la abeja haragana

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Horacio Quiroga(1879-1937)

LA ABEJA HARAGANA(Cuentos de la selva, 1918)

Haba una vezen una colmena una abeja que no quera trabajar, es decir, recorra los rboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.Era, pues, una abeja haragana. Todas las maanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, vea que haca buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo da. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volva a salir, y as se lo pasaba todo el da mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recin nacidas.Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que estn de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.Un da, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, dicindole:Compaera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.La abejita contest:Yo ando todo el da volando, y me canso mucho.No es cuestin de que te canses mucho respondieron, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.Y diciendo as la dejaron pasar.Pero la abeja haragana no se correga. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:Hay que trabajar, hermana.Y ella respondi en seguida:Uno de estos das lo voy a hacer!No es cuestin de que lo hagas uno de estos das le respondieron, sino maana mismo. Acurdate de esto. Y la dejaron pasar.Al anochecer siguiente se repiti la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclam: Si, s, hermanas! Ya me acuerdo de lo que he prometido!No es cuestin de que te acuerdes de lo prometido le respondieron, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que maana veinte, hayas trado una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.Pero el veinte de abril pas en vano como todos los dems. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenz a soplar un viento fro.La abejita haragana vol apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estara all adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.No se entra! le dijeron framente.Yo quiero entrar! clam la abejita. Esta es mi colmena.Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras. No hay entrada para las haraganas.Maana sin falta voy a trabajar! insisti la abejita.No hay maana para las que no trabajan respondieron las abejas, que saben mucha filosofa.Y diciendo esto la empujaron afuera.La abejita, sin saber qu hacer, vol un rato an; pero ya la noche caa y se vea apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cay al suelo. Tena el cuerpo entumecido por el aire fro, y no poda volar ms.Arrastrndose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecan montaas, lleg a la puerta de la colmena, a tiempo que comenzaban a caer fras gotas de lluvia.Ay, mi Dios! clam la desamparada. Va a llover, y me voy a morir de fro. Y tent entrar en la colmena. Pero de nuevo le cerraron el paso.Perdn! gimi la abeja. Djenme entrar!Ya es tarde le respondieron.Por favor, hermanas! Tengo sueo!Es ms tarde an.Compaeras, por piedad! Tengo fro!Imposible.Por ltima vez! Me voy a morir! Entonces le dijeron:No, no morirs. Aprenders en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.Y la echaron.Entonces, temblando de fro, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastr, se arrastr hasta que de pronto rod por un agujero; cay rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.Crey que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin lleg al fondo, y se hall bruscamente ante una vbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.En verdad, aquella caverna era el hueco de un rbol que haban trasplantado hacia tiempo, y que la culebra haba elegido de guarida.Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmur cerrando los ojos:Adis mi vida! Esta es la ltima hora que yo veo la luz.Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devor sino que le dijo: qu tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aqu a estas horas.Es cierto murmur la abeja. No trabajo, y yo tengo la culpa.Siendo as agreg la culebra, burlona, voy a quitar del mundo a un mal bicho como t. Te voy a comer, abeja.La abeja, temblando, exclamo entonces: No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es ms fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.Ah, ah! exclam la culebra, enroscndose ligero . T crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son ms justos, grandsima tonta?No, no es por eso que nos quitan la miel respondi la abeja.Y por qu, entonces?Porque son ms inteligentes.As dijo la abejita. Pero la culebra se ech a rer, exclamando:Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, aprntate.Y se ech atrs, para lanzarse sobre la abeja. Pero sta exclam:Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.Yo menos inteligente que t, mocosa? se ri la culebra.As es afirm la abeja.Pues bien dijo la culebra, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba ms rara, sa gana. Si gano yo, te como.Y si gano yo? pregunt la abejita.Si ganas t repuso su enemiga, tienes el derecho de pasar la noche aqu, hasta que sea de da. Te conviene?Aceptado contest la abeja.La culebra se ech a rer de nuevo, porque se le haba ocurrido una cosa que jams podra hacer una abeja. Y he aqu lo que hizo:Sali un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvi trayendo una cpsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.Los muchachos hacen bailar como trompos esas cpsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.Esto es lo que voy a hacer dijo la culebra. Fjate bien, atencin!Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un pioln la desenvolvi a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito qued bailando y zumbando como un loco.La culebra se rea, y con mucha razn, porque jams una abeja ha hecho ni podr hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se haba quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cay por fin al suelo, la abeja dijo:Esa prueba es muy linda, y yo nunca podr hacer eso.Entonces, te como exclam la culebra.Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.Qu es eso?Desaparecer.Cmo? exclam la culebra, dando un salto de sorpresa. Desaparecer sin salir de aqu?Sin salir de aqu.Y sin esconderte en la tierra?Sin esconderme en la tierra.Pues bien, hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida dijo la culebra.El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja haba tenido tiempo de examinar la caverna y haba visto una plantita que creca all. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamao de una moneda de dos centavos.La abeja se arrim a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo as:Ahora me toca a mi, seora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga "tres", bsqueme por todas partes, ya no estar ms!Y as pas, en efecto. La culebra dijo rpidamente:"uno..., dos..., tres", y se volvi y abri la boca cuan grande era, de sorpresa: all no haba nadie. Mir arriba, abajo, a todos lados, recorri los rincones, la plantita, tante todo con la lengua. Intil: la abeja haba desaparecido.La culebra comprendi entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. Qu se haba hecho?, dnde estaba?No haba modo de hallarla.Bueno! exclam por fin. Me doy por vencida. Dnde ests?Una voz que apenas se oa la voz de la abejita sali del medio de la cueva.No me vas a hacer nada? dijo la voz. Puedo contar con tu juramento?S respondi la culebra. Te lo juro. Dnde ests?Aqu respondi la abejita, apareciendo sbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.Qu haba pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestin era una sensitiva, muy comn tambin aqu en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetacin es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aqu que al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.La inteligencia de la culebra no haba alcanzado nunca a darse cuenta de este fenmeno; pero la abeja lo haba observado, y se aprovechaba de l para salvar su vida.La culebra no dijo nada, pero qued muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pas toda la noche recordando a su enemiga la promesa que haba hecho de respetarla.Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared ms alta de la caverna, porque la tormenta se haba desencadenado, y el agua entraba como un ro adentro.Haca mucho fro, adems, y adentro reinaba la oscuridad ms completa. De cuando en cuando la culebra senta impulsos de lanzarse sobre la abeja, y sta crea entonces llegado el trmino de su vida.Nunca, jams, crey la abejita que una noche podra ser tan fra, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.Cuando lleg el da, y sali el sol, porque el tiempo se haba compuesto, la abejita vol y llor otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volva no era la paseandera haragana, sino una abeja que haba hecho en slo una noche un duro aprendizaje de la vida.As fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogi tanto polen ni fabric tanta miel. Y cuando el otoo lleg, y lleg tambin el trmino de sus das, tuvo an tiempo de dar una ltima leccin antes de morir a las jvenes abejas que la rodeaban:No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo us una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habra necesitado de ese esfuerzo, s hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aqu para all, como trabajando. Lo que me faltaba era la nocin del deber, que adquir aquella noche. Trabajen, compaeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos la felicidad de todos es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razn. No hay otra filosofa en la vida de un hombre y de una abeja.

