la conjuracion de catilina- cayo salustio crispo.pdf

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    PRLOGO

    Mi intento en esta traduccin es que puedan los

    espaoles, sin el socorro de la lengua latina, leer yentender sin tropiezo las obras de Cayo SalustioCrispo. Su hermosura, su gracia y perfeccin han

    dado en todos tiempos que admirar a los sabios, loscuales a una voz le han declarado por el prncipe de

    los historiadores romanos. Ninguno de ellos es tangrave y sublime en las sentencias: tan noble, tan nu-meroso, tan breve y, al mismo tiempo, tan claro enla expresin. En l tienen las palabras todo el vigor

    y fuerza que se les puede dar, y en su boca parece

    que significan ms que en la de otros escritores: tanjusta es la colocacin y tan propio el uso que hacede ellas. Aun por esto, son casi inimitables sus

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    primores, y no es menos difcil conservarlos en una

    traduccin. Pero si en algn idioma puede hacerse,es en el espaol. A la verdad nuestra lengua, por sugravedad y nervio, es capaz de explicar con decoro yenerga los ms grandes pensamientos. Es rica,

    armoniosa y dulce; se acomoda sin violencia al girode frases y palabras de la latina; admite su brevedad

    y concisin, y se acerca ms a ella que otra alguna delas vulgares. Bien conocieron esto los sabiosextranjeros que juzgaron desapasionadamente; y aun

    hubo entre ellos quien la vindic de ciertahinchazn y fasto, que algunos le han querido

    injustamente atribuir. Por otra parte, los geniosespaoles aman de suyo lo sublime y no secontentan con la mediana, y as nuestros escritores

    de mayor crdito se propusieron imitar a Salustio,con preferencia a Csar, Nepote, Livio y dems

    historiadores latinos; como se echa de ver en donDiego de Mendoza, Juan de Mariana, don CarlosColoma, don Antonio Sols y otros. Pedro Chacn yJernimo Zurita le ilustraron con eruditas notas. Y

    cuando todava los griegos no haban renovado en

    el Occidente el buen gusto de la literatura, ya entrenosotros Vasco de Guzmn, a ruego del clebreFernn Prez de Guzmn, seor de Batres, haba

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    hecho la traduccin espaola de este autor, que se

    halla manuscrita en la Real Biblioteca de ElEscorial, obra verdaderamente grande para aquellostiempos y de que no tuvo noticia don NicolsAntonio. De ella desciende la que en el ao 1529

    public el maestro Francisco Vidal y Noya, el cual,especialmente en el Jugurta, apenas hizo otra cosa

    que copiar a este autor, aunque no le nombra. Otrahizo Manuel Sueiro, que se imprimi en Amberesen el ao 1615. Y es bien de notar la estimacin con

    que se recibieron en Espaa estas traducciones,pues la del maestro Vidal y Noya, o bien se llame de

    Vasco de Guzmn, se imprimi tres veces en pocoms de treinta aos. La desgracia es que ninguna deellas se hiciese en el tiempo en que floreci ms

    nuestra literatura y en que, por la misma razn, secultiv tambin la lengua con mayor cuidado.

    Realmente todas desmerecen cotejadas con eloriginal y distan mucho de aquel decir nervioso ypreciso que caracteriza al autor. Esto me ha movidoa emprender de nuevo el mismo trabajo, y a

    experimentar si podra hacerse una traduccin ms

    digna de la lengua espaola y que se acercase ms ala grandeza del escritor romano. Para ello, en cuantoal estilo y frases, me he propuesto seguir las huellas

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    de nuestros escritores del siglo xvi, reconocidos

    generalmente por maestros de la lengua; y evitar conla atencin posible las expresiones y vocablos deotros idiomas, que muchos usan sin necesidad, nodebiendo esto hacerse sino cuando en espaol no se

    halla su equivalente, o no puede explicarse conpropiedad y energa lo que se intenta declarar. Tal

    vez porque huyo este escollo, habr quien diga quedoy en el opuesto, y que en mi traduccin usoafectadamente de alguna voz espaola ya anticuada.

    Si se creyese afectacin, la misma notaron muchosen Salustio respecto de las voces latinas. Y ojal que

    con esto abriera yo camino a nuestros escritores,amantes de la riqueza y propiedad de su lengua, paraque hiciesen lo mismo y poco a poco le restituyesen

    aquella su nobleza y majestad que tuvo en susmejores tiempos. No puede verse sin dolor que se

    dejen cada da de usar en Espaa muchas palabraspropias, enrgicas, sonoras y de una gravedad in-imitable, y que se admitan en su lugar otras, que nipor su origen, ni por la analoga, ni por la fuerza, ni

    por el sonido, ni por el nmero son recomendables,

    ni tienen ms gracia que la novedad.Para mayor exactitud en la traduccin, heprocurado seguir, no slo la letra, sino tambin el

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    orden de las palabras y la economa y distribucin

    de los perodos, dividindolos, como Salustio losdivide, en cuanto lo permite el sentido de la oraciny el genio del idioma. De suerte que en muchos deellos, si se cotejan, se hallar la misma estructura y

    los mismos apoyos y descansos con que se sostieney suaviza la pronunciacin

    DE LA VIDA Y PRINCIPALESESCRITOS DE SALUSTIO

    (86-35 a. de J. C.)

    A Cayo Salustio Crispo hicieron famoso su viday sus escritos. La memoria de stos durar cuantodurare el aprecio de las letras. Aqulla debiera

    pasarse en silencio y aun sepultarse en el olvido.Dir, sin embargo, brevemente que naci en el ao

    668, o en el 669 de Roma, en Amiterno, pueblo delos sabinos, en el mismo confn del Abruzo, nolejos de la ciudad de la Aquila, la cual, segn Celarioafirma, se engrandeci con sus ruinas. Fue de

    familia ilustre. De pequeo se aplic a las letras, y

    trasladado a Roma y a los negocios del foro, se dejarrastrar de la ambicin, vicio que no se avergenzade confesar, o porque era general o porque, segn

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    frase del mismo, se acerca ms a la virtud. De edad

    de treinta y cuatro aos, en el de 702 de Roma,obtuvo el tribunado de la plebe. En estamagistratura se hubo muy mal; y en l y en los dossiguientes aos dio motivo a que se le echase con

    ignominia del Senado. Favorecile Julio Csar y lerestituy a su lugar y dignidad, honrndole despus

    con la cuestura y pretura y ltimamente, por losaos 707 de Roma, con el gobierno de la Numidia,en cuyo empleo acab de darse a conocer

    saqueando la provincia. Fastidiado de los negocios,quiz porque no le salan a su gusto, se resolvi a

    vivir privadamente el resto de su vida. Muri decincuenta aos (no de setenta, como Juan Clereafirma) si es cierto lo que tambin este autor, si-

    guiendo la comn opinin, dice que naci en el ao669 de Roma, en el tercer consulado de Lucio

    Cornelio Cina y Cneo Papirio Carbn, y que murien el de 719, siendo cnsules Sexto Pompeyo ySexto (o Lucio) Cornificio, cuatro aos antes de labatalla Acciaca.

    En cuanto a sus obras hay varias opiniones

    acerca del tiempo en que las compuso. Juan Cleresospecha, que as el Catilina como el Jugurta seescribieron poco despus de haber Salustio

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    obtenido el tribunado. Pero sus conjeturas de haber

    vivido entonces Salustio apartado de los negocios yde no ser enemigo de Cicern, son muy endebles.Porque tambin despus del gobierno de laNumidia vivi retirado, y en los ltimos aos de su

    vida en que pudo escribir sus obras, habra yacesado la enemistad con Cicern, puesto que ste

    haba muerto algunos aos antes, en el de 711 deRoma. Fuera de que, con lo que el mismo Clereaade: no ser aquellos escritos de un hombre de

    pocos aos, destruye sus conjeturas, porqueacababa de decir que Salustio naci en el 669 de

    Roma y, segn esta cuenta, en el de 702 tendrapoco ms de treinta y tres aos.

    Soy de parecer que ambas obras se escribieron

    despus de la muerte de Julio Csar o de los idus demarzo del ao 710 de Roma. Del Catilina lo da a

    entender claramente el mismo Salustio en lacomparacin que hace entre Csar y Catn. Hubo-dice- en mi tiempo dos varones; y no hablara deeste modo si entonces viviera Julio Csar. Siendo,

    pues, constante que el Catilina se escribi antes que

    el Jugurta, lo que adems del generalconsentimiento de los doctos, se reconoce por elexordio del mismo Catilina, donde se muestra que

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    ste fue el primer ensayo de sus escritos, en las

    palabras: vuelto a mi primer estudio, de que laambicin me haba distrado, determin escribir laHistoria del pueblo romano, se convence quetambin el Jugurta fue posterior a la muerte de Julio

    Csar.Pero yo aado que esta ltima obra tard an

    algunos aos en escribirse, y que lo indicabastantemente Salustio, cuando en su exordio,despus de haber dicho: los magistrados y

    gobiernos, y en una palabra, todos los empleos de larepblica son, en mi juicio, en este tiempo muy

    poco apetecibles, prosigue hablando de esta suertecontra los que atribuan su retiro o flojedad ydesidia: los cuales si reflexionan, lo primero, en qu

    tiempos obtuve yo empleos pblicos y qu sujetoscompetidores mos no los pudieron alcanzar; y

    adems de esto, qu clases de gentes han llegadodespus a la dignidad de senadores, reconocern sinduda que no fue pereza la que -me hizo mudar depropsito, sino justa razn que para ello tuve.

