la confesionalidad religiosa del estado

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 Monseñor José Guerra Campos CONFESIONALIDAD RELIGIOSA DEL ESTADO  INTRODUCCIÓN  1 En algunos sectores eclesiásticos se opina, con insistencia creciente, contra la conf esionalidad religiosa del Estado. Unos se muestran recelosos ante los inconenientes prácticos !ue le atri"u#en$ otros llegan %asta negar su legitimidad en nom"re de la doctrina de la Iglesia. Unos # o tros suponen !ue la confesionalidad es incongruente, por una parte, con la independencia tanto de la Iglesia como del Estado$ por otra parte, con la li"ertad religiosa de los ciudadanos.  & No es fácil %allar una e'posici(n ra)onada de tales opiniones. Emergen a!u* # allá como simples alusiones a algo consa"ido$ pero las alusiones re)uman am"ig+edad. lg-n documento reciente del !ue se pod*a esperar una iluminaci(n %a deado este punto sin aclarar #, más "ien, %a aument ad o la incertidum"re ac erc a del pensamiento de los autores. Ur ge en esta cuesti (n aislar el n-cleo de alor permanente # distinguirlo de pro"lemas accesorios. /uc%os recelos # o"eciones dimanan de un do"le e!u*oco0 el de confundir una norma ur*dica interior al Estado con posi"les inculaciones ur*dicas entre el Estado # la Iglesia, # el de pensar !ue la confesionalidad e!uiale, por su naturale)a, a la negaci(n o restricci(n del derec%o de li"ertad religiosa.   2ol eremos más adelante so"re estos e !u*ocos. %ora, antes de recordar en forma po siti a la ense3an)a de la Ig lesi a, es necesario ap ar ta r del camino una interpretaci(n e!uiocada del Concilio 2aticano II. 4a# !uienes propalan !ue el Concilio, al defender la li"ertad religiosa, %a e'cluido la confesionalidad o, al menos, inirtiendo la posici(n tradicional de la Iglesia, la mantiene s(lo como una %ip(tesis poco desea"le. En faor de esta interpretaci(n se alegan a eces, además de una teor*a de la sociedad !ue se pretende apo#ar en el Concilio, el %ec%o de !ue 5ste no %a"la de la con fes ionalidad, mie ntr as se ocu pa detenidamente de la li" ert ad religiosa$ # aun!ue el Concilio toma en consideraci(n el caso de un reconocimiento ciil especial !ue se puede otorgar a una comunidad religiosa, se su"ra#a !ue lo %ac e con una locuci(n condicional # restricti a0 67i , en atenci(n a pec uliares circunstancias de los pue"los...6 8D 4. 9: ;1:, co mo si fu ese una concesi(n e'cepcional, simplemente tolerada.  < Esa interpretaci(n es insosteni"le. un!ue el Concilio no %u"iese tocado el tema de la confesionalidad, %a"r*a !ue aplicar la siguiente adertencia de =a"lo 2I0 6>as ense3an)as del Concilio no constitu#en un sistema orgánico # completo de la doctrina cat(lica. Esta es más asta..., # el Concilio no la %a puesto en duda ni la %a modif icado sustancialment e. =or lo contrario, la %a confirmado, ilustrado... No de"emos separar las ense3an)as del Concilio del patrimonio doctrinal de la Iglesia, sino más "ien er c(mo se insertan en 5l6 8&:.  ? =ero el mismo Concilio %a precisado oficialmente sus intenciones. En efecto, se distinguieron en el Concilio dos cuestiones0 primera, los de"eres religiosos de la sociedad ciil # del poder p-"lico en relaci(n con la Iglesia$ segunda, los derec%os ci iles de la persona en materia religiosa. El Concilio, seg-n co nsta por las relaciones !ue precedieron a la otaci(n del te'to, da por resuelta la cuesti(n primera, suficientemente e'planada en la doctrina tr adicional, # de modo sistemático en los documentos pontificios de la eda d moderna. El Concilio se propuso -nicamente tratar la segunda cuesti(n, declarando el derec%o a la li"ertad

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La Confesionalidad Religiosa Del Estado

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Monseor Jos Guerra Campos

Monseor Jos Guerra Campos

CONFESIONALIDAD RELIGIOSA DEL ESTADO

INTRODUCCIN

1

En algunos sectores eclesisticos se opina, con insistencia creciente, contra la confesionalidad religiosa del Estado. Unos se muestran recelosos ante los inconvenientes prcticos que le atribuyen; otros llegan hasta negar su legitimidad en nombre de la doctrina de la Iglesia. Unos y otros suponen que la confesionalidad es incongruente, por una parte, con la independencia tanto de la Iglesia como del Estado; por otra parte, con la libertad religiosa de los ciudadanos.

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No es fcil hallar una exposicin razonada de tales opiniones. Emergen aqu y all como simples alusiones a algo consabido; pero las alusiones rezuman ambigedad. Algn documento reciente del que se poda esperar una iluminacin ha dejado este punto sin aclarar y, ms bien, ha aumentado la incertidumbre acerca del pensamiento de los autores. Urge en esta cuestin aislar el ncleo de valor permanente y distinguirlo de problemas accesorios.

Muchos recelos y objeciones dimanan de un doble equvoco: el de confundir una norma jurdica interior al Estado con posibles vinculaciones jurdicas entre el Estado y la Iglesia, y el de pensar que la confesionalidad equivale, por su naturaleza, a la negacin o restriccin del derecho de libertad religiosa.

3

Volveremos ms adelante sobre estos equvocos. Ahora, antes de recordar en forma positiva la enseanza de la Iglesia, es necesario apartar del camino una interpretacin equivocada del Concilio Vaticano II. Hay quienes propalan que el Concilio, al defender la libertad religiosa, ha excluido la confesionalidad o, al menos, invirtiendo la posicin tradicional de la Iglesia, la mantiene slo como una hiptesis poco deseable. En favor de esta interpretacin se alegan a veces, adems de una teora de la sociedad que se pretende apoyar en el Concilio, el hecho de que ste no habla de la confesionalidad, mientras se ocupa detenidamente de la libertad religiosa; y aunque el Concilio toma en consideracin el caso de un reconocimiento civil especial que se puede otorgar a una comunidad religiosa, se subraya que lo hace con una locucin condicional y restrictiva: "Si, en atencin a peculiares circunstancias de los pueblos..." (DH. 6) [1), como si fuese una concesin excepcional, simplemente tolerada.

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Esa interpretacin es insostenible. Aunque el Concilio no hubiese tocado el tema de la confesionalidad, habra que aplicar la siguiente advertencia de Pablo VI: "Las enseanzas del Concilio no constituyen un sistema orgnico y completo de la doctrina catlica. Esta es ms vasta..., y el Concilio no la ha puesto en duda ni la ha modificado sustancialmente. Por lo contrario, la ha confirmado, ilustrado... No debemos separar las enseanzas del Concilio del patrimonio doctrinal de la Iglesia, sino ms bien ver cmo se insertan en l" (2).