Caperucita Roja(Charles Parrault)rase una vez una nia de pueblo, la ms bonita que se haya podido ver nunca. Su madre la quera con locura, y su abuela an la quera ms. Esta buena mujer le haba hecho a su nieta una capa roja con capucha, que le sentaba tan bien a la nia, que por todas partes la llamaban Caperucita Roja.Un da su madre, que haba hecho unos pasteles muy ricos, le dijo:-Ve a ver cmo se encuentra la abuela, pues me han dicho que est algo enferma, y le llevas unos pastelitos y un tarrito de mantequilla.Caperucita Roja sali enseguida hacia la casa de su abuela, que viva en otro pueblo. Al atravesar el bosque se encontr con el compadre lobo, que tena muchas ganas de comrsela, aunque no se atrevi, pues estaban cerca algunos leadores. Le pregunt que adnde iba, y la pobre nia, que no saba que es peligroso pararse a hablar con un lobo, le dijo:-Voy a ver a mi abuelita, y a llevarle estos pastelitos y este tarrito de mantequilla.-Vive muy lejos? le dijo el lobo.-Oh, s -contest Caperucita-. Ves aquel molino que se ve all a lo lejos, pues en cuanto lo pases, en la primera casa del pueblo.-Pues mira por donde!-dijo el lobo-. Yo quiero ir a verla tambin; voy a ir por este camino y t lo hars por aquel otro; a ver quin llega antes.El lobo ech a correr con todas sus fuerzas por el camino ms corto, mientras que la nia se fue por el camino ms largo, entretenindose en coger avellanas, corriendo detrs de las mariposas y haciendo ramilletes con las flores que encontraba.El lobo no tard mucho tiempo en llegar a la casa de la abuelita. Llam a la puerta: Toc. toc.-Quin es?-Soy tu nieta, Caperucita Roja -dijo el lobo afinando la voz-, y te traigo unos pastelitos y un tarrito de mantequilla que te manda mi madre.La pobre abuela, que estaba en la cama porque se encontraba algo enferma, le grit:-Tira de la aldabilla y se abrir la puerta.El lobo tir de la aldaba y la puerta se abri. Se abalanz entonces sobre la buena de la abuelita, devorndola en un santiamn, pues hacia ms de tres das que no probaba bocado. Despus cerr la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuelita, esperando la llegada de Caperucita.La nia lleg poco despus y llam a la puerta: Toc, toc.-Quin es? -dijo el lobo.Caperucita Roja, al oir el vozarrn del lobo, tuvo miedo al principio, pero, creyendo que su abuelita estaba ronca, respondi:-Soy tu nieta, Caperucita Roja, y te traigo unos pastelitos y un tarrito de mantequilla, que te enva mi mam.El lobo le grit, endulzando un poco la voz:-Tira de la aldabilla y se abrir la puerta.Caperucita Roja tir de la aldabilla y la puerta se abri. El lobo, vindola entrar, le dijo, ocultndose en la cama bajo las mantas:-Deja los pastelitos y el tarrito de mantequilla encima de la cmoda y ven a acostarte conmigo.Caperucita Roja se desnud y fue a meterse en la cama; pero se qued muy sorprendida al ver cmo era su abuelita en camisa de dormir, y le dijo:-Abuelita, qu brazos ms grandes tienes!-Son para abrazarte mejor, hija ma.-Abuelita, qu piernas ms grandes tienes!-Son para correr mejor, nia ma.-Abuelita, qu orejas ms grandes tienes!-Son para orte mejor, mi nia.-Abuelita, qu ojos ms grandes tienes!-Son para verte mejor, nia ma.-Abuelita, qu dientes ms grandes tienes!-Son para comerte!Y diciendo estas palabras, el lobo malvado se arroj sobre la pequea Caperucita y se la comi.Fin

El Asno y el Perrito(Flix Mara Samaniego)

Un hombre posea un perrito y un asno. El perrito era muy inteligente y juguetn; el asno, muy trabajador, aunque un tanto torpe. El perrito era, en verdad, sumamente gracioso y gran compaero de su amo, que le adoraba. Cuando el hombre sala de la casa, siempre, al regresar, le traa alguna golosina, pues le alegraba ver cmo el animalito daba grandes saltos para sacarle de las manos.Celoso de tal predileccin, el simple del burro se dijo un da, sin disimular su envidia. Le premia por verle mover la cola, y por unos cuantos saltos le colma de caricias! Pues yo har lo mismo! Se acerc saltando y, sin querer, le dio un tremendo golpe a su dueo, quien, furioso, le condujo para atarle al pesebre.Moraleja: Asume tu papel con optimismo: No todos sirven para hacer lo mismo.Fin

El Campesino y el Diablo(Hermanos Grimm)

rase una vez un campesino ingenioso y muy socarrn, de cuyas picardas mucho habra que contar. Pero la historia ms divertida es, sin duda, cmo en cierta ocasin consigui jugrsela al diablo y hacerle pasar por tonto.El campesinito, un buen da en que haba estado labrando sus tierras y, habiendo ya oscurecido, se dispona a regresar a su casa, descubri en medio de su campo un montn de brasas encendidas. Cuando, asombrado, se acerc a ellas, se encontr sentado sobre las ascuas a un diablillo negro.-De modo que ests sentado sobre un tesoro! -dijo el campesinito.-Pues s -respondi el diablo-, sobre un tesoro en el que hay ms oro y plata de lo que hayas podido ver en toda tu vida.-Pues entonces el tesoro me pertenece, porque est en mis tierras -dijo el campesinito.-Tuyo ser -repuso el diablo-, si me das la mitad de lo que produzcan tus campos durante dos aos. Bienes y dinero tengo de sobra, pero ahora me apetecen los frutos de la tierra.El campesino acept el trato.-Pero para que no haya discusiones a la hora del reparto -dijo-, a ti te tocar lo que crezca de la tierra hacia arriba y a m lo que crezca de la tierra hacia abajo.Al diablo le pareci bien esta propuesta, pero result que el avispado campesino haba sembrado remolachas. Cuando lleg el tiempo de la cosecha apareci el diablo a recoger sus frutos, pero slo encontr unas cuantas hojas amarillentas y mustias, en tanto que el campesinito, con gran satisfaccin, sacaba de la tierra sus remolachas.-Esta vez t has salido ganando -dijo el diablo-, pero la prxima no ser as de ningn modo. T te quedars con lo que crezca de la tierra hacia arriba, y yo recoger lo que crezca de la tierra hacia abajo.-Pues tambin estoy de acuerdo -contest el campesinito.Pero cuando lleg el tiempo de la siembra, el campesino no plant remolachas, sino trigo. Cuando maduraron los granos, el campesino fue a sus tierras y cort las repletas espigas a ras de tierra. Y cuando lleg el diablo no encontr ms que los rastrojos y, furioso, se precipit en las entraas de la tierra.-As es como hay que tratar a los pcaros -dijo el campesinito; y se fue a recoger su tesoro.

Fin

El Ciervo Engredo(Annimo)rase una vez un ciervo muy engredo. Cuando se detuvo para beber en un arroyuelo, se contemplaba en el espejo de sus aguas. Qu hermoso soy!, se deca, No hay nadie en el bosque con unos cuernos tan bellos! Como todos los ciervos, tena las piernas largas y ligeras, pero l sola decir que preferira romperse una pierna antes de privarse de un solo vstago de su magnfica cornamenta. Pobre ciervo, cun equivocado estaba! Un da, mientras pastaba tranquilamente unos brotes tiernos, escuch un disparo en la lejana y ladridos pe perros! Sus enemigos! Sinti temor al saber que los perros son enemigos acrrimos de los ciervos, y difcilmente podra escapar de su persecucin si haban olfateado ya su olor. Tena que escapar de inmediato y aprisa! De repente, sus cuernos se engancharon en una de las ramas ms bajas. Intent soltarse sacudiendo la cabeza, pero sus cuernos fueron aprisionados firmemente en la rama. Los perros estaban ahora muy cerca. Antes de que llegara su fin, el ciervo an tuvo tiempo de pensar: Que error comet al pensar que mis cuernos eran lo ms hermoso de mi fsico, cuando en realidad lo ms preciado era mis piernas que me hubiesen salvado, no mi cornamenta que me traicionFin

El cuello de la camisa(Hans Christian Andersenrase una vez un caballero muy elegante, que por todo equipaje posea un calzador y un peine; pero tena un cuello de camisa que era el ms notable del mundo entero; y la historia de este cuello es la que vamos a relatar. El cuello tena ya la edad suficiente para pensar en casarse, y he aqu que en el cesto de la ropa coincidi con una liga.Dijo el cuello:-Jams vi a nadie tan esbelto, distinguido y lindo. Me permite que le pregunte su nombre?-No se lo dir! -respondi la liga.-Dnde vive, pues? -insisti el cuello.Pero la liga era muy tmida, y pens que la pregunta era algo extraa y que no deba contestarla.-Es usted un cinturn, verdad? -dijo el cuello-, una especie de cinturn interior?. Bien veo, mi simptica seorita, que es una prenda tanto de utilidad como de adorno.-Haga el favor de no dirigirme la palabra! -dijo la liga-. No creo que le haya dado pie para hacerlo.-S, me lo ha dado. Cuando se es tan bonita -replic el cuello no hace falta ms motivo.-No se acerque tanto! -exclam la liga-. Parece usted tan varonil!-Soy tambin un caballero fino -dijo el cuello-, tengo un calzador y un peine.Lo cual no era verdad, pues quien los tena era su dueo; pero le gustaba vanagloriarse.-No se acerque tanto! -repiti la liga-. No estoy acostumbrada.-Qu remilgada! -dijo el cuello con tono burln; pero en stas los sacaron del cesto, los almidonaron y, despus de haberlos colgado al sol sobre el respaldo de una silla, fueron colocados en la tabla de planchar; y lleg la plancha caliente.-Mi querida seora -exclamaba el cuello-, mi querida seora! Qu calor siento! Si no soy yo mismo! Si cambio totalmente de forma! Me va a quemar; va a hacerme un agujero! Huy! Quiere casarse conmigo?-Harapo! -replic la plancha, corriendo orgullosamente por encima del cuello; se imaginaba ser una caldera de vapor, una locomotora que arrastraba los vagones de un tren.-Harapo! -repiti.El cuello qued un poco deshilachado de los bordes; por eso acudi la tijera a cortar los hilos.-Oh! -exclam el cuello-, usted debe de ser primera bailarina, verdad?. Cmo sabe estirar las piernas! Es lo ms encantador que he visto. Nadie sera capaz de imitarla.-Ya lo s -respondi la tijera.-Merecera ser condesa! -dijo el cuello-. Todo lo que poseo es un seor distinguido, un calzador y un peine. Si tuviese tambin un condado!-Se me est declarando, el asqueroso? -exclam la tijera, y, enfadada, le propin un corte que lo dej inservible.-Al fin tendr que solicitar la mano del peine. Es admirable cmo conserva usted todos los dientes, mi querida seorita! -dijo el cuello-. No ha pensado nunca en casarse?-Claro, ya puede figurrselo! -contest el peine-. Seguramente habr odo que estoy prometida con el calzador.-Prometida! -suspir el cuello; y como no haba nadie ms a quien declararse, se las dio en decir mal del matrimonio.Pas mucho tiempo, y el cuello fue a parar al almacn de un fabricante de papel. Haba all una nutrida compaa de harapos; los finos iban por su lado, los toscos por el suyo, como exige la correccin. Todos tenan muchas cosas que explicar, pero el cuello los superaba a todos, pues era un gran fanfarrn.-La de novias que he tenido! -deca-. No me dejaban un momento de reposo. Andaba yo hecho un petimetre en aquellos tiempos, siempre muy tieso y almidonado. Tena adems un calzador y un peine, que jams utilic. Tenan que haberme visto entonces, cuando me acicalaba para una fiesta. Nunca me olvidar de mi primera novia; fue una cinturilla, delicada, elegante y muy linda; por m se tir a una baera. Luego hubo una plancha que arda por mi persona; pero no le hice caso y se volvi negra. Tuve tambin relaciones con una primera bailarina; ella me produjo la herida, cuya cicatriz conservo; era terriblemente celosa! Mi propio peine se enamor de m; perdi todos los dientes de mal de amores. Uf!, la de aventuras que he corrido! Pero lo que ms me duele es la liga, digo, la cinturilla, que se tir a la baera. Cuntos pecados llevo sobre la conciencia! Ya es tiempo de que me convierta en papel blanco!Y fue convertido en papel blanco, con todos los dems trapos; y el cuello es precisamente la hoja que aqu vemos, en la cual se imprimi su historia. Y le est bien empleado, por haberse jactado de cosas que no eran verdad. Tengmoslo en cuenta, para no comportarnos como l, pues en verdad no podemos saber si tambin nosotros iremos a dar algn da al saco de los trapos viejos y seremos convertidos en papel, y toda nuestra historia, an lo ms ntimo y secreto de ella, ser impresa, y andaremos por esos mundos teniendo que contarla.Fin

El Cuervo y la zorra(Annimo)rase en cierta ocasin un cuervo, el de ms negro plumaje, que habitaba en el bosque y que tena cierta fama de vanidoso. Ante su vista se extendan campos, sembrados y jardines llenos de florecillas Y una preciosa casita blanca, a travs de cuyas abiertas ventanas se vea al ama de la casa preparando la comida del da. -Un queso!- murmur el cuervo, y sinti que el pico se le haca agua.El ama de la casa, pensando que as el queso se mantendra ms fresco, coloc el plato con su contenido cerca de la abierta ventana. -que queso tan sabroso!- volvi a suspirar el cuervo, imaginando que se lo apropiaba Vol el ladronzuelo hasta la ventana, y tomando el queso en el pico, se fue muy contento a saborearlo sobre las ramas de un rbol.Todo esto que acabamos de referir haba sido visto tambin por una astuta zorra, que llevaba bastante tiempo sin comer. En estas circunstancias vio la zorra llegar ufano al cuervo a la ms alta rama del rbol. -Ay, si yo pudiera a mi vez robar a ese ladrn! -Buenos das, seor cuervo. El cuervo callaba. Mir hacia abajo y contempl a la zorra, amable y sonriente. -Tenga usted buenos das -repiti aquella, comenzando a adularle de esta manera. -Vaya, que est usted bien elegante con tan bello plumaje!El cuervo, que, como ya sabemos era vanidoso, sigui callado, pero contento al escuchar tales elogios. -S, s prosigui la zorra. Es lo que siempre digo. No hay entre todas las aves quien tenga la gallarda y belleza del seor cuervo. El ave, sobre su rama, se esponjaba lleno de satisfaccin. Y en su fuero interno estaba convencido de que todo cuanto deca el animal que estaba a sus pies era verdad. Pues, acaso haba otro plumaje ms lindo que el suyo? Desde abajo volvi a sonar, con acento muy suave y engaoso, la voz de aquella astuta: -Bello es usted, a fe ma, y de porte majestuoso. Como que si su voz es tan hermosa como deslumbrante es su cuerpo, creo que no habr entre todas las aves del mundo quien se le pueda igualar en perfeccin.Al or aquel discurso tan dulce y halageo, quiso demostrar el cuervo a la zorra su armona de voz y la calidad de su canto, para que se convenciera de que el gorjeo no le iba en zaga a su plumaje. Llevado de su vanidad, quiso cantar. Abri su negro pico y comenz a graznar, sin acordarse de que as dejaba caer el queso. Que ms deseaba la astuta zorra! Se apresur a coger entre su dientes el suculento bocado. Y entre bocado y bocado dijo burlonamente a la engaada ave: -Seor bobo, ya que sin otro alimento que las adulaciones y lisonjas os habis quedado tan hinchado y repleto, podis ahora hacer la digestin de tanta adulacin, en tanto que yo me encargo de digerir este queso. Nuestro cuervo hubo de comprender, aunque tarde, que nunca debi admitir aquellas falsas alabanzas. Desde entonces apreci en el justo punto su vala, y ya nunca ms se dej seducir por elogios inmerecidos.Y cuando, en alguna ocasin, escuchaba a algn adulador, hua de l, porque, acordndose de la zorra, saba que todos los que halagan a quien no tiene meritos, lo hacen esperando lucrarse a costa del que lisonjean. Y el cuervo escarment de esta forma para siempre.

Fin

El Dios de la pobreza y el Dios de la fortuna(Annimo)

Hace mucho, mucho tiempo, en un pequeo pueblo viva un hombre muy trabajador. Este a pesar de trabajar tanto viva en la miseria ya que el dios de la pobreza habitaba tambin la misma casa.Un da decidi dejar de trabajar, cansado de ver que su situacin no mejoraba en nada.Todo el pueblo al ver que este hombre haba perdido las esperanzas en una mejora de su situacin decidieron presentarle una mujer que lo acompae y para la cual contine luchando por la vida, con quien se cas.Ella era muy trabajadora.El hombre que no quera que slo ella trabaje, empez nuevamente a trabajar con todos sus nimos.El dios de la pobreza al verlos esforzarse tanto dijo: Cada da se me hace ms difcil vivir aqu, ellos esforzndose tanto y mientras yo est en esta casa no podrn dejar de ser pobres.Al final de dicho ao, el dios de la pobreza se encontraba llorando en el desvn de la casa, la pareja al notarlo fueron a ver qu ocurra.Ellos se sorprendieron y le preguntaron: Quien eres?.El les contest: Soy el dios de la pobreza. Durante mucho tiempo he vivido aqu pero ustedes trabajan tanto que muy pronto tendr que abandonar esta casa ya que vendr el dios de la fortuna.Ellos al escucharlo se sintieron muy tristes puesto que l era el dios que cuidaba la casa durante mucho tiempo. Lo invitaron a bajar a la habitacin.El hombre le dijo: Queremos que se quede aqu con nosotros para siempre porque sta es su casa, la mujer insisti: S, est bien.El dios de la pobreza se puso muy contento ya que era la primera vez que alguien lo haba tratado con tanto afecto.En ese momento vino el dios de la fortuna y dijo Todava ests aqu! Fuera, rpido!El dios de la pobreza contest No! Esta casa es nuestra! y se abalanz sobre el dios de la fortuna, pero no poda competir con l porque era muy delgado y el dios de la fortuna muy gordo.Al ver eso los esposos le ayudaron y echaron de la casa al dios de la fortuna.Este no entenda nada de lo que aconteca. Se pregunt a s mismo: Yo soy el dios de la fortuna No?Al final, nunca pudieron llegar a ser ricos, pero, vivieron felices para siempre.El dios de la pobreza todava vive en el desvn de la casa.Y colorn colorado este cuento se ha acabado!.Fin

El Gigante Egosta(Oscar Wilde)Todas las tardes, a la salida de la escuela, los nios se haban acostumbrado a ir a jugar al jardn del gigante. Era un jardn grande y hermoso, cubierto de verde y suave csped. Dispersas sobre la hierba brillaban bellas flores como estrellas, y haba una docena de melocotones que, en primavera, se cubran de delicados capullos rosados, y en otoo daban sabroso fruto.Los pjaros se posaban en los rboles y cantaban tan deliciosamente que los nios interrumpan sus juegos para escucharlos.-Qu felices somos aqu!- se gritaban unos a otros.Un da el gigante regres. Haba ido a visitar a su amigo, el ogro de Cornualles, y permaneci con l durante siete aos. Transcurridos los siete aos, haba dicho todo lo que tena que decir, pues su conversacin era limitada, y decidi volver a su castillo. Al llegar vio a los nios jugando en el jardn.-Qu estis haciendo aqu?- les grit con voz agria. Y los nios salieron corriendo.-Mi jardn es mi jardn- dijo el gigante. -Ya es hora de que lo entendis, y no voy a permitir que nadie mas que yo juegue en l.Entonces construy un alto muro alrededor y puso este cartel:Prohibida la entrada.Los transgresores sern procesados judicialmente.Era un gigante muy egosta.Los pobres nios no tenan ahora donde jugar.Trataron de hacerlo en la carretera, pero la carretera estaba llena de polvo y agudas piedras, y no les gust.Se acostumbraron a vagar, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardn que haba al otro lado.-Que felices ramos all!- se decan unos a otros.Entonces lleg la primavera y todo el pas se llen de capullos y pajaritos. Solo en el jardn del gigante egosta continuaba el invierno.Los pjaros no se preocupaban de cantar en l desde que no haba nios, y los rboles se olvidaban de florecer. Solo una bonita flor levant su cabeza entre el csped, pero cuando vio el cartel se entristeci tanto, pensando en los nios, que se dej caer otra vez en tierra y se ech a dormir.Los nicos complacidos eran la Nieve y el Hielo.-La primavera se ha olvidado de este jardn- gritaban. -Podremos vivir aqu durante todo el ao.La Nievecubri todo el csped con su manto blanco y el Hielo pint de plata todos los rboles. Entonces invitaron al viento del Norte a pasar una temporada con ellos, y el Viento acept.Lleg envuelto en pieles y aullaba todo el da por el jardn, derribando los capuchones de la chimeneas.-Este es un sitio delicioso- deca. -Tendremos que invitar al Granizo a visitarnos.Y lleg el Granizo. Cada da durante tres horas tocaba el tambor sobre el tejado del castillo, hasta que rompi la mayora de las pizarras, y entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardn corriendo lo ms veloz que pudo. Vesta de gris y su aliento era como el hielo.-No puedo comprender como la primavera tarda tanto en llegar- deca el gigante egosta, al asomarse a la ventana y ver su jardn blanco y fro. -Espero que este tiempo cambiar!Pero la primavera no lleg, y el verano tampoco. El otoo dio dorados frutos a todos los jardines, pero al jardn del gigante no le dio ninguno.-Es demasiado egosta- se dijo.As pues, siempre era invierno en casa del gigante, y el Viento del Norte, el Hielo, el Granizo y la Nieve danzaban entre los rboles.Una maana el gigante yaca despierto en su cama, cuando oy una msica deliciosa. Sonaba tan dulcemente en sus odos que crey sera el rey de los msicos que pasaba por all. En realidad solo era un jilguerillo que cantaba ante su ventana, pero haca tanto tiempo que no oa cantar un pjaro en su jardn, que le pareci la msica ms bella del mundo. Entonces el Granizo dej de bailar sobre su cabeza, el Viento del Norte dej de rugir, y un delicado perfume lleg hasta l, a travs de la ventana abierta.-Creo que, por fin, ha llegado la primavera- dijo el gigante; y saltando de la cama mir el exterior. Qu es lo que vio?Vio un espectculo maravilloso. Por una brecha abierta en el muro los nios haban penetrado en el jardn, haban subido a los rboles y estaban sentados en sus ramas. En todos los rboles que estaban al alcance de su vista, haba un nio. Y los rboles se sentan tan dichosos de volver a tener consigo a los nios, que se haban cubierto de capullos y agitaban suavemente sus brazos sobre las cabezas de los pequeos.Los pjaros revoloteaban y parloteaban con deleite, y las flores rean irguiendo sus cabezas sobre el csped. Era una escena encantadora. Slo en un rincn continuaba siendo invierno. Era el rincn ms apartado del jardn, y all se encontraba un nio muy pequeo. Tan pequeo era, no poda alcanzar las ramas del rbol, y daba vueltas a su alrededor llorando amargamente. El pobre rbol segua an cubierto de hielo y nieve, y el Viento del Norte soplaba y ruga en torno a l.-Sube, pequeo!- deca el rbol, y le tenda sus ramas tan bajo como poda; pero el nio era demasiado pequeo. El corazn del gigante se enterneci al contemplar ese espectculo.-Qu egosta he sido- se dijo. -Ahora comprendo por qu la primavera no ha venido hasta aqu. Voy a colocar al pobre pequeo sobre la copa del rbol, derribar el muro y mi jardn ser el parque de recreo de los nios para siempre.Estaba verdaderamente apenado por lo que haba hecho.Se precipit escaleras abajo, abri la puerta principal con toda suavidad y sali al jardn.Pero los nios quedaron tan asustados cuando lo vieron, que huyeron corriendo, y en el jardn volvi a ser invierno.Slo el nio pequeo no corri, pues sus ojos estaban tan llenos de lgrimas, que no vio acercarse al gigante. Y el gigante se desliz por su espalda, lo cogi cariosamente en su mano y lo coloc sobre el rbol. El rbol floreci inmediatamente, los pjaros fueron a cantar en l, y el nio extendi sus bracitos, rode con ellos el cuello del gigante y le bes.Cuando los otros nios vieron que el gigante ya no era malo, volvieron corriendo y la primavera volvi con ellos.-Desde ahora, este es vuestro jardn, queridos nios- dijo el gigante, y cogiendo una gran hacha derrib el muro. Y cuando al medioda pas la gente, yendo al mercado, encontraron al gigante jugando con los nios en el ms hermoso de los jardines que jams haban visto.Durante todo el da estuvieron jugando y al atardecer fueron a despedirse del gigante.-Pero, dnde est vuestro pequeo compaero, el nio que sub al rbol?- pregunt.El gigante era a este al que ms quera, porque lo haba besado.-No sabemos contestaron los nios- se ha marchado.-Debis decirle que venga maana sin falta- dijo el gigante.Pero los nios dijeron que no saban donde viva y nunca antes lo haban visto. El gigante se qued muy triste.Todas las tardes, cuando terminaba la escuela, los nios iban y jugaban con el gigante. Pero al nio pequeo, que tanto quera el gigante, no se le volvi a ver. El gigante era muy bondadoso con todos los nios pero echaba de menos a su primer amiguito y a menudo hablaba de l.-Cunto me gustara verlo!- sola decir.Los aos transcurrieron y el gigante envejeci mucho y cada vez estaba ms dbil. Ya no poda tomar parte en los juegos; sentado en un gran silln vea jugar a los nios y admiraba su jardn.-Tengo muchas flores hermosas- deca, pero los nios son las flores ms bellas.Una maana invernal mir por la ventana, mientras se estaba vistiendo. Ya no detestaba el invierno, pues saba que no es sino la primavera adormecida y el reposo de las flores.De pronto se frot los ojos atnito y mir y remir. Verdaderamente era una visin maravillosa. En el ms alejado rincn del jardn haba un rbol completamente cubierto de hermosos capullos blancos. Sus ramas eran doradas, frutos de plata colgaban de ellas y debajo, de pie, estaba el pequeo al que tanto quiso.El gigante corri escaleras abajo con gran alegra y sali al jardn. Corri precipitadamente por el csped y lleg cerca del nio. Cuando estuvo junto a l, su cara enrojeci de clera y exclam:- Quin se atrevi a herirte?- Pues en las palmas de sus manos se vean las seales de dos clavos, y las mismas seales se vean en los piecesitos.-Quin se ha atrevido a herirte?- grit el gigante. -Dmelo para que pueda coger mi espada y matarle.-No- replic el nio, pues estas son las heridas del amor.-Quin eres?- dijo el gigante; y un extrao temor lo invadi, hacindole caer de rodillas ante el pequeo.Y el nio sonri al gigante y le dijo:-Una vez me dejaste jugar en tu jardn, hoy vendrs conmigo a mi jardn, que es el Paraso.Y cuando llegaron los nios aquella tarde, encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el rbol, todo cubierto de capullos blancos.Fin