    Porque las palabras en este tiempo, en qu tiempos

    obtuve yo y qu clases de gentes han llegadodespus, etc., manifiestan que haba pasado muchotiempo desde que Salustio obtuvo empleos, esto es,

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    desde los ltimos aos de Julio Csar hasta que

    trabaj esta obra.An ms claro en el mismo exordio. Habiendodicho que los que obtienen con fraudes los empleosde la repblica, no por eso son mejores, o viven

    ms seguros, prosigue as: El dominar un ciudadanoa su patria y a los suyos y obligarles con la fuerza,

    aun cuando se llegue a conseguir y se corrijan losabusos, siempre es cosa dura y arriesgada, por traerconsigo todas las mudanzas de gobierno: muertes,

    destierros y otros desrdenes; y por el contrario,empearse en ello vanamente y sin ms fruto que

    malquistarse a costa de fatigas, es la mayor locura, siya no es que haga quien, posedo de un infame ypernicioso capricho, quiera el mando para hacer un

    presente de su libertad y de su honor a cuatropoderosos. Donde, en mi juicio, seala Salustio

    como con el dedo la mudanza de la repblica enmonarqua en las palabras: todas las mudanzas degobierno; la muerte de Csar y las proscripcionesque con ese motivo hubo en las inmediatas:

    muertes, destierros y otros desrdenes; la temeridad

    y locura de Bruto y Casio, que prometindoserestituir la libertad a Roma con el asesinato de JulioCsar, no hicieron ms que poner el gobierno en

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    manos de los triunviros, en lo que sigue: es la mayor

    locura, y hacer un presente de su libertad y de suhonor a cuatro poderosos. Y esto prueba bien queSalustio escribi el Jugurta cuando estaba en su augeel triunvirato, esto es, aos despus del 711 de

    Roma. No pudo Salustio hablar en otro tono deCsar, a fuer de agradecido; ni nombrarle no

    declarar a los triunviros, porque haba en ello riesgo,y as se content con darlo a entender por estosrodeos.

    La misma serie del Jugurta manifiesta queSalustio no acab de perfeccionarlo, porque su

    ltima mitad est defectuosa en varias partes. Nonombra la ciudad que se tom por la industria yvalor del ligur; ni el alczar real, a cuya conquista fue

    Mario cuando llegaron los embajadores de Boco alcampo de los romanos; y aun la prisin y entrega de

    Jugurta a Mario y el triunfo de ste lo cuenta con lamayor frialdad, como quien solamente apunta y, pordecirlo as, toma los cabos de lo que se proponetratar con ms extensin. Ni dice nada del paradero

    de Jugurta, que unos creen que muri de hambre y

    fro en un silo, otros que fue precipitado de la RocaTarpeya y otros, con Paulo Orosio, que le fue dadogarrote en la crcel.

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    LA CONJURACIN DE CATILINA

    Justa cosa es que los hombres, que desean

    aventajarse a los dems vivientes, procuren con elmayor empeo no pasar la vida en silencio como lasbestias, a quienes la naturaleza cri inclinadas a la

    tierra y siervas de su vientre. Nuestro vigor yfacultades consisten todas en el nimo y el cuerpo:

    de ste usamos ms para el servicio, de aqul nosvalemos para el mando; en lo uno somos iguales alos dioses, en lo otro a los brutos. Por esto meparece ms acertado solicitar gloria por medio del

    ingenio que de las fuerzas corporales, y puesto que

    la vida que vivimos es tan breve, eternizar cuantosea posible nuestro nombre, porque la gloria queproducen las riquezas y hermosura, es frgil y ca-

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    duca; la virtud, ilustre y duradera. No obstante esto,

    hubo larga y porfiada disputa entre los hombres,sobre si el ejercicio de la guerra se adelantaba mscon las fuerzas del cuerpo o con el vigor del nimo,porque para cualquiera empresa se necesita de

    consejo; resuelta una vez, de pronta ejecucin. Y asel nimo y el cuerpo, no pudiendo obrar por si

    solos, mutuamente se necesitan y socorren.En lo antiguo, los reyes (que ste fue el nombre

    que se dio en el mundo a los primeros que

    mandaron) ejercitaban ya el nimo, ya el cuerpo,segn el genio de cada uno; an entonces pasaban

    los hombres la vida sin codicia; todos estabancontentos con su suerte. Pero despus que Ciro enAsia, y en Grecia los lacedemonios y atenienses

    comenzaron a sojuzgar los pueblos y naciones, aguerrear por slo el antojo del mando y a medir su

    gloria por la grandeza de su imperio, entoncesmostr la experiencia y los sucesos que el nervio dela guerra es el ingenio. Y a la verdad, si los reyes ygenerales hiciesen tanto uso de l en tiempo de paz,

    como en la guerra, con mas tenor e igualdad iran

    las cosas humanas, ni lo veramos todo tan trocadoy confundido, porque el mando fcilmente seconserva por las virtudes mismas con que al

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    principio se alcanz. Pero luego que ocupa el lugar

    del trabajo la desidia, y el capricho y soberbia el dela moderacin y equidad, mdase juntamente conlas costumbres la fortuna, y as pasa siempre elimperio del malo y no merecedor a los mejores y

    ms dignos. La tierra, los mares y cuanto encierra elmundo est sujeto a la humana industria, pero con

    todo hay muchos que entregados a la gula y alsueo pasan su vida como peregrinando, sinenseanza ni cultura, a los cuales, trocado el orden

    de la naturaleza, el cuerpo sirve slo para el deleite,el alma les es de carga y embarazo. Para m no es

    menos despreciable la vida de stos que la muerte,porque ni de una ni de otra queda memoria, y meparece que slo sirve y goza de la vida el que

    ocupado honestamente procura granjearse fama pormedio de alguna hazaa ilustre o virtud excelente.

    Pero como hay tantos caminos, la naturaleza gua acada uno por el suyo.

    Noble cosa es hacer bien a la repblica, pero niel bien hablar carece de su mrito. En paz y en

    guerra hay campo para hacerse un ciudadano ilustre,

    y as, no slo se celebran muchos que hicieron cosasgrandes, sino tambin que las escribieron de otros.Y a la verdad, aunque nunca sea tan digno de gloria

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    el que escribe como el que hace las cosas, me

    parece, sin embargo, muy difcil escribir bien unahistoria, ya porque para esto es menester que laspalabras igualen a los hechos, ya porque haymuchos que si el escritor reprende algn vicio, lo

    atribuyen a mala voluntad o envidia; y cuando habladel valor grande y de la gloria de los buenos, creen

    sin violencia lo que les parece que ellos puedenfcilmente hacer; pero si pasa de all, lo tienen pormentira o por exageracin. Yo, pues, en mis

    principios, siendo mozuelo, me traslad, como otrosmuchos, del estudio a los negocios pblicos, donde

    hall mil cosas que me repugnaban, porque, en lugarde la modestia, de la frugalidad y desinters,reinaban all la desvergenza, la profusin y la

    avaricia. Y aunque mi nimo no acostumbrado amalas maas rehusaba todo esto, mi tierna edad,

    cercada de tantos vicios, se dej corromper yapoderar de la ambicin, de suerte que,repugnndome las malas costumbres de los otros,no me atormentaba menos que a ellos la envidia y la

    ansia de adquirir honor y fama.

    Ya, pues, que descans de muchos trabajos ypeligros que haba pasado, y que me resolv a vivir elresto de mi vida lejos de la repblica, no fue mi

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    nimo desaprovechar este buen tiempo, entregado a

    la ociosidad y a la desidia, ni ocuparme tampoco enel cultivo del campo o en la caza, dedicado a oficiosserviles, sino antes bien, vuelto a mi primer estudiode que la ambicin me haba distrado, determin

    escribir la historia del pueblo romano, noseguidamente, sino eligiendo esta o aquella parte,

    segn me pareciese ms digna de contarse, tantoms que yo nada esperaba ni tema y que me hallabadel todo libre de partido. As que, brevemente y con

    la puntualidad posible, contar la conjuracin deCatilina, cuyo hecho me parece uno de los ms

    memorables por lo extraordinario de la maldad y delpeligro a que expuso a la repblica. Pero antes dehablar en ello conviene decir algo de las costumbres

    de este hombre.Lucio Catilina fue de linaje ilustre y dotado de

    grandes fuerzas y talento, pero de inclinacin mala ydepravada. Desde mancebo fue amigo dependencias, muertes, robos y discordias civiles, y enesto pas su juventud. Sufra cuanto no es creble el

    hambre, la falta de sueo, el fro y dems

    incomodidades del cuerpo; en cuanto al nimo eraosado, engaoso, vario, capaz de fingir y dedisimular cualquiera cosa, codicioso de lo ajeno,

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    prdigo de lo suyo, vehemente en sus pasiones,

    harto afluente en el decir, pero poco cuerdo. Sucorazn vasto le llevaba siempre a cosasextraordinarias, desmedidas, increbles. Desde latirana de Lucio Sila se haba altamente

    encaprichado en apoderarse de la repblica, sindetenerse ni reparar en nada, con tal que

    consiguiese su intento. Inquietaban cada da ms yms su nimo feroz la pobreza y el remordimientode su conciencia, males ambos que haba l

    aumentado con las perversas artes que se dijeronantes. Brindbanle adems de esto las costumbres

    estragadas de Roma, combatida a un mismo tiempode dos grandes y entre s opuestos vicios: el lujo y laavaricia. La cosa nos gua por s misma (pues nos

    acuerda el tiempo las costumbres de Roma) atomarla desde su principio y tratar brevemente de

    las leyes y gobierno de nuestros mayores en paz yen guerra; del modo con que administraron la rep-blica; cunto la engrandecieron y cmo poco a pocodegenerando, de muy frugal y virtuosa, ha venido a

    ser la ms perversa y estragada.

