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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO CENTRO UNIVERSITARIO UAEM TEXCOCO
LA AUTOREPRESENTACIÓN DE LA CIUDADANÍA. DEL CIUDADANO HABLADO AL CIUDADANO
AUTOSIGNIFICADO.
ENSAYO
QUE PARA OBTENER EL TÍTULO
DE LICENCIADA EN CIENCIAS POLÍTICAS Y ADMINISTRACIÓN PÚBLICA
PRESENTA
PATRICIA GONZÁLEZ ÁVILA
ASESOR M. EN C. ÁLVARO REYES TOXQUI
REVISORES DR. JOSÉ HERNANDEZ RAMÍREZ
LIC. BEATRIZ PEDRAZA ESPINOSA
Texcoco Estado de México, septiembre de 2009
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ÍNDICE
I. Planteamiento del problema II. Justificación III. Objetivos IV. Supuesto teórico metodológico V. Metodología
Introducción.
1. Los elementos de la democracia: el problema de la ciudadanía
El resurgimiento del ciudadano
Las visiones negativas de la ciudadanía.
Visión procedimental versus visión activa
2. El “acto de habitar” y “el acto de ser” en la democracia. El problema de la autorepresentación del ciudadano: del ciudadano hablado al ciudadano autosignificado.
3. La autorepresentación del ciudadano. Análisis de resultados
4. Conclusiones
5. Bibliografía
5
La autorepresentación de la ciudadanía. Del ciudadano hablado al ciudadano autosignificado.
I. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
La democracia está directamente vinculada con el problema de la ciudadanía. No
hay democracia sin la presencia de una cohorte de sujetos cuya principal
característica es, y debería ser, el de su participación activa en los asuntos públicos.
La relación entre ambas categorías politológicas no sólo es teórica y conceptual. Su
vínculo también está dado por transformaciones históricas y territoriales, mismas
que han dado matices muy particulares a ambos fenómenos. No es lo mismo –y eso
se sabe de sobra- el perfil de la democracia en Francia del siglo XVIII, que la
estadounidense del siglo XIX o aquella surgida en las condiciones de imposición
militar en Afganistán. La democracia es, en realidad, muchas formas de democracia.
Algo similar ocurre con la ciudadanía. Las formas de concebir y de representar lo que
es el ciudadano han sufrido serias transformaciones. Un ejemplo lo encontramos en
la propuesta de T.H. Marshall que identificó en torno a la evolución de la ciudadanía
la relación entre ésta y la exigencia de sus derechos. Según este autor, el siglo XVIII
se definió por la necesidad ciudadana de defender los derechos civiles; el XIX, por
los políticos y el siglo XX por los derechos sociales.1
La existencia de democracias y de ciudadanías ha hecho que la ciencia política
también haya adquirido una riqueza teórica inmensurable y que desde Locke,
pasando por Rousseau y toda la pléyade de autores que han hecho suyo el problema
de lo público, se ha visto enriquecida la visión de lo que debe ser la convivencia
1 Reimpreso en Marshall, 1965. Para una introducción concisa a la historia de la
ciudadanía, citado por Kymlicka, Hill y Norman, Wayne, 1994. El retorno del
ciudadano. Una revisión de la producción reciente en teoría de la ciudadania.
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social, las relaciones políticas y administrativas, las formas de poder y la
construcción de instituciones capaces de definir y regular tales relaciones. Existen,
sin embargo, pocos estudios acerca de las mentalidades políticas, es decir, de cómo
se autopercibe y autorepresenta el sujeto como ciudadano. Hasta ahora, al parecer,
los estudios politológicos han concentrado sus fuerzas de análisis en los momentos
claves del acontecimiento democrático y han logrado construir un lenguaje capaz de
definir al sujeto político en relación con las fuerzas institucionales, con los procesos
electorales, con el conjunto del cuerpo social. Hasta ahora la ciencia política ha
“hablado al ciudadano”, es decir, lo ha construido otorgándole una serie de
características, marcas legales, de estatus de existencia. El ciudadano es, se escribe,
cuando puede mantener las cualidades de participar activamente en los procesos
políticos y de imbuirse en los asuntos públicos (Marshall, 1965); es cuando
construye su estatus legal y cuando su práctica política no esté determinada por la
coerción del Estado, sino que se genera por medios de cooperación y de autocontrol
en el ejercicio público y privado (Cairns y Williams, 1985). Por un lado, el ciudadano
se inscribe en una dialéctica del tacto y del trato que pueden identificarse como
procesos de civilidad (Adorno); por el otro, el ciudadano es cuando ejerce una serie
de virtudes sociales, económicas y políticas que lo sujetan al otro y al Estado
(Galston, 1991). Últimamente se han enriquecido las definiciones sobre la
ciudadanía al procurar incorporar los fenómenos que ha traído como consecuencia
el proceso de la globalización de las identidades políticas y de la transformación de
las instituciones democráticas por vía de dichos procesos (Laïdi, 2000).
Pese a que el recorrido sobre la definición de lo que es el ciudadano pudiera ser
exhausto, lo que puede observarse en primera instancia es que pocas definiciones
parten de la autorepresentación de lo que es el ciudadano. La preocupación por esta
dimensión de la ciudadanía es relativamente joven. Inició con los estudios de las
representaciones sociales de Moscovici y ha adquirido cierta importancia por los
estudios de las relaciones intersubjetivas que parten del estudio del poder en
7
Foucault y de la cotidianidad de Harent. Escribe Ana Dinerstein: “La relación entre
sujeto y sociedad y la constitución de la subjetividad social han sido y siguen siendo
interrogantes para la teoría y la filosofía política. A lo largo de la historia, los
distintos enfoques han fluctuado entre la autonomía del individuo respecto de la
sociedad, la relación dialéctica entre ambos, el individuo como producto social y el
sujeto como una creación del poder.”2 Una paráfrasis de esta cita sustituyendo el
concepto de sujeto por el de ciudadano es esclarecedora de los problemas que
abordaremos en el presente ensayo: 1) que el debate sobre la relación
sujeto/sociedad, sujeto/Estado, debe refundar la discusión desde la perspectiva de
la subjetividad política, la cual exigiría nuevas teorías y nuevas propuestas
metodológicas, y 2) que la propuesta del presente ensayo en torno a la
autodefinición del ciudadano debe partir de la posibilidad de la autorefencialidad
desde el sujeto mismo.
Considerando estos problemas, se deben plantear las preguntas que dirigirán la
presente investigación ensayística: ¿qué es el ciudadano desde el ciudadano
mismo?, ¿cómo se autorepresenta como sujeto político?
II.- JUSTIFICACIÓN.
El estudio de lo que es la democracia y lo que es el ciudadano parece redundar
sobre una serie de teorías ya existentes y que han logrado una serie de precisiones
conceptuales y categóricas. Sin embargo, dado que hay autores que como Zaki Laïdi
han identificado transformaciones profundas en la vivencia de la democracia gracias
al poder de los poderes privados en la globalización, se hace necesario repensar qué
2 Dinerstein, Ana. (1999) “Subjetividad: capital y la materialidad abstracta del poder. (Foucault y el
marxismo abiert)” En: Atilio Borón, Teoría y filosofía política, la tradición clásica y las nuevas
fronteras. Biblioteca virtual de CLACSO, Buenos Aires, pág.
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es la ciudadanía en una época en donde los mercados y los actores transnacionales
parecen redefinir el alcance y la significación de los espacios públicos y de la
representación política. Por otro lado, es trascendental partir desde la perspectiva
del ciudadano mismo para generar una serie de reflexiones que permitan trazar
nuevas líneas de investigación en ciencia política que, partiendo del análisis
intersubjetivo de lo político, nos acerquen a la comprensión de nuestros fenómenos
de estudio.
La importancia de esta investigación radica en establecer la relación que existe entre
el ciudadano y las instituciones políticas democráticas desde la perspectiva misma
del individuo que vive, decide y se autorepresenta como parte de un orden político.
Conocer esta relación desde la perspectiva del estudio de las mentalidades puede
abrir una mejor comprensión de lo que es la democracia contemporánea, de sus
alcances y, por supuesto de sus límites. Por otro lado, pudiera ayudarnos a entender
por qué se ha abierto aún más la brecha entre las democracias representativas, cada
vez en mayor descrédito social, y las democracias participativas. Entre uno y otro
polo existe una gran masa de individuos que no deciden ni por lo uno ni por lo otro.
Estas masas, que según algunos autores han sido definidas como ciudadanías
pasivas, pudieran ser el detonador de cambios inimaginables en la esfera del orden
público. Su estudio no sólo es necesario para la ciencia y para la filosofía política,
sino que es indispensable para la misma constitución de las políticas
gubernamentales y para la definición de lo que pudieran ser las políticas públicas.
Finalmente, esta investigación parte de la idea de que es importante conocer cómo
se autoconcibe el sujeto como ciudadano para establecer la posibilidad abierta de,
en efecto, construir al ciudadano desde el ciudadano mismo.
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III.- OBJETIVOS.
Objetivo general.
Analizar las relaciones ciudadano/sociedad, ciudadano/Estado desde
la perspectiva de la autorepresentación del individuo dentro del
orden de la subjetividad política y en relación con el orden político.
2.- Objetivos específicos.
Analizar qué es el ciudadano desde la perspectiva del estudio
de las mentalidades y de las representaciones sociales.
Describir cómo se autoconcibe el individuo como ciudadano
partiendo de una comparación ensayística de lo que algunos
autores han definido como características de la ciudadanía.
IV. SUPUESTO TEÓRICO METODOLÓGICO
Las formas de autorepresentación ciudadana contemporánea se encuentran en
fondo y forma más cerca al modelo de ciudadanía pasiva (ciudadano hablado) que al
de la ciudadanía activa (ciudadano autosignificado).
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V.- METODOLOGÍA.
La presente investigación se realizará bajo la forma libre del ensayo. Esto supone la
necesidad de recurrir a técnicas de investigación bibliográfica cuya dinámica
conduce desde la consulta a fuentes primarias donde la democracia, la ciudadanía y
la subjetividad política serán puestas en la perspectiva de autores contemporáneos,
hasta la necesidad de establecer entrevistas dirigidas, estructuradas y no
estructuradas, a especialistas de las ciencias políticas y estudiosos de las ciencias
sociales. El objetivo de utilizar dichas técnicas es determinar si, en efecto, las
categorías exploradas en el trabajo de investigación se encuentran en la perspectiva
de análisis de las comunidades científicas. Por otro lado, para poder realizar la
comparación ensayística entre las formas en cómo ha sido hablado el ciudadano
desde las ciencias políticas y las formas en cómo se autoconcibe el ciudadano en sí,
se realizarán una serie de entrevistas, dirigidas a un cierto número de personas
elegidas al azar, en donde se busque determinar los siguientes indicadores:
a) Descripción de lo que significa, para los entrevistados, la democracia y la
ciudadanía.
b) Autodefinición como ciudadanos y definición de orden público.
c) Participación activa y voluntaria en organizaciones políticas y civiles de orden
público.
d) Disposición a autolimitarse y ejercer responsabilidad personal.
El ejercicio de realizar un ensayo exploratorio y una medición de corte cualitativa no
se contraponen metodológicamente. El ensayo debe entenderse como una serie de
aproximaciones a uno o varios fenómenos dados y la medición cualitativa que
realizaremos también lo es. Sabemos que al ser el nuestro un fenómeno complejo,
no podemos aspirar a realizar mediciones estadísticamente representativas porque
el universo de análisis correspondería a una población excesivamente grande e
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inmensurable por razones de tiempo y recursos. Por ello, y considerando que la
medición que realizaremos es también una aproximación y que los resultados sólo
servirán para guiar algunas ideas del ensayo, es que hemos optado por clarificar los
alcances y limitaciones de la metodología propuesta en un trabajo de esta
naturaleza.
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1. Introducción
La década de los noventa del siglo pasado fueron determinantes para que en el
mundo de las ciencias políticas se revalorara al ciudadano como parte fundamental
de la democracia. Esto no significa que antes de esa década el ciudadano no fuera
importante o no existiera como una realidad práctica. La teoría política que
fundamenta la realidad democrática en sus orígenes históricos tiene su fundamento
en la noción directa del ciudadano y es, al parecer, inseparable. Sin embargo, de
acuerdo con Norman Wayne, la historia del concepto y de la realidad de lo que
significa ciudadano ha sufrido sus propias transformaciones a lo largo de su historia.
De este modo, por ejemplo, el siglo XVIII se enfrentó con la noción de un ciudadano
que se forma en la red de responsabilidades de los individuos frente al Estado, el
siglo XIX con la idea de la adquisición y goce de derechos individuales, y finalmente,
el siglo XX desarrolla los gérmenes de la noción en la que el ciudadano coparticipa
en la definición de las políticas sociales de Estado. Estos cambios han afectado a la
misma teoría política y la han obligado a revisar constantemente sus postulados
teóricos de tal modo que según Wayne, hasta 1975, se puede detectar un olvido del
ciudadano mismo que es revalorizado en la década de los años noventa por una
serie de fenómenos: “la creciente apatía de los votantes y la crónica dependencia de
los programas de bienestar en los Estados Unidos, el resurgimiento de los
movimientos nacionalistas en Europa del Este, las tensiones creadas por una
población crecientemente multicultural y multi-racial en Europa occidental, el
desmantelamiento del Estado de bienestar en la Inglaterra thatcheriana, el fracaso
de las políticas ambientalistas fundadas en la cooperación voluntaria de los
ciudadanos, etc.”3 En América Latina, se debe incluir el fenómeno de la reaparición
de la sociedad civil tras el levantamiento del Ejército de Liberación Zapatista y los
movimientos de resistencia que se propagaron por todo el continente y que, según
3 Wayne, Norman y Kymlicka, Will (1996) El retorno del ciudadano. Una revisión de la producción
reciente en teoría de la ciudadanía. En: Cuadernos del CLAEH , n0
75, Montevideo, págs. 81-82
13
algunos autores, fue el inicio de la conformación de las redes de resistencia social
mundial.
La resignificación del ciudadano no sólo ha puesto en cuestión algunas de las
relaciones fundamentales de la democracia, también ha sido punto de inflexión en
las metodologías de análisis de estos fenómenos. Ya sea desde la visión
contractualista que supone que la definición del ciudadano se haya ahí donde se
constriñen derechos y obligaciones en torno al Estado, ya sea desde una concepción
que supone que la definición del estatus de ciudadano se encuentra ahí donde el
individuo es capaz de sumergirse en el espacio público y definir las políticas públicas,
lo cierto es que la ciencias políticas han tenido que adecuar sus marcos de análisis y
ha tenido que abrirse a nuevas formas de interpretación teórica. El caso más claro se
encuentra, quizás, en los nuevos estudios que si bien parten de la idea
contractualista, ya incorporan aspectos de desigualdad cultural, de estudios de
género, de diferenciación de las minorías y sus derechos y, en algunos casos muy
novedosos, de la visible crisis del capitalismo que supone también una crisis
civilizatoria de las democracias y de sus relaciones de poder. Los nuevos problemas
a los que se enfrentan las democracias contemporáneas, inmersas en una atmósfera
globalizante de los procesos de intercambio, distribución y circulación de las
mercancías y de las ideas, suponen también nuevos problemas que, sin embargo,
deben abordarse para obtener una visión de las formas de interrelación social,
cultural y política en el nuevo siglo.
En el presente ensayo se busca concretar una exploración sobre un problema que a
nuestra consideración es fundamental y que ya se encontraba como una
preocupación en uno de los teóricos de la democracia del siglo XVIII pero que
aparece, curiosamente, como una nota de pié de página en El Contrato Social de
Jean Jacques Rousseau. El problema señalado es una breve separación entre el acto
de ser un habitante de la orbe y la de ser un ciudadano. La nota de pié de página
14
referida se explica sólo en el mismo acto definitorio del autor en lo que se refiere a
la necesidad del contrato social y a la aparición misma de lo que se entiende por
ciudadanía. De acuerdo con Rousseau, la esencia del pacto social es la constitución
de una persona pública, constituida por la unión de todas las otras personas
particulares, que se someten a la suprema dirección de la voluntad general. Este
poder genera una serie de nuevas relaciones entre los particulares y a la
construcción de esa voluntad suprema, propia de la consumación del colectivo
político y moral, se le denomina Civitas.
Leemos en Rousseau una acotación con respecto del término civitas: “El verdadero
sentido de esta palabra casi no es conocido entre los modernos, la mayor parte de
los cuales creen que Civitas no es sino una ciudad y que un ciudadano no es más que
un vecino de ella. Ignoran que las casas hacen una ciudad; pero que sólo los
ciudadanos constituyen lo que se llama Civitas. El mismo error les costó muy caro en
otro tiempo a los cartagineses. En ninguna parte he leído que se haya dado el título
de Cives a los súbditos de ningún príncipe, ni aun antiguamente a los mismos
macedonios, ni en nuestros tiempos a los ingleses, aunque más cercanos a la
libertad que ningún otro pueblo. Sólo los franceses usan familiarmente del nombre
de ciudadano, porque no tienen de él una verdadera idea, como se puede ver en sus
diccionarios; pues sin esto caerían, usurpándole, en el crimen de lesa magestad.
Este nombre explica entre ellos una virtud, y no un derecho. Cuando Bodin quiso
hablar de los ciudadanos y vecinos de Ginebra, cometió una equivocación muy grave
tomando a los unos por los otros. No hizo lo mismo D'Alembert en su artículo,
titulado "Ginebra", antes distinguió muy bien las cuatro clases de hombres (y aun
cinco, contando a los simples extranjeros) que hay en nuestra ciudad; de las cuales
sólo dos componen la república. Ningún otro autor francés, a menos que yo sepa, ha
comprendido el verdadero sentido de la palabra ciudadano.”4
4 Rousseau, 1993: 16
15
La distinción que realizó Rousseau entre “ciudadano” y “vecino” es sugerente y
provocadora por dos razones. La primera, hace suponer que la República –
cualquiera que esta sea- se constituye sólo en la medida en que los contratantes
construyen la voluntad general y que es a razón de éste Contrato voluntarista por lo
que el individuo particular adquiere el estatus de ciudadano. Segundo, supone que
la democracia es ese estado de excepción que se construye en el mismo momento
cuando aparece, como entidad invisible pero efectiva, el cuerpo político de la
voluntad general. Ser vecino, es decir, habitante de la ciudad, no es ni siquiera una
parte efectiva del civitas y, por tanto, no puede acceder al estatus de ciudadano.
Esta distinción de Rousseau resulta provocadora en medio de la circunstancia
contemporánea cuando la crisis de las democracias representativas ha llegado al
nivel del surgimiento de diversos fenómenos políticos y sociales cuyas características
son apenas algunos indicadores de que la crisis es civilizatoria o global. César
Cansino enuncia cuatro de ellos: a) la crisis de los partidos políticos en las
democracias modernas, los cuales tienen cada vez más dificultades para representar
y agregar intereses sociales, pues responden cada vez más a las utilidades de sus
élites internas; b) el imperativo de redefinir los alcances y límites de las esferas del
Estado y de la sociedad a la luz de la emergencia de nuevos actores y movimientos
sociales; c) la pérdida de eficacia de las tradicionales fórmulas de gestión económica
y social de orden corporativo y clientelar; y d) el cuestionamiento público del
universo de los políticos por motivos de corrupción y nepotismo.5
La crisis de representación que Cansino hace aparecer como un fenómeno de
partidos, de instituciones de elección popular y de opinión pública tiene, desde el
punto de vista de la presente investigación, vértices aún más profundos y
significativos. La crisis inicia siempre en la esfera de la cotidianidad y transforma las
formas en las que el individuo se identifica con los problemas, con sus posibles
soluciones y, por supuesto, con sus propias autorepresenteaciones. Ser ciudadano o
5 Cansino, César y Ortiz Leroux, Sergio (1997) Revista Latinoamericana de Estudios Avanzados. RELEA,
N°3. Caracas, Ediciones CIPOST, enero-abril. pp. 23-43.
16
simplemente estar «avecindado» es parte de esas representaciones en crisis que
determinan en parte la crisis de las democracias contemporáneas. Para poder
corroborar esta idea es necesario hacer un recorrido de fundamentación en la que
queden abordadas ciertas cuestiones propias del fenómeno que estudiaremos y, por
otro lado, hacer un breve acercamiento empírico a cómo un cierto número de
individuos se autodefine. Por esta razón, el primer capítulo se dedicará a explorar
los elementos básicos de la democracia y a realizar un boceto de lo que se entiende
por ciudadano en tres momentos básicos de la historia de la democracia. El segundo
capítulo estará dirigido a entender algunos elementos de la llamada crisis de las
democracias contemporáneas y el tercer capítulo abordará el concepto de
ciudadanía en Rousseau para establecer el problema de la distinción entre
«ciudadano» y «vecino» como formas de identidad política y como expresión de la
crisis estudiada en el capítulo anterior. Finalmente, el último capítulo abordará el
análisis de los datos de una encuesta ciudadana que se realizó desde el mes de
septiembre de 2008 hasta los primeros días del mes de enero en la que se buscó
conocer, en un universo de 450 individuos, cómo se autorepresentaban en el mundo
de la democracia mexicana.
En la presente investigación se busca estudiar, desde la célula misma de la
democracia –es decir, el ciudadano común- los problemas que se experimentan en
las grandes estructuras conceptuales y tratar de entender que la denominada crisis
de las democracias no es un fenómeno que afecte al ciudadano, sino que, por el
contrario, es un resultado de lo que acontece en la estructura de la cotidianidad lo
que define los pormenores de la crisis. Ante esta, el ciudadano responde, se
moviliza, participa, propone y se indigna. El «avecindado», por el contrario, se
sumerge en el letargo del «dejar ser, dejar pasar» y se conforma con emitir juicios
someros sobre la vida política que desconoce.
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1. Los elementos de la democracia: el problema de la ciudadanía
¿Qué es la democracia? Esta pregunta que podría suponerse fácil de responder en
realidad no lo es porque entraña, entre otras cosas, una serie de problemas que
deben tomarse en cuenta, mismos que han dado matices y nuevos rostros a ese
régimen de libertad y de racionalidad política que surgió en el siglo XVIII. Uno de
ellos es el de la experiencia histórica. Es decir, el problema de ser un producto
histórico y que cada una de sus partes se encuentre sujeta a las transformaciones
evidentes del paso del tiempo. Podríamos preguntarnos si, por ejemplo, la noción de
ciudadanía que dio sustento a la revolución francesa es o se parece en algo a las
visiones contractualistas contemporáneas que, de facto, suponen a la ciudadanía
como estatus legal, jurídicamente hablando, y dejan de lado los asuntos de la
participación y la representación política. La respuesta a esta pregunta, parece
evidente, debe ser negativa si se considera que la experiencia democrática ha
sufrido diversas representaciones en la historia de los últimos dos siglos.
Para entender que eso que llamamos democracia ha experimentado
transformaciones de concepción y de instrumentación, partamos de los elementos
más particulares que definen la experiencia democrática.
De la vieja etimología se desprenden dos términos básicos: el demos y el kratos.
Ambos términos, diría Uwe Pörksen, son vocablos amiba porque, al invadir la vida
cotidiana, nadie se preocupa por definir o darle precisión conceptual y todo el
ambiente de significaciones queda al nivel de la “intuición sobre su significado”.
¿Qué es el demos? La intuición conduce a responder que demos es el pueblo. Sin
embargo, la misma definición de pueblo tiene muchas imprecisiones y cada una de
ellas puede conducirnos a pensar en diversas líneas de reflexión. El pueblo es una
entidad demasiado difusa para lograr entenderla en un primer acercamiento. Hans
18
Kelsen, por ejemplo, estableció que éste no es un “conjunto o conglomerado de
hombres, sino un sistema de actos individuales determinados por el ordenamiento
jurídico estatal”.6 La visión jurídica de Kelsen se encuentra muy cercana a la que
Marco Tulio Cicerón definió, a saber: “pueblo es la asociación basada en el
consentimiento del derecho y en la comunidad de intereses”7. Por otro lado, y
también dentro de esta visión contractualista, la noción de que “el pueblo es la
parte de la población que ejerce sus derechos políticos.”
Las visiones enunciadas líneas arriba apenas si tocan la propuesta por Thomas
Hobbes quien fue, a nuestro criterio, quien mejor definió a esta entidad. Según
Hobbes, el pueblo está estrechamente asociado con la existencia del Estado. En De
Cive, donde el autor del Leviatán expresó su horror a la multitud, se lee: “El pueblo
es un uno, porque tiene una única voluntad, y a quien se le puede atribuir una
voluntad única”.8
En Hobbes, como puede apreciarse, la noción pueblo se encuentra más cercana a la
constitución de la voluntad general que el mismo Rousseau reconocería como
elemento particular de la democracia. Si bien Hobbes no coparticipó con el ideal
ilustrado, su definición del pueblo-uno invadirá el imaginario de quienes después
auguraron el nacimiento de un nuevo régimen político basado, precisamente, en la
idea de la unidad de la voluntad general.
El pueblo-uno, sin embargo, ha tenido sus problemas y ha terminado confundido
con el concepto de ciudadanía en tanto que ésta implica, precisamente, la
construcción de la suprema dirección de la voluntad general.9 Otro de los problemas
por las que atraviesa actualmente esta noción está directamente vinculado con la
6 H. Kelsen, De la esencia y valor de la democracia; traducción y nota preliminar de J. L. Requejo
Pagés, KRK ediciones, Oviedo, 2006, pág. 64 7
8 Citado por paolo Virno (2002) Gramática de la Multitud, pág. 3. La cita corresponde a De Cive, XII,
8y VI, 1 de Thomas Hobbes. 9 Rousseau, Jean Jacques. 1993. El contrato social. Editorial Altaya, Barcelona España, pág. 15
19
aparición de nuevas entidades sociales que formalmente se han separado de dicha
voluntad general y han establecido novedosas relaciones con el Estado. Paolo Virno,
siguiendo la tradición de John Locke, los identifica como multitud.
La provocación de Virno es la siguiente: se ha dejado atrás aquellos tiempos cuando
el Estado sólo reconocía al pueblo (demos) como la única entidad constituyente de
su estatus legal y legítimo y ahora, en contraparte, han aparecido nuevas formas de
organización social cuyas exigencias, metas, comunicados y formas de manifestarse
se separan de aquello que se ha definido como la Voluntad General y empiezan a
tener su propia lógica de existencia.
La multitud es la polaridad contrapuesta, la antípoda del pueblo. Éste último, es lo
que converge en la constitución misma del Estado que presupone la idea de la
unidad de la voluntad general. El pueblo es defendido por Thomas Hobbes porque
en la lógica del Leviatán aquel representa la posibilidad no sólo de legitimar el poder
del Estado, sino que forma parte inequívoca de la construcción del discurso político
del Pueblo-Uno, del estado natural de la política y de la institución del cuerpo
político. La multitud, por el contrario, deshace la asociación entre dicho cuerpo
político que posee una voluntad general y el Estado mismo.
Según palabras de Virno, la multitud rehúye la unidad política, no acepta pactos
duraderos, irrumpe contra la existencia ficticia de una voluntad general que si bien
es teorizada por Hobbes, es retomada posteriormente en las reflexiones de
Rousseau acerca del contrato social y de muchos ilustrados que supusieron, en el
ejercicio de la razón política, la conformación de dicha voluntad general como
elemento definitorio de la democracia.
Rousseau escribió al respecto: “Si quitamos pues del pacto social lo que no es de su
esencia, veremos que se reduce a estos términos: Cada uno de nosotros pone en
20
común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general;
recibiendo también a cada miembro como parte indivisible del todo. En el mismo
momento, en vez de la persona particular de cada contratante, este acto de
asociación produce un cuerpo moral y colectivo, compuesto de tantos miembros
como voces tiene la asamblea; cuyo cuerpo recibe del mismo acto su unidad, su ser
común, su vida y su voluntad. Esta persona pública que de este modo es un
producto de la unión de todas las otras, tomaba antiguamente el nombre de Civitas,
y ahora el de República ó de cuerpo político, al cual sus miembros llaman estado
cuando es pasivo, soberano cuando es activo, y potencia comparándole con sus
semejantes.”10
La primera conclusión que se podría extraer de esta breve disertación proveniente
de la pluma de Paolo Virno es que el cuerpo político, moral y colectivo, que además
se presenta como uno de los referentes indispensables para entender a la
democracia como régimen público, es una ficción política que sustenta la noción de
Estado-Uno, propio de los discursos democráticos.
Se puede no estar de acuerdo con Paolo Virno sobre esta disertación, sin embargo,
coloca en la mesa de discusión al demos y pone en tela de juicio la realidad misma
de la constitución del poder, de las formas de representatividad y, de paso, de la
existencia misma del ciudadano que a decir de la apología ilustrada, sólo tiene
existencia real cuando la libertad natural de los hombres es sustituida por la libertad
civil, producto de esa suprema dirección de la voluntad general.11
Si bien se volverá más adelante sobre el problema de la construcción de la voluntad
general como elemento fundamental para entender la constitución misma del
ciudadano, es interesante continuar con la idea de la problematicidad que supone
definir lo que es la democracia.
10
Rousseau, Jean Jacques. 1993. El Contrato Social. Editorial Altaya, Barcelona España, pág. 15 11
Rousseau, 1993: 19-20.
21
La premisa inicial de este primer capítulo era iniciar con una breve exploración de lo
que es la democracia y asegurar que aun hoy, a más de dos siglos de haberse
conformado como régimen político que domina a la mayor parte de las sociedades
occidentales, el ejercicio de definirla resulta exhaustivo y siempre limitante porque
la democracia ha sido, hasta ahora, un régimen inestable en la lógica de sus
transformaciones históricas y en la de sus adecuaciones formales. En efecto: la
inestabilidad histórica a la que nos referimos ha hecho que los elementos
sustantivos de toda democracia -según Alain Touraine, la ciudadanía, la
representatividad y la limitación del poder12-, hayan sufrido diversas
transformaciones históricas las cuales han dado muchos matices a las también
diversas expresiones de la democracia.
Ya hemos visto, a lo largo de estas primeras ideas, que la noción del demos entraña
muchos problemas y que, al ser parte de la construcción de la idea de la voluntad
única, se presenta más como elemento de legitimación discursiva que como entidad
identificable. Para esto último, quizás, tengamos al ciudadano.
Lo mismo ocurre con el problema del kratos. ¿Qué es y a qué fenómenos
politológicos se refiere? Algunos definen al kratos como sinónimo de gobierno,
otros lo acercan más al problema del poder. Ya sea que el binomio demos y kratos
lleguen a significar “el gobierno del pueblo” o “el poder del pueblo”, lo cierto es que
ambas acepciones llevan a diversos derroteros de interpretación y cada cual a su
repercusión histórica. El primer significado –el gobierno del pueblo- nos conduce por
visiones legales que establecen la posibilidad de que “el pueblo” pueda formar e
interferir en el ámbito de la administración gubernamental y a construir –con base
en esta intromisión- un cierto poder y espacio público. El segundo significado –el
poder del pueblo-, por el contrario, pudiera conducirnos hasta la abierta posibilidad
12
Touraine, Alain. (1992) “Situación de la democracia en América Latina”. En: Steichen, Regine
(compiladora) Democracia y democratización en Centroamérica. Costa Rica, pág. 68.
22
de que dicho pueblo llegara a trastocar las formas legales y gubernamentales de
administración del poder a través de las armas violentas de la revolución sangrienta,
tal como lo concibiera Carlos Marx.
Como puede observarse, el kratos precisa de una definición más cercana al ámbito
de fenómenos que entraña en la extensión y complejidad del término.
Volvamos a la idea inicial con la que comenzamos este capítulo: para definir qué es
la democracia debemos entender que ella y los fenómenos que entraña, se
encuentran sujetos al devenir histórico, al movimiento de sus significaciones y, por
ello, se convierte en una entidad de difícil aprehensión.
Reiteramos la pregunta: ¿qué es la democracia? La tentación de asumir una
definición definitiva sobre este fenómeno politológico podría llevarnos a algunos
errores de precisión teórica e histórica. Castoriadis, por ejemplo, ha escrito que “ la
democracia es el régimen en el que la esfera pública se hace verdadera y
efectivamente pública, pertenece a todos, está efectivamente abierta a la
participación de todos.”13 Schumpeter, en contraparte, ha expresado que la teoría
clásica acerca de lo que es la democracia ha insistido en definirla como “aquel
sistema institucional de gestación de las decisiones políticas que realiza el bien
común, dejando al pueblo decidir por sí mismo las cuestiones en litigio mediante la
elección de los individuos que han de congregarse para llevar a cabo su voluntad”14
Entre Castoriadis y Shumpeter existen diferencias abismales. Para el primero la
cristalización de la “esfera pública como verdaderamente pública” es y sigue siendo
el sentido último de la democracia. Para el segundo, esa esfera pública es una
idealización de lo que es el deber ser y no corresponde a la realidad misma de las
13
Castoriadis, Cornelius (2002) La democracia como procedimiento y como régimen, pág. 8 14
Schumpeter,J. (1983) Capitalismo, socialismo y democracia; Ediciones Orbis, S.A, Vol. I, pág.
321.
23
democracias existentes. Lamentablemente otros factores como la conformación de
élites de poder, la burocratización, la existencia de poderes invisibles en el Estado
como el narcotráfico o el empoderamiento de los actores privados empresariales –
fenómeno al que nos referiremos en el tercer capítulo de este trabajo- han echado
por tierra aquella visión de que, en efecto, es posible la experiencia de esa esfera
pública sustentada por la participación de un ciudadano activo. La imprecisión de la
teoría clásica que se citó líneas arriba, el mismo Schumpeter la pone de relieve al
suponer que no existe el bien común unívocamente determinado porque, en el nivel
cotidiano de los individuos, no pueden existir consensos propios y determinantes.
Para tener un acercamiento en la comprensión de lo que es la democracia, habrá
que anteponer una premisa de trabajo que supondría afirmar que las
representaciones de la democracia han cambiado constantemente desde el siglo
XVIII.
Alain Touraine ha propuesto por lo menos tres momentos en la dinámica de esa
representación. La primera, supone que la democracia se erigió como la soberanía
del pueblo y la destrucción del antiguo régimen de privilegios. Esta fase
revolucionaria estuvo coludida con el desarrollo de una noción de ciudadanía
participativa y la construcción de un nuevo régimen político. La segunda etapa y ya
consolidados los valores y las nuevas formas de gestión política democrática se
empezaron a confundir con las ideas de nación y de liberalismo económico. En esta
segunda fase la democracia adquirió el estatus de criterio político de la libertad del
hombre moderno y en él se incentivaron las ideologías que buscaban el respeto de
las clases trabajadoras oprimidas por el capitalismo, surgieron los partidos políticos
y se elevó la noción de pueblo a nivel de categoría homogeneizadora de las formas
de organización social e incluso de destino político y tecnológico. La idea de
progreso y de desarrollo económico –propios del proyecto modernizador que el
capitalismo generó en su propia lógica interna- se confundió con el destino humano
24
que la razón política había imaginado en el mapa social de las nuevas formas de
construcción social. Finalmente, la tercera etapa, corresponde a la irrupción de
movimientos sociales cuya lógica –desde el descubrimiento de la posibilidad del
sujeto- ha buscado que, en efecto, la democracia se convierta en el régimen capaz
de limitar el poder político. Escribe Touraine: “Si el poder debe estar limitado es
preciso también que los actores sociales se sientan responsables de su propia
libertad, reconozcan el valor y los derechos de la persona humana y no definan y a
ellos mismos atendiendo solamente a la colectividad donde han nacido o a sus
intereses”.15
De acuerdo con Touraine, la democracia supone una sociedad civil vigorosamente
estructurada, asociada a una sociedad política integrada y ambas sociedades deben
ser tan independientes como sea posible del Estado, caracterizado como el poder
que obra en nombre de la nación, encargado de la guerra y la paz, el lugar que el
país ocupa en el mundo y la continuidad entre su pasado, su presente y su futuro.16
En el desarrollo de los tres momentos de la democracia han existido por lo menos
tres formas específicas de vincular los elementos que la constituyen y que ya se
habían enunciado líneas arriba, a saber: la ciudadanía, la representatividad y la
limitación del poder. En cada momento histórico resaltado por Touraine, han
existido formas diversas y hasta divergentes de concebir a la ciudadanía y su propia
transformación de acuerdo con las formas de organización y de concepción de sí
misma. En la primera etapa, por ejemplo, la fase revolucionaria en donde la
democracia supuso la construcción de un régimen que preveía la soberanía del
pueblo, el ciudadano fue la parte activa de las movilizaciones y protestas que
buscaban, entre otras cosas, la creación de los derechos civiles. Aspirar a la
consolidación de un nuevo régimen, entregar la vida y las fuerzas a una causa
15
Touraine, Alain. 2002. Crítica de la modernidad, Fondo de Cultura Económica, Segunda edición,
primera reimpresión, México, pág. 323 16
Touraine, 2002: 325
25
política común, fue el núcleo de la formación de esa voluntad general que previeron
los ilustrados como fundamento de la constitución de la ciudadanía.
En la segunda etapa, gracias a la organización que las sociedades democráticas van
alcanzando y gracias a que se fueron mimetizando con las estructuras de la
modernización capitalista, el ciudadano quedó relegado a un segundo plano –se
convirtió en pueblo- por efecto de la aparición de los partidos políticos quienes
cristalizaron el sistema de representatividad democrática. Lejos de consolidar al
ciudadano, los partidos políticos lo redujeron a un mero basamento discursivo que
legitimó la existencia de sus organizaciones y lo convirtieron en un actor pasivo en la
política. Al pretender garantizar los derechos civiles y políticos de la ciudadanía, los
partidos se convirtieron en la vía legítima de negociación frente al Estado y tomaron
las riendas de la imaginaria voluntad general que el sufragio y el sistema de elección
presumía otorgar.
En este segundo periodo la ciudadanía desaparece, es decir, se convierte en un
satélite del sistema de representatividad política y, cuando decide irrumpir, es
identificada con la heterodoxia de los movimientos de liberación o con la
constricción de un estallido local comunitario.