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Pero el mismo Concilio ha precisado oficialmente sus intenciones. En efecto, se distinguieron en el Concilio dos cuestiones: primera, los deberes religiosos de la sociedad civil y del poder pblico en relacin con la Iglesia; segunda, los derechos civiles de la persona en materia religiosa. El Concilio, segn consta por las relaciones que precedieron a la votacin del texto, da por resuelta la cuestin primera, suficientemente explanada en la doctrina tradicional, y de modo sistemtico en los documentos pontificios de la edad moderna. El Concilio se propuso nicamente tratar la segunda cuestin, declarando el derecho a la libertad religiosa de modo que "las cosas nuevas, siempre coherentes con las antiguas", sean un desarrollo de la tradicin de la Iglesia (DH. 1) (3). Por eso, en lo tocante a los deberes religiosos de la sociedad civil (distintos del reconocimiento jurdico de la libertad) el Concilio se remite a la doctrina tradicional (DH. 1), y si evoca el caso de un reconocimiento civil especial (DH. 6), es para aplicar tambin a este supuesto la condicin de la libertad religiosa, como derecho comn a todos los ciudadanos. La locucin condicional supone una limitacin de facto, puesto que no en todos los pases existe el mencionado reconocimiento, pero no implica una restriccin de principio o un menor aprecio del caso. El Concilio no indica en este prrafo (DH. 6) si el caso es ms o menos deseable; para esta valoracin hay que atenerse a la doctrina tradicional, que acaba de reafirmar en DH. 1. V las relaciones con que se present a los Padres del Concilio el texto de la Declaracin DH. repiten ms de una vez expresamente que la libertad religiosa no se opone a la confesionalidad del Estado (4).

DOCTRINA DE LA IGLESIA

6

La doctrina de la Iglesia, reafirmada por el Concilio Vaticano II, incluye, adems de la proteccin de la libertad civil o inmunidad de coaccin en materia religiosa, unos deberes positivos religiosos que la sociedad civil, en cuanto tal, ha de cumplir. Se pueden resumir en dos grupos. Primero, en relacin directa con el "orden espiritual": al dar culto a Dios; b) favorecer la vida religiosa de los ciudadanos; al reconocer la presencia de Cristo en la historia y la misin de la Iglesia instituida por Cristo. Segundo: en relacin directa con el orden temporal, inspirar la legislacin y la accin de gobierno en la ley de Dios propuesta por la Iglesia. Estos deberes, cuando una sociedad civil los reconoce como principios fundamentales de su vida pblica, constituyen el ncleo esencial de la confesionalidad en su sentido pleno (5).

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Primero. Los deberes en relacin directa con el orden espiritual quedan reafirmados en la misma declaracin sobre la libertad religiosa: "Como la libertad religiosa que los hombres exigen para el cumplimiento de su obligacin de rendir culto a Dios se refiere a la inmunidad de coaccin en la sociedad civil, deja ntegra la doctrina tradicional catlica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religin y la nica Iglesia de Cristo" (DH. 1). Esa doctrina tradicional, que, segn declara el Concilio, subsiste ntegra sin mengua de la libertad religiosa, se ha formulado de modo reiterado y explcito en una serie de documentos de los Sumos Pontfices en los ciento veinticinco anos anteriores al Concilio: por ejemplo, Gregorio XVI ("Mirari vos"), Po IX ("Quanta cura", etc.), Len XIII ("Inmortale Dei", "Libertas", "Diuturnum", "Humanum genus", "Sapientiae christianae" etc., etc.), Po X ("Vehementer nos"), Po XI ("Urbi arcano", "Quas primas", etc.), Po XII (innumerables alocuciones relacionadas particularmente con la inspiracin cristiana de lo temporal). Y ntese que en estos documentos no se habla de cualquier "reconocimiento jurdico especial"; se habla de un deber moral del Estado, en nombre de la sociedad civil, de dar culto pblico a Dios y de reconocer la Religin de Cristo no solamente en cuanto lcita o til en lo social, sino en cuanto verdadera 16). Veamos algunas muestras de la doctrina de la Iglesia:

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I a) Culto a Dios. "La sociedad poltica... ha de cumplir, por medio del culto pblico, las muchas y relevantes obligaciones que la unen con Dios... No pueden las sociedades polticas obrar en conciencia como si Dios no existiese; ni volver la espalda a la religin, como si les fuese extraa; ni mirarla con esquivez ni desdn, como intil y embarazosa; ni, en fin, adoptar indiferentemente una religin cualquiera entre tantas otras; antes bien, y por lo contrario, tiene el Estado poltico la obligacin de admitir enteramente y profesar abiertamente aquella ley y prcticas de culto divino que el mismo Dios ha demostrado querer... Es obligacin grave de los prncipes honrar el santo nombre de Dios; as como favorecer con benevolencia y amparar con eficacia a la religin, ponindola bajo el escudo y vigilante autoridad de la ley... Deber este al que tambin vienen obligados los Gobiernos" [Len XIII) 17). "No se nieguen los gobernantes de las naciones a dar por s mismos y por el pueblo pblicas muestras de veneracin y de obediencia al imperio de Cristo... El deber de adorar pblicamente y obedecer a Jesucristo no slo obliga a los particulares, sino tambin a los magistrados y gobernantes" [Po XI] (8).

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I b) Favorecer la vida religiosa de los ciudadanos. Segn el Concilio, en conformidad con la tradicin de la iglesia, el deber de la sociedad civil en materia religiosa no se reduce a tutelar por igual el libre ejercicio de los derechos personales, sin inters especial por las convicciones religiosas. Sin duda, la "inmunidad de coaccin externa" debe garantizarse a todos, incluso a los que procedan de mala fe ("aquellos que no cumplen la obligacin de buscar la verdad y adherirse a ella"), "con tal de que se respete el justo orden pblico" (DH. 2). Pero el fomento o favor positivo, por parte del poder pblico, ha de servir no indiscriminadamente a todas las actitudes, religiosas o irreligiosas, sino precisamente a la vida religiosa, aunque sin pretender dirigirla (DH. 3). "El poder pblico debe crear condiciones propicias para el fomento de la vida religiosa, a fin de que los ciudadanos puedan realmente ejercer los derechos de la religin y cumplir los deberes de la misma, y la propia sociedad disfrute de los bienes de la justicia y de la paz que proviene de la fidelidad de los hombres a Dios y a su santa voluntad" (DH. 6).

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I c) Reconocimiento de Cristo y su Iglesia. Este postulado, tan de relieve en los documentos ya citados, subyace tambin a los textos del Concilio Vaticano II; pues la iglesia cree y, naturalmente, quiere que se reconozca "que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Seor y Maestro" (GS. 10) (9), y cuando reivindica su libertad ante el poder pblico lo hace no slo por el ttulo comn a cualquier grupo de hombres que viven comunitariamente su religin, sino "como autoridad espiritual constituida por Cristo Seor, a la que por divino mandato incumbe el deber de ir a todo el mundo y de predicar el Evangelio a toda creatura" (DH. 13).