    A Roma, segn es tradicin, fundaron yposeyeron en el principio los troyanos, queprfugos con su capitn Eneas andaban vagando

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    sin asiento fijo, y con ellos los aborgenes, gente

    inculta, sin leyes, sin gobierno, libre y desmandada.Juntos estos dos pueblos dentro de un recinto demurallas, no es creble cun fcilmente sehermanaron, no obstante ser de linaje desigual y de

    diferente lengua y costumbres. Pero luego que suestado, creciendo en gente, cultura y territorio se vio

    floreciente y poderoso, su opulencia le acarreenvidia, como sucede de ordinario en las cosashumanas; y as, los reyes y pueblos comarcanos los

    comenzaron a inquietar con guerras, en que pocosde sus aliados les ayudaban, desvindose los dems,

    amedrentados del peligro. Pero los romanos,atentos a su polica y a la guerra, se daban prisa y seaperciban, animndose unos a otros; salan al

    encuentro del enemigo, defendan con las armas sulibertad, su patria y sus familias; y ya que haban

    valerosamente superado los peligros, se ocupabanen ayudar a sus confederados y amigos, y segranjeaban alianzas, no tanto admitiendo, comohaciendo beneficios. Su gobierno estaba ceido a

    determinadas leyes y daban nombre de rey al que le

    obtena. Los ancianos, que aunque faltos de fuerzaconservaban vigoroso el nimo por su sabidura yexperiencias, eran los escogidos para consejeros de

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    la repblica, y stos, bien por su edad o porque

    tenan el cuidado de padres, se llamaban con estenombre. Pero despus que el gobierno regio,establecido en los principios para la conservacin dela libertad y aumento del Estado, degener en

    soberbia y tirana, mudando de costumbre,redujeron a un ao el imperio y crearon dos

    cnsules que les gobernasen, persuadidos a que deesa suerte era imposible que el corazn humano seengrese con la libertad del mando.

    En este tiempo empezaron los romanos asealarse ms y ms y a dar a conocer su ingenio.

    Porque a los reyes no dan que recelar los flojos ycobardes, sino los buenos y valerosos, y siempre lavirtud ajena les causa sobresaltos. No es creble,

    pues, cuanto vuelo tom en breve tiempo la ciudad,una vez sacudido el yugo: tal deseo de gloria habla

    entrado en sus ciudadanos. El primer estudio de lajuventud, luego que tena edad para la guerra, eraaprender en los reales con el uso y trabajo el artemilitar, y pona su vanidad ms en las lcidas armas

    y caballos belicosos, que en la lascivia y los

    banquetes. A hombres, pues, como stos ningntrabajo les llegaba de nuevo, ningn lugar les eraescabroso o arduo, ni les espantaba la vista del

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    enemigo armado; todo lo haba allanado su valor. Su

    grande y nica contienda era por la gloria. Todosqueran ser los primeros en herir al enemigo, enescalar las murallas, en ser vistos y observadosmientras que hacan tales hechos. Estas eran sus

    riquezas, sta su buena fama y su nobleza mayor.Eran avaros de alabanza, despreciadores del dinero;

    amantes de gloria hasta lo sumo; de riquezas hastauna honesta mediana. Pudiera yo contar en cuntasocasiones deshizo el pueblo romano con un puado

    de gente grandes ejrcitos de enemigos, cuntasciudades por naturaleza fuertes gan por asalto, si

    esto no hubiese de apartarme mucho de mi pro-psito.

    Pero a la verdad, en todo ejerce su imperio la

    fortuna, ensalzando o abatiendo las hazaas, mspor su capricho que segn el merecimiento. Las de

    los atenienses fueron, segn yo entiendo, hartoesclarecidas y magnficas, aunque en la realidad notanto como se ponderan; pero la copia que all hubode ingenios grandes que las escribieron, hace que

    hoy se tengan por las mayores del mundo, y as el

    valor de los que las hicieron llega en la estimacincomn al mismo elevado punto de grandeza a quellegaron en su elogio los escritores ms ilustres.

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    Pero en Roma hubo siempre escasez de stos,

    porque los sabios eran los que ms se ocupaban enlos negocios pblicos; nadie cultivaba las letras sinlas armas; los valerosos y esforzados preferan elobrar al escribir, y ms queran que otros los

    alabasen por sus hechos que referir ellos los ajenos.De esta suerte, en paz y en guerra reinaban las

    buenas costumbres; haba entre los ciudadanosestrecha unin; la avaricia no se conoca; lo justo ybueno se observaba, ms por natural inclinacin

    que por las leyes. Sus contiendas, discordias yenemistades eran con los enemigos; entre ciu-

    dadanos no se disputaba sino de la primaca en elvalor.

    Eran, adems de esto, esplndidos en el culto y

    sacrificios de -los dioses, frugales en sus casas, fielescon sus amigos. El valor en la guerra y la equidad en

    la paz eran sus dos apoyos y los de la repblica. Param son pruebas muy claras de esto el que en tiempode guerra ms veces castigaban a los que, llevadosdel ardor militar, peleaban contra el orden que se les

    haba dado o empeados en la batalla tardaban en

    retirarse a la seal, que a los que desamparaban lasbanderas y cedan su lugar al enemigo; y en la pazmantenan el imperio, ms premiando que

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    hacindose temer, y si eran agraviados, antes

    queran disimular que tomar satisfaccin.Pero despus que con el trabajo y la justicia seacrecent la repblica; que reyes grandes fuerondomados con las armas y sojuzgadas a viva fuerza

    naciones fieras y pueblos numerosos; que Cartago,competidora del imperio romano, fue enteramente

    arruinada; que tierra y mar estaba llano a su poder,entonces comenz a airarse la fortuna y a con-fundirlo todo. Los mismos que haban de buena

    voluntad sufrido trabajos, peligros, sucesos adversosy de dudoso xito, se dejaron vencer y oprimir del

    peso de la ociosidad y las riquezas que no debierandesear. Primero, pues, la avaricia, luego fuecreciendo la ambicin, y estos dos fueron como la

    masa y material de los dems vicios. Porque laavaricia ech por tierra la buena fe, la probidad y las

    dems virtudes; en lugar de las cuales introdujo lasoberbia, la crueldad, el desprecio de los dioses, elhacerlo todo venal. La ambicin oblig a muchos aser falsos, a tener una cosa reservada en el pecho y

    otra pronta en los labios, a pesar de las amistades y

    enemistades, no por el mrito, sino por el provecho,y, finalmente, a parecer buenos ms que a serlo.Esto en los principios iba poco a poco creciendo y

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    una u otra vez se castigaba; pero despus que el mal

    cundi como un contagio, trocse del todo laciudad, y su gobierno, hasta all el mejor y msjusto, se hizo cruel e intolerable.

    Pero al principio ms estrago que la avaricia

    hizo en aquellos nimos la ambicin, que, aunquevicio, no dista tanto de la virtud, porque el bueno y

    el malo desean para s igualmente la gloria, el honory el mando. La diferencia est en que aqul seesfuerza a conseguirlo por el camino verdadero;

    ste, como se halla destituido de mrito, pretendepor rodeos y engaos. La avaricia, al contrario,

    consiste en aficin y deseo de dinero, que ningnsabio apeteci jams; y este vicio, como empapadoen mortal veneno, afemina el ,cuerpo y el nimo de

    los varones fuertes, es siempre insaciable y sintrmino, ni se disminuye con la escasez ni con la

    abundancia. Pero despus que ocupada a fuerza dearmas la repblica por Lucio Sila, tuvieron susbuenos principios tan desastrado fin, todo fueronrobos y violencias: unos codiciaban las casas, otros

    las heredades ajenas; y sin templanza ni moderacin

    alguna los vencedores ejecutaban feas y horriblescrueldades en sus conciudadanos. Contribuytambin a esto el haber Lucio Sila, contra la

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    costumbre de los mayores, tratado con demasiada

    indulgencia y regalo al ejrcito que haba mandadoen Asia, a fin de tenerle a su devocin. Los pasesdeleitosos y amenos, junto con el ocio, hicieronmuy en breve deponer a los soldados su nimo fe-

    roz. All se vio por primera vez el ejrcito delpueblo romano entregado a la embriaguez y a la

    lascivia; all comenz a admirar el primor de lasestatuas, pinturas y vasos historiados, y a robarlos alos particulares y al pblico; all a despojar los

    templos y a contaminar lo sagrado y lo profano. Enconclusin, estos soldados, despus que obtuvieron

    la victoria, no dejaron cosa alguna a los vencidos.Porque si en la prosperidad, aun los cuerdosdifcilmente se moderan, cunto menos se

    contendran unos vencedores de costumbresperdidas?

    Desde que empezaron a honrarse las riquezas yque tras ellas se iba la gloria, la autoridad y elmando, decay el lustre de la virtud, tvose lapobreza por afrenta y la inocencia de costumbres

    por odio y mala voluntad. As que de las riquezas

    pas la juventud al, lujo, a la avaricia y la soberbia.Robaba, disipaba, despreciaba su hacienda,codiciaba la ajena, y, abandonado el pudor y

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    honestidad, confunda las cosas divinas y humanas

    sin miramiento ni moderacin alguna. Cosa es queasombra ver nuestras casas en Roma y su campaa,que imitan en grandeza a las ciudades, y cotejarlascon los pequeos templos de los dioses, fundados

    por nuestros mayores, hombres sumamentereligiosos. Pero aqullos adornaban los templos con

    su piedad, las casas con su gloria, ni a los vencidosquitaban sino la libertad de injuriar de nuevo; stos,al contrario, siendo como son hombres cobardes en

    extremo, quitan con la mayor iniquidad a sus confe-derados mismos lo que aquellos fortsimos varones

    dejaron an a los enemigos, despus de haberlesvencido; como si el usar del mando consistiesesolamente en atropellar y hacer injurias.

