionales sería tema de estas veladas. Más allá de Champaña tenían lugar los trabajos del misterioso gobierno central o las maniobras de los prínci-pes de sangre. Ana de Austria, por ejemplo, era considerada culpable de todos los males de la Fronda, pero a su muerte se verificó un cambio de actitud, rayano casi en veneración. El 7 de febrero de 1666, un mes des-pués de haber recibido Juan la canonjía, la ciudad de Reims decretó una solemne misa funeral.

Un número de acontecimientos públicos aumentó el conocimiento de Juan sobre los asuntos nacionales y europeos. Hubo un Te Deum para cele-brar la victoria anglo-francesa de las Dunas el 14 de junio de de 1658. En el verano del año siguiente el Tratado de los Pirineos puso fin a la guerra con España. Los mandatarios de la ciudad decidieron celebrar unos fuegos artificiales, ir ellos mismos en procesión a la Iglesia de San Francisco para una misa solemne y por la noche celebrar un banquete. “Todos los ciuda-danos”, decían, “colocarán antorchas en las ventanas durante la noche. Se distribuirá vino gratis a los prisioneros y a los internos de los hospicios, con motivo de la paz”. Juan vería entonces, a los ocho años de edad, que los criados ponían antorchas en las ventanas de la casa, y fue llevado a ver los fuegos artificiales.

Hubo también festejos al año siguiente para celebrar el matrimonio de Luis XIV con la infanta de España. Para la ocasión se había pedido a Reims

47 Bernard, p. 11; Blain I, p. 118.48 CL 51, p. 25.49 Ariès, p. 54.

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el año anterior proporcionar el “regalo” importante de 25.000 libras. Ade-más del tamaño de la petición, el Concejo se ofendió porque el poder cen-tral le había indicado la suma que debía dar y solo convino en la cantidad de 12.000 libras. Pero la paz con España se firmó durante el periodo de estas deliberaciones y, por patriotismo, al mismo tiempo que preservaba su sentido de autonomía, votó espontáneamente la cantidad completa. En 1660 la ciudad celebró la restauración de la monarquía en Inglaterra con el retorno de Carlos II, y en 1662 el nacimiento del delfín.

OCHO AÑOS DE ESTUDIOS BÁSICOS EN ARTES LIBERALES (1661-1669)50

¿En el colegio de la Universidad o con los jesuitas?

Juan pudo haber seguido la segunda etapa de su educación a la edad de nueve años, que era la edad corriente, pero sus padres tenían razón para conservar a su tutor por otro año. Se dice que Juan era un poco delica-do de salud cuando joven51. Pero Luis y Nicolasa también tenían que resol-ver a dónde enviarlo. Existía el antiguo colegio de la ciudad, ahora parte de la Universidad, llamado el Colegio de los Niños Buenos, y el Colegio de los jesuitas desde 1619. Los La Salle y sus parientes habían ido a ambos.

El Colegio de los Niños Buenos empezó en el siglo IX como una casa de alojamiento para estudiantes en el sitio de un antiguo monasterio que los sostenía con sus rentas. Ellos seguían el curso normal de las siete artes liberales en las clases abiertas a los laicos y al clero de la región, mientras dentro de los edificios del monasterio, al lado de la catedral, estaba la es-cuela de canónigos que estudiaban teología. Esta escuela era en el siglo X un centro intelectual de primera categoría en el norte de Europa, pero fue eclipsado en el siglo XII por París. Hacia 1250 la casa de los estudiantes pobres fue erigida en colegio con estatutos de tipo monástico.

Los cursos siguieron todavía fuera en la escuela exterior de la catedral, pero entre 1544 y 1546 los edificios del colegio se ampliaron, y la escuela de la catedral, cuyos edificios habían sido destruidos, fue transferida allí. Para entonces, como en otras partes, los alumnos diurnos (llamados niños buenos o estudiantes buenos porque asistían voluntariamente) empeza-ron a asistir (el antiguo nombre: Collegium Puerorum Bonorum [sic] pue-de aún leerse en la entrada del liceo que reemplazó al colegio). Era enton-

50 Para toda esta sección, Ver Poutet I, pp. 139-179. Para detalles sobre el Collège des Bons-Enfants y su historia, Aroz, CL 41 (2), pp. 9-21; su organización y reglamentos, pp. 21-34; “Juan de La Salle en el Colegio”, pp. 34-42.

51 Blain II, p. 451.

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ces una escuela amplia, abierta a todos los alumnos de artes de la ciudad. Las familias enviaban a sus hijos allí, solamente por unos pocos años, y no seguían más adelante a menos que quisieran ser sacerdotes o abogados. A través de Francia tales colegios ofrecían servicios a la población culta del Antiguo Régimen52.

El 6 de enero de 1547, Carlos, Cardenal de Lorena, (1524-1574) obtuvo de Pablo III una Bula que autorizaba la erección de una Universidad. El antiguo Colegio de los Niños Buenos se convirtió en la facultad de artes de la nueva Universidad, es decir, el sitio para el estudio básico de las artes liberales, lo que corresponde a la escuela secundaria de hoy. La matrícula autorizaba para inscribirse en una de las facultades superiores: teología, leyes o medicina53. El Cardenal obtuvo la aprobación pontificia en diciem-bre de 1563 para la creación de un seminario —el primero en Francia—, aunque era solamente un lugar de alojamiento para los seminaristas que seguían las clases en la Universidad. Su sobrino, el Cardenal Luis, hizo nuevas residencias para ellos junto al Colegio en 1587. En los antiguos edificios albergó a los seminaristas ingleses de Douai, de 1587 a 1593 (en el sitio señalado ahora como n.o 51 de la calle Barbâtre).

A pesar de su estado legal de Universidad el Colegio, para la época a que hemos llegado, unos treinta años antes de La Salle, estaba mal admi-nistrado y las materias mal enseñadas. Esto en parte se debía a la aparición de un rival: los jesuitas llegaron a Reims en 1608 y edificaron su casa y colegio a lo largo de la iglesia de San Mauricio a escasos 8 kilómetros de la Universidad en la calle Barbâtre.

Edificaron y ampliaron su colegio en 1619 y 1627 (y especialmente más tarde en 1678; es una de las mejores construcciones del siglo XVII existentes en Reims). Sobre el colegio de la universidad escribió Cocquault en 1660: “Por más de treinta años el Colegio de los Niños Buenos ha es-tado cojeando, mal sostenido, mal dirigido por los directores… y pronto quedará completamente sin alumnos”. Y “Los estudiantes de filosofía no saben hablar latín; los estudiantes hacen visitas a las tabernas; en el cole-gio el vino puede conseguirse a cuatro peniques el vaso; la cocina retumba con los juramentos y el Director no se ha aparecido en las clases durante diez años54”.

Sabemos de veinte La Salle y sus parientes que asistieron al colegio de los jesuitas entre 1646 y 1671, y siete más o menos parientes cercanos de Juan que se hicieron jesuitas mientras él vivió55. ¿Por qué no fue él también enviado allí? En primer lugar, existía una razón de lealtades locales. El

52 Ariès, pp. 175-178 y 186-187.53 Ver Reims, Ville Royale, Patrick Demouhy, Reims Tourist Office, 1988, pp. 48-49.54 Aroz, CL 41 (2), p. 19.55 Poutet I, pp. 462-463.

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concejo municipal tenía la obligación de velar por los intereses de su cole-gio. Además, ellos tenían interés en hacerlo pues pagaban a los profesores y controlaban los gastos del Colegio. Junto con los 120 “notables” de la ciudad, se oponían al desarrollo del colegio de los jesuitas porque el suyo pronto quedaría vacío. Luis de La Salle como miembro del “presidial” que en Reims era reconocido protector de la Universidad, los acompañó en esto.

La Universidad por su parte, siguió la línea de rehusar la petición de los jesuitas de incorporar su colegio a ella, de manera que sus cursos for-maran parte del currículum de la Universidad. Al mismo tiempo el can-ciller de la Universidad era el Canónigo Dozet, primo abuelo de Juan. En estas circunstancias era claramente inevitable que Juan debía ser enviado al colegio de la ciudad, aun cuando sus padres tenían algunos recelos. Allí empezó Juan sus estudios el 10 de octubre de 1661, cuando tenía diez años y medio. Como el colegio formaba parte de la Universidad, Juan apareció en sus archivos desde 1661 hasta 1680, cuando obtuvo su doctorado en teología —fuera de los periodos académicos que estuvo en París.

Pero hubo otra razón para que Juan asistiera al Colegio de los Niños Buenos. Durante el año de la indecisión de los padres, los asuntos habían mejorado en el colegio. A principios de junio el Gran Maestre de la Uni-versidad había sido censurado por el Parlamento de París debido a su mala administración, y fue removido de sus funciones al año siguiente. Entretanto el Rector de turno de la Universidad (los rectores eran elegidos o reelegidos anualmente), Tomás Mercier, antiguo alumno de los jesuitas, y que fue rector de 1660 a 1662, redactó nuevos estatutos para el colegio. Estos fueron aprobados en mayo de 1662.

De ahí en adelante el colegio prosperó. Su número subió a más de 400, mientras entre 1659 y 1669 los alumnos de los jesuitas cayeron de 600 a 300. Cocquault escribió entusiasmado en 1666: “Desde que la Universidad fue fundada gracias al poder y al crédito del Cardenal de Lorena, todopo-deroso en Francia, nunca había tenido el esplendor que tiene al presente, especialmente la Facultad de Artes56”.

Mercier debió estar muy contento porque era antijesuita, y sin duda importó los métodos de los jesuitas al colegio de la ciudad para superar-los. El Canciller Dozet y otros funcionarios del Colegio trataron por esa época de celebrar un convenio e incorporar a los jesuitas, pero Mercier se opuso e hizo circular un panfleto en que se atacaba la enseñanza de los je-suitas. La razón para esta oposición a los jesuitas era el fuerte galicanismo de Mercier, es decir, que él sostenía la exigencia de que las “antiguas liber-tades de la Iglesia Galicana” debían limitar el ejercicio de las prerrogativas

56 Aroz, ibíd., p. 33.

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pontificias en Francia y que podía apelarse de una decisión pontificia a un Concilio General de la Iglesia. Este fue el primer encuentro de Juan con una actitud nacionalista del clero; más tarde tendría problemas por este asunto. Los jesuitas eran firmes defensores de los derechos de la Santa Sede y por esta razón tuvieron muchos enemigos.

En el problema local de la incorporación a la Universidad, los jesuitas apelaron en 1663 ante el Consejo de Estado y como tenían amigos en las altas esferas ganaron su causa. El Concejo Municipal, irritado por lo que consideró maniobras hechas a sus espaldas, apeló directamente al rey; los abogados juzgaron correctamente que él debería postergar el asunto. De hecho el colegio de los jesuitas no fue incorporado sino a principios del siglo siguiente.

Gracias a los salarios pagados por la Corporación, las donaciones y legados, los estudiantes que no tenían medios podían recibir una educa-ción gratis en “Los Niños Buenos”, fuera de los gastos menores, y así los comerciantes pudieron darse el lujo de enviar a sus hijos al colegio. Pero, para comenzar, ellos debían saber leer y escribir, lo que significaba enviar a sus hijos a “una escuela menor” paga, luego los gastos de exámenes, el precio de los libros necesarios, y, especialmente, aparecer pobremente vestidos, casi andrajosamente, en medio de los alumnos adinerados; como consecuencia casi nadie iba. De todos modos, los estudios eran largos y ajenos a la vida de los artesanos. Una familia pobre no podía atender a los gastos de un joven hasta los diecisiete años, antes de que pudiera ganar algún dinero.

Pero algunos asistieron, si damos fe al informe que tenemos del colegio de la ciudad sobre la asistencia de hijos de los artesanos en el colegio rival. En materia de enseñanza gratis, los jesuitas, de acuerdo con su tradición, abrieron sus clases a los alumnos de cualquier procedencia. En ausencia de cifras exactas en cuanto al origen social de los estudiantes que asistían a su colegio de Reims, “la investigación sobre sus orígenes en varias regio-nes y épocas muestra que los hijos de los comerciantes y empleados eran la mayoría, pero que los hijos de los artesanos y agricultores representa-ban una cuarta o una tercera parte del total57”.

Si consideramos una situación semejante para el Colegio de los Niños Buenos y un total de 700 alumnos, entonces a lo sumo de 180 a 230 hijos de artesanos asistían, y ninguno de los realmente pobres. En cualquier caso, no sabemos hasta dónde estamos tratando con artesanos ricos o pobres, ni cuánto tiempo permanecerían en el colegio antes de empezar a trabajar. Obtener alguna habilidad en la lectura y en la escritura, lograr cierta cor-tesía burguesa, les ayudaría a no sentirse demasiado inferiores ante sus

57 Pennington, Seventeen Century Europe, Longman, 1970, p. 154.

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compañeros ricos. Pero Tácito, Demóstenes y Aristóteles no tendrían in-terés ninguno para ellos. Aún no se había ideado una educación para esta clase numerosa y muy poco para los pobres. En 1684, entre las escuelas dirigidas por las Hermanas de cierto Canónigo Roland y los Hermanos de La Salle eran atendidos 2000 niños y niñas pobres. Eso muestra la necesi-dad que en 1661 aún esperaba una respuesta.

Aun para la clase gobernante y mercantil de la ciudad, las clases tradi-cionales apenas respondían a sus necesidades: eran más o menos asunto de memoria, ejercicio escrito y declamación, más bien que formar ideas o proporcionar comprensión de los tiempos. Los alumnos estudiaban au-tores latinos y griegos durante seis años, luego empleaban dos años estu-diando filosofía. Aun entre la burguesía, la mayor parte, después de haber estudiado con un maestro particular, completaba su educación viajando extensamente. La educación superior era esencialmente clerical y por con-siguiente marginal. “Solamente un pequeño número de familias acomo-dadas la reciben —las que aspiran a algún beneficio eclesiástico para sus hijos—58”.

Juan en el colegio. Tonsura y canonjía. Más miembros en la familia y una nueva casa familiar

Cuando Juan fue al colegio de la Universidad se encontró con la disci-plina normal en la época. La vida en el colegio del siglo XV había sido de camaradería, agitada y turbulenta, aun brutal. Luego en el siglo XVI so-brevino un cambio de una comunidad de alumnos y maestros a un severo control de los alumnos por los maestros. Una reglamentación más estricta del tiempo de estudios y una disciplina más severa fue la norma en todas partes.

Se distinguían tres características: supervisión constante, informe so-bre los demás estudiantes y castigo corporal. El anterior sistema de mul-tas por infracciones fue reemplazado por el castigo con la férula. Tomó un carácter humillante. Un alumno de cualquier edad se inclinaba ante otro, le bajaba los pantalones y luego era azotado. Debemos observar que estas prácticas más tarde se llevaron a las escuelas menores, a las escuelas parroquiales y también se ven en las escuelas de La Salle, pero en estas últimas con mucha moderación, rara vez y con el fin de hacerlas con el tiempo innecesarias.

Cuando Juan empezó el largo camino de sus estudios, encontró, como lo esperaba, que todo era en latín. Hasta en los tiempos libres los alumnos

58 Histoire de Reims, p. 230.

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tenían que hablar latín. Un “explorador” o espía anotaba los errores, que traían como consecuencia un severo castigo los sábados. No se puede de-cir que Juan nunca recibió unos azotes. Los reglamentos del colegio pro-hibían “jurar, gritar, pelear, aprender a tocar flauta” —es de imaginarse que para no turbar el silencio— llevar espada dentro del colegio, rizarse el cabello.

El texto de gramática latina era el de Despautère, un escritor flamenco con dos siglos de atraso, era una enciclopedia de gramática en mal latín. Como lo apuntaba un escritor: “Todo desagrada a los niños en el país de Despautère: todas las reglas semejan un bosque negro y lleno de espinas”. Había muchos ejercicios variados y los autores griegos y latinos podían ser interesantes, pero no tenían ningún pensamiento original59. Si más tar-de el ejemplo de su hermana María con sus hijos es de alguna ayuda, su madre vigilaba atentamente el progreso de su hijo y la memorización que debía realizar en casa.

Durante el primer año, el 11 de marzo de 1662, fue admitido a la ton-sura, cuando se cortaba de la coronilla un poco de cabello en forma de hostia, para indicar su opción por el estado clerical. Se llevó a cabo en la capilla gótica del arzobispado por Juan de Malevaud, obispo in partibus de Aulône (Malomensis60) en ausencia del arzobispo-delegado Cardenal Antonio Barberini, quien aunque nombrado por Luis XIV en 1657, no reci-bió los pliegos de oficio del Papa sino en 1667 (este nombre de Malevaud aparece en los documentos de tonsura de La Salle entre las acciones para su beatificación61).

Juan había perseverado en su propósito de ser sacerdote, y por eso la costumbre de dar la tonsura hasta a los niños cuando manifestaban el deseo de abrazar el sacerdocio se siguió en este caso. Ello no significaba que la vocación se consideraba definitiva, pero abría la posibilidad de re-cibir los beneficios de la Iglesia como una ayuda para atender a los gastos necesarios a la preparación para las órdenes sagradas. El hecho de ser aceptado a la tonsura quería decir que había sido confirmado en los cua-tro años anteriores, pues el único requisito del Derecho Canónico para recibir la tonsura era estar confirmado y esto podía hacerse a la edad de siete años. Posiblemente lo confirmó el mismo obispo pero no tenemos el documento. De ahí en adelante, en las ceremonias litúrgicas, Juan debía usar el vestido clerical que consistía en una sotana negra de lana ordinaria.

59 J. Guibert, Histoire de Saint Jean-Baptiste de La Salle, Poussielgue, Paris, 1901, pp. 11-13. [Existe traducción en español]

60 Aroz, ibíd., pp. 141-145.61 Poutet I, p. 491, n.° 36.

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En su segundo año hubo regocijo en la casa con el nacimiento de Juan Luis el 15 de febrero de 166362, pero diez meses más tarde la familia quedó sumida en el dolor, pues al final del año el niño murió63. Al año siguien-te, cuando Nicolasa quedó de nuevo embarazada, Luis de La Salle debió pensar en buscar nueva habitación para la familia. Vendió la mitad de la mansión familiar a su hermano Simón el 31 de mayo de 166464, porque acababa de comprar el día 23 una casa más allá de la plaza de mercado detrás de la catedral en la calle Santa Margarita. La posesión legal no em-pezó sino el 24 de junio de 1665, y entretanto el día de Navidad de 1664, Nicolasa fue madre de otro hijo a quien también llamó Juan Luis65. Juan, entonces de trece años, fue padrino de bautismo y lo sostuvo en la fuente bautismal. María andaba cerca de los once años, Rosa María se acercaba a los nueve, y Jaime José tenía cinco. Así, con los primos, había ahora en la casa ocho niños.

Cuando la familia de Luis se trasladó a la nueva casa seis meses más tarde, Juan y sus hermanos conocieron la emoción del cambio y de la ins-talación, al mismo tiempo que el pesar por los antiguos recuerdos de la casa en donde habían vivido durante catorce años y la ausencia de sus pri-mos. Nada queda hoy de esta segunda casa; un pequeño establecimiento de vehículos detrás de la oficina de correos señala el lugar. La visión clara que hoy se tiene desde este lugar de la espalda de la catedral y de la Iglesia de San Sinforiano la impedía en su tiempo una fila de casas.

Sabemos poco de los años de Juan en el colegio. En su segundo año, durante el mes de abril actuó en una representación: “El martirio de san Timoteo” basado en la vida de un santo local. No tenía aún doce años y debe de haber mostrado seguridad para entonces. En abril de 1665, en su cuarto año, en el aula máxima del colegio, se fijó un cartel en donde aparecían los nombres de los ganadores en una reciente competencia li-teraria. En su clase de cuarenta o cincuenta, Juan ocupó el tercer puesto en elocución latina y el segundo en conocimientos religiosos. Este cartel terminaba deliberadamente, en su mención de la Universidad, con las pa-labras “cui collegium Jesuitarum non est incorporatum” (a la cual el colegio de los jesuitas no está incorporado). Así, además de las lealtades sociales de su familia, la actitud general en el colegio no ayudaba a Juan en aquella época a aceptar ninguna influencia de los jesuitas.

Sin embargo, de 1659 a 1661 un pariente lejano suyo, el jesuita Santiago Marquette, había enseñado en Reims (un abuelo de Marquette era abuelo

62 Aroz, CL 27, p. 62; CL 41 (1), p. 125.63 Id., CL 27, p. 62.64 Id., CL 41 (1), pp. 129-136.65 Id., CL 27, p. 65; CL 41 (1), p. 140.

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de Juan, definitivamente una relación muy débil66 [primos]). En 1666 Mar-quette fue a Nueva Francia y trabajó entre los Illinois, los Sioux y otras tribus. En 1673 descendió por el Misisipí con Jolliet hasta los Arkansas, y murió de una grave enfermedad en 1675. Aunque las noticias llegaron en forma esporádica, Juan no conoció estas proezas sino cuando se publica-ron en una colección en 1681.

Durante las vacaciones de verano, Juan visitó con la familia los viñe-dos de su abuelo paterno, a diez kilómetros al sur de Reims, se unió a la cosecha de la uva y a los cantos alrededor del fuego en la noche. Nunca conoció a su abuelo, pues él murió poco después del nacimiento de Juan y la abuela murió antes de que él cumpliera los dos años. También existía la hacienda de su otro abuelo Juan Moët, señor de varias aldeas y tierras; él vivía habitualmente en su casa de Reims, en la calle del Marco, cerca de la nueva casa de Juan, pero este también lo visitaba en su hacienda a veinte kilómetros al occidente de la ciudad. Juan Moët tenía por costum-bre recitar el oficio divino cada día, y cuando Juan Bautista empezó a leer corrientemente el latín, lo cual debió ser cuando le enseñaba su tutor, él le enseñó al joven a recitar el oficio y ambos lo rezaban juntos67. El abuelo era una amable persona y Juan gozó del beneficio de su compañía ocasional hasta 1670, cuando murió a finales de julio. La abuela, que profesaba un gran cariño a Juan, vivió en su casa de la ciudad hasta 1690.

El 9 de julio de 1666, cuando Juan tenía 15 años, su primo abuelo re-nunció a la canonjía por razones de edad e hizo saber a Juan que su inten-ción era cederle el puesto. Significaba esto favorecer a la familia con un gran honor en Reims, una jugosa prebenda y un reconocimiento de que Juan era serio en su intención de abrazar el sacerdocio.

Abadías, prioratos y canonjías representaban una fuente de opulen-cia y de honores que los padres ambicionaban y buscaban para sus hijos —niños que como el obispo de Lisieux afirmaba en 1614—, estaban todavía en brazos de sus nodrizas o bajo la dirección de sus maestros en la escuela… El estado eclesiástico y religioso ofrecía a los jóvenes de buenas familias una excelente oportunidad, una vida segura y, sobre todo, una que hacía pocas exigencias a la bolsa pater-na. Esto también merecía una importante consideración68.

Mientras Juan se preparaba para ser canónigo, otro nacimiento tuvo lugar en la familia: el 3 de septiembre de 1666, nació un niño a quien bauti-zaron con el nombre de Pedro69. Otra vez Juan fue escogido como padrino, y su hermana María, ahora de 12 años, como madrina. Juan fue instalado

66 Id., CL 42, p. 176: cuadro genealógico.67 Bernard, p. 12; Blain I, p. 122.68 Ponsenet, La France Religieuse du XVIIe Siècle, Paris, 1958.69 Aroz, CL 27, p. 110; CL 41 (1) p. 145.

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solemnemente como canónigo el 7 de enero de 1667. Le fue asignado el puesto ocupado una vez por san Bruno, quien en el siglo XI abandonó su canonjía para fundar el monasterio de la Gran Cartuja cerca de Grenoble (las sillas que reemplazaron a las antiguas en 1745, fueron quemadas en la primera guerra mundial). El Canónigo Dozet recomendó a su joven primo llevar al rezo del Oficio Divino la devoción de un cartujo. La canonjía trajo consigo una considerable prebenda: aumentó en una mitad las entradas de la familia —una bienvenida ayuda para sostener la familia y la casa. Ocho meses más tarde, el 10 de septiembre de 1667, nació otro niño, Si-món, que elevó a siete el número de hijos de la familia70.

Retrato de La Salle a los dieciocho años de edad

Los dos últimos años en el Colegio - Órdenes menores

Un mes más tarde Juan empezó sus dos años de filosofía. En el prime-ro de estos dos años, el 17 de marzo, ocurrió un acontecimiento impor-tante para él: en la capilla del arzobispado recibió las órdenes menores de manos del obispo de Soissons, delegado para este fin por el Cardenal Barberini. El 3 de octubre falleció el Canónigo Dozet y el 10, cuando Juan

70 Id., CL 27, p. 142.

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empezaba su último año, su hermano Jaime José empezó sus estudios en el mismo Colegio a la edad normal de nueve años. Esta vez, sus padres no tuvieron escrúpulos en enviarlo a acompañar a su hermano, pues el Co-legio tenía ahora una buena reputación. Juan terminó sus estudios el año siguiente a la edad de dieciocho años. Tres meses antes una gran tristeza se había abatido sobre la familia: el pequeño Simón murió el 3 de abril de 1669, con solo dieciocho meses de edad71 (esta es la única fecha precisa de la muerte de un niño de la familia, que conocemos: las muertes se registra-ron únicamente a partir de 1667 por edicto de Luis XIV, y los registros de la parroquia para los bautismos se quemaron antes de 1676).

Juan debía presentarse ahora a sus exámenes finales. A principios de julio debió presentar un certificado de asistencia y luego, el 8 de julio, con vestido de ceremonia, que en este caso significaba su traje de canónigo, se arrodilló delante del Rector y juró sobre los Evangelios defender los de-rechos de la Universidad. Fue luego a la oficina del censor para recibir el certificado de asistencia aprobado y presentar las notas de los dos últimos años para mostrar que estaban escritas con su propia mano (muchos estu-diantes pedían a algún empleado de su casa que les hicieran una escritura elegante o pagaban a un compañero de estudios escaso de recursos para que lo hiciera por ellos).

Al día siguiente debió presentarse ante un jurado de dos examinadores que le hicieron un examen oral en latín sobre el conocimiento de los libros señalados para ética y lógica. Este examen duraba tres horas; era el “exa-men menor”, por otro nombre bachillerato. Un proceso similar para la filosofía en día distinto se conocía como el “examen mayor” o licenciatura. El éxito llevaba a la obtención del grado de Maestro en Artes, que otorgaba el derecho de enseñar en los colegios de la Universidad y avanzar a una de las facultades superiores72. No era el equivalente de nuestro M. A., sino una condición requerida para entrar en la Universidad. Era un examen se-vero y los fracasos eran muchos. Reims establecía sus normas de acuerdo a las de París. El joven Canónigo Juan Bautista de La Salle fue admitido el 10 de julio al grado summa cum laude, el más alto de los tres posibles, aun-que no sabemos qué puesto ocupó entre los candidatos. Inmediatamente se matriculó para el primer año en la Facultad de Teología.

Su familia, amigos y compañeros de seguro celebraron con muchas ve-ladas sociales en casas de unos y otros, y Juan debió de estar muy contento de descansar en una de las fincas de la familia. Jaime José estaría muy orgu-lloso y estimulado por el éxito de su hermano. María tenía entonces quince años; María Rosa pensaba en entrar a una orden contemplativa de la ciudad.

71 Id., CL 27, p. 145; CL 41 (1), p. 149.72 Id., CL 41 (2), pp. 211-216.

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Reims, 1774

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CAPÍTULO 2. DIMENSIÓN DE REIMS Y UNA MIRADA MÁS ALLÁ1

Una orgullosa ciudad de Champaña

Champaña era una de las provincias más famosas de Francia. Viajeros y escritores de la época hacían notar que el ciudadano común de Cham-paña era trabajador, disciplinado y tal vez muy confiado en los demás. La gente era considerada como segura de sí misma, un poco presuntuosa tal vez, siempre lista para una respuesta inteligente. Por siglos habían sido más habitantes de la ciudad que del campo, por consiguiente acostumbra-dos a una acción organizada. Eran mirados más bien como tercos. La Salle participaba de estas características: fue a menudo tachado de obstinación, de aferrarse a una línea de acción o de reforma. Obstinación era lo que necesitaba. Fue esencialmente un hombre de ciudad.

Aunque la capital oficial y el centro fiscal de Champaña era Châlons, 24 millas al sur, Reims, con sus recuerdos y su catedral, adonde venían todos los reyes de Francia para ser coronados, era considerada como la ca-pital por sus habitantes. Tener alguna idea de la calidad de vida de Reims nos ayuda a entender lo que significaba para Juan de La Salle abandonar-la. El centro cívico y comercial donde vivía la burguesía era aún idéntico al área oval, aunque sin murallas, de la ciudad galorromana del siglo XIV. Sus dos ejes principales permanecían como el diseño de un tablero de aje-drez. Uno de sus cuatro arcos triunfales se levanta aún majestosamente y hay huellas de otro en el extremo opuesto de la antigua ciudad donde la calle de la Universidad se convierte en la calle Barbâtre.

A una milla de distancia, al otro extremo de la ciudad, como encerra-da dentro de las murallas del siglo XIV, estaba la tumba de san Remigio (c. 457-533) Estaba fuera de la ciudad galorromana en la necrópolis que ocupaba ambos lados del camino hacia Roma. Remigio fue obispo cuando los francos avanzaban en el siglo V; bautizó a su rey franco Clodoveo el día de Navidad de 498 o 499.

1 Ver Pierre Desportes, Histoire de Reims, Privat, 1933. Un resumen bien presentado y elegante de la historia de la ciudad se encuentra en Reims Ville Royale, Patrick Demouhy, Reims, Ofi-cina de Turismo, 1988. Según Desportes, no hay un buen estudio global de Reims del siglo XVII.

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En el siglo noveno el sucesor de Remigio, Hincmar, creó el mito de que Clodoveo no fue solamente bautizado sino también ungido por san Remigio con un crisma que vino especialmente del cielo en la “Santa Am-polla”. Hasta 1027 los reyes fueron ungidos en la basílica de San Remigio, pero desde entonces hasta 1825, todos los reyes con excepción de Enrique IV fueron coronados en la catedral, y la “Santa Ampolla” se empleó hasta que en 1793 fue solemnemente hecha añicos en las gradas del pedestal de Luis XV en la plaza real de Reims.

Desde la Edad Media, el arzobispo de Reims era al mismo tiempo la autoridad eclesiástica y temporal de la región. La propiedad real de su sede era una de las más extensas en Occidente. Desde el siglo XII, el arzo-bispo había sido conde, duque y par de Francia, es decir, venía en seguida de los príncipes de sangre. Reims llegó a ser muy notable por sus edificios eclesiásticos y monásticos. En el siglo XIV había unas treinta iglesias pa-rroquiales o extensas instituciones monásticas, la mayoría de las cuales estaban fuera de las murallas originales de la ciudad, mientras la tierra entre ella y San Remigio gradualmente fue quedando deshabitada, a lo largo del camino hacia Roma, que se convirtió en la calle Barbâtre, y junto a un nuevo camino paralelo a ella, la calle Nueva de la que oiremos hablar más adelante. En este siglo se comenzó un nuevo terraplén y encima una muralla, de cuatro millas de larga, que encerraba las instalaciones de San Remigio y mucho espacio abierto que descendía hasta el río Vesle, mien-tras la antigua muralla fue demolida.

Los prósperos comerciantes burgueses en el siglo XII obligaron al arzo-bispo a autorizarles la elección de doce regidores para aplicar la ley local. Más tarde el rey hizo elegir a otros seis para asistir al Capitán de la ciudad en la organización de la defensa de la ciudad, pero después de la Guerra de los Cien Años dicho Capitán fue reemplazado por un lugarteniente de la ciudad electo, llamado más tarde “lugarteniente de los habitantes”, con una condición social semejante a la de los alcaldes modernos, pero elegido por los burgueses únicamente.

Hubo riñas entre los dos sectores del Concejo Municipal hasta que en 1636 Claudio Lespagnol, tío abuelo de La Salle, alcalde de 1633 a 1637, obtuvo de Luis XIII un decreto que unía las dos partes en un concejo mu-nicipal único. Se escogió de familias establecidas de tiempo atrás, basadas en la riqueza proveniente del comercio en lanas y vinos. La industria textil de Reims venía después de la de Amiens y atendía un mercado floreciente de otras ciudades de Francia y aun más lejos. Es todavía el principal mercado de lana de Francia.

La siguiente comparación entre Beauvais y Amiens se aplicaba en esta época igualmente a Reims:

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Una ciudad fortificada, una corporación burguesa y una ciudad de olores sin duda, pero sobre todo una ciudad de campanas habitada por un clero numeroso y a la vez poderoso, y particularmente el conde-obispo (tratándose de Reims debemos decir conde, duque y par) con grandes poderes temporales; al mismo tiempo una ciudad comercial y de sastres. Menos que Amiens, sin duda, pero con los mismos desagües sucios al aire, la misma afluencia de pesadas balas de lana, el mismo vestido de tela y sarga liviana; en el ruido de los telares, el golpear de los batanes, una multitud apretada de ham-brientos tejedores de lino, una masa doblegada bajo el dominio polí-tico, social y económico de mercaderes burgueses, y bajo el dominio religioso, moral y señorial de un clero cuyos méritos personales no permitían olvidar su magnificencia temporal2.

Los La Salle, miembros de una oligarquía

Con el ascenso de la Universidad, además de muchos de sus miem-bros que estudiaban para formar parte del clero, un creciente número de burgueses estudiaban leyes y así se preparaban para ocupar puestos en la administración cívica y real de la justicia local, en tanto que otros iban a medicina. De esta manera se desarrollaba una nueva clase influyente junto con la comunidad comercial. Pero la última continuaba dominando las instituciones de la ciudad mediante una política de matrimonios de grupo: los Bachelier, Cocquebert, Lespagnol, La Salle, Maillefer: estas y otra media docena de familias gobernaban la ciudad. Las abuelas de Juan Bautista de La Salle eran una Cocquebert y otra Lespagnol; su hermana contrajo matrimonio con un Maillefer; su hermano Pedro con una Bache-lier —para dar solamente algunos ejemplos de su familia—. De 1550 a 1660, de 57 alcaldes, 20 eran de estas familias relacionadas. En 1645 el concejo de la ciudad de 21, contaba 10 parientes de los La Salle.

Cuando el Cardenal Mazarino permaneció durante un tiempo en Reims, después de la recaptura de Rethel por Turena en 1653, los caballeros Bour-geois, Cocquebert, Bachelier y La Salle presentaron al Concejo Municipal, el 13 de febrero, una lista de casas de burgueses que ellos juzgaron que fácilmente podían hospedar al Señor Cardenal, los generales y principales oficiales del ejército. El Concejo Municipal estuvo de acuerdo (pues estaba compuesto de sus parientes) y les pidió que ellos mismos señalaran las casas. Las escogidas —no era ninguna sorpresa— fueron el Palacete de la Cloche y las casas de los dos Lespagnol en la calle siguiente, calle del

2 Goubert, 100.000 Provinciaux au XVIIe siècle: Beauvais et les Beauvaisis de 1600 à 1730. Flammarion, 1968, pp. 279-280.

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Tambor3. Si el Señor Cardenal se hospedó en casa de uno de los Lespagnol, un general y sus oficiales pudieron haber estado con los La Salle.

Juan no tenía aún dos años y debió recordar muy poco del alboroto y de la actividad febril de la casa en ese momento. Uno de sus parientes fue alcalde de 1655 a 1660, y otro al año siguiente. Cuando el último fue reele-gido en 1663, fue retado por otro pariente, un Lespagnol, quien se quejó a Colbert, ministro del rey, alegando incompetencia. Luis XIV tomó el asun-to en sus manos y el demandante tuvo la desagradable sorpresa de recibir una “carta cerrada” que lo desterraba a Bourges, 150 millas al sur, aunque poco después fue perdonado. En el siglo anterior a la Revolución, 74 veces de cien, el alcalde fue elegido de las mismas ocho familias a quienes se co-noció como los “Nous ferons” (Nosotros haremos) porque decidían todo. Era una oligarquía de riqueza y de posición social.

La selecta área burguesaLa burguesía de Reims, aunque ya habían desaparecido las murallas del

siglo XIV, vivía geográficamente aparte por lo general de los artesanos y de los “pobres”, que trabajaban para ellos por un jornal de hambre. En este an-tiguo Reims se encontraban entonces administradores y magistrados, co-merciantes y almacenistas, artesanos ricos, los joyeros por ejemplo —gente de más o menos bienestar— gente de medios independientes que vivían en mansiones de la ciudad con su negocio y las rentas de tierras y propieda-des, pues una de sus preocupaciones era comprar y arrendar. Porque tener dinero disponible con qué comprar tierras (aprovechando la ventaja de los tiempos difíciles en el mundo rural) y luego arrendar era una señal de éxito y fuente de prosperidad en épocas duras. Aprovechar las necesidades de los demás era uno de los pecados colectivos de esta clase.

Luis de La Salle tenía dos casas en Reims, una de ellas para el mercado de telas y que permutó en 1664 con su hermano Simón por una pequeña finca a unas pocas millas de la ciudad; tenía ya dos viñedos que vendió en 1663. Estas eran las aspiraciones de los burgueses en todas las principales ciudades. E. N. Williams escribe de Beauvais:

Cada burgués, en todo caso en Beauvais, quería poseer sus propios viñedos cerca de la ciudad, pero de preferencia una propiedad rural para visitar durante el verano, o un señorío con sus rentas feudales. La compra de una casa solariega era la señal de que el burgués había “llegado”, que podía proporcionarse el goce y el lujo de un poder y de un prestigio local. La siguiente ambición era comprar un puesto que le otorgara nobleza…4

3 Aroz, CL 32, xxv, n.° 4.4 The Ancient Regime in Europe, Penguin 1972, p. 210.

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Vivir también en esta área de la ciudad era de terratenientes, miembros de la “noblesse campagnarde” o nobleza del campo que necesitaban una entrada derivada de puestos en la ciudad para completar sus recursos. “Para cualquier familia con altas aspiraciones políticas o sociales, poseer una casa en la ciudad era indispensable. De una manera o de otra, el terra-teniente habitante de la ciudad que pasaba parte del año en sus propieda-des se estaba haciendo cada vez más común”5. Lo que aquí se dice de París era cierto de otros centros menores. Hemos visto que esto se aplicaba a Juan Moët, abuelo materno de Juan, que vivía principalmente en su casa de la ciudad. Los burgueses, como ciudadanos propietarios, pagaban im-puestos locales y nacionales, y podían ser llamados a cumplir diversas obligaciones en tiempos de revueltas o de amenaza de tropas que se acer-caban.

Solamente entre los burgueses se hacían elecciones para oficios civiles. Cada año, el martes de carnaval, cada uno de los doce dirigentes de la ciudad elegía diez representantes, para mantener el cuerpo de los 120 “no-tables” del año. Estos se reunían a las siete de la mañana del día siguiente para elegir entre ellos por voto secreto a los 18 concejales del año. Lo que Pennington dice de las ciudades, generalmente era cierto tratándose de Reims: la oligarquía dominante “hacía casi imposible la entrada a su círculo de personas fuera de las familias privilegiadas6”. Pero no era del todo imposible.

Los Colbert son un ejemplo de cómo se podía abrir camino. En un comienzo, agricultores de los alrededores de la ciudad, fueron luego co-merciantes de artículos de mercería y lograron un puesto en el concejo de la ciudad; entraron después al comercio mayorista y minorista, especial-mente en tejidos, hicieron negocios con Lyon, Milán y finalmente París, en donde Juan Bautista Colbert, aunque nacido en Reims, prosperó y entró al grupo privilegiado gracias a su energía y al patrocinio del Cardenal Maza-rino. En 1665 fue nombrado por Luis XIV Contralor General de Finanzas, y en 1666 tuvo en sus manos toda la administración interna de Francia. Inevitablemente en alguna forma los Colbert y los La Salle se relaciona-ban: en 1648 o 1649 un primo de Juan Bautista Colbert contrajo matrimo-nio con una prima de Juan Bautista de La Salle7.

5 Pennington, p. 96.6 Óp. cit., p. 97.7 Ver los árboles de familia pertinentes en Aroz, CL 27, pp. 116-117.

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Casa de ciudad en Reims

La industria de la lana y los pobres

En el espacio mucho mayor de la ciudad comprendido por las murallas del siglo XIV, encontramos a los pobres no ciudadanos. Después del des-plome en esta época de la manufactura de la muselina ideada para el mer-cado del Mediterráneo, los capitalistas comerciantes de Reims cambiaron para atender la demanda de sarga en el norte de Europa en competencia con los ingleses y los holandeses. Para esto, existía una mano de obra muy barata, pues como resultado de la devastación de los campos, como hemos visto, se aumentó la migración de los pobres a Reims.

Hubo una primera afluencia debido a la guerra con España y a la Fron-da. Los refugiados construyeron casuchas en muchos espacios abiertos de la ciudad; el concejo municipal tenía el enorme gasto de alimentarlos. Ellos encontraron alguna clase de trabajo y de alojamiento, principalmen-te en la calle Barbâtre, en la calle Nueva y los menesterosos fueron al Hos-picio General. Los que ya tenían habilidades para tejer encontraron más fácilmente trabajo como tejedores de sarga en los telares familiares, traba-jaban por sueldos de hambre con la materia prima que les suministraban los manufactureros burgueses.

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Ya en agosto de 1650 Cocquault escribía con tristeza acerca de estos refugiados: “Nos atormenta esta gente miserable que siempre nos quiere inundar con su multitud y tener pan, vino y carne más barato que los que labran la tierra y cultivan la vid…” Pero también se daba cuenta de la ganancia que se lograba: estos pobres pueden ser explotados como fuente de riqueza. Estos eran pobres aunque oficialmente no eran reconocidos como tales para obtener algún beneficio y no eran tal vez los peores entre los pobres —se consideraba pobres a los mendigos sin hogar y a los que preferían vivir como internos en el Hospicio General, que en parte funcio-naba como casa de pobres—. Todo el tiempo del trabajo el pobre estaba ocupado ganándose la vida en estrechas condiciones. Ellos eran pobre-mente alimentados y fácilmente golpeados por las epidemias.

La población de Reims creció entre 1620 y 1680 de 18.000 a 28.000 habi-tantes a pesar de las severas epidemias de 1651 y 1653 entre la multitud de pobres. Como desempleados, las familias que no votaban eran mayoría, se tenía ahora una clase trabajadora muy numerosa, los pobres. En agosto de 1661 se hizo un censo de los que habían llegado a la ciudad desde 1649. Los que entonces no tenían lo necesario para mantener a su familia debían abandonar la ciudad en octubre. Por lo visto, solo 500 fueron devueltos a las aldeas. Los mercaderes manufactureros los encontraron buenos traba-jadores, mientras la firma de la paz con España significaba que las líneas de comercio se abrían de nuevo y se necesitaban más tejedores de sarga. Por eso aceptaron que los pobres permanecieran aunque les pagaban tan mal que ellos “no podían sobrevivir a dos días de enfermedad sin la ayu-da del Hospicio General8”.

Al año siguiente la situación del trigo empeoró, y en mayo de 1662 la corporación tuvo que tomar el control de su venta ya mencionada. René Bourgeois se queja de que “oprimimos al pobre pueblo, especialmente a los tejedores de sarga… fue un error no haberlos obligado a salir… la mise-ria fue grande y general, y sin la ayuda obtenida de la ciudad de Châlons, Champaña, Brie y parte de la región vecina a París, habrían muerto de hambre”. De hecho, las muertes y la disminución en los nacimientos lle-varon a una baja de la población nueve meses después9. Bourgeois señala a los tejedores de sarga como “los pobres”.

Los que ganaban tan poco no tenían tiempo para cuidar de sus hijos y no tenían con qué pagar ninguna clase de enseñanza. Sus hijos se reunían en las esquinas de las calles, entregados a su voluntad, haciendo algún trabajo ocasional si podían. Se vivía en casas sin calefacción, el papel lu-bricado que ponían en las ventanas atajaba muy poco el frío del invierno.

8 René Bourgeois citado en Desportes, p. 200.9 Desportes, p. 200.

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Esta gente, tanto los antiguos como ahora la primera, segunda y tercera generación de refugiados, cuya situación Juan de La Salle nunca había ad-vertido y a quienes despreciaba, eran los mismos a quienes iba a dedicar su vida y entre quienes iba a vivir; para ellos iba a fundar una sociedad de maestros consagrada a su redención cristiana y social.

Los tejedores, para asumir su trabajo, debían ser “maestros tejedores” calificados por su gremio y capaces de cumplir los reglamentos de Colbert y del municipio. El certificado era prueba de tener la necesaria habilidad, no de riqueza ni siquiera de independencia. Porque el manufacturero les proporcionaba la materia prima y a veces un telar, y exigía de ellos dife-rentes contexturas y tamaños que pagaba por unidad. El maestro tenía la autorización de contratar varios oficiales y aprendices, pero de hecho los tejedores dependientes solo podían contratar un asistente o dos a lo sumo. Los productos finales de la industria eran tejidos de lana o tejidos en parte seda y en parte lana; sombreros, algodón y lino blanqueados y teñidos. Como la industria estaba muy poco mecanizada, las varias etapas exigían mucho trabajo para proporcionar una escasa subsistencia. Toda una familia se empleaba en el proceso: los niños a menudo mondaban la lana, golpear y cardar era trabajo de los hombres, las mujeres hacían girar la rueda. Pero el trabajo del telar lo hacía únicamente el maestro el —pa-dre de familia de hecho— y su compañero. En 1685 había 1500 maestros tejedores que empleaban a otros 2000 trabajadores. Si suponemos que una quinta parte de ellos no eran aún casados y, debido a la alta mortalidad, había un promedio de tres hijos por familia, con aproximadamente la mi-tad entre seis y doce años, cuando podían trabajar, había más de 4000 niños abandonados a la ignorancia.

Una mirada atenta a las categorías sociales de Reims10

Las familias en posesión de honores y beneficios en el siglo XVII en Reims llegaban aproximadamente a 450, incluyendo nobles, oficiales rea-les, las profesiones de los maestros artesanos más ricos como orfebres, plateros, joyeros y trabajadores en cuero. El numeroso clero de las parro-quias, los canónigos, monjes y frailes venían de esta alta burguesía. Aun contando seis niños sobrevivientes por familia se llega solamente a 2700 en una población de 28.000. El poder real y la riqueza estaba en manos de unos 50 manufactureros capitalistas u organizadores de producción, unos 40 comerciantes ricos y otros 35 negociantes en vinos.

10 Ver Desportes, pp. 214-220.

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Pero la alta sociedad y los pobres trabajadores dependientes no eran las únicas clases sociales de Reims. Existían las clases sociales intermedias, toda la gama de la “pequeña burguesía”. Eran más o menos acomodadas, ordinariamente capaces de sortear las situaciones difíciles. Comprendían los profesores de abogacía que ocupaban puestos secundarios en el Con-cejo Municipal o actuaban como agentes de propiedad de prósperos bur-gueses o de casas religiosas. Pero en su mayor parte este grupo estaba for-mado por artesanos: artesanos independientes, pequeños comerciantes y tenderos que no tenían voz en la dirección de los asuntos de la ciudad, pero que eran relativamente acomodados, lo mismo que unos 200 auxiliares y empleados de varias clases. A este nivel se encontraban unos 200 pequeños hacendados independientes instalados dentro de los límites de la ciudad.

La categoría de los almacenistas comprendía panaderos, hosteleros, ten-deros, carniceros, taberneros, cocineros y pasteleros; y en el comercio del vestido, artesanos como zapateros, sastres, fabricantes de tapetes, costure-ras; todos estos pagaban apreciable cantidad de impuestos, que indicaban cómodas entradas. En el mercado de la madera había maestros toneleros (número considerable a causa del comercio del vino), carpinteros y ase-rradores. También se incluyen metalistas, carreteros, relojeros. Todos ellos estaban agrupados en gremios. Pero había también un pequeño número que no estaban asociados, artesanos y tenderos que trabajaban por cuenta propia. Estas ocupaciones proporcionaban el sostén a unas 3500 familias.

También estas familias iban a ser la preocupación de la futura sociedad de La Salle. Porque ellas también estaban ocupadas todo el día en sus talleres y tiendas, empleadas en trabajos tal vez menos serviles que los de los tejedores de sarga, pero que vivían en estrechos cuartos. Si admitimos una proporción de supervivencia más alta para sus hijos que para los de los pobres, tenemos que pensar en un número mayor de hijos en edad escolar. Algunos eran enviados a las muchas “escuelas menores” de un solo maestro de la ciudad; ellos cobraban honorarios y enseñaban más o menos bien. Otros podían asistir a uno de los dos colegios de la ciudad por uno o dos años, tal vez más; pero, como hemos visto, los colegios pres-taban atención solamente a una mínima parte de estos niños. La mayor parte de ellos quedaban ociosos hasta que el padre podía recibirlos en su propio taller o, más probablemente, que los recibieran como aprendices en otro. Ellos igualmente se criaban en la ignorancia de su fe, fácilmente descarriados por malos compañeros y no podían elevarse a su plena capa-cidad ni personal ni socialmente. Muchos de sus padres ejercían los oficios tradicionales en la parroquia de Santiago. Aquí los pobres que ganaban un salario y los artesanos independientes más o menos acomodados se cruzaban constantemente en las calles. Entre los primeros miembros de la comunidad de La Salle en la calle Nueva había un joven que ingresó

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en 1684 cuando tenía veinte años. Era hijo de un guarnicionero11 de la parroquia de Santiago y por consiguiente medianamente adinerado. Su nombre es recordado con aprecio por los Hermanos de La Salle: era el Hermano Gabriel Drolin.

En los años siguientes a la firma de la paz con España en 1659, cuando de nuevo se abrieron las rutas del comercio, los maestros artesanos co-rrieron con tanta suerte que los de mejor posición económica entre ellos tenían mejores entradas que los aún prósperos burgueses. Cocquault, que era uno de estos, observaba de mal humor en su diario: “La riqueza del artesano está por encima del burgués independiente, y esta ciudad tiene más que otras” (esto era solo una conjetura quejicosa).

Anteriormente había escrito:

Los artesanos están siempre blasfemando y maldiciendo con su ofensiva lengua al ciudadano poderoso y bueno (es decir al burgués) que les da con qué vivir. Piensan que están, en efecto, haciendo un favor cuando pagan el alquiler de una casa o el vino y el trigo que compran. No pagan el impuesto de propiedad ni otras cuotas, nunca tienen que alojar a un soldado; jamás han perdido un céntimo en las guerras, pues proporcionar armas o cuadrillas de trabajadores (para trabajar en las murallas) recae sobre los buenos ciudadanos.

Sin embargo, lo que caracterizaba a la clase de los artesanos, compara-dos con la burguesía media y alta, que tenía capital, que tenía propiedades e inversiones en que caer, era la inseguridad financiera. El artesano experto tenía el apoyo de su gremio, pero aun así podía arruinarse por una larga enfermedad o por los malos tiempos. Para los demás, la inseguridad y, por consiguiente, la pobreza, eran la característica permanente de sus vidas.

En el fondo de la pirámide social estaban los pobres: la clase explotada que vivía de un salario. Hasta aquí hemos visto solamente a los trabajado-res industriales, a los tejedores de sarga y a sus familias, que nada ganaban cuando venía la enfermedad. Los trabajadores podían subsistir cuando el precio del pan permanecía estable, pero se hallaban en la penuria cuando el precio se doblaba o cuando los salarios caían. En Reims, sin duda, como en Beauvais, el precio del pan se triplicó en 1649, 1651, 1661 y 1662. Y como las caídas de precio en el comercio ocurrían en estas épocas, el mayor cos-to de la vida estaba acompañado por sueldos bajos y desempleo.

En su diario, un comerciante de Beauvais escribía en abril de 1694:

No se ve otra cosa en Beauvais que un infinito número de pobres que languidecen de hambre y necesidad, que mueren en las plazas y en las calles… Como no tienen ocupación ni trabajo, no tienen dinero para comprar pan… La mayoría, para prolongar un poco sus

11 No un tonelero, como se pensó. Comunicado al autor por Aroz en 1991.

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vidas y calmar en algo el hambre, a falta de pan, comen cosas sucias y descompuestas como gatos, carne de caballos arrojados a los arro-yos, sangre de toros sacrificados, vacas que pasan por la corriente, asaduras, intestinos y otras cosas por el estilo12.

Añádase a los tejedores de sarga de Reims, más de 1000 sirvientes, más hombres que mujeres, empleados en las casas de la burguesía, de los cua-les ochenta por ciento venían del campo. Debajo de estos todo un ejército de pobres que hacían lo que podían por un bocado: porteros, barrenderos, carteros, aguadores, traperos, amoladores, mandaderos, barqueros… To-dos ellos con los de la industria textil constituían la masa de los pobres, los sin clase, dependientes, explotados.

OTROS ASPECTOS DEL PANORAMA FRANCÉS QUE EL JOVEN LA SALLE CONOCIÓ

Juan de La Salle muy probablemente tuvo noticia de acontecimientos y personalidades nacionales oyendo las conversaciones del círculo familiar y a las personas que venían a pasar el tiempo. Entre las diferentes opiniones tenía que formarse las suyas propias. Con el tiempo tuvo que aprender y olvidar muchas cosas; tuvo que lamentar muchos puntos de vista y con-siderar otros triviales. Como el burgués anteriormente citado observaba:

Estos son los tiempos en que nos encontramos: entre nosotros do-minan los celos, la envidia y la avaricia… Durante cuarenta años no he visto otra cosa que la ciudad contra el clero, la ciudad contra los regidores, pañeros contra merceros, y casi todas las demás profesio-nes una contra otra13.

Lo que dedujo de esto y de las opiniones de otras personas más tarde en su vida, hizo que Juan asimilara muchos prejuicios de su clase; su co-nocimiento de la escena nacional era muy limitado. Tener ante nosotros algunas facetas relevantes de la vida francesa nos ayuda a apreciar su tra-bajo posterior.

Ciudades francesas: algunas cifras de población14 En los últimos años, cuando La Salle fue invitado a enviar dos o tres de

sus maestros a varias localidades, encontró la misma estratificación social,

12 Ver E. N. Williams, pp. 216-217.13 Poutet I, p. 113.14 Mucho de esta sección se debe a las conferencias del Hno. Léon Loraire durante la Sesión

Internacional de Estudios Lasalianos de 1990-1991. Ver también Pierre Goubert y Daniel Larroche: Les Français et l’Ancien Régime, Armand Collin, Paris, 1984, pp. 125-154.

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la misma mayoría dependiente e ignorante. París básicamente no era dife-rente sino más compleja, como se verá en su lugar. En todas las categorías, mientras del 20 al 40% de la población no llegaba al primer año, a menudo sobrevivían cuatro o cinco niños por familia, de modo que había mucha gente joven. Hasta los cinco años, sin embargo, el índice de mortalidad era muy alto debido a enfermedades como escarlatina, paperas, a la carencia general de higiene y a los accidentes en las calles estrechas. Las epidemias azotaban más severamente los atestados barrios pobres de las ciudades. La mitad de la población moría antes de los veinte años y la restante con frecuencia moría joven, de modo que los ancianos eran escasos. Hacia 1660 el promedio de edad era solamente de 25 años y a los 50 ya se era viejo (Francia era entonces el país más poblado de Europa: su población subió entre 1600 y 1720 de 18 a 23 millones). Si había muchas bocas que alimentar, o si era ilegítimo, un recién nacido podía ser abandonado en la puerta de una iglesia o en cualquiera otra parte. Casos de asfixia de niños más o menos intencional en la cama de sus padres no eran cosa rara. Los hijos de padres de la clase trabajadora vivían en el único cuarto de la fami-lia: o podían acomodarse en tres cuartos, tienda y taller incluidos. El agua, que se debía pagar, no abundaba; los olores de un cuerpo fuerte y sucio se consideraban señales de salud.

Las enfermedades de los adultos comprendían tuberculosis, rabia y lo que hoy llamamos cáncer. Pudo haber mayores epidemias de viruela, disentería, tifo y otras; además, hubo tiempos extraordinarios de eleva-da mortalidad, como cuando el precio del trigo subió hasta diez veces, y cuando la peste se extendió por todo el país. Las peores épocas fueron las de 1649 a 1653, cuando un tercio de millón murieron por la guerra y las epidemias; la de 1660 a 1663, cuando millón y medio murieron de ham-bre, epidemias y un terrible invierno, cuando la temperatura en París bajó a –40 °C o –50 °C (en Reims no fue diferente); y la de 1693-1694 cuando murieron entre dos y tres millones.

Este fue el trasfondo que dificultó el trabajo de La Salle. Perdió a mu-chos Hermanos por la enfermedad durante los cuarenta años que vivió con ellos; en una ocasión perdió a varios por la peste. Hubo tiempos en que la apertura de una escuela debió ser aplazada por la falta de Hermanos o una escuela no pudo tener un Hermano auxiliar. Sus Hermanos veían las clases reducidas o debían cerrar la escuela por epidemia. Los frecuentes terribles inviernos eran un tiempo de dolor en que muchos morían.

Las categorías sociales subordinadas de las ciudades

La Salle resumió correctamente las categorías urbanas subordinadas cuando dijo que sus escuelas se establecieron para los hijos de “los artesa-

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nos y de los pobres”. El término “artesano” abarcaba al maestro indepen-diente y a sus asalariados (los que ya no eran aprendices y contrataban sus servicios con un maestro hasta que a su turno se convertían en maestros), lo mismo que a los aprendices (quienes no recibían salarios y su sustento era pagado por los padres). Los maestros podían ser muy ricos, como los que vendían telas; acomodados, como los carniceros, tenderos o sastres; por último los que apenas sobrevivían. El asalariado corría el peligro de serlo toda su vida porque los maestros de su gremio, al exigir una obra maestra cada vez más difícil como condición para entrar a sus filas, esta-blecían un monopolio para unos pocos, especialmente para sus propias familias. En Reims, como hemos visto, hasta los maestros de la industria textil se veían reducidos, por su dependencia de los negociantes de lana, a formar parte del proletariado industrial. En otras palabras, quedaban al nivel de los asalariados o aprendices que pudieran tener. Había otros artesanos en la misma categoría como los albañiles o más pobres como los zapateros remendones y cerrajeros que no formaban parte de los gremios.

La situación del asalariado que apenas vivía al día muestra la dura suerte de estas categorías. Rara vez podía darse el lujo de comer carne; su alimento consistía en pan y algunas verduras: habichuelas, coles, en-saladas. En los grandes días compraba asadura y unos trozos de carne barata. Por otra parte, le podían arrebatar en el acto o al poco tiempo lo conseguido. La posibilidad del desempleo o de la enfermedad lo dejaba muy inseguro; un accidente significaba ir al Hospicio o quedarse en la ca-lle. No tenía en donde refugiarse y se hallaba ordinariamente abrumado de deudas; todo lo que tenía para empeñar eran unos pocos harapos y las herramientas de su oficio.

“Los artesanos y los pobres” abarcaban a todos los que apenas subsis-tían, lo mismo que a los que vivían de pequeños trabajos mencionados antes. Pero “los artesanos” incluían también a los que estaban en mejores condiciones. Si también estos, como estaban ocupados todo el día, per-mitían que sus hijos se sentaran con los pobres, eran bienvenidos a las escuelas de La Salle. De hecho, en teoría, cualquiera podía y encontrare-mos en las escuelas de París a unos pocos niños cuyos padres estaban en las clases altas de los gremios. Los pobres, en otras palabras, no estaban limitados a un gueto social; la escuela no estaba limitada a ser una escuela de caridad como querían los burgueses.

Protestantes o Hugonotes

Se ha dicho que la inclinación de la población de Champaña a criticar —y por tanto a permanecer alejada de una situación— explica en cierta

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forma por qué muchos de ellos abrazaron las ideas de los Reformadores15 (eso explica también por qué un hombre como La Salle pudo desprender-se de las actitudes corrientes hacia los pobres y su educación). Lugares de Champaña como Troyes, Châlons y Vitry, fueron centros primeros de luteranismo. La Reforma ganó seguidores en Reims ya desde 1525. Los luteranos adoptaron una actitud agresiva contra las prácticas católicas: al-gunas cruces fueron derribadas y varias estatuas deshonradas.

Los posteriores calvinistas fueron más audaces y en la vecindad conta-ban con un jefe calvinista16. Predicaban abiertamente y provocaban distur-bios; varios “notables” se pasaron a ellos (inclusive el tío abuelo de Juan ya mencionado), pero hacia 1585 había solamente 100 familias protestantes en Reims. Juan Calvino, uno de los muchos que huyeron de la persecu-ción de Noyon, al otro lado de Soissons desde Reims, se establecieron en Ginebra, y desde 1541 una nueva ola de protestantismo se extendió desde allí hacia Francia rápidamente. Sus partidarios y los protestantes fueron generalmente conocidos como hugonotes, una palabra derivada del ale-mán por “confederados”, es decir, los patriotas de Ginebra en 1520-1524.

Fue en Wassay, a 70 millas al sureste de Reims, donde tuvieron comien-zo las guerras de religión (1562-1598) con la matanza de una congrega-ción hugonota. Reims se convirtió en el centro de la liga católica dirigida por los Guisa contra los hugonotes bajo el príncipe Condé. Enrique IV, el primer rey Borbón y hugonote, conquistó la mayoría católica de Francia haciéndose él mismo católico en 1593 y puso fin a la lucha con el Edicto de Nantes en 1598, que dio a los protestantes libertad religiosa dentro de un marco controlado políticamente. Les fue concedida una completa igual-dad civil con los católicos, el derecho al culto público en ciertos lugares y a fortificar 200 plazas de refugio. Había en el momento aproximadamente un millón y medio de hugonotes bien organizados en una población de unos catorce millones. Controlaban gran parte del suroeste de Francia y del Languedoc y eran numerosos en Normandía.

En 1622, por el tratado de Montpellier, después de una revuelta los hugontes perdieron la mayor parte de sus fortalezas. Por el tratado de Alès en Languedoc en 1629, les fue concedida la libertad religiosa pero perdieron sus derechos políticos especiales. Alès había sido su principal fortaleza en las Cevenas. La Salle envió a dos de sus Hermanos a fundar una escuela allí en 1707 y pasó por la ciudad en 1712 cuando visitó las escuelas de la región. Será interesante ver cómo La Salle concibió la ense-ñanza de los niños protestantes, pero más lo impresionaron unas posturas dentro de la Iglesia Católica en Francia, sobre todo el Galicanismo y el Jansenismo.

15 Poutet I, p. 94 citando a René Crozet, Histoire de la Champagne.16 Id., p. 94.

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Gobierno autoritario

Cuando Mazarino murió en 1661, Luis XIV empezó a construir un estado gobernado por sí mismo. La mayor parte de la vida de La Salle transcurrió bajo este gobierno. Nunca supo lo que era democracia. La ac-tividad a todos los niveles de la sociedad era de la autoridad hacia abajo; experimentó interminables negociaciones con autoridades siempre cons-cientes de su jurisdicción. Por otra parte, el control real no era tan absoluto como los edictos reales parecían: el hecho de que los decretos tenían que promulgarse continuamente lo prueba. El provincialismo y los derechos locales inmemoriales no podían borrarse tan fácilmente.

También debe recordarse que el pueblo sufría a menudo más opresión de las autoridades locales que de las de la capital distante. Todas las difi-cultades de La Salle, y a veces fueron muy grandes, fueron con las auto-ridades locales y con intereses adquiridos. Solamente una vez fue amena-zado —por el arzobispo de París— con carta de destierro. El gobierno del rey fue benévolo. Cuando la ocasión lo permitía y en cuanto la naturaleza de su trabajo no sufría, La Salle aceptó auxilios reales y el apoyo de gober-nadores e intendentes reales, como aceptó ayudas financieras de corpora-ciones o de “notables” interesados en ayudar a los pobres.

La política exterior y las conquistas que ocuparon tan gran parte del reinado de Luis XIV interfirieron muy poco directamente con la vida y el trabajo de La Salle. En cuanto dificultaban el comercio y aumentaban los impuestos, golpeaban sobre todo a los campesinos y los empujaban a las ciudades, el efecto se observaba en la pobreza creciente de la clientela de las escuelas de los Hermanos. Las grandes hambrunas igualmente, que caracterizaron el reino, tuvieron repercusiones sobre las comunidades de los Hermanos y sus escuelas.

DIMENSIÓN RELIGIOSA DE REIMS; PRELADOS INDIGNOS Y UN PRECURSOR DE LA REFORMA SACERDOTAL 17

La hermosa catedral que domina a Reims era la iglesia metropolitana de una provincia eclesiástica que se extendía hasta el Canal. El nombra-miento de los arzobispos era un ejemplo del abuso escandaloso contra el cual el Concilio de Trento había legislado cien años atrás. La sede de Reims fue descuidada entre 1605 y 1667, y estuvo virtualmente vacante durante los primeros dieciséis años de la vida de La Salle. Todo se debía al patronato de los duques de Guisa, la rama francesa de la casa de Lorena,

17 Id., pp. 180-221.

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que consideraba la sede como su propiedad y designaba a miembros de su familia para enriquecerse con sus numerosos beneficios (una de esta familia era María de Guisa, la madre de María Estuardo).

Un Enrique de Guisa (1612-1644) fue nombrado cuando solamente te-nía 14 años; conservó la sede hasta 1641 sin ser aún subdiácono. Volvió al estado laical en 1641 y trató sin éxito de asegurarse la corona de Nápoles. Durante los diez años siguientes cierto Leonor d’Estampes fue arzobis-po. De él decían las malas lenguas de Reims: “Engañó a todo el que tuvo negocios con él; y cuando no lo hizo fue porque no pudo”. Tal vez era de-masiado inteligente para ellos. Pero dio pasos para mejorar la formación sacerdotal. En 1651, el año en que nació La Salle, huyó debiendo no solo a los ricos comerciantes sino también a los carniceros, albañiles y a otros hombres de negocios.

De 1651 a 1667 la sede estuvo virtualmente vacante. El designado arzo-bispo, Enrique de Saboya-Nemours, solamente había recibido la tonsura. Renunció en 1667, contrajo matrimonio y murió dos años más tarde. Sin herederos varones el patronato de Guisa dejó de existir. El último de la línea fue María de Lorena, llamada Señorita de Guisa, que murió en 1688. Más tarde aparece en la historia de La Salle.

Con la caducidad del patronato de Guisa, Luis XIV, autorizado para hacerlo por el concordato de 1516, nombró al Cardenal Antonio Barberini (1608-1671), aunque las bulas pontificias que le otorgaban jurisdicción no fueron enviadas sino en 1667. Fue una elección mejor, pero no satisfizo del todo.

Los Barberini eran una aristocrática familia italiana. El tío de Antonio, Urbano VIII (1623-1644) procuró que todos los miembros de su familia tu-vieran puestos de poder y riqueza en la iglesia y en los estados pontificios (la construcción del actual baldaquino de San Pedro con láminas de bron-ce tomadas del Panteón motivó el juego de palabras: “Quod non fecerunt barbari fecerunt Barberini” —lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberini). Antonio y su hermano Francisco fueron creados cardenales a los 20 y a los 35 años respectivamente, y un tercer hermano fue promovido a príncipe de Palestrina. Acumularon inmensas riquezas, aunque gasta-ron gran cantidad en las artes. Cuando Inocencio X (1644-1655) quiso in-vestigar su uso del dinero público, los tres huyeron a Francia y obtuvieron la protección del Cardenal Mazarino, que era de la misma calaña. Final-mente fueron perdonados y regresaron a Roma.

Cuando Barberini18 tomó posesión de su sede en diciembre de 1667, el pueblo de Reims tuvo la experiencia nueva de ver en persona a su arzo-bispo presidiendo la liturgia en la catedral. Visitó el Concejo Municipal,

18 Aroz, CL 41 (2), pp. 200-203.

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la Universidad y el colegio de los jesuitas, y tuvo el comentario ofensi-vo sobre su traslado. “Él es el sol naciente que todos veneran”, escribía Cocquault. Pero amaba demasiado a Roma para permanecer largo tiempo en la ciudad del norte, y el capítulo, demasiado tiempo acostumbrado al poder, estuvo continuamente en desacuerdo con él. En consecuencia, a menudo estuvo ausente. No hubo verdadero propósito de administrar la arquidiócesis sino cuando a Barberini le dieron un coadjutor en la persona de Carlos Mauricio Le Tellier, hijo de Miguel Le Tellier, famoso ministro de guerra de Luis XIV. Carlos Mauricio fue nombrado el 11 de noviembre de 1668, y entró a Reims en abril de 1669.

El Cardenal Barberini regresó a Italia el mismo año y murió en 1671. Le Tellier era nueve años mayor que La Salle, doctor en teología de la Sorbona. El arzobispo era un hombre seguro de sí mismo, de gran em-puje, y aunque él también estaba con frecuencia en la corte, gobernó bien su diócesis, fundó de nuevo el seminario y escogió a los religiosos de la Abadía de San Dionisio (hoy un museo) en frente de la catedral, como sus profesores. Remodeló su palacio como un suntuoso edificio “moderno” en 1690, dejando intacta la capilla gótica del siglo XIII junto a la catedral, en la que los reyes pasaban la noche orando antes de su coronación —la misma capilla en que Juan de La Salle recibió la tonsura y las órdenes me-nores−. Los edificios del seminario estaban en mal estado en 1680, y entre 1686 y 1688 Le Tellier los hizo reconstruir. Despreció a los pobres y solo mostró aprecio a los que tenían un ingreso de 50.000 libras. Madame de Sevigné, la famosa escritora de cartas de la época, escribió desde París el 5 de febrero de 1674:

El arzobispo de Reims regresaba de San Germán rápido como una tromba. Si él cree que es un gran señor, sus sirvientes lo creen aún más. Cuando iban pasando por Nanterre encontraron a un hombre a caballo: ¡Fuera del camino! ¡Fuera del camino! El pobre hombre trató de salir del camino pero su caballo no; el coche y los seis caballos golpearon al pobre hombre y al caballo que rodaron por el suelo; pa-saron por encima pero el coche tropezó y se volcó. Al mismo tiempo el hombre y el caballo en vez de quedarse esperando que los molieran a palos, milagrosamente se levantaron y uno sobre el otro huyeron y todavía están corriendo mientras los sirvientes, el cochero y aun el mismo arzobispo empezaron a gritar: ¡Detengan al bribón! ¡Denle cien golpes! El arzobispo, al contar la historia decía: “Si hubiera co-gido al villano, le habría roto los brazos y cortado las orejas”.

En suma, el joven La Salle no recibió buen ejemplo de la sede de Reims. El capítulo de la catedral tampoco era edificante. Se había acostumbrado a gobernar la arquidiócesis en ausencia de sus obispos y se volvió muy influyente y celoso de sus derechos. Contaba 64 canónigos además de varios dignatarios de la catedral. Cuando en 1658 [1668] el rey ordenó un

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Te Deum para celebrar la captura de Dunquerque, el Concejo señaló el día y luego informó al capítulo. Este protestó enérgicamente:

No tenéis poder ni autoridad en nuestra Iglesia. Si el rey ordena esas ceremonias, debe dirigirse a nuestro arzobispo, y si la sede está va-cante, a nosotros. Además, nuestro arzobispo no puede hacer nada en nuestra Iglesia sin el parecer y el consentimiento del capítulo, y nosotros podemos hacer todo en la Iglesia sin él.

El Concejo se dirigió a la catedral y llegó cuando las vísperas habían empezado. Los arqueros iban delante de ellos en la iglesia y ocuparon la nave cuando los miembros del concejo se dirigían a sus asientos es-peciales. A esto los canónigos dejaron de cantar a medio salmo, salieron apresuradamente de sus puestos e insistieron en que los arqueros salieran. Como el Concejo no cedió, los canónigos como un cuerpo abandonaron la catedral. Juan de La Salle, instalado menos de dos años antes, se encontra-ba entre ellos.

Diez años después, cuando Barberini estaba en la ciudad, el rey ordenó un Te Deum para celebrar el Tratado de los Pirineos. Se fijó para el domin-go 8 de abril. El capítulo empezó el Te Deum sin esperar al Cardenal, que llegó después de cantados algunos versículos. Él se quejó al rey, quien ordenó al capítulo repetirlo en un día fijado por el arzobispo. El capítulo tuvo que ceder, pero salvó las apariencias diciendo que obedecía al rey y no al Ayuntamiento ni al Cardenal.

Adriano Bourdoise, un precursor de la reforma del clero

Por fortuna, el joven Canónigo de La Salle encontró ejemplos más posi-tivos para alentar su deseo de ser sacerdote. Sus padres lo llevaban desde sus primeros años a misa y a vísperas a su parroquia de San Pedro el Viejo, calle abajo. De 1654 a 1661 tuvo como párroco, entre una docena de párrocos y otros clérigos, a un hombre notable, Andrés Clocquet, doctor en teología que había sido vicario general a la muerte de Leonor. Juan creyó sentirse luego en casa cuando lo vio en la iglesia y fue su acólito. Su párroco era amigo de Adriano Bourdoise, un promotor del movimiento francés para la reforma del clero según el Concilio de Trento. Bourdoise había formado en París, en la parroquia de San Nicolás del Chardonnet, una comunidad de aspirantes al sacerdocio y había hecho lo mismo en el Colegio de Reims.

Aceptó en 1625 una invitación para venir a Reims, y predicó una mi-sión al clero. Más tarde prestó mucho crédito al Canónigo Dozet en sus es-fuerzos —respaldado por el Arzobispo inglés (1621-1628), el benedictino

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Gabriel de Santa María— para reformar el clero de Reims y dar nueva vida al seminario menor. En 1632 Dozet obtuvo una copia de los estatu-tos de la comunidad de San Nicolás del Chardonnet (que fue reconocido como seminario en 1643) y trató también, aunque sin éxito, de persuadir a Bourdoise o a su segundo Mateo Beuvelet, de encargarse del seminario. Él obtuvo que fuera nombrado un digno sacerdote como rector, pero no pudo conseguir a nadie para organizar una comunidad de sacerdotes en el seminario que al mismo tiempo dirigiría una parroquia modelo.

Adriano Bourdoise murió en 1665, pero su libro “La idea de un buen clérigo” publicado en Reims en 1658, tuvo cuatro o cinco ediciones hasta 1668, así que La Salle vio el libro y lo leyó, especialmente cuando su pri-mo abuelo, el Canónigo Dozet, lo recomendó efusivamente. Bourdoise era opuesto a conceder la tonsura demasiado pronto. Se opuso a esta laxitud corriente. “No pude hacer mejor que oponerme a todo lo que vi hacer a la mayoría de los clérigos, aun los más aventajados, y siempre he encon-trado que esta regla me ha sido de provecho”. “Se debe esperar triunfar en los negocios de Dios solo en cuanto ellos encuentren la contrariedad”. “Cuando todo el mundo os ataca, seguid adelante con decisión. Es enton-ces cuando os sentís bien”. No es extraño que fuera llamado un hombre de “severidad intransigente y un carácter insoportable”. Tal vez La Salle se fortaleció con ese ejemplo cuando le llegó la hora de hacer frente a un aluvión de críticas.

Al tiempo que mantenía un espíritu de independencia hacia la conduc-ta generalmente aceptada, Adriano recomendaba pobreza, humildad y trabajo. Después de él su seminario mantuvo un alto nivel; La Salle, hacia el fin de su vida, cuando ya no era superior de los Hermanos, se retiró allí por seis [cinco] meses. A Adriano Bourdoise

más que a ningún otro, se debió la reforma de la práctica litúrgica, la renovación del respeto y del decoro que hacía mucho tiempo faltaba en los altares franceses. Atravesó la nave de una iglesia de París, asperjando a los fieles a derecha e izquierda, mirando airadamente a los sacerdotes que desconocían el tiempo preciso para estar de pie, arrodillarse, inclinarse… Una mañana vio a un sacerdote que inme-diatamente después de terminar la misa salía a la calle sin dar la acción de gracias. Bourdoise tomó un cirio del altar y la campana del acólito, y se fue detrás de él tocando la campana… “solo acompañó al Santísimo Sacramento”, le dijo al confundido sacerdote19.

Juan de La Salle, aficionado a leer lo mejor sobre el sacerdocio, com-pró los libros empleados en San Nicolás del Chardonnet, no solo por recomendación de Dozet y de Clocquet, sino también porque el sucesor

19 El mundo de Monsieur Vincent, Marie Purcell, Catholic Book Club, 1963.

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de Bourdoise, Beuvelet, era tío materno de Nicolás Roland, un sacerdo-te muy inteligente y espiritual que fue nombrado canónigo de Reims en 1665, quien se hizo muy amigo y guía del joven La Salle. Los textos eran: La Biblia, el Catecismo del Concilio de Trento, libros sobre liturgia, ora-ción y retiros, y la Imitación de Cristo. Beuvelet hizo una visita a Reims en 1652; sus libros también fueron leídos por La Salle, porque eran reco-nocidos como textos para ser estudiados o meditados por cualquiera que pensara ser sacerdote.

Uno era un libro de ceremonias que debió ayudarle a desarrollar el gran amor que tenía hacia el Santísimo Sacramento, su amor por las cere-monias bien hechas y su respeto por el sacerdocio y los lugares sagrados. En sus “Meditaciones sobre la vida sacerdotal” escritas para restaurar el género de vida del clero, Beuvelet procuraba dar a los candidatos al sa-cerdocio una alta idea de la vida sacerdotal. Ponía al sacerdote sobre un pedestal y explicaba que su traje distinto del de los demás daba a entender esto. Concedía solamente al sacerdote la misión de salvar almas.

El religioso, pensaba él, buscaba únicamente su propia salvación (si tenía en cuenta las órdenes de clausura de la época, probablemente te-nía razón). Dado el bajo nivel de la formación del clero, aunque hubiera seminarios en muchas diócesis entonces, es comprensible presentar este modelo del estado sacerdotal. La Salle vino a separarse de este modelo, estando dispuesto a obedecer al Hermano que llegó a ser Superior de su comunidad, y a prestar los más humildes servicios a todos. Hizo de la vida de sus Hermanos un camino de santidad del Evangelio y llegó a reco-nocer su trabajo en la Iglesia como una participación en el ministerio de la palabra de Dios en el campo fundamental de la educación de los jóvenes.

Comunidades monásticas y mendicantes20

Reims era en muchos aspectos una tardía ciudad medieval que no había conocido el saqueo de las casas religiosas como sucedió en otros países, ni las devastaciones de las guerras extranjeras. En sus calles se encontraban Franciscanos, Capuchinos, Dominicos y el numeroso clero de catorce pa-rroquias. Había monjes Benedictinos en las dos abadías de San Remigio y San Nicasio al sur de la ciudad. En aquellos días era fácil el acceso a los locutorios de las Carmelitas, Pobres Clarisas, Agustinas y de otras monjas de clausura. Había también varias comunidades de laicos que cuidaban de los pobres y de los enfermos. Como en otras partes, la vida religiosa estaba saliendo de una larga decadencia.

20 Poutet I, pp. 122-142; 414-460; 381-391.

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Había unas catorce comunidades de monjes, monjas y frailes en la ciudad. Entre las órdenes de varones, a las enunciadas arriba se añadían Agustinos, Mínimos y jesuitas. Entre los parientes cercanos de Juan de La Salle se contaban: un Cisterciense, un Mínimo, un Canónigo regular de Santa Genoveva y seis jesuitas; había otros cinco canónigos y por lo menos tres más eran sacerdotes diocesanos21. Es posible que los benedictinos tu-vieran una influencia sobre La Salle cuando buscó crecer en las vías de la oración. Su monasterio de San Remigio había tenido una gran renovación. Su reforma realmente empezó cuando en 1627 se afilió a la Congregación Benedictina de San Mauro, fundada seis años antes. La gran abadía de San Germán de los Prados en París se unió a la Congregación en 1630 y se con-virtió en la sede del Superior General. Muchos benedictinos franceses se unieron a la Congregación y lucharon por unir el estudio a la contempla-ción. Mabillon, que estudió en Reims antes de hacerse monje en 1654, fue considerado como uno de los monjes más ilustrados de su tiempo. En la época de La Salle el monasterio de San Remigio contaba cuarenta monjes. Su biblioteca era la mejor de Reims, con 25.000 libros y 900 manuscritos; la mayor parte de ellos fueron quemados en el incendio de 1774.

Una humilde pero notable figura de piedad benedictina fue el sacris-tán de San Remigio, Dom Pablo Bayard. Había sido sacristán desde 1636 y aún desempeñaba este oficio en tiempos de La Salle. Tenía un don ex-traordinario de contemplación. Tenía un diario con las órdenes de su di-rector espiritual que fue publicado por Dom Martène en su Historia de la Congregación de San Mauro. Después de grandes pruebas de aridez en la oración Dom Pablo pudo escribir que “cuatro horas de aplicación a la oración mental le pesaban menos que media hora de ocupación externa”. Anotaba: “solo la fe trabaja en mi alma… Una simple mira de fe que Dios me da, me ata a Él sin yo tener que hacer nada”. Sobre este grado de ora-ción mental que La Salle llamó “simple atención”, Dom Pablo escribía: “Es como si uno contemplara un hermoso cuadro sin volver los ojos a otra parte a causa del placer que se tiene mirándolo… una simple mirada sin palabras, o una sencilla mirada que ve muchas cosas al tiempo”. La Salle tomó la misma comparación cuando quiso mostrar a sus Hermanos cómo se llega a la simple oración personal.

La oración personal del monje había sido siempre la “lectio divina”, la lectura meditada de la Biblia, deteniéndola cuando la Palabra de Dios le hablaba personalmente. Fueron tal vez los benedictinos quienes primero enseñaron a La Salle la oración “afectiva” que, en vez de ser una medita-ción, un tiempo de mera reflexión sobre un pasaje de la Escritura, es una conversación con Dios. También es interesante, porque tiene relación con

21 Ver Poutet I, pp. 183-184.

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esto, que el Capítulo General de los Mauristas en 1648 ordenó que hubiera una Biblia en la celda de cada monje para que pudiera leer cada día algu-nos pasajes.

La Salle en su regla pide a los Hermanos que “lleven siempre el Nue-vo Testamento con ellos y que no pasen ningún día sin leer algo en él… mirándolo como su primera y principal regla”. Su vida, también, estaba fuertemente basada en el Evangelio, una vida de fe vivida tan conscien-temente como fuera posible en un estilo de vida activa. Esta rutina diaria era muy diferente de la vida de un benedictino. Pero hay una dimensión contemplativa en ella, representada en la vida activa de los Hermanos por el tiempo diario de oración afectiva y por la práctica de juzgar y hacer todo con la luz de la fe. Cuando, para el monje, el “oficio divino” es cantar las alabanzas de Dios en el coro, para los Hermanos de Juan Bautista de La Salle y para todos los cristianos educadores, es la educación cristiana de la juventud hecha con fe y celo.

Los capuchinos de Reims también tenían una seria tradición espiritual. Llegaron a la ciudad primero en 1593 y hallaron oposición. Las órdenes mendicantes eran impopulares y, como venían después de los francisca-nos, los recién llegados fueron vistos como superfluos. Recibieron la or-den de salir en 1597, pero en 1613 Renata de Lorena (tía de María Estuar-do), que era todavía abadesa del convento de San Pedro, y otras personas obtuvieron de una asamblea de burgueses el voto favorable para su regre-so, y el Cardenal de Lorena les dio un sitio conveniente. Parientes de La Salle, Cocquebert y Lespagnol, había en ambos bandos de la oposición a los capuchinos, pero en su tiempo, cuatro Cocquebert y un La Salle, todos primos suyos, fueron novicios entre 1661 y 1668.

Uno de ellos llegó a ser Guardián de la comunidad en 1674-1676. La hermana de otro regaló a la comunidad un magnífico frontal para el altar de su capilla. Juan Maillefer escribió el 24 de noviembre de 1675: “Habla-mos de muchas cosas en los senderos de su jardín”. Su hijo, el sacerdote, les dejó su biblioteca y Pedro Dozet les dio un cuadro de san Francisco, su propio hermano murió de capuchino en 1660. Este hermano suyo, Fray Juan Francisco, fue muy conocido como guía de oración, y publicó en 1635 un tratado sobre “La Verdadera Perfección”. Las Hermanas del Canónigo Roland conservan todavía una copia de la edición de 1641. El Capuchino maestro de novicios, Fray Jacinto, fue considerado como “el más grande hombre de oración y contemplación que haya tenido la orden”.

Conventos de monjas

Había muchos conventos en Reims, principalmente de clausura: Car-melitas, Pobres Clarisas, Agustinas, Benedictinas, con sesenta a ochenta

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monjas cada uno. Cocquault no tenía buena idea de ellos. Las niñas son llevadas, decía, “invocando una supuesta vocación del Espíritu Santo” a los diez, doce o catorce años, antes de que la “sensibilidad natural” se haga sentir. “Cuatro años más tarde ellas no saben qué están haciendo: a los 22, 23, 24 y 25 empiezan a darse cuenta a qué sexo pertenecen”. Reprochaba a los padres: los que no pueden casar a sus hijas con un noble, las llevan a un convento “noble”, donde viven como grandes señoras. “Este abuso”, observaba en 1667, “es tan exagerado que seis conventos no bastan para recibir a todas las hijas de las familias que sus padres traen impulsados por la ciega vanidad”. Ellos no quieren tener un yerno, porque no tienen los medios de pagar la dote que exigiría tenerlo de la calidad que desean. Con poco qué hacer, según él, las visitas de los parientes y de los amigos ayudaban a estas monjas a pasar el tiempo. En cada uno de estos conven-tos, decía, había al menos seis locutorios donde las monjas estaban ansio-sas de saber las últimas noticias, las peleas del vecindario y los próximos matrimonios. Cocquault deja correr su espíritu crítico hasta cierto punto, porque el crecido número de casas religiosas era también probablemente el resultado de una reforma de la piedad. De las dos hijas de Juan Maille-fer el mayor, una se hizo monja. Lejos de empujarla sus padres, fue ella, observa Juan, quien “a los quince años me pedía a menudo el consenti-miento”; y una nieta entró al convento de San Pedro a los diecinueve “sin decirme una palabra ni a mí ni a su madre”.

Un grupo de monjas, las Canonesas de San Agustín, se interesan algo por nosotros22. Dirigían una escuela para la burguesía y también una es-cuela diurna gratis. Las Canonesas fueron fundadas por san Pedro Fou-rier (1565-1640, canonizado en 1847) y habían sido enclaustradas contra su voluntad, porque quería que ellas enseñaran a los pobres y por eso que tuvieran alumnos. La Salle las conocía bien porque entre 1638 y 1689 quince de los parientes de La Salle y Maillefer entraron a la Congregación, inclusive su propia hermana Rosa María. El Canónigo Dozet había sido su Superior en la época difícil de sus comienzos en Reims, 1637-1646. En 1668-1670 unas doce monjas cuidaban a 200 niñas externas, y solamen-te cuatro cuidaban de la pequeña escuela de internas (era muy pequeña, completamente dentro de la clausura monástica, y de hecho muchas de estas internas se hicieron monjas). Por consiguiente, de 58 monjas la ma-yoría seguía la vida contemplativa. En 1678 La Salle, en su memorando al Ayuntamiento de la ciudad, en que defendía la nueva congregación del Canónigo Roland, se refiere a las Canonesas que tienen 400 alumnas, en su mayoría externas. Había tres niveles de enseñanza, los castigos corporales debían ser moderados, la escuela tenía un inspector o superintendente.

22 Poutet I, pp. 392-405.

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Las escuelas de La Salle tenían similares características, pero con una planificación mucho más refinada y dedicación por parte del maestro. La vo-cación de las Agustinas era sin embargo principalmente contemplativa: las horas de clase eran más cortas que de costumbre para no disminuir el tiempo de la oración. En sus constituciones san Pedro Fourier pone en primer lugar la enseñanza del catecismo y luego, para atraerse a los niños y proporcio-narles los medios de ganarse la vida, la lectura, la escritura y las habilidades manuales convenientes. Veremos cómo La Salle eliminó las habilidades ma-nuales consideradas apropiadas para los pobres y dio un significado distinto a la lectura, la escritura y la aritmética vistas como habilidades mucho más valiosas para el futuro.

Ayuda para los pobres23

Dominando el lado izquierdo de la plaza de la catedral estaba el enor-me Hospital General (Hôtel-Dieu). En una época, en 1650, durante La Fronda, consiguió albergar a 700 enfermos y heridos de los inmigrantes refugiados rurales. Las mujeres pobres venían aquí a dar a luz. Los niños abandonados en las puertas de las iglesias eran atendidos aquí antes de colocarlos con madres adoptivas. Aquí eran traídos los huérfanos durante sus primeros años hasta que tenían edad suficiente para ir a la escuela, cuando eran llevados al Hospicio General.

Un Hospital General o un Hospicio General había sido empezado en 1623 cerca del Ayuntamiento por dos burgueses con el propósito de ali-viar los casos excepcionales de necesidad. “Hospital” significaba entonces hospicio o casa destinada a dar albergue provisional a los pobres de viaje, a los peregrinos o a los pobres de la ciudad, o un pequeño lugar especiali-zado (lo llamaríamos “hogar”). El Hospital General lo mismo que el Hos-picio General estaban bajo la dependencia de la Oficina de la Misericordia y cada uno tenía su propio comité de administración.

El Hospicio General recibía a los mendigos recogidos por la policía y tenía una prisión para las niñas descarriadas y otras puestas en confina-miento solitario por razones de orden público; ocasionalmente por peti-ción de los padres eran admitidos muchachos indóciles. En otra parte del Hospicio, conocida como Casa de la Caridad, eran atendidos los niños abandonados. Pero su principal trabajo era ahora la educación de los más pobres. El padre de La Salle había pertenecido al comité en 1662 y 1665. Juan Maillefer, su futuro cuñado, perteneció a él en 1697 y al comité del Hospital en 1703. Su hermano Juan Luis fue auditor de cuentas cuando el comité transfirió a La Salle la casa de la calle Nueva que el mismo comité

23 Id., pp. 381-391.

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le había alquilado desde 1682. Sin embargo, Juan de La Salle nunca hizo de la dirección de Hospicios una actividad para sus Hermanos.

