kawabata yasunari - el pais de nieve

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75

Pas de nieve

Yasunari Kawabata

Pas de nieve

Traduccin de Juan Forn

emec editores

Introduccin

En el invierno, los vientos que soplan desde Siberia acumulan humedad sobre el mar y la dejan caer en forma de nieve cuando se topan con las montaas del Japn. La costa occidental de la isla es, teniendo en cuenta su latitud (la misma que va de Cabo Hatteras a Nueva York y de Barcelona a Marruecos), la regin donde ms nieva en el mundo: desde diciembre hasta mayo los caminos estn cerrados, slo funcionan los ferrocarriles y la nieve en las montaas alcanza una altura de ms de cuatro metros. La expresin pas de nieve se refiere especficamente a lo ms alto de ese sector montaoso, una zona que Yasunari Kawabata bautiz como la espalda del Japn en el discurso con que agradeci el Premio Nobel en Estocolmo en 1968 y que, para los nativos de la isla, representa largos e inclementes inviernos, tneles cavados en la nieve, casas oscurecidas por el humo de las chimeneas y un divorcio casi completo con el resto del mundo hasta el retorno de la primavera.Las termas de montaa como la que aparece en este libro cumplan una funcin especfica en la poca en que Kawabata escribi Pas de nieve en la segunda mitad de los aos treinta. Los huspedes rara vez acudan a ellas por motivos de salud y jams iban a pasar all la temporada. Puede que esquiaran, que asistieran a las diferentes festividades que se celebraban en la regin o que simplemente disfrutaran el espectculo de la coloracin de las hojas de arce y el florecer de los cerezos, pero era muy raro que llevaran a sus esposas. Y no haba posada termal que careciera de sus geishas.La geisha de montaa no era una desclasada exactamente, pero no tena el aura social de la geisha de ciudad, que sola ser una consumada artfice del arte de la danza, la msica, la intriga poltica y hasta el mecenazgo cultural. La geisha de montaa amenizaba a los huspedes de las posadas y la distancia que la separaba de la prostituta era ms bien sutil. Si bien a veces poda unirse en matrimonio a un husped frecuente, o lograr que ste le solventara un restaurante o una casa de t, por lo general iban de terma en terma, de posada en posada, cada vez menos requeridas, lo que las converta en una conmovedora encarnacin de belleza menguante y dilapidada.No es un azar que Kawabata haya elegido a una geisha de montaa como herona de esta novela, a un acomodado diletante de Tokio como antagonista y al desolado paisaje del pas de nieve como escenario para ambientar la tortuosa (relacin entre ambos personajes. Al comenzar los aos treinta, Kawabata estaba dejando atrs su juventud y redefiniendo su estilo literario. Nacido en Osaka en 1899 y egresado de la Universidad Imperial de Tokio en 1924, haba fundado con un grupo de colegas de su promocin la revista Bungei Jidai, con la cual se opusieron al realismo social que dominaba la literatura nipona de la poca, difundieron las vanguardias estilsticas europeas y se reivindicaron como neosensualistas. Con la publicacin de sus primeros dos libros (Diario ntimo de mi decimosexto cumpleaos en 1925 y La bailarina de Izu en 1927), Kawabata se convirti en el portavoz indiscutido de la nueva generacin. Pero su inters por las novedades literarias occidentales y por las batallas estilsticas de la poca fue desplazndose, en los aos siguientes, hacia la milenaria tradicin esttica japonesa. En 1931 se cas y dej Tokio para instalarse en Kamakura, la vieja capital samurai, y para cuando comenz a publicar por entregas Pas de nieve (a fines de 1934), la trama pareci reflejar paso a paso la compleja evolucin que estaba experimentando su autor.Shimamura, el diletante de Tokio que necesita purgar peridicamente su mundanidad en las termas de montaa, es un experto en ballet occidental... aunque jams ha visto uno con sus propios ojos. Su concepcin esttica queda expuesta en el pasaje hoy clsico del principio de la novela, cuando prefiere contemplar el rostro de una joven desconocida que viaja en su vagn a travs del reflejo que ofrece la ventanilla del tren, en lugar de mirarla directamente, porque de esa manera logra la distancia que le permite valorar la belleza sin sus accidentes (de ah su negativa a asistir a representaciones de ballet en vivo). El amor apasionado que despierta en la geisha Komako le plantear un dilema: incapaz de corresponderlo, pero a la vez fascinado por su intensidad, Shimamura optar por repetir y prolongar su estada en las termas, aprovechando la distancia perfecta que le ofrece la relacin husped-geisha y desestimando las consecuencias de su equvoca actitud. En los raros momentos de franqueza interior, justifica sus actos argumentando que la pasin de Komako impregna de una belleza indita aquel paisaje tan entumecido como la mirada de Shimamura (el protagonismo culminante del paisaje se alcanza en el formidable captulo dedicado a la seda Chijimi, trabajada por jvenes vrgenes en oscuros stanos al rojo vivo para luego poner a secar en la nieve un da y una noche enteros, cuando adoptar el blanco prstino que la convertir en la seda ideal para kimonos de verano, porque su delicadsimo hilado conserva el espritu de la nieve).Un tercer personaje teje su destino al de Shimamura y Komako o habra que decir un cuarto personaje, ya que el pas de nieve no slo es trasfondo y ambientacin sino que cumple un rol protagnico en la novela, pero decir tercero es decir tringulo, y se es el rol que cumple la misteriosa Yoko. Y que cumple por partida doble, ya que dos veces en su vida amar al mismo hombre que Komako, y su enigmtica intensidad contribuir a que la novela alcance su punto mximo de tensin.Con el tiempo, lo japons (todo aquello que es, para Occidente, sinnimo de la tradicin milenaria nipona: desde la ceremonia del t hasta los haikus y tankas, desde los arreglos florales hasta la caligrafa, desde los jardines zen hasta el go) ir apareciendo sucesivamente en los libros de Kawabata: como tema, como fondo y tambin como esttica. Pas de nieve fue el momento bisagra, el primer fruto de ese nuevo vnculo del ex neosensualista con la literatura y con lo japons, su primer libro de madurez segn sus propias palabras. Pero cunto hay del propio Kawabata en Shimamura? La asctica, seca vecindad con el personaje que nos impone el autor a lo largo de toda la novela habla de un conocimiento ms que considerable de esa clase de temperamento. Pero, si en algn momento de la escritura de esta novela, su autor se vio a s mismo como un Shimamura, logr redefinir exitosamente el signo de esa distancia: a diferencia de la de su personaje, hay una inalterable calidez en la distancia de Kawabata con la materia narrada. Esa exigua, casi palpitante distancia se manifiesta tanto con los sentimientos, las acciones y las reflexiones de sus criaturas, como con lo que flota en el aire entre ellos y su poca, entre ellos y el pasado, entre ellos y la muerte, vecina o lejana.Quizs esa distancia la hayan empezado a dictar mucho antes las sucesivas orfandades que marcaron la vida de Kawabata (a los tres aos de edad vio morir a sus padres, luego a su nica hermana, ms tarde a su abuela materna y, antes de cumplir los quince aos, al abuelo que se lo haba llevado a vivir con l al campo). Quiz proviniera de un lugar muy diferente: de la reformulacin del tono del Genji Monogatari, la monumental novela cortesana del siglo xi que Kawabata comenz a frecuentar desde los aos treinta y que fue el nico libro que se llev en su prolongado autoexilio en Manchuria, durante la Segunda Guerra Mundial. Aquellos que hayan ledo Lo bello y lo triste (novela pstuma de Kawabata, vale aclarar) notarn ciertas similitudes no slo en esa rarsima distancia-vecindad sino tambin en el planteo argumental, en esta primera versin llevado a sus huesos, con laconismo tan magistral que por momentos parece casi patolgico. Teniendo en cuenta el acorde inicial de Lo bello y lo triste (esa inslita alusin, en una novela ambientada en Tokio y en Kyoto, al sonido de un tren al sumergirse en un tnel en lo alto de las desoladas montaas occidentales, tan parecido al que lleva a Shimamura, cuarenta aos antes, al encuentro con Komako y Yoko), puede pensarse que Kawabata se concedi antes de la muerte revisitar, retorciendo an ms, ese ms que tortuoso tringulo que convirti a Pas de nieve en su libro ms celebrado, e incluso ms devorado por sus lectores japoneses.A tal punto fascin este libro a sus primeros lectores (aquellos que conocieron la novela en entregas, a travs de un peridico de Tokio) que oblig a Kawabata a trastabillar en dos de sus inalterables preceptos de silencio: por una vez, acept hablar de dnde venan sus personajes (Conoc en mi juventud a Komako; no a Yoko, a quien invent, confes) y, tambin por nica vez, decidi reformular el final de uno de sus libros. En 1937, Kawabata haba dado un cierre abierto a Pas de nieve, y as dio por terminada la serializacin, dos aos despus de iniciada. Vaya a saberse cmo se las arreglaron los lectores con el caracterstico protocolo oriental, pero de una u otra manera lograron convencer al autor de que la historia deba continuar. Despus de desechar diversos finales sin confesrselo a nadie a lo largo de los aos, y cuando ya nadie esperaba enterarse de algo ms del destino de Komako, Yoko y Shimamura, Kawabata sorprendi a propios y extraos en 1947, escribiendo un captulo adicional a la novela y permitiendo que el texto completo se publicara en forma de libro (slo corresponde decir de ese final que incluye uno de los incendios ms inolvidables de la historia de la literatura).Difcil no relacionar ese anhelo de los lectores de Pas de nieve finalmente correspondido por su autor con las necrolgicas aparecidas luego de que Kawabata abriera todas las llaves de gas de su departamento frente al mar en Zushi, el 16 de abril de 1972, y se dejara morir: todas esas necrolgicas, como toda noticia biogrfica sobre Kawabata en sus libros desde entonces, puntualizaron y siguen puntualizando que no se hall ninguna nota, ni se ofreci ninguna explicacin satisfactoria al suicidio, delatando como un eco, molesto pero tambin comprensible, aquella decepcin y aquel anhelo por saber algo ms, apenas algo ms, que produjo la ltima entrega de Pas de nieve en 1937. Lamentablemente, esta vez su destinatario no estaba ah para desechar diversas alternativas tomndose su tiempo y, por fin, cuando ya nadie lo esperara, sorprender a todos con la ms perfectamente idnea.

