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La abogacía en Michoacán, noticia histórica Jaime del Arenal Fenochio Escuela Libre de Derecho Las Siete Partidas, ese monumento literario de naturaleza híbrida atribuido al castellano rey Alfonso, el Sabio, impu- sieron al hombre que “razona pleyto de otro juicio o el suyo mismo en demandando ó en defendiendo” el juramento de no abogar en ningún “pleyto que sea mentiroso o falso”, y la obligación de defender “por amor de Dios” a la viuda, al huérfano y a cualquier persona cuitada que no tuviese con qué pagar sus servicios.1 Siglos más tarde, las Leyes de Indias obligaron a este hombre a no defender causas injus- tas.2 Sin embargo, un periodista mexicano posterior eviden- ciaría que defender la injusticia era precisamente lo que enriquecía a los defensores. * En 1915 y 1921, dos célebres generales revolucionarios, ambos gobernadores de Michoa- cán privaron, en su momento, a la juventud de su estado de la oportunidad de dedicarse a la carrera del foro, pues identifi- caron a ésta con los intereses de 1$ burguesía que pretendían combatir.4 Sin duda, para ellos el oficio de llevar la voz por otro ya no era el “muy provechoso” que las Partidas conside- raron. Los abogados, personajes de figura y lenguaje inconfun- dibles, que nos espantan o nos consuelan según el motivo que los traiga a nuestro lado, esgrimiendo la ley como arma invencible y escudados en una poderosa verborrea, parecen ser los únicos profesionistas capacitados para sacar de la confusión más espantosa la claridad más meridiana; ¡qué habilidad para convencernos de que el derecho nos asiste, y

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La abogacía en Michoacán, noticia histórica

Jaime del Arenal Fenochio Escuela Libre de Derecho

Las Siete Partidas, ese monumento literario de naturaleza híbrida atribuido al castellano rey Alfonso, el Sabio, impu­sieron al hombre que “razona pleyto de otro juicio o el suyo mismo en demandando ó en defendiendo” el juramento de no abogar en ningún “pleyto que sea mentiroso o falso”, y la obligación de defender “por amor de Dios” a la viuda, al huérfano y a cualquier persona cuitada que no tuviese con qué pagar sus servicios.1 Siglos más tarde, las Leyes de Indias obligaron a este hombre a no defender causas injus­tas.2 Sin embargo, un periodista mexicano posterior eviden­ciaría que defender la injusticia era precisamente lo que enriquecía a los defensores. * En 1915 y 1921, dos célebres generales revolucionarios, ambos gobernadores de Michoa­cán privaron, en su momento, a la juventud de su estado de la oportunidad de dedicarse a la carrera del foro, pues identifi­caron a ésta con los intereses de 1$ burguesía que pretendían combatir.4 Sin duda, para ellos el oficio de llevar la voz por otro ya no era el “muy provechoso” que las Partidas conside­raron.

Los abogados, personajes de figura y lenguaje inconfun­dibles, que nos espantan o nos consuelan según el motivo que los traiga a nuestro lado, esgrimiendo la ley como arma invencible y escudados en una poderosa verborrea, parecen ser los únicos profesionistas capacitados para sacar de la confusión más espantosa la claridad más meridiana; ¡qué habilidad para convencernos de que el derecho nos asiste, y

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más aún para demostrárselo a un no tan inflexible juez! ¡Qué seriedad para tomarse en cuenta! ¡Qué visión para entresa­car de la madeja legislativa la norma que, precisamente, es la que nos permite salir de un embrollo y a él cobrar jugosos honorarios. Qué útiles... y qué caros han sido.

Por varias razones muy pocos gustamos de encontrar­nos frente a uno de estos profesionales de la ley; sin embargo, al explorar sucintamente la historia política y la cultura mexicanas nos encontramos siempre de tope con alguno. Durante años monopolizaron los campos del saber y del actuar como legisladores, políticos, periodistas, novelistas, poetas, filósofos, historiadores, economistas, clérigos y has­ta revolucionarios; de tal manera que en todo nuestro pasado descubrimos, ¡siempre! a algún abogado. Hoy, sin embargo, no sé si afortunadamente, las cosas empiezan a cambiar.

Mi interés al estudiar a los abogados reside, fundamen­talmente, en el hecho de ser ellos, por vocación, por elección libre, los responsables de la justicia en este país o cuando menos de que se reparen las injusticias en él cometidas. Olvidemos ahora su actuación en las distintas áreas que he mencionado. Centrémonos en el concepto que los define: Ad vocatus: llevar la voz; hablar por otro que no puede o no sabe defenderse a sí mismo, y encontraremos que de esta misión puede resultar la más digna actividad humana o, sencilla­mente, la más vil de cuantas profesiones haya podido inven­tar el hombre: la de enriquecerse a costa de la justicia. Estos peritos en derecho y en legislación han sido, en una medida mayor que el común de los ciudadanos, responsables de la injusticia que haya habido en el país. ¿Es verdad que voca­ción, verborrea, lógica y conocimiento los han llevado a hacer de nuestra sociedad una sociedad más justa? ¿Han cumplido con la natural obligación de defender a viudas, huérfanos y personas cuitadas, aún con menoscabo de sus propias ganacias? ¿Es verdad que no han defendido pleitos “mentirosos o falsos”? En resumen, ¿qué han hecho estos profesionales de la justicia por la justicia en México? No con­testo estas preguntas simplemente porque no puedo. Quizás sean los historiadores los que tengan más facilidad de encon­trar, en el pasado, testimonios que ayuden a responderlas. Ellos, estoy seguro, enfrentan casi en toda investigación

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problemas de justicia en los que siempre aparece, no tan a la sombra, la figura de algún abogado... o cuando menos de algún picapleitos. Pero el deseo de comprender mejor la par­ticipación de estos sujetos en el proceso de la injusticia en México me lleva a estudiarlos, en su formación intelectual, en la reglamentación de su profesión, en su caracterización como grupo, y hasta en su participación directa en los tribu­nales donde se ventila la justicia.