Los huérfanos transferidos del Hospital General recibían educación por separado; los muchachos por hombres solteros y las niñas por mu-jeres solteras. Los dos grupos formaban dos comunidades que seguían el mismo reglamento general. Gracias a varios legados, en 1657 se estable-cieron talleres de hilados y tejidos, calcetería, hechura de canastas, enca-jes y zapatos para ocupar a estos niños y para proporcionar fondos a la institución con la venta de lo que hacían y enseñarles un oficio con el cual pudieran ganarse la vida.

Los reglamentos admitían niños entre 8 y 17 años. Las niñas eran ins-truidas por dos maestras que llamaban Hermanas, bajo la dirección de una Superiora, sin formar una comunidad religiosa. En 1684 recibieron un uniforme, un vestido más bien austero, parecido al de una comunidad religiosa o al de las enfermeras de hoy. Para los niños el día empezaba a las 5:30 y terminaba a las 7:30 p.m. La principal ocupación se hacía en los talleres, donde ellos pasaban ocho y nueve horas trabajando en completo silencio, durante las cuales el maestro designado para este fin daba por turnos de cinco a diez minutos a cada uno lecciones de lectura y escritura. Ellos no progresaban mucho en estas materias. La clase de religión se daba por un capellán los miércoles de 12:30 a 1:30 y los domingos después de vísperas, pero el maestro encargado debía hacer recitar a los niños algunas partes del catecismo en la clase a las cinco, y debía vigilar mediante pre-guntas y explicaciones, que los más atrasados aprendieran su catecismo de memoria.

Los estatutos establecían que “la verdadera devoción consiste en cum-plir bien el deber, único entre los ejercicios de piedad que tiene la virtud de darnos la seguridad de que haciéndolo, cumplimos realmente la vo-luntad de Dios”. Esto se parece mucho al tono moral de las instrucciones dadas a los sirvientes en el siglo XIX, convenciéndolos del deber señalado por Dios de mantenerse en el estado y nivel de vida de la sociedad. Sobre la educación los reglamentos establecían:

Nada contribuye más al bien público que la buena educación que se da a la juventud. […] Los que tienen niños a su cargo deben con-siderar que el futuro y la salvación de estos jóvenes dependen del cuidado que tomen en educarlos, y que con la mayor parte de la gente común de la ciudad que pasa por sus manos (esto no era cier-to, si no se daba un significado restrictivo a “gente común”) hacen al público un bien general cuando toman el cuidado debido, y un mal universal cuando ellos los descuidan. […] En cuanto a la instrucción (i. e. instrucción religiosa) es absolutamente necesaria para la bue-na educación de los pobres, la cual es el fin principal del Hospicio General, y además, esto es lo que esta clase de gente más necesita;

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ellos no omitirán nada de lo que parece a propósito para contribuir a tan gran bien.

El énfasis se hace en la utilidad pública: la educación dada se considera-ba como un aspecto de la asistencia pública o ayuda de los pobres que pre-ocupaba al comité. Ella alejaba a estos niños de las calles. El verdadero bien y las necesidades de los niños no eran el tema principal. Recibían enseñan-za desde el punto de vista de los burgueses de Reims, representados por el comité de burgueses: respetar el orden público, cumplir el deber, aprender oficios útiles hasta cierto punto, pero no elevarse más allá de su clase.

La política no era puramente utilitaria: los católicos enseñaban a los católicos; sin embargo, se hacía teniendo en mira el bien de la ciudad de Reims y de los intereses burgueses. Colbert, nombrado contralor general de las finanzas, y que se esforzaba en mejorar las industrias y el comercio de Francia, mira a estos hospicios como escuelas de comercio. Cuidar de los niños y enseñarles un oficio era un remedio para la ociosidad en las calles, una contribución a la laboriosidad y por consiguiente al bienestar del Estado. Las verdaderas necesidades no se tenían en cuenta. La actitud de La Salle fue muy diferente. Nunca tuvo a sus Hermanos enseñando o trabajando con los confinados a los hospicios, excepto bajo obligación temporal en Ruan. Su fin no era la utilidad pública como la administración de la ciudad podía verlo, ni quiso entenderse con internos mantenidos en oficios de bajo nivel hasta la edad adulta.

Las otras pequeñas casas y hospicios fueron sometidos por la Corpora-ción al Hospicio General en 1667. Se convirtió en el Hospicio General para los necesitados. El Comité de Caridad, con los años, fue el ejecutor y ad-ministrador de los legados e inversiones hechos a favor del Hospital y de los hospicios. Llegó a reclamar control sobre las iniciativas de caridad de la ciudad y se opuso a otras nuevas. Un ejemplo nos interesa: en 1661 una Señora Varlet acogió a unos pocos huérfanos y fue autorizada por el alcal-de para hacer colectas. El número creció y ella pudo comprarles una casa. Alegando que algunos de sus huérfanos no eran de Reims, dos miembros del Comité de Caridad se quejaron a la Alcaldía sobre el mal uso de los fondos de la ciudad. Ellos hicieron cerrar el orfanato en 1662, llevaron a los niños al Hospital General y se apoderaron de la casa. La Señora Varlet no se rindió; empezó de nuevo con niños de Reims únicamente y de nuevo el alcalde la respaldó dándole una casa y otorgándole el derecho de tener una alcancía en la parte exterior. Fue autorizada a recibir varios huérfanos de fuera de Reims pagados por arreglo privado. En 1670 el Canónigo Ni-colás Roland informó a la Corporación que deseaba tomar la administra-ción del Orfanato, y al final del año obtuvo de Ruan dos Hermanas de la Providencia para dirigirlo. Este fue el principio de una nueva comunidad de Hermanas para enseñar a los pobres. Su fundador tuvo considerable

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influencia sobre Juan de La Salle. Este, sin embargo, cuando terminó sus estudios en el colegio en 1669, desconocía totalmente las necesidades de educación de los pobres.

LA IGLESIA EN LA FRANCIA DE MEDIADOS DEL SIGLO XVII: UNA POSTERGADA PERO NOTABLE REFORMA TRIDENTINA EN MARCHA

Vamos a ver a Juan de La Salle, un aventajado y joven estudiante que desea ser sacerdote, trasladarse a París para estudiar en el seminario de San Sulpicio. Este seminario fue uno de los frutos de la notable renovación que había tenido lugar en la Iglesia de Francia en los últimos cincuenta años tras el Concilio de Trento. La situación tiene analogías con el presen-te periodo posterior al Vaticano II. No es posible entender el significado de la obra educativa de La Salle sin una referencia al Concilio de Trento y a las reformas francesas basadas en él.

El concilio se propuso llevar a los pobres realmente a la vida de una Iglesia reestructurada, que consideró también como el Cuerpo de Cristo, del cual los pobres formaban parte como cualquier otra persona por el bautismo; y por eso llevó adelante la renovación de la Iglesia en el campo básico de la evangelización de sus miembros más jóvenes. Por una parte La Salle estaba impactado con las reformas francesas y por otra tenía que resistir a ciertas actitudes de la Iglesia francesa ajenas a Trento. La Salle es significativo al introducir un nuevo sentido del ministerio laical que len-tamente se abrió camino contra lo que puede considerarse una insistencia exagerada de la reforma tridentina que exaltaba al sacerdote y lo alejaba del laicado. El trabajo de La Salle fue importante en varios aspectos, al ayudar a realizar la meta última de Trento contra miras anticuadas o inte-resadas de lo que exigía el bien de los niños.

El trabajo del Concilio de Trento y su ejecución en Francia

Antes del Concilio de Trento la Iglesia necesitaba urgentemente una renovación. La decisión disciplinaria del Concilio, que tuvo tres sesiones entre 1545 y 1563, tendía a una reforma pastoral completa. El obispo, de un señor feudal que era antes, debía ser nuevamente el jefe de una “Iglesia particular” o diócesis; su primera obligación y la de su clero era predicar el Evangelio. Una necesidad clave, para reemplazar a un clero muy igno-rante, era la formación clerical. Con esto venía la necesidad de establecer la enseñanza del catecismo a los niños y a los ignorantes.

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Sobre este asunto el Concilio dejaba abierto quién debía enseñar el ca-tecismo, pero más tarde lo limitó al clero. La vida de la parroquia debía ser fortalecida como un marco para la vida cristiana. El obispo debía visitar las parroquias, convocar sínodos y principalmente establecer seminarios. La decisión de componer un catecismo no la llevó a cabo el Concilio, pero finalmente el Catecismo del Concilio de Trento se publicó en 1566. Más adelante se hablará de él en relación con la obra catequística de La Salle.

El Concilio de Trento fue el más importante antes del Vaticano II. En Francia, las guerras de religión habían demorado el cumplimiento de sus decretos, pero una razón muy importante para esta demora era que no solamente la Corona y los “Parlamentos” rehusaban aceptar los decretos del Concilio, sino que también se oponía la mayoría del clero en nombre de las “antiguas libertades de la Iglesia Galicana”. Cuando después de las Guerras de Religión se restableció la paz en 1598 por Enrique IV, se pudo decir que el Espíritu Santo no permitió a esta actitud oficial bloquear el camino de la salvación, sino que suscitó una hueste de santos y santas que trabajaron por las reformas externas e internas pedidas por Trento. La Asamblea de los obispos franceses aceptó sus decretos en 1615.

Fue entonces cuando empezó la renovación, aunque habían pasado cincuenta años desde el fin del Concilio. La Salle se encontró con ella cuando estaba mostrando frutos muy positivos. Su eje fue la renovación del episcopado. Hacia 1660 los candidatos niños e indignos fueron reem-plazados por obispos formados en las Universidades, en San Sulpicio o la Sorbona, con una clara idea de su misión episcopal. Aún eran Señores temporales, su reforma fue frenada por el sistema de beneficios y el abu-so real de beneficios, y todavía pudieron permanecer en la corte lejos de los fieles y del clero. Pero en sus Asambleas trataron de hacer frente a las necesidades de los tiempos, aunque dentro de un sentido galicano de la Iglesia para la mayoría24.

La presencia de un obispo ilustrado en su diócesis era básica para una persona como La Salle. El trabajo de evangelización de sus comunidades en-tre los pobres requería la autorización del obispo, como legítimo y supremo pastor de la diócesis, de ordinario por medio del párroco que los invitaba. Buscó siempre la aprobación del obispo cuando sus Hermanos eran invita-dos a una diócesis. Pero vio también que su nuevo trabajo en la Iglesia era necesario dondequiera que esta se hallara. No podía atarse a una diócesis. Por esta y otras razones que se verán más adelante, envió a dos Hermanos a Roma en 1702. Confió en que en la hora de Dios, la Santa Sede diría a toda la Iglesia que el estilo de vida de esta nueva sociedad y su trabajo eran una nueva manera de vivir el Evangelio al servicio de la educación.

24 Pierre Goubert et Daniel Roche, Les Français de l’Ancien Régime, vol. II, pp. 31-35.

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Él mismo, podemos decir, como los santos de la generación anterior, fue llamado a tomar parte en el momento oportuno en las reformas del Concilio de Trento. Una vez que algunas de las urgentes necesidades del campesinado hambriento y de los pobres de la ciudad habían sido atendidas por la asombrosa compasión organizadora de san Vicente de Paúl, y que él y otros habían levantado estructuras permanentes para revi-talizar las parroquias del campo y reformar el clero por medio de semina-rios, la gente empezó a prestar atención a la instrucción religiosa de los pobres ignorantes. Hubo muchas tentativas para promover el trabajo del clero en este campo, pero al final la respuesta a lo que en las ciudades era al mismo tiempo un problema religioso y social, vino de La Salle.

El partido devoto y la reforma

A principios del siglo se desarrolló un nuevo clima de piedad (no sin cierta intolerancia y triunfalismo) entre un grupo compacto y aristocrático que se conoció como el “partido devoto”, un movimiento católico com-prometido, unido por ideales comunes que giraba en torno al triunfo del catolicismo en Francia y en general en Europa. Las políticas de Richelieu debilitaron su propósito en el campo político, de manera que obró sobre todo en dirección de una renovación interior. En lugar de un impulso ofi-cial de la Iglesia Francesa para poner en ejecución las directivas de Trento, pues el clero aún no estaba reformado, este grupo trabajó para lograr la clase de obispos y de párrocos que harían la reforma. El “partido devoto” es importante para nuestra historia, porque sin los resultados obtenidos antes de La Salle, no habría habido sacerdotes reformados, obispos y lai-cos para invitarlo a abrir escuelas porque no habrían visto su importancia.

Este movimiento católico tenía como figura principal a una mística del más alto nivel social, Madame Acarie, e incluía a san Francisco de Sales, al Cardenal de Bérulle, a profesores de la Sorbona, a jesuitas y capuchi-nos como el místico inglés Benet of Canfiel. Todos fueron muy eficaces para atraer a París comunidades de religiosos fervientes como una especie de ejemplo y fermento: por ejemplo, las carmelitas reformadas de España (1603), las del Condado Venasino para el cuidado de las jóvenes. Dieron un gran apoyo a san Francisco de Sales y a santa Francisca de Chantal para fundar su orden de la Visitación. Los jesuitas habían venido a Francia en 1603; todas las órdenes antiguas sufrieron una reforma. Es impresionante el número de figuras influyentes en la reforma que se relacionaron entre sí gracias a este movimiento.

La principal finalidad del partido devoto era la reforma del clero. Ellos ayudaron en un esfuerzo concertado a reformar las órdenes monásticas, de tal manera que a mitad del siglo, al tiempo del nacimiento de La Salle,

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los claustros se habían convertido en centros de vida espiritual y causaban una profunda impresión en el laicado. Este, como se ha observado, fue el caso de Reims, y La Salle a su regreso de París pudo haber ganado mucho con ello. Para el clero secular, Adriano Bourdoise fue un promotor en la dirección del seminario, pues fue el primero en formar un grupo de sacer-dotes que aspiraban a formar una comunidad. De 1622 a 1680 sociedades similares aparecieron en unas veinte ciudades, aunque muchas tuvieron corta duración. Pero el esfuerzo de Bourdoise inspiró las sociedades del Oratorio y de los Sacerdotes de San Sulpicio constituidas más tarde.

Otra manera de reformar al clero fue tener un clero secular especial-mente preparado como ejemplo y complemento del que ya existía. En 1611 Bérulle, la principal figura de la reforma y sobre quien se hablará más tar-de, fundó el Oratorio de Jesús, una sociedad de clero secular ideada para formar una estructura única bajo un Superior General; esto permitía que los miembros fueran trasladados según la necesidad. En 1673 el Oratorio tenía 71 casas y entró en conflicto con los jesuitas que trabajaban en el mis-mo campo. Además de promover la espiritualidad sacerdotal, el Oratorio se encargó de seminarios, pero con éxito limitado porque Carlos Condren (1588-1641), sucesor de Bérulle, no era una persona bastante decidida para desarrollar el Oratorio en esta dirección.

Uno de sus discípulos, Juan Santiago Olier (1608-1657), fue nombrado párroco de San Sulpicio en 1642. Estableció un seminario que dio origen a la próspera Compañía de San Sulpicio, una asociación de sacerdotes dio-cesanos aún existente, dedicada a enseñar en los seminarios diocesanos y a dirigirlos. A su muerte había otras cuatro asociaciones semejantes en Francia, y luego otras muchas se fundaron o fueron incorporadas al grupo en Francia y en Canadá.

Estos seminarios sulpicianos fueron considerados ejemplares; sus miembros, venidos de la burguesía, fueron educados según las altas miras sobre el sacerdocio de Bérulle; produjeron sacerdotes piadosos, caritati-vos, que llevaban una vida digna y retirada. Esta era una fuerte estructura del cuidado pastoral en Francia. La Salle empezó por seguir este modelo. La debilidad de la formación estaba en que el buen sacerdote permanecía lejos del pueblo y de la piedad popular y, a veces por no tener una cultura intelectual profana, no podía hacer otra cosa que permanecer al margen de los nuevos movimientos intelectuales25.

El renacimiento de las parroquias rurales por san Vicente de Paúl tuvo dos puntos de relación con el posterior trabajo de La Salle. San Vicente fundó en 1625 la Congregación de los Sacerdote de la Misión (Vicentinos), es decir, un grupo de sacerdotes deseosos de prepararse para recorrer las

25 Id., p. 46.

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aldeas durante unas semanas o meses, a menudo en condiciones difíciles, para predicar, enseñar, catequizar y preparar al pueblo a una confesión general; también para animar, ayudar o convertir a los sacerdotes. Guiado por la idea de san Vicente, La Salle consideró a sus discípulos como una comunidad de religiosos cuando estimó su situación en la Iglesia y pensó que era la apropiada para sus Hermanos. Cuando los Vicentinos iban de una parroquia a otra dejaban tras sí una confraternidad de Damas de la Caridad para cuidar de los pobres enfermos, y una confraternidad de ora-ción. Cuando san Vicente vio que las Damas de la Caridad, la mayoría de ellas ricas, a veces no atendían a los pobres satisfactoriamente, fundó las Hermanas de la Caridad.

Contra arraigadas tradiciones, él no exigía la clausura para sus Herma-nas y, puesto que hacer los votos comunes de una congregación religiosa quería decir que debían permanecer en clausura como las Visitandinas, decidió que ellas no serían religiosas; aún hoy solo hacen votos anuales. Y de nuevo, mientras “las obras de caridad” hasta ahora eran consideradas como relacionadas únicamente con el clero y realizadas por Damas de la alta sociedad, ahora el pueblo “ordinario” con un vestido especial cuida-ba de los enfermos pobres y de los presos que esperaban ser enviados a galeras.

Estas características animaron a La Salle cuando él también se aventuró en nuevas direcciones. Confió a sus Hermanos la función de catequizar, tradicionalmente hecha por clérigos, y consideró todo su trabajo como un verdadero ministerio laical. Otro punto de contacto con el ministerio de los Vicentinos fue que La Salle varias veces estableció centros de forma-ción para maestros de escuela de las aldeas, al mismo tiempo que los pre-paraba para ser la mano derecha del párroco. Ellos ayudarían más que otros a continuar el trabajo de los misioneros de san Vicente, e inversa-mente, recibirían ayuda cuando los misioneros volvieran26.

26 Sobre la Iglesia en la Francia del siglo XVII, ver Hubert Jedin, ed. History of the Church, Crossroad, N. Y., vol. IV y VI.

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CAPÍTULO 3. 1669-1672: SU EXPERIENCIA DE FORMACIÓN EN EL SEMINARIO Y DE ESPIRITUALIDAD FRANCESA EN SAN SULPICIO 1

Un agitado año en la Facultad de Teología de Reims: 1669-1670

Juan Bautista de La Salle a los dieciocho años, terminados sus años de colegio, entraba en un periodo que, según pensaba, iba a ser de prepara-ción para el sacerdocio dentro de su rango social y de su propio círculo de amigos. Su ambición era, ya que tenía el título de maestro en artes, llegar a ser doctor en teología. “El primer paso que conduce al doctorado y un doctorado que está todavía muy lejos, le sugirió la idea de ir a buscarlo en la fuente del conocimiento que era la Universidad de París”.

“Tomó la decisión de ir a estudiar a la Sorbona, obtener su licenciatura allí y también el birrete de doctor2”. En esta decisión entró la seria conside-ración de cómo prepararse espiritualmente para el sacerdocio. Aunque los seminarios empezaban a multiplicarse, todavía no se había determinado con claridad la permanencia necesaria como preparación para recibir las órdenes. El tiempo oficial de preparación requerido por un obispo antes de la ordenación podía aún ser corto. Pero guiándose por las recomen-daciones de Bourdoise y Beuvelet, y por el consejo de su amigo Nicolás Roland, Juan resolvió prepararse seriamente y tomarse su tiempo.

Diez años antes san Vicente de Paúl había escrito sobre los seminarios disponibles en París: “Hay en París cuatro casas que están haciendo lo mismo: el Oratorio, San Sulpicio, San Nicolás del Chardonnet y los po-bres”, es decir, su propio seminario para preparar a los Vicentinos o La-zaristas, y que ocupaba el antiguo Hospicio de San Lázaro3. Para el joven de La Salle ir al seminario de San Sulpicio en París era la única opción. Fuera de sus altos ideales de formación sacerdotal, el seminario atendía los candidatos de la burguesía. Se convirtió en principal medio para lograr los altos puestos de la Iglesia, las parroquias importantes, las cátedras en los seminarios, los obispados. La comunidad seminario de San Nicolás del Chardonnet, creada por Bourdoise, servía al pueblo bajo en la capa

1 Poutet I, pp. 228-355.2 Blain I, p. 123.3 Coste, vol. XIII, p. 185.

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social y a los clérigos rurales. Para un canónigo de Reims y un La Salle, San Sulpicio era el lugar indicado.

¿Por qué, pues, no fue allá en 1669? El hecho de que el Canónigo Dozet había sido Canciller de la Universidad por mucho tiempo pudo haber in-clinado las preferencias familiares. Un asunto que la familia ciertamente tuvo en cuenta fue el hecho de que, mientras permaneciera lejos de Reims, Juan no recibiría su prebenda. Estaría lejos por lo menos tres años durante su formación en el seminario; si continuaba sus estudios teológicos en la Sorbona, como lo deseaba, más bien que regresar a Reims, tendrían que contar con cinco años por lo menos, tal vez ocho o nueve. En lugar de sus mil libras al año, Juan recibiría solamente un préstamo de 120 libras al año para sus gastos. Las cuotas de San Sulpicio eran altas: 400 libras al año, vestido, libros, mobiliario adicional y dinero de bolsillo además4. La familia estaba dispuesta a gastar en lo que fuera más conveniente, consi-deradas las circunstancias, pero ciertamente se habló mucho del asunto.

Pero hubo algo más ese año. Para reemplazar al Canónigo Dozet como Canciller el Cardenal Barberini había nombrado a Eleonor Tristan, que era solamente licenciado en teología. Los Másteres y doctores de la Universi-dad recusaron el nombramiento; uno de ellos, Duchemin, presentó una apelación, declarando el nombramiento inválido. Tristan llevó el asunto a la corte; el “presidial” rechazó la petición de Duchemin. Luis de La Salle, como era un miembro del tribunal y había apoyado al nuevo Canciller, difícilmente habría consentido en enviar a su hijo a París y a la Sorbona.

Juan tenía edad suficiente para discutir con su padre y expresar sus preferencias: los jóvenes, entonces como ahora, que han adquirido seguri-dad, podían opinar de manera distinta a sus padres. A un mismo tiempo, respetuosamente consideraba el parecer de sus padres y la disyuntiva. La lealtad al sentimiento familiar y a la Universidad debió pesar sobre él. Em-pezó el año académico en su propia Universidad el 1º de octubre de 1669. Debió quedar muy decepcionado.

Necesitará cinco años para obtener el grado de bachiller en teología. Si quería avanzar hasta la licenciatura necesitaría otros tres años y, para el doctorado los “ejercicios de un cuarto año”. El primer año de teología comprendía el tratado De Deo Uno, que se refería a la existencia de Dios, los ángeles y la predestinación, seguidos de los tratados sobre el hombre y la libre voluntad. Era una teología escolástica desafortunada: los argu-mentos estaban basados en autoridades tradicionales y el método era una secuencia lógica de premisas y conclusiones5.

Había una conferencia de la mañana en la Sala de San Patricio, anexa al Colegio de los Niños Buenos, y otra al comienzo de la tarde en la Sala de

4 Poutet I, p. 234.5 Id., p. 230.

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San Dionisio, en la Abadía de San Dionisio, donde los Canónigos Regula-res de San Agustín habían recibido un cargo de conferencista de Le Tellier. Desde 1656 este curso había sido dictado por un sacerdote irlandés, Daniel Egan, del condado de Longford. Por la noche en la Sala de San Pedro, había una explicación del Antiguo y del Nuevo Testamento basada en los Padres de la Iglesia.

Daniel Egan fue un apreciado conferencista. Hubo un Egan, doctor de la Sorbona, que en 1656 adoptó una posición en contra del argumento del jansenista Arnauld sobre el “de facto et de jure” de una decisión pontificia. A él se lo menciona en 1663 como párroco de Nancy, a unos 70 kilómetros al sureste de París. Estaba incardinado a la diócesis de Roma, no a una diócesis francesa. Vino a la ciudad de Reims en 16486. En la Universidad obtuvo el doctorado en teología y en 1656 fue designado para la cátedra de teología en San Dionisio. Dictaba una conferencia de una hora entre una y dos de la tarde por la cual recibía 120 libras al año. Cuando Tristan fue nombrado Canciller, se unió a sus colegas de la oposición (aunque más tarde lo nombró uno de sus ejecutores). Fue canónigo de la iglesia colegiata de San Timoteo en 1678, pero cambió este puesto por una capellanía de la catedral el mismo año. También en junio de este año obtuvo la ciudadanía francesa según letras otorgadas por Luis XIV. Este documento lo autorizaba a recibir beneficios otorgados canónicamente, “sin derogación de los privilegios y libertades de la Iglesia Galicana”. Fue más tarde párroco de San Sixto, luego Gran Maestre del Co-legio de los Niños Buenos y en 1695 canónigo de la catedral. Se preocupó por ayudar a la formación de los estudiantes irlandeses en exilio para preparar-los a regresar a Irlanda a sostener la fe de sus compatriotas bajo el espantoso régimen establecido por Cromwell. El 17 octubre de 1691, un año después de la batalla de Boyne, puso en manos de cuatro fideicomisarios, uno de los cua-les fue un tío de La Salle, una suma cuyos intereses sostendrían los estudios de jóvenes de Longford de apellidos Egan o Freal.

El contrato establece que un candidato, “debe hacerse ordenar de sa-cerdote para regresar a Irlanda tan pronto como sea promovido al orden sacerdotal para desempeñar allí las funciones de misionero”. Los capu-chinos irlandeses de Wassy y Bar-sur-Aube, ambas a unas setenta millas al suroriente de Reims, responderían por ellos. Tal vez fueron estas las primeras comunidades receptoras. El propio Egan vivía con mucha mo-destia. Él recibió para su alojamiento dos cuartos en los Niños Buenos, y cuando murió en 1699, todo lo que mereció recibir sellos oficiales en uno de sus cuartos fue un guardarropa, y en su estudio dos armarios que contenían su biblioteca de teología la cual legó a la Universidad7.

6 Aroz, CL 42, pp. 232-241.7 Poutet I, pp. 228-230; 359-360; CL 41 (2), pp. 235-241.

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El año académico de 1669-1670 fue tranquilo solamente durante un pe-riodo. En enero el Chantre de la Catedral sostuvo que él, y no el nuevo Canciller, debía presidir las ceremonias de presentación del año de licen-ciatura anterior. Hizo saber a Tristan que todos sus actos carecían de vi-gor. El cuerpo docente pospuso hasta Pascua la entrega de la licenciatura, pero Tristan siguió adelante y en consecuencia el profesorado apeló a los magistrados. Ellos lograron calmar al Chantre de la Catedral, pero el pro-fesorado permaneció inflexible.

Esta era la situación al final del año académico el 25 de julio. Juan re-cibió de sus dos profesores la certificación de que había asistido regular-mente. Días antes, el 12 de julio, hubo uno más en la familia, Juan Remi-gio8. De nuevo la familia contaba con siete hijos. Pero a Juan lo entristeció la muerte de su abuelo Juan Moët el 28 del mismo mes y se halló presen-te el 31 en su funeral9. El problema de la Universidad se prolongaba. El “presidial” sometió el asunto al Parlamento. Esto sucedía en septiembre durante las vacaciones de verano: el nuevo año académico prometía tener un comienzo tormentoso. Todo era muy desagradable; La Salle discutió el asunto con su padre y ahora fue este quien sugirió que, después de todo, Juan debía ir a San Sulpicio.

Estudiaría en la Universidad de París, en su famoso colegio de la Sor-bona, sede de la facultad de teología. La Universidad de París tuvo sus comienzos a finales del siglo XII. Desde el tiempo en que los Dominicos y los Franciscanos empezaron a enseñar allí en 1220, se convirtió en el centro de enseñanza más célebre de toda la Cristiandad, especialmente en teología. Entre sus sesenta y nueve colegios el más famoso era el de la Sorbona, fundado en 1257 por Roberto de Sorbon (nacido en Sorbon cer-ca de Rethel), maestro de teología, y legado como albergue y verdadera casa de estudios para estudiantes pobres como él mismo lo había sido. Se convirtió en sinónimo de la facultad de teología, y sus profesores fueron considerados como los árbitros de la ortodoxia. Los edificios del momento fueron empezados por Richelieu en 1627. La magnífica iglesia se empezó en 1634, y un gran número de casas fueron derruidas para dar lugar a la actual plaza. El interior carecía aún de altares cuando La Salle llegó. El altar mayor fue terminado en 1687; el año anterior a que regresara a París con un propósito distinto. La majestuosa cúpula, a imitación de la de San Pedro en Roma, es típica de las cúpulas clásicas de la arquitectura france-sa10 del siglo XVII.

8 Aroz, CL 27, p. 147.9 Id., CL 26, pp. 130-136.10 Les Églises Parisiennes, t. II, Amédée Boinet, Éditions de Minuit, pp. 209-213, 221.

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Hacia París

No había tiempo que perder. Los cursos de la Sorbona empezaban el 18 de octubre. Juan debía despedirse de muchas personas, obtener del Capítulo la autorización para ausentarse y despedirse formalmente de él. Tenía que alistar su equipaje y reservar su puesto en la diligencia. Había relevos de caballos y servicios de diligencia para pasajeros y equipajes. Los diferentes sistemas eran rivales y por lo tanto los precios variaban. Recorrer las 90 millas de Reims a París en carruaje era tarea de dos días: sesenta millas el primer día, cambiar caballos dieciocho veces y alojarse en una posada una noche. El viaje era costoso. Para tener una idea, a un maestro de escuela le representaría la cuarta parte del salario del año. La alternativa de alquilar un caballo le costaría el salario de una semana. La mayor parte de la gente tenía que ir a pie: veinte millas por día, paradas para comidas y descanso, alojamiento en las posadas y además era preci-so tener en cuenta los malos caminos debido al mal tiempo; se gastaban cuatro o cinco días. Colbert, en su interés por el comercio, solamente había establecido, en 1669, un Departamento de Obras Públicas para supervisar el arreglo y ampliación de las vías. Pero como los únicos instrumentos eran picas, palas, cuezos y carretillas, el progreso era muy lento. Por eso, la gente solo viajaba por motivos muy serios y nunca en invierno, cuando los caminos estaban impasables por la nieve y el barro, y hasta peligrosos.

Durante treinta años La Salle recorrió los caminos de Francia de Calais a Marsella a pie o a caballo. Madame de Sevigné en 1687:

En cuanto a sus caminos, su belleza es extraordinaria. Los “inten-dentes” han hecho maravillas… en vez de ir a Moulins podemos ir directamente a Borbón: solamente treinta millas, se puede ver la mejoría: ¡Qué treinta millas! Lluvias interminables, caminos embru-jados; siempre hay que ir a pie por miedo de caer en zanjas temibles.

Aun así, provisto de comodidades, Juan de La Salle en 1670 debió pre-pararse para un viaje bastante agitado, y una vez llegado a París estaría contento de salir del coche.

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Mapa de París de Turgot, veinte años después de la muerte de La Salle

Como era menor de edad, necesitaba el previo consentimiento de su pa-dre para asistir al seminario y las testimoniales del capítulo de la catedral. Pero como muchos miraban la ordenación como un camino para obtener un beneficio y llegaban sin ningún sentido de vocación, las autoridades del seminario no tomaban ninguna decisión hasta que el candidato hu-

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biera sido entrevistado por el Superior. Después de esto el recién llegado ocupaba su puesto entre los demás seminaristas. Los reglamentos tenían en cuenta un orden de precedencia: órdenes sagradas recibidas, rango de prebendas y años en el seminario. Entre unos sesenta compañeros la Salle ocupó aproximadamente el puesto treinta en el seminario.

El edificio del seminario (demolido en 1808) ocupaba lo que es ahora la explanada delante de la actual iglesia, que estaba en proceso de construc-ción. La Reina Ana de Austria había puesto la primera piedra en 1646. El presbiterio y las naves laterales estaban levantándose alrededor de la an-tigua iglesia cuando llegó La Salle. Entre los estudiantes con quienes vivía en el seminario y otros que encontró en la Sorbona hubo varios que más tarde se cruzaron en su camino. Pablo Godet des Marais, futuro obispo de Chartres, fue un amigo vitalicio de La Salle y de la comunidad de los Hermanos que fundaron dos escuelas en su ciudad.

Antonio Brenier era de Grenoble: permaneció después en París y pudo mantener al secretario del Parlamento de Grenoble en contacto con lo que pasaba en San Sulpicio. Este secretario, Claudio Canel, estuvo en San Sul-picio antes que La Salle, y cuando más tarde quiso establecer una escuela como las que, según había oído, eran dirigidas por los Hermanos en París, fue el promotor para llevarlos a Grenoble en 1706.

Otro compañero de estudios fue Meretz, que llegó a ser vicario gene-ral de Alès; él fue otro de los que escribió a La Salle para recordarle que habían estado juntos en San Sulpicio. La Salle envió Hermanos a Alès en 1707. Entre los estudiantes de la Sorbona que no estuvieron en el semi-nario, sino en colegios como el de Reims o el de Navarra, estaban Luis Antonio de Noailles, que fue Cardenal Arzobispo de París en 1696 y que tuvo desafortunadas relaciones con La Salle, y Santiago Nicolás Colbert, hijo del “gran” Colbert, quien era arzobispo de Ruan cuando La Salle y sus Hermanos se establecieron allí en 1704. [En octubre de 1670 no había cumplido aún los 16 años, ¿estaría ya en la Sorbona? Nota de un revisor]

LA SALLE RECIBE UNA FORMACIÓN ESPIRITUAL NACIDA DE LA REFORMA DE LA IGLESIA FRANCESA

Juan Santiago Olier, fundador de San Sulpicio

El seminario de San Sulpicio es inseparable del nombre de su fundador Juan Santiago Olier. Nació en París en 1608 pero creció en Lyon, donde empezó sus estudios con los jesuitas y fue luego a la Sorbona. Tomó a san Vicente de Paúl como su director espiritual y fue ordenado en 1633. Se

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puso después bajo la dirección de Carlos de Condren, sucesor de Bérulle a la cabeza del Oratorio. Bérulle es una gran figura que veremos más ade-lante. La gran preocupación de Condren fue fundar seminarios según el modelo establecido por el Concilio de Trento, pero carecía de decisión. El 29 de diciembre de 1641, Olier y dos compañeros empezaron vida de co-munidad en una casa pequeña, conocida después como “La Soledad” en la aldea de Vaugirard, a dos millas al suroeste de París. Ellos reformaron la parroquia y se les pidió que procuraran hacer lo mismo con San Sulpi-cio. Esta parroquia, del tamaño de una pequeña ciudad, era considerada como la más grande de la Cristiandad. El párroco anterior había tenido que renunciar. En agosto del mismo año Olier se encargó de la parroquia.

Dividió la parroquia en ocho distritos, cada uno bajo la dirección de un sacerdote con otros clérigos. Estableció trece centros para la enseñanza del catecismo, no solamente para niños sino también para adultos. Los pobres eran atendidos con métodos de ayuda basados en los de san Vicen-te. Olier sostuvo centenares de familias durante la Fronda, abrió refugios para jovencitas extraviadas, fundó muchas escuelas gratuitas para niñas pero tuvo menos éxito con los niños y comprendió que para ellos se nece-sitaba una nueva congregación. Fue él quien comenzó la construcción de la actual iglesia de San Sulpicio.

La vieja iglesia de San Sulpicio

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El seminario y los sacerdotes de San Sulpicio

Olier quería trabajar para la renovación religiosa en Francia preparan-do clero secular digno. Empezó formando sacerdotes en su casa parro-quial, y luego en 1642 se trasladó a una casa cercana. Se convenció de que la voluntad de Dios era que aceptara la dirección de algunos seminarios en forma permanente. De esta manera la Compañía de San Sulpicio se convirtió en una comunidad de sacerdotes seglares sin votos. Después de un infarto entregó la parroquia a monseñor Bretonvilliers, quedó paraliza-do y padeciendo corporal y mentalmente desde 1653 hasta 1657. Debe no-tarse que Olier había enviado cuatro sacerdotes a Montreal para la Misión de Villemarie fundada por la Sociedad de Nuestra Señora de Montreal. Ellos la entregaron en 1663 a los Sulpicianos, que pagaron sus deudas. Bretonvilliers, sucesor de Olier, donó aproximadamente cuatrocientas mil libras de su fortuna personal a la misión. A finales del siglo XVII los Sul-picianos tenían seis parroquias alrededor de Montreal, dotadas con sus iglesias y escuelas. Más tarde hicieron contacto con La Salle.

El sucesor de Olier, Alejandro Le Ragois de Bretonvilliers (1657-676), Superior cuando La Salle llegó, redactó las Constituciones de la Sociedad. Su finalidad era trabajar, bajo la dependencia directa de los obispos, en la educación y perfección del clero. En sus seminarios enseñaban filosofía, teología, canto gregoriano y liturgia, pero especialmente la práctica de la oración mental y de las virtudes cristianas. El noviciado se trasladó a las posesiones familiares de Bretonvilliers en Ayron; Tronson, su sucesor, fi-nalmente lo llevó a lssy, donde hoy está el seminario11.

Acostumbrándose a una nueva rutina

Juan de La Salle conoció qué notable era Olier y llegó a venerado. Su preocupación inmediata fue adaptarse a la vida del seminario y a sus re-glamentos, y aprovechar esta importante etapa de su vida, tal vez no sin alguna ansiedad. Había un reglamento diario al que debía acostumbrarse; hasta entonces él había sido su propio amo y como nunca había tenido que ganarse la vida, no necesitaba cronometrar su tiempo. La levantada en el seminario era a las cuatro y media en verano y a las cinco en invierno. Juan tenía un sueño pesado y parece que en casa se levantaba cuando quería. Se sabía que a veces llegaba tarde al oficio de la catedral; era muy indepen-diente y debió encontrar incómodo el reglamento. Después de levantarse venía una hora de oración mental seguida por la misa. Iba luego a la Sor-bona, a cinco minutos a pie; por la puerta de San Miguel entraba al área

11 Ver Catholic Encyclopaedia, 1912.

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de la universidad donde las conferencias tenían lugar a las ocho y a las nueve. De regreso al seminario había práctica de canto llano hasta las once si le correspondía el turno del grupo. Enseguida, un tiempo de examen particular sobre alguna falta personal y luego la comida del medio día.

Por turnos de a tres los seminaristas servían en el comedor durante tres días y ayudaban en el lavadero y en la cocina un cuarto día. Seguía el recreo y una segunda práctica de canto. A las dos se rezaban las vísperas y a las tres había una charla sobre casos de conciencia para complemen-tar la enseñanza académica recibida en la Sorbona. Luego un licenciado o doctor hacía una retroalimentación sobre lo enseñado en la facultad por la mañana. Una vez a la semana se reemplazaba por una “tesis” o charla que cada uno debía dar por turno, la cual luego quedaba abierta a los comen-tarios y a la crítica. A las 5:30 los que estaban obligados canónicamente al oficio rezaban maitines y laudes. Seguía la comida, el recreo y la oración de la noche. Juan debió encontrar el reglamento duro. Se dice que desde el principio observó fielmente el reglamento. Apenas se podría pensar que fuera de otra manera, pero la sola conformidad no era para él un méto-do de vida personal. Empezó a conocer el valor de una vida organizada como condición de un trabajo creativo y eficaz, pero contra las actitudes burguesas de la vida social profundamente arraigadas, aún luchaba diez años más tarde.

Recibe una formación espiritual

Para el desarrollo de su propia vida espiritual se invita a los seminaris-tas a “tener la mente de Jesucristo” y una devoción al “interior de Jesús”, es decir, adoptar sus disposiciones interiores. Bretonvilliers tenía una gran devoción a “Jesús viviendo en María”, y la divisa sulpiciana era: Vivat Je-sus in Maria (Viva Jesús en Maria). Había un énfasis muy marcado sobre el puesto de María en la vida del cristiano, del que La Salle se apartó un poco. Tenía una gran devoción a Nuestra Señora, pero era una devoción basada en la Escritura y en el dogma, no en la emoción, como lo muestran sus meditaciones. En su testamento recomendó a los Hermanos “una gran devoción a Nuestro Señor, y una particular devoción a la Santísima Vir-gen María”. Mientras Bretonvilliers nunca salía de su habitación sin besar los pies de una estatua de Nuestra Señora que tenía en su escritorio, La Salle y sus Hermanos se arrodillaban para adorar a Dios presente siempre que entraban a un cuarto en la comunidad o en la escuela. Y la invocación con que, desde los primeros tiempos hasta hoy, los Hermanos terminan sus oraciones y actividades no es: “Viva Jesús en María”, sino “Viva Jesús en nuestros corazones” dicha por el que preside el ejercicio y a la cual los demás responden: “Por siempre”.

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A cada seminarista se asignaba uno de los tres conferencistas o “di-rectores”, como se llamaban, como su director espiritual. Olier insistía en la importancia de la dirección espiritual, característica de la renovación francesa12.

Las enseñanzas del Superior, Luis Tronson13

Luis Tronson era un antiguo alumno de los jesuitas y ahijado de Luis XIII. Sucedió a Bretonvilliers en 1676. Tenía reputación de ciencia, sabiduría, mo-deración y santidad. Era muy sencillo y práctico: alimentaba a los pajaritos en el borde de la ventana y los dejaba volar alrededor de su cuarto; alimentaba con moscas a las lagartijas. Cuando un sacerdote le expresaba su opinión con muchas frases estudiadas, le hacía notar que se necesitaba algo más preciso para que un abogado lo entendiera.

En sus conferencias insistía mucho, siguiendo a Bourdoise y a Bérulle, sobre la dignidad y las obligaciones del estado sacerdotal. Acentuaba la necesidad de permanecer en el seminario durante los tres años para reci-bir la formación que allí se daba. Pero de hecho, la mayoría de los semina-ristas solo estaban durante un tiempo limitado: de los 28 que entraron con La Salle, 21 permanecieron menos de dos años. Tronson apuntaba en sus enseñanzas a convencer a los seminaristas de que la excelente dignidad del sacerdocio hacía a un hombre superior a los demás; consideraba todas las virtudes cristianas como virtudes sacerdotales: el ideal es la imitación de Cristo, mejor aún la unión con Cristo, porque el sacerdote es un alter Chnstus, otro Cristo. Esto era cierto y en el ideal era preciso hacer hincapié. Solo más tarde se recuperaría la verdad de que todos los cristianos son el cuerpo de Cristo, todos son otros Cristos y todos están llamados a la santidad.

Cada sábado Tronson daba una conferencia sobre la vida espiritual. Los temas abarcaban el empleo del tiempo, la oración mental, la lectura espiritual y la fidelidad a las cosas pequeñas. Fue Tronson quien, con su ejemplo y su enseñanza, puso a La Salle en el camino de tomar seriamente la vida cristiana. El joven canónigo empezó a tomarse en seno a sí mismo. San Sulpicio lo llevó a la meditación diaria del Evangelio, a esforzarse por seguirlo y a desarrollar una apertura a la voluntad de Dios que ya en alguna medida había iniciado. No tenemos informes que nos hablen de sus progresos.

Además de Tronson, que dirigía todos los ejercicios de la casa, ha-bía otros dos directores. La Barmondière, que entonces tenía 35 años y

12 Ibíd., pp. 316-319.13 Ibíd., pp. 322-338.

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enseñaba teología en la casa, y Juan Heudon, de 64 años. Tal vez el brillan-te Leschassier, de solo 29 años, residía en el seminario y ayudaba al an-ciano Heudon. No sabemos con seguridad quién era el director espiritual de La Salle, pero parece que era Tronson. En dogmática y teología moral era muy versado La Barmondière. Era ardiente defensor de la autoridad pontificia y abierto crítico del Galicanismo y del Jansenismo. Era consi-derado por los seminaristas como un excelente director. Fue al seminario de Limoges de 1673 a 1678 y regresó a San Sulpicio como párroco. Él y La Salle iban a encontrarse allí otra vez.

ESPIRITUALIDAD FUNDAMENTAL DE LA FRANCIA DEL SIGLO XVLL 14

El siglo XVII es la edad de oro de la espiritualidad en Francia. Además de sus esfuerzos para establecer las estructuras de renovación pedida por el Concilio de Trento, el “partido devoto” estuvo en la base de un gran movimiento espiritual. San Francisco de Sales se guió en el trabajo de su diócesis por san Carlos Borromeo. Él mismo, que no era francés, tuvo mu-chos seguidores en su optimismo de que la vida cristiana es posible en cualquier parte. Los jesuitas tuvieron enorme influencia en Francia con los Ejercicios Espirituales del vasco san Ignacio y con sus colegios.

Una invasión mística influyó notablemente en el movimiento. El salón de Madame Acarie en París, que se convirtió en un centro espiritual que afectó a toda Francia, fue el sitio donde el “partido devoto” de la baja aristocracia halló su inspiración leyendo a los místicos flamencos y rena-nos. Algunos de sus miembros adoptaron un misticismo que eliminaba el rostro humano de Dios pasando por encima de Jesús y buscando la unión de la esencia humana con la esencia de Dios. Se conoce como la es-cuela abstracta y tuvo una gran influencia a principios del siglo. También tuvieron la influencia de toda una escuela de espiritualidad que insistía en el despojo de la naturaleza humana y de todo lo que no es Dios. Al mismo tiempo otros movimientos de renovación vinieron de la restau-ración de antiguas tradiciones medievales, de los cistercienses, cartujos y capuchinos. Otro movimiento que debe notarse es la disposición a buscar dirección espiritual. En un sentido la renovación era algo que afectaba lo individual, y los directores espirituales se volvieron muy importantes. Hubo al mismo tiempo personas que tenían este don. Francisco de Sales

14 Fuentes: Jedin, vol. VI, conferencias de Paul Walsh, CM, en la Sesión Internacional de Es-tudios Lasallistas, Roma 1990-1991; The Study of Spirituality, by Jones, Wainwright, Yar-nold, SPCK, 1986; R. Deville, L’École Française de Spiritualité, Desclée, Paris, 1987. Edición española, Bogotá, Ediciones Montfortianas.

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fue considerado como el director espiritual, pero hubo también otros: Vi-cente de Paúl, Condren, Barré y Luis Lallemant, S. J.

Cardenal Pedro de Bérulle (1575-1629)

Todo lo que La Salle tomó de estas corrientes, la formación recibida en San Sulpicio tenía el sello de un desarrollo original que procedió del Car-denal Pedro de Bérulle y que ha sido llamado la escuela francesa de espi-ritualidad. Pedro de Bérulle fue un hombre notable. En el campo diplomá-tico, tuvo relaciones con María de Medicis y Richelieu; en 1620 concertó la boda de Enriqueta, hermana de Luis XIV, con Carlos I de Inglaterra; en el campo religioso entabló controversia con los reformadores, introdujo a los carmelitas en Francia e inspeccionó sus 43 comunidades. Viajó mucho, escribió muchas cartas y publicó varias obras. Estudió en París con los jesuitas y en la Sorbona, se unió al círculo de Madame Acarie y por un tiempo adoptó su visión abstracta de la vida interior. De los místicos fla-mencos y del Rin adquirió un sentido de lo absoluto de Dios, su grandeza y nuestra obligación de adorarlo. Esta fue una de las características de la escuela francesa.

Fue ordenado en 1599 y desde 1605 tomó en serio los decretos del Con-cilio de Trento relativos a la renovación y formación de los sacerdotes. Su sacerdocio fue el corazón y la vida de su misión: para él ser sacerdote era ser maravillosamente llevado a la persona de Cristo. En 1607 tuvo una experiencia mística y como resultado de ella pasó de la visión abstracta de la intimidad con Dios a ver en el Verbo encamado al perfecto adorador, el modelo de acercamiento a Dios. Para trabajar efectivamente en la reforma del clero, fundó el 11 de noviembre de 1611 el Oratorio de Jesús, según el modelo del de san Felipe Neri, como una asociación de sacerdotes secula-res que vivían en comunidad. Recibieron la aprobación del Papa en 1613 y en 1615 se les pidió educar en los colegios. Sus seminarios, en los cuales los sacerdotes se preparaban para la ordenación mediante el retiro y la formación espiritual, fueron copiados por Vicente de Paúl desde 1631.

En 1623 escribió su voluminoso Discurso sobre el estado y grandezas de Jesús, una obra maestra de la literatura espiritual francesa de su tiempo. Cada acontecimiento en la vida del Hijo de Dios es un misterio o “esta-do”, es decir, una actitud interior de Jesús hacia su Padre. Estos estados, escribe, perduran en Jesús, y el cristiano, meditando en ellos, lo adora y lo ama en ese estado y le pide “al Hijo de Dios que nos comunique algún efecto del misterio y nos dé alguna participación en él”. Esto invita a una total negación de sí mismo. La Salle adoptó esta consideración de los esta-dos o misterios de Jesús al enseñar a sus Hermanos un método de oración mental.

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Bajo la influencia de Bérulle, la imitación de Jesús mediante la infancia espiritual se convirtió en un tema principal de la escuela francesa. Cen-trarse en Jesús, adorarlo, pedirle su Espíritu para que nos haga participan-tes de sus disposiciones y obrar por este mismo Espíritu fue una espiritua-lidad tomada por Olier, san Juan Eudes y san Juan Bautista de La Salle.

Bérulle es consciente de la trascendente santidad de Dios; Él acentuó nuestra distancia de Dios, acortada, sin embargo, por la Encamación. Tomó muy seriamente la enseñanza de san Pablo sobre la vida en Cristo, con poco sentido de lo humano. Pero vio que nuestra vida en Cristo viene de nuestro bautismo en él y de vivir en su cuerpo, la Iglesia. La vida en la Iglesia es una encarnación prolongada. Pero Bérulle ve a Cristo trabajando solamente por medio de sus ministros consagrados. Vio que el sacerdocio no es solamente una función sino una vocación, y esto fue una idea nueva en su época. Bérulle fue elevado a cardenal en 1627 y murió en 1629.

Carlos de Condren (1588-1641) sucedió a Bérulle a la cabeza del Ora-torio. En el corazón de su vida y misión estaba “un inmenso aprecio por el sacerdocio y la convicción de que Dios lo llamaba a pesar de su indig-nidad”. Puso un tono más negativo a la espiritualidad de Bérulle: donde este habla de adoración y alabanza, Condren habla de adoración y sacri-ficio total; habla de muerte y autodestrucción. Olier fue el divulgador del Berullianismo. Una experiencia espiritual lo llevó a ver que el Espíritu Santo tiene el primer puesto en la vida cristiana: Él es la vida del cuerpo místico de Cristo. Cristiano es “el que tiene en sí el Espíritu de Jesucristo”; “debemos abandonarnos totalmente al Espíritu Santo y dejar que Él obre en nosotros”. Más tarde, La Salle iba a definir al verdadero cristiano como al hombre que vive movido por el Espíritu Santo y por las enseñanzas del Evangelio15.

Juicio sobre esta escuela de espiritualidad

La escuela berulliana de espiritualidad ciertamente ayudó a los hom-bres en su camino a la santidad: Vicente de Paúl, Juan Eudes, Juan Bau-tista de La Salle, Grignion de Montfort. Como cualquiera otra verdadera escuela, no pretende la originalidad en su mensaje central, que es seguir a Cristo en la Iglesia. Pero tiene su propio acento particular, mucho de lo cual todavía es válido, como su Cristocentrismo; su enseñanza es que el Espíritu en la Iglesia es lo que hace semejante a Cristo; que la liturgia es la oración de Cristo con su Iglesia; y la restauración de un sentido de vocación al sacerdocio. El Berullianismo tenía un delicado enfoque cristo-céntrico a la oración, puesto de presente en el método sulpiciano de ora-

15 CL 20, Deberes del Cristiano, Prefacio.

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ción mental: adoración de Jesús, comunión con Él en uno de sus misterios, colaboración que lleva a una resolución práctica. Pero tiene también un cierto pesimismo sombrío acerca de la naturaleza humana. Hay tanta in-sistencia sobre la abnegación, “aniquilación”, dependencia, que es difícil a veces ver qué puesto queda para una respuesta personal libre a la gracia y un florecimiento de nuestro ser íntimo con sus dones. La infancia espiri-tual es estimada como cosa inútil, dependencia, carencia de ser.

El punto de partida de los esfuerzos concentrados de La Salle para vivir con Jesús provino ciertamente de Bérulle y de otros a través de San Sulpi-cio. Pero con los años leyó mucho e hizo otros contactos. Ciertamente el Canónigo Nicolás Roland en Reims y también, como hemos visto, los bene-dictinos de San Remigio. Existió también la influencia jesuítica, si no en el momento, ciertamente más tarde. Los jesuitas tuvieron un puesto notable en el desarrollo de la espiritualidad francesa. Luis Lallemant (1588-1635) dejó su huella en el misticismo de toda una generación de jesuitas. Sus enseñanzas se publicaron en 1694 bajo el título de “Doctrina espiritual”. Combinó el misticismo ignaciano con el de los místicos flamencos y enfati-zó, como Bérulle, en la unión del cristiano con Cristo. La Salle ciertamente leyó esta obra cuando apareció, pero ya estaba familiarizado con sus ideas por medio de un jesuita contemporáneo de Lallemant, Juan Bautista de Saint-Jure (1588-1657) cuya mejor obra “Sobre el conocimiento y el amor del Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo” mostraba un profundo cono-cimiento del misticismo. La Salle muestra en sus meditaciones un conoci-miento de la posibilidad de intensa unión con Dios y una insistencia, tal como la encontramos en los escritos de santa Teresa y san Juan de la Cruz, sobre la necesidad de remover los obstáculos con esfuerzos serios. En las obras que compuso para orientación de sus comunidades, encontraremos que continuamente toma de otros, mientras los Hermanos reflexionan tam-bién sobre los propios descubrimientos y los del fundador sobre cómo con-figurar su vida a la de Cristo para conmover los corazones de los pobres.

EN LA SORBONA

Encuentro con nuevas ideas

Ir a la Facultad de Teología significaba codearse con estudiantes de diversas convicciones e ideas. De 43 que obtuvieron su doctorado en teología en 1670-72, 27 eran ortodoxos, aunque pocos tenían el valor de sostener sus convicciones, y 16 eran jansenistas, algunos muy activos16.

16 Poutet I, p. 254.

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Incluso en San Sulpicio, entre muchos que daban la impresión de tomar la formación seriamente, había unos de estricta moralidad, otros que eran de tendencia jansenista y otros, jansenistas u ortodoxos, que tenían pro-fundidad mística. El jansenismo había sido hasta tiempos recientes foco de una controversia religiosa y política. El conflicto volvería a encenderse. Preocuparía a La Salle como una influencia nociva para la piedad católica, y sufriría por su posición contraria hasta el fin de su vida. El Jansenismo será estudiado más adelante en este capítulo.

El cartesianismo estaba en boga en el momento, pero parece que no tuvo influencia sobre La Salle debido a su condenación por la Sorbona. René Descartes (1596-1650) había sido alumno de los jesuitas. Había re-cibido una profunda educación cristiana y se consideró toda su vida un devoto católico. Bérulle lo animó al principio de su carrera, cuando en 1619 tenía una fuerte inclinación de dedicar su vida a la restauración del conocimiento humano, estancado por la excesiva confianza en las autori-dades pasadas. Buscaba un principio único que explicara todo lo existen-te. Como método empleó la duda metódica. Buscó la verdad en la eviden-cia, en los experimentos examinados con lógica matemática, y así, dio a la ciencia moderna sus métodos. Pudo reconciliar su fe con una posición filosófica extremadamente lógica, pero su duda metódica proporcionó ar-mas a los escépticos y hasta a los ateos corrientes que atrajeron a una gran parte de la alta sociedad. Sus obras fueron puestas en el Índice en 1663. En 1669 los candidatos al doctorado de la Sorbona tenían que defender tesis anticartesianas; en 1671 el arzobispo de París prohibió la enseñanza de las opiniones de Descartes y en septiembre del mismo año la Sorbona conde-nó su filosofía, pero fue ridiculizada por haber formulado su condenación en términos de escolasticismo arcaico.

La discusión de sus ideas estaba viva cuando el Canónigo La Salle se encontraba en París. Sin duda que como un inteligente joven de veinte años compartiría los argumentos de sus compañeros. Pero dadas las pro-hibiciones y condenaciones oficiales el cartesianismo no lo atrapó.

Algunas ideas de diverso orden le llegaron de sus compañeros de se-minario. Juan de Lespinay, por ejemplo, venía de Ruan y entró al semi-nario tres días después de La Salle. De él supo La Salle que la familia de Lespinay había proporcionado fondos que permitieron a su hermana y a otras 28 maestras que trabajaban en escuelas de niñas pobres formar una nueva comunidad para la educación de los pobres. Su fundador era el padre Barré de la orden de los Mínimos y se llamaban Hermanas del Niño Jesús. El dato por el momento no significó nada, sin embargo La Salle se relacionaría con estas Hermanas en Reims y luego en Ruan gracias a una cadena de circunstancias que nunca previó.

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Un compañero de estudios que tuvo una influencia benéfica sobre La Salle fue Santiago Baüyn. Había venido a París siete años antes, pero su inteligencia era tan mediana que aún estudiaba para su bachillerato, y te-nía un atraso aproximadamente de cinco años con relación a sus compa-ñeros17. Sin embargo, manifestaba muchos dones del Espíritu. Se había convertido del protestantismo y su gran deseo era convertir hugonotes. Tenía un genuino y sencillo amor de Dios, y rompía en exclamaciones como “¡Qué bueno es Dios!” “¡Qué felices seríamos si pudiéramos gastar nuestros pulmones hablando de Dios!”; saludaba al Santísimo Sacramen-to en la capilla cada vez que pasaba por la ventana más cercana. Tenía una personalidad encantadora, era un gran narrador, un arte que empleaba para interesar a los seminaristas en las misiones extranjeras. La fe y devo-ción de Santiago eran muy admiradas por el joven canónigo. Se encontra-ron de nuevo cuando La Salle volvió a París en 1688, y Juan lo tomó como director espiritual de 1691 a 1695. Murió en 1696.

Cursos y conferencias en la Sorbona. Estado de la teología en este periodo

Las tres disciplinas: dogma, ética y sagrada Escritura, se enseñaban cada una durante dos años y por dos profesores cada materia. La Salle optó por empezar con la teología dogmática, enseñada por dos grandes conferencistas, Santiago Despériers y Guillermo de Lestocq, conocidos por su inquebrantable fe y su ortodoxia. Había dos conferencias al día so-bre el tema; en el seminario se daban cursos suplementarios que en parte cubrían la materia y en parte trataban de espiritualidad. El primer año La Salle siguió cursos sobre la Trinidad y la Encamación, y en sus dieciocho meses allí estudió la gracia, los sacramentos en general y el bautismo en particular. El curso sobre la gracia, el pecado original, la necesidad de la gracia, la gracia y el libre albedrío, fue una firme exposición de la enseñan-za católica en una era de Jansenismo.

El tema de los cursos era controlado por la Universidad, y las notas de los estudiantes debían someterse a los examinadores. No había nuevas ideas ni guía que estimulara a ulterior lectura. Juan Evelyn, de visita en París en 1643, escribía:

De allí a la Sorbona... la restauración hecha por el difunto cardenal Richelieu la convierte en uno de los más modernos edificios... Fui-mos a algunas de las “Escuelas”, y en la de teología encontramos a un grave doctor en su cátedra, con una multitud de oyentes que escribían mientras él dictaba; y a esto llaman un Curso18.

17 Id., p. 292.18 Edición Clarendon, p. 45.

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El curso sobre la Encamación, parece, era muy original, ahogado por interminables silogismos. Pero por medio de lo que se conocía como “cuestiones adicionales”, de las que los estudiantes no tomaban apuntes, era posible conocer las ideas personales de un profesor.

Mientras hubo, gracias a Bérulle y a otros, un gran renacimiento de la vida católica y de la espiritualidad, no hubo cambio en el método teoló-gico. La Sorbona era un bastión de la teología especulativa tradicional. Las conferencias sobre el Tomismo eran sencillamente comentarios de la Summa Theologica. El curso era “de un formalismo tedioso”19. Los Padres eran empleados, no como un retorno al pensamiento cristiano primitivo, sino como pruebas e ilustraciones. La enseñanza en las facultades de teo-logía “perdió cada vez más el contacto con la realidad, tendía hacia una especu lación abstracta y en desacuerdo con las necesidades espirituales de la época”. “Las tareas de enseñanza en la Sorbona, lejos de ser una verda-dera fuente de educación intelectual, aparecían aun a las inteligencias más ilustres, solo como una condición para obtener grados universitarios20”.

En general, La Salle representa a su época pues es un gran guía espiri-tual y al mismo tiempo tradicional en teología y exégesis. En tiempos de Jansenismo, Galicanismo y Quietismo pone sobre aviso a sus Hermanos contra las novedades. Pero se mantuvo en contacto con el pensamiento nuevo teniendo siempre cuidado de acrecentar su biblioteca. Algo más podrá decirse acerca de la relación de La Salle con estos movimientos cuando más tarde veamos sus escritos. No es posible escribir exactamente acerca de la personal integración interior de La Salle con el Berullianis-mo y otras corrientes espirituales del momento. No nos ha dejado notas personales, y el estudio de las fuentes de sus escritos espirituales apenas acaba de empezar21. Se puede observar que la espiritualidad del siglo XVII bosquejada arriba, fue la de una élite social que luchaba por pertenecer a un mundo distinto y no estaba apremiada por las necesidades de los de-más. La Salle como sacerdote inspirado por ella pudo haber llevado una vida quieta, tranquila y retirada.

Así las cosas, su permanencia en París fue providencialmente inte-rrumpida. Primero fue lanzado a las realidades administrativas y luego gradualmente conducido a enfrentar las necesidades de los pobres. Para él y para sus Hermanos, fue la experiencia de Dios en su ministerio de la educación a los pobres lo que dio nueva forma a su comprensión del seguimiento de Cristo. Este nuevo horizonte y espiritualidad aparece en toda la vida de La Salle, en su obra y escritos. En los últimos años han apa-

19 Poutet I, p. 302.20 Jedin VI, pp. 94-95.21 Ver Pour une Meilleure Lecture de nos Règles Communes, por el Hno. Maurice Hermans, CL 5,

pp. 323-403; CL 16; CL 50.

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recido algunas obras importantes sobre su camino de fe, que investigan estas fuentes22.

LA SALLE FRENTE AL GALICANISMO Y AL JANSENISMO

Durante su estadía en París, el Canónigo de La Salle logró una idea más clara de dos tendencias dominantes en la Iglesia de Francia: Galicanismo y Jansenismo. La primera era mucho más antigua y más fácil de definir. Se había manifestado ya en Reims, como hemos visto, en el panfleto de Mer-cier contra los jesuitas. El Jansenismo era un intento reciente de reformar la Iglesia que necesitaba mucho discernimiento y dejaba a la gente con-fundida. La Salle dejó claro más tarde que su nombre de ninguna manera estaba asociado ni con uno ni con otro. Como más tarde tuvo que orientar a sus Hermanos sobre estas dos posiciones y al mismo tiempo padeció a causa de los jansenistas, es útil ahora ver lo que ellas representaban.

“Las antiguas libertades de la Iglesia Galicana”23 El Galicanismo era una tendencia a limitar la autoridad de la Santa

Sede en Francia por razones políticas, pero se desarrolló también como una posición teológica de disminuir la autoridad del Papa en la Iglesia. De hecho, la teología y la ley constitucional permanecieron confundidas du-rante la controversia. Existía un Galicanismo real que tenía sus raíces en el esfuerzo de Carlomagno de reformar y reorganizar la Iglesia de Francia en los siglos VIII y IX, pero tomó una actitud adversa contra el ejercicio de la autoridad pontificia en Francia como resultado de la lucha de Felipe el Hermoso en el siglo XIV para independizarse políticamente del Papa. Los juristas reales empezaron a codificar las “libertades galicanas” con el fin de reducir la interferencia de la Santa Sede a un mínimo para enaltecer la posición del rey. La gran cantidad de costumbres y privilegios que el clero cortesano llamaba “libertades galicanas” tenía muy poco que ver con el bien de la Iglesia de Francia. El Parlamento o alta corte real de juristas y eclesiásticos que desde muy temprano se había formado en París preten-día decidir si los decretos pontificios debían ser promulgados o no dentro de su área de jurisdicción.

22 Por ejemplo, Michel Sauvage et Miguel Campos, Annoncer l’Évangile aux Pauvres. Traducido por el Hno. Guillermo Dagnino, Juan Bautista de La Salle. Anunciar el Evangelio a los Pobres, Edi-torial Bruño, Lima, 1977. Miguel Campos, Itinéraire évangélique de Saint Jean-Baptiste de La Salle, CL 45, 46. [Hay traducción española]. Edwin Bannon, A Founder as Pilgrim, 1988, basado en la obra precedente. [Hay traducción española]. Miguel Campos y Michel Sauvage, Explication de la Méthode d’oraison de Saint Jean-Baptiste de La Salle, CL 50. [Hay traducción española]

23 Encyclopaedia Britannica, 1964; Catholic Dictionnary, 1959; Sacramentum Mundi, vol. 3.

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Existía luego el Galicanismo del clero mismo o más bien de los prela-dos poderosos. Los decretos de los Concilios de Constanza y Basilea en el siglo XV, según los cuales un Concilio General recibía su poder direc-tamente de Cristo, de manera que el Papa estaba sujeto a sus decisiones (decretos nunca ratificados por el Papa), fueron aceptados por los obispos franceses. En 1438, un año después de Basilea, en su asamblea de Bourges, reafirmaron en 23 artículos esta teoría conciliar, y la jurisdicción del Papa en Francia fue condicionada a la voluntad del rey. El rey la firmó como si se tratara de una ley: esta fue la Pragmática Sanción de Bourges, que sola-mente fue revocada en 1516, cuando el Papa concedió al rey de Francia el derecho de nombrar los obispos.

Las decisiones del Concilio de Trento que afirmaban el Primado del Papa y la superioridad de lo espiritual sobre el poder temporal revivió la oposición galicana. Cuando el Jansenismo se extendió y Luis XIII alegó contra él varias veces la autoridad dogmática del Papa, el Galicanismo debió permanecer en segundo plano. Luis XIV se rodeó de consejeros, en-tre ellos sus dos confesores jesuitas, que estaban imbuidos de la tradición galicana. Francia fue preponderante en Europa en esa época, y como con-secuencia Luis pudo mantener una fuerte independencia frente al Papa. En 1663 pidió a la Sorbona que formulara lo que se conoce como las tesis galicanas. La Universidad estableció como su doctrina:

a) El Soberano Pontífice no tiene autoridad, ni siquiera indirecta, sobre los asuntos temporales del rey cristianísimo.

b) El rey cristianísimo no tiene superior en la esfera temporal fuera de Dios.

c) Sus súbditos le deben obediencia y nunca pueden ser dispensados de ella bajo ningún pretexto.

d) (La Universidad) nunca ha aprobado ninguna declaración contra la autoridad del rey cristianísimo ni contra las genuinas libertades de la Iglesia galicana; por ejemplo, el Papa no puede deponer obispos en contra de los cánones de esta Iglesia.

e) El Soberano Pontífice no está sobre el Concilio General.

f) (La Universidad) no acepta como dogma que el Soberano Pontífice es infalible, sin el consentimiento de la Iglesia.

Claramente la teología y la teoría de la monarquía estaban de acuerdo; se ve también por qué los obispos, siendo candidatos del rey, tenían inte-rés en ser galicanos y la mayoría lo era.

En 1673 Luis extendió a los obispados del sur el derecho de “regalía”, por el cual los beneficios de una sede vacante iban al rey mientras se hacía

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el nombramiento de un nuevo titular. Este era un derecho del cual podía abusar demorando la nominación. Dos de los obispos interesados protes-taron y apelaron al Papa. Luis estaba al borde de una guerra con Inglaterra y también, en una renovación de la lucha jansenista, varias veces apelaron al Papa. Una vez más, el galicanismo fue dejado de lado por el momento. esta era la situación mientras Juan de La Salle estaba en el seminario. Decir en alta voz que se apoyaba al Papa podía tomarse como deslealtad a Luis y perder el favor de los obispos. Sin embargo, La Salle nunca vaciló en manifestar su fidelidad a la sede de Pedro y de manera elocuente.

Jansenismo: un riguroso intento de reforma con pretensiones de superioridad moral que olvidó el amor24

Juan de La Salle pronto debió oír hablar de las monjas cistercienses que vivían al sur del barrio de la Universidad, más allá del barrio de San-tiago. A ellas pertenecían los numerosos edificios de la abadía construi-dos en 1625, cuando se trasladaron de un lugar insalubre en Port-Royal des Champs a unas 18 millas al suroeste. La nueva abadía tomó el mismo nombre de Port-Royal. Su Superiora era la madre Angélica Arnauld, una mujer de gran celo reformador, cuya santidad había edificado a san Fran-cisco de Sales y cuya caridad para con los pobres animaba a san Vicente de Paúl. Su padre la había obligado a entrar al convento para ser abadesa a la edad 11 años. En compañía de otras monjas, igualmente coacciona-das, había llevado una vida muy mundana hasta que un monje viajero la convirtió a la edad de 17 años. Ella entonces condujo a toda la comuni-dad a una vida de rigurosa reforma. Hizo una confesión general con san Francisco de Sales y mantuvo correspondencia con él. El santo le aconsejó moderación y amabilidad.

En esta época el Jansenismo estaba a punto de surgir. Se originó con el obispo Jansenio de Ypres en Flandes y con Saint-Cyran, un abad en Poi-tiers al occidente de Francia. Ellos se hicieron muy amigos cuando estu-diaban en París, y planearon reformar la Iglesia mediante la restauración de la doctrina y la disciplina antiguas. Era una tentativa seria, pero más en la esfera de las ideas de nuevo descubiertas que en el ámbito de una viva relación con Dios reconciliando la responsabilidad personal con la gracia divina enteramente gratuita. Los estudios de estos dos personajes los llevaron a inclinar la balanza contra la libertad humana y contra la aceptación en la vida personal del amor incondicional de Dios. El papel

24 Jedin, vol. VI; Catholic Dictionary, 1959; Sacramentum mundi, vol. 3.

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de Jansenio en esto fue hacer a un lado la teología escolástica y volver a los Padres de la Iglesia. Pero, de hecho, se concentró en san Agustín, tomando como punto de partida las posiciones extremas que tomó sobre la gracia y la voluntad libre en su lucha contra los pelagianos, sin tener en cuenta las condiciones en que ellas se desarrollaron. Jansenio murió en 1638, pero la obra de su vida el Augustinus de 1300 páginas, y que sometió al juicio del Papa, se publicó en 1640 sin hacer referencia al Papa. Jansenio, por consiguiente, no tuvo parte personalmente en la controversia que siguió.

Mientras Jansenio trabajaba sobre san Agustín, Saint-Cyran había in-vestigado la práctica primitiva de la Iglesia, y sobre esta base afirmaba que no es aconsejable acusar los pecados veniales o las circunstancias de los pecados mortales, al tiempo que se exige la mayor perfección para comulgar o, incluso para asistir a misa. Saint-Cyran y la Madre Angélica se encontraron en 1612. Ambos tenían mentes inquisitivas, ambos esta-ban convencidos de que habían sido escogidos para reformar la Iglesia de Dios y ambos carecían completamente del sentido del humor. San Vi-cente encontró a Saint-Cyran y pensó que era “uno de los hombres más virtuosos que he encontrado”. Con el tiempo, Saint-Cyran menospreció a san Vicente pues no estaba al nivel de su inteligencia. En 1633 la Madre Angélica fundó un instituto del Santísimo Sacramento en París, situado cerca de la actual calle de Rivoli. Allí “las monjas que durante algún tiem-po en el pasado habían abandonado la confesión y la Santa Comunión, se postraban en el piso de la capilla, tan lejos como era posible del Santísimo Sacramento, para adorarlo con el debido respeto”. Practicaban la disci-plina penitencial de la primitiva Iglesia y meditaban en un Dios remoto y justiciero. Saint-Cyran le dijo a san Vicente que no creía en Concilios como el de Trento y que no se sometía a las decisiones del Papa. El grupo de Port-Royal manifestaba una vida sincera y piadosa en una época en que la devoción no era cosa notoria, y escribió también excelentes obras de perfecta ortodoxia, de manera que la gente estaba edificada con ellos y se necesitó mucho tiempo para discernir dónde estaba el error.

La publicación del Augustinus revivió la controversia sobre la gracia del siglo anterior. Los jesuitas de Lovaina empezaron el ataque en 1641; allí, como en Francia, ellos tuvieron un papel importante en la polémica antijansenista, mientras la obra de Jansenio tendía a encontrar acogida en-tre Oratorianos, Dominicos, Carmelitas y muchos profesores de la Sorbo-na. También en 1641 Richelieu ordenó a un profesor de la Sorbona atacar las enseñanzas de Jansenio. Vino luego una controversia vehemente y se escribieron muchos tratados. La Madre Angélica Arnaud tomó a Saint-Cyran como a su director espiritual, y usó a Port-Royal como centro para propagar las ideas jansenistas. Atrajo a hombres de carácter irreprochable y a profesionales distinguidos que vivieran en celdas en los campos del

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monasterio. El número de tales solitarios llegó a cuarenta, y desde 1646 dirigieron sus Escuelas Menores o preparatorias con métodos actualiza-dos; en total aproximadamente cien alumnos, incluyendo al comediógrafo Racine, fueron educados allí. Richelieu hizo encarcelar a Saint-Cyran en 1638. A la muerte de Richelieu en 1642 quedó en libertad, pero murió po-cos meses después. En 1648 un grupo de sus solitarios regresó al antiguo Port-Royal, desecó los terrenos y se estableció allí. Este fue el Port-Royal que permaneció como foco del jansenismo.

En 1643 Antonio Amauld, hermano de Angélica, escribió el libro De la comunión frecuente. Para corregir la disciplina laxa de la Iglesia llamó al público a la penitencia por los pecados mortales y a un periodo largo de rigurosa disciplina para preparar a los pecadores para la absolución y la Comunión. Su obra recibió la aprobación de 16 obispos y 20 doctores de la Sorbona. Tuvo una amplia venta y sus efectos fueron considerables. Vi-cente de Paúl notó la rápida disminución en el número de comuniones en París: 3000 en menos de un año solamente en la parroquia de San Sulpicio. Escribió a un padre vicentino que estaba impresionado por los argumen-tos de Amauld:

La lectura del libro del señor Amauld en vez de infundir en los hom-bres amor por la comunión frecuente, los ahuyenta… Tal vez lo que usted dice sobre algunas personas en Francia y en Italia que se han beneficiado grandemente de este libro sea cierto, pero por cien per-sonas aquí en París que tal vez hayan sacado algún provecho de él en que muestran gran reverencia por el Santísimo Sacramento, hay diez mil que han recibido daño y las ha llevado a alejarse por com-pleto25.

En 1649 fueron sometidas a la Sorbona y atacadas cinco proposiciones tomadas del Augustinus. El Parlamento, que contaba numerosos jansenis-tas, prohibió a la Universidad seguir adelante, y en el país se desató una discusión muy agitada. En 1651, 85 obispos pidieron a Inocencio X pro-nunciar un juicio. Él oyó detenidamente a ambas delegaciones, y en 1653 condenó las cinco proposiciones, cuatro como heréticas y la quinta como errónea. Ellas pueden resumirse así:

1. No todos los mandamientos pueden ser guardados, ni siquiera por los justos, los cuales no tienen gracia para ello.

2. En el estado de naturaleza caída, la gracia interior nunca encuentra resistencia.

3. Cristo no murió por todos los hombres.

25 Como está citado en The World of Monsieur Vincent, p. 179. [El mundo del Señor Vicente de Paúl]

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Mazarino consiguió que la Bula fuera aceptada en toda Francia. Aun-que san Vicente se opuso al Jansenismo durante toda su vida, conservó buenas relaciones con Port-Royal, y aún después de la Bula hizo todo lo posible para suavizar el golpe y sostuvo amistosas conversaciones con los solitarios. Él y el Señor Olier temieron otra secesión en la Iglesia y procu-raron que ellos se retractaran, pero todo fue inútil. Arnauld dirigía ahora un nueva corriente jansenista: aceptaba que las proposiciones condenadas por Inocencio X eran heréticas, pero sostenía que no se encontraban como tales en las obras de Jansenio ni en el sentido que les daba la Bula. La Sorbona condenó esta discriminación y, ciertamente sin un juicio claro, lo expulsó a él y a otros 60 doctores de la Universidad.

La mayoría de los jansenistas aceptaron las cláusulas de salvedad, pero las monjas de Port-Royal lo hicieron con dificultad. Blas Pascal, uno de los solitarios, rehusó el compromiso. El 1° de enero de 1656 escribió la prime-ra de sus cartas a un Provincial y a lo largo del año siguieron otras 17. Él atacaba a los jesuitas por su laxismo y defendía las ideas jansenistas sobre la gracia “con un estilo y delicadeza de ingenio nunca superado en ningu-na literatura”. Desde entonces jesuitas y laxismo, jansenismo y rigorismo, quedaron grabados fijamente en la mente del público en general26. Ma-zarino, irritado por las Provinciales, reunió la Asamblea del clero francés para pedir al Papa Alejandro VII en 1656 una definición sobre “la cuestión de derecho” y “la cuestión de hecho” planteada por Arnauld. La Bula Ad Sanctam de ese año fue aceptada por el clero francés en marzo de 1657 y con alguna dificultad por el Parlamento en noviembre.

La Bula provocó un arranque de emoción en Francia. Arnauld decla-raba que el Papa estaba en error sobre un hecho no revelado, rehusaba el consentimiento interno a la Bula pero aconsejaba el silencio respetuo-so. Era una actitud desleal. Pero las monjas de Port-Royal, que nunca ha-bían leído el Augustinus, rehusaron someterse también de esta manera. En 1661 Luis XIV envió “cartas de encarcelamiento” contra los jefes y monjas principales de Port-Royal, pero los solitarios lograron escapar. En 1664 el nuevo arzobispo de París hizo otro intento de dominar la resistencia jan-senista y fue rechazado. Él tenía ahora doce monjas en París, deportadas a otros conventos y bajo vigilancia policial; no logró nada. Al año siguiente Alejandro VII confirmó su posición en una Bula, pero cuatro obispos se alinearon con Port-Royal, y cuando la Santa Sede nombró una comisión para juzgarlos, otros 19 se unieron y 20 más protestaron. Clemente IX, al darse cuenta de que las Bulas solicitadas, no solucionaban nada, bus-có una reconciliación. Devolvió su favor a los cuatro obispos, creyendo que habían prestado una adecuada sumisión, aunque erradamente. Las

26 Jedin VI, p. 96.

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monjas de Port-Royal no cedieron pero finalmente firmaron una acepta-ción de la Bula. Así empezó la “Paz Clementina” (hecha oficial por un decreto pontificio del 14 de enero de 1669), que duró treinta años. El Jan-senismo había cesado de ser una preocupación pública mientras Roma y la Iglesia de Francia entraban en conflicto por el Galicanismo.

Juan Bautista de La Salle y el Jansenismo

Esta era, pues, la situación de la Iglesia de Francia cuando La Salle llegó a París. La paz no significaba que la mentalidad de las gentes había cam-biado. Muchas personas a su alrededor sostenían las creencias jansenistas; y muchas estaban afectadas por su rigorismo y por su entendimiento de Dios. Más tarde, cuando la controversia volvió a encenderse, él se man-tuvo firme en la opinión ortodoxa y hubo de sufrir por ello. En cuanto a sus Hermanos, que como cualquiera otro podían ser Influidos, además de aconsejarles no intervenir en las disputas del momento sobre la gracia, escribió diez meditaciones sobre la Eucaristía que son no solo una refuta-ción de la doctrina de Arnauld, sino también una hermosa exposición de la doctrina católica sobre la Eucaristía, no en todos sus aspectos, sino en cuanto cubre sus efectos sobre el individuo y sus relaciones con Cristo. De ellas se hablará en el capítulo XI.

La Compañía del Santísimo Sacramento: una forma seglar de solidaridad cristiana entre la nobleza y la burguesía de la cual en su momento llegó apoyo a La Salle y a su obra27

Las asociaciones relacionadas con la oración y las buenas obras se en-contraban por todas partes en Francia en este siglo. Muchas, como las terceras órdenes de dominicanos y franciscanos, las confraternidades de laicos y las confraternidades de los gremios, existían antes de Trento. Al-gunas formas más secretas e intelectualizadas de origen social se desarro-llaron igualmente en este siglo, especialmente en París y en las capitales de provincia, alrededor de algún director espiritual muy apreciado entre las órdenes religiosas. Eran centros de alta espiritualidad lo mismo que de acción efectiva, como las que España apoyaba o la fundación de los conventos de carmelitas en Francia. Después de 1630 hicieron posible el nacimiento de la Compañía del Santísimo Sacramento, que se extendió de París a las provincias.

27 Goubert y Roche, óp. cit., pp. 68-74.

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La Compañía del Santísimo Sacramento fue particularmente política y religiosa. Empezó con Enrique de Levis de Ventadour, lugarteniente general de Languedoc, un noble “penitente” y místico, con el beneplá-cito de Luis XIV. Él reunió a un número de abogados notables del Par-lamento y a hijos de la alta aristocracia, con el respaldo de un grupo de reformadores: san Vicente de Paúl, capuchinos, jesuitas, Condren, Olier. La Compañía era una organización secreta cuyo fin era procurar la glo-ria de Dios por todos los medios, especialmente viviendo una vida cris-tiana interior por la meditación, la oración y la devoción al Santísimo Sa-cramento y a Nuestra Señora. Pero tenía también un aspecto muy activo. Tenía grandes recursos financieros, y así podía ayudar a san Vicente de Paúl y a las misiones nacionales y extranjeras, especialmente en Canadá. Finalmente Vicente de Paúl la abandonó, en desacuerdo con algunos de sus métodos.

La Sociedad participaba en todas las iniciativas de las ciudades lo mis-mo que en los medios de llevar al orden a los descarriados. Creó hospicios generales, proporcionó ayuda a los pobres, los enfermos, los prisioneros. Ejerció vigilancia sobre los salarios, los premios y los gremios de arte-sanos. Luchó para conseguir el apoyo de muchos obispos en la estricta interpretación del Edicto de Nantes. Mantuvo control sobre la opinión, los descarriados, comediantes y librepensadores. Gracias a la alta posi-ción social de sus miembros se extendió muy rápidamente. Su fuerza se basaba en la formación de una red en grupos de treinta a cuarenta ciuda-des aproximadamente, cada una con su superior espiritual y un director seglar. Los asociados se reunían cada jueves para la oración, los infor-mes sobre nuevas actividades y necesidades, lectura espiritual y limosnas. Entre estos grupos circulaban la información y las noticias. El movimiento acogió a las principales personas de la Reforma Tridentina entre los nobles y principales burgueses. Mantuvo su carácter laical y su independencia al no aceptar miembros de las órdenes religiosas y solo aceptar a unos pocos sacerdotes. Su fuerza oculta pudo ejercer su acción sobre todos despertan-do su conciencia social y profesional, en un selecto anonimato por razones espirituales en el área delicada de la vida pública.

Disgustó a algunos por su vigilancia de la ley eclesiástica y por sus esfuerzos para que los puestos importantes fueran ocupados por buenos cristianos. Fue implacable en su lucha contra los protestantes y empleó todos los medios posibles para cerrar sus escuelas. Sobre todo, atacó a los Jansenistas. En venganza, una publicación jansenista de 1660 los señalaba como una sociedad secreta que obraba sin letras patentes. La Compañía se atrajo las iras de Mazarino, quien prohibió todas las reuniones secretas en diciembre de 1660. La Compañía quemó sus archivos y desapareció oficialmente, pero algunos miembros continuaron las reuniones y su tra-

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bajo28. Aparecían como un grupo de “notables” en una ciudad. Mientras el Galicanismo y el Jansenismo eran dos tendencias extendidas en desacuer-do con el sentido de fidelidad a la Iglesia Católica y a su fe defendidas por La Salle, la Compañía del Santísimo Sacramento era una asociación cuyo auxilio en un número de ciudades más tarde, aun cuando no participara de todas sus miras sobre la educación de los pobres, fue decisiva en lograr que él enviara Hermanos allá. En tal sentido la Compañía tuvo considera-ble importancia en los últimos años de san Juan Bautista de La Salle.

28 Ver también H. Jedin, History of the Church, vol. VI, p. 82.

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CAPÍTULO 4. 1672-1679: LANZADO A UNA NUEVA SITUACIÓN. EXPERIENCIAS FORMATIVAS PARA SU FUTURO

Dolor y crisis1

Juan se acercaba al final de su primer año académico en la Sorbona cuando el 22 de julio recibió una noticia abrumadora: su madre había muerto tres días antes, y según la costumbre había sido enterrada el mis-mo día2. Tenía 37 años. El año en la Sorbona terminaba el 27; solo entonces regresó a Reims a una casa adolorida. Su padre debió decirle que termina-ra el periodo. No encontrar en casa a la madre bondadosa, activa, inteli-gente, fue una pena inmensa, incluso si los duelos son conocidos en todas las familias. Él debió apoyar y consolar a su padre, hermanos y hermanas. Había alegría, a pesar de todo, al encontrarse de nuevo con su familia. María a los 18 años, según el testimonio de su esposo después de su muer-te, era una hermosa joven lista para entrar en sociedad y que ya pensaba en el matrimonio. Rosa María a los 16 pensaba en irse con las Canonesas de San Agustín y ahora debió diferir este paso para consolar al padre en su pena. Jaime José pronto tendría 13 años; acababa de terminar su tercer año en Les Bons Enfants y quería entrar con los Canónigos Regulares de San Agustín. Juan Luis tenía siete años y medio y ahora le darían un tutor. Pedro estaba cumpliendo los seis. Todos estaban felices de ver nuevamen-te a su hermano mayor, aun en medio de las lágrimas. El pequeño Juan Remigio, con poco más de un año, no lo recordaba.

Juan estaba de vuelta en París el 18 de octubre. Era tiempo de tomar una decisión final acerca del sacerdocio recibiendo el subdiaconado. Pudo haber solicitado la ordenación en las témporas de septiembre, mientras estaba en Reims, pero ser el hijo mayor al tiempo del duelo lo hizo vacilar y posponer. También había tomado en serio las advertencias de Bourdoise y Tronson. Igualmente en Navidad se podían conferir las ordenaciones, pero se hallaba en una incertidumbre extrema sobre si era tiempo y de nuevo la dilató. Recibió luego, el lunes de Semana Santa, el 11 de abril, el golpe del todo inesperado de la muerte de su padre dos días antes, después de una breve enfermedad, y de entierro al día siguiente3. Viniendo nueve meses

1 Maillefer, pp. 20-28; Blain I, pp. 126-147; Poutet I, pp. 356-378.2 Aroz, CL 26, p. 222; CL 41 (1), p. 154.3 Id., CL 26, p. 205; CL 41 (1), pp. 165-168.

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después de la muerte de su madre, la nueva pérdida fue muy dolorosa. Pero con la noticia vino una aplastante decepción: se le informaba además —posiblemente alguien había sido enviado a caballo— que por el testa-mento de su padre, conocido un día antes de su muerte, Juan había sido constituido guardián legal de sus hermanos y hermanas, fideicomisario de la propiedad familiar y también albacea, junto con su abuela y tres tíos, del testamento de su padre4. Esto significaba el fin de su estadía en San Sulpicio.

La decisión de su padre pudo haber sido la medida de confianza en el hijo mayor, aunque todavía menor de edad, y Juan consideraba como un deber filial cumplirla. Pero su llamamiento de París era algo que tenía que aceptar. ¿Cómo había sucedido esto? Si Dios lo llamaba al sacerdocio, ¿por qué se interrumpía su formación? ¿Por qué tenía que interrumpir sus estudios en la más renombrada facultad de teología de Europa? La nueva situación en verdad presentaba un interrogante sobre la legitimidad de avanzar al sacerdocio y si Dios realmente lo llamaba.

Pero él no podía sencillamente quedarse con su dolor. Tenía que obrar en seguida y resolver su crisis lo antes posible. Al día siguiente de reci-bir las noticias, miércoles de Semana Santa, terminaba el periodo de la Sorbona; pero esta vez era el día en que terminaba sus estudios allí para siempre. Como cosa extraña, no salió inmediatamente para Reims, sino que pasó toda una semana de retiros en el seminario. Se invitaba a los seminaristas a hacer esto cuando salían, pero en este caso Tronson habría considerado inconveniente la demora. La respuesta puede ser sencilla: Juan tenía mucho equipaje que llevar y tendría que viajar en carroza; las carrozas posiblemente no viajaban en Semana Santa, lunes y martes de Pascua, que entonces eran importantes días de vacaciones.

Tenía primero que encontrarse con sus hermanos y hermanas y conso-larlos. Le hablarían de la corta enfermedad de su padre; tenía solamente 47 años y de repente se sintió enfermo el 7 de abril. Tres médicos y un boticario lo atendieron. Pero Luis era consciente de que el fin se acercaba; al día siguiente, sentado en su cuarto, hizo su testamento ayudado por un notario. Su funeral había sido suntuoso como convenía a uno de los magistrados reales de la ciudad.

Con los años, cuando sus hijos crecieron y fueron capaces de ayudarse unos a otros, Luis redujo su personal doméstico permanente (hubo siem-pre empleadas que lo acompañaron varios años) a un ama de llaves, Pon-cette, natural de Nantes al oeste de Francia. Para hacer frente a los que-haceres inmediatamente después de la muerte de Luis, se pidió a la que había sido niñera de Juan Luis que viniera a ayudar por tres días. María

4 Id., CL 26, pp. 191-204; CL 41 (1), pp. 158-164.

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debió haber sido torre de fortaleza: tomó lo suficiente de la caja chica del despacho de su padre para manejar la casa durante unos pocos días. Ha-bía calma y orden cuando Juan llegó. Seguramente visitó el sepulcro de sus padres en el cementerio al lado sur de la iglesia de San Sinforiano.