Primera parte

El tren sali del tnel y se intern en la nieve. Todo era blanco bajo el cielo nocturno. Se detuvieron en un cruce. Una muchacha sentada del lado opuesto del vagn se acerc a la ventanilla del asiento delantero al de Shimamura y la abri sin decir palabra.El fro invadi el vagn. La muchacha asom medio cuerpo por la ventanilla y llam al guarda como si ste se hallara a gran distancia. El hombre se acerc con lentitud sobre la nieve, sosteniendo un farol en la mano. Llevaba bien cerradas las orejeras de su gorra y una bufanda que apenas dejaba una rendija para los ojos.Ese fro, claro, pens Shimamura. Barracas dispersas que quizs haban sido vagones-dormitorio ocupaban la ladera congelada de la montaa. El blanco de la nieve se funda en la oscuridad antes de posarse sobre los techos.Soy Yoko. Cmo est usted? dijo la muchacha.Yoko, claro. De regreso? Ha comenzado el fro.S que mi hermano ha venido a trabajar aqu. Gracias por todo lo que ha hecho por l.La soledad se le har dura. No es el mejor lugar para un muchacho como l.Es una criatura an. Pero usted le ensear lo que haga falta.Va bien por el momento. Estaremos ms ocupados, con la nieve. El ao pasado tuvimos tanta que las avalanchas detenan todos los trenes y el pueblo entero debi cocinar para los pasajeros demorados.Veo que est bien abrigado. Mi hermano me deca en su carta que ni siquiera usaba manga larga an.Slo me mantengo en calor si llevo cuatro capas de abrigo. Pero los jvenes son as. Con los primeros fros, prefieren beber que arroparse. Y, cuando se quieren dar cuenta, ya estn en cama con fiebre dijo el guarda y seal con su linterna en direccin a las barracas.Mi hermano bebe?No que yo sepa.Est usted volviendo a casa?No. Tuve un pequeo accidente que me obliga a ver al doctor.Cudese, por favor.El guarda se cerr aun ms el gabn que llevaba sobre el kimono y ech a andar. Por encima de su hombro dijo: Usted tambin.Si ve a mi hermano, dgale que se porte bien agreg la muchacha cuando el guarda se alejaba. Su voz era tan dulce que daba tristeza que reverberara en la noche helada. Y dgale tambin que venga a visitarme cuando tenga un da libre agreg cuando el tren, ya en movimiento, pas junto al hombre que caminaba al lado de las vas.Se lo dir dijo la voz del guarda desde la oscuridad.La muchacha cerr la ventana y se cubri con las manos las mejillas enrojecidas por el fro. Tres mquinas quitanieve esperaban que las tormentas se hicieran ms intensas para volver a la vida. Haba un sistema de alarma para avalanchas en ambos extremos del tnel y un contingente de cinco mil trabajadores disponibles para despejar las vas, ms dos mil voluntarios de los destacamentos de bomberos vecinos que podan sumarse a las tareas cuando era necesario. Que el hermano de Yoko formara parte de los que mantendran despejado ese cruce perdido en la montaa haca ms interesante a la muchacha a los ojos de Shimamura.S: la muchacha. Porque haba en ella algo que delataba su soltera. Shimamura no tena manera de saber qu relacin la una al hombre que viajaba con ella. Actuaban como pareja, pero l estaba evidentemente enfermo y la enfermedad estrecha el vnculo entre un hombre y una mujer: una muchacha cuidando de un hombre a todas luces mayor que ella, cuidndolo como una madre joven a su pequeo, parece a la distancia como una esposa. Sin embargo, Shimamura haba separado mentalmente a la muchacha de su acompaante y decretado su soltera. Quiz por haber estado observndola largo rato desde ese ngulo tan particular. Quiz porque emociones peculiarmente personales incidieron en tal juicio.Haba ocurrido tres horas antes: Shimamura estaba contemplando el dedo ndice de su mano izquierda. Solo ese dedo pareca conservar un recuerdo vital de la mujer que se propona reencontrar. Cuanto ms se esforzaba en convocar su imagen, ms lo traicionaba su memoria y ms difusa se le hara aquella mujer. No conoca su nombre siquiera. En esa incertidumbre, slo el dedo ndice de su mano izquierda pareca conservar el tibio recuerdo de aquella mujer y acortar la distancia que los separaba. Invadido por la extraeza, Shimamura se llev la mano a los labios y luego traz una lnea distrada en el vidrio empaado. Un ojo femenino irrumpi en el cristal. Shimamura se estremeci. Crey que haba estado soando hasta que comprendi que era slo el reflejo en la ventanilla de la muchacha sentada al otro lado del pasillo.Afuera caa la noche y acababan de encenderse las luces del vagn. El ojo era de tan extraa belleza que l simul que acababa de despertarse y desempa el resto del vidrio como si quisiera ver adonde estaban.La muchacha estaba incorporada en el asiento, vuelta hacia su acompaante. Por el modo en que los hombros concentraban la tensin de todo el cuerpo, Shimamura supo que era un atento desvelo hacia su acompaante lo que haca que la muchacha no parpadeara. El hombre tena la cabeza apoyada contra la ventanilla y las piernas sobre el asiento frente a la muchacha. Iban en un vagn de tercera. La pareja no estaba en la misma fila que Shimamura sino una ms adelante, en diagonal a l, lo que le permita mirarla directamente. Pero ya en el momento en que los vio subir al tren hubo algo inquietante en la belleza de ella que lo oblig a bajar los ojos y registrar slo los dedos cenicientos del hombre aferrados al brazo de ella.En el reflejo, el hombre exhiba una combinacin de proteccin y debilidad que haca lcito que posara sus ojos en el pecho de la muchacha. Un extremo de su bufanda le servia de almohada, el resto le cubra el cuello y la boca. De tanto en tanto, el pao pareca obstaculizarle la respiracin, pero antes de que l manifestara el menor signo de molestia la muchacha se la reacomodaba con suavidad. El procedimiento se repiti tantas veces que Shimamura empez a sentir impaciencia. Lo mismo ocurra con el sobretodo: cada vez que se abra uno de los faldones, la muchacha se apresuraba a colocarlo en su lugar, cubriendo las piernas del hombre. Todo era completamente natural, como si ambos estuvieran igualmente decididos a repetir esa rutina durante lo que restaba del viaje. Shimamura contemplaba la escena sin sentir ni el menor asomo del dolor que suscita lo verdaderamente triste. Ms bien era como asistir a la escena de un sueo, seguramente por el efecto de verla reflejada en el cristal, superpuesta al paisaje nocturno.Las dos figuras, transparentes e intangibles, y el fondo, cada vez ms difuso en la oscuridad creciente del crepsculo, se fundan en una atmsfera ajena a este mundo. Cuando una mnima variacin en las montaas lejanas se sobreimprima al rostro de la muchacha, Shimamura senta una turbacin de inexpresable belleza en el pecho. En el cielo an se vean restos rojos del atardecer. Todo contorno individual se perda en la distancia, el montono paisaje de la montaa se haca aun ms vago a medida que se apagaban los ltimos restos de color. Nada atraa la mirada, slo quedaba dejarse llevar Mientras suba al coche, Shimamura mir los delicados carmbanos que colgaban goteantes del alero de la estacin. El blanco de la nieve en el techo los haca aun ms blancos, como si un manto de silencio hubiera cado sobre la tierra.El fro aqu arriba es diferente. Se siente diferente cuando uno toca algo.El ao pasado tuvimos ms de tres metros de nieve.Siempre es igual?Por lo general no pasa de dos.Cundo empiezan las nevadas fuertes?Estn por empezar. Hoy tuvimos treinta centmetros, pero buena parte se ha derretido ya.Buena parte?Y en cualquier momento tendremos la primera nevada fuerte.Eran los primeros das de diciembre. Shimamura aspir hondo. Primero sinti que se le cortaba la respiracin pero luego el aire fro le aclar la cabeza como limpindolo por dentro.Sigue aqu la muchacha que viva con la maestra de msica?Sigue. No la vio en la estacin? La de la capa azul.Era ella? Podemos llamarla ms tarde?Esta noche?S, esta noche.Tengo entendido que el hijo de la maestra de msica venia en el mismo tren que usted. Por eso estaba ella en la estacin.De manera que el pasajero enfermo que haba estado contemplando durante el viaje era el hijo de la maestra de msica. La maestra de msica en cuya casa viva la mujer que Shimamura haba venido a ver. Un asomo de escalofro acompa el descubrimiento, tan leve que lo que sorprendi a Shimamura fue lo poco que le impresionaba aquella coincidencia.En algn lugar de su corazn, sinti que se formaba una pregunta con tanta nitidez como si estuviera corporizndose delante de l: qu relacin haba entre la mujer que su mano comenz a recordar durante el viaje y aquella en cuyo ojo se haba reflejado la luz de la montaa? O era que an no terminaba de librarse del embrujo del paisaje crepuscular visto desde aquella ventanilla? O todo era un smbolo de que el paso del tiempo flua como aquel paisaje de montaa?La posada de aguas termales tena menos huspedes en las semanas previas al comienzo de la temporada de esqu. Para cuando Shimamura termin su bao, el lugar pareca sumido en el sueo. Las puertas vibraban a cada paso que daba por el desvencijado pasillo. All donde daba una curva, ms all de la recepcin, vio la alta figura femenina, los faldones de su kimono rozando el piso. Avanz hacia ella contemplando el atuendo y preguntndose si finalmente se habra convertido en una geisha. Ella no pareca reconocerlo. A aquella distancia haba algo tan intenso como grave en su actitud inmvil. Shimamura apur el paso pero tampoco se dijeron nada cuando estuvieron frente a frente. l segua sin conocer su nombre. Ella se limit a esbozar una sonrisa que el intenso maquillaje blanco hizo ms ntida y que desemboc en un acceso de silencioso llanto. As se dirigieron a la habitacin de Shimamura.A pesar de lo que haba ocurrido entre ambos, l no le haba escrito ni haba vuelto a verla. Ni siquiera le haba enviado las instrucciones de danza prometidas, dejndola sin otra opcin que pensar que se haba redo de ella o la haba olvidado. De ah que le correspondiera ofrecer una excusa o una disculpa a modo de saludo, pero mientras caminaban a la habitacin sin mirarse Shimamura sinti que, lejos de culparlo, ella slo tena espacio en su corazn para celebrar la recuperacin de lo perdido. Una sola palabra de su parte sobrecargara aun ms la situacin, de manera que l se dej invadir por la dulce felicidad de ella hasta que llegaron al pie de la escalera, donde alz su dedo ndice hasta la altura de los ojos de ella y dijo: sta es la parte de m que mejor te recordaba.Ella se limit a envolver el dedo con su mano y as lo gui por la escalera. Slo lo solt brevemente cuando se acercaron al calor del kotatsu en la habitacin, pero volvi a aferrarle la mano cuando l repar en el intenso rubor que sonrojaba el rostro de ella, desde la frente hasta bien entrada la garganta.Este dedo era el que mejor me recordaba?La otra mano. ste dijo Shimamura, mientras liberaba su mano derecha y la acercaba al calor del fuego.Es cierto dijo ella, mientras le abra los dedos de la mano izquierda y apoyaba all su mejilla. Puedo sentirlo.Ests helada. En mi vida he tocado pelo tan fro.Ya ha nevado en Tokio?Recuerdas lo que dijiste aquella vez? Estabas equivocada. No me rea de ti. Por qu otro motivo vendra alguien a un lugar como ste en diciembre?