¿Que por qué en Michoacán? Las causas de mi elección tienen que ver con el rico cargamento cultural y humano que siempre ha caracterizado a esta entidad, a diferencia de otras de la República. Michoacán ha sido tierra de juristas. De excelentes juristas que ahora duermen en las matrículas de las escuelas, en las actas de exámenes profesionales, en las escrituras y en los alegatos que firmaron; su acción y pasión reposa en archivos -notariales y judiciales, en las líneas de alguno que otro manual destinado a la enseñanza, o en la folletería que recoge sus arengas o sus sesudas refle­xiones sobre tal o cual institución. No me ha sido posible todavía —aún cuando conozco sus nombres— despertarlos, sino sólo acercarme al aspecto más externo de su vida: la reglamentación jurídica de su profesión.

La abogacía en las Indias fue reglamentada por el dere­cho castellano y por el derecho indiano. Ambos ordena­mientos distinguieron con claridad lo que nosotros en el presente confundimos: hoy damos el nombre de abogado a cualquier estudioso de la ciencia jurídica que haya alcanza­do el grado académico de licenciado en derecho o similar, lo mismo si litiga, colabora como un buen burócrata con algún gobernante, se dedica a enseñar lo que medianamente sabe, o dirige el departamento jurídico de una flamante empresa transnacional. A todos se nos identifica como abogados. En el México novohispano no fue así. Ahí se distinguió entre el jurista , que en universidad obtenía el grado de bachiller, licenciado o doctor en cánones o leyes, y el abogado, que a más de alcanzar una de estas dignidades académicas debía ser examinado y aprobado por una Real Audiencia.5 Aboga­do era, concretamente, el facultado para pleitear por cuenta propia o ajena, en defensa o en demanda. Debía ser, claro está, perito en Derecho, o mejor dicho, en leyes; de preferen­

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cia en las que el monarca español profusamente dictaba para las Indias. Su labor la ejercía en la rica variedad de tribunales y autoridades judiciales que se establecieron a todo lo largo y lo ancho del reino, y su presencia colaboró para no hacer tan apacible la vida de criollos, indios, penin­sulares y castas. Al jurista, en cambio, no le gustó estarse metiendo en alegatos y litigios; prefirió una vida más pacífi­ca y segura; en lugar de buscar el sustento por sí, esperó que la administración virreinal puntualmente se lo llevara a sus manos. Fue esencialmente maestro o burócrata y aunque también aprendió las leyes de un señor, prefirió abundar en el conocimiento de digestos, instituías, bártolos y covarru- bias.6 Su grado lo distinguió sobre los demás componentes de una sociedad analfabeta. En ocasiones, a sus variados títu­los (verdaderas enumeraciones de servicios prestados a la Corona) sumó el no menos distinguido de Abogado de la Real Audiencia.

Hacia 1768 el Rey decidió que nadie fuera recibido a examen de abogado si con posterioridad al grado de bachi­ller no había practicado cuando menos cuatro años en cali­dad de pasante.7 El motivo de la real disposición era eviden­te: se trataba de fomentar y familiarizar el conocimiento del derecho del rey, que con medidas como esta empezaría a tomar ventaja frente a dos viejos rivales que a la larga serían derrotados: los derechos romano y canónico.8 Los cuatro años de pasantía estaban programados para la enseñanza práctica de aquel derecho, a diferencia de la teórica que los bachilleres aprendían en las aulas universitarias.

Para entonces a la juventud michoacana le estaba casi vedada la posibilidad de formarse como jurista o como abo­gado. Por un lado, no había una institución educativa en su provincia que impartiese la enseñanza del derecho; por otro, la Universidad de México monopolizaba el otorgamiento de los grados académicos y, por último, si se obtenía éste había que acudir a cualquiera de las dos audiencias del virreinato —la de México o la de Guadalajara— para recibirse de abo­gado. Con objeto de remediar el primero de estos inconve­nientes el año de 1799, en el seno del Colegio de San Nicolás de Valladolid, y a expensas del patrimonio de doña Francis­ca Xaviera Villegas y Villanueva, se fundaron las cátedras

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de cánones y derecho civil,9 mismas que se abrieron en 1819 en el Seminario Tridentino de San Pedro de la misma ciudad, gracias a los esfuerzos de Angel Mariano Morales.10 Pero mientras que los egresados del Colegio hasta 1810 —año en que cerró éste sus puertas— tuvieron que ir a la Universidad de México a graduarse de bachilleres, los del Seminario ya desde 1819 pudieron obtener dicho grado en el mismo esta­blecimiento donde aprendieron los rudimentos del derecho.11 Todos, sin embargo, continuaban con la molestia de acudir a cualquiera de las dos audiencias a obtener el título de aboga­do. Una vez obtenido éste, el beneficiado quedaba obligado al cumplimiento de las normas que regían la profesión, prin­cipalmente las contenidas en el título 24 del libro 2Q de la Recopilación de las Leyes de Indias y en las cédulas, órdenes y decretos posteriores.12 Por fin, al sobrevenir la independen­cia y el establecimiento de la República Federal, el primer congreso constituyente michoacano expidió, en mayo de 1824, una Ley para la formación del Supremo Tribunal de Justicia, mismo a quien, bajo el título de “audiencia del Estado Libre y Soberano de Michoacán”, se le confirió la facultad de hacer el recibimiento de los abogados.1:*

De esta manera todas las condiciones para la formación de abogados michoacanos estuvieron dadas: la existencia de cátedras de derecho, la posibilidad de obtener el indispensa­ble grado de bachiller y la necesidad satisfecha de examinar­se ante una audiencia; todo sin salir de Michoacán. Lo que no fue fácil conseguir fue la posibilidad de litigar en cualquier lugar de la joven República. La federación supuso dos tipos de jurisdicción, la federal y la particular de cada estado; respecto de la primera un decreto del congreso constituyente reunido en la ciudad de México, de 1 de diciembre de 1824, dispuso que los abogados habilitados por cualquier estado podrían abogar en todos los tribunales federales.11 Algo por el estilo habían señalado las Cortes de Cádiz en octubre de 1812, pero en forma más amplia. Ellas rompieron con la limitación geográfica que el distrito de las audiencias suponía para el ejercicio de la profesión, al establecer quetodo aboga­do podría litigar en “cualquier pueblo de las Españas” con sólo presentar su título al tribunal competente.1’ Esta disposi­ción, vigente en México hasta antes del establecimiento del

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sistema federal, quedó sin aplicación al conquistar cada entidad su propia soberanía. En protección a la misma, los estados sólo permitirían litigar en sus territorios a los aboga­dos examinados por sus respectivos tribunales o a aquellos cuyos títulos validaran éstos. Liberalismo y federación no parecieron entenderse bien en este punto.

En nuestro Estado, el primero ayudó a los michoacanos a liberarse de los letrados, y la segunda a promulgar toda una reglamentación en torno a los estudios idóneos para el ejercicio de la abogacía. En efecto, en septiembre de 1824 el constituyente local dispuso que los ciudadanos fueran libres para promover sus recursos judiciales sin necesidad de que fueran firmados por letrados.16 La federación, por su lado, supuso que los legisladores locales comenzaran a controlar directamente la concesión de grados. En mayo de 1829, los representantes del pueblo ordenaron que fuera el Presidente del Supremo Tribunal de Justicia quien confiriera el grado de bachiller en derecho a quien lo solicitase, conforme a los estatutos de la Universidad de México.17 Con esta medida el Colegio Seminario quedó convertido en un centro escolar —eso sí, de grandísima importancia para la cultura michoa- cana— no facultado para graduar ni para expedir títulos. Ambas funciones serían asumidas por un Estado a quien no le gustaba ni gustaría la existencia de tanto bachiller, licen­ciado o doctor, tal vez porque los identificaba con los privile­giados por el antiguo régimen.* La evolución en este sentido durante el siglo xix va a concluir con la abolición de los grados académicos y en la fusión de las profesiones de juris­ta y abogado:18 a fines de la pasada centuria todo estudioso del derecho aspirará a obtener el título de abogado conferido por el Estado.

El federalismo también implicó la necesidad de regla­mentar localmente los estudios de derecho. Desde 1824 el Congreso general había aprobado un plan de estudios para el Seminario que abarcaba la enseñanza del derecho civil, del canónico y del natural y de gentes,19 plan que no sufriría sustanciales reformas por más de 50 años. Por su parte, el sistema político centralista impuesto desde 1835 implemento un Plan general de estudios que, en su momento, fue respeta­do por la restablecida federación.20 Consistió en dividir los

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estudios de la “carrera del foro” en dos partes, la teórica y la práctica, tal y como se venía haciendo desde la época colo­nial. La primera se cursaría en cuatro años y al finalizar se podría optar por el grado de bachiller que otorgaría la “Uni­versidad respectiva”; la práctica en los dos restantes y era requisito esencial para recibirse de abogado. El título respec­tivo lo podría conferir cualquier tribunal superior de la Repú­blica y habilitaría para ejercer la carrera en cualesquiera de los tribunales de la misma. Al día siguiente de la promulga­ción de este plan, el 19 de agosto de 1843, el Congreso General expidió un decreto sobre la colación de grados de bachiller y establecimiento de una academia teórico-práctica de juris­prudencia en el Colegio Seminario de Morelia —hasta ahora desconocido—, que dio las bases para fundar dicha Acade­mia, destinada a la práctica de los aspirantes al foro.21 Al restablecerse el federalismo, Michoacán nuevamente ordenó que el grado de bachiller en jurisprudencia lo otorgase el Presidente del Supremo Tribunal de Justicia.22

Mientras tanto, las actividades délos abogados michoa- canos seguían diversificándose a medida que los años trans­currían: para 1845, los formados en las aulas del Seminario ocupaban puestos en el Congreso general, en la Suprema Corte de Justicia, en el gobierno'del estado, en las asambleas o legislaturas locales, en las prefecturas, en el Supremo Tri­bunal, en los juzgados de letras, y en las mismas aulas como catedráticos.23 Hacia esos mismos años el número de recibi­dos en el Supremo ascendía a 58;24 es decir, una minoría enfrentaba las responsabilidades de dirigir un gobierno lo­cal, en parte el de una nación y la de hacer justicia aquí y allá.

