la casa del turco · 2019-06-21 · al tanto de cosas que estás harto de saber-cla ... res estoy...
TRANSCRIPT
Los Cuadernos Inéditos
LA CASA DEL TURCO A Walmir Aya/a
Rosa Chacel
H abía un ómnibus pequeñito, tembloroso, que iba de Río a Marqués de Valen-9a. Su recorrido era más largo, pasaba por Vasouras, llegaba hasta Juiz de Fo
ra y no sé a dónde más: lo importante era el primer tramo. Tendré que dilatarme en explicaciones porque tú entonces, en aquel tiempo del ómnibus pequeñito- andabas a gatas o acaso ya llevabas pantalones cortos.
Las explicaciones son necesarias para ponerte al tanto de cosas que estás harto de saber- claro que hay otras explicaciones que te debo, pero esas las dejo para más tarde - las relego porque son demasiado difíciles y afronto las inmediatas que son tan fáciles porque no son explicaciones, sino datos ignorados de lo tan sabido. Tú, en aquel entonces, no habías sido presentado en sociedad, así que no te contabas entre los que recibieron - entre los que nos recibieron a nosotros, los que veníamos con una modesta fama ... iNada de modesta! magnificada, precedida por heraldos reales - lde realidad o de realeza? por campanas que doblaban ... Bueno, en resumen, los que llegábamos no éramos de los que representábamos oficialmente - lo sí lo éramos? - sí, lo eran; la que no lo era, era yo ... , Aquí está lo difícil, en fin, la parte más leve de ' lo difícil: Yo, la que tanto conoces y tanto quieres estoy segura - era la oveja negra ... No, porque una oveja siempre es una oveja, por negra que sea y yo tenía de bueno o de malo que no balaba como Dios manda ... Yo, trataba de rugir, aunque el resultado fuese que ladraba como un dogo a la luna ... A la luna no precisamente: ladraba como un dogo guardián, seguro de sí mismo - ya conoces mi «Arenga a los perros de Atenas» - Sí, eso es, yo tenía la prepotencia de un dogo mal educado, que sobrepasaba sus atribuciones.
Pero esto no explica nada, si esquivo las explicaciones difíciles, no sacarás nada del montón de datos inconexos, los suspendo y afronto lo indecible. La explicación que te debo es la del tiempo que dejé pasar sin escribirte y aunque te repito que es sumamente ardua, la reduzco a esto: no te escribía porque no puedo - no porque no podía - porque no puedo escribir. Lo que hago en este momento no es más que demostrar que no puedo escribir. No sonrías, por favor, porque no es esto una paradoja humorista: es un hecho consumado, repetido, señalado, reiterado, impreso y publicado con éxito. Tal vez sea, de todo lo mío, lo único que tiene éxito conmigo misma, esto es, mi aprobación. Todo esto está dicho cien veces en mi ALCANCIA y ahora lo repito para transmitirte el proceso seguido por el
84
esfuerzo de querer escribirte - escribir - y no poder, hasta llegar al culmen de la convicción de que no puedo escribir y en el acto, ejecutar este acto con el que hago lo que no hago. Por favor, Walmir querido, acabo de decir, no te sonrías; ahora te digo no llores, tómalo espartanamente, porque esto no es un grito de socorro. Nadie podría echarme una mano: lo que pasa es que no puedo callarme sin decir, como conclusión: iMe callo!. .. iQué elegantes son los suicidas! El que es por naturaleza literato sabe que las palabras seguirán hablando después que él calle. Lo difícil es oír el silencio de las palabras. Cuesta demasiado trabajo vivir si ellas desertan. En semejante situación no hay más recurso que dejar que un instrumento cualquiera, lápiz, pluma, máquina ejecute la función conocida desde años remotos, consistente en el movimiento de la mano que aprendió a marcar con signos las voces maternas. Así las palabras afluyen como caHadas, como deslizándose por conductos mudos y se inscriben rápidas, albergándose en la rapidez que es su refugio, en el que se remansan con la seguridad de no sufrir revisión, esto es corrección, dibujadas como signos, como cifras que no pasaron por el tanteo prenatal. iMe acer-