Aquella vez el peligro de las avalanchas haba pasado y ya se anunciaba el comienzo de la temporada de montaismo con los primeros verdores de la primavera.Shimamura, que dedicaba su vida al ocio, parta solo a las montaas cada vez que senta que estaba perdiendo la honestidad consigo mismo. Aquella vez haba bajado a la casa de aguas termales luego de siete das de soledad all arriba y pidi una geisha. Desafortunadamente, le dijo la doncella de la posada, ese da haba una celebracin por la apertura de un nuevo camino, y las doce o trece geishas del lugar estaban ocupadas. La que podra acudir, quizs, era la muchacha que viva con la maestra de msica. A veces colaboraba en las fiestas, pero slo con una o dos danzas, y ya estara de regreso en su casa. Cuando Shimamura quiso saber ms de ella, la doncella le cont que la maestra de samisen tena viviendo con ella una muchacha que no era geisha, pero a veces, cuando se lo pedan, colaboraba en las grandes celebraciones. Como no haba aprendices de geisha en el pueblo y las geishas locales haban alcanzado una edad en que preferan no tener que bailar, los servicios de la muchacha eran muy valorados. Nunca entretena por s sola a un husped de la posada, sin embargo no poda considerrsela una aficionada exactamente: eso fue lo que en lneas generales dijo la doncella.Shimamura se sorprendi un poco con la historia pero dej de lado el asunto. Hasta que, una hora despus, apareci la doncella de la posada acompaada por la muchacha. Shimamura se puso de pie y la doncella se estaba retirando de la habitacin cuando la muchacha le pidi que esperara.Haba algo en ella que daba una impresin de notable limpidez y frescura. Tanto que Shimamura se pregunt si sus ojos no seguiran bajo el influjo del florecer primaveral que lo haba rodeado en la cima de las montaas. Su forma de vestir tena algo de geisha, aunque no llevara la larga falda que las caracterizaba. Si bien luca un sencillo kimono de verano, el obi que envolva decorosamente su cintura pareca caro y daba al conjunto una impresin un poco melanclica.La doncella desapareci silenciosamente en cuanto ellos se enfrascaron en una conversacin sobre las montaas. La muchacha no estaba muy segura de los nombres de todos los picos que alcanzaban a verse desde la posada y, como Shimamura no sinti el deseo de beber que sola invadirlo en compaa de una geisha, ella empez a relatarle su pasado de un modo sorprendentemente realista. Haba nacido en aquella regin pero fue enviada bajo contrato a una casa de geishas en Tokio. Con el tiempo consigui un mentor que pag sus deudas a la casa de geishas y le propuso instalarla como maestra de danza, pero lamentablemente aquel buen hombre muri al ao y medio. Fue ms reticente a la hora de relatar lo ocurrido desde entonces, en especial lo ms reciente. Dijo que ya tena diecinueve aos. Shimamura le haba adjudicado no menos de veintids.Dando por sentado que no menta, el modo en que pesaban sobre ella los sucesos de su breve vida produjo a Shimamura algo de la ligereza que esperaba de una geisha. Cuando pasaron a hablar del Kabuki, descubri que ella saba ms que l de actores y estilos. Hablaba febrilmente, como vida de un interlocutor atento, y poco a poco comenz a aflorar en su actitud la gracia distrada que delataba a las mujeres dedicadas a los menesteres del placer. Pareca, adems, saber todo lo haba que saber de los hombres. Pero, aun as, Shimamura la consider una aficionada. Luego de una semana solo en aquellas alturas se senta necesitado de compaa. Y fue amistad ms que otra cosa lo que empez a experimentar por aquella muchacha, como si lo que haba sentido en las montaas se proyectara sobre ella.Al da siguiente, de camino a su bao, ella dej su toalla y jabn en el pasillo y se asom a la habitacin de l. No acababa de sentarse cuando Shimamura le pidi que le llamara una geisha.Puedes hacer eso por m?No vine para eso contest ella incorporndose abruptamente, y le dio la espalda mientras su rostro enrojeca de cara a las montaas, Y adems no hay mujeres de esas aqu.Vamos, no seas remilgada.Es la verdad dijo ella, y gir para enfrentarlo, y lo mir fijamente mientras se apoyaba en el vano de la ventana. Nadie fuerza a una geisha a hacer lo que no quiere. Y adems se es un servicio que la posada no provee. Pero comprubalo por ti mismo, si quieres.Te estoy pidiendo que lo hagas por m.Qu te lleva a pensar que estara dispuesta a hacerlo?Te considero una amiga. Por eso me he comportado como me he comportado contigo. Y por eso te lo pido.A eso llamas amistad?Llevada por el tono de Shimamura, su voz se haba ido aniando, pero sbitamente recuper su tono anterior: Cmo es posible que te creas con derecho a pedirme algo as!No veo motivo para que te sientas tan ofendida. Estoy, cmo decirlo, rebosante de salud despus de una semana all arriba. Eso es todo. No puedo mantenerme aqu sentado conversando contigo como querra.Ella call y clav los ojos en el piso. Shimamura saba que estaba haciendo gala de su desvergenza masculina, pero al mismo tiempo le pareci que ella estaba acostumbrada a ese trato y exageraba su turbacin. La mir largamente. Cuando ella volvi a ruborizarse y parpade para disimularlo se hizo ms ntida la sensualidad de sus largas pestaas por tener la mirada an baja.Llama a quien quieras.Eso es exactamente lo que te estoy pidiendo. Es la primera vez que estoy aqu y no s cul de las geishas es la ms bonita.Qu consideras bonita?Alguien joven. Porque la juventud aplaca los errores. Y que no hable demasiado. Y que sea limpia. Y no se precipite. Eso es todo. Para todo lo dems te tengo a ti.Yo no volver.No seas tonta.No volver. Por qu habra de volver?Porque acabo de decirte que lo que quiero de ti es amistad, y que por eso me he comportado as contigo.Has dicho suficiente.Supongamos que fuera demasiado lejos contigo. Seguramente despus no querra seguir conversando, ni verte otra vez. He tenido que subir a las montaas para recuperar el deseo de hablar con alguien, y me he comportado as contigo precisamente para que podamos seguir conversando. Y qu hay de ti? Mejor ser precavida con los viajeros.Eso, al menos, es cierto.Por supuesto que lo es. Piensa lo siguiente: si eligiera una mujer que no te gustara, no querras volver a verme. Sera mucho mejor si la eligieras t.No quiero escuchar una palabra ms dijo ella y le dio la espalda. Pero entonces agreg: Quizs haya algo de razn en lo que dices.Unos instantes de placer, eso es todo. Nada especial. Ya sabes: nada duradero.Bien lo s. As es para todos los que vienen aqu. Un par de das en las aguas termales y adis. Todos estn de paso. Ser una nia an, pero s muy bien cmo funciona. Quien no te dice que le agradas y aun as lo sabes, se es el que te deja un buen recuerdo. No lo olvidas, incluso tiempo despus de que se haya ido. Eso dicen. Y se es el que luego te enva cartas.Dicho esto, ella se alej de la ventana y se arrodill en la esterilla que tena a sus pies. Pareca inmersa en el pasado y al mismo tiempo cercana. Shimamura comenz a sentirse un poco culpable, como si la hubiera engaado con demasiada facilidad. Sin embargo, no le menta. Para l, ella era una aficionada. Y el deseo que experimentaba no era de esa clase de mujer: era algo que deba ser satisfecho con presteza, liviandad y sin culpa. Esa mujer era demasiado limpia. Desde el primer momento en que pos sus ojos en ella la separ de aquello que tena en mente.No slo eso: desde que baj de la montaa vena pensando que aquella posada quiz fuera el lugar ideal para que su familia eludiera los calores del verano. Esa muchacha sera una buena compaa para su esposa. Incluso poda darle lecciones de danza si se aburra. Lo pensaba en serio. Cuando dijo que slo la amistad era posible con ella, tena sus razones para orientar aquella relacin hacia la seguridad de las aguas bajas en lugar de sumergirse en sus profundidades.Pero en aquel momento estaba bajo efectos similares a los que le producira, tiempo despus, aquel reflejo crepuscular en la ventanilla del tren. Detestaba la mera idea de complicarse con una mujer cuya posicin era tan ambigua, pero al mismo tiempo la vea como un ser irreal. Su gusto por la danza tena el mismo aire de irrealidad, si lo pensaba un poco. Haba crecido en el sector comercial de Tokio y estaba ms que familiarizado con el Kabuki desde su infancia. Sus intereses como estudiante derivaron temprano hacia la danza y el teatro japoneses. Su naturaleza insatisfecha, que no encontraba paz hasta saberlo todo del terna que lo desvelaba, lo haba llevado al estudio de documentos antiguos as como a visitar a los directores de todas las escuelas importantes de danza; de hecho, era amigo de varias de las figuras en ascenso de ese ambiente y llevaba un tiempo escribiendo lo que la gente consideraba piezas investigativas y ensayos crticos. De all que empezara a sentir un fastidio equivalente hacia los sopores de la vieja tradicin y hacia los reformistas que slo aspiraban a satisfacer su vanidad. Para cuando lleg a la conclusin de que deba sumergirse activamente en el mundo de la danza, persuadido por las figuras jvenes que ms valoraba en aquel ambiente, sorprendi a propios y extraos orientando su inters abruptamente hacia la danza occidental. Dej de ver danza japonesa. Comenz a acumular ensayos y fotos y coreografas de ballet europeo, incluso se tom el trabajo de coleccionar, con el esfuerzo que eso significaba, crticas y programas y carteles del extranjero.No era una mera fascinacin con lo extico y lo desconocido. El placer que hall en este nuevo pasatiempo se deba en gran medida a la imposibilidad de ver con sus propios ojos a bailarines occidentales en accin. La prueba era su negativa terminante a ver ballet ejecutado por japoneses. Nada le resultaba tan agradable como escribir sobre ballet a partir de lo que sacaba de libros. Ese ballet que nunca haba tenido ocasin de ver era un arte de otro mundo. Una ilusin sin rival posible, una lrica ednica. Lo que consideraba una investigacin seria era en realidad una fantasa sin control: su decisin de saborear los fantasmas de su imaginacin danzante a partir de fotos y libros occidentales era como estar enamorado de alguien a quien nunca haba visto. En suma, para un diletante como Shimamura, aquellas incursiones en la danza occidental lo llevaban a la frontera de lo literario, aun cuando l mismo se riera de s mismo y de aquel apasionado pasatiempo.Podra decirse que aquel saber estaba siendo puesto cabalmente en prctica por primera vez en mucho tiempo, ya que fue a travs de aquella conversacin sobre danza que Shimamura logr establecer cierta cercana con aquella mujer. Aunque, teniendo en cuenta lo poco que saba de ella, tambin podra decirse que la trataba exactamente de la manera en que trataba el ballet. De ah la leve culpa que senta, como si la hubiera decepcionado o engaado con demasiada facilidad, cuando su frvola alusin a las necesidades del viajero pareci tocar una cuerda especialmente grave y profunda en ella. Pero aun as agreg: Puedo traer a mi familia y seremos todos amigos.Eso podra entenderlo mejor dijo ella inesperadamente, en voz queda, sonriendo y con un toque de la juguetona coquetera de las geishas. Eso me gustara ms. Las cosas duran ms entre amigos.Llamars a alguien, entonces?Ahora?S, ahora.Pero qu puede decrsele a una mujer a la cruda luz del da?Por la noche hay ms riesgo de quedarse con la que nadie quiere.Ya veo qu clase de consideracin te merece este lugar. Supongo que alcanza con echar un vistazo para hacerse esa idea.Su voz haba recuperado la compostura, como si ya se hubiera consumado la degradacin. Repiti con el mismo nfasis que antes que no haba en ese pueblo muchachas como las que deseaba l. Cuando Shimamura dijo que lo dudaba, ella se encoleriz pero pareci calmarse con la misma velocidad. Dijo que quedaba a criterio de la geisha decidir si pasaba la noche con l o no. Si lo haca sin permiso de su casa, era a su riesgo. Si tena permiso, en cambio, la casa asuma total responsabilidad de lo que ocurriera. sa era la diferencia. A qu te refieres con total responsabilidad? Si llegara a haber un nio, o alguna enfermedad. Shimamura sonri secamente ante la filosfica sencillez con que podan enunciarse las cosas en los pueblos de montaa. Ya al bajar de las altas cumbres haba sentido una afinidad con el acogedor espritu de aquel pueblo por debajo de su frugalidad. Al llegar a la posada supo que aqulla era una de las poblaciones ms confortables de la spera regin. Hasta la ms bien reciente llegada del ferrocarril, la posada serva como lugar de cura para los granjeros vecinos con ms recursos. Lo habitual era que la casa de geishas se enmascarara como casa de t, aunque una mirada al color amarillento de los paneles de papel de arroz y al estilo anacrnico de las puertas corredizas dara a entender que los huspedes eran escasos. En cuanto al local de provisiones, poda tener su propia geisha y su propietario trabajar la tierra vecina al negocio. Quiz porque la mujer que Shimamura tena enfrente en ese momento viva en la casa de la maestra de msica del pueblo, no generaba la menor tensin que colaborara en las celebraciones sin tener licencia como geisha.Cuntas hay en el pueblo?Cuntas geishas? Doce o trece.A quin recomendaras de todas ellas? quiso saber Shimamura, mientras se pona de pie para llamar a la doncella.Djame ir, por favor.An no.No puedo quedarme dijo ella, tratando de sobreponerse a la humillacin. Debo irme ahora. No importa lo que hagas. De veras. Volver. Pero ahora debo irme.En ese momento entr la doncella y ella volvi a sentarse como si nada impropio estuviera ocurriendo. La doncella pregunt varias veces a cul geisha deba llamar pero ella fue incapaz de dar un nombre.