La Iglesia puede tolerar situaciones legales o ambientes agnsticos en los que no se confiesa el seoro de Cristo. Ante la amenaza de polticas ateas que desprecian o atacan la presencia activa de los valores religiosos [GS. 20; LG. 36; DH. 6] (10), es lgico que la Iglesia procure garantizar en todas partes, al menos, su independencia, mediante la implantacin del principio de la libertad religiosa (DH. 13). Pero la Iglesia de ningn modo puede renunciar a que se extienda el reconocimiento de Cristo y de su propia misin divina, tanto en la vida privada como en la pblica. Y esto no por ambicin institucional ni en busca de privilegios, sino por amor a Cristo y para bien de los hombres. El que muchas iglesias locales no vivan en un primer plano esta preocupacin confesional no cambia el sentido de la doctrina y no justifica el descuido all donde aqulla pueda aplicarse, ni mucho menos la pretensin de erigir en norma suprema situaciones deficientes. Con el pretexto de acomodarse a las inciertas previsiones de un futuro secularizado, la Iglesia no puede fomentar el eclipse de Dios; ms bien se alegrar de que los pueblos y sus representantes no se avergencen de confesar a Cristo. Por algo el Papa, de modo especial en sus viajes por Italia, ha alabado no pocas veces la participacin oficial de las autoridades en el culto pblico.

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Segundo. Deber religioso de la sociedad civil en relacin directa con el orden temporal: inspirar la legislacin y la accin de gobierno en la ley de Dios, segn la propone la Iglesia. El Concilio Vaticano II insiste una y otra vez en que los ciudadanos creyentes han de instaurar el orden temporal "dirigidos por la luz del Evangelio y la mente de la Iglesia y movidos por la caridad cristiana". "Hay que instaurar el orden temporal de tal forma que, salvando ntegramente sus propias leyes, se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana" (AA. 7) (11).

Este deber afecta evidentemente a los ciudadanos en todos los grados de su participacin en la vida social. Adems de reconocer el mbito propio de la Iglesia en la vida del hombre (contra el intento de absorber a ste en el orden temporal, la inspiracin cristiana de dicho orden comprende dos factores: 1 el amor cristiano como espritu vivificante, que importa una concepcin del hombre y del sentido de su vida, condicionante profundo del orden social (12); 2 criterios para el contenido material de las normas. Estos criterios provienen, en gran medida, del Derecho o Ley Natural; pero hay que advertir que el reconocimiento de esta ley en su plenitud y universalidad se salvaguarda gracias al magisterio moral de la Iglesia Catlica; dado el relativismo y el agnosticismo reinantes, en la prctica el derecho natural acta como verdadera norma operativa slo donde se escucha la voz de la Iglesia, que lo proclama y lo interpreta autnticamente (13). Basta recordar, por ejemplo, la facilidad con que muchos niegan u olvidan el derecho a la vida de los no nacidos. De ah que aceptar el derecho natural equivale, de hecho, a acatar "la ley de Dios segn la doctrina de la Santa Iglesia Catlica", como dice un principio fundamental del ordenamiento jurdico de Espaa.

12

Tres observaciones son necesarias para entender en su verdadero sentido la subordinacin de la comunidad poltica a la ley de Dios segn la doctrina de la Iglesia:

a) Inspirar una ley o una solucin de orden temporal no es dar hecha ni la ley ni la solucin. La autonoma de la sociedad civil respecto a la Iglesia no es slo tcnica; tiene su propio contenido moral, que ciertos ambientes eclesisticos o de militantes apostlicos tienden a usurpar. Acatar la ley de Dios, conocida segn la doctrina de la Iglesia, no es someter la vida poltica a la jurisdiccin de la Iglesia. El posible juicio moral de sta en los casos de indiscutible oposicin a la ley de Dios no depende de que haya o no confesionalidad. Tal juicio es fcil cuando la doctrina de la Iglesia supone una forma determinada y nica de aplicacin, lo cual apenas sucede ms que con las prescripciones negativas de validez universal. Mas cuando se trata de elegir y justipreciar entre varias una forma que realice mejor "hic et nunc" los distintos valores que es necesario armonizar, o una que resulte factible con menos inconvenientes, el juicio no corresponde a la Iglesia; es funcin esencial de la autordad civil, a la que compete el orden de la prudencia poltica, y por ello tiene un valor moral propio. La autoridad de la Iglesia en ese campo slo podr recordar o proponer los objetivos morales a que debe tender la ordenacin social y exhortar a buscar frmulas aptas; su estimacin prudencial sobre la aptitud de las frmulas no condiciona de modo vinculante las decisiones de la autoridad civil.

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b) Aunque la ley y la accin de gobierno nunca deban favorecer lo inmoral y, por lo contrario, han de crear condiciones que favorezcan nicamente la vida moral, no es verdad que la ley jurdica deba impedir Y penar todo lo que se opone a la ley moral. Por eso, en ocasiones puede darse discrepancia legtima entre lo "lcito (o no ilcito) civil" y lo "lcito moral". Quien se inspira en la doctrina de la Iglesia sabe que hay un criterio catlico acerca de la tolerancia jurdica de lo no moral, que a veces, dentro de ciertos lmites, puede ser obligada para los gobernantes (14).

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c) Pero no todas las leyes civiles pueden ser permisivas. Un ordenamiento civil conforme a la ley de Dios exige leyes que impongan en la vida pblica obligaciones de acuerdo con el orden moral o impidan actuaciones contrarias al mismo. Es decir, leyes o accin de gobierno sometidas a una inspiracin superior, independiente del arbitrio de los gobernantes y de los ciudadanos. El poder pblico, adems de promover una accin positiva que favorezca el libre despliegue de la vida moral, tiene que tutelar con una coercin jurdica valores que afectan a la consistencia de la misma sociedad civil y a los derechos inalienables de personas e instituciones.