    Dejo de contar otras cosas, que nadie creersino los que las vieron; haber, digo, muchos

    particulares allanado montes y terraplenado mares,gente en mi juicio a quien las riquezas no sirvieronsino para desprecio y burla, porque pudindolasgozar honestamente, se daban prisa a despreciarlas

    por modos vergonzosos. Ni era menor el exceso en

    la lascivia, en la glotonera y dems regalo delcuerpo. Prostituanse infamemente los hombres;exponan las mujeres al pblico su honestidad;

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    buscbase exquisitamente todo por mar y tierra para

    irritar la gula; no se esperaba el sueo para el reposode la cama; no el hambre, la sed, el fro, ni elcansancio; todo lo anticipaba el lujo. Estosdesrdenes inflamaban a la juventud, despus que

    haba disipado sus haciendas, para todo gnero demaldades. Su nimo envuelto en vicios, rara vez

    dejaba de ser antojadizo; y tanto con mayordesenfreno se entregaba al robo y a la profusin.

    En una ciudad tan grande y tan estragada en las

    costumbres, fue cosa muy fcil a Catilina tener cercade s, como por guarda, tropas de facinerosos y

    malvados. Porque, cuantos con sus insolencias,adulterios y glotoneras haban destrozado suspatrimonios; cuantos por redimir sus maldades o

    delitos haban contrado crecidas deudas: fuera deesto, los parricidas de todas partes, los sacrlegos,

    los convencidos en juicio o que por sus excesosteman serlo; los asesinos, los perjuros y finalmenteaquellos a quienes algn delito, o la pobreza, o suconciencia traa inquietos, eran los allegados y

    amigos de Catilina. Y si por accidente entraba en su

    amistad alguno libre an de culpa, con su cotidianotrato y aagazas se haca en breve igual o semejantea los dems. Pero entre estas amistades, ninguna

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    apeteca tanto como la de los jvenes, que por lo

    tierno y ocasionado de su edad caan fcilmente ensus lazos; porque, segn la pasin que ms reinabaen ellos, a unos presentaba amigas, a otros com-praba perros y caballos; en suma, no perdonaba

    gasto alguno ni se avergonzaba por nada, a truequede tenerles obligados y seguros para sus ideas. S

    tambin que hubo quien crea que los jvenes quefrecuentaban la casa de Catilina, eran tratados conpoca honestidad en sus personas; pero este rumor

    ms se fundaba en conjeturas que en cosa algunaaveriguada.

    Lo cierto es que Catilina en su mocedad habacometido excesos muy enormes con una doncellanoble, con una virgen vestal y otros semejantes

    contra todo derecho. ltimamente, enamorado deAurelia Orestila, en quien ningn cuerdo hall que

    alabar sino la hermosura, porque ella no acababa deresolverse al casamiento temiendo a un entenado yacrecido, tinese por cierto que con la muerte de supropio hijo quit el estorbo a tan execrable boda.

    ste, en mi juicio, fue el principal motivo de

    acelerar Catilina su malvado designio, porque sunimo impuro, aborrecible a los dioses y a loshombres, ni despierto ni durmiendo hallaba reposo;

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    tanto le desvelaba y traa inquieto su conciencia. As

    que andaba sin color, los ojos espantosos, el pasotardo unas veces, otras acelerado; de suerte que aprimera vista descubra en la cara y gesto su furor.

    Entretanto los jvenes que, como se dijo antes,

    haba atrado a s con sus halagos, aprendan en suescuela toda suerte de maldades. Vendanse algunos

    de ellos para testigos falsos y suplantadores detestamentos, tenan en poco su palabra, sushaciendas y sus vidas; y ya que les habla hecho

    perder su crdito y la vergenza, los empleaba encosas mayores. Si no haba de presente asunto por

    que hacer dao, no por eso dejaba de tender lazos yasesinar indistintamente a buenos y malos, porqueel miedo de que con la falta de uso se le

    entorpeciese el nimo o las manos, le haca de baldeser malvado y cruel. Confiado en tales compaeros

    y amigos Catilina, y en que por todas partes estabael pueblo sumamente adeudado, como tambin enque muchos de los que haban militado con Sila, porhaber malgastado sus haciendas y acordarse de los

    robos y de la victoria antigua, deseaban mucho la

    guerra civil, resolvi tiranizar la repblica. En Italiano haba ejrcito: Cneo Pompeyo haca la guerra enlo ms remoto del mundo, Catilina estaba muy

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    esperanzado de ser cnsul, el Senado enteramente

    sin recelo, las cosas seguras y tranquilas; todo locual favoreca mucho el designio de Catilina.Por los das, pues, ltimos de mayo, o primeros

    de junio, en el consulado de -Lucio Csar y Cayo

    Figulo, los fue primero llamando en particular;exhort a unos, explor a otros y les hizo patente su

    gran poder, lo desprevenida que se hallaba larepblica y las ventajas grandes que de la conju-racin podan prometerse. Ya que hubo

    bastantemente averiguado lo que quera, convoca encomn a los ms necesitados y resueltos. De los

    senadores concurrieron Publio Lntulo Sura, PublioAutronio, Lucio Casio Longino, Cayo Cetego,Publio y Servio Silas, hijos de Servio, Lucio Vargun-

    teyo, Quinto Anio, Marco Porcio Leca, LucioBestia, Quinto Curio; de los caballeros, Marco

    Fulvio Nobilior, Lucio Statilio, Publio GabinioCapitn, Cayo Cornelio, y con ellos mucha gentedistinguida de las colonias y municipios. Haba,asimismo, varios que sin acabar de descubrirse, eran

    sabedores de este tratado, a los cuales estimulaba

    ms la esperanza de mandar que la pobreza u otroinfortunio. Pero lo ms de la juventud, yespecialmente los nobles, favorecan abiertamente el

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    designio de Catilina. Los mismos que en la quietud

    de sus casas podan tratarse con esplendidez y conregalo, preferan lo incierto a lo cierto, queran msla guerra que la paz. Tampoco falt en aquel tiempoquien creyese que Marco Licinio Craso nada

    ignoraba de esta negociacin. Porque como CneoPompeyo, su enemigo, se hallaba a la sazn

    mandando un grande ejrcito, inferan de ah, quedesearla hubiese quien hiciera frente a su poder, yque podra, por otra parte, prometerse que, si

    prevaleca la conjuracin, sera sin dificultad algunael principal entre sus autores.

    Pero ya en otra ocasin se haban conjuradoalgunos, y entre ellos el mismo Catilina, cuyo hechoreferir lo ms puntualmente que pueda. Siendo

    Lucio Tulo y Marco Lpido cnsules, PublioAutronio y Publio Sila nombrados para el mismo

    empleo en el siguiente ao, fueron declarados porindignos de l, en castigo de haber sobornado losvotos. Poco despus fue acusado Catilina decohechos y se le impidi pedir el consulado, por no

    haberse purgado dentro del trmino de la ley. Viva

    al mismo tiempo Cneo Pisn, mancebo noble,sumamente arrojado, pobre y de genio turbulento, aquien su pobreza y malas costumbres incitaban a

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    alborotar la repblica. Con ste comunicaron

    Catilina y Autronio su pensamiento por losprincipios de diciembre, y de resulta se apercibanpara asesinar en el capitolio a los cnsules LucioCota y Lucio Torcuato el da 1 de enero; y

    arrebatando las insignias consulares enviar a Pisncon ejrcito para que seapoderase de las dos

    Espaas. Descubierta esta trama diferieron suejecucin hasta el da 5 de febrero, y entonces notrataban ya slo de matar a los cnsules, sino a los

    ms de los senadores. Y a la verdad, si Catilina nohubiera dado antes de tiempo la seal a los

    compaeros a las puertas de la corte, ese da sehubiera ejecutado en Roma la ms execrable maldadque jams se vio despus de su fundacin. No haba

    an llegado bastante gente armada, y estodesconcert el designio.