Con el primer vistazo a la geisha de diecisiete o dieciocho aos que entr en su habitacin, Shimamura sinti desvanecerse su necesidad de una mujer. A sus brazos les faltaba an redondez femenina, un aire inconcluso enfatizaba y a la vez velaba la buena disposicin de la muchacha. Shimamura disimul como pudo su desinters y la enfrent con concienzudo ceremonial, pero sus ojos miraban menos a la muchacha que al verde de las montaas ms all de la ventana. Dirigirle la palabra fue superior a sus fuerzas. Era la encarnacin de la geisha de montaa, de la cabeza a los pies. Creyendo que obraba con tacto, la otra mujer abandon la habitacin y el silencio se hizo ms incmodo. Aun as, Shimamura logr pasar una hora con la geisha. Pensando qu pretexto poda usar para librarse de ella, record que se haba hecho enviar dinero desde Tokio y aleg que deba pasar por el correo antes que cerrara. La muchacha sali de la habitacin con l. Al franquear la puerta de la posada, sin embargo, el aroma de los nuevos brotes que bajaba de la montaa lo sedujo de tal manera que enfil hacia all riendo para sus adentros mientras ascenda la cuesta y sin saber del todo de qu se rea. Cuando se sinti invadido por un confortable cansancio gir hacia el valle, introdujo los faldones de su kimono en el obi para no tropezar con ellos y baj corriendo entre mariposas amarillas que aleteaban a su paso y alcanzaban una altura superior a la lnea de las cumbres a la distancia.Qu pas? oy que le preguntaba cuando lleg abajo. Al mirar alrededor vio a la mujer a la sombra de unos cedros. Parecas feliz, por el modo en que te reas.Me rend dijo Shimamura, sintiendo otro acceso de esa risa inexplicable hinchndole el pecho. Me entregu.Vaya dijo ella y le dio la espalda y se intern sin apuro entre los rboles.Shimamura la sigui en silencio. El bosquecillo era un santuario. La mujer se sent en una piedra plana junto a dos perros de piedra cubiertos de moho.Siempre corre brisa aqu. Incluso en los das ms calurosos de verano.Todas las geishas del pueblo son iguales?Supongo que s. Algunas de las mayores son muy atractivas, si ests interesado dijo ella framente y con los ojos clavados en la hierba. El verde de la vegetacin sobre sus cabezas pareca reflejarse en su nuca.Shimamura mir hacia arriba y suspir.Ya no. Ya no tengo fuerzas. Es gracioso.Los troncos de los cedros ascendan verticales y paralelos entre las tallas de piedra, sus copas se curvaban por su propio peso en las alturas bloqueando el azul del cielo. La quietud era tan absoluta como una cancin ensimismada. El tronco sobre el que se apoyaba Shimamura era el ms viejo; por alguna razn, un sector de sus ramas superiores estaban marchitas, sin hojas, como estacas clavadas en el tronco para defenderlo de algn dios en las alturas.Comet un error. Cuando te vi, recin bajado de la montaa, pens que todas las geishas seran como t dijo riendo, y al decirlo supo que la idea de purgar el vigor de una semana de soledad en las montaas se la haba suscitado la visin inicial de aquella mujer que irradiaba tal limpidez.Ella estaba mirando el ro distante a la luz de la tarde. Shimamura titube, sin resolverse a hablar ni a callar.Me olvidaba dijo ella entonces, con impostada levedad. Te traje tus cigarrillos. Volv a tu habitacin pero ya te habas ido, no saba adonde. Entonces te vi bajar corriendo como una criatura por la montaa. Eras muy gracioso. Pero supuse que echaras en falta tus cigarrillos. Aqu tienes.Shimamura tom el paquete que ella haba sacado de la manga de su kimono y encendi uno con el fsforo que ella le tendi.Creo que fui descorts con esa pobre muchacha. As son las cosas: el cliente decide cundo quiere quedarse a solas.El sonido del ro corriendo entre las piedras llegaba mansamente hasta ellos. Las sombras de las montaas avanzaban por el valle ms all de los rboles.Si ella hubiera sido tan buena como t, me habra sentido estafado.No es cierto. Slo te niegas a admitir que perdiste dijo ella con desdn. Sin embargo, era palpable una corriente de afecto de una nueva dimensin.A Shimamura se le hizo obvio que haba deseado desde el principio a esa mujer y que haba actuado con los rodeos que caracterizaban todos sus actos. Esa certeza vino acompaada de una creciente aversin hacia s mismo, que la haca a ella cada vez ms hermosa, como si el aura lmpida que la rodeaba desde el comienzo se hubiera intensificado con la frescura que se respiraba bajo aquellos rboles.Su angosta, afilada nariz tena un aire de desamparo pero el capullo de sus labios se abra y cerraba con la tersa curvatura de una fruta. Incluso cuando estaba en silencio sus labios parecan en tenue movimiento. La menor arruga, grieta o decoloracin los hubiera arruinado, pero su perfeccin los humanizaba al mximo. Sus pestaas enmarcaban los ojos en una lnea casi sin torsin y perpendicular a la nariz; el efecto habra rozado el ridculo de no complementarse con el arco espeso y envolvente de las cejas. No haba nada extraordinario en la forma oval de su rostro salvo la piel, como de porcelana apenas rosada, y el hoyuelo infantil de su garganta, que completaba aquella impresin de limpidez ms que de verdadera belleza. En cuanto a los pechos, exhiban una redondez infrecuente en las geishas, habituadas a la firmeza del obi ajustando su talle.Hay mosquitos dijo ella de pronto, y se puso de pie y sacudi las faldas de su kimono. En la solitaria quietud del bosque ni uno ni el otro tenan algo que decir.

A eso de las diez de la noche, Shimamura crey or la voz de ella desde el pasillo y un instante despus irrumpi en su habitacin como si la hubieran arrojado dentro. Cay de bruces contra la mesa baja. Con pulso vacilante se sirvi un vaso de agua y bebi vidamente.Haba ido a entretener a unos huspedes recin llegados a quienes conoca de la anterior temporada de esqu. Los hombres la haban invitado a su posada donde tuvo lugar una ruidosa fiesta amenizada con geishas, y procedieron a emborracharla. Su cabeza se bamboleaba mientras contaba esto. Pareca dispuesta a seguir interminablemente con su relato, hasta que tom sbita conciencia de la situacin y se interrumpi: No debera estar aqu. Han de estar buscndome. Volver ms tarde.Y sali tropezando de la habitacin.Una hora despus, l oy pasos vacilantes por el pasillo. Cuando abri la puerta la vio avanzar bambolendose y buscando apoyo en las paredes.Shimamura! No puedo ver! No veo nada! Shimamura!No haba el menor pudor en el tono de voz: era el clamor inconfundible de una mujer llamando a su hombre. Shimamura pens con alarma que los gritos se oiran por toda la posada y se apresur a arrastrarla dentro de su habitacin luego de luchar con los dedos que se aferraban al marco de la puerta y rasgaban el panel de papel de arroz.Ah, aqu ests dijo ella y se desplom sin soltarlo. No estoy borracha. Quin dice que estoy borracha? Slo que duele. Cmo duele. S exactamente lo que estoy haciendo. Agua. Necesito agua. Mezcl bebidas, fue mi culpa, y se me subi el alcohol a la cabeza. Cmo iba a saber que el whisky que tenan era barato? murmur mientras se frotaba la frente con los puos cerrados.Cada vez que l ceda apenas en su abrazo, ella amenazaba desvanecerse. Era tal la firmeza con que la sostena que le haba desordenado por completo el peinado. Mientras le susurraba palabras de aliento, desliz una mano dentro del kimono pero al instante ella le ved el camino cruzando con firmeza los brazos sobre el pecho.Qu haces se dijo entonces a s misma y se mordi salvajemente los brazos, como enfurecida con su propio acto reflejo. Maldita intil. Qu pasa contigo.Shimamura qued espantado al ver las marcas de dientes en el brazo. Pero ella ya no le ofreca resistencia. Abandonada en su abrazo, comenz a escribir con la punta del dedo ndice en la palma de la mano de l. Iba a confesarle quines le gustaban, dijo. Luego de escribir el nombre de una veintena de actores, escribi Shimamura una y otra y otra vez.El delicioso cosquilleo iba entibiando la mano de l.Todo est bien le dijo. Todo est bien otra vez repiti y sinti algo maternal en ella hasta que el dolor de cabeza arremeti nuevamente y el cuerpo femenino se tens y retorci hasta liberarse y recalar rodando sobre s mismo en uno de los rincones de la habitacin.No servir de nada. Debo irme. Debo irme a casa.Crees que podrs llegar tan lejos? Con esta lluvia?Ir descalza. Me arrastrar si es necesario.No te parece un poco excesivo? Si tienes que irte, te llevar yo.La posada estaba en medio de la ladera y el camino era escarpado.Por qu no te aflojas el kimono y descansas un poco hasta sentirte mejor.No, no. No es lo que corresponde. Y estoy acostumbrada dijo ella, y se incorpor hasta quedar sentada, luego de aspirar hondo de un modo que evidentemente le costaba un gran esfuerzo. Tengo nuseas dijo entonces y abri la ventana a su espalda pero no pudo vomitar. Pareca estar luchando para no desmoronarse otra vez. De tanto en tanto recuperaba la compostura y repeta para s: Me voy a casa. Me voy a casa.Eran ms de las dos de la maana.Vete a dormir. Cuando te dicen que te vayas a dormir, debes obedecer.Y t qu hars dijo Shimamura.Me quedar aqu sentada. Cuando est mejor me ir a casa. Antes que amanezca. Durmete. No me prestes atencin.Shimamura volvi a su cama y mir a la mujer vencida sobre la mesa servirse otro vaso de agua.Cuando te dicen que no prestes atencin, obedece. Y durmete.Ven aqu dijo l y la llev a su cama. Ella le dio la espalda primero, luego lo bes con violencia y despus comenz a sacudir la cabeza como si quisiera desprenderse a travs del delirio del dolor que la atenazaba, mientras repeta: No, no, no. No dijiste que slo queras que furamos amigos?El tono crispado de su voz aplac la excitacin de Shimamura. Cuando vio el modo en que a ella se le frunca la frente y se le afeaba la expresin en aquel desesperado intento por controlarse, estuvo a punto de hacer honor a su palabra. Pero entonces ella dijo: No me arrepentir. Nunca. No soy esa clase de mujer. Aunque no pueda durar. No lo dijiste t mismo? El alcohol le haca arrastrar las palabras. No es mi culpa. T eres el culpable. El que cedi. T eres el dbil. No yo.Y se sumergi en un trance, mientras morda la solapa de su kimono como luchando en vano contra la felicidad.As permaneci un rato, agotada por el esfuerzo. Hasta que de pronto, como si acabara de descubrirlo, se incorpor:Te ests riendo de m.En absoluto.En el fondo de tu corazn te ests riendo de m. Si no ahora, lo hars despus.Y se cubri el rostro y se ech a llorar. Pero tampoco eso dur mucho. Esta vez se volvi hacia l, dulce y rendida, y le cont todo sobre ella, con la ms absoluta intimidad.Habl largamente. Como si el dolor de cabeza hubiera quedado atrs. Como si toda la escena anterior no hubiese ocurrido nunca.Pero se ha hecho tardsimo y yo hablando sin parar dijo de pronto.Y sonri con timidez y anunci que deba partir antes que amaneciera.La gente se levanta muy temprano aqu dijo ms tarde.Cada tanto se levantaba de la cama y se asomaba a la ventana.Todava puedo salir sin que me vean la cara. Si sigue lloviendo, nadie saldr al campo hoy.Pero segua sin decidirse a partir cuando el contorno de las montaas y los rboles empez a divisarse entre la lluvia.Ya era la hora en que las doncellas de la posada comenzaban la limpieza. Ella se acomod el peinado y se desliz fuera de la habitacin ignorando la propuesta de Shimamura de acompaarla al menos hasta la puerta de la posada. Nadie deba verlos.Ese mismo da Shimamura regres a Tokio.

Recuerdas lo que dijiste entonces? Estabas equivocada. No me rea de ti. Por qu otro motivo vendra alguien a un lugar como ste en diciembre?Ella alz la cabeza. El sector de su rostro que se haba apoyado contra la mano de Shimamura estaba sonrojado debajo del maquillaje blanco e hizo que l pensara otra vez en el fro de aquella regin, aunque la negrura del cabello de ella ahora irradiara calidez.Ella sonri, como sorprendida por un resplandor inesperado. Quizs estaba pensando en aquella vez y por esa razn las palabras de Shimamura la hicieron ruborizar. Cuando volvi a bajar la cabeza, l alcanz a ver que incluso la piel del nacimiento de la espalda, que el cuello abierto del kimono dejaba visible, se haba arrebolado. Resaltando contra la negrura del pelo, impecablemente recogido en un rodete sin un cabello fuera de lugar, como una piedra pulida por las aguas hasta alcanzar la ms tersa redondez, esa piel perlada de humedad pareca ofrecerse en sensual desnudez.Shimamura se pregunt si la frialdad capilar que tanto lo haba impresionado antes se deba al clima de aquella regin o a una cualidad intrnseca de ese cabello. Entonces repar en que la mujer estaba contando con los dedos.Qu haces? dijo, pero ella sigui con su cuenta en silencio. Quieres saber cuntos das pasaron? No olvides que mayo, julio, agosto y octubre tienen treinta y un das.Ciento noventa y nueve. Exactamente ciento noventa y nueve das.Cmo puedes recordar exactamente qu da fue?Me bast con fijarme en mi diario. Fue el 23 de mayo.Llevas un diario?Tiene su gracia leer lo escrito hace mucho. Pero como yo jams oculto nada cuando escribo en mi diario, a veces me da vergenza leerlo.Cundo comenzaste a escribirlo?Antes de partir a Tokio para convertirme en geisha. No tena dinero, slo pude comprar una libreta cualquiera por dos o tres sen y yo misma deb trazar los renglones. Lo hice con un lpiz bien afilado y qued lo suficientemente prolijo como para que luego pudiera llenar cada pgina de arriba abajo. Cuando tuve dinero para comprar un verdadero diario, ya no fue lo mismo. Empec a dar cosas por supuestas. Lo mismo pas con mi escritura. Al principio practicaba en peridicos viejos antes de enfrentar el papel en blanco, pero ahora ya escribo directamente en las pginas.Y desde aquel entonces llevas un diario?As es. El ao en que cumpl los diecisis y ste fueron los mejores. Escribo cuando llego a casa despus de una fiesta, ya en la cama, y cuando lo releo puedo ver dnde el sueo me venci mientras escriba. No es algo que haga todos los das. Aqu en las montaas todas las fiestas son iguales. De todas maneras, este ao compr un diario que tiene slo una pgina por da, y fue un error. Porque cuando empiezo a escribir, no puedo parar.Ms que el diario en si, lo que impresion a Shimamura fue la confesin que le hizo ella de que describa meticulosamente en aquellas pginas cada novela que haba ledo desde que cumpli los diecisis aos: ya llevaba acumulados diez volmenes.Tambin anotas las crticas que le haces a cada novela?Jams podra hacer algo as. Slo anoto el ttulo y el autor y describo los personajes. Eso es todo.Para qu te sirve?Para nada en especial.Un esfuerzo intil.Completamente dijo ella con solemne alegra, mirndolo a los ojos.Shimamura le sostuvo la mirada, haciendo mudo hincapi en lo vano que le pareca tal esfuerzo, pero fue como si oyera en su interior el silencioso sonido de la lluvia. Saba muy bien que, para ella, no era intil un esfuerzo como se, y que ella lo aceptara como tal la purificaba a sus ojos.Su modo de hablar de libros tena poco y nada de literario. El nico vnculo amistoso con las dems mujeres del pueblo consista en el intercambio de revistas femeninas; a partir de entonces ella haba continuado por si sola con sus lecturas y era de lo mas indiscriminada en lo que lea, incluso tomaba prestados las revistas y los libros que los huspedes abandonaban en la posada. Los autores que ella cit no significaban nada para Shimamura. Los mencionaba como si pertenecieran a una literatura remota. Haba algo de desamparo en esa enunciacin, como ante un mendigo que ha perdido toda expectativa. Pero Shimamura debi reconocer que no era muy diferente de su propia devocin privada con el ballet occidental.A continuacin, ella pas a hablar con el mismo entusiasmo de pelculas y obras teatrales que nunca haba visto. Evidentemente estaba vida de conversacin. Habra olvidado que, ciento noventa y nueve das antes, fue ese mismo impulso el que la llev a arrojarse en brazos de l? Como entonces, pareca perder conciencia de s mientras hablaba. Como entonces, las palabras parecan avivar la temperatura de su cuerpo.La aoranza por la ciudad se haba convertido para ella en un sueo inofensivo, envuelto en mansa resignacin ms que en el altivo desconsuelo de los desterrados. No pareca considerarse una persona especialmente infeliz, aunque a los ojos de Shimamura hubiera algo tan conmovedor en ello. Si l se entregara de tal manera a la resignacin, pens, a esa idea de que sus esfuerzos eran en vano, sera fcil vctima de las emociones y su vida terminara careciendo de valor ante sus propios ojos. Esa mujer, en cambio, exhiba la misma vitalidad del aire de montaa.En esos meses, la opinin de Shimamura sobre ella haba cambiado. Paradjicamente, el hecho de que ella fuera geisha le impeda ahora ser sincero y abierto como en aquella primera conversacin. An recordaba la noche en que ella entr en su habitacin completamente borracha, y se mordi con salvajismo el brazo, en un ataque de ira contra su propio recato. E, incapaz de ponerse de pie, rod hasta el otro extremo de la habitacin y desde all le confes: No me arrepentir nunca. No soy esa clase de mujer.El expreso de medianoche para Tokio dijo ella entonces y cuando vio la sorpresa en los ojos de l se puso de pie y abri el panel de papel de arroz y la ventana que haba detrs, y se sent en el vano, con medio cuerpo afuera, en el preciso momento en que sonaba el silbato del tren. El eco de la locomotora se perdi en la distancia y slo qued aire helado flotando en la habitacin.El paisaje era imponente. No haba luna y las estrellas brillaban con tal intensidad que parecan estar cayendo a la tierra mientras el cielo pareca retroceder hacia las alturas. El perfil indescifrable de las montaas en tinieblas tena un negro sepulcral que terminaba de enmarcar la escena. Pero entonces Shimamura repar en el modo en que ella se asomaba.Te has vuelto loca? dijo apresurndose hacia la ventana.Al sentir la presencia de l, se dej caer aun ms hacia afuera. No haba el menor signo de abandono en su actitud, ms bien todo lo contrario. Una obstinacin poderosa que lo llev a l a pensar: Aqu vamos otra vez. Desde la ventana, las montaas en tinieblas tenan un brillo que delataba la nieve aunque no se la viera. Pero la armona entre cielo y tierra se haba quebrado.Tomndola de la nuca, Shimamura le dijo: Vamos, levntate, que este fro nos enfermar a los dos.Me voy a casa dijo ella con voz estrangulada, apoyando su garganta contra los dedos de l.Vete, entonces.Djame quedarme as un momento ms.Como quieras. Ir a tomar un bao.No, qudate conmigo.Si cierras la ventana.Djame quedarme as. Slo un momento ms.La mitad del pueblo quedaba oculta por el bosque de cedros donde estaba el santuario. Las luces de la estacin, a diez minutos en taxi, titilaban como resquebrajando el aire helado. El pelo de ella, el cristal de la ventana, la manga del kimono, todo lo que Shimamura tocaba le transmita una frialdad que nunca antes haba experimentado. Incluso la alfombra de paja trenzada a sus pies pareca congelada, pens mientras se diriga por el pasillo a los baos.Espera, voy contigo oy que ella deca dcilmente a sus espaldas.Mientras recoga la ropa que l haba dejado caer al piso antes de entrar en el agua, otro husped entr. Ella se inclin todo lo que pudo y ocult su rostro en las prendas que sostena.Perdn dijo el husped y comenz a retroceder.No, por favor, no se vaya. Nos vamos nosotros dijo l, terminando de recoger la ropa cada y dirigindose al compartimiento vecino. Ella lo sigui como si estuvieran casados. Shimamura se sumergi sin mirarla y, cuando ella estuvo a su lado, solt la carcajada bajo el agua, simulando que haca grgaras.

Haca rato que haban vuelto a la habitacin. Ella levant apenas la cabeza de la almohada y se acomod un mechn de pelo detrs de la oreja con el dedo meique.Esto me pone tan triste dijo. Y call. Shimamura pens por un instante que ella estaba con los ojos entreabiertos pero era una ilusin creada por sus largas pestaas.Aun con los ojos cerrados, ella no durmi en toda la noche.Shimamura despert al or el susurro del obi cuando ella se lo ajustaba a la cintura.Perdona, no quise despertarte. Es de noche an oy que ella deca en un susurro. Puedes verme? No veo nada en esta oscuridad. Quiero que mires bien. Ahora. Puedes verme? dijo ella y abri la ventana. S que puedes. Debo irme ya.Shimamura alz la cabeza de la almohada y vio, ms all de la ventana, que en lo alto de las montaas ya haba comenzado el da, aunque en el pueblo an fuera de noche. El fro volvi a sorprenderlo.No temas. Nadie se levanta tan temprano en esta poca del ao. Salvo alguien que quiera ver el amanecer en la montaa. Pareca estar hablando consigo misma, mientras iba y vena, y terminaba de hacerse el nudo del obi. No vino ningn husped en el tren de las cinco de Tokio, de manera que ninguno de los empleados de la posada se levantar hasta dentro de un rato.Aun cuando termin con el obi, sigui yendo y viniendo por la habitacin, sentndose cada tanto a mirar por la ventana. Pareca crispada como un animal nocturno que teme la llegada del da. La luz fue invadiendo el lugar hasta que l alcanz a verle las mejillas rosadas, o quizs era que sus ojos se haban acostumbrado tanto a la oscuridad que ahora poda distinguir un detalle como se.Tus mejillas arden de fro. Aljate de la ventana.No es el fro. Es que me quit el maquillaje. Siempre entro en calor en un suspiro, de la cabeza a los pies, en cuanto me meto en la cama. Debo irme. Ya es de da dijo echndose un ltimo vistazo en un espejo que haba junto a la cama.Shimamura levant la cabeza pero desvi los ojos de inmediato. El espejo reflejaba el blanco de la nieve enmarcando el rostro de arreboladas mejillas. El pelo era de un negro levsimamente diluido, con destellos prpura. Ya haba amanecido? Shimamura no supo si lo que lo haba encandilado era el primer brillo del sol contra la nieve o la belleza increble de aquel contraste entre mujer y naturaleza.