En 1847 se reinauguró el Colegio de San Nicolás —ahora con el nombre de San Nicolás de Hidalgo— y con éste una nueva posibilidad se abrió en el Estado para formar litigan­tes y políticos. El Colegio adoptó el plan y el decreto de agosto de 1843,25 pero Seminario y Colegio se fueron perfilando en los años siguientes hacia posiciones ideológicas y políticas cada vez más encontradas. El carácter secular del Colegio lo llevó a identificarse con los intereses del Estado, mientras que el clerical del Seminario con los de la Iglesia. Cuando el gobierno michoacano se incline en favor del liberalismo, el

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Colegio se convertirá en un decidido defensor y portavoz de esta ideología y el Seminario, en cambio, en abogado de los principios de la religión. La clausura del Seminario en 1859 y la del Colegio en 1863 obedecieron a la lucha de intereses políticos que sus estudiantes y egresados —entre éstos los abogados— defendieron.26 Por la coexistencia misma de dos instituciones de signo contrario, dos tipos de abogados se formarán en Michoacán durante los años que van de 1847 a 1910; ambos, ciertamente, pagarán tributo al dogma de la supremacía de la ley y alaidea de la codificación del derecho; ambos destacarán en el foro, el periodismo y la palestra, y am­bos se formarán, inicialmente, dentro de los postulados del ius naturalismo. Pero mientras que los egresados del Semi­nario estudiarán y defenderán constantemente el ius natu­ralismo católico, los del Colegio derivarán hacia el olvido de la idea del Derecho Natural para reducir el concepto del derecho a sus aspectos meramente formales: para ellos llega­rá a ser derecho lo que tenga form a de tal, sea como ley, como decreto, o como reglamento. Esta capital diferencia en la formación intelectual de los letrados michoacanos repercuti­rá en la idea de justicia que cada tipo sostenga. Justicia material versus justicia formal. Los abogados del Seminario antepondrán a la justicia contenida en el derecho positivo, al dado y promulgado por el legislador humano, una idea de justicia eterna, inmanente en la naturaleza del hombre; los del Colegio, por el contrario, la justicia consagrada por la voluntad popular expresada por un legislador en forma de ley positiva.27

En la década de los años cincuenta de la centuria pasa­da, eP Congreso michoacano dispuso varias cosas: que la práctica de los pasantes de jurisprudencia se realizara du­rante dos años en la academia teórico-práctica ahora abierta en el Colegio de San Nicolás y en un bufete de abogado, o con un juez de primera instancia, o en una secretaría o fiscalía del Supremo Tribunal;28 que los grados de bachiller en juris­prudencia los continuara dando el presidente del mismo Tribunal29 y que los abogados no recibidos en el Estado presentaran sus respectivos títulos al Supremo si pretendían litigar en su jurisdicción. Fue también entonces cuando se

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reglamentó con todo detalle el examen de recepción y se impuso el siguiente juramento a los flamantes abogados:

Juráis a Dios Haberos bien y fielmente en el ejercicio de la profesión á que se os acaba de admitir, observando el Acta Constitutiva, la de reformas, la Constitución General, la del Estado y las leyes vigentes, arreglándoos á los aranceles que rijan para llevar derecho á las par­tes, sirviendo gratis á los pobres y guardando secreto en las cosas que lo p idan.n

También en esta agitada década ocurrieron los siguien­tes hechos que repercutieron en la profesión de los letrados: Santa Anna dictó por última vez su voluntad a todos los mexicanos desde la capital de la República. La dictadura que ejerció trató de revivir universidades, bachilleres, licencia­dos y doctores, y de centralizar el ejercicio de la abogacía (recordemos que la Ley para el arreglo de la administración de justicia de diciembre de 1853 obligó a los abogados de los departamentos a inscribirse en el Colegio de Abogados de México). '2 Los liberales dejaron sin validez los estudios he­chos en el Seminario * * y la Constitución liberal michoacana de 1858 ordenó sorprendentemente, que toda defensa escrita de los derechos ciudadanos hecha por el interesado o por persona de su confianza debía ser firmada por un letrado. n Los abogados —liberales o no— habrán alabado a Dios por inspirar tan sensata disposición que les representaba jugo­sas ganancias. En 1856, la desamortización obligó “a pro­veer a los pueblos de indígenas de prudentes y equitativos medios” para terminar “sus repetidos y dispendiosos liti­gios” sobre propiedad o posesión de tierras. ̂Los prudentes y equitativos medios consistieron, nada mas ni nada menos, que en el nombramiento de los abogados de indios: éstos, mitad funcionarios mitad leguleyos, que se echaron a cues­tas, en forma “gratuita”, la carga de convencer al indígena de que el despojo de sus propiedades se hacía, precisamente, en aras de que ingresasen a la clase de los propietarios.

La década siguiente, no menos agitada que la anterior, vio venir el fin de las universidades, de los grados académi-

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eos y de los abogados de indios. Desde entonces que cada quien se defienda como pueda, menos los muy pobres a quie­nes, no deseando desampararlos, el Estado les dotó de un po­bre abogado de pobres, testimonio humano del olvido de un juramento y de la violación de normas centenarias.36 La extinción de los grados, por su lado, marcó el triunfo definiti­vo del abogado, del práctico, del perito en derecho patrio, sobre los engolados e inútiles licenciados y doctores. La identificación de abogados y juristas se había venido ope­rando paulatinamente; la separación entre práctica y teoría jurídicas desaparecía en los planes de estudio del Colegio y del Seminario; en consecuencia, quedaba consumada la unión de ambas en el momento c(e terminar la carrera. Era absurdo, pues, mantener la división. Además, el otorgamien­to de grados honoríficos, sin mayor trascendencia para la vida práctica, era rechazada por una sociedad que pretendía igualar a todos. También es cierto que si Michoacán supri­mió el grado de bachiller es porque a nivel nacional se ha­bían extinguido previamente las universidades que confe­rían los títulos de licenciado y doctor. En el futuro los aboga­dos antepondrán a su nombre el indispensable Lic., vestigio y recordatorio de su preeminencia social, pero sin que esta abreviatura venga a indicar una especial dignidad académi­ca. Todos los abogados serán licenciados y todos los licencia­dos abogados. Esto fue así, al menos, en la sociedad civil, pues la eclesiástica se resistió a abandonar títulos y honores.

Los últimos treinta años del siglo xix contemplarían el triunfo del Estado liberal en el cual los abogados desempeña­rían también un destacadísimo papel. Su formación intelec­tual se amplió en consonancia con 1 as nuevas necesidades de la sociedad michoacana, especialmente de las surgidas en la élite triunfante, así como con las directrices impuestas por el pensamiento jurídico de occidente, concretamente por el francés. Continuaron ejerciendo en forma privada su profe­sión pero ahora con la libertad absoluta “para fijar por medio de un contrato laretribuciión de sus servicios”, según lo estableció el arancel de 1870;37 e incrementaron su partici­pación en la factura de las innumerables disposiciones lega­les que dieron pretexto a don Amador Coromina para gastar buena parte de su vida en la tarea de reunirías en su famosa

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Compilación. Fuera de las escrituras, protocolizaciones, y registros, tareas reservadas a los escribanos o notarios, se ocuparon de contratos, demandas, recursos, amparos, sen­tencias, alegatos, leyes, reglamentos, arengas, discursos, planes de estudio, cursos, manifiestos y demás especies de literatura jurídica. Dirigieron la política de entonces prácti­camente sin competencia, pues el militarismo cesó, aún cuan­do un general gobernase el país desde 1876, y el poder de la clerecía disminuyó notablemente. Incluso en estos años se decidieron a tomar serias medidas contra sus ancestrales competidores, leguleyos, los tinterillos, los picapleitos, que en mucho los desprestigiaban y en no poco contribuían a la disminución de sus fuentes de ingresos. En efecto, en marzo de 1873 el gobernador Carrillo promulgó la ley que estableció y reglamentó a los agentes de negocios judiciales.38 Estos, además de estar instruidos en la teoría y en la práctica de los procedimientos judiciales debieron, para poder ejercer su profesión, ser examinados y aprobados por el Supremo Tri­bunal de Justicia. Los que no cumplieron estos requisitos se consideraron “intrusos o tinterillos”, definidos por la ley como “las personas que, aún cuando tengan de qué vivir, se ocupan habitualmente de seguir pleitos con el carácter de apoderados, voceros, defensores, o cesionarios en cobranza sin tener título de abogado o agente de negocios”.39 Las autoridades judiciales ante quienes promovieron los intru­sos pudieron juzgarlos en adelante sumariamente e imponer­les un castigo que llegó a alcanzar hasta los seis meses de “servicio de cárcel”. Además, los intrusos no pudieron ser depositarios, peritos, ni fiadores y su testimonio no mereció ninguna fe. Esta ley, además, facultó al Supremo Tribunal a recoger el título respectivo y aun prohibir el ejercicio profe­sional a los abogados, escribanos y agentes de negocios notoriamente inmorales. En 1890 se impidió que alguno ejer­ciera en el Estado las profesiones de abogado y de escribano simultáneamente,40 aunque tres años después la “amplísi­ma libertad” defendida por el gobernador Mercado consi­guió la derogación de tan nefasta y antieconómica prohibi­ción.41 Por último, en 1896, el poder del Ejecutivo se hizo sentir a los aspirantes del foro; si hasta entonces los títulos de abogado habían sido expedidos por el Tribunal de Justi­

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cia, a partir de esa fecha se expedirían por aquel.42Todo sonreía a los abogados michoacanos de finales del

siglo pasado; contaban con tres escuelas en su Estado desti­nadas a la formación de los hijos que deseasen seguir su misma profesión, dos en Morelia y una en Zamora, una dirigida por el gobierno y dos por la Iglesia.43 En la oficial, aprendían los prolegómenos del Derecho, los derechos Ro­mano, Político y Constitucional, la economía política, el de­recho mercantil y el minero, y principalmente, el derecho civil y los procedimientos judiciales. También ahí estudia­ban las leyes penales y las disposiciones promulgadas para resolver asuntos de particular interés y utilidad para Mi­choacán, aquellos que se referían a los bienes nacionaliza­dos, a las comunidades y a los terrenos baldíos.44 En cambio, en los Seminarios de Morelia y Zamora se hacían del conoci­miento de los derechos natural, canónico, civil, público y de gentes.45 Todos, en el despacho de algún abogado, con jueces civiles y penales, y en una escribanía debían hacer su prácti­ca durante dos años. Los egresados del Colegio de San Nico­lás controlaban buena parte de la política local desde el Congreso, o desde la secretaría de gobierno; y con sus colegas de los Seminarios ayudaban a consolidar un Estado que, por urgir de su apoyo, los mimaba. Con toda seguridad también representaban los intereses de las primeras empresas y so­ciedades mercantiles en la entidad; su voz se oía en los discursos que celebraban fechas y personajes célebres y su pluma daba origen a las columnas de los periódicos de enton­ces. Las leyes les garantizaban conjuntamente la honorabi­lidad de su profesión y la seguridad económica. Su cultura era amplia, y pues aunque su conocimiento del latín disminu­yó, el aprendizaje de los idiomas se amplió al francés, al inglés y, por algún tiempo, al alemán; forzosamente también debían conocer la historia universal y la literatura para recibir el ansiado título.46

La llegada del nuevo siglo supuso variaciones a esta bonancible situación. Casi a sus inicios los abogados, escriba­nos y notarios se pudieron felicitar de contar con un centro escolar exclusivamente destinado a la enseñanza jurídica. La Escuela de Jurisprudencia del Estado abrió sus puertas en 1901.47 En 1902 habrían, sin embargo, de lamentar que la

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ley permitiera el ejercicio de su profesión a individuos no titulados.48 Las protestas no se harían esperar. Don Mariano de Jesús Torres arremetería contra los resucitados tinteri­llos, intrusos, leguleyos, rábulas y huizacheros pretensiosos que ultrajaban con su presencia el honor que a los abogados habían reconocido leyes antiguas. El artículo que bajo el rubro de “abogados sin título” escribió en su célebre Diccio­nario es un excelente ejemplo de la lucha abogadil por man­tener su indiscutible posición social. Para Torres no había que confundir lastimosamente “la libertad de enseñar lo que no se sabe con la franquicia de ejercer una profesión que se ignora”, y tampoco el elegir “entre varios medios honrados de vivir” con el “decirse profesor de una ciencia que no se conoce ni aún en sus más insignificantes rudimentos”.49 Para él, sin duda, la ley de 1902 que sancionó esta situación mal interpretaba el contenido de los artículos 3Q y A- de la Constitución Federal que consagraban, respectivamente, las libertades de enseñanza y de trabajo. La situación, no obstante protestas de por medio, no se modificó; pero a esta derrota correspondería una consoladora victoria: Los escri­banos, que antaño habían requerido estudios y títulos especí­ficos, a partir de 1907 debieron, para serlo, cumplir con el previo requisito de obtener el título de abogado.50

El gobierno estatal continuó haciéndose durante los pri­meros 10 años del siglo xxdel control absoluto de la enseñan­za del derecho en la entidad, al disponer, en 1903, que el examen de recepción de abogados se practicara por la Escue­la de Jurisprudencia;51 al ordenar, en 1906, que no podrían “ser admitidos a examen profesional sino los alumnos que hubieran sido inscritos y examinados en todos los cursos pre­paratorios y profesionales en las escuelas del Gobierno”,52 y al prohibir, en igual fecha, los exámenes a título de suficien­cia. En consecuencia, sólo los estudiantes de la Escuela de Jurisprudencia pudieron aspirar a ser abogados titulados, mientras que los seminaristas ingresarían a la no muy reco­mendable clase de “abogados sin título”. La ley de instruc­ción de 1908, aunque insistió en que los pasantes, en el acto de su recepción jurasen tener siempre en su profesión “por norma suprema la honradez y la justicia” no los obligó ya a defender gratuitamente a quien lo necesitase; para esto, al

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fin y al cabo, se habían creado los burócratas abogados de pobres... y, en su defecto, ahí estaban los tinterillos, pica­pleitos y rábulas, considerablemente más baratos que los dis­tinguidos abogados titulados. De éstos, estaban radicados en Morelia hacia 1905 aproximadamente 93, desempeñando funciones de procuradores de justicia, magistrados, promo­tores, litigantes, canónigos, notarios, curas y alcaldes. Al­rededor de 125 más se encontraban distribuidos en ciudades y poblaciones diversas como Zamora, Pátzcuaro, La Piedad, Cuitzeo, Taximaroa, Paracho, etc., en calidad de postulantes, jueces de letras y notarios.53 En cinco años más, aproxima­damente 50 nuevos abogados se les sumaron en la labor de resolver la problemática jurídica de una sociedad envuelta en problemas políticos y sociales.54 Todos sabían aplicar el derecho, y la oratoria política y la forense que les fue enseña­da, la usaron para mantener el orden que aquel suponía. No en balde se les había obligado aprender, en la cátedra de De­recho Constitucional y Administrativo “la benéfica influen­cia de las instituciones vigentes en el progreso nacional.,,5S

Muchas cosas hay en el tintero que podrían aún decirse acerca de los abogados posteriores, entre ellas la extinción y reapertura de sus escuelas; las luchas que sostuvieron entre sí con motivo de la Revolución, su posterior alianza frente a las tendencias más extremas de algunos de los líderes de ella; y su participación en la formación y consolidación del estado revolucionario. Porque, le hayan gustado o no los abogados a la Revolución, ésta tuvo que reconocer que la minoría privilegiada que formaron le era indispensable para institu­cionalizarse dentro del Estado. La minoría, por su parte, demostraría una vez más su asombrosa capacidad para so­brevivir, adaptarse y colaborar eficazmente con el nuevo orden de cosas, aún a costa de huérfanos, viudas y personas cuitadas.

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NOTAS

1. Leyes VI y XIII, tit., Vi, Ptida. 3a.2. Ley III, tit., 24, lib., II. Recopilación de Leyes de los Reinos de las In­

dias... 5a. ed., Madrid, Boix, editor, 1841, t. I.3. Se trata de Juan Bautista Morales en El Gallo Pitagórico. México,

UNAM, 1940, pp. 31 y 32. (Biblioteca del Estudiante Universitario. No. 16)

4. El Gral. Alfredo Elizondo, Gobernador Provisional, por decreto de 31 de diciembre de 1915. Vic. Recopilación de Leyes, decretos, reglamentos y circulares expedidos en el Estado de Michoacán. Formada y anotada por el C. Manuel Soravilla, antiguo empleado del Gobierno. Tomo XLIII, de 30 de julio de 1914 a 31 de diciembre de 1915. Período Preconstitucio- nal. Morelia, Tipografía de la Escuela de Artes y Oficios 1923, pp. 440- 442. Y el Gral. Francisco J. Múgica, sin decreto de por medio, hacia principios de 1921. Vid. Jaime del Arenal Fenochio. “Las Escuelas Li­bres de Derecho en Michoacán. 1921-1935”. Revista de Investigaciones Jurídicas. Año 7, Número 7, 1983, p. 41.

5. Ley I, tit., 24, lib., II. Recopilación de Leyes de los Reinos...6. José Luis Becerra López. La organización de los estudios en la Nueva

España. México, s /e , 1963, pp. 173-177 y Ma. del Refugio González. “El Derecho y la literatura jurídica” en Cultura Clásica y Cultura Mexica­na, México, UNAM, 1983, pp. 91 y 101-103.

7. Vid. Cédula en Recopilación de Leyes de los Reinos..., p. 285, n. 1.8. Vid. Mariano Peset. “Derecho Romano y Derecho Real en las Universi­

dades del siglo XVIII” en Anuario de Historia del Derecho Español, t. XLV, 1975. González, op. cit., pp. 101-103.

9. Guadalupe Pérez San Vicente. “Introducción del estudio del Derecho en el Colegio de San Nicolás de Valladolid” Estudios de Historia Novo- hispana, México, UNAM, vol. II, 1968, pp. 79-109 y “Fundación del es­tudio del Derecho en Michoacán” Memoria del Primer Congreso de His­toria del Derecho Mexicano. México, UNAM, 1981, pp. 121-127.

10. Juan B.Buitrón. El Seminario de Michoacán. Morelia, s /e , 1940, p.9. Del Arenal “Los estudios de Derecho en el Seminario Tridentino de Mo­relia”. Ponencia presentada en el III Congreso de Historia del Derecho Mexicano. En prensa.

11. Buitrón, loe. cit.12. Como los autos acordados en la Real Audiencia de México, recogidos

por Montemayor y Beleña. Vid. Recopilación Sumaria de todos los au­tos acordados de la Real Audiencia y Sala del Crimen de esta Nueva E s­paña... Ed. facsimilar. México, UNAM, 1981. t. I.

13. Ley de 29 de mayo de 1824. En Recopilación de Leyes, decretos... For­mada y anotada por Amador Coromina, t. I, pp. 16 y 17.

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14. Manuel Dublán y José Ma. Lozano. Legislación Mexicana..., México, Imprenta del Comercio, a cargo de Dublán y Lozano hijos, 1876,1.1, p. 746.

15. “Reglamento de las Audiencias y Juzgados de primera instancia”. Idem , p. 385.

16. Recopilación de leyes, decretos... t. I, p. 45.17. Idem, t. III, p. 166.18. Vid. el Decreto de 30 de julio de 1869 en idem, t. XIX, pp. 277 y 278.19. Colección de los decretos y órdenes del Soberano Congreso Mexicano.

Desde su instalación en 24 de febrero de 1822, hasta el 30 de octubre de 1823 en que cesó. México, Imprenta del Supremo Gobierno de los Esta­dos Unidos Mexicanos, 1825, p. 170.

20. Vid. el Plan General de Estudios de 18 de agosto de 1843 en Dublán y Lozano, t. IV, pp. 514 y ss., y el art., 25 del Decreto del Congreso Michoa- cano de 24 de marzo de 1847 en Recopilación de L eyes, decretos... t. IX, pp. 22 y 23.

21. Lo conocemos parcialmente por la noticia que de su contenido dio la Memoria leída por el Secretario del Colegio Seminario de Morelia el 22 de enero de 1844. Vid. La Voz de Michoacán de 3 de marzo de 1844.

22. Decreto de 30 de enero de 1847. En Recopilación de leyes, decretos... t. IX, pp. 9 y 10.

23. Memoria instructiva sobre el origen, progresos y estado actual de la en­señanza y educación secundaria en el Seminario Tridentino de More­lia. Leída en el aula general del expresado Colegio en la distribución de premios que se hizo el año de 1845, p. 213, s.p.i.

24. La Voz de Michoacán de 7 de abril de 1842 y Julián Bonavit. Fragmen­tos de la Historia del Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo... y un apéndice relativo a la Escuela de Jurisprudencia de Mi­choacán. Morelia, Talleres de la Escuela Industrial Militar “Porfirio Díaz”, 1910, p. 231.