15

Es importantsimo subrayar el alcance que tiene el que la Iglesia pro ponga como obligatoria, sin distincin de pases, la inspiracin moral de las leyes y que no acepte en forma universal el principio de la tolerancia jurdica. Estamos en la lnea que conduce a la confesionalidad. Ntese que si se aplicase solamente el principio de libertad jurdica, la Iglesia propondra, s, a la conciencia de los hombres obligaciones morales; la Iglesia tendra que exigir que las leyes civiles no impidiesen el cumplimiento de esas obligaciones; pero debera considerar justo que las leyes permitiesen, igualmente, quedando a salvo la convivencia entre los ciudadanos, cualesquiera comportamientos disidentes. Ahora bien, he aqu algunos ejemplos de lo que pide la Iglesia ahora mismo a los gobernantes de todo el mundo:

Pablo VI: "Nos decimos a los gobernantes: no aceptis que se introduzcan legalmente en la familia prcticas contrarias a la ley natural y divina" (15). En los ltimos dos aos se han producido numerosas declaraciones de episcopados de distintos pases reprobando los intentos de legalizacin del aborto, intentos que apuntan como advierte un obispo de Africa del Sur a independizar las leyes de "una base tica o de moral cristiana". Se afirma que el Estado tiene el deber de garantizar la vida antes del nacimiento "en la legislacin y en la jurisprudencia" (Conferencia Episcopal Alemana). Se niega que el principio de tolerancia civil se pueda aplicar a este caso, ni siquiera como mal menor (Episcopado Italiano) (16). "Slo el hecho de existir una ley reguladora del aborto es moralmente ilcito", acaban de proclamar los obispos de Blgica. La Comisin Episcopal Francesa de la Familia llega a decir: "En materia de aborto, el papel de la legislacin no debe ser sino represivo." Y los obispos de Norteamrica no se conforman con gravar la conciencia de los catlicos, sino que juzgan que la ley que autoriza el aborto no debe existir (17).

Por este ejemplo y otros que se podran aadir (18), una cosa resulta muy clara. La Iglesia predica en todos los pueblos unos deberes morales relativos a la orientacin y contenido de las leyes. El Estado que los reconoce "in iure" es confesional! Parece difcil no admitir que la confesionalidad corresponde a los postulados de la Iglesia. Porque, adems, acaso el no reconocerlos suprime esos deberes?

16

Se ha escrito hace poco en Espaa que es deseable que la fe catlica inspire, de hecho, la legislacin del Estado, pero que esto no debera prometerse en las leyes 1191. Pero si esa inspiracin, de hecho, corresponde a un criterio y un propsito, como conviene, por qu no han de constar en la ley? Se prefiere una actuacin sin la garanta y la eficacia de la norma? No contradice esto a los postulados de un Estado de derecho? Y no requiere expresamente el Concilio Vaticano II que la vida poltica se encuadre en un orden jurdico conforme con el orden moral? (20) .

17

Prescindimos de analizar las condiciones "de facto" que exigen o permiten que un Estado, en nombre de la sociedad civil, sea confesional. La vocacin para ello contiene una referencia a la verdad moral y no consiste solamente en estados de opinin o en datos sociolgicos. Sin embargo, podemos aceptar que en la prctica la confesionalidad jurdica del Estado es viable y por lo mismo, recomendable o exigible, y en todo caso, legtima cuando la sustenta la confesionalidad de la mayora del pueblo.

En Espaa no slo se da ese soporte social, sino que, adems, el principio legal de confesionalidad ha sido aprobado dos veces por referndum popular en el transcurso de veinte aos, antes y despus de la declaracin conciliar sobre libertad religiosa. Los principios constitucionales en esta materia son ptimos, plenamente de acuerdo con la enseanza y el espritu de la Iglesia [21]. No se ve razn para que sta se interese en revisarlos. El inters debera concentrarse en su aplicacin vital, segn el deseo que, en la hora de la confesin sangrienta, los obispos sobrevivientes en Espaa comunicaron a los obispos catlicos de todo el mundo: "quiera Dios ser en Espaa el primer bien servido, condicin esencial para que la nacin sea verdaderamente bien servida" (22).

18

Conviene insistir en una idea. Los deberes religiosos y morales de la confesionalidad no comportan una inclusin mutua de la Iglesia y el Estado ni una interdependencia institucional. La confesionalidad es un compromiso interno de la sociedad civil, proyeccin de la dimensin religiosa de la misma con valor permanente. Problema distinto y separable es el de las frmulas jurdicas que regulen la relacin entre el Estado y la Iglesia y que por su carcter instrumental pueden variar. Pueden incluso no existir en forma bilateral, siempre que no se destruya la debida relacin y cooperacin; aunque es evidente la conveniencia de una regulacin concertada en las llamadas materias mixtas, que por mucho que se rehuya el nombre estn ah como realidad inesquivable. En todo caso, la autonoma y la independencia moralmente legtimas de la comunidad poltica y de la Iglesia, "cada una en su terreno" [GS. 76], no es ni tiene por qu ser menor en un Estado confesional que en un Estado no confesional (23). Cumplir las propias obligaciones en relacin con los dems no es perder autonoma, sino servir a la misin que justifica la propia existencia.

EQUIVOCOS Y OBJECIONES

19

La fuerza y el verdadero sentido de lo que queda expuesto sobre la confesionalidad aparecern ms ntidos si revisamos, aunque de modo esquemtico, ciertos equvocos u objeciones que propagan algunos catlicos. Podemos referirlos a tres fuentes: 1 Supuesta incapacidad del Estado para emitir juicios de valor; 2 supuesta incompatibilidad del Estado confesional con la libertad civil y religiosa de los ciudadanos; 3 pretendidas dificultades contra la independencia entre la Iglesia y el Estado.

20

1. Supuesta incapacidad del Estado para emitir juicios de valor.

1 a) El Estado, ente jurdico, no es sujeto capaz de deberes religiosos.

Respuesta. Los documentos de la Iglesia ya citados se los atribuyen. Son las personas que ejercen las funciones del Estado las que asumen ese deber moral, como tantos otros. (Vase, por ejemplo, el texto de Quas primas reproducido en el nmero 8.)

21

1 b) El Concilio Vaticano II (DH. 6) reduce la posible confesionalidad a un "reconocimiento especial" por motivos histrico sociolgicos, como se puede otorgar a cualquier religin; excluye el "juicio de valor sobre la verdad de la religin catlica" (24).

Respuesta. DH. 6 alude genricamente a cualquier clase de "reconocimiento especial" en relacin con el tema que est desarrollando, el de la libertad, que se ha de salvaguardar en todo caso. No excluye la confesin de la verdad; al contrario, DH. 1 reafirma la "doctrina tradicional catlica", que deja "integra", acerca del "deber moral de las sociedades para con la verdadera religin y la nica Iglesia de "Cristo". Cfr. DH. 13 (ver en los nmeros 7 8, "supra", los documentos de esa doctrina que atribuyen tal deber moral al Estado). Cabe un reconocimiento Sin profesin de fe. Pero si sta se da, de acuerdo con la mayora del pueblo, por qu degradarla?

22

1 c) El "juicio de valor" en lo religioso pertenece a la Iglesia. El

Respuesta. A la Iglesia pertenece el juicio autoritativo. Pero hay tambin un juicio, no autoritativo, implicado en la confesin de fe: es el acto de fe, profesada, no impuesta. Tambin los creyentes que representan a la sociedad civil pueden y deben emitir ese juicio. El Estado no impone las concepciones ltimas, pero se inspira en ellas. Los juicios de valor del Estado son ineludibles: ante la Revelacin, como acto de fe o reconocimiento de la existencia de tal acto en la sociedad y aprecio de su fecundidad para la convivencia; ante la ley natural son juicios que subyacen esencialmente al ejercicio de la responsabilidad social. [Ver lo que se dice ms adelante, nmero 27, de la trascendencia de la autoridad social por encima de las "opiniones".)