Por otro lado, en este segundo periodo, y gracias a la transfiguración del ciudadano
e n pueblo, los sistemas de representatividad adquieren un poder inusitado de tal
modo que, al no haber cercos naturales y políticos para los partidos y sus
correligionarios, se empiezan a formar élites de poder quienes, partiendo de sus
propias prerrogativas, empiezan a administrar los espacios públicos desde los
intereses ya no del bien común sino desde su propia órbita como élite.
El tercer periodo es más complejo porque, como han asegurado Wayne Norman y
Will Kymlicka, ello fue lo que generó el retorno del ciudadano. “El interés en la
ciudadanía ha sido también alimentado por un serie de eventos políticos y
26
tendencias recientes que se registran a lo largo y ancho del mundo: la creciente
apatía de los votantes y la crónica dependencia de los programas de bienestar en
los Estados Unidos, el resurgimiento de los movimientos nacionalistas en Europa
del Este, l as tensiones creadas por una población crecientemente multicultural y
multi-racial en Europa occidental, el desmantelamiento del Estado de bienestar en
la Inglaterra thatcheriana, el fracaso de las políticas ambientalistas fundadas en la
cooperación voluntaria de los ciudadanos, etc.”17
El resurgimiento del ciudadano.
El resurgimiento de la ciudadanía tuvo como corolario una serie de acontecimientos
que se deben repasar para entender cómo los teóricos de las ciencias políticas se
vieron en la necesidad de empezar a construir una teoría de la ciudadanía que
contemplara el análisis pormenorizado de los sistemas de representatividad y la
lógica de la limitación del poder político.
El primer acontecimiento crucial en el retorno del ciudadano fue, curiosamente, la
aparición pública del discurso de los derechos humanos. Si bien desde los orígenes
de la democracia ya se estipulaba la necesidad de pensar la ciudadanía como un
régimen de derechos –léase con cuidado la promulgación de las cartas magnas de
Francia y Estados Unidos-, no va a ser sino hasta mediados los años sesenta cuando
empiezan a aparecer, primero en la lógica de los movimientos contraculturales en
Estados Unidos y Europa, los primeros esbozos de una lucha centrada en la defensa
de la dignidad humana. Antonio Negri y Michael Hardt escribieron que “A principios
de 1960, por ejemplo, tras el enorme ímpetu creado por la Conferencia de Bandung
y las luchas de liberación nacional Africanas y Latinoamericanas, Malcolm X intentó
reorientar el foco de las demandas de los Afroamericanos desde los ‘derechos
civiles’ hacia los ‘derechos humanos’”.18
17
Wayne Norman y Will Kymlicka. El retorno del ciudadano. A8orA núm. 7/invierno de 1997, pags.
5-42 18
Negri, Antonio y Hardt, Michael. 2002. Imperio, pág. 96
27
Los movimientos civiles que se suscitaron en aquella década –el movimiento negro
de Martin Luther King, la reivindicación de las demandas de raza de Malcom X, la
resistencia pacífica civil en contra de la Guerra de Vietnam, entre otros-, generaron
tal efervescencia popular y civil que se dejó sentado que una de las principales
demandas de todos y cada una de estas manifestaciones fue el reconocimiento de
derechos civiles en medio de una sociedad excluyente. No se sabe si todos estos
movimientos se inspiraron en las ideas que T.H. Marshall había escrito un par de
décadas atrás acerca de que la ciudadanía consistía, precisamente, en asegurar “que
cada cual fuera tratado como miembro pleno de una sociedad de iguales” y que
para alcanzar este objetivo “habría que asegurar en otorgar a los individuos un
número creciente de derechos”19 Lo cierto es que la mayoría de los movimientos de
reivindicación social generados en esta época centraron su lucha en la adquisición
de derechos políticos y civiles los cuales, con ciertos retraso, fueron alcanzando cada
vez a mayor número de sectores sociales de tal modo que, llegada la segunda mitad
de la década de los años setenta, muchos de esos derechos ya habían alcanzado a
las mujeres, los trabajadores, los judíos, los negros y muchos otros grupos
previamente excluidos. Para Marshall, la más plena expresión de la ciudadanía
requiere de un Estado de bienestar liberal-democrático que sea capaz de garantizar
todos los derechos civiles, políticos y sociales.
El Estado de bienestar debería, según este autor, garantizar que cada integrante de
la sociedad se sienta como un miembro pleno, capaz de participar y de disfrutar de
la vida común, capaz de mantenerse dentro de la órbita del derecho.
El segundo acontecimiento que permitió el retorno del ciudadano fue,
precisamente, el de las transformaciones que sufrió el Estado a la llegada del
modelo neoliberal. Este proceso es quizás uno de los más interesantes porque no
19
Citado por Wayne Norman, 1997, pág. 8
28
sólo transformó las relaciones existentes entre el Estado y el creciente
empoderamiento de las grandes corporaciones trasnacionales, sino que impactó
directamente en la esfera de los derechos ciudadanos al intentar socavar algunos de
los derechos civiles y sociales logrados tras años de luchas sectoriales.
El neoliberalismo es un modelo económico que privilegia el derecho de los agentes
del mercado. Esta es la razón por la que Alessandro Bonano ha descrito que el
neoliberalismo es el régimen de las trasnacionales. Miguel Azurduy escribió que éste
es una "alternativa ideológica del mundo del siglo XXI", su base doctrinaria es la
libertad sin restricciones, ni intervencionismos de la política, la economía, ni
regulación por parte del estado.20 Finalmente, Rangel escribe: "destruye las
estructuras y los valores en que una sociedad libre se funda, y es una amenaza
contra la libertad individual y una peligrosa concesión al colectivismo, todo lo cual
redunda, además, en la pérdida de eficiencia del sistema y en la disminución de la
expansión económica"21
Caractericemos al neoliberalismo:
1) Su base imperativa es la eficiencia económica y la idea de productividad.
2) Plantea la transformación del estado pasando de un "articulador social" al estado
mínimo.
3) Liberación del mercado según la ley de oferta y demanda.
4) El mercado además de ser funcional es un paradigma ideológico desde donde se
justifica la libertad con la organización libre y no coercitiva.
5) Eliminación del modelo de "sustitución de importaciones" y estructuración del
modelo de "ventajas comparativas" en el mercado mundial.
6) La dirección social debe ser ejercida por un cuerpo de tecnócratas, los cuales son
20
Azurduy, Miguel. “Pero ¿qué es el neoliberalismo?” Política No. 160, 28 de mayo 1992, México,
pág. 17 21
Rangel,1992:4A
29
los más idóneos para perseguir los objetivos buscados.
7) Aunque su tesis política es un "sistema de libertades", el neoliberalismo plantea
la subordinación de la democracia y la política a las exigencias del desarrollo
internacional.
8) Sus juicios de valor son productivistas: eficiencia, disciplina, competitividad.
9) Reduce los problemas sociales a los movimientos del mercado.
10) El estado, antes comprometido con la igualdad, la distribución, la riqueza, la
justicia y la libertad, debe des-ideologizarse, despolitizarse, por lo cual la reducción
de la burocracia estatal y la eliminación del rol del estado en el desarrollo nacional
o regional se hace imprescindible.
11) Finalmente, y en relación al último punto, los gobiernos quedan confinados a
un papel de vigías de la sociedad (El estado policía) y a tratar sólo con la "extrema
pobreza".
Los últimos tres puntos de esta caracterización son del todo reveladores.
Demuestran que la estructura del Estado que se des-ideologiza y se despolitiza debe
abandonar no sólo su participación regulatoria en el mundo del intercambio, sino
que debe sólo responder a los ordenamientos de control social, indispensables para
la empresa y para el mercado.
El neoliberalismo es un régimen de exclusión social y conservador que busca, entre
otras cosas, la eliminación de los derechos sociales. La justificación de esta tarea se
dio precisamente en la década de los ochentas cuando se buscó –tanto en Estados
Unidos con Ronald Reagan y en Inglaterra con Margaret Thatcher- limitar los
derechos de la ciudadanía con el argumento de que el Estado benefactor había
promovido la pasividad entre los pobres y no ha mejorado sus oportunidades al
crear una cultura de dependencia. “Lejos de aportar una solución, el Estado de
bienestar ha perpetuado el problema al reducir a los ciudadanos al papel de clientes
30
inactivos de la tutela burocrática”.22
Esta justificación dio sentido a políticas que buscaron orientar nuevas formas de
acción en contra de la ciudadanía y sus derechos que, según los ideólogos del
neoliberalismo, sería la mejor manera de establecer un nuevo tipo de libertad. Dado
que el Estado de bienestar desalienta a la gente de todo esfuerzo por llegar a
autoabastecerse, se debe cortar la red de seguridad y todo beneficio social
restante debe conllevar alguna obligación. Esta es la idea que orientó una de las
principales reformas del sistema de seguridad social en los Estados Unidos e
Inglaterra durante los años ochenta: la introducción de programas de
workfare,23 que exigen una actividad laboral como contrapartida de los
beneficios aportados por las políticas sociales. El objetivo era reforzar la idea
de que los individuos deben ser capaces de mantenerse a si mismos, de concebirse
libres para el mercado, de aprender las virtudes de la de la iniciativa, la confianza
en sí mismo y la autosuficiencia.
Sin embargo, los resultados de la implementación de políticas y de reformas que
buscaron -mediante el libre comercio, la desregulación y la reducción de impuestos-
el debilitamiento de los sindicatos y el recorte de muchos de los derechos sociales
adquiridos, resultó contraproducente porque el recorte de los programas
asistenciales tuvo la consecuencia de generar una nueva generación de desclasados
y excluidos. De acuerdo con Hoover y Plant, las desigualdades de clase se
exacerbaron y los desempleados y trabajadores pobres fueron efectivamente
“desciudadanizados” al volverse incapaces de participar en la nueva economía de la
nueva derecha.24
Como puede observarse, en ambos momentos, el ciudadano sólo tenía el estatus
22
Citado por Wayne Norman, 1997, pág. 10 23
Buscar explicación 24
Citado por Wayne Norman, 1997, pág. 11
31
legal de existencia en una forma pasiva como receptor de los derechos que el
Estado benefactor le ofreciera, o como receptor víctima de las decisiones que la
nueva derecha tomara en el sentido de favorecer la economía de mercado. El
neoliberalismo vino a echar por tierra la ampliación de los derechos formales de las
personas y el desarrollo de los contenidos reales de dichos derechos avalados por
políticas públicas dirigidas a reducir la brecha de las desigualdades sociales y
culturales. El neoliberalismo, sin embargo, también dio sentido al resurgimiento de
movilizaciones civiles, a la aparición de Organizaciones No Gubernamentales (ONG)
y a la construcción de novedosas redes de resistencia mundial que lograron
establecer la lucha por la readquisición de los derechos usurpados y por la
implementación de otros nuevos. Este es el tercer acontecimiento que se debe de
estudiar como fundamental en el retorno de la ciudadanía.
La década de los años noventa es central en esta revisión histórica. Algunos autores
como Dolores Amat25, José Seoane26 y Noam Chomsky27 han insistido en que sería
difícil la comprensión de éste o cualquier otro fenómeno si no se considera a la
globalización como un fenómeno capaz de contener y de explicar la movilización
socio política de grandes sectores de la población que resisten, con diferentes
estrategias, a los impulsos excluyentes del modelo neoliberal. Así mismo, debe
considerarse el estudio de las reivindicaciones culturales y la búsqueda de la
implementación de nuevas políticas públicas que transformen los diferentes
ámbitos de la convivencia social.
La globalización es un término relativamente nuevo en el ámbito de estudios de las
ciencias sociales. El término, como señala Dolores Amat, comenzó a ser utilizado a
25
Amat, Dolores [èt al] 2002. La Globalización neoliberal y las nuevas redes de resistencia global .
Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, Buenos Aires, Argentina 26
Seoane, José y Taddei, Emilio. 2001. Resistencias mundiales [De Seattle a Porto Alegre]. Ediciones
de Clacso, Buenos Aires, Argentina 27
Chomsky, Noam. Democracia y mercados en el nuevo orden global. http: www.zmag.org/
spanish/index. htm
32
principios de la década de 1980 por algunos teóricos de la microeconomía.28 El
término, sin embargo, no tardó en abandonar los ámbitos de la teoría económica y
empezó a ser utilizado en las ciencias sociales como categoría para designar a las
transformaciones que se observan en la estructura social, en los ámbitos de
producción y en la cultura gracias a la interconexión mundial que generan los
medios de comunicación contemporáneos. El término globalización, en los noventa,
adquirió pretensiones muy ambiciosas al querer designar la multiplicidad de los
fenómenos históricos que entraña el capitalismo y el nuevo orden mundial que
presumieron los ideólogos del mercado.
La globalización, o los procesos de globalización como bien señala Daniel Mato,
permitió el desarrollo y la aparición pública de diversos actores sociales que, ya
desde el Estado, ya desde el Mercado o ya desde la sociedad civil, empezaron a
generar una complejidad a los procesos de poder internacionales y a constituir
mecanismos de resistencia ciudadana a través de redes de organizaciones civiles,
mismas que generaron discursos de reivindicación de los derechos desde una
perspectiva abierta y activa.
Los primeros indicios del surgimiento de una sociedad civil activa aparecieron en
México en el llamado Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y Contra
el Neoliberalismo, realizado en Chiapas y convocado por el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional que concentró a “rebeldes” de más de cuarenta países del
mundo y sentó las bases para la lucha contra la mundialización neoliberal. A partir
de este acontecimiento empezaron a proliferar la formación de redes de resistencia
civil en contra del paro laboral, contra la precariedad y las exclusiones, como ocurrió
en Europa del 14 de abril al 14 de junio de 1997 y que logró organizar la primera
28
Théodore Lewit es señalado como el primer autor que utilizó la palabra globalización públicamente:
en junio de 1983 publicó un artículo titulado «La globalización de los Mercados» en la revista
HarvardBusiness Review. Lewit planteaba que la integración económica obligaba a las empresas a
pensar sus negocios desde una perspectiva mundial.
33
marcha que congregó en Amsterdan, Holanda, cerca de 50 mil manifestantes que
repudiaron las políticas neoliberales de exclusión a los indocumentados y
coadyuvaron en la defensa de los derechos humanos de los desempleados. A estas
manifestaciones le han seguido una larga lista de movilizaciones sociales que se han
organizado con base a grandes problemas y temáticas de reivindicación:
cancelación de la deuda externa de los países en vías de desarrollo, protección de la
diversidad ambiental, el control democrático de los mercados financieros, sanidad y
seguridad alimentaria y, entre todos los temas, el de los derechos humanos y civiles.
La ciudadanía activa empezó a germinar en diversos foros nacionales e
internacionales y empezó a construir redes de organizaciones y movimientos que,
de manera inédita, dio un giro a la necesidad de establecer a la participación
ciudadana como una de las características casi olvidadas de la democracia. El Foro
Social Mundial del año 2000, por ejemplo, abordó, en mesas simultáneas de
discusión y debate, diversos ejes temáticos que tocaban algunas de las principales
problemáticas que hacen a la mundialización capitalista actual. Dos grandes temas
concentraban el debate: la riqueza y la democracia. Alrededor de estas cuestiones,
intelectuales activistas y activistas intelectuales cruzaron visiones sobre la necesidad
de garantizar el carácter público de los bienes de la humanidad sustrayéndolos a la
lógica del mercado; la construcción de ciudades y hábitats sustentables; la urgencia
de una distribución justa de la riqueza y las formas para alcanzarla; los contornos de
la hegemonía política, económica y militar de los Estados Unidos y la estructura del
poder mundial; la actualidad del concepto de imperialismo y de la idea del
socialismo (debates que habían sido clausurados por la hegemonía del pensamiento
liberal); la igualdad de género; la democratización del poder; la garantía del derecho
a la información y la democratización de los medios de comunicación; la necesidad
de regular el movimiento internacional de capitales; el futuro de los Estados-Nación,
34
entre otros temas.29
La aparición de movimientos antiglobalización y de la necesidad de generar medios
de existencia política que partieran de la participación ciudadana y de su irrupción
en el espacio público colonizado por élites de poder, hacen que desde la década de
los años noventa del siglo XX y hasta la fecha, se consoliden algunos procesos
interesantes en la evolución de la ciudadanía.
El primero de ellos, el del paso de la ciudadanía pasiva a una democracia
participativa capaz de otorgar a los ciudadanos más poder por medio de la
democratización del Estado y por la adquisición de mecanismos abiertos de
apertura: asambleas locales y regionales, instituciones y tribunales de apelación,
ejercicio del sufragio, entre otros.
El segundo, la búsqueda de transparencia social en los procesos
publiadministrativos de tal modo que, en miras de transferir el poder, las cuestiones
relativas al ejercicio público del poder quede en manos de una ciudadanía capaz de
exigir del sistema de representatividad mejores políticas públicas y mejores
derechos sociales.
La visión optimista de estos procesos por los que se explica el retorno del ciudadano
no siempre es compartida por todos los autores que han procurado generar una
“teoría de la sociedad civil”. De hecho, ya plasmado desde los escritos de
Shumpeter ser pueden observar ya ciertos problemas en la constitución de la
ciudadanía como tal, problemas que conducen a una visión menos optimista.
29
Seoane, José y Taddei, Emilio. 2001. Resistencias mundiales [De Seattle a Porto Alegre]. Ediciones
de Clacso, Buenos Aires, Argentina, pág. 107
35
Las visiones negativas de la ciudadanía.
Antes de pasar a revisar la visión negativa de la ciudadanía y los problemas
existentes en la constitución de la llamada voluntad general, se hace preciso
entender que dentro de la historia del paso del ciudadano pasivo, propio de los
sistemas en donde el Estado benefactor ofreció condiciones mínimas para el
desarrollo de las libertades y de los derechos civiles, al ciudadano activo que surge
como resistencia al empoderamiento de los actores empresariales sobre los Estados
neoliberales, existen algunas visiones que deben considerarse en el análisis crítico
de estos fenómenos.
Cornelius Castoriadis30 ha colocado el dedo en la llaga de uno de los problemas que
abordamos en este ensayo y es, a saber, el del paso de la democracia como régimen
político de participación ciudadana a la democracia como régimen procedimental.
De acuerdo con este prolífico autor, la democracia como tal surge de la red
intersubjetiva de relaciones en donde se despliega y se realiza la libertad en virtud
de la disposición de instituciones precisas que tienen incluidas disposiciones
formales y procedimentales. La institución no hace a la democracia, es cierto, pero
la democracia sólo puede existir ahí donde la ciudadanía, el Estado y los sistemas de
representatividad se hayan formalmente instituidas, reguladas y legitimadas por
cada uno de los actores que convergen en el escenario social. El problema, asegura
Castoriadis, es el hecho de que si bien la democracia precisó de la participación
ciudadana, de su capacidad de estar informada sobre los asuntos públicos y de
irrumpir en el espacio público para limitar el orden de poder, lo cierto es que hoy ha
abandonado los elementos que lo constituyeron y ha colocado el orden institucional
y procedimental como eje rector de la definición de los órdenes democráticos. La
visión procedimental de la democracia, acusa Castoriadis, reduce la experiencia de
la democracia a un orden puramente jurídico de derechos y obligaciones. “Para el
punto de vista puramente procedimental, los seres humanos o una buena parte de
30
Castoriadis, Cornelius. La democracia como procedimiento y como régimen. Ed. Datanews, Via S. Erasmo 15, 00184 Roma, mayo 1995.
36
ellos, deberían ser puros entendimientos jurídicos.”31
La visión procedimental es una vía negativa de acuerdo con Castoriadis pero es vista
como la única vía, según la concepción de J. Shumpeter. En efecto, y partiendo de un
cierto grado de insatisfacción con las definiciones clásicas de lo que es la
democracia, este autor en su obra Capitalismo, Socialismo y Democracia desarrolló
una distinción conceptual importante que lo alejó de la teoría moderna de lo que es
la democracia. Procurando un cierto nivel de objetividad política, este autor empieza
descreyendo la existencia de la voluntad general, sustento mismo de la naturaleza
democrática. “*...+ las teorías jurídicas de la democracia que se desarrollaron en los
siglos XVII y XVIII se proponían ofrecer definiciones que pusiesen en conexión
ciertas formas de gobierno efectivas o ideales con la ideología del ‘gobierno por el
pueblo´, *......+ ofreciéndose la ‘voluntad del pueblo’ o el ‘poder soberano del
pueblo’ como el sustantivo más aceptable para una mentalidad que, aunque estaba
preparada para renunciar a ese carisma particular de la autoridad suprema, no
estaba dispuesta a pasarse sin ningún carisma”.32 Bajo esta premisa, Shumpeter
asegura que si bien estas definiciones tienen un fuerte componente ideológico, no
pueden ser implementadas ni siquiera en el sentido jurídico. ¿Qué es la voluntad del
pueblo?, ¿qué es la Voluntad general que los Ilustrados podían ver con toda claridad
pero que en el capitalismo utilitarista, racionalista e individualista, apenas si es
concebible?
Para dar respuesta a ambas interrogantes, Shumpeter establece una distinción entre
la teoría clásica que define a la democracia como “*…+ aquél sistema institucional de
gestación de las decisiones políticas que realiza el bien común, dejando al pueblo
decidir por sí mismo las cuestiones en litigio mediante la elección de individuos que
31
Castoriadis, pág. 11 32
Schumpeter,J. , 1983, Capitalismo, socialismo y democracia; Ediciones Orbis, S.A, Vol. I y II, pág. 317
37
han de congregarse para llevar a cabo su voluntad”,33 y la que él mismo estructura
bajo la idea de que la democracia es finalmente un método por medio del cual el
sistema institucional se organiza para llegar a la toma de decisiones políticas y en la
cual los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de
competencia por el voto del pueblo.34
La diferencia de concepciones es evidente: la definición clásica implica la existencia
de un bien común capaz de orientar los destinos de la política y supone también la
existencia de una voluntad común proveniente del pueblo y que se corresponde con
el bienestar común. Shumpeter cuestiona esta concepción porque si bien supone
una totalidad explicativa de cómo funcionaría idealmente la democracia, ésta no
indica cómo debe implementarse la realidad de la voluntad general y del bien
común. ¿Qué son estas dos entidades? ¿Cómo lograr que los distintos individuos y
grupos logren conducir sus voluntades hacia un incierto bien común? No existe,
según este autor, nada que pueda constatar que bajo argumentos racionales se
puedan lograr consensos políticos y mucho menos existe un estándar de lo que
pueda interpretarse y aceptarse como bien común. Los elementos que definen la
teoría clásica de la democracia, según esta lógica, se desmoronan ante estos
argumentos.
Como se ha observado, Shumpeter apuesta más por la idea de que la democracia es
un método procedimental concentrado en la construcción de los procesos de
representatividad electoral. La finalidad de este autor es proponer una concepción
de democracia como equilibrio el cual se organiza desde la estrategia, las acciones
pragmáticas y programáticas, de competencia y que pretende ser desideologizada.
De acuerdo con ello entonces la democracia no podría significar el “gobierno del
pueblo” ya que ningún procedimiento de transmisión de poder acerca al pueblo a la
dinámica de posesión y administración del poder. El método democrático descansa
33
Shumpeter, 1983: 321 34
Shumpeter, 1983: 343
38
“En la libre competencia entre los pretendientes al caudillaje por el voto del
electorado, por tanto, la democracia es el gobierno del político”35
Conocer la concepción elitista y procedimental de la definición de Shumpeter y la
reducción del electorado a ser mero seguidor del “voto inducido por el caudillo”,
pudiera ser esclarecedor en el proceso de comprensión de las formas de
organización democrática contemporánea en donde, en efecto, los procesos de
representación política adquieren mayor relevancia que aquellos en donde el
ciudadano pudiera irrumpir en la esfera pública para cogobernar y decidir sobre su
destino político y de bienestar social.
Para esta visión procedimental, la ciudadanía es sólo una condición legal que basa su
existencia en la existencia de un marco jurídico de derechos y obligaciones capaz de
concentrar, también, elementos de identidad territorial, lingüística y cultural. El
ciudadano existe sólo en virtud de la posibilidad de reglamentar los derechos y de
vigilar las obligaciones así como de asegurar –por parte del Estado- servicios,
seguridad y cubrir ciertas expectativas de progreso individual y social. Esta visión
supone que el ciudadano es un agente pasivo cuyas principales preocupaciones no
residen en el intervenir en la agenda pública sino en la realización de los derechos
que el marco legal les permite. La ciudadanía se convierte en una condición política
y social cuya existencia se explica sólo en términos de una relación clientelar con el
Estado o con las élites del poder representativo. Will Kymlicka y Wayne Norman han
desarrollado la tesis de que esta visión procedimental fue muy útil en la etapa del
Estado Benefactor porque constituyó el ápice de las relaciones de dependencia.
“Para Marshall, la más plena expresión de la ciudadanía requiere un Estado de
bienestar liberal-democrático. Al garantizar a todos los derechos civiles, políticos y
sociales, este Estado asegura que cada integrante de la sociedad se sienta como
un miembro pleno, capaz de participar y de disfrutar de la vida en común. Allí
35
Shumpeter, 1983: 363
39
donde alguno de estos derechos sea limitado o violado, habrá gente que será
marginada y quedará incapacitada para participar.”36
No ocurrió lo mismo cuando el neoliberalismo entró en escena. Si bien los ideólogos
del mismo supusieron que era fundamental activar al ciudadano “perezoso” -
acostumbrado a que el Estado le resolviera la existencia-, ello no significó que se
esperara abrir la dimensión participativa y propositiva del mismo. Muy por el
contrario, si el Estado benefactor había promovido la pasividad entre los ciudadanos
al haber generado una cultura de dependencia en la realización de los derechos
civiles, sociales y políticos, la visión neoliberal debería “despertar” a la ciudadanía de
su actitud clientelar al reducir a su mínima expresión la dimensión del derecho
cedido por el Estado. “Dado que el Estado de bienestar desalienta a la gente de todo
esfuerzo por llegar a autoabastecerse, se debe cortar la red de seguridad y todo
beneficio social restante debe conllevar alguna obligación”.37 La visión de los
ideólogos del neoliberalismo se convirtió en una serie de medidas de política
antisocial que buscaron reformar la actitud del ciudadano. Tales reformas
pretendían extender la acción de los mercados en la vida de la gente –mediante el
libre comercio, la desregulación, la reducción de impuestos, el debilitamiento de los
sindicatos y el recorte de los seguros de desempleo- con el propósito de enseñarle a
la ciudadanía las virtudes de la iniciativa, la confianza en sí mismo y la
autosuficiencia. Sin embargo, y más allá de lo esperado, tales cambios en la política
social del neoliberalismo –basada en la desregulación de derechos ciudadanos-
generaron una gran cantidad de excluidos y de desclasados ya que las desigualdades
económicas y la limitación de los derechos hicieron más grande la polarización
social.
Por otro lado, si bien los ideólogos neoliberales creían que se debería colocar al
ciudadano pasivo al borde de sus derechos para incentivarlo a reconstruirse en la
36
Wayne y Kymlicka. 1997: 8 37
Wayne y Kymlicka, 1997: 10
40
dinámica de la participación individual, lo cierto es que la nueva dinámica
desregulatoria tampoco generó ir más allá de la definición procedimental de
ciudadanía porque operativamente el Estado requería de ella para justificar los
procesos de transmisión del poder. Si las acciones y políticas neoliberales buscaron
reducir al Estado a su mínima expresión, ello no significó que desearan su
desaparición. Muy por el contrario, el mundo del mercado y de la libre competencia
siempre ha requerido de un árbitro capaz de mantener el control sobre aquellas
áreas de la vida social que el mercado es incapaz de tocar. Una de ellas fue
enunciada páginas arriba cuando caracterizábamos al neoliberalismo, a saber: tratar
con la extrema pobreza.
La necesidad de mantener al Estado mínimo precisa de conservar al ciudadano, de
otorgarle ciertos derechos, de motivarlo a participar única y exclusivamente en los
procesos de carácter electoral, de concentrarlo en esa esfera. Esta realidad política
que el mercado desregulado no puede trascender, mantuvo la visión procedimental
que dicho sea de paso institucionalizó a la ciudadanía y la contrajo a pertenecer a un
campo público de acciones específico y determinado. Una vez resuelto el proceso de
transmisión de poder a través de los lineamientos de carácter electoral, el
ciudadano debe desaparecer.
Visión procedimental versus visión activa
La visión procedimental –basada en la adquisición de derechos y en la reducción de
la ciudadanía al campo de acciones electorales- ha llegado hasta nuestros días y se
ha convertido en la forma de cómo se ha entendido a la democracia. Sin embargo,
hay que recordar con Castoriadis que en sus orígenes y en los albores de las
revoluciones burguesas del siglo XVIII, la democracia precisó de una ciudadanía
activa que basaba su existencia en por lo menos dos cualidades: el acceso a la
información proveniente de la órbita pública y la participación política. Sin estas
cualidades no es concebible siquiera pensar en la posibilidad de los movimientos
41
civiles y burgueses que dieron origen a las revoluciones del siglo XVIII. Jürgen
Habermas dedicó una buena parte de su estudio sobre La Historia y Crítica de la
Opinión Pública a dilucidar la importancia de la publicidad –del acceso a la
información- y la constitución activa del espacio público a través de la participación
ciudadana. En algunos de los pasajes centrales de este análisis, Habermas reitera
que la publicidad política resulta de la publicidad literaria y que media, a través de la
opinión pública, entre el Estado y las necesidades de la sociedad. “El antagonismo
entre sociedad civil y estructura estatal impulsa una dialéctica en la que la prensa y
los medios de comunicación social tienen un papel protagonista, al mismo tiempo
que convierten los mensajes en mercancía y la función social de la comunicación, en
instrumento de creación de riqueza y de influencia política. En el siglo XVIII se lleva a
la práctica política y ciudadana la idea de que la racionalidad no deriva de principios
abstractos absolutos, sino que se desarrolla a partir de la contrastación de opiniones
sobre la verdad y la justicia, de manera que es inseparable de la discusión pública.” 38
La democracia requiere, para su realización, de una ciudadanía activa capaz de
expandir la órbita del espacio público para poder, en ciertos momentos del orden
público, extender los intereses del bien común aun sobre el Estado que, de acuerdo
con Habermas, no es parte sustantiva de dicho espacio. Esta visión se enfrenta
necesariamente a la concepción que supone que la fuente procedimental del
derecho y de la existencia ciudadana se encuentra supeditada a los lineamientos
jurídicos que emanan del Estado mismo.
La posibilidad de contar con una ciudadanía activa, es decir, que sea capaz de
sumergirse en el espacio público, requiere no sólo de generar mecanismos de
participación sino, tal como expresaría Habermas, de la necesidad de constituir
prácticas políticas de legitimidad a través del consenso. Ello significa que el
denominado ciudadano sólo es concebible en el ágora, en la plaza, en la tarea de
38
Revisar Habermas, Jürgen. Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de
la vida pública, Barcelona.
42
expandir el orden público sobre el interés privado. Esta tarea no puede estar
normalizada sólo por estatutos legales o procedimentales que reconozcan la
pertenencia de los individuos al orden político, sino por la casi necesaria irrupción de
los actores en la constitución del bien común. Habermas insiste en que esta cualidad
da origen a las acciones racionales que le son propias de los sistemas democráticos.
El ciudadano no es una entidad aislada. Al contrario, se consolida en la regla de la
voluntad general, en la dinámica de la sociedad civil. El ciudadano, como concepto,
en su acepción más tradicional, se refiere al sentido de pertenencia de los individuos
y grupos sociales a una comunidad política que se organiza en un Estado y se
delimita en un territorio. Sin embargo, si se observa detenidamente, esta
conceptualización sugiere que la ciudadanía se identifica en la pertenencia a las
estructuras estatales a través de dispositivos jurídicos que le aseguran el goce de
derechos e inclusión en la vida pública. La sociedad civil, por el contrario, aún con
suponer la suma de la ciudadanía, por el contrario, designa a una diversidad
autónoma del Estado que se organizan y actúan para tomar decisiones en el ámbito
público de la sociedad. La autonomía con respecto al Estado es una de las
características centrales y que le otorga un carácter único a la sociedad civil. Alain
Touraine, por ejemplo, en ¿Qué es la democracia? Aseguró que la existencia de la
sociedad civil que se diferencia de la sociedad política es un prerrequisito de la
democracia.39 De este modo la sociedad civil cuenta por lo menos con dos
componentes: primero, el conjunto de instituciones que definen y defienden los
derechos individuales, políticos y sociales de los ciudadanos y que propician su libre
asociación estratégica como defensa del poder del Estado y del Mercado y, segundo,
los movimientos sociales quienes plantean demandas sociales y vigilan la aplicación
efectiva de los derechos otorgados y existentes. De acuerdo con ello, la sociedad
civil tiene doble naturaleza: por un lado, existe dentro de un marco jurídico y legal
de derechos que les otorga el Estado y, por el otro, existe como elemento
39
Touraine, Alain. 1995. ¿Qué es la democracia? Fondo de Cultura Económica, México.
43
transformador de la sociedad a través de sus medios, estrategias y mecanismos de
organización.
La doble naturaleza de la sociedad civil le permite operar como mediadores entre
los individuos y el Estado. César Cansino ha escrito que “el tema de la sociedad civil
ha adquirido en los últimos años una enorme importancia no sólo en los círculos
académicos e intelectuales, sino también políticos y sociales. Su resurgimiento lejos
de ser gratuito responde a distintos fenómenos políticos de evidente actualidad: a)
la crisis de los partidos políticos en las democracias modernas, los cuales tienen cada
vez más dificultades para representar y agregar intereses sociales, pues responden
cada vez más a las utilidades de sus élites internas; b) el imperativo de redefinir los
alcances y límites de las esferas del Estado y de la sociedad a la luz de la emergencia
de nuevos actores y movimientos sociales; c) la pérdida de eficacia de las
tradicionales fórmulas de gestión económica y social de orden corporativo y
clientelar; y d) el cuestionamiento público del universo de los políticos por motivos
de corrupción y nepotismo.”40
De acuerdo con este autor, las formas de intermediación que posee la sociedad civil
han tenido que reelaborarse precisamente por algunos de los fenómenos que dan
cuenta de la ruptura con el Estado de bienestar y su transformación en Estado
neoliberal. Las ideas que Wayne y Kymlicka desarrollaron en su Retorno del
Ciudadano, analizado en páginas anteriores, nuevamente aparecen bajo la rúbrica
de nuevos problemas aún más focalizados: los nuevos actores sociales, la crisis de
las democracias representativas, el fenómeno de la globalización, la corrupción
política, la expansión del derecho privado sobre el derecho público y los
movimientos sociales que se han generado alrededor de ello. Estos nuevos
problemas han tenido la virtud de romper con la visión procedimental de la
40
Cansino, César. Nuevos enfoques sobre la sociedad civil. Revista Latinoamericana de Estudios
Avanzados. RELEA, N°3. Caracas, Ediciones CIPOST, enero-abril de 1997. pp. 23-43.
44
democracia que supone el establecimiento de órdenes jurídicos socialmente
reconocidos y ha abierto la posibilidad de una ciudadanía activa, organizada como
sociedad civil en diferentes expresiones de lucha y demandas sociales.
Algunos autores han señalado a México y a 1994 como el lugar de nacimiento de
esta sociedad civil que es capaz de buscar la intermediación con los poderes del
Estado y del mercado haciendo uso de su autonomía política. José Soane y Emilio
Taddei, entre otros autores latinoamericanos, han sostenido que fue durante el
Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y Contra el Neoliberalismo,
realizado en Chiapas y convocado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN), el “primer jalón del movimiento internacional contra la mundialización
liberal”41 A partir de este evento, la sociedad civil ha irrumpido en la esfera pública
mundial conformando redes internacionales de resistencia global y han llevado a
cabo acciones que han ido de las protestas sociales, el repudio a las políticas de
exclusión social y a poner en entredicho el modelo económico de la mundialización
neoliberal. La “Batalla de Seattle” en 1999, cuando sindicatos, organizaciones no
gubernamentales (ONG) y movimientos ecologistas hicieron fracasar la denominada
Ronda del Milenio organizada por la Organización Mundial de Comercio (OMC), o las
luchas de José Bové en Francia que protestaron por la comida chatarra de Mc
Donalds y exigieron políticas de seguridad e inocuidad alimentaria, son sólo un par
de ejemplos de una historia que ha hilvanado el despertar de la ciudadanía activa.42
Existen, sin embargo, críticas a la idea de que pueda existir una sociedad civil
autónoma del poder y la influencia del Estado. Como se vio en páginas anteriores,
Touraine definió esta cualidad como una de las más determinantes en la
41
Soane, José y Taddei, Emilio. 2001. “De Seattle a Porto Alegre; pasado, presente y futuro del
movimiento Anti-mundialización neoliberal”. En Resistencias Mundiales. De Seattle a Porto Alegre,
CLACSO, Buenos Aires. 42
Una cronología de la actividad de las redes de resistencia civil en el mundo occidental es propuesto
como apéndice final del libro de Soane y Taddei. Si bien el cronograma inicia en 1996 y culmina en el
año 2000, es un buen ejemplo que ilustra la movilización de una ciudadanía activa que se transfigura
en sociedad civil activa (2001: 191-200).
45
comprensión de la sociedad civil y ha sido la apuesta sobre esa autonomía lo que
hace posible entender las formas de organización de resistencia mundial. La
pregunta es obvia: ¿qué tanta autonomía realmente tiene la sociedad civil con
respecto al Estado?
La presuposición de que han existido diversas fases en la constitución del ciudadano
ha quedado clara a lo largo de esta exposición. Primero, la necesidad de un
ciudadano activo, capaz de utilizar su razón como instrumento de liberación y capaz
de construir el espacio público democrático imperó en los años de las revoluciones
burguesas del siglo XVIII. Segundo, la necesidad de un ciudadano pasivo que se
sujetara al poder del Estado y que de él abrevaran sus derechos y sus obligaciones,
se hizo evidente cuando la democracia se confundió con el liberalismo
decimonónico y del siglo XX. La consolidación de los Estados Benefactores dio pie
para que la relación ciudadanía-Estado mantuviera rasgos de dependencia y la
ciudadanía fuera vista como derecho y como procedimiento. Tercero, las nuevas
realidades que trajo consigo la transformación del Estado por la aplicación del
modelo neoliberal pareció ser el detonador para que, ya sea como respuesta a las
políticas de privatización y de privilegio del mercado, ya como tentativa de sustituir
la desaparición de la vía socialista, la ciudadanía pasiva despertara de su letargo y se
transformara en sociedad civil, capaz de enfrentar desde la lógica de su autonomía a
las grandes decisiones de Estado y de Mercado.
Antonio Negri Y Michael Hardt también abordan acerca de las denominadas
Organizaciones No Gubernamentales y definen que la globalización y el
empoderamiento del mercado ha generado una nueva época de actores políticos
cuya función tiene dos vértices. La primera, como elementos que el mismo
neoliberalismo tiene para menguar las fuerzas del Estado y, la segunda, como
posibilidades de verdadera representación popular. El primer vértice establece que
las fuerzas más recientes y tal vez más importantes de la sociedad civil son las
46
denominadas organizaciones no-gubernamentales. Estas, “Algunos críticos afirman
*…+, como están afuera de y a menudo en conflicto con el poder estatal, son
compatibles con y sirven al proyecto neoliberal del capital global. Mientras el capital
ataca a los poderes del Estado-nación desde arriba, argumentan, las ONG funcionan
como una "estrategia paralela ´desde abajo´" y presentan el "rostro comunitario"
del neoliberalismo.43 El segundo vértice establece que existen algunas
organizaciones que operan en niveles locales, nacionales y supranacionales
desempeñan un papel de verdadera representación ciudadana. “A los fines de
nuestros argumentos, y en el contexto del Imperio, nos interesa un subgrupo de
ONG que se empeñan en representar a los más marginales, aquellos que no pueden
representarse a sí mismos. Estas ONG, a veces caracterizadas globalmente como
organizaciones humanitarias, son de hecho las que se han ubicado entre las más
poderosas y prominentes en el orden global contemporáneo. Su mandato no es para
con los intereses particulares de ningún grupo limitado sino que representa
directamente los intereses humanos globales y universales. Organizaciones de
derechos humanos (como Amnesty International y Americas Watch), grupos
pacifistas (como Witness of Peace y Shanti Sena), y las agencias médicas y de alivio
del hambre (como Oxfam y Médecins sans frontiéres), todas ellas defienden a la vida
humana contra la tortura, el hambre, las masacres, el encarcelamiento y el asesinato
político. Su acción política se basa en un llamamiento moral universal-la vida es la
cuestión central.”44
Si bien se detecta en la posición de Negri y Hardt una cierta esperanza de que las
ONG’s pudieran en efecto realizar tareas de representación de los que no tienen voz
en medio de una globalización excluyente, dejan abierta la posibilidad de que, en
efecto, la autonomía de la sociedad civil quede en entredicho porque ésta depende
del marco jurídico que el Estado posee para definir su propia existencia y porque, en
términos del sistema global, su lucha pueda ser una estrategia proveniente de los
43
Negri y Hardt, 2002: 269 44
Negri y Hardt, 2002: 270
47
grandes sectores transnacionales para menguar la fuerza del Estado. Niklas
Luhmann, al respecto, sería aún más determinante al señalar que muchos de los
actores contemporáneos, -incluida la sociedad civil- organizados en movimientos de
protesta, no necesariamente exigen la transformación del sistema, sino sólo el
retorno de la confianza social que significa, entre otras cosas, la continuación del
orden del sistema mismo. Nos remitimos a dos textos de Luhmann: Confianza y
Sociología del riesgo. En el primero Luhmann hace un estudio acerca de lo que
significa la confianza en los sistemas autopoiéticos y el campo de acción de los
actores dentro del mismo. En el segundo, específicamente su capítulo VII, Luhmann
aborda el problema de los movimientos de protesta. Ahí concluye que éstos son
como perros guardianes que “tienen la necesidad de restablecer el orden, o por lo
menos impedir su empeoramiento. Y como perros guardianes sólo tienen
posibilidad de ladrar y morder”45.
45
Luhmann, Niklas. 1992. La sociología del Riesgo. Universidad Iberoamericana, México, pág. 109
48
2. El “acto de habitar” y “el acto de ser” en la democracia.
En el capítulo anterior se ha repasado lo que podría denominarse una breve historia
del concepto de ciudadanía y algunos de los problemas que presenta en su
constante vincularse con el Estado y los diversos actores sociales. Como parte de los
mismos, nos hemos referido a la conformación de diferentes vínculos entre el
Estado benefactor y los Estados neoliberales con ciudadanías que atravesaron
también diversas etapas en la lucha por sus derechos civiles, políticos y humanos.
Así mismo se revisó el paso de lo que se ha nombrado como ciudadanía pasiva a la
activa, como respuesta a esos mismos procesos. Esta historia del retorno del
ciudadano, según expresión de Wayne y Kimlicka, se encuentra, sin embargo,
inconclusa si no se consideran además de las visiones procedimentales y activas de
la democracia, la visión contractualista que esbozó Jean Jacques Rousseau en torno
al problema de la ciudadanía. Esto es así porque, ya desde la visión procedimental,
ya desde una concepción más abierta y activa, la ciudadanía sigue considerándose el
eje radial desde donde giran muchas de las presuposiciones de la organización
democrática contemporánea y olvidan, como no lo hizo Rousseau, que más que un
acto procedimental/administrativo, la ciudadanía está vinculada no sólo con el
Estado sino con la conformación de esa “Voluntad General” (volonté générale) que
el filósofo suizo creyó ver en la esfera pública de un régimen político que presume
de haberse fundado en el bien público. Si bien esta voluntad general ha sido
cuestionada en la imposibilidad de su existencia por autores como Shumpeter, lo
cierto es que sigue siendo un elemento fundamental para la comprensión de los
procesos de organización y consenso democráticos.
El contrato social escrito en 1762, en pleno siglo de las Luces, es quien abordó
algunos de los problemas fundamentales de la democracia. En primer lugar,
estableció la necesidad de la libertad del individuo; en segundo lugar, estableció la
49
dinámica social que supone la construcción de lo que él denominó “Voluntad
general” que se basa en un estado de excepción donde los hombres libres renuncian
a su libertad natural para dar paso a una libertad civil cuya principal característica es
ser el preámbulo para el desarrollo de aquella. Rousseau escribió: “Si quitamos pues
del pacto social lo que no es de su esencia, veremos que se reduce á estos términos:
Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema
dirección de la voluntad general; recibiendo también a cada miembro como parte
indivisible del todo.”46
La voluntad general, ser parte de ella, supone por lo menos dos situaciones:
primero, un acto de voluntad en la que cada individuo enajena su poder y su
persona al interés común y público; segundo, la transfiguración de la voluntad
individual en la voluntad general que presupone el bien común. Rousseau mismo
expone este acto de enajenación pública del siguiente modo: “Las cláusulas de este
contrato están determinadas por la naturaleza del acto de tal suerte, que la menor
modificación las haría vanas y de ningún efecto, de modo que aun cuando quizás
nunca han sido expresadas formalmente, en todas partes son las mismas, en todas
están tácitamente admitidas y reconocidas, hasta que, por la violación del pacto
social, recobre cada cual sus primitivos derechos y su natural libertad, perdiendo la
libertad convencional por la cual renunciara a aquella *…+ Todas estas cláusulas bien
entendidas se reducen a una sola, a saber: la enajenación total de cada asociado con
todos sus derechos hecha á favor del común: porque en primer lugar, dándose cada
uno en todas sus partes, la condición es la misma para todos; siendo la condición
igual para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa a los demás.”.47
El pacto social genera también al soberano, elegido por procesos de excepción y de
reconocimiento y, de acuerdo con Rousseau, la abierta realidad del Estado Civil.
Rousseau no ve en estas dos figuras sino la expresión de la libertad que el individuo
46
Rousseau, 1993: 15 47
Rousseau, 1993:
50
alcanza en ese proceso de excepción. “Reduzcamos toda esta balanza a términos
fáciles de comparar. Lo que el hombre pierde por el contrato social, es su libertad
natural y un derecho ilimitado a todo lo que intenta y que puede alcanzar; lo que
gana, es la libertad civil y la propiedad de todo lo que posee. Para no engañarse en
estas compensaciones se ha de distinguir la libertad natural, que no reconoce más
límites que las fuerzas del individuo, de la libertad civil que se halla limitada por la
voluntad general; y la posesión, pues es solo el efecto de la fuerza, o sea, el derecho
del primer ocupante, de la propiedad, que no se puede fundar sino en un título
positivo *…+ Además de todo esto, se podría añadir á la adquisición del estado civil la
libertad moral, que es la única que hace al hombre verdaderamente dueño de sí
mismo; pues el impulso del solo apetito es esclavitud, y la obediencia á la ley que
uno se ha impuesto es libertad.”48
En esta lógica expositiva, que ha pasado de la libertad a la voluntad general,
Rousseau vuelve al problema de la definición de la ciudadanía. En primera instancia,
ser ciudadano significa ser parte de ese estado de excepción en donde se enajena la
libertad individual por la libertad civil; en segunda instancia, supone la participación
abierta en la construcción de esa voluntad general que resguardará la libertad moral
y a la propiedad como su propio signo. Esta suma de actos generará el cuerpo moral
y colectivo “compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea”49 y
generará su acto de unidad, su yo común y su voluntad. Esta persona pública o
cuerpo político es la república y esta constituida por el Estado y por los asociados
que se llaman, más en concreto, ciudadanos.
Existe sin embargo un problema que es indicado por Rousseau en una simple nota
de pie de página que nos hace entender que, de acuerdo con su visión, no todos los
que habitan en el orden público ciudadano lo son. La nota de pie de página es clara
al referirse, como lo hizo d’Alembert según palabras del mismo Rousseau, de
48
Rousseau, 1993: 19-20 49
Rousseau, 1993: 16
51
distintos órdenes de existencia dentro de la ciudad entre los cuales los extranjeros y
los que simplemente se cobijan en el pacto pero no se identifican con él, son
expresión. En efecto, el sentido de la aclaración de Rouuseau tiene mucho que ver
en lo que significa el acto de ser y el acto de habitar en la democracia. Se lee: “El
verdadero sentido de esta palabra casi no es conocido entre los modernos, la mayor
parte de los cuales creen que Civitas no es sino una ciudad y que un ciudadano no es
más que un vecino de ella. Ignoran que las casas hacen una ciudad; pero que sólo los
ciudadanos constituyen lo que se llama Civitas. El mismo error les costó muy caro en
otro tiempo a los cartagineses. En ninguna parte he leído que se haya dado el título
de Cives a los súbditos de ningún príncipe, ni aun antiguamente a los mismos
macedonios, ni en nuestros tiempos a los ingleses, aunque más cercanos a la
libertad que ningún otro pueblo. Sólo los franceses usan familiarmente del nombre
de ciudadano, porque no tienen de él una verdadera idea, como se puede ver en sus
diccionarios; pues sin esto caerían, usurpándole, en el crimen de lesa magestad.
Este nombre explica entre ellos una virtud, y no un derecho. Cuando Bodin quiso
hablar de los ciudadanos y vecinos de Ginebra, cometió una equivocación muy grave
tomando a los unos por los otros. No hizo lo mismo D'Alembert en su artículo,
titulado "Ginebra", antes distinguió muy bien las cuatro clases de hombres (y aun
cinco, contando a los simples extranjeros) que hay en nuestra ciudad; de las cuales
sólo dos componen la república. Ningún otro autor francés, a menos que yo sepa, ha
comprendido el verdadero sentido de la palabra ciudadano.”50
La aclaración de Rousseau abre algunas preguntas: ¿cuáles y quiénes corresponden
a la clase de hombres que componen la república? ¿Quiénes no? De acuerdo con lo
que aparece en el texto de la nota de pie de página del Contrato Social, Rousseau
distingue de quien es parte activa de la Voluntad General: El soberano y el
ciudadano-, de quien no lo es: el extranjero y el avecindado.
50
Rousseau, 1993: 16
52
El ciudadano no sólo habita en la ciudad (Civitas) sino que constituye el núcleo de la
República al firmar el pacto donde su libertad natural es convertida en libertad civil y
moral. El ciudadano reconoce al soberano como un elemento de representatividad
porque él mismo ha constituido ese cuerpo político denominado Estado. El
avecindado de la ciudad sólo habita ahí, se aprovecha de las condiciones de la
libertad del ciudadano pero no se suma a la voluntad general. Estos, en palabras del
filósofo ilustrado, habitan el Civitas pero no son cives; están en la ciudad pero no en
el Estado.
André Charrak51, al hacer el análisis de este mismo concepto y de los problemas que
se han señalado, escribe que en este capítulo vi del libro I, se trata ante todo de
poner en evidencia la dimensión política fundamental de este concepto, que
constituye la principal originalidad de Rousseau: el hombre es ciudadano cuando es
miembro del soberano en toda su dimensión. En una Ciudad constituida sobre la
base del contrato social, cada ciudadano, al compartir la voluntad general, es
partícipe en la promulgación de la ley. Pero al adherirse al pacto de asociación, se
compromete igualmente a supeditar su voluntad particular a la voluntad general.
Dicho de otro modo, el contrato sustituye, en las relaciones de hombre a hombre
que crean una dependencia inevitable, la relación del ciudadano con la ley, que
constituye la libertad civil. Se evita así uno la situación en la que, al no existir el
Estado más que como «ser de razón» el individuo «gozaría de los derechos del
ciudadano sin querer cumplir con los deberes del sujeto; una injusticia cuyo
progreso provocaría la ruina del cuerpo político». Por eso es necesario entender en
el pacto social este compromiso, «en el que cualquiera que rechazara obedecer a la
voluntad general sería obligado a ello por el cuerpo en su totalidad: lo que viene a
ser lo mismo que obligarle a ser libre» (I, vii, p. 363). En la Cité del contrato, el
51 Charak, André André Charrak, «La revisión del concepto de ciudadanía en Rousseau», Erytheis, 1,
mayo de 2005, http://www.erytheis.net/texte-integral.php3?id_article=93
53
ciudadano se encuentra pues a la vez sujeto y miembro del soberano. Es en este
contexto donde Rousseau subraya la especificidad de la definición del ciudadano
dada en el Contrat social, y que se opone a los demás escritores franceses quienes,
exceptuando d’Alembert, no han sabido encontrarla. Dicho de otro modo, la
distinción entre el ciudadano y el burgués, en el caso de que, como vamos a
verificarlo tuviera una dimensión moral fundamental, identificable en el patriotismo,
es introducido ante todo por Rousseau para explicar su concepto jurídico de
ciudadanía. Al no haberse interpretado correctamente este punto, han abundado las
interpretaciones contradictorias de la referencia a Bodin quien, en este punto,
aparece entre los autores franceses que han perdido el verdadero sentido de la
ciudadanía. Sin embargo, como a menudo se ha comentado, el capítulo vi del primer
libro de la República aportaba, en su título, el programa de la nota de Rousseau
(« Sobre el ciudadano, y la diferencia entre el sujeto, el ciudadano, el extranjero, la
Urbe, la Ciudad, y República »); pero Bodin definía al ciudadano en unos términos
que Rousseau sólo aplicaría al sujeto del Estado y, de este modo, faltaba la
dimensión jurídica prioritariamente apuntada por Rousseau.
De acuerdo con Charak Rousseau distingue perfectamente la Urbe de la Ciudad
Estado que no es otra cosa que la distinción entre la estructura arquitectónica y la
estructura política. La urbe es habitada y tiene sus propias reglas de habitación, la
Ciudad exige ser en la Voluntad general, es decir, asumirse uno frente al soberano y
frente a la libertad del otro.
La distinción Rousseaniana no tuvo mucho impacto en el desarrollo histórico de la
experiencia de la ciudadanía y además fue difícil de implementar porque dicha
distinción supondría separar y excluir entre quienes sólo habitan la ciudad de
aquellos que son en la ciudad. ¿Cómo saberlo? ¿Cómo implementar políticas
diferenciadas partiendo de dicha distinción? Una vez constituidos los Estados, las
soberanías y los ciudadanos en la república fue imposible separarlos de quienes sólo
54
habitan la Urbe. Wayne y Kymlicka –quienes han realizado una interesante historia
de la ciudadanía, suponen que las primeras democracias que surgieron en Estados
Unidos y en Francia a finales del siglo XVIII, tuvieron que funcionar
procedimentalmente al delegar a cada individuo el estatus de ciudadano.52
Más allá de las valoraciones que la distinción de Rousseau realizó entre avecindado y
ciudadano, y más allá de la crítica que pudiera realizarse a las nuevas repúblicas y su
imposibilidad de separar ambas experiencias, lo cierto es que el acto de habitar y el
acto de ser en la democracia se ha mantenido como una realidad subterránea que
puede observarse aún en la dinámica de lo que en el capítulo anterior
desarrollábamos como ciudadanía pasiva y ciudadanía activa.
El problema al que nos enfrentamos en esta investigación es el de determinar si, en
efecto, la ciudadanía pasiva es una forma de expresión de los avecindados que
señalaba Rousseau en su Contrato Social y cuáles son los riesgos a la democracia
que entraña estar cimentada en una ciudadanía que responde y reconoce los
procedimientos pero no a la Voluntad general que suponía Rousseau en el cuerpo
político democrático.
El problema de la autorepresentación del ciudadano: del ciudadano hablado al ciudadano autosignificado.
Antes de poder entrar de lleno a la problemática enunciada, debemos dejar sentada
una premisa de estudio que resulta obvia en los estudios politológicos, a saber: el
ciudadano, como objeto de estudio, es una categoría hablada desde la perspectiva
de los analistas. Ya sea desde la teoría clásica de Rousseau, ya desde el estudio
contractual de Thomson o ya desde la visión pragmática de Shumpeter, entre otros,
el ciudadano se presenta como una de las partes constituyentes de las realidades
52
Wayne y Kymlicka, 1997: 10
55
democráticas pero –ya partiendo de las repercusiones teóricas y políticas, ya
partiendo de sus posibilidades de transformación social- la cualidad de todas estas
visiones es que son ellas las que hablan al ciudadano y lo configuran. Esta situación,
por supuesto, ha permitido generar un arsenal teórico metodológico para
comprenderlo como fenómeno social. Sin embargo, pocas veces, a excepción de
ciertos estudios en psicología social que parten de la visión de Moscovici y de su
teoría de las representaciones sociales, se ha permitido vislumbrar la posibilidad de
que sean los actores quienes obtengan voz acerca de sus problemas y de su
realidad.
La idea de dar voz a los sujetos de estudio no es una idea novedosa y tiene varias
características favorables al análisis politológico. Primero, permite correlacionar la
teoría con una realidad fáctica de tal modo que los principios teóricos se ven
expuestos a la lógica de la cotidianidad de los individuos. Segundo, permite conocer
que las realidades sociales se expresan y son visibles más en el ámbito de la
cotidianidad y en la dimensión de las representaciones subjetivas que en el plano
abstracto de las teorías. Tanto Jodelet como Moscovici entendieron que en la
convivencia ordinaria, los individuos comprometen sus conocimientos, sus ideas, sus
creencias y les dan un sentido social sólo en la interrelación del lenguaje y de las
acciones significativas. De acuerdo con ambos investigadores, "El acto de
representación es un acto de pensamiento por medio del cual un sujeto se
relaciones con un objeto*…+Representar es sustituir a, estar en lugar de. En este
sentido, la representación es el representante mental de algo: objeto, persona,
acontecimiento, idea, etc.…*…+Por otra parte, representar es re-presentar, hacer
presente en la mente, en la conciencia".53
53 Jodelet. 1986: "La representación social: fenómenos, concepto y teoría". En moscovici, s.(dir.): Psicología Social.Vol.2, Pensamiento y vida social. Psicología social y problemas sociales. Barcelona: Paidós, pág. 475
56
En opinión de Moscovici las representaciones colectivas son mecanismos
explicativos que se refieren a una clase general de ideas y creencias, mientras que
las representaciones sociales son fenómenos que necesitan ser descritos y
explicados. El propio Moscovici las define como un "conjunto de conceptos,
declaraciones y explicaciones originadas en la vida cotidiana, en el curso de las
comunicaciones interindividuales. Equivalen, en nuestra sociedad, a los mitos y
sistemas de creencias de las sociedades tradicionales; puede, incluso, afirmarse que
son la versión contemporánea del sentido común"54. Estas formas de pensar y crear
la realidad social están constituidas por elementos de carácter simbólico ya que no
son sólo formas de adquirir y reproducir el conocimiento, sino que tienen la
capacidad de dotar de sentido a la realidad social.
Este es el carácter relevante de lo que en este ensayo-investigación pretendemos
retomar de la teoría de las representaciones sociales y de la importancia de realizar
un acercamiento al sentido objetivo y ordinario de lo que los individuos particulares
entienden, viven y expresan de su propia condición de ciudadanos.
Los estudios realizados con este enfoque metodológico, tales como los realizados
por Virginia Ceirano,55 o los de Fernando Conde en la Evolución de las
representaciones sociales sobre la salud de las mujeres madrileñas,56 entre tantos
otros, son sólo algunos acercamientos de que es posible acercarse a estudiar cómo
los individuos concretos e históricos viven y se representan aspectos sociales, cómo
los valoran y cómo se autorepresentan frente a dichos fenómenos. Si bien las
metodologías con la visión de representaciones sociales se aproximan más a la
54
Citado por J.L., Álvaro, (1995). Psicología social: perspectivas teóricas y metodológicas. Siglo XXI. Madrid, pág. 57. 55
Ceirano, Virginia, (2000 ) Las representaciones sociales de la pobreza. Una metodología para su
estudio. En Cinta de Moebio No. 9. Noviembre. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. http://rehue.csociales.uchile.cl/publicaciones/moebio/09/frames02.htm 56
Conde, Fernando y Gabriel, Concha (2002) La evolución de las representaciones sociales sobre la salud de las mujeres madrileñas, 1993-2000, Rev Esp Salud Pública 2002; 76: 493-507 N.º 5 - Septiembre-Octubre, Madrid, España.
57
búsqueda de contenidos semánticos, por definiciones contextuales y grupales, lo
cierto es que algunos de sus presupuestos deben ser considerados cuando se busca
implementar una investigación de corte cualitativo.
Si bien en el presente trabajo no utilizamos una metodología estrictamente basada
en las formas y estándares de medición de las representaciones sociales, rescatamos
de ella la posibilidad de ofrecer un marco analítico que parte del contacto con los
actores sociales y del análisis de sus autorepresentaciones. Esto es posible bajo la
premisa cualitativa de que el individuo es capaz de “hablar de sí mismo”, de sus
contextos significativos y de la valoración que da a su propio universo de acciones.
Así mismo, se parte de la idea de que es posible, gracias al estudio de esas formas de
autorepresentación, hacer un acercamiento a los problemas que desde la esfera
individual se reflejan en la esfera colectiva. Como lo argumentaría la sociología de la
vida cotidiana, “las estructuras sociales generan un universo de acciones, de
discursos y de representaciones que se expresan en la esfera más cercana del
individuo: su cotidianidad”.
Para poder presentar una idea de lo que se pretende realizar en el próximo capítulo,
presentamos un esquema de procesos de autorepresentación y de autosignificación
que se buscó encontrar en cada uno de nuestra muestra estadística.
Para fines de este trabajo, denominaremos autorepresentación al proceso mediante
el cual el individuo puede entenderse dentro de algún fenómeno colectivo e
identificarse como parte activa del fenómeno. En este sentido, muy cercano a la
idea de la representación social de Moscovici, lo que se busca es que el individuo
concreto haga declaraciones de su vida política, se explique a sí mismo dentro de las
creencias y sistemas ideológicos de su sociedad e identifique su propia función
dentro del sistema. Por autosignificación entenderemos esa capacidad ya no sólo de
identificación sino de asignar un valor a su propio rol de acción colectiva. En esta, el
58
individuo se entiende dentro del curso de declaraciones significativas y simbólicas
de su colectividad.
La idea de que existe una visión procedimental de la democracia en la ciudadanía
debe anteponerse a las visiones activas que suponen un ciudadano participativo.
Para poder medir cualitativamente esta premisa se debe buscar que el ciudadano
logre expresar algunas de las ideas que pudieran estar vinculadas con cada una de
ambas experiencias. De este modo, la visión procedimental podrá observarse
cuando el enunciante exprese: a) identificación de los procedimientos
administrativos y contractuales de su vivencia democrática (posee mayoría de edad
y una credencial de elector vigente), b) suponga que la vigencia de sus derechos
civiles y políticos derivan de la acción estatal, c) no logre identificarse con los
procesos de participación colectiva (asociaciones civiles, no gubernamentales y
movilizaciones colectivas) y, d) escoja por una imagen de conformidad política y e)
no manifieste disposición a colaborar en la resolución de los problemas locales o
regionales que se le planteen. Caso contrario, la visión activa podrá observarse con
los siguientes indicadores: a) valora más la participación social que la posesión de
requisitos procedimentales, b) suponga que sus derechos son producto de la lucha
civil por lograrlos sobre la resistencia del Estado, c) Se identifique con los procesos
de participación colectiva, d) manifieste no conformarse con el régimen político ni
manifieste confianza política y e) exprese su disposición a colaborar o haya
colaborado en la resolución de problemas colectivos.
Partiendo de este esquema polar, se deben considerar el uso de técnicas cualitativas
que sean capaces de obtener la información deseada. Por esta razón se recurrirá a
las gráficas de Likert que buscan encontrar las valoraciones del público objetivo
sobre algún planteamiento buscado.
59
3. La autorepresentación del ciudadano.
Para poder corroborar las ideas desarrolladas en el capítulo anterior acerca de que
existe una forma de definir y explicar a la ciudadanía desde la perspectiva de la
autorepresentación, decidimos construir un instrumento de recopilación de
información con algunas variables de estudio de tal modo que pudiera observarse
en una muestra estadística cómo se concibe a sí mismo el individuo y de ello inferir
si, como lo afirmó Rousseau, pudiera existir una diferenciación entre ser “habitante
de la ciudad” y ser ciudadano.
Obviamente, antes de pasar a explicar la metodología propuesta para este estudio,
habrá que clarificar algunos puntos que deben ser considerados en términos de la
posible objetividad lograda con los resultados y con el análisis de los mismos.
En primer lugar, habrá que definir que la muestra aleatoria de 383 ciudadanos
pudiera no tener ningún nivel de representatividad en tanto que de acuerdo con el
muestreo probabibilístico intencional esto apenas si alcanzaría a representar un
universo de 136,967 individuos. Como las premisas de esta investigación
supondrían un universo más amplio57, es claro que el alcance de las conclusiones
que se lograron tendrá ese límite operacional. Sin embargo, el universo considerado
sería equivalente a la lista nominal58 de un municipio como Texcoco y ello puede dar
una idea y un acercamiento a la magnitud y representatividad de los resultados.
Segundo, se decidió aplicar una encuesta con 30 reactivos a los 383 individuos pero
en tres municipios en el Estado de México y en el Distrito Federal. De este modo se
57
Tendríamos que contabilizar a todos los ciudadanos mexicanos entre 18 y 65 años quienes,
legalmente, tienen el reconocimiento procedimental de ser considerados ciudadanos por las leyes
electorales vigentes en el país. 58
Este fue el listado nominal del municipio de Texcoco en las elecciones de 2006. Decidimos tomar
este dato en tanto que en el momento de decidir por la metodología de esta investigación no se contaba
con el dato para las elecciones federales del 2009.
60
aplicaron 95 entrevistas en Chimalhuacán, otras tantas en Texcoco y
Nezahualcóyotl. En la ciudad de México se aplicaron 98 encuestas en por dos
delegaciones: Iztapalapa y Álvaro Obregón. Con ese universo de respuestas
buscamos alcanzar una mayor pluralidad y alcanzar una también mayor objetividad.
Tipo de cuestionario.
Se utilizó un cuestionario cerrado de treinta preguntas cuyas respuestas fueron
cerradas dicotómicas y cerradas de opción múltiple.
Selección de la muestra.
Como ya se estableció, la selección de la muestra se realizó a partir del muestreo
probabilístico intencional porque se buscó que el público objetivo pudiera presentar
su credencial de elector vigente como un indicador específico. Ello se realizó de
dicho modo para garantizar que el informante tuviera, al menos, uno de los
elementos propios de la ciudadanía procedimental.
El tamaño de la muestra fue de 383 individuos y se determinó ese número a partir
de la teoría de encuestas por muestreo de aplicación. Se tomó en cuenta un
universo restringido de 136,967 individuos, equivalente a la lista nominal del
municipio de Texcoco y se consideró una precisión de 5%, una confianza del 95% y
un margen de error de 5%.
Z2pq N = __________
E2
(1.96)2 (0.5) (0.5) = 384 N= ________________
(0.05)2
61
N= 384 384 _______________ = ________ = 383
384-1 1.0017 1 + __________
136967
Donde: Nivel de confianza (Z) = 95% = 1.96 en áreas bajo la curva normal.
Nivel de precisión (E) = 5% (0.05)
Variabilidad: p = 0.5 q = 0.5
Fecha de levantamiento.
La encuesta fue levantada entre los meses de noviembre de 2008 y marzo de 2009.
Resultados (Análisis por indicador)
De los 383 individuos encuestados, 220 fueron mujeres (57%) y 189 fueron hombres
(43%)
Gráfico 1: género del público objetivo
54%
46%
Mujeres Hombres
62
Los rangos de edad fueron los siguientes: el 46% correspondió a personas que
oscilaron entre los 28 y 42 años de edad, el 32 % entre los 43 y 65 años y sólo un
22% correspondió a edades de 18 a 27 años. Se estableció estos rangos con el
objetivo de comparar por corte generacional lo concerniente a la definición de lo
que para cada uno de ellos significa ser ciudadano.
Gráfico 2: rango de edades del público objetivo
R1= 18-27 años R2= 28-42 años R3= 43-65 años
Escolaridad: en lo concerniente a este indicador es importante señalar que el nivel
de estudios pudiera ser una limitante en la estructuración de las respuestas porque
se parte de la suposición que a mayor nivel académico se puede detectar una mejor
comprensión de lo que significa la ciudadanía. Lamentablemente sólo 5 personas de
los 383 casos aseveró contar con estudios de maestría y doctorado lo cual limita
conocer lo que opina la población con este nivel profesional. 61 personas,
correspondientes al 16% de la muestra aseguraron contar con licenciatura,
población que curiosamente –como se verá más adelante- no necesariamente
tienen mayor conciencia de su ciudadanía. El 62% de los encuestados dijo haber
46%
32%
22%
R1 R2 R3
63
estudiado entre primaria y secundaria, el 21% contaba con estudios medios
superiores.
Grafico 3: escolaridad del público objetivo
R1= primaria y secundaria R2=Medio superior R3=Superior R4=Postgrado
La situación laboral de nuestros encuestados varía significativamente. Sin embargo,
el 53% dijeron contar con un trabajo estable, el 26.4% sólo con trabajo eventual y
20.4% dijo no trabajar en el momento de la encuesta.
Una vez realizada la descripción de los datos generales, pasamos al análisis de las
preguntas. No hay que olvidar que lo que se buscó fue conducir al individuo
encuestado a definir su autorepresentación como ciudadano. Para lograr semejante
objetivo dividieron las 15 preguntas en tres variables, a saber: 1) sabe qué es la
ciudadanía, 2) fundamentación de derechos y 3) nivel de participación ciudadana.
La primera variable contó con 4 reactivos y se buscó en ellos determinar si el público
objetivo podía ubicar los elementos mínimos de lo que es la ciudadanía y establecer
62%
21%
16%
1%
R1 R2 R3 R4
64
algún tipo de relación con categorías más abstractas como el del disfrute de los
derechos, la participación y la necesidad axiológica democrática. Los resultados de
esta primera sección fueron los siguientes:
El 56% de los encuestados aseguraron que la ciudadanía se adquiere al momento de
obtener la credencial de elector, el 25% aseguró que es al momento de alcanzar la
mayoría de edad, el 18% aseguró que se es ciudadano desde el momento de nacer.
El resto informó que ignoraba del asunto.
Gráfico 4: Obtención de la ciudadanía
Sobre el reactivo de las implicaciones de lo que significa ser ciudadano, sólo el 5%
(21 casos) expresaron que la ciudadanía implica la participación activa en la toma de
decisiones públicas, el 23% que implica tener derechos y obligaciones y nuevamente
el 56% supone que el indicador determinante es poseer la credencial de elector. Los
resultados de este reactivo son esclarecedores: más del 50% de los encuestados
suponen que el documento plástico, además de ser requisito administrativo, es un
elemento fundamental para declararse ciudadano.
56%25%
18%
1%
a)Al obtener la mayoría de edad b) Al obtener la credencial de elector
c) al momento de nacer d) No sabe
65
Gráfico 5: Identifica acciones ciudadanas
Un reactivo interesante fue el que solicitó al público objetivo que señalara de entre
una lista de trece opciones cuál de ellos consideraba estuvieran vinculados con su
propia concepción de ciudadanía. Las opciones fueron las siguientes: a) Mayoría de
edad, b) Credencial de elector, c) Participación electoral, d) identidad política y
territorial, e) Participación en partidos políticos, f) derecho a decidir sobre el bien
común, g) derechos cívicos constitucionales, h) libertad de participación política, i)
Libertad de expresión, j) Tolerancia e igualdad, k) movilizaciones sociales, l) derechos
políticos, m) servicios públicos asistenciales.
Una vez sistematizada la información nos encontramos con que la mayoría de los
encuestados (72%) sólo focaliza de tres a cuatro opciones de mayor frecuencia:
mayoría de edad, credencial de elector, derechos cívicos constitucionales y, en
algunos casos, servicios públicos asistenciales. Un importante porcentaje del 52%
sólo se diferenció porque en vez de los servicios asistenciales incluyeron a la
tolerancia y a la igualdad como valores de la ciudadanía democrática. En porcentajes
más bajos (37%), además de las dos primeras opcioness, escogieron a la libertad de
participación política. Un caso significativo es de un 7.2% que incluyeron también a
las movilizaciones sociales.
a) contar con credencial de
elector56%
b) votar en las elecciones
13%
c) Tener derechos y
obligaciones públicas
23%
d) participar activamente
en la toma de decisiones
públicas5%
e) No sabe3%
66
Este reactivo reflejó, en primera instancia, el comportamiento de las restantes respuestas
que, como puede observarse, indican una tendencia hacia la representación procedimental
de la democracia y a identificar los derechos cívicos constitucionales como elementos de
vivencia de la ciudadanía. Al tratar de cruzar estos datos con el género de los encuestados,
nos encontramos que las mujeres tienen una visión más aproximada a la idea de la
participación política que los hombres.
Gráfico 6: elección de ítems que vinculan representación de la ciudadanía por sexo.
E1= Mayoría de edad, Credencial de elector, Derechos cívicos y ciudadanos, Servicios asistenciales. E2= Mayoría de edad, Credencial de elector, Derechos cívicos y ciudadanos, Tolerancia e igualdad. E3= Mayoría de edad, credencial de elector, libertad de participación política. E4= Mayoría de edad, credencial de elector, Movilizaciones sociales.
La siguiente pregunta buscó identificar cuál de esas mismas opciones reflejarían su
propia condición ciudadana. En este caso se les pidió priorizar sólo tres opciones y
ubicarlas de mayor a menor importancia. Los resultados fueron los siguientes: un
54% ubicó la terna Derechos cívicos, libertad de participación política y credencial de
elector. El 38% quienes eligieron derechos cívicos, servicios públicos y mayoría de
edad. Con un menor grado, el 21% eligieron Libertad de Participación política,
Derechos cívicos y credencial de elector. Estos datos pueden tener por lo menos dos
lecturas. La primera, que el público objetivo sabe que la credencial de elector es sólo
0
20
40
60
80
100
120
140
160
180
E1 E2 E3 E4
Hombres
Mujeres
67
un requisito administrativo que si bien le da derechos electorales, no representa por sí
misma sino sólo un elemento normativo mientras que, por el contrario, la priorización de
sus derechos civiles ofrece una idea enteramente procedimental de su estatus como
ciudadano. Por otro lado, la segunda lectura, que debe partir de ese significativo 21%,
representaría que existe en medio de la visión procedimental un creciente número de
personas quienes priorizan las partes activas de la construcción ciudadana.
La segunda fase de preguntas fue conducida hacia la dimensión de los derechos ciudadanos.
Para poder rastrear las actitudes de los encuestados con relación a esta fase de
reconocimiento procedimental, utilizamos gráficas o escalamiento tipo Likert59 las cuales,
según señala Hernández Sampieri son técnicas de recopilación de datos útiles cuando se
trata de medir actitudes y representaciones sociales. Los ítems propuestos fueron los
siguientes:
1. Ser ciudadano implica tener derechos civiles, políticos y sociales.
2. Ser ciudadano implica obtener derechos civiles, políticos y sociales.
3. El Estado debe garantizar el otorgamiento y vigilancia de los derechos ciudadanos.
4. El ciudadano debe garantizarse la obtención de dichos derechos ciudadanos.
5. Hoy el Estado ha generado mayores derechos ciudadanos que hace treinta años.
6. Hoy el ciudadano ha logrado mayores derechos que hace treinta años.
7. Sería capaz de renunciar a ciertos derechos ciudadanos si el Estado
garantizara servicios públicos y seguridad social.
8. Las movilizaciones sociales son fuente de adquisición de derechos
ciudadanos.
9. Soy ciudadano por contar con la mayoría de edad y con credencial de elector.
59
Este método fue desarrollado por Rensis Likert a principios de los treinta; sin embargo, se trata de
un enfoque vigente y bastante popularizado. Consiste en un conjunto de ítems presentados en forma de
afirmaciones o juicios ante los cuales se pide la reacción de los sujetos a los que se les administra. Es decir, se presenta cada afirmación y se pide al sujeto que externe su reacción eligiendo uno de los
cinco puntos de la escala. A cada punto se le asigna un valor numérico. Así, el sujeto obtiene una
puntuación respecto a la afirmación y al final se obtiene su puntuación total sumando las puntuaciones
obtenidas en relación a todas las afirmaciones. Ver HERNÁNDEZ SAMPIERI, R. Y otros.
Metodología de la investigación, México: Mc Graw Hill, 1991, cap. 9.
68
10. Soy ciudadano por organizarme para participar en el bien común.
Las alternativas de respuesta se dividieron en cinco posibles actitudes: 1) Muy de
acuerdo, 2) De acuerdo 3) Ni de acuerdo ni en desacuerdo, 4) En desacuerdo y 5)
muy en desacuerdo.
Estos diez ítems fueron realizados con el objetivo de determinar las visiones
procedimentales y las visiones activas de la ciudadanía. Los dos últimos buscaron la
autodefinición del público objetivo en alguna de las dos visiones. Los resultados
fueron los siguientes:
El primer ítem arrojó que el 82% de los encuestados estuvo de acuerdo con la
aseveración, el 10% muy de acuerdo y sólo el 8% manifestaron estar en desacuerdo
con la proposición. Lamentablemente, la escala de Likert sólo determina actitudes y
no logra determinar mayor fundamentación en la respuesta. Quizás ese 8% (30
casos) hubiera arrojado una diferente representación a lo que implica la ciudadanía.
Gráfico 7: ser ciudadano implica tener derechos civiles, políticos y sociales.
10%
82%
0%8%
0%
Muy de acuerdo De acuerdo
Ni en acuerdo ni en desacuerdo En desacuerdo
Muy en desacuerdo
69
El siguiente Item debería reflejar una actitud diferente porque afirma que el
ciudadano es el que debe obtener sus derechos, lo cual implica una visión activa. El
33% de los encuestados aseguraron estar en desacuerdo lo cual nos hace suponer
que se mantienen en la idea de que es el Estado quien debe garantizar los derechos
ciudadanos. El hecho de que un 26% estuviera de acuerdo con la proposición
coincide con el hecho de que existe un número importante de individuos quienes
valoran la acción ciudadana como fuente del derecho.
Gráfico 8: ser ciudadano implica obtener derechos civiles, políticos y sociales.
El tercer ítem volvió a reflejar la visión procedimental de la ciudadanía al establecer
la afirmación de que, en efecto, el Estado debe ser el garante de los derechos
ciudadanos y vigía de los mismos. Esto conecta con la idea desarrollada en el primer
capítulo en donde se observaba que, en efecto, la acción política y jurídica del
Estado benefactor estuvo encaminada a generar los mecanismos propios para que
los individuos obtuvieran una serie de derechos civiles, políticos y sociales dentro de
la constitución del orden legal. En el caso que ilustramos, el 73% estuvo de acuerdo
con que el Estado debe garantizar el otorgamiento y asegurarse de la vigilancia de
11%
26%
26%
33%
4%
Muy de acuerdo De acuerdo
Ni en acuerdo ni en desacuerdo En desacuerdo
Muy en desacuerdo
70
los derechos ciudadanos. Un 17% (65 casos) plantearon estar en desacuerdo y un 9%
en total desacuerdo. La suma de ambas opciones resulta un 26% que coincide con
quienes en el ítem anterior estuvieron de acuerdo con que el ciudadano no debe
depender el Estado para la obtención de los mismos.
Gráfico 9: El Estado debe garantizar el otorgamiento y vigilancia de los derechos ciudadanos.
El cuarto ítem sólo buscó reafirmar el ítem 2 al tratar de establecer la visión activa
en donde el ciudadano debe garantizarse la adquisición y goce de sus derechos. De
manera análoga, El 45% de los encuestados aseguraron estar en desacuerdo y un
28% afirmó estar de acuerdo. El resto estableció no estar de acuerdo ni en
desacuerdo.
El quinto ítem que interroga sobre si el Estado ha generado mayores derechos
ciudadanos que hace treinta años se enfrentó con el problema generacional. Como
ya lo habíamos explicado en páginas anteriores, el 22% de la población total
encuestada pertenece al rango de entre los 18 y los 27 años. Este porcentaje es
significativo si se considera que aún no habían nacido y que no tienen parámetros
9%
73%
1% 17%
0%
Muy de acuerdo De acuerdo
Ni en acuerdo ni en desacuerdo En desacuerdo
Muy en desacuerdo
71
reales en donde puedan validar sus respuestas. Aún así se detectó disposición de
respuesta. De acuerdo con ello, el 60% se mostraron de acuerdo y muy de acuerdo
con que el Estado ha generado mayores derechos que hace treinta años y sólo el
19% afirmó estar en desacuerdo con la proposición. Hay que contextualizar que
hace treinta años se estaba viviendo la transición entre el Estado benefactor y el
Estado neoliberal y ello podría explicar que un porcentaje significativo suponga que
las condiciones no han mejorado en términos de derechos.
Gráfico 10: Hoy el Estado ha generado mayores derechos ciudadanos que hace treinta años.
El análisis por rango de edad de éste ítem pudiera esclarecer algunos puntos del
comportamiento valorativo de esta transición histórica. De este modo, el público
objetivo del rango de 18 a 27 años de edad afirmó no estar en acuerdo ni en
desacuerdo y sólo el 17% (14 casos) dijeron que en efecto el Estado había generado
mayores derechos. Del rango de 28 a 42 años el comportamiento fue diferente. El
45.4% afirmaron estar de acuerdo con la proposición, el 32.5% en desacuerdo y el
restante dijo no estar en acuerdo o desacuerdo. Del tercer rango que comprende los
43 a 65 años (122 casos), el 36.7% afirmó estar en desacuerdo mientras que sólo un
12% aseguró estar de acuerdo.
7%
53%
21%
19%
0%
Muy de acuerdo De acuerdo
Ni en acuerdo ni en desacuerdo En desacuerdo
Muy en desacuerdo
72
Si ligamos estos datos porcentuales con los logrados en el sexto ítem en donde se
les ofreció la idea de que ha sido el ciudadano el que ha logrado tales derechos, nos
encontramos con que, en efecto, la población objetivo del primer rango aseguró en
un 65% estar en desacuerdo; la del segundo rango afirmó estar de acuerdo en un
45.8% y los del tercer rango negaron en su mayoría que haya sido la ciudadanía
quien haya logrado la adquisición de derechos.
El séptimo ítem buscó explorar, en un caso hipotético, la percepción de los
individuos sobre la importancia de sus derechos en contraste con la idea de
seguridad social y servicios públicos. Este ítem parte de la premisa de que en una
democracia procedimental, el ciudadano valorará más la seguridad social que el
estatuto mismo de su derecho. En el caso contrario, es decir, que valore más el
derecho que la idea del bienestar, estaríamos frente a un caso de ciudadanía activa
capaz de vislumbrar ciertos peligros en la dependencia del Estado. Curiosamente, y
en contraste con lo esperado, el público objetivo aseguró en un 52% estar de
acuerdo con ceder derechos por seguridad y servicios. Un 17% estableció su
desacuerdo y un 9% afirmó contundente estar muy en desacuerdo. Las respuestas
así presentadas pudieran explicarse por el origen del encuestado. Es decir, la
mayoría de quienes expresaron estar de acuerdo provienen de municipios
marginados como Chimalhuacán o de la delegación Iztapalapa en el Distrito Federal.
73
Gráfico 11: Sería capaz de renunciar a ciertos derechos ciudadanos si el Estado garantizara servicios públicos y seguridad social.
El octavo ítem preguntó sobre si los encuestados creían ver en las movilizaciones
sociales una fuente de derecho. El 64% marcó estar en desacuerdo, el 27% estuvo
de acuerdo y el 9% afirmó no estar en acuerdo ni en desacuerdo.
Gráfico 12: Las movilizaciones sociales son fuente de adquisición de derechos
ciudadanos.
9%
52%
20%
17%
2%
Muy de acuerdo De acuerdo
Ni en acuerdo ni en desacuerdo En desacuerdo
Muy en desacuerdo
0%
27%
9%64%
0%
Muy de acuerdo De acuerdo
Ni en acuerdo ni en desacuerdo En desacuerdo
Muy en desacuerdo
74
En el noveno ítem, casi el 65% de los encuestados manifestaron que son ciudadanos
por contar con la credencial de elector y por tener mayoría de edad. En contraste, el
23% de los mismos enunciaron estar en desacuerdo y sólo un 2% manifestó estar
muy en desacuerdo. Si observamos estos datos, podemos asegurar, como lo
veremos en los resultados de la tercera fase del cuestionario en donde se busca
conocer la participación política, social y electoral de los entrevistados, la mayoría
de la población asume la ciudadanía sólo en el ámbito procedimental y pueden
resumir su condición ciudadana sólo por poseer dos características y por asumir su
responsabilidad de voto. Ello ya ofrece una idea de cómo se autorepresenta y
autosignifica el ciudadano que es una de las preguntas que inspiraron la presente
investigación.
Gráfico 13: Soy ciudadano por contar con la mayoría de edad y con credencial de
elector.
Finalmente, el último ítem de esta segunda fase del cuestionario, busca que el
público objetivo pueda definirse como ciudadano con parámetros más activos.
15%
49%
11%
23%
2%
Muy de acuerdo De acuerdo
Ni en acuerdo ni en desacuerdo En desacuerdo
Muy en desacuerdo
75
Como puede observarse en el gráfico 14, sólo el 25% contra el 36% se manifestó de
acuerdo con esta percepción.
Gráfico 14: Soy ciudadano por organizarme para participar en el bien común.
La tercera fase del instrumento aplicado buscó conocer si el universo de
encuestados presentaba algún tipo de participación o el significado que la misma
guarda para el ser ciudadano. Esta fase estuvo organizada en catorce reactivos de
los cuales nueve tienen respuestas dicotómicas, tres rastrean el valor que el
ciudadano asigna a ciertas acciones de la vida activa democrática y las restantes
tienen el objetivo de determinar bajo qué causales el entrevistado podría verse
orillado a participar activamente.
El análisis de los resultados de los primeros reactivos es expresado en las siguientes
gráficas.
1%
25%
28%
36%
10%
Muy de acuerdo De acuerdo
Ni en acuerdo ni en desacuerdo En desacuerdo
Muy en desacuerdo
76
Gráfico 15. ¿Votó usted en las elecciones federales de 2006?
De nuestros 383 encuestados, el 44% (168 casos) afirmó haber participado
emitiendo su voto en las elecciones federales de 2006. El restante 56% aseguró no
haberlo hecho. Aquí hubiera sido interesante interrogarles sobre las causas de no
emitir el voto, sin embargo sólo se consideró la variable de emisión del voto
ciudadano.
Gráfico 16. ¿Pertenece usted o ha participado en algún partido político? ¿Cuál?
44%
56%
si no
22%
78%
Si No
77
El nivel de participación en algún partido político fue muy bajo, sólo el 22% de
nuestro universo afirmó ser militante de un partido político. De los 84 casos, el 36%
afirmó estar afiliado al Partido de la Revolución Democrática, el 12% al Partido
Acción Nacional, el 42% al Partido Revolucionario Institucional, el 6% al Verde
Ecologista y el restante al Partido del Trabajo.
De nuestro total de informantes, el 33% informó estar agremiado a alguna
organización sindical contra un 67% lo negó (ver gráfico 17). Si bien no se contó con
la pregunta precisa que quedara registrada en la batería de reactivos, lo cierto es
que ese 33% (125 casos) debe ponerse en cuestión porque algunos encuestados
aseguraron que si bien son miembros de sus sindicatos no reportan mucha o nula
participación. Lamentablemente en esta investigación no se puede realizar
afirmación alguna al respecto por no contar con el registro de todos los casos.
Gráfico 17. ¿Pertenece usted o ha participado en algún partido político?
33%
67%
Si No
78
En situación semejante se comportan los siguientes tres reactivos cuyos datos
arrojan poca participación en organizaciones civiles (sólo 12 casos de 383),
organizaciones no gubernamentales (7 casos) u organismos de representación
ciudadana. De hecho, sobre éste último caso, sólo tres personas aseguraron haber
sido, en algún momento, delegados municipales y uno estar dentro del Consejo de
Participación Ciudadana en una delegación en Texcoco. En las tres situaciones
planteadas, más del 95% de los encuestados niegan tener algún vínculo con
organizaciones civiles o políticas (ver gráficas 18, 19 y 20).
Gráfico 18. ¿Pertenece o ha participado en alguna organización civil?
Gráfico 19. ¿Pertenece o ha participado en alguna organización no gubernamental?
3%
97%
Si No
2%
98%
Si No
79
Gráfico 20. ¿Pertenece o ha participado en alguna organización de representación ciudadana (Delegación, Consejo de Participación Ciudadana, etc.)?
En los siguientes reactivos, se buscó conocer si el público objetivo había participado
en alguna manifestación pública que tuviera como objetivo lograr mejoras en los
servicios de su comunidad, delegación o municipio; así como determinar su
participación en marchas nacionales que buscaran protestar por los problemas de
seguridad nacional. La tendencia de participación en las dos preguntas fue muy baja
ya que de las 18 personas de las 383 del universo que tuvieron una respuesta
afirmativa aseguraron haber participado en alguna manifestación en el zócalo de la
ciudad de México (6 casos), en el municipio de Chimalhuacán (9 casos) y tres en el
municipio de Netzahualcóyotl. Como puede observarse, pese a que en preguntas
anteriores se buscó determinar la visión activa de la ciudadanía y se ha determinado
que por lo menos un 24% de los entrevistados pudieran tener un acercamiento
hacia una concepción no procedimental de la democracia, lo cierto es que ello no se
refleja en el ámbito de la participación real en procesos públicos y políticos al
manifestarse en una tendencia que va de escasa a nula.
Los siguientes tres ítems interrogaron sobre la valoración que el público objetivo
tiene acerca de la función de las organizaciones civiles, las organizaciones no
gubernamentales, los partidos políticos y las movilizaciones sociales en el desarrollo
1%
99%
Si No
80
democrático del país. Para medir cualitativamente el valor asignado, se le ofreció al
encuestado cinco opciones posibles: 1) Son muy fundamentales, 2) son
fundamentales, 3) son relevantes 4) son poco relevantes 5) Son intrascendentes.
Como puede verse en el gráfico 21, el mayor porcentaje -33% de los encuestados-
cuando se les interrogó sobre si consideraba que las organizaciones civiles y no
gubernamentales tenían algún valor en el desarrollo democrático del país, aseguró
que las consideraba poco relevantes. Sin embargo, si se considera el otro 25% que
consideró que tales organizaciones son intrascendentes, podemos afirmar que más
de la mitad de nuestro universo considera que el papel de lo civil y lo no
gubernamental no posee un estatus de legitimidad en el desarrollo democrático. Al
contrario, un 23% las consideró relevantes, el 10% fundamentales y el 9% muy
fundamentales. La disparidad de valor podría indicarnos una mayor desconfianza de
la ciudadanía a las formas de organización civil y no gubernamental.
Lamentablemente no se cuentan con datos sobre el nivel de confianza de tales
organizaciones aunque puede deducirse que tienen mejor posición que los partidos
políticos porque al interrogarse sobre el valor que tenían en el desarrollo
democrático nacional las gráficas arrojaron una tendencia abierta hacia una
valorización de intranscendentes.
Gráfico 21. ¿Qué valor considera que tienen las organizaciones civiles y las no gubernamentales en el desarrollo democrático del país?
10%9%
23%
33%
25%
1 2 3 4 5
81
Donde 1) Son muy fundamentales, 2) son fundamentales, 3) son relevantes 4) son poco relevantes 5) Son intrascendentes.
Gráfico 22. ¿Qué valor considera que tienen los partidos políticos en el desarrollo democrático del país?
Donde 1) Son muy fundamentales, 2) son fundamentales, 3) son relevantes 4) son poco relevantes 5) Son intrascendentes.
La gráfica 22 (en la página anterior) muestra que un 67% de los 383 encuestados
asegura que los partidos políticos van de poco relevantes a intrascendentes en el
desarrollo de la democracia mexicana. En este caso, sólo el 6% los consideró muy
fundamentales.
La escala de valor asignado nos da una idea de cómo el ciudadano común
representa y valoriza de una manera negativa los elementos de lo que en el
transcurso de esta investigación se le ha denominado como democracia activa. Al
parecer, el ciudadano estaría más cómodamente sentado en un régimen donde sólo
se resguardara sus derechos individuales. Si bien no se puede conectar fácilmente la
tenencia valorativa de las entidades organizacionales con la llamada crisis de la
democracia, sí es un pequeño indicador de que el individualismo extremo que ha
6%8%
18%
47%
21%
1 2 3 4 5
82
constituido el neoliberalismo y el mercado en efecto tiene repercusiones en la
vivencia de la democracia como régimen participativo.
Al respecto, las últimas tres preguntas de las catorce utilizadas en esta tercera fase
del cuestionario estuvieron dirigidas a determinar los casos hipotéticos en los cuales
el individuo pudiera entrar a una dinámica más activa de participación democrática.
Las preguntas fueron las siguientes: a) ¿en qué condiciones Usted participaría en
alguna organización civil o no gubernamental?, b) ¿en qué condiciones Usted
participaría en algún partido político?, y c) ¿en qué condiciones Usted participaría en
alguna movilización social? Nuevamente, se buscó otorgar cinco opciones de
respuesta aunque, como es obvio por el sentido de la pregunta, variaron para cada
reactivo.
De este modo, para el primer interrogante, se plantearon cinco alternativas que
colocaran al encuestado en la perspectiva de la urgencia personal y del interés
público con el objetivo de delimitar cualitativamente la representación de lo
procedimental o de lo activo, democráticamente hablando. De los 383 encuestados
el 31% (118 casos) expresó que no cuenta con tiempo para participar, el 7% (27
casos) dijo que participaría en alguna asociación civil si fuera invitado a ello, el 37%
(142 casos) sólo si existiera algún problema que le afectara personalmente, el 19%
(73 casos) se refirió que lo haría en condiciones de abordar problemáticas de su
localidad y el restante se refirió al ámbito nacional.
83
Gráfico 23. ¿En qué condiciones Usted participaría en alguna organización civil o no gubernamental?
1) No tengo tiempo para participar, 2) Por invitación de la dirección de la asociación, 3) Por corresponder a alguna conveniencia personal, 4) Por responder a alguna problemática de mi localidad, 5) Por responder a alguna problemática de mi país
Sobre la pregunta que cuestiona las condiciones en las que el encuestado
participaría en algún partido político, las respuestas tienen un punto coincidente con
la percepción de desconfianza que se tiene de los partidos y se expresó del siguiente
modo: un alto porcentaje (67%) expresó que no participaría en partido alguno
mientras que un 15% significativo adujo que participaría por cuestiones de bien
público locales mientras que un 18% se refirió a cuestiones de bien público nacional.
Las otras dos opciones, a) participar por cuestiones de conveniencia personal o b)
por invitación expresa de la dirección del partido político no obtuvo ningún registro
(ver gráfica 23).
31%
7%
37%
19%6%
1 2 3 4 5
84
Gráfico 24. ¿En qué condiciones Usted participaría en partido político?
1) No tengo tiempo para participar, 2) Por invitación de la dirección del partido, 3) Por corresponder a alguna conveniencia personal, 4) Por responder a alguna problemática del bien común de mi localidad, 5) Por responder a alguna problemática del bien común de mi país
Finalmente, la última pregunta de esta tercera fase del cuestionario interrogó sobre
las condiciones por las cuales el público objetivo participaría en alguna movilización
social. Al respecto los resultados han sido muy interesantes porque la mayoría se
declaró abierta a participar en marchas, plantones y manifestaciones para resolver
algún problema de su localidad (43%) o en caso de ver afectada alguno de sus
derechos personales (39%). La dimensión de la participación por problemas de
carácter nacional sólo alcanzó el 7% y un 11% expresó no tener tiempo para
participar (ver gráfica 23). En este cuadro de respuestas se pueden observar algunas
discrepancias con respecto a la tendencia generalizada que se ha venido observando
en la segunda y tercera fase de la entrevista. En efecto, la población se encuentra
conectada con la dimensión de los problemas de su localidad y de sus derechos aun
más que con aquellos considerados de carácter nacional. La identificación de su
propio derecho y el de su propio entorno pudiera arrojar la idea de que las
relaciones democráticas deben tener un centro de gravedad en el ámbito más
cercano al individuo y que es en ellas donde se pudiera encontrar la posible
identidad entre lo procedimental y lo activo de la democracia. Aun así, este reactivo
67%
0%
0%
15%
18%
1 2 3 4 5
85
da idea de lo que se ha discutido en el presente ensayo porque el individuo sólo
puede representarse a sí mismo en los ámbitos más convivenciales de la existencia.
Gráfico 25. ¿En qué condiciones Usted participaría en alguna movilización social?
1) No tengo tiempo para participar, 2) Por invitación, 3) Por ver afectados mis derechos personales, 4) Por resolver alguna problemática del bien común de mi localidad, 5) Por resolver alguna problemática del bien común de mi país
La cuarta fase del cuestionario buscó, frente a historias hipotéticas, que el público
objetivo, se identificara a sí mismo. Esta técnica que recurrió al análisis utilizando
gráficas de Likert permitió cerrar el círculo y descubrir las formas en cómo el
ciudadano se autorepresenta a sí mismo en la dinámica de la democracia. Las tres
historias planteadas son las siguientes:
1.- Juan ha descubierto que en su comunidad hacen falta servicios importantes
como la electrificación pública. Ello provoca que salir de noche o llegar tarde del
trabajo tenga un cierto riesgo por la alta probabilidad de ser asaltado. Juan sabe que
hay una organización de vecinos que, con movilizaciones y plantones, han buscado
desde hace más de un año que el gobierno municipal les brinde el servicio. Cuando
Juan es invitado a participar aduce problemas de tiempo para no participar aunque
sabe que debería hacerlo por el bien de sus propios hijos.
11%0%
39%42%
8%
1 2 3 4 5
86
2.- Julio y Pedro discuten acerca de que es necesario participar activamente en la
resolución de los problemas de su localidad. Julio afirma que la participación es
fundamental para ser ciudadano. Pedro, por su parte, asegura que la
responsabilidad del gobierno es satisfacer las necesidades de la comunidad y
proteger los derechos ciudadanos y que su obligación sólo estriba en participar en
las elecciones del gobierno.
3.- Gabriela nació en el D.F. Desde pequeña ha tenido que trabajar y ahora adulta no
piensa que tenga ninguna responsabilidad política ni social. Su vida se reduce a
habitar su casa, trabajar para su familia y dejar patrimonio para sus hijos. Como sabe
que la credencial de elector es importante para trámites administrativos ha ido al
IFE para obtener dicha credencial. Sin embargo, no vota en elecciones ni participa en
ninguna reunión vecinal. Cuando le dicen que para ser ciudadano se requiere estar
informada de política, de participar, de razonar el voto, su frase favorita es: “yo sólo
vivo aquí”.
En cada una de ellas se plantearon tres supuestos de identificación: a) Me identifico
plenamente, b) Me identifico pero con reservas, c) No me identifico.
Las tres historias fueron construidas para determinar la autorepresentación del
individuo frente a situaciones donde sus valores y convicciones en torno a la
democracia quedaran cualitativamente visibles.
Los resultados revelaron que, en el caso de la primera historia, el 46.4% se identifica
plenamente, un 32.7% se identifica con reservas y el 20 % no se identificó con la
historia de Juan que involucra por lo menos tres aspectos: a) reconocimiento de las
problemáticas de su entorno, b) el conocimiento de la existencia de organizaciones
87
civiles y c) la conciencia de saber que debe participar aunque, por otro lado, no
manifieste disposición participativa.
En la segunda historia se solicitó a los encuestados que se identificaran con alguno
de los personajes, Julio –quien representa la ciudadanía activa- y Pedro –quien
representa la ciudadanía pasiva-, en los mismos tres niveles de valor. En términos
generales, el 36.8% del público objetivo se identificó con Julio y el 63.2% con Pedro.
Ahora bien, de los 141 casos que se identificaron con Julio, el 67.2% lo hicieron con
reservas mientras que el restante (32.8%) lo hicieron plenamente. Caso similar
ocurrió con Pedro: de los 242 casos, la mayoría se identifica con reservas (71.2%) y
el restante 28.8% lo hizo plenamente.
La última historia fue contundente porque el caso hipotético de Gabriela representa
al por lo menos el 52% de los 383 encuestados. Si bien de ese universo de 199 casos
no todos se identificaron plenamente, (el 67% lo hizo con reservas), lo cierto es que
es altamente significativo que la expresión “yo sólo vivo aquí” y que fue utilizada en
esta investigación como un candado, sirvió de elemento fundamental para
determinar la autorepresentación de nuestros encuestados.
Finalmente, se pidió al público objetivo a autoidentificarse como ciudadano activo o
como ciudadano pasivo. En este último apartado de nuestra encuesta se les explicó
algunas características elementales de la ciudadanía activa: a) participación en
asuntos de interés común y público, b) La emisión del voto consciente y razonado, c)
la necesidad estar informado oportunamente, d) el conocimiento de las autoridades
federales, estatales y municipales (o delegacionales). La ciudadanía pasiva fue
caracterizada con los siguientes enunciados: a) Poseer credencial de elector para
votar y para trámites administrativos, b) interés mesurado o nulo por los asuntos
públicos, c) reconocimiento del derecho individual y desconocimiento de las
obligaciones públicas, d) la expresión “yo sólo vivo aquí” como posible
88
autoidentificación. El resultado arrojó que de nuestros 383 encuestados, el 61% (233
casos) se autorepresentaba como ciudadano pasivo mientras que el 39% restante
(150 casos) lo hacía como ciudadano activo (ver gráfica 24).
Gráfico 26. Autoidentificación como ciudadanía activa o pasiva
61%
39%
Ciudadano pasivo ciudadano activo
89
4. Conclusiones
El presente ensayo se encomendó la tarea de revisar una idea provocadora de Jean
Jacques Rousseau en torno a la experiencia del ser ciudadano. Recuérdese que para
este autor ilustrado de origen suizo, los franceses no habían entendido el significado
ni las implicaciones políticas de dicha categoría. “El verdadero sentido de esta
palabra casi no es conocido entre los modernos”, aseguró Rousseau y lamentó que
se derivara el concepto ciudadano de Civitas que es la ciudad y a aquél como un
vecino de ella. De acuerdo con Rousseau, la ciudadanía está vinculada con la
conformación de una voluntad general que precede al Contrato Social y no sólo por
habitar las ciudades.
Partiendo de esta idea decidimos iniciar una exploración sobre “el acto de habitar”
y el “acto de participar” en la democracia como una forma de entender cómo el
ciudadano común se autopercibe y autorepresenta. Esta tarea nos condujo a la
necesidad de reflexionar los elementos de la democracia y a tratar de definir que la
ciudadanía se encuentra en medio de una crisis tal que el ciudadano común se
encuentra alejado de la dinámica de la esfera pública y ello repercute en su propia
visión de sí mismo y de la democracia. Sin embargo, éste individuo se sigue
autonombrando ciudadano por al menos tener dos elementos: la credencial de
elector y la participación electoral en procesos de elección política. La primera
pregunta que surgió fue que si pudiera hablarse de niveles de ciudadanía y para
incursionar en esta idea se tuvo que analizar algunos autores que hubieran
desarrollado teoría politológica alrededor de la categoría. Entre los textos de Alain
Touraine, Wayne y Castoriadis encontramos que existen por lo menos dos formas de
vincular a los Estados, sus modelos de desarrollo y a la ciudadanía: la visión
procedimental y la activa. La primera se funda en un ciudadano pasivo, con una
vinculación de dependencia con respecto al Estado y con un acento marcado en la
90
necesidad de sus derechos. La segunda se caracteriza por un mayor nivel de
participación, una cierta independencia con respecto al Estado y con un acento en la
lucha por los derechos que suponen les corresponden. La ciudadanía procedimental
estaría más cercana a esa crítica del Civitas y de su habitante que hizo Rousseau en
el Contrato Social y, por otro lado, la ciudadanía activa correspondería a la
conformación de la voluntad general democrática que supone la intervención del
pueblo en la esfera pública.
Como es difícil tratar sólo de reflexionar los elementos de la democracia y de tratar
de validar la idea de que hoy predomina más una visión procedimental de la misma,
se buscó establecer un estudio cualitativo aplicado a ciudadanos comunes para
determinar si, en efecto, los planteamientos de Castoriadis sobre la visión
procedimental de la democracia y la ciudadanía pudiera correlacionarse con la idea
de Rousseau acerca del “acto de habitar” en el Cívitas que no en es, según la
interpretación de Rousseau, la democracia.
Los resultados de una encuesta dirigida a 383 personas –ya expresados en el
capítulo 3 de este trabajo- nos permiten plantear las siguientes conclusiones que si
bien son limitadas por el universo de respuestas y limitadas por los efectos de la
temporalidad expresada de noviembre de 2008 a marzo de 2009, nos permiten
entrever algunas de las tendencias de lo que se supone ocurren en la democracia
contemporánea mexicana.
Primero, es cierto que la democracia ha experimentado graves transformaciones a
lo largo de dos siglos de haberse implementado como régimen político y que esos
dos siglos siempre han girado en torno a la relación que tienen los Estados con sus
ciudadanos. Como ya se desarrolló, es importante señalar que los Estados
benefactores consolidaron una ciudadanía basada en la defensa de derechos y en la
oferta de servicios que generaron una fuerte dependencia de la ciudadanía y la
91
hicieron pasiva. Por el contrario, los estados con políticas neoliberales han buscado
independizar al ciudadano al eliminarles toda una serie de derechos civiles que los
colocan en franca indefensión con respecto al mercado. En reacción opuesta, ciertos
sectores de la ciudadanía se han levantado como resistencia a estos procesos
neoliberales y han buscado, por la vía de la denuncia y la movilización social, la
restitución y la creación de nuevos derechos. Estos nuevos movimientos han sido
identificados por autores como Paolo Virno como multitud60 o, en términos más
empíricos, como los nuevos movimientos sociales. Estos, para su existencia,
requieren de una nueva ciudadanía participativa, capaz de resistir las fuerzas
exclusoras del Estado y capaces de luchar por la defensa y por la creación de nuevos
derechos.
Segundo, aún pese a la tendencia del surgimiento de una ciudadanía activa, lo cierto
es que en la sociedad contemporánea, prevalece aún la visión procedimental de la
democracia y de la ciudadanía pasiva. Ello puede observarse en los resultados
desarrollados en el capítulo 3 de esta investigación en las que, por vías de un trabajo
cualitativo, se demostró que la mayoría expresa que la ciudadanía se obtiene por
vías procedimentales -mayoría de edad y al obtener la credencial de elector-
(remitirse a la gráfica 4) y al identificar las acciones de la ciudadanía en la expresión
administrativa de poseer la credencial de elector y por votar en las elecciones. Esta
tendencia se mantiene en la concepción de que el ser ciudadano implica tener –que
no obtener- derechos civiles, políticos y sociales (gráfica 7) y en la idea de la mayoría
de nuestro universo de investigación que aseveró que es el Estado quien debe
garantizar el otorgamiento y vigilancia de los derechos ciudadanos.
Tercero, que la ciudadanía hablada desde sí misma, demuestra que tiene poca
identidad con los postulados democráticos al ser capaz de renunciar a ciertos
60
Paolo Virno en Gramática de la Multitud y Antonio Negri en Imperio (2001) y en Multitud (2004)
han generado una teoría de crisis de la democracia basados en la aparición de estos fenómenos
contemporáneos.
92
derechos ciudadanos si el Estado les garantizara servicios públicos y seguridad social
(ver gráfico 11). Los datos arrojados por este reactivo pudiera dar paso a futuras
investigaciones en torno a la confianza que tiene la ciudadanía pasiva hacia los
sistemas representativos de la democracia contemporánea. Lamentablemente los
objetivos de esta investigación van dirigidos a otros fines y no se pudo explorar con
mayor profundidad los problemas y las líneas de trabajo que supone el hecho de
que la ciudadanía pudiera canjear derecho por servicios y seguridad social. Sin
embargo, para nuestro caso, es factible asegurar que precisamente por no contar
con una plena identificación con los valores y con escasa o nula participación en el
espacio público, ello es indicador de que prevalece la visión procedimental en la
democracia porque el público objetivo en su mayoría, más del 60% de los
encuestados, aseveró ser capaz de renunciar a ciertos procedimientos para sujetarse
a otros.
Cuarto, la autorepresentación del ciudadano nos dice que el público objetivo
valoriza más las acciones pasivas que las activas e, incluso, no refleja mucha
disponibilidad de participar en ellas. De los gráficos 21, 22, 23 al 26, encontramos
nuevamente la tendencia a que prevalezcan las respuestas dirigidas a identificar
valoraciones procedimentales. De este modo, en muy pocos casos, existe
disposición de enrolarse en alguna organización civil, partido político o movilización
social aún en casos de verse afectado el bien común. Caso contrario, en la
correspondencia del derecho personal o en la afectación de algún servicio o
problemática de la localidad, existe una mayor disposición para participar de
manera más abierta. Estos reactivos –mismos que corresponden al número en los
gráficos- no demuestran sino que en el estudio de la ciudadanía no podemos hacer
afirmaciones más allá del carácter local e individual de la experiencia democrática.
Ello no significaría, por ejemplo, que el ciudadano pase a una esfera más activa
93
porque, tal como se desarrolló en el primer capítulo, el retorno a la normatividad
procedimental pudiera ser el objetivo de dichas movilizaciones.61
Quinto, los individuos entrevistados tuvieron mayor propensión a identificarse con
personajes que reflejaban una actitud pasiva e incluso, como ocurrió con el
penúltimo reactivo del cuestionario, donde la expresión “yo sólo vivo aquí” –
expresado por el personaje ficticio llamado Gabriela- alcanzó un grado de valoración
e autoidentificación de más del 50%. En este punto habrá que afirmar que Rousseau
tenía razón en la diferenciación de experiencias dentro de la democracia: hay
quienes son, pertenecen y se suman a la voluntad general democrática y hay otros
quienes sólo son habitantes de la ciudad. Están ahí, se mimetizan con los
procedimientos a los que los obliga la administración estatal, pero no han
traspasado ni se sienten identificados con los asuntos del bien común o, por lo
menos, han expresado cierta solidaridad social. Esta tendencia se volvió a presentar
en el último reactivo en donde se le pidió al público objetivo a autoevaluarse
considerando una serie de indicadores. Como ya quedó asentado en la gráfica 26 de
esta investigación, el 61% se autoidentificó como ciudadano pasivo mientras que
sólo un 39% se vio a sí mismo como ciudadano pasivo. Este último dato corrobora la
tendencia que se vio reflejada a lo largo del análisis cualitativo realizado en el tercer
capítulo.
Autoidentificarse como ciudadano pasivo significa que el individuo se identifica
procedimentalmente con la democracia, que habita en ella pero que no es capaz de
sumergirse en el entorno de la participación ni en la constitución de lo que Rousseau
insistió como fundamento democrático: la constitución del espíritu de la voluntad
general que da forma al cuerpo político. La ciudadanía pasiva en la que se
61
Niklas Luhmann lo expresa en la figura del perro guardián que ladra para dar señales de alarma pero
no porque quiera generar transformaciones en el sistema. Esta idea Luhmaniana pudiera ser atrevida
pero refleja la visión procedimental que prevalecería aún en los nuevos movimientos sociales o en la
aparición de redes de resistencia civil. Sin embargo, esa es otra línea de investigación que debe
abordarse en otro momento.
94
autorepresenta el público objetivo encuestado reduce la experiencia pública a una
especie de convivencialidad ordinaria que pudiera explicar algunos de los problemas
por las que atraviesan las democracias contemporáneas. Si el ciudadano sólo aspira
a ser representado gracias a los mecanismos y dispositivos legales electorales, si no
es capaz de participar activamente en las decisiones públicas de orden común, si se
excusa en términos de tener otras prioridades y se conforma con su estatus legal y
procedimental, es posible que ello pueda ayudarnos a entender una de las variables
de análisis que explique la crisis de representación política por la que atraviesan los
partidos políticos no sólo en México sino en muchas geografías del mundo. Un
ciudadano pasivo no tendrá ni la visión ni la necesidad de reorganizar los poderes
públicos y mucho menos buscará formas exigir formas de administración
transparentes a sus representantes. Es posible que estas mismas actitudes no
permitan prever cuáles son los límites y alcances de las esferas del Estado y de la
sociedad y ello suponga un ensanchamiento de los poderes tradicionales que han
supuesto órdenes corruptos, prácticas de nepotismo y enriquecimientos de agentes
de ciertas élites de poder, tanto políticos como empresariales.
La crisis de las democracias se manifiesta en un ambiente donde la ciudadanía
pasiva no es capaz de emerger como un contrapoder capaz de redireccionar el
sentido de las decisiones públicas. Rousseau tenía razón al establecer que es la
participación en esa voluntad general lo que define la acción democrática. Si ello no
ocurre –como de hecho sucede según los resultados de este ensayo y nuestra
investigación cualitativa- entonces pareciera que la categoría de ciudadanía puede
entrar también en una crisis de significado porque habrá que definir “el acto de
habitar” y el “acto de ser” en la democracia. Desde el punto de vista de este trabajo,
ello sería una tarea necesaria en medio de todas las crisis de legitimidad por las que
atraviesa la realidad democrática de nuestro país y por las que atraviesa una
sociedad civil que vive, según expresó Franco Gamboa Rocabado, en una
democracia anómica: “El Estado y las sociedades latinoamericanas ingresaron en la
95
oscura dinámica de la ‘anomia’. Es decir, un ritmo donde cualquier ciudadano se
acostumbró a vivir al borde del riesgo, la incertidumbre y la corrupción cotidiana,
aceptando como normal la violación de los derechos humanos, los abusos de poder
y las tenebrosas explosiones de autoritarismo desde la sociedad civil por medio de
sangrientos linchamientos, ajusticiamientos ilegales que cometen instituciones
policiales (como en las favelas de Brasil, los barrios marginados de Argentina y el
narcotráfico que penetró profundamente en el sistema político mexicano)”.62
La idea de una democracia sumergida en la anomia social es propia de los contextos
de una ciudadanía pasiva, en crisis, con una profunda desconfianza de los sistemas
políticos y con la ausencia de identidad política que hace difícil la transición hacia
esquemas de participación y compromiso con la realidad.
62
Gamboa Rocabado, Franco. 2009. “La democracia anómica en América Latina”. En: Metapolítica
Núm. 65, julio-agosto, México, pág. 17
96
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