Los Cuadernos Inéditos
co al secreto! y no quiero. Es hipócrita, es marrajo decir no quiero cuando es no puedo, es imponer, es camoufler el no poder con el no querer, porque el hecho es que quiero tanto que a lo mejor me pongo a simular que escribo y eso sería intolerable. Esto que estoy haciendo es una carta y una carta es una reserva, un poso de la alcancía, un sistema ahorrativo en el que se agrupan por su peso o densidad, pulsiones orales ... No sé- alguien más docto que yo sabríadeslindar en nuestras voces oraciones eficientes - lógicas o poéticas o las dos cosas - de otras, amorfas, que se escapan a su libertad patética. Piensa en el alma irracional que tanto conoces, con la que tanto hablan tus manos. El perro tiene dos lenguas: ladra, ha aprendido- por sí mismo, es decir creado - su ladrido semejante al habla - esto ya fue expuesto por los doctos -semejante, emulación devota del habla humana, pero cuando lo expresable, lo que exige una voz inmediata que diga lo indecible - inmediata a lo más allá - no ladra, aúlla. En esa infralengua trataré de escribirte. Pero iverás! es una situación enrevesada la que se nos plantea a los que, por naturaleza, somos literatos cuando nos sentimos - cuando dejamos de sentirnos creadores - dicho sea con la extrema modestia de la verdad - cuando no sentimos la dichosa preñez -dijo Rilke - de la palabra que late, queriendo ser - demostrando que es - cuando no lo sentimos, el aullido de que somos capaces es la reclusión - dieta alimenticia - ajuste a la lógica, relato: un prescindir - dejar - como si lo dejásemos -lo que no se nos da - un desnudarse de la envoltura erótica, interna, y enfocar la realidad exterior, real-ismo - realidad y verdad quedan ensambladas en el último fondo - y así se ajustan las cuentas, que no son tan triviales como las de la lavandera - son cuentas de lo que se quiere contar. Por este camino tortuoso vuelvo al punto de partida, que es mi empeño en contarte lo que pasó en torno a aquel ómnibus pequeñito que salía de Río hacia lugares - paseatas poéticas o caminatas negociables, prácticas, industriales, económicas, cotidianas, esclavizadas, cegadas por la costumbre.
Me desvié del puro relato porque te hablé de mis ladridos de dogo prepotente y esto involucraba el personalismo de mi conducta, que pretendía ladrar más alto que el doblar de las campanas. Sí, Dios mío - nuestro - es tan verdad que hasta el mero relato se extravía en el dédalo - yo, ya sabes, siempre Dédalus - y requiere deslindar cien veces los principios. Prosigamos: el comienzo fue así; podría poner fechas que están claras en mi memoria, pero en vez de fechas te diré nombres, nombres que harto conoces y que aquí quedarán como vagas entidades actuantes. Llegué y (no digo, como sería lógico, a partir de este momento, llegamos, porque los datos que te doy son, más que confidencia, confesión). Llegué y conocí a Sara Catá, diplomacia, digamos, como situación y como clima exube-
85
rancia antillana. Y o, por mi parte, expansión cordial - lejano fondo de conocimiento olvidado - reencuentro o inauguración de adorables juegos de chicas - se inaugura y se comparte una amistad en la que se intercambian prendas, juguetes, apresuradamente (lo apresurado queda en el misterio fatídico, que dictaminaba la brevedad). Sara me hizo compartir sus amistades y entre ellas la de su novio, amante, en todo caso, supremo, incomparable amigo, Vito Pentagna.
Del misterio no te digo nada porque fue público, señalada la trágica muerte de su padre por todos los periódicos. Al desaparecer Sara de Río, yo heredé la amistad de Vito. iCon qué acaparadora ambición me apoderé de ese tesoro! Conste que sigo, porque los hechos destacan, por fuerza al reo, sin más propósito que el de explicar y tengo que poner de manifiesto mi personalísimo carácter de abominable exilado.. . Y o fui uno de esos que no quisieron asumir el exilio. España, claro está, me la traía en los entresijos, pero también me traía a Italia. La verdad es que me traía a Europa - de Francia, después de Jos años pasados, me costaba trabajo desterrar el idioma, de Grecia me quedaba la adoración ostentosa, especie de sex-appeal, pero Italia era un recuerdo de años purísimos, el\ los que yo no era un dragón erizado. No, yo, en Italia, era un yo compartido (dejo para otra ocasión mi respuesta a tu carta en la que me señalas un punto oscuro que encontraste en ALCANCIA. Un punto que, si quieres magnificarlo, puedes diputado de espartano y si quieres abismarlo, calificarlo de aullido silencioso). En fin, el caso es que Vito fue para - aquí el mí posesivo se amplía en nosotros, porque Italia significa la- si digo armonía se puede pensar que hablo de las almas y no, hablo de la armonía vital, subterránea, subsanguínea, inalterable por su poder antibiótico para todo morbo circunstancial. Pero atemos cabos; Vito que no había ido nunca a Italia, fue para nosotros, Italia. Su casa, sus cosas, terracottas, mármoles, todo era un reencuentro corroborador de que la pérdida no era total. En fin, ha llegado el momento de contarte, con el más fiel relato, cómo fue el primer viaje en el pequeño ómnibus.
Un día, Vito nos dijo, tenéis que ir a ver nuestra casa en Valenya. (Debo advertir: a nuestra llegada, Sara, su familia cubana y nuestras amistades europeas procurábamos, por cortesía, hablar portugués pero nosotros impusimos entre Jos íntimos, con Vito, especialmente el Español). Y fuimos un día con Vito, al fin, a buscar la conducción precaria que era la causa de la infrecuencia del viaje para todos los suyos.
Llegamos en taxi a la Pra<;a Mauá y allí estaba esperando el pequeño ómnibus. Y o me senté, con Timo, en un asiento, Vito en el de delante, para ir indicándonos. El ómnibus, ya dije, retemblaba con resignación cotidiana y afrontaba la lenta despedida de la ciudad: esa zona que en
Los Cuadernos Inéditos
todas las ciudades se hace difícil y demorada, como el titubeo del rústico al final de las visitas. Río quedó pronto sobrepasado y fueron sucediéndose pequeñas instalaciones industriales, favelas de Jata en los terrenos bajos, tabernas para los camioneros. La mañana era, por suerte, un poco gris, había un resol soportable que entonaba con la pobreza de la visión: vegetación escasa, ausencia de todo rasgo tropical. Esto duró menos de media hora. Yo, con el hombro apoyado en el cristal de la ventanilla, vi aparecer a lo lejos un edificio que se recortaba en la niebla sobre una colina. Nuestro vehículo no iba hacia él, se suponía que quedaría al lado de la carretera, en todo caso, íbamos a verle cada vez más cerca. Pregunté a Vito y dijo; No sé, no tengo idea.
La casa fue aproximát)dose y dejándose ver. iCómo se puede ignorar tal belleza! ... No estaba claro su estilo arquitectónico, pero su empaque era oriental: dos torreones laterales que tenían algo - poco, pero algo de minaretes, lo que tenía patente era su aspecto de refugio, de aislamiento y elevación en la colina, emergiendo radiante del desierto industrial, que anulaba. Su elegancia de recluso desterrado, demostraba que no pertenecía a ningún poderoso de alta alcurnia del país. Tenía algo de palacio de un réprobo; alguna riqueza sensual, caprichosa; singular entre la riqueza admitida, se albergaba allí.
Y o tomé posesión de ella, yo la habité en un instante, autoinvitada por el dueño que mi fascinación le asignaba. Esta casa no podía pertenecer a ningún gran señor que alternase con otros grandes señores. No era imaginable un cortejo de coches o carrozas acudiendo a sus fiestas ... Esta casa sólo podía ser de un turco, sirio libanés, enriquecido con las sedas que alfombraban - no por el suelo, pero sí por la mente del pasajero de la Rúa do Ouvidor- Lejos de la ciudad y del mismo campo industrial, lejos de todo ajetreo, el turco viviría allí aislado, con sus esposas y concubinas, cubiertas de perlas.
Fuimos alejándonos y se fue borrando su perfección y riqueza, pero no se desvaneció su misterio. Seguimos, el camino dejó atrás los residuos de la urbe y la casa en la colina se disipó, afrontamos la sierra abrupta, pasamos ante el faro rodoviario, tan reciente entonces, y llegamos a Valen<;a. Me cuesta trabajo hablar de esto, por lo que he hablado hasta la saciedad. Omito el tiempo que pasamos allí aquel día, para señalar que a la vuelta, mi primer pensamiento fue volver a ver la casa del turco. Nada más subir al ómnibus, elegí el asiento de la derecha y con el hombro pegado al cristal de la ventanilla, me puse a esperarla. En efecto, su aparición, su emergencia entre la niebla -infrecuente en Río y siempre presente en torno a la casa - se dejó ver a lo lejos y se fue aclarando al acercarnos.
Bien sabes todo lo que pasó después. Nuestra ida a Valen<;a dejó de ser paseata y se convirtió
86
en empresa, no sabría precisar la frecuencia. Recuerdo otro día en que Vito nos llevó a ver una fazenda, en la que trabajaban varios camperos -no sé en qué faena del campo - y comimos con ellos: cantaban tangos - no sé por qué aquellos campesinos brasileros cantaban tangos que, para mí, era· un recuerdo de Europa y un presagio de la Argentina - no sé por qué ni sé quiénes -creo que todos - en aquel momento vivíamos un amor apátrida- ¿paradoja? también la paradoja es prolífica. ¿por qué te hablo de esto? Principalmente porque ello era motivo de nuestras frecuentes salidas de Río, al ir y al volver contemplaba la casa del turco, pero no sólo por eso, sino para que realices en tu mente lo que fue mi hostilidad al exilio, mostrada, abrillantada, embellecida por la amistad. (Bien sabes que soy uno de esos seres que, junto a los más grandes amores, mantienen en plenitud, la facultad - digamos naturaleza - de la amistad). Y no puedo menos de recordar un poema que escribí para Vito, después de aquel día y que no llegué a dárselo porque no lo terminé: quería que fuese más largo.
«¿Recuerdas cuando fuimos al país de los hombres?
No entendían tu idioma, de mí tenían miedo porque sus hembras tienen plumaje muy dis
tinto.»
Yo, en los cuarenta, quemaba mis naves de juventud en el amor intelectual. Mi otra facetamás bien rama esencial, medular - del amor materno andaba bien instalada en el confort de la mujer moderna, «los niños deben ser libres», etc ... y el mío se despedía de su infancia, con los libérrimos chicos de Elisabeth iDiosa tutelar! Ejemplar de hembra, espíritu hecho carne o carne hecha espíritu. Por entonces, a fines del cuarenta y dos, salté a Buenos Aires con Carlos.
Los Cuadernos Inéditos
Vale la pena de consignar una cosa como hecho histórico, hubo una época en la que los viajes eran muy baratos ... Carlos y yo, íbamos y veníamos de Río a Buenos Aires con frecuencia, pero esto, que además harto conoces, no tiene nada- o apenas nada- que ver con lo que quería contarte, mi contemplación de la casa del turco.
Vuelvo a insistir en la hostilidad de que yo alardeaba en mi exilio y, claro, la hostilidad a mí no me es totalmente posible. Me negaba a hablar portugués - tengo, en general, poca facilidad para adquirir lenguas - pero a veces, en algunas frases cuyo sentido me era caro, llegaba a emplear el idioma de la tierra, así, «a casa do turco» me era familiar y también empleaba mucho el diminutivo, incluso adaptado al español: siempre decía- y digo -el cafezinho. Tal vez la simpatía de ese término, me recordó un nombre incluido en un verso de Rubén Darío.
«recordar el parque Cousiño como una divina visión.»
Estos dos versos, a muchos habrán hecho anhelar el ocaso en el parque Cousiño ignoto ... La parquedad, la potencia sintética de esa evocación me ratifica en la preferencia - con carácter exclusivo - de los descubrimientos personales que se logran al vivir una ciudad. Hallazgos que jamás podrán incluirse en una guía turística. Antiturismo es un tema muy antiguo en mi obra y, podría decir en mi conducta, en mi larga vida viajera. Si me pongo a hablar de los encantos de Río, de mis cuarenta años, tendría que hablarte por ejemplo de mi hallazgo en la Rúa de Sao Clemente - magnífica perspectiva rectilínea, con el Cristo al fondo - pero a un lado, en una .... simplemente en una zapatería, en la vitrina, inesperada, inconcebible, una talla en madera rojiza - tal vez quebracho o alguna otra de país que no conozco - entre otras tallas pequeñas -
jez eterna, intemporal- que sacaba la lengua y, en la lengua posado, como una mosca - de dos centímetros- un violín ... iSímbiolo clarísimo, la Lisonja! Repito la fecha, en el cuarenta y tres o cuarenta y cuatro, eso estaba allí y yo lo ví y jamás lo olvidaré. Tal vez esto te sirva - aunque no lo necesitas - para comprender mi alejamiento de lo que todo el mundo siente, habla, comenta, exalta y - consecuencia - dice que soy insensible a todo el mundo; lo que pasa es que lo que hago - sin más remordimiento que lo poco que hago -es buscar, desenterrar las secretas creaciones de uno solo para dárselas a todo el mundo - si es que hay alguna parte del mundo que me lea - y buscar no sólo en escaparates de zapaterías, sino en las grandes perspectivas donde, inesperadamente, se descubre la imagen de una vieja arpía, con un violín en la lengua. iüh, basta! No quiero hablarte más que de la casa del turco.
El tono de mis innumerables viajes fue infinitamente cambiante. A Paquetá, que tuvo varios iy tan diversos! tiempos musicales. A Sao Paulo, con no sé qué absurda comisión, que no supe cumplir y del que sólo saqué el recuerdo de la niña de la silla, de Manzu en la Bienal, que guardo entre las cosas silenciables. De estas, ni una palabra, porque si en cuarenta años aprendí lo que es vivir en Río, también aprendí lo que es morir en el Brasil. El folclore español, que es mi Padre nuestro, me hace recordar a la Cucarachita Martina, que pregunta a uno de sus pretendientes qué es lo que hará por las noches y él le dice: «dormir y callar, dormir y callar... Pues vámonos a casar» No te diré quién era el novio, pero a estas horas, yo, como Cucarachita, sólo me queda aullar y callar.
Volvamos a nuestro tema. Después de tantas
tres o cuatro - una cabeza.~d~e~m~u~j:e~r~v~ie~j:a~-~v~e~- ~:1:~:.....----..-··:~:?S~~j¡~~~~
87
Los Cuadernos Inéditos
auroras y tramontas contemplando la casa delturco, llegó el momento en que acabé por saber lo que era, en realidad. El anuncio de la información me hizo temblar. ¿Qué burgués enriquecido se albergaría en ella? ... iLa realidad fue gloriosa! Nada de fausto social, nada de confort ocioso, nada de papeleo ejecutivo ... iNada más y nada menos que CIENCIA!. .. Sobre sus minaretes, en su aislado refugio, en su atardecer entre la niebla volando el ave de la SABIDURIA, sobre sus noches eficientes, el buho de ATENEA! La casa, al fin y al cabo es, hace años - y siempre fue - la Fundación Instituto Oswaldo Cruz.
Entre las pocas cosas que temo, figura como terror pánico la decepción. Que califico de golpe mortal. Pues bien, ¿cómo decir lo que es el acierto? ¿cómo exaltar a la sublime alegría lo que es la coincidencia, el ajuste de piezas que se ensamblan con lo deseaao - imaginado, soñado - iüh, Luis! «La realidad y el deseo» cuando se encuentran.
Tú, Walmir; sabes bien lo que es una visión, sabes cómo acontece ese golpe o aliento en el que la emoción se transforma, iN o! se encarna o se arraiga en la carne propia, es decir, en la eternidad del yo mortal... Tú sabes bien lo que es una emoción, ¿para qué decir más? ... pues bien, esa emoción, aquella emoción fundada indeleble, por la cámara de la visón-posesión y, de pronto, encontrada en papeles impresos, indiscutiblemente real.
Están en mis manos los documentos que atestiguan su historia y lo más maravilloso ilo más misterioso! es que en las palabras, planes, proyectos de su creador, figuran frases, términos determinantes que figuraban en mi descripción mental - verbal también, es seguro, porque mis idas y venidas siempre fueron compartidas y yo
- extravertida al máximo - me dilaté cantándola. Señalaré textualmente algunos trozos de los documentos que me corroboran. «En los primeros años de la República que se caracterizan por la incorporación del impulso industrial europeo y norteamericano, cómo un hombre de ciencia soñó «un palacio de las mil y una noches» para albergar una Escuela de Medicina Experimental».
El misterio a la luz del día - rayo de anunciación - nos inspira, tal vez indebidamente, el deseo de explicarlo, digamos, pidiendo perdón, el anhelo de comunicarlo, pero es que tal fue el esplendor, tan vital y entrañable fue la chispa que no se puede acallar su prurito de ser verificada. ¿Qué es lo que pasó el primer día, qué es lo que percibí, en su descripción esencial fenoménica? ... Que aquello era la mansión suntuosa donde un hombre se retiraba con su amor. Pronóstico soterrado, «Dentro de una institución científica, ello puede ser una actividad útil llena de enseñanzas, o un trabajo inútil, monástico o meramente curioso». Todo esto es lo que yo percibí - entendí - directamente del creador. Estos papeles que he conseguido, provienen de los mantenedores, discípulos - tanto discutí con el maestro Unamuno - ultratumba - sobre lo didáctico-erótico que ellos, sobre todas las cosas, es el amor lo que mantienen. Yo, en el ómnibus tembloroso, lo que percibí fue el amor. Ese amor precisamente, del cual se ha dejado de hablar hace tiempo. El amor que yo viví a los ochos años - tan claramente vivo en mí a los ochenta y ocho como sólo puede irradiar eternidad el amor verdadero. El amor que yo practiqué - mantuve como un culto de rito incansable -en la lectura de Julio Verne. Ya he escrito mucho sobre esto, pero nunca bastante. Un amor en su tiempo auroral, con su extensión - época -abarca todo lo que germina o florece; arte, an-dadura social... Copio, «La elección del estilo está sujeta, en gran parte, al estilo de la época, la
~~2~~i~~;:7;-_;:~r~;:~)Ñ!¡':l~ii<;<b;e~l~le~e:p:o:q~u~e:»~c:u~a:ndo el eclecticismo poblaba a
88
Los Cuadernos Inéditos
Europa y al Brasil de edificios bastante significativos». El «exótico gusto neo-morisco» es el que me hizo formular la idea de un mahometano rodeado de huríes dispensadoras de placeres y claro, en las vitales correspondencias. «Les parfums, les couleurs et les sons se répondent». El placer de la investigación - «útil o inútil» - gozado en un reducto singular, aislado refugio inaccesible al vulgo, era lo que arrebataba a los hombres que vivían para la ciencia. Lo indecible está en la luz de amanecer en que apuntaba la creación científica - de tan antiguo origen -alumbraba también al eclecticismo agónico del «art nouveau» y a la filosofía que llevaba clavado - ien su carne! -como un parásito tropical, un amor imposible - monstruosa paradoja, sublime como todo verdadero amor- que el Brasil acoge nada menos que en su bandera - cuarenta años vividos bajo esa bandera me han hecho comprender todo esto, y mucho más ...
Las sorpresas son infinitas y son deliciosas cuando fluyen de un hontanar benigno. iQué no serán cuando proceden de alcurnia tan gloriosa! Y o conocía desde hace ya algún tiempo, la existencia del Instituto Oswaldo Cruz y en el fondo de mi alma subrayaba mi veneración por el nombre de su creador al que mi turco poético quedaba sirviendo de vasallo - quedaba en mi mente porque jamás apagué su imagen - y yo creía que pocos conocedores le rendirían un homenaje tan apasionado como el mío cuando, de pronto, recibo - por la parte de mí misma que siguió algún tiempo anclada en el Brasil - otro documento valiosísimo. Si hablo de su valor tengo que decir exactamente a cuánto alcanza, . que es, contantes y sonantes, cincuenta mil cru- , -zeiros. Suprimamos el dicho común porque ni ·· suenan ni cuentan; van cifrados en una nota que ostenta la imagen de la ¿casa, Instituto, Palacio? rigurosamente grabada, con la finura y perfección forzosas en los grabados del papel moneda.
Qué justa, qué vitalmente elevada está la colina de su flamante instalación. Es su pueblo el que la pone en ese lugar y a mí me encanta porque, en mi pueblo ese es el lugar en que han puesto a los poetas, Juan Ramón Jiménez, Rosalía de Castro y otros grandes hombres hoy día moran en nuestros bolsillos representando el elemento - en bien medidas dosis - de que somos dueños. Yendo más a la pura esencia; el elemento que es dueño, por su peso específico, de nuestra levedad o pesadumbre. El elemento que puede tener las imágenes más nobles, embajadoras del valor humano, pero que, en tanto que papeles, representan mundos de inconcebible fisonomía ...
A esos mundos alcanza la eficiente dinamo que late en la casa, Instituto Oswaldo Cruz, hay que decir, porque allí se valora la moneda de la vida. Allí las alzas y las bajas de los valores consistían en los poderes mortíferos de las moscas que podían asolar regiones. iY aquí de lo curio-
89
so, de lo exquisito, de Jo superfluo! Las moscas, sus cabezotas obtusas, aparecen en los folletos del Instituto detalladamente grabadas y enmarcada cada una por gentiles trazos modernistas. Con información o sin ella, de golpe como aparición sorprendente o como presencia mítica frecuentada, la Casa es una creación que irradia amor y belleza como dádiva de amor.
Me dilato por no poder contener mi barroquismo natural y sé que no he dicho nada que tú no sepas desde siempre - desde tu siempre -y que sólo te cuento por lo que puedas no haber conocido en el tiempo en que llevabas pantalones cortos. No hay nada nuevo aquí y, sin embargo, hay tanto que queda por decir. Como no puedo escribir, es decir, trabajar y temo que no vuelva a poder, tal vez pueda otro día mandarte otra de estas cosas, que no quiero que cuentes ni siquiera en el estilo epistolar- género tan famoso - simples papeles que tal vez acojan estos Cuadernos, y que serán - si son - cartas familiares en las que se habla de las cosas de casa. Tú y yo, si hablamos de las cosas de casa, hablamos de los cimientos, de lo que nuestra casa sustenta, del amor y la amistad - puedes suprimir la conjunción. Como no quiero hablar en forma pública de nada de lo referente al aullido, me disiparé - tal vez: no estés seguro - en glosar los giros y evoluciones, los juegos serios, fatídicos - de la amistad. Aparecen - si aparecen - otros nombres, otros tiempos, otros lugares. Tú mereces estas cartas porque tú siempre has seguido queriéndome aunque tanto me has visto en mi especial singularidad de ser odioso. Y te prometo que buscaré un signo que me defina, una palabra que sea mi confesión.
.No me creo capaz de lograrla y la escojo del plantío de uno de mis genios más queridos. La escojo - la tomo, me la apropio - porque esos genios intemporales, inespaciales tienen el plantío de sus flores - sus chispas - al alcance de nuestras manos, así que, si quiero decir lo que fue - y sigue siendo - Río, con sus puertas - a quince o veinte kilómetros·- de entradas y salidas, con todo lo que entró y salió de amor, dolor, alegría, vida y muerte... todo esto te lo ofrezco en la síntesis robada a Rubén. Y o te digo, la síntesis de mi saudade es
«recordar la casa del turco como una divina visión.»