25. Vid. supra nota 20.26. Del Arenal “Los estudios...”27. Son muy ilustrativas al respecto las palabras pronunciadas por el Di­

rector de la Escuela de Jurisprudencia, Lic. Miguel Mesa, el 1Q de junio de 1910: “Bastaría un estudio serio de nuestros códigos para formar a- bogados...” que contrastan con las ideas del Rector del Colegio de San Nicolás en 1867, Lic. Jacobo Ramírez: “Ya que la justicia es universal y existe un tipo de todas las legislaciones” el conocimiento del Derecho debía de comenzar por el Derecho Natural.

28. Decreto del 16 de julio de 1852 en Recopilación de Leyes, decretos..., t.XII, pp. 24-27.

29. Ib idem.30. Decreto del 15 de septiembre de 1852, idem, pp. 60 y 61.

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31. “Reglamento para el gobierno interior del SupremoTribunal de Justicia de Michoacán ” art. 30, en idem , t. XIII, pp. 27 y ss.

32. Dublán y Lozano, t. VI, pp. 817 y ss. art. 284.33. Decreto de 14 de enero de 1857, en Recopilación de leyes, decretos... t.

XIII, p. 60.34. Constitución Política de 1 de febrero de 1858, art. 92. Fue reglamentado

por decreto de 9 de noviembre de 1858 y derogado el 10 de junio de 1869. Recopilación de leyes, decretos... t., XV pp. 32 y 33 y t. XIX, p. 270.

35. Decreto de 12 de agosto de 1856, idem , t. XIII, pp. 55 y 56.36. “Ley sobre Administración de justicia en lo civil y criminal” de 27 de a-

bril de 1867 art. 251, idem, t. XVIII, pp. 14 y ss.37. Idem, t. XX, p. 76.38. Idem, t. XXI, pp. 92 y 93.39. Idem , art. 6./tinterillos o huizacheros, como me ha hecho ver Andrés

Lira, se asimilaron a los vagos, y con esta calidad fueron sujetos de las diversas normas que en años anteriores se dictaron en su contra, pore- jemplo: los decretos de 17 de octubre de 1829, 10 de diciembre de 1831, y sobre todos, la ley de 16 de marzo de 1850 que dispuso, en su artículo 2Q, que se presumirían vagos “Los que fueren aprehendidos ejerciendo el o- ficio de demandantes, sin tener la autorización correspondiente” y los que “en los pueblos de indígenas en que existen bienes de comunidad promuevan se les constituya apoderados persuadiendo y asegurando que demandarán con ecsito la propiedad de terrenos sobre que ha habi­do juicios fenecidos, hay posesiones inmemoriales en contra ó se carece de los justificantes necesarios”. Vid. Recopilación leyes, decretos... ts. IV, V y X. Ahí mismo se impusieron las sanciones respectivas.

40. Decreto del 29 de mayo en Recopilación leyes, decretos,,, ts. XXX-XXXI.41. Decreto de 17 de mayo de 1893, idem, t. XXXII.42. Ley Orgánica de Instrucción Secundaria y Profesional del Estado de 16

de diciembre de 1890, art. 38, idem, t. XXXIV.43. Además de San Nicolás y el Colegio Seminario de Morelia, se enseñó

Derecho en el Seminario de Zamora a partir de 1871 y, cuando menos, hasta 1884 Vid. Libro de Matriculas de los alumnos que cursan las cáte­dras en este Seminario. Ms. Seminario de Zamora, s/p .

44. Según la Ley orgánica citada, supra n. 42.45. Libro de matrículas... y Del Arenal, “Los estudios de Derecho...”46. Consúltense los diversos planes de estudio y ías modificaciones que

sufrieron, expedidos por los gobiernos michoacanos a partir de la caida del 29 Imperio en Recopilación de Leyes, decretos..., passim.

47. La Escuela de Jurisprudencia de Michoacán abrió sus puertas el 14 de enero de 1901 en virtud de la Ley Orgánica de Instrucción Preparatoria y Profesional de 29 de diciembre de 1900; Vid. idem, t. XXXV y Bonavit, op. cit., p. 223.

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48. Por virtud de lo dispuesto en los arts. 91 y 92 de la Ley Orgánica de Ins­trucción Preparatoria y Profesional de 5 de mayo de 1902, en idem, t.XXXVI.

49. Mariano de Jesús Torres, Diccionario histórico, biográfico, geográfico, estadístico, zoológico, botánico y mineralógico de Michoacán por... Morelia, Imprenta particular del autor, 1905, t. I, pp. 19 y 20.

50. Por reformas a la Ley del Notariado de 15 de noviembre de 1907, Recopi­lación de Leyes, decretos... t. XXXIX.

51. Reformas a la Ley de instrucción de 1902, de 1Q de enero de 1903, idem, t.XXXVII.

52. Ley orgánica de Instrucción Secundaria, Preparatoria y Profesional de 25 de diciembre de 1906, art. 51, en Periódico Oficial del Estado de Mi­choacán de Ocampo de 10 de enero de 1907.

53. Se tomó como base principal para determinar el número y la actividad desempeñada el Diccionario de Torres, t. I, pp. 16-19.

54. Vid. la “Noticia cronológica de los abogados cuya recepción consta en los expedientes que existen en el archivo de la primera Secretaría del Supremo Tribunal de Justicia de Michoacán”, en Bonavit, op. cit., p. 241.

55. Según disponía el art. 43. de la Ley Orgánica de Instrucción Preparato­ria y Profesional de 16 de octubre de 1908, véase en Recopilación de le­yes, decretos... t. XL.