    Pisn despus fue enviado a la Espaa citeriorpor tesorero, con facultades de pretor, a instancia deCraso, porque sabia que era mortal enemigo deCneo Pompeyo. Ni el Senado se hizo muy de rogar

    en ello, porque deseaba alejar de la repblica a este

    hombre turbulento, y tambin porque muchos delos bien intencionados tenan puesta en l su es-peranza contra el poder de Pompeyo, que ya

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    entonces daba que temer; pero sucedi que a este

    Pisn mataron en su viaje al gobierno los caballerosespaoles que llevaba en su ejrcito. Dicen unos queaquella gente fiera no pudo aguantar su imperioinjusto, su soberbia y sus crueldades; otros, que los

    agresores, que eran fieles y antiguos ahijados dePompeyo, le haban muerto a su persuasin; y que

    nunca hasta entonces haban los espaolesejecutado tal maldad, con haber padecido otrasveces muchos y muy malos tratamientos. Yo dejo

    esto en su duda y basta de la primera conjuracin.Catilina, luego que tuvo juntos a los que poco

    antes nombramos, aunque varias veces, y muy a lalarga, haba tratado con cada uno de ellos, creyendono obstante eso, que convendra hablarles y

    exhortarles en comn, los retir a una pieza secretade la casa, y all, sin testigo alguno de afuera, les

    habl de esta suerte:Si no tuviera yo bien conocida vuestra fidelidad

    y esfuerzo, en vano se nos hubiera presentado unaocasin tan favorable, y venido a las manos la cierta

    esperanza que tenemos del mando, ni con gente

    cobarde o inconstante me andara yo tras las cosasinciertas, dejando lo seguro. Pero 4,como en variosy muy peligrosos lances os he experimentado

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    fuertes y adictos a mi voluntad, por eso me he re-

    suelto a emprender la hazaa mayor y ms gloriosa;y tambin porque entiendo que vuestros bienes ymales son los mismos que los mos; y aqulla al fines amistad firme, en que convienen todos en un

    querer y no querer. Lo que yo pienso, lo habisseparadamente antes de ahora odo todos de mi

    boca; pero de cada da se inflama ms y ms minimo, cuando considero cul ha de serprecisamente nuestra suerte, si no recobramos con

    las armas la libertad antigua. Porque despus que larepblica ha venido a caer en manos de ciertos

    poderosos, de ellos, y no del pueblo romano, hansido tributarios los reyes y tetrarcas: a ellos hanpagado el estipendio militar los pueblos y naciones,

    todos los dems, fuertes y honrados, nobles yplebeyos, hemos sido indistintamente vulgo, sin

    favor, sin autoridad, sujetos a los mismos que nosrespetaran si la repblica mantuviese su vigor. Asque todo el favor, todo el poder, la honra y lasriquezas las tienen ellos, o estn donde ellos

    quieren; para nosotros son los peligros, los desaires,

    la pobreza y la severidad de las leyes. Esto pues, ohvarones fuertes, hasta cundo estis en nimo desufrirlo? No es mejor morir esforzadamente que

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    vivir una vida infeliz y deshonrada, para perderla al

    fin con afrenta, despus de haber servido de juguetey burla a la soberbia de otros? Pero qu digomorir? Jroos por los dioses y los hombres quetenemos la victoria en las manos. Nuestro nimo y

    edad estn en su auge; en ellos, al contrario, todo lohan debilitado sus aos y riquezas. Basta empezar,

    que lo dems lo allanar la cosa misma. Porque,quin que piense como hombre tendr valor parasufrir que a ellos les sobren riquezas para

    derramarlas allanando montes y edificando hasta enlos mares, y que a nosotros nos falte hacienda aun

    para el preciso vivir?; que ellos junten en una, paramayor anchura, dos o ms casas, y nosotros ni unpequeo hogar tengamos donde recogernos con

    nuestras familias?; que compren pinturas, estatuas,vasos torneados; que derriben para mudar por su

    antojo lo que acabaron de edificar; finalmente, quearrastrando y atormentando sus riquezas de milmodos, no puedan con sus enormes profusionesagotarlas, y que nosotros no tengamos sino pobreza

    en nuestras casas, fuera deudas, males de presente y

    mucho peores esperanzas? Y, en fin, qu otra cosanos queda ya, sino la triste vida? Siendo, pues, estoas, por qu no acabis de despertar y resolveros? A

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    la vista, a la vista tenis aquella libertad que tanto

    deseasteis: a la vista el honor, la gloria y las riquezas.Todo esto propone la fortuna por premio a losvencedores. Sean la cosa misma, el tiempo, lospeligros, vuestra pobreza y los ricos despojos de la

    guerra ms eficaces que mis palabras parapersuadiros. Vuestro general ser,o soldado raso,

    segn quisiereis. Ni en obra, ni en consejo faltar unpunto de vuestro lado: antes bien, esto mismo queahora, espero tratarlo otro da con vosotros siendo

    cnsul; si ya no es que la voluntad me engaa y quequeris Ms ser esclavos que mandar.

    Cuando esto oyeron unas gentes llenas detrabajos, que nada tenan que perder, ni esperanzade mejorar fortuna, aunque slo el turbar la quietud

    pblica era ya en su concepto una recompensagrande, no obstante eso, los ms de ellos quisieron

    saber qu suerte de guerra haba de ser aqulla, quventajas podran prometerse y qu fuerzas oesperanzas tendran, donde conviniese, paraproseguirla. Entonces les ofreci Catilina nuevas

    tablas en que se cancelaran sus deudas,

    proscripciones de ciudadanos ricos, magistrados,sacerdocios, robos y lo dems que lleva consigo laguerra y el antojo de los vencedores. Aadi a esto

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    hallarse Pisn en la Espaa citerior, y en la

    Mauritania Publio Sicio Nucerino con ejrcito,ambos sabedores de su pensamiento: que pretendael consulado Cayo Antonio, al cual esperaba tenerlepor compaero; que ste era su estrecho amigo y

    sumamente pobre; y que junto con l, darla en suao principio a la gra0nde obra. Al mismo tiempo

    acriminaba atrozmente a todos los buenos yensalzaba a los suyos, nombrando a cada uno por sunombre. A ste pona delante su pobreza, a aqul lo

    que saba que deseaba, a otros su afrenta o supeligro, y a muchos la victoria de Sila, que tan rica

    presa les haba puesto en las manos. Ya que vioestar prontos los nimos de todos, deshizo la junta,exhortndoles a que tuviesen gran cuenta con su

    pretensin del consulado.Hubo en aquel tiempo quien dijo que Catilina,

    concluida su arenga, al tiempo de estrechar a loscmplices de su maldad para que jurasen, lespresent en tazas vino mezclado con sangrehumana, y que habindolo probado todos despus

    del juramento, segn se practica en los solemnes

    sacrificios, les descubri de lleno su intencin: yaada que habla hecho aquello para que de esasuerte fuesen entre s ms fieles, sabiendo unos de

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    otros un crimen tan horrendo. Algunos juzgan que

    stas y otras cosas se fingieron con estudio por losque crean que el aborrecimiento, que se excitdespus contra Cicern, se ira templando al pasoque se exagerase la atrocidad del delito de los que

    haban sido castigados. Yo esto, con ser cosa tangrande, jams he llegado a averiguarlo.

    Haba entre los conjurados un cierto QuintoCurio, sujeto de nacimiento ilustre, pero lleno demaldades y delitos, a quien por esto los censores

    haban echado del Senado con ignominia. Era nomenos vano que temerario y arrojado: no saba

    callar lo que oa de otros, ni ocultar l mismo susdelitos; en suma, hombre sin miramiento alguno enel decir y hacer. Tena muy de antiguo

    correspondencia torpe con una mujer noble llamadaFulvia; la cual, no gustando ya de l, porque su

    pobreza no le permita ser liberal, comenz de re-pente a jactarse y prometerle mares y montes yalguna vez a amenazarla con el pual si no se rendaa su voluntad; ltimamente, a tratarla con un modo

    imperioso y muy diverso del que haba usado hasta

    entonces. Sorprendida Fulva y entendido el motivode la novedad de Curio, no quiso tener oculto untan gran peligro de la repblica; y as cont

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    menudamente a varios lo que haba odo de la

    conjuracin de Catilina, callando slo el autor de lanoticia. Esto fue lo que ms dispuso los nimospara dar el consulado a Marco Tulio Cicern:porque hasta entonces lo ms de la nobleza no le

    poda or nombrar, y juzgaba que sera comodegradar al consulado si un hombre de su esfera,

    aunque tan insigne, llegase a conseguirle; pero todaesta altanera y odio cesaron a vista del peligro.

    Llegado el da de la eleccin fueron declarados

    cnsules Marco Tulio y Cayo Antonio, lo queaunque al principio sobrecogi a los conjurados, no

    por eso disminuy un punto el furor de Catilina;antes bien, cada da emprendan nuevas cosas:prevena armas por Italia en los lugares oportunos;

    enviaba a Fsulas dinero, tomado a logro sobre sucrdito y el de sus amigos a un cierto Manlio, en

    quien recay despus el principal peso de la guerra.En este tiempo se dice que atrajo Catilina a supartido muchas gentes de todas clases y tambin aalgunas mujeres, que en su juventud haban so-

    portado inmensos gastos con la prostitucin de sus

    cuerpos; y despus que la edad puso coto a susganancias, pero no su lujo, haban contradograndsimos empeos. Por medio de stas se

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    lisonjeaba Catilina que podra sublevar a los

    4siervos que en Roma haba, pegar fuego a laciudad, ganara sus maridos, y cuando no, matarlos.Una de ellas era Sempronia, mujer que en varias

    ocasiones haba cometido excesos que piden arrojo

    varonil; harto afortunada por su linaje y hermosuray nada menos por el marido e hijos que tuvo. Saba

    las lenguas griega y latina; cantaba y danzaba conms desenvoltura de lo que conviene la mujerhonesta; tena muchas de aquellas gracias, que son

    incentivos de la lujuria; pero nada estimaba menosque el pundonor y honestidad. Era igualmente

    prdiga del dinero que de su fama, y tan lasciva, quems veces solicitaba a los hombres que esperaba aser solicitada. Haba mucho antes en varias

    ocasiones abandonado infielmente su palabra; ne-gado con juramento lo que tena en confianza;

    intervenido en homicidios y arrojndoseprecipitadamente a todo por su liviandad y supobreza. Por otra parte su ingenio era feliz para lapoesa, para el chiste, para la conversacin, fuese

    modesta o tierna o licenciosa. En suma, tena

    mucha sal y mucha gracia.Dispuestas as las cosas, persista Catilina en supretensin del consulado, con la esperanza de que si

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    le designaban para el siguiente ao, dispondra

    fcilmente como quisiese de Cayo Antonio; pero nocesaba entretanto, antes bien, por mil caminosarmaba lazos a Cicern. Tampoco a ste faltabamaa ni astucias para precaverse; porque desde el

    principio de su consulado haba conseguido pormedio de Fulvia, a fuerza de promesas, que Quinto

    Curio, de quien se habl poco antes, le descubrieselos designios de Catilina.

