klaus bringmann, augusto.pdf

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de Historia antigua en la Philipps  
Universität de Marburgo y ha sido 
invitado en diversas ocasiones por el 
Institute for Advanced Study de la  
Universidad de Princeton. Sus estu-
dios sobre la crisis y el ocaso de la  
República romana se han convertido  
en referencia de la investigación cien-
tífica sobre la materia. En esta misma  
colección, ha publicado su monogra-
fía sobre Juliano.
 
Augusto (63 a.C.14 d.C.) es la figura más potente y contradictoria 
de la historia romana. Abrió las puertas a la fase última, la más 
devastadora, de la época guerracivilista, y fue, sin embargo, el 
fundador de una paz universal que, en su honor, lleva el nombre 
de «paz augusta». Conquistador y pacificador al mismo tiempo, 
amplió las fronteras del Imperio como ningún otro romano lo 
hizo antes ni después de él, y fue el enterrador de una República 
herida de muerte. Comenzó como reo de alta traición y llegó 
a ser «padre de la patria», y aunque en sus inicios desdeñaba 
las leyes, entró en la historia como restaurador del derecho y
creador de ün orden considerado el mejor y más feliz del Estado • \ ’ i*, \ ’
romano.
Klaustus Bringmalm, hace una cuidadosa reconstrucción de las"
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Herder w w w . h e r d e r e d i t o r i a l . c o m
Título original: Augu stos
Traducción: D a n i e l R o m e r o
Ilustraciones: O c t a v i N a v a rr o
© 2007, WGB (Wissenschaftliche Buchi/esellschaft), Darmstadt 
© 2008, Herder Editorial, S .L , B arcelona
IS B N : 9 7 8 - 8 4 - 2 5 4 - 2 5 3 3 - 2 La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso
de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Imprenta: R e i n b o o k
Depósito legal  B - 23 .053 - 2008
Printed in Spain - Impreso en Esp aña
Herder www.herderedi tor ia l . com
Pr ó l o g o   ........................................................................................................... 9
In t r o d u c c i ó n ................................................................................................ 11
I. In f a n c i a  y  ju v e n t u d   ....................................................................... 15
El marco familiar e h is tó r ic o ..........................................................   15
Los años de juventud. Prepararse para una vida
dedicada a la p o lít ica ........................................................................... 23
II. El  h e r e d e r o  d e  C é s a r   .................................................................... 35
El reo de alta traición ........................................................................ 35
El aliado de C icerón ........................................................................... 51
El ven gad or de Césa r ........................................................................ 62
La lucha por el dominio de Occidente .....................................   75
El camino hacia la m o n arq u ía ........................................................ 93
III. La   i n s t a u r a c i ó n  d e   l a  m o n a r q u í a  e n   l a  Re pú b l ic a
r e s t a u r a d a ............................................................................................. 113
El nuevo orden de Oriente ............................................................. 116
La fundación del p rin c ip a d o ........................................................... 121
Crisis y superación de la c r is is ........................................................ 139
Reformas y política de sím bolos ................................................... 168
IV. A u g u s t o  y  e l  Im pe r io   .................................................................... 191
La expansión en O cc id e n te ............................................................. 191
Augusto y las provincias .................................................................. 2 1 7
V. R e s p u b l i c a   y   s u c e s ió n  d in á s t ic a   ......................................... 2 3 7
 
N o t a s ........................................................................................................... 2 79
Tabla cro nológica y árbol g en ealó g ic o ........................................ 315
Referencias sobre fuentes y literatura científica ..................... 319
Indice de abrevia tu ras........................................................................... 331
 
Animado por mi colega de Fráncfort Manfred Clauss, he redac
tado esta biografía de Augusto. Fui consciente de la dificultad del
empeño, y no habría osado hacerle frente si no hubiera tenido que
ocuparme ya de Augusto y su época en el volumen de estudios Augus
tus und die Begründung des römischen Kaisertums, aparecido en la Akademie
verlag, y en otras muchas ocasiones diferentes.
Una de las características significativas de la época augustea es
que Augusto y su acción pública tuvieron en todos los medios de la
palabra y de la imagen disponibles en aquel entonces una publicidad
sin igual en la Antigüedad. Para dar al menos una idea del uso que
Augusto hizo de la «fuerza de las imágenes», en esta biografía he
incluido un número relativamente elevado de ellas, acompañadas
de explicaciones detalladas. En esta tarea he contado con una esti
mable ayuda del lado arqueológico y numismático: de mis dos cole
gas de Fráncfort Götz Lahusen y Helmut Schubert, quien, como ya
antes en el mencionado volumen de estudios, se ha encargado ahora
de las reproducciones numismáticas.
Para la concepción de la biografía me he basado en la forma de
Dirk Wiegandt M. A, usualmente seguida . El dibujo de los mapas es
obra de Meter Scholz. Este libro, que quizá sea el último mío, lo dedico a mis hijos Jan,
Martin y Felix, para los que frecuentemente tuve poco tiempo,
debido a mi trabajo, cuando crecían.
 
Introducción
Augusto es la figura más potente y más contradictoria de la histo
ria romana. Él abrió las puertas a la fase última, la más devastadora, de
la época guerracivilista y fue, sin embargo, el fundador de una paz
universal que lleva, en su honor, el nombre de «paz augusta». El paci
ficador fue al mismo tiempo un conquistador que, a lo largo de cua
renta años, llevó a cabo muchas guerras y amplió las fronteras del
Imperio como ningún romano hizo ni antes ni después de él. Fue el
enterrador de la República herida de muerte y, sin embargo, encontró
la máxima satisfacción en los homenajes que recibió por haber
devuelto la Res publica , el Estado romano, en virtud de sus plenos
poderes para disponer de ella, a la libre determinación del Senado y
del Pueblo, es decir, de las instituciones que representaban a la Repú
blica. Comenzó como reo de alta traición y al final fue «padre de la
patria». En sus comienzos trató el derecho y la ley a puntapiés, y, sin
embargo, entró en la historia como restaurador del derecho y de la
ley, y como creador de un orden que él mismo y probablemente
la mayoría de sus coetáneos reconocieron como la situación mejor y
más feliz del Estado romano. Para definir su puesto dentro de ese orden se autodenominó
«príncipe», es decir, el hombre primero y principal del Estado. De
este modo conectaba con la forma de hablar de la República, según la
cual el grupo de los senadores más influyentes se llamaban  principes 
civitatis,  los hombres principales de la ciudadanía. Al monopolizar
ese concepto en su persona ponía de manifiesto, por supuesto sin
pretenderlo, la novedad oculta en lo antiguo: que la influencia princi
pal había pasado de un colectivo a una sola persona. Siguiendo esta
autodenominación, nos hemos acostumbrado, según el procedi
miento de Theodor Mommsen, a llamar principado a la ordenación
del Estado romano fundada por Augusto y a entender por tal el
puesto de liderazgo de Augusto y de los emperadores romanos que le
sucedieron dentro del tejido de la constitución republicana. Una
 
12 I A ugusto
la ofrece el apellido «imperator»,  es decir, «general», que él utilizó a
partir del año 40 delante de su nombre. El término hace referencia a
un viejo uso por el que el ejército victorioso aclamaba como imperator  
a su comandante supremo y lo cualificaba con ello para recibir el
honor máximo, un triunfo que se celebraba en Roma.
Aunque Augusto fue cualquier otra cosa menos un gran general,
en su vida fue proclamado imperator  en 21 ocasiones, más veces que
cualquiera de los grandes generales de campo de la República. Por
tanto, cuando en los comienzos de su carrera tomó este título como
elemento de su nombre, estaba haciendo referencia a la especial rela
ción que lo unía con los soldados y el ejército. A esta relación, al lla
mado patronazgo del ejército, debía su poder en solitario. Este patro
nazgo lo había heredado de su padre adoptivo, el dictador César, y
esta herencia supo utilizarla como instrumento para conseguir el
poder y mantenerlo. En las lenguas europeas modernas, el título impe
rator y el  apellido familiar Caesar  se han convertido en denominaciones
de la monarquía aspirante al rango máximo dentro del círculo de las
monarquías europeas: kaiser y zar, emperor y empereur. Pero, aunque es ver
dad que apellido y título tuvieron así la con no tación de una monar
quía military sus comienzos fueron los de un déspota militar, Augusto
espantó los espíritus que evocaban y supo conjurar los peligros que
había suscitado la militarización de los conflictos internos desde los
últimos tiempos de la República.
Qué relación hubo entre todo ello y cómo una cosa fue conse
cuencia de la otra son el objeto de esta biografía, que se propone
poner a la personalidad de Augusto y su acción pública en relación
con las condiciones de la época. El camino que él recorrió desde sus
comienzos como reo de alta traición hasta ser celebrado como
«padre de la patria» no fue la plasmación de un plan maestro conce
bido desde el principio. En el año 44 a.C. él no sabía adonde iba a
conducirle la decisión de utilizar para su propio ascenso la herencia,
sin duda peligrosa, del dictador César. Si a alguien puede citarse para
probar lo acertado del dicho de que llega más lejos quien no conoce
la meta, ése es Augusto. La biografía sigue el ancho camino que él
recorrió e intenta dar justa cuenta de la persona y de su acción, tanto de sus rasgos problemáticos como de su obra positiva.
Toda biografía es deudora de la calidad de las fuentes disponi
 
In trod ucció n I 13
puede esperarse para la historia antigua, no es mala, pero -e n com pa
ración con lo que originariamente existió- hoy representa lógica
mente un campo en ruina. De ello nos da una visión clara la biogra
fía de Augusto de Suetonio, de la época de Adriano, con su cúmulo
de citas de fuentes perdidas. Por lo que se refiere a la propia obra de
Augusto, sólo nos quedan fragmentos, si exceptuamos el relato de sus
hechos que redactó para la posteridad. Dichos fragmentos son res
tos de ensayos literarios suyos, de su autobiografía, de su numerosa
correspondencia privada y oficial ,y de sus discursos. A ellos se aña
den, la mayoría de las veces gracias a felices hallazgos, inscripciones,
edictos y decisiones jurisdiccionales, así com o anécdotas y manifes
taciones sacadas de la tradición literaria, relativamente bien acredita
das como auténticas, de las que había en la Antigüedad colecciones
especiales. Estas fuentes primarias se completan con la tradición bio
gráfica e historiográfica. La primera está representada por la ya men
cionada biografía de Augusto de Suetonio, que se ha conservado
completa, así como por el fragmento de otra escrita por el diplomá
tico y erudito griego Nicolás de Damasco. Este fragmento abarca
desde el nacimiento hasta el año 44 a.C. y representa una fuente
importante para la historia juvenil de Augusto. La tradición historio-
gráfica se la debemos sobre todo a tres autores: Veleyo Patérculo,
Apiano de Alejandría y Casio Dión. El primero, testigo en el tiempo
de las campañas en Germania, escribió su Historia de Roma en la época
de Tiberio, y los dos historiadores griegos, en el siglo II o al comienzo
del III. A diferencia de Veleyo Patérculo, Apiano de Alejandría y
Casio D ión utilizaron para la historia de Augusto obras más antiguas,
que para nosotros se han perdido. Lamentablemente, la Historia de 
Roma de Apiano acaba en el año 36/35 a.C., y por eso sólo representa
una fuente, detallada y meritoria, para los comienzos de Augusto y
la llamada época del triunvirato.
Todas estas obras, junto con el resto de la tradición escrita, de la  
que forman parte tanto las inscripciones y los papiros como la poe-
sía y la literatura augustea, conforman la base fundamental de nuestro  
conocimiento de la vida de Augusto y de la historia de su tiempo. 
De la contradicción entre un poder en solitario de hecho y la pre-
tensión de haber llevado a su perfeccionamiento la tradición de la 
República surgía una necesidad de legitimación que encontró su plas 
 
14 I A ugusto
imágenes, y no en último término en imaginería y numismática. Para
este fenómeno, hace años que Paul Zanker acuñó una fórmula suge-
rente en el título de su libro Augusto y la fu erza de las imágenes.
Toda la masa de tradición, de distintas épocas y muy variada,
contiene elementos que permiten obtener un amplio panorama de la
época de Augusto. El objeto de este libro no puede ser intentar una
propuesta de visión panorámica de esa clase, pero permítase al autor
asegurar que la imagen de la vida de Augusto que él traza está fun
dada en un amplio espectro de las fuentes existentes. Para los datos
concretos, me remito al apartado anexo de «Referencias de fuentes y
literatura científica» .
E l marco fami li ar e hi stóri co
El hombre que entró en la historia con el nombre honorífico de
Augustus (el «venerable») había nacido en Roma el 23 de septiembre
de 63 a.C. como Gayo Octavio. La familia del padre1procedía de
Velitrae, una ciudad rural situada en la vertiente sur de los Montes
A lban os.2 Este mu nicipio de origen volsco , cuya lengua no era el
latín, había sido conquistado por los romanos al final de la Guerra
de los Latinos (340-338 a.C.). Las familias principales de la ciudad
fueron deportadas y en sus tierras se establecieron colonos romanos
que pertenecían a la circunscripción de la tribus Scaptia fundada en el
año 332 a.C. Velitrae se convirtió en un municipio con autogo
bierno dentro de la confederación romana, en un municipium civium 
romanorum,  cuya clase política dirigente, exactamente igual que
el estamento senatorial en Roma, era una aristocracia terrateniente.
A ella pertenecían desde antiguo los Octavios. En la Segunda Guerra
Púnica un miembro de la familia había llegado a pretor, el segundo
rango más alto del Estado romano.3El hijo de este Gneo Octavio, del
mismo nombre, llegó incluso a cónsul en el año 165 a.C., después
de que, en su condición de comandante de flota en la Tercera Gue
rra Macedónica, hiciera prisionero al rey Perseo de Samotracia tras la
batalla de Pidna (168 a.C .).4 D e este modo, esta rama de los Octavios
había ascendido dentro del círculo interno de la aristocracia senato
rial, la llamada nobleza, compuesta por familias de antiguos cónsules, y sus descendientes gozaban por ello de buenas oportunidades para
afrontar, siempre que quisieran y estuvieran en condiciones de
hacerlo, las duras exigencias de la carrera de honores y alcanzar
igualmente el consulado. De hecho, lo lograron en total en cuatro
ocasiones: en los años 128, 87, 76 y 75 a.C.5 El último Octavio de
esta rama de la familia luchó contra César del lado de los republica
nos y encontró la muerte en el norte de África sin haber alcanzado
los rangos máximos, la pretura y el consulado.6
 
16 I A ugusto
La línea más joven, de la que procedía Augusto, permaneció en
Velitrae. Aquí contaba entre las familias principales, se conformaba
con los cargos locales y multiplicó su riqueza. Del abuelo de Augusto
cuenta la tradición que ocupó los cargos municipales en Velitrae y
que alcanzó una elevada edad con gran riqueza y en un retiro
cómodo.7 El padre fue el primero que se atrevió a dar el salto a la
escena política de la ciudad de Roma. Como era usual, el dinero,
la influencia local, las relaciones con la aristocracia de la ciudad de
Roma y el matrimonio con la hija de un senador facilitaron el ascenso del recién llegado a la clase dirigente.
Gayo Octavio se casó en segundas nupcias con Atia, la hija de
M arco Atio Balbo, procedente de la vecina Aricia, y de Julia, una her
mana de César.8 De este matrimonio nacieron dos hijos·. Gayo Octa
vio, el que luego sería Augusto, y, como hija mayor, la segunda
Octavia. Porque del primer matrimonio del padre había nacido otra
hija, la Octavia primera. Hacia el año 70 a.C. el padre de Augusto fue
elegido cuestor, y la llegada a este primer rango de la carrera de ho
nores le hizo miembro de por vida del Senado. Como muy tarde en
el año 64 a.C. ocupó el puesto de edil, y el año 61 a.C., la pretura, el
puesto de los magistrados supremos de Roma. Fue luego gobernador
de la provincia de Macedonia, donde tras una victoria sobre la tribu
tracia de los bessi fue aclamado «imperator» por sus soldados.9 De
este modo cumplió el requisito para el reconocimiento de un triunfo,
el honor máximo que el Senado concedía a sus generales victoriosos,
y también se acreditó públicamente en el cumplimiento de sus tareas
civiles impartiendo justicia y en la administración.
Cuando Cicerón dirigió un largo memorial a su hermano Quinto,
que administraba como propretor la provincia de Asia, le señaló el
ejemplo que Gayo Octavio había dado como pretor y gobernador.10
Le estaba reservado, naturalmente, el premio por su valía, el triunfo y
el consulado. Pero de vuelta de su provincia murió repentina e inespe
radamente en la Campania, en Ñola (verano de 59 a.C.).
Un año más tarde la madre se casó con un miembro de la
nobleza, Lucio Marcio Filipo, que alcanzó el consulado en 56 a.C."
En casa de éste creció el joven Octavio con la madre y la hermana, y
tal vez también con uno de sus dos hermanastros, el hijo más joven
del prim er m atrimonio de su pad rastro.12 A su padre bio ló gico no
 
1. I nfa nc ia y ju v en tu d I 1 7
vía de los abuelos maternos, relaciones de parentesco con los dos
políticos y generales que iban a convertirse en los enterradores de la
República romana, Pompeyo y César.
El joven Octavio era sobrino nieto de César,· su abuela Julia, her
mana de César, había entrado por matrimonio en la familia de los Atii
Balbi, y su suegro, el Atio Balbo mayor, había emparentado a través
de su mujer Lucilia, una sobrina del célebre poeta Lucilio, con el
padre de Pompeyo. Todos ellos pertenecían a la clase de los terrate
nientes ricos que, a excepción de la familia de César, no ascendieron a
la aristocracia senatorial de Roma hasta la segunda o la primera mitad
del siglo I a.C. Por lo que se refiere a la familia de César, ésta pertene
cía a una estirpe de la más antigua nobleza de cuna de los patricios,
pero, después de una irrelevancia prolongada, fue en la generación
de su padre cuando de nuevo comenzó a tener sitio en el reducido
círculo de poder de la nobleza. El tío de César Sexto fue cónsul en el
año 91, y un año más tarde también otro pariente, Lucio César, des
empeñó como cónsul un papel importante en la finalización de la
guerra de los aliados al promulgar la ley que abrió a los aliados el
acc eso al derech o de ciudadanía rom an a.13 Tres años más tarde
coro nó su carrera con la censura. D e todos modos, el padre de César
sólo había llegado a pretor. Con el matrimonio de su hermana, la tía
de César, había establecido una alianza de familia con Gayo Mario, el
cual conoció un ascenso meteórico como vencedor del rey númida
Yugurta y de la federación de nómadas germanos de cimbrios y teuto
nes. Pero tras el ascenso vino, en el año 100, el año del nacimiento de
César, la caída más profunda de Mario. Cuando luego, en el año 87,
en alianza con Lucio Cornelio Cinna se abrió de nuevo paso hacia el
poder por la fuerza, Lucio César, que había llegado hasta cónsul y
censor, y su hermano Gayo César, de apodo Estrabón, fueron de las
primeras víctimas cruentas de la revuelta. El joven César, el que luego
sería dictador, se había casado con Cornelia, la hija de Lucio Corne
lio Cinna. Pero éste murió pronto, en el año 84, y su partido sucum
bió ante Lucio Cornelio Sila, que volvía de Oriente con su ejército y
que despreciaba a sus enemigos, y provocó entre ellos un baño de
sangre. César salió con vida de aquello, a pesar de que se había negado
a repudiar a la hija de Cinna. Como otros miembros de la aristocra
 
18 I A ugusto
que fue tratado con desconfianza en el círculo del partido guerraci-
vilista llevado al poder por Sila, tras la muerte de éste supo sacar
ventaja, con notoria habilidad, del orden por él instaurado y cuidar su
carrera. En el año 63, el año del nacimiento de su sobrino nieto Gayo
Octavio, fue elegido representante supremo de la religión estatal
romana, Pontifex Maximus, y pretor para el año siguiente.
El año 63 fue en general un año mem orable.14 Pompeyo reorga
nizaba por aquel entonces, tras su victoria sobre los reyes Mitrídates de
Ponto y Tigranes de Armenia, la soberanía romana desde el Mar Negro
hasta las fronteras de Egipto y procuraba al Estado romano, aparte
de los inconm ensurables bo tines , unos ingresos regulares cuyo v o
lumen superaba a los de las provincias antiguas. Mientras Pompeyo
hacía y deshacía como un rey en Oriente, el cónsul Marco Tulio
Cicerón se enfrentaba en Roma con un intento de golpe armado. Éste
partió de Lucio Sergio Catilina, que en el verano había fracasado
por segunda vez en las elecciones consulares. Encontró seguidores
tanto en la aristocracia como en las capas inferiores urbanas y rurales
y, no en último término, también entre los veteranos que Sila había
asentado en las ciudades de Italia. La predisposición al golpe, que
reunió a fracasados aspirantes a puestos, a aprovechados y a víctimas
de las proscripciones de Sila, a jornaleros del campo y a trabajadores
eventuales de Roma, se vio alentada por un muy extendido endeuda
miento debido ora a las sumas invertidas en lograr puestos y en una
vida lujosa, ora a la simple imposibilidad de conseguir ingresos sufi
cientes con lo que se poseía o con el trabajo. Era la otra cara de la
acumulación en manos de una pequeña minoría de la riqueza proce
dente de los recursos de un imperio universal. Cuando, tras el asesi
nato del dictador César, Salustio comenzó su segunda carrera, la de
historiador, haciendo una exposición de la conjura de Catilina, unió
su digresión sobre la lucha de los partidos en Roma con una consi
deración sobre el contraste entre la imponente expansión exterior y
la crisis interior de Roma, tal como aparecía como ejemplo a sus ojos,
los de un coetáneo, en el año 63:
En aquel tiempo el imperium del Pueblo romano me parecía con
mucho el más lamentable. Aunque desde la salida del sol hasta
su caída todo le pertenecía por la fuerza de las armas, y en el inte
 
I. In fan cia y ju v en tu d I 1 9
les tienen por bienes supremos, había, sin embargo, ciudadanos
obstinadamente interesados en arruinarse a sí mismos y al Estado.
Porque, a pesar de las dos resoluciones senatoriales, ni uno solo
de la masa [de los participantes en el intento de rebelión de Cati
lina] desveló la conjura atraído por la recompensa decidida ni
abandonó, ninguno de ellos, las filas de Catilina: tal era la grave
dad de la enfermedad que como una epidemia había invadido
los ánimos de muchos ciudadanos.15
En la decisiva sesión del Senado del 5 de diciembre César había
advertido del peligro de ejecutar sin sentencia judicial a los partida
rios de Catilina detenidos y convictos de la conjura, y propuesto que,
en lugar de eso, se garantizara su seguridad hasta que, calmada la
situación, se les pudiera abrir el proceso. Pero la realidad es que no
sacó adelante su objetivam ente bien fundamentado voto y al abando nar la Curia fue amenazado de muerte por la guardia personal del
cónsul Marco Cicerón, formada por jóvenes del estamento de los
équités:16 la voz de la razón no tenía lugar alguno en la atmósfera del
momento llena de miedo. La conjura de Catilina fue derrotada, pero
sus efectos hicieron a la Italia rural, sobre todo el Sur, todavía más
insegura de lo que ya era por mor de las bandas reclutadas entre
esclavos, expropiados y endeudados.
Y, así, el padre de Octavio, que se encontraba en camino hacia su
provincia de Macedonia, en la región de Thurium (en la actual Cala
bria, en el golfo de Tarento), recibió del Senado el encargo de aca
bar con los restos de los seguidores de Espartaco, que había encabe
zado la rebelión de los esclavos de los años 73-71 , y de Catilina.17 Por
esta exitosa actuación policial de su padre el muchacho recibió el
mote chistoso de «Turino», que significa tanto el «vencedor de thu- rios», por analogía con otros motes de victoria célebres, como afri
cano, macedónico, numídico. Naturalmente, la victoria del padre
sobre bandas que aterrorizaban al país no daba más que para un
chiste. No podía sacarse de ahí el capital ideal: al contrario, cuando
más tarde Gayo Octavio tuvo otro apellido, el de César, y rivalizaba
con Marco Antonio por el poder, éste se burlaba del poco impresio
nante jef e militar llamándole «vencedor de turios», y finalmente a
partir del mote se urdió la historia de un oscuro origen de la familia
en los turios.18
2 0 I A ugusto
Para el marco histórico y la carrera del joven Gayo Gneo sería
importante, por cierto, no la conjura de Catilina y sus consecuencias,
sino la fatal alianza que en el año 60 a.C. sellaron dos parientes suyos,
su tío abuelo Gayo Julio César y el hermano político de su abuelo
materno Gneo Pompeyo Magno, con intervención del rico Marco
Licinio Craso, afectado de una ambición insaciable. La razón de la
alianza, del llamado Primer Triunvirato, fue que tanto el general
Pompeyo, de vuelta victorioso de Oriente, como Julio César, elegido cónsul para el año 59, sólo en un proceder común veían la oportuni
dad de imponer sus objetivos políticos e impedir así el peligro de un
fin de sus respectivas carreras. Y por lo que se refiere a Craso, husmeó
vientos nuevos para sus ambiciones y, a pesar de sus celos hacia Pom
peyo, se dejó arrastrar por C ésar a la alianza, que se basaba en la cláu
sula general de que a ninguno de los tres le estaba permitido empren
der nada en contra de los intereses de sus otros dos aliados.19
Los intereses vitales de que se trataba eran los siguientes: Pom
peyo no lograba imponer, en contra de la mayoría del Senado, ni la
provisión de tierras a sus soldados desmovilizados ni la ratificación de
las disposiciones por él adoptadas en Oriente. El general, que había
seguido las huellas de Alejandro Magno, demostró no estar a la altura
de la microguerra política de Roma y corría el peligro de perder la
cara ante su clientela. Ello hubiera significado su final político y pre
cisamente por eso todos sus desafortunados esfuerzos por hacer valer
sus metas se vieron bloqueados por sus enemigos, a los que hacía
tiempo que molestaba su carrera por encima de los límites del dere
cho administrativo y su acumulación de poder e influencia.
También César se hallaba entre la espada y la pared. Es verdad que
había conseguido ser elegido cónsul, pero sus enemigos dentro del
Senado le habían asignado un ámbito administrativo que no prome
tía ni fama ni provecho financiero: debía emprender una revisión de
las dehesas de pasto y las vías de ganado estatales situadas en Italia.
Del provecho financiero debía estar pendiente porque tenía que
devolver las deudas adquiridas para el soborno de sus electores.
Y, además de eso, lo que César buscaba eran los medios que habían
hecho grande a Pompeyo: un amplio terreno de acción militar, una
guerra que le proporcionara un ejército adicto, botines, poder e influencia. Estaba dispuesto a imponer a toda costa la provisión de
 