23

2. Supuesta incompatibilidad con la libertad civil y religiosa de los

ciudadanos.

2 a) Se ha dicho, glosando el reciente documento "la Iglesia y la comunidad poltica", que la confesionalidad es algo que compete al Estado y que a la Iglesia slo le interesa la libertad religiosa. Respuesta . Confesionalidad y libertad interesan por igual a la Iglesia

y al Estada Sobre ambas la Iglesia propone exigencias morales: el Estado decide en ambas la ordenacin jurdica.

24

2 b) Hemos visto (nmero 5) que el Concilio Vaticano II no ensea que sean incompatibles la confesionalidad y la libertad. Acaso esta incompatibilidad brota de la naturaleza misma de la libertad religiosa?

Respuesta. Ciertamente, no. Porque la libertad religiosa exige la no coaccin externa para todos, pero, al mismo tiempo, importa favorecer la vida religiosa (no la vida irreligiosa!); y la misma inmunidad de coaccin tiene lmites (en defensa de los derechos de todos, de la convivencia pacfica y de la moralidad esencial a la vida pblica, DH. 7), que requieren restringir ciertas intervenciones de la libertad personal en la vida pblica y, por tanto, ejercer la funcin coercitiva del Estado (26). Por lo dems, la libertad cvica, en general, no excluye los criterios positivos por los que la sociedad debe regirse, aunque algunos disientan.

25

2 c) La inspiracin cristiana de la legislacin va contra la libertad, porque la ley del Estado debe permitir el curso de los derechos y aun de los deseos de todos, "sin descuidar la minora ms insignificante" (27). Por tanto, los valores morales predicados por la Iglesia no deberan determinar el orden jurdico civil cuando ello suponga una traba para concepciones diversas de cualquier minora. Es decir: la Iglesia debera reconocer que es moral que la legislacin sea permisiva para todos, aunque enjuicie y repruebe como inmorales algunos de los comportamientos permitidos por la ley (v.gr. el aborto) y se reserve la libertad de declararlo as.

Respuesta. Ya hablamos en los nmeros 13 14 de los lmites de la tolerancia jurdica de lo inmoral. Ciertamente, la doctrina de la Iglesia no acepta que sea moral una legislacin indiscriminadamente permisiva; no acepta la suficiencia del principio de libertad civil. En caso contrario, como hay minoras para todos los gustos, la Iglesia debera aceptar ms an, debera recomendar para el orden jurdico que las leyes civiles no impidan, sino que hagan lcita, a quien quisiere, la prctica de la propaganda y el uso de anticonceptivos, el aborto, la eutanasia, el divorcio, la comunidad homosexual, etc., etc. (28).

26

Se comprende fcilmente que la supuesta oposicin entre confesionalidad y libertad recibe su sentido en la perspectiva de un liberalismo agnstico que niegue al Estado todo juicio de valor o no le tolere ms norma o motivacin de orden superior que la de representar y canalizar todas las "opiniones" de la sociedad 129). Pero una sociedad permisiva llevada a sus extremos lgicos Icmo se justificaran las excepciones?) es inviable y suicida. La experiencia nos ensea que es engaosa: pues la disociacin entre libertad civil y norma moral se traduce, de hecho, en que algunos se interfieren abusivamente en los derechos de los dems; y es insincera, pues ciertas apelaciones a la libertad, que en su rostro exhiben determinados "derechos" ciudadanos [referentes a la autonoma del que habla y a su proyeccin en la vida pblica], llevan en la entraa el desprecio de derechos fundamentales, por ejemplo el de los no ciudadanos (personas no nacidas) o el derecho de todos los dems ciudadanos a vivir en un ambiente social que no est privado de los estmulos para la verdad y el bien, o los derechos educativos de las familias (30).

27

Resulta claro que lo que est en juego en algunas objeciones contra la inspiracin cristiana de las leyes es el concepto catlico de la sociedad poltica en cuanto se diferencia del concepto liberal. Segn la doctrina catlica (demasiado olvidada por algunos escritores), el gobernante no representa slo a los ciudadanos. Sin duda, caben mltiples modos de formular de acuerdo con el sentir de los ciudadanos (as normas de vida pblica; pero en su raz, lo mismo que los criterios fundamentales, la autoridad es representante de Dios y de su Ley (31). Las exigencias de esta representacin son inesquivables, aunque varen mucho las frmulas prcticas a tenor de las circunstancias: en ningn caso se cumplen slo con dejarse llevar, sin juicios de valor, por las multiformes corrientes de opinin! La simple apelacin al pluralismo y a la libertad no es criterio suficiente para orientar la vida poltica de acuerdo con la doctrina de la Iglesia. Hay otras normas sustantivas.

Por su misma naturaleza invariable, la vida social tiene que ordenarse segn juicios de valor. Cuando stos no concuerdan en la opinin de todos los ciudadanos necesariamente se establecen algunas preferencias. De ah que podamos decir con todo realismo que todos los Estados del mundo son confesionales, por cuanto se inspiran publquenlo o no en la supremaca de un sistema de valores, y nunca en el principio de libertad como autosuficiente. El verdadero problema es si ese sistema de valores corresponde al orden moral objetivo, que la Iglesia defiende.

2 d) Basta que el Estado siga el derecho natural?

Respuesta. Pero esto ya excede el liberalismo permisivo y supone un principio confesional, pues implica un juicio de valor que ha de inspirar a la autoridad, aunque haya ciudadanos que se nieguen a admitir tal derecho natural. Como dijimos antes, la confesionalidad catlica es la aplicacin Plena de la confesionalidad radical inherente a la sociedad.

Tambin hemos sealado que en la prctica dado el relativismo Y agnosticismo reinantes el derecho natural acta como norma operativa donde se escucha la voz de la Iglesia, que lo proclama y lo interpreta autnticamente .

3. Pretendidas dificultades contra la independencia entre la Iglesia y el Estado.

3 a) Ya vimos en los nmeros 12 y 18 que esta objecin confunde las exigencias religiosas y morales de la confesionalidad con la relacin jurdica entre la Iglesia y el Estado y sus formas variables. La autonoma propia de ambas instituciones no debe ser menor en un Estado confesional que en un Estado no confesional.

3 b) Se ha expresado el temor de que el propsito de inspirar la legislacin en la doctrina cristiana sea entendido "como si la legislacin realizara plenamente los principios de la doctrina social de la Iglesia" (33).

Respuesta. El propsito de inspirar la conducta en los mandamientos o en las bienaventuranzas no equivale, en ningn fiel, a afirmar que la conducta es perfecta. Habr que fomentar siempre la humilde responsabilidad ante los defectos. Mas los defectos no justifican la renuncia al propsito. Porque no hay alternativa: acaso no enunciar el propsito permite desinteresarse de la norma? Sera mejor intentar aplicarla sin enunciar el propsito? (cfr. nm. 16).

3 c) Se acumulan inconvenientes, tanto si el propsito se cumple como si no se cumple. Si se cumple, porque hay dificultad en acomodar toda la legislacin a la doctrina de la Iglesia (34).

Respuesta. Otra vez hay que preguntar cul sera la alternativa: dejar de intentarlo? Si la dificultad se refiere a estados de opinin pluralistas que hagan prudente una poltica de tolerancia, eso dentro de sus lmites est previsto por la doctrina social catlica; lo mismo que las exigencias de gradualidad, experimentacin, etc. en la realizacin de los fines.

3 d) Se dice que la dificultad est en acomodar la legislacin a la doctrina catlica "con todo el dinamismo que ella encierra" (35).

Respuesta. Suponemos que ese "dinamismo" se refiere a los desarrollos de la doctrina permanente y a las variaciones en su aplicacin que los cambios de circunstancias exigen para que aqulla sea realmente efectiva. Ser imprescindible distinguir el "dinamismo" en la fase opinativa y la fructificacin del dinamismo en doctrina oficial. Slo sta es criterio inspirador del Estado, sin olvidar, por otra parte, que no es lo mismo "inspirar" que "determinar" o "dictar" las normas. En la fase del dinamismo de las opiniones stas influirn, naturalmente, a travs de la participacin poltica de los ciudadanos que las sustenten; pero no se pueden imponer como criterio oficial.

En cuanto al criterio oficial, no estar de ms advertir todava que se trata del acatamiento a la "ley de Dios". Hay consejos, exhortaciones, etc. (del Papa o los obispos) que se ordenan, s, a levantar el nimo hacia la ley de Dios, pero no se proponen en si mismos como ley de Dios. Se han de considerar con respetuosa atencin y deseo de aprovechar, no como una norma. Un Estado no tiene por qu sentirse obligado, en virtud de su ley confesional a aplicar toda clase de sugerencias, deseos, etc. de la jerarqua; si bien un espritu de cordial cooperacin, si la hay por ambas partes, lograr que no queden sin fruto.

3 e) Se objeta tambin como dificultad que, aun en el caso de cumplir el compromiso de inspirarse en la ley de Dios, las leyes civiles tendran que optar por un modo concreto de aplicar la doctrina catlica, del que otros discreparn 136).

Respuesta. Qu se pretende decir al sealar como inconveniente algo que est en la entraa de la vida social? Segn recuerda el Concilio Vaticano II, decidir entre distintas o la razn de ser de la autoridad (37).

3 f) La Jerarqua se hara rgano decisorio intraestatal sobre la constitucionalidad de las leyes (38).

Respuesta. Vimos en el nmero 12 que no. Las exigencias religiosas y morales son internas a la sociedad civil. Acatar la autoridad de Dios, conocida segn la doctrina de la Iglesia, no es someter la vida poltica a la jurisdiccin de la Iglesia. El posible juicio moral de la Iglesia en los casos de indiscutible oposicin a la ley de Dios no depende de que haya o no confesionalidad. Sera tenido en cuenta por los rganos del Estado como un dato para su decisin poltica. Pero, en general, una cosa son los criterios fundamentales, otra las decisiones en el amplio campo de la prudencia poltica, donde para la eleccin de programas, medios, etc., la sociedad civil goza de autonoma moral respecto a la autoridad de la Iglesia. Y por ello la Iglesia no es responsable de las decisiones polticas, aunque se hayan tomado bajo la inspiracin de su doctrina (39).

CONCLUSIONES

La Iglesia, al declarar el derecho a la libertad civil en lo religioso, reafirma al mismo tiempo su doctrina tradicional sobre los deberes religiosos de la sociedad civil y el poder pblico hacia la Iglesia de Cristo.

Estos deberes (cuya profesin constituye la confesionalidad) comprenden: dar culto a Dios, favorecer la vida religiosa de los ciudadanos sin dejar de proteger la inmunidad de coaccin externa para todos, reconocer a Cristo y la institucin divina de la Iglesia, acatar en la legislacin y la accin de gobierno la ley de Dios segn la doctrina de la Iglesia.

La confesionalidad, en el sentido pleno deseado por la Iglesia, implica un acto de fe. y el juicio de valor acerca de la verdad que esto supone no slo no es imposible o indebido, sino que lo requiere expresamente los documentos de la Iglesia.

El Concilio Vaticano II urge con especial intensidad a los ciudadanos creyentes a instaurar el orden temporal segn normas jurdicas, de tal modo que, salvando sus leyes propias, se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana.

Aunque los criterios de ordenacin de la sociedad civil provienen en gran medida de la ley natural, sta no se conoce o no acta con plenitud y de modo universal sino mediante la enseanza de la Iglesia.

La inspiracin catlica de la legislacin

a) deja a salvo la autonoma moral y jurdica de la sociedad civil, dentro de su mbito propio, para las determinaciones de la prudencia poltica; la confesionalidad es un compromiso interno de la sociedad civil y no importa ninguna interdependencia institucional entre Iglesia y Estado; es anterior a las frmulas jurdicas (si existen, ya sean unilaterales o bilaterales) que pueden regular las relaciones entre el Estado y la Iglesia; la independencia entre ambos no tiene que ser menor en un Estado confesional que en un Estado no confesional;

b) reconoce un espacio legtimo de tolerancia jurdica para conductas no conformes a la moral;

c) pero exige que las leyes y la accin de gobierno promuevan y tutelen jurdicamente ciertos valores.

Ahora bien, este deber moral lo propone la Iglesia a todos los Estados, sean o no confesionales. Por eso los Estados que, como Espaa, pueden socialmente reconocer, y reconocen, ese deber, corresponden a los postulados indeclinables de la Iglesia.

Confesionalidad y libertad interesan ambas a la Iglesia. La decisin y la ordenacin jurdica en ambas competen al Estado.

La exclusin de la confesionalidad en nombre de la libertad o de la independencia slo se entiende en el supuesto de un liberalismo agnstico, que suprima en la vida pblica toda motivacin trascendente a la mera permisin de la pluralidad cambiante de opiniones; supuesto contrario a la doctrina catlica sobre la sociedad poltica y el origen y el valor de la autoridad, segn la cual la sociedad no pueden ordenarse solamente segn opiniones, sino segn la ley de Dios.

Por lo dems,las objeciones contra la confesionalidad valen igual contra cualquier sociedad que se ordene segn juicios de valor por encima de opiniones disidentes. Pero una sociedad sin tales juicios es imposible. De hecho, todos los Estados del mundo pueden decirse confesionales, por cuanto se inspiran en la primaca y preferencia de algn sistema de valores. Por tanto, la confesionalidad catlica es la perfeccin de una exigencia natural.

Recapitulando. Las objeciones de principio contra la confesionalidad nacen, o bien de la suposicin errnea de que ha cambiado sustancialmente la doctrina de la Iglesia, o bien de un doble equvoco: el confundir un principio jurdico interior al Estado con las posibles vinculaciones jurdicas entre el Estado y la Iglesia, y el confundir la libertad religiosa con un concepto agnstico e indiscriminadamente permisivo de la libertad civil.

Las objeciones tomadas de inconvenientes prcticos pueden reflejar un deseo de aplicaciones ms perfectas, pero en un pueblo como Espaa nada significan contra el principio de confesionalidad. Esto se hace patente en dos hechos: 1, que las objeciones no dejan alternativa, es decir, los problemas aducidos no se resuelven con suprimir la confesionalidad, pues subsistiran aunque no se reconociesen los deberes morales que la Iglesia ha de predicar en relacin con las leyes y la actividad del Estado; 2, que, de facto, la Iglesia la espaola y la universal no renuncia a reclamar leyes y actuaciones del Estado que exceden el principio de libertad y slo se justifican por el principio de confesionalidad.

NOTAS

(1) DH: Declaracin Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa.

(2) Alocucin del 12 de enero de 1966.

(3) Es notorio, por otra parte, que a la vista de la situacin mundial en el tiempo del Concilio, lo que se estimaba ms urgente entre las preocupaciones de la Iglesia no era la carencia de religiosidad positiva de los Estados, sino la carencia de libertad en muchos pases, donde .se pretende construir la sociedad prescindiendo en absoluto de la religin y se ataca y elimina la libertad religiosa de los ciudadanos" (Lumen gentium, 36). A la Iglesia le urga ante todo garantizar la independencia necesaria para cumplir su misin en todo el mundo [DH, 13].

(4) Por eso, cuando en el curso de la declaracin DH se insiste en las exigencias de la libertad el tema del documento , no es lcito sacarlas del marco general de la doctrina catlica, que la misma declaracin invoca al comienzo una vez por todas.

(5) Hay reconocimientos civiles de una religin que pueden estar inspirados en motivos parciales o sin profesin de fe. Ntese al paso que no discutimos aqu si la denominacin "Estado confesional, es o no la ms adecuada. En los documentos eclesisticos apenas se usa este trmino. Nos interesa la sustancia del asunto.

(6) A pesar de la claridad de DH. 1, hubo quienes insinuaron que entre las sociedades cuyos deberes religiosos se afirman no se cuenta la sociedad civil, sino ms bien las asociaciones religiosas. Los documentos excluyen ese conato de interpretacin liberal. La misma relacin que present el sentido de la DH advirti que no se propugna un estado de viejo tipo liberal, arreligioso o indiferente; que la sociedad en cuanto tal puede honrar a Dios por actos pblicos en cumplimiento de su deber religioso.

(7) Inmortale Dei, sobre la constitucin cristiana de los Estados, nms. 11, 12 y 13.

Este documento es aducido por el Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 36.

(8) Quas primas, nm. 116, 33.

(9) GS: Gaudium et spes, constitucin sobre la Iglesia en el mundo de hoy.

(10) LG: Lumen gentium, constitucin dogmtica sobre la Iglesia.

(11) AA: Apostolicam actuositatem, decreto sobre apostolado seglar. "Ninguna actividad humana, ni siquiera en el dominio temporal, puede sustraerse al imperio de Dios", por eso los fieles "en cualquier asunto temporal deben guiarse por la conciencia cristiana, (LG. 36). "Plugo a Dios unificar todas las cosas, tanto naturales como sobrenaturales, en Cristo Jess" (AA. 7). "El seglar, que es al mismo tiempo fiel y ciudadano, debe guiarse, en uno y otro orden, siempre y solamente por su conciencia cristiana" (AA. 5). "los laicos han de esforzarse por sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado. (LG. 36).

LG. 36 recuerda los deberes religiosos de la ciudad terrestre: "se rige por principios propios", pero no debe construirse prescindiendo de la religin. Y cita: Len XIII, Inmortale Dei, Sapientiae christianae; Po XII, Alla vostra filiale, 1958 ("la legitima sana laicit dello Stato").

Por tanto, necesita una explicacin lo que escribe Olegario Gonzlez de Cardedal, rechazando al Estado confesional y el secularismo: "Es necesario crear un espacio de existencia pblica dejando la posibilidad real a la poltica de ser poltica, a la tica de ser tica y a la religin de ser religin" ("Vida Nueva", nm. 874, 17 111 1973, p. 29).

(12) Tratando de la construccin de la sociedad, Pablo VI ha insistido recientemente en la necesidad de una recta concepcin del hombre: "es necesario saber de qu hombre se trata"; la accin poltica ha de tener en cuenta la plenitud de la vocacin humana; por eso el cristiano en la accin poltica no puede adherirse sin contradiccin a sistemas ideolgicos que se oponen radicalmente o en los puntos sustanciales a la fe y a su concepcin del hombre. Cfr. Octogesima adveniens, 25, 26, 38, 39, 40.

Los textos polticos espaoles hablan del hombre "portador de valores eternos".

(13) La Iglesia interpreta el derecho natural en conformidad con el espritu de la Revelacin, aunque sta no lo proponga expresamente. As es como expone el Concilio Vaticano II el mismo derecho a la libertad religiosa. Reconoce que "la Revelacin no afirma expresamente el derecho a la inmunidad de coaccin externa en materia religiosa"; lo presenta como fruto de una percepcin ms amplia de las exigencias de la dignidad de la persona, descubiertas por la razn humana a travs de una maduracin de siglos bajo el influjo del espritu evanglico, y como proyeccin de la doctrina constante sobre la libertad del acto de fe [DH. 9 12].

(14) El criterio catlico para los problemas de tolerancia jurdica de lo no moral, especialmente los derivados de la posible insercin de Estados de distintas confesiones en una comunidad de Estados, lo explic Po XII a los jurisconsultos catlicos en 1953 (Ci riesce, nm. 7 10).

(15) Humanae vitae, 23.

(16) El mismo Episcopado, destacando la funcin educativa de la ley, seala que .cualquier concesin al aborto tendra graves repercusiones negativas sobre las costumbres, ya demasiado deterioradas, y fatalmente reforzaran actitudes de egosmo y de explotacin".

(17) Un profesor eclesistico recomendaba hace poco la disociacin entre las normas legales y las exigencias morales de la Iglesia, como un medio para la coexistencia pacfica del Estado y la Iglesia; sta se reservara la libertad de enjuiciar moralmente e incluso castigar cannicamente los comportamientos de los catlicos (cfr. "Ya", 27 1 73).

(18) Ver lo que reclama la Iglesia en materia de matrimonio (por ejemplo, Casti Connubii, 4, 49] y de enseanza religiosa. Ver las posibles implicaciones religiosas en los motivos de "orden pblico, [DH. 7] que limitan la libertad religiosa.

Segn Pablo VI, los poderes pblicos deben evitar en los medios de comunicacin social "la difusin de cuanto menoscabe el patrimonio comn de valores, sobre el cual se funda 'el ordenado progreso civil, (Oct. Adv., 20).

(19) Editorial de "Ya", 24 1 1973, donde se atribuye tal deseo a los obispos espaoles.

(20) "El ejercicio de la autoridad poltica... debe realizarse siempre dentro de los lmites del orden moral... segn el orden jurdico legtimamente establecido o por establecer. Es entonces cuando los ciudadanos estn obligados en conciencia a obedecer" (GS. 74]. Cfr. GS. 75; DH. 7.

(21) Principios del Movimiento Nacional, II; Ley de Sucesin, art. 1; Fuero de los Espaoles, art. 6 (la acomodacin de este artculo a la doctrina sobre libertad religiosa se hizo con aprobacin de la Santa Sede y dictamen favorable del Episcopado espaol).

(22) Carta colectiva del Episcopado espaol, 1937.

(23) Tan distintos son los temas de la confesionalidad y de las posibles vinculaciones jurdicas entre Iglesia y Estado que, por ejemplo, la intervencin del Estado en la designacin de Obispos se da en pases no confesionales y con separacin; y para algunas dicesis esa intervencin es ms decisiva que en Espaa.

(24) As, el proyecto de declaracin episcopal aprobado por la Asamblea Plenaria del Episcopado espaol en diciembre de 1972, segn el texto publicado por la revista "Indice".

(25) Cfr. Octogesima adveniens, 25.

(26) Aunque los criterios para limitar la libertad religiosa no sean directamente religiosos, sino lo que llama el Concilio "orden pblico", ste puede implicar factores de inspiracin religiosa. Si, por ejemplo, un miembro de una secta bblica no acepta la transfusin de sangre, no se le coaccionar, pero si se impedir que dae a los dems; y el empleo de la transfusin, legalmente fomentado, puede justificarse no slo por un consenso mayoritario, sino por razones que pueden estar teidas de consideraciones religiosas.

(27) Comentario al documento "La Iglesia y la comunidad poltica", editorial de "Ya", 24 1 1973.

(28) Se ha escrito con razn que un criterio de mera libertad religiosa exigira en Espaa otras aplicaciones revolucionarias, que la Iglesia no querra, en materia de enseanza religiosa, de subvencin econmica, de reconocimiento internacional de la Santa Sede en relacin con el reconocimiento de las centrales supranacionales de otras confesiones religiosas o ideolgicas, etc. [ver "Iglesia Mundo", nm. 44, 15 11 1973, p. 26).

(29) Corren por ah interpretaciones de la libertad religiosa inspiradas en ese liberalismo agnstico: filosofa subyacente en algunos autores durante la elaboracin de los primeros esquemas sobre libertad religiosa en el Concilio, pero rechazada por ste, por incompatible con la doctrina catlica.

(30) La egolatra de algunos los lleva a olvidar algo tan elemental como que la existencia de los nios es un factor esencial de la sociedad y condiciona estructuralmente su ordenacin y el ejercicio de la libertad de los mayores.

(31) Numerosos documentos de la Iglesia exponen la doctrina catlica sobre la autoridad, segn la cual el derecho y las condiciones de mandar se derivan de Dios, no del pueblo, aunque sea ste quien designe las personas que lo han de ejercer, y la norma es la ley de Dios, que no se identifica necesariamente con las opiniones. Cfr. Len XIII, Diuturnum, 5 12; Humanum genus, 18, 22, 26; Inmortale Dei, 4 7, 24, 31, 32, 38; Libertas, 10; Po XI, Quas primas, 18; Concilio Vaticano II, GS. 74.

(32) Al oponer confesionalidad y libertad, se acenta no slo el respeto a la autonoma de los dems, sino tambin la pureza en la fe del cristiano. Pero subyace aqu otra incongruencia. Pues, por un lado se recurre continuamente al tpico de que las estructuras sociales, jurdicas y econmicas condicionan de un modo determinante y prioritario la vida espiritual y personal; y de otro, al mismo tiempo, se desprecia la importancia de la ordenacin jurdica para la vida religiosa del pueblo, postulando un vivir cristiano fundado nicamente en decisiones personalsimas en medio de los pluralismos ms disgregadores; se descalifica la religiosidad de un pueblo que la vive a favor de un ambiente social.

(33) Proyecto de documento episcopal citado en la nota 24.

(34) Documento "La Iglesia y la comunidad poltica", publicado con el voto de 59 obispos espaoles, enero 1973.

(35) Documento citado.

(36) Documento citado.

(37) "A fin de que por la pluralidad de pareceres no perezca la comunidad poltica, es indispensable una autoridad que dirija la accin de todos hacia el bien comn" [GS. 74].

Lo que s es oportuno es el aviso que daba hace aos el Episcopado espaol, recogiendo la grave admonicin del Concilio [GS. 43] "dirigida a los que, guiados por la inspiracin cristiana, se afanan noblemente en abrir con generosidad caminos que lleven a la mayor perfeccin en las cosas humanas. No canonicen sus soluciones preferidas ni condenen ligeramente en nombre del Evangelio las ajenas... Empleen en sus discusiones datos y razones tcnicas, de orden poltico, social, econmico o histrico; no se propasen precipitadamente a reivindicar en exclusiva a su favor la autoridad de la Iglesia o del Concilio. Ni los ciudadanos ni los gobernantes, aun profesndose catlicos e intentando realizar fielmente el ideal de la doctrina de la Iglesia, propongan sus ideas, realizaciones o programas como las nicas que corresponden a las exigencias del Evangelio" (Instruccin "La Iglesia y el orden temporal a la luz del Concilio Vaticano II", 1966.)

(38) Olegario Gonzlez de Cardedal, en .Vida Nueva", nm. 874, 17 111 1973, p. 28. "Es la autonoma en la accin temporal de los ciudadanos y la libertad de los creyentes lo que est en juego" (bid., p. 29).

(39) "El hecho de que el Estado procure que sus leyes se inspiren en la doctrina de la Iglesia no significa en modo alguno que por ello la Iglesia o su Jerarqua queden implicadas en la valoracin de las mismas". (Documento "La Iglesia y la comunidad poltica", nm. 56.) Sin embargo, el mismo documento dice poco antes que en caso de no cumplir el Estado su compromiso constitucional, comprometera a la Jerarqua de la Iglesia. Se refiere acaso al desprestigio que los fallos de los fieles pueden causar en la opinin? Y cul es la alternativa? Desprenderse de los posibles pecadores? Sera radicalmente antieclesial; y ningn miembro de la Jerarqua se atrevera a contarse entre los "puros".