    Haba, adems de esto, obligado a su

    compaero Antonio, con asegurarle para despusdel consulado el gobierno de una provincia, a que

    no tomase empeo contra la repblica, y entretenaocultamente cerca de su persona varios ahijados yamigos para su resguardo. Catilina, llegado el da de

    la eleccin, corno vio que ni su pretensin ni lasasechanzas puestas al cnsul le haban salido bien,

    determin hacer abiertamente la guerra yaventurarlo todo, puesto que sus ocultas tentativasse le haban frustrado y vuelto en su dao.

    Para esto envi a Cayo Manlio a Fsulas y a

    aquella parte de Etruria; a un cierto Septimio,

    natural de Camerino, a la campaa del Piceno; aCayo Julio a la Pulla; a otros finalmente a otraspartes, segn y adonde crea que podran convenir a

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    sus intentos. Entretanto maquinaba en Roma a un

    mismo tiempo muchas cosas: tenda nuevos lazos alcnsul; dispona incendios; ocupaba las avenidas dela ciudad con gente armada, sin dejar un punto dellado su pual. A unos daba rdenes, a otros

    exhortaba a que estuviesen siempre atentos yprevenidos; no cesaba da y noche y andaba

    desvelado, sin que le quebrantase la falta de sueo,ni el trabajo. Pero viendo al fin que se le malograbacuanto emprenda, llama otra vez a deshora de la

    noche a los principales conjurados a casa de MarcoPorcio Leca, donde habindose altamente quejado

    de su inaccin y cobarda, les dijo: que habaenviado de antemano a Manlio para que gobernasela gente que tena en la Etruria pronta para tomar

    las armas, y a otros a varios lugares oportunos paraque comenzasen la guerra, y que l deseaba mucho

    ir al ejrcito si antes lograba matar a Cicern, cuyosardides desconcertaban en gran parte sus ideas.

    Pasmados y suspensos al or esto los demsconcurrentes, Cayo Cornelio, caballero romano, y

    Lucio Vargunteyo, senador, se ofrecieron de suyo y

    determinaron ir poco despus aquella misma nochecon gente armada a casa de Cicern, como que leiban a visitar, y cogindole desprevenido matarle

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    improvisamente. Vio Curio el gran peligro que

    amenazaba al cnsul y avisle inmediatamente pormedio de Fulvia del lazo que se le preparaba; con loque, sindoles negada la entrada, no tuvo efecto suexecrable designio. Entretanto Manlio en la Etruria

    iba sublevando la plebe, que por su pobreza y eldolor de haber en tiempo de la tirana de Sila

    perdido sus campos y haciendas, estaba deseosa denovedades, y asimismo a los forajidos de todasclases, de que haba gran copia en aquellas partes, y

    a algunos de los que Sila haba heredado en suscolonias, los cuales, con haber robado tanto, lo

    haban consumido todo con su lujuria y sus excesos.Sabido esto por Cicern y vindose entre dos

    males (porque ni poda ya por s preservar ms

    tiempo a la ciudad de las asechanzas de losconjurados, ni acababa de saber cuan numeroso era

    o qu designio tena el ejrcito de Manlio),determinase a dar cuenta al Senado de lo que pasabay comenzaba ya a andar en los corrillos del vulgo.La resolucin fue la regular en los casos del mayor

    peligro: que hiciesen los cnsules, cmo no

    recibiese dao la repblica, Por esta frmulaconcede el Senado, segn costumbres de Roma, almagistrado la suma del poder y le autoriza para

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    juntar ejrcito, hacer la guerra, obligar por todos

    medios a ella a los confederados y ciudadanos, yejercer en la ciudad y en campaa el supremoimperio y la judicatura: porque de otra suerte, sinmandamiento del pueblo, nada de esto puede hacer

    el cnsul.De all a pocos das el senador Lucio Senio ley

    en el Senado una carta que dijo le escriban deFsulas, y el contenido era que Cayo Manlio el da27 de octubre haba tomado las armas con gran

    nmero de gentes. Al mismo tiempo decan unos(corno acontece en semejantes casos) que en varias

    partes se haban visto monstruos y prodigios: otrosque se tenan juntas, que se transportaban armas,que en Capua y en la Pulla1 estaban para levantarse

    los esclavos. Por esto orden el Senado que QuintoMarcio Rex pasase a Fsulas, y Quinto Metelo

    Crtico a la Pulla y lugares circunvecinos. Estos dosgenerales estaban detenidos en las cercanas deRoma por la malignidad de algunos, queacostumbrados a venderlo todo, fuese justo o

    injusto, les disputaban entrar en triunfo. Ordense

    tambin que los pretores Quinto Pompeyo Rufo yQuinto Metelo Cler fuesen, aqul a Capua, ste a la1Apulia

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    campaa del Piceno, liambos con facultad de juntar

    ejrcito, segn el tiempo y el peligro lo pidiesen.Adems de esto se ofrecieron premios a los quedescubriesen la conjuracin contra la repblica, es asaber, cien sestercios y la libertad al siervo,

    doscientos al libre y la impunidad de su delito; y seorden asimismo que las cuadrillas de los

    gladiadores se repartiesen entre Capua y los demsmunicipios, segn las fuerzas de cada uno, y quepor toda la ciudad hubiese de noche rondas a cargo

    de los magistrados menores.Con esto estaban los ciudadanos conmovidos y

    trocado el semblante de la ciudad. De una suma yno interrumpida alegra, que haba producido en ellala paz de muchos aos, pas de repente a

    apoderarse de todos la tristeza. Andaban azorados,medrosos, sin fiarse de lugar ni de persona alguna;

    ni estaban en guerra ni tenan paz: meda cada unolos peligros por su miedo. Las mujeres, por otraparte, posedas de un desacostumbrado espanto avista de la guerra y de la grandeza del suceso, se

    afligan, alzaban las manos al cielo, lastimbanse de

    sus tiernos hijuelos, todo lo preguntaban, todo loteman; y olvidadas de la vanidad y los regalos, des-confiaban de su suerte, y de la salud de la patria.

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    Pero el desapiadado Catilina no desista por eso de

    su intento, aun viendo las prevenciones de genteque se hacan y que Lucio Paulo le haba ya acusadopor la ley Plaucia de haber maquinado contra larepblica; hasta que al fin, por disimular y en

    apariencia de querer justificarse, como si hubiesesido provocado por calumnia, se present en el

    Senado. Entonces el cnsul Marco Tulio, o porquetemiese al verle, o dejado llevar de su justo enojo,dijo una oracin elegante y til a la repblica, que

    public despus por escrito. Concluida que fue,Catilina, como era nacido para el disimulo, puestos

    en el suelo los ojos, comenz en tono humilde arogar al Senado, que no diese ligeramente crdito alo que se deca de l: que de un nacimiento y

    conducta cual haba sido la suya desde su mocedad,deban por el contrario prometerse todo bien; ni

    pensasen jams que un hombre patricio, como lera, cuyos mayores y aun l mismo, tenan hechostantos servicios a la plebe de Roma, pudieseinteresar en la ruina de la repblica, especialmente

    cuando velaba a su conservacin un ciudadano tal

    como Marco Tulio, que ni aun casa tena en laciudad y aadiendo a sta otras injurias, levantantodos el grito contra l, llamndole parricida y ene-

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    migo pblico. Entonces, furioso, prorrumpi

    diciendo:, Ya que mis enemigos me tienen sitiado yme estrechan a queme precipite, yo har que miincendio se apague con su ruina. - Y salindosearrebatadamente del Senado, se fue a su casa, donde

    revolviendo en su interior mil cosas (porque ni lesalan bien las asechanzas que haba puesto al

    cnsul, y vela que no era posible dar fuego a laciudad por la vigilancia de las rondas) persuadido aque lo mejor sera aumentar su ejrcito y prevenir

    con tiempo lo necesario para la guerra, antes que elpueblo alistase sus legiones, partise a deshora de la

    noche con pocos de los suyos para los reales deManlio, dejando encargado a Cetego, a Lntulo y aotros, que saba eran los ms determinados, que

    afianzasen por los medios posibles las fuerzas delpartido, que hiciesen por asesinar presto al cnsul y

    previniesen muertes, incendios y los dems estragosde la guerra civil, ofrecindoles que de un da paraotro se acercara a la ciudad con un poderosoejrcito. Mientras pasaba esto en Roma, envi Cayo

    Manlio algunos de los suyos a Quinto Marcio Rex

    con esta embajada:Los dioses saben y los hombres, QuintoMarcio, que ni, hemos tomado las armas contra la

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    patria, ni con nimo de daar a nadie; s slo por

    libertar nuestras personas de la opresin e injuria,vindonos, por la tirana de los usureros, reducidosa la mayor pobreza y miseria, los ms fuera denuestras patrias, todos sin crdito ni hacienda, sin

    poder usar, como usaron nuestros mayores, delremedio de la ley, ni aun siquiera vivir libres,

    despus de habernos despojado de nuestrospatrimonios; tanta ha sido su crueldad y la delpretor. En muchas ocasiones vuestros mayores,

    compadecidos de la plebe romana, aliviaron sunecesidad con sus decretos: y ltimamente en

    nuestros das, por lo excesivo de las deudas, seredujo a la cuarta parte el pago de ellas, a solicitudde todos los bien intencionados. Otras veces la

    misma plebe, o deseosa del mando o irritada por lainsolencia de los magistrados, tom las armas y se

    separ del Senado. Nosotros no pedimos mando niriquezas, que son el fomento de todas las guerras ycontiendas: pedimos slo la libertad, que ningnhombre honrado pierde sino con la vida. Por esto, a

    ti y al Senado os conjuramos que os apiadis de

    unos conciudadanos infelices: que nos restituyis elrecurso de la ley, que nos quit la iniquidad delpretor, sin dar lugar a que obligados de la necesidad,