I. In fa nc ia y j uv e nt u d I 2 1
había adoptado en Oriente si, en contrapartida, de ello salía para él
mismo un mandato extraordinario.
El tercero de la alianza, Craso, que disponía de una gran riqueza
y de la consiguiente influencia, se había unido a ella con el propó
sito de poder obrar a su antojo más adelante. Cuando estaba ya a
punto de lograrlo, en el año 55 a.C., y recibió, con la provincia de
Siria, una opción de una gran guerra contra los partos en Mesopota
mia, pagó la guerra suscitada por nada con su derrota en la batalla de
Carres y su muerte (53 a.C.).
En su año de consulado, César impuso por la fuerza, e infrin
giendo el derecho, el programa legislativo acordado por los aliados,
y le fueron asignadas a él como provincia la Galia Cisalpina y la lla
nura del Po, junto con el Ilírico, en la costa oriental de Adriático, y
la Galia Transalpina. El cártel de poder de los tres aliados tenía sitios,
dinero y oportunidades de carrera que repartir, y hubo numerosos
miembros de los dos estamentos que componían la clase alta romana,
el senatorial y el de los équités, que se dejaron ganar en apoyo del
triunvirato. Entre ellos estuvo el abuelo materno de Octavio, cuñado
de César, Marco Atio Balbo. Este entró en la comisión de 20 miem
bros que tenía por misión repartir la tierra de acuerdo con las dos dis
cutidas leyes agrarias de César, y participó, según sabemos, en la
distribución de la tierra en Campania.30
No podemos saber si el padre de Octavio se habría adherido
también al cártel de haber seguido con vida. A favor de dicha hipóte
sis estaría su supuesta intención de pretender el consulado tras la
vuelta de su provincia.21
Se ha dicho con razón que el núcleo de un partido en Roma eran
la familia y sus relaciones de parentesco,22 y, en este sentido, es lógico
suponer que Gayo Octavio habría promovido su candidatura en
estrecha relación con el cártel de poder del triunvirato. Pero, por otra
parte, los brutales métodos con que César quebró la resistencia de los
optimates tuvieron efectos polarizadores hasta en las familias de la
aristocracia. Frente a los seguidores de los triunviros, quienes habían
prestado su adhesión mirando por su seguridad o su provecho, estaba
el núcleo duro de la aristocracia senatorial, que defendía la soberanía
colectiva del Senado bajo la dirección de las viejas familias de la
 
 22   I Augusto
triunvirato,· había sido un hombre de alta consideración, y por eso,
por lo menos, no hay que descartar que se habría mantenido al mar
gen de la dudosa alianza.
Pero, sea como fuere, la oposición entre la triple alianza y los
optimates no fue la única constante que definió la política de la ciu
dad de Roma en los años cincuenta. Roma vivía sin aliento con las
maquinaciones de Publio Clodio, quien en 58 a.C. había llegado a
tribuno del pueblo con la ayuda de los triunviros, pero que se zafó
de sus padrinos y movilizó al pueblo de la ciudad contra Pompeyo.
Violencia y contraviolencia dom inaban la escena, y más de una vez
resultó imposible llevar a cabo regularmente las elecciones de los
magistrados de la ciudad. Quien siga el caos de la política diaria por
las cartas de Cicerón estará dispuesto a suscribir el juicio de Theo
dor Mommsen formulado de modo insuperable:
Pretender escribir la historia de este aquelarre político sería tanto
como querer trasladar a notas una cencerrada,· tampoco lleva a
nada relatar todos los asesinatos, las ocupaciones de viviendas,
los incendios y demás escenas de rapiña en medio de una ciudad
universal, y enumerar cuántas veces se recorrió la escala que iba
del cuchicheo y el grito al escupitajo y el pisoteo, y de aquí al
apedreamiento y el desenvainar de espadas.23
En este tiempo inquieto, entre la muerte del padre y el inicio de
la guerra civil entre César y Pompeyo en el año 49 a.C., transcurrió la
infancia del joven Gayo Octavio. La pasó en la casa de su padrastro
Lucio Marcio Filipo. Este pertenecía, igual que ya su padre, a los no
pocos miembros de la clase dirigente que se comportaban con una
reserva prudente en la lucha de los partidos y evitaban en lo posible
apoyar a una de las partes. De esta manera superó indemne su año
de consulado (56 a.C.), en el que César hizo fracasar en el último
minuto el peligroso intento de sus enemigos de hacer saltar el triun
virato. Cuando en el año 49 se inició la guerra civil, él se mantuvo
neutral, al menos externamente. Pero la verdad es que en secreto
estaba de acuerdo con César, para el que era muy importante que el
mayor número posible de miembros de la aristocracia senatorial no se
solidarizara con el gobierno y Pompeyo en su contra. Al acabar la
 
1. In fa nc ia y ju v en tu d I 2 3
campanas al vuelo cuando en enero del año 49 se dictaron las reso
luciones llamando de nuevo a César. Sobre un asunto menor puso
un interdicto contra una de estas resoluciones,24 pero en todos los
puntos decisivos se mantuvo reservado.
La prudencia taimada se había convertido en la segunda natura
leza de la familia en la que creció Gayo Octavio. Al casarse con Atia,
Marcio Filipo había establecido lazos familiares con César, pero su
hija del primer matrimonio se la había dado com o esposa al más claro
enemigo de César, el joven Catón.
Acabara como acabara la lucha de los partidos, lo que importaba
siempre era que el rango de la familia siguiera intacto y que, en
último extremo, ésta quedara del lado del batallón más fuerte. En este
ambiente pasó el joven Gayo Octavio su infancia y su juventud, y
hay buenas razones para suponer que en la casa de su padrastro se
formaron ciertos rasgos básicos de su carácter que fueron condición
de su posterior ascenso político: la prudencia taimada unida a un mar
cado instinto de poder.
Los años de j uventud.  P reparar se para una vi da dedicada a la polí ti ca
Los hijos de las grandes familias de Roma estaban destinados a la
política. Las hijas se casaban de acuerdo con las necesidades de alian
zas familiares de la aristocracia, y de los varones se esperaba que
supieran demostrar su valía en la guerra y en la paz mediante hechos,
que siguieran la carrera de honores hasta el consulado y multiplicaran
la herencia familiar de poder e influencia. Por la posición pública a la
que estaban predeterminados necesitaban ciertas condiciones físicas
y psíquicas, y una educación que les transmitiera los hábitos de la
clase dirigente y los preparara para las tareas en que tenían que acre
ditarse.25 De adultos habían de cumplir con su deber como soldados y
generales, como acusadores y defensores en los juicios, como aseso
res de sus clientes y expertos en cuestiones jurídicas, en la administra
ción del Estado y del Imperio, en las negociaciones con enviados
extranjeros y en conseguir ser líderes de opinión en los gremios polí
ticos del Senado y de la Asamblea del Pueblo. Es evidente que esta
 
poder y competencia, sino también ciertas condiciones naturales:
buena salud y capacidad de sufrimiento tanto corporal como espi
ritual.
En este sentido, las cosas no fueron óptimas en el caso del niño
Gayo Octavio ya desde la cuna. Era enfermizo desde pequeño.26
Padecía resfriados frecuentemente, tenía problemas importantes de
piel y lo acosaban ataques nefríticos y estados de debilidad; a lo largo
de su vida tuvo que pasar varias enfermedades graves que lo pusie
ron al borde de la muerte. No soportaba ni el calor ni el frío. Su pier
na izquierda, desde la cadera hasta los tobillos, era más débil que la
derecha, de modo que cojeaba con frecuencia,· y su dentadura fue
mala ya desde joven. No estaba hecho para la situación excepcional
de la batalla en campo abierto, y su salud, sencillamente lábil, podía
quebrarse en los momentos difíciles de la guerra y de la política. La
educación y el sistema de vida tenían que compensar lo que la natu
raleza le había negado. Desde la niñez estuvo obligado a la autodisci plina. Le estuvo vedado vivir la vida con la plenitud de la energía
 juvenil. Ello significó, por otra parte, que no estuvo expuesto a las
tentaciones de la vida dulce a la que procuraba entregarse la juventud
dorada de Roma, al dispendio de tiempo, energía y dinero. Con el
apoyo y la dirección de una madre aferrada a la rigidez de las anti
guas costumbres romanas, llevó desde niño una vida de ascesis dedi
cada por completo a formarse y a preparar su carrera política.27
Durante toda su vida se mantuvo alejado del lujo en la mesa, en el
vestido y en los adornos extendido entre los compañeros de su clase.
No cultivaba el comer y el beber, y en atención a su débil estómago
tomaba varias veces el día sólo pequeñas, frugales comidas. Durante
el día raras eran las veces que tomaba vino: «En lugar de be b er- escri
bió su biógrafo Suetonio-, solía tomar un pedazo de pan empapado
en agua fría o un trozo de pepino, un troncho de lechuga o una fruta
fresca o seca con ligero sabor a vino».28
Los primeros cuatro años de vida los pasó el niño en una ha
cienda del abuelo en Velitrae. Su habitación infantil, que todavía en
la época del emperador Adriano era venerada como lugar sagrado,
era pequeña y modesta, no más grande, según nos ha transmitido
nuestro confidente, que una despensa.29 El padre, que cultivaba su
 
1. Infancia y juv en tud I 2 5
repentina en el año 59, Augusto tenía justo cuatro años, demasiado  joven, por tanto, para que su educación pudiera ponerse én manos de
un preceptor particular. Esto se hizo luego, en casa de su .padrastro
Marcio Filipo. Aquí sus padres, la madre y el padrastro juntos, según
se cuenta, se preocuparon de su formación y lo pusieron en manos de
un esclavo bien formado de nombre Esfero.30 Como indica su nom
bre, provenía del Oriente de habla griega. Era tarea suya, aparte de
vigilar e instruir al muchacho en las técnicas elementales de la lectura,
la escritura y las cuentas, introducirlo en el griego, cuyo conoci
miento era obligatorio para todos los miembros de la aristocracia
romana desde mediados del siglo II a.C. El joven Octavio leía el
griego y también apreciaba la literatura clásica de los griegos, pero
nunca dominó la lengua hasta el punto de hablarla con fluidez o de
habituarse a escribir una carta en griego sin la ayuda de traductores.31
Gayo Octavio mostró hacia su primer maestro un apego del tipo
del que suele darse muchas veces en la relación entre el ama de cría
y el niño amamantado. De adulto, dio la libertad al que había sido su
maestro y cuando Esfero murió en el año 40, a pesar de estar enton
ces metido a vida o muerte en una guerra civil, dedicó al difunto un
entierro público.32 Lo honró así del mismo modo que a su propia
madre, que había muerto dos años antes.33
Padres e instructores procuraban trabajar muy juntos en la educa
ción de los hijos, y no era inusual que un padre o la madre colabora
ran, en este sentido, para inculcar en sus hijos capacidades y conoci
mientos elementales. De Augusto se cuenta que más tarde él no dejó
que otros enseñaran a leer, escribir y hacer cuentas, ni tampoco otras
disciplinas, a su nieto, al que había adoptado.34 Si Marcio Filipo se
ocupaba de su hijastro de ese mismo modo, no se sabe. Pero sí se nos
cuenta que ambos padres dedicaron gran atención a la educación del
hijo. En su biografía de Augusto, Nicolás de Damasco anota: «Su
madre y el marido de ella, Filipo, se ocupaban de él. Cada día pregun
taban al instructor y al protector que habían encargado del joven adonde había ido y cóm o y con quién había pasado el día».35
La educación de un muchacho destinado a entrar en la clase diri
gente de Roma tenía por meta dotarlo de las capacidades que nece
sitaba para acreditarse en la guerra y en la paz, y aguantar la compe
tencia con los compañeros de su clase. Tenía que prepararse para el
 
2 6 I Augusto
aprender a nadar y a montar a caballo, y ejercitarse lo antes posible
en el uso de las armas. Tampoco al joven Octavio se le ahorraron tales cosas,36 pero -lo que no es de extrañar dada su constitución-
no era especialmente bueno en la artes de la equitación, la espada y la
 jabalina. A pesar de todo, aguantó y contin uó los ejercicios con las
armas más allá del tiempo de su formación hasta el final de la guerra
civil, o sea, hasta el año 30 a.C. Luego abandonó aliviado tales ejerci
cios obligatorios y limitó su ejercicio físico al juego de pelota, y ade
más procuraba moverse dando paseos.37
En cam bio, Octavio era un alumno brillante en las disciplinas que
exigía el adiestramiento de un futuro orador y político.38 En este
terreno, según afirma al menos Nicolás de Damasco, incluso supe
raba a sus maestros. Solían leerse e interpretarse obras de las literatu
ras griega y latina, tanto poesía como prosa, y seguía luego la clase
teórica y práctica en el arte de la oratoria, así como el estudio com
plementario de la filosofía.39 La retórica y la filosofía eran original
mente plantas de la cultura intelectual griega, y ello explica, junto a la
necesidad de aprender la lengua griega com o lingua fran ca  del mundo
de entonces, el importante puesto de los maestros griegos y las obras
griegas en la formación de la juventud romana.
A la formación griega se unió en el siglo I a.C., en pie de igual
dad, otra análoga en lengua latina. Existían ya una literatura latina y
gramáticos romanos, es decir, profesores de literatura y oradores.
Sólo en el campo de la filosofía, como repetidas veces resaltó Cice
rón, seguía yendo Roma con retraso. El propio Cicerón se dedicó,
durante la dictadura de César, o sea, todavía en la época de juventud
de Octavio, a una amplia exposición de la filosofía griega en lengua
latina, y con ello tenía como objetivo, no en último término, hacer
una aportación a la educación político-moral de la juventud desti nada a la dirección política.
Desde el siglo II a.C. se habían dedicado a este rol social especial·
mente los estoicos, y no es casualidad, seguro, que los dos filósofos
que fueron nombrados profesores del joven Gayo Octavio fueran
representantes de esta escuela: Areios, procedente de Alejandría, del
que recibió lecciones junto con los hijos del mismo, Dionisio y N ica
nor,40 y Atenodoro, el hijo de Sandon de Tarso, en Cilicia.41 Con
 
I. In fa ncia y ju v en tu d I 2 7
ciones. Areios ejerció de gobernador suyo en Sicilia, y cuando se des
hizo de su rival Marco Antonio y se dedicó a la administración de
Egipto, distinguió de manera especial a Areios al declarar pública
mente en Alejandría que su maestro era uno de los tres motivos por
los que perdonaba a la ciudad. A pesar de todo, el filósofo supo guar
dar su independencia. Rechazó la oferta de hacerse cargo de la direc
ción de la administración financiera de Egipto. Más o menos por la
misma época, Atenodoro llegó a la cúspide de su ciudad, Tarso,
donde puso fin al dominio de Boethos, un hombre de confianza de
Antonio, y dio a Tarso una nueva constitución.
Por lo que se refiere a la retórica, una disciplina clave para la for
mación de futuros políticos, Octavio tuvo un profesor latino y otro
griego: Marco Epidio, que tenía en Roma una renombrada escuela
de retórica -citarem os com o alumnos prominentes, junto a Augusto,
al triunviro Antonio y al poeta Virgilio-, y Apolodoro de Pérgamo,
uno de los más célebres maestros de retórica del mundo griego, que
le dio clases en Roma y hacia finales del año 45 lo siguió hasta Apo-
lonia, al otro lado del Adriático, para seguir instruyéndolo en la
ciudad griega.42
de ser declarado mayor de edad solemnemente mediante la imposi
ción de la toga viril en el Foro. Este acontecimiento tuvo lugar el 18
de octubre de 48, o sea, poco tiempo después de su 15° aniversa
rio.43 Durante su época de formación, que duró con interrupciones
hasta el primer mes del año 44, puso los cimientos de su excelente
conocimiento de las lenguas griega y latina, y durante toda la vida
poseyó un criterio estético seguro sobre la calidad literaria.
Cuando posteriormente se halló en la cima del poder, Gayo Octa
vio concedió el máximo valor a que sólo los mejores autores se ocupa
ran de él y de su obra: preferentemente pensó en Virgilio y Horacio.44
El trato con la poesía y la prosa lo llevó, como a otros, a ensayos tem pranos de producción propia.45 Escribió epigramas y fue capaz de com
ponerlos al estilo de Catulo, habiéndose conservado uno de época pos
terior contra su rival Antonio.46 Del mito de Áyax sacó materia para
una tragedia, pero cuando percibió que su vis  creadora era escasa,
borró lo que tenía escrito. Al ser preguntado por un amigo por los pro
gresos de su Á yax, respondió aludiendo irónicamente al suicidio del
 
2 8 I Au gusto
época de juventud las «Exhortaciones a la filosofía», fruto de las clases
de filosofía.48 De si el poema sobre Sicilia, del que sólo se ha conser
vado el título, era un poema didáctico de tema geográfico, sabemos
tan poco como del momento de su redacción.49 Aunque durante toda
su vida Augusto tuvo sensibilidad para la calidad estética de la poe
sía, su relación con la literatura estaba mucho más marcada por una
actitud moral y finalista. Un poeta del amor lascivo tan elegante y
genial como Ovidio no hallaría más tarde gracia a los ojos del refor
mador que se había propuesto restablecer el rigor de costumbres de
la antigua Roma. De ambas literaturas, de la griega y de la latina, tenía
por costumbre entresacar normas y ejemplos que le parecían ser de
utilidad tanto en la vida privada como en la pública.50
Por lo que respecta a la oratoria, Gayo Octavio tuvo que luchar
desde niño con problemas de voz.51 Cuando tenía resfriado y ron
quera, era incapaz de hablar ante un público numeroso. Entonces
tenía que mandar que otros leyeran lo que antes él había escrito. Con
el aumento de su debilidad en la vejez se vio obligado a la comuni
cación por escrito. Pero durante la juventud luchó con todas sus fuer
zas contra la desventaja de su escasa energía de voz. Para el ejercicio
retórico de la declamación se sirvió de un foniatra, y, tal como cuenta
Nicolás de Damasco, después de la pubertad guardó abstinencia
sexual todo un año con el fin de fortalecer su constitución y su voz,52
cosa que, dada su permanente preferencia por bellezas jóvenes, cier
tamente no debió de resultarle fácil.
Tras terminar su formación, Gayo Octavio continuó con sus ejer
cicios de retórica: según sabemos, ni siquiera los abandonó en medio
de los apuros de la Guerra Mutinense (43 a.C.).53 Poseía Octavio la
facultad de un discurso libre, fluido, era rápido en la réplica y capaz
de manejar con brillantez las armas de la ironía y del sarcasmo.54 De
todos modos, cuando se trataba de cosas importantes, evitaba el
discurso improvisado. Los discursos públicos los trabajaba cuidadosa
mente por escrito hasta su literalidad y leía el texto. Ello no se corres
pondía con las costumbres antiguas, y quedó debidamente adver
tido.55 También a las entrevistas importantes acudía con notas
escritas, y ni siquiera de su discreta tercera esposa, Livia, hacía excep
ción en esto .56 Está claro que ya desde jov en se había acostumbrado a
no dejar nada a la casualidad y a prepararse con extraordinaria con
centración para cualquier situación.
 
I. In fan cia y ju v en tu d I 2 9
La racionalidad finalista se convirtió para el joven Octavio en
una segunda naturaleza ya desde muy pronto, y a ella respondía su
estilo oratorio. Dotado de una inteligencia sobresaliente, captaba
fácil y rápidamente el punto destacado de lo que era obligado o
conveniente decir, y fijaba toda su atención en expresarlo con cla
ridad y sin fiorituras. Suscitar afectos, que se consideraba la obra
máxima del arte oratoria, no era lo suyo, y en Apolodoro de Pér- gamo tuvo un maestro que parece que fortaleció su tendencia a la
argumentación racional y a la composición clara.57 Como César,
evitaba toda palabra rara, y se reía de los aficionados al estilo arcai
zante, así como de todos los que empleaban una forma de expre
sarse rebuscada o ampulosa.58 Desde lo alto de su superioridad inte
lectual y retórica sermoneó más tarde a Antonio por su incapacidad
para expresarse con claridad y por su estilo malo, oscilante entre
extremos: «¿Y todavía tienes dudas de si imitar a Cimber Annio o a
Veranio Flaco en la manera de emplear las palabras que Crispo
Salustio sacó de los Orígenes de Catón, o si utilizar en nuestra len
gua la palabrería vacía de ideas del orador asiático?».59 Tampoco
tenía nada de la forma de hablar afectada y barroca de su amigo
Mecenas. Pero, mientras comprometía sin piedad al enemigo polí
tico en la guerra de las palabras, el amigo sólo era objeto de burlas
bondadosas.60
imperceptiblemente y luego cada vez más claramente, en el campo
de gravitación de su tío abuelo Gayo Julio César. En el año 51 a.C.,
cuando C ésar estaba ocupado en com pletar el som etimiento de las
Galias, murió su hermana, la abuela de Octavio. Sin cumplir todavía
los 12 años, después de César era el segundo pariente varón de la
difunta y por ello le tocó el deber de pronunciar el discurso funerario
de la abuela y de evocar en él ante la opinión pública la antigüedad y
la prez de la familia Julia.61 Luego, en el paso de los años 50 a 49,
comenzó la guerra civil.62 Los enemigos de César del campo de los optimates habían con
seguido separar a Pompeyo de su aliado político y atraerlo a su causa.
Su plan era hacer volver a César de las Galias lo antes posible para,
como aspirante sin cargo al consulado del año 48, llevarlo ajuicio
en Roma por las muchas transgresiones jurídicas por él cometidas en
 
ello hubiera significado el final de su carrera política. Lógicamente,
César no lo permitió. A la resolución de 7 de enero de 49 por la que
se le llamaba de nuevo, él respondió con el inicio de la guerra civil.
No quería dar a sus enemigos tiempo alguno para que movilizaran
contra él los recursos de Italia y del Imperio romano. En dos meses se
apoderó de toda la península italiana, y obligó a Pompeyo y al
gobierno a huir por el Adriático y luego, en una brillante campaña,
desplazó a los generales de Pompeyo a Hispania, de modo que a
comienzo de agosto de 48 tuvieron que capitular, y al año siguiente
llevó la guerra a través del Adriático hasta Grecia, donde Pompeyo
había reunido una potente fuerza bélica.
César consiguió librarse de la precaria situación en que había
caído en Dirraquio (Dürres) y el 9 de agosto de 48 ganó en Tesalia la
decisiva batalla de Farsalia. Persiguió a Pompeyo en su huida hasta
Egipto, pero ya no volvió a encontrarlo vivo. El gobierno tutelar que
dirigía los asuntos en Alejandría lo mandó matar el 28 de septiembre
al llegar a puerto. César se vio envuelto en las luchas por el trono de
los Ptolomeos, permaneció varios meses en Alejandría y en el Oriente
del Imperio y hasta comienzos de octubre de 47 no volvió a Roma.
Por lo que se refiere a Gayo Octavio, al declararse la guerra civil
los padres lo trasladaron de Roma a la seguridad de una finca rural del
padre.63 Cuando acabó la campaña en Italia y huyeron Pompeyo y el
gobierno, volvió a Roma. En octubre de 48 fue declarado mayor de
edad con la solemne imposición de la toga viril y con 15 años acce
dió al puesto de sacerdote en el gremio dirigente de la religión esta
tal romana que había quedado libre por la muerte del enemigo de
César, Lucio Domicio Ahenobarbo, en la batalla de Farsalia.64 No
hace falta probar que tal cosa se hizo teniendo en cuenta el paren
tesco de Octavio con el vencedor de Farsalia.
Aproximadamente medio año después, en la primavera de 47 , sin
haber cumplido los 16 años y con el título de prefecto de la ciudad,
Octavio ejerció durante un día como cónsul suplente de Roma
cuando en la fiesta de los latinos los magistrados ordinarios marcha
ron en solemne procesión al santuario de Júpiter Latiaris en los Mon
tes Albanos para ofrendar al dios un sacrificio por el Estado.65 Era un
honor que se hacía a los jóvenes varones de las grandes familias anti
 
1. In fa nc ia y j uv e ntu d I 31
cer tal honor de nuevo a su tío abuelo. Evidentemente, se había pre
parado bien para su aparición pública.
Nicolás de Damasco relata que el joven prefecto de la ciudad
causó gran sensación con las medidas jurídicas que adoptó en lugar
de los cónsules y los pretores. U nos conocim ientos elementales sobre
el derecho romano formaban parte del programa formativo de los
futuros senadores, y a través de lo vivido en la casa paterna, de la
que entraban y salían los clientes en busca de consejos, el jov en pudo
adquirir la experiencia y la seguridad en sí mismo que le hicieran
pasar la prueba de la primera aparición en un puesto público. En
general, Octavio empezó a estar de forma cada vez más clara en el
centro de atención del público. Como varón pariente cercano de
César, le presionaban la gente de su edad y los compañeros de estu
dios, esperando ayuda en sus carreras u otras ventajas. Cuando salía
de la ciudad para practicar la equitación o para hacer visitas, le acom
pañaba un gran número de personas.66
César volvió a Roma en octubre de 47, pero ya en diciembre par
tió para Africa para acabar con el nuevo centro de resistencia republi
cana que se había formado allá. Octavio quiso acompañar a su tío
abuelo para acumular bajo su mirada las primeras experiencias béli
cas. Un curso práctico de este tipo formaba parte de la preparación
para el llamado cursus bonorum, del mismo modo que el estudio inten
sivo de la retórica y el contacto con un senador de éxito en su actua
ción como experto y político en el Foro. Lógicamente, en el ruido
de la guerra civil el arte de la oratoria guardó silencio. En el campo de
los enfrentamientos ante el tribunal y la Asamblea del Pueblo no
había nada que aprender, com o durante la juventud de Cicerón. D is
tinta era la cosa en el arte de la guerra. Aquí Octavio habría podido ir
a aprender con el más grande general del momento. Pero Atia, la
madre, protestó, y el hijo obedeció.67 Su salud era demasiado poco
sólida, y en la familia se consideró mejor que permaneciera en casa y
mantuviera su forma de vida habitual. La ausencia de Octavio del escenario bélico africano no impidió
a César honrar a su sobrino nieto con distinciones militares con oca
sión de su triunfo, celebrado con gran dispendio (20-30 de septiem
bre de 46, que corresponde al 20-30 de julio del calendario refor
mado juliano). Entre las distinciones mencionadas le fue permitido
 
32 I Augusto
César en esta campaña».68 Pero, sobre todo, César hizo que apare
ciera com o el mediador que defendía ante el Dictador los asuntos de
los que buscaban favores. El hermano de su amigo Agripa había
luchado del lado de la República y estaba en prisión. Agripa pidió al
amigo que intercediera por el prisionero, y Octavio logró el indulto
de César.69 En general, su actividad mediadora tenía éxito la mayor
parte de las veces,70 y hay buenas razones para suponer que el papel
que desempeñaba estaba acordado con su tío abuelo, y formaba parte
del plan seguido por César para allanar el camino de su sobrino nieto
hacia la influencia y el poder.
La organización de las representaciones en el teatro griego que
César le encomendó debió de estar destinada a darlo a conocer a un
público más amplio. Octavio se entregó a la tarea con todas sus fuer
zas, pero su débil constitución se vio superada. Se quebró. El día
más caluroso del año sufrió un golpe de calor en el teatro.71
Cuando en noviembre del año 46 César marchó a Hispania a
causa de la guerra contra los hijos de Pompeyo, Octavio todavía no
se había repuesto del incidente sufrido en verano y por tanto de
nuevo se vio obligado a permanecer en casa. Sólo a comienzos del
año siguiente se unió a César con un pequeño séquito, habiendo recha
zado la compañía de la madre. El viaje no estuvo libre de peligros: nau
fragó y tuvo que seguir por tierra a través de caminos amenazados por
el enemigo. Cuando finalmente alcanzó a César cerca de Carteya (San
Roque, Cádiz), éste ya había ganado la victoria decisiva de Munda
(17 de marzo del año 45 a.C.),72 pero a partir de ese momento fue
acogido en la plana mayor de un tío abuelo que lo observaba atenta
mente y con frecuencia conversaba con él. Si nos atenemos a la expo
sición que nos llega de Nicolás de Damasco, la prueba es clarísima:
«Cuando César advirtió que Octavio era certero, sensato y conciso
en la expresión, y que siempre daba con las respuestas adecuadas, lo
acogió en su corazón y lo quiso mucho».73
De nuevo se le dio a Octavio la oportunidad de acreditarse como
mediador e intercesor, esta vez en el nuevo orden de Hispania, y de
asegurarse así una clientela obligada al agradecimiento. Especial reco
nocimiento mereció su exitosa defensa de Sagunto, que en la guerra
había estado del lado de los pompeyanos. Nicolás de Damasco
escribe: «Se hizo defensor de ellos [los saguntinos], y, com o argu
 
I. In fa ncia y ju v en tu d I 3 3
les hacían y los despidió para casa con ánimo amistoso. Ellos lo ensal zaban ante toda la gente como su salvador».74
La buena impresión que César obtuvo de su sobrino nieto le dio
ocasión para, en su último testamento fechado en 13 de septiembre
de 45 a.C., nombrarlo heredero principal y adoptarlo, siempre que
antes que él muriese no hubiera nacido un hijo suyo propio.75
Más o menos por la misma época en que César redactó su testa
mento en la Italia del Norte, Octavio pidió permiso, y lo obtuvo, y
volvió a Roma. Al llegar, se acercó a recibirle con una gran comitiva
un tal Amacio, alias Herófilo, que se dijo hijo de Gayo Mario, y por
el parentesco existente -Mario se había casado con la tía de César—
planteaba a César el derecho a formar parte de la familia Julia. El falso
Mario quería ganar a Octavio para su causa, pero éste, listo com o era,
evitó comprometerse y remitió al solicitante a César como cabeza de
familia, el cual, tras su vuelta, lo desterró de Roma.76
En el otoño de 45 Octavio pasó algunas semanas en Roma. Vol
vió a vivir bajo la estricta vigilancia de la madre, en una casa propia
que, por cierto, antes había pertenecido al orador y poeta Licinio
Calvo, el amigo de Catulo y antagonista de Cicerón en el concurso
por el mejor estilo en oratoria, pero dicha casa se hallaba cerca de la
de los padres, y la madre hacía todo lo posible para mantener a su
hijo alejado de las tentaciones de la vida dulce, y sobre todo del trato
con mujeres.77
Parece que ya antes de la campaña en Hispania Octavio había
pedido ser nombrado lugarteniente del Dictador, magister equitum  (jefe
de los équités) como rezaba el viejo título. Su petición no fue aten
dida.78 Pero luego, cuando César planeó su campaña de Oriente para
acabar con el nuevo centro de resistencia pompeyana en Siria y diri
gir la guerra contra los partos en Mesopotamia, accedió al deseo
anteriormente planteado por su sobrino nieto y lo elevó a segundo
hombre del Estado, no sólo promoviéndolo a la clase patricia,79 la
nobleza primigenia de Roma, sino también designándolo magister equi
tum ante la inminente campaña.80 En calidad de tal acompañaría al
Dictador a Oriente.
Ya hacia finales del año 45, Octavio, junto con su amigo Marco
Agripa, se dirigió a través del Adriático a la base de partida de la cam
paña planeada. Su lugar de residencia fue la ciudad portuaria de Apo-
 
3 4 I A u gu sto
quio, el puerto principal frente a Brundisium, en la costa oriental del
Adriático, de donde partía hacia Oriente la gran calzada militar, la via 
Egnatia, a través de Macedonia hasta Tesalónica. En Dirraquio desem
barcaron las tropas previstas para la campaña en Oriente y se acuar
telaron en los alrededores de la via Egnatia.  O ctav io y Agripa iban
acompañados del instructor de ambos en oratoria Apolodoro de Pér
gamo, y los varios meses que duró la espera hasta la llegada prevista
de César los ocuparon continuando co n sus estudios y e jercic ios.81
Una tras otra se desviaban unidades de caballería de Macedonia a
Apolonia, con las que se ejercitaban en el arte ecuestre. Los oficiales
visitaban al sobrino nieto de César, y éste supo trabar con todos
ellos relaciones de amistad. De esta manera se introdujo bien en el
ejército. Todo estaba preparado y en espera de los generales, para
partir hacia Oriente. Entonces, en la segunda mitad de marzo, llegó
la noticia de que César había caído víctima de un atentado el 15 de
ese mes en Roma. El Dictador había muerto,· la designación de su sus
tituto quedaba anulada. Parecía acabada la carrera iniciada con toda
esperanza bajo la égida de César.
 
II. El heredero de César
El reo de alta traición
Entre el 20 y el 25 de marzo de 44 llegó de Roma un mensajero
a Apolonia y entregó a Octavio una carta de su madre. La carta
estaba escrita inmediatamente después del asesinato de César bajo la
impresión del suceso. Y Atia animaba a su hijo a volver a Roma con
ella,· ella misma no sabía cómo evolucionarían las cosas, y quería
que su hijo reaccionara con ánimo y sensatez ante las circunstancias
porvenir.1El mismo mensajero, un liberto de la familia, se hallaba
todavía bajo la impresión del asesinato de César y contó que el par
tido de los del atentado no era pequeño y que habían comenzado a
desterrar de Roma y matar a los seguidores de César,· que los parien
tes de César estaban en peligro gravísimo, y que en lo primero que
había que pensar era en la propia salvación.2 Estas valoraciones refle
 jaban el pánico con que los cesarianos habían reaccionado ante el
asesinato del Dictador. El propio cónsul Marco Antonio había sido
presa del mismo pánico y había huido del lugar de los hechos atolon
dradamente.
Pero cuando el mensajero llegó a Apolonia, la situación había
cambiado.3Los protagonistas del atentado no habían logrado atraer
a su lado al pueblo de Roma, y el cónsul volvía a tener la sartén por el
mango. En la sesión del Senado de 17 de marzo los partidos se pusie
ron de acuerdo en un compromiso para hacer realidad la paz interior:
todos los actos.de gobierno de César, incluida la distribución de car
gos, mantendrían fuerza legal, y los responsables del atentado no
serían castigados. Tres días más tarde las honras fúnebres por César,
hábilmente escenificadas, cambiaron nuevamente la situación en la
ciudad por completo: los responsables del atentado y sus simpatizan
tes tuvieron que huir de la ira popular y Antonio logró alejarlos de
Roma, el centro político. Casio y Bruto, las dos cabezas dirigentes
de la conjura, siguieron siendo pretores, pero no pudieron seguir
 
través de una resolución senatorial.
Octavio no podía todavía saber nada de estos cambios cuando,
tras recibir al enviado, consultaba con sus amigos, con Marco Agripa
y Salvidieno Rufo a la cabeza, sobre cómo había que reaccionar
frente a las noticias catastróficas llegadas de Roma. El consejo de bus
car refugio en el ejército macedonio y marchar con él hacia Italia para
vengar la muerte de César, lo rechazó.4 La situación era demasiado
complicada, y, aunque él estaba indignado con el asesinato, le repug
naba jugárselo todo en una situación inextricable. Entonces se atuvo
ya a la máxima de su vida, un refrán griego equivalente al español
«vísteme despacio que tengo prisa»,5 alabó por su benevolencia a
los soldados y los ciudadanos de Apolonia que le habían prometido
su apoyo y se despidió de ellos pidiéndoles que lo tuvieran en cuenta
cuando los necesitara.6 Luego partió hacia Italia con una pequeña
comitiva y desembarcó cerca de Lupiae, la actual Lecce, para antes
que nada recabar noticias más exactas sobre la situación. Por precau
ción evitó la gran ciudad portuaria de Brundisium, que estaba ocu
pada por tropas, y se dirigió en primer lugar al pequeño y recónd ito
puerto de Lupiae. Aquí recibió también noticias más actualizadas del
estado de cosas en Roma. En Lupiae incluso escuchó a testigos ocula
res de los sucesos que habían tenido lugar en la capital entre el 15 y
el 20 de marzo. Estos testigos oculares también le hablaron del tes
tamento de César publicado ya el 18 de marzo. Se enteró de este
modo de que su tío abuelo, al no tener un hi jo propio, lo había adop
tado a él y le había dejado la herencia principal, con tres cuartas par
tes de su fortuna.7
Cuando Octavio fue informado de que Brundisium no estaba en
manos de los enemigos de César, se dirigió allá, donde recibió una
nueva carta de su madre y otra de su padrastro. Atia no contaba más
que lo que ya él sabía: que en Roma se había producido un cambio en
perjuicio de los asesinos de César. Marcio Filipo, en cambio, le urgía
para que no aceptara la peligrosa herencia, haciendo referencia a la
señal de alarma que era la muerte violenta del testatario.8 La adver
tencia era del todo comprensible, ya que el apellido y la herencia no
eran asunto puramente privado, sino que tenían implicaciones polí
ticas que, por la posición que César había ocupado, excedían de lo
 
II. El h e re de ro d e C é s ar I 3 7
imposición al heredero de donar al pueblo de Roma, hombre a hom
bre, un legado de 300 sestercios,· para ello, contando con un total de
300.000 receptores, había que aportar la enorme suma de 90 millo
nes, lo equivalente al sueldo anual de 100.000 legionarios. La cláusula
testamentaria correspondiente era una pesada carga para los hered e
ros, pero pondría las bases para un cambio en la gratitud del pueblo y
estaba destinada a facilitar al heredero la entrada en la gran política.
Ciertamente, Octavio era un hombre rico. Disponía de la gran for
tuna de los Octavios, y ésta se multiplicó cuando César lo hizo su
heredero. Ahora bien, las grandes fortunas en Roma estaban forma
das sólo en parte por dinero efectivo o activos financieros, y lo
demás, por inmuebles y fincas agrícolas y urbanas. Las ventas en
grandes cantidades conllevaban inevitablemente una caída de los
precios. Aunque sólo sea por este motivo -había otras dificultades de
las que se tratará más adelante—, no era fácil reunir la suma de dinero
contante necesaria para hacer efectivo el legado a favor del pueblo
romano.
del testamento. Todos los seguidores y los beneficiarios del mandato
de César veían en su heredero absolutamente al abogado natural de
sus intereses y trasladaban al hijo la lealtad debida al padre. Se tra
taba, en primer lugar, de la plebe de la ciudad de Roma y de los vete
ranos y los soldados de César que sentían inquietud por la provisión
de sus tierras, tanto si ya las habían recibido como si estaban a la
espera de su asentamiento en Campania. Veteranos y soldados, o sea,
el poder armado que, llegado el caso, podía ser movilizado también
como ultima ratio en la lucha por el poder en política interior. Así lo
había enseñado la historia desde los tiempos de Mario y Sila, y preci
samente con la guerra civil de César la prueba se había convertido
en ejemplo. Estaban luego los muchos miembros del estamento sena
torial y de los équités, promovidos por César y unidos a él por lazos
de amistad y gratitud. Tras los idus de marzo, todos ellos temían por
sus propiedades y sus puestos. Los había también amigos y admirado
res de César, que, al igual que la plebe de la ciudad y los soldados y
los veteranos, lloraban profundamente al Dictador y habrían prefe
rido clarísimamente vengarlo al instante. Ahora bien, según la visión
romana y de la Antigüedad en general, era el hijo o el pariente más
 
para la venganza parecía obstruida: el cónsul Marco Antonio había
llegado a un compromiso con los asesinos de César y sus seguidores
que les aseguraba la amnistía. Esto le perjudicaba ante el pueblo de
Roma y ante los veteranos de César, así como entre no pocos bene
ficiarios del mandato de César bien situados. Todo ello significaba
que el heredero de César, aunque fuera una persona privada sin cargo
alguno, podía contar con un fuerte respaldo en el campo cesariano y
vendría a ser potencialmente el hombre más poderoso de Roma.
Naturalmente, la aceptación de la herencia encerraba también con
siderables riesgos, pues no había que dar por descontado que un
 jo ven completamente inexperto estuviera a la altura del papel que le
exigía la difícil herencia. Aunque Antonio se había colocado en una
situación ambivalente con la línea de compromiso seguida, como
cónsul en ejercicio era indiscutiblemente el dirigente potencial del
campo cesariano y quien, como titular de la más alta magistratura,
marcaba las líneas de la política estatal.
Pero co n el final de su consulado eso terminaría, y por ello An to
nio estaba obligado a aprovechar la posición de poder que le confe
ría el imperium por un tiempo limitado para construir su futura posición
política, y eso tanto más cuanto que en aquel momento todo el
mundo contaba con el inicio de una nueva guerra civil. Sólo la poca
claridad de la situación retraía por el momento a todos los partidos
del uso de la fuerza abiertamente. Con la aparición del heredero de
César, Antonio tuvo que advertir que la situación entre los cesarianos
empeoraría, y en seguida vio que corría el peligro de tener que hacer
una guerra en dos frentes, contra el heredero de César, digamos que
contra el administrador natural de todos los intereses y los lazos emo
cionales referidos a la persona y a los asuntos de César, y contra los
asesinos de César y todos sus simpatizantes aferrados al ideal de la
República aristocrática. A ello se añadía que el titular del poder ejecu
tivo estatal no podía estar seguro en absoluto de que los soldados lo
siguieran en contra de un jefe que les pareciera mejor defensor de
sus intereses. En las condiciones de una guerra civil latente también
un cónsul tenía que halagar a los soldados, y en todo caso estaba por
ver quién sería el ganador en la competición por conseguir su favor,
si el cónsul, comprometido expresamente con los asesinos de César,
o el heredero de César, de quien en todo caso se podía decir clara
 
II. El h e re d er o d e C é s a r I 3 9
Octavio, decidió aceptar la difícil herencia y, apoyándose en los con
sejos de los antiguos asesores de César como Oppio y Balbo, se diri
gió a sus amigos y a la gran cantidad de seguidores de César con el
objetivo táctico de utilizar el nombre y la herencia de César como
palanca para su extraordinario ascenso político.9 Por encima de los
temores de su madre y de las consideraciones de su prudente padras
tro, se impuso él.
Ambas partes, tanto el cónsul como también el heredero, eran
conscientes de que contar con grandes sumas de dinero era decisivo
para lograr poder e influencia. En la carrera por hacerse con el metá
lico del que había dispuesto el dictador César, ni el uno ni el otro
hicieron distinción entre dineros privados y públicos. Antonio, inme
diatamente después del asesinato de César, exigió a su viuda Calpur
nia que le entregara el dinero guardado en la casa del Dictador y se
apoderó también del tesoro público depositado en el templo de Ops.
Según se dice, se trataba en total de la enorme suma de 800 millones de
sestercios.10 El heredero de César, por su parte, en Brundisium se apo
deró de la caja de guerra de César y del tributo anual de la provincia de
Asia llegado allí hacía p oco.11 Las sumas de la caja de guerra se desco
nocen, pero del tributo de la provincia de Asia sabemos que se ele
vaba a 1.600 talentos de plata, que eran 38,4 millones de ses tercios.12
Es verdad que Nicolás de Damasco, el biógrafo de Augusto, ha inten
tado salvar a su héroe del reproche de haberse apropiado de dineros
públicos aduciendo que Octavio sólo se habría quedado con lo que
era de César y que habría custodiado hasta Roma los dineros pertene
cientes al pueblo, pero sigue sin averiguarse cuánto de las sumas
incautadas sería propiedad privada de César.
Como ya en Apolonia, también en Brundisium los amigos de
Octavio le habrían aconsejado movilizar en nombre de César a los
soldados residenciados en Campania o en espera de la asignación de
tierras para una campaña en contra de sus asesinos. Pero de nuevo él
rechazó esta propuesta pe ligrosa .13 Antes de nada, él quería tomar
posesión de la herencia oficialmente y sondear el terreno en Roma,
y sólo enton ces decidiría cóm o convertir la herencia en provecho
político. Se tom ó tiempo para el viaje a Roma. El 18 de abril estaba él
en Nápoles, el 21 entró en Putéolos y se aposentó en la villa de su
 
los consulares, Marco Tulio Cicerón, que tenía también una villa
directamente vecina. Por fin, a comienzos de mayo estaba en Roma y
el día 6 o 7 de este mes declaró que aceptaba la herencia ante Gayo
Antonio, un hermano del cónsul, pretor de la ciudad en ejercicio.
Luego, en una asamblea informal, el tribuno del pueblo Lucio Anto
nio, otro hermano, presentó al pueblo de Roma al heredero de César,
que en adelante llevó el nomb