Pero él mismo padecía una agitación interior. Debía llegar a una deci-sión y acostumbrarse a su nuevo papel. Se dirigió a su amigo en el Capí-tulo, el Canónigo Nicolás Roland, le pidió que fuera su guía espiritual y le confió sus dudas. Nicolás, que era nueve años mayor que él y que se había lanzado a una intensa renovación en la Iglesia, no vaciló en ver que avan-zar hacia el sacerdocio era para Juan el camino que debía seguir. Tenemos que agradecer esta primera influencia de Roland sobre La Salle.

Entretanto los asuntos familiares debían abordarse sin demora. El 27 de abril, en una primera junta con los otros testamentarios, que forma-ban consejo familiar, Juan tomó oficialmente sus obligaciones como tutor y albacea. En su testamento Luis de La Salle había estipulado que su hijo no podía hacer nada sin el “consejo y consentimiento” de Perrette Lespagnol, su abuela, su tío el señor Nicolás Moët (un miembro del “presidial”), sus tíos Simón y Antonio, el último un Contralor de la “elección” de Reims.

Se acordó que María debía estar fuera de las responsabilidades diarias de Juan y puesta bajo la “tutela” legal de su tío Simón. Juan no tenía expe-riencia para aconsejar a una joven en lo que debía hacer o no legalmente como una menor, no podía ayudarle a madurar en sociedad. Él seguía siendo su tutor testamentario, responsable de garantizarle su participa-ción en la riqueza familiar y de proveer a sus necesidades financieramen-te. El día siguiente a la reunión empezó a levantar el inventario de todos los papeles de su padre, muebles y propiedades.

También volvió a matricularse sin demora en la Facultad de Teología con los mismos profesores de 1669-1670. Otra vez tenemos el testimonio de Daniel Egan, donde se dice que Juan Bautista de La Salle asistió a las conferencias desde Pascua hasta el 10 de agosto cuando terminó el año académico. Juan tenía que buscar tiempo para la oración, cumplir sus de-beres de canónigo que ahora volvía a asumir, asistir a las clases dos veces al día, hallar tiempo para estudiar en casa y cuidar de su familia, sostener la casa y llevar una cantidad de cuentas. Poncette y las hermanas cuidaban de Juan Remigio, Jaime José asistía al colegio, Juan Luis y Pedro tenían sus preceptores. En las decisiones sobre compras y ventas, cuidado de la herencia familiar e inversión de fondos, tenía el consejo de una perspicaz abuela y de unos tíos de la burguesía bien informados de los negocios. Aún así era mucho trabajo y responsabilidad para un joven de veintiún años que acababa de salir del seminario. Muy poca cuenta se dio que esta-ba adquiriendo experiencia de administración que le serviría en una esfe-ra totalmente diferente.

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Juan hace el inventario de las pertenencias de su padre

El inventario empezado el 28 de abril nos interesa. Durante mucho tiem-po se creía perdido. De nuevo somos deudores al Hermano León de María Aroz por haberlo encontrado el 20 de enero de 1981 en los archivos del Departamento del Marne. Es un documento de 44 páginas, enumeradas a lápiz, y escritas con una fina letra cursiva. Lo que el Hermano Aroz descubrió fue una lista detallada de las cosas necesarias al manejo de la casa de una ciudad burguesa, de su mobiliario y decoración, de los vesti-dos y efectos personales de un magistrado, un título de la Corona. Él lo ha reproducido con amplios comentarios en Cahiers Lasalliens, n.° 51. Detalla el abastecimiento material para la vida que La Salle vivió. Los siguientes parágrafos son tomados del inventario.

En la mañana del jueves 28 de abril, un escribano de la corte y dos aseso-res vinieron y empezaron el inventario, primero en la cocina, luego en la bo-dega y después cuarto por cuarto hasta la buhardilla. En la cocina y anexos se enumeraron 246 piezas. En la chimenea, por ejemplo, morillos, pinzas, un espetón, calderos de hierro y bronce de varios tamaños, ollas de cobre para cocinar y platillos para pastel. La gran chimenea se alimentaba con madera; aquí estaban los fuelles, el guardafuego, la lámina de hierro protec-tora. En un pequeño anexo se guardaban las tazas y toda una colección de platos, seis docenas de platos, dos docenas de platos de peltre, veinte platos de porcelana. Había ollas, escudillas, jarras, ollas de pinta y media pinta.

En el piso bajo de la casa estaba el dormitorio que miraba a la calle, muy probablemente el de Luis y Nicolasa; el “cuarto rojo” como lo llama Aroz. Tenía una cama de nogal, un velador, piezas de un juego de chaque-te y tablero. Era un cuarto grande y agradable; cubría las paredes un tapiz de sesenta metros, tenía ocho sillas y dos sillones de nogal.

Junto al dormitorio estaba el gran salón de recepción, ricamente amo-blado con un tapiz y provisto de diez sillas de nogal guarnecidas de rosa-do y seis taburetes plegables; en la chimenea morillos, pinzas y una pan-talla de chimenea de hierro fundido. Este era el salón donde Luis de La Salle atendía a sus amigos y donde María tocaba la tiorba. Al lado había un cuarto pequeño con un tapiz de nueve metros de largo en la pared, del cual colgaban ocho cuadros. En este cuarto se guardaban tres tiorbas.

En el primer piso había tres dormitorios que daban a la calle: un cuarto rojo, uno pequeño verde, uno azul y también otro cuarto verde. Este últi-mo pudo haber sido ocupado por el ama de llaves Poncette Godinot; en él se guardaban los colchones de reserva y cosas semejantes. Considera el Hermano Aroz que el cuarto rojo pertenecía a Jaime José y a Pedro, porque además del tapete en las paredes y las cortinas de cama hay dos frazadas,

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dos colchones, dos sillones y cuatro sillas con seis taburetes plegables. El pequeño cuarto verde era posiblemente el de María, con el pequeño Juan Remigio, y el cuarto azul de Juan y Juan Luis (aunque sus edades suge-rirán más bien las parejas: Juan con Jaime José y Juan Luis con Pedro). En este cuarto azul había seis sillas grandes, dos pequeñas y dos tabure-tes plegables, dos espejos, una mesa cuadrada y un gabinete de nogal. El cuarto de María tenía un tapete largo, ocho cuadros, un espejo, un escabel incrustado de ébano, un cofre forrado en cuero, un sombrero de verano con un penacho de plumas y un jubón de gasa adornado de perlas.

En la buhardilla se guardaba avena, trigo, centeno, barriles grandes y pequeños, y lo acostumbrado en una buhardilla: una cama vieja arrinco-nada, una cómoda y más de sesenta ollas rotas. En la bodega había vino, barriles y una gran reserva de madera para el fuego. En el piso bajo se encontraba la provisión de ropa de la casa: camisas, camisas de noche, go-rros de dormir, pantalones, pantalones cortos, tirillas de camisa, puños de camisa, medias, pantuflas, 19½ docenas de servilletas de mesa, sencillas o bordadas, sábanas, fundas de almohada, manteles, tenedores, cucharas… Aquí también se guardaban joyas y objetos preciosos: una cadena de oro, un par de aretes de diamante, una bolsa con diez fichas de plata, dos co-llares pequeños de perlas finas.

Los asesores visitaron el jardín alquilado por la familia, situado a unos pocos centenares de metros en la calle de los Muros junto a un jardín que pertenecía a los Agustinos. Medía aproximadamente 28 por 19 metros. En él había una construcción de un solo cuarto que contenía un aparador de haya, una mesa pequeña, otras dos mesas, ocho sillas de paja y ocho cuadros enmarcados en la pared. Se usaba en invierno lo mismo que en verano pues tenía utensilios para el hogar. Una pala, un rastrillo, una podadera, un badi-lejo y un azadón figuraban en la lista. Había una fuente con dos vasijas para riego y cuatro pares de escaleras viejas. Un burgués no hacía probablemente trabajo como distracción, pero Luis tenía tres libros de jardinería en su bi-blioteca. Es más probable que hubiera alquilado a un jardinero para cultivar frutas y otras cosas para la mesa, y mantener atractivo el jardín, de manera que pudiera pasearse en él o tener algún juego fácil. Los niños también po-drían jugar allí. En algún momento Juan renovó el alquiler, aparentemente por su necesidad personal de ejercicio, y debió comprarlo más tarde, porque lo vendió en 1683, después de que se había trasladado a la calle Nueva.

El escribano y los asesores visitaron finalmente la biblioteca de Luis de La Salle. No era muy grande: ellos contaron 189 volúmenes. Incluían libros de leyes, textos clásicos que estudió en el colegio y que prestó a su hijo, libros de cultura general, especialmente historia y algunos de literatura francesa. La mayor parte, como era usual en ese siglo, eran libros de cultu-ra religiosa: Sagrada Escritura, doctores de la Iglesia y recientes escritores

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espirituales, especialmente san Francisco de Sales; había también historias de la Iglesia y catecismos. Los asesores regresaron el 10 de mayo para ha-cer un inventario de los papeles de Luis.

Entretanto Rosa María, ahora que había muerto su padre y viendo que su familia estaba bien atendida, se sintió libre para seguir su vocación y después del ordinario mes de duelo —se acostumbraba celebrar una misa treinta días después de la muerte— el 11 o 12 de mayo entró al postulan-tado de la abadía de San Esteban, de las Canonesas de San Agustín. Juan, guiado por Nicolás Roland, se preparaba al subdiaconado. El Cardenal Barberini había muerto durante las vacaciones del verano anterior y fue reemplazado por Mauricio Le Tellier; pero, como sucedía con frecuencia, él se encontraba por esta época en la corte. Juan tuvo que conseguir cre-denciales escritas del Capítulo de la catedral para recibir la ordenación en otra parte. Le fueron concedidas el 27 de mayo. Viajó hasta Laon, luego a Noyon pero inútilmente; por último fue aceptado por el obispo de Cam-brai, quien lo ordenó el 11 de junio. Luego debía regresar a Reims —un viaje redondo de 180 kilómetros— que, incluso hecho a caballo, era un tributo a su decidida intención de llegar al sacerdocio. Regresó atrasado a sus estudios pero con el corazón alegre.

Juan subasta los bienes de su padre

Hasta entonces el joven La Salle sencillamente tenía que llamar a sus asesores y abrirles la casa. Pero esta vez una consecuencia legal rutinaria le exigía mucho más. El 30 y 31 de mayo, también desde el 1° al 3 de junio e igualmente del 11 al 13 de julio, se llevó a cabo una venta pública de todos los bienes muebles de su padre. La casa y sus bienes pertenecían juntamen-te a todos los hijos, pero la ley ordinaria les exigía, por medio de su tutor, vender todo, menos lo que el consejo de familia les autorizara conservar.

El consejo de familia, efectivamente, autorizó a Juan Bautista a separar de la venta el contenido de los cuartos que él y sus pupilos ocupaban y lo que era necesario para su diario vivir. Él autorizó la venta de aquellos objetos que no consideraba necesarios a los menores, pero Juan y María eran libres de pujar por ellos en la subasta pública. La ejecución de la ven-ta dejaría una casa completamente vacía: gran parte de las existencias de la cocina y del cuarto de ropas iba a los apostadores, lo mismo que alfom-bras, tapices, sillas y cosas por el estilo. Es de suponer que algunos cuartos quedaron vacíos y se cerraron.

La venta debía anunciarse golpeando una vasija de cobre en las principa-les encrucijadas y por avisos colocados fuera del ayuntamiento, en los pór-ticos de las iglesias y fuera de la misma casa. Esto había sido dispuesto por

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Juan y a petición del consejo de familia. La principal venta fue en la casa mis-ma en la calle Santa Margarita, y también el 13 de julio en el jardín nombrado antes. Para cada artículo se indicaba un precio inicial y se gritaba: ¿quién da más? Se permitían una, dos y tres ofertas, luego el artículo se asignaba al mejor postor con un golpe del platillo; 408 artículos cayeron bajo el martillo.

De ellos 124 regresaron a Juan que pagó por ellos 1128 libras. Si estuvo presente e hizo ofertas personalmente, pudo luego ausentarse para buscar ser ordenado subdiácono solamente entre el 4 y el 11 de junio. Parece que ofreció y compró cada día de la subasta. Pero las fechas parecen confun-didas. El 11 de junio, por ejemplo, compró una manta roja. Pudo haber cubierto las 80 millas o algo así desde Cambrai después de una ceremonia matinal y tal vez pujar por este artículo. Era un joven que disfrutaría de este viaje y del desafío de llegar antes que terminara la oferta del día. O tal vez logró que su hermana María hiciera las ofertas por él algunos días. El 12 apostó por una piedra de amolar para su navaja, lo cual seguramente significa que estaba allí en persona. El 13 apostó por el contenido completo de dos dormitorios.

¡Qué original cuadro el de un joven canónigo de apenas 21 años (su cumpleaños caía el 30 de abril) apostando cien veces por sus 124 artículos (algunos de ellos fueron vendidos en lotes)! Se puede imaginar la escena: “Artículo n.° 351, una piedra de amolar en buenas condiciones. Un sueldo dos denarios. ¿Quién dice más?” “¡Un sueldo seis denarios!” Nadie más ofrece por este recuerdo de su padre y al golpe de campana se le adjudica. Coleccionar todos los recibos y sacar las minutas oficiales de la venta se demoró hasta el 16 de agosto. Estas minutas ocuparon 23 hojas, que me-dían aproximadamente 16 por 23 cm. La venta dio como resultado algo así como 25.000 francos de la moneda actual (considerando 70 francos por libra [inglesa]), no era una gran suma. Nos preguntamos qué sentirían los hijos al ver los bienes críticamente avaluados y en subasta. El inventario nos da una idea del nivel de vida a que estaba hecho Juan de La Salle y que abandonaría diez años más tarde. Todo el asunto era para un joven clérigo una responsabilidad enormemente realista.

Cuatro hermanos en una casa grande. Grado de Juan en Teología

El 24 de junio María tomó consigo al pequeño Juan Remigio, que tenía casi dos años, y se fue a vivir con su abuela hasta que contrajo matrimonio casi siete años más tarde. Siendo la única mujer en la familia, ahora que su hermana Rosa María se había ido, sintió la necesidad de una compañía fe-menina y de una confidente en sus esperanzas y ansiedades. Ella también necesitaba más vida social y tener fiestas en su casa; se dio cuenta de que

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esto interfería con el trabajo y el estilo de vida de Juan. Y además cuando ella estuviera en fiestas fuera de casa necesitaba a alguien que cuidara de Juan Remigio. Tal vez a causa de la pérdida temprana de sus padres, pudo haber sido emocionalmente inestable y difícil de comprender.

Parece extraño tener cuatro hermanos huérfanos en una casa grande, atendidos por una matrona experimentada y por algunos empleados do-mésticos. En parte se trataba de mantener la casa. Juan trató este año de al-quilarla, pero no hubo clientes. Sin embargo, sabemos que con frecuencia la familia volvía a una comida “para mantener la unión entre ellos”5. Con sus numerosos primos habría muchas ocasiones en que los jóvenes herma-nos estarían entrando a otras casas y recibiendo visitas; habría frecuentes fiestas de bodas, cumpleaños, nacimientos y días de fiesta.

Retrato de Nicolás Roland (1642-1678)

5 Bernard, p. 42.

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Desde que empezó sus estudios teológicos en Reims, antes de ir a San Sulpicio, Juan completaba en agosto después de la partida de María, los tres años de teología requeridos para el bachillerato. Pero le faltaban toda-vía dos años de filosofía para obtener el título. A medida que los estudios avanzaban encontraba menos preocupaciones en la casa. En octubre de 1673, Juan Luis, que cumpliría diez años en Navidad, empezó sus estudios en el colegio, y dos años más tarde lo siguió Pedro.

Dos meses antes, en agosto de 1675, Juan había terminado sus cinco años de estudio para el bachillerato y fue autorizado a presentar el exa-men. Fue interrogado sobre todo el campo de la teología por tres exami-nadores en presencia de estudiantes del primer año de licenciatura, que se esperaba lo retarían. Tenía que complacer por lo menos a dos examinado-res y así lo hizo. Pasó luego a la ceremonia de graduación en la cual el de-cano de la facultad, después de exigirle el acostumbrado juramento y de darle a besar el crucifijo, le entregaba el diploma en que lo declaraba Ba-chiller en Teología. La mayor parte de los estudiantes no seguían adelante de este estudio general de teología: el bachillerato por sí mismo abría la puerta a muchos beneficios. Solamente Juan y otros cuatro siguieron a la licenciatura. Más bien que considerar algo nuevo, tenían las mismas materias en los dos años prescritos, para ser vistas a un nivel más profundo por los mismos estudiantes. Los dos años en el caso de Juan empezaron el 1° de enero de 1676. Para ser aceptado al curso, cada candidato debía pedir ser examinado por tres doctores que testificaban si por su estudio personal en los cinco meses transcurridos había profundizado en la exten-sión requerida su conocimiento en las cuatro áreas de la teología positiva, teología escolástica, historia de la Iglesia y Sagrada Escritura. Ello signifi-caba un trabajo duro para Juan, junto con sus otras obligaciones, pero fue aceptado. Lo podemos dejar en sus estudios por el momento.

NICOLÁS ROLAND: UN HOMBRE AFANADO POR RENOVAR LA IGLESIA; FUNDADOR DE UNA CONGREGACIÓN DE HERMANAS PARA LA EDUCACIÓN DE LOS POBRES 6

Nicolás Roland es ya una figura significativa en la vida de La Salle. Es tiempo de ver su importante papel en Reims y su influencia sobre el joven canónigo. Roland fue un hombre de entusiasmo que abrazó de todo cora-zón el movimiento de la reforma en la Iglesia de Francia tan pronto como lo conoció. Nació el 8 de diciembre de 1642; Mateo Beuvelet, tío materno

6 Poutet I, pp. 535-622; Aroz, CL 39; Rigault, pp. 107-171.

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a quien ya conocemos, lo sostuvo en la fuente bautismal. Este Beuvelet había fundado en su nativa ciudad de Marle en Picardía una comunidad de Hermanas para dirigir una escuela de niñas, y una de maestros para ni-ños, que integró con una comunidad de Hermanos fundada por el deán de Marle. Estas dos comunidades locales sobrevivieron hasta la Revolución. Beuvelet pasó al seminario de San Nicolás del Chardonnet donde murió a los 31 años en olor de santidad.

Nicolás, su ahijado, mostró desde temprano sus dotes intelectuales: a la edad de cinco años aprendió a leer en cuatro meses. Más tarde estudió en el colegio de los jesuitas de Reims. Simpático, culto, seguro de sí mismo, participó en todas las tragedias representadas allí. Era de naturaleza muy generosa, abierto a los ideales: también era amante de la música y tocaba el laúd. Después de sus estudios viajó extensamente por Francia y quiso entrar donde los jesuitas en París, pero encontró que esta vida no era para él. Estudió en París y, aún buscando su camino, se unió a las AA7 (Asam-bleas de Amigos), fundada por Juan Bagot, S. J., una discreta asociación que buscaba la perfección y las misiones en China, Cochinchina y Tonkín (los dos últimos nombres designan ahora el Vietnam del Sur y Vietnam del Norte).

En 1665 era canónigo de Reims con la obligación particular de predicar. Fue ordenado sacerdote en época desconocida y dejó su casa familiar para tomar una residencia en la calle Barbâtre, en el barrio pobre de la ciudad. Sintió la necesidad de volver a París en 1668 y visitar los seminarios de San Nicolás, de los Lazaristas (Vicentinos) y de San Sulpicio. De allí fue a ver a Antonio de la Haye, un párroco de Ruan, de cuya santidad había oído hablar en París. De la Haye era duro con los demás y consigo mismo.

No tengo cuarto para usted, ¡a menos que quiera dormir debajo de las escaleras!”. Y así Roland vivió con él durante seis meses. Conoció los esfuerzos de la Oficina de los pobres en Ruan para fun-dar escuelas de niños, y una nueva comunidad de Hermanas que precisamente entonces se organizaba bajo la dirección de un Padre Barré. Fue allí donde leyó una copia de las “Advertencias” de Carlos Démia, dirigidas al superintendente, concejales y principales habi-tantes de la ciudad de Lyon, referente a la necesidad de escuelas para niños pobres.

(De Démia se hablará más adelante). Allí Roland determinó entonces fundar escuelas para los pobres a su regreso a Reims. Es interesante obser-var cómo viajó para ver qué hacían otros por el clero y las escuelas, y cómo se extendían las ideas sobre la manera de dirigirlas porque las personas estaban en contacto entre sí y unos tomaban ideas de otros. La preocupa-

7 Putet II, pp. 353-372; Goubert y Roche II, pp. 72-73.

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ción e iniciativa manifestadas por Bourdoise, Barré y Démia se extendían merced a la red de células de la Compañía del Santísimo Sacramento.

Vimos a Adriano Bourdoise solamente a la luz de su trabajo original para el clero. Pero también fue uno de los primeros en ver que la reforma de las escuelas tenía que ir pareja con la reforma del clero. Había cier-tamente escuelas para los pobres en su tiempo, pero con frecuencia mal dirigidas, pues los maestros se elegían sin selección ni preparación, atraí-dos únicamente por la oportunidad de ganar algún dinero. En 1649 él y el señor Olier acordaron empezar entre los seminaristas la Asociación de San José como una “liga de oración” para pedir a Dios maestros que hi-cieran esta obra como apóstoles, no como mercenarios. Setenta y dos se-minaristas formaron la liga con otras ochenta personas, pero la asociación duró pocos años. La mayor parte no tenía la convicción de Bourdoise. Él escribió:

Es fácil encontrar entre el clero personas dispuestas a ser vicarios o párrocos, pero encontrar quienes tengan la piedad y las cualidades necesarias para dirigir una escuela y desempeñar este oficio digna-mente es algo muy raro. De donde concluyo que trabajar en la for-mación de esos maestros es un trabajo sin duda más útil a la Iglesia y más meritorio que predicar toda una vida en el púlpito más notable del reino.

Como las escuelas parroquiales son pobres y están dirigidas por po-bres, la gente se imagina que no valen nada. Sin embargo, son la úni-ca manera de combatir el vicio y de hacer triunfar la virtud; reto a cualquiera a que encuentre algo mejor. Pienso que si san Pablo o san Dionisio regresaran ahora a Francia, tomarían al oficio de maestros de preferencia a cualquiera otro.

Durante cincuenta y cinco años he visto el trabajo del agricultor y en todo este tiempo jamás he visto a alguien tan torpe que siembre los campos sin haberlos arado y abonado. De igual manera, mediante las escuelas cristianas es como se preparan los corazones para recibir la palabra de Dios. La escuela es el noviciado del Cristianismo8.

Santiago de Batencour, uno de los miembros de la parroquia de San Nicolás, escribió a la luz de su experiencia, un texto notable: La Escuela Parroquial, una escuela parroquial paga. Se la estudiará con algún detalle en el capítulo XlI.

8 Le Créateur de l’École populaire, Fr. Mélage, École Saint-Luc, Tournai, xxx-xxxi.

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Una comunidad nueva en Reims para la educación de las niñas pobres

De regreso a su propia casa, Roland empezó a organizar reuniones en-tre los sacerdotes, siguiendo lo que había sido práctica de Bourdoise. La noticia se hizo pública pues se sabe que hasta el arzobispo y el obispo de Châlons asistieron a ellas. Él ayudó también a los jóvenes clérigos que se preparaban para el sacerdocio, cuando predicaba misiones en los alrede-dores de Reims y proyectaba crear una comunidad de sacerdotes para dirigir una parroquia, pero murió antes de realizar su proyecto. Decidió en 1669, cuando solo tenía 26 años, poner todo su esfuerzo en instituir escuelas gratuitas para niñas. Él debió conocer en esta época el orfanato dirigido por la Señora Varlet que había enfurecido a la oficina de los po-bres. Cuando recibió a unos pocos huérfanos en 1661 y obtuvo del concejo municipal una autorización para presentar a amigos de París, a quienes ella fue a visitar para pedirles algo de caridad, no hubo objeción. Pero fue distinto cuando empezó a recoger en las poblaciones vecinas a Reims y también recibir huérfanos de fuera de la ciudad. Se decidió prohibirle re-caudar porque podría perjudicar las recolectas de hospicios ya existentes, y transferir a los niños a otros hospicios. Pero ella siguió adelante, puso un aviso en su casa y empezó a levantar una capilla. Esta vez las autoridades actuaron: quitaron el aviso, quitaron el altar de la capilla y llevaron a los niños al Hospicio General. Esto sucedió en 1662. El concejo se opuso a que se recogieran limosnas para los pobres. Cocquault escribió de la Señora Varlet: “Ella toma a los niños de esta chusma mendicante que come de todo, para proporcionarles auxilio y así constituye una carga para el pú-blico”.

Para un burgués que pensaba rectamente, el “buen habitante”, como él se veía a sí mismo, educado, bien provisto, afortunado gracias a su inteli-gencia para el comercio, estos mendigos, ignorantes, desempleados, huér-fanos e hijos de uniones ilícitas debían ser culpados por su mala suerte y era necesario obligarlos a prestar servicio a la sociedad. Este es el comen-tario de Cocquault:

El populacho está siempre quejándose a pesar de nuestro Hospicio General... Después de que hemos fundado cinco hospicios (además del Hospital General) tenemos tanta plebe mendigando como antes. Los cinco hospicios son: las Hijas o Comunidad de Magneux (estas eran las Damas de Santa Marta fundadas por la viuda del señor de Magneux); los dos de la oficina de caridad, niños y niñas; los pobres de San Marcoul; este Hospicio General; y ahora un hospicio para huérfanos que una señora Brisset, viuda de Jorge Varlet estableció por su propia cuenta y recibe niños de esta chusma de mendigos a

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comer de todo, llevarles ayuda y convertirlos en una carga para el público. Pienso que sus intenciones son buenas, pero esta clase de gente está sostenida y envalentonada por ella9.

Juan Maillefer padre era mucho más duro: “Haraganes y vagabundos..., son la escoria del pueblo, el excremento de la ciudad, la peste de los esta-dos, aptos para adornar la horca, de donde vienen los ladrones, los ase-sinos y los esclavos de las galeras”. Sin embargo, aunque él no hizo nada para cambiar la situación, señaló dónde estaba el remedio: “El hecho es que muchos niños sin padre ni madre reciben enseñanza y salen adelante sin ayuda de nadie10”. Este es el tono amargo de los burgueses viejos y establecidos. La Salle ciertamente no tenía sentido de solidaridad o pre-ocupación por lo que para su clase era una molestia social. Pero empezó a darse cuenta de la situación como consecuencia de sus contactos con el trabajo de su cálido y enérgico amigo Nicolás Roland, aunque aún enton-ces en ninguna forma se consideraba a sí mismo comprometido con ellos.

Volvamos a la Señora Varlet. Ella estaba muy decidida y en 1663 com-pró otra casa con el propósito de convertirla en orfanato, pero de nuevo debió salir. Pero de su venta compró una casa para las Damas de Santa Marta y para ella misma. Esta vez tuvo libertad para establecer el Orfa-nato. Pero a pesar de su buena voluntad no era una organizadora, y los huérfanos no estaban en buenas condiciones. Roland, que vivía en la mis-ma calle, vino a menudo a visitarlos en los años siguientes. Para él la ver-dadera respuesta era hacer del proyecto una escuela. Fue invitado a Ruan para predicar la Cuaresma en 1670; tuvo oportunidad de ver cómo habían progresado las cosas desde que él estuviera allí dos años antes. Vio escue-las gratuitas para los pobres que empleaban un método de enseñanza no individual y enseñaban catecismo, lectura, escritura y aritmética.

Regresó a Reims agotado y hubo de descansar en el campo. El 15 de oc-tubre informó a la Corporación que estaba dispuesto a tomar la adminis-tración del orfanato. Ellos rehusaron pues no tenían seguridad de que él dispusiera de los medios para dirigirlo especialmente si proyectaba con-vertirlo en una escuela que cuidara de los niños. Si los medios financieros se le agotaban la carga caería sobre el Hospicio General y por consiguiente sobre ellos. Él procuró trabajar para crecer, naturalmente, pero se guardó para sí su consejo. De su bolsillo proporcionó alimento, vestidos y libros y logró que fuera reemplazada una directiva deficiente.

Mientras se encontraba en Ruan trató con el Padre Barré la manera de copiar en Reims su trabajo para fundar las Hermanas del Niño Jesús de la Providencia, como él las llamó. El 27 de diciembre de 1670 dos de estas

9 Poutet I, p. 127.10 Id., p. 127, n.° 106, citando las Memorias de Maillefer, p. 120.

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Hermanas llegaron a Reims por órdenes del Padre Barré para adelantar la obra. Eran Francisca Duval y Ana Le Coeur, y esta vez tuvieron el res-paldo del Consejo aunque se determinó que la casa volvería a ellos si la empresa fracasara. El 22 de diciembre Roland había comprado una casa más grande en la misma calle Barbâtre, enfrente a las Canonesas de San Agustín, donde Rosa María de La Salle entró de monja.

La Señora Varlet, que ahora quería concentrar sus esfuerzos en otro orfa-nato cerca de Reims, de buena gana cedió la dirección de la casa a Francisca Duval y Roland celebró su primera misa allí el 11 de enero de 1671. Ahora él era el director, pero confió la administración a otro sacerdote para entre-garse de lleno a la instrucción y a la dirección espiritual de las Hermanas. Otra de las Hermanas del Padre Barré vino desde Ruan y a ellas se añadió una joven de Reims. El chantre, Canónigo Juan Roland, tío de Nicolás, que era también escoliador, lo autorizó para abrir dos clases en una parte sepa-rada del edificio para hijas de los pobres que deseaban aprender a leer y el catecismo y aun recibió algunas jóvenes que querían aprender. Nicolás via-jó varias veces de París a Ruan para informarse cómo hacían las Hermanas del Padre Barré y para pedirle que le enviara algunas Hermanas de más experiencia a Reims. Barré le envió de Amiens, París, Honfleur y Orléans (1673-1678), y del propio Reims se les añadieron otras cuatro jóvenes. Se dice que de 1670 a 1674, 19 entraron a la comunidad.

Dos veces la Oficina de Caridad obligó al Canónigo Roland a aceptar una situación contra su voluntad. En 1674 lo hicieron recibir a un niño abandonado de dos años y medio, y nuevamente, otro niño y una niña después de apelar al Concejo Municipal, mientras él cuidaba únicamente niñas. Lo que ellos realmente querían era entregar a las Hermanas todos los niños que habían colocado con los padres adoptivos, y así ahorrar di-nero. Roland tenía el cuidado de niñas jóvenes, no de dirigir una guar-dería infantil y rehusó. La Oficina entonces pidió que el Orfanato fuera anexado pura y sencillamente al Hospicio General, como se había hecho con todos los demás hospicios. Roland apeló al arzobispo, quien se puso del lado del canónigo.

En esta época había varias clases anexas al Orfanato. La gente de la ciudad pudo ver que se desarrollaba una nueva comunidad de Herma-nas, formada principalmente de personas extrañas y que enseñaban gra-tis. ¿Quién iba a sostenerlas? La nueva empresa sería por lo menos una competencia para con las instituciones de ayuda existentes; ellos pensaron (la enseñanza de los pobres se consideraba solamente como una asistencia pública) que debería ser subsidiada por la municipalidad. Las sumas su-ministradas por el Canónigo Roland ¿no serían distraídas para atender las nuevas clases? Hubo una protesta generalizada. Roland apeló a la influen-cia de sus parientes para calmar la Oficina de Caridad y la Corporación.

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Su tío, el Canónigo Juan Roland, chantre, dio las autorizaciones necesarias en 1673 para dirigir estas clases, declarando así sus derechos en materia de educación cristiana, los cuales dependían del obispo, no de la Oficina de Caridad. La situación real de la escuela empezaba a clarificarse.

Pronto las Hermanas empezaron a ir diariamente desde el orfanato a cuatro pequeñas escuelas en la ciudad donde las niñas y hasta mujeres mayores, conscientes de su ignorancia de la fe, venían a aprender. Estas escuelas, por consiguiente, seguían el estilo de las escuelas de misión del Padre Barré (de ellas hablaremos más adelante), se concentraban en hacer volver a la fe e instruir en ella. Pero existía también, dentro de la casa de la comunidad, un aspecto social del trabajo de las Hermanas. Roland, con el apoyo del arzobispo, se sintió ahora más libre para exponer todo su pensamiento acerca del nuevo instituto. Se basaba mucho en lo que había visto en Ruan. Muy probablemente, Barré había pensado que Roland ex-tendería la obra de sus propias Hermanas a Reims; en lugar de esto, Ro-land estaba fundando una congregación paralela. Su intención era formar maestras de escuela para enseñar la religión y formar a la vida cristiana gratuitamente; formar a algunas maestras para enseñar a las niñas en el campo bajo la dirección de un buen párroco de aldea; recibir a personas de piedad a retiros; cuidar de los huérfanos, con la condición de que el número fuera limitado.

En otras palabras, Roland miraba su trabajo como parte de la reno-vación de la Iglesia. La condición primera era un clero reformado. Sus Hermanas eran las auxiliares femeninas del clero en la evangelización de las niñas y de las mujeres mayores. Para él había un campo común entre la formación de las maestras de escuelas rurales, como ayudantes del clero, que atendían la casa de Reims disponible para retiros y las escuelas donde las niñas eran ayudadas a preservar la inocencia bautismal y se prepara-ban para recibir los sacramentos.

Roland dedicó todo su tiempo y empleó todo su dinero en la fundación del nuevo Instituto. Sus compañeros lo censuraron severamente, alegan-do que no tomaba con seriedad sus obligaciones de canónigo. Él era el teólogo del Capítulo y debía residir en la casa de la catedral y predicar cada domingo y los días de fiesta. Ellos señalaban que cuidar a los enfer-mos, enseñar el catecismo como él lo hacía a un grupo de niños, y querer catequizar y confesar en aldeas y campos recortaba el tiempo que estaba obligado a dedicar al Oficio y a su deber de teólogo. Era cuestión de di-ferente apreciación de valores: él consideraba que la función canónica no bastaba y que era necesario abrirse al campo misionero de la Iglesia11. Dio

11 Observación tomada del documento del Hno. Michel Sauvage: «Tricentenaire de Nicolas Roland, 1678-1978».

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a su Instituto una base permanente para lograr el apoyo de la Corporación y del arzobispado. Para darle mayor estabilidad aceptó el principio de que las Hermanas hicieran votos simples, aunque murió demasiado pronto para verlo realizado.

Roland fue el fundador, en el sentido de iniciador de su Instituto, pero lo fue también en el sentido financiero de fundar la empresa con el capital necesario. Cuidó de que un capital que produjera 3000 libras anuales se invirtiera en un comienzo. El considerable capital que se necesitaba fue proporcionado por su madre y por varios benefactores el 26 de diciem-bre de 1677. Establecer el principio de dotar fundaciones con los propios fondos significa limitar los nuevos proyectos a los fondos disponibles, y confiar en la seguridad financiera preestablecida. El camino que La Salle más tarde siguió, de esperar ser llamado para dirigir una escuela y luego negociar las condiciones y el salario, significaba depender de la Providen-cia. Si un párroco o alguien con autoridad, quería dar por terminados sus servicios, él simplemente empacaba sus maletas y se iba. Esto significaba trabajar dentro de la Iglesia con todos sus riesgos.

Un revés para La Salle: Roland le insinúa entrar en negociaciones para cambiar su canonjía por un ministerio parroquial12

Cuando Juan acababa de empezar sus estudios formales de licenciatu-ra en 1676, sucedió algo completamente al margen de su manera de enten-der la vida que debía llevar, pero que se convirtió, como sucede a menudo, en una experiencia iluminadora. Roland quería avanzar con firmeza, en el menor plazo posible, en los planes que consideraba dignos de la refor-ma de la Iglesia. Él conocía, como director espiritual y amigo de La Salle, cuánto interés tenía Juan en llevar una vida personal de acuerdo con el Evangelio, su crecimiento en la santidad y sus cualidades naturales. Bajo la dirección de Roland, o bajo la de Claudio Bretagne, a quién aquél envia-ba sus dirigidos —pues a menudo se encontraba fuera de la ciudad— Juan había empezado a encontrar más tiempo para la oración personal y a to-marse con más seriedad a sí mismo. Para vencer su dificultad de levantar-se por la mañana y encontrar más tiempo para la meditación antes de que sus hermanos se levantaran, instruyó a su criado para que lo despertara y se asegurara de que se había levantado. Aun llegó a colocar leños debajo de su colchón. Ahora se vestía con más sencillez y menos afectación.

12 Maillefer, pp. 22-24, 26; Blain I, pp. 234-236; Poutet I, pp. 370-372; Aroz, CL 26, pp. 245-259.

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Ante tales progresos de su amigo, Roland compartió con él sus ideales y sus proyectos. Él puede ser considerado como el primero que realmente estimuló en el joven canónigo la conciencia y el deseo de atender las nece-sidades espirituales de los demás. Nicolás, dispuesto a gastarse viajando y buscando los mejores medios de servir a la Iglesia, sentía que Juan no llevaba una vida tan útil a la Iglesia en su tranquila vida de canónigo como podría serlo. Le indicó el bien que podría realizarse si tomara una de las parroquias de la ciudad. Es muy posible que Roland pensara que con se-mejante hombre como párroco, santo y respetado, él empezaría a realizar su idea de establecer una comunidad de sacerdotes; y además, de tener el pleno apoyo de Juan si quería fundar una escuela en su parroquia13. Suce-dió que Andrés Clocquet −homónimo del que murió en 1661 buscaba una oportunidad de renunciar a su parroquia, si pudiera contar con un bene-ficio para sostenerse (este Andrés Clocquet estuvo encargado de la parro-quia de San Sinforiano desde 1648 hasta 1671, luego de la parroquia de San Pedro desde 1672 o 1673 hasta 170314. Nicolás pidió con insistencia a Juan que renunciara su canonjía a favor de Clocquet y que pidiera su parroquia. En su afán y en su generosidad de los veinticuatro años Juan accedió. Algo que continuaremos observando en él es que nunca se espantó de una situa-ción nueva en sí misma, aunque pudo vacilar mucho por las consecuencias sociales para sí mismo. Clocquet puso ahora dificultades, porque él no de-seaba ir a la catedral varias veces al día. Él buscaba un simple beneficio sin obligaciones adicionales. Por fortuna, desde el punto de vista de Roland, un íntimo amigo y colaborador suyo, Remigio Favreau, tenía el beneficio de una capellanía en la catedral. Él de muy buena gana aceptó ser canóni-go, y así Nicolás convino un arreglo triangular según el cual Favreau cede-ría su beneficio a Clocquet, Clocquet sería reemplazado como párroco por La Salle y La Salle cedería su prebenda a Favreau. ¡Un arreglo enteramente satisfactorio! El asunto sería estudiado por un abogado canonista quien buscaría la autorización requerida de Roma. Para mantener el asunto en secreto, los cuatro se reunieron con el notario en Châlons, y allí el 20 de enero de 1676, los tres interesados firmaron la petición necesaria.

Pero La Salle era solamente subdiácono. Parte del acuerdo era que él recibiría el diaconado antes de ratificar el plan y que en el mismo año se comprometería a buscar la ordenación al sacerdocio. Todo fue impruden-temente precipitado: ¿había pensado él en lo que significaba en Reims de-jar de ser canónigo? ¿En lo que perder la prebenda significaría para las fi-nanzas de la familia? Seguramente todo iba en contra de su preocupación de no apresurarse por llegar al sacerdocio sin preparación. ¿O era Juan

13 Rigault I, p. 116.14 Las fechas son de una carta del Hno. Poutet al autor, 20 de mayo de 1988.

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Bautista de La Salle alguien que pudiera abrazar con optimismo un ideal, especialmente viniendo de un hombre enérgico a quien él admiraba? ¿Era él la clase de persona a quien la visión de un bien que se ha de realizar le exigiría una respuesta extremadamente generosa?

De alguna manera, probablemente de una palabra oída a un miembro del Capítulo de la catedral, los parientes de Juan oyeron el rumor. Salir del Capítulo metropolitano no era todavía una realidad. Ceder la canonjía a un extraño era algo impensable. Permitir que la prebenda saliera era una pér-dida de entradas; ¿y qué hacía Juan Bautista, obrando independientemente cuando era menor de edad, (aunque muy cerca de su mayoría de edad, la que no se obtenía sino a los veinticinco años)? Los miembros de la familia, posiblemente después de una reunión con el consejo familiar de Luis, in-formaron al arzobispo Le Tellier, sin duda por medio de un pariente tam-bién del Capítulo. Juan entretanto, ignorante de esto, esperando ganarse la voluntad del arzobispo, viajó en efecto a París en donde se encontraba como de costumbre para verse con él. Una vez que él se había compro-metido, ciertamente tenía urgencia. Por todos sus afanes Juan recibió un rotundo ¡No! Era contrario a los mandatos del Papa Pablo IV perturbar una parroquia estable cambiando sin necesidad al titular, aunque razones familiares más mundanas pudieron tener más peso con Le Tellier. Esto no impidió que el Canónigo Roland fuera a menudo criticado por sus colegas.

Ante esto Andrés Clocquet, dándose cuenta de que el arzobispo podría descargar sobre él sus iras cuando supiera que él había sido parte en el proyecto, se libró él mismo del anzuelo sacándoselo y haciéndole saber al arzobispo lo que él había hecho. El 2 de marzo, ante un notario, firmó un documento diciendo que se separaba del proyecto teniendo en cuenta que los otros tres no le habían ofrecido un beneficio sin compromisos, y al día siguiente envió copias al arzobispo, al vicario general, a Favreau y a La Salle. Fue Jaime José quien el día 3 abrió la puerta del hotel Santa Marga-rita al mensajero del notario. Esta maniobra de Clocquet dejó mal parados a los otros tres. Roland apareció como demasiado apresurado, Favreau como el principal responsable, y el joven Juan Bautista como alguien que seguía ciegamente a un director de grandes ideas. Juan salió con algo para no olvidar con su familia y sus compañeros.

Mirando ahora esta equivocación, vemos que fue providencial que el deseo de Roland no tuviera éxito. Juan se había equivocado; pero esto no era el fin del mundo, y aprendió de la experiencia. Por lo menos vio una cosa con mayor claridad: él admitió más de una vez más tarde que “va-rias veces desde entonces le pareció oír una voz interior que le decía que no estaba llamado a ser párroco”15. Por otra parte también tenía pensado

15 Blain I, p. 136.

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desde entonces abandonar su canonjía, persuadido de que tampoco esta-ba llamado a ser canónigo. Fue un proceso de discernimiento provocado por los hechos y por la dirección interior del Espíritu, confirmada por los acontecimientos y la certeza obtenida al menos de hacia dónde no debía mirar. Aún seguía esperando y buscando.

Él había aprendido también algo sobre la dirección espiritual. En aque-lla época los directores tomaban decisiones por sus clientes, y la enseñan-za sulpiciana le había enseñado a Juan a seguirlas sin vacilar. Pero ahora había experimentado inquietud interior al obedecer al llamamiento de Ro-land, seguida por una paz y la certeza de que su convicción interior era co-rrecta cuando los acontecimientos la confirmaron y la convicción interior se hizo más clara. De aquí en adelante él haría mucha oración ante impor-tantes decisiones, consultaría y aceptaría una decisión, pero esperaría un signo confirmatorio en los acontecimientos externos antes de ponerlo en ejecución. Y volvería a su guía o superior con nuevos argumentos cuando tuviera seguridad de que la acción por él propuesta era correcta. Cuando más tarde vio más allá de toda duda que había sido llamado a fundar algo nuevo en la Iglesia, algo que ya no era asunto de su estado espiritual y en lo que los directores no tenían competencia, oró largo tiempo, leyó y consultó con quienes estaban involucrados en obras similares, y discutió todo con sus Hermanos.

Su licenciatura. Preparación para el sacerdocio

Juan tenía que sobreponerse a este contratiempo y concentrarse en sus diversas tareas. Prepararse para la licenciatura exigía a cada estudiante presentar una “tesis” oral cada quince días sobre un tema aprobado de antemano por los profesores, para que nada se dijera en ofensa del rey o de la Iglesia. Probablemente ahora Juan tenía que ponerse al día con su segunda tesis. Los que participaban en su segundo año de licenciatura, desde el 1° de enero al 31 de diciembre de 1677, tenían ahora su turno en todas las pruebas y exámenes finales para su licenciatura en teología. Su-cedió que Juan tuvo que confrontar a su futuro cuñado Felipe Maillefer, quien disertó con brillantez y luego invitó a sus compañeros de estudios, según era la tradición, a su casa para celebrar. Fue en la gran casa de su padre Juan Maillefer en donde la Reina Regente y el joven Luis XIV habían sido recibidos trece años antes.

Volvamos a enero de 1676: las otras dos preocupaciones de Juan eran prepararse para el sacerdocio y atender sus obligaciones con su familia. De hecho, casi inmediatamente pidió el permiso necesario para ser orde-nado diácono. Obtuvo los papeles requeridos el 13 de marzo, pero para

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ser ordenado tenía que viajar de nuevo a París. Allí en la casa del arzobis-po, fue ordenado diácono por el obispo de Belén (un pequeño obispado al sur de Champaña) el 21 de marzo, que fue el sábado víspera del domingo de Pasión o 5° de Cuaresma. Y llegó a su mayoría de edad el 30 de abril. Fue un buen momento para pensar de nuevo su posición como tutor legal. Pronto tendría solo dos hermanos para atender. Jaime José terminaría en cuatro meses sus años de colegio y pensaba entrar con los Canónigos Re-gulares de San Agustín (efectivamente fue a su noviciado en París. Hizo su profesión solemne en 1680 y renunció, según estaba ordenado, a todos sus bienes a favor de sus hermanos; aproximadamente 40.000 libras de la mo-neda británica. A los 29 años fue profesor de teología y filosofía en Blois; murió en 1723 a la edad de 64 años). En cuanto a Juan, cuidar de su familia no era un problema y ciertamente ninguna carga: mostró su cuidado hasta su última voluntad y su testamento.

Lo que gastó su tiempo fue el cuidado de las propiedades, otorgar prés-tamos y cobrar los intereses sobre los préstamos. Estaría muy contento de ser liberado de llevar cuentas y otros asuntos similares pues se acercaba el tiempo de su ordenación sacerdotal. Durante cuatro años, desde los 21, ha-bía llevado las obligaciones de su familia como fideicomisario. Pero ahora la licenciatura y su ordenación estaban solo a dos años de distancia. Llenó todas las formalidades necesarias para obtener la autorización de su fa-milia de ser relevado de esta obligación. En esta circunstancia se requería por ley presentar una completa relación de las cuentas que cubriera todo el periodo de su responsabilidad. Necesitó cuatro meses para redactarla. Este trabajo no se conoció hasta que fue descubierto por el Hermano León de María Aroz en los archivos del Departamento del Marne en Châlons el 24 de septiembre de 1964. Ocupa seis libros de contabilidad delgados y suma 230 hojas de 33 × 22 cm, escritas por una mano muy cuidadosa, tra-bajo del escribano del notario que escribe los registros personales de Juan, de cuentas llevadas durante cuatro años. Juan leyó todo el trabajo una vez terminado e hizo muchos cambios.

RELACIÓN DE UNA EXPERIENCIA DE CUATRO AÑOS EN CONTABILIDAD 16

Gracias a un requisito legal de hace cuatrocientos años y a un hallazgo entre mil en este siglo, tenemos una nueva visión de Juan Bautista de La Sa-lle como contador. Él había encontrado bastante molesto el trabajo de hin-

16 Aroz, CL 28, 29, 30, 31. Estos números de Cahiers Lasalliens presentan en facsímil cada hoja de las cuentas de La Salle; el mismo texto impreso y la versión en francés moderno, acom-pañada por notas. Hay una larga introducción.

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carles el diente a cosas en las que había puesto el corazón. Lanzado a ellas cuatro días después de su regreso de San Sulpicio, adolorido por la pérdida de sus padres, a menudo debió preguntarse de qué se trataba y debió sen-tirse descorazonado ante la manera como habían sucedido las cosas. Pero incluso en este desagradable trabajo administrativo se estaba preparando para el futuro. Lo que ahora tenía que abordar y resolver con su energía ju-venil desarrolló en él habilidades que más tarde encontraría útiles y necesa-rias. Lo veremos, casi inmediatamente después de esto, manejar hábilmente asuntos parecidos como albacea de Roland; luego lo veremos muchas veces implicado en pleitos, ventas, inversiones, arriendos en su trabajo como fun-dador de una nueva comunidad. Esto nos muestra un aspecto práctico de su confianza en la Providencia. La pasividad, la carencia de habilidad o de previsión no entraban en juego. En su propia vida personal él tenía que aprender algo nuevo: hallar tiempo para la oración y para pensar en Dios en medio de las actividades. Esto también sería importante cuando tuviera que ayudar a sus Hermanos a encontrar a Dios en la clase.

En estas seis hojas el informe de la administración de La Salle aparece bajo cinco títulos:

- Recibos de la venta de bienes del fallecido (su padre).

- Gastos comunes de sus hermanos y hermanas, incluyendo copia y regis-tro de los contratos en su favor, y trámites legales contra los deudo-res morosos.

- Gastos por la enfermedad y funeral de su padre, y por Misa de fin de año de ambos padres.

- Recibos de dineros invertidos. Tan pronto como las sumas o intereses eran reintegrados en cantidad suficiente, era obligación de los fidu-ciarios invertirlos en negocios locales, firmas comerciales o en pro-piedad: casas en Reims, fincas en las afueras. Encontramos personas que hacen contratos con él para tener a mano un modesto capital para sus negocios: un maestro panadero, un jardinero, un orfebre, un jefe de cocina, un trabajador manual, varios viticultores, un hos-telero, un notario real y un abogado real. La práctica con tales in-versiones era que el capital no era recuperable: se recibía un interés anual. Era una forma de adquirir acciones en un negocio. Los docu-mentos de Juan muestran que él no logró recobrar muchas deudas o pagos corrientes de sumas invertidas de esta manera, algunas de las cuales se remontaban a treinta años atrás. Hubo deudores insolven-tes y deudores fallecidos, y hubo también relaciones de deudores obstinados perseguidos; él estaba legalmente obligado a perseguir-los en interés de sus pupilos.

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- Gastos específicos a favor de sus hermanos y hermanas. Esta es para no-sotros la sección más interesante. La familia vivió unida en la calle Santa Margarita hasta el 23 de junio de 1672, fin del año financiero. Los gastos del año siguiente debían ser presupuestados; esto incluía declarar el dinero asignado para el alimento de cada miembro de la familia. Como María y Juan Remigio se fueron a vivir con su abuela, sus asignaciones se hicieron aparte para ella. Rosa María era cui-dada en el convento, de manera que Juan tenía consigo solo a sus tres hermanos para quienes retuvo la pensión alimenticia. Él quedó también responsable de cuidar de su educación y de los arreglos y conservación de la casa. En 1676, cuando entregó la relación de sus cuentas, la fortuna de la familia fue, según el Hermano Aroz, esti-mada en algo más de cinco millones de francos de hoy. Juan y cada uno de sus hermanos y hermanas recibieron una sexta parte de este capital, algo como 85.000 libras, la mayor parte invertida. Pero es efectivamente difícil hacer un cálculo aproximado en términos de nuestra moneda: el costo de vida es diferente: automóviles, televi-sión, etc., son factores nuevos y los salarios son diferentes.

Algunos detalles

Bajo el título de gastos comunes para sus hermanos y hermanas Juan señalaba los gastos para conservación: cuentas de obreros, un vidriero, un cerrajero, un carpintero, por el trabajo que él había autorizado; para trabajar en la casa cuando se necesitaba: un tonelero, un reparador de colchones, un modista, un panadero para hornear el pan y frutas secas. Es de suponer que los empleados llamarían la atención sobre lo que se necesitaba, y María y su abuela o su tía Rosa vendrían con frecuencia, sa-bedoras de que donde solo había hombres se necesitaba una mirada feme-nina. Además de las necesidades ordinarias, Juan pagaba los impuestos, enviaba las cartas y cubría los gastos de la dote de Rosa María. Junto con las varias cuentas relacionadas con la enfermedad y el funeral de su padre, él anota el pago de varias facturas recientes que debía su padre y de otras deudas aún importantes: él pagó al tendero, a un relojero, a un impresor; pagó también un par de zapatos, pagó a la anterior nodriza de Juan Luis por venir a ayudar durante tres días, y a la señora llamada para afeitar la barba del difunto y cortar el cabello de los niños.

Recobrar a favor de sus hermanos y hermanas el interés de las sumas desembolsadas fue lo que más tiempo le exigió como fiduciario de la fami-lia. Por último llevó a la corte a un hombre que vivía en Châtillon, a unas veinte millas al suroeste. Juan y otras tres personas entablaron un pleito

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sobre un molino cerca de Fismes, a 17 millas al occidente, que su padre y tres personas más poseían y habían comprado de buena fe. Solamen-te más tarde descubrieron que una abadía premostratense lo reclamaba desde 1483. El proceso había empezado en 1671 y Juan lo continuó hasta 1675 cuando los demandantes perdieron el caso con los costos (él visitó el molino el 24 de mayo de 1675). Un convento que debía a Luis 5000 libras rehusó pagar a sus sucesores. Dos veces Juan alquiló un caballo y fue a verlo. Por último hizo que los recaudadores oficiales de la deuda les fue-ran enviados y pagaron. A veces tuvo que echar mano de los bienes del deudor como medio de seguridad. Varias veces tuvo que viajar a caballo fuera de Reims para hacer frente a los deudores de su padre. Hizo un viaje de 44 millas al valle del Aisne a la aldea de Beauríeux. Unió otra visita a esta aldea con una a otras tres, en un viaje redondo de 80 millas. Esto tuvo lugar en invierno, alrededor del 6 de febrero de 1673, y dos veces hizo el viaje redondo de 120 millas a San Quintín, uno de estos el 18 de junio del mismo año Estas excursiones le tomaban tiempo de sus estudios y tal vez gente astuta trató de intimidarlo. Cabalgar a través de la ondulante llanu-ra de Champaña y de los apacibles valles de Aisne y Oise tal vez no fuera agradable en invierno, pero en verano podía ser una grata experiencia, un placentero cambio de sus ocupaciones. Lo podemos imaginar a los 22 o 23 años galopando. De nuevo en su estudio él estaba limitado, muy diferente de hoy, a su pluma de ave y a un frasco de tinta.

Los parientes de Luis de La Salle, como vimos al principio, le compra-ron el puesto real de miembro del “presidial”. Era un puesto que podía heredarse en la familia. Solo que el asunto no era tan sencillo. Había un impuesto de 3000 libras pagadero cuando el puesto se transmitía: la venta de cargos era uno de los grandes recursos que tenía la corona para conse-guir dinero. Estaba también abierto a un tercer partido hacer ofertas para un puesto vacante. El proceso ordinario era que la familia pagara a otra persona para que fuera a París y la sustituyera ante el Parlamento hasta que la familia hubiera decidido a quién ofrecer el puesto. También ver si esta persona estaba preparada tanto para pagar el impuesto como para pagar a Juan una suma convenida como un medio de recobrar lo que los padres de Luis habían pagado originalmente. El puesto fue finalmente obtenido por un primo de Juan mediante el pago de 6000 libras, lo cual era mucho menos de lo que se había pagado anteriormente. El joven Canónigo de La Salle nunca se imaginó a sí mismo atrapado en esta clase de negocio...

En sus cuentas bajo el título: gastos para cada uno de sus pupilos, él tiene 150 anotaciones que en muchos casos pueden cubrir varios artícu-los comprados en la misma ocasión. Como él mismo no era un menor, lamentablemente no sabemos lo que él personalmente gastaba y esto nos daría una idea de cómo vivía. Aunque por estar en el convento Rosa María

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perdía su estado civil, Juan le suministraba lo necesario en forma de pago dos veces al año. Pero él también atendía otras necesidades suyas. Él debió a menudo encontrarse con ella en el locutorio del convento, o ella pudo enviarle alguna nota por medio de un pariente. Todos la querían mucho y la llamaban Rosette. Entre abril y julio de 1672 Juan le envió un estuche para su navaja, hilo, uvas, dos tarros de mermelada y azúcar. En 1673 Juan pagó una suma a su tía María para que comprara a Rosa azúcar, naran-jas y corteza de naranja, una caja y frutas para guardar en ella. Esto era para el regalo de año nuevo que ella quería ofrecer a la comunidad. Otras compras incluían una pieza de fustán para hacerse una cama; a petición suya, Juan le compró libros; una vez ella compró un escritorio y Juan lo pagó. Otra vez fue un par de medias calientes para el invierno y una plan-cha para calentar la cama −un regalo útil en esos tiempos−. Finalmente, le proporcionaba una pequeña cantidad anual como dinero de bolsillo de una inversión de 30 libras. En cuanto a María, naturalmente ella recibía la parte del león en estos gastos menudos, pues era una joven distinguida que deseaba presentarse bien sociedad. Los gastos durante los siguientes cuatro años incluían el pago de un número de pares de calzado, un ves-tido para salir, algunas obras de filigrana para tafetán negro, un vestido negro y el pago de pañuelos bordados.

Jaime José había estado asistiendo al colegio desde 1669. Ahora Juan asumió la tarea de supervisar sus gastos: libros de texto y pensiones men-suales del colegio, zapatos y reparación (¡gastos que se repiten!). Desde 1675, cuando tenía dieciséis años, Juan le permitió más dinero de bolsillo a una edad en que debía observar la etiqueta social y también hacerse valer. Sabemos, sin embargo, que él pensaba entrar donde los Canónigos Regu-lares de San Agustín. El año siguiente, cuando debía presentar su examen final, hubo todo un desembolso para un nuevo traje, honorarios de exá-menes, grabado e impresión de 200 copias de su “tesis”, 20 sueldos (una libra) para el conserje del colegio, y 3 sueldos para el fabricante del tapiz como cuota de Jaime José para pagar el adorno del Salón del colegio con tapices para la ocasión. Juan Luis tenía ocho años cuando su padre murió. Entró al Colegio de los Niños Buenos en 1672, seis meses después de que su hermano mayor se había hecho cargo de él. Sus gastos eran semejantes a los de Jaime José durante los primeros años de colegio. Pedro tenía sola-mente seis años; se hace aquí mención de un gorro de lana para él, de un sombrero, zapatos y medias; desde octubre de 1675, los gastos ordinarios para su asistencia al colegio. En cuanto a Juan Remigio, solamente se se-ñalan pequeños gastos varios.

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Ejemplo de un proceso legal contra un vecino

Este es un caso en el que Juan se vio complicado en una disputa con un vecino por el daño de un techo. En 1675 él había invertido el dinero de la familia en la compra de una casa junto a la calle Santa Margarita, habitada por un cierto Menesson, tonelero, y su familia. Este Nicolás Me-nesson había sido inquilino de esta casa bajo el dueño anterior durante 18 años con su esposa y ahora tenía dos hijas, una de 17 años y otra de 15. La Salle mantuvo el arrendamiento por el precio usual. A un lado de la casa vivía una señora Jobart, con un muro de separación entre las dos casas. De igual manera, al otro lado estaba la casa de la esquina que pertenecía a Andrés Malot, tonelero y fabricante de vinagre. La casa de La Salle y la de la señora Jobart daban sus aleros a la calle, y la lluvia de sus tejados corría por el riachuelo común entre ellas y siempre desaguaba en el patio de Malot, situado detrás de las dos casas. Teniendo en cuenta el drenaje de la época, esto era parte de la vida. Pero en diciembre de 1676 el agua de lluvia empezó a invadir el patio de la señora Jobart. Alguien, sin consultar, había desviado el riachuelo. La señora Jobart llamó la atención de La Salle sobre esto y ambos pidieron al alguacil de Reims abrir una inspección ju-dicial contra un vecino. Esto se hizo el 13 de febrero de 167717. Los cuatro Menessons fueron llamados como testigos. Interrogados separadamente, ellos respondieron que el agua siempre había corrido al patio de Malot, y que dos meses atrás él había subido al techo de la casa de La Salle un día en que el inquilino Menesson estaba fuera de la ciudad. La esposa de Menesson regresó de compras, oyó un ruido y subió a la buhardilla, desde donde vio al señor Malot cortando un pedazo de madera. Cuando ella le reclamó él dijo: “No hago ningún daño. Además, si perjudico a alguien, lo repararé”. Pero unas tejas y unos listones se rompieron. La hija mayor testificó que lo había visto antes subir a la buhardilla. Él estuvo allí largo tiempo, luego bajó y le pidió “que fuera y pidiera en su casa unos clavos y le dijera a su hija que los trajera”. La hija menor también estaba presente y él les pidió a ambas, más bien burlonamente, que no lo dijeran a nadie, especialmente a la señora Jobart y al Canónigo de La Salle. Por supuesto, cuando su madre regresó de la ciudad, ellas le contaron.

Dos parejas, una de ellas vivía en una casa vecina, fueron llamadas. El esposo en ambos casos era un calderero, y ambas parejas habían compar-tido el inquilinato de la casa de Malot durante 16 y 17 años respectivamen-te, y solamente habían terminado su arriendo en 1675. Ambas testificaron que en su tiempo el agua caía en el terreno de Malot. Por último, Claudio Lallemant, constructor de techos, había trabajado en su oficio durante seis

17 El proceso completo se encuentra en Aroz, CL 32, pp. 144-149.

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meses en la casa de la señora Jobart, y era perfectamente claro que todo este tiempo el agua de lluvia había caído en el terreno de Malot. Cuando la señora Jobart se dio cuenta de que el agua caía en su campo ella lo había llamado, y él encontró que el riachuelo había sido desviado y reducido en quince pulgadas. Tenemos las minutas de la inspección judicial, pero no sabemos si el caso fue resuelto en la corte o fuera de ella.

Traspaso de su tutoría

Al principio de la cuenta que Juan tenía que presentar, él escribió: “El Fiduciario (él mismo), después de reconocer que había recibido y acep-tado esta tutoría siendo aún menor, que era demasiado pesada y que no podía atender a sus estudios y sus funciones en la Iglesia, se vio obligado a conseguir letras reales para ser relevado...” Esto pone de presente de qué manera los reyes Borbones habían centralizado la administración legal del Reino, pues Juan tenía que pedir al Gran Canciller, Guardián del Gran Sello de Francia, una primera autorización para avanzar. La referencia a su minoría de edad debe significar que él sintió su total inexperiencia (su sucesor fue un hombre de 65 años, versado en los negocios). Era inusual para un menor de edad ser tutor. La ley civil en aquel tiempo lo prohibía y la ley eclesiástica le prohibía a Juan como clérigo participar en la adminis-tración. Sin embargo, la ley consuetudinaria de Reims apoyaba siempre la elección de tutor que hacía un padre y en consideración a la naturaleza en-teramente familiar de la administración, el arzobispo fácilmente otorgaba una dispensa. Pero eso ponía una carga sobre un joven arrancado a la vida del seminario. Su padre, tal vez, no debió preguntárselo. Aún adolorido por la muerte de su esposa, sabiendo que Jaime José y Juan Luis [tenía apenas 7 años] pensaban en el sacerdocio, él pudo haber sentido profun-damente que su hijo mayor no llevaría el nombre de la familia. Tomar una decisión que significaba el fin de los estudios de Juan en San Sulpicio pudo haber sido una seña en tal dirección. Pero conocedor del afecto entre sus hijos, y contando con las naturales habilidades de Juan, era tal vez para él la mejor elección que podía hacer.

Juan comunicó las letras reales al fiscal procurador, quien llamó a sus parientes a una reunión el 9 de junio. Dieciséis se presentaron, aceptaron los argumentos de Juan y nombraron como sucesor a su tío abuelo por parte de madre, Nicolás Lespagnol, Contralor de la “Elección” de Reims, quien el 17 del mismo mes cumpliría 65 años. Rehusó la nominación, tal vez en atención a su edad, o porque tenía que administrar sus propios bie-nes. Sus objeciones fueron desestimadas por los demás y tuvo que aceptar. Juan, pues, acudió a la formalidad legal de convocarlo para que estuviera

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presente cuando él leyera su informe ante el alguacil del arzobispado du-cal de Reims. Igualmente convocó a su hermana María para que estuviera presente. La orden legal de rendir cuenta se conoció el 30 de julio, y esta obligación se cumplió el primer día libre, que no fue sino el 2 de octubre.

En preparación a este día, el contenido de los seis libros se dictó al es-cribano por el abogado de la familia, basado en la cuidadosa contabilidad de Juan durante cuatro años. Su libro diario, su diario, su caja menor, el libro mayor, el libro de inversiones, los soportes de donde se tomaba la declaración final, no se conocen. Muy probablemente él los destruyó en alguna ocasión. Él puso todo esto en borrador y llamó al abogado de la familia varias veces para que le ayudara a arreglar los asuntos. Cuando el escribano terminó los libros contables, Juan lo leyó todo, escribió algunas notas marginales o adiciones al texto, verificando una y otra vez los totales en el margen. Sin embargo, el Hermano Aroz detectó ¡73 errores de cálcu-lo! La aritmética, que él no había enseñado, no era según parece, el punto fuerte de Juan. Pero tampoco debió haber sido el de los que revisaron y aceptaron este informe.

Además de la ganancia permanente en habilidades administrativas y sagacidad en elaborar futuros contratos relativos a las escuelas, ¡qué ri-queza de experiencias buenas y malas debió haberle producido su tutoría en términos de relaciones con otras personas! También aprendió a encon-trar a Dios en medio de estas actividades absorbentes. Uno de los pensa-mientos claves de La Salle, que él transmitió a su comunidad, fue:

No hagan diferencia entre los deberes de su profesión y los que se refieren a su salvación y perfección. Estén convencidos de que nun-ca realizarán con más seguridad su salvación, ni adquirirán mayor perfección que cumpliendo bien los deberes de su estado, con tal de que los hagan con el fin de obedecer a Dios18.

EL CANÓNIGO DE LA SALLE ASEGURA LA PERMANENCIA DE LA OBRA DE ROLAND

Si echamos una mirada a las varias etapas de la vida de La Salle duran-te el periodo de 1672 a mediados de 1676, estas aparecerán cargadas de emociones, muy activas y muy formadoras para el joven canónigo, cuya vida hasta ahora había sido protegida. De aquí en adelante la elaboración de las cuentas lo mantuvo ocupado hasta octubre. Tuvo que interrumpir-las para atender a todo lo relacionado con Jaime José quien se preparaba para recibir en julio su título de maestro en artes y para asistir a la ceremo-

18 En su Colección de Trataditos. Tomado del jesuita Julián Hayneufve. Ver CL 16, p. 58.

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nia. Pronto tuvo que pensar en los preparativos y fiestas de despedida de sus hermanos que en octubre salían para París [La “Cronología lasaliana” —Lasalliana, n.° 31— hace ingresar a Jaime José en el noviciado de los agustinos solamente en 1677. Nota de un revisor]. Esto representaba otra pena y otro vacío en la casa para él y para sus dos hermanos restantes. Después de octubre pudo pensar en un tiempo más tranquilo para estu-diar y prepararse al sacerdocio, pero de hecho tuvo libertad para empren-der una tarea muy importante, muy significativa para la obra principal a que Dios lo llamaría poco después. Así fue como sucedió.

El Canónigo Roland busca las letras patentes para su comunidad

A principios de 1677 se dejó un importante legado a las Hermanas del Santísimo Niño Jesús de Reims, como se llamaba la comunidad de Roland, para su orfanato. La Oficina de Caridad se opuso alegando que la comuni-dad, como no tenía letras patentes, no existía legalmente y no podía recibir el legado. En consecuencia la Oficina se apropió de él. El asunto fue llevado a la corte y el juez del caso, un funcionario del arzobispo como señor feu-dal, adjudicó la mitad del legado a cada contrincante. Esto evidentemente era injusto, pero no habría sucedido de tener las Hermanas una situación legal. Era evidente que para evitar en lo futuro pérdidas de esta naturaleza debían obtenerse las letras patentes. Pero la posibilidad iba a chocar con la averiguación que se haría, pues la Oficina de Caridad y el Consejo podrían afirmar que ya había suficientes hospicios y comunidades religiosas en la ciudad. Roland y las Hermanas acordaron, pues, que si la obra debía ce-rrarse, los dineros y los legados hechos a favor del orfanato irían al Concejo Municipal, pero que las donaciones hechas a las Hermanas como comuni-dad para su sostenimiento irían a las Misiones Extranjeras de París —una señal de la naturaleza evangélica de la obra de Roland—.

Remigio Favreau participó en este acuerdo. Él había salido mal librado en el incidente de la canonjía de La Salle; de hecho estaba muy compro-metido en la renovación de la Iglesia, y tenía mucho aprecio por lo que Roland hacía. Tanto, que generosamente vendió varias propiedades que poseía dentro y fuera de Reims y entregó el producto a la nueva comuni-dad para atender a la seguridad financiera, la cual debía demostrarse para obtener las letras patentes. Él estipuló que si no se otorgaba un estado le-gal a las Hermanas y ellas no eran autorizadas para continuar en Reims, el dinero que él había dado debería emplearse por ellas para fundar escuelas en otra parte; y si el nuevo Instituto desaparecía, el dinero debería ir a las Misiones Extranjeras.

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Las dilatadas negociaciones iban a agotar a Roland. El 3 de marzo se hicieron los primeros contactos en la corte para obtener las cartas que or-denarían al procurador del rey en Reims, al alcalde y al concejo municipal, a los párrocos de Reims y a los superiores de las casas religiosas reunirse en presencia del lugarteniente general de la ciudad y, después de un de-bate, publicar una declaración sobre la conveniencia o no de otorgar fun-dación legal a la comunidad de las Hermanas del Santísimo Niño Jesús. Nada sucedió. Al final de noviembre Roland fue a París, con la esperanza de obtener apoyo de la Cancillería. Allí permaneció durante meses. De regreso a Reims escribió varias cartas en busca de apoyo que no tuvieron respuesta. La Corporación sencillamente se estancó.

La Salle celebra su primera Misa

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El Canónigo de La Salle licenciado. Su ordenación sacerdotal

Durante este tiempo, a finales de 1677, el Canónigo de La Salle presen-taba su examen para la licenciatura en teología. Tenía que defender públi-camente dos tesis ante tres doctores. Su veredicto, que debía ser unánime esta vez, dependía en parte de si la audiencia, que tenía el derecho de participar en la discusión, respondía con entusiasmo o con hastío al ora-dor. Juan recibió un veredicto unánime. Al principio de enero de 1678, se dirigió una invitación al Capítulo de la Catedral, al presidial, a la Corpo-ración y a otros cuerpos para la ceremonia del otorgamiento de la licencia-tura que tendría lugar el 26 de enero a la una de la tarde en el salón de San Patricio. Los otros cuatro estudiantes que habían empezado el curso con La Salle dos años antes habían aprobado todos. La ceremonia consistía en un elogio en latín, en una alocución de tres partes hecha por el profesor de filosofía. Luego el Canciller anunciaba la fecha en que los doctores de la facultad otorgarían el grado definitivamente a los cinco candidatos. Las balotas secretas se colocaban en una urna que tenía cerraduras. Se abría por el Canciller, el Decano y el Síndico; cada uno abría una cerradura en presencia de dos doctores y luego se contaban los votos. Ordinariamente los resultados no se promulgaban hasta el martes de carnaval, que ese año cayó el 22 de febrero. No sabemos qué puesto ocupó La Salle, pero parece que no fue el primero. Tenía competidores muy inteligentes y él también tuvo que hacer peticiones a su tiempo que los otros no tuvieron que hacer. Ahora todos tenían el derecho de enseñar teología.

En general, Juan disponía de su tiempo desde finales de diciembre para dedicarse más a orar y pensaba en su próxima ordenación. El sábado santo, 9 de abril, cuando aún no había cumplido los veintisiete años, fue ordenado sacerdote en el palacio arzobispal por Le Tellier. Al día siguiente dijo la pri-mera misa en presencia de sus parientes más próximos en una capilla lateral de la catedral. La tradición dice que era la capilla de Nuestra Señora. Como era domingo de Pascua, con la misa mayor y otras misas que se celebraban en la mañana, tenía que ser una ceremonia muy discreta, algo que él habría preferido para concentrarse mejor en el santo sacrificio. Este era el día para el cual se había preparado desde que experimentó el primer llamamiento en la niñez y que tantos le habían ayudado a apreciar. Fue siempre un sacerdote modelo, dispuesto a servir a la Iglesia en su renovación. Pero no estaba claro, como hemos visto, cómo realizaría su vida sacerdotal. Él esperaba, abierto al futuro, con la persuasión de que sería dentro de su círculo burgués. En esta apertura, el Espíritu Santo empezó a trabajar mediante relaciones nuevas y acontecimientos ordinarios. No habían pasado quince días de su ordenación cuando, aun sin conocerla, empezó la dirección del Espíritu Santo.

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El Canónigo de La Salle ejecutor testamentario de Roland

Todavía en París, en marzo, Roland había obtenido la seguridad de que las deseadas cartas serían enviadas a Reims. En consecuencia él escribió a las autoridades de Reims para notificarles. Las actitudes estaban dividi-das, y el alcalde tuvo una reunión con el concejo municipal el 7 de marzo para tratar el asunto. Delegó a cuatro de sus miembros para que formaran un comité —otra manera de posponer la decisión— y definir la situación. Pasó un mes y nada sucedió. Roland escribió a su tía la Consejera Roland (así llamada porque su esposo era Consejero): “Toda la intención de estos caballeros (del Concejo) y también la del reverendo Chantre, no es otra que demorar las cosas”. Él regresó a Reims el 14 de abril, una semana des-pués de la ordenación de La Salle, y entregó un memorando a este comité. El 19 se acordó esperar la llegada de las cartas, en otras palabras, de nuevo se estancaron.

Pero Roland estaba agotado. Cayó enfermo el mismo día y poco des-pués, dándose cuenta de la gravedad de su estado, hizo llamar a La Salle y a otro amigo íntimo, el diácono Rogier, y les pidió que fueran sus tes-tamentarios en relación con su obra. Hizo su testamento el 24 y confió a su joven amigo un largo documento en que fijaba sus intenciones. Pudo haber incluido una copia de las constituciones que redactó para las Her-manas. Roland murió el miércoles 27 de abril cuando solo tenía 35 años. Se había quemado al servicio de la Iglesia y de los pobres. Murió sin haber visto establecida su obra, pero sereno con la seguridad de que su amigo el Canónigo de La Salle estaba totalmente de acuerdo con sus ideas y que tenía la influencia y habilidad de lograr la supervivencia de su fundación. Juan había perdido un amigo y un consejero.

El arzobispo Le Tellier, al enterarse de la muerte de Roland y de sus disposiciones, pidió a los albaceas una copia de su testamento “de manera que yo pueda saber lo que determinó sobre la comunidad que él quería fundar y establecer en Reims bajo mi autoridad”. Él era conocedor de los planes de Roland mucho antes que La Salle y Rogier y quería mantener el asunto en sus manos. Estableció a Rogier como teólogo del Capítulo en lugar de Roland y confirmó que La Salle sería el único negociador con el Concejo de la Ciudad; luego notificó a la corte real que estaba a favor de la obra. Como era el hermano de Louvois, en el término de una semana obtuvo las letras con fecha del 9 de mayo; las entregó personalmente al alcalde Cocquebert el 23. Hubo un acuerdo general en el Concejo. Su co-mité de cuatro pidió al arzobispo que examinara las constituciones que Roland le había entregado; ellos objetaron la disposición que Roland y Favreau habían hecho en caso de que la obra fracasara: que ciertas sumas

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invertidas deberían beneficiar a entidades o lugares fuera de Reims. Este era el escollo.

La Salle buscó a Favreau, a la madre de Roland y a otros benefactores que habían proporcionado el capital inicial de fundación y sugirieron ha-cer los cambios necesarios sobre la destinación de estas sumas. La mitad iría a quienquiera que se encargara de los huérfanos (probablemente a la Oficina de Caridad) y la otra mitad a las obras de caridad de Reims indica-das por el arzobispo. Como el propósito de la modificación era facilitar la obtención de las letras patentes, las cuales parecían ahora aseguradas por el apoyo de Le Tellier, era simplemente un cambio de papel que agradó a todos y cambió la atmósfera. Los benefactores estuvieron de acuerdo, reconocieron la sagacidad de La Salle y la forma legal se determinó el 28 de mayo.

Pero el Concejo aún no tenía prisa, y el 19 de julio Le Tellier escribió desde París manifestando su disgusto. El Concejo le envió una delega-ción para definir los asuntos; entretanto La Salle y Rogier acordaron con el Concejo las condiciones para el establecimiento del nuevo Instituto. La delegación regresó de París el 8 de agosto, la cual, teniendo en cuenta las comunicaciones y los tiempos de viaje, por fin muestra diligencia. Llevó las constituciones de la nueva congregación firmadas por Le Tellier. La reunión definitiva entre el Comité y los albaceas tuvo lugar bajo la presi-dencia de Juan Béguin, lugarteniente real de la jurisdicción, el 11 de agosto de 1678.

La Salle y Rogier recalcaron, entre otras cosas, que en las cuatro es-cuelas se atendía a mil niñas, que el número de Hermanas para cuidar de estas y de los huérfanos estaría entre veinte y treinta; que ellas cuidaban huérfanos entre tres y ocho años y que su número estaba limitado a treinta. La decisión del Comité fue a su favor. Ellos reconocieron que se prestaba un verdadero servicio a la ciudad por “la comunidad de hermanas laicas bajo el nombre del Santísimo Niño Jesús, para instruir (en la religión) a las niñas pobres, educarlas en el temor de Dios y enseñarles a leer y escribir”. Lo que ellos más apreciaban era que el orden había llegado a la población y que nada le costaba a la ciudad.

Al día siguiente La Salle tuvo que reunirse con los párrocos y con los superiores religiosos de la ciudad bajo la presidencia del alcalde para oír sus puntos de vista. Él leyó los puntos acordados por el Comité del Con-cejo, pero, muy inteligentemente introdujo una adición. El día anterior él había mencionado la edad mínima y máxima de los huérfanos, pero no la de las alumnas de la escuela. Él supo que el Concejo pensaba en un límite máximo de nueve años, esperando ponerlas a trabajar después de esta edad y considerando como ociosas a las que permanecían por más tiempo. Pero Roland había tenido una visión de ‘misionero’ y quería que su co-

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munidad tuviera la libertad de conservar a las niñas por más tiempo y de llevar a la casa de la comunidad a las niñas mayores y hasta a mujeres para enseñarles a leer y escribir, el catecismo, la piedad y las buenas costum-bres. Todo este cuadro fue el que La Salle mostró, el que quiso que fuera aprobado por la reunión y lo consiguió. Su obra aún no había terminado. Ahora tenía que definir con la Oficina de Caridad la línea divisoria entre lo que sería su responsabilidad y la de las Hermanas:

1. Los huérfanos menores de tres años permanecerían bajo la respon-sabilidad del Hospital General.

2. De 3 a 8 años, las Hermanas los recibirían en cuanto lo permitiera el espacio (de hecho hasta 30).

3. En su octavo año los huérfanos estarían a cargo del Hospicio Gene-ral o de una institución apropiada.

4. Todo lo que se recolectaba para los huérfanos pertenecía a la Comu-nidad, no a la Oficina de Caridad. Si la Comunidad se retirara, la mitad de los fondos irían a obras caritativas indicadas por el arzo-bispo, y la otra mitad a los encargados de los treinta huérfanos.

El resultado claro fue que La Salle y Rogier, liderando la causa de las Hermanas y el papel del arzobispo, habían independizado el orfanato y las escuelas del control de la Oficina de Caridad y también del Concejo Municipal, y los pusieron más del lado del arzobispo como protector ge-neral en caso de conflicto. Juan había aprendido algo acerca de burocracia, del amor del poder y de las miras estrechas; él pudo ver que la obra de Roland, dar instrucción religiosa a los niños y levantar a los caídos, era una obra de renovación de la Iglesia y que dependía del arzobispo. La experiencia le ayudó en el futuro.

El arzobispo estaba cerca de obtener las dilatadas letras patentes. Él no tenía dificultad. Llegaron en febrero y fueron registradas por el Parlamento a expensas suyas el 17 de febrero de 1679. El arzobispo las entregó al Ca-nónigo de La Salle, quien las dio a la Superiora de las Hermanas, Francisca Duval. Su tarea inmediata como albacea de Roland había tenido éxito. En la memoria del Canónigo Roland escrita por su tía (una Beuvelet), esposa del consejero Gerardo Roland, ella escribe: “Esta comunidad debe sus orígenes al Canónigo Roland, su progreso a los esmerados esfuerzos del Canónigo de La Salle, y su estabilidad a Monseñor Le Tellier”. Ahora las Herma-nas escogieron a su superior eclesiástico y obtuvieron su aprobación por el arzobispo. Fue Guillermo Rogier, hermano de Nicolás, quien tenía 35 años, edad requerida por las constituciones de las Hermanas para ejercer este oficio. La Salle siguió siendo un amigo y bienvenido consejero de las Hermanas, a menudo reemplazó a Rogier, quien era párroco en Mouzon,

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a unas sesenta millas al noreste. Juan había prestado brillantemente un inmenso servicio a la congregación de Roland. Toda la experiencia de su tutoría produjo su fruto. Y de nuevo aprendió mucho acerca del pueblo.

Tomemos, por ejemplo, el encuentro que tuvo seis meses antes con los párrocos y superiores de las comunidades religiosas. Le había enseñado algo sobre hasta dónde se podía contar con estas personas cuando se tra-taba de tomar una decisión. Con su natural perspicacia él había observado rápidamente las reacciones de cada uno. El Rector del Colegio de los jesui-tas estaba enfermo en el momento, pero fue el 22 de agosto para asegurar-le al alcalde su apoyo. Juan pudo ver que sus profesores de teología, sus colegas del Capítulo, la mayor parte de los párrocos y los diversos priores no tenían por ninguna parte entre sus miras las escuelas para los pobres. Pero observó la comprensión de parte de Claudio Bretagne, prior de San Remigio. Entre los párrocos, cuatro estuvieron de su parte, pero observó a uno a quien no apreciaban sus superiores eclesiásticos y por consiguiente no lograría mucho con ellos cuando tuviera necesidad de autorizaciones. Otro era sobrino de un empleado del obispo y fácilmente estaría de acuer-do con sus intenciones. Otro era un buen hombre pero incapaz de hacerle frente a nadie. Y finalmente estaba Nicolás Dorigny, párroco de San Mau-ricio, quien favorecía a los pobres de su parroquia y sabía defender sus derechos. Un mes después de que fueron otorgadas las letras patentes la perspicacia de Juan fue de mucha utilidad.

Administrador temporal de la comunidad de las Hermanas

El trabajo de Juan para las Hermanas del Santísimo Niño Jesús no ha-bía terminado. Durante dos años y medio, desde la muerte de Roland hasta agosto de 1680, él se ocupó de la administración temporal de su comunidad como testamentario de Roland. Todo el trabajo que había rea-lizado con su propia familia le fue de provecho. Por ejemplo, antes de su entrada dos de las Hermanas tenían un tutor legal. A su entrada, su tutor tuvo que hacer una declaración de las cuentas similar a la de Juan, quien la examinó y la aprobó. Una tarea más larga fue hacer el inventario de todas las casas, tierras, fondos o legados concedidos a la Comunidad y de las rentas debidas por alquiler o por inversiones. Era necesario demostrar al Concejo que el trabajo de las Hermanas era financieramente seguro para obtener su aprobación. Como Roland murió antes de poder ocuparse de su obra, La Salle elaboró y firmó el inventario. Trabajó en esto hasta el 31 de octubre de 1679, cuando él mismo empezó a verse atrapado en el tra-bajo de las escuelas para los pobres. Esto significaba entenderse con todos

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los papeles y cuentas importantes, sacar los intereses corrientes y deudas atrasadas e invertir los dineros líquidos. El resultado fue un cuaderno de diez páginas de 34,5 por 27,5 cm escritas con nitidez y regularidad por el mismo La Salle, con gráficos que indicaban las sumas de capital y los intereses escritos en el margen. Ese documento está ahora en los archivos de la ciudad de Reims. Juan, ahora acostumbrado a ese trabajo, invirtió la mayor parte de los bienes líquidos y empleó parte del dinero restante para comprarles una casa a las Hermanas, renovó el alquiler de otras de sus casas y les vendió una parte de sus propios terrenos de labranza.

Tenemos otro documento autógrafo suyo que presenta su contabilidad de las Hermanas. En agosto de 1679 elaboró un informe de los bienes que pertenecían a las Hermanas y de sus entradas. Consta de dos páginas de letra pequeña y clara, de meticulosa caligrafía. Durante varios años el Ca-nónigo de La Salle celebró misa en la capilla de las Hermanas. Ellas le proporcionaron los ornamentos de Roland: todavía se guardan en su casa de Reims, un doble recuerdo de dos fundadores.

El Canónigo de La Salle y el legado espiritual de Roland

Examinando los escritos de su amigo, La Salle experimentó el valor de sus enseñanzas, muchas de las cuales, aunque modificadas y ampliadas, transmitió a sus Hermanos. El Canónigo Roland dejó tras sí un material muy variado. Había una lista de las principales reglas seguidas por las Hermanas que La Salle tenía que leer y firmar, y como testamentario ver que se cumplieran. La comunidad, dicen estas reglas, es un instituto se-cular; en esa época quería decir que no era una comunidad “regular”, de clausura y con votos solemnes —la única forma de vida considerada como “religiosa” en la Ley Canónica del momento— compuesta de personas que vivían en comunidad pero “en el mundo”.

Además de una copia de las prescripciones diarias, el Canónigo de La Salle recibió una copia de las Constituciones escritas hacia 1678. No fueron aprobadas por Le Tellier sino en 1683, y él pudo haberlas modificado. Para entonces, La Salle ya estaba viviendo con un grupo de maestros pobres. Él habría estudiado estas constituciones para ver qué ayuda le podían pres-tar. De hecho, no las aceptó ni las adoptó: su trabajo exigía espíritu y direc-tivas propias. Pero debió conocer la mentalidad de Roland bastante bien para reconocer cambios en las constituciones originales con las que estaba familiarizado que no representaban la idea de Roland. La Salle nunca bus-có la aprobación de Le Tellier, ni la de ningún otro obispo para la regla de su comunidad. Nunca empleó una terminología que pudiera indicar

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la existencia de una comunidad religiosa en el sentido de requerir que el obispo le nombrara un superior eclesiástico y examinara sus reglas. Él vio en el caso de Roland que esta nueva creación era una institución dioce-sana, mientras consideró su propia obra como algo que respondía a una necesidad de la Iglesia en general.

Boda de María de La Salle19

Una vez libre de la tarea de ayudar a conseguir las letras patentes para las Hermanas de Roland, el Canónigo de La Salle se propuso avanzar en su doctorado en teología, lo cual requería ciertas formalidades pero no más tiempo de estudio. Pudo haberlo solicitado a mediados de 1678 in-mediatamente después de su ordenación, pero lo impidió su nueva res-ponsabilidad con su amigo difunto. Se proponía después de su doctorado hacerse cargo nuevamente de la tutoría de su familia. Entretanto tuvo la dicha de asistir al matrimonio de su hermana. El 20 de marzo de este año, María de La Salle, de 25 años de edad, contrajo matrimonio con Juan Mai-llefer de 27. Fue una pareja socialmente deseable pero en realidad, como Juan lo contaría más tarde, estaban enamorados uno de otro. Juan vivió hasta 1718 y fue así casi un contemporáneo de su cuñado Juan Bautista de La Salle, de quien ya era primo lejano por matrimonio. El Canónigo de La Salle, por supuesto, estuvo presente en la boda y firmó como testigo con otros tres. Es extraño que, aunque estaba ordenado, era canónigo y her-mano de la novia, no fue autorizado a presidir la ceremonia. En la comida que siguió hubo solamente cuatro platos “en atención a la Cuaresma”.

Probablemente después de esto, Juan Remigio regresó a su propia casa para unirse con sus tres hermanos. No tenía aún nueve años; es probable que a menudo visitara a su abuela o a su hermana. María y Juan habían es-tablecido su residencia en el n.° 40 de la calle de la Universidad, bajo el sig-no del Águila de plata. De los diez hijos de su matrimonio, cinco niños y cinco niñas, cuatro murieron jóvenes y otro al nacer. De los tres niños que sobrevivieron, dos se hicieron monjes en el convento de San Remigio, y el otro fue canónigo de la colegiata de San Sinforiano y doctor en teología. María fue una hermosa y distinguida mujer, siempre alegre y animadora. Usaba solamente vestidos de lana en vez de las sedas y terciopelos que a menudo usaban las de su clase; era hábil y activa con sus manos. Acom-pañó a sus hijos en sus estudios y por las tardes gastaba mucho tiempo haciéndoles recitar sus lecciones. Enseñó griego al mayor. Era un modelo de mujer: manifestaba amor y delicadeza, y compartió todos los proyectos

19 Aroz, CL 27, pp. 10-12; 34-37; CL 42 (1), p. 196.

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y pesares de su esposo. Tenemos todos estos detalles de su esposo, porque cuando ella murió el 23 de marzo de 1711 quedó abrumado por el dolor. Durante cuatro meses luchó con su pérdida, animado de fe, y para aliviar su pena escribió las memorias de su esposa. Este Juan Maillefer fue un co-merciante al por mayor de vestidos, un infatigable viajero que llegó a ser juez y regidor de su nativa ciudad, entre otros puestos de servicio público. Amó a sus hijos y les permitió seguir su llamado a la vida religiosa. Una hija entró al convento de San Pedro, pero más tarde se retiró y contrajo matrimonio en 1714. La otra hija sobreviviente permaneció soltera.

El primer hijo de María nació el 6 de diciembre de 1679. Su hermano Juan ciertamente vendría para celebrar, pero el niño murió. El sobrevi-viente más antiguo es el tercer Juan Maillefer (Juan Francisco) en nuestra historia, a quien ella enseñó latín y griego. Ella esperaba que él fuera sa-cerdote, como efectivamente lo fue, y más tarde fue rector de la Universi-dad. Era profundamente espiritual y se preocupaba por los pobres, pero en 1715 rehusó aceptar la bula Unigenitus y fue excluido de las reuniones del cuerpo docente por cartas secretas en 1723, y murió ese mismo año. Francisco Elías nació en 1684, entró con los benedictinos en 1702 y fue en-viado en 1723 a Reims, donde permaneció hasta su muerte en 1761. Fue un gran intelectual y a causa de su hermosa voz dirigió el coro de los monjes durante varios años. Fue nombrado bibliotecario y en 1723 escribió, como hemos visto, una vida de su tío, Juan Bautista de La Salle, la que nunca se publicó. Escribió una versión modificada en 1740. El primer manuscrito parece haberse perdido, aunque existe una copia de él; el segundo escapó al incendio de 1774 que destruyó la mayor parte de la biblioteca. Su narra-ción es “sobria, objetiva, sin rellenos, fácil de leer”, pero modificó algunos de los datos que se le dieron para ajustarse a sus miras jansenistas, como él mismo lo admitió: “Consideré un deber suprimir ciertas intrigas secretas que el interés personal había deslizado, para salvar la reputación de cier-tas personas de mérito (él quiere decir jansenistas) que, por razones que no es necesario ahondar, causaron dolor al Señor de La Salle20”.

LA SALLE: EL HOMBRE Y SU PERSONALIDAD

Entre la concesión de las letras patentes a las Hermanas de Roland y el primero de una serie de acontecimientos que iban a cambiar su vida, Juan Bautista de La Salle no tenía todavía 28 años. Tal vez es el momento pro-picio de mostrar qué clase de hombre era. El Canónigo Blain nos advierte al principio de su biografía21 que tenemos poco material escrito para tratar

20 CL 6, p. 15.21 Blain I, p. 112.

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sobre la personalidad de La Salle. Sus directores espirituales, que podrían haberse sentido libres después de su muerte para hablar de su virtud, habían muerto todos antes de él: Barré, Callou, Tronson, Roland, Baüyn, Baudrand... Nada tenemos de su mano “sobre cómo hacía oración mental, ni en sus comunicaciones con Dios, ni sobre los favores de la gracia que recibió”. Ni, tenemos que añadir, sobre las crisis que atravesó y cómo las superó. “No se sabe que haya hecho la menor revelación personal a otros”. Aunque, en realidad, una o dos han llegado hasta nosotros. Es peligroso, pues, escribir sobre qué clase de persona era realmente; es fácil acomodar-lo en un modelo preconcebido de santidad o psicológico.

Las memorias que los Hermanos escribieron sobre él después de su muerte reflejan al hombre que ellos vieron hacia el final de su vida, como al fundador amado y venerado, y no es fácil saber lo que era a los veintio-cho años en vísperas de su gran cambio. Tenemos que contentamos con informes insuficientes, algunos de los cuales comprenden toda su vida.

Retrato físico y psicológico

De sus primeros biógrafos tenemos un breve retrato físico de La Salle y un intento de describir sus cualidades de mente y de corazón22. Era de estatura ligeramente más de lo ordinario, bien proporcionado, delgado de talle. Tenía un cabello rizado, de color castaño, sobre una amplia frente, grandes y vivaces ojos azules; con los años su cabello se tomó gris y le daba un aspecto venerable. Su nariz era grande y fina, sin ser aguileña. El rostro era vivo, de color algo rosado, más tarde bronceado a causa de sus numerosos viajes. Su voz era siempre firme y clara. Era cortés, culto en su conversación, generoso y de buen corazón. Este aspecto de su carácter fue, según parece, el que la gente más recordó. Su sobrino, Dom Elías Mai-llefer, escribe: “Tenía una presencia sin pretensiones; su amabilidad y su preocupación por la gente era tierna y compasiva. Su conversación era agradable y cortés. Su conversación era animada, sociable y de un proce-der que no ofendía a nadie”. Era un caballero. Con sus rasgos atractivos y hermosos, y su pulcritud, se presentaba muy bien.

Tenemos menor claridad sobre su carácter mental y sus dotes de per-sonalidad. Juzgando por su posición entre sus compañeros del colegio y por la firme claridad de sus escritos, tenía una inteligencia por encima de lo común. Una vez hizo la observación de que le bastaba oír a una persona media docena de palabras para saber qué clase de persona era. Era rápido y agudo de pensamiento, abierto a las ideas de los demás. Su capacidad de percepción le ayudó más tarde, cuando había cruzado la gran brecha social

22 Maillefer, pp. 258-259; Blain II, p. 177.

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urbana, para ver que la masa de los moradores más pobres era impotente, estaba privada de los derechos civiles y dónde se encontraban los remedios.

Tenía su manera de pensar. Maillefer dice que “era por naturaleza firme e intrépido, decidía con reflexión y sostenía lo que consideraba estar de acuer-do con la voluntad de Dios; siempre listo para emprender las cosas más difí-ciles por su gloria”. “Era por naturaleza suave y firme”, dice Blain, “animado y activo sin apresurar las cosas, no cedía cobardemente”. En las discusiones se mostraba seguro de sí mismo y no cedía si estaba seguro de sus razones y no encontraba una buena réplica. Con la mayor cortesía insistía para que sus puntos de vista fueran aceptados. Algunos lo llamaban obstinado.

Algunos decían que había sido delicado en la niñez, pero en realidad tenía gran vigor como lo mostró por su resistencia para hacer largos viajes a pie, su mortificación y el enorme trabajo que emprendió por su Instituto, La observación refleja tal vez en él una gran sensibilidad emotiva. Pudo haber sido un tipo sanguíneo, rápidamente conquistado por la perspecti-va de algo digno de emprender. Se entusiasmaba ante un desafío que po-nía a prueba sus dotes de organización y su ánimo de obrar con indepen-dencia si era necesario. Y al contrario, el fracaso o la demora lo deprimían y desalentaban. Como era muy observador de las actitudes y reacciones de las personas, estaba muy al tanto de la buena y de la mala opinión, y era muy sensible a ellas; como amaba mucho a su familia, sentía mucho la oposición y las críticas que se levantaban contra él con motivo de sus grandes decisiones. Ciertamente en estas ocasiones se hallaba indeciso y perplejo23. Pero una vez que se había decidido, se sostenía en ello. Por me-dio del consejo, no para evadir una decisión sino para confirmarla cuando era la voluntad de Dios, mediante la oración y la entera docilidad al Espí-ritu Santo, la toma de una decisión significaba pasos hacia delante en su camino de fe y en la obra a que estaba llamado.

De manera semejante también se puso al trabajo a pesar de sus limita-ciones. Tenía que luchar como todos nosotros para mantener equilibradas sus emociones y sus reacciones bajo control. Lo hizo hasta el punto que logró una serenidad que los demás consideraban como parte de su na-turaleza. Pero parece que sentía profundamente los fracasos y traiciones, lo mismo que a menudo la incapacidad de sus Hermanos para compartir completamente su comprensión de lo que implicaba esta obra de Dios. Una cualidad que los Hermanos de Ruan hicieron resaltar en su declara-ción de 1721 fue su compasión. Su natural afabilidad y su cuidado por sus hermanos y hermanas se transformó por la gracia en un gran amor por los pobres y en una determinación práctica de toda su vida para satisfacer sus necesidades. Pero esto es mirando más allá de 1679.

23 Blain I, por ejemplo pp. 171, 176, 182, 188-189, 195-196.

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Señales del crecimiento espiritual desde su regreso de San Sulpicio

En este punto de la historia, el Hermano Bernardo y después de él el Canónigo Blain, tratan de damos una idea del progreso espiritual del Canónigo de La Salle. Ellos señalan algunos hechos del periodo y Blain puede citar de sus parientes24. Después de su estadía en San Sulpicio su adopción de los ideales defendidos por el grupo reformista, inevitable-mente hizo de sus actitudes y estilo de vida algo como un contraste con el Catolicismo tradicional de la burguesía. Hemos visto que el joven Juan de La Salle se vestía de manera muy particular.

Algunas personas encontraban algo que decir sobre su afectación; y una de ellas llegó a decirle que la sociedad lo consideraba como un hombre que iba demasiado lejos en el vestido y que parecía muy lleno de sí mismo. Nuestro virtuoso canónigo aprovechó tanto de esta crítica que empezó desde entonces a descuidar su presentación, sin permitir sin embargo nada en sí mismo que pareciera inconve-niente. En adelante dejó ver qué poco apegado estaba a vestirse fina y demasiado correctamente, pues se lo vio usar la misma clase de vestidos que usaban los Hermanos de su Instituto y zapatos de la más áspera hechura, como los de los campesinos y carreteros25.

Hemos observado que tenía un sueño pesado y no estaba acostumbra-do a que le señalaran la hora de levantarse ni a tener horas muy regulares. El Canónigo de La Salle aprendió en San Sulpicio el valor del orden en la vida personal como un requisito que le permitiera el tiempo para una ora-ción seria y trabajo pastoral más efectivo. “Muy joven como era entonces”, escribe Blain26, “empezó a mirar el sueño como un obstáculo para su per-fección”. “Diremos”, dice el Hermano Bernardo, “lo que hizo para vencer el sueño, que él mismo admitía era su mayor enemigo porque era la razón de no estar a tiempo para los Maitines, pues él se había despertado varias veces pero en vano; pues siempre se dormía de nuevo contra su volun-tad, una cosa que lo afligía”. “Y así”, añade Blain, “ordenó a su criado que viniera cada mañana a despertado a la hora indicada y obligarlo por su insistencia a abrir los ojos y ganar sobre sí mismo la primera victoria del día”. El Hermano Bernardo añade que “tuvo que combatir hasta su muerte a este enemigo que, sin embargo, es tan necesario a la naturaleza para recuperar la fuerza perdida durante el día. Y los esfuerzos que hizo para combatirlo no fueron inútiles, puesto que más tarde muchas veces

24 Por ejemplo I, p. 228.25 Bernard, CL 4, pp. 14-19.26 pp. 144-145.

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pasó toda la noche atendiendo los asuntos de su Instituto o componiendo libros”. Esta primera victoria lo llevó a otra: mantenerse despierto durante el tiempo de la diaria meditación de la mañana, cuando la somnolencia lo dominaba y cerraba los ojos. Él tomó medios fuertes. “Cuando quería prevenir el dormirse durante la oración mental colocaba un guijarro en el reclinatorio en que se arrodillaba, de tal manera que cuando se dormía, su barbilla caía sobre el guijarro y le causaba un dolor agudo27”.

La Salle adquirió tal aprecio del valor de una vida ordenada que se lo cita más tarde como una de sus características. Esto no es lo mismo que una mentalidad de horario, una conformidad por sí misma. Consideró para sí mismo, para sus primeros maestros y para el progreso en la escue-la que el orden externo es necesario para tener la libertad de ser creativo. Empezando su día con la puntual asistencia al Oficio divino en la catedral, se daba a sí mismo tiempos precisos para las comidas y para la lectura espiritual. Ciertamente necesitaba orden para hacer frente a sus obligacio-nes de tutoría. Parece que dejaba un tiempo razonable para la vida social, porque fue solamente más tarde cuando sus amigos le reprocharon el no estar disponible.

Establecer un horario en la casa significaba que los hermanos menores tenían que cumplir. Como tenían que ir al colegio, debieron apreciar esto. De todas maneras, Juan como su tutor vio en ello una mejora en sus vidas. Hasta hacía leer algún libro espiritual en las comidas —se supone que solamente una parte de ellas—. No conocemos el impacto preciso de esto, pero esta clase de horarios era normal en las instituciones —seminarios, hospitales, hospicios— y muchas personas piadosas aceptaban este géne-ro de vida. Los libros estaban menos a la mano que ahora. Blain, además, nos dice que, gracias a sus maneras afables con los hermanos, ellos no tu-vieron dificultad en aceptar el cambio. Con instrumentos musicales en la casa, un jardín para el descanso y el carácter sociable de Juan, el orden no tenía que ser sinónimo de estricta disciplina a lo largo del día. El biógrafo no dice nada al respecto, a saber, que los Hermanos tocaban instrumentos, cantaban juntos, tomaban parte en otros pasatiempos y que a menudo se relacionaban con sus amigos.

La burguesía podría quejarse de los pobres y despreciarlos, pero el res-peto medieval por los pobres como miembros sufrientes de la sociedad e imágenes de la pobreza de Cristo, no se había perdido completamente y figuras como san Vicente de Paúl lo habían revivido. El Hermano Bernar-do28 habla de la nueva caridad de La Salle:

27 Bernard, CL 4, p. 20.28 p. 20.

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para asistir a los pobres, darles limosnas y visitarlos... No dejaba pasar ocasión de hacer el bien a los miembros del amable Salvador sin sentirse fastidiado a pesar de la molestia que podía experimen-tar. Esto se observó especialmente cuando fue a ver un enfermo que derramó el caldo sobre su sobrepelliz, lo que no lo molestó; en este estado regresó a casa.

Blain29 añade que los pobres “están en su casa o él va a la suya. Les ha-bla de Dios, los instruye, los prepara a los sacramentos, les predica pacien-cia...”. Esto es aún muy distinto de aquello a lo que más tarde sintió una fuerte aversión: vivir realmente con pobres maestros de escuela. La entra-da del carruaje de su casa en la calle Santa Margarita llevaba directamente al patio alrededor del cual estaba edificado el “hotel”; allí pudo haber reu-nido algunos pobres. Pero esto fue ya un notable cambio de actitud.

Cuando sucedían estos cambios en sus costumbres, ya era suficiente para que se les atascaran en la garganta a sus colegas en la sociedad. Em-pezaron a atacar lo que ellos consideraban un rechazo de su conducta cri-ticándolo. No mostraba el sentido de la importancia propia a un canónigo de Reims; no gastaba el dinero como debería para presentarse bien en sociedad; su puerta no estaba abierta libremente a la clase adecuada de personas y se lo veía alimentar mendigos y llevarlos a su casa en lugar de alejarlos. “Si no quiere tener tratos con la sociedad, ¿por qué permanece en ella?”30. Ahora que ya no era afectado en el vestido, encontraron qué decir sobre cualquier detalle de él: el abrigo, el sombrero, el cuello. Pero él estaba decidido a conservar su nuevo género de vida y se mantuvo en su posición con la tozudez de un natural de Champaña y con su habitual encanto y urbanidad.

Probablemente en este tiempo, animado por el Canónigo Roland que también las usaba, empezó a usar formas de mortificación corporal reco-mendadas durante muchos siglos como una forma de generosidad y de las cuales será necesario tratar más adelante. Él ciertamente las empleó cuando sintió el llamamiento a una nueva vocación y se determinó a to-mar en sus manos su segunda naturaleza burguesa lo mismo que sus fla-quezas personales. A estas añadió el ayuno. Durante los últimos tres días de la Semana Santa, de acuerdo con la primera práctica cristiana, “trató varias veces”, como dice Bernardo,

de no comer absolutamente nada desde el Jueves Santo hasta el Do-mingo de Pascua, contentándose con un plato de sopa al día, y em-pezó a tomar alimento solo el domingo por la tarde. Pero esta clase de penitencia debilitó su estómago hasta tal punto que devolvía el

29 Blain I, p. 144.30 Id., p. 145.

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alimento tan pronto como lo había tomado, de modo que cualquiera que hubiera deseado seguirlo por las calles cuando iba a la iglesia, no habría tenido dificultad, porque el camino que seguía estaba bas-tante señalado por el continuo vómito31.

31 Bernard, CL 4, pp. 20-21; Blain I, p. 145.

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CAPÍTULO 5. LA INSPIRACIÓN DE RUAN E INICIATIVAS PARA ESCUELAS DE LOS POBRES EN OTRAS PARTES

Escuelas para los pobres en Ruan1

Ruan ocupa un puesto vital en nuestra historia. El Instituto del Ca-nónigo Roland en Reims fue casi un retoño o de muchas maneras una reproducción del trabajo del Padre Nicolás Barré en Ruan, y sus varias visitas allí le proporcionaron amplia información del complejo desarrollo del cuidado de los hijos de los pobres. En la historia de este desarrollo figura el señor Adriano Nyel, quien durante 22 años, sin restricciones, se entregó a la educación de los niños pobres de la ciudad. En dos momentos cruciales de este periodo de toma de decisiones el Padre Barré iba a tomar un papel importante de consolidación. Finalmente, casi treinta años des-pués los Hermanos de La Salle iban a venir a Ruan y llevar la educación de los pobres más lejos. Tenemos que ver lo que estaba sucediendo en Ruan.

Ruan tenía una larga tradición de ayuda a los pobres organizada por el Hospicio General, pero tenemos que ver el espíritu con que se adminis-traba. Además del Hospital General tenía el Hospicio General, abierto en 1602, que recibía pobres de todas las edades: enfermos, deformes, desem-pleados y todos los mendigos que por ley debían ser retirados de las calles: huérfanos jóvenes, niños abandonados, vagabundos. De seis a setecientos pobres de este estilo vivían allí en 1676, y también se daba ayuda a casi 1900 familias2. La dieta, principalmente de pan y guisantes, daba como re-sultado raquitismo y deformidades esqueléticas, mientras las largas horas de trabajo que tenían los niños originaban columnas vertebrales comple-tamente torcidas. La falta de vitaminas los hacía vulnerables al escorbuto y a las enfermedades infecciosas3. Era administrado por la Oficina de los Pobres establecida en 1521 por el Parlamento de Normandía para cuidar de los necesitados. Sus miembros provenían del Parlamento y del Concejo Municipal. Sus presidentes eran el arzobispo de Ruan y el presidente del

1 Poutet I, pp. 481-534; Rigault I, pp. 82-106.2 Detalles de una carta del primer Presidente del Parlamento de Ruan a Colbert, ministro de

Luis XIV. Cita de Depping, vol. I, en Mettam, Government and Society in Louis XIV’s France, Macmillan, 1977, p. 82.

3 C. Lis and H. Soly. Poverty and Capitalism in Pre-industrial Europe. Harvester Press, 1979, p. 114 de un estudio hecho en 1725.

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Parlamento. En 1705 La Salle tuvo que permitir a sus Hermanos hacer un turno de servicio por la mañana, a medio día y por la tarde en el taller del Hospicio, además del trabajo de la escuela de todo el día.

Siglo y medio antes, en 1555, la Oficina había empleado una herencia para fundar cuatro escuelas en los cuatro puntos cardinales, dirigidas por sacerdotes que estarían alojados en el Hospital General y que enseñarían a los niños principalmente la religión y también la lectura y la escritura. Los sacerdotes tenían el propósito de formar ayudantes para la misa mayor, bodas, funerales etc. El problema para la Oficina era alejar a los niños de las calles de cualquier manera, en una época de ignorancia general y cuando los libros eran aún escasos y el desarrollo de los niños en sí mismo no era muy apreciado. La enseñanza, tal como existía, tenía como finalidad pre-parar para evitar la ociosidad y enseñar a ser trabajadores honrados para provecho de la burguesía y a favor de la ley y el orden, los niños permane-cían en su estado de vida. En 1556 la Oficina fundó dos clases dirigidas por dos mujeres para enseñar a 28 niñas pobres el catecismo, lectura, escritura y costura. Esta orientación práctica tuvo su efecto en las cuatro escuelas de niños: los mejores alumnos fueron colocados en la escuela de un maestro calígrafo autorizado, con el fin de conseguir empleo como escribanos de los pequeños comerciantes y en instituciones bancarias. Para los menos capa-ces ya existían en 1587 talleres de zapatería, tejidos y sastrería.

Desde el primer legado en 1555, las donaciones y herencias nunca falta-ron. El problema insoluble era el reclutamiento de maestros idóneos. Los clérigos consideraban la enseñanza de los rudimentos como una pérdida de tiempo comparada con las funciones sacerdotales. Los laicos eran soli-citados, pero como no tenían los estipendios de las misas ni sueldos más altos para compensar, no siendo aptos para vivir en común en el Hospital General y con muy escaso conocimiento de su fe, las escuelas fracasaron. Después de cincuenta años, en 1645, se volvieron a abrir varias. Fueron influencias extrañas a la Oficina las que condujeron gradualmente a una conveniente organización de las escuelas de caridad en la ciudad.

Una influencia fue la Compañía del Santísimo Sacramento, una organi-zación ya señalada en el capítulo 3. Trabajaba para reemplazar las escuelas de la Reforma por escuelas católicas. Dos maestras dirigían una escuela de la Reforma en Ruan y estaban exentas, como todas las escuelas protestan-tes, de la inspección por el Canciller de la diócesis. En 1647 se les prohibió enseñar fuera de un lugar de culto protestante. Cuando se proyectó otra escuela de la Reforma cercana a Ruan en 1653, la Compañía se esforzó te-nazmente en probar que no se necesitaba para ayudar al desarrollo de las escuelas católicas. Quincena tras quincena se reunió, gradualmente venció los obstáculos y ganó a la buena gente. Uno de ellos dio dinero al Hospicio General. Uno u otro, con el tiempo, llegó a ser administrador residente del

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Hospicio mismo. Ayudaron al orfanato y al hospicio de niñas con dinero de sus bolsillos y consiguieron Hermanas religiosas gracias a sus contac-tos en Dijon para que vinieran a dirigirlos.

Otra organización que debemos conocer es las AA (Assemblées des Amis) = Asambleas de Amigos, grupo ultrasecreto muy comprometido con la Congregación Mariana de los jesuitas. La Congregación empezó en París y atrajo a clérigos y laicos que se esforzaban por incrementar la de-voción a Nuestra Señora. Muchos de sus miembros ocupaban posiciones oficiales o estaban interesados en las escuelas para los pobres. Así Pedro Lambert de la Motte, que ahora aparece en la historia por bastante tiempo, era administrador residente en el Hospicio General, y ya miembro de la Compañía del Santísimo Sacramento, pertenecía a la Congregación Ma-riana y a sus AA en 1656. Ya podemos decir que cuando La Salle envió Hermanos a Ruan en 1705, fue por invitación del jefe de la Compañía de la época, aunque fuertemente respaldado por el presidente del Parlamento que también pertenecía a la Congregación. Y la Congregación como un cuerpo contribuyó a los gastos de la escuela de los Hermanos abierta en el cercano Darnetal.

Es interesante observar que mientras los párrocos empezaban a preo-cuparse por la educación de sus pobres —un desarrollo de las reformas tridentinas— como veremos, por ejemplo, en París, había también grupos influyentes de laicos comprometidos, dispuestos a prestar su apoyo. Hubo un clima que propició la oportunidad de las comunidades de maestros de La Salle. Sin embargo, estos burgueses podían estar ciegos a los verdade-ros intereses de los pobres y a las condiciones que ellos aceptaban en los hospicios generales. Se necesitaba que alguien pudiera oír a los pobres, ver la realidad y atender a sus necesidades, aun en contra de los puntos de vista tradicionales.

Pedro Lambert de la Motte, a quien acabamos de mencionar, fue una persona muy notable. Pertenecía a la nobleza normanda y poseía una in-mensa fortuna. Tenía como director espiritual al rector del colegio de los jesuitas y comulgaba diariamente, lo cual era entonces poco usual. Era huérfano y finalmente se hizo sacerdote. Proporcionó la mayoría de los fondos para la construcción del seminario mayor en 1658 que iba a ser dirigido por los Eudistas. Fue administrador del Hospicio General y se sintió llamado a cuidar de la educación cristiana de todos los niños de Ruan y de los suburbios. En 1657 persuadió a Lorenzo de Bimorel, tam-bién administrador en el Hospicio y a su hermano Francisco, a vivir con él y formar una comunidad laica y “dar algo de su dinero y toda su dedica-ción a los pobres”. Fue en este tiempo cuando Lorenzo de Bimorel movió a Adriano Nyel a ligarse con el Hospicio General para dedicar su vida a las escuelas de los pobres. De la Motte también obtuvo que dos Hijas de

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la Cruz —en el siguiente capítulo sabremos más sobre ellas— vinieran de París a enseñar a las niñas del Hospicio.

De la Motte era un hombre de profunda vida cristiana, muy apegado a la oración mental y a enseñar a los demás a hacerla. Se interesó también en las Misiones Extranjeras: esto lo adquirió con ocasión de una visita a París en 1655. Como resultado, entregó a sus dos colegas el cuidado de los niños del Hospicio, y viajó por París, Dijon, la Gran Cartuja y de Marsella a Roma. Regresó, sin embargo, brevemente a Ruan. Como las dos Hijas de la Cruz habían preparado a otras para cuidar de cien niñas, ahora las envió a Le Havre, donde prepararon a un superior para el hospicio allí, y luego regresaron a Ruan. De la Motte fundó cerca de Louviers el monaste-rio carmelita de La Garde-Châtel y estableció las AA de la Congregación Mariana entre los estudiantes de filosofía y teología del colegio de los je-suitas. Finalmente, en 1660 fue consagrado obispo y se dirigió a Tailandia donde murió en 1679, el año en que Nyel fue a Reims.

Adriano Nyel, un organizador vitalicio de las escuelas para los pobres

Quedaba mucho por hacer a favor de los pobres y necesitados y por su educación. En 1654 empezó un verdadero movimiento a favor de las escuelas. Dos años antes el gran prior de la abadía benedictina de San Ouen había dado 5000 libras al Hospicio General para poner por obra la recomen-dación del Concilio de Trento de que las abadías debían dar ejemplo de ayuda a los pobres. En 1654 una reunión de los representantes de todas las autoridades interesadas, bajo la presidencia del Parlamento de Normandía, decidieron que los niños y niñas pobres, desde la edad de ocho años debían estar al cuidado del Hospital General e instruidas en la religión, lectura, escritura y habilidades prácticas. Dos sacerdotes fueron nombrados para enseñar religión además de un maestro calígrafo.

En septiembre de 1657 nombraron a un forastero que venía de las cer-canías de Laon, para enseñar lectura, escritura y catecismo a los niños de la Junta y para ser una especie de prefecto general, encargado de supervi-sar atentamente el personal, los adolescentes colocados como aprendices y los niños del Hospicio. Él debía estar en el dormitorio, el comedor y en los tiempos de descanso. No tenía descanso regular y su contrato era per-manente, es decir, que no podía abandonar el puesto. Era una carga pesa-da, pobremente remunerada: 100 libras más su manutención, contra 400 que recibían los dos sacerdotes. Se llamaba Adriano Nyel y tenía 36 años. Debía tener un extraordinario vigor, poderes de organización y control, y amor por los niños pobres.

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Las escuelas originales establecidas en los cuatro barrios de la ciudad no duraron mucho tiempo. Lorenzo Bimorel decidió empezar de nuevo dos escuelas y se dirigió a Nyel para buscar y preparar maestros como él. El 10 de septiembre de 1658 se firmó un nuevo contrato por el cual Nyel seria ali-mentado y vestido durante toda su vida por la Junta, no podía ser cambiado de oficio y tendría dos escuelas gratuitas en la ciudad. La Oficina logró otra vez un buen negocio, algo que La Salle y sus Hermanos a su turno conocie-ron. Nyel encontró dos buenos maestros para las escuelas, uno en cada una. La condición era que los maestros no aceptarían nada de los padres de los niños porque ellos recibirían suficientes salarios o gastos de manutención. Esta vez no se mencionó a los sacerdotes. La formación de los maestros, sin embargo, no estaba resuelta y no se podía garantizar la consecución del personal idóneo. En efecto, el contrato establecía que si la Oficina no podía encontrar el personal conveniente, cerraría las escuelas y emplearía el dine-ro a favor de los pobres. El hecho de que las escuelas no fracasaran se debió a Adriano Nyel.

Durante diez años, de 1658 a 1668, Nyel fue el jefe responsable del pro-greso de las escuelas de los pobres de Ruan, escogiendo y formando los maestros para ese duro trabajo. El Padre Barré vino a Ruan ciertamente, en 1659, pero fue primero como predicador y confesor como se hizo co-nocer. Fue solamente en 1662 cuando puso su influencia al servicio del movimiento escolar. Dirigió a algunas de las mujeres, que buscaban su dirección, hacia las escuelas, y gradualmente llegó a la existencia la co-munidad de maestras de las escuelas de candad del Niño Jesús. Pero Nyel ya había puesto manos a la obra con los maestros de escuela. En 1661 los vigilantes de la iglesia de la parroquia de San Maclou autorizaron que los salones sobre las galerías funerales fueran empleados como una escuela; Nyel tenía un maestro disponible.

Esta fue la primera de las dos escuelas de Bimorel. En 1663 se abrió una similar en la parroquia de San Vivián en situación parecida. Con sus propios dineros Bimorel hizo construir locales mejores y los donó a la Junta en 1666. En el documento redactado en esta ocasión, Nyel y sus maestros son llama-dos “Hermanos”, es decir, que son considerados como los “Hermanos” del hospicio vecino para los pobres sin hogar, o como la confraternidad de los “Hermanos sastres”. Nyel recibía 200 libras al año para distribuir entre los pobres que dormían en el hospicio de San Vivián. Tenía nueve camas y los pobres estaban autorizados a dormir solamente por la noche, y úni-camente dos noches de seguida. Nyel tenía que ir a la hora de levantarse y acostarse, dirigir las oraciones en francés y recordarles cómo debían com-portarse al salir del hospicio. El hecho de que este trabajo se empalmaba con su trabajo de las escuelas pone de presente que ambos eran considerados como formas de ayuda pública y de alejamiento de los pobres de las calles.

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La Salle nunca contempló la obra del bienestar social en esta forma: nunca trabajó con pobres recluidos, tenidos en menos y educados estricta-mente por los que sabían lo que era bueno para ellos. Sus escuelas fueron escuelas públicas cristianas que preparaban principalmente a los pobres de ciudad para un futuro urbano y más cristiano. Gracias a nuevas do-naciones, Nyel autorizó la apertura de una tercera escuela en una de las torres de las murallas. A su muerte, en 1669, Bimorel dejó una suma con-siderable para las escuelas. Una cuarta escuela de una clase se abrió en 1670. Así, ahora existían cuatro escuelas para niños, dirigidas por cuatro maestros que vivían en el Hospicio General con Nyel y estaban bajo su dirección. Se supone que con este otro trabajo tan exigente del Hospicio, no los podía seguir de cerca, algo que él debió haber aceptado, porque obró de manera semejante más tarde en Reims, con consecuencias impor-tantísimas para nuestra historia. Estos cinco vivían en común, célibes pero sin votos, alojados y alimentados, pero con sueldos muy pobres. Habría sido fácil renunciar, como sin duda algunos lo hicieron, pero otros fueron excelentes personas. Uno de ellos, el Hno. Le Vasseur, estuvo allí durante cuarenta años y únicamente se retira en 1707 cuando uno de los Hermanos de La Salle lo reemplazó. Dos son conocidos por su nombre: Hillaire Le Maréchal y Le Gagneur. Dice mucho de la habilidad de Nyel para escoger maestros e infundirles inspiración. La ubicación de las clases en los edifi-cios del cementerio o en una torre en desuso muestra qué poco se gastaba en las comodidades de una escuela para pobres.

Estímulo de Carlos Démia de Lyon4

Roland, como se recordará, pasó seis en meses en Ruan en 1668, y re-gresó determinado a fundar escuelas para los pobres de Reims. El traba-jo de Nyel bajo la dirección de la Junta y la comunidad de las maestras que el Padre Barré estaba fundando lo entusiasmaron, pero él se decidió especialmente a hacer algo por los pobres, movido por la lectura de las “Advertencias” del Padre Démia. Carlos Démia fue un sacerdote nacido en Bourg-en-Bresse, unos 50 kilómetros al norte de Lyon, el 3 de octubre de 1637. Estudió con los jesuitas en Lyon, luego estuvo de 1660 a 1663 en los seminarios de París de los Niños Buenos, San Nicolás del Chardonnet y principalmente en San Sulpicio. Estos fueron los años en que Nicolás Roland estuvo en París y seguramente debieron encontrarse. Ordenado sacerdote en 1663, Démia se unió a los buenos amigos o los AA del Padre Fagot, con quien Roland había estado, y fue con ellos a una gira misional de tres semanas. Se sintió llamado a evangelizar a los campesinos, a los

4 Poutet I, pp. 707-714; Rigault I, pp. 60-81; Poutet, CL 48, pp. 74-80.

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pobres y especialmente a los “jóvenes de la clase baja”. Tomó como di-visa: Pauperes evangelizare misit (me envió a evangelizar a los pobres). En noviembre de 1663 el grupo de Bagot fundó el seminario de las Misiones Extranjeras. Démia regresó a Lyon en 1664, pero siempre se mantuvo en contacto con el grupo misionero.

Fue enviado al año siguiente a visitar las áreas del noreste de la diócesis y volvió convencido de la necesidad de las escuelas y que él debería empe-zar por el propio Lyon. En 1666 escribió su Amonestación a los concejales de la ciudad y a las personas principales de Lyon sobre la necesidad de las escuelas para los pobres de la ciudad, las que cayeron en oídos sordos. Se encontró, sin embargo, con algunos antiguos miembros de la Compa-ñía del Santísimo Sacramento (ahora proscrita) quienes se asociaron para establecer una escuela que debía ser dirigida por un clérigo; se abrió en la parroquia de San Jorge el 9 de enero de 1667 —fecha considerada como el punto de partida de toda su obra—. No dependía de la Oficina de los pobres: como estaba dirigida por un sacerdote, dependía más bien de la supervisión de la Iglesia para la orientación de la enseñanza religiosa. Los miembros de la Compañía hicieron ahora diligencias para obtener auxilios municipales y animaron a Démia a imprimir sus Amonestaciones en 1668; enviaron por correo paquetes de la obra a otros grupos de la Compañía. Por esta razón Roland pudo leer una copia en Ruan. En Lyon el concejo municipal decidió por fin el 30 de diciembre de 1670, enviar anualmente 200 libras a una escuela erigida en la parroquia de San Marcelo.

Sin embargo, volviendo a Ruan, lo que allí continuó haciéndose no se debió a Démia: las iniciativas de Bimorel y Nyel habían empezado diez años antes, y la obra de Barré, aunque simultánea con la de Démia, nada le debió a él. En 1670 Démia tenía solamente una escuela para niños y nin-guna para niñas, mientras Ruan tenía ya a las Hermanas del Niño Jesús preparando maestras, y en Reims Roland estaba organizando una comu-nidad similar con la ayuda de dos de estas Hermanas de Ruan. Formar maestros y maestras en cierta forma se había intentado por Nyel antes que Démia. No se trata de aminorar la obra de Démia: más adelante se hablará de ella detenidamente. Él dejó su huella en Lyon y en sus alrededores, y estimuló con sus Amonestaciones las obras comunes y nuevas aventuras en Reims, París y Ruan. Es interesante que Démia y otros (por medio de la Compañía del Santísimo Sacramento) compartieran y estudiaran las ideas de los demás y las adaptaron a las situaciones y posibilidades locales.

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EL PADRE NICOLÁS BARRÉ (1621-1686)5

El predicador y director espiritual

Nicolás Barré nació en Amiens el 21 de octubre de 1621. Pasó los nueve años corrientes en el colegio de los jesuitas de la ciudad. A los 19 entró al convento de los frailes mínimos de la ciudad atraído por su pobreza y austeridad. Los mínimos son una rama de los seguidores de san Francisco fundada por san Francisco de Paula, que hacen el voto de observar una Cuaresma perpetua absteniéndose de carne, huevos y productos lácteos. Nicolás fue enviado para hacer su noviciado a Passy, entonces fuera de París (la actual iglesia de Nuestra Señora de la Gracia está en el lugar), donde hizo su profesión religiosa el 21 de enero de 1642. De allí fue a la casa de Vincennes, al otro lado de París, a estudiar teología y luego al más conocido convento al norte de la Plaza Real (hoy Plaza de los Vosgos), en septiembre de 1643. Fue ordenado tres años más tarde. Fue un estudiante de tanto talento y tan auténtico religioso, que fue nombrado profesor de filosofía de los jóvenes frailes cuando apenas tenía 24 años, y dos años más tarde le fue confiada la cátedra de teología.

El P. Barré fue un predicador de gran profundidad, de estilo familiar, poderosamente sincero y convincente. Pronto se encontró muy absorbido por la dirección espiritual. Puso especial cuidado en convertir pecadores, pero también guió a muchos por el camino de la perfección. Sus supe-riores lo liberaron de otras obligaciones para concentrarse en esta sola. También por más de veinte años, enseñó filosofía escolástica y teología mística, y fue juzgado por el Capítulo General como “muy competente en ambas”. En noviembre de 1653 fue nombrado cobibliotecario: de 6000, el número de libros subió a 20.000. Las preocupaciones de los Mínimos no eran solamente teológicas: Mersenne, un miembro de este convento, fue muy conocido por su obra en matemáticas. Barré se dio cuenta de la ignorancia del pueblo y del triste estado de los jóvenes sin instrucción, sintió profunda compasión y fue uno de los primeros en formar parte de la campaña de oración ideada por Bourdoise.

5 Id., pp. 508-525; 532-534; Rigault I, pp. 82-106; Poutet, CL 48, pp. 33-38, 41-72.

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Padre Nicolás Barré

Su vida tan ocupada junto con sus ásperas mortificaciones provocó el colapso de su salud; fue enviado a Amiens, probablemente en el verano de 1657 para recuperarse. Después de dos años no estaba aún en condiciones de asistir al oficio de la noche, y por esta razón no pudo ser enviado como superior a otro lugar. Fue enviado más bien a Ruan en 1659. De nuevo emprendió su trabajo pastoral de predicar, confesar y dar dirección espi-ritual. Se convirtió en el enérgico director espiritual de muchas personas notables que llegaron a ser sus amigos y auxiliadores. Entre ellas había miembros del Parlamento de Normandía y varios miembros del clero, in-cluidos Antonio de la Haye y Edmundo Serviens de Montigny, hijo de un tesorero en la “Generalidad” de Ruan y solamente un año menor que Ba-rré; más tarde fue su mano derecha y su sucesor. Cuando observó al Ruan de su tiempo, donde aún había tanta ignorancia religiosa, el Mínimo sintió una inmensa necesidad de salvar pecadores. “No debemos ahorrar nada para alejar el pecado de nuestro vecino”. Todo su trabajo pastoral tendía a esto; y ahora iba a tomar un nuevo rumbo.

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Llama a voluntarias a dirigir clases de misión para las extraviadas

En 1662 se le pidió que predicara una misión en Sotteville, un pobre suburbio del sur de Ruan, a domésticas, lavanderas, etc. Observó que los sermones no eran un medio fácil de llegar a ellas; por eso copió la práctica de la primitiva Iglesia donde las diaconisas ayudaban al clero cuando se trataba de mujeres y pidió a algunas voluntarias que le ayudaran. Dos, Francisca Duval y Margarita Lestoq, vinieron de Ruan y, ayudadas por jóvenes de la localidad, abrieron clases o reuniones, una en la mañana y otra en la tarde. Duraron un año y prácticamente todo el suburbio se con-virtió a una fe activa. Fue pues una organización temporal que tenía como finalidad preparar a las jóvenes y a las no tan jóvenes para la confesión, la comunión y el cambio de vida. Tenían diferentes auditorios, jóvenes y viejos, y enseñaban a leer, escribir, catecismo y oración. Trajeron ayuda a un sector a donde el clero no había podido llegar con tanto éxito, si alguna vez llegó.

De vuelta a Ruan Antonio de la Haye, párroco de San Amand, que en-tonces tenía cuarenta años aproximadamente —el que en 1668 dio una brusca recepción a Roland— quiso ver realizado en su parroquia lo que había visto en Sotteville. Una señora de Grainville ofreció tres piezas de su casa, situada en la parroquia de San Hilario, con este fin. Francisca Duval, Margarita Lestocq, Ana Le Coeur y otras dos se unieron a la obra mientras vivían en su casa; tenían sesiones mañana y tarde, y reunían a las mujeres por la noche en sus casas. Sostuvieron la escuela con ayudas de familias: ni los niños ni la Oficina tenían que pagar nada. En 1670 alquilaron otros dos salones cerca de allí; hubo así dos lugares para reuniones que iban pare-ciendo más escuelas que centros de misión. A diferencia de los internados, su fin no era alejar a la gente ociosa de las calles y tenerlos en una insti-tución, sino una labor misionera para volver al pueblo al contacto con el clero y con la Iglesia: quería hacer de ellos mejores cristianos y mejores feli-greses. Estas mujeres estaban, pues, listas a ir más allá de Ruan y veremos que se extendieron rápidamente. Su preocupación no eran las habilidades urbanas y educar en un espíritu cristiano para la vida de ciudad, lo que era desde el principio específicamente el fin de las escuelas de La Salle. Las ni-ñas no tenían que prepararse para el comercio o la clase de empleo abierto para los hombres. La liberación femenina estaba todavía muy lejana.

Hacia 1666 Barré guiaba este grupo de mujeres a un cierto estilo de vida. “Éramos cuatro o cinco Hermanas dispersas”, escribía Margarita Lestocq en su memoria de noviembre de 1681. “El Reverendo Padre Barré venía con mucha frecuencia a damos charlas y un plan de vida. Los ejer-

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cicios espirituales eran fijos. Enseñábamos en las clases primarias de 8:00 a 11:00. Luego llevábamos las niñas a la santa Misa en número de 130 o más. Desde medio día hasta las 2:00 teníamos a las niñas mayores y les enseñábamos a leer y el catecismo, y luego a las más jóvenes hasta las 5:00. Enseñábamos el catecismo los domingos y días de fiesta. Sucedía que los párrocos nos creaban dificultades sobre nuestro catecismo del domingo, diciendo que hacíamos lo que ellos debían hacer... Les respondimos tan prudentemente que desde entonces ellos aprobaron nuestra enseñanza y nos dieron completa libertad de enseñar...”.

Cuando Roland visitó a Ruan en 1668 y estuvo con de la Haye, este junto con el Padre Barré y la Señora de Grainville habían aprobado su plan de enviar a Francisca Duval a Reims para formar maestras para esta clase de escuela. Cuando de la Haye murió en 1670, Barré cumplió esta promesa y en diciembre envió a Francisca Duval y a Ana le Coeur a Reims, como hemos visto. Muy probablemente, la escuela que ellas tenían en Darnétal se abrió algunos meses antes, fundada por una Señora Maillefer. Como las varias maestras dirigidas por Barré aún no formaban una comunidad y él no les había dado estatutos, tenemos dos comunidades unidas pero diferentes que se desarrollan una en Ruan y otra en Reims.

Barré consigue que sus maestras de escuela formen una comunidad

Las cosas se desarrollaron en Ruan entre este diciembre y Pascua de 1671. Por indicación de Barré, las que no lo habían hecho antes dejaron sus familias —y así renunciaron a toda seguridad en ellas financieramen-te— y vinieron a vivir en comunidad y a formar a otras para esta vida. Barré planteó el desafío a estas maestras como de nuevo nos dice Marga-rita Lestocq: “¿Queréis vivir en comunidad, con la condición de que no tendréis seguridad? Tendréis únicamente lo necesario, muy parcamente y si enfermáis seréis enviadas al hospital. Debéis estar dispuestas a morir en el refugio de un vallado, abandonadas de todos. Mirad —dijo su Re-verencia— lo que vais a responder”. Respondimos de muy buena gana: “Sí, queremos y nos abandonamos a la Divina Providencia con total des-interés”. Dicho y hecho, entramos a la comunidad”. Margarita Lestocq fue la primera maestra y dirigió los ejercicios de la comunidad, sin tener ningunos votos, mientras que la Señora du Buc escogió adoptar el aspecto temporal del trabajo, buscando donaciones y aconsejando a Margarita que era todavía muy joven.

Parece que fue Antonio de la Haye quien, promoviendo una escuela misional permanente en su parroquia, ayudó a dar un giro definitivo a lo

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que había sido una misión temporal. Murió demasiado pronto para ser muy recordado, pero Margarita Lestocq escribió en su memoria (después de Sotteville):

las escuelas se establecieron en la ciudad de Ruan en la casa de la Se-ñora de Grainville, cerca del Reverendo Padre Penitents. Los super-visores fueron el Padre Barré, un hombre todo de Dios, y el fallecido párroco de San Amand, que puso toda su energía y consagró su vida a convertir pecadores, pues tanto era su celo.

En Cuaresma, las Hermanas tuvieron un éxito extraordinario en las visitas a las familias y preparando al pueblo para hacer una confesión ge-neral. Cerca de 400 volvieron a la Iglesia de esa manera. Margarita Lestocq dice de estos primeros tiempos: “La ignorancia en Ruan era tan grande que la mayoría de las personas no conocían nada sobre Dios. Dábamos lecciones de catecismo los domingos y días de fiesta. Venía tanta gente que teníamos que derribar paredes para hacer campo... Fue más o menos así como las escuelas del Padre Barré empezaron en Ruan”. Pronto unas veinte jóvenes querían entrar a la comunidad, de manera que se convirtió en un centro de formación para preparar nuevas maestras. Varias perso-nas notables proveyeron discretamente a los gastos de mantenimiento y una de las Concejales del Parlamento ofreció sus servicios para llevar un registro de las entradas y salidas, y generosamente pagaba los gastos co-rrientes de su propio bolsillo.

Otro benefactor fue un sacerdote, Lespinay, y hubo otros, especialmen-te Servien de Montigny. Desembolsaban sumas como contribuciones cada trimestre, pero esto no era suficiente. Las cosas permanecieron un poco indecisas porque el Padre Barré rehusaba absolutamente dar una base fi-nanciera a su comunidad. En septiembre de 1672 sus superiores lo llama-ron a París para enseñar filosofía, y aunque siempre era consultado, cuatro de los benefactores, que eran administradores de la Oficina de los Pobres, firmaron un contrato el 17 de julio de 1674 para depositar una respetable cantidad en la Oficina, con el fin de pagar un interés anual a las Hermanas. Ellos se encargaron de las Hermanas del Niño Jesús, como la nueva co-munidad se llamaba, y tenían cuidado de emplear los fondos y obsequios que se hacían en su favor. Se pidió a las Hermanas que cuidaran de los enfermos del Hospicio, pero estaban autorizadas a vivir en su propia casa.

En 1674 el Padre Barré fue nuevamente Superior de la comunidad de los Mínimos en Ruan y así pudo tomar nuevamente el gobierno de las Hermanas. La seguridad financiera llevó a sus benefactores a urgirlo para que pidiera las letras patentes. Pero Barré no era muy experto en esto y, después de consultar a varias personas influyentes, estuvo de acuerdo: la nueva obra sería más libre si confiara solamente en la Providencia. Su

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comunidad empezó a ser conocida familiarmente como “las Barrettes” o Barretines. Se preparaban en Ruan, pero eran enviadas a los suburbios y a las aldeas vecinas; de hecho, fuera de la escuela anexa a la comunidad, sus escuelas estaban fuera de la ciudad, en Darnetal y más lejos, en áreas aún influidas por el Protestantismo, que tenía un claro dominio en Nor-mandía. Ellas eran misioneras en la intención, iban fuera de la diócesis a muchas partes de Francia, y finalmente más allá de Francia.

INTERNADOS PARA LAS NIÑAS POBRES NYEL PREPARA ALGO A LOS MAESTROS DE LOS INTERNADOS

La Señorita Houdemare y los internados para niñas pobres6

Hubo en esta época un desarrollo bajo los auspicios de la Oficina de los pobres a favor de las niñas pobres de la ciudad. Antes de la reunión general de 1654 que llevó a que Nyel fuera nombrado tres años más tarde para dirigir la escuela de los niños a cargo de la Oficina, esta había reci-bido desde Pascua de 1646 no solamente a las niñas abandonadas, sino a todas las de familias necesitadas (las registradas como tales) desde los 6 años hasta los 18. Las niñas eran instruidas por maestras conocidas como las Damas Negras o Hijas del Hospicio. Ellas tenían una primera maestra que tenía también el puesto, como Nyel para los niños, de administradora. Estas mujeres se vieron comprometidas en un nuevo proyecto. Una seño-rita Houdemare se propuso abrir cuatro escuelas de caridad para niñas en los cuatro barrios de la ciudad como se había hecho con los niños. En 1669 pudo obtener de Francisco Bimorel, ahora administrador del Hospicio Ge-neral, que varias Damas Negras fueran separadas de las que trabajaban en el Hospicio para dirigir una escuela en la casa de la señorita Houdemare. Ellas regresaban al Hospicio cada tarde. En 1670 abrieron dos clases en una parroquia y el mismo año dos más en otra parroquia. En 1674 funda-ron una cuarta escuela, realizando así el sueño de la señorita Houdemare.

Para entonces, regresar al Hospicio cada tarde se había tornado muy fatigoso, y ese año la Oficina les permitió vivir en comunidad. Tres admi-nistradores del Hospicio fueron encargados de mirar por su manutención y el mantenimiento de los edificios, de escoger un director espiritual y finalmente de nombrar un nuevo superior. Ellas estaban pues bajo un con-trol externo muy estrecho, y uno de los administradores recibió el título

6 Id., pp. 506-508.

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y la función de Primer Director de estas escuelas, “para indicar su depen-dencia del Hospicio General”. Ellos trasladaban a estas Hermanas de una escuela a otra como les parecía conveniente. Este fue el principio de las Hermanas de las Escuelas de caridad asociadas con el Hospicio General de Ruan. Tomaron el nombre de Damas grises, para distinguirlas de las Damas negras que enseñaban solamente en el Hospicio. En 1681 eran trece y existieron hasta 1714 cuando fueron integradas a una congregación religiosa local.

Para aclarar este punto: en 1674, bajo la Oficina, las Damas negras cui-daban de las niñas en el Hospicio mientras las Damas grises atendían a las niñas pobres de la ciudad en sus cuatro escuelas. En cuanto a los niños, Nyel hacía frente a las dos áreas. En forma independiente de la Oficina, porque llevaban a cabo un trabajo diferente de todas estas formas de asis-tencia, las Hermanas del P. Barré dirigían clases principalmente en los suburbios y en las aldeas vecinas, como una labor misionera que incluía la enseñanza de la lectura y escritura. En 1675 el Padre Barré fue llamado definitivamente a París como predicador y confesor. Tenemos que ver su importante obra allí, y más tarde su influencia sobre el Canónigo de La Salle.

Más sobre las actividades de Nyel. Prepara a otros maestros

Nyel tenía alguna relación con la recién formada comunidad de las Hermanas del Niño Jesús del P. Barré. Parecería que desde octubre de 1670 hasta febrero de 1671 él mostró interés en el capital depositado en la Oficina con el cual se había fundado la escuela de Darnetal, cuatro millas al oriente de Ruan. Desde este tiempo en adelante, la señora Maillefer, que ocho años más tarde aparecerá en la historia de La Salle, parece ha-ber proporcionado el apoyo financiero necesario. En la misma localidad desde hacía ya varios años Lorenzo de Bimorel había pagado el alquiler de una escuela de una clase para niños, y cuando murió en 1669 dejó un legado para pagar el hospedaje del maestro; dicho legado fue aceptado oficialmente por Nyel en nombre de la oficina y los pobres de Dametal en mayo de 1670. En diciembre, como hemos visto, Barré envió a dos de sus Hermanas a Reims. La señora Maillefer, que era originaria de Reims, quiso hacer para los niños en su ciudad natal lo mismo que había hecho en Darnetal, pero no fue sino en 1679 cuando esto fue posible. Para realizar el plan, no pudo hacer cosa mejor ese año que buscar la autorización de la Oficina para que Nyel fuera allá. Y esto lo llevó directamente al Canónigo de La Salle. Pero no anticipemos los acontecimientos.

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Los maestros de las cuatro escuelas para niños en Ruan y sus reempla-zos −cuando algunos decidieron buscar otros trabajos o contrajeron ma-trimonio− fueron preparados por Nyel. Pues encontramos que en el año escolar 1674-1675 le ayudaba a instruir a los pobres y niños a cuidado del Hospicio General un “hermano docente” y dos lo hacían el año siguien-te. En 1667-68, cinco maestros de las escuelas pobres recibían un modesto salario: esto incluía a los cuatro maestros de las escuelas y uno más. Para 1678-1679 las cuentas indican que había seis maestros de las escuelas pú-blicas de la ciudad, más uno extra porque Nyel se iba para Reims en mar-zo de 1679. Él también pudo reunir dinero para invertir con el Consejo con el fin de asegurarse anualmente un modesto vivir, lo cual indica que él pensaba trasladarse. Tenía parientes en el comercio de la ciudad que pudieron haberle ayudado. Durante su ausencia del área de Reims has-ta 1685, encontramos registrado de 1681 a 1685 que doce o trece “Herma-nos” recibían un pequeño salario del Consejo: comprendían un enferme-ro, un comprador, un sastre, un zapatero y ocho o nueve “Hermanos de escuela”. Parece que había un número de maestros extra, uno, dos o tres a lo sumo (pues desde 1678 había seis clases), que eran preparados por Nyel y colocados en clase con uno de los maestros regulares. La preparación debió haber sido muy limitada: enseñarles a leer y escribir, completar su instruc-ción religiosa, colocarlos en la clase de otro maestro para aprender a enseñar y cambiar de ideas con ellos de regreso al Hospicio, cuando tenían tiempo.

La Señora Maillefer

La Señora Maillefer era natural de Reims. Juana Dubois contrajo matri-monio con Poncio Maillefer comerciante en telas. Estaba lejanamente rela-cionada con La Salle y con Dom Maillefer, sobrino de Juan y biógrafo, que escribió de ella: “Nacida en Reims de ricos y piadosos padres, había ad-quirido en su familia sentimientos de virtud que la llevaron a emprender buenas obras tan pronto como tuvo la oportunidad. Tierna con los pobres, los miraba como sus hijos y ponía todo su empeño en proporcionarles la ayuda temporal y espiritual que tenía a su disposición. Obligada por su estado de vida a seguir a su marido a Ruan, donde lo llamaba su negocio y donde tenía su residencia habitual, fue en esta ciudad donde se dedicó más intensamente a hacer sus obras de caridad... Esto le ganó, con justicia, el titulo de madre de los pobres7”. La preocupación del autor fue mostrar la clase de persona que la Señora Maillefer había sido en Reims, donde no se hace mención de vanidad o extravagancia.

7 CL 6, pp. 31-33.

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El retrato, sin embargo, que el Canónigo Blain hace de ella, es de una ilimitada vanidad antes de cierta “conversión” que resultó en una pro-funda humildad, pobreza y amor de los pobres8. Él debió su largo relato a “la virtuosa señorita de Monville, de edad de 85 años, a la Hermana María Ana de Darnetal (una de las Hermanas de Barré) y a otras personas que la vieron y la conocieron”. Poutet9, sin embargo, señala inexactitudes y desaciertos en Blain. Aroz10 recomienda también cautela. Blain escribe escandalizado de las últimas y costosas modas de la Señora Maillefer, del empleo de un maniquí —él habla de una estatua (su marido era comer-ciante en telas)— para ver cómo se veían sus vestidos; su ostentación en el teatro y en los bailes, su exquisita comida, su demora en levantarse y su dureza con los pobres.

Se dice que se convirtió cuando rechazó a un mendigo. Su cochero le dio asilo en el establo y a la mañana siguiente fue encontrado muerto. Ella inmediatamente despidió al cochero y rápidamente entregó a los sirvientes un mantel para enterrar el cadáver. Ellos temiendo su furia lavaron el man-tel, lo doblaron y lo devolvieron sin que ella se diera cuenta. Cuando ella lo vio sin que nadie hubiera admitido la culpa, lo tomó como si se hubiera puesto allí solo y, conmovida por el remordimiento, cambió de vida. Poutet sugiere esta interpretación. Blain admite no saber cuándo se convirtió, ni gran cosa sobre su nuevo estilo de vida hasta la muerte de su marido, lo cual comprende el periodo entre el matrimonio en 1648 y su muerte en 1681. Blain dice posteriormente: “Juzgando el principio por lo que siguió...”. En otras palabras, todo lo que él dice de su conducta desde su “conversión” hasta la muerte de su marido es una reconstrucción y parece que el periodo anterior a su conversión y el posterior hubieran explotado para formar un contraste, en interés de una hagiografía edificante.

Lo que es perfectamente razonable en la vida de una mujer cuyo ma-rido espera verla bien vestida, según el puesto que ocupa en la sociedad —una exigencia básica en la época— se ve fuera de toda proporción. Lo que parece haber cambiado es una vida de comodidad, no de maldad, y, razonablemente, no podía seguir su nuevo amor de la pobreza mientras su esposo viviera. Hasta el hecho de haber rechazado a un mendigo tiene que verse en el contexto: la municipalidad había ordenado que los men-digos —como resultado de una campaña de la Compañía del Santísimo Sacramento— fueran denunciados al taller adjunto al Hospicio General, y la policía castigaba a los que les daban refugio. Su primera actitud de auxiliar a los pobres al mismo tiempo que los consideraba inferiores, va-

8 Blain I, pp. 147-160.9 Poutet I, p. 628, n.° 22.10 CL 38, p. 68, n.° 1.

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gos y peligrosos no ciudadanos, era la de toda su clase en general. Cuando ella cambió al amor de los pobres, “en vida de su esposo”, escribe Dom Maillefer, “ella se contentaba con hacer las obras de caridad que conve-nían a su personal doméstico. Pero cuando se sintió libre del vínculo del matrimonio por la muerte del señor Maillefer, se entregó sin reserva a su afición a dar limosnas...” Murió en Ruan en 1693 a la edad de 70 años, de una enfermedad contagiosa que contrajo mientras servía a los pobres. Pa-saba gran parte del día en oración, dormía sobre tablas y ordinariamente no comía sino pan. Fue otro ejemplo de un miembro de la burguesía que se dedicó a los pobres. Esta dedicación fue el primer eslabón de la cadena de acontecimientos que llevaría al Canónigo de La Salle a jugar su suerte con los maestros de escuela.

LA OBRA DEL PADRE BARRÉ EN PARÍS. UNA MIRADA ADELANTE

En París, desde el convento cercano a la Plaza Real, el Padre Barré pudo, en enero de 1676, iniciar una comunidad de Hermanas y una escuela en la parroquia de San Juan del Arenal cerca de la Plaza de la Huelga, hoy Plaza del Ayuntamiento, en uno de los barrios más poblados de la ciudad (la parro-quia y la iglesia han desaparecido). Él recibió la ayuda de María de Lorena, Duquesa de Guisa, quien tenía su palacio, el “hotel de Guisa” en el cercano y elegante barrio de Marais; este palacio forma parte ahora de los Archivos Nacionales. En 1680 había siete escuelas al norte del río en la parroquia de San Nicolás de los Campos, por ejemplo, a la cual trasladó la comunidad central en 1683. María de Lorena, encantada con el buen efecto de estas escuelas, quiso que el Padre Barré estableciera escuelas en sus dominios. Él envió a la Hermana María Hayer y a otras desde Ruan en 1679 o 1680. En dieciocho meses, ella abrió seis escuelas en Guisa y en sus alrededores, y en 1681 había diez. Una de ellas, la de Liesse, empezó en 1680; todavía existe y es la casa más antigua después de la de París. En 1687, un año después de la muerte de Barré, sus Hermanas tenían escuelas en cien lugares, principalmente en el norte, el oriente y en Languedoc. Estas últimas fueron pedidas y subsidiadas por el rey y la Señora Maintenon, para enseñar a los “nuevos católicos”, es decir, a los “convertidos” bajo mayor o menor presión, del Protestantismo. Más adelante las volveremos a ver.

En París, Barré adquirió una casa en 1678 en la parroquia de San Sulpicio como noviciado y centro de formación de sus Hermanas. Esta calle, o calle-jón como era entonces, al otro lado de la calle de Sèvres, no lejos de donde está el centro de los Hermanos de La Salle, se llamaba calle San Mauro, por lo cual las Hermanas vinieron a ser conocidas como las Damas de San Mauro. El camino es ahora la calle del Abate Gregorio, pero la casa, que

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ellas consideran como la casa madre, existe todavía en la n.° 8. El Padre Barré llamó de nuevo a la Hermana María Hayer para que se hiciera cargo de la casa: fue la primera Superiora General. Pronto ella abrió varias escue-las en el sur, dos o tres de ellas en la parroquia de San Sulpicio. La Señora Maintenon pidió Hermanas para que enseñaran en su Colegio de San Cyr, adonde Barré envió en 1685 “las mejores Hermanas de su Instituto”. Ellas salieron en 1694: Luis XIV manifestó su gratitud dando a su casa central una renta anual de 500 libras. Por petición, Barré envió también Hermanas para hacer partícipes de sus ideales y de su orga nización a las Hermanas de la Providencia de Lisieux y a las Hermanas de San Carlos, del Padre Carlos Démia.

Los Hermanos del Niño Jesús del Padre Barré

El año en que adquirió la casa en la calle San Mauro, empezó un centro de formación para hombres para un trabajo semejante; los llamó los Her-manos del Santísimo Niño Jesús. Este quedaba en la calle de la Mortellene, ahora calle del Ayuntamiento, todavía hoy una estrecha calle al oriente de la antigua iglesia de San Gervasio. Ellos se extendieron por varias regiones de Francia. Miguel de Lespinay, uno de los cuatro que habían pagado los gastos de fundación de una comunidad de las Hermanas del Padre Barré, ahora proporcionó los fondos para que estos Hermanos abrieran una es-cuela para niños cerca de la escuela de las Hermanas. Él había consegui-do que el Padre Barré viniera desde París en ese año escolar y de nuevo en abril de 1682 para que diera sus consejos y viera qué clase de escuela quería. Hay evidencia de que estos Hermanos de Barré (Hermanos Barra-tinos como se los llamó) fueron enviados desde Ruan y enseñaron en París desde 1682 a 1684, porque uno de ellos fue enviado en febrero a enseñar a los niños pobres en el Hospicio de Dijon, pero murió dos meses después.

Ya estaba en Dijon una de las Hermanas de Barré en 1682 y tal vez un Hermano o dos. Barré escribió a esta Hermana en noviembre de 1682: “Haremos todo lo posible para no aceptar en nuestro Instituto maestros o maestras que no procuren ser verdaderamente mansos y humildes de corazón; obrando así, es Jesús, más bien que nuestros Hermanos o nues-tras Hermanas, quien enseña”. El Hermano que murió en Dijon fue inme-diatamente reemplazado por Santiago Ivelin, quien debió haber estado trabajando en otra parte de la ciudad para asumir tan pronto. Como Barré lo había enseñado a sus Hermanos, él se contentó con la alimentación y el hospedaje sin ningún otro salario.

Barré murió en mayo de 1686, después de lo cual Ivelin parece haber perdido interés, porque en septiembre de 1689 hizo maletas y regresó a Ruan. Fue el fin de los Hermanos del Padre Barré en Dijon. La “Oficina de

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los pobres” encontró sucesores a Ivelin hasta 1710 —clérigos cuyo prin-cipal interés no era la enseñanza— (en 1705 La Salle abrió una escuela parroquial en Dijon independientemente de la Oficina). En términos de fechas, si Barré había fundado una rama masculina de su Instituto en 1681, La Salle había, el junio anterior, recibido a un grupo de maestros en su casa; pero en términos de vivir con maestros y prepararlos, Nyel tenía la delantera. Después de la muerte de Barré, uno de los cuatro benefactores, Edmundo de Montigny, un sacerdote, se encargó de los Hermanos del Instituto. Él y sus Hermanos aparecerán de nuevo, pero estos Hermanos del Niño Jesús finalmente desaparecieron. El Padre Barré como Mínimo tenía obligaciones que no le permitían vivir con sus Hermanos, y ellos fácilmente cedieron a la tentación de arreglárselas en otra parte. Él que-ría que ellos vivieran independientemente, trabajando solos en un lugar, en total abandono a la Providencia. Pero abandonados a ellos mismos, a pesar de su correspondencia para animarlos, desaparecieron. Fue un ejemplo que La Salle se guardó de seguir. No entendió la confianza en la Providencia de la misma manera.

El gobierno que Barré dio a su Instituto11. Una división en dos congregaciones

Es evidente, por la propia experiencia de Barré y de muchos otros, que era mucho más fácil fundar comunidades de mujeres que de hombres. Las mujeres no tenían carreras abiertas hacia el futuro, ni siquiera la de los mal pagados tejedores, ni gremios a los cuales pertenecer, ni aspirar al estado eclesiástico que nunca podrían abrazar. Eran consideradas como el sexo débil, lo que significaba tener un papel de dependencia. Era más fácil para ellas aceptar la vida de comunidad y trabajar bajo la dependencia del clero parroquial. Barré les dice:

“Ellas deben manifestar una perfecta dependencia y no emprender nada sino de acuerdo con los párrocos. Deben acomodarse a su genio y a su manera de pensar hasta donde sea razonable, de manera que los animen a realizar la obra de Dios”. Su trabajo en efecto era aliviar a los párrocos del trabajo de llamar a la iglesia e instruir en la fe a las niñas, las mujeres y familias de la descuidada clase trabajadora, los “pobres”. El nuevo tipo de párroco, más preparado pero también muy consciente

11 Fuentes consultadas sobre el Instituto de Barré: Poutet I, pp. 504-553. Documentos presta-dos por la Hna. Archivista en París: Vida del Padre Barré por Henri des Grèzes, 1892; Textos fundadores; Otros textos relativos a nuestros orígenes; Positio para la causa de Beatifica-ción, Parte I y Parte II; Resumen de la Vida de N. Barré, tomado de la Positio; Algunas Páginas de Nuestra Historia.

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de su papel, miraba con sospecha a cualquier grupo que no dependiera estrictamente de la parroquia y de su autoridad, ya fueran cofradías o comunidades religiosas que trabajaban con el público. Ellos pensaban que estas Hermanas laicas hacían lo que era su propio trabajo (aunque ellos mismos no se comportaban bien con ellas), y no atendían amablemente su deseo de contar con un salón parroquial los domingos para enseñar la religión a las jóvenes y a las madres.

Debido a lo extenso de su ministerio como Mínimo, Barré tenía que buscar en Ruan personas que miraran por la administración de la casa y de la comunidad mientras él se concentraba en su dirección espiritual. Para sucederle él previó un director espiritual a cargo de toda la congrega-ción, que debía ser escogido de alguna orden religiosa o incluso del clero secular, teniendo en cuenta únicamente su idoneidad para ese oficio. Cada comunidad debía escoger cuidadosamente tres laicos como directores o administradores y con estos en lo posible una “señora asociada” que tu-viera alguna influencia en la sociedad. Este fue el caso con una casa central en Ruan de donde las Hermanas irradiaban a sus escuelas. Él dio a los di-rectores amplio control sobre la comunidad: ellos proponían o cambiaban su director espiritual, su confesor, la “señora asociada”, el Superior y las Hermanas, y señalaban a las Hermanas sus oficios. Los directores y las señoras asociadas de todas las casas debían encontrarse ocasionalmente con los superiores de las comunidades, para discutir el bien general del Instituto.

Cada comunidad debía tener un director espiritual. Barré reconocía que es muy difícil tener la clase precisa de director espiritual. “Hasta que este hombre de Dios les caiga del cielo”, los directores deben echar mano del confesor, e invitar a un sacerdote digno o a un religioso para que dé charlas ocasionales a las Hermanas. Los tres directores administrativos velaban por las necesidades temporales de la comunidad; estaban de acuerdo para proporcionar el dinero para su mantenimiento, recibir las limosnas hechas en su favor e invertir cualquier donación considerable. Escogían a la superiora de la comunidad cada año, cambiándola cada año si era posible, pero nunca la nombraban por más de tres años. Aunque Barré daba gran importancia a los directores, no hay señal de esta organi-zación cuando empezó las casas en París. Claramente esto no era benéfico.

El Instituto de Barré finalmente se dividió en dos bajo el fuerte control local exterior. Su llamamiento a París en 1675 significó que tenía que dejar la organización de Ruan en manos de los administradores que había nom-brado. Uno de los cuatro, el sacerdote Servien de Montigny, lo acompañó a París y se hizo cargo, como hemos visto, de la formación de los Hermanos del Santísimo Niño Jesús. Los otros tres gradualmente tomaron el comple-to control de las Hermanas en Ruan, y se consideraron a sí mismos como

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sus fundadores. Entretanto, Barré deseaba que la comunidad de París en la calle San Mauro fuera considerada como el centro del Instituto. Am-bas partes lo aceptaron en 1686 poco antes de la muerte del Padre Barré. Según su deseo lo sucedió su superior, el Mínimo Francisco Giry, y dos años más tarde Montigny hasta su muerte en 1699. La tendencia de Ruan de seguir su propio camino se convirtió en un virtual rompimiento, y en 1690 Montigny apeló a Luis XIV. La decisión del rey fue, en vista de las dos posiciones diferentes, colocar las casas de Normandía y Bretaña bajo la autoridad de Ruan y todas las otras provincias bajo la de París. A pesar de una tentativa de reunión, las Hermanas centradas en Ruan formaron la congregación diocesana conocida como Hermanas de la Providencia. En París, las Hermanas después de la muerte de Montigny, quedaron bajo la dirección de los sacerdotes de las Misiones Extranjeras, cuyo seminario en la calle del Bac estaba no lejos de su casa. Estas Hermanas del Niño Jesús o Damas de San Mauro, son ahora un Instituto de derecho pontificio, dis-tinto pero ahora federado con la contraparte centrada en Ruan.

TRES NUEVAS COMUNIDADES DE MUJERES CUYO TRABAJO CONSIDERÓ NICOLÁS ROLAND COMPARABLE AL DE SUS HERMANAS 12

Es sorprendente cuántas comunidades nuevas iban surgiendo, en este caso, para cuidar de los hijos de los pobres en la ciudad o en áreas rurales. Si las Hermanas de Roland hubieran fracasado en su petición de las letras patentes y no hubieran podido continuar en Reims, existía un plan según el cual antes que dispersarse y abandonar su compromiso a favor de los pobres, podrían unirse a una de las tres comunidades en París que tenían las letras patentes y perseguían fines similares a los suyos. Su actividad muestra que las innovaciones de La Salle fueron precedidas por varios modelos de educación cristiana de los pobres, lo mismo que la prepara-ción de maestros de aldea, aunque principalmente para niñas. Ellos ten-dían a incluir una cierta extensión de empresas de naturaleza misionera. La educación específica de los niños para la vida urbana y una seria for-mación de los maestros rurales quedaba aún por atender.

Las Hijas de Santa Genoveva

En la famosa parroquia de San Nicolás del Chardonnet, una comuni-dad de quince Hijas de Santa Genoveva, fundada en 1631, enseñaba dia-

12 Poutet I, pp. 553-578.

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riamente a 300 niñas en tres clases. Su fin era ayudar a los sacerdotes de la parroquia en la educación cristiana de niñas y mujeres, y atender las fa-milias que el clero no podía visitar regularmente. Pero ahora ellas también dirigían una escuela de formación que proporcionaba maestras y ayudas al clero rural y cuidaban los heridos en las aldeas “que los infortunios de los tiempos” habían multiplicado. Aprendieron a practicar sangrías y a preparar a los moribundos para recibir los últimos sacramentos.

Prepararon también a niñas mayores durante varios meses para enseñar en las parroquias rurales. Se organizaron encuentros para mujeres que que-rían ilustrarse sobre la confesión, la comunión y el bautismo de niños que nacían muertos. A veces las Hermanas recorrían las aldeas para reunirse allí con mujeres que tenían los mismos propósitos y también para visitar a las familias y cuidar de los pobres que estaban enfermos. Lavaban y re-mendaban los ornamentos de los sacerdotes. Desde 1678 preparaban a las jóvenes en el cuidado del hogar, para ayudarles cuando contrajeran matri-monio a encontrar trabajo en una familia burguesa. Reunían a las mujeres para retiros de cuatro o cinco días como internas o como asistentes durante el día solamente. Como se ve, estas Hermanas miraban su oficio con mucha flexibilidad, y respondían creativamente a las necesidades que se presen-taban, pero tenían una semejanza básica con las Hermanas de Roland y de Barré. Es interesante observar qué papel tan extenso desempeñaban estas Hermanas.

Sus reglas establecían que la clausura era incompatible con sus muchas actividades y que conservarían el estilo secular de vida y el vestido seglar. Obrando de esta manera mostrarán con su ejemplo de las buenas obras que se puede aspirar a la perfección fuera del claustro. Parece que se ins-piraron y se estimularon en lo que hacían las Hermanas de la Caridad por deseo de san Vicente; de hecho, parte de su trabajo es muy similar.

Las Hijas de la Cruz

Esta fue la segunda comunidad que las Hermanas de Roland podrían haber escogido para anexarse. Dos de estas Hermanas fueron las que Pe-dro Lambert de la Motte llamó para que enseñaran a las niñas del Hos-picio General de Ruan cuando él fue su administrador en 1657. Roland tuvo que conocerlas durante su permanencia de seis meses en Ruan en 1668 o durante sus visitas a París. El Canónigo de La Salle de seguro oyó hablar de ellas cuando estuvo en el seminario en París, porque el Señor Olier había tomado parte en su fundación, y los seminaristas enseñaban el catecismo a sus alumnas. Estas Hermanas empezaron en Vaugirard en 1641; el Señor Olier, como se recordará, precisamente allí había iniciado

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una comunidad de sacerdotes. Las constituciones fueron aprobadas por el arzobispo en 1675. Su principal casa en París fue un centro de formación para maestras de escuelas para los pobres, por consiguiente, antes de las escuelas del P. Barré, que entonces abría su primera escuela en la capital.

Las Hermanas de Barré debieron tomar algunas ideas de las Herma-nas de la Cruz, porque en sus archivos tienen un manuscrito copia de las reglas originales de estas Hermanas. Una diferencia interesante e impor-tante en sus fines de los de las Hermanas de Santa Genoveva aparece en esta declaración:

En cuanto se refiere al trabajo de las dichas Hermanas, este pide una total asiduidad y el cuidado de instruir a las jóvenes como a las personas mayores de su sexo, exige la residencia en su casa con exclusión de todo lo que suceda en otra parte, aun con el pretexto de buenas intenciones como el cuidado de los enfermos o la asistencia a los moribundos.

Más tarde, La Salle debió de dar como razón para que sus Hermanos no fueran sacerdotes que el trabajo de la escuela “pide al hombre total”. Estas Hermanas reconocieron la importancia y las exigencias de la escue-la, y esto pudo haber llevado a Barré a pensar más sobre la escuela y sus derechos.

Las Hermanas de Barré tienen en sus archivos otro manuscrito de las Hijas de la Cruz titulado: “Consejo saludable para las almas que alguna vez piensan dar instrucción (se entiende formación religiosa) en el cam-po”. Las Hermanas podían ser enviadas al área rural durante un tiem-po para organizar esta instrucción, preparar a las niñas del lugar y luego confiarles esta actividad. Este folleto se proponía hacerlas participantes a ellas y a otras personas que continuarían la obra de los fines y métodos de las Hermanas. Barré, como hemos visto, aspiraba enviar maestras a los “centros misionales” abiertos en pequeñas ciudades y aldeas más allá de Ruan, y Roland de igual manera proyectaba hacer lo mismo, una vez que sus Hermanas hicieran frente a las cuatro escuelas de Reims. La visión era la de un apostolado local que irradiara desde un centro urbano. La Salle pronto tuvo en mira solo el trabajo de las escuelas urbanas.

Las Hijas de la Unión Cristiana

La tercera congregación que Roland había tenido en cuenta era la co-nocida como la Unión Cristiana, fundada en Charonne pero trasladada a París en 1684. En Charonne María Polaillon había sido guiada por su director espiritual, el Padre Le Vachet, antiguo alumno de los jesuitas de Grenoble, para cuidar de las niñas de la clase pobre. San Vicente de Paúl

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y Juan Santiago Olier apoyaron la idea y surgió la comunidad de las Hijas de la Providencia. Parece que empezó en 1630, pero tomó forma de comu-nidad solo en 1650-1652.

El primer artículo de sus Constituciones establecía como finalidad la Imitación de Cristo en unión con Él. Esto condujo a la idea de un “semina-rio” para preparar a las jóvenes y a las viudas a trabajar en comunidades “en todas las provincias de Francia y hasta en países extranjeros” para convertir protestantes y luego instruir a los nuevos católicos de su sexo, también enseñarles “lectura y escritura, destrezas de un trabajo apropia-do y todas las cosas útiles en cualquier situación a que la Providencia las llame”. Se llamaron a sí mismas la “Unión Cristiana”, pero solo se estable-cieron en 1661, cuatro años después de la muerte de la Señora Polaillon.

Las Hijas de la Unión Cristiana hacían los tres votos simples a tiempo que permanecían seglares, además de un voto de unión o de asociación para mantener el carácter comunitario de su Instituto. Este voto era consi-derado como “base y vínculo de su sociedad”; por eso estaban “obligadas a cultivar con extremo cuidado la verdad que les da su verdadero carácter y que da nombre a su Instituto, a saber, Unión Cristiana, amor fraternal”. Se basaba en el Evangelio, y su perspectiva de evangelización provenía de un clima creado por las Misiones Extranjeras y los sacerdotes vinculados a los AA. Estas Hermanas no pensaban en expandirse alrededor de un centro de formación central urbano o en una diócesis: claramente tenían una visión misionera. Trabajar “en todas las provincias de Francia” da la impresión de algo aventurado, porque a menudo equivalía a ir a un país extranjero. Pero estaban dispuestas a ir aun más allá.

Veinte años más tarde, La Salle visitaba su comunidad de Mende en las Cevenas a la entrada del Languedoc, una provincia muy diferente de Champaña. En esta ocasión ayudó a la Señorita Saint Denis a redactar las Reglas de la Unión Cristiana allí —y este era un territorio hugonote—. Sus Hermanos también hicieron el voto de asociación, pero no para mantener la comunidad —esto se daba por hecho, y las comunidades laicas de mu-jeres eran entonces lugar común— sino con el propósito de establecer a pesar de todas las dificultades escuelas para los pobres como él pensaba.

Más cerca de Reims: las Damas Docentes (Dames Regentes) de Châlons13

Es interesante observar que todas estas comunidades surgieron prác-ticamente con el mismo propósito y que hubo mucha influencia mutua.

13 Id., pp. 467-480.

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Hubo otra creación interesante en Châlons, a veinticinco millas al sureste de Reims. Allí había empezado un seminario sobre el modelo de Bourdoi-se. Una vez que se había logrado tener un número suficiente de sacerdo-tes preparados convenientemente, se pensó en establecer escuelas para los pobres con el fin de ofrecerles instrucción religiosa y así continuar la renovación de las parroquias. Hacia 1664, tenemos otra vez una iniciati-va adoptada por mujeres con el mismo propósito. Un grupo de jóvenes y viudas se constituyeron en una comunidad laica de maestras y pronto hubo cuatro escuelas en el área. Se llamaron a sí mismas las Damas Do-centes. Su superiora formó maestras de las aldeas mientras otras dirigían las escuelas de las ciudades. Un “seminario” o centro de formación para maestras de las aldeas existía por consiguiente en Châlons antes de 1676. Las alumnas maestras recibían alimentación y practicaban en la escuela anexa al centro. Las Hermanas iban con ellas cuando buscaban empleo en una aldea y las dejaban establecidas. Estas Hermanas formaban un grupo diocesano que dependía del obispo y de las parroquias. No parece que tuvieran mucho éxito en dar una preparación en profundidad, y después de 1688 no se menciona su centro de formación.

El obispo de Châlons, Vialart, estaba muy preocupado por la instruc-ción de los jóvenes. Defendía el trabajo de las mujeres en la Iglesia, apo-yado en san Pablo, los Padres y el cuarto concilio de Cartago. Estableció reglas para las Damas Docentes en 1672 y obtuvo para ellas letras paten-tes el año siguiente. Nombró un superior eclesiástico de mucha autori-dad; escogió confesores, presidió la elección de una superiora, aprobó las obediencias dadas a las Hermanas, controló los gastos y, como principal obligación, cuidó de que las reglas se observaran exactamente. El obispo siguiente, de Noailles (1680-1695), confirmó estas prescripciones en 1685.

Para los niños hubo en la diócesis una buena organización de maestros, pero otra vez, principalmente para servir al clero. En 1676 Vialart mandó a todos los maestros ir al seminario para un retiro de cinco días. Estableció reglamentos diarios para ellos que incluían oración de la mañana, lectura espiritual, misa diaria con los alumnos y vida ejemplar. Estos maestros ayudaban a misa, cantaban el Oficio, cuidaban de la limpieza del altar, ayudaban en la administración de los sacramentos, y hacían que los alum-nos barrieran la iglesia una vez a la semana. Estaban autorizados para llevar sobrepelliz y capa. Fuera del retiro anual no había recursos para su formación. La primera obligación del maestro era enseñar el catecismo diocesano, enseñar a los niños a ayudar a misa y asistir a otras ceremonias litúrgicas; sobre esto los niños recibían una lección cada semana. La ense-ñanza de las materias profanas no era vista como un ministerio. Está claro que quedaba una ardua labor por realizar cuando los Hermanos de La Salle introdujeron un nuevo concepto de la Educación cristiana. Consejo

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similar al dado a las Damas Docentes se dio a estos maestros: “Recibirán a los hijos de los pobres con el mismo cariño que a los ricos y tendrán particular cuidado de su instrucción”.

DESARROLLO DE LA OBRA DE CARLOS DÉMIA 14

Carlos Démia, de quien algo dijimos antes, fue el fundador de las es-cuelas de caridad en Lyon. Su carrera fue influida por la reforma del clero, pues en 1660 entró al seminario de San Ireneo de Lyon, que recientemente se había unido con San Sulpicio. Tuvo una posterior experiencia en los seminarios de París, los Niños Buenos, San Nicolás del Chardonnet y San Sulpicio. De regreso a Lyon en 1664 encontró a los hijos del vulgo, desen-frenados y carentes de principios, y se propuso emplear todo su tiempo en fundar escuelas y darles instrucción religiosa.

Actitudes dilatorias de la burguesía de Lyon para con los pobres

Ya en el siglo XVI, se veían mendigando en las calles de Lyon multitu-des de niños abandonados y fugitivos de la casa o de los talleres. En las épocas difíciles se juntaban por centenares, enviados a mendigar por las familias incapaces de sostenerlos. Los ciudadanos acomodados no sabían qué hacer. En 1530 de quejaron de niños que se lamentaban toda la noche de hambre y de frío, causaban molestia alrededor de las iglesias y pertur-baban la devoción de los fieles. El peligro de riñas llevó a los magistrados a establecer una “limosna general” o comité de ayuda a los pobres, que distribuían donaciones provenientes en su mayoría de los comerciantes. Desde entonces, efectivamente, esto evitó riñas, los ricos comerciantes de seda encontraron en el alivio a los pobres un medio de control social de las masas empobrecidas y más adelante vieron el medio de tener un potencial de mano de obra barato. Esteban Turquet, un rico comerciante piamontés, director del comité de ayuda, propuso en 1536 introducir la industria de la seda a Lyon. El comité empleó una donación del Concejo Municipal para

alquilar varias casas, las adaptó como talleres y pagó los salarios de especialistas italianos de seda a quienes Turquet llamó para adies-trar a los hijos de las familias pobres. Una vez que los niños estaban

14 Id., pp. 707-714; Rigault I, pp. 60-81; Poutet, CL 48, pp. 74-83 (cronología, pp. 84-86); Char-tier, Julia et Compère, L’Éducation en France du XVIe au XVIIIe siècle, SEDES, París, pp. 60-62, 66-68, 71-77; Gabriel Compayré, Charles Démia et les origins de l’enseignement primaire; Paul Delaplane, Paris, n. d.; Las Amonestaciones de Démia como se encuentran en Fallon, Vie de Démia, Instituteur des Sœurs de S. Charles, Lyon, 1829.

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suficientemente preparados entraban al servicio de artesanos esta-blecidos en Lyon por Turquet y sus socios. En las décadas siguientes los comerciantes directores de la “limosna” sistemáticamente conti-nuaron esta política15.

Carlos Démia

Como aún continuó la mendicidad, se endurecieron las posturas: estos niños propagaban la ociosidad, la vida disoluta y la impiedad. Ellos debie-ron ser alejados de las calles y confinados en talleres donde se los sometía a dos disciplinas: aprender a leer, escribir, gramática y latín como los rec-tores del Comité de los pobres juzgaba conveniente; igualmente aprender religión y asistir a los funerales —esto se hacía en Lyon en 1620 y se los colocaba con maestros artesanos como fuente de trabajo barato—. Algu-nas profesiones se enseñaban en el Hospicio para proporcionar mano de obra a los manufactureros.

15 C. Luis and H. Soly, Poverty and Capitalism in Pre-industrial Europe, Harvester Press, p. 93.

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Démia innova estableciendo la Junta Escolar en toda la diócesis

Se entiende que a pesar de las “Advertencias” los proyectos de Carlos Démia de “seminarios” para preparar maestros y maestras necesitaron tiempo para su realización. Barré y Roland estaban ambos empezando a formar maestras en 1670, y Adriano Nyel tenía maestros viviendo con él en el Hospicio General de Ruan. Démia solo consiguió que el seminario de San Carlos saliera adelante el 27 de mayo de 1672, y en 1678 todavía estaba “tratando de ver si las maestras podían vivir juntas”. Pero en diciembre de 1672 el arzobispo de Lyon nombró a Démia director de todas las escuelas primarias de la diócesis, y él obtuvo inmediatamente autorización de establecer un Consejo escolar para la fundación de escuelas en la diócesis. Dicho consejo comprendía a los notables eclesiásticos y civiles de Lyon.

Solamente los párrocos nominados por Démia tenían voz en la admi-nistración de las escuelas, junto con los magistrados, legisladores, publi-cistas... Era un gran progreso en comparación de las muchas tentativas individuales de los párrocos en el país para tener sus escuelas de caridad. Fue de nuevo uno de los últimos avances en la reforma de la Iglesia fran-cesa, pero también dependía de una personalidad que se lanzaba al traba-jo. Démia contaba con el apoyo de la Compañía del Santísimo Sacramento. En 1679 el Consejo fue confirmado por el arzobispo, y en mayo de 1680 obtuvo la personalidad civil mediante la concesión de las letras patentes. Démia tenía detrás de sí al arzobispo, la burguesía y el clero. Esta situa-ción fue profundamente distinta de lo que sería la de La Salle.

El Consejo escolar de Démia era una especie de ministerio de la edu-cación primaria. Una decisión del Consejo de Estado en 1674 había esta-blecido que ninguna escuela podía abrirse sin la expresa aprobación es-crita del arzobispo, lo que en el caso de Lyon quería decir de Démia y del Consejo. Como resultado, empezaron a crearse las escuelas gratuitas para los pobres. Démia, para dar un ejemplo, dotó una de su propio bolsillo, y el arzobispo invirtió una gran suma para proporcionarle una entrada permanente para asegurar que los pobres aprendieran a leer, escribir, el catecismo y la aritmética. Él llama a estas escuelas “menores” aunque no preparan para los colegios. Démia se apartó de un principio de La Salle, pues rehusó absolutamente admitir en estas escuelas de caridad a nadie que no tuviera el certificado de pobre, aunque ellos eran menos que el número real de los pobres16. Por otra parte, las escuelas que pagaban (las “escuelas ricas” las llamaba Démia) estaban controladas por el Consejo es-colar y obligadas a seguir tan estrictamente como era posible los métodos

16 Rigault I, p. 66, n.° 1, citando los Reglamentos de Démia.

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empleados en las escuelas bajo el director general. Cuando Démia murió en 1689 había 16 escuelas de caridad en Lyon con 1600 alumnos.

En sus Amonestaciones, él insistía repetidamente a la clase comercial y a la administración sobre el valor utilitario y social de estas escuelas como garantía de orden y medio de preparar una fuerza laboral. “El prin-cipal medio de lograr el esplendor y la magnificencia de esta gran ciudad es establecer escuelas cristianas...” ¿Dónde habrá seguridad y bienestar público si los individuos no cumplen sus deberes con Dios, su patria y su familia? “Los jóvenes sin educación caen en la ociosidad, de donde se sigue que no hacen otra cosa que vagar a la deriva, se los ve en grupos en las esquinas de las calles empeñados en conversaciones inmorales...; en resumen, se convierten en los más depravados y sediciosos del estado... “Si el azote, las galeras y el cadalso no sacaran de la tierra estas venenosas serpientes, infectarían el mundo”. Fuera de la rebelión este desgraciado pueblo engendra más gente desgraciada a expensas de la colectividad. Es mejor gastar dinero público en escuelas que más o menos eficazmente en el hospital y en la ayuda pública (limosna general). En la escuela de cari-dad, añade él, los niños aprenden que están llamados a una vida virtuosa y útil, a leer, escribir y sumar para poder trabajar en la mayor parte de las profesiones, “pues no hay ninguna en que estos rudimentos no sean de gran ayuda para avanzar en los oficios más importantes17”.

Sus ideales limitados por los intereses de los representados en el Consejo

Él presentó estos intereses que coincidían con sus intereses, pero iban contra las claras intenciones de la clase dirigente, cuyos puntos de vista representaba el Consejo, que las clases pobres no debían aprender dema-siado, que debían aprender a conservar su puesto. Bajo la presión del Con-sejo y del comité de ayuda del momento, recortó la enseñanza que había proyectado ofrecer. Se dijo que él provocaba la ociosidad y la controversia. Démia dice que aunque ya respondió a esta objeción en otra parte de sus Amonestaciones él aseguraba a los magistrados que

1. A los niños se les enseñaría a evitar la ociosidad, las discusiones y las riñas.

2. No había propósito de que avanzaran hacia la escritura perfecta y mucho menos el latín, sino más bien el amor al trabajo y los medios de santificarse haciéndolos trabajar en estas escuelas a ciertas horas en botones, tejido, encaje, etc.

17 Faillon, pp. 493-494, citado en Rigault I, pp. 67-68.

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3. Estos niños permanecerán en la escuela solamente hasta que estén listos para aprender algún oficio.

Démia afirmaba que entre las personas del pueblo había algunos cuyos talentos, por prejuicio, no eran tenidos en cuenta. “A veces se encuentra oro en este barro”, decía. Sugería que podía surgir una élite de entre las masas, pero estaba de acuerdo en que las masas en general fueran una fuente de trabajo útil. Esto era rendirse a un principio de selección prove-niente de los dueños del poder y de la autoridad, que seleccionaría a un puñado de inteligentes con desprecio de los demás.

Démia continuaba diciendo que “ellas (sus escuelas) serían más ade-lante, si se quiere, como centros de información y mercados de trabajo, adonde las personas adineradas podían venir y escoger a algunos para servir en sus casas, otros para emplearlos en negocios, algunos aún para estudiar más”. En otras palabras, serían tratados como población labo-ral. El tiempo gastado en botones, tejido y encaje acostumbrará a los niños al esfuerzo físico y los preparará para sus oficios. Tan pronto como tengan edad suficiente para empezar un aprendizaje propiamente dicho (8 o 9 años) no estarán más en la escuela. Démia estaba preocupado con la suerte de los hijos de los pobres —tanto con su suerte espiritual como también por la carga sobre la administración y su amenaza del orden—. Quería que hicieran el bien para ser buenos cristianos, pero en otros as-pectos se doblegaba ante la clase poderosa y mercantil de esta gran ciu-dad manufacturera de la seda18.

Su lenguaje, en algunas de sus expresiones, fue muy diferente del que emplearía La Salle. La masa de los pobres no sería para él “barro”; nunca pensó que los niños “mejor dispuestos para las artes, la ciencia y la virtud” deberían ser aislados para recibir una mejor educación, mientras la ma-yoría permanecería siendo una simple fuerza laboral. En cambio, él y sus Hermanos adoptaron una posición contraria a la selección. Su Regla diría: “Manifestarán igual afecto a todos sus alumnos, más aún a los pobres que a los ricos porque están más obligados por su Instituto con los primeros que con los últimos”. Contra los intereses creados y a pesar de repetidas condenas por las cortes, sus escuelas enseñarían a los niños a escribir “per-fectamente”, es decir, con la perfección técnica que los maestros calígra-fos afirmaban que solo ellos debían enseñar. Para aprender a leer, escribir perfectamente y contar, los niños asistirían a sus escuelas hasta la edad de doce años y aún más, y serían los padres, no los patrones, quienes decidi-rían cuándo el niño debía trabajar; los Hermanos animaban a los padres a no recortar la enseñanza. Todo esto vendrá mucho más tarde en su vida.

18 Faillon, óp. cit., pp. 495-499.

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Los 16 rectores de la Junta Escolar se reunían periódicamente en la casa de Démia. Al recibirse en la Junta, un nuevo rector hacia la siguiente de-claración:

Yo... postrado a los pies del Santísimo Niño Jesús, en presencia de su Santísima Madre y de toda la corte celestial, prometo con la ayu-da del cielo dedicarme, en cuanto yo pueda, a apoyar el progreso y perfección de las escuelas de los pobres bajo las instrucciones de su director y según la Compañía y la Junta lo juzguen necesario...

Nadie podía iniciar desde ese momento una escuela sin la aprobación de la Junta. Se enviaban inspectores, los maestros eran llamados a rendir cuenta a los rectores, en pie y con la cabeza descubierta si no eran clérigos. El primer domingo de cada mes los maestros y maestras de Lyon se reu-nían para un retiro. El 26 de abril de 1683 el vicario general empezó con los maestros de las escuelas pagas la confraternidad de San Carlos Borromeo. A los demás, Démia prefirió reunirlos por separado el último domingo del mes.

Seminario de San Carlos, 1672. Las Hermanas de San Carlos, 1680

Démia estaba preocupado por tener buenos maestros y, por consiguien-te, por su formación. Su solución fue preparar jóvenes para el sacerdocio en un seminario que junto con el curso normal de los estudios incluyera alguna preparación pedagógica. Él empezó el seminario de San Carlos en 1672, financiado y controlado por la Junta. Allí sostuvo a sacerdotes po-bres que dirigirían las escuelas y al mismo tiempo serían párrocos. En un momento, cuando estaba escaso de dinero mientras preparaba a sus cléri-gos, alquiló una casa para ellos y empleó todo su mobiliario, durmiendo hasta sobre un colchón de paja. En su seminario se enseñaba teología y filosofía como preparación para la ordenación, se tenía cuidado de la me-ditación y de la oración, el régimen era de pobreza y de mortificación. Se aceptaban célibes, pero Démia pensaba sobre todo en futuros sacerdotes. Después de la ordenación se quedaban para formar una comunidad. Un contemporáneo19 hablaba de 24 sacerdotes: doce maestros, cada uno con un ayudante, salían dos veces al día a diferentes partes de la ciudad a en-señar a los niños reunidos en salones alquilados con este fin.

En 1677 pudo dar comienzo a una comunidad de maestras sostenidas y controladas por una “Asamblea de Damas”. Ellas se convirtieron en las Hermanas de San Carlos en 1680 y empezaron a formar novicias en 1686.

19 Citado en Faillon, p. 106; como está citado en Rigault I, p. 75.

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Los “estatutos y reglas” de Barré, de 1677, publicadas solo en 1685, sirvie-ron como guía para su formación, pues Démia pidió a Montigny que le en-viara una de sus Hermanas para que se encargara de su centro de forma-ción y así se hizo. En 1687 había 28 de estas maestras; la comunidad estaba financiada por la Junta escolar. Esta congregación docente aún subsiste.

En cuanto a sus maestros clérigos, la enseñanza fue vista como una función acompañante de la función sacerdotal. Las Reglas de Démia para las escuelas de la ciudad y de la diócesis de Lyon estipulaban que las car-tas de nombramiento “serán solo por uno o tres años y pueden prolongar-se por tres años más, con cualquier motivo, y esta prolongación no se hará antes de decidirlo en una reunión de toda la Junta20”. Se podría permitir un tercer periodo, pero la enseñanza seguiría siendo una etapa temporal: la escuela sería un “noviciado” en el camino al sacerdocio, “porque ense-ñando a los pequeños ellos aprenderán a instruir a los mayores”. Aunque esto aseguró que un número de clérigos con alguna preparación fueran a las escuelas, era muy diferente de la dedicación de toda una vida que la educación requería y que hemos visto en el caso de muchas comunidades de Hermanas y que veremos en el caso de los Hermanos de La Salle. Dé-mia mantenía aún la opinión tradicional de que los maestros de los niños tenían que ser clérigos.

Esperanzas y logros de Démia. Comentario

Démia se preocupó también de las aldeas y ciudades pequeñas y con-siguió de su arzobispo que estableciera que todo sacerdote en la diócesis prestara el servicio en un sitio rural antes de llegar a una ciudad. Su se-minario proporcionó párrocos y coadjutores a pequeñas ciudades y al-deas; también algunos abandonaron para hacerse maestros de escuela y preceptores particulares. Solamente una cuarta parte de los que vinieron permanecieron más de un año, la mitad no más de cuatro meses21. Al final del siglo predominó la formación clerical.

Démia se dio cuenta de la necesidad de las escuelas para los pobres en todas las ciudades de Francia. En 1685 preparó para la próxima Asamblea del Clero un documento sobre la necesidad de establecer “una especie de seminario menor para la piadosa educación de los jóvenes destinados a las más importantes y descuidadas funciones de la diócesis como coadju-tor, maestro de escuela y catequista”. La Asamblea se abrió el 15 de julio. Tomó seria nota de las Amonestaciones y discutió las proposiciones relati-vas al establecimiento de “escuelas de formación para maestros que en el

20 Citado en Chartier, etc., p. 68.21 Chartier, etc., p. 76.

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futuro enseñarían a los niños en todo el reino”. Pero “como Francia estaba casi agotada en todos sus aspectos por contribuir con inmensas sumas al costo de la guerra (la guerra de Holanda 1672-1679), el asunto quedó indeciso y sin efecto”.

Démia pensó al final de la Asamblea retirarse a las Misiones Extranje-ras, y había confiado su trabajo a otro con esta intención antes de salir de Lyon, pero regresó en octubre después de una escasa residencia de quince días allí. Ahora había hecho imprimir y difundir ampliamente algunos opúsculos. Su intermediario en París para remitirlos a varios directores de seminario fue el Señor Compagnon, el sacerdote a cargo de las escuelas de San Sulpicio. Démia murió el 23 de octubre de 1689. En su testamento que-ría que los profesores de su seminario fueran escogidos preferentemente de su lugar nativo22. Aunque él había contemplado escuelas para los po-bres en toda Francia, su obra no fue más allá de su diócesis.

En Lyon su obra fue aceptada y como director de escuelas obtuvo que algunas aceptaran sus reglamentos: treinta y una lo hicieron así al final del siglo. Basándose en La Escuela Parroquial y en sus propias experiencias, trazó una guía detallada para los maestros en los Reglamentos de su es-cuela23. Aunque no fue el primero en formar maestros o maestras, Carlos Démia fue el primero en empezar una organización completa a nivel dio-cesano y en tener un Control de escuelas, con un sistema de inspección de las escuelas bien organizado. Los miembros del bureau hacían la inspec-ción. Una vez al año iban con los maestros a visitar a las familias24.

Sobre la obra de Démia, Chartier, Julia y Compère comentan: “Un producto original de la reforma católica francesa, la creación de Démia ayuda a medir mejor la radical y por mucho tiempo inquietante novedad lasallista25”. El énfasis después de Trento en la reforma del clero llevó en Francia a una valoración del ministerio sacerdotal que acentuaba la ver-dad del Nuevo Testamento que la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, está edifi-cada sobre una variedad total de ministerios o formas de servicio. La obra de los Hermanos de La Salle era una afirmación en sentido contrario. La Salle mismo, más tarde, empezó a comprender, basado especialmente en san Pablo, el ministerio del maestro católico. La existencia de su sociedad y el carácter de su obra trastornaron opiniones tradicionales y hasta desa-fiaron una tendencia de la reforma.

22 Compayré, p. 11.23 Id., Esbozo, pp. 77-81.24 Rigault I, p. 71.25 Id., p. 77.

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PARTE II

1679-1688Conversión hacia la atención a los maestros de los pobres

Una nueva comunidad de maestros laicales encuentra su identidad

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CAPÍTULO 6. 1679-1682: DIOS NO ACOSTUMBRA A FORZAR LAS INCLINACIONES DE LOS HOMBRES 1

Dom Elías Maillefer, uno de los primeros biógrafos de La Salle, nos dice de él que mirando al pasado,

se encontró cargado con él (i. e. el establecimiento de las Escuelas Cristianas) por caminos tan sencillos e imprevistos que no pudo dejar de admirar el dedo de Dios que guiaba sus pasos. Él mismo estaba sorprendido hasta la admiración2.

Unos catorce años después de estos acontecimientos iniciales La Salle escribió para provecho de su pequeña comunidad un relato de sus co-mienzos. El Hermano Bernardo escribe3:

Así fue como nació el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. El siervo de Dios hizo una narración abreviada en un manuscrito de su propia mano, que él guardó escondido durante más de veinte años y que por fortuna se descubrió… Así pues, de este manuscrito tomaremos todo lo que vamos a decir hasta el año catorce de su institución, porque en su escrito no fue más adelante.

La narración empieza en 1679 y nos lleva hasta 1693. Lamentablemente ya no tenemos el manuscrito aunque fue empleado por sus tres primeros biógrafos. Ellos solamente lo citan en ocasiones. Al menos, ya no depende-mos principalmente de las fechas oficiales que constan en los documentos de familia y mirando únicamente el fondo histórico. Nos queda la expe-riencia referida por el mismo santo; pero también esto gana colocándolo en el contexto.

Después de febrero de 1679 el Canónigo de La Salle dispuso entera-mente de su tiempo para ser un sacerdote ilustrado y un canónigo. Como hemos visto, no había llegado todavía a una conclusión sobre su plan de vida, pues se sentía insatisfecho de ser únicamente un canónigo, pero es-taba persuadido de que una parroquia no era su destino. Por lo menos, con cuartos disponibles ahora en su “hotel”, recibía a los sacerdotes que venían a Reims de la provincia; era una manera de continuar la obra de Roland con el clero.

1 Poutet I, pp. 625-658; Bernard, pp. 23-47; Maillefer, pp. 33-47; Blain I, pp. 159-182.2 CL 6, p. 28.3 Bernard, p. 22.

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Un hombre enviado de Ruan

En alguna ocasión, parece que en marzo, Juan tuvo ocasión de pasar por la casa de las Hermanas en la calle Barbâtre. Cuando llegó a la puerta, vio a un extranjero, con las huellas de un largo viaje; vestía una traje negro y cintas blancas, llevaba el cabello corto, claramente se veía que no era un sacerdote; lo acompañaba un muchacho de unos catorce años. Cuando se abrió la puerta, el Canónigo de La Salle se sorprendió de ver la calurosa bienvenida que la Hermana Francisca Duval hacía a los dos viajeros. La Salle fue conducido a un locutorio mientras los dos extranjeros fueron lle-vados a otro. El hombre era Adriano Nyel, de quien ya hemos oído hablar mucho. Esta fue una pequeña coincidencia que marcó el principio de los acontecimientos por medio de los cuales el Espíritu Santo iba a conducir tan suavemente al Señor de La Salle.

¿Qué trajo a Reims a Adriano Nyel, que tenía un contrato vitalicio con el Bureau de los pobres de Ruan y que había sido lazo de unión de sus escuelas durante veintidós años y ya contaba cincuenta y ocho años? En Reims, Nicolás Roland se había concentrado en la educación de las hijas de los pobres porque “las madres, las hijas mayores de las familias y las empleadas se encargan ordinariamente de la educación de los niños más que los padres”. Pero hacia 1678 proyectaba conseguir uno de los Herma-nos de Barré para empezar algo a favor de los niños. Sin embargo, Barré entonces estaba de vuelta a París y Antonio de la Haye había muerto, de modo que nada se pudo hacer.

Pero Poncio Maillefer, el comerciante en telas de Reims que se había establecido en Ruan y cuya esposa Juana Dubois, de la cual conocemos la historia, que habían mostrado su preocupación por los pobres de su ciudad adoptiva, se decidieron a llenar el vacío. Ellos estaban relacionados con Roland: Simón, hijo del matrimonio, se había casado con una sobrina nieta de Roland. La Señora Maillefer, que había sostenido desde 1671 a dos Hermanas de Barré que dirigían la escuela de Darnetal —y que inclu-so les dio la casa— estaba ansiosa de hacer lo mismo con las niñas de su nativa Reims. Pero Roland ya había hecho esto en 1674. Una Señora Dau-bin, que fue posiblemente la superiora administrativa de las Hermanas de Ruan de 1674 a 1677, fue enviada a Reims en una misión de investigación. Encontró que otras diez mujeres se habían unido a Francisca Duval y a Ana Le Coeur, pero nada se había hecho por los niños. Al recibir esta in-formación, la Señora Maillefer se puso en contacto con Roland y, en 1677, ella y su esposo acordaron dar un respaldo financiero para la escuela de niños que Roland tanto deseaba. Su muerte al año siguiente fue un retraso pero no la desanimó.

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La Salle conoce a Adriano Nyel

La necesidad era encontrar, no simplemente dos o tres jóvenes que qui-sieran ser maestros, sino un hombre de empuje, capaz de entenderse con las autoridades y que supervisara el proyecto. El Canónigo de La Salle podría haber sido el hombre, en vista de lo que había obtenido para las Hermanas. Probablemente se lo propusieron, pero no se consideró a sí mismo como la persona indicada. Pasaron seis meses y entonces la Señora Maillefer se dirigió a Nyel y le ofreció un salario anual de 300 libras si se trasladaba a Reims y empleaba sus habilidades en conseguir y preparar maestros para iniciar una escuela allí. Él aceptó. Para quedar libre de sus obligaciones con el Hospicio General del que recibía 100 libras al año y la manutención, él encontró suficiente capital (esto ya se ha visto) para depo-sitarlo en manos de los administradores. Ellos en cambio acordaron darle una pensión vitalicia de 100 libras por año y permitirle dar por terminado su contrato. Este acuerdo tiene la fecha del 23 de septiembre de 16784.

4 Poutet I, p. 630.

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Él pudo haber presentado a su sucesor su trabajo o haberse ido in-mediatamente a Reims. Se dice sin embargo generalmente que no viajó hasta marzo. Francisca Duval pudo haberle avisado que esperara hasta que el futuro de su comunidad se decidiera por la concesión o rechazo de las letras patentes. Como estas se otorgaron en febrero, probablemente la Señora Maillefer al conocer la noticia, decidió en seguida enviar a Nyel con cartas en primer lugar para Francisca como la persona que mejor com-prendía el pensamiento de Roland. Nyel debía hospedarse en casa de su hermano Cristóbal Dubois, tío de Carlota sobrina de Roland5.

Nyel viajó desde Ruan con un muchacho de catorce años a quien se conoce solo como Cristóbal, y que debe haber sido uno de los huérfanos a quienes Nyel enseñó hasta que tenían catorce años, cuando debía bus-carles trabajo. Y así llegó a la calle Barbâtre. Mientras Nyel trataba el tema de la escuela en el locutorio del convento de las Hermanas, la Hermana Francisca hizo entrar al Señor de La Salle, lo presentó a Nyel y le explicó el plan que meditaba. Se basaba en la experiencia que Nyel tenía de Ruan: él entraría en contacto con el Bureau de Caridad, revelaría el ofrecimiento de la Señora Maillefer y esperaba contar con su apoyo para abrir una escuela para niños que a ellos no les costaría nada. El canónigo se dio cuenta de que en vista de la experiencia de la Señora Varlet, de Roland y de la suya propia, esto era lo último que se debía hacer. Nyel tendría que alquilar un local o contar que le ofrecieran un espacio disponible. Pero la Junta de Reims, que controlaba todos los Hospicios de la ciudad y que había tenido que ceder cuando Le Tellier patrocinaba el plan de Roland, se opondría a cualquier fundación que pudiera significar una participa-ción de las donaciones públicas. La Corporación se opondría a cualquier proyecto de caridad que pudiera fracasar y que los dejara para recoger los pedazos. Otro proyecto para los numerosos y despreciados trabajadores los indignaría. El Señor de La Salle recomendó una extrema cautela. Para este extranjero de clase baja hospedarse en la casa de los Dubois llamaría la atención en seguida y la gente empezaría a hacer preguntas. “¿Por qué no viene conmigo?”, preguntó La Salle amablemente; “es sabido que los sacerdotes de provincia vienen a alojarse en mi casa; su vestido se parece al de ellos y no llamará la atención”. Se convino en que una semana más o menos sería suficiente para conseguir maestros y local; luego iría, si quería hacerlo, en peregrinación a la pequeña iglesia de Nuestra Señora de Lies-se, y a su regreso empezaría la clase. Él aceptó complacido la hospitalidad de un canónigo tan apreciado por las Hermanas de Roland.

5 Id., p. 631 y n.° 38 cita del testamento de Charlotte Roland.

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La apertura de la escuela de Nyel es negociada con éxito por el Canónigo de La Salle

La Salle aceptó luego relacionarse calladamente con varias personas que antes le habían dado su apoyo a favor de las Hermanas del Niño Je-sús, esperando que ellas sabrían cómo solucionar el asunto. Una de las primeras personas que entrevistó fue Dom Claudio Bretagne, quien tenía una comprensión clara de los negocios y del pueblo de Reims. Él estaba to-talmente a favor de la empresa, pero aconsejó discreción para asegurarse de que los pasos dados garantizaran el éxito. Pasó la semana sin solución a la vista. Otras personas, consultadas separada y discretamente, opinaron que las dificultades eran insuperables. Otra vez, como en las negociacio-nes a favor de las Hermanas, fue el canónigo quien propuso una solución. ¿Por qué no procurar que la escuela fuera auspiciada por un párroco de la ciudad? El Concilio de Trento y el posterior Derecho Canónico habían hecho una obligación del párroco cuidar de la instrucción religiosa de los niños, y esto había sido corroborado por la ley local. Si él deseaba abrir una escuela con este propósito en su parroquia, nadie tendría nada que decir y el arzobispo lo respaldaría.

El Canónigo de La Salle calladamente celebró una reunión en su casa con varias personas ya consultadas para plantearles la idea y pedir su con-sejo sobre el párroco que convendría. Se propusieron cuatro nombres; tres fueron descartados por razones que coincidían con la valoración que la Salle hizo de ellos en la reunión del 11 de agosto del año anterior. Él fue quien propuso finalmente el nombre de Nicolás Dorigny, párroco de San Mauricio. Esta era una iglesia situada en la pequeña calle San Mauricio, que unía la calle Barbâtre con la calle Nueva, en el corazón del área de la clase trabajadora de la ciudad. Dorigny estaba relacionado con los Cocque-bert y los Maillefer6 podrían ayudar, pero la principal razón fue su cono-cida dedicación a la parroquia y su habilidad para defender dentro de sus derechos cualquier cosa que emprendía. Los jesuitas, cuyo colegio estaba al lado de la iglesia, tenían el derecho de nombrar a su titular, junto con otras atribuciones, pero Dorigny era capaz de mantenerse en buenas relaciones con ellos y al mismo tiempo defender sus propias prerrogativas. Todos estuvieron de acuerdo en que la elección de La Salle era buena. Nyel, a quien correspondía la decisión, aceptó complacido. Entre paréntesis, la ac-tual iglesia de San Mauricio, fue seriamente dañada en el incendio de 1943 y muy poco, con excepción de la capilla de Nuestra Señora, podría ser re-conocido por La Salle. Pero al salir de la iglesia se pueden observar a ambos lados de la puerta los bustos del Santo de La Salle y del Beato Roland.

6 Id., p. 634 y n.° 55 que se refiere a Aroz, CL 28, 29, pp. 34, 70, n.° 2.

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La Salle fue quien concertó una entrevista con Dorigny y le presentó a Nyel. Encontró que Dorigny ya estaba pensando en abrir una escuela en la parroquia y buscaba un clérigo para que la dirigiera. Un clérigo tendría algunos beneficios y otras fuentes de remuneración y no sería una carga para la parroquia. En una parroquia pobre esto era crucial, aparte de que era normal pensar en primer lugar en un clérigo. Todo cambió en la con-versación cuando Nyel dijo que le habían asegurado 300 libras al año. El patrocinio de La Salle para este extranjero tenía mucha importancia. Nyel era un buen comunicador (Blain dice que era “el hombre vivo más hábil para negociar7”), pudo presentar el plan del proyecto y dar a conocer su largo compromiso con las escuelas de los pobres. También su vestido y su cabello corto, en una época en que en este campo no había diplomas ni respaldo profesional, daban la impresión de una persona seria en un estilo de vida de trabajo. Ante este regalo del cielo Dorigny estaba entusiasmado y ofreció a Nyel y a su joven compañero un puesto en su residencia; pro-metió también que el salón que había proyectado como escuela estaría listo. Él pidió como garantía que las 300 libras le fueran enviadas anual-mente a él para deducir de ahí los costos de alimentación, pero por otra parte estaba contento de alojarlos gratis. La escuela se abrió poco después, no sabemos cuándo; la fecha tradicional es el 15 de abril. La residencia en que funcionó está situada donde ahora es el n.° 14 de la calle de San Mauricio. La Salle estaba feliz con el resultado. Probablemente continuó mostrando interés, yendo tal vez a la residencia de cuando en cuando, porque quedaba a unos pocos minutos a pie de la casa de las Hermanas de Roland, en cuyos asuntos aún estaba interesado. Pero su relación era la de un amable y discreto canónigo burgués. Su propia casa volvió a la normalidad. Pero este día de abril de 1679 fue significativo en su vida.

Nyel abre otra escuela. La Señora de Croyères

Nyel debió ser un hombre piadoso y notable. A los 58 años era capaz de controlar y ganar los corazones de los niños andrajosos que habían vivido demasiado tiempo en las esquinas de las calles, enseñarles en condicio-nes antihigiénicas, con materiales escasos, en un salón atestado, y todavía estar dispuesto a hacer nuevos proyectos y salir a visitar a las personas indicadas. De Dorigny y de Francisca Duval debió obtener una idea clara de las necesidades de la ciudad y vio por sí mismo la habitual ociosidad, el juego y las peleas entre los niños en las calles sucias. Había sido enviado a abrir solo una escuela, pero sintió profundamente la necesidad de repetir en Reims lo que había realizado en Ruan con la ayuda de la Junta escolar:

7 Blain I, p. 180 al final.

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abrir varias escuelas en los barrios pobres de la ciudad. Él había aprendi-do de La Salle que la mejor manera de proceder en Reims era encontrar a alguien que proporcionara los fondos necesarios y luego acudir a un pá-rroco. Fue una gran ayuda y una nueva y agradable experiencia no tener que trabajar bajo el pesado control de la Junta escolar.

Nyel hizo averiguaciones, en primer lugar con las Hermanas del Niño Jesús. Francisca Duval inmediatamente pensó en una benefactora de su comunidad, Catalina, la viuda de Antonio Lévêque, conocida como Croyè-res por las tierras que poseía. Ella había dado 1000 libras a las Hermanas y pensaba dotar una escuela en su parroquia de Santiago. Nyel no perdió tiempo en visitarla. Muy probablemente Francisca Duval fue con él y lo presentó. Pero de ahí en adelante la habilidad de Nyel para vender un proyecto entró en juego. Explicó a la viuda sus ideales y le dio a conocer su hoja de vida. Con la Hermana Francisca para confirmar lo dicho bas-tó para que la Señora de Croyères anhelara abrir una escuela de niños. Cuando Nyel nombró al Canónigo de La Salle, esto le dio nueva seguri-dad y quiso verlo; ella ya lo había conocido y experimentado su cortesía y preocupación por las escuelas de Roland. Cuando él hacia diligencias para que la Corporación las aprobara, ella había sido unas de las benefac-toras a quienes había pedido que aceptara el acuerdo de que en caso de no obtener el reconocimiento legal, su donación iría al Hospicio General de la ciudad. Ahora ella vio con claridad que en las negociaciones sobre su proyecto La Salle era la persona indicada para llevarlo adelante.

“Esto es una bendición del cielo”, pensó Nyel, y no perdió tiempo en ir a ver a La Salle en su “hotel” para hablarle de las intenciones de la Se-ñora de Croyères y de su deseo de verlo. Él le insistió para que aceptara la responsabilidad de ser el negociador. El canónigo quedó desconcertado. El contrato de Nyel había sido abrir una escuela para los pobres y así se había hecho. Pero aquí estaba él saliéndose de lo suyo y contando con La Salle para que lo respaldara. Esta era la tercera vez que él tenía su nombre involucrado en el asunto de las escuelas para los trabajadores oprimidos para quienes su propia clase y el Concejo Municipal no tenían tiempo. Él empezaba a verlo como un buen trabajo para que gente como Nyel lo realizara y que él, Juan, hacía lo correcto usando su diplomacia. Pero le pareció que alguna responsabilidad directa se le presentaba y se sobreco-gió. Visitó sin embargo a la Señora de Croyères: por cortesía difícilmente podía rehusar. Ella le dijo que presentía que no iba a vivir mucho. Quería su promesa de que si proporcionaba una suma anual de 500 libras, él iría a ver al párroco y ella aseguraba la fundación de una escuela con dos maes-tros a perpetuidad. También trató de convencerlo de que aceptara alguna responsabilidad, no de buscar maestros o dirigir la escuela, sino de prestar una atención sacerdotal sobre su conducta y aplicación y, en cooperación

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con Nyel, el hombre directamente a cargo de la escuela, cuidara de que la escuela diera realmente una buena instrucción religiosa, pues este era el primer objeto de la fundación. La Señora de Croyères pensaba también que su párroco probablemente no lo haría, pero tampoco se opondría a la supervisión del canónigo. Bajo su presión y la de Nyel La Salle aceptó. Sintió que había una pequeña área de cuidado pastoral discreto, que como sacerdote no podía negarse a cuidar.

Si esta no fue la mayor en la serie de decisiones que debió tomar para ir adonde Dios lo conducía, señaló sin embargo un momento decisivo. No había pensado en atender las escuelas de los niños y si se lo hubie-ran presentado en forma descarnada lo habría rechazado. Por una parte, su interés y algunas de sus dotes iban en otras direcciones. Había recibi-do, después de su ordenación, facultades de predicar y oír confesiones en toda la arquidiócesis, y le darían el 16 de octubre de 1682 el poder de absolver también casos reservados. El 27 de diciembre de 1678, después de prepararla, recibió la abjuración de la hugonote Susana Périeux; y en 1684, a principios de abril, predicó una misión en las afueras de Reims. Tenía, pues, dotes para con los penitentes que le eran reconocidas. Las perso-nas empezaban a visitarlo para recibir consejo espiritual. El otro obstáculo para encargarse de las escuelas de los pobres era su natural repugnancia al estrecho contacto con la gran cantidad de ignorantes y pobres desaseados. Pero él había prometido interesarse por dos maestros de esta misma clase. Podemos ver el avance hacia este pequeño compromiso como un ejemplo del Espíritu que trabaja a través de acontecimientos ordinarios.

Satisfecho ahora con que todo en la escuela iba bien, la viuda enferma le envió en Pascua el primer pago anual de 500 libras con el fin de finiqui-tar su testamento. Ella murió antes de hacerlo, pero sus herederos cum-plieron honorablemente su promesa. Nyel entonces buscó maestros. Con su experiencia él tenía buena idea de qué era lo mejor que necesitaba, pero Dorigny y la Hermana Francisca le debieron ayudar. Las dos clases de la calle de San Mauricio estaban colmadas y se necesitaba otro maestro, de manera que debió buscar tres nuevos maestros. Probablemente encargó a Cristóbal que iniciara a los dos nuevos maestros en la escuela de San Mauricio mientras él daba comienzo a la nueva escuela de la parroquia de Santiago con el nuevo maestro. La casa donde instalaron las dos clases estaba cercana a la iglesia, pero no tenemos más precisión. La iglesia, fuera de los vitrales, está casi como La Salle la conoció, con su mezcla de varios estilos arquitectónicos desde finales del siglo XII hasta el XVI.

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Nyel reúne a los maestros en comunidad y abre una tercera escuela

El paso siguiente de Nyel fue finalmente observar la diferente acti-tud de La Salle para con su obra. Los tres nuevos maestros, como eran todos de Reims, fácilmente podían permanecer en su casa, pero Nyel conocía por experiencia la ventaja de reunirlos. Él podía ayudarles en sus dificultades pues tenía el tiempo de discutir con ellos, y ellos esta-rían más cómodos para su trabajo que en las casas llenas de gente. Otra razón era que en Ruan, como hemos visto, él había adoptado para sí y para los demás maestros un estilo de cristiano sencillo que apreciaba mucho. Si los maestros eran jóvenes y solteros al entrar, podrían pensar en trabajar en las escuelas durante unos pocos años antes de casarse. Si entonces serían reemplazados no está claro, pero hemos visto que dos o tres del equipo de Nyel en Ruan estaban todavía enseñando y eran cé-libes cuando los Hermanos de La Salle continuaron su trabajo en 1705. Cualquiera que fuera su idea de la comunidad, Nyel pidió al Señor Dorigny que recibiera a los cuatro maestros. Como el magro salario de un maestro de escuela era de 150 libras, se necesitaban otras 450 además de las 300 que hasta entonces recibía Dorigny y del legado de la Señora de Croyères se podían tomar 300. Pero Dorigny podía con justicia exi-gir alquiler de alojamiento de maestros extraños a su parroquia, pobre como era; pidió pues una suma anual de 1000 libras. El Canónigo de La Salle prometió completar la diferencia. No quería decir que todo saldría de su bolsillo: cuando la Señora Maillefer oyera hablar de los éxitos de su proyecto, seguramente enviaría más dinero y fácilmente convencería a su hermano y a su hijo Cristóbal Dubois y Simón Maillefer, que vivían en Reims, para que contribuyeran. La Salle era el intermediario que tal vez cubriría algún déficit. Entretanto, como la gente lo conocía pero nada sabía de Nyel, el nombre de La Salle era el que estaba ligado con esta más bien indeseable aparición de las nuevas escuelas de caridad.

Nyel, pues, libre de toda preocupación financiera, estaba feliz de di-rigir a los cuatro maestros que ahora estaban alojados con él en la resi-dencia de San Mauricio. Pero esto no le bastaba: en su ambición de abrir nuevas escuelas, con frecuencia se ausentaba, sin duda hablando con las Hermanas y visitando a las personas que ellas señalarían como buenos contactos. A menudo fue a ver a La Salle para hablarle del trabajo y tratar de interesarlo en él. El canónigo empezó a ver cada vez más el valor y la necesidad del trabajo. El gran compromiso de Nyel debió ayudarle a ver esto. La Salle lo encontraba conforme con el amor de Cristo por los pobres y los humildes. Pero aún vivía en su papel de simple benefactor. “Había imaginado”. Escribió más tarde, “que mi responsabilidad con las escuelas

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y los maestros consistía en velar por su manutención y que cumplieran sus deberes con piedad y aplicación”. Así fue por el momento.

Ambas escuelas estaban manifestando su excelencia a los ojos de los padres de estos pobres niños, y se presentaron tantos niños que cinco maestros no eran suficientes. Pero no había más espacio en la parroquia ni dinero disponible para pagar maestros. Nyel trató el asunto con el canóni-go y le preguntó qué ideas tenía en relación con el problema financiero. La Salle prestó atenta consideración: Él tenía cierta obligación con la fallecida Señora de Croyères; sintió que no podía permitir que decayera el entusias-mo de Nyel por estas escuelas que estaban produciendo tanto bien. Pero él no quería participar directamente en ellas: eso era impensable. Encontró una solución que realmente fue una maraña más que lo envolvía: alquiló una casa que estaba disponible al extremo del barrio burgués a corta dis-tancia de la suya, casi tan lejos al otro lado de la iglesia de San Sinforiano como la iglesia estaba de su casa —aproximadamente 150 a 200 metros en cada sentido—. Los maestros podían vivir allí, él les haría preparar el alimento en su casa y un criado se lo llevaría.

Nos parece la solución equivocada de alguien que quiere y no quiere comprometerse demasiado en la situación. Él alquiló la casa en uno de los días aceptados para comenzar los arriendos: el 24 de diciembre, a mitad del camino del año financiero. Tomó el arriendo por año y medio. Fue un regalo de bienvenida de Navidad para Nyel y su comunidad de jóvenes. Un hecho nos llama la atención en este arreglo: mientras La Salle propuso como solución al problema financiero permitir que los maestros vivieran en una casa, él aceptó la sensatez del deseo de Nyel de tener a los maes-tros consigo bajo un solo techo. Sin saberlo, La Salle estaba preparando su propia comunidad. Por el momento podía descansar.

Solo que, como continuó descubriendo, este arreglo condujo a otro paso que no había previsto. Nyel rápidamente se dio cuenta de que con uno o dos salones libres en la nueva casa, podía en seguida ir al párroco de San Sinforiano y ofrecerle empezar una nueva escuela en terrenos que nada le costaban. El párroco aceptó conseguir fondos para el salario de un maes-tro. Él había quedado edificado al ver a todos los maestros en Vísperas y en Misa en su iglesia; algunos fueron a pedirle dirección espiritual. Nyel fue a ver al Señor de La Salle para pedirle la aprobación del nuevo empleo de la casa. Otra vez la propuesta debió tomarlo por sorpresa, pero pudo decir que él no estaba directamente interesado y que ya empezaba a apre-ciar las escuelas para los pobres. También tendría que echar una mirada a esta. ¿A dónde lo conducía esto? Se puede suponer razonablemente que Nyel puso a Cristóbal a cargo de la nueva escuela y buscó un reemplazo para él en San Mauricio. Pudo mirar hacia atrás con gran satisfacción, aun con sorpresa, lo que había realizado en una ciudad nueva en el término de un año: tres escuelas en marcha y todo funcionando bien.

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El Canónigo de La Salle obtiene su doctorado en teología y reasume la tutoría

Estos acontecimientos eran todavía periféricos a la vida de La Salle. Sus actividades y preocupaciones normales no habían cambiado. En la pascua de 1680 pidió autorización para avanzar en el doctorado en teología. No se requerían más lecturas ni nuevas tesis; en parte era cuestión de prestigio y de dinero. Los directores de San Sulpicio criticaban los gastos para doc-torarse en la Sorbona por espíritu de humildad y desprendimiento, sobre todo cuando se decía que un licenciado sabía tanto como un doctor. Ellos pensaban que era mejor gastar el dinero en libros. En Reims, donde había menos personas a quienes interesaba invitar, los gastos eran menores y Juan siguió adelante. Blain ya nos ha dicho (capítulo 3) que en esta etapa de su vida una de sus ambiciones era ser doctor en teología.

Como preparación para el doctorado era requisito haber impreso, a seis columnas, una lista de “tesis” —más parecido a temas o tópicos— que él pensaba desarrollar en público en una sesión académica conocida como “Vesperal”. Estos temas cubrían todo el campo de sus estudios teológicos. Durante dos horas dos alumnos de segundo año de licenciatura hacían al aspirante toda clase de preguntas. Luego él mismo desarrollaba su lista de “tesis” en presencia de dos doctores quienes lo objetaban si era necesario. Pasó esta prueba, satisfizo a los examinadores y fue declarado competente para recibir el doctorado. Le fue señalado un día en que sería incorporado a los doctores de la universidad de Reims.

El tiempo intermedio se empleaba en enviar invitaciones y en hacer de-corar profusamente a sus expensas el aula magna de San Patricio. Todos los bachilleres y licenciados asistían a la ceremonia la cual era presidida por el decano y los doctores. El decano hizo el elogio del candidato quien respondió con modestia y brevedad; prestó luego el habitual juramento de defender la fe católica y los derechos de la universidad. El canciller impu-so entonces el birrete al candidato y el nuevo doctor ejerció su magisterio ocupando la silla del presidente y oyendo a un candidato a la licenciatura debatir sus tesis.

El Canónigo Juan Bautista de La Salle, sacerdote, doctor en teología, había llegado a la cumbre de sus ambiciones sacerdotales. Pudo convertir-se en profesor de teología, director espiritual en un seminario o ser llama-do a ocupar responsabilidades en la diócesis. Podía ser también un sólido director espiritual y un sacerdote competente en la reconciliación de pe-cadores y protestantes. Como varios de sus colegas de San Sulpicio po-día pensar en un obispado. Si sus estudios formales ya habían terminado, nunca perdió su disponibilidad para aprender y conservó su biblioteca.

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El 18 de julio reasumió, como era su intención, la tutoría legal de sus her-manos. Lo hizo, según dijo, “para proporcionar comodidad y descanso a sus hermanos y para cuidar de sus posesiones”. Esto parece indicar que Nicolás Lespagnol, su tío abuelo y tutor a cambio de La Salle, no manifestaba agrado en ninguna de las dos cosas. Lo había sido de mala gana en 1676, y a los 69, que tenía ahora, viejo para la época, pudo no estar realmente interesado, ni podía entender las necesidades de un niño de diez años, y de dos más ado-lescentes. Se cuidaba de su alimentación, pero ellos tenían otros gastos que hacer. No era fácil para ellos ir donde él aunque vivía cerca en la calle del Tambor que iba del Mercado del trigo a la Plaza del Ayuntamiento a pedirle zapatos y vestidos y dinero extra de bolsillo para ocasiones especiales.

El consejo de familia aceptó la petición de Juan y el lugarteniente de la ju-risdicción la confirmó. El 18 de julio se pidió a Nicolás Lespagnol que presen-tara la relación de sus cuentas de 1676 a 1680, lo que hizo el 28 de julio. Tomó menos tiempo que en el caso de Juan, pues fue él quien ordenó las cuentas durante su propia tutoría y porque había menos personas en la familia para atender. Por la misma razón Juan tuvo una tarea menos difícil como tutor que antes; de todas maneras está contento de cuidar de sus tres hermanos.

La movilidad de Adriano Nyel obliga a La Salle a tomar una decisión

Durante siete meses Nyel y su comunidad de maestros habían estado viviendo en la casa que el canónigo había alquilado para ellos, y dirigían tres escuelas. Pero las cosas no iban muy bien. Supervisar tres escuelas no era suficiente para Nyel. Estaba otra vez en movimiento, haciendo muchas visitas con la esperanza de abrir una cuarta escuela. Casi se diría que cam-biar el control burocrático bajo el cual vivía en Ruan por el apoyo ideal que tenía en Reims, lo hacía nacer de nuevo. Cuando La Salle iba de cuan-do en cuando a ver a los maestros encontraba a menudo que Nyel estaba ausente, y cuando ellos le hablaban de sus dificultades él los aconsejaba como mejor podía. Sobre cómo dirigir esta clase de muchachos, él no sa-bía nada, pero podía ver con claridad que si los maestros no tenían orden en sus propias vidas no había esperanza de establecerlo en sus escuelas, acerca de las cuales empezaban a llegarle quejas.

Estos eran jóvenes bien intencionados, que querían enseñar y vivir juntos, que tenían sustento pero no recibían salarios. El Hermano Bernar-do8 dice que los maestros habían empezado a observar tiempos fijos para retirarse, para la oración personal, para ir a misa y para las comidas.

8 Bernard, p. 35.

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Pero como el Señor Nyel estaba con frecuenta en visitas, la mayor parte del día la pasaba en su escuela de Santiago, y los domingos y días de fiestas llevaba a sus alumnos a misa y casi nunca estaba en casa, no podía existir entre estos maestros una verdadera vida de comunidad como debería ser… pasaban toda la mañana de los do-mingos y días de fiesta yendo y viniendo según su capricho9.

Nada malo había, básicamente, en esto pero iba contra el espíritu de cuerpo que el mismo Nyel consideraba conveniente para los maestros, aunque parecía incapaz de imponer: la casa se estaba pareciendo más a una posada. Pero La Salle vio más lejos: había percibido que más allá del simple orden exterior, si estos jóvenes ponían más control personal y más profundidad cristiana en sus vidas, impondrían más respeto en sus alum-nos y su influencia sería mayor. Entonces, siguiendo los deseos de la Seño-ra de Croyères y de acuerdo con el señor Nyel, estableció una especie de horario completo para los maestros. No era más que lo que los internados de pobres, por ejemplo, establecían para su cuerpo administrativo. Este arreglo, presumiblemente, suponía una mayor presencia del canónigo en su casa. Nyel lo agradecería; pero esto suponía también que Nyel podía moverse con más libertad.

El asunto, de hecho, no podía quedar ahí. El propio sentido del orden del canónigo, que lo hubiera descubierto o adquirido en los últimos diez años de mayor vida cristiana controlada, le hizo lamentar que no estuviera alguien con los alumnos maestros el tiempo suficiente para darles alguna estabilidad de vida y ánimo con su presencia; nadie para colmar su igno-rancia de la fe que ellos debían enseñar, nadie para ayudarles a reflexionar sobre los métodos de enseñanza y aprovecharlos. “Como él mismo dijo, no podía soportar sino con dolor que los maestros continuaran viviendo y comportándose tan mal como lo estaban haciendo10”. Parece que Bernardo cita aquí la memoria de La Salle. Algo en el canónigo lo llevaba a encon-trar una respuesta. Los párrocos que patrocinaban estas escuelas debieron venir a él para preguntarle si podía hacer algo, y La Salle debió de sentirse impresionado ante el hecho de que fue precisamente él quien propuso la solución parroquial en primer lugar.

La decisión que empezó a atormentarlo fue esta: hasta entonces había dado el paso de alquilar una casa para estos jóvenes. ¿No debería ahora llevarlos a su propia casa donde pudiera ejercer una influencia directa sobre ellos? Pero era un paso muy difícil de dar y vaciló. Significaría verse personal y directamente implicado, pero más que todo, suscitaría la in-dignación de los La Salle y de toda la burguesía; y para él vivir con estas

9 Id., pp. 35-36.10 Id., p. 37.

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gentes era impensable. “Si yo hubiera pensado”, escribió en su memoria, “que el cuidado que yo tomaba de los maestros por pura caridad, se con-vertiría en un deber para mí de vivir con ellos, habría rehusado”. Pero las cosas no habían llegado todavía a ese punto. Había cuartos libres en la casa y cuartos vacíos de los sirvientes; estos maestros estarían solamente para las comidas la mayor parte de la semana. La presencia de uno o dos sacerdotes del campo les ayudaría a reprimir sus modales demasiado in-cultos. Pero él vacilaba y esto continuó hasta Navidad, cuando él debía pensar en renovar el arriendo de la casa en el siguiente junio, o darlo por concluido y llevar a los maestros a su propia casa. La vacilación no que-ría decir que rechazara la idea; socialmente era un paso enorme para dar que le traería comentarios y críticas sin fin. Podemos decir que el Espíritu Santo lo iluminaba y lo guiaba suavemente y que él oraba y buscaba la voluntad de Dios.

El Canónigo Blain refiere11 como sucedido dos años más tarde algo de lo cual, dice él, las memorias no indican fecha exacta, y que puede con-venir mejor aquí. Si el señor Nyel se movía tan fácilmente, necesitaba ser reemplazado por otro maestro con mucha frecuencia, dejando finalmente todo en sus manos. La Salle se dio cuenta de que lo mejor era buscar re-emplazos.

Pero este plan tenía consecuencias que el canónigo temía: tomar por su cuenta la provisión de las escuelas vacías con maestros significa-ba hacer algo que él valoraba y quería, pero de lo cual él solamente deseaba tener una libre y voluntaria vigilancia sin compromiso ni obligación… En este dilema, determinó hacer un retiro para implo-rar la luz de Dios y conocer su santa voluntad. Para hacerlo con ma-yor recogimiento y silencio, alquiló un jardín muy aislado cerca de los Agustinos y junto a las murallas de la ciudad, y que fue el primer testigo de sus transportes de fervor y de su mortificación (este es evidentemente el jardín de Luis de La Salle que de hecho pertene-cía ahora a Juan. Él lo había alquilado algún tiempo después de la muerte de su padre y finalmente lo vendió en 1683). Después de dar sus órdenes para la casa y de ver por la Comunidad de maestras que Roland le había confiado, se retiró allí a la soledad para dedicarse a orar sin distracción y su cuerpo a la penitencia sin compasión.

Sea lo que sea de estos pocos días pasados en la soledad, muestran por una parte que el canónigo empleó tiempo para tomar su decisión sobre algo que iba totalmente en contra de la familia y de la opinión pública; en segundo lugar, que estaba determinado a buscar y a seguir la voluntad de Dios.

11 Blain I, pp. 182-183.

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La Salle consulta al Padre Barré en París. La crisis de su decisión

Tuvo que viajar a París para algún negocio antes de Navidad. Aprove-chó para ir al convento de los Mínimos cerca de la Plaza Real para consul-tar al Padre Barré. Este fue el primer encuentro con el hombre de quien tanto había oído hablar al Canónigo Roland, a sus Hermanas y a Nyel. Fue en este tiempo, 1680-1681, cuando los Hermanos del Santísimo Niño Jesús (fundados por Barré) abrieron su primera escuela en París. “La Salle le informó”, escribe Bernardo12,

de todo lo que sucedía en Reims relativo a la conducta de los maes-tros. Este digno hijo de san Francisco de Paula, lleno de experiencia, no vaciló en semejante situación e inmediatamente aconsejó al Se-ñor de La Salle recibir a los maestros para que vivieran con él… No había duda después de muchas oraciones fervientes de este santo religioso; nuestro celoso canónigo finalmente decidió alojar en su casa a todos los maestros. Solamente sobre esta base se levantó el edificio de la Sociedad de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

Claramente el canónigo, compartiendo su pensamiento con un hombre que presentaba el Evangelio sin compromiso y que estaba tan comprome-tido en las escuelas para los pobres, no evadía su problema. Otros lo ha-brían evadido. Siguiendo el consejo del mínimo adquiría un compromiso cuyas consecuencias no podía ver… Nyel envejecía. Después, ¿qué? Pero aceptó que tal era la voluntad de Dios para con él: ella confirmó lo que interiormente sentía que se le pedía aceptar y esto debió traerle una paz interior. Pero esperaría que las circunstancias lo confirmaran.

Se puede, debido a sus muchas vacilaciones, ver en La Salle una per-sona indecisa, de voluntad débil, dominada por el respeto humano. Blain dice varias veces que él estaba “muy perplejo”, una palabra que él debió tomar de la memoria de La Salle y que era expresión de honradez. Estaba en crisis y la estaba enfrentando. Posiblemente dejó en su memoria un re-cuerdo de su estado mental, de una serie de posibles evasiones y victorias, de su conciencia y discernimiento de sucesivas inspiraciones del Espíritu Santo, si Bernardo está guiándose por estas líneas13:

Este siervo de Dios se encontraba en una gran angustia, no sabiendo qué decisión tomar. Por una parte, el deseo que tenía del bien espiri-tual de estos maestros y de las escuelas que dependían de ellos, y el amor que tenía entonces y que siempre había tenido a la regularidad y al buen orden lo atraían mucho para poner en ejecución el consejo

12 Bernard, p. 37.13 Id., pp. 38-39.

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del Reverendo Padre Barré. Por otra parte, tenía una gran repug-nancia de traer a los maestros a su casa, y una extrema angustia de implicarse él mismo en esto. Y lo que aumentaba su inquietud era que preveía las consecuencias y cuánto tendría que sufrir por ellas, él que hasta entonces solo había tratado con personas distinguidas, tanto por su cultura como por el puesto honorable que tenían en la Iglesia o en la sociedad. Además, él tenía consigo tres hermanos de cuyo bienestar, conducta y educación estaba encargado. Él previó con mucha anticipación que la compañía de los maestros con ellos de ninguna manera agradaría a sus parientes pues era del todo in-compatible y podría causarles un sentimiento de malestar, como a todos sus amigos… Todas las dificultas mencionadas hicieron que durante tres meses permaneciera en la incertidumbre y la indecisión.

Lo que vemos es a alguien que por naturaleza no toma decisiones apre-suradas, pero que una vez tomadas nunca retrocede. La consecuencia so-bre su vida la resume así el Hermano Bernardo14: “Cuando conoció que tal era la voluntad de Dios, se entregó a ella con tal generosidad que nada pudo hacerle renunciar a su empresa: trabajos pesados, obstáculos, perse-cuciones: nada pudo apartarlo de llevar a cabo la obra de Dios”.

Herido en una tormenta de nieve

Parece que fue a finales de este año de 168015 cuando tuvo un accidente que le dejó una profunda impresión. Él había salido al campo cerca de Re-ims y estaba de regreso cuando empezó a nevar copiosamente. La ventisca cubrió los caminos y los fosos. Cuando avanzó en la oscuridad cayó en un foso profundo o tal vez en la empinada orilla de un riachuelo. A pesar de todos sus esfuerzos era imposible salir. Pidió auxilio pero nadie podía escucharlo. Sintió realmente que su vida estaba en peligro, invocó a Dios y renovó sus esfuerzos; finalmente logró salir arrastrándose aunque en el esfuerzo se desgarró un músculo que lo atormentó durante toda su vida. Nunca volvió a hablar de esto sino para agradecer a Dios. Fue probable-mente una experiencia que profundizó sus relaciones con Dios.

14 Id., p. 22.15 Maillefer, p. 40; Blain I, pp. 167-168, sitúa el incidente alrededor del tiempo de su doctora-

do, pero erróneamente lo pone en 1681. Bernard, p. 14, lo sitúa antes de que La Salle fuera a San Sulpicio. Ver Poutet I, p. 714.

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1681

Bienvenida preliminar a los maestros. Muerte de Rosa María. Nyel lo deja plantado durante una semana16

Una vez decidido, el Canónigo de La Salle esperó la mejor oportunidad para obrar sin causar más oposición que la indispensable. Se acercaba la Cuaresma. Fue un tiempo oportuno para preguntar a sus hermanos de 17, 15 y 10 años, si aceptarían la molestia de ver a los maestros en la casa. No vivirían allí sino que vendrían únicamente para las comidas de mediodía y de la noche. Esta presencia limitada también facilitaría las cosas a los maestros: al venir a una casa burguesa dejarían ver su incultura; la ma-yor parte del tiempo estarían en su propia residencia. Así se ensayó este primer arreglo. Fue muy penoso para La Salle. Estos jóvenes a quienes él consideraba inferiores a su criado, lo fastidiarían con su falta de modales y su pobre conversación; debió entender la reacción de sus hermanos. De nuevo se sintió inseguro. ¿Cómo iba a proseguir con la idea de traerlos permanentemente a su casa? Una vez más ocurrió algo que le ayudó a decidirse porque lo vio como providencial.

Entretanto, tuvo lugar una pérdida personal. El 21 de marzo murió repentinamente su hermana Rosa María, después de una enfermedad de solo diez horas17. Tenía solamente 25 años. Fue víctima del envenenamien-to causado por una medicina mal preparada. Era una poción que incluía un laxante hecho de sena, que en este caso parece haber estado en malas condiciones. Cuatro Hermanas habían estado enfermas recientemente por la misma razón y Rosa María y otras habían estado cercanas a la muerte el 9 de febrero de 1675. Fue enterrada en el cementerio de la abadía de San Esteban a la cual ella pertenecía. Sabemos de este acontecimiento por las memorias de Juan Maillefer, padre e hijo, que estuvieron presentes en el entierro. También, por supuesto, estaría toda su familia y muchas otras personas. Esto fue para Juan un rompimiento emocional más con su fami-lia que haría más fáciles futuras decisiones.

El canónigo sufría aún del aparente desastroso experimento de haber traído a su casa a los maestros cuando Nyel, en sus visitas, encontró que la ciudad de Guisa, a unas cincuenta millas al noroeste de Reims, estaba buscando un maestro para una proyectada escuela de caridad para niños. Esto era algo para lo cual La Salle en ninguna forma estaba listo, pero para

16 Bernard, pp. 39-45; Maillefer, pp. 40-45; Blain I, pp. 169-179.17 Aroz, CL 27, pp. 43-44.

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Nyel, que había venido desde Ruan, un viaje a Guisa no era problema. Lo asombroso era que a los sesenta años él estaba dispuesto a comenzar de nuevo. Además, Laon, la ciudad donde vivió antes de trasladarse a Ruan, quedaba en su camino y debió experimentar el deseo de verla de nuevo y dotarla, si era posible, de una escuela. María de Lorena, duquesa de Guisa, que era la última de la dinastía, había confirmado el año anterior el deseo de dar a su ciudad fondos para un hospicio y para la instrucción religiosa de los niños. Las Hermanas de Barré habían sido pedidas para las niñas, pero el asunto estaba aún sin decidir para los niños. Habiendo oído Nyel hablar del proyecto quiso ir y ofrecer sus servicios para dirigir una escuela de una clase. La Salle aconsejó no tomar parte en el negocio. Por una parte, de Montigny, segundo de Barré en relación con sus Hermanos, tenía para ellos un centro de formación funcionando en París ese año. Y era mejor para ambas escuelas estar bajo la misma dirección. La Salle probablemente había sido informado de la situación por Barré cuando fue a verlo.

Mucho más importante para La Salle sería el hecho de que si las es-peranzas de Nyel se cumplían, los maestros quedarían en sus manos, sin nadie para supervisar la dirección de las tres escuelas. Tal vez Nyel con sus ausencias estaba insinuando al canónigo que él no estaría siempre ahí y que La Salle debería ocupar su puesto. Esto aseguraría el futuro de las escuelas en Reims, mientras él podía mostrar su habilidad empezando algo nuevo en otra parte antes de entregar finalmente la obra. ¿Cayó en la cuenta La Salle que cuando Nyel finalmente renunciara a la obra, todo el trabajo caería sobres sus hombros?

Las escuelas de Reims se cerraron durante la Semana Santa y Nyel salió para Guisa. Teniendo en cuenta el viaje a pie y un mínimo de negociacio-nes, estaría con seguridad ausente durante una semana. No teniendo los maestros nada que hacer, para él esta situación era lo peor. No estando aún convencido La Salle de que el tiempo estaba maduro para ir hasta el final recibiendo a los maestros permanentemente —no quiso tomar la decisión en ausencia de Nyel— organizó una semana de retiro para ellos en su propia casa. Era algo perfectamente aceptable en Semana Santa, lo que los jesuitas y los Mendicantes ofrecían a los laicos; los jóvenes estuvieron de acuerdo con lo propuesto. Ellos dormirían en su casa. Levantarse a las cinco de la mañana era una práctica corriente. Durante esta semana, después de un tiempo para la oración personal, a las seis asistían a misa, después de lo cual iban al palacete de La Salle, donde él los tenía hasta las siete de la noche, fuera de los momentos en que asistían a los oficios de la Semana Santa. Rápi-damente observó las costumbres que provenían de la mala educación; trató de mejorar sus modales lo mismo que sus actitudes. Probablemente estaban acostumbrados a comer de un plato común; ahora les hizo servir por separa-do y hacía leer un libro durante la comida.

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La Salle recibe a los maestros en su propia casa. Reacción de la familia

Nada resultó de la visita de Nyel a Guisa y volvió con las manos vacías, pero aún con esperanzas. Él notó la diferencia en los maestros, y urgió al canónigo para que los recibiera permanentemente en su casa, señalándole la necesidad que él tenía de estar libre para probar nuevamente en Guisa. Reconociendo La Salle el don que Nyel tenía para abrir escuelas de pobres y que volvería a Guisa tan pronto como tuviera noticia de algo favorable, resolvió dejarlo ir y en su oración vio que este era el momento que exigía una decisión irreversible. Una vez terminado el retiro y comenzadas las clases él continuó recibiendo a los maestros en la casa solamente para las comidas. Pero empezó a prepararles alojamiento, y cuando el 24 de junio terminó el arriendo de la casa donde estaban, formalmente lo dio por terminado e invitó a Nyel y a los maestros a vivir con él. Desde el 24 de junio de 1681, los maestros vivieron con La Salle bajo el mismo techo. Fue un hecho decisivo. De ahora en adelante el Canónigo de La Salle cons-cientemente aceptaba como la voluntad de Dios que debía ser el guía de un grupo de laicos cristianos dedicados a enseñar a los pobres de Reims.

“Tan pronto como la gente conoció”, escribe Bernardo18, “la inesperada novedad de cinco o seis maestros que nada tenían de llamativo según la sociedad, muy sencillamente vestidos, que tenían a la vez un corto traje negro con cintas blancas, sin capa, cada uno habló de ellos según le in-dicaba su fantasía”. Es fácil imaginar la reacción de la familia La Salle. Pronto se burlarían de Pedro, que pudo dar a conocer sus reacciones de adolescente; Juan Remigio no entendía de qué se trataba. Juan Luis admi-raba a su hermano y lo apoyó. Cuando la familia se reunió en el palacete de la calle Santa Margarita —unos quince sin contar a los niños19— para la comida que por costumbre tenían de cuando en cuando para mantener el sentido de la unidad familiar, estaban fastidiados al ver a estos incultos jóvenes en el lugar, ejemplares de lo que ellos consideraban el desecho de la ciudad y cuyo verdadero lugar eran los cobertizos de la calle Nueva. Algunos, sin embargo, pudieron observar que la actitud y los modales de estos jóvenes daban más muestras de autodominio y urbanidad de lo que ellos pensaban.

Los maestros no estaban presentes en la comida de la familia, pero la situación era sin embargo muy tensa. Las críticas empezaron a llover so-bre el joven anfitrión: unos dijeron que estaba haciendo algo muy extraño para uno de su clase, otros lo compadecieron o lo censuraron. Unos pocos

18 Bernard, p. 42.19 Poutet I, p. 643, n.° 116.

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reconocieron que estaba obrando bien pero guardaron silencio. Algunos lo acusaron abiertamente de deshonrar el nombre de la familia, de poner a sus hermanos y a estos hombres al mismo nivel y de alejar a las personas cultas de su casa. Desde el principio Juan había temido esto, pero ahora que se había decidido mantenía una paz serena y una voluntad firme. Esta comida fue la primera de varias reuniones difíciles.

Una tía suya que estuvo presente en estas ocasiones y que lo sobrevi-vió, dejó escrito:

Como el Señor de La Salle era el mayor de la familia, esta se reu-nió varias veces en su casa para una comida con el fin de conservar la unión entre sí… El hombre de Dios, que ocupaba allí el primer puesto, tenía que armarse de paciencia para soportar todo cuanto le decían sobre la locura que consideraban estaba cometiendo al emprender la formación de maestros de escuela en detrimento de su familia. Cuando empezaban a atacarlo sobre este asunto, tran-quilamente cruzaba los brazos y pacientemente oía las razones que alegaban de un lado y otro para hacerlo desistir de esta empresa sin responder una palabra.

Los resultados de esta actitud fueron que varios de ellos salían muy edificados, mientras la mayoría lo consideraba como el hombre más obsti-nado a quien nadie podía convencer.

A algunos les disgustó que los hermanos de Juan estuvieran en la misma casa con los maestros, y hubo un movimiento para sacarlos de su control. Juan Luis había decidido irse a San Sulpicio el año siguiente: él apreciaba la personalidad de su hermano y de muy buena gana se quedó con él. Juan Luis veía en su hermano un modelo de lo que esperaba ser. Los otros dos necesitaban más un ambiente familiar que la familia debió haber afrontado antes. Pedro, de 15 años, debía permanecer dos años más en el colegio y pen-saba contraer matrimonio. Él estaría mejor con su hermana casada que era activa y cultivada. Juan y María estuvieron de acuerdo en esto; pero el espo-so de María, Juan Maillefer, era uno de los más opuestos a la decisión de su cuñado y convenció a Pedro para que en protesta fuera a vivir con ellos. Muy bien, dijeron otros miembros de la familia: él no sabe cuidar a sus hermanos. Fue un comentario que el mayor de la familia sintió profundamente porque amaba a su familia y siempre los había cuidado con mucho cariño.

Pedro terminó sus estudios de Colegio en 1683 y luego, queriendo se-guir las huellas de su padre, estudió leyes durante dos años en Orleans, formó parte del “presidial” de Reims y finalmente fue su decano. A la edad de 29 años, el 13 de febrero de 1696, se casó con Francisca Enriqueta, de la familia Bachelier. Juan Luis, ahora sacerdote y canónigo, presidió la ceremonia —cosa que no pudo hacer Juan con ocasión de la boda de Ma-ría—. Juan Remigio, de edad de 25 años, estuvo presente como su cuñado

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Juan Maillefer. María no se nombra porque tenía niños que cuidar, pues el último tenía menos de dos años. De los hijos de Pedro seis murieron muy jóvenes. Un hijo se hizo benedictino en 1718 y fue uno de los Apelantes contra la bula Unigenitus; dos hijas se hicieron religiosas en la Congre-gación de Nuestra Señora. Ningún hijo prolongó el apellido de su padre. Aunque tuvo dificultad en valorar la decisión de su hermano mayor en 1681, Pedro llegó a apreciar profundamente la obra que los Hermanos que él fundó hacían en Reims, y se convirtió en su protector20.

En cuanto a Juan Remigio, de diez años y medio, nadie parecía tener prisa en recibirlo; pudo ser un niño problema. La familia discutió mu-cho su caso. Juan lo conservó por algún tiempo y finalmente su abuela lo internó con los Canónigos regulares de Senlis, a unas 25 millas al norte de París. Ellos tenían un colegio dentro de su abadía, dirigido bajo líneas cristianas más estrictas de lo usual. Funcionaba al mismo tiempo como un seminario menor para los que deseaban ingresar a la comunidad, y como disuasión para los jóvenes enviados por sus familias con la esperanza de encontrar un estilo fácil de vida en la sociedad como uno de sus canóni-gos. ¿Fue esta la vana esperanza, y fue enviado tan joven desde Reims con este propósito? La familia, de todas maneras, tenía que pensar en su edu-cación. Continuar enviándolo al Colegio de los Niños Buenos significaba que alguno de la familia tendría que recibirlo; ¿su conducta podría ser un descrédito para ellos? Juan se opuso pero tuvo que ceder ante la opinión del consejo de la familia. Mientras Juan Remigio estuvo con Petra, Juan y su cuñado Juan Maillefer estaban encargados de sus bienes. Sabemos que en 1684 Juan adelantó dinero para cuidar las vides de su hermano, y de nuevo para cosechar las uvas21. Juan Remigio no tenía vocación para los Genovevos y finalmente se fue al ejército donde en 1691 a la edad de 21 fue subteniente. Pero no por mucho tiempo. Estuvo de regreso en Reims el mismo año y en 1698 compró el oficio real de agente legal en la casa de moneda del rey. Solo contrajo matrimonio a la edad de cuarenta años, en 1711; el resto de su historia se verá luego22.

Sobre lo anterior el Hermano Bernardo23 escribe:

Lo que aumentó la molestia de los parientes fue que no había sino una mesa, es decir, él y sus hermanos comían en el mismo come-dor que los maestros. El mayor, Juan Luis, siguió de buena gana las reglas que los maestros observaban hasta donde sus estudios se lo permitían; no se quiso separar del Señor de La Salle porque le profe-saba un gran afecto, aunque fue inducido a abandonarlo siguiendo

20 Ver Aroz, CL 27, Índice.21 Id., CL 32, pp. 89-90.22 Ibíd.23 Bernard, p. 43.

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el ejemplo de dos de sus hermanos que ya se habían marchado: el primero de los dos salió seis meses después de todo lo que hemos apuntado y se fue a vivir con su cuñado, por el disgusto que le ha-bía causado el Señor de La Salle; y un poco después el más joven se retiró cuando lo internaron en Senlis con los Canónigos regulares.

Esto nos lleva hasta 1682. El Hermano24 es moderado con los parientes de su fundador:

Parece que Dios permitió todos estos obstáculos por dos razones: La primera, para poner a prueba la virtud de sus parientes y aumentar su mérito; como amaban tiernamente a este siervo de Dios estaban inclinados a desaprobar su empresa en razón del esfuerzo y fatiga que, según preveían, resultaría de ahí. La segunda, para aumentar el mérito de su siervo, quien no podía resistir a la gracia que se agi-taba en su corazón con gran delicadeza para pisotear todos los sen-timientos más placenteros de la naturaleza.

La separación de dos de sus hermanos lo dejó solo con Juan Luis. Eso significaba también que era libre para trabajar con los maestros según sus dotes y el Espíritu de Dios lo guiaban.

1682

Don de mando suave de Juan Bautista de La Salle25

Durante los seis primeros meses después de que Nyel y sus maestros se trasladaron a la casa de La Salle él vio al canónigo sugerir lo que el grupo podía hacer, lo que podrían hacer en su vida para mejorar, sin imponer nada. Estaba enseñándoles los procedimientos que había usado cuando, como hermano mayor, hacía de padre y madre con sus hermanos. Descu-brió que tenía esa clase de liderato. Su sobrino, Dom Maillefer, escribió:

Empezó a animar y estimular a sus discípulos suavemente a ad-quirir el espíritu de control, humildad, piedad y caridad sin lími-tes —cualidades todas que deben ser la base de la sencillez de su género de vida—. Pero como había resuelto no introducir nada por autoridad y deseaba hacerles la virtud atractiva sin imposición, se contentaba en estos comienzos con llevarlos de la mano, dándoles a gustar las verdades que les enseñaba mediante sus exhortaciones y aún más con su ejemplo. Procuró de esta manera durante todo el año acostumbrar a los maestros a una serie de ejercicios con los cua-les los familiarizó sin que se dieran cuenta26.

24 Bernard, p. 39. [No figura en el libro]25 Blain I, pp. 177-179; Bernard, pp. 43-45.26 CL 6, p. 45.

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En otras palabras, durante todo un año introdujo entre ellos, con su consentimiento, una serie de ejercicios espirituales y formas de conducta de acuerdo con el seguimiento de una vida cristiana más profunda.

Ninguno de estos jóvenes acudió a él para confesarse o recibir direc-ción espiritual, ni él se lo sugirió; prefirió estar en condición de guiarlos externamente y de poder indicarles dónde se equivocaban, sin el peligro de ser acusado de indiscreción. Los animó a buscar orientación espiritual con el párroco de San Sinforiano. Pero el mejor entre ellos encontró la di-rección demasiado general. Fueron a otro párroco, pero tenían que reco-rrer una distancia muy grande, y a veces, a causa del número de fieles que esperaban su turno, no podían regresar a casa sino a las ocho o nueve de la noche27. Bernardo continúa: “Por esta razón los más virtuosos entre ellos, uniendo estas razones a sus ruegos y al afecto que tenían por el Señor de La Salle, le pidieron que oyera sus confesiones. Pasó mucho tiempo sin querer aceptar su petición, pero en atención a sus frecuentes e insistentes solicitudes y que eran sinceras, accedió”. Gradualmente todos los maes-tros vinieron a él y esto se volvió cosa normal, “y ni él ni varias personas con las cuales trató el tema encontraron inconveniente alguno para ello, aunque les pidió varias veces que no lo hicieran por el menor motivo que encontraran en contra”.

El Canónigo Blain28 escribió: “Desde entonces los Hermanos no quisie-ron otro confesor que su fundador… Vivía entre ellos como uno de ellos… Afable, alegre, bueno, comprensivo, caritativo, se ganó sus corazones y consiguió que le dieran la llave de ellos para abrir la puerta a Jesucristo”.

EL PANORAMA SE AMPLÍA: UNA PETICIÓN DE RETHEL

Una nueva serie de acontecimientos lo dejaron sin equivocación como el líder de una nueva comunidad y le mostraron que Dios lo llamaba, no solamente para hacerse cargo de una comunidad abandonada por Nyel, sino para promover la creación de un número de escuelas para los pobres más allá de Reims. Fue como si Dios únicamente esperara que esta deci-sión fundamental se llevara a cabo para indicarle que le agradaba y para abrir un nuevo panorama que lo regocijaría y daría nuevo alcance a su don de empresa.

27 Bernard, p. 44.28 Blain I, p. 178.

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La situación en Rethel29

Al fin del año escolar de 1681, le llegó una carta de Rethel, una pequeña ciudad a 23 millas al nororiente de Reims. Venía del nuevo párroco, Vicen-te Cercelet, nombrado el año anterior. Él había sido hasta entonces el ca-pellán de Le Tellier y como tal no había dejado de oír comentarios sobre el Canónigo de La Salle y su obra con los maestros de escuela para pobres. A pesar de las opiniones negativas también era cierto que los párrocos inte-resados hacían gran elogio de los resultados que estos maestros obtenían. El propio Cercelet tenía dificultades en el momento para conseguir un maestro para la pequeña escuela de niños en Rethel. Y por eso escribió al Canónigo de La Salle pidiéndole ayuda. Más adelante, Rethel vino a ser el centro de más de un proyecto relacionado con los maestros de los pobres, trajo una nueva dimensión a la obra de La Salle y a su conocimiento de la vocación a que estaba siendo conducido.

Rethel, en el valle del Aisne, y colocado en una posición estratégica contra la invasión por el oriente, había sido un condado desde 1494. Enri-que III la hizo ducado en favor de la duquesa de Nevers, cuyos sucesores lo vendieron al Cardenal Mazarino. En 1661 Armando Carlos de la Porte contrajo matrimonio con Hortensa, sobrina del Cardenal, con la condi-ción de que tomara el apellido de su tío. Y el Cardenal Mazarino obtuvo de Luis XIV la creación de un nuevo ducado de Rethel-Mazarino para su nuevo sobrino, desde entonces conocido como el Duque de Mazarino con muchos otros títulos. Con una población de cinco a seis mil habitan-tes, Rethel tenía solamente una parroquia, atendida sin embargo por una docena de clérigos. Algunos de ellos estaban disponibles para enseñar el catecismo a los jóvenes como tradicionalmente lo hicieron. La ciudad tenía un colegio donde los maestros debían seguir el currículo y los métodos de los jesuitas; había también clérigos y laicos que daban a los niños acomo-dados una enseñanza preparatoria como tutores particulares.

Antes de ahora hubo muchas tentativas de tener una escuela en Rethel. A ella hizo referencia el arzobispo Le Tellier durante su visita pastoral de 1678, cuando confirmó que nadie podía dirigir una clase en Rethel sin el consentimiento de la parroquia en una reunión presidida por el párroco, y confirmada por una “carta de institución” que debía pedirse al arzobispo. Pero no se hacía mención de cómo se debía pagar al maestro. El duque de Mazarino, que se consideraba responsable de la instrucción religiosa de los niños de Rethel, desde octubre de 1668 había pagado anualmente 80 libras a un maestro. Pero el último se había retirado en 1676 y durante un año la escuela no estuvo en servicio. El siguiente maestro no terminó el

29 Poutet I, pp. 646-653; Bernard, p. 45; Maillefer, pp. 46-49; Blain I, pp. 180-183.

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año escolar, pero desde octubre de 1678 otro ocupó el puesto y permane-ció hasta 1681. Fue entonces cuando Vicente Cercelet se acordó de La Salle y le escribió. Una cosa queda clara, la ausencia frecuente de los maestros y la consiguiente falta de continuidad en la enseñanza de los niños.

El Canónigo de La Salle, que apenas había empezado a vivir con los maestros en Reims después de una tremenda decisión, que solo tenía una situación como esta en perspectiva, debió reconocer que esta solicitud in-troducía una dimensión completamente nueva. Sin embargo, reaccionó en primer lugar probablemente en forma negativa y luego, después de oración y reflexión, llevado a este nuevo desafío y nueva situación —no te-nía personal disponible— solamente pudo responder “prometiendo algo para el futuro”. Su respuesta solo dio por cierto que de nuevo insistirían en su petición. El párroco trató el tema como algo de urgencia con el con-cejo municipal y le pidió que escribieran al canónigo. El duque sumó su influencia. La Salle trató el problema con Nyel y se acordó que Nyel fuera a Rethel para investigar la situación. El proyecto encantó a Nyel que tenía esperanzas de hacer algo más que simplemente investigar. En efecto, dejó a Reims indefinidamente… “El buen señor Nyel permaneció allí hasta la fiesta de Navidad de 1681”30, y en enero salió para Rethel. Desde el punto de vista de la comunidad desaparece y La Salle queda como el único que atiende a quien pide maestros o a quien desea formar parte de la comuni-dad. Su papel como superior quedaba sellado.

En Rethel Nyel negocia y da principio a la escuela

Cuando Nyel empezó negociaciones en Rethel, se presentaron inmedia-tamente dos problemas: para completar el salario del maestro de 80 libras dadas por el duque a 150 que era el normal, los padres, con excepción de los registrados como pobres, pagaban una pequeña pensión mensual, y como resultado solamente hubo cuarenta niños en la escuela. Pero el punto inicial era que Nyel no cobraba salarios y La Salle tampoco lo haría. La mayor dificultad estaba en que para el canónigo estaba ya claro que la vida de comunidad cimentada en el Evangelio era básica para los maestros que dirigían escuelas cristianas; y por consiguiente ellos debían ser por lo me-nos dos. Dos maestros significarían no solamente dos sueldos sino también mayor local para ellos y para sus alumnos. El concejo municipal no esta-ba preparado para esto y retrocedió. Nyel informó a La Salle. La familia de Juan tenía parientes en Rethel y los comerciantes y algunas figuras in-fluyentes de Rethel tenían relaciones de negocios y parentescos en Reims; Juan pensó que podría encontrar benefactores y tal vez contribuir con su

30 Blain I, p. 179.

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propio dinero. Indudablemente él quería que este proyecto tuviera éxito. Notificó a Cercelet, que era al mismo tiempo deán de Rethel, y este informó al concejo municipal. El 18 de febrero de 1682 se informaba:

El Señor de La Salle ofrece proveer los fondos que serán emplea-dos en comprar una casa que servirá para alojar a los maestros que enseñarán sin recompensa a los niños pobres de la ciudad, con la condición de que los dineros para el mantenimiento de los maestros venga de otra parte; por lo cual él pide al Concejo, para bien público y la educación de los niños, que tenga la bondad de aprobar la con-tribución para un establecimiento tan provechoso para el público.

El asunto fue examinado en otra reunión del concejo el 26 de febrero y su decisión se manifestó en estos términos:

El Concejo pide al reverendo Dean que agradezca al Señor de La Sa-lle el afecto que tiene por esta ciudad y su liberalidad, la que el dicho Concejo se complace en aceptar; y para llevar a cabo esto, los conce-jales pagarán a los maestros 250 libras cada año, durante el tiempo que el Concejo crea que la ciudad está en capacidad de cumplirlo, y no de otra manera.

En cumplimiento de este acuerdo, los locales debían ser alquilados o comprados y el alquiler solo empezaría el próximo junio. Entretanto sin embargo, un hacendado de Château-Porcien, la ciudad vecina, autorizó a Nyel y a otro maestro que debía ser contratado rápidamente a vivir en una casa suya en la calle Alta de Rethel que constaba de una cocina, un cuarto superior y uno inferior, una buhardilla y dependencias. Nyel, sin esperar hasta junio, empezó a enseñar en los locales de la vieja escuela algún tiem-po después de marzo, probablemente después de Pascua. Esto lo hizo en parte porque él no era amigo de señalar fechas, en parte porque el número de niños que él preveía que vendrían y la buena impresión que haría la es-cuela, aguijonearían al concejo a obrar. Nyel vio que efectivamente los dos salones estaban listos como clases y el 29 de junio los niños se trasladaron de los primeros locales. La aventura había empezado.

Debe tenerse en cuenta que el maestro no había sido formado por La Salle, y que aunque la fundación era suya, esta no era su comunidad. En-tretanto Nyel parecía avanzar en sus negociaciones. Fuera de los acuerdos entre La Salle y el Concejo él logró ver al duque en enero o febrero y obtu-vo una pequeña contribución para la escuela. Como antes, Nyel alabó al Canónigo de La Salle de tal manera que Mazarino quería verlo. Informó a Juan que el duque iría a Reims cierto día y que asistiría a su misa a las seis de la mañana. El duque quedó muy edificado del canónigo y de sus maes-tros, y lo visitó varias veces cuando tuvo ocasión de ir a Reims entre 1682 y 1688. Esto lo llevó muy pronto a tratar con La Salle nuevos proyectos.

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Algunos dejan la comunidad de La Salle y otros mejores ocupan su puesto31

El Canónigo de La Salle había sido optimista al prometer maestros para el futuro. El hecho es que algunos salían. El año anterior lo acom-pañaron en el retiro de Semana Santa, y encontraron novedoso vivir en una casa burguesa, pero no todos encontraron que los nuevos ideales y prácticas eran con lo que contaban. Empezaron a desertar. Algunos debie-ron salir durante las vacaciones de Navidad, especialmente cuando vieron que Nyel, con quien tenían más en común y a quien habían prestado su primera lealtad, desaparecía de la escena. En Pascua solo quedaban dos de la comunidad original, uno de ellos era Cristóbal. Pero no parece haber habido crisis en las escuelas o para La Salle, porque nuevos aspirantes lle-garon a tocar a la puerta y de mucha mejor calidad. El Hermano Bernardo cita el ejemplo de san Ignacio

que habiendo formado una sociedad de seis compañeros para em-pezar la Compañía de Jesús, lo abandonaron todos en España; pero Dios envió otros a quienes él ganó a su servicio mientras estaba en París.

Lo mismo sucedió al Señor de La Salle; la mayor parte de los maes-tros…, deseando llevar una vida más libre e independiente, se reti-raron poco después. Incluso se vio obligado a despachar a algunos que no tenían el don ni la vocación de enseñar, aunque fueran bas-tante piadosos, y habían sido recibidos solo por necesidad. Durante los últimos seis meses y a comienzos de 1682 se presentaron nuevos sujetos que tenían talento para la enseñanza, don de piedad y dis-posición para vivir en comunidad. Fue entonces cuando empezó a verse en la casa la verdadera imagen de la comunidad.

“También al principio del mismo año empezaron los que en aquellos días llamaban ‘ejercicios’, que son los mismos que se practican hoy en todas las casas del Instituto…32” (“Ejercicios” religiosos se refiere a cosas como oración mental, oración vocal, lectura espiritual, para los cuales se fijaban tiempos en la comunidad). Aunque él ciertamente tuvo la idea de indicarles un orden diario de oración en común y otros ejercicios espiritua-les, les permitió trazarse un reglamento, enmendar o añadir: “Sus reglas, sus constituciones y todas sus prácticas fueron su propio trabajo. Todo lo que a él propiamente le correspondió fue haberles hecho sugerencias…33”.

31 Bernard, pp. 46-47; Blain I, pp. 178-179.32 Id., pp. 46-47.33 Blain II, p. 411.

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Sin duda que sus sugerencias provenían de lo que había leído, de lo que había vivido, pero nos equivocaríamos pensando que la contri-bución de los maestros fue insignificante: solamente ellos, en 1680-83, conocían realmente las dificultades de la enseñanza popular. Es justo por consiguiente conceder a esta contribución de los primeros maestros de la comunidad lasallista todo su valor como fuente34.

El Hermano Bernardo conoció estas oraciones de comunidad y otras prácticas casi como están en una copia que tenemos en los Archivos de la casa de los Hermanos en Roma, “Prácticas del reglamento diario” fechadas en 1713. Comprende 21 páginas de texto que muestran lo que se hacía ya en 1682. Sería mejorado más tarde: contiene repeticiones, cortas descripcio-nes posteriormente reducidas; a veces, entre temas que se refieren a la vida de comunidad, hay indicaciones que formarían parte del manual de enseñanza de los Hermanos35. Con mejor material humano La Salle pudo rápidamente aclarar en el horario y en las prácticas regulares, que aquí no había un grupo de jóvenes que simplemente buscaban un trabajo, sino una comunidad cristiana que buscaba la perfección del Evangelio porque querían ser verdaderos maestros cristianos. Es admirable cómo una vez que había dejado atrás su tiempo de prueba antes de tomar una decisión y había aceptado la guía del Espíritu y la voluntad de Dios manifestada en los acontecimientos, él vio con claridad qué clase de comunidad debía formar y se afanó por avanzar con planes para la educación de los pobres. Si lo conociéramos mejor podríamos decir que estaba en cierto modo en-tusiasmado (como santa Teresa lo estuvo con sus primeros proyectos), y que Dios lo guiaba hacia delante con los primeros éxitos.

La vida estable de la comunidad tuvo un efecto considerable sobre el trabajo de los maestros. Al volver de la escuela encontraban a alguien con quién participar sus buenas y malas experiencias, cómo correspondían los alumnos, cuáles eran sus errores y dificultades, y juntos encontraban modos de mejorar su proceder y sus métodos. El canónigo también iba a sus clases y veía de primera mano su difícil trabajo y sus reacciones. Al-gunos de los nuevos maestros tenían formación universitaria; pero la ma-yor parte eran de origen campesino, parte de la clase pobre trabajadora que era la mayoría de la población, o artesanos pobres cuyos vestidos de segunda mano, rotos y remendados, no infundían respeto a los alumnos, pobres como ellos mismos. La Salle, que siempre se fijaba en el vestido y miraba con sospecha el traje campesino, les proporcionó un jubón negro. Él los vistió un poco mejor como los acontecimientos lo mostraron más tarde.

34 Poutet I, p. 717.35 CL 25, p. 4, n.° 2, publicado por el Hno. Maurice Auguste.

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Las cosas estaban calmándose cuando se presentó una muerte en la comunidad. Fue Cristóbal, primer compañero de Nyel, quien había esta-do dirigiendo con mucho éxito la pequeña escuela de la parroquia de San Sinforiano. Murió el 14 de mayo cuando aún no tenía 18 años. El duro trabajo, las malas condiciones y las frecuentes epidemias que azotaron el área serían la explicación, pero también una constitución débil si había sido educado en el hospicio de Ruan. Fue enterrado al día siguiente36 en el ce-menterio de San Sinforiano, en donde fueron enterrados muchos notables de la ciudad, incluidos los padres de La Salle. Cuando la noticia llegó a oídos de Nyel, significó el rompimiento del vínculo que quedaba entre él y la comunidad de Reims. Tal vez decidió abandonar a Reims para siempre y abandonarlo en manos del canónigo, porque nunca regresó. La muerte de Cristóbal quería decir también que todos los que estaban en la comu-nidad de La Salle conocían únicamente a Reims, y quedaba solo uno que había trabajado con Nyel.

Los cuatro artículos galicanos de 1682

Dos meses antes de la muerte de Cristóbal, la Asamblea del Clero Fran-cés dio su apoyo a Luis XIV en su conflicto con el Papa. En 1673 el rey había extendido los derechos de regalía a las diócesis del sur que por ra-zones históricas habían estado exentas. Los derechos de regalía daban al rey los beneficios de las sedes vacantes hasta que un nuevo titular fuera nombrado. Como el rey de Francia tenía el derecho de nombrar los obis-pos, podía fácilmente dilatar hacerlo para su propia ventaja. Dos obispos del sur se opusieron y apelaron al Papa. En 1682 Luis pidió el apoyo de sus obispos. Se pidió a una Asamblea extraordinaria del Clero manifestar de nuevo las tesis galicanas formuladas por la Sorbona en 1663. Lo hizo así en cuatro artículos, y en mayo ordenó enseñarlos en las universidades, colegios y seminarios. Todo el asunto causó exacerbación: la actitud en el país puede decirse que en general fue galicana, y una oposición a las tesis podía considerarse como deslealtad al rey.

La Salle lamentó esta actitud: su fidelidad a la Iglesia y al Papa eran indudables, y nunca vaciló en manifestar con claridad su parecer en esta materia. Esto no quería decir que él mirara a la Iglesia solo como una es-tructura. “La Iglesia en general,” escribió en su catecismo Los Deberes del cristiano para con Dios, “es la sociedad de todos los fieles, vivos y difun-tos, que están unidos en Jesucristo”. Y hablando de sus miembros dice, citando a san Pablo: “(ellos son) ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios; forman un edificio que Jesucristo ha construido y

36 Aroz, CL 37, p. 30; CL 41 (1), p. 220, n.° 10.

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levantado sobre el fundamento de los apóstoles; son el templo donde Dios vive por su Espíritu Santo37”. El galicanismo se aquietó más tarde, luego vino nuevamente una agitada polémica. La Salle durante toda su vida de-bió recordarla.

Otra petición de lejos de Reims: Château-Porcien38

Ninguno de los tres primeros biógrafos de La Salle habla de esta fun-dación, probablemente porque no duró mucho. A doce kilómetros al oeste de Rethel está la ciudad de Château-Porcien. En la época de La Salle solo tenía 1200 habitantes. Pronto supo que su vecina tenía maestros perma-nentes en favorables condiciones. Château-Porcien se consideraba como un pequeño principado gobernado por el Duque de Mazarino y pensó que en este asunto no debía estar detrás de Rethel. Pronto llegó una carta apremiante del párroco Pedro Faubert al Canónigo de La Salle. La ciudad (según los datos de 1676) tenía un párroco, un coadjutor y otros dos cléri-gos, a saber, un sacerdote que enseñaba a los niños pobres y un diácono que era chantre. La ciudad dirigía un pequeño hospital que cuidaba de los enfermos y también servía como hospicio para los pobres y los viajeros. Pero a causa de la escasez de recursos solamente había una pieza con cua-tro camas para los enfermos y otra para los viajeros.

También tenía que dar instrucción a los pobres. Para esto en el piso bajo tenían una pieza para dos maestras y un salón de clase para niñas. Encima había dos salones que empleaban para clases, uno para niños que estudiaban latín y otro para el maestro que enseñaba a los pobres. Los edi-ficios estaban en mal estado. El duque, como príncipe de Château-Porcien, pagaba 60 libras al año a las dos maestras, y en 1676 empezó a pagar 10 libras al sacerdote que enseñaba a los niños. El sacerdote se hospedaba en el hospital y hacía de capellán con los enfermos y transeúntes. Él tenía un beneficio; además, los pagos mensuales hechos por los padres de sus alumnos, excepto los más pobres, y los estipendios de las misas le produ-cían alrededor de 100 libras al año, fuera de su alojamiento. De manera que estaba muy cómodo sin el pequeño extra que ahora le daba Mazarino. Al maestro que enseñaba a los pobres el duque pagaba un subsidio anual de de 30 libras.

El sacerdote maestro, Francisco Poutrier, conocía a la familia Varlet porque era originaria de Château-Porcien; y una joven de la ciudad per-tenecía a la comunidad de las Hermanas de Roland en Reims. Además Juan de La Salle, como tutor de su familia, había invertido un capital de

37 MR 199.3.38 Poutet I, pp. 653-658.

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aproximadamente 2500 libras con el contralor de la oficina de sal de la ciu-dad, y por consiguiente, recibía de él los intereses con regularidad. La ciudad también le debía a él y a sus hermanos, conjuntamente, un capital de algo más de 2500 libras invertidos con la municipalidad por tres de sus parientes fallecidos recientemente, y que se las habían dejado a ellos. De manera que su nombre no era desconocido en los círculos oficiales. Pero la pequeña ciudad estaba en dificultades financieras y tuvo que apelar al Consejo de Estado en 1669 para que sus deudas fueran oficialmente reducidas. Por eso La Salle era una de las personas a quienes la munici-palidad debía dinero en 1682; iban a encontrar en él por el contrario un benefactor. Él respondió positivamente a la carta de Pedro Faubert, como había respondido favorablemente a Rethel. Entre sus nuevos discípulos tenía algunos disponibles. Pero no apresuró las cosas: esperó una petición oficial del Concejo Municipal antes de seguir adelante, pero el 20 de junio de 1682 respondió en estos términos a la carta del Alcalde:

Reims, a 20 de junio de 1682.Señores:

Por muy poco que me interesara en lo que mira a la gloria de Dios, tendría que ser yo muy insensible para no dejarme mover por los apremiantes rue-gos de su señor deán, y por la cortesía con que me honran al escribirme hoy.

Sería yo, señores, muy injusto si no les enviara maestros de escuela de nuestra comunidad, visto el empeño y el ardor que me manifiestan por la instrucción y la educación cristiana de sus hijos.

Les ruego, pues, estén persuadidos de que nada tomaré tan a pechos como secundar sus buenas intenciones al respecto. El sábado próximo les enviaré dos maestros de escuela, de los que espero queden satisfechos, para comen-zar las clases al día siguiente de San Pedro.

Les quedo sumamente agradecido por todas sus atenciones y les ruego me consideren, señores, con respeto, su humilde y muy obediente servidor en Nuestro Señor.

De La Salle, sacerdote, canónigo de Reims.

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Vista de la Calle Nueva y de la Catedral de Reims

Esta es una hermosa carta, formulada en el lenguaje de cortesía, pero también revela a un hombre en posesión de su alma y ansioso de avanzar. También es significativo que habla de “nuestra comunidad” en una carta oficial. Sus propios discípulos deben haberse considerado como algo más que maestros en su propia ciudad. Estaban preparados a salir de Reims y lejos de sus propias familias para enseñar a los niños de la clase pobre. Esta carta es la primera que poseemos de Juan de La Salle, aunque solo en facsímile39.

Desde este año el subsidio anual de 30 libras del Duque de Mazarino al maestro de escuela de los niños, se pagaba por su agente, no a cual-quiera por nombre como hasta aquí, sino a cierta persona…, por haber enseñado a los jóvenes. Por desprendimiento evangélico estos maestros que representaban la comunidad en Reims y no a sí mismos, preferían recibirlo en forma anónima. Solamente un maestro se tenía aún en cuenta en esta donación. La ciudad pagaba otras 60 libras y los padres por cuen-tas mensuales habían encontrado 60 libras más, lo que daba un total de

39 Texto original en Félix-Paul, n.° 111. La última traducción de las Cartas en español es la del Hno. José María Valladolid, que se encuentran en San Juan Bautista de La Salle, Obras Comple-tas, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Ediciones San Pío X, Madrid, 2001, 3 volúmenes.

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150 por maestro. Pero La Salle como Nyel rehusaba en principio ser carga para las familias y el párroco tenía que permitirles tomar 60 libras ¡de los derechos del agua bendita! Los dos maestros tenían que vivir con esto, además de su alojamiento en el hospital. Era una provisión muy escasa y los benefactores tenían necesidad de ayudar con gastos excepcionales como los necesarios para viajar a Reims. La fortuna personal del Canónigo de La Salle y la generosidad de sus amigos eran cierta seguridad contra la indigencia. El llamamiento a confiar únicamente en la Providencia aún no había llegado. Por el momento, un servicio público a favor de los po-bres descansaba sobre una nueva base: había dos maestros que formaban comunidad con un estilo de vida ya definido y se ponía fin a un pago de cuotas que no podía pagar la mayoría de los pobres.

ROMPIMIENTO FINAL CON EL PASADO. VIDA ENTRE LOS POBRES

Cuatro días antes de escribir esa carta, La Salle había tomado su más trascendental decisión, completar la que había tomado exactamente un año antes. Varias circunstancias se juntaron y lo condujeron a este clímax: su propio amor creciente hacia los pobres como lo había meditado en el Evangelio y lo había visto en sus necesidades; su mejor comprensión y gusto por el trabajo como se estaba desarrollando; tal vez también le fue concedido un periodo de gran consuelo después del sacrificio radical de sí mismo y de su pasado. Y seguramente el Espíritu Santo lo iluminaba y lo impulsaba poderosamente. En un diferente nivel de pensamiento, segura-mente su familia se preguntaba cómo podía abandonar su casa familiar a esa gentuza en vez de venderla y repartir el producto entre sus hermanos y hermanas. ¿Por qué no se decidía y se iba a otra parte? Todo esto le ayu-dó a tomar una decisión. Dejaría a su familia para siempre; dejaría a sus muchos parientes y sus mundanas presiones, aunque nunca descuidaría a sus hermanos y hermanas (de hecho, continuaría reuniendo el consejo de familia en interés de todos, pero no por mucho tiempo). Dejaría para siempre la alta sociedad burguesa que siempre había conocido. Y, más positivamente en cuanto se refería a su obra, se iría con su comunidad a vivir entre los pobres.

Pero, como sucede frecuentemente, hubo un acontecimiento exterior que precipitó su decisión y en parte le robó la apariencia que tenía de ges-to heroico. No puso a la venta su casa: perdió un juicio que Juan Maillefer, su cuñado, había entablado contra él. Perdió el proceso y la casa tenía que ser rematada. La Salle pudo recobrarla ofreciendo más que su cuñado, pero finalmente ambos perdieron ante la oferta más alta de un Francisco

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Favart. El canónigo abandonó la casa el 24 de junio antes del resultado final, pues esta era la fecha legal para empezar un nuevo arriendo en la calle Nueva40. Buscó locales en el barrio pobre bastante amplios para una escuela que pudiera expandirse y para su creciente comunidad.

Conoció en la calle Nueva una propiedad desocupada bastante grande perteneciente a las Abadesas del convento de San Pedro. La calle Nueva fue por siglos el camino que llevaba de la puerta de la ciudad a la abadía de San Remigio. Luego empezaron a construirse casas a lo largo de él, y en 1274 oímos que se la llama la calle Nueva. Una alcantarilla abierta a un lado de la vía limitaba su anchura. Entre las antiguas casas religiosas a lo largo del camino estaban la Abadía de San Esteban o convento de las Canonesas de San Agustín, donde había entrado Rosa María, y, un poco más allá de las primeras murallas, el convento de Santa Clara que databa de 1220. Estas casas religiosas, edificadas originalmente en campo abierto cerca de la ciudad, ocupaban extensas áreas entre las viviendas superpo-bladas de la clase pobre. La propiedad que llamó la atención de La Salle estaba al frente del convento de Santa Clara. Tenía una casa doble, patios interiores, sótanos y un jardín. Él la arrendó.

Un autor que escribía en 1844 sobre las calles y monumentos de la ciu-dad señalaba que al frente de las Clarisas “había un establecimiento reli-gioso, humilde y modesto, que no tenía manuscritos, ni estatuas ni tesoros que mostrar”. No sabemos en qué términos el canónigo hizo el arriendo, pero tendría que aceptar el pago de los acostumbrados derechos señoria-les de impuestos (una pequeña cuota anual), arriendo y otras obligaciones.

Hecho esto, escribió la hermosa carta al concejo municipal de Château-Porcien y empezó el traslado de su comunidad41.

El 24 de junio de 1682, el Canónigo Juan Bautista de La Salle y su pequeña comunidad abandonaron su casa, caminaron hacia el po-bre barrio y entraron a su nuevo local en la calle Nueva. Esta fue la primera casa de la comunidad, la cuna de la futura Sociedad de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

Con La Salle y su comunidad fueron su hermano Juan Luis y varios clérigos que lo admiraban y querían profundizar su conocimiento de la vida sacerdotal con él. Se necesitaba ser particularmente entusiasta para seguirlo y aceptar la educación de los niños pobres pensando en el sacer-docio y así empezó en cierto modo un seminario menor en una sección de la misma propiedad. Este fue Juan Faubert, quien vino de Château-Porcien y era un pariente del párroco del lugar, Pedro Faubert42.

40 Comunicación oral hecha por el Hno. León María Aroz estando en Roma, el 2 de mayo de 1991.41 Aroz, CL 37, p. 325. [No está en el original].42 Poutet I, p. 665.

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Tres días más tarde dos miembros de la comunidad fueron envia-dos por La Salle y toda la comunidad a empezar la nueva aventura de Château-Porcien. Un día después de haber llegado a pie empezaron el trabajo, luchando para comunicarle el espíritu y el entusiasmo de todos ellos. Exactamente un mes más tarde, el 30 de julio, Francisco Favart, un pariente del Canónigo Remigio Favart a quien veremos en Rethel, compró la casa de la familia La Salle por 10.020 libras. Esto se dividiría entre Juan, sus hermanos y su hermana. El hogar del canónigo estaba ahora en la calle Nueva. De vuelta a este lugar, después de haber sido desposeídos entre 1791-1880, sus Hermanos al presente dirigen una gran escuela electro-técnica. La entrada es por la calle de Contrai, la calle que va fuera de las primitivas murallas galorromanas.

“Dios, que no acostumbra forzar la inclinación de los hombres…”

Y así, de este casual encuentro con Nyel en marzo de 1679 y a través de una sucesión de incidentes y decisiones hasta junio de 1682, La Salle dio la espalda al pasado y se consagró a formar maestros de los hijos de los trabajadores. Su valor es asombroso. Pero lo que quiso que recordaran sus Hermanos eran los amables caminos de la Providencia. Mirando atrás, estaba lleno de admiración y asombro ante los caminos delicados de Dios. La sección de sus memorias donde recuerda esto ha sido conservada prác-ticamente a la letra y aparece en todos los tres primeros biógrafos. Aquí está como la refiere Blain43:

Yo pensaba que la dirección de las escuelas y de los maestros, que yo iba tomando, sería tan solo una dirección exterior, que no me com-prometería con ellos más que a atender a su sustento y a cuidar de que desempeñasen su empleo con piedad y aplicación…

Fueron estas dos circunstancias, a saber, el encuentro con el señor Nyel y la propuesta que me hizo esta señora (Madame de Croyères), por las que comencé a cuidar de las escuelas de los niños. Antes, yo no había, en absoluto, pensado en ello; si bien, no es que nadie me hubiera propuesto el proyecto.

Algunos amigos del señor Roland habían intentado sugerírmelo, pero la idea no arraigó en mi espíritu y jamás hubiera pensado en realizarla.

Incluso, si hubiera pensado que por el cuidado de pura caridad, que me tomaba de los maestros de escuela me hubiera visto obligado

43 Blain I, p. 169.

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alguna vez a vivir con ellos, lo hubiera abandonado; pues, como yo, casi naturalmente, valoraba en menos que a mi criado a aquellos a quienes me veía obligado a emplear en las escuelas, sobre todo en el comienzo, la simple idea de tener que vivir con ellos me hubiera resultado insoportable.

En efecto, cuando hice que vinieran a mi casa, yo sentí al principio mucha dificultad; y eso duró dos años.

Por este motivo, aparentemente, Dios, que gobierna todas las cosas con sabiduría y suavidad, y que no acostumbra forzar la inclinación de los hombres, queriendo comprometerme a que tomara por entero el cuidado de las escuelas, lo hizo de manera totalmente impercep-tible y en mucho tiempo; de modo que un compromiso me llevaba a otro, sin haberlo previsto en los comienzos44.

Este es un relato conmovedor y sincero de sus sentimientos —una de las raras ocasiones en que nos los dejó conocer— y, aunque de manera muy delicada, del esfuerzo que debió hacer. Revela muy claramente la polarización entre la burguesía y la clase trabajadora dependiente en su propia actitud, la cual por educación él tenía “naturalmente” como una se-gunda naturaleza. Si la poesía es “emoción unida a la tranquilidad”, estas últimas líneas son poesía como la de los salmistas, hombres que cantaron su gratitud a la fidelidad de Dios. Pero ellas son también una clara expre-sión de la nueva experiencia que tuvo de Dios en estos principios.

Él había adquirido un conocimiento personal de que la historia y todos sus acontecimientos son guiados por un Padre sabio y bondadoso, con amor; y que, específicamente en su caso, esta guía consiste en llevarlo a cuidar de las escuelas. Es una parte del plan amoroso de Dios para con su pueblo, es la obra de Dios como lo dirá más tarde. Revela también otra experiencia que ha tenido de Dios: no solamente de su Providencia, la palabra que constantemente usa para referirse a la dirección de los aconte-cimientos, sino la manera de tratar los corazones de los hombres mediante las suaves inspiraciones de su Espíritu. Conoce por su propia experiencia, por la “imperceptible manera “que Dios ha empleado con él, que “Dios no acostumbra forzar la inclinación de los hombres”. El término que él emplea más tarde para esto es “el movimiento de su Espíritu”.

Probado y alimentado por las Escrituras, este conocimiento de Dios —la palabra que tomada de san Pablo le indica a él el Padre— y del trabajo que le ha encomendado, se convirtió en la convicción que lo sostuvo. Ex-presada en términos de espiritualidad, vino a ser el espíritu de su Instituto: el espíritu de fe y de celo. Él inspiró su delicadeza con sus Hermanos, su celo y ternura con sus discípulos. La voluntad de Dios que él enseñó a sus

44 Ver también Bernard, pp. 30, 33; Maillefer, p. 31.

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Hermanos a buscar y seguir vino sobre él no como un estilo impersonal de decretar cosas, sino como una orientación amorosa y suave hacia el plan de salvación para los pobres, y en el que a él, Juan, se le pidió colaborar a cada paso. Su vida sería una historia de amor y de aventura cuando buscó la voluntad de Dios en el acontecimiento y la inspiración, y la realizó.

Un “pequeño hombre” del siglo XVII

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CAPÍTULO 7. 1682-1685: NUEVAS PETICIONES, NUEVOS SACRIFICIOS Y LA IDENTIDAD DE LA PRIMERA COMUNIDAD

Nyel trabaja por su cuenta1

Guisa, a 75 kilómetros, al noroeste de Rethel, era la capital del una vez famoso ducado de este nombre. Se encontraba en Laon, diócesis nativa de Nyel, La Salle tuvo pocos contactos con ella. María de Lorena, única he-redera del ducado de Guisa en 1677, entre 1679-1680 estaba poniendo de nuevo en orden un arruinado hospicio de la ciudad para convertirlo en un refugio de los desamparados, los enfermos y los niños necesitados. Para que le ayudara en esto ella pidió al Padre Barré una de sus Hermanas, por-que había visto en París a su hábil director espiritual cuando ella estuvo en el “hotel” de Guisa. Él había sido llamado de nuevo a París en 1674 o 1675; envió a María Hayer desde Ruan en 1679 o 1680. En dieciocho meses, como hemos visto, muy probablemente de Pascua 1680 a octubre de 1681, esta Hermana abrió cinco escuelas para niñas, la última en la propia Gui-sa. María de Lorena quería establecer otra escuela para niños y se dirigió al hombre que esta Hermana y el P. Barré le habían recomendado, a saber, Adriano Nyel. Como hemos visto, Nyel se fue a Guisa en esta Pascua pero nada resultó. Estaba dispuesto a ensayar de nuevo, una vez que la escuela de Rethel estuviera funcionando bien.

En Guisa la instrucción de los pobres dependía del Hospital. Para los niños había una pequeña escuela desde antes de 1600, pero después du-rante veinte años el trastorno de los maestros fue notable, y finalmente en 1635 los concejales invitaron al seminario de San Nicolás del Chardonnet a ocupar esas vacantes. Los sacerdotes instruían a los niños, les enseñaban el canto llano, consolaban a los enfermos y les administraban los sacra-mentos. Este acuerdo se terminó debido a los desórdenes de la Fronda y los sacerdotes regresaron a París. Los maestros rurales, desplazados de sus escuelas por el movimiento de las tropas, procuraron establecerse en Guisa, pero las autoridades, sospechosas de sus credenciales morales, in-sistieron en que tuvieran una licencia para enseñar y solamente permitie-ron a uno o dos a la vez ejercer el oficio. Fue entre 1650 y 1667, cuando se autorizó a un maestro “a enseñar a los jóvenes a leer y escribir, a servir

1 Poutet I, pp. 658-662; Maillefer, pp. 50-51; Blain I, p. 183.

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y amar a Dios, con la condición de que ellos asistieran a los oficios de la parroquia, especialmente los domingos y días de fiesta, durante la misa y las vísperas, para obligar a los jóvenes a ser modestos en la iglesia y así no cometieran desorden ni irrespeto”.

El hospital estaba en decadencia como el hospicio de Château-Porcien. En 1677 el concejo municipal separó dinero para su restauración y María de Lorena acrecentó considerablemente esta suma, tanto para la recons-trucción como para la dirección del establecimiento. En 1680 ella redactó reglamentos para el hospital, se pidió a las Hermanas de la Caridad que se encargaran de él para cuidar de los enfermos, de los ancianos y de los niños abandonados, mientras las Hermanas de la Providencia del Padre Barré atendían la escuela de las niñas situada en el primer piso. Para los niños, los administradores del hospital, en representación de María de Lo-rena, escribieron a Nyel en Rethel, invitándolo a venir y encargarse de él. Encontró a alguien para que lo reemplazara en Rethel, vino a Guisa y encontró un ayudante, el concejo les proporcionó una casa, mientras la duquesa dotó la escuela que se abrió a finales de junio o principios de julio de ese año, 1682.

De modo que Nyel, que había abierto la escuela solamente en marzo a más tardar, salió ahora para Guisa. Sin embargo, unos pocos meses más tarde encontró a otro joven para que ocupara su puesto allí y salió para fundar una escuela en Laon, la que abrió en el siguiente octubre. Perma-neció a cargo de la escuela de Guisa porque La Salle rehusó absolutamente hacerse cargo de ella. Distinto a Rethel, no tomó parte en las negociacio-nes, aunque Nyel debió mantenerlo informado y no eran probablemente del todo satisfactorias. Pero sobre todo, era la época en que unos maestros dejaban su comunidad en la Calle Nueva y otros entraban; La Salle no quería enviar maestros sin una mínima preparación, y especialmente sin estar suficientemente formados a la vida e ideales de su comunidad.

Los dos maestros que Nyel dejó en Guisa no dieron entera satisfac-ción: fácilmente regresaban a la escuela en vez de llevar a los niños a la iglesia. Se pidió a La Salle que enviara reemplazos, pero solamente hacia 1685 pudo enviar dos Hermanos que se ganaron “la estima y la con-sideración que su cumplimiento merecía”. No está claro por qué Nyel obraba con tanta precipitación en esa época. No parecía razonable dejar dos escuelas nuevas con tanta prisa. Conservó la dirección general de las escuelas de Laon, Guisa y Rethel hasta 1685, pero escasamente podía visitar las dos primeras fundaciones. Tal vez sintió el derecho de ser un precursor del más joven y talentoso La Salle que necesitaba un estímulo al cual responder. Tal vez, sintiendo su edad, tenía una última ambición, iniciar una escuela en la ciudad que había conocido tan bien en su juven-tud: Laon.

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María de Lorena murió el 3 de marzo de 1688. Había todavía entonces solo dos Hermanos en Guisa, para quienes ella dejó en tu testamento una renta anual a perpetuidad de 400 libras que continuó hasta la Revolución.

Nyel abre una escuela en Laon2

Laon, a 44 kilómetros de Reims y 34 de Guisa, está edificada sobre un ris-co en forma de media luna que se eleva de las llanuras de Picardía y a don-de se llega solamente por empinadas cuestas. Como su metropolitano de Reims, el obispo de Laon era duque y par de Francia. Su catedral es asom-brosa (1160-1230): la piedra tuvo que ser llevada penosamente por bueyes en estas pendientes; y desde entonces mirando desde los dos campanarios, se pueden ver los bueyes de piedra colocados allí en tributo al lento tra-bajo de estos animales. La ciudad tenía muchos monasterios, inclusive los Premostratenses y dos monasterios de Benedictinos que habían adoptado la reforma de San Mauro. Franciscanos, mínimos y capuchinos tenían tam-bién sus conventos en Laon. La escuela del capítulo se hizo famosa en el siglo XII y recibió estudiantes ingleses, alemanes y franceses atraídos por Anselmo de Laon, uno de cuyos discípulos fue Pedro Abelardo.

La ciudad tenía gratas memorias para Nyel. Había nacido hacia 1621 en Beauvoir, un grupo de granjas cerca de Gaudelancourt, a 20 kilómetros al noreste de Laon. El apellido original era Niay. “Como la mayor parte de los miembros de esta familia, excepto Juan Niay (su tío el canónigo), él era de condición modesta3”. Sabemos que vivía en Laon en 1642 porque su tío el Canónigo Juan Niay, que murió ese año, dejó en testamento varias cosas a “Adrián Niay, mi sobrino, que vive al presente en la ciudad de Laon4”. Nada sabemos de él antes de 1657, y en esta época ya estaba en Ruan, puerto próspero normando adonde los parientes habían emigrado antes. Encontró que ellos habían cambiado su apellido a Nyel. Se estableció en la parroquia de San Viviano, donde otros Niay —ahora Nyel— vivían, y allí murió el 31 de mayo de 1687, a la edad de 66 años. Después de la muerte de su padre, Noel Niay, en Laon, se siguió un proceso relacionado con el testamento de su tío, y regresó probablemente a Laon para oír la solemne decisión tomada por el preboste de la ciudad sobre dicho proceso. Cuan-do Adriano hizo su peregrinación a Liesse en 1679 antes de empezar la primera escuela en Reims, pasó por Laon. Su primo Claudio era entonces oficial de orden en la cercana Dercy y el hijo de este primo, Noel, era abo-gado del rey en el “presidial” de Laon.

2 Poutet I, pp. 662-674; Bernard, p. 45; Maillefer, pp. 50-51; Blain I, p. 183.3 Citado en Aroz, CL 28, p. 21.4 Poutet I, p. 276.

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Laon no carecía de escuelas. Los maestros calígrafos se habían estable-cido en la ciudad. Los gobernadores de la ciudad subsidiaban un colegio cercano a la Abadía de San Martín. El capítulo de la catedral era el más grande de Francia, con 83 canónigos y 50 sacerdotes cantores. Antes de 1610, la municipalidad, viendo que la instrucción profana de los niños no estaba suficientemente atendida por las parroquias, trajo a los mínimos de Epinal con la condición de que se hicieran cargo de la iglesia colegiata de San Juan e instruyeran a los niños. Ellos eran muy celosos, de modo que entre los doce párrocos de Laon, algunos vinieron a darse cuenta de que la sola instrucción religiosa era educación insuficiente para niños ociosos la mayor parte del día mientras sus padres trabajaban.

Las Hermanas de Nuestra Señora, de san Pedro Fourier (las Canonesas de San Agustín a las que pertenecía Rosa María de La Salle) siguieron a los mínimos en 1624 y establecieron una escuela gratis para niñas. Como el Canónigo Roland experimentó en Reims, hubo una fuerte oposición a los costos elevados y de que se autorizaran más recolectas para sostener a las Hermanas. El “presidial” decidió que había demasiados monasterios en la ciudad. Pero el obispo apeló al Parlamento, que anuló la decisión. En 1669 había 43 Hermanas. De Laon fueron las religiosas que fundaron el convento de Reims en 1653, apoyadas por el Canónigo Dozet. Además de las monjas, un diácono de Laon procuró formar maestras. Les compró una casa y trató de conseguir las letras patentes, pero la oposición fue dema-siado grande. Murió en 1683.

Para los más desamparados, el Cardenal César d’Estrées, obispo de Laon, había obtenido letras patentes en 1668 para el hospicio general que había fundado, dirigido por laicas (mientras las Hermanas de San Agus-tín cuidaban de los enfermos en el Hospital). Algunos de los pacientes eran niños, “a quienes cada uno consideraba como la imagen del Niño Jesús” (archivos del hospicio). El presidente del tribunal de la sal, vien-do que el hospicio no estaba en condiciones de aceptar más pobres que llegaran a Laon, ofreció en 1682 un capital suficiente para que dos niños anualmente fueran educados en el hospicio como los otros niños pobres. Existía mucha compasión por los pobres en Laon. El vicario general, que era secretario del hospicio, “tenía tan tierno amor por los pobres que eran recibidos y educados en la casa, que era su deleite estar con ellos”, y los visitaba todos los días. Un canónigo sobrino suyo dejó un dinero para la junta de los pobres. Un pariente de Nicolás Roland dejó 14.000 libras y un arcediano 5000.

Había una escuela de la catedral para preparar niños al canto y atender los oficios litúrgicos, y un clérigo tenía una “escuelita” en la casa parro-quial de San Pedro el Viejo. En 1678 fue el elegido por los mayordomos y se le pagaba 40 libras al año. Dirigió una escuela durante diez años,

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hasta 1688. Bajo su dirección la escuela había evolucionado hasta incluir la enseñanza del canto llano, ceremonias litúrgicas y también bases de latín. Esta escuelita estaba por consiguiente funcionando, orientada hacia la preparación de los niños para las funciones litúrgicas, cuando Nyel vino de Guisa a finales de 1682. Parece que él quería fundar una escuela de po-bres en Laon, que conocía tan bien, y luego retirarse a Ruan. Ni el párroco ni la municipalidad lo habían invitado. En esta temprana edad, la obra de La Salle en Reims y las escuelas de Rethel y Guisa eran desconocidas en Laon, de manera que Nyel obraba por su propia cuenta, sin invitación ni negociaciones previas.

¿Cómo empezó las cosas? Laon no era una municipalidad indepen-diente, sino un prebostazgo real y como tal los subsidios se daban única-mente con la aprobación de una reunión general de los ciudadanos. Cada martes de Pascua el alcalde de la ciudad citaba a una reunión de los bur-gueses para elegir por tres años a tres “gobernadores de finanzas”, a ocho concejales y a varios oficiales. Sin la aprobación de estas personas Nyel no podía recibir ninguna ayuda de la ciudad. Pero de hecho, tenía parientes y amigos en este cuerpo. Su primo Claudio y el hijo de Este, Noel, poseían un jardín en la calle Nueva de la ciudad y una pequeña casa en la que ahora se llama la calle de los Hermanos, y Noel mismo poseía otra. Proba-blemente Adriano estuvo con ellos durante algún tiempo, explicándoles su plan y procurando su ayuda. Ambos parientes tenían influencia. Nyel no fue a la parroquia esta vez pero por medio de sus parientes obtuvo del “oficial real” de Laon un cuarto en una casa parcialmente alquilada a otro (Pedro Bertay). Tenía el uso del sótano, un cuarto del primer piso para emplear como escuela y un cuarto encima para sí mismo. Durante un año, desde el mes de octubre Nyel enseñó a los niños hijos de los pobres, gratis, en su “escuela pública” y “con mucho provecho” (Registros del Concejo Municipal). La gente de la ciudad, según se oía de su escuela y de buenos resultados, era favorable.

La comunidad de Reims decepciona al Señor de La Salle5

El Canónigo Blain se refiere a esta segunda serie de salidas en las pági-nas 184-185 de su primer volumen hablando de ella como de la tentativa de Satanás para dispersar la comunidad una segunda vez6. Parece que Bernardo solo conoce la primera, a finales de 1681, y que no parece haber inquietado excesivamente a La Salle, mientras Maillefer habla solo de lo

5 Maillefer, pp. 50-53; Blain I, pp. 184-185.6 Cf. Poutet I, pp. 1717-1718.

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que sucedió después de los acontecimientos de Rethel y otros lugares, que abatieron a La Salle considerablemente.

Los rápidos cambios de maestros de Rethel y Guisa difícilmente re-cibieron la aprobación de La Salle, pero no eran parte de la comunidad, aunque él había participado en el establecimiento de la escuela de Rethel. La aventura de Laon fue otro motivo de preocupación pues Nyel dio a conocer sus vínculos con el canónigo; esto significaba que le vendrían peticiones de maestros preparados y en conclusión responsabilidad. Él estaba, como sabemos, abierto a nuevos proyectos, pero cuidadosamente negociados. Determinó no enviar personas que no habían sido preparadas dentro de su comunidad.

Fue entonces cuando se presentaron problemas en la calle Nueva. Él había roto una vez en forma violenta con su pasado. Aceptando para sí las consecuencias sociales, el hecho de que se había liberado para dedicarse a la obra de las escuelas, que consideraba como la obra de Dios, debió ser para él motivo de gran alborozo. Pero pronto los acontecimientos apaga-rían y destruirían este entusiasmo. Pasada la novedad del traslado a la ca-lle Nueva, y aun con la presencia del hombre que admiraban y respetaban, algunos tenían segundas intenciones. Ellos no habían venido a una comu-nidad establecida como las muchas que existían en Reims, de modo que hubo muchas desavenencias entre ellos sobre el motivo de sus compromi-sos. En su memoria sobre el hábito, un documento que se verá más tarde, escrito a finales de 1689 o principios de 1690, La Salle mismo escribe:

“Varios decían que no tenían más obligación de cumplir las reglas que las personas del mundo, pues en nada se distinguían de ellas… la gente venía a esta comunidad como a la casa de un hombre que contrataba maestros como se hace con los criados, sin la menor idea de comunidad. Otros entraron para prepararse y luego salir a lucir. Algunos pedían salarios y otros pensaban que se les debía agrade-cer el que se contentaran con el sustento y el vestido. La mayoría salió con el vestido que se les había dado”. Se puede pensar que al encontrarse con miembros de sus familias o sus compañeros, les preguntarían sobre su vida, su salario, y pedirían dinero o se reirían de ellos…

La declaración de La Salle era muy objetiva, pero ocultaba una amarga decepción a la vez. Había abandonado tantas cosas por estos hombres. Después de narrar el comienzo de una escuela de Nyel en Laon, Maillefer comenta sobre este y otros acontecimientos recientes:

El gran éxito alcanzado por estos establecimientos en tan corto tiem-po, presagiaba un magnífico resultado para el futuro. Pero en nin-guna forma el Señor de La Salle estaba en condiciones de congra-tularse… Los maestros que había reunido en una misma casa para

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acostumbrarlos a la regla, comenzaron a relajarse de su primitivo fervor. El Señor de la Salle hizo cuanto pudo para reanimarlos. Pero el disgusto que tenían era tan grande y manifiesto que tuvo que abandonarlos a su suerte y ser testigo de su deserción… Hubo sin embargo algunos que, más fieles y firmes en su vocación, rehusaron seguir a sus cobardes compañeros en su errada determinación.

El reducido grupo se inquieta por su futuro y desafía a La Salle por su seguridad7

Fue probablemente en este tiempo cuando desaparecieron algunos en el periodo de vacaciones. Los que permanecieron expresaron una preocu-pación que los atormentaba profundamente. La Salle, en sus charlas con ellos, les había hablado de la confianza en la Providencia al comentar las palabras de Nuestro Señor sobre la despreocupación por la comida y el vestido. Había visto en su propio pasado reciente cómo habían sucedido las cosas de maneras que no pudo prever, y esta confianza en la Providen-cia se estaba convirtiendo en uno de los apoyos y principios de su vida. Pero todavía estaba ignorante por completo de cuál podía ser la ansiedad de los pobres. La inseguridad era su porción y la de sus familias. Nunca se hubiera dado cuenta de ello si estos maestros, en su diálogo con él, no se lo hubieran planteado rotundamente: “Puede hablarnos de la Provi-dencia. Si algo le sucede, tiene su riqueza personal como miembro de los La Salle para respaldarse. Cuando seamos demasiado viejos para enseñar, nos queda solamente el asilo o el hospital”. Estas crudas palabras fueron una revelación para él. Ciertamente, ya no empleaba su riqueza para vivir al estilo burgués, pero siempre la tenía allí… y cualquiera cosa que su fa-milia pensara de sus recientes decisiones, ellos no lo ignorarían si cayera en la penuria.

Tenía legítimas razones para explicar, si lo hubiera querido, que nece-sitaba tener dinero en reserva; decir esto sería darles motivo para que le exigieran vivir exactamente como ellos y tomar el mismo alimento que le repugnaba. Es probable que a causa de la presencia de su hermano Juan Luis, hubiera comido con él más o menos el alimento a que estaban acos-tumbrados, y los maestros habrían deseado esto. Obligar a su hermano a tomar el alimento de ellos, él no deseaba hacerlo, sería un cambio muy humillante y lo pondría en una situación penosa, y Juan Luis, viendo la agonía y humillación que esto significaba para su hermano mayor, habría protestado. Pero hay una diferencia entre tener razones legítimas para no

7 Bernard, pp. 47-49; Maillefer, pp. 54-57; Blain I, pp. 185-196; Poutet I, pp. 720-721.

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hacer algo y responder a las interiores inspiraciones del Espíritu Santo que La Salle pudo haber tenido, para seguir hasta el fin las consecuencias de vivir con los pobres.

Se dedicó a la oración y a la reflexión sobre su actitud con respecto a estos jóvenes y el Evangelio. La respuesta de los maestros a su exhorta-ción a confiar en la Providencia creó en él cierta agitación interior8. Había hecho ciertamente lo imperdonable y lo torpe a los ojos de su familia al abandonar su casa e irse a un ghetto parte de la ciudad. Pero no había pen-sado entregar su riqueza. Pensando en ello ahora, vio que entregarlo todo significaba inseguridad para los maestros y para él mismo: sabía muy bien lo que una mala cosecha podía hacer a los precios del pan y traerlos a si-tuaciones de hambre…

Su primer pensamiento fue atender la inseguridad de su comunidad y emplear su fortuna para dotar futuras escuelas. La nueva obra había empezado con dificultad y su riqueza podía ayudarla. Poseía su riqueza personal por ser uno de los herederos de Luis de La Salle y por dineros invertidos en nombre propio en propiedades en Reims y tierras fuera de la ciudad; de allí recibía una renta segura (de las propiedades poseídas en conjunto por los herederos no se podía disponer) ¿No podría él, como había hecho Roland, emplear su riqueza para dotar las nuevas fundacio-nes, de modo que se dispusiera de una renta permanente para dirigir la escuela y mantener la comunidad? Pero sintió dentro de sí mismo que debía entregar todo y confiar el futuro de su obra enteramente a Dios pues era su obra; esto significaría unirse a los maestros en su inseguridad, pues cualquiera obra nueva podía realizarse solamente con la aprobación de los párrocos y el apoyo de los benefactores.

Y ¿qué sucedería con su prebenda? Entregar su canonjía significaría simplemente el fin de su beneficio, sin provecho para los maestros. ¿De-bería pues conservarla? Pero por otras razones se le había hecho cada vez más claro que debía tomar una decisión sobre ese asunto. No podía con-certar sus obligaciones de canónigo con la dirección de su comunidad, la visita de las escuelas, la preparación de los recién llegados y estar dispo-nible para viajar a lugares como Rethel (en otras palabras, ser fundador de una nueva comunidad). Roland había tenido un problema semejante sin resolverlo. Pero entregar un puesto del Capítulo de la catedral de Re-ims sería ir contra el arzobispo y toda la opinión burguesa y clerical de la ciudad. Era un panorama temible. Oró mucho tiempo sobre la cuestión, se convenció de que esto era lo que Dios le pedía, y determinó buscar el consejo del Padre Barré sobre todo el negocio, sabiendo que le daría la res-puesta incómoda e inexorable que temía y al mismo tiempo correspondía

8 Blain I, pp. 188-189.

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a su inclinación interior. No se trataba esta vez de viajar a París con una comunidad disminuida y tambaleante en sus manos. Escribió al Padre Barré y no se sorprendió cuando recibió esta respuesta:

Las raposas tienen sus madrigueras y las aves del cielo tienen sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza”. Las raposas son las gentes del siglo que se apegan a los bienes de la tierra; las aves del cielo son los religiosos que tienen su celda por asilo; pero aquellos que como vos, se dedican a instruir y a catequi-zar a los pobres, no deben tener por patrimonio sino el del Hijo del Hombre. Por tal motivo, no solamente debéis despojaros de todos vuestros bienes, sino también renunciar a vuestro beneficio, y vivir en un completo abandono de todo lo que pudiera distraer vuestra atención que no sea la de procurar la gloria de Dios.

Barré añadió que el pensamiento de fundar financieramente la comu-nidad no venía de Dios y que la presente manera de establecerla sobre la única base de la Providencia debía mantenerse. “Buscar apoyo en otra parte sería digno de censura”. Estas palabras no eran nuevas para el Ca-nónigo de La Salle. Él las había empleado con su comunidad porque él mismo había meditado antes sobre ellas. Pero era diferente cuando las palabras venían de alguien dotado con la sabiduría espiritual y cuando confirmaban de manera impresionante lo que el Espíritu decía en su co-razón. Sabemos que La Salle “aceptó sin dificultad las palabras de Barré”.

La Salle empieza a liberarse de su canonjía9

Como era su costumbre, Juan de La Salle sometió y discutió el caso de renunciar a su canonjía con el director espiritual Santiago Callou. Una de sus razones para consultar a Barré fue poder mostrar a Callou que había buenas razones, dadas por alguien respetado por su consejo, para dar el paso. Callou rehusó. Conocía las implicaciones eclesiásticas y sociales y la oposición, y no estaba dispuesto a aceptar la posición decidida de su dirigido. El Canónigo de La Salle buscó la opinión de otras personas entre sus amigos de Reims; ellos encontraron sus razones muy convincentes pero Callou rehusaba aún su consentimiento. Pasaron diez meses. Fue un tiempo difícil de espera y de desafiar la opinión pública. Además, nada positivo le dejaba mostrar a su comunidad que había tomado sus palabras seriamente.

9 Bernard, pp. 48-56; Maillefer, pp. 58-65; Blain I, pp. 197-210; Poutet I, pp. 718-720.

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Partida de Juan Luis. El canónigo se obliga a tomar el alimento común10

Estamos en el mes de octubre. Juan Luis preparaba su salida de Reims para la formación y estudio de varios años en el seminario de San Sulpicio y en la Sorbona. Tenía 17 años y cumpliría 18 en Navidad. Había simpati-zado con los esfuerzos de su hermano, admiraba su enorme valor y su sen-tido sacerdotal de la vocación; continuó siempre apoyando su obra. Pero no estaba llamado a la misma vocación. Sería un alivio para él dejar a estos hombres, tan escasos de buenos modales. Convino con su hermano, que aún era su tutor legal, los preparativos y gastos del viaje y su permanencia en París. Juan pagaría 400 libras por gastos de alimentación, hospedaje y estudios en el seminario, a las cuales añadió otras 200 para otros gastos. Por primera vez habría un desembolso importante para vestidos y mobiliario de su cuarto. Juan Luis partió a finales de octubre; para ambos debió de ser una despedida conmovedora. Juan estaría ahora completamente indepen-diente en cuanto a relaciones familiares, sin nadie para apoyarlo con pro-fundo afecto fraternal o para suavizar el compartir de la vida de los pobres.

Juan Luis entró al seminario el 8 de noviembre de 1682, permaneció allí tres años completos y salió el 15 de marzo de 1686; este año obtuvo su bachillerato en teología en la Sorbona. Permaneció en París y obtuvo la Licenciatura probablemente en 1689. Se doctoró en la Sorbona el 19 de octubre de 1693. Regresó luego a Reims y al año siguiente fue nombrado canónigo. Murió antes de cumplir los 60 años; más de una vez lo volvere-mos a encontrar.

Fuera del grupo de sacerdotes que vivían en otra ala de la propiedad, el Señor de La Salle estaba ahora solo con sus pobres y desanimados maestros. Decidió que en adelante se obligaría a comer como los demás. Parece que solo paso a paso logró vencer las implicaciones de vivir con los pobres. En cuanto a aceptar su alimento reconoció que sería una muy dura experiencia. En vez de un criado experto que compraba y preparaba en casa los platos a que estaba acostumbrado, ahora uno de los maestros compraba y cocinaba, hacía las compras en el mercado local o en la tienda cercana. Comían pan de centeno en vez de pan de trigo, las carnes apetito-sas eran reemplazadas por cerdo salado y otras carnes y pescado curado; las verduras se preparaban con agua sin las sabrosas salsas que acostum-braba; en vez de los platos variados y bien sazonados, los grasosos guisos de las multitudes trabajadoras. Pero empezó a vencerse a sí mismo. El Hermano Bernardo nos dice que “se obligó a tragar lo que su estómago

10 Aroz, CL 27, p. 79; Poutet I, pp. 716-717; Bernard, pp. 71-72; Maillefer, pp. 73-75; Blain I, pp. 225-228.

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no podía aceptar y que estaba listo a arrojar al piso”. “Le revolvía el es-tómago tomar el caldo en que se había cocinado la carne salada; lo hacía vomitar cuando lo tomaba11”. Los maestros mismos se compadecieron de él y querían que no continuara; pero insistió y se propuso vencer, ayunaba hasta que el hambre lo obligaba a aceptar algo. Es un tremendo ejemplo de identificación con los pobres y marginados, y tal vez también una adver-tencia: esto es muy exigente.

Se encuentra muy abatido; nueva luz y nuevos candidatos

Mientras sobrellevaba la decadencia física y la humillación que signi-ficaba someterse a este alimento y de esta manera, vio que más maestros desertaban, probablemente durante las vacaciones de Navidad. Una frus-tración como esta era algo que lo afectaba profundamente; esto junto a las luchas con la comida y tal vez, la ausencia de su hermano, le causaron una profunda depresión. Maillefer escribe de nuevo, evidentemente comen-tando la memoria de La Salle12:

No se puede negar que el Señor de La Salle estaba algo afectado a vista de una general deserción y estuvo tentado de abandonar to-dos sus proyectos. Le parecía que no teniendo sino intenciones muy puras de hacer el bien y de contribuir con todas sus fuerzas a la instrucción de los pobres, tenía razón de esperar un mejor resulta-do. Pero los pensamientos de los hombres son demasiado limitados para penetrar los designios de Dios.

Pero reaccionó y tomó el control de sí mismo. Pasó una semana entera en oración en uno de los más apartados rincones de la casa. Como aún te-nía que ir a la catedral para el oficio cinco veces al día y como no podía de-jar su desalentado puñado de maestros solos todo el tiempo, esto requiere interpretación. Pero esta concentración en un retiro silencioso muestra su determinación y su confianza en Dios. Salió de esta experiencia con nue-vos ánimos y nueva luz. Blain13 dice, tomando en realidad de la memoria de La Salle (las itálicas son del biógrafo):

Le pareció visiblemente hacia el fin del año 1682 (dice él mismo) que Dios lo llamaba a encargarse de las escuelas; y que teniendo la obligación de ser el primero en todos los ejercicios de Comunidad, no podía asistir al Oficio con tanta asiduidad como su Director insistía.

11 Bernard, p. 71.12 Maillefer, pp. 52-53.13 Blain I, p. 193; según Bernard, p. 49.

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Nyel, más bien que ser un problema, era el dedo de Dios que le indica-ba ir más allá de Reims; él proporcionaría los medios de responder a este desafío. No sabemos qué carismas y qué fuerza le dio entonces el Espíritu, pero concluimos de la continuación de su vida que fueron muy poderosos.

1683

Como ratificación de esta convicción interior, a principios de 1683, “cuando menos lo esperaba” (este debe ser su propio comentario) varios jóvenes que estudiaban en la Universidad, algunos con miras al sacerdocio y en todo caso de muy buenas familias, pidieron ser recibidos en la comu-nidad. Muchos jóvenes de familias burguesas, como hemos visto, fueron impulsados al sacerdocio únicamente con la esperanza de un beneficio. Las acciones del Canónigo de La Salle fueron probablemente el tema de la Universidad y del seminario. Algunos estudiantes, dándose cuenta de que estaban en el sitio equivocado, recibieron la inspiración de venir a la calle Nueva y pedir su admisión. Maillefer escribe de nuevo, después de referirse a la semana de oración de la Salle:

Después de pensar sobre el significado de un acontecimiento tan repentino e inesperado, aprovechó para reavivar su celo por medio de la humillación; y, lleno de nueva confianza, reunió, con agradeci-miento, los restos de su disperso rebaño…

Dios, que se complace en traer la calma después de la tempestad, derramó nuevas bendiciones sobre su obra, y, cuando él menos lo pensaba, vio llegar un número de candidatos que tenían buena vo-luntad, valor, fervor y piedad. Estos hombres, en unión de los que habían permanecido fieles, formaron una nueva comunidad más numerosa y más completa14.

“HERMANOS DE LAS ESCUELAS CRISTIANAS”15

Con estos maestros, trató ya de cómo podrían darse una identidad. El público a menudo tenía la impresión de que solo se trataba de un grupo de maestros, y algunos pensaban que no eran sino un grupo de internos en una posada. ¿No deberían tomar un nombre común que indicara que eran una comunidad? Expresaría de qué se trataba. Su finalidad era la rehabilitación cristiana y social de los pobres de Reims y de otras partes. Se originó en las escuelas, pero las suyas eran un nuevo tipo de escuelas,

14 Poutet I, p. 718; Bernard, p. 47; Maillefer, pp. 54-55; Blain I, pp. 240-241.15 Maillefer, p. 54.

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diferente hasta de las escuelas mismas de las Hermanas, porque se intere-só especialmente en la situación urbana de su clientela.

“Escuelas Cristianas”

En primer lugar, fue probablemente La Salle quien vio que sus escue-las debían llamarse “Escuelas Cristianas”. En este caso se ve con qué sor-prendente rapidez vio la verdadera naturaleza de la obra a que había sido llamado. Este título indicaba la diferencia del trabajo de sus maestros con el de las “escuelas menores” pagas, que eran esencialmente preparatorias para entrar a un colegio, y que, existiendo principalmente para los niños de una minoría ciudadana, ocasionaban inevitablemente una connotación de selección social. Vio que la gran masa de los pobres necesitaba una pre-paración más adecuada para la vida cristiana. Esto incluía un realismo al que nos referiremos más adelante.

En segundo lugar, “Escuelas Cristianas” denotaba un rechazo de La Salle a permitir que sus escuelas funcionaran bajo el nombre de “escuelas de caridad”. Este era un título con aire de superioridad, que implicaba una institución de beneficencia y de ley y orden de propósito limitado, abierto únicamente a quienes el bureau de los pobres juzgaba bastante pobres para asistir, y por consiguiente apenas arañaba el problema. Las escuelas de La Salle, por el contrario, eran una expresión de la preocu-pación de la iglesia local por todos aquellos niños que vagaban por las calles porque sus padres eran demasiado pobres o estaban demasiado ocupados, a diferencia de las familias burguesas, para velar ellos mismos por la educación de sus hijos. Ellos no estaban para un ghetto pobre. En la Francia católica del siglo XVII no se conocía el término de “Escuela Cris-tiana”. La Salle traería la idea de una escuela libre de todas las etiquetas sociales, una escuela parroquial, cuya única razón de ser era la formación de cristianos.

Establecidas en los barrios pobres de las ciudades, las escuelas de La Salle recibían ante todo de preferencia a los pobres. El pueblo tendría que aprender y aceptar que esta idea de su educación cristiana era la que bus-caba equiparlos para tomar parte con dignidad en la vida de una sociedad urbana cristiana. Estos niños eran educados en su propio derecho y no por otros que pensaban lo que era bueno para ellos. Los nuevos maestros aceptaban con la mayor compasión en primer lugar, a todos los verdade-ramente pobres, registrados como tales o no, luego a los hijos de los atarea-dos artesanos más pobres, y de hecho a cualquiera que tuviera necesidad. Los pobres que trabajaban no debían ser separados de la gran sociedad ni del progreso. El título colocado sobre la puerta de una de las escuelas de La Salle era significativo para ellos. “Escuelas Cristianas” vino a ser

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conocido como el nuevo modelo de escuela dirigido por las comunidades de La Salle.

“Hermanos de las Escuelas Cristianas”

Como consecuencia de este conocimiento de su trabajo, el grupo de maestros, al pensar en 1683 qué nombre darle a su comunidad sugirieron: “Maestros de las Escuelas Cristianas”. “Maestros” sin embargo, no daba la idea de comunidad, y podría indicar más bien que ellos se daban a sí mis-mos este título. La palabra comúnmente empleada por cualquier grupo o asociación que perseguía fines públicamente cristianos, como el de gre-mios, fraternidades o, como vimos en Ruan, grupo de maestros de escuela de Nyel, era “Hermano”. Esta era una señal de la relación entre ellos. La Salle sugirió a sus discípulos que deberían llamarse sencillamente: “Her-manos de las Escuelas Cristianas”. Ellos vieron en seguida la propiedad del título, y todos estuvieron de acuerdo. “Este título apareció ante ellos más modesto, más en conformidad con la vida común que habían abraza-do, y más a propósito para mantener la unión entre ellos16”. Y, siguiendo sus implicaciones, decidieron poner todo en común, y esforzarse por tener “un solo corazón y una sola alma”. Para los extraños su nuevo nombre los proclamaba como una nueva comunidad de laicos con un fin definido. A los que preguntaron más se les informó sobre su vida común. La anterior vaguedad sobre quiénes eran desapareció. Estos Hermanos pronto nota-rían también que “Hermano” comprendería felizmente las relaciones con sus alumnos. Veremos más tarde cómo expresó su regla esta relación.

Dirigirse a Dios en la oración por sí mismo, por su comunidad y por su obra fue una de sus grandes necesidades

Tal vez su completa aceptación del llamamiento de Dios para ser el fundador de su obra, cuyo significado ahora tenía claro, fue seguida por un don excepcional y un deseo de oración. Empezó a ir a la abadía de San Remigio, a veinte minutos a pie de la calle Nueva, y a pasar las noches en oración ante las reliquias del patrono de Reims. El monje que había sido sacristán durante 34 años, el contemplativo Pablo Bayard, había muerto en diciembre de 1680. La Salle hizo con el monje que era subsacristán un convenio para venir por las noches entre viernes y sábado y dejarlo en la capilla de San Remigio cuando cerrara, hasta que a la mañana siguiente

16 Maillefer, p. 54.

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viniera a abrir la iglesia de la abadía. El Canónigo Blain dice que La Salle iba todos los días a orar ante la tumba de San Remigio y añade17:

El Santo Fundador, para hacer toda la noche un continuo ejercicio de contemplación y oración, se hizo una obligación, todo el tiempo que permaneció en esta ciudad, de consagrar a este santo empleo las noches de los viernes de cada semana, después de haber pasado los días allí. Volvía a la casa para ver cómo andaban las cosas y después de tomar algún alimento regresaba rápidamente.

Esto representa un asombroso compromiso con la oración. Es fácil imaginar que a menudo caía dormido en el curso de ella. ¿Por qué iba a la iglesia de San Remigio? Porque era el santo patrono de Reims, y los habitan-tes de Reims se dirigían a él en sus necesidades. Uno de los grandes canales de la gracia para la nueva fundación entonces y para el futuro debe haber sido esta oración constante del Canónigo de La Salle.

UN INTERESANTE PROYECTO QUE NUNCA ARRANCÓ18

El duque de Mazarino empieza pequeños centros para la formación de maestras de las escuelas de caridad (1682-85)

El duque de Mazarino estaba aún activo en cuanto a la provisión de escuelas católicas en sus dominios, particularmente donde había hugo-notes. Hasta 1682, sin embargo, pocas de sus donaciones se habían dirigi-do a fundar escuelas en el ducado de Rethel-Mazarino. Pero, después de las dos escuelas para niños que vimos establecidas en Rethel y Château-Porcien, él proporcionó en los dos años siguientes, 1682-1684, maestros y maestras en 27 parroquias rurales, y escribió para los coadjutores una serie de instrucciones que les concernían. Vio que esto no marchaba muy bien, por eso a finales de 1682 o principios de 1683, empezó un proyecto para dar alguna preparación a las maestras.

Claramente el hombre tenía ideas. Él era también alguien acostumbra-do a lograr lo que quería, asumiendo que tenía derechos señoriales en todo. Es difícil resumir todo. Era un hombre de gran piedad, austero con-sigo mismo, generoso con los pobres. Comprendió que había recibido la riqueza del Cardenal Mazarino, a menudo dudosamente adquirida, para

17 Blain I, pp. 229-230.18 Poutet I, pp. 677-696; Maillefer, pp. 46-48; Blain I, p. 221.

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emplearla con propósitos caritativos. Sin embargo, creaba animosidad. Parece que le faltaba equilibrio y juicio, y trabajar con él podía traer éxito o fracaso. Había contraído matrimonio a los 29 años con la fantásticamen-te rica, hermosa y poco virtuosa, Hortensia Mancini de solo 15 años, cuya dote era de 20 millones de libras. Madame de Sevigné escribía de él: “Es loco…, la devoción se le atravesó en la cabeza19”. Se convirtió después de una juventud vivida a lo grande. Incluso Saint Simon, que le tenía cierto rencor, escribía de él: “Es una excelente compañía y muy instruido, es-pléndido, de gustos excesivos y en estrecha familiaridad con el rey20”. Las opiniones sobre él evidentemente diferían.

En cumplimiento de su nuevo plan, a finales de 1682 o principios de 1683 se instalaron dos maestras en una casa en Rethel y la escuela empezó en abril. Había ahora una escuela para niñas además de la escuela para ni-ños que Nyel había comenzado. Pero la diferencia era que la casa de las dos maestras era bastante grande para alojar seis personas y recibieron dinero suficiente para el salario de las dos maestras durante seis meses y para ali-mentar a tres alumnas maestras durante un trimestre. Hacia julio de 1683, fueron recibidas tres candidatas y en octubre cuatro nuevas aprendices —porque ellas eran preparadas solamente durante tres meses—. Esto era ya un gran progreso sobre la poca o ninguna preparación recibida hasta en-tonces. Un periodo más largo, sin embargo, exigiría mayores recursos. En los años siguientes se añadieron a las escuelas centros de adiestramiento temporal bajo la autoridad de los párrocos en otros tres municipios.

En total, cerca de veinte maestras se formaron entre 1682 y 1688 para atender las 27 escuelas de Mazarino establecidas en 1682-1683. Cuando los centros habían cumplido su propósito, las cerró, presuntamente pensan-do empezarlas de nuevo según la necesidad, aunque efectivamente esto nunca sucedió.

Un proyecto fracasado: la tentativa de formar maestros rurales en Rethel21

Este proyecto nada tuvo que ver con el duque en un principio. Fue en marzo de 1683, es decir, aproximadamente un mes antes de que el centro de formación de Mazarino debiera comenzar, cuando encontramos a La Salle cumpliendo la promesa que había hecho en febrero del año anterior de suministrar dineros para una casa de los maestros en Rethel. El 23 de marzo, en presencia de un notario de Reims, el Canónigo Remigio Favart

19 Citado en Poutet I, p. 679.20 Id.21 Poutet I, pp. 687-693.

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entregó por medio de su abogado una suma de 2500 libras donadas por una persona piadosa que deseaba mantenerse anónima. El 2 de abril, en presencia del Canónigo de La Salle, que había viajado a pie desde Reims con este propósito, se redactó la escritura de la compra de esta casa. La casa estaba a nombre de Favart, pero debía estar enteramente a disposi-ción del Señor de La Salle “para dirigir tres clases gratuitas para niños… y albergar a los maestros… y aun establecer, si era posible, un ‘seminario’ de maestros del campo para la diócesis de Reims”. Esta preocupación pudo haber sido originalmente de Favart y La Salle estuvo de acuerdo.

El documento prescribía que los maestros que usaban estos locales es-taban y estarían dependientes “de la comunidad originada en Reims para escuelas gratuitas de niños”, y que después de la muerte de La Salle, los que le sucedieran en la dirección y cuidado de las dichas escuelas (de Reims y Rethel) tendrían el uso “enteramente de la dicha casa con este propósito”. El documento concluía: “El cual ha sido estipulado y aceptado por el Señor de La Salle aquí presente, quien pidió la presente escritura para su uso en el tiempo y lugar convenientes”. La Salle estaba familiarizado con los con-tratos y sus trampas, y fue él quien insistió en estas condiciones y en que se le diera una copia de la escritura. El 11 de abril, estaba de regreso en Rethel para reconocer ante notarios que había tomado posesión de la casa según las condiciones establecidas en el contrato. Aunque Favart prestó su nombre para el contrato en lugar del anónimo benefactor, La Salle era el dueño legal de la casa y de lo que encerraba con tal de que cumpliera las condiciones. El donante parece haber insistido en que mientras el uso de la propiedad perteneciera a La Salle y a sus Hermanos y sucesores en la comunidad, la propiedad sería de los herederos de su familia. ¿No indicaría esto a un pa-riente favorable a la obra de La Salle? ¿Pudo haber sido Juan Luis?

El establecimiento debía ser dirigido por uno o varios maestros “es-cogidos de la comunidad empezada en el dicho Reims para las escuelas gratuitas de los niños”. Nada se determinaba sobre cuándo los alumnos maestros debían ser recibidos, ni cuántos, ni cómo iban a ser remunera-dos. Era una posibilidad prevista y aceptada por La Salle. Una vez más, la idea viene de otra parte, y él responde a ella positivamente.

Solamente se incluía un concepto limitado de formación, semejante, se puede suponer, al seguido para la preparación de las maestras de Mazari-no. Solamente uno o dos candidatos podían alojarse en la casa de los Her-manos en Rethel: tenía únicamente una pieza en el segundo piso y otra en el primero, ático, cocina y un cobertizo exterior. Los candidatos podían recibirse durante tres meses, para ser luego reemplazados por otros. Se puede presumir el envío de un tercer Hermano para hacerse cargo de ellos.

En 1683 Mazarino entró en el proyecto. Como había pensado hacer para los maestros lo que había hecho para las jóvenes, ofreció su apoyo.

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Ofreció voluntariamente pagar a La Salle el equivalente de la manutención anual de dos alumnos maestros, lo que significaba en realidad preparar seis candidatos con estos fondos. Parece que había dos proyectos aquí. La idea original (¿de Favart?) era preparar maestros rurales solamente para la diócesis de Reims. Pero Mazarino, a juzgar por dos tentativas posterio-res en 1685, que veremos en el próximo capítulo, pensaba proporcionar maestros a las aldeas de sus estados, como había empezado a hacer con las maestras. No es claro lo que sucedió después de esto. Algo anduvo mal relacionado con la intervención del duque. Se dice que algunas personas hicieron insinuaciones que complicaron el asunto. De todas maneras La Salle no quiso participar y el proyecto nunca empezó.

El plan original, era sin embargo, algo a lo que La Salle se había com-prometido, y aunque todavía en este año no se envió un tercer Hermano, en 1683 La Salle envió a Rethel a su Hermano más antiguo y capaz, Nico-lás Vuyart. Estuvo allí hasta finales de 1689. Tal vez uno o dos maestros para las escuelas de las aldeas se formaran allí, sencillamente presencian-do las clases y luego ayudando y siguiendo la vida de los Hermanos, pero no tenemos información.

Carlos Mauricio Le Tellier

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La idea de formar maestros rurales no era nada nuevo. Las “Damas Regentes” de Châlons, como se dijo en el capítulo 5, habían tenido ya un centro de esta naturaleza desde 1666. La comunidad de las Hermanas del Santísimo Niño Jesús de Ruan, de igual manera, habían estado formando maestras desde 1670-1671, y las Hermanas del Santísimo Niño Jesús de Reims fueron autorizadas por sus letras patentes de 1679 a hacer lo mis-mo. Mucho antes de estas, San Pedro Fourier y sus Canonesas y de nuevo las Ursulinas, formaron maestras dentro de su congregación como parte de su noviciado. El contexto pudo haber ayudado al Señor de La Salle a responder favorablemente al ofrecimiento de Favart tan pronto como este le fue hecho. Los acontecimientos muestran que él llegó al convencimiento de que este campo de acción era también voluntad de Dios. Esta idea lo iba a acompañar toda su vida.

EL SEÑOR DE LA SALLE LOGRA DEJAR SU CANONJÍA

La mente del nuevo fundador debió de estar muy ocupada en la pri-mera mitad de 1683. Se vigilaba muy de cerca, se obligaba a abandonar los hábitos burgueses adquiridos durante largo tiempo, pasaba los fines de semana en oración en la abadía de San Remigio, formaba su comunidad, viajaba a Rethel y Château-Porcien y prestaba cuidadosa atención al nue-vo proyecto que se le ofreció. Y en todo este tiempo volvía a su director espiritual con el tema de su canonjía. Uno de los sacerdotes que vivían en la calle Nueva, viendo que las obligaciones canónicas realmente compe-tían con los nuevos papeles, le llamó la atención al Padre Callou. Este fi-nalmente dio su aprobación, y en julio de este año autorizó a Juan Bautista para dar los pasos necesarios. Entonces empezaron los problemas.

“Él habría deseado que el asunto quedara en silencio”, escribe Maillefer:

...pero todas las precauciones fueron inútiles y habiéndose exten-dido en la ciudad el rumor de la noticia, no es posible expresar la conmoción que causó. Sus parientes y amigos fueron los que más se alarmaron. Las discusiones empezaron de nuevo con mayor fuerza. Cada uno razonaba según su propia fantasía. Algunos decían que la exagerada concentración había debilitado su mente. Otros decían que solamente seguía su propia inclinación la cual siempre lo lleva-ba a los extremos. Por eso, decían algunos, se encuentran directores demasiado complacientes que aprueban semejantes desaciertos. La gente le señalaba la desventajosa situación a que quería reducirse y trataba de convencerlo de que tuviera en cuenta la oposición de su familia, los amigos descontentos, los accidentes imprevistos que po-dían sucederle; que viera que su fundación era un espejismo que se desvanecería con todos sus proyectos; que su crédito era demasiado

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limitado para detener los golpes que le podrían infligir. A pesar de todo esto, las razones más convincentes solo sirvieron para fortale-cerlo22.

Para renunciar a su canonjía necesitaba el consentimiento del arzobis-po. Por desgracia, Le Tellier se encontraba de nuevo en París. La Salle hizo el viaje solo para encontrar que el arzobispo ya había regresado. Antes de volver a Reims fue a ver a su hermano Juan Luis e informarse de su situa-ción. Fue a entrevistarse con su antiguo profesor, La Barmondière, quien era ahora párroco de San Sulpicio. El párroco le preguntó la razón de su presencia en París y La Salle le explicó por qué deseaba renunciar a la ca-nonjía y llevar una vida de pobreza. La Barmondière apreció altamente y apoyó sus puntos de vista. Evidentemente, había sido informado por Juan Luis de la obra de su hermano a favor de las escuelas de los pobres en Reims, y obtuvo de La Salle la promesa de que le enviaría dos Hermanos para encargarse de una escuela en su parroquia.

Juan Bautista regresó a Reims y buscó una entrevista con el arzobispo. Le Tellier, que había oído hablar del tema, no tenía prisa de darle una au-diencia. Demoró el asunto para darle tiempo de mayor reflexión, porque esperaba que el plazo de unos días lo hiciera cambiar de resolución. Por eso le hizo saber que no tenía tiempo de oírlo. El Señor de La Salle enten-dió la razón de su rechazo y no se molestó por eso23. Entonces tomó otro camino: se entendió con uno de sus colegas en el capítulo, el Canónigo Philbert, un hombre cuyas ideas merecían crédito y respeto, y que ense-ñaba teología en el seminario. Todavía más, era Vicario General en cuya opinión confiaba el arzobispo. Si él convencía al arzobispo, Juan práctica-mente tendría ganada la causa.

El Canónigo Philbert escuchó y estuvo de acuerdo en que las razones prácticas eran valederas, y para no herir los sentimientos e intereses fa-miliares sugirió a Juan que cediera la canonjía a su hermano Juan Luis, y en segundo lugar, para calmar a la gente, alejarse de Reims y responder a la petición de La Barmondière. Como residir en Reims era una condición para ser canónigo de la catedral, Juan podría considerar su traslado a París como una razón válida y aceptable para renunciar. Estos eran pretextos que disfrazaban la decisión de La Salle ante la idea de salvar los propios valores de la sociedad burguesa. Esta era una presión bien intencionada pero equivocada. Él supo que el arzobispo se preparaba a viajar a París y decidió conseguir una audiencia a cualquier precio. Maillefer escribe:

22 Poutet I, pp. 720-722; Bernard, pp. 49-56; Maillefer, pp. 58-65; Blain I, pp. 189-210. [No se encuentra en el original].

23 Maillefer, pp. 60-61.

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Antes de presentarse por segunda vez fue a la catedral y allí, pos-trado ante el Santísimo Sacramento, pidió a Dios con nuevo fervor la luz que necesitaba en ese momento para conocer su voluntad y la fuerza necesaria para seguirla. De aquí se dirigió a la casa arzobispal para hacer otro intento que esta vez tuvo más éxito que la primera24.

El arzobispo consintió en verlo pero solo para rechazar su petición. No quería privarse de un canónigo y tenía su propia opinión sobre su carácter más bien independiente que había iniciado una nueva comuni-dad, aunque solamente una asociación de maestros, sin avisarle. Conocía muy bien la razón por qué La Salle quería salir del Capítulo y estaba bien informado de lo que había hecho por las escuelas. Era paralelo a lo que las Hermanas de Roland estaban haciendo bajo la autoridad de Le Te-llier: tenía los estatutos en sus manos desde 1678 y acababa de aprobarlos después de algunas modificaciones. Se había asegurado de que ellos (los Hermanos) estaban comprometidos con su diócesis. Parece que en esta ocasión hizo un primer ofrecimiento a La Salle de financiar sus escuelas si accedía a no salir de la arquidiócesis, y permanecer siendo canónigo como Roland había hecho. La Salle insistió y apeló a la opinión positiva del Vicario General Philbert. El arzobispo lo hizo llamar; Philbert admitió que había aceptado las razones de La Salle, pero que le había sugerido que si quería renunciar a su canonjía, debería hacerlo en favor de su hermano. Le Tellier pensó que era un buena solución, aunque sabía muy bien que el Derecho Canónico se oponía abiertamente a transferir un beneficio a un pariente cercano. Ahora no tenía dificultad en concederle la autorización, advirtiéndole en términos claros que podía ceder su canonjía a quien qui-siera, fórmula que salvaba su responsabilidad y dejaba libre a La Salle.

Inmediatamente Juan Bautista escribió su dimisión a favor de un ex-traño a su familia, Juan Faubert, uno de los sacerdotes que vivían con él en la calle Nueva. Era doctor en teología muy apreciado en Reims por sus predicaciones y su ejemplar género de vida, pero no era de la burgue-sía. No era la manera como Le Tellier pensaba que trasferiría su canonjía y le preguntó por qué. La Salle sencillamente respondió que él pensaba que Dios no le pedía obrar de otra manera. No iba a proceder contra las decisiones conciliares y sinodales sobre el nepotismo. Además, Juan Luis estaría estudiando en París durante varios años y no podía cumplir las obligaciones de canónigo en Reims. Probablemente no quería serlo a los diecinueve años; él y sus hermanos estarían tal vez de acuerdo, según el movimiento de la reforma entre el clero, al oponerse al nepotismo y a los beneficios prematuros.

24 Id.

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El rechazo de Juan a continuar el nepotismo que lo había favorecido, y su decisión de dar su canonjía a alguien que era digno pero sin estatus social, fue una posición de enorme valor, tal vez su decisión más valiente. En una edad de conciencia de clases y en una ciudad dominada por el clero, ello significaba abandonar el establecimiento clerical y social, enfrentarse a la opinión de uno de los más poderosos y políticamente influyentes arzo-bispos del país, volver a su familia en su contra y perder muchos amigos; significaba perder para el futuro muchas fuentes de apoyo con las que podía haber contado. Pero una vez que se decidió después de orar, re-flexionar y consultar se mantuvo firme. No hay duda de que le costó mu-chísimo tomar semejante decisión. En adelante tendría que vivir olvidado de su familia, del clero y de la burguesía y aceptar las consecuencias por el resto de su vida.

Sin embargo, dejó la casa del arzobispo con una inmensa alegría y en paz. Pero, como escribe Maillefer,

la felicidad interior que sintió al dejar la casa del arzobispo estaba temperada por la ansiedad causada por la presión que sus amigos ejercían sobre él. Porque tan pronto como se extendió la noticia de su renuncia se produjo una nueva conmoción. Vinieron a pedirle que la retirara mientras aún tenía tiempo. Le dijeron que esto sería complacer al arzobispo que tanto lo apreciaba; que debía esta mues-tra de consideración a su familia; o si había tomado una resolución definitiva, que la elección del sucesor cayera sobre su hermano o sobre alguien que fuera del agrado del Capítulo25.

Después de conceder el permiso de mala gana, Le Tellier salió al día siguiente con el Canónigo Philbert y dejando la escritura de dimisión sin firmar. Esto dio al Capítulo, consciente de su dignidad, tiempo para ex-presar su indignación ante el hecho de que La Salle permitiera entre sus augustas filas la presencia de un sacerdote sin estatus especial. Maillefer continúa:

Alguien escribió al arzobispo que había regresado de París, pidién-dole que dilatara el envío de los papeles necesarios para dar mayor tiempo a los amigos del Señor de La Salle de hacer sus últimos es-fuerzos para hacerle cambiar de parecer. El prelado respondió fa-vorablemente, y ordenó al Señor Callou, su Vicario General y supe-rior del seminario, que lo viera de su parte y averiguara su decisión final… El Señor Callou fue por consiguiente a ver al Señor de La Salle… Le puso de presente todas las razones que se alegaban para doblegarlo en su resolución. El Señor de La Salle, después de darle las explicaciones del caso y de contestarle como lo había hecho a todos los que se habían mezclado en este asunto, le manifestó que ya

25 Id., p. 63.

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había tomado posición delante de Dios y que ya no podía cambiar. El Señor Callou pareció darse por satisfecho con tales explicaciones y lo congratuló por su gran desprendimiento, dio luego cuenta muy exacta de su misión al Señor arzobispo, quien ante tal testimonio, dio los poderes al Señor Faubert para tomar posesión de su cargo, lo que hizo el 16 de agosto de 1683.

Así, después de casi un año el Señor de La Salle, con la gracia de Dios, había ganado la victoria sobre su propia necesidad de aprobación, sobre todo lo que tenía significado para la élite y la segura burguesía, sobre la opinión pública, y especialmente sobre las poderosas presiones eclesiás-ticas. Fue a presentar formalmente su dimisión al arzobispado y luego regresó a su comunidad. Allí reunió a los Hermanos en el oratorio y jun-tos cantaron el Te Deum. Fue una gran victoria. Ahora estaba libre para dedicarles todo su tiempo y se dieron cuenta de que él era todo para ellos. Todo el acontecimiento es una tremenda historia de formidables presio-nes, un consejo bien intencionado y especialmente una conquista de La Salle sobre los propios temores de estas presiones.

Una desafortunada consecuencia de este traspaso de su canonjía es un ejemplo de cómo los esfuerzos bien intencionados pueden terminar en decepción. El nuevo Canónigo Faubert no estuvo a la altura de las espe-ranzas puestas en él. El honor de su nueva distinción lo llevó a decaer de su primer fervor. El Señor de La Salle dijo que no le habría ofrecido su canonjía si hubiera previsto el resultado26.

Dirección espiritual en el siglo xvii

Nos admiramos de que La Salle someta su crecimiento interior y sus decisiones a una serie de directores espirituales como eran llamados entonces. “Cuando se estudia la vida de un católico del siglo XVII, se puede estar seguro de encontrar muy pronto el nombre de su director espiritual”27. Este siglo fue un gran periodo en que se buscaba la dirección espiritual de una persona de experiencia. El crecimiento en la relación con Dios se ha mirado por mucho tiempo como una serie de etapas, tentacio-nes y escollos que necesitan la ayuda de alguien sabio.

Pero es difícil encontrar un buen director. Los llamados a guiar a otros encontraron ayuda en los grandes escritores del siglo XVI: santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz, y muchos más en el siglo XVII. Algunas ór-denes eran muy cuidadosas de preparar la dirección espiritual, mediante las reglas de discernimiento de san Ignacio. Entre los grandes directores

26 Blain I, pp. 204-205.27 Raymond Darricau, “Direction spirituelle” en Dictionnaire du grand Siècle, Fayard, 1990.

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de este siglo estaban san Francisco de Sales, san Vicente de Paúl, Bérulle, Condren, Olier, san Juan Eudes. Las órdenes religiosas reformadas pro-porcionaron muchos otros. La mayor parte de ellos eran capuchinos y je-suitas. Entre los últimos, las obras de Julián Hayneuve fueron empleadas por La Salle. Otros fueron Luis Lallemant y Juan Bautista de Saint-Jure. La dirección espiritual desempeñó un gran papel de discernimiento y es-tímulo en la cristiandad del siglo XVII. Pero pudo convertirse en una res-tricción: los directores eran llevados a tomar decisiones por sus dirigidos en vez de acompañarlos cuando se esforzaban por buscar la voluntad y los caminos de Dios con ellos. El quietismo ha sido considerado en parte como una reacción a esto.

De Blain se puede sacar la impresión de que frente a sus directores es-pirituales, La Salle fue completamente sumiso y sin carácter, pero no los siguió ciegamente. De hecho fueron acontecimientos exteriores los que lo llevaron a sus decisiones. No se trataba de un don de leer los designios de Dios, sino de averiguarlos haciendo que los acontecimientos y espe-cialmente las personas le hablaran. Y esperó más de un acontecimiento para corroborar el hilo del pensamiento comenzado y la decisión que en su opinión debía tomarse. Esto no lo consideraba una especie de supers-tición, como si una cierta sucesión de acontecimientos necesariamente mostraran la voluntad de Dios. Por ejemplo, su estrecho contacto con el pensamiento de Roland y la obra de la escuela no lo llevaron a pensar que debía comprometerse. Al decidir si un fracaso (por ejemplo, cuando tuvo que abandonar a San Sulpicio, o cuando fracasó la primera vez en la renuncia de la canonjía) significaba abandonar cierta política o, por el contrario, que debía ensayar de nuevo, tomó en cuenta varios factores: los derechos de la autoridad legítima, un conocimiento objetivo de sí mismo gracias a su director espiritual, y el conocimiento y la experiencia de otras personas. “Se puede, pues, afirmar que nadie pidió más consejo que La Salle, pero también que nadie más que él cuestionó humildemente los consejos recibidos. No era suficiente para él tener razón, además tenía que estar seguro de que los demás, a su vez, estaban convencidos del valor de sus opciones28”.

Progresos en Laon. El Señor de La Salle declina enviar a alguien de Reims29

Todo este año, Adriano Nyel había estado dirigiendo solo su peque-ña escuela de pobres de Laon. Las gentes de Ruan, cuando tuvieron

28 Poutet II, pp. 374-375.29 Poutet I, pp. 669-674.

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conocimiento de su escuela y de sus resultados la apreciaron. Al principio del nuevo año escolar, Nyel tomó el riesgo de firmar con el oficial real un contrato en que hipotecaba sus bienes contra una renta anual de cuarenta y siete libras y media por toda la casa. (P. Bertray había terminado su al-quiler de la mitad de la casa ese año —tal vez una clase de niños pobres en la otra mitad era mucho para él—). Nyel tenía la posesión desde el 1o de octubre de 1683. Como parte del contrato, para tener mejor luz y aire en la escuela, el oficial prometió reemplazar la puerta de la escuela por una ventana que “admitía tanta luz como era posible” y mandar hacer otra puerta que proporcionaba “tanto aire como era posible”. Nyel se obligó a la conservación de la ventana y de la puerta. Parece pues, que Nyel preten-día tener toda la casa, para abrir otra clase por lo menos, tan pronto como fuera posible.

Con la reputación de un año a su favor, pidió en noviembre a los “go-bernadores” encargados de las finanzas de la ciudad, ayuda del dinero público, señalando que había estado enseñando gratuitamente durante un año, que no podía continuar sin alguna ayuda pública, y que estaba dis-puesto a irse a otro lugar donde lo reclamaban. Considerando que acababa de doblar el espacio disponible en la casa de su escuela para más clases, y que pensaba finalmente regresar a Ruan de todos modos, esto parece una decepción. El Comité discutió su decisión y el 19 de noviembre le ofrecie-ron un salario de 150 libras “desde el 1o de octubre anterior”. A propósito, era conocido entre la gente de Laon como el “Hermano Adriano Niay”, porque así firmó el acuerdo y añadió “Maestro de las Escuelas Cristinas de Caridad”. Era un título tomado del Padre Barré. Nyel pudo, para forta-lecer su posición, haber indicado que era miembro de una comunidad que en el futuro se haría cargo. Habiendo salido de Reims en enero de 1682, desconocía el nombre de Hermanos de las Escuelas Cristianas.

No se dice en el acuerdo que la ciudad proporcionara los salones. Por eso Nyel tuvo que pagar este arriendo de sus 150 libras; tenía, por su-puesto, sus 100 anuales pagadas por el Comité de Ruan. El año anterior había vivido solo con esto, y tal vez con algunos recursos heredados de sus padres. En su mente, parecería que Nyel estaba preparando todo para que dos Hermanos lo reemplazaran cuando regresara a Ruan. Hizo varios viajes a Reims con este propósito. Debió de hablar a La Salle de su inten-ción, dada su edad, de regresar a Ruan, del bien hecho en Laon, y de la buena voluntad de las gentes. Aunque La Salle comprendió muy bien que a los 63 años —una edad avanzada en la época— Nyel había trabajado más que suficiente, no iba a enviar un Hermano solo, ¡que era todo lo que tenían previsto! Además, estaba aún edificando su pequeña comunidad. De manera que las cosas permanecieron como estaban a lo largo de todo el año escolar 1683-1684.

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En Laon, la posesión de la casa de la escuela estaba muy insegura, pues dependía de la garantía personal de Nyel; igualmente sus contactos con las autoridades de la ciudad eran meramente personales y, como pudo verse más tarde, una presión. Se pudo pensar que la amenaza de Nyel de retirarse si no conseguía el subsidio era una maniobra para obtener dos Hermanos de la comunidad de La Salle en forma permanente. No había nada malo en esta estrategia: Nyel se había esforzado por fundar una es-cuela de caridad que no era una carga para nadie; la había dirigido duran-te un año tal vez con un salario personal muy bajo, y el Comité estuvo de acuerdo en que había obtenido un “fruto considerable30”.

Para que La Salle diera un paso, necesitaba en primer lugar una clara petición escrita de una autoridad competente. Luego podrían emprender-se con seguridad las negociaciones. Sus años de tutoría le habían enseña-do prudencia. La escuela de Nyel no tenía el respaldo de ningún párroco, y en tiempos difíciles dependía del bureau de los pobres. La Salle, ya en dificultades con Château-Porcien y, sabiendo que los maestros dejados en Guisa por Nyel no daban satisfacción y era necesario reemplazarlos, desestimó esta vez atender la petición de Nyel.

1684

A principios de este año murió uno de la comunidad de Reims: el Her-mano Juan Francisco. Y el 24 de mayo fue enterrado el Hermano Cosme Boiserin. Estas dos muertes explican la presente dificultad de desplegar más hombres cuando se necesitaban. Para personas que, debido a una alimentación insuficiente, no tenían una constitución fuerte, trabajar en clases numerosas y mal ventiladas era muy exigente. Nunca hubo un per-sonal numeroso en la comunidad de Reims. Blain dice que entre 1682 y 1688 entraron 15 candidatos, pero esto debe referirse a los que permane-cieron en la Sociedad. Se necesitaban ocho o nueve para las tres escuelas de Reims, dos fueron a Château-Porcien, y más tarde dos a Laon y dos a Guisa. Fuera de estas dos muertes, la mayor parte del año 1684 pasó sin incidentes, y La Salle pudo continuar la formación de su comunidad.

La Salle piensa trasladarse a París. El Señor Callou lo disuade31

El Señor de La Salle había pensado, después de renunciar a la canonjía, ir a París para atender la petición de La Barmondière, como se lo había su-

30 Id., pp. 687-693.31 Bernard, pp. 57-58; Maillefer, pp. 64-65; Blain I, pp. 210-214.

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gerido el Canónigo Philbert. Parece extraño, sin embargo, que habiéndose dado cuenta de que necesitaba deshacerse de las obligaciones de canónigo para atender su comunidad pensara ahora abandonarla y dirigirse a París.

Maillefer escribe:

Este viaje le parecía necesario en estas circunstancias porque su au-sencia y su alejamiento de Reims calmarían los ánimos agitados por su última determinación y, borrándose poco a poco las primeras impresiones, la gente se acostumbraría a tomar las cosas con más calma. Esta reflexión se fortificó con el temor que tuvo de someter su humildad a una prueba demasiado fuerte, ya que no faltarían los comentarios lisonjeros de muchas personas que no se cansaban de admirar su gran generosidad32.

Blain habla de él como el tema de conversación de casi toda la ciudad que estaba conmovida y escandalizada ante un acto de perfección con el que no estaba de acuerdo33. Debió de ser cuestionado a cada paso o incomo-dado por los visitantes en la comunidad, y tal vez esto era demasiado para él. Tal vez también el Padre Barré lo necesitaba para encargarlo de sus pocos Hermanos en compañía de Montigny. Estaba ciertamente muy deseoso de que viniera y consideraba que París era mejor centro para que el trabajo de La Salle se extendiera.

Pero Santiago Callou, después de considerar largamente la situación, le indicó al Señor de La Salle que su joven comunidad lo necesitaba. Después de pensarlo aceptó y escribió al Señor de La Barmondière para decirle que posponía su ida a París “porque la voluntad de Dios se oponía a ir tan pronto a fundar una comunidad, y que todo lo que podía hacer un instrumento tan débil como él era someterse”. Escribió también al Señor Lespagnol, el sacerdote a cargo de las escuelas parroquiales de San Sulpi-cio, quien se molestó mucho; claramente la obra estaba por encima de sus fuerzas, pues en 1685 se retiró del puesto y en su reemplazo vino el Señor Compagnon.

El que más decepcionado quedó fue el Padre Barré, porque cuando lo supo habló del disgusto a varias personas. Pero la dilación era importante, y tendríamos razón en ver allí el cuidado de Dios por su nueva obra. Si el ahora excanónigo hubiera ido a París en octubre de 1683, habría caído bajo la influencia de Barré, cuyo carisma no iba exactamente en la misma dirección, o habría tenido que estar en desacuerdo con él o con de Mon-tigny. Sus Hermanos necesitaban tiempo para darse cuenta de su carácter distintivo y encontrar un comienzo de estructuras que los sostuvieran. En la época en que fueron a París ya tenían un voto que los ligaba a su

32 Maillefer, p. 65.33 Blain I, p. 210.

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Superior y un hábito que los distinguía lo suficiente para considerarlos como personas que llevaban una vida de comunidad y no simplemente una vida secular. El trabajo específico ya estaba tomando forma en las escuelas de cuatro ciudades y en la formación de maestros rurales. Para entonces eran un grupo fuertemente unido bajo su superior, acostumbra-do a retiros anuales y a asambleas en las cuales todos construían su nueva sociedad. Su partida condujo a una crisis.

Para La Salle mismo, los cinco años de retraso significaron hacer frente continuamente a las personas en la sociedad cerrada de Reims sobre las consecuencias de renunciar a su canonjía. Es difícil darse cuenta de lo que esto significó. Debió ser una de las más duras pruebas. Pero ellas debieron fortificar su personalidad y hacerlo capaz de enfrentar con firmeza las mu-chas adversidades que iba a encontrar en París. Tuvo también experiencia para escarmentar, pues cuando Barré se trasladó a París, el control de la comunidad de sus Hermanas en Ruan escapó de sus manos.

El Señor de La Salle renuncia a su tutoría

Continuó formando su comunidad mientras pensaba cuándo dejaría su patrimonio. Una cosa decidió y fue renunciar una vez más y definiti-vamente a la tutoría de la propiedad familiar. Sus hermanos y hermanas estaban ahora enteramente atendidos. Juan Luis de edad de 20 años estaba en San Sulpicio; Pedro, de 18, estaba en la casa de su hermana, en la calle de la Universidad. Terminaría sus estudios en el Colegio este año y dejaría a Reims el 20 de octubre para estudiar leyes en Orleans; Juan Remigio de 14, estaba en Senlis. La casa de la familia había sido vendida. Juan pudo terminar los asuntos financieros restantes de modo que pudiera dedicar-se por completo a su comunidad. En debida forma, reunió el consejo de familia y ellos probablemente estuvieron muy contentos de transferir la tutoría a un miembro de la familia que no los había decepcionado. No hubo vacilación en aceptar su pedido y de nuevo nombraron a Nicolás Lespagnol para que lo reemplazara. Esto se hizo el 16 de agosto de 1684, en presencia de un “árbitro” que representaba a ambas partes, a saber, otro Nicolás Lespagnol, un caballero al servicio de la Duquesa viuda de Orleans, Carlota Palatine. Juan Bautista debió presentar de nuevo la re-lación de su tutoría; por desgracia, esta segunda serie de libros no se ha encontrado.

Sin embargo, el nuevo tutor, que tenía 73 años, murió el 1° de noviem-bre de 1686, y sus herederos elaboraron y presentaron un informe de las cuentas el 14 de enero de 1687 al oficial real de la jurisdicción de Reims. Tenemos esta relación y afortunadamente, en muchos casos donde una inversión o arriendo hechos por Juan Bautista, se refieren a su segunda

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tutoría, están escritos en forma completa y luego cualquier recibo pos-terior de dinero desde entonces. Por eso podemos hacer una buena lista de las transacciones hechas por él desde 1680 a 1684 a favor de sus her-manos34. Juan Maillefer, su cuñado, aceptó ser curador de Pedro y Juan Remigio y manejar los asuntos que les correspondían.

Encontramos en las referencias a Juan Bautista en esta relación de cuentas, que como antes, él seguía muy cuidadosamente la pista de los préstamos, alquileres y del interés debido, de sumas invertidas a favor de sus tres hermanos conjuntamente o por separado, aun cuando estaba ocupado con su nueva comunidad y con fundaciones en Rethel y en otros lugares. En 1683 dio dinero a interés a personas de confianza para proveer una entrada permanente a sus hermanos.

Pero encontramos algo nuevo: entre el 5 de agosto de 1684 y el 31 de enero de 1685, cedió a sus hermanos conjuntamente fondos de su pro-piedad que llegaban a un capital de casi 10.500 libras, intereses anuales cercanos a 600 libras, y su parte del producto de la venta de una casa que poseía en la calle Santa Margarita y que puso a la venta después del 16 de agosto. Toda esta entrega de riqueza temporal a sus hermanos era parte de su ruptura con las riquezas y su crecimiento en depender de la Providencia; ello mostraba su crecimiento de la vida interior y su elección de la pobreza; también lo liberaba de las preocupaciones temporales de la familia. Finalmente, manifestaba a su familia más extensa que su opción de vivir con los pobres maestros no había sido en detrimento de sus her-manos y que los seguía amando. Su generosidad debió ir tan lejos para detener las críticas. Permaneció siendo un miembro del consejo familiar y siempre cuidaba lo suyo35.

El invierno de 1684-1685. El Señor de La Salle reparte sus riquezas36

Claramente, La Salle estaba listo para repartir sus riquezas. Había una dificultad y era precisamente sobre cómo hacerlo. Aunque el Padre Barré le había aconsejado dar sus riquezas y no emplearlas para dotar sus escue-las, sin embargo esto fue exactamente lo que su santo amigo y consejero Nicolás Roland había hecho, y como resultado, sus Hermanas tenían aho-ra cuatro escuelas seguras en Reims. Fue lo que Roland le aconsejó y era una manera razonable de despojarse de su riqueza. En la incertidumbre entre dos maneras buenas posibles de seguir el consejo del Evangelio de

34 Aroz, CL 32, Introducción y texto.35 Ver Aroz, CL 32 y CL 42.36 Bernard, pp. 58-62; Maillefer, pp. 66-69; Blain I, pp. 210-214.

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deshacerse de todas las cosas, y necesitando responder al reproche que su comunidad le había hecho, acudió a la oración. El Hermano Bernardo nos dejó la oración que hizo durante este periodo:

Dios mío, yo no sé si hay que dotar de fondos las escuelas o no. No me corresponde establecer comunidades ni conocer la manera de hacerlo. Os toca, Dios mío, saber cómo hacerlo y de la manera que os plazca. No me atrevo a fundar porque no conozco vuestra voluntad. No contribuiré con nada para dotar de fondos nuestras casas. Si Vos las fundáis estarán bien fundadas; si no las fundáis, se quedarán sin fundamento. Os ruego, Dios mío, que me hagáis conocer vuestra voluntad en esta acción.

La Salle donó su fortuna

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El Hermano Bernardo continúa: “Una oración tan ferviente y desin-teresada no fue inútil, pues Dios, viendo las santas disposiciones en que estaba su siervo, le inspiró abandonarse desde este momento a Él sin re-serva. Y así lo hizo, poniendo todas las casas que había fundado bajo la guía de la divina Providencia37”. La Salle escribió otra vez al Padre Barré, tal vez para decirle que esta era su convicción, y el Mínimo lo apoyó de-cididamente, y le dio la misma respuesta que el año anterior. Él esperó ahora el momento preciso para realizarlo.

1685

El invierno de 1684-1685 no fue el peor del siglo, pero sin embargo fue muy severo. Juan Evelyn refiere en su diario:

“Nov. 2. Un rápido cambio de temperatura tibia a un frío excesivo, lluvia, hielo, nieve y tempestad como rara vez se ha visto”.

“1685. 1o de enero. La temperatura fue tal y la helada tan larga y cruel que el Támesis se heló, el hielo a veces se disolvía, pero luego volvía a presentarse”38.

En Francia, lo que agravó la penuria fue la mala cosecha de trigo del año anterior que había subido verticalmente los precios del grano y este duro invierno elevó el de todos los alimentos. Muchos murieron de ham-bre en el campo este enero. “Los pobres del campo venían a la capital” (de Champaña, es decir, a Reims) “a buscar ayuda y sumándose a los de la ciudad hicieron de Reims un gran Hospicio. Como la mayor parte de la población se convirtió en mendigos (debido al cese de las obras públicas y de las manufacturas, que los altos precios junto con el rigor del invierno no permitían continuar), buscaron entre los opulentos el pan de la caridad”39.

La Salle respondió con generosidad a la situación y al mismo tiempo vio la oportunidad de deshacerse de la riqueza de manera que ocasionara menos críticas y publicidad. Otros en la ciudad debieron ayudar: las casas de mendigos, las Hermanas del Santísimo Niño Jesús, el Comité de los pobres. Las autoridades de la ciudad ayudaron estabilizando y subsidian-do el precio del trigo. Muchos burgueses practicaron la caridad cristiana; seguramente uno de ellos fue María Maillefer. En medio de todo esto un hombre iba a dar toda su riqueza, de una manera silenciosa y organizada. Primero ayudó a los niños —unos 2000 en las escuelas de los Hermanos y en las dirigidas por las Hermanas de Roland—. También supo de algunas familias burguesas que quedaron arruinadas por los altos precios pero

37 Bernard, p. 59.38 J. Evelyn’s diary, Cavendish Edition, Warne & Co., 1818, pp. 460-462.39 Blain I, pp. 219-220.

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tenían demasiada vergüenza para mendigar: discretamente acudió en su ayuda. Para los mendigos de la calle, organizó una distribución diaria en el comedor de los Hermanos, ayudado por los sacerdotes que vivían en su casa. Aprovechaba del buen espíritu que esto producía para dar una corta instrucción religiosa. “Después de celebrar la Santa Misa tomaba parte en la actividad… Reconociendo la presencia visible de Jesucristo en sus miembros, se ponía a sus pies, y se le vio de rodillas asistiéndolos con las muestras de respeto y alegría que habría tenido si hubiera visto y alimen-tado a Jesucristo en persona”40.

Al llegar la cosecha de 1685, cuando la situación había mejorado, él había “dado todo y no había conservado nada”, como dice Maillefer. Las condiciones mejoraron pero la escasez continuó, aunque menos severa, y durante la mayor parte del año 1686 fue difícil conseguir con qué vivir. Pero el clima había mejorado a finales de 1685 y la cosecha de 1686 fue excelente, de modo que el trigo cayó a un bajo precio, al tiempo que las condiciones meteorológicas continuaron buenas hasta 168941.

En 1686, después de dos años de escasez, La Salle pudo decir a su co-munidad que, también sin recursos, su fe en la Providencia no lo había de-fraudado. “Aunque no tenemos ni capitales de fundación, ni entradas por inversiones, hemos atravesado estos dos difíciles años de escasez. Nada nos ha faltado, a nadie debemos…, mientras vemos a varias comunidades ricas arruinadas a pesar de su gran riqueza, pues se han visto obligadas a vender y a prestar”.

Se toma la molestia de explicar en forma clara la diferencia. Tal vez después de la queja primera de los maestros al Señor de La Salle sobre su riqueza y sobre el incierto futuro, ellos esperaban que emplearía su patri-monio en sostener las escuelas y así asegurar su futuro financieramente. Su decisión actual de confiar en la Providencia los había tomado por sor-presa42, y había sido una tremenda lección para ellos; pero para aumentar su confianza en la Providencia, les muestra la manera como Dios cuidó de ellos en los últimos dos años.

¿Qué cantidad exactamente dio La Salle? No se incluye la venta de pro-piedades. Ya había vendido sus posesiones personales y había repartido el producto entre sus hermanos y su hermana. Las propiedades que tenía en común con ellos solo podían ponerse a la venta por un mutuo acuerdo, y un tiempo de gran escasez no era el mejor para que se presentaran los presuntos compradores. La mayor parte de su riqueza líquida había sido puesta en inversiones imposibles de recuperar, las rentas que vendrían en

40 Id., pp. 220-221.41 Poutet I, p. 723, n.° 43.42 Maillefer, pp. 66-67; Blain I, pp. 221 hasta el fin.

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el futuro eran utilidades obtenidas sin trabajar, que le daban la seguridad burguesa usual que sus Hermanos nunca tuvieron. Sus biógrafos aprecian de diversa manera la cantidad que tenía disponible para dar. Una apre-ciación moderna da 15.000 libras43. Es difícil calcular el poder de compra equivalente hoy. Podría ser algo como 80.000 libras esterlinas, tal vez más. Cuando “dio todo y no guardó nada”, tendría que suponer, que abando-nó también una vez por todas los continuos reintegros que le llegaron del capital invertido, o transferido a su familia.

Todo lo que conservó de tales dineros fue la cantidad que Santiago Ca-llou le obligó a tomar para sus gastos, el ingreso anual básico de 200 libras para todo clérigo aprobado. La Salle lo empleó “en parte para los largos y penosos viajes que emprendió, y para surtir su biblioteca con libros para su uso y el de sus comunidades; en parte también para varias obras de piedad, como ornamentos de la iglesia, vasos sagrados y vestidos sacer-dotales, cosas que él tenía mucho cuidado de proporcionar”44. Ahora era pobre entre los pobres. Sintió el aguijón de la pobreza como el resto de su comunidad en tiempos difíciles; para el futuro de su obra dependería de la Providencia, de si alguien le pedía que abriera una escuela, de si alguien le proporcionaba la financiación. No era el completo rechazo de los medios financieros que Barré parece haber tenido: él aceptó legados, lo hizo más tarde para tener fondos con que arrendar o comprar casas que se nece-sitaban; pero esos fondos tenían que venir así; no tenía nada propio en donde descansar. Pero rechazó grandes sumas ofrecidas simplemente a la comunidad. “Nuestros Hermanos permanecerán si son pobres; perderán el espíritu de su vocación tan pronto como traten de buscar las comodida-des de la vida”45.

Para él mismo era el principio de una vida de pobreza y un amor de la pobreza según el ejemplo de Cristo que lo cultivó toda su vida. “Habién-dose hecho pobre ayudando a los pobres, tomó, como ocupando el puesto de un pobre, una porción del pan que les distribuía, y lo comió de rodillas delante de ellos… Fue a su vez de casa en casa pidiendo por caridad unos pedazos de pan”46.

Una de sus más hermosas meditaciones es la que escribió, y así eviden-temente lo sentía, para sus Hermanos el día de Navidad:

La pobreza que Jesús practica de manera eminente en su nacimiento, debe com-prometerlos a amar mucho esta virtud, pues si nació en tal estado fue para hacér-nosla amar. No nos extrañemos, por lo tanto, cuando carezcamos de algo, incluso de lo necesario, puesto que Jesús al nacer careció de todo.

43 Poutet I, p. 722 y n.° 43, siguiendo a Aroz, CL 28, p. 29.44 Bernard, p. 61.45 Blain I, p. 222.46 Id., p. 221.

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Al elegir nuestro estado, debimos estar resueltos a vivir en la abyección, igual que el Hijo de Dios al hacerse hombre; pues eso es lo más relevante en nuestra profesión y en nuestro empleo. Somos pobres Hermanos, olvidados y poco conside-rados por la gente del mundo. Solo los pobres vienen a buscarnos, y no tienen nada que ofrecernos más que sus corazones, dispuestos a recibir nuestras instrucciones. Amemos lo que nuestra profesión tiene de más humillante, para participar, en alguna medida, de la abyección de Jesucristo en su nacimiento.

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CAPÍTULO 8. 1685-1688: SE DESARROLLA UN SENTIDO DE DIRECCIÓN Y DE VOCACIÓN EN MEDIO DE UNA VARIEDAD DE INICIATIVAS

Debido a la manera como los acontecimientos y decisiones ocupan los años de 1685 a 1688 este capítulo puede leerse más bien en forma frag-mentaria. En estos tres o cuatro años los acontecimientos desplazaron a La Salle en muchas direcciones, y lo llevaron a un nuevo sentido de misión. La necesidad de los Hermanos de un vestido de invierno condujo a un vestido diferente apropiado para la vida entre los pobres. Tres veces La Salle fue llevado fuera de Reims a preparar los programas de los maestros rurales, lo que originó el suyo propio desarrollado en Reims. Al mismo tiempo algunos jóvenes que pedían ser Hermanos eran orientados cuida-dosamente. El regreso de Nyel a Ruan marcó el fin de un periodo. La Salle quedó solo en su oficio de fundador de una sociedad docente. La muerte de tres de sus Hermanos le ocasionó dolor y dificultades de administra-ción. Juzgó oportuno reunir una asamblea de su pequeña sociedad y hacer elegir a un Hermano como superior. Este plan pronto se frustró. Luego se ocupó en preparar finalmente una respuesta a los apremiantes llamados de París. En medio de todo esto encuentra tiempo para la oración y el retiro. Tal fue su vida y la que sus Hermanos vivieron cuando desafiaban los comienzos y sucesos imprevistos, incluso la aventura, los riesgos y algunas veces las pruebas.

Los Hermanos adoptan un vestido práctico para su trabajo entre los pobres y luego lo modifican para tomar uno que los distinga como comunidad1

En este cruel enero de 1685, los Hermanos tiritaban de frío en su cami-no a la escuela y en los salones sin calefacción. La chaqueta que usaban era enteramente inapropiada para mantener el calor. Es extraño que el Señor de La Salle, cuidadoso como era, no hubiera notado esto. Usaba la sotana clerical más caliente y la larga capa. Sin embargo, el alcalde de Reims se dio cuenta y también otras personas llamaron la atención a La Salle sobre ello. Él propuso que se usara lo que comúnmente usaban los pobres en invierno, el saco grueso que la gente llamaba “capote” con una capucha

1 Bernard, p. 69; Maillefer, pp. 52-55; Blain I, pp. 238-240.

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y mangas colgantes que nunca se usaban. “El único cambio que hicieron a esta clase de vestido, que era corriente en Champaña en esta época, que se hacía con toda clase de telas y en toda clase de colores, fue hacerlos en una lana muy gruesa y mandarlos teñir de negro, y a una altura de ocho pulgadas del suelo”2.

Poco después de esto, los Hermanos reemplazaron la casaca por una sotana negra, sin botones (los botones eran un lujo para los pobres), cerra-da con corchetes hasta la cintura; quedaba a seis pulgadas del suelo. “Era de sarga cruzada” dice el Hermano Bernardo, como la capa, “del mismo modo que se usa hoy”3, es decir en 1723. Las “cintas” blancas corrientes, —precursoras de la corbata que usaban los laicos— se redujeron en lon-gitud comparadas con las del clero, y se adoptó el sombrero de anchas alas de los campesinos de Champaña, pero con el borde aún más ancho para no seguir la moda. Finalmente se adoptaron las botas de suela gruesa de los campesinos. El Hermano Bernardo dice que estas botas eran “de hechura basta como las de los campesinos y carreteros”4. Blain dice que estaban hechas de “dos suelas fuertes y gruesas, como las que usan los labradores”5. Su vestido era práctico pero no escogido como para darles posición social. Al mismo tiempo indicaba que este era un grupo que vivía unido para servir a los pobres. Blain observa en otra parte sobre su héroe:

Siempre aseado y siempre pobre, no usaba otra cosa que la tela más barata y vestidos de hechura ordinaria. Pronto se vio que usaba el hábito de los Hermanos, y a los ojos del público, con el pesar de sus amigos y, si se puede emplear la palabra, para vergüenza de sus pa-rientes y de su familia, usar un vestido de desgracia, porque así era mirado al principio el hábito de los Hermanos y por mucho tiempo después6.

En la Memoria sobre el hábito, escrita a finales de 1689 o principios de 1690, La Salle describe el vestido de los Hermanos:

El hábito de esta comunidad es una especie de sotanilla que baja hasta media pierna. Sin botones, se abrocha por dentro con peque-ños corchetes negros desde arriba hasta cerca de medio cuerpo, y de allí hasta abajo va cosida de un extremo al otro. La bocamanga se estrecha en la muñeca, y se cierra con corchetes que no se ven. A este hábito se le llama bata, para no darle el nombre del hábito eclesiástico, del que tampoco tiene del todo la forma. Lo que sirve de manteo es una casaca o capote sin esclavina y sin botones por

2 Blain I, p. 238.3 Bernard, p. 70.4 Id., p. 19.5 Blain I, p. 241.6 Id., p. 144.

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delante, abrochado en la parte superior, y por dentro, con un grueso corchete. Este capote es un poco largo, pues cubre toda la sotanilla y tiene como una pulgada más de largo.

Los capotes que llevan los Hermanos de las Escuelas Cristianas se les dieron para protegerse del frío cuando todavía no tenían esas sotanillas peculiares, como tienen actualmente, sino jubones sin bol-sillos y muy dignos. Esos capotes se usaban mucho antes y se pensó que serían muy adecuados, útiles y cómodos a los maestros de las escuelas, en particular a los que iban a dar clase fuera de casa y en barrios alejados, para comodidad de los niños; pues estos maestros, que se sirven de tales capotes como de manteo en las calles, en in-vierno los usan también como bata cuando llegan a sus escuelas y en casa7.

Hubo alguna duda entre los Hermanos acerca de si no se debía preferir el manteo clerical al capote, pero muy pronto se decidió que las capas más cortas que estaban a la moda entre los sacerdotes no eran apropiadas, y que los manteos a la altura de los tobillos eran inconvenientes. La Salle es-cribe: “Se dudó mucho si darles manteos en vez de esa especie de capotes, pues ya se pensaba que en lo sucesivo iban a ser mirados como un hábito peculiar. Pero lo impidieron cuatro consideraciones”:

“1a Que esos manteos no les serían útiles contra el frío en clase y les estorbarían mucho”; (dice más adelante: “Se ha observado que con este hábito se puede golpear a la mayoría de los niños pequeños a uno y otro lado cuando se quiere ponerlos en fila”).

“2a Que con manteos cortos habrían tenido la apariencia de abates de corte, y se temía que adoptasen sus maneras”.

“3a Que hubieran parecido eclesiásticos, vestidos a la moda y contra las normas de la Iglesia, aunque no lo fueran”.

“4a Que se habrían llevado consigo tanto los manteos como los jubones a la primera tentación que les hubiera venido a la mente, y se habrían mar-chado vestidos como señores los que al venir no habían traído más que ropa de campesinos o de pobres artesanos”8, es decir, vestidos desechados comprados de segunda mano.

Cuando por primera vez salieron con el nuevo hábito, se burlaron de él las multitudes de niños ociosos del área, que hasta arrojaron piedras a los Hermanos. Pero esto no duró mucho: atrajo el cariño de los pobres porque ellos se dieron cuenta de que allí había un grupo de hombres consagrados al bien de sus hijos y que manifestaban con su mismo vestido que compar-tían su pobreza. Tal vez no los llamaban siempre “Hermanos de las Escue-las Cristianas”; tal vez los llamaban “Hermanos del Niño Jesús” porque

7 CL 11, p. 350.8 Ibíd., pp. 350-351; 354.

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estaban acostumbrados a las Hermanas del Niño Jesús, o sencillamente “Los Hermanos” o más a menudo “Los Hermanitos”, como término de cariño. Un Hermano que escogía trabajar entre ellos con este vestido, aun-que hubiera venido de una familia de mejor clase, era uno de ellos. Para los Hermanos mismos y para cualquiera que los veía, este traje, cuando no tenían ninguna clase de reconocimiento canónico o legal o de cualquiera otra clase, fortalecía la impresión de que era un grupo particular, una co-munidad con una ocupación definida. Al fin del año los Hermanos fuera de Reims también tenían este vestido.

Más evidencia de la oración y contemplación de La Salle las interrumpe para enseñar durante algún tiempo9

Después de cierto tiempo, algunos de sus parientes y antiguos compa-ñeros del Capítulo de la catedral empezaron a visitarlo de nuevo. Él sentía con mucha fuerza la necesidad y la llamada de la oración, y para evitar estas visitas se refugió en un palomar distante, para buscar la voluntad de Dios para sí mismo y para su comunidad. Por experiencia personal dio este principio a sus Hermanos: “Debéis orar mucho para conocer la voluntad de Dios y obtener su ayuda. La oración tiene poco efecto si no está apoyada en la mortificación”. Pero pronto tuvo que dejar su retiro, porque además de dos muertes al principio del año, el 26 de junio de 1685 murió en Reims el Hermano Juan Lozart. Estas muertes agravaron el cru-do invierno y explican por qué La Salle no pudo enviar a nadie a Guisa ni a Laon aunque hubiera querido.

Efectivamente, no había nadie para reemplazar a su tercer Hermano en clase. Entonces el Señor de La Salle tomó la tremenda y valiente decisión de ocupar su puesto. Como los maestros ya tenían un vestido reconocido, él también lo adoptó, conociendo lo que sus parientes y los ricos opinarían sobre el asunto.

Dos veces al día la gente veía al antiguo canónigo atravesar la ciudad, hasta la iglesia de Santiago, vestido con la tosca sotana y manteo de los Hermanos, el ancho sombrero y las gruesas botas para enseñar a estos diablillos a leer y escribir, el catecismo y llevarlos a la misa diaria. Aun los pobres encontraban esto gracioso y se burlaban de él, y varios de los burgueses, inclusive algunos de sus parientes, pensaban que había ido demasiado lejos y creían que estaba perdiendo el juicio. Hizo esto muy probablemente por algo más de dos meses desde el 27 de junio hasta el

9 Bernard, p. 65; Maillefer, pp. 72-73; Blain I, pp. 258-259.

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31 de agosto, pues las vacaciones escolares eran en septiembre (a menos que hubiera sido reemplazado antes del 20 de agosto referido antes). Debió de aprender todo sobre control y enseñanza en la clase. No solamente les enseñó durante la semana, sino también domingos y días de fiesta (que eran muy numerosos entonces), los llevó a la misa mayor en la iglesia de la parroquia, y por la tarde les enseñó el catecismo en la escuela y luego los llevó a Vísperas. Nos cuentan que “los vigilaba todo el tiempo en las calles y en la iglesia, y que se colocaba con este fin donde pudiera verlos fácilmente… Les hacía dar un largo rodeo (la escuela y la iglesia estaban muy cerca una de otra) hasta lograr que estuvieran en perfecto orden”.

Una vez terminado este periodo La Salle volvió a su oración. Pero había aprendido con esta experiencia qué exigente era para sus Hermanos el trabajo de la clase. Refrenó a los de su comunidad, quienes estaban in-clinados a usar otras formas de mortificación, y nunca prescribió que la mortificación corporal fuera parte de su regla.

Un urgente llamado de París10

Fue mientras estaba en dificultades por falta de Hermanos y Nyel re-gresó a Ruan y lo dejó con el problema de la escuela en Laon, cuando el Señor Compagnon le escribió desesperado desde París en julio de 1685, diciendo que estaba abrumado bajo el peso de 200 niños y pidiéndole que le enviara un Hermano11. El Señor de La Salle sencillamente no podía com-placerlo, especialmente porque necesitaba uno o dos Hermanos en reserva para el nuevo proyecto de Mazarino descrito atrás; de modo que respon-dió postergando lo solicitado. Compagnon estaba tan desesperado que partió para Reims y encontró que La Salle estaba ausente, posiblemente en conexión con las negociaciones con el Duque de Mazarino, y tuvo que regresar con las manos vacías.

El paso de ir a París era uno de los más importantes hasta entonces y el que más esperanzas ofrecía para la nueva sociedad. La Salle reunió a los Hermanos y les ordenó discutir el asunto de modo que fuera una decisión y un proyecto común de todos. Su experiencia los llevó al siguiente prin-cipio para todas sus futuras fundaciones:

10 Maillefer, pp. 80-82; Blain I, pp. 285-286; Poutet II, pp. 19-22.11 Blain I, p. 285 da la fecha 25 de julio de 1687; ver sobre esto Poutet II, p. 20, n.° 15.

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“Atenerse inviolablemente a la regla de no confiara un Hermano solo su propio gobierno, y de rehusarlas fundaciones más ventajosas cuando no se quisieraadmitir en ellas dos Hermanos”12

Se percibía ya que la base del éxito en la educación cristiana de los pobres era la vida de comunidad y obrar “juntos y por asociación”, como llegó a expresarse más tarde. Dos era el mínimo para empezar una comunidad, la cual se esperaba que creciera con el desarrollo de la escuela.

Entretanto, de regreso a París, el fatigado Compagnon informó al pá-rroco del fracaso de su viaje. El párroco pidió a Juan Luis de La Salle, que aún estaba en el seminario, que escribiera a su hermano mayor y “le pidió recordarle la palabra que le había dado en 1683”. Juan respondió que era una ley entre los Hermanos que nadie fuera solo, pero que estaba listo, si el párroco aceptaba, a enviar dos maestros e ir con ellos si era necesa-rio. Esto sería en septiembre de 1685. La respuesta vino de Compagnon diciendo que sería bien recibido con los dos Hermanos. Pero no estaba claro en qué condiciones sería dirigida la escuela. La carta no era del Se-ñor de La Barmondière y, como acertadamente dice Blain, personas como Compagnon, ansiosas de algo, pueden fácilmente prometer cosas que no han aclarado con su superior, o interpretar demasiado aprisa lo que se ha dicho. La Salle quería algo escrito del párroco. Juan Luis había regresado entre tanto a Reims para las vacaciones de verano. Su hermano escribió de nuevo, por consiguiente a principios de octubre, diciendo que Juan Luis regresaría pronto a París y empezaría todo el proyecto.

Juan Luis de La Salle se entrevistó con Compagnon, pero este parecía haber perdido interés y dejó pasar dos meses. Tener a dos Hermanos pre-parados y al propio superior sería una situación inesperada que podía ser amenazadora. Finalmente escribió en enero de 1686 y propuso una fecha. Pero ahora fue La Salle quien hizo esperar. Quería una petición expresa de la propia autoridad de la parroquia. Para dirigir una escuela en París donde había tantos reclamos por derechos y jurisdicción, necesitaba que el trabajo fuera claramente aprobado por el párroco. El propio La Barmon-dière parecía lento en darse cuenta de estas cosas; tal vez porque estaba preocupado con la falta de fondos para la nueva iglesia. Se inclinaba pues a la dilación. Durante este periodo de espera, La Salle estaba ocupado en nuevos proyectos con el Duque de Mazarino.

Aquí puede recordarse que a finales del año anterior Luis XIV, por el Edicto de Fontainebleau, revocó el Edicto de Nantes. La acción había sido

12 Blain I, p. 286.

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pedida por los obispos y miembros del “partido devoto” para poner fin al protestantismo en Francia.

Ordenamos a todos los ministros y sacerdotes de los Hugonotes sa-lir de nuestro reino en el término de quince días, bajo pena de ser enviado a galeras. Prohibimos las escuelas privadas para la instruc-ción de los hijos de los Hugonotes. Todos los niños que nazcan a los Hugonotes deben ser bautizados por los sacerdotes católicos…, y en adelante ser educados en la fe católica. Ninguno de nuestros súbdi-tos Hugonotes ha de dejar el reino o enviar sus bienes al exterior, bajo pena de ser enviado a galeras.

Juan Evelyn describe las galeras:

El espectáculo fue para mí nuevo y extraño, ver a tantos cientos de miserables personas desnudas, con sus cabezas rapadas cubiertas únicamente con bonetes rojos, y un par de pantalones de cañamazo corriente… Eran castigados a golpes en las espaldas y las plantas de los pies a la menor infracción, y sin la menor compasión13.

El decreto real originó situaciones difíciles en que los Hermanos se en-contraron en el sur de Francia unos veinte años más tarde.

Nuevo plan del Duque de Mazarino para los maestros rurales en que se compromete el Señor de La Salle14

Ya se ha visto el proyecto del Duque de Mazarino para dotar de maes-tras las escuelas de las aldeas en sus dominios. También pensaba, apro-ximadamente desde 1681 o 1682, por consiguiente antes de que tuviera conocimiento del plan de Favart y La Salle para la escuela de Rethel, “de establecer una casa o comunidad de jóvenes para tomar de entre ellos, como de un semillero, la cantidad de maestros necesarios para sus domi-nios”. Vio la ventaja de llevar a cabo este proyecto que por alguna razón fracasó. Volvió de nuevo a la acción en 1685. Decidió tener su propio “se-minario de maestros” en Rethel para abastecer las parroquias de sus do-minios en Champaña, Ardennnes y Mayenne. Una vez más contactó a La Salle como al más capaz de darle un personal preparado. Aunque La Salle estaba tan escaso de personal en esta época que él mismo daba clase en la escuela de Santiago en Reims, cargó con esta nueva aventura.

Esto implicó viajar a Rethel para ver al Duque antes de firmar un con-trato ante notarios en la mañana del lunes, 20 de agosto de 1685. El viaje a

13 Cavendish Edition, Warne and Co., p. 71.14 Poutet I, pp. 693-696.

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pie requería siete horas; el Señor de La Salle salió de Reims antes de me-diodía el día anterior o dos días antes. Por mortificación no comió con la comunidad sino que decidió pasar por la pena de mendigar en el camino. Era costumbre tomar la comida del mediodía a las once y la de la tarde a las seis. Necesitaba pues salir entre las diez y las once para llegar a la comunidad de Rethel a una hora oportuna. En el camino pidió algo de comida y una bondadosa mujer le dio un pedazo de pan de centeno que “comió de rodillas por respeto, con una alegría que no se puede expresar con palabras”15.

Las formalidades se cumplieron en la propia casa de Mazarino. Se comprometió a contribuir con un capital de 66.000 libras para el proyecto. Estos fondos venían de alguien que deseaba reparar sus “faltas”, en otras palabras, el fallecido Cardenal Mazarino. El Duque pensaba con ellos for-mar un centro de formación para maestros en Rethel. Encontró la casa -escuela de los Hermanos bien situada y con facilidad de recibir más cons-trucciones, y para levantar edificios capaces de albergar veinte personas, prometió poner a disposición inmediatamente 3000 libras. Fijó el número de candidatos en 17. El superior sería el Señor de La Salle, aunque no es-taba obligado a residir en Rethel, sino que supervisaría la conducta de dos maestros encargados, traídos de su comunidad de Reims. La Salle selec-cionaría los candidatos y el Duque los recibiría. No se señalaba el tiempo de formación. La fecha de apertura se fijó para el 1° de octubre, principio del año escolar.

El tiempo era corto. Mazarino prometió proporcionar el mobiliario sin falta y La Salle le hizo saber que la construcción nueva era demasiado len-ta. Finalmente, el Duque se comprometió a dar 3000 libras por año para pagar los gastos de hospedaje. Era un proyecto muy audaz, planeado cui-dadosamente, aunque sin duda La Salle hizo numerosas sugerencias prác-ticas. Tanto el Duque como el Señor de La Salle firmaron el contrato. Pero una vez más, nada resultó.

El contrato hablaba “de diecisiete jóvenes…, de ir e instruir a la juven-tud en los dichos lugares…, después de que la selección se hiciera por el Duque y sus sucesores, con la aprobación de los superiores eclesiásticos”. Según la ley, las escuelas estaban bajo la justicia eclesiástica, no civil. Los obispos a menudo insistían en el derecho de nombramiento y no sencilla-mente de aprobación, y ciertamente el derecho de revocar la autorización a una persona del derecho de enseñar si no daba satisfacción. Le Tellier, con el poder que tenía como arzobispo —duque de Reims—, y con su au-toritarismo, insistiría sin duda en nombrar los maestros para esos puestos, no simplemente aceptar que Mazarino los recibiera.

15 Blain I, p. 221.

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Y ciertamente no iba a jugar un papel secundario detrás de Mazarino. Este le había pedido en 1668 que una de sus tierras fuera convertida en parroquia, y el “oficial” del obispo había dado una opinión favorable el 15 de mayo de 1669. El 12 de diciembre de 1673, el Parlamento confirmó su decisión, pero correspondía al arzobispo nombrar al párroco. Hasta entonces no había actuado. El Duque le envió un requerimiento legal, diciendo que en vista de lo anterior, y a pesar de su ofrecimiento de 2000 libras para un tener un salario conveniente para la alimentación y alojamiento del párroco, si nada se había hecho en el término de un mes, apelaría al Parlamento de París. En agosto no se había entablado el proceso: el Duque y Le Tellier aún estaban en desacuerdo.

Panorama de Rethel

Le Tellier también miraba con desaprobación al Señor de La Salle. Recor-daba el primer intento para cambiar su canonjía por una parroquia; no com-prendió sus repetidas peticiones para renunciar a su canonjía en 1683, contra los deseos del Capítulo, y aún menos que lo cediera a un pobre sacerdote que no añadiría lustre al Capítulo. La Salle no había buscado el patronato del ar-zobispo, como lo había hecho Roland, cuando empezó su comunidad. Ni ha-bía aceptado el ofrecimiento del arzobispo de dotar sus escuelas y obtenerles

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la aprobación legal si limitaba su obra a la diócesis de Reims. Y aquí estaba él, planeando con Mazarino dar maestros a todos los dominios del Duque exclusivamente, aunque algunos estuvieran dentro de su diócesis.

Después de firmar el contrato Mazarino acompañó a La Salle a Reims (ciertamente en carruaje, tal vez en coche privado) para obtener la aproba-ción de Le Tellier. Este abruptamente les dijo que eran “dos locos”. “Per-done, Señoría”, respondió La Salle, “no hay sino uno”. Era una respuesta al mismo tiempo modesta y educada para defender al Duque. El arzobispo dijo claramente que no correspondía a La Salle seleccionar los candidatos: esto correspondía hacerlo a los párrocos; y Mazarino no tenía derecho de nombrar los maestros; esto correspondía también a los párrocos o al arzo-bispo. El contrato quedó sin efecto. Pero Mazarino no se dio por derrotado: ensayaría otra vez; y lo mismo hizo La Salle.

La situación mejora en Laon16

Al mismo tiempo que los acontecimientos de Rethel, las cosas final-mente se movían en Laon. Durante algún tiempo Nyel estuvo cogido en una trampa de tiempo. Habiendo empezado una escuela con éxito y te-niendo suficiente espacio para dos clases, esperaba que La Salle le enviara dos Hermanos para poder regresar a Ruan. Pero La Salle no tenía Herma-nos ni tenía la intención de enviar a nadie en las actuales circunstancias. Este fue probablemente el tiempo más largo que Nyel permaneció en un sitio desde que entró en contacto con La Salle. Desde el 1o de junio de 1682, sin embargo, había un nuevo párroco en San Pedro el Viejo. Era Pedro Gu-yart, antiguo discípulo del Canónigo Roland cuando daba sus charlas a los sacerdotes, y que había visto frente a su propia casa en Reims, al Canónigo de La Salle cuando llevaba los maestros de Nyel a su casa. Pedro Guyart (1654-1736) era tres años menor que La Salle. En una carta que escribió al Hermano Timoteo, segundo sucesor de san Juan Bautista de La Salle, con fecha del 26 de octubre de 1734 cuando tenía 80 años, le decía que conoció al Fundador “cuando empezó a formar a los maestros en una casa frente a la mía, y aun cuando los invitó a vivir con él en vestido seglar”17.

Guyart escribió a La Salle y le pidió que le enviara dos maestros a Laon para dar estabilidad a la escuela y permitir a Nyel que regresara a Ruan. Guyart tenía en la parroquia dos familias generosas e influyentes, los Mar-quette (el Jesuita Santiago Marquette pertenecía a esta familia) y los Be-llotte, algo relacionados con La Salle. Un Nicolás Marquette vivió en Laon con su esposa, Rosa de La Salle. Un Bellote fue presidente del tribunal

16 Poutet I, pp. 693-696.17 El texto completo de la carta está en la última página de Blain II.

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de la sal; otro había sido preboste desde 1642 hasta 1681 y le sucedió su yerno; dos Bellotte fueron canónigos de la catedral. Guyart, con la ayuda de estos y otros amigos influyentes, pudo convencer a los “gobernadores” de la ciudad de la importancia de tener amplios locales disponibles para la educación de los pobres. La ciudad había acabado de comprar una casa situada entre la residencia del párroco y el colegio, detrás de la abadía premostratense de San Martín con la cual tenía una pared común. Los “gobernadores” autorizaron a Nyel que trasladara allí su escuela. Como los Premostratenses tenían el cuidado espiritual de los pobres del hospi-cio, un tío de Adriano había dejado una considerable suma a uno de los prioratos, ellos ofrecieron darle diariamente su comida del mediodía.

Guyart pudo escribir al Señor de La Salle dándole la seguridad de que, si le enviaba dos maestros, ellos “tendrían suficiente de qué vivir”18 sin te-ner que tomar de los fondos parroquiales. Como la ciudad proporcionaba la casa, y 150 libras para la subsistencia de uno de los maestros, y como diariamente según la costumbre se ofrecía a dos personas una abundante comida, entonces ustedes podrían —alargando un poco— lograr que los dos Hermanos fueran atendidos. Guyart prometió pagar lo restante con sus propios medios. Tal vez después de un hambre y en tiempo de conti-nua escasez, podría hacer un esfuerzo para que los Hermanos no tuvieran que sufrir mucho. Probablemente también los recursos de la parroquia disminuyeron aliviando el hambre. Pero sería un duro comienzo. Nada se había acordado sobre un suplemento fijo: correspondía a Guyart cumplir su promesa. Por supuesto, los Hermanos no vinieron sino al final de sep-tiembre para empezar el nuevo año escolar. Entre tanto durante el mismo mes el Duque de Mazarino vio de nuevo a La Salle.

Mirando adelante: Pedro Guyart entregó el cuidado de la parroquia de San Pedro el 11 de septiembre de 1690 pues fue instalado como canónigo el 28 de noviembre del año anterior. Su interés por los Hermanos lo con-tinuó su sobrino, quien fue párroco desde 1697 hasta 1722, de modo que conoció bien a los Hermanos. Dos de los sobrinos del párroco entraron a la comunidad: el Hermano Roque, que entró en 1709 y murió en Chartres, y el Hermano Pascual, que entró a los 15 años en 1711 y murió antes de 171619. La comunidad de los Hermanos en Laon fue siempre muy pobre. Leemos en los Anales de la Comunidad de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la ciudad de Laon en el periodo 1732-1738 que

durante varios inviernos los Hermanos de Laon no tuvieron otro fuego que el de su lámpara porque no pudieron conseguir leña. Es verdad que de cuando en cuando algunas personas caritativas les

18 Maillefer, p. 50; cf. esta versión posterior en la p. 51.19 Aroz, CL 26, p. 268, n.° 2 y 3.

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enviaban ayuda; y entre estos debemos nombrar al Señor Guyart, antiguo párroco de San Pedro el Viejo y entonces canónigo de cate-dral, y que fue siempre su recurso. Un día este buen canónigo dijo al Hermano Exuperio (director de la comunidad), mostrándole sus artículos de plata: “Preferiría vender todo esto antes que soportar ver a la comunidad en apuros”. Murió poco después de decir estas palabras y legó a los Hermanos 500 libras20.

Esto fue en 1734. En la carta que escribió al Hermano Timoteo este año habló de La Salle como de “un querido e íntimo amigo”.

Mazarino y La Salle eluden el veto de Le Tellier21

Si no podía nombrar maestros en las tierras que poseía dentro de los límites de la diócesis de Reims, Mazarino tenía otras tierras, desde Alsacia a Poitou, que estaban fuera de la jurisdicción de Le Tellier. Seguía conven-cido de que no había mejor fuente para la formación de maestros que La Salle y su comunidad. En las conversaciones que tenían entre sí, es claro que La Salle era un gran contribuyente de ideas para una solución y que no las manifestaba a su arzobispo que no tenía por qué saberlas. Pensaba enviar a sus dos mejores hombres —de quienes hablaremos más tarde— a Laon: los Hermanos Gabriel Drolin y Nicolás Bourlette. Es muy posible que hubiera pensado enviar estos dos Hermanos para que se encargaran del proyecto de Rethel que precisamente había quedado en nada, y que ahora estaban disponibles para Laon.

El Duque pidió al Señor de La Salle que viniera a verlo a Ranwez, cerca de Mezières, el 22 de septiembre para estar presente en la rescisión oficial del contrato abortivo del 20 de agosto, y en la redacción de un nuevo con-trato relacionado con la formación de maestros para la diócesis de Laon. Esto significaba para La Salle un viaje de 90 kilómetros a pie o un viaje de cuatro días, si no aprovechaba de otros viajes a la región en su visita a Rethel y Château-Porcien que estaban en el camino; tal vez el Duque pro-porcionó el transporte. También este mes había podido enviar dos Herma-nos a Guisa para reemplazar a los incompetentes maestros de Nyel.

El nuevo contrato de Mazarino declaraba el anterior nulo porque, “por razones que ellos conocían, los superiores eclesiásticos no habían querido escucharlos”, y “aunque los superiores eclesiásticos consintieran en su re-habilitación en el futuro”. ¡El Duque no quería tratos con la oposición! Su idea ahora era empezar un nuevo centro de formación para beneficio de sus dominios en La Fère, un sitio a 25 kilómetros al noreste de Laon en uno

20 Id., p. 270, n.° 4.21 Poutet I, pp. 696-706.

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de los dominios del Duque. Estaba dentro de la diócesis de Juan d’Estrées (que había reemplazado recientemente al Cardenal) y no de Le Tellier. El centro de formación, sin embargo, se aclaraba que podía estar “en La Fère o en otra parte, a voluntad de las partes contrayentes”. El nuevo contrato declaraba que Mazarino proporcionaría una casa “cerca de La Fère o en algún otro lugar para instruir a tres jóvenes en todo lo necesario para for-mar un buen maestro”. Sobre la base de una preparación de tres meses solamente, como se vio antes, esto significaba doce maestros preparados en un año. Las construcciones incluirían una capilla limpia y conveniente, las piezas, mobiliario y otras cosas necesarias en la casa para al menos seis personas. Todo esto debía estar listo el 1° de octubre de 1686 a más tardar. Habría solamente una persona a cargo de la formación, no dos como en el primer contrato, y “se tomaría de la comunidad que empezó en Reims”. Una vez formados, los nuevos maestros serían enviados a las ciudades y aldeas de la diócesis de Laon, según la elección hecha por el Señor Duque o sus sucesores con la aprobación de su Señoría el Obispo de Laon.

Las palabras “o en otra parte” se insertaron deliberadamente para per-mitir libertad a La Salle. Si el centro se empezara en La Fère, entonces las seis piezas serían para el Hermano a cargo del centro, los tres practicantes y otros dos Hermanos que dirigirían la escuela. Pero no parece haberse pensado en una escuela para La Fère. Si fuera en otra parte, La Salle podía admitir otros dos practicantes, tal vez de su propia elección. Pero el punto particular es que este “en otra parte” dejaba enteramente libre a La Salle acerca de dónde tendría el centro de formación, con tal de que formara tres maestros a la vez para los dominios de Mazarino en La Fère en la diócesis de Laon. El centro podía estar anexo a la escuela de Rethel, y esto significaría cumplir unas de las esperanzas expresadas en su fundación. O incluso en Reims, en la propia residencia de los Hermanos.

Mencionar solamente La Fère, omitiendo toda referencia a los domi-nios del Duque fuera de la diócesis facilitaban una entrevista con Juan d’Estrées o con su vicario general, La Tremouille (La Tremouille estuvo más tarde en Roma desde 1693, y llegó a cardenal. En cartas posteriores, La Salle lo menciona como “un hombre sin apariencia, algo giboso a quien encontré antes en Laon”22. De modo que La Salle tuvo que hacer el viaje de Ranwez a Laon, algo como otros 90 kilómetros, seguramente en carruaje con el Duque. Tuvo la oportunidad de ver a Adriano Nyel por última vez, y de mostrarle su gratitud por todo lo que había hecho por los pobres, y cuánto bien le había hecho a él personalmente. Vería también a los Herma-nos Gabriel Drolin y Nicolás Bourlette si ya estaban allí.

22 Félix-Paul, pp. 118, 124.

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El obispo de Laon aceptó que se fundara el centro y que La Salle fuera el responsable de la formación por medio de los Hermanos que indicara, y que el Duque seleccionara el lugar para enviar los candidatos, sujeto a la aprobación del obispo. El 25 de septiembre el Duque firmó una orden de pagar 400 libras “para comprar una casa para las escuelas de caridad de Mazarino”. Pero no era para establecer un centro en La Fère. ¿Fue en Re-ims? La Salle había adquirido allí una casita junto a la que ocupaba en la calle Nueva23. La compró para dejar el edificio más grande al nuevo Ca-nónigo Juan Faubert y a los estudiantes pobres que se preparaban para el sacerdocio, pero tuvo que convenir con Faubert en que lo tomaría de nue-vo a principios de 168524. Esto supondría que había aumentado el personal de la comunidad de La Salle o que estaba preparándose para recibir a los tres candidatos de Mazarino el próximo año escolar25. Pero no hay prueba directa. Rethel, en cualquier forma, era la primera opción.

ADRIANO NYEL REGRESA A RUAN 26

Ya han llegado los Hermanos Gabriel y Nicolás a Laon para recibir en octubre las dos clases para los pobres de manos de Nyel y encargarse de su dirección. Por fin sucedió lo que esperaba. Permaneció un corto tiempo para ver que la escuela marchaba bien en sus manos, se despidió de sus parientes, amigos y autoridades de la ciudad, y a la edad de 64 años dejó para siempre la región y regresó a Ruan. El 26 de octubre es-taba de regreso allí, porque en esta fecha fue reinstalado por la Junta de los Pobres de Ruan como superintendente de sus escuelas pobres27. ¡El hombre parece infatigable! Para el Señor de La Salle fue el fin de una era de iniciación a su llamamiento como fundador de una sociedad de maestros cristianos.

Juicio sobre Adriano Nyel

El Hermano Bernardo escribe:

El señor Nyel, viendo que todo le estaba resultando bien como de-seaba, y que todo estaba en buena forma, se llenó de alegría, de modo que pudo decir como el anciano Simeón: “Ahora, Señor, per-mite que tu siervo muera en paz…” Este fervoroso personaje salió

23 Blain I, p. 225 al inicio.24 Id., pp. 224-225.25 Poutet I, p. 699.26 Bernard, p. 68; Maillefer, pp. 72-73; Blain I, pp. 183-231.27 Aroz, CL 37, p. 29.

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para regresar a Ruan de donde había venido. Murió poco tiempo después en olor de santidad, después de haber pasado su vida en la instrucción de la juventud y en la práctica de las virtudes, especial-mente en el desprendimiento de las cosas de la tierra. Puede decirse que Dios lo empleó para dar principio al Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que condujo al Señor de La Salle para que hiciera y se encargara de algo en que no había pensado. Finalmente, estaba dotado de todas las finas cualidades que pueden encontrarse en un simple laico, que era él.

Nyel, que había experimentado la sabiduría y la santidad de Nicolás Ba-rré, y que había visto cómo organizó una nueva congregación de Hermanas docentes, y vio luego en Reims el trabajo unido y paralelo de las Hermanas de Roland, debió darse cuenta de que había encontrado en el Canónigo de La Salle un hombre similar: un organizador como él mismo no lo era, y un hombre engastado en santidad pero que necesitaba ser tallado. Al mismo tiempo se dio cuenta de que necesitaba el apoyo y la influencia del canóni-go, su firmeza y conocimiento de los hombres. Tal vez percibiendo esto, tal vez animado por las Hermanas Duval y Le Coeur, que conocían mejor las evidentes dotes del canónigo y deseaban que emprendiera por los niños lo que Roland había emprendido para las niñas, y dándose cuenta de que ya no era joven, un poco deliberadamente empezó a fundar una escuela tras otra, contando con La Salle para que él mismo se comprometiera.

En Ruan, había estado más bien limitado por el Hospicio General, cui-dando a los niños dentro de él, según las estrictas reglamentaciones de los administradores. El área libre que le quedaba era reclutar maestros y sumariamente prepararlos para las escuelas dirigidas por la junta. Parece que tenía el don de hacer contactos, de vender la obra de enseñar a los po-bres, de escoger a los laicos que ya eran buenos cristianos y de inspirarles, por un modesto salario aceptar este difícil trabajo con cierta intención de permanecer en él. Era todavía capaz de formar una comunidad con ellos hasta cierto punto. Tal vez la necesidad de conseguir nuevos maestros en poco tiempo y darles una breve formación estaba detrás de su manifiesto revolotear de una fundación a otra.

Parece que las relaciones por completo diferentes que tuvo en Reims con las Hermanas y La Salle de las que había tenido con la Junta de los Pobres de Ruan liberaron en él un nuevo espíritu aventurero; y cuando La Salle expuso la idea de comenzar las escuelas bajo la dependencia de un párroco, eso dio oportunidad a su destreza de convencer a posibles bene-factores y de reclutar maestros. Porque ciertamente acertó aquí y la obra de La Salle nunca se habría desarrollado sin eso. No tuvo una percepción como La Salle de una formación cristiana en profundidad y le bastaba atarse a un lugar. Aquello para lo cual no tenía habilidad o gusto se lo

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dejaba a La Salle. El pensamiento de Nyel, cualquiera que fuese, el valor que concedía a su amigo y a su apoyo fueron el hilo que llevó al canónigo a tomar alguna responsabilidad con los maestros que había reunido. Y más allá de Reims, fue el precursor que finalmente condujo a La Salle a reconocer que Dios lo llamaba a fundar una nueva sociedad en beneficio de los pobres. En su sabiduría, el canónigo podría no aprobar los excesi-vos proyectos de Nyel, pero llegó a reconocer que era la sabiduría de Dios para con él y respondió totalmente.

Resumiendo, Nyel fue un pionero, un hombre de relaciones, el orga-nizador de las escuelas como eran entonces. Fue el hombre que consagró toda su vida a los pobres. Nunca formó parte de la comunidad de jóvenes de La Salle como tales: ellos eran de otra generación. Vivió con ellos duran-te seis años [¿?] en la casa de La Salle, luego se puso en actividad otra vez.

Tal vez el mayor significado de Nyel fue, que si La Salle hubiera obrado por su propia cuenta como Démia, su respuesta también habría sido cle-rical. Nyel, un laico que se entendía solamente con laicos, creó en Reims antes que La Salle escuelas dirigidas por laicos para mejorar las habili-dades de los pobres, no para preparar niños que ayudaran en los oficios litúrgicos. La Salle y sus Hermanos edificaron sobre esto para crear un nuevo tipo de enseñanza. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas tienen una gran deuda con el Hermano Adriano Nyel.

Maillefer escribe: “Cuando él (el Señor de La Salle) se vio definitivamen-te obligado a encargarse del gobierno de un número de Hermanos disper-sos en diferentes ciudades en las cercanías de Reims, creyó que ahora lo correcto era formar con ellos un pequeña congregación”28. Una cosa decidió en este momento: no abriría más escuelas mientras sus hombres no estuvie-ran mejor preparados y esta pequeña comunidad hubiera encontrado algo de su identidad. La siguiente ocasión en que se encargó de una escuela fue cuando viajó a París en 1688, en respuesta a una invitación de largos años.

1686

El Señor de La Salle y sus Hermanos decididos por la santidad del Evangelio en el espíritu de los tiempos

Tenemos al principio de este año, una prueba más de la fraternal preo-cupación de La Salle por Juan Luis en el seminario. El año anterior Nicolás Lespagnol le había enviado las 400 libras para los gastos de internado en

28 Maillefer, p. 72.

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San Sulpicio, más 130 libras para sus gastos personales. Pero el 8 de enero de 1686, Juan Luis estaba escaso de dinero y escribió a su hermano pidién-dole que adelantara las próximas 400 libras. Juan evidentemente no estaba contento con Nicolás, o de acuerdo con su previa experiencia como tutor no había tratado de pedir. Juan Bautista no solamente le envió las 400, sino 200 más para sus otras necesidades, pero el 30 de enero Lespagnol las ha-bía reembolsado. Juan había acostumbrado en el pasado, dar dinero extra más generosamente que Lespagnol. Sabemos también que el tutor tenía que dar dinero para otras necesidades. Por ejemplo, pagó 155 libras por mobiliario el 19 de mayo: Juan Luis había salido del seminario cuatro días antes y debió estar pidiendo prestado29. Ahora que La Salle tenía la res-ponsabilidad exclusiva de todas las escuelas dirigidas por sus Hermanos podemos echar un vistazo a su comunidad o pequeña sociedad. Estaba más unida que nunca por su amabilidad, por el mejor conocimiento que ellos tenían de su misión y por la impresión de santidad que les causaba; por esto es el momento de referir cómo vieron sus primeros biógrafos en este momento su crecimiento en santidad, y luego fijarnos en esta comu-nidad y en algunos miembros de ella.

SIGNOS DE SANTIDAD DEL SEÑOR DE LA SALLE COMO SUS BIÓGRAFOS LA VIERON

El Hermano Bernardo nos dice:

Pasaba una buena parte del día y de la noche en oración y contem-plación, alejándose con este propósito a la parte más alta de la casa según el ejemplo de san Ignacio de Loyola… Había escogido una pequeña buhardilla donde solo cabía una persona… Y si alguien deseaba hablar con él, lo mortificaba mucho salir de allí… Este amor por el retiro le hizo tomar tal disgusto de hacer visitas que salía muy rara vez. Y cuando tenía que hacerlo, siempre era muy brevemen-te… Por esto también evitaba salir a comer, hasta con sus parientes, aunque ellos le insistían30.

Sin embargo, entre las personas que lo veían algunas quedaban muy impresionadas por su santidad y su sabiduría, “de manera que varias per-sonas pedían estar bajo su dirección. Pero como no deseaba descuidar a sus Hermanos por el exceso de trabajo que estas personas le imponían, se encargó de muy pocas, entre ellas varias religiosas…”31 Parece que en este caso, se comunicaba por correspondencia, porque tenemos varias cartas

29 Aroz, CL 32, pp. XXXI-XXXII y 78-79.30 Bernard, p. 65.31 Id., p. 81.

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de dirección espiritual dirigidas a religiosas. Es interesante que no rehu-saba la dirección espiritual completamente, y que no limitaba el cuidado pastoral únicamente a sus Hermanos: sus dotes tenían un horizonte más amplio en la Iglesia, aunque no quiso emplearlas hasta que “varias perso-nas de consideración” se lo pidieron.

El abad del monasterio benedictino de Saint-Thierry, a 8 kilómetros al noroeste de Reims, Guillermo Bailly, y que tenía muy buenas relaciones con La Salle, vino un día a visitarlo con algunos de sus monjes.

Como este abad se entendía muy bien con él, observó un día los vestidos que usaba, y viendo que su sotana era de una tela casi tan burda como la de los Hermanos, le preguntó sonriendo si una per-sona de su profesión debía vestirse de esa manera; a lo cual el siervo de Dios respondió solamente con amables sonrisas hasta que el abad cambió de tema32.

Además de su intensa oración, sus primeros biógrafos hablan de su ascetismo corporal. El Hermano Bernardo escribe de nuevo:

Este siervo de Dios parecía que necesitaba desgarrar su inocente cuer-po con las mortificaciones corporales que se infligía, azotándose sin piedad con disciplinas de hierro que aún se pueden ver en esta casa, en número de cinco o seis, que son espantosas de ver, una entre ellas con rosetas de hierro en la punta, lo mismo que cinturones de hierro y cilicios con que atormentaba su delicada carne para domarla33.

Los Hermanos, conocedores de sus exageradas penitencias, hacían todo lo posible para descubrir los instrumentos que empleaba y esconderlos. Lo lograron en seis ocasiones34; quedan unos diez de estos instrumentos guardados en la casa central de los Hermanos en Roma hoy.

Más adelante se hará un intento de colocar en el contexto de los tiem-pos este ascetismo y valorarlo. Nadie negará que por motivos de salud, actividades deportivas, estudio y otras razones serias tenemos que some-ternos a una disciplina. Lo que aquí vemos es a un hombre resuelto a eliminar de su formación burguesa y de sus reacciones naturales todo lo que pudiera hacerlo menos sensible a aceptar la voluntad de Dios, a acep-tar a sus Hermanos como eran, y a oír las necesidades de los pobres. Los medios que empleaba eran los recomendados en la época como disciplina cuando se buscaba la perfección espiritual.

Nos admiramos de que semejante severidad para consigo mismo no hizo de La Salle un hombre duro. Blain nos ha transmitido el testimonio del Hermano Bernardo sobre el gran amor que la Salle tenía a sus Hermanos.

32 Id., p. 80; Blain I, p. 259.33 Id., pp. 62-63.34 Blain I, p. 228 al final. Esto corresponde a los seis intrumentos a que se refiere Bernard.

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Amaba tiernamente a todos sus Hermanos y mostraba particular afecto a los que tenían una apariencia menos agradable. Siempre estaba dispuesto a oírlos para darles el consejo que necesitaban y consolarlos en sus penas. Sus ocupaciones, incluso las más urgentes, no le impedían darles esta satisfacción, y así esta gran bondad pro-ducía excelentes frutos. Porque bastaba a los que estaban a punto de abandonar su vocación haber oído sus suaves y encantadoras pala-bras para entrar en sí mismos y después avanzar a grandes pasos por el camino de la justicia35.

Los primeros Hermanos

Es difícil trazar un cuadro de la comunidad de la calle Nueva en esta época. Durante mucho tiempo no se conservaron documentos precisos, y hay muchos vacíos en los registros de entrada de los primeros Herma-nos36. Del primer grupo, después de la muerte de Cristóbal, solo uno per-maneció, posiblemente el Hermano Lozart de quien nada sabemos. Cuan-do a principios de 1683 entraron nuevos miembros, parece haber entrado entonces Nicolás Vuyart, si no antes. Él es el primero de una de lista de 12 Hermanos que hacen votos perpetuos en 1694: su puesto indica que era el más antiguo en la sociedad. Posiblemente de este grupo fueron los dos Hermanos que murieron en 1684: Juan Francisco y Cosme Boiserin, el último el 24 de mayo. El siguiente miembro permanente de la nueva sociedad después de Vuyart fue Gabriel Drolin, quien entró de la parro-quia de Santiago hacia 1684. Por una vez tenemos su fecha de nacimiento: 22 de julio de 1664. Nicolás Bourlette también entró este año y aproxima-damente en la misma época el Hermano Mauricio. En 1685, el 26 de junio murió el Hermano Lozart dejando un vacío en la escuela de Santiago que valientemente llenó La Salle. En septiembre de 1686 entró Juan Partois, conocido como Hermano Antonio; era de la parroquia de San Loup y ha-bía nacido el 20 de agosto de 1666. Pero Nicolás Bourlette murió el mismo mes, mientras el mes siguiente entró Juan Jacquot, de Château-Porcien, de edad de 14 años (nació el 18 de agosto de de 1672). El año siguiente murió el Hermano Mauricio el 30 de abril. Estas entradas en la pequeña sociedad y los fallecimientos de miembros permanentes hasta este periodo apare-cen a continuación:

35 Blain II, p. 375.36 Para los detalles, ver CL 2 y CL 3.

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Entradas Muertes

1679Cristóbal (14)Lozart (?)

1682 Cristóbal (14 de mayo)1682 (fin) (Salidas)1683 (inicio)

Nicolás Vuyart (?)Juan Francisco (?)Cosme Boiserin (?)Paris (José)

1684

Gabriel Drolin (cerca de 1684) Juan Francisco

Nicolás Bourlette Cosme Boiserin (24 de mayo)

Mauricio1685 Lozart (26 de junio)

1686Juan Partois (septiembre) Nicolás Bourlette

(septiembre)Juan Jacquot (octubre)

1687 Mauricio (30 de abril)

De los diez enumerados aquí, seis murieron antes de los 30 años. El Canónigo Blain escribe: “De 1681 a 1688…, de los quince Hermanos que el Instituto tenía en sus comienzos en Reims, Laon, Guisa y Rethel, perdió más de seis a la temprana edad de menos de treinta años, sin contar a los que debilitados y con la salud arruinada tuvieron que buscar algún alivio fuera de la casa”. De 1688 a 1719, añade, por lo menos murieron 45, de los cuales solamente ocho o nueve tenían más de treinta años37.

Sin embargo, parece que las escuelas rara vez se cerraron por falta de maestros. Laon tuvo que enviar a los niños a casa durante unos meses des-pués de la muerte de Nicolás Bourlette. Muchos nombres faltan en la lista anterior. Debió haber para reemplazar tantas muertes, algo así como tres o cuatro aspirantes al año que permanecieron, más tal vez otro tanto o dos veces este número que no permanecieron. Nunca hubo una gran afluencia a este grupo nuevo y austero, y mientras algunos pertenecían al menos a la burguesía baja, la mayoría venía de los pobres oprimidos e ignorantes.

37 Blain I, p. 250.

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Esto da una idea de la tarea, valor y paciencia de La Salle al preparar estos jóvenes, y la convicción que tenía en su llamamiento y en su fe en Dios. Debía trabajar con lo que tuviera, hasta que hubiera más escuelas de Her-manos con una pedagogía y habilidades más desarrolladas en hacer de sus escuelas comunidades cristianas; después podía esperar una calidad mejor de aspirantes, también de entre los pobres. Tenía que confiar en el futuro y en un futuro distante.

A pesar de lo que parecía una crisis de tiempo permanente, con aspi-rantes que entraban y salían, y sobre todo de una clase que necesitaba con urgencia de aspectos externos para tenerlos a raya e infundirles un sentido de identidad38, la comunidad de la calle Nueva, estimulada por la evidente santidad de su jefe, parece haber sido una donde el Espíritu obraba pode-rosamente en sus comienzos. Blain nos ha dejado una relación de algunos de estos nuevos Hermanos39. Lamentablemente no sabemos nada sobre el apostolado de estos Hermanos en la clase; cómo se relacionaban con sus alumnos; cómo descubrieron mejores métodos de enseñanza. Ciertamente no nos revela al verdadero Hermano de las Escuelas Cristianas.

El Hermano Juan Francisco parece haber sido uno de los que entró a finales de 1682. Había tenido una posición muy ventajosa en la ciudad que le permitía vivir cómodamente; parece que tenía un puesto como emplea-do de la administración. Pero abandonó todo esto atraído por el ejemplo de estos nuevos Hermanos. Vivió solamente 18 meses en la comunidad. Se esforzaba por controlar sus pensamientos y sentimientos para mante-ner su mente en Dios y en su voluntad. Fue víctima de la epidemia que invadió la ciudad y que lo llevó al sepulcro en unos pocos días. En el delirio causado por la fiebre se lo oía a menudo exclamar: “¡Oh hermosa eternidad! ¡Qué hermosa es tu morada! Amor, amor, amor, vamos a ver el amor”. El Hermano Bernardo añade que murió en los brazos de La Salle, cantando estas palabras con melodiosa voz.

El Hermano José atendía la ropería, el comedor y prestaba otros servi-cios que desmentían su artritis, es llamado por Blain, el “Dueño del guar-darropa de la casa más pobre del mundo”. “Daba lo mejor de lo que había a los demás, y guardaba para sí lo más gastado y remendado. Era conoci-do como el Hermano que oraba en todas partes”. “Dondequiera que se lo veía, estaba orando; ocupado con innumerables tareas en la casa, parecía olvidarlas para dirigir su mente a la oración; o mejor, para hacerlas todas bien, las hacía en espíritu de oración… Dondequiera que lo llamaba el deber, tenía el secreto de encontrar a Dios”. En 1688 el Señor de La Salle lo juzgó capaz de enseñar; fue enviado a Laon con el Hermano Gabriel

38 Ver la Memoria del Hábito, CL 11, p. 352 punto 36.39 Blain I, pp. 251-258.

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Drolin y el que había sido enviado a reemplazar a Nicolás Bourlette dieciocho meses antes. A los ojos del párroco y de los fieles, parecía por su compostura y piedad haber resucitado la figura que habían venerado como un santo40.

Nicolás Bourlette era de una familia burguesa muy acomodada. Sus padres lo querían mucho y deseaban para él un futuro brillante. Pero se sintió atraído a esta nueva comunidad, y como supo que sus padres se opondrían a que entrara a ella se fue sin avisarles. Cuando ellos lo su-pieron vinieron a llevárselo, considerándose deshonrados de tener a su hijo querido entre estos Hermanos. Se mantuvo firme. En la comunidad se puso enteramente bajo la dirección de La Salle. En su oración personal y después de la comunión estaba tan impresionado por el amor de Dios que tenía una especie de éxtasis que lo hacía temblar. Cuando le hablaron de eso quedó totalmente sorprendido pues no se había dado cuenta. Para vencer la falsa estima que pudo haber tenido de sí mismo por ser de una familia burguesa, quería ponerse una casaca roja y un gorro de lana y salir por las calles de la vecindad para que se burlaran de él; pero La Salle no se lo permitió.

Para alejarlo de las continuas súplicas de sus parientes, La Salle lo en-vió a Rethel, pero sus padres lo siguieron allí y renovaron sus esfuerzos. Nicolás escribió a su Superior para hablarle de esto y añadió: “Mis padres vinieron a verme y me preguntaron si no quería cambiar; les respondí que estaba del todo cambiado”41. Ahora La Salle lo envió a Laon en 1685, como hemos visto, con el Hermano Gabriel Drolin. Su padre lo siguió aún hasta allá y le pidió que regresara. Debió ser muy difícil pero Nicolás de nuevo permaneció resuelto.

El Hermano Mauricio también venía de muy buena familia. Muy pron-to los demás Hermanos lo miraron como su modelo. Ante ellos aparecía como quien hacía todo bien y era particularmente dado a la oración men-tal. Logró gran control sobre sus reacciones y sobre su terquedad. La Salle le tenía un gran aprecio y quería que únicamente él le ayudara a misa. Es-tos dos Hermanos participaron en la asamblea de 1686; sus santas muertes se verán más tarde.

Furia de los pobres cuando sus hijos eran castigados

Los Hermanos en Reims, en esta época, tenían que soportar la furia de los mismos pobres a quienes ellos procuraban ayudar. Los niños a quienes los Hermanos enseñaban venían de las calles donde habían estado ociosos,

40 Blain II, Apéndice, pp. 69-71.41 Bernard, pp. 82-83; Blain I, pp. 245-247. [No está en el original].

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acostumbrados a travesuras y malos hábitos tan pronto como tenían edad suficiente para salir de casa. No estaban acostumbrados a ser impedidos o castigados, aunque en casa estaban acostumbrados a la brutalidad de la época (Le Tellier hacía azotar a su cochero). Tener cincuenta o más de estos niños en un salón mal ventilado era algo que con facilidad invitaba al desorden. Los Hermanos tenían que corregirlos y es comprensible que en un principio estos Hermanos, sobre todo si provenían de un ambiente parecido al de sus alumnos, no controlaban fácilmente sus primeras reac-ciones y golpeaban a sus alumnos. El problema de cómo hacer raros los castigos y toda la problemática que implicaba la palabra “corrección” se estudió cuidadosamente más tarde y fue objeto de constante revisión. Por el momento era de esperar que los Hermanos fueran demasiado lejos.

Cuando los padres oyeron las quejas de sus hijos se enojaron muchísi-mo. El Hermano Bernardo escribe:

Ellos se enfurecieron contra los Hermanos porque corregían a sus hijos cuando era necesario; y los niños mismos, incapaces de sopor-tar la caridad mostrada con ellos, eran los primeros en insultarlos. Y los que mostraban más pasión eran los artesanos y los pobres, (los llama más adelante “la escoria de la sociedad”) que, habiendo sido mal educados en su niñez, mostraban la poca gratitud que te-nían por la molestia y el cuidado que tomaban los Hermanos para enseñar a sus hijos… Poco a poco estas tormentas se calmaron, y la gente siempre tuvo después un gran aprecio por la obra del Señor de La Salle42.

Muerte del Padre Nicolás Barré43

El anuncio de otra muerte debió haber llegado a los Hermanos hacia el tiempo de su Asamblea, que veremos más adelante. El 31 de mayo mu-rió en París el Padre Nicolás Barré en la casa de los mínimos en la Plaza Real. Su esperanza de ver al Señor de La Salle venir a París con dos de sus Hermanos no se había realizado. También los Hermanos de las Escuelas Cristianas tienen con él su deuda. Cuando Nyel era un estímulo externo que llevaba hacia fuera al propio La Salle, Barré fue el que inflexiblemente confirmó que las iniciativas del canónigo estaban ciertamente de acuerdo con el Evangelio. Obrando así, le ayudó a tomar las tremendamente he-roicas decisiones ante los temores de lo que pudieran decir. No es que La Salle siguiera ciegamente a Barré: esperó el acontecimiento que confirma-ra su decisión y le proporcionara la mejor oportunidad de realizarla. Y en

42 Bernard, pp. 82-83.43 Bernard, pp. 70-71; Blain I, pp. 283-284.

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términos de confianza en la Providencia, no tenía una postura inhumana y totalmente independiente, sino una decisión que dependía, no de fondos constituidos con su propia fortuna, sino de arreglos y apoyo financiero, grande o pequeño, de los que fundaban una escuela y a veces lo abando-naban o se le oponían.

EL SEÑOR DE LA SALLE CONVOCA UNA ASAMBLEA DE LA PEQUEÑA SOCIEDAD 44

Aunque apenas tenía suficientes Hermanos para atender las escuelas existentes, y además dos o tres en formación, y aunque no podía adquirir más compromisos, pensó en una asamblea en la cual los Hermanos discu-tieran con él los mejores medios de darse un mayor sentido de estabilidad. Ya tenían una serie de reglamentos; la adopción de un nombre que definía su trabajo les había ayudado, lo mismo que el nuevo hábito; pero todo esto no impedía que algunos se retiraran. Los apoyos externos no son sufi-cientes: un hombre permanece porque así lo quiere, porque tiene un ideal que vale la pena y toma sobre sí la responsabilidad de vivir de acuerdo con él. Algunos vivían de esta manera generosamente, pero muchos Her-manos necesitaban apoyo, y comunitariamente aún no habían descubierto el espíritu magnífico, derivado del Evangelio, por el cual todos podían vi-vir. El mismo Señor de La Salle, posiblemente, aún no lo había encontrado para ellos, y por eso se fijaba cuidadosamente en las estructuras.

Como una estructura interior que apelara a la responsabilidad de cada uno, pensó en los votos. Barré, en sus Reglamentos impresos en 1685, se oponía a ellos, pero las Hermanas de Roland habían hecho votos por pri-mera vez, como hemos visto, el 8 de febrero de 1684. Estos fueron los tres votos de religión, junto con el voto de estabilidad en la comunidad, y eran perpetuos desde el momento en que los hacían. Pero La Salle por el mo-mento trabajaba con una comunidad laica con sus propias necesidades inmediatas. Nunca propuso grandes planes antes de que las necesidades y los acontecimientos los pidieran.

Las escuelas se cerraron la semana de Pentecostés. La Salle empleó este tiempo para reunir a todos los Hermanos, menos a los recién llegados, para una semana de oración y deliberación. En una charla preliminar les explicó la necesidad de dar estabilidad a los Hermanos jóvenes, para dar una forma estable a la comunidad y para resolver lo que se impondría a los nuevos aspirantes que deseaban entrar a la comunidad. Maillefer escribe:

44 Bernard, pp. 72-74; Maillefer, pp. 74-75; Blain I, pp. 271-278.

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Les comunicó en una conmovedora plática las reflexiones que ha-bía hecho sobre la inconstancia natural del hombre y sobre la ne-cesidad que había de ligarse a lo que es bueno mediante santos y permanentes compromisos. Añadió que hasta entonces ellos habían estado como vacilantes e indecisos en su vocación, y les pidió que consideraran si no sería conveniente en su situación ligarse con un voto de vivir en comunidad según las reglas que hasta entonces se habían observado. Todos los Hermanos aprobaron unánimemente la propuesta y la recibieron con gratitud. Acordaron pues hacer un retiro para pedir la luz del Espíritu Santo.

Todos los primeros biógrafos refieren este acontecimiento; aunque em-plean un mismo documento, están en desacuerdo sobre las fechas. Es posi-ble que Blain, además del documento seguido por todos tres, tuviera notas de alguien (¿Gabriel Drolin?) que se refiriera a la asamblea de 1694 y que él tomó como refiriéndose a 168445, una fecha que toma erróneamente como la fecha de la primera asamblea. Blain es el único que dice que hubo un primer retiro con asamblea desde la vigilia de la Ascensión a Pentecostés, luego una segunda hasta el domingo de la Santísima Trinidad. Si los Hermanos de Guisa y de Laon tuvieron que viajar, antes y después de la Asamblea, seis y cuatro días respectivamente, las escuelas habrían estado cerradas durante un tiempo considerable. Parece que la asamblea duró solamente la semana de Pentecostés de 1686, empezando el 2 de junio, pero pudo haber sido en Pentecostés de 1687, empezando en este caso el 18 de mayo46.

Las discusiones se desarrollaron en esta forma: los Hermanos querían consagrarse enteramente a Dios por los votos de obediencia y castidad; tal vez el ejemplo de las Hermanas del Santísimo Niño Jesús les dio una razón más. Deliberaron ahora probablemente un poco más acerca del voto de castidad y cuál sería su duración. La Salle los disuadió de hacer votos perpetuos y también de hacer tan pronto un voto de castidad: les pidió que se tomaran un tiempo para averiguar si esta era la voluntad de Dios.

Finalmente decidieron hacer el voto de obediencia, pues este crearía una forma estable de comunidad. El Hermano Bernardo y Maillefer dicen que decidieron hacerlo por un año, mientras Blain dice que por tres. Parece que tiene razón47, pues todos los textos posteriores referentes a votos hablan solamente de “un voto por toda la vida” o “un voto por tres años” y no otro. Si al principio fue solamente de un año, nadie menciona cuándo se cambió por votos trienales. Lo que pudo haber engañado a los otros dos fue que los Hermanos renovaban sus votos trienales cada año el domingo

45 Esta es la aclaración que da el Hno. Maurice-Auguste en CL 2, pp. 1-36.46 Bernard y Maillefer en su primera versión p. 74, dicen una semana de Pentecostés a la Tri-

nidad. En su versión de 1740, p. 75, Maillefer copia a Blain.47 Ver Maurice-Auguste óp. cit.

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de la Santísima Trinidad, de modo que se convirtieron en una especie de votos perpetuos “rodantes”; a un extraño le parecería que renovaban votos anuales. Esta manera de hacer votos satisfizo a los Hermanos deseosos de ligarse definitivamente; los que no estaban tan dispuestos podían sencilla-mente no renovarlos en los dos años siguientes y retirarse luego; pero una obligación de tres años daba más estabilidad que de uno. Los Hermanos podían permanecer en la comunidad sin votos: nadie tenía que hacerlos.

Esto era verdad aun después de la Bula de Benedicto XIII, que aprobó la nueva sociedad en 1725. Las Reglas y Constituciones de 1726, pp. 57-58, dicen: “Los Hermanos que no han llegado a la edad de veinticinco años harán votos únicamente por tres años: los renovarán cada año por el mis-mo periodo, con una nueva fórmula (es decir, escrita nuevamente), hasta que sean admitidos a los votos perpetuos”. Y el Capítulo General de 1787, expresa la tradición como sigue:

Esta renovación será un nuevo compromiso por tres años, como se ha entendido y explicado constantemente en la Sociedad. Los Her-manos no serán obligados a hacer esta renovación… La renovación será, como siempre lo ha sido, el efecto de una entera y completa voluntad de los Hermanos que la piden; la intención del Instituto es no causar molestias en esta materia...48

Aunque hoy los Hermanos en el tiempo señalado hacen o renuevan sus votos canónicamente, en presencia de un Superior del Instituto que recibe estos votos, en todo el Instituto el domingo de la Santísima Trinidad se conserva aún como el día en que los Hermanos hacen una renovación de devoción de sus votos.

Muy pronto en la vida de la nueva sociedad, aunque no tenemos una fecha precisa, el Señor de La Salle llevó a sus Hermanos a una peregri-nación al antiguo santuario de Nuestra Señora en la pequeña ciudad de Liesse, a unas siete millas al noreste de Laon y unas 27 de Reims.

El santo sacerdote no dejaba al principio de su trabajo de ponerlo bajo la protección de la Santísima Madre de Dios… Llevó a los pri-meros Hermanos de la Sociedad en peregrinación a Nuestra Señora de Liesse para implorar para ellos y para sí la protección de la Reina de los Ángeles, y para escogerla como Superiora del Instituto49.

Esta peregrinación, si fue emprendida después del domingo de la Tri-nidad, tendría lugar a expensas del tiempo de clase. Como no sabemos cuándo tuvo lugar, pudo haber sido al final del retiro anual en septiembre. Habrían viajado toda la noche ayunando para estar en el santuario en la

48 CL 2, p. 47, n.° 6 y n.° 8.49 Blain II, p. 489.

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misa de la mañana y pasar varias horas en oración allí. No sería muy ale-jado del camino para los Hermanos que tenían que viajar a Laon o Guisa. Blain añade a su testimonio que “este viaje de devoción se volvió muy frecuente para él (La Salle) con posterioridad; pues cuando iba a visitar las casas de Laon y Guisa, tenía cuidado de no pasar por Liesse que es relativamente cerca sin presentar sus respetos a su buena Señora que es muy honrada aquí”. Y habla de él cuando celebraba la misa y luego pa-saba hasta tres horas en oración. Desde 1902, un vitral presentado por los Hermanos, conmemora esta primera peregrinación de la joven Sociedad.

Después de la muerte del Padre Barré, Servien de Montigny ocupó su puesto como superior de las Hermanas del Niño Jesús y de los Hermanos restantes. En agosto de este año el almirantazgo hizo una petición al Pa-dre Tronson, Superior de San Sulpicio: ¿podía conseguir algunos maestros para enseñar en Canadá? Colbert mostraba un limitado interés en el terri-torio en esta época [Colbert había muerto ya en 1683. Nota de un revisor]. Tronson respondió que había muchas Hermanas del Padre Barré en varias partes de Francia y hasta en Canadá, pero que las cosas no iban tan bien con sus Hermanos, y de Montigny, que estaba encargado de ambos, pro-bablemente no podría encontrar a nadie. Pero en octubre, pudo escribir de nuevo diciendo que de Montigny tenía dos maestros disponibles50.

La Salle se aleja de Reims para hacer un largo retiro en secreto51

El Señor de La Salle había hecho todo lo posible para dar estabilidad a su pequeña sociedad. Lograba atender a sus compromisos pero la muerte prematura le había arrebatado a varios Hermanos excelentes. Afortunada-mente parece, por lo que sabemos más tarde, que algunos de sus mejores hombres (Vuyart, Drolin y Bourlette) estaban en lugares distintos a Reims; había otro hombre en la comunidad de Reims que tenía toda la confianza de los Hermanos: el Hermano Enrique L’Heureux. En este tiempo La Salle aún no había dado señales de que estaba listo para trasladarse a París. Es-peraba una petición oficial clara que no había llegado cuando su hermano, después de obtener su bachillerato en teología en la Sorbona el 1° de mayo, dejó el seminario el 15 de mayo. El Señor Compagnon guardaba un silencio extraño. El Señor de La Barmondière finalmente se preguntaba por qué no había sucedido nada y averiguó la razón. Luego, en vez de escribir él mismo, le pidió al Señor Baudrand, su coadjutor, que era director del semi-nario, que escribiera en su nombre y diera las seguridades exigidas. Juan

50 Poutet I, pp. 522-523.51 Blain I, p. 260.

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Luis entretanto había regresado a Reims. Estuvo allí más de un año, y allí recibió el subdiaconado. Regresó a París en octubre de 1687 y permaneció en el seminario mientras continuaba estudiando en la Sorbona52.

Juan Bautista de La Salle sintió la necesidad de un largo periodo de oración para buscar la luz del Espíritu Santo sobre qué debía hacer en seguida. Dejó al Hermano Enrique L’Heureux a cargo de la comunidad, y luego se alejó sin decirle a nadie más a dónde iba. Debía conocer por Fran-cisca Duval o por Nyel la existencia del monasterio carmelita de la Garde-Châtel que Pedro Lambert de la Motte había fundado cerca de Louviers en Normandía, porque preparó viaje para ese lugar53.

Hizo el retiro con tal secreto que lo ocultó hasta a sus pobres hijos (los Hermanos). La única precaución que tomó para prever su regreso si algo extraordinario sucedía en su ausencia, fue decir al Hermano a quien había dejado encargado en la casa de Reims, que le escribiera. Le dejó su dirección, pero esta dirección no revelaba el secreto. Por-que la dirección era indirecta, y no indicaba el lugar a donde la carta, enviada directamente a una abadesa de Ruan, llegara a sus manos54.

Habría ido primero a Ruan y muy posiblemente visitó a Nyel. Debió de haber llamado al convento benedictino de Saint Amand donde convino que algunas cartas para él le fueran enviadas allí. Luego hizo otras diecio-cho millas hacia el sur, al monasterio de los Carmelitas descalzos situado en un bosque a una legua de Louviers55.

Esta reserva tan estricta no era usual. Debe de haber tenido otro motivo que la necesidad de oración para dejar sola una comunidad sin experiencia.

Esta manera de desaparecer no era exigida solamente por los re-querimientos de oración. Era un acto de gobierno. Como ningún Hermano podía acudir directamente a La Salle, toda necesidad te-nía que ser atendida por su reemplazo. El medio era radical para averiguar si la comunidad se sostendría sin su superior habitual o si desaparecería. Cuando todo se ha dicho y hecho, este retiro donde los Carmelitas ayudó…, a convencer al fundador que lo mejor para sus Hermanos era escoger a uno de ellos como superior56.

52 Aroz, CL 27, pp. 79-81.53 Poutet I, pp. 493, 744.54 Blain I, p. 260.55 Boletín del Instituto, abril de 1963, p. 78. Un artículo escrito por los Hermanos Maurice-

Auguste y Mensuet-Jacques.56 Poutet I, p. 746.

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“Las reglas que me he impuesto”

Es muy probable que fue en esta ocasión cuando escribió para sí mismo un pequeño y detallado documento titulado: Reglas que me he impuesto. Aunque no sabemos cuándo redactó estas resoluciones, se ha conocido un caso muy semejante basado en un orden de pensamientos similar en los dos documentos; parece que La Salle hizo este plan de vida durante este retiro usando como guía una versión anterior a 1686 de las consideracio-nes del jesuita Julián Hayneufve basadas en los Ejercicios de san Ignacio57. Los Ejercicios Espirituales de san Ignacio están destinados a llevar a un cris-tiano que busca qué hacer de su vida, a hacer una “elección” o una opción decisiva por el Reino de Jesucristo. Como su memoria nos decía, La Salle tenía una clara percepción al fin de 1682 de a dónde lo llamaba Dios, y este pudo haber sido el momento de hacer un retiro. Pero entonces esta-ba demasiado preocupado tratando de renunciar a su canonjía. Además, los diversos acontecimientos que siguieron le mostraron de nuevo lo que implicaba y le exigía ser fundador de esta obra de Dios. Sería tiempo de ponerse delante de Dios bajo un director de retiro.

El texto de estas reglas personales aparece completo en Blain II, pp. 318-319. Se da aquí como lo ha reagrupado Poutet, y los encabeza-mientos están tomados de él58.

Principios: Es buena norma de conducta no hacer distinción entre los asuntos propios de su estado y el negocio de la salvación y perfección pro-pias, y convencerse de que nunca se asegura mejor la salvación ni se adquie-re mayor perfección que cumpliendo los deberes del propio cargo, con tal de que se cumplan con la mira puesta en la voluntad de Dios. Intentaré tener esto siempre presente.

Es buena norma la de no preocuparse tanto por saber qué hay que hacer cuanto por hacer con perfección lo que se sabe.

Aquí prácticamente cita a Hayneufve59. Parece aplicar este principio a su nueva obra como Fundador.

Consideraré siempre la obra de mi salvación y del establecimiento y guía de nuestra comunidad como la obra de Dios: por eso le dejaré a Él el cuidado de la misma, para no hacer lo que me corresponda en ella, sino por orden suya; y lo consultaré mucho sobre todo lo que deba hacer tanto en una cosa como en la otra; y le diré a menudo estas palabras del profeta Habacuc: Señor, es tu obra.

57 Hno. Gilles Baudet, “Resoluciones de Retiro de La Salle” en Lasalliana, n.° 20, enero de 1992, Roma.

58 Poutet I, pp. 745-747.59 Ver CL 16 de los Hermanos Maurice-Auguste y José Arturo, pp. 58-59.

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Ahora considera lo que debe ser su relación con los miembros de su pequeña comunidad.

Como Superior de Comunidad: Cuando mis Hermanos vengan a pe-dirme algún consejo, pediré a Nuestro Señor que sea Él quien se lo dé. Si el asunto es importante, tomaré algún tiempo para orar por ello; y por lo menos cuidaré de mantenerme en recogimiento durante ese tiempo y de elevar mi corazón a Dios por algunos momentos.

Cuando me manifiesten sus faltas, me consideraré culpable de ellas ante Dios, por mi descuido en no haberlas prevenido, sea por los consejos que hubiera debido darles, sea vigilando sobre ellos; y si les impongo una peni-tencia, yo me impondré otra mayor…, Si me considero como lugarteniente de Nuestro Señor respecto de ellos, será con la mira de que estoy obligado a cargar con sus pecados, como Nuestro Señor cargó con los nuestros, y que es una carga que Dios me impone en relación de ellos.

Relaciones con el exterior: Nunca saldré sin necesidad y sin haber dedi-cado un cuarto de hora a examinar ante Dios si la necesidad es real o solo imaginaria. Si el asunto urge, tomaré para ello al menos el tiempo de un Miserere, y para disponer mi espíritu con algún buen sentimiento.

Cuando vaya a ver a alguien, cuidaré de no decir más de lo necesario, y de no hablar en absoluto de negocios mundanos o inútiles, y de no permanecer allí más de media hora a lo sumo.

Cuando tenga que salir de viaje, haré un día de retiro para prepararme; y procuraré disponerme a hacer, al menos mientras esté de camino, tres horas diarias de oración mental.

Cuando alguien, sea Superior u otro, me cause algún disgusto y, hablando según la naturaleza, me moleste en algo, procuraré no hablar en absoluto de ello; y cuando me hablen de ello, los excusaré y daré a entender que tenían razón.

Tenemos aquí a un hombre acostumbrado en el pasado a salir fácil-mente a las reuniones sociales con sus amigos burgueses o simplemente a charlar con ellos sobre temas sociales, que se controla con energía para no tener que alejarse de su comunidad. Su comentario sobre sentimientos heridos revela con cuánta frecuencia personas de su nivel a quienes en-contró, juzgaron lo que había hecho, cuánto lo hirieron y qué tan inclinado estaba a dejar escapar sus emociones. Porque él era inevitablemente la comidilla de la ciudad.

Conducta personal: Buscaré todos los días el momento para el cuarto de hora que debo emplear en renovar la consagración de mí mismo a la Santí-sima Trinidad.

Uniré mis acciones a las de Nuestro Señor al menos veinte veces al día, y trataré de tener miras e intenciones conformes con las suyas. Para ello

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dispondré de un papelito que pincharé cada vez que lo haga; y por cuantas veces falte a ello cada día, diré otros tantos Pater, besando el suelo después de cada Pater, antes de acostarme.

Por la mañana dedicaré un cuarto de hora a prever los asuntos que se pre-sentarán, con el fin de comportarme bien en ellos; y las ocasiones de faltar que podría encontrar, para preservarme de ellas; y tomaré las medidas para el ordenamiento de mi jornada.

También es preciso que no pase un solo día, excepto si estoy de viaje, sin visitar al Santísimo Sacramento; incluso entonces, si puedo pasar cerca de la iglesia de algún pueblo, me arrodillaré para adorar al Santísimo Sacra-mento; lo haré tan a menudo como la ocasión lo permita.

Procuraré elevar mi corazón a Dios cada vez que comience alguna acción; y procuraré no emprender ninguna cosa sin haber orado antes.

Una vez al día recitaré el Pater noster con la mayor devoción, atención y fe que me sea posible, por sumisión a Nuestro Señor, que nos lo enseñó y mandó recitar.

Hay aquí una como paradoja. Fuera del tiempo pasado en la casa en oración, hace ahora sus vigilias de oración todos los fines de semana en la abadía de San Remigio. Se ata a prácticas que en parte parecen las de un principiante. Puede decirse que la paradoja está en el hombre mismo: ha sido favorecido con el don de oración y sin embargo todavía tiene que trabajar con su temperamento y su segunda naturaleza de educación bur-guesa en cuanto choca con la vida de comunidad y el compromiso con los pobres. Esto aparece en las siguientes resoluciones:

Algunos defectos para corregir: En cualquier situación diferente en que me encuentre, seguiré siempre un orden y un reglamento del día, con la gracia de Nuestro Señor, única en la que confío para ello, pues es algo en que nunca he conseguido fijarme. Y lo primero que haré cuando cambie de estado, será elaborar uno nuevo, y para ello haré siempre un día de retiro.

Deberé prestar mucha atención al tiempo que he perdido, y a no perderlo en adelante: solo la atenta vigilancia podrá remediarlo; e incluso parece que únicamente un retiro prolongado me podrá facilitar esta vigilancia.

En el pasado he faltado a menudo en rezar el rosario, a pesar de ser oración de regla en nuestra Comunidad; en adelante es menester que no me acueste sin haberlo rezado.

Es regla de la Comunidad no entrar nunca en casa o al cuarto sin orar a Dios y renovar la atención a Él; cuidaré de no faltar en ello.

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Debe abreviar su retiro a causa de la muerte del Hermano Nicolás Bourlette

En Laon, el Hermano Gabriel Drolin cayó enfermo a finales de agosto; por eso el Hermano Nicolás Bourlette más bien que cerrar la escuela trató de dirigir las dos clases solo60. Pedro Guyart vino a visitar al enfermo, y viendo que Nicolás tenía demasiado trabajo le ordenó cerrar la escuela durante una semana o diez días. Pero Nicolás pensó que no podía hacerlo sin permiso escrito de La Salle y no quería dejar a estos niños sin ins-trucción. Cuando el párroco le preguntó cómo podía atender dos clases y cuidar al enfermo, respondió: “Señor, tengo el pie derecho en una clase, el izquierdo en la otra, mis pensamientos con el enfermo y el corazón en el cielo”. Después de algunos días, Gabriel pudo levantarse y tomar su clase, pero le llegó el turno a Nicolás y tuvo que acostarse con una fiebre muy alta. Gabriel debió escribir al Hermano Enrique L’Heureux porque “a las primeras noticias que recibió en Reims el reemplazo del ausente superior, salió para asistir a los dos Hermanos enfermos que tenían gran necesidad de su presencia. Pero a pesar de la prisa llegó solamente para ver mo-rir al que ya había recibido la extremaunción”61. Esto se refiere a Nicolás Bourlette62. La fiebre lo tuvo postrado durante varios días y murió el 6 de septiembre. El duro trabajo de la clase, las pobres condiciones de vida después del hambre y sus austeridades acabaron de arruinar su salud. La gente lo consideraba como un santo: a causa de sus maneras tranquilas, sencillas y sin pretensiones lo llamaban el Hermano Modesto. Durante varios años las gentes vinieron a su tumba a orar. El Hermano Enrique

se vio obligado a informar al Señor de La Salle inmediatamente y a manifestarle que su presencia era absolutamente necesaria para su comunidad. La noticia fue muy angustiosa para el solitario… Habiéndolo obligado este imprevisto acontecimiento a salir en se-guida para Laon, todos quedaron muy sorprendidos de verlo llegar al cabo de tres días de dar la información; aún más, de verlo obe-decer con tal puntualidad y cansancio a un joven Hermano de 24 años. Después de deliberar sobre lo que debía hacerse, La Salle dio a los alumnos dos meses de vacaciones. Luego, sin conceder ningún descanso a su cansado cuerpo, salió de nuevo con el Hermano que había venido por él, y viajó a pie toda la noche, según su costumbre, sin tomar nada excepto un vaso de vino y un pedazo de pan poco antes de media noche en una pequeña población a doce millas de Reims. Habiendo llegado a esta ciudad muy temprano, su primer cuidado fue enviar al Hermano que lo había acompañado a dormir y descansar, mientras él se fue a orar63.

60 Blain I, p. 255.61 Id., p. 260.62 Id., p. 255.63 Id., p. 260.

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Una posible explicación de la rápida e inesperada presencia de La Sa-lle en Laon es que pudo haber estado en Ruan cuando llegó el mensaje-ro. Como organizaba un retiro anual en Reims para todos los Hermanos en septiembre, pudo haber terminado su propio periodo de retiro en La Garde-Châtel, estaba de regreso y había llamado a Saint Amand para ave-riguar si había cartas para él64. Además, en vez de viajar por París pudo haber tomado una ruta más directa a Laon por caminos menos frecuenta-dos y a caballo65.

El Señor de La Salle recibe los primeros practicantes de La Fère

Los acontecimientos anteriores nos llevan cerca de la mitad de septiem-bre. A principios de octubre, el Señor de La Salle aceptó tres practican-tes que venían de La Fère para una preparación de tres meses. El Duque pagó trimestralmente los gastos de pensión que sumaban 600 libras para el año escolar, y por tanto era suficiente para cuatro personas: tres jóvenes y el Hermano encargado. Ese año, La Salle pudo haber entregado doce maestros para las escuelas de Mazarino y tal vez tres más en otro (corto) periodo, en octubre y noviembre de 1687. Para entonces todas las escuelas de los Estados del Duque en la diócesis habrían sido provistas. Por tanto, en cuanto se refiere a Mazarino, el contrato del 22 de septiembre de 1685 se había cumplido, y sus cuentas no mencionan más donaciones con este propósito después de noviembre de 1687.

Aunque se ha considerado la posibilidad, no es claro que esta forma-ción se haya dado en Reims. Ninguno de los primeros biógrafos se refiere a ello cuando hablan del propio centro de La Salle para maestros rurales que empezó (o continuó después de este primero) el año siguiente. Aun-que el Señor de La Salle era responsable de la formación, no tenía que ser realizada por él. Se puede pensar en Rethel como en un sitio muy apro-piado. El proyecto cumplió una de las primeras esperanzas puestas en esa fundación, y el encargado, el Hermano Nicolás Vuyart, era un maestro muy capaz. Lo que es cierto, por las sumas pagadas a él, es que la Salle no dirigió el centro, en dondequiera que estuviera, durante dieciséis meses.

El contrato original de agosto de 1685 había estipulado que los alumnos maestros serían “instruidos en todas las obligaciones correspondientes a un maestro de escuela”. Deberían ser capaces de extender en las poblacio-nes “la sana doctrina y moral cristiana, y los primeros principios de la vida ciudadana”. La referencia a la sana doctrina puede implicar que se tenía

64 Poutet I, p. 745, n.° 48.65 Boletín del Instituto, abril de 1963, p. 78.

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en mira la conversión de los protestantes. Puede ser también que Mazari-no, muy amigo de los jesuitas y de San Sulpicio, pensara en el Jansenismo. Se enseñaba el canto llano porque un maestro de aldea debía cumplir el papel de “clérigo” como cantor durante los oficios litúrgicos. Dos Herma-nos (solamente uno en el último contrato) debían enseñar el canto llano.

Fuera de la enseñanza del canto gregoriano, había un programa de es-tudios profanos que a primera vista parece muy limitado: era enseñar a “leer y escribir bien”. Pero esto tenía más implicaciones de lo que parece: porque la habilidad de leer y escribir bien quería decir adquirir una cierta perfección técnica que era muy valiosa para el hombre que era, no sola-mente el maestro de la localidad, sino la mano derecha del sacerdote y el amanuense de la parroquia. Acompañaba al sacerdote en todos los oficios de la iglesia y lo acompañaba cuando administraba los sacramentos a los enfermos, de día o de noche. Tenía cuidado de las campanas y del reloj de la población, establecía el registro de impuestos, guardaba los documen-tos de la parroquia, leía públicamente los actos administrativos y podía ser invitado a escribir cartas para la gente66. Además de leer y escribir, estaba el importante asunto de iniciar a los futuros maestros en el arte de educar cristianamente, aun cuando esto no era muy extenso. Iban a ser “formados e ilustrados en las verdaderas máximas de los pedagogos cris-tianos” y en “todas las obligaciones propias de la profesión de maestros”, lo cual implicaba alguna formación práctica. Es interesante la exigencia de que enseñen a los niños “los primeros principios de la vida ciudadana”, en otras palabras, cómo comportarse en sociedad, incluso en una aldea.

Consecuencias de esta fundación de Mazarino: una mirada al futuro

Es significativo que el contrato original determinó que ambas partes harían todo lo posible para asegurar la continuación de esta empresa. No tenemos medios de saber si Mazarino pagó honorarios hasta su muerte en 1713, para practicantes suyos, y si otros fueron preparados después de su muerte. Pero se entiende en la estipulación que La Salle seguiría siendo superior del “seminario” para maestros mientras fuera superior de los Hermanos. Además, a su muerte o renuncia, la comunidad elegiría a su sucesor. Mazarino tenía tanto interés en que su obra continuara, que si por alguna razón desaparecían los Hermanos, “el superior general de la Misión de San Lázaro de París”, es decir de los vicentinos, “escogería con sus asistentes a un superior que en conciencia fuera apto para gobernar

66 De hojas repartidas por el Hno. Léon Loraire durante las conferencias en la Sesión Interna-cional de Estudios Lasalianos, en Roma 1990-1991.

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la citada casa de Mazarino”. Los vicentinos eran entonces muy conocidos por su trabajo de dirigir misiones bien organizadas en parroquias rurales, y Mazarino consideraba que si los Hermanos de La Salle no podían estar disponibles, ellos eran los más indicados para escoger un superior que tuviera el bien de los pobres a pechos y alguna habilidad para formar maestros.

1687

Los maestros rurales de La Salle en Reims67

Que el centro para los maestros de Mazarino hubiera estado en Reims o no, La Salle, viendo la importancia de la obra, empezó durante el año de 1687 a recibir a jóvenes de las aldeas de la diócesis de Reims, escogidos y enviados por sus párrocos. El Hermano Bernardo escribe que varios sa-cerdotes de las parroquias rurales tuvieron conocimiento del bien que se estaba haciendo por las llamadas “Escuelas Cristianas”. Cuando el Señor de La Salle aclaró que por principio no enviaba menos de dos Hermanos a una localidad

varios de estos párrocos tuvieron la idea de enviarle los maestros y los jóvenes que ellos querían para la instrucción de los niños de sus parroquias para que los instruyera en la manera de enseñar bien a los demás. Este hombre de Dios los recibió caritativamente y los alojó en otra parte de la casa de los Hermanos. Le dio a un Hermano para que los preparara, tanto en piedad como en otras cosas necesa-rias a ellos, para cumplir bien sus obligaciones en las parroquias. Y, como allí tenían que cantar, les enseñaron canto llano. Dios bendijo tanto el cuidado que su siervo tomó de promover su gloria, que en poco tiempo esta segunda comunidad llegó a contar veinticinco per-sonas, entre las cuales reinaba una singular piedad y varios tomaron el hábito (de los Hermanos); los que regresaron a sus párrocos vivie-ron en el ejercicio de su ministerio con gran piedad y caridad, siem-pre considerando al Señor de La Salle como a su verdadero padre68.

Por fortuna, tenemos un corto relato del funcionamiento de estos cen-tros de formación por el propio Señor de La Salle, en la memoria que es-cribió sobre el hábito:

(En esta Comunidad) también se atiende a formar maestros para las escuelas rurales, en una casa separada de la comunidad, que se denomina seminario. Los que allí se forman solo permanecen unos

67 Bernard, pp. 85-86; Maillefer, pp. 80-81; Blain I, pp. 278-279.68 Bernard, pp. 85-86.

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años, hasta que están enteramente preparados, tanto en la piedad como en lo que atañe a su empleo. No tienen otro vestido que el que se lleva de ordinario en el mundo, salvo que es negro o al menos muy oscuro; ni se distinguen de los demás seglares más que por un cuello blanco y el cabello más corto.

Se les enseña a cantar, a leer y a escribir perfectamente; se los aloja, alimenta y se les lava la ropa gratuitamente, y luego se los coloca en algún pueblo o aldea para desempeñar allí el oficio de clérigo; y una vez colocados, no mantienen con la Comunidad otra relación que la de cortesía. Con todo, se les recibe para hacer retiros.

Es interesante observar que, como las Hermanas del Santísimo Niño Jesús y otras comunidades que hemos visto, él está dispuesto a recibir maestros seglares en la casa para retiros. Y este crecimiento espiritual era parte de su comprensión de la formación continuada de un maestro.

En la misma casa, se abre una sección para postulantes

En la época en que se recibían jóvenes de los alrededores de Reims y eran formados como maestros, se estaba formando otro grupo. Jóvenes de catorce años, parece, por consiguiente, que habían sido educados por los Hermanos o atraídos por su vida, pedían entrar a la comunidad en la calle Nueva. La Salle no los desanimó: los aceptó, pues por propia expe-riencia sabía que Dios puede llamar a alguien en temprana edad, y que sus buenas intenciones deben ser fomentadas y puestas a prueba en forma conveniente. Por otra parte, esta era la edad en esos tiempos de empezar el aprendizaje y la vida de trabajo de un adulto. Sabemos de Hermanos admitidos a los catorce o quince años69.

El Hermano Bernardo ofrece una narración detallada de este desarro-llo70. La relación sucinta de La Salle es como sigue:

En esta comunidad también se educa a muchachos dotados de inte-ligencia y disposición para la piedad, cuando se los juzga aptos, y que por propia voluntad se disponen a ingresar luego en la comu-nidad. Se les acepta desde los catorce años y más. Se los forma en la oración mental y en los demás ejercicios de piedad. Se los instruye en todas las materias del catecismo y se les enseña a leer y escribir perfectamente. Estos grupos de personas que se forman y educan en esta Comunidad tienen vivienda, oratorio, ejercicios, mesa y re-creación separados; y sus ejercicios son diferentes y proporcionados

69 CL 3, p. 32.70 Bernard, pp. 84-85.

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a la capacidad actual de su espíritu y a lo que deberán practicar en el futuro71.

Un claro ejemplo es el de un joven de quince años que en 1686 pidió entrar a la Comunidad. A causa de su poca edad lo invitó a unirse al gru-po de postulantes, que eran conocidos como “los Hermanitos”. Este joven tenía una gran sencillez y disponibilidad para la virtud. Fue admitido a la comunidad principal dos años después. Fue el Hermano Juan Henry; pocos años más tarde fue nombrado su director72.

De la existencia de este postulantado Poutet deduce la explicación del testimonio de La Salle según el cual los maestros principiantes recibían formación durante varios años73. Los postulantes de catorce o más años empleaban su tiempo como lo describe La Salle, por uno o más años, “por varios años” como él dice, progresando en lectura, escritura, instrucción religiosa y desarrollo personal, según una formación semejante a la de los Hermanos. Los que se daban cuenta de que esa no era su vocación pero es-taban inclinados a ir a alguna aldea como maestros casados, no tenían mo-tivo para ser rechazados; podían ser trasladados a un centro para alumnos maestros de aldea. Esto sería señal de que había otro centro de formación para jóvenes distinto del de Mazarino74.

En otras palabras, a la luz de la experiencia con la escasa preparación que había organizado para el Duque, La Salle pudo haber visto que era in-suficiente, que había un trabajo preliminar que atender. Más que aprender las estratagemas de la profesión, para él, la preparación de los maestros incluía estar perfectamente calificado para lo que se exigía, y aún más, de-sarrollar una personalidad centrada en el ideal cristiano. Por medio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, estaba diciendo esto en forma más elocuente. Esto fue lo que lo movió en primer lugar a la vista de los pri-meros maestros de Nyel. Ahora tenía libertad de desarrollar este ideal de formación según su propio genio. La planeación requería su permanencia en el centro durante varios años. Pudo haberle pedido al clero rural que le enviara sus candidatos lo suficientemente jóvenes para lo que él tenía pensado75. Su formación en el horario general, se aproximaría a la forma-ción de los postulantes.

Sobre estas comunidades que crecieron en los terrenos de la casa de los Hermanos en la calle Nueva, el Hermano Bernardo puede tener la última palabra. Es realmente su última palabra, las pocas líneas que concluyen el único manuscrito suyo que ha llegado hasta nosotros:

71 Memoria sobre el Hábito, CL 11, pp. 349-350.72 Blain II, Apéndice, p. 71.73 Poutet I, p. 690, n.° 14.74 Id., pp. 705-706.75 Blain I, p. 279.

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Y así, antes que el siervo de Dios viniera a establecerse en París, hubo en Reims tres comunidades, a saber: la de los Hermanos, la de los jóvenes de quienes hemos hablado, y esta última que se llamó el seminario de maestros; y estas tres comunidades comprendían cincuenta personas. Lo cual muestra suficientemente lo que fue la Providencia de Dios sobre su siervo, pues teniendo únicamente lo necesario para la manutención de los Hermanos, alimentó y sostuvo estas dos comunidades, sin que les hubiera faltado alguna vez lo que les era estrictamente necesario76.

Este centro de formación en Reims es considerado como la primera tentativa feliz de La Salle para atender a los maestros de las aldeas. Tener veinticinco estudiantes repartidos en varios años, animando de seis a ocho cada año, fue una proeza. Pero hemos visto que se había comprometido en otros tres intentos, el primero trató de unirlo a la escuela de Rethel ya en 1683 y tal vez en 1682, y el tercero realizado con éxito. Casi al principio de este llamamiento a cuidar de su comunidad, voluntariamente empeñó tiempo, viajes y peligros para emprender este trabajo paralelo. Su centro de Reims puede considerarse como la primera ocasión en que pudo es-tampar su sello en él. Que lo aceptó como parte de la misión de su Socie-dad, se desprende de las palabras citadas arriba: “(En esta sociedad) tam-bién se atiende a formar maestros para las escuelas rurales…”. Como en el caso de su comprensión de la naturaleza de sus escuelas, aquí también se muestra capaz de encontrar muy pronto una solución, y de responder a ella con maestría.

La comunidad de Château-Porcien desaparece

Cuando se habla de la asamblea de 1686 y de la que tuvo lugar en 1687, los primeros biógrafos del Santo de La Salle hablan solamente de otras tres comunidades fuera de Reims: no tienen conocimiento de la de Château-Porcien. Parece que desapareció en esta época. La Salle da la razón en su memoria sobre el hábito cuando dice que “los de esta comunidad deben distinguirse por su vestido de los clérigos”.

Ellos están todos los días en las parroquias, y sus escuelas ordinaria-mente están cerca de ellas; llevan a los niños para asistir a la Santa Misa y al oficio divino. Los párrocos no los tolerarían allí llevando mantos largos, sino que los obligan a usar la sobrepelliz y les en-cargarían funciones eclesiásticas, al menos cuando necesiten de su ayuda. Esto sucede a menudo porque tienen pocos clérigos en la mayoría de las parroquias de las ciudades; con frecuencia solamente hay un párroco o a lo sumo un coadjutor con él.

76 Bernard, p. 86.

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Los maestros estarán orgullosos de usar el sobrepelliz en las parro-quias, de estar allí entre el clero y ejercer funciones clericales. Y así fácilmente abandonarán el cuidado de sus niños en la iglesia, lo cual es, sin embargo, la única razón para que ellos vayan allá, y que de por sí es muy molesto a la naturaleza. Todo en este artículo obedece a la experiencia: Santiago, Laon, Château-Porcien77.

Alguna molestia debió surgir de la decisión de la Asamblea del Cle-ro en 1685 según la cual: “los maestros, que usan sobrepelliz, deben ser incensados en la iglesia y tener precedencia sobre los laicos, hasta antes de los Señores de sus parroquias”78. En otras palabras, eran considerados como clérigos en el amplio sentido del término, incluyendo a cualquiera que tuviera que ver con los servicios de la iglesia. La independencia de la enseñanza, cuando se refería a los hombres, no se conocía aún. No sabe-mos exactamente qué sucedió en Château-Porcien. La afirmación anterior de La Salle parece indicar que los Hermanos perdieron la cabeza con estos signos de dignidad. Esta primera deficiencia debe haber llevado al pun-to de la Regla de los Hermanos según el cual “no estaban autorizados a cantar (es decir, ser cantor en la iglesia), ni usar el sobrepelliz, ni cumplir ninguna función en la iglesia, excepto ayudar a misa rezada”79. Esto ya se citaba en la Memoria de 1690: “No pueden ejercer ninguna función ni usar sobrepelliz en la iglesia”80.

Hubo evidentemente un problema semejante en la parroquia de San-tiago en Reims, pero estando a la mano, y siendo más numerosa la comu-nidad de la calle Nueva, o La Salle pudo arreglar los problemas personal-mente, o el formidable ejemplo de renunciar a los honores de su canonjía fue poderoso y causó más impresión en los Hermanos. En Laon el Herma-no Gabriel Drolin se mantuvo firme, y el hecho de que Pedro Guyart fuera un amigo de La Salle hizo más fácil para él, en alguna visita o por carta, lograr que aceptara la importancia de la obra de los Hermanos.

Muerte del Hermano Mauricio

El 30 de abril de este año81 el Señor de La Salle perdió a uno de sus mejores Hermanos. El Hermano Mauricio no era de constitución fuerte, y la vida estricta de los Hermanos y sus propias austeridades lo debilitaron. En noviembre de 1686, sus pulmones se congestionaron y su condición empeoró rápidamente. Otro Hermano cayó enfermo al mismo tiempo. El

77 Cl 11, pp. 353-354.78 Ariès, p. 328.79 Capítulo I, art. 2°, CL 25, p. 16.80 CL 11, p. 353-35481 Blain I, p. 257; Aroz, CL 29, p. 100.

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Señor de La Salle consultó al señor Esteban Dubois, el médico de la fami-lia que había asistido a su padre en los últimos días. El doctor le dijo que el trabajo le sentaba mal y que debía salir de la comunidad y buscar otra ocupación. El Hermano Mauricio rehusó. La enfermedad duró seis me-ses y hacia el final se hizo muy dolorosa. Encontraba descanso dirigiendo continuamente sus pensamientos a Dios. Murió a la edad de 22 años y fue sepultado al día siguiente 1° de mayo.

El otro Hermano, que también fue afectado con tuberculosis, regresó a su familia, que lo cuidó con amabilidad. Murió tres meses después de haber dejado a los Hermanos. Cuando hacia el final, vio al lado de la cama la cara afligida de su madre, no pudo soportar. “Me rompe usted el co-razón”, le dijo a ella. “Si todavía estuviera entre los Hermanos, en vez de lamentos tendría oraciones”82.

Hubo otros que murieron en la flor de la juventud y con gran alegría para formar, como escribe Blain, “una nueva colonia en el cielo”. Cuando el párroco venía a administrarles los sacramentos, siempre se maravillaba ante estos jóvenes Hermanos tan dispuestos a dejar esta vida por el cielo. Una vez dijo en presencia de varios clérigos a un padre y a sus hijos que no podían comprender cómo el Señor de La Salle enviaba a trabajar a las escuelas Hermanos tan jóvenes: “No sé a quién admirar más, al Señor de La Salle o a sus Hermanos. He asistido en su muerte a un gran número de personas a quienes he administrado los Sacramentos; es asombroso que nunca he visto a nadie, aun a los ochenta años, morir con tanto valor y resignación como estos Hermanos”. Hablaba de más de treinta años de experiencia pastoral.

La Salle no ahorraba nada para restablecer la salud de sus Hermanos enfermos, pero cuando Dios disponía otra cosa, mostraba por su calma y su aspecto lleno de paz que estaba seguro de su felicidad. Cuando los veía morir o le traían las informaciones, decía: “Demos gracias a Dios. Hay uno más en el cielo”. Con tantas muertes no era fácil mantener las escue-las funcionando. Si ninguna se cerró, fue porque un número suficiente de candidatos tocaban a la puerta83.

82 Id., pp. 255 al final-257; Poutet I, p. 725.83 Id., pp. 257-258.

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EL PROBLEMA DE LOS HERMANOS CON UNO DE LOS SUYOS A LA CABEZA. EL SEÑOR DE LA SALLE RENUNCIA A LA DIRECCIÓN PERO ES OBLIGADO A VOLVERLA A TOMAR 84

La renuncia de las riquezas, hecha por La Salle, ocasionó un cambio profundo en la naturaleza de sus relaciones con sus Hermanos y de su obediencia hacia él85. Mientras proporcionó los dineros para su subsisten-cia, era un rico que empleaba a maestros pobres y aunque empleara sus riquezas para dotar sus escuelas, permanecía en la posición de un emplea-dor. Pero cuando dio todas sus riquezas a los pobres quedó tan impoten-te como ellos para iniciar una nueva fundación. Dejó de ser el hombre a quien la posesión de riquezas pone a la cabeza de una empresa, y fue en-tonces el líder escogido libremente como director espiritual por razón de sus cualidades como persona. “Habiéndose hecho financieramente inútil a los maestros”, escribe Poutet,

era, como un modelo a seguir, más indispensable que nunca. Si hu-biera decidido dar sus riquezas para dotar las escuelas, habría sido una renuncia evangélica para él, pero no habría cambiado sus rela-ciones con ellos. Es difícil medir la estabilidad con que se beneficia-ron todos con ello en cierto grado. Una obediencia de empleados era reemplazada por una sumisión en la cual el deber de la justicia abrió paso a la admiración mezclada con el afecto. Una cristianización del espíritu de comunidad tuvo lugar alrededor del Fundador.

Antes de hacer el voto de obediencia el domingo de la Santísima Trini-dad, en 1686, los Hermanos habían elegido a quien obedecerían. Escogie-ron a La Salle. A la luz de lo expuesto antes, fue una elección libre de La Salle como un hombre de valores, uno de ellos. Igualmente pudieron ele-gir a cualquiera otro, y si él desapareciera, podían elegir un sucesor. Esta fue una garantía para el futuro. Este tener a uno de ellos como superior era de importantes consecuencias. La Salle iría pronto a París, no solamente a encargarse de una escuela, sino a hacerlo el centro de su pequeña socie-dad. La comunidad de Reims necesitaría un nuevo superior dependiente. Lo cual en sí mismo sería un nuevo desarrollo. Pero La Salle ya se había dado cuenta de la importancia de un Hermano como superior de la nueva sociedad. Aunque era sacerdote, podía ver el trabajo de las Escuelas Cris-tianas como él las entendía, no podía ser un dominio clerical, y se requería una sociedad laical gobernada por sí misma. Debió de orar mucho sobre estos asuntos durante su retiro en el Carmelo cerca de Louviers. Luego

84 Bernard, pp. 74-79; Maillefer, pp. 76-79; Blain I, pp. 201-207; Poutet I, pp. 735-736.85 Poutet I, p. 734.

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convocó a los Hermanos a un retiro asamblea muy probablemente de Pen-tecostés a la Trinidad, 1687, que ese año comprendía de 18 a 25 de mayo (en materia de fechas es posible una alternativa, a saber, que entonces se celebró la primera asamblea, y la segunda el mismo año durante las vaca-ciones de verano, al tiempo de su retiro86). El único tema fue la cuestión de tener a uno de ellos como superior, no solamente de Reims, sino de toda la pequeña sociedad. La pequeña asamblea aceptó el peso de los argumentos de La Salle, y en la elección que siguió, el Hermano Enrique L’Heureux obtuvo la mayoría de los votos.

Muerte de Nyel87

Los Hermanos terminaron su retiro probablemente el 25 de mayo y regresaron a sus escuelas. El 31, exactamente un año después de la muerte del Padre Barré, falleció Adriano Nyel a la edad de 66 años. Cuando re-gresó a Ruan en 1685, a pesar de su edad fue de nuevo contratado, según ya se dijo, como “superintendente de los pobres de la ciudad”. Además de su trabajo de las cuatro escuelas, su trabajo en el Hospicio —donde era ayudado por tres maestros— seguía un duro horario: levantada de los maestros a las 4:30, de los niños a las 5:00. A las 5:30 oración, a las 6:00 Misa, a las 7:00 trabajo en las clases (no había desayuno para los ni-ños antes de 1753); 8:00 Lectura y escritura, 9:00 Estudio del catecismo, 10:00-11:00 Trabajo. 11:30 Almuerzo vigilado por los maestros. 1:00 p.m. Rosario, recitación del catecismo mientras otros leían y escribían bajo la dirección de maestros auxiliares. 4:00 Trabajo, 7:00 Comida, 8:30 Oración de la noche en el dormitorio88. No es sorprendente que Nyel estuviera ago-tado después de nueve meses. Con frecuencia debió mirar atrás recordan-do su vida más creativa y ambulante en Reims y en otras ciudades como Rethel, Guisa y Laon. En sus últimos días pudo tener la satisfacción que ciertamente había servido a los hijos de los pobres de una manera efectiva; que lejos había un santo y organizador que aseguraría la continuación del trabajo que él empezó. Pudo sonreír ante el camino que él, Nyel, le había preparado.

La noticia de la muerte de Nyel llegó a Reims. Nyel había significado mucho para las Hermanas del Niño Jesús. Cuando la Salle supo la noticia de su muerte la sintió mucho y mandó que se rezaran oraciones por el des-canso de su alma. Él mismo las rezó en privado y en público, quiso que la iglesia de las Hermanas del Orfanato luciera de negro y él mismo celebró

86 Bernard, p. 74.87 Bernard, pp. 68-69; Blain I, p. 282.88 Poutet I, pp. 529-531.

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una misa solemne. Invitó a todos los Hermanos a comulgar a intenciones del fallecido y a llevar a todos los alumnos. Esto se hizo con mucho fervor y decoro89.

Otro nombre que aparece en esta época, al menos en la corresponden-cia de La Salle, es el de Carlos Démia, aunque la evidencia es al revés: el nombre de La Salle aparece en el diario de Démia. La Salle evidentemente había oído hablar de Démia, y le pidió copias de sus Amonestaciones y de sus Reglamentos escolares. Démia anota en 1687:

“La Salle de Reims me ha pagado por la compra de libros un cuádru-plo” (un doblón español, equivalente a 80 libras). Y más tarde el mismo año: “De La Salle, fundador de las escuelas pobres de Reims, por medio de Roger, me pagó un cuádruplo español por la compra de libros que tengo que enviarle por medio del Padre Des Marais (Paul Godet des Marais) a la pequeña comunidad de San Sulpicio según la lista dada a Comba (un vendedor)”. La Salle había pedido estos libros porque estaba preparán-dose para ir el mes de febrero siguiente a encargarse de la escuela de San Sulpicio. El Roger mencionado era un comerciante de París; fue tal vez el Luis Rogier que sirvió como intermediario más tarde cuando La Salle se preparaba a abrir en 1708 un centro de formación para maestros rurales en San Dionisio.

El Señor de La Salle obedece con gran respeto al Hermano Enrique L’Heureux90

Entretanto, en la comunidad de Reims, “se vio a este santo sacerdote obedecer a un simple Hermano”, escribe Bernardo,

con tanta humildad, sumisión y respecto, que causaba admiración a cuantos veían esto… Esta santa persona se sometía a no hacer nada sin antes haber obtenido permiso de su superior. No salía a decir misa sin haber obtenido verbalmente permiso de hacerlo. Se ofreció también a barrer los cuartos de la casa; pero no eran ofrecimientos de fórmula, algo tan común en personas que solo se ofrecen a hacer cosas humildes para ser dispensadas de hacerlas... Un día, cuando los Hermanos estaban en recreo después de la comida, oyó que al-guien le decía al Hermano Superior que uno de los sitios más sucios de la casa necesitaba limpieza. En seguida, este hombre verdade-ramente humilde en palabras y obras se ofreció para ir y limpiarlo. Creyendo que tenía el permiso se fue inmediatamente a buscar los instrumentos que necesitaba para hacerlo y ya los tenía en las manos cuando el Hermano Superior vino y le dijo muy respetuosamente

89 Bernard, pp. 68-69.90 Bernard, pp. 74-75, 76-79; Maillefer, pp. 76-79; Blain I, pp. 264-267; Poutet I, pp. 735-736.

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que nadie le había mandado que hiciera una cosa tan indigna de su carácter (sacerdotal), y que tuviera la bondad de no hacerlo.

Pero este santo hombre no se contentaba con edificar a sus Herma-nos con ejemplos de sumisión y regularidad: él practicaba continua-mente actos de humildad en su presencia; se inclinaba hasta para besar sus pies, para pedirles perdón y servirles en todo y en todas partes. Lo vieron postrarse a los pies del Hermano Superior para acusarse de sus faltas y pedirle una penitencia. Si se humilló de esta manera ante sus Hermanos, no lo hizo menos delante de sus amigos cuando venían a visitarlo y no temía hacerles saber que no podía hablarles sin permiso. Esto sucedió un día cuando varios canónigos y amigos suyos vinieron a visitarlo. Porque ellos observaron que no quería hablarles sin haber obtenido permiso, algo que los asombró enormemente91.

El Señor de La Salle es obligado a reasumir el puesto de Superior. Implicaciones

Otras personas que eran muy conocidas de él

se quejaron abiertamente de su conducta, diciéndole que no conve-nía a un doctor y menos aún a un sacerdote someterse a un simple Hermano, a lo cual el siervo de Dios solamente respondió con una amable sonrisa. El asunto, sin embargo, se extendió en toda la ciu-dad. Varias personas se quejaron ante los superiores eclesiásticos acerca de la manera de proceder del Señor de La Salle, creyendo que ofendía su carácter humillándose de este modo. Y así se vio obliga-do por el Vicario General, con gran pesar suyo, a ocupar de nuevo el puesto de superior que había dejado con tanta alegría; lo cual ale-gró mucho a los Hermanos, y especialmente el Hermano Enrique L’Heureux, que se sentía avergonzado de ver a esta santa persona humillarse de semejante manera92.

Cuando el nuevo Superior de la pequeña sociedad fue elegido, él era efectivamente el Superior de La Salle en cuanto se relacionaba con la socie-dad. Esto no era simplemente una satisfacción académica para él; aceptó el hecho como parte de su vida. También necesitaba mostrar a sus Her-manos que el nombramiento de uno de ellos como superior no era una mera formalidad. Y por esta razón no tomó medidas a medias. Era la hu-mildad en el sentido de vivir la verdad de la nueva situación. La Salle no era un hombre servil, sino ciertamente humilde o trataba de serlo. La clase

91 Id., pp. 74-75, 78.92 Id., p. 78.

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de obediencia meticulosa que practicaba hoy nos parece cruel. Estaba de acuerdo con la tradición monástica de destrucción de sí mismo que se remonta a san Benito y quería oponerse a las exageraciones personales de muchos de los monjes del desierto. El tema se verá más adelante.

Cuando el Señor de La Salle recibió la orden de reasumir el puesto de superior, su plan de mantener separados los papeles de director espiritual y cabeza de la comunidad sufrió un contratiempo debido a la interferencia inspirada por el sentido de la dignidad clerical.

Le Tellier y su Vicario General no lo consideraron así. Su representan-te no tenía que ser solamente el confesor sino también el superior de la comunidad. Ellos estaban acostumbrados a nombrar a los superiores eclesiásticos de las comunidades religiosas femeninas, y no aceptaban tratar de manera distinta a los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

La organización del gobierno de los Hermanos de las Escuelas Cristia-nas quedaba, pues, paralizada en 1687 por la intervención de las auto-ridades diocesanas que, en unión con el capítulo de la catedral, con la burguesía y la nobleza, no tenían intención de ir contra la opinión pú-blica para la cual el sacerdocio era una ‘dignidad’ incompatible con la obediencia al superior de una comunidad que continuaba siendo un ‘simple’ laico. Esta opinión en la burguesía, en el “presidial” o entre las autoridades de la ciudad, difícilmente estaba de acuerdo con las renuncias sucesivas del antiguo canónigo. En Reims, la presión social era demasiado fuerte para permitir alguna vez a La Salle, sacerdote, doctor en teología, pedir permiso a un plebeyo93.

No había violado los derechos de nadie, ningún artículo del Derecho Canónico. Una elección libre, legítima en una pequeña comunidad había sido anulada; los planes de La Salle para su sociedad retrocedían veinte años.

Algunos hechos en 1687 ilustran la austeridad de La Salle consigo mismo. Algunas buenas noticias de Rethel

Blain refiere94 en relación con el género de vida de La Salle: “El Her-mano que entonces dormía en la misma pieza observaba que pasaba una parte de la noche en oración, y la otra sobre una puerta que había en la alcoba, la cual le servía de cama, en la que tomaba un corto descanso, sin colchón ni siquiera de paja”.

93 Poutet I, p. 736. [No se encuentra en el original].94 Blain I, pp. 269-270.

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El mismo Hermano, que era director de la misma casa, afirma que lo vio pasar la Semana Santa en un continuo ayuno. Desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Pascua se abstuvo de todo alimento excepto el Jueves Santo cuando, después de celebrar los sagrados misterios, tomó un pedazo de pan y un vaso de agua; pues no era su costumbre tomar vino, y prácticamente no se bebía entonces en la casa en Reims, la ciudad de Francia donde el vino es muy abundante y de excelente calidad.

Pasó toda la Semana Santa en contemplación y oración, recluido en su cuarto que dejaba únicamente para decir misa. Este cuarto estaba tan vacío y desprovisto de todo que no tenía ni una silla para sentar-se. De modo que cuando ya no podía arrodillarse, tenía que sentarse en el borde de un miserable camastro que era el único mueble del cuarto. El buen Hermano, testigo de la prolongada abstinencia de su Superior, hizo todo lo posible para conseguir que la mitigara, pero no pudo lograrlo. Tal vez el Señor de La Salle lo lamentó el Domin-go de Pascua porque cuando llegó al comedor con los demás para la comida de la noche su estómago, al que había prestado tan poca atención, incapaz de soportar ningún alimento, lo devolvió inme-diatamente después de tomarlo.

El 1° de julio de este año llegó una prometedora noticia de Rethel. El Señor Bajot dio al Señor de La Salle otra casa, junto a la primera, adquirida por Remigio Favart. Era “una casa situada en Mazarino (es decir, Rethel-Mazarino), calle de Montboyel para unirla a la adjudicada a Remigio Fa-vart, a fin de formar de dos casas una sola, y que tendría el mismo uso, la fundación de las Escuelas gratuitas y cristianas para niños”95. Eviden-temente la escuela estaba funcionando bien bajo Nicolás Vuyart, y ahora exigiría otro Hermano. Se compró otra casa vecina en 1695, y La Salle com-pró otras, todas unidas, una en 1704 y otras dos en 1717.

El Señor de La Salle cambia su plan; preparará al Hermano Enrique L’Heureux para el sacerdocio96

El hecho de que las cosas empezaban a agitarse en relación con la aven-tura de París hizo necesario que La Salle pensara en un superior que se encargara de la comunidad de Reims cuando él se alejara. Cualquier Her-mano elegido para ocupar su puesto en Reims, siendo un laico, estaba en peligro de ser reemplazado por intervención clerical con un sacerdo-te. En consecuencia, se fijó una línea de acción diferente de la que hasta

95 Del archivo sobre Rethel en los Archivos de los Hermanos, Roma, citado en Aroz en CL 26, p. 273.

96 Blain I, pp. 270-271; Maillefer, pp. 98-99.

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entonces había seguido tras la experiencia de Nyel y de su obra. Decidió preparar al Hermano Enrique L’Heureux para el sacerdocio. Esto alejaría el peligro de su suplantación. Si más tarde los Hermanos elegían a otro de ellos mismos para cabeza de la comunidad por motivos distintos a la dirección de las conciencias, a nadie lo molestaría. Pero, según Blain, su intención iba mucho más lejos. “En el plan para estructurar su instituto, había sido considerado el esquema de tener un sacerdote en cada casa principal para confesar a los Hermanos y decirles la misa”97. Hasta enton-ces, La Salle había sido llevado, aun contra sus inclinaciones, por personas como Nyel, la Señora de Croyères, o había colaborado de buena gana con los proyectos del Duque de Mazarino. Había dejado que la Providencia le mostrara el camino. Esta vez, a causa de la presión clerical y social, estaba ensayando un plan personal. ¿No debía haber esperado en la Providencia? Los peligros eran grandes: un sacerdote en la comunidad más fácilmente estaría tentado de abandonar la desagradable tarea de mantener en orden y enseñar a los niños sin educación; el énfasis puesto en su tiempo, en la eminente dignidad de un sacerdote tan distinto y por encima del laico no ayudaría a la vida de comunidad. Pero especialmente, sería difícil para al-guien enseñado a valorar sobre todo la administración de los sacramentos, apreciar la enseñanza de elementos profanos a niños pobres como parte de un ministerio de importancia básica para la Iglesia. Uno se pregunta si La Salle estaba convencido de que su nueva línea de acción era la más segura. Pero tenía que hacer algo en una situación peligrosa para la vida de sus comunidades.

El Hermano Enrique L’Heureux era un hombre de muchas cualida-des personales y un hombre inteligente. Había estudiado en el colegio solamente por poco tiempo, por eso aunque sabía algo de latín, no estaba bastante preparado para estudiar teología con profesores que enseñaban en latín. “Este Hermano era inteligente y tenía tal facilidad para el estu-dio que en menos de dos años estuvo listo para estudiar teología y con tanto éxito que asombraba a sus compañeros”98. “La Salle lo envió a estu-diar teología con los Canónigos Regulares de la abadía de San Dionisio en Reims”99. La Salle estaría en París antes de que esto hubiera terminado y parece que pensaba hacerle terminar los estudios en la Sorbona, pues más tarde lo llevó a París “para recibir las órdenes sagradas”.

97 Blain I, p. 271.98 Ibíd.99 Maillefer, pp. 98-99.

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Un Hermano cae enfermo en Guisa y es curado cuando la Salle lo visita100

En el mes anterior “en lo más intenso del calor del verano” tuvo lugar un acontecimiento bastante extraordinario. Blain da los detalles:

En 1687, el primero de los Hermanos, que dirigía la escuela de Guisa, cayó enfermo de gravedad. Después de recibir los santos sacramen-tos, desahuciado y abandonado de los médicos, esperaba únicamen-te entregar su alma a Dios en paz: pero antes de hacer el viaje a la eternidad, experimentó el extremo deseo de ver a su buen padre. El deseo del paciente era piadoso y legítimo, pero no era fácil de satis-facer, porque hay dieciocho leguas de Guisa a Reims y se necesitaba tiempo para hacer el viaje. La solución adoptada para apresurar el alivio del enfermo fue enviar a alguien a Laon, que está a mitad del camino entre Guisa y Reims, con una carta dirigida a los Hermanos informándolos del hecho y pidiéndoles enviar inmediatamente otro mensajero a su superior para darle cuenta del deseo del Hermano. El primer mensajero llegó hacia las cuatro de la tarde. El Hermano N…, que todavía vive y es uno de los autores de las memorias que sirvieron para componer esta obra, salió inmediatamente de Laon para Reims y llegó al día siguiente a mediodía.

Con la misma diligencia salió el Señor de La Salle, en compañía del mismo Hermano a la una de la tarde, durante el gran calor del ve-rano, cubierto con la pesada capa que era su vestido todo el tiempo que vivía en la ciudad de su nacimiento, y que abandonó en París únicamente por órdenes de los superiores eclesiásticos, para tomar de nuevo el manto largo. El tenía, del mismo material corriente y barato, una sotana de la cual nunca se desprendió, y que solamente le llegaba a media pierna, con el pobre cinturón de lino cuando via-jaba a pie, cubierto además con un cilicio lleno de púas que era su habitual vestido y que lo incomodaba tanto que difícilmente podía inclinarse, como se vio por la dificultad que tuvo para recoger su pañuelo cuando se le cayó en el camino. Y sin embargo, hizo siete leguas a pie en este vestido de penitencia con el durísimo calor de un sol ardiente. Pudo al menos librarse del peso abrumador de su capa entregándola a su joven compañero de viaje para que la llevara; pero no era hombre que buscara comodidad para sí, aún menos de conseguirla a expensas de otro.

Durante este penoso viaje su sangre se calentó tanto en sus venas y se agitó tanto que perdió mucha por las narices. El único descanso que buscó fue en la oración. En todo el camino no hizo otra cosa que suspirar y levantar los ojos al cielo. Allí dirigía su corazón sus deseos y donde prometía a su cuerpo satisfacción por sus dolores y fatiga.

100 Blain I, pp. 276-277.

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Al acercarse a una aldea donde la noche lo obligó a detenerse, rezó el rosario en voz alta con el joven Hermano que estaba con él. Des-pués de descansar un poco en una pobre morada salió a las tres de la mañana. Pero no llegó a Laon más temprano, aunque solo había tres leguas de distancia de esta ciudad a la aldea en donde había dormido, porque se demoró mucho tiempo rezando su breviario y haciendo paradas de devoción en el camino. Porque de cuando en cuando se detenía cerca de algún árbol y se arrodillaba para des-ahogar su alma delante de Dios y entrar en mayor unión con Él. Tal vez el cansancio y agotamiento del día anterior no lo dejaron en situación de seguir adelante. Por eso los Hermanos, muy oportuna-mente, le consiguieron un caballo mientras estaba en el altar, pues su primer cuidado al llegar a Laon fue celebrar la Santa Misa. Con la ayuda del caballo llegó sin demora a Guisa. El enfermo estaba a las puertas de la muerte, pero a la vista de su buen Padre que lo abrazó tiernamente, pareció volver a la vida. Él efectivamente dijo en ese momento que estaba curado. Ciertamente, unos pocos días más tarde lo vio fuera de peligro, restablecido en su salud y capaz de continuar en la clase.

1688

El Arzobispo Le Tellier procura mantener a La Salle en su diócesis101

Mientras La Salle esperaba una petición final expresa de San Sulpicio, y preparaba su partida, el Arzobispo Le Tellier tuvo conocimiento de ello. Estaba muy al tanto del bien que hacían las tres escuelas de los Hermanos en Reims, de las excelentes escuelas de Rethel y de Guisa. Tenía excelen-tes informes de miembros del clero rural y de la buena preparación de los jóvenes que habían enviado a la calle Nueva. Estaba impresionado y sin duda avergonzado de la santidad y singularidad de propósito de su antiguo canónigo. Sin duda, imaginó que un procedimiento autoritario no era lo correcto. Fue extrañamente más diplomático que en ocasiones anteriores.

“Buscó un medio de conservarlo en su diócesis, que fue ofrecerle sus servicios y dineros para dotar comunidades, con la condición, sin embargo, de que no se establecería en ninguna parte fuera de la diócesis de Reims, como había insistido con las Hermanas llamadas “de los huérfanos”. “Es interesante saber que esta vez no hubo “insistencia”.

101 Bernard, pp. 63-64; Maillefer, pp. 78-79; Blain I, pp. 284-285.

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Después de que el hombre de Dios oyó el discurso y los generosos ofrecimientos de su gran prelado, le expresó los agradecimientos muy humildemente por la bondad que le manifestaba, excusándose en virtud de la promesa que había hecho al párroco de San Sulpicio, de enviarle dos Hermanos para dirigir las clases en su parroquia y la necesidad que él tenía de ir con ellos102.

En forma igualmente diplomática, con otras palabras, el Señor de La Salle le decía NO. Le Tellier entendió lo que él quería decir y tuvo que dejarlo en su idea. Pero en términos de obtener lo que quería, había fra-casado.

Y de esta manera, de nuevo hacia París y definitivamente103

En algún momento del año nuevo, llegó la esperada petición del Señor Baudrand, coadjutor de La Barmondière. En vista de lo cual el Señor de La Salle salió hacia el 20 de febrero con dos Hermanos y llegó a París el 24 de febrero de 1688; fueron hospedados en la casa de la escuela. Parece que hay un gran espacio entre la invitación final y la partida de La Salle. Pero el hecho de que salió en medio invierno muestra que estaba listo a ir una vez que ningún problema lo detenía en Reims. Buscó para su nueva sociedad una mayor independencia que si permanecía en esta ciudad, y tenía esperanzas relativas al bien que sus escuelas podrían realizar en la parroquia más extensa de París104. Once años pasarían antes de que él pu-diera ver que esto empezaba a ser realidad. Si hubiera sabido lo que le es-peraba le habría faltado el ánimo, como dijo más tarde, y no habría tocado la empresa con la punta del dedo.

102 Bernard.103 Maillefer, pp. 62-63; Blain I, p. 287.104 Poutet I, p. 737.

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EPÍLOGO

CREANDO UN NUEVO ESTILO PARA LA PROFESIÓN DOCENTE

Si hubiera pensado que por el cuidado, de pura caridad, que me tomaba de los maestros de escuela me hubiera visto obligado alguna vez a vivir

con ellos, lo hubiera abandonado… Por este motivo aparentemente, Dios, que gobierna todas las cosas con sabiduría y suavidad,

y que no acostumbra a forzar la inclinación de los hombres, queriendo comprometerme a que tomara por entero el cuidado de las escuelas, lo

hizo de manera totalmente imperceptible y en mucho tiempo; de modo que un compromiso me llevaba a otro,

sin haberlo previsto en los comienzos.

El Señor de La Salle, es claro por la historia de su siglo, no apareció repentinamente como un mago en un escenario educativo vacío y sacó del aire todas las respuestas. Había un amplio movimiento en la Iglesia y en la sociedad para dar una mejor educación a las masas. Pero él fue un gran innovador dentro de ese movimiento. Porque lo que todavía se necesitaba crear era una sociedad de maestros cristianos formados y dedicados toda la vida a trabajar “juntos y por asociación”, que por su cohesión y amor a los pobres, fueran llevados a abandonar métodos anticuados e inútiles para ellos.

Fue pues en un momento oportuno cuando el Espíritu Santo movió el corazón de un joven canónigo burgués para lanzarlo en su rebaño con un grupo voluntario de jóvenes maestros de los pobres que evidentemente necesitaban orientación. Él se manifestó como alguien que los sirvió con total dependencia del manejo divino de los acontecimientos y de las direcciones interiores del Espíritu, con total determinación y grandes poderes de organización.

Cuando murió, su obra estaba incompleta pues todavía no tenía apro-bación pontificia ni existencia legal. La última fue otorgada gradualmente. En Roma, pacientes negociaciones llevaron a presentar la Supplica, la petición formal de reconocimiento —empleando la terminología de la

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subsiguiente Bula—. Fue firmada por el Papa Benedicto XIII el 26 de ene-ro de 1725. El documento auténtico en pergamino fue sellado con el sello de plomo, un mes más tarde, el 25 de febrero1, y es una de las formas más solemnes del sello pontificio. Presenta a los Hermanos de las Escuelas Cristianas a la Iglesia Católica como un Instituto religioso de votos sim-ples en que la profesión de la enseñanza constituía una de sus actividades más características. Ningún miembro de la sociedad podía ser sacerdote o aspirar al estado eclesiástico. Esto no es una restricción ni un rechazo, sino parre de la definición de una nueva vocación en la Iglesia y una sociedad completamente original dentro de ella: un Instituto de maestros cuya pro-fesión se incorporaba a la vida consagrada.

El total significado de la obra de La Salle solo se vería después de algún tiempo, cuando su Instituto se extendió. Antes de la Revolución Francesa más de 900 Hermanos de las Escuelas Cristianas a través de Francia, ase-guraban —junto con otros— la difusión de la educación cristiana, pero el antiguo método ineficiente de enseñar a las clases más pobres de las ciu-dades y aun de clase mercantil se veía más y más como anticuado. En la Revolución ellos perdieron todo y se diseminaron. Pero se recobraron de nuevo. Después de un siglo su número llegaba a 10.000 en Francia y otros 5000 en muchos países del mundo. Cruelmente sacudidos en Francia fue-ron desterrados de la enseñanza en ese país en 1904, el Instituto se recobró y se extendió posteriormente por todo el mundo, conservando el espíritu de los venerados textos pasados.

Buscando actualizar su interpretación de la fidelidad a su Fundador fueron estimulados por el Concilio Vaticano Segundo, un esfuerzo que en un sentido los ha puesto en crisis. De ser entonces más de 16.000 Herma-nos, son ahora menos de 8000, aún en un proceso de renovación interior y de adaptación al mundo contemporáneo y a la educación. Su historia, aún en vida de su Fundador, se vio envuelta en una repetición de crisis y nuevo crecimiento. El Instituto siempre ha sabido aprender de los con-temporáneos y ser apoyado por ellos, además de estar listo a avanzar en nuevos campos pedagógicos. Su interés en sus años de fundación y desde entonces en participar sus puntos de vista con otros maestros (como de aprender de los mejores) es probablemente desarrollar nuevas clases de apoyo y compañerismo con la más amplia profesión docente.

Cuando empezaron hace tres siglos, fueron los Hermanos de las Escue-las Cristianas quienes hicieron el esfuerzo de llevar adelante la renovación de la educación de los pobres, o la deprimida mayoría trabajadora de las ciudades, y luego de la nueva clase comercial, contra rutinas establecidas o intereses creados, o contra la idea que veía la salvación de los pobres

1 CL 10, pp. 286-287.

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solamente en la educación religiosa. Desde entonces, muchos institutos similares, junto con ellos han extendido y diversificado ese trabajo en mu-chas partes del mundo y han ayudado a formar los ideales de una profe-sión docente en desarrollo. Hoy, la educación en diferentes países está en manos de profesiones docentes de alcance nacional. En la Iglesia Católica, los maestros en general, como están comisionados por los obispos en cada diócesis para educar según los principios católicos, llevan a cabo el minis-terio laical cuya existencia y verdadero significado revelaron La Salle y sus Hermanos.

Juan Bautista fue declarado Santo por la Iglesia Católica el 25 de mayo de 1900, y Patrono principal de los maestros católicos en 1950. Fue él quien dio efectivamente a la profesión su sentido de dedicación, sus ideales y su dignidad comparados con lo que encontró, empezando primero con hacer frente a las necesidades de los más pobres y desfavorecidos de la sociedad. En el mundo desarrollado de hoy estos desfavorecidos todavía existen, y en el mundo constituyen cuatro quintas partes de la humani-dad. Poblaciones enteras esperan aún los fundamentos elementales de la supervivencia. Pero no solo de pan vive el hombre. Es necesario ofrecer con bondad y respeto la Buena Nueva de Jesucristo mediante la educación para una vida humana completa.

Cristo mismo tomó como su programa estas palabras del profeta Isaías:

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagradopara llevar la buena noticia a los pobres;me ha enviado a anunciar libertad a los presosy dar vista a los ciegos;a poner en libertad a los oprimidos;a anunciar el año favorable del Señor2.

2 Lucas 4, 18-19. Ver Isaías 61, 1-2.

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BIBLIOGRAFÍA

PRIMEROS BIÓGRAFOS DE LA SALLE

Bernard Hno. Bernard: Conducta admirable de la Divina Providencia, en la persona del venerable servidor de Dios, Juan Bautista De La Salle, sacerdote, Doctor en Teología, antiguo Canónigo de la Iglesia Cate-dral de Reims e Institutor de la Sociedad de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, dividida en cuatro partes, 1721. [Traducción del Hno. José María González Ruana, y, posteriormente, por el Hno. José María Valladolid].

Maillefer Francisco Elías Maillefer: vida del Sr. Juan Bautista De La Salle, sacerdote, doctor en teología, antiguo canónigo de la iglesia catedral de Reims e Institutor de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, 1723. [Traducida y publicada por el Distrito de Bogotá y, mucho más tarde, por el Hno. José María Valladolid].

Blain I, II. Vida del Padre Juan Bautista de La Salle, fundador de loa Her-manos de las Escuelas Cristianas. Por el Señor***. Tomo I. Tomo II, 1733. El autor es el canónigo Juan Bautista Blain. El texto en francés está publicado en CL 7 y CL 8. [Existe una traducción reciente del Hno. José María Valladolid].

Los Cahiers Lasalliens (o Monumenta Lasalliana), serie de textos originales, estudios y documentos relativos a San Juan Bautista de La Salle y a los primeros años de su Instituto, editados por varios miembros del Instituto desde 1959.Hasta la fecha, hay 51 volúmenes. Se han estudiado o consultado los

siguientes:CL 2, 3 Los votos de los Hermanos de las Escuelas Cristianas antes de la

Bula de Benedicto XIII. Primera Parte. Segunda Parte. [Traducción del Hno. José María Valladolid].

CL 4, 6, 7, 8 Texto de los primeros biógrafos.CL 11 F. Maurice-Auguste. L’Institut des Fréres des Écoles chrétiennes à

la recherche de son statut canonique: dès origines (1679) à la bulle de Benoît XIII.

CL 12 Juan Bautista de La Salle: Meditaciones para todos los domingos del año con los evangelios de todos los domingos. Meditaciones sobre

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las principales fiestas del año. [Existen varias traducciones al espa-ñol, entre ellas una edición latinoamericana hecha por el Distrito de Bogotá. Principalmente las Obras Completas por el Hno. José María Valladolid].

CL 13 Juan Bautista de La Salle: Meditaciones para los días del retiro para uso de todas las persona que se ocupan de la educación de la juven-tud, y en particular, para el retiro que hacen los Hermanos de las Es-cuelas Cristianas durante las vacaciones. [Igual información anterior].

CL 14 Juan Bautista de la Salle: Explicación del método de oración. [Id.].CL 15 Juan Bautista de la Salle: Colección de diferentes trataditos para uso

de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. [Id.].CL 16 FF Maurice-Auguste et José Arturo. Contribution à l’étude des

sources du «Recueil de différents petits traités».CL 19 Reglas de cortesía y urbanidad cristiana para uso de las Escuelas Cris-

tianas. [Traducción del Hno. José María Valladolid en Obras Completas].CL 20, 21 Juan Bautista de La Salle: Deberes del cristiano para con Dios y

medios para cumplirlos debidamente. Deberes del cristiano I (texto seguido) Deberes del cristiano II (por preguntas y respuestas). [Tra-ducción del Hno. José María Valladolid en Obras Completas].

CL 22 Juan Bautista de La Salle: Del culto exterior y público que los cris-tianos deben tributar a Dios y de los medios para realizarlo. Deberes III. [Traducción del Hno. José María Valladolid en Obras Completas].

CL 24 Juan Bautista de La Salle: Guía de las Escuelas Cristianas. Edición comparativa del manuscrito de 1706 y del texto impreso de 1720. [Traducción del Hno. José María Valladolid en Obras Completas].

CL 25 Juan Bautista de La Salle: Práctica del reglamento diario. Reglas comunes de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Regla del Her-mano Director de una casa del Instituto. [Traducción del Hno. José María Valladolid en Obras Completas].

CL 26, 27 F. León de María Aroz. Les Actes civils de la famille de saint Jean-Baptiste de la Salle. Tome I. Tome II.

CL 28, 29, 30, 31 Jean-Baptiste de La Salle: Compte de tutelle de Marie, Ro-se-Marie, Jacques-Joseph, Jean-Louis, Pierre et Jean-Remy, ses sœurs et frères, fils mineurs de Louis de La Sallle (1625-1672) et de Nicole Moët de Brouillet (1633-1671). Transcrita, anotada y presentada por el Hno. León María Aroz.

CL 32 F. León María Aroz: Gestion et administration des biens de Jean-Louis, Pierre et Jean-Remy de La Salle, fréres cadets de Jean-Baptiste de la Salle d’après le compte de tutelle de Maître Nicolas Lespagnol, leur tuteur.

CL 35, 36, 37, 37(1) F. León María Aroz. Volúmenes I, II, III, IV de: Les Biens-fonds des Écoles chrétiennes et gratuites pour les garçons pau-

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Juan Bautista de La Salle: la educación libera a los pobres

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vres de la ville de Reims au XVIIIème siècle. Biens acquis par Jean-Baptiste de La Salle et ses successeurs immédiats.

CL 38 F. León de María Aroz: Nicolas Roland. Jean-Baptiste de La Salle et les Soeurs de l’Enfant Jésus de Reims.

CL 41(1), 41(2), 42 F. León María Aroz. Jean-Baptiste de La Salle. Docu-ments bibliographiques. 1625-1758, vol. I, vol. II. 1670-1715, vol. III.

CL 47 F. Jean-Guy Rodrigue. Contribution à l’étude des sources des “Mé-ditations sur les principales festes de l’année”.

CL 48 Hno. Yves Poutet. Juan Bautista de la Salle en lucha con su tiempo. [Existen varias traducciones en español].

CL 50 Hermanos Miguel Campos y Michel Sauvage. Explicación del Mé-todo de oración de san Juan Bautista de La Salle.

CL 51 F. León María Aroz: Jean-Baptiste de La Salle. Exécuteur testamen-taire du feu M. Louis de la Salle, son père.

OTRAS FUENTES PARA LA VIDA Y OBRA DE JUAN BAUTISTA DE LA SALLE

Poutet I: Yves Poutet, Docteur-ès-lettres. Le XVIIe siècle II et les origines lasalliennes. Recherche sur la genèse de l’œuvre scolaire et religieu-se de Jean-Baptiste de La Salle. Tommes I et II, Rennes, Imprimeries réunis, 1970.

Rigault I: Histoire générale de l’Institut des Frères des Écoles chrétiennes. Paris, Librairie Plon. Tome I. [El Hno. José Martínez tradujo la obra al español. No se ha publicado. Se encuentra en: http://www.sallep.net/sjbs].

Lucard: F. Lucard. Vie du Vénérable Jean-Baptiste de La Salle. Rouen, 1874. También: Annales de l’Institut des Frères des Écoles chrétien-nes. Tome I. Paris, 1883.

Ravelet Armand Ravelet: Histoire de Saint Jean-Baptiste de La Salle, 1874. [Traducida al español por el Hno. Miguel Febres Cordero].

Guibert: Jean Guibert, Histoire de Saint Jean Baptiste de La Salle, pous-sielge, 1900. [Hay traducción en español].

Félix-Paul: Les lettres de Saint Jean-Baptiste de La Salle, edition critique, Paris, 1954. [Fue traducida al español].

Battersby, W. J. St. John Baptist de La Salle. St. Mary’s College Press, Wi-nona, 1965.

Boletín des Écoles chrétiennes, 1953.Burkhard, Leo C.: Parménie, Greboble, 1980. [Está traducido por el Hno.

Edwin Arteaga Tobón].Compayré, Gabriel: Charles Démia et les origines de l’enseignement pri-

maire, Paul Delaplane, Paris, n. d.

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Alfred Calcutt

xxx

Dames de Saint-Maur Archives, Paris: autres textes relatifs à nos origi-nes; Possitio for the cause of Beatification, Parts I and II; Quelques Pages de notre Histoire. Sommaire de la Vie de N. Barré, from the Positio. Textes fondateurs.

Démia, Charles: “Remontrances…” as in Faillon’s Vie de Démia, Institu-teur des Sœurs de Saint Charles, Lyon, 1829.

Demouhy, Patrick: Reims, Ville Royale, Rheims Tourist Centre, 1988.Desportes, Pierre: Histoire de Reims, Privat, 1983.Grèzes, Henri de: Vie du R. P. Barré, 1892.Hollande, Maurice: Trésors de Reims, Michaud, Reims, 1961.Pellus, Daniel: Reims, ses rues, ses places, ses monuments, Horvath, 1977.Pungier, Jean: Jean-Baptiste de La Salle: le message de son catéchisme,

Rome, 1984.Regla de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, Roma, 1987.

FUENTES PARA LA FRANCIA DEL SIGLO XVII Y OTROS TEXTOS DE TRASFONDO HISTÓRICO

Atiès: Philippe Ariés: L’Enfant et la vie familiale sous l’Ancien Régime, Seuil, Paris, 1973.

Boinet, Amédée: Les Églises Parisiennes, vol. II, Ed. de Minuit, 1982.Briggs, Robin : Early Modern France 1560-1715, OUP, 1977.Chartier, etc.: Chartier, Julia et Compère: L’Éducation en France du XVIIe

au XVIIIe siècle, SEDES, Paris.Deville, R.: La escuela francesa de espiritualidad. [Traducción del Hno.

José María Valladolid, y de los PP. Monfortianos de Colombia].Devin, Josette: Paris de Toujours, Pierre Waldelfe, 1968.Dictionnaire du Grand Siècle, Fayard, 1990.Evelyn, John: Evelyn’s Diary and Correspondence. Cavendish edition,

Warne and Co., London, 1818.Friedmann, A.: Paris, ses rues, ses parroisses, Plon, 1959.Goubert, Pierre et Daniel Roche: Les Français de l’Ancien Régime, vol. II,

Armand Colin, Paris, 1982.Guide historique des rues de Paris, Hachette, 1965.Hillaret, Jacques: Dictionnaire historique des rues de Paris, Ed. de Minuit,

1961.Jedin, Hubert: History of the Church, vol. VI, Ch. 1, Crossroads, New

York. [Existe en español].Joly, Claude: Traité historique des écoles épiscopales et ecclésiastiques,

1678.La France: Paris, Bassin parisien, Pays de Loire, Larousse, 1973.Paris: Albin Michel, 1971.

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Juan Bautista de La Salle: la educación libera a los pobres

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Lis and Soly: C. Lis and H. Soly: Poverty and Capitalism in Prfeindustrial Europe, Harvester Press, 1979.

Lough, John: Introduction to Seventeenth Century France, London, 1954.Mallia-Malines, Victor: Louis XIV and France, series Documents and De-

bates, Macmillan, 1986.Mettam, Roger (ed.): Government and Society in Louis XIV’s France, Mac-

millan, 1977.Mousnier, Roland: Paris au XVIIe siècle, «Les Cours de Sorbonne», Centre

de Documentation Universitaire, 1960?New Catholic Encyclopedia, McGraw-Hill, 1966. [Existe en español].Nortel, Jean Pierre: Saint-Germain-des-Près.Pennington: Seventeenth Century Europe, Longman, 1970.Poutet, Yves: Guide Lasallienne, Paris.Sédillot, René: Survol de l’Histoire de France, Arthème Fayard, 1955.Simon, Bernard: Guide du Pèlerin 2 : Paris, Chartres, Versailles.Wilhelm, Jacques: La vie quotidienne des parisiens au temps du Roi So-

leil: 1660-1715, Hachette, 1977.Williams, E. N.: The Ancien Régime in Europe, Pelican Books, 1972.

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ÍNDICE TEMÁTICO

AA, 102, 139, 140, 142, 160Acarie, Madame, 61, 76, 77Alais (Alès), 46, 71, 563, 564, 701-704,

720, 732, 736, 758, 771, 774-776, 788, 789, 801, 802, 850

Albert, Hno., 640, 642Alcaldía, municipio, concejo munici-

pal, 5, 20, 24, 34, 35, 38, 40, 41, 48, 58, 106, 120, 123, 125, 137, 143, 162, 179, 197, 198, 203, 206, 212, 215, 226, 512, 516, 553, 561, 594, 623, 678, 697, 698, 748, 749, 755, 758-761, 771-773, 782

Ana de Austria, ver Reina Regente 9, 18, 21, 71, 306

Arnaud, Angélica, Madre, 86Asamblea de Hermanos, General u

otra, 54, 60, 84, 88, 167-169, 201, 245, 266-269, 282, 283, 286, 315, 353, 369-371, 374, 375, 377, 382, 393, 440, 495, 615, 650, 670, 713, 739, 755, 759, 813, 818, 824, 837, 845-847, 849, 852, 857, 861, 868, 870, 874

Aubert, Francisco, 744, 782, 791, 793 Aubéry, Luis, 744-748, 754Aviñón, 380, 402, 412, 439, 441, 448, 525-

527, 559-563, 571, 575, 601, 605, 606, 609-611, 619, 621-623, 628, 677-679, 684, 686, 690, 692, 695, 697, 701-703, 714, 715, 734-738, 754-759, 763, 770, 771, 789, 795, 801, 803, 827, 847, 848, 851, 861, 865, 867, 897

Bachelier de Gentes, Pedro, 6Banquieri, Antonio, 605, 606, 610, 684Barberini, Cardenal Antonio, 27, 30, 48,

66, 98Barberini, Cardenal Antonio (tío del

anterior), 48, 734Barouillère, Calle de la, 689, 694, 709,

713, 726, 740, 831, 839Barré, Nicolás, xii, 77, 80, 102, 103, 105-

107, 130, 137, 141-148, 150, 153-157, 159, 164, 168, 174, 187, 188, 190, 211, 212, 218, 219, 235, 237-239, 241, 243, 259, 267, 268, 271, 286, 340, 354, 509, 589, 662, 777

Bartolomé, Hno., xvii, 373, 374, 376, 402, 426, 440, 520, 619, 681, 739-741, 752, 753, 760, 767, 769, 770, 776, 777, 783, 789, 805-807, 809-813, 816, 818, 819, 824, 827-833, 836, 839, 842, 843, 845, 846, 848-870, 873, 876, 881, 883, 888, 890, 891, 894, 896-898

Bastilla, 305, 306, 313, 314, 573, 766Basville, Nicolás de Lamoignon, 564,

565, 772, 773Batencour, Santiago de, 103, 318, 326,

327, 354, 443, 450, 453, 455-459, 462, 468, 473, 484-486, 582, 641

Baudrand, Henri, 130, 271, 294, 319, 320, 332-340, 342, 344, 345, 358, 359, 360, 367-369, 390, 391, 498, 515

Baüyn, Santiago, 81, 130, 348, 391

San Juan Bautista de La SalleImagen de José de Jesús Cervera "Makabeo"

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Belsunce, 779, 795Benedictinas, 54, 618Bernardino, Hno., 771, 797, 801-803, 851Bérulle, Cardenal Pedro de, 61, 62, 72,

75, 77-82, 234, 333, 417, 423, 555Béthune, Armand de Béthune-Cha-

rost, 512, 513, 516, 642, 681Beuvelet, Mateo, 51, 52, 65, 101Bimorel, Lorenzo de, 139, 141-143, 149,

150Boloña (Boulogne), 742, 748, 749, 760,

842, 843, 845, 851, 855, 886Boulet, 695-697, 752Bourdoise, Adriano, 50, 51, 62, 65, 75, 93,

103, 104, 144, 161, 327, 354, 651, 858Bourlier, 686, 687Brest (ver Guipavas), 491, 602, 619, 623Bretonvilliers, Alejandro le Ragois de,

73-75, 359Bricot, 356, 342, 552Brou, Enrique Paul Agustín Feydeau

de, 809-812, 818, 819, 825, 828, 830-834, 837, 839, 840

Calais, 69, 407, 507, 512, 513, 515, 516, 525, 527, 553, 554, 556, 575, 623, 624, 628, 681, 713, 719, 749, 760, 786, 838, 839, 842, 843, 845, 851, 886-888

Calle Nueva, 34, 38, 41, 56, 97, 177, 191, 204, 206, 207, 212, 215, 216, 222, 224, 229, 231, 263, 265, 280, 281, 283, 293, 347, 365, 502, 514, 515, 885

Callou, Santiago, 130, 219, 229, 233, 236, 237, 243

Calvinistas (Hugonotes), 46, 328, 564, 675, 701, 704, 772, 773, 776, 787

Camisardos, 564, 702, 704, 711Canadá, 62, 90, 271, 509, 513, 862, 867,

868-870Canel, Claudio, 71, 683, 684, 714Canónigos Regulares de las Escuelas

Pías, 569, 570, 601Capuchinos, 52, 54, 61, 67, 76, 90, 213,

234, 517, 733, 734, 737, 787Casa de Filippis, 733Cevenas, 46, 160, 563-565, 696, 701,

702, 705, 758Charmel, Conde de, 388Charoste, Duque de, 624Chartres, 255, 474, 491, 497, 507, 508,

511, 512, 518, 527, 530, 543, 547, 552, 557, 605, 607, 616, 619, 620, 628, 658, 677, 713, 714, 725, 729, 730, 739, 743, 760, 807, 826, 839, 849, 850, 870-873, 879

Château-Blanc, M. de, 526, 560, 561, 605, 610, 622, 754

Château-Porcien, xi, 198, 202, 206, 207, 212, 225, 229, 236, 256, 263, 282, 283, 339, 761

Châtelet, 306, 311, 315, 500, 540, 580, 581, 583, 584, 586, 587, 590, 616, 629, 694, 713, 765, 766, 768

Clément, Juan Carlos, 721Congregación de la Doctrina Cristiana,

567Colbert, Juan Bautista, 37Colbert, Santiago Nicolás, 71, 604Collège des Bons Enfants, 22Compagnon, M., 169, 237, 249, 250,

271, 315-320, 342

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Juan Bautista de La Salle: la educación libera a los pobres

Compañía del Santísimo Sacramento, 89-91, 103, 138, 139, 143, 152, 164, 328, 526, 679, 683, 693, 746, 778, 779, 782

Condé, Príncipe de, 18, 19, 46Condren, Carlos de, 62, 72, 77, 78, 90,

234Coüet, Bernardo, 606, 879, 880Cristóbal, compañero de Nyel, 176,

180-182, 199, 201, 263, 264, 617Croyères, Madame de, 178-182, 185,

207, 291Damas de San Mauro (Llamadas en

París Hnas. De Barré), xii, 153, 157, 498

Damas Grises, 150Darnétal, 139, 147, 149, 150, 152, 174,

589, 594, 596, 599, 604, 606, 614, 619, 628, 679, 713, 760, 851, 852

Démia, Carlos, 102, 103, 142, 143, 154, 162-169, 260, 287, 317, 318, 354, 442, 457, 545, 641, 683, 686, 687, 745, 746, 814

Descartes, René, 80Deshayes, Luis, 589, 590, 594-596Dijon, 139, 140, 154, 155, 474, 615, 616,

623, 628, 636, 685, 686, 715, 747, 748, 754, 760, 770, 786, 829, 851, 897

Dirección espiritual, 75, 76, 106, 111, 144, 145, 156, 182, 195, 233, 234, 262, 353, 375, 384, 412, 610, 687, 772, 869

Divers, M., 560, 566, 567, 588, 609, 610, 732, 733

Dorigny, Nicolás, 126, 177, 178, 180, 181

Dozet, canónigo, 10, 24, 30, 50, 51, 54, 55, 66, 214

Drolin, Hno. Gabriel, 42, 256, 257, 263, 264, 266, 269, 271, 276, 283, 346, 348, 356, 373, 376-378, 380, 501, 513, 527-529, 559, 560, 565-571, 577, 587, 589, 592, 593, 596, 597, 599, 601, 602, 604-606, 608-612, 619, 620-622, 628, 629, 675, 679, 681, 682, 684, 685, 688, 690-694, 698, 699, 717, 732-738, 756, 777-785, 798-800, 837, 840, 841, 846, 848, 851, 861, 862, 866-870, 896, 897

Du Lac de Montisambert, Hno. Clau-dio, 826, 828

Du Roure, Vicente, 772, 773Duval, Francisca, 106, 125, 146, 147,

174, 176, 178, 179, 259, 272Egan, Daniel, 67, 95Enrique L´Heureux, Hno., 271, 272,

276, 286, 287, 288, 290, 291, 321, 335, 340, 345, 346, 347, 366

Escritos de La Salle: Sobre el Hábito, 216, 337, 345, 346, 379,

517Leer en francés antes de leer en latín,

59, 60, 62, 65, 66, 68, 70-72, 75-79, 80, 87, 94, 101, 102, 113, 118, 132, 142, 153, 162, 169, 183, 188, 192, 220, 230, 234, 237, 238, 261, 271, 278, 287, 293, 294, 307-309, 314, 315, 328, 333, 334, 337, 339, 340, 348, 350, 351, 359, 362, 386, 391-393, 397, 417, 440, 441, 487, 498, 500, 508, 512, 519, 531, 536, 539-543, 574, 577,

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Alfred Calcutt

578, 585, 587, 589-591, 594, 605, 616, 629, 632, 656, 683, 687, 688, 695, 703, 713, 729, 632, 656, 683, 687, 688, 695, 703, 713, 729, 632, 656, 683, 687, 688, 695, 703, 713, 729, 745-747, 809, 811, 818, 830-835, 839, 855, 865-869, 881, 892

Sobre el centro de formación de San Dionisio, 718

Escuela francesa de espiritualidad, 77Escuelas de Caridad, 138, 149, 150,

162, 164, 165, 181, 223, 225, 258, 314, 327, 329, 330, 333, 442, 495, 499, 501, 510, 546, 562, 578, 582, 584-587, 592, 595, 607, 629, 631, 634, 712, 744, 746, 748, 760, 782, 795, 871, 872

Escuelas Pontificias, 568, 609, 717España, 4, 17, 20-22, 38, 39, 42, 61, 89,

199, 391, 563, 570, 650Familia de La Salle:Juan-Luis, xviii, 56, 93-95, 97, 101, 114,

116, 118, 191-194, 206, 217, 220, 227, 230, 231, 238, 250, 260, 261, 514, 708, 757, 796, 844, 858, 862, 883-885

Juan-Luis, (fallecido temprano), 28Lancelot, 4Luis, 3-8, 19, 22, 24, 28, 36, 66, 95-98,

115, 186, 218, 344, 346María-Ana, 10Moëts, 3, 5, 29, 37, 68, 95, 343, 760Nicolasa, 3, 5, 6, 9, 22, 28, 96, 364Pedro, 35, 93, 95-97, 101, 116, 191-193,

238, 239, 393, 514, 590, 708, 757Perrette Lespagnol, 95

Remigio, 9, 10, 93, 95, 97, 99, 100, 114, 116, 128, 191-193, 238, 239, 708, 757, 843, 844, 858, 862, 883, 885, 891

Rosa-María, 10, 28, 55, 93, 98, 99, 106, 114, 115, 189, 206, 214

Simón, 7, 8, 28, 30, 31, 36Simón y Rosa, 9Faubert, Juan, 206, 231, 258, 514Faubert, Pedro, 202, 203Favart, Francisco, 206, 207Favart, Remigio, 207, 226, 290Fiacre, Hno. Tomás, 855, 897Fieschi, Lorenzo, 561, 610, 611, 684Fleury, Claudio, 651, 652Fontainebleau, edicto de, 250, 515Formación de maestros, 192, 238, 256,

868Frappet, Carlos (Hno. Tomás), 342Galicanismo, 24, 46, 76, 82-85, 89, 91,

202, 381-383, 575, 656, 794Garde-Châtel, La, 140, 272, 277Gergy, Languet de, 615, 747Godet des Marais, Pablo, 71, 287, 379Gran Cartuja, 30, 140, 816, 827Grainville, Madame de, 146-148Gravières, 771, 772Grenoble, xviii, 30, 71, 159, 663, 682,

683, 684, 706, 714, 715, 732, 736, 754, 786, 800, 804, 805, 814, 815, 816, 817, 820, 821, 822, 823, 825, 827, 828, 829, 835, 836, 837, 851

Gualtieri, José Francisco, 692Guerras: con España; De 30 años; La

Fronda; De la liga de Ausburgo, 4, 17, 17, 20, 21, 38, 381, 838

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Page 331: Juan Bautista de La Salle: la educación libera a los pobres. TOMO I

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Juan Bautista de La Salle: la educación libera a los pobres

Guipavas, 602Guisa, 10, 46, 47, 48, 153, 189, 190, 191,

211, 121, 213, 215, 216, 236, 248, 256, 264, 269, 271, 286, 292, 293, 628, 680, 712, 713, 751, 752, 760, 851

Guyon de Crochans, José de, 735Hambruna, 47Hermanas de la Cruz, 159, 574, 591, 745Hermanas del Niño Jesús de la Provi-

dencia, 105Hermanos de las Escuelas Cristianas,

xi, xvii, xviii, xx, xxiv, 173, 187, 204, 206, 222, 224, 235, 247, 255, 259, 260, 267, 281, 289, 323, 334, 338, 339, 353, 356, 357, 370, 379, 380, 400, 402, 403, 405, 411, 412, 472, 509, 521, 530, 554, 562, 563, 574, 578, 586, 624, 631, 632, 649, 661, 669, 671, 687, 688, 691, 697, 710, 713, 715, 752, 758, 760, 768, 772, 788, 801, 807, 823, 824, 836, 839, 840, 846, 853, 854, 856, 859, 860, 864, 869, 876, 881, 882, 889, 892

Hábito, 216, 238, 246, 247, 265, 268, 279, 281, 379, 471, 507, 517, 552, 556, 571, 603, 712, 728, 743, 756, 784, 788, 827, 828, 835, 840, 867, 869

Hermanos sirvientes, 496, 516-518, 625, 707, 855, 874, 882

Nombre, 222-224Primeros Hermanos, ix, 263, 270, 360,

442, 471, 527, 787Reglamento diario, 73, 200, 369Se retiran, 556

un Hermano como superior, 245, 285, 799, 845

Votos específicos, 370, 380Hermanos del Santo Niño Jesús (de

Barré), 154, 155, 247Hijas de la Unión Cristiana, 159, 160, 787Hijas de Santa Genoveva, 157, 327Hilarión, Hno., 680 Hospicio General, 5, 39, 56, 58, 104,

105, 106, 137, 139, 140, 142, 150, 151, 152, 164, 175, 179, 214, 259, 515, 683, 699, 748, 749, 761

Hospital General, 56, 57, 58, 104, 125, 137, 138, 140, 695

Hôtel de la Cloche, 7, 886Houdemare, Srta., 149Huchon, 742-744Hugonotes, ver calvinistas, 45, 46, 81,

251, 469, 510, 515, 516, 524, 545, 546, 564, 703, 704

Inventario a la muerte de Luis de La Salle, 6, 95, 96, 98, 99

Ireneo, Hno., 826, 827, 866Irlandeses, jóvenes, 67, 491, 492, 495,

497, 625Isidoro, Hno., 559, 786, 788, 795, 803,

830Jacobo II, 381, 491-493, 495Jacquot, Hno. Juan, 263, 264, 373, 376,

378, 402, 852, 855, 859, 862 Jansenismo, 46, 76, 80, 81, 82, 83, 84,

85, 87, 88, 89, 91, 178, 381, 383, 425, 463, 508, 520, 575, 656, 765, 792, 793, 796, 876, 884, 886

Juan Enrique, Hno., 351, 496, 502, 531

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Page 332: Juan Bautista de La Salle: la educación libera a los pobres. TOMO I

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Juan Francisco, Hno., 236, 263, 265, 334Junta de los Pobres, 214, 258, 259Jesuitas, 6, 16, 22-25, 28, 49, 53, 61, 62,

71, 75-77, 79, 80, 83, 84, 86, 88, 90, 102, 139, 142, 144, 159, 177, 190, 196, 278, 337, 369, 406, 412, 416, 417, 470, 545, 551, 568, 571, 594, 605, 610-612, 646, 650, 679, 695, 703, 722, 731, 734, 744

Joly, Claudio, 325, 329-333, 499, 545, 546, 581, 584

La Barmondière, 75, 76, 230, 236, 237, 250, 271, 294, 309, 315, 317-320, 332, 334, 390, 532

La Bussière, Claudio, 588, 592, 593, 596, 601, 609, 620-622, 629, 733, 736, 737

La Chétardye, Joaquín Trotti de, 392, 493, 494, 498, 500, 502-505, 520, 531, 532-535, 538-540, 542, 543, 553, 556-558, 572, 574, 578, 583, 585, 591, 592, 597, 607, 615, 628, 629, 632-636, 689, 709, 717, 728, 747, 755, 799, 805, 809, 812, 818, 825, 830, 832, 834, 855

La Cocherie, de, 749, 842, 843 La Fage, Madame de, 695, 696La Grange, Carlos de, 536, 538, 540,

721La Haye, Antonio de, 102, 145, 146,

147, 174La Salle, Juan Bautista (ver familia, es-

critos):Accidentes, administrador y organi-

zador, 126, 139, 188, 259, 531, 599, 600, 699, 700, 850, 881

Canonjía, 21, 26, 29, 30, 102-111, 120, 218, 219, 229-234, 236, 238, 253, 273, 283, 319, 347, 364, 514, 530

Crisis personales, 93, 94, 129, 187, 305, 336, 341, 347, 366, 763, 796-799

Curaciones atribuidas a sus oraciones, 530

Destituido, reinstalado, 542, 552, 553, 721

Doctorado, 24, 65-67, 128, 183Enfermedades, 343, 344, 346, 599, 600,

698, 725, 820, 821, 888-890, 895Mortificación, 131, 134, 186, 248, 252,

262, 361, 362, 405, 511, 554, 555Oración, 53, 54, 73, 77, 95, 108, 111, 129,

133, 218, 221, 222, 224, 229, 248, 262, 272, 360, 369, 399, 415-419, 421, 422, 462, 659, 741

Reglas que me he impuesto, 273-275Retrato físico y psicológico, 130, 131Temprano crecimiento espiritual, 132-

135La Trémouille, 257, 735Lambert, de La Motte, Pedro, 139, 140,

158, 272Lambert, Luis, 584Languedoc, 46, 90, 153, 160, 526, 563,

675, 695, 696, 702, 758, 772, 838Laon, 98, 140, 190, 211-216, 234-236,

248, 249, 254-258, 264, 265, 269, 270, 271, 276, 277, 283, 286, 292, 293, 347, 348, 350, 352, 377, 378, 386, 527, 530, 531, 535, 596, 628, 677, 713, 751, 752, 760, 776, 807, 837, 851, 884

Le Cœur, Anne, 106, 146, 147, 174, 259

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Juan Bautista de La Salle: la educación libera a los pobres

Le Puy, 392, 519, 685-687, 695Le Tellier, Carlos Mauricio, 49, 67, 98,

110, 122-125, 127, 176, 196, 228, 230-232, 252-254, 256, 257, 289, 293, 294, 319, 325, 514, 618, 760, 795, 808, 865

Leschassier, 76, 387, 393, 513, 519, 542, 543, 574, 685-687, 696, 868-870

Lespinay, Juan, 80, 148Lespinay, Michel, 154Lestocq, Margarita, 146-148Los Vans, 788, 850Luis XIV, xv, xx, 9, 21, 27, 31, 36, 37, 47-

49, 67, 77, 84, 88, 90, 111, 137, 154, 157, 196, 201, 250, 306, 307, 309, 310-312, 366, 380, 392, 491, 493, 510, 511, 516, 553, 565, 598, 632, 641, 677, 692, 743, 758, 763, 792, 793, 807, 838, 839, 869

Lozart, Hno. Juan, 248, 263, 264Lyon, 37, 71, 102, 142, 162-165, 167-169,

442, 526, 528, 535, 560, 641, 644, 683, 685-689, 731, 744, 746, 754, 791, 808, 829, 835

Mâcon, 731, 732, 736, 754, 759, 760, 761, 762

Maestro del Rione, 608, 609, 681Marsella, 69, 140, 407, 622, 623, 676-

679, 681, 682, 702, 703, 746, 756, 757, 763, 768, 770, 774, 776, 778-783, 786, 788-797, 799-801, 804, 851

Martineau, Luis, 695, 829, 830-833Matías, Hno., 690, 961, 697, 753Medardo, Hno., 786, 788, 795, 801Mende, 160, 518, 559, 563, 565, 685,

686, 690, 691, 694-699, 701, 720, 731,

732, 736, 751, 752, 753, 754, 757, 774, 775, 777, 786-789, 800-804, 812, 816, 828-831, 850, 882

Mérinville, 730, 807, 872Miaczinski, 756, 783, 847Montmartin, Ennemond Alleman de,

Moulins, 715, 814, 828Nicolás Bourlette, Hno., 256, 257, 263,

264, 266, 271, 276, 352, 527, 596Noailles, Cardenal Luis Antonio, 71,

161, 384, 391, 395, 491, 493, 497, 538, 590, 805, 818, 819, 825, 828, 839, 840, 886

Nyel, Adriano, 137, 139, 140-143, 149-151, 155, 164, 174-182, 184-189, 190, 191, 194, 195, 197-199, 201, 205, 207, 211-213, 215, 216, 222, 224, 226, 234, 235, 249, 254-260, 267, 272, 281, 286, 291, 341, 346, 442, 589, 594, 604, 607, 613, 614, 699, 770

Olier, Juan Santiago, 62, 71-73, 75, 78, 88, 90, 103, 158, 160, 234, 314, 333, 340, 357, 358, 417, 503, 542, 867

Onésimo, Hno., 712, 713Oratorio, 62, 65, 72, 77, 78, 233, 280,

383, 453, 471, 545, 567, 741, 774Otto Cantoni, 609, 612, 733París:Calle del Bac, 157, 320, 321, 331, 627,

632Calle de Charonne, 573, 582-585, 587,

589Calle Princesa, 307, 308, 315, 320, 321,

331, 332, 334, 335, 336, 342, 358, 360, 362, 365-367, 390, 394, 397, 474, 487,

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xl

Alfred Calcutt

491, 492, 515, 586, 587, 596, 599, 618, 627, 629, 689, 694, 709, 719, 741

Calle San Plácido, 394, 627En tiempos de La Salle, 303-672Ver también, La Chétardye, Pequeñas

escuelas, de Brou, La Salle depues-to y reinstalado, Hermanos de las Escuelas Crisitianas, Hermanos que se retiran...

Parlamento: de París, de Normandía, de Tolosa, Grenoble, 18, 19, 24, 68, 71, 83, 87, 88, 90, 115, 125, 137-140, 145, 148, 214, 253, 307, 311, 325, 330, 332, 333, 499, 500, 538, 540, 564, 580, 581, 583, 584, 590, 597, 598, 605, 607, 629-632, 675, 683, 689, 706, 723, 725, 748, 766, 770, 793, 809, 824, 872, 873

Parmenia, 821, 822, 825, 826-828Partois, Hno. Juan, 236, 373, 376, 378,

597, 616, 731Pascal, Blas, 88Patio de los Milagros, 306Paz Clementina, 89, 792Pequeñas Escuelas, 107, 867Pirot, M., 533-536, 538, 541 Plácido, Hno., 751, 836, 837Poncio Thiseux, Hno., 385, 386Pontcarré, Pedro Camus, 605, 607, 612,

700, 706, 809, 841, 842, 882Port-Royal, 85-89, 498, 545, 793Postulantes, 280, 281, 321, 335, 343,

358, 359, 364, 368, 394, 496, 532, 533, 726, 753, 782, 810, 832, 836, 866, 867

Poullart des Places, Claudio Francisco, 722

Reina Regente, Ana de Austria, 9, 18, 19, 111

Remigio, san, xviii, 4, 6, 9, 10, 13, 17, 33, 34, 52, 53, 79, 126, 128, 206, 224, 225, 229, 275, 452, 741

Rethel, 20, 35, 68, 195-198, 202, 203, 207, 211, 212, 215, 216, 218, 225-229, 239, 251-254, 256-258, 264, 266, 277, 282, 286, 289, 290, 293, 321, 347, 350, 360, 361, 365, 523, 527, 531, 575, 590, 628, 837, 892

Richelieu, Cardenal, 17, 61, 68, 77, 81, 86, 87, 306, 307

Ricordeau, 779, 781, 783-785Rigoley, Claudio, 615, 616, 685, 686Rigoley, Francisco, 686, 687, 747Ripetta, 528, 529Rogier, 123-125, 287, 721, 763, 766-768,

858, 859, 865Roland, canónigo Nicolás, 120-130,

134, 137, 142, 143, 146, 147, 157-159, 164, 173, 174, 176-179, 186, 187, 202, 207, 214, 218, 231, 234, 239, 241, 253, 254, 259, 268, 325, 369, 370, 413, 442, 545

Roma, xi, xii, 6, 33, 34, 48, 49, 60, 67, 68, 76, 89, 109, 140, 200, 206, 257, 262, 273, 278, 290, 337, 366, 374, 380, 384, 402, 410, 447, 491, 495, 526-530, 559-561, 566-571, 575, 577, 587-590, 592, 593, 596, 597, 601, 602, 605, 606, 608, 610-612, 620, 621, 623, 650, 658, 673, 675, 684, 688, 699, 710, 717, 732, 733, 738, 750, 756, 762,

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Juan Bautista de La Salle: la educación libera a los pobres

779, 781, 784, 793, 799, 800, 827, 847, 853, 855, 865, 887, 891, 897

Ruan, xv, xviii, 58, 71, 80, 102, 105-107, 131, 137-149, 151, 153, 154, 156-159, 164, 174, 178, 181, 184, 190, 201, 211, 213, 224, 229, 234, 235, 238, 245, 254, 259, 272, 277, 286, 335, 378, 402, 487, 511, 530, 559-561, 566-571, 575, 577, 587-590, 592, 593, 596, 597, 601, 602, 605, 606, 608, 610-612, 620, 621, 623, 650, 658, 673, 675, 684, 688, 699, 710, 717, 732, 733, 738, 750, 756, 762, 779, 781, 784, 793, 799, 800, 827, 847, 853, 855, 865, 887, 891, 897

San Lorenzo in Lucina, 588, 589, 608, 612, 685, 733

Saintenot, 604Sapienza, 568, 569, 609, 783San Casiano, 496, 497San Dionisio, 49, 67, 103, 287, 291, 315,

335, 518, 718, 724, 722-724, 757, 760, 762, 763, 765, 787, 795, 802, 803, 805, 816, 818, 819, 821, 851, 856, 882

San Francisco de Sales, 61, 76, 85, 98, 234, 417, 640, 641, 693, 829, 878

Saint Germain-en-Laye, 381, 491, 492, 494

San Hilario, 2-4, 146, 510, 729San Hipólito, 498, 505, 513, 525, 542,

578, 585, 587, 592, 597, 602, 603, 724, 8667, 868, 898

San Lorenzo (Grenoble), 715, 814, 817, 820

San Lorenzo (Marsella), 623, 677, 678, 789-791

San Luis de los Franceses, 528, 570San Maximino, 796, 797, 799San Nicolás del Chardonnet, 50, 51, 65,

102, 142, 157, 162, 211, 318, 326, 327San Roque, 528, 557, 598, 599, 600, 619,

688, 699, 711-713San Sinforiano, 3, 28, 95, 109, 128, 182,

195, 201, 526, 601, 884San Sulpicio: iglesia; Sociedad de Sa-

cerdotes de; Seminario de; Escue-las de, 59, 60, 62, 65, 66, 68, 70-72, 75-79, 80, 87, 94, 101, 102, 113, 118, 132, 142, 153, 162, 169, 183, 188, 192, 220, 230, 234, 237, 238, 261, 271, 278, 287, 293, 294, 307-309, 314, 315, 328, 333, 334, 337, 339, 340, 348, 350, 351, 359, 362, 386, 391-393, 397, 417, 440, 441, 487, 498, 500, 508, 512, 519, 531, 536, 539-543, 574, 577, 578, 585, 587, 589-591, 594, 605, 616, 629, 632, 656, 683, 687, 688, 695, 703, 713, 729, 632, 656, 683, 687, 688, 695, 703, 713, 729, 632, 656, 683, 687, 688, 695, 703, 713, 729, 745-747, 809, 811, 818, 830-835, 839, 855, 865-869, 881, 892

San Yon, 335, 425, 616-619, 622-625, 627, 635, 679, 680, 681, 688, 701, 706, 708, 710-713, 725, 726, 760, 783, 798, 801, 804, 805, 813, 817, 839-843, 845-847, 849-856, 859, 861, 863-866, 870, 873, 874, 876, 877, 879, 880, 881, 882, 886, 891-893, 896

Santa Susana, 733, 734, 736, 738, 847, 896, 897

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Alfred Calcutt

Servicio postal, 559, 589Sorbona, 49, 60, 61, 65-71, 73, 74, 77,

79-84, 86-88, 93, 94, 183, 201, 220, 271, 291, 307, 321, 322, 335, 366, 393, 498, 527, 533, 541, 545, 622, 796, 823, 892

Subasta, 98, 99, 591Superiores eclesiásticos, 126, 252, 256,

288, 289, 292, 812-814, 816, 833, 842, 845

Tabourin, Hermanos, 840Textos de La Salle:Cartas de La Salle, 592, 596, 601, 608,

629, 679, 681, 684, 688, 691, 732, 736, 737, 752, 756, 781, 783, 862, 866

Testamento de La Salle, 74, 876, 886, 891

Théodon, Juan Francisco, 566, 593, 681Timoteo, Hno., xvii, xviii, 254, 256,

426, 434, 439, 440, 518, 530, 663, 775, 786, 797, 801, 802, 827, 851

Tomás, Hno., 517, 518, 625, 635, 676, 689, 701, 710, 750, 753, 762, 805, 817, 860, 865, 866, 897

Trento, Concilio de, xix, 47, 50, 52, 59-61, 72, 76, 77, 84, 86, 89, 140, 169, 177, 307, 329, 332, 464, 508, 649, 650, 653, 658, 659

Tronson, Luis, 73, 75, 76, 93, 94, 130, 271, 337, 349, 384, 393, 417, 513, 542, 543, 574

Troyes, 46, 402, 525, 556, 561, 562, 571, 575, 628, 713, 749, 750, 760, 770, 781, 785, 807, 851, 873, 882

Truffet, José (ver Hno. Bartolomé), 402, 551, 552, 739, 853-855, 865, 881, 891

Unigenitus, Bula, 129, 193, 604, 792, 793, 795, 796, 801, 808, 815, 823, 827, 828, 837, 840, 883, 884

Universidad (Reims,); (París,), 65, 68, 183

Vaison, 560, 621, 691, 692, 699Valréas, 691, 692, 699, 750Varlet, Madame, 58, 104-106, 176, 202Vaugirard, 72, 158, 308, 309, 348-352,

357-362, 364-367, 369-371, 374, 376, 378, 381, 386, 390, 391, 393-397, 399, 425, 437, 439, 467, 502, 517, 562, 599, 600, 625, 635, 639, 713

Versalles, 382, 742, 757, 808, 851Via Ferrea, 733, 735, 736Vicente de Paúl, 17, 20, 61, 62, 65, 71,

77, 78, 85, 87, 90, 133, 159, 234, 322, 340, 651, 695

Vintimille, de, 623, 779Visitador, Hno., 807, 852Voto Heroico, 354, 355, 357, 501, 553,

803Vuyart, Hno. Nicolás, 288, 263, 264,

271, 277, 290, 321, 322, 331, 333, 340, 342, 348, 356, 373, 376, 505, 513, 587, 597, 602, 603, 605, 609, 721, 868, 869

Yse de Saléon, 821, 822, 826

Juan Bautista de La Salle, 1651-1710

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El cuerpo de texto del libro Juan Bautista de La Salle: la educación libera a los pobres. Una figura de la época de Luis XIV para nuestros tiempos

está compuesto en tipos Minion Pro 10,5/14,5.Esta obra se imprimió en los talleres de

CMYK Diseño e Impresos Ltda.con un tiraje de 300 ejemplares.

Universidad de La SalleBogotá, Colombia

2015