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    busquemos como perdernos, despus de haber

    vendido bien caras nuestras vidas .Quinto Marciorespondi a esto: que si tenan que pedir, dejasenante todo las armas, fuesen a Roma y lorepresentasen humildemente al Senado; el cual y el

    pueblo romano haban siempre usado con todos detanta mansedumbre y clemencia, que no haba

    ejemplar que hubiese alguno implorado en vano afavor. Catilina entretanto desde el camino escribi alos ms de los consulares y a las personas de mayor

    autoridad de Roma, dicindoles que el verse ca-lumniosamente acusado por sus contrarios, a cuyo

    partido no poda resistir, le obligaba a ceder a lafortuna y retirarse desterrado a Marsella; no porquese sintiese culpado en lo que se le imputaba, sino

    por la quietud de la repblica y porque de suresistencia no se originase algn tumulto. Pero

    Quinto Ctulo ley en el Senado otra carta muydiferente, la cual dijo habrsele entregado de partede Catilina. Su copia es sta:

    Lucio Catilina a Quinto Ctulo. Salud. Tu gran

    fidelidad, que tengo bien experimentada, y que en

    mis mayores peligros me ha sido muy apreciable ygrata, me alienta a que me recomiende a ti. Por estono pienso hacer apologa de mi nueva resolucin,

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    sino declarrtela y sus motivos, para mi descargo,

    pues de nada me acusa la conciencia; y esto lopuedes creer sobre mi juramento. Hostigado devarias injurias y afrentas que he padecido, yvindome privado del fruto de mi trabajo e

    industria, y sin el grado de honor correspondiente ami dignidad, tom a mi cargo, como acostumbro, la

    causa pblica de los desvalidos y miserables: noporque no pudiese yo pagar con mis fondos lasdeudas que por m he contrado, ofrecindose la

    liberalidad de Aurelia Orestila a satisfacer con suhacienda y la de su hija aun las que otros me han

    ocasionado, sino porque vea a gentes indignas enlos mayores puestos y honores, y que a m, por solassospechas falsas, se me exclua de ellos. Por esto he

    abrazado el partido de conservar el resto de midignidad por un camino harto decoroso, segn mi

    actual desgracia. Ms quisiera escribirte, pero se meavisa que vienen sobre m. Encrgote a Orestila y tela confo y entrego, rogndote por la vida de tushijos que la defiendas de todo agravio. Adis. Pero

    Catilina habindose detenido poco tiempo en la

    campaa de Reate en casa de Cayo Flaminio,mientras provea de armas a la gente de aquellascercanas que antes haba solicitado, encaminase a

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    los reales de Manlio, precedido de las haces

    consulares y dems insignias del imperio. Sposeesto en Roma y el Senado declara luego a Catilina yManlio por enemigos pblicos, y al resto de susgentes seala trmino, dentro del cual pudiesen sin

    recelo alguno dejar las armas, excepto los yasentenciados por delitos capitales. Manda adems

    de esto que los cnsules alisten gente, que Antoniosalga al instante con ejrcito en busca de Catilina yCicern quede en guarda de la ciudad., En esta

    ocasin me parece a m que el imperio del puebloromano fue en sumo grado digno de compasin,

    porque obedecindole el mundo entero,conquistado por sus armas, desde Oriente aPoniente; teniendo en sus casas paz y abundancia de

    riquezas, que son las cosas que los hombres msestiman, hubo, sin embargo, ciudadanos tan duros y

    obstinados, que ms que gozar de estos bienes,quisieron perderse a s y a la repblica. Porque niaun despus de repetido el decreto del Senado, sehall siquiera uno entre tanta muchedumbre, que

    llevado del inters del premio descubriese la

    conjuracin o desampararse los reales de Catilina;tal era la fuerza del mal, que como un contagio sehaba pegado a los ms de los ciudadanos.

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    Ni pensaban slo as los que tenan parte en la

    conjuracin; sino absolutamente toda la plebe,llevada del deseo de novedades, aprobaba el intentode Catilina; y en esto haca segn su costumbre,porque siempre en las ciudades los que no tienen

    que perder envidian a los buenos, ensalzan a los queno lo son, aborrecen lo antiguo, aman la novedad, y

    descontentos con sus cosas y estado, desean que semude todo, alimentndose entretanto de losalborozos y tumultos, sin cuidado alguno, porque

    en todo acontecimiento pobres se quedan. Pero laplebe de Roma se haba dejado llevar del torrente de

    la conjuracin por muchos motivos. En primerlugar, cuantos en todas partes eran sealados porsus infamias y atrevimientos; cuantos haban

    perdido afrentosamente sus patrimonios; cuantospor sus excesos y delitos andaban desterrados de

    sus patrias, todos haban acudido a Roma como auna santina de maldades. Haba tambin muchosque acordndose de la victoria de Sila, y viendo a al-gunos que de soldados rasos haban llegado a

    senadores y a otros tan ricos que en la ostentacin y

    trato parecan reyes, se prometan para s otro tanto,si tomaban las armas y quedaban vencedores. Fuerade esto los jvenes del campo, que hasta all haban

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    vivido pobremente atenidos al jornal de sus manos,

    convidados por las pblicas y privadas liberalidades,se hallaban mejor con el descanso de la ciudad, quecon su desagradable antiguo ejercicio. stos y losdems que he referido, se mantenan a costa de la

    calamidad pblica. Por lo que no es tanto deadmirar que unos hombres pobres, viciosos y llenos

    de altas esperanzas, no mirasen mejor por larepblica que por s mismos. Por otra parte,aquellos cuyos padres en tiempo de Sila haban sido

    desterrados o que haban perdido sus bienes opadecido algn menoscabo en sus privilegios, no

    esperaban con mejor intencin el xito de estaguerra, y generalmente cuantos no eran del partidodel Senado ms queran ver la repblica revuelta que

    perder un punto de su autoridad; y este mal sehaba, despus de muchos aos, vuelto a introducir

    en la ciudad.Porque habindose en el consulado de Cneo

    Pompeyo y Marco Craso restituido a su primerestado la potestad tribunicia, suceda muchas veces

    que ocupando este supremo magistrado gente de

    poca edad y de genio ardiente y fogoso, conmovana la plebe acriminando al Senado y la inflamabanms con sus liberalidades y promesas, hacindose

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    ellos por este medio ilustres y poderosos.

    Oponaseles con el mayor empeo lo ms de lanobleza, so color de favorecer al Senado; pero en larealidad por engrandecerse cada uno. Porque, paradecirlo breve y claro, cuantos en aquel tiempo

    conturbaron la repblica, afectando deseo del biencomn con coloridos honestos, unos como que

    defendan los derechos del pueblo, otros como porsostener la autoridad del Senado, todos ponan suprincipal mira en hacerse poderosos; ninguno tena

    moderacin ni tasa en sus porfas: unos y otrosllevaban a sangre y fuego la victoria.

    Pero despus que Cneo Pompeyo fue enviado ala guerra de mar contra los piratas y luego contraMitrdates, decay el poder de la plebe y se aument

    el de algunos particulares. stos obtenan losmagistrados, los gobiernos y los dems empleos;

    stos vivan impunemente y sin cuidado en mediode la prosperidad, amedrentando a los dems conlos castigos, a fin de que no abusasen del tribunadopara irritar a la plebe. Pero a la menor esperanza que

    hubo de novedades, volvi la antigua contienda a

    poner en arma aquellos nimos. Y a la verdad siCatilina hubiera quedado vencedor o a lo menos novencido en la primera batalla, sin duda alguna

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    hubiera sobrevenido gran trabajo y calamidad a la

    repblica; ni los vencedores mismos pudieran gozarpor mucho tiempo de la victoria; porque hallndoseya debilitados y rendidos, cualquiera otro mspoderoso les hubiera quitado de las manos el

    imperio y la libertad. Pero hubo muchos queaunque no eran de la conjuracin, fueron desde el

    principio a unirse con Catilina. Uno de ellos fueFulvio, hijo de senador, a quien habiendo alcanzadoy hecho volver desde el camino, le mand matar su

    padre. En este mismo tiempo Lntulo en Roma,segn el orden que le haba dejado Catilina, iba ya

    por si, ya por medio de otros, solicitando a cuantospor sus costumbres e infortunios crea ser a prop-sito para novedades; sin detenerse en que no fuesen

    ciudadanos, sino a toda clase de gentes, con tal quefuesen de provecho para la guerra.