Probablemente para evitar que se acumulara la nieve, el agua de los baos circulaba a travs de un conducto interno por las paredes de la posada, que desembocaba como una fuente en un estanque a la entrada del lugar. Un enorme perro negro estaba tendido entre las piedras de la fuente, bebiendo agua a lametazos de tanto en tanto. Varios pares de esqus para huspedes, trados del depsito, haban sido puestos a secar: el olor a humedad se endulzaba con el vapor de las aguas termales. La nieve que haba cado de las copas de los cedros al techo de los baos iba adoptando, merced al calor que suba, una forma indefinible. Para fin de ao, la vista del camino quedara bloqueada por las tormentas de nieve y ella tendra que calzarse botas hasta la rodilla y pantalones de montaa para llegar a las fiestas donde se requera su presencia, adems de una capa y un velo en el rostro para proteger su maquillaje. La nieve, para entonces, alcanzara una altura de casi tres metros a los costados de ese camino que ella haba contemplado por la noche desde la ventana de la posada, y que ahora el propio Shimamura desandaba rumbo al pueblo.Haba ropa puesta a secar a ambos lados del camino y ms all se vea la lnea de las montaas con las cumbres blancas brillando al sol. Los brotes de cebolla en los sectores sembrados an no haban sido cubiertos por la nieve. Los nios de la aldea se deslizaban en esqus caseros por la ladera. Cuando Shimamura lleg al cruce del camino con la calle principal del pueblo crey or un sonido similar al de la lluvia. Mir entre los carmbanos que colgaban de las ramas de los rboles y oy una voz que deca: Si no es mucho pedir, podra alivianar un poco nuestro techo tambin?Una mujer, que evidentemente vena de los baos pblicos por el pao hmedo que cubra su cabeza, se diriga a un hombre que paleaba la nieve que se haba acumulado en el tejado de su casa. Era seguramente una de las doncellas que trabajaba en la posada durante la temporada de esqu. El edificio que sealaba era un caf, con las paredes de pintura descascarada y el techo ms bien necesitado de reparacin. Una hilera de piedras sostena las chapas del tejado, como en las dems edificaciones de la calle. En el lado expuesto al sol, las piedras lucan un negro ms apagado y erosionado que en el otro lado, donde tenan la intensa tonalidad de la tinta. Las casas estaban a tono con esas piedras al sol. Los aleros, tan bajos que amenazaban besar el suelo en ciertos sectores, parecan impregnados del espritu de la regin.Shimamura vio ms nios, rescatando trozos de hielo de las acequias y arrojndolos al camino, fascinados por los destellos que producan al impactar en el piso y quebrarse en mil pedazos. Se detuvo un momento a contemplar el espectculo y le sorprendi la solidez que poda adquirir el hielo all. Alejada del resto, una adolescente teja con la espalda apoyada contra un muro de piedra. Debajo de los holgados pantalones de montaa, sus pies desnudos calzaban sandalias, y estaban enrojecidos y cuarteados por el fro. A su lado, una nia pequea que no tendra ms de dos aos estaba sentada sobre una pila de lea, sosteniendo un ovillo de lana. Hasta el delgado hilo de lana cenicienta que una a ambas criaturas pareca fulgurar a la luz del da.Al bullicio de los nios se sumaba el serrar de un carpintero proveniente de una rienda de esqus ocho o nueve casas ms all. Un grupo de geishas charlaba bajo un alero enfrente del local. Shimamura estaba seguro que una de ellas era Komako (esa maana por fin haba averiguado su nombre, a travs de una de las doncellas de la posada). S, no slo era ella sino que lo haba reconocido. La expresin mortalmente seria la destacaba de las dems. Estaba ruborizndose, por supuesto. Si al menos lograba simular que nada haba ocurrido entre ellos, antes de que Shimamura decidiera qu hacer... Pero no. Lament que ella no desviara la mirada en lugar de ir siguiendo el movimiento de sus pasos, demasiado avergonzada para mirarlo a los ojos. Las mejillas de Shimamura tambin estaban en llamas. Aceler el paso y un rato despus oy que Komako estaba detrs de l.No vuelvas a avergonzarme as. Me has puesto en ridculo.Yo te avergonc? Crees que fue fcil para m evitar todas esas miradas acechantes? A duras penas me obedecan las piernas. Siempre es as?Solemos encontrarnos todas a esta hora.Supongo que para ti fue peor: no slo que se notara cmo te ruborizabas sino seguirme despus a los ojos de todas.Qu diferencia hace? dijo ella en tono neutro, pero haba vuelto a avergonzarse y busc apoyo en el tronco de un nspero al costado del camino. Te segu porque quera invitarte a que visitaras mi casa.Es cerca de aqu?Muy cerca.Ir si me dejas leer tu diario.Voy a quemar ese diario antes de morir.Pero no hay un hombre enfermo en tu casa?Cmo lo sabes?Te vi en la estacin ayer, en tu capa azul. Y l viajaba en el mismo tren que yo, en el mismo vagn incluso. Lo acompaaba una muchacha que vel por l todo el viaje. Es su esposa? Es alguien del pueblo que enviaron a acompaarlo en el viaje? Es alguien de Tokio? Se comportaba como una madre. Me impresion mucho, Por qu no dijiste nada anoche? dijo ella, molesta.Es su esposa?Komako no contest.Cmo pudiste callar eso anoche? Qu clase de persona eres?A Shimamura no le agrad en absoluto el cuestionamiento. Nada de lo que haba hecho, nada de lo que haba sucedido, mereca reproche, y se pregunt si no estara saliendo a la luz una caracterstica primordial de ella. Pero en el fondo saba que ella tena algo de razn. Sin ir ms lejos, aquella maana, cuando se encandil con el espejo donde se reflejaba el rostro de Komako enmarcado por la nieve, haba vuelto a pensar en la muchacha y lo sucedido en el tren. Aunque incluso entonces haba preferido callar toda mencin al viaje.Qu importa que haya un enfermo en la casa. Nadie entra nunca en mi habitacin estaba diciendo Komako, mientras se internaba por una abertura en un muro de piedra.Al seguirla, Shimamura vio una huerta y varios nsperos como el del camino, que se alzaban paralelos al muro. En el centro, delante de la casa, haba un pequeo jardn floral y un estanque con lotos y carpas nadando bajo la superficie. Alguien haba picado el hielo formado durante la noche. La casa pareca tan antigua y ajada como el tronco de los nsperos. Haba manchones de nieve en el tejado y las vigas que lo sostenan estaban curvadas por el peso.El aire, adentro, ola a tierra fra e inmovilidad. Shimamura la sigui por una escalera sin que sus ojos terminaran de adaptarse a la penumbra. La escalera suba hasta un tico, Antes criaban gusanos de seda aqu arriba. Sorprendido?Tienes suerte de no haber rodado por esas escaleras, con el modo en que bebes.Me ha pasado. Pero por lo general, cuando he bebido mucho, me echo junto al kotatsu de abajo y duermo all.Acerc una mano al caldero que haba tambin arriba, para sentir el calor, y baj a buscar ms carbn. Shimamura recorri la curiosa habitacin con la mirada. Aunque slo haba una ventana baja, que daba al sur, el papel recin cambiado dejaba entrar los rayos de sol. Tambin las paredes haban sido industriosamente recubiertas en papel de arroz, produciendo un efecto de tiempos idos en la habitacin, aunque las vigas desnudas del techo atenuaran el resultado como un manto de opaca soledad. Shimamura se pregunt que habra detrs del papel de las paredes; se senta suspendido en el vaco en la impecable limpieza que reinaba en aquel humilde espacio. Por un instante juguete con la idea de que la luz se filtrara en el cuerpo de Komako tal como lo habra hecho en los gusanos de seda que habitaron el lugar antes que ella.El kotatsu estaba cubierto por un pao del mismo material de los toscos pantalones de montaa tpicos de la regin. Haba una cmoda igualmente atemporal, pero la veta de la madera pareca noble; quiz fuera una reliquia de los aos que haba pasado Komako en Tokio. La acompaaban malamente un ropero barato y una caja de bordado cuya superficie brillaba con la tersura de la buena laca. Los cajones que se vean detrs de un delgado pao de algodn servan aparentemente de estantes para los libros. El kimono que ella haba usado la noche anterior colgaba de la pared dejando al descubierto su interior rojo brillante.Komako subi con agilidad las escaleras con una carga de carbn.Lo saqu del cuarto del enfermo. No debes preocuparte: dicen que el fuego mata los grmenes afirm.Su peinado roz el fuego del kotatsu mientras echaba el carbn dentro. El hijo de la maestra de msica tena tuberculosis intestinal y haba vuelto a casa a morir, agreg ella sin mirarlo.Aunque no era del todo exacto decir que haba vuelto a casa, ya que no haba nacido all: sa era la casa de la madre, quien haba enseado danza en distintos lugares de la costa, incluso cuando ya no era geisha. Pero haba enfermado al cumplir los cuarenta y haba vuelto a aquellas termas para recuperarse. El hijo, aficionado a todo tipo de mquinas desde nio, no haba vuelto con ella. Prefiri quedarse como aprendiz en una relojera. Con el tiempo se mud a Tokio, donde empez a cursar la escuela nocturna, pero la presin fue excesiva para l. Tena slo veinticinco aos.Komako cont todo eso sin pudor pero no hizo la menor alusin a la muchacha que haba acompaado al enfermo en el viaje. Ni explic, tampoco, por qu razn viva ella misma en esa casa. Shimamura estaba incmodo. Dio un paso hacia el corredor y crey ver con el rabillo del ojo un objeto aparentemente blanco, que le pareci el estuche de un samisen, aunque le pareci ms grande y ms largo de lo habitual. Le result difcil imaginar que Komako se trasladara con ese objeto tan pesado a las fiestas que amenizaba. Entonces, la oscurecida puerta corrediza en medio del corredor se abri. Te molesta si paso por aqu, Komako? Era aquella voz tan bella y cristalina que daba tristeza. Shimamura bebi hasta las ltimas reverberaciones de su eco y supo que era la misma que haba odo en el tren, cuando la muchacha llamada Yoko se dirigi al viejo guarda del cruce.En absoluto contest Komako. Yoko sorte con gracia el estuche del samisen con una jarra de vidrio en la mano. Era evidente, no slo por la forma en que haba hablado antes con el guarda sino por los pantalones de montaa que vesta ahora, que era nativa de la regin. Pero la textura del obi, visible debajo de la cintura de los pantalones, daba a aquella rstica prenda un aire elegante, as como impregnaba de voluptuosidad las amplias mangas del kimono tejido. Yoko dedic una mirada tan breve como penetrante a Shimamura y desapareci en silencio.Incluso cuando hubo salido de la casa, Shimamura segua obsesionado por esa mirada, que le arda en la cara con la misma belleza inexpresable que el atardecer anterior, cuando el destello que vena de las montaas se uni con el reflejo del rostro de ella en la ventanilla del tren. Apur el paso, mientras su memoria convocaba una tercera imagen, la del reflejo de la nieve enmarcando las mejillas de Komako en el espejo donde ella verificaba su maquillaje, aquella misma maana.Sus piernas no estaban acostumbradas a ese paso pero l no repar en ello, absorto en sus pensamientos y el paisaje de aquellas montaas que tanto le gustaban. Siempre dispuesto a dejarse llevar por sus ensoaciones, se pregunt cmo era posible que aquel espejo espontneo de la tarde anterior y el que reflej la nieve esa maana fueran realmente obra del hombre y no de la naturaleza, una naturaleza perteneciente a un mundo distante y remoto, tan distante y remoto como la habitacin que acababa de abandonar.Necesitado de un contacto urgente con el mundo concreto, se detuvo frente a una masajista ciega al costado del camino, muy cerca de la posada.Podra darme un masaje?Djeme ver qu hora es dijo ella. Y, apretando el bastn con el brazo contra su costado, introdujo la mano en su obi y sac un reloj de bolsillo, que palp con la yema de su pulgar. Las dos y media pasadas. Tengo un cliente a las tres y media, ms all de la estacin. Pero supongo que no le molestar si llego un poco tarde.Es sorprendente que pueda leer la hora.El reloj no tiene vidrio dijo ella y volvi a abrirlo. Me basta con palpar las manecillas. Puedo errar por un minuto o dos, pero nunca ms.Y el camino? No se le hace difcil?Cuando llueve, mi hija viene a buscarme. Por la noche, slo atiendo a gente del pueblo; nunca me aventuro tan lejos. Aunque las doncellas de la posada siempre se burlan: dicen que es mi marido quien no me deja salir sola de noche.Qu edad tiene su hija?La mayor tiene doce contest ella. Ya haban llegado hasta la habitacin de Shimamura y permanecieron en silencio mientras dur el masaje, hasta que lleg hasta ellos el sonido de un samisen a la distancia.Me pregunt quin estar tocando.Puede decir cul geisha est tocando slo por el sonido?A algunas puedo identificarlas, a otras no. Veo que no es usted un trabajador. Qu piel ms suave tiene.No hago esfuerzos musculares, es verdad.Hay un poco de tensin aqu, en la base del cuello. Pero debe estar satisfecho de su aspecto: ni muy gordo ni muy flaco. Y no bebe, verdad?Cmo puede saberlo?Tengo tres clientes con un cuerpo como el suyo. Pero, si no bebe, no sabe exactamente lo que significa divertirse... ni olvidar.Su esposo bebe?Demasiado.No toca muy bien que digamos, esa geisha.Toca muy mal, es cierto.Usted toca?Cuando era joven. Desde que tena ocho hasta los diecinueve. Han pasado quince aos desde entonces. Desde que me cas.Shimamura se pregunt si todas las personas ciegas parecan de menor edad que la que tenan.Pero lo que se aprende en la niez nunca se olvida.Mis manos han cambiado a causa de este trabajo, pero mi odo sigue siendo bueno. A veces me impacienta orlas tocar. Pero supongo que tambin me impacientaba mi propia manera de tocar cuando era joven.Call un instante y se concentr en la msica.Fumi, de la Izutsuya, seguramente. Las mejores y las peores son las ms fciles de identificar.Hay alguna realmente buena?Komako toca muy bien. Es joven an, pero ha mejorado mucho ltimamente.S?Usted la conoce, verdad? Yo dira que es muy buena, pero debe tener en cuenta que nuestra vara, aqu en las montaas, no es muy exigente.No podra decirse que la conozco. Vine en el tren con el hijo de la maestra de msica, anoche.Est mejor?Aparentemente no.Oh. Saba que estaba enfermo hara tiempo en Tokio, y que Komako se hizo geisha el verano pasado para ayudar a pagar a los mdicos. Me pregunto si sirvi para algo.A qu se refiere?Slo estaban comprometidos. Pero supongo que una se siente mejor despus si hizo todo lo que estaba a su alcance.Estaban comprometidos?As dicen. No lo s realmente; eso es lo que o.Era el colmo de la vulgaridad prestar atencin a chismes de geishas ventilados por una masajista, pero enterarse as tuvo el perverso efecto de hacer ms pasmosa la informacin para Shimamura. Aun cuando le pareca inaceptablemente melodramtico que Komako se hubiera hecho geisha para ayudar a su prometido, dese saber ms. Pero la masajista se haba sumido en el silencio.Si Komako era la prometida de aquel hombre, y Yoko su nuevo amor, y el hombre estaba a punto de morir... la expresin que vino a la mente de Shimamura fue esfuerzo intil. Qu era, si no un esfuerzo intil, la decisin de Komako de guardar su promesa hasta el final, vendindose para pagar las cuentas de los mdicos? Iba a enfrentarla con los hechos cuando la viera de nuevo; iba a ir hasta el fondo de la cuestin, se dijo Shimamura. Sin embargo, a la luz de estos hechos, la vida de ella se haba aclarado.Consciente de la inquietante ineficacia de su vara para juzgar los hechos de la vida, permaneci un largo rato inmvil despus del masaje, sumido en sus pensamientos. Un fro glacial le atenazaba el estmago. Era que la ventana haba quedado abierta de par en par.El atardecer ya haba cado sobre el valle sumindolo en las sombras. Los ltimos rayos del sol poniente detrs de las montaas intensificaban el blanco de las cumbres nevadas, la penumbra del valle y la opacidad de las copas de los rboles que ocultaban el santuario.La aparicin de Komako fue como un rayo de clida luz para la desdicha que haba invadido a Shimamura. Haba una reunin en la posada para planear las actividades de la temporada de esqu y le haban pedido que asistiera a la fiesta que habra despus. Komako acerc las manos al kotatsu y, cuando las tuvo tibias, acarici con una de ellas la mejilla de Shimamura.Ests plido esta tarde. Remat la caricia con un pellizco suave y agreg: Eres tan tonto, a veces.Pareca un poco borracha, ya. Cuando retorn a la habitacin, despus de la fiesta, se desplom delante del espejo y los efectos del alcohol afloraron casi cmicamente en su rostro.No s qu pas. No tengo idea. Me duele la cabeza. Me siento fatal. Necesito un vaso de agua dijo, y se cubri el rostro con las manos, y se dej caer de costado en la cama sin preocuparse por su laborioso peinado. Cuando se reincorpor, procedi a quitarse el maquillaje. La piel que asomaba era intensamente rosada. Pareca encantada consigo misma. Shimamura se sorprendi de la rapidez con que se haba recuperado de la borrachera hasta que not que los hombros le temblaban de fro.Desde agosto vena temiendo un colapso nervioso, le confes ella en voz muy baja.Cre que iba a volverme loca. Estaba obsesionada por algo, pero no tena manera de saber qu era. No poda dormir. Slo lograba mantener el control cuando iba a una fiesta. Tena pesadillas, perd completamente el apetito, permaneca durante horas sentada en el piso farfullando conmigo misma.Cundo empezaste a trabajar como geisha?En junio. Primero pens en ir a Hamamatsu.Para casarte?Ella asinti. Un hombre de Hamamatsu le haba propuesto matrimonio varias veces pero ella haba logrado evitarlo sin ofenderlo. No le gustaba nada, pero tena serios problemas para decidir qu hacer.Por qu tantas dudas si no te gustaba?No es tan simple.Qu tiene de complejo el matrimonio?No seas cnico. Siempre he querido que las cosas a mi alrededor estn en orden.Shimamura gru.T no eres una persona muy satisfactoria precisamente dijo ella.Qu tuviste con ese hombre de Hamamatsu?Si hubiera habido algo, crees que yo hubiera dudado as? l dijo que, mientras yo viviera aqu, me impedira casarme con otro. Dijo que hara todo lo que estuviera a su alcance para evitarlo.Qu poda hacer estando tan lejos? Te preocupaba realmente?Komako se ech hacia atrs en la cama y se desperez como disfrutando la tibieza que emanaba de su cuerpo. Desde esa posicin murmur: Crea que estaba embarazada y solt una risita. Suena ridculo, pero as fue.Luego se hizo un ovillo como un beb, sosteniendo las solapas de su kimono con los puos cerrados. Sus largas pestaas volvieron a hacerle creer a Shimamura que ella tena los ojos entreabiertos.

Komako escriba algo en una revista vieja, sentada cerca del kotatsu, cuando Shimamura abri los ojos a la maana siguiente.No puedo irme a casa. Me despert cuando la doncella entr a traer ms carbn y ya haba demasiada luz. Estaba un poco borracha anoche; dorm demasiado profundamente.Qu hora es?Ms de las ocho.Vamos a tomar un bao dijo Shimamura y se levant de la cama.No puedo. Podra cruzarme con alguien en el pasillo.Pareca ms dcil que nunca. Cuando Shimamura volvi del bao, la encontr aseando la habitacin, con un pauelo atado teatralmente en la cabeza. Haba limpiado hasta las patas del brasero y ahora acomodaba el carbn con mano experta. Shimamura se sent frente al kotatsu y encendi un cigarrillo. Cuando la ceniza acumulada cay al piso Komako le acerc un cenicero y pas un pao hasta borrar toda evidencia. l ri como se suele rer de maana. Ella tambin.Si tuvieras marido, estaras el da entero detrs de l, torturndolo.No lo hara. Pero le dara buenos motivos de burla cuando me viera doblar hasta la ropa sucia. No puedo evitarlo. As soy.Dicen que puedes saber todo sobre una mujer echando un vistazo al lugar donde guarda su ropa.Es un da maravilloso dijo ella. Estaban tomando el desayuno en la habitacin inundada de sol matinal. Debera estar en casa practicando con el samisen. Suena mejor que nunca en los das como ste.No haba una sola nube en el cielo. La nieve en las montaas tena una textura cremosa. Recordando las palabras de la masajista, Shimamura le propuso que practicara all, en la habitacin. Ella no se hizo rogar. Pidi por telfono que le trajeran el instrumento y las partituras de su casa, junto con una muda de ropa.De manera que aquella vieja casa que haba visto el da anterior tena telfono, pens Shimamura. Y record al instante los ojos de Yoko.Quin te traer el samisen? La muchacha que vimos ayer?Quiz sea ella.Ests comprometida con el hijo de la maestra de msica, verdad?Vaya! Cundo oste eso?Ayer.Eres extrao. Lo sabas anoche, pero lo preguntas recin ahora.En su tono de voz no haba el menor reproche.Me resultara ms fcil hablar de eso si te tuviera menos respeto confes Shimamura.Qu ests pensando exactamente? Por eso no me gusta la gente de Tokio.No cambies de tema. An no has contestado a mi pregunta.No quise cambiar de tema. Realmente te lo creste cuando te lo contaron?S.Ests mintiendo de nuevo. No lo hiciste.Me cost creerlo, a decir verdad. Pero entonces me dijeron que te hiciste geisha para pagar las cuentas de los mdicos.Parece uno de esos folletines de las revistas baratas. No es cierto. Nunca me compromet con l. No s por qu la gente cree que s. Y no me hice geisha para ayudar a nadie en especial. Aunque le debo mucho a su madre.Me ests hablando en acertijos.Te contar todo. Y del modo ms claro. Hubo un tiempo en que su madre crey que sera una buena idea que nos casramos. Pero slo lo pensaba; nunca dijo una palabra. Los dos lo sabamos vagamente, pero eso fue todo. No hay ms que contar.Amigos de la infancia.As es. Aunque hemos vivido separados casi todas nuestras vidas. Cuando me mandaron a Tokio como aprendiz de geisha, l fue el nico que vino a despedirme a la estacin. Lo tengo escrito en la primera pgina de mi primer diario.Si hubieran seguido viviendo juntos, hoy estaran casados, verdad?Lo dudo.Yo no.No puedes preocuparte por l. Estar muerto dentro de poco.Y es correcto que, entretanto, t pases las noches afuera?No tienes derecho a preguntar eso. Adems, cmo puede un moribundo evitar que yo haga lo que quiera hacer?Shimamura no tuvo respuesta. Pero segua preguntndose por qu Komako evitaba toda mencin a Yoko. Y Yoko, que haba cuidado de aquel hombre todo el viaje desde Tokio tal como su madre habra cuidado de l cuando l era nio, cmo se sentira cuando viniera a la posada a traer una muda de ropa para Komako? Y qu clase de vnculo tena Komako con el hombre que Yoko haba acompaado desde Tokio? Shimamura se dej llevar por esos enigmas hasta que oy la bellsima voz que ya le era familiar: Komako? Komako?Gracias dijo ella, luego de incorporarse para salir al pasillo. Lo trajiste todo t sola? No pesaba demasiado? y volvi a la habitacin.La cuerda superior del samisen se rompi en cuanto Komako toc los primeros acordes. A Shimamura le bast verla cambiar la cuerda y afinar el instrumento para saber que tena buena mano para tocar. Ella abri un abultado paquete junto al kotatsu y sac un libro de canciones y una veintena de partituras. Shimamura las mir con curiosidad.Usas partituras para practicar? Debo hacerlo. No hay nadie en el pueblo que pueda ensearme.Y la mujer en cuya casa vives?Tiene parlisis.Pero si puede hablar, puede ensear.No puede hablar. Slo puede mover la mano izquierda, y la usa para corregir errores en sus clases de danza. No soporta escuchar a alguien tocar el samisen y no poder hacer nada al respecto.Puedes aprender sola leyendo las partituras?Perfectamente.Al editor le dara una gran satisfaccin saber que una autntica geisha, no una aficionada ni una aprendiz, aprende a tocar con sus partituras en una aldea perdida en las montaas.En Tokio decidieron que bailara y me dieron lecciones de danza. En cambio apenas se preocuparon por desarrollar mis rudimentarias habilidades para el samisen. Si perdiera eso, nadie de aqu sera capaz de ensermelo. Por eso uso partituras.Y quin te ense a cantar?No me gusta cantar. Aprend algunas canciones en mis clases de danza y me las arreglo con eso. Las canciones ms nuevas las aprendo de la radio. No tengo idea de cmo sueno. Te hara rer mi estilo, estoy segura. Adems, mi voz cede cuando canto para alguien que conozco bien. Con los extraos cobro ms valor dijo levemente avergonzada.Cuando alz la mirada en direccin a Shimamura pareci esperar una seal de l para comenzar a tocar. Y fue el turno de Shimamura de avergonzarse.l no tena idea de cmo cantar. Estaba ms o menos familiarizado con el repertorio Nagauta de Tokio, conoca las letras de casi todas las canciones, as como las coreografas de todas las danzas, pero relacionaba ese repertorio con los actores en el escenario, ms que con el estilo ntimo que le daban las geishas.Veo que me enfrento a un pblico difcil dijo ella mordindose apenas el labio. Y procedi a acomodar el samisen contra su rodilla y concentrarse en una de las partituras que tena delante, como si eso la hubiera convertido en otra persona. Vengo practicando sta desde el otoo.Shimamura sinti un escalofro que le eriz hasta la piel de las mejillas. Las primeras notas abrieron un vaco transparente en sus entraas, donde reverberaba el sonido del samisen. Sobrecogido hasta la reverencia, inundado de una oleada de remordimiento e indefensin, no tuvo ms opcin que entregarse a esa corriente, al placer de ser transportado por Komako adonde ella quisiera llevarlo con su msica.Es una geisha de montaa, tiene apenas veinte aos, no puede ser tan buena, se dijo as mismo. Aunque estaban solos en esa habitacin pequea, ella tocaba el samisen como si estuviera en el escenario ante un enorme auditorio. Transportada al parecer por sus emociones montaesas, recitaba con un tono voluntariamente monocorde la letra de la cancin, ralentando y por momentos salteando los pasajes ms complejos, pero aun as pareca sumida en un trance. Cuando su voz se fue haciendo ms aguda Shimamura se asust. Cunto ms lejos poda llevarlo esa hipntica seguridad? Apoy la cabeza entre los brazos para simular una indiferencia que estaba muy tejos de sentir.El fin de la cancin lo liber. Y dej margen para que se fastidiara consigo mismo por pensar que esa mujer, esa mujer estaba enamorada de l.Komako estaba mirando al cielo a travs de la ventana.En los das as hay una reverberacin especial.El tono en que lo dijo fue tan intenso y vibrante que pareca la perfecta ilustracin del comentario. Hasta el aire era diferente. Sin la caja de resonancia de una sala de teatro, sin la audiencia, sin ese polvillo ambiental que era sinnimo de lo urbano, las notas se perdieron cristalinas en las nieves lejanas que enmarcaban aquella maana invernal.Quiz por practicar sola, sin conciencia del efecto que produca, con la amplitud natural de ese valle de montaa como nica compaa, Komako haba alcanzado esa unidad tan poderosa con el entorno que la circundaba. Su propia soledad derrotaba la tristeza y nutra esa portentosa voluntad. Sin duda era un triunfo del carcter alcanzar tal maestra por s sola a partir de una mera partitura, a pesar del entrenamiento inicial que hubiera recibido.Shimamura volvi a sentir el esfuerzo intil que trasluca ese modo de vida. Sinti tambin una nostalgia indefinida. Como si la msica dignificara esa existencia y a la propia Komako.Por su ignorancia de la tcnica del samisen, que lo restringa al aspecto emocional de la ejecucin, era el oyente ideal para Komako. Para cuando ella se sumi en la tercera cancin, los escalofros haban dejado lugar a una intensa serenidad que le permiti a Shimamura contemplar abiertamente el rostro de Komako. La cercana fsica que experimentaba era absoluta. La angosta nariz, que hasta entonces le era ms bien insignificante, pareca vitalizada por el saludable rubor de las mejillas. La suavidad danzante de los labios no perda plenitud cuando se estiraban en un falsete ni cuando se contraan como un capullo. Su encanto reproduca el embrujo que generaba todo su cuerpo. Los ojos, brillosos y hmedos, la aniaban. La ausencia de maquillaje daba a su piel el tono traslcido de una cebolla recin pelada, o ms bien de un pimpollo de lirio, apenas coloreado en su limpidez. Su espalda erguida le daba un aire de recato tersamente virginal.Cuando termin de tocar, Komako aplac la vibracin de las cuerdas con la mano y relaj laxamente su postura, adoptando sin proponrselo un aire seductor. Shimamura no saba qu decir. Ella tampoco pareca esperar ningn comentario; se la vea ms que a gusto consigo misma.Puedes saber cul de las geishas est tocando por el sonido del samisen?No es tan difcil. Somos apenas una veintena. Depende un poco del estilo. Algunas dejan que asome su personalidad ms que otras. Volvi a alzar el samisen pero apoyndolo en su pantorrilla. As lo sostienes cuando eres una nia dijo y volc el torso hacia adelante, como empequeecindose, y toc un par de acordes con intencionada torpeza, que acompa con una voz muy fina y vacilante: Ca-beee-llos os-cuu-ros...sa fue la primera cancin que aprendiste?Aja dijo asintiendo en forma infantil, como sin duda sola hacer cuando era demasiado pequea para sostener el samisen como era debido.Aquella noche se qued con l y no intent escabullirse de la posada con las primeras luces del alba. Komako, Komako, oyeron la voz de la hija pequea de la encargada de la posada por el pasillo mientras retozaban junto al kotatsu y hacan tiempo hasta tomar el bao matinal.De regreso en la habitacin, mientras peinaba su larga cabellera, Komako explic: Cada vez que ve una geisha dice mi nombre, con la misma entonacin, y cuando ve una foto de alguna mujer con un peinado tradicional hace lo mismo. Los nios saben cuando gustan a alguien. Kimi! dijo, alzando la voz, cuando termin de peinarse, y se asom a la ventana. Quieres ir a jugar a casa de Komako? y volvindose hacia el interior de la habitacin coment: Los que vinieron de Tokio ya han salido a esquiar. Impacientes.Shimamura mir hacia afuera desde el kotatsu y vio cinco o seis figuras en ropa oscura deslizarse por la ladera nevada. A l tambin le pareci absurda aquella hiperactividad. La ladera descenda suavemente, la nieve an no cubra por entero toda la pradera.Parecen estudiantes. Hoy es domingo? Crees que lo disfrutan?Son buenos, al menos eso puedo decir. Suelen inhibirse cuando una geisha los saluda en las pistas. Les cuesta reconocerlas como tales, bronceadas y sin maquillaje.T usas ropa de esqu?Prefiero los pantalones de montaa. Pero la temporada de esqu me parece un incordio. Ya lo experimentars en carne propia, cuando te cruces con los dems huspedes cada atardecer, y te saluden y te digan que no te vieron en las pistas. Quiz me abstenga de esquiar esta temporada. Debo irme. Vamos, Kimi? Tendremos tormenta esta noche. Siempre hace este fro antes de nevar.Shimamura sali a la veranda y contempl a Komako alejarse por el escarpado camino con la pequea Kimi de la mano. El cielo se estaba nublando. Los picos ms lejanos an reflejaban los rayos de sol mientras el resto quedaba oculto por las nubes. El juego de luces y opacidades dur poco. Las pistas de esqu ya estaban en sombras. Shimamura vio agujas de escarcha entre los crisantemos aunque segua goteando agua sobre ellos de la canaleta del techo.Pero no nev esa noche. Era lluvia lo que traan las nubes.

Shimamura llam a Komako la noche siguiente. Haba luna. El fro era intenso a las once de la noche, pero Komako insisti en que dieran un paseo y lo arrastr del calor del kotatsu al exterior.El camino estaba congelado. La aldea estaba en silencio, inmvil bajo el cielo estrellado. Komako alz los faldones de su kimono y los acomod en el obi. La luna pareca cortada a cuchillo contra el hielo espectralmente azul.Vamos a la estacin.Ests loca. Son ms de dos kilmetros.Pronto estars en Tokio. Vamos.Shimamura senta las piernas y los brazos entumecidos pero no supo convencerla. De regreso en la posada, ella se dej caer desconsolada en el piso y se neg a acompaarlo a los baos. El kotatsu estaba al pie de la cama y haban tendido el cobertor por encima, para que el calor entibiara las sabanas, pero Komako segua postrada junto al caldero cuando Shimamura volvi.Qu pasa?Me voy a casa.No seas tonta.Acustate y olvdate de m. Slo djame permanecer un rato ms aqu.Por qu quieres irte?No me ir. Me quedar aqu hasta el amanecer.Por qu complicas las cosas.No estoy complicando nada.Entonces qu?No me siento bien.Era eso? Te dejar tranquila, entonces.No.Por qu quisiste ir hasta el pueblo?Me voy a casa.No hay ninguna necesidad de que te vayas.No es fcil para m. Vete a Tokio. Pero no ser fcil para m.Hablaba con la cabeza baja, contra el calor del kotatsu.Qu era lo que le pasaba: pena anticipada por haber ahondado de ms en una relacin ocasional con un husped? O el esfuerzo de mantener la compostura hasta el ltimo momento? De manera que hemos ido demasiado lejos, se dijo Shimamura y l tambin guard silencio.Por favor, vulvete a Tokio.De hecho, pensaba partir maana.No! Por qu? exclam ella, alzando abruptamente la cabeza como si acabara de despertar.Qu diferencia hace cunto tiempo ms me quede?Ella lo mir fijamente un momento y luego estall: Cmo puedes decir eso! Qu razn tie