    Encarga, pues, a cierto Publio Umbreno queexplore a los legados de los albroges y los induzcasi pudiere a la conjuracin; esperando que lolograra fcilmente, porque estaban sumamente

    adeudados por s mismos y a nombre de su ciudad,

    y por ser de suyo los galos gente belicosa. Habaeste Umbreno estado algn tiempo en aquella partede la Galia a sus dependencias, y as era conocido y

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    conoca tambin a los ms de los sujetos principales

    de las ciudades de ella. Con esto, sin tardanzaalguna, en la primera ocasin que encontr a loslegados en el foro, se lleg a ellos, y preguntndolesligeramente acerca del estado de su ciudad, como

    que se compadeca d e su desgracia, les aadi en elmismo tono de pregunta: ,Qu fin crean que

    podran tener tan grandes males?, y como los vioquejarse de la avaricia de los magistrados, echar laculpa al Senado porque en nada les favoreca y que

    no hallaban otro remedio a sus trabajos que lamuerte, encarado a ellos les dijo:

    Pues yo os mostrar camino para salir de todo,si sois hombres.>. Odo esto por los legados,entrando en grande esperanza, ruegan a Umbreno

    se compadezca de ellos, protestndole que no habrcosa, por ardua y difcil que sea, que no estn

    prontos a ejecutar con el mayor gusto, a trueque desacar de empeos a su ciudad. Umbreno entoncesllvalos consigo a casa de Decio Bruto, la cual nodistaba del foro y era sabedora de la negociacin

    por Sempronia, pues Bruto se hallaba a la sazn

    ausente. Llama adems de esto a Gabinio para darms autoridad a sus palabras, y en su presenciadescubre la conjuracin, nombrando a los que la

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    componan y a otros muchos de vurias clases, que

    nada saban de ella, a fin de animar a los legados, ydespus que hubieron ofrecido que contribuiran asu intento, los envi para sus casas.

    Pero ellos, no obstante su promesa, dudaron

    mucho tiempo qu resolucin tomaran. Por unaparte se hallaban oprimidos de las deudas,

    lisonjeados de su natural inclinacin a la guerra ycon esperanza de alcanzar grandes ventajas, sivencan, Por otra, vean un partido ms fuerte,

    mayor seguridad en abrazarle y recompensas ciertasen lugar de inciertas esperanzas. Pesadas por los

    legados estas cosas, cay al fin la balanza a favor dela repblica. Vanse, pues, a Quinto Fabio Sanga,que era patrono de su ciudad y la favoreca mucho,

    y descbrenle cuanto saban. Cicern, que entendipor medio de Sanga lo que pasaba, manda a los

    legados que afecten desear con grande ansia laconjuracin, visiten a los dems cmplices, se lofaciliten todo y procuren que se abran y declarencon ellos lo ms que sea posible.

    Casi por el mismo tiempo hubo alborotos en la

    citerior y ulterior Galia, y tambin en la campaa delPiceno, en el Abruzo y en la Pulla, porque los queCatilina haba anticipadamente enviado a aquellas

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    partes, sin acuerdo ni reflexin alguna, y como

    gente desatinada, todo lo queran hacer a un tiempo;y juntndose por las noches, transportando de una aotra parte armas, acelerndose y movindolo todo,haban ocasionado ms miedo que peligro. Ya a

    muchos de ellos haba el pretor Quinto MeteloCler puesto en la crcel, despus de procesados de

    orden del Senado, y lo mismo haba ejecutado en laciterior Galia Cayo Murena, que gobernaba aquellaprovincia en calidad de legado.

    Pero en Roma Lntulo y los dems cabezas de laconjuracin, parecindoles que tenan bastante

    gente a punto, haban resuelto, que luego quellegase Catilina con su ejrcito a la campaa deFsulas, Lucio Bestia, tribuno de la plebe, se

    querellase en una arenga al pueblo de la conducta deCicern, atribuyendo a este insigne cnsul la culpa

    de tan funesta guerra, y que esa arenga sirviese deseal para que en la siguiente noche el resto de lamuchedumbre conjurada ejecutase cada uno lo quese haba puesto a su cargo. Era, segn decan, el

    proyecto que Statilio y Gabinio con buen trozo de

    gente pegasen a un mismo tiempo fuego a la ciudadpor doce partes, las ms acomodadas a su intento,que era facilitar, al favor de este alboroto, la entrada

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    para el cnsul y para los dems a quienes queran

    asesinar:que Cetego se apostase a las puertas de la casade Cicern y le acometiese abiertamente y los demscada uno al suyo; que los hijos de familias, que por

    la mayor parte eran del cuerpo de la nobleza,matasen a sus padres; y dejando a la ciudad envuelta

    en muertes e incendios, saliesen a unirse conCatilina. Mientras esto se resolvi y dispuso, nocesaba Cetego de echar en rostro a sus compaeros

    su cobarda, dicindoles que con su irresolucin ylargas desaprovechaban las mejores ocasiones; que

    en un peligro como aquel, no era menester consejo,sino manos; que l mismo asaltara la corte conpocos que le ayudasen, pues los dems andaban tan

    remisos. Como era de natural fiero y ardiente y porotra parte hombre de gran valor, crea que todo el

    buen xito consista en la brevedad.Pero los albroges, segn la instruccin que

    Cicern les haba dado, se vieron por medio deGabinio con los dems conjurados, y pidieron a

    Lntulo, Cetego, Statilio y Casio su juramento

    firmado, para poderle llevar a sus conciudadanos,pues de otra suerte, decan, no sera fcil quequisiesen entrar en un negocio de tanta entidad. Los

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    tres primeros danle sin la menor sospecha; Casio

    ofrece volver all dentro de poco, y prtese de Romaalgo antes que los legados.A stos quiso Lntuloque acompaase un cierto Tito VolturcioCrotoniense, para que, de camino a su casa, se

    viesen con Catilina y ratificasen el tratado, dndosemutuamente su palabra y seguridad. Entreg

    adems de esto a Volturcio una carta para Catilinadel tenor siguiente:

    Cuya sta sea, te lo dir el dador. Mira bien el

    apuro enque ests y piensa como hombre. Atiende alo que tu situacin pide y vlete de todos, aun de los

    ms despreciables.Encargle adems de esto de palabra que le

    dijese:En qu se fundaba para no admitir a los

    siervos, una vez que el Senado le haba declarado yapor enemigo? Que en Roma estaba pronto cuanto

    haba mandado, y que no difiriese un momento elacercarse.

    Hecho as esto, y determinada la noche en quehaban de partir, Cicern, instruido de todo por los

    legados, da orden a los pretores Lucio Valerio Flaco

    y Cayo Pontino, que emboscados en el puenteMilvio arresten la comitiva de los albroges. Dcelespor lo claro el fin por que los enva, y que en lo

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    dems obren segn convenga. Ellos, como gente

    militar que era, apostando sin ruido alguno suspatrullas, cercan ocultamente el puente, segn se leshaba mandado. Cuando los legados llegaron conVolturcio a aquel sitio, levntase a un mismo

    tiempo el grito de ambas partes. Los galos, queconocieron luego lo que era, se entregan al instante

    a los pretores. Volturcio al principio animando a losdems, se hace con su espada lugar entre lamuchedumbre; pero vindose abandonado de los

    legados, despus de haber rogado mucho a Pontino,cuyo conocido era, que le salvase la vida, temeroso y

    desconfiado de alcanzarla, se rinde al fin a lospretores, no de otra suerte que si fueran enemigos.

    Dase inmediatamente aviso de lo ejecutado al

    cnsul, el cual se vio a un mismo tiempo entre unaalegra y un cuidado sumo. Alegrbase al ver que,

    descubierta la conjuracin, quedaba la ciudad librede peligro; pero le aquejaba la duda de lo queconvendra hacer, siendo comprendidos en tanatroz delito tantos y tan esclarecidos ciudadanos.

    Echaba de ver que el castigarlos redundara en su

    dao y el disimular sera la ruina de la repblica.Pero al fin, cobrando nimo, manda comparecerante s a Lntulo, a Cetego, a Stailio y Gabinio, y

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    asimismo a Cepario, natural de Terracina, el cual se

    dispona para pasar a la Pulla a sublevar a losesclavos. Todos acuden sin tardanza menosCepario, que habiendo poco antes de avisarle salidode casa y sabido que haban sido descubiertos, se

    escap de la ciudad. El cnsul, tomando por lamano a Lntulo (por hallarse a la sazn pretor) le

    lleva por s mismo al templo de la Concordia, paradonde haba convocado al Senado, y manda que losdems sean conducidos con guardas al mismo sitio.

    All, en presencia de gran nmero de senadores,introduce a Volturcio y a los legados, y manda al

    pretor Flaco presentar la valija y cartas que habansido interceptadas.

    Volturcio preguntado

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    Publio Autronio, Servio Sila, Lucio Vargunteyo y

    otros muchos. Lo mismo declaran los legados. Perono contestando Lntulo, fue reconvenido con sucarta y sus conversaciones en que decafrecuentemente: que los libros de las `Sibilas

    pronosticaban el reino de Roma a tres de la familiaCornelia; que los dos haban sido Cina y Sila y l era

    el tercero, a quien la suerte daba, que haba deapoderarse de la ciudad, y, adems de esto, queaquel era el ao veinte de la quema del capitolio;

    ao que los adivinos, en vista de algunos prodigios,haban muchas veces dicho en sus respuestas, que

    sera sangriento por guerras civiles. Leda, pues, lacarta y reconocidas por todos sus firmas, mand elSenado que as Lntulo (degradado antes de su

    empleo) como los dems cmplices, se asegurasensin apremio alguno en casas particulares. Lntulo

    fue dado en guarda a Publio Lntulo Spinter, queera a la sazn edil, Cetego a Quinto Cornificio,Statilio a Cayo Csar, Gabinio a Marco Craso,Cepario (a quien alcanzaron en su fuga y le haban

    trado poco antes) a Cneo Terencio Senador.

    Entretanto la plebe, que con el deseo denovedades haba fomentado tanto la guerra civil enlos principios, trocada enteramente, luego que se

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    descubri la conjuracin, detestaba el designio de

    Catilina, pona a Cicern en las nubes y como quese haba librado de una inminente esclavitud seocupaba en regocijos y alegras. Porque al prontocrey que cualquier otro desorden de los que trae

    consigo la guerra civil, ms que dao, podraocasionarla algn pillaje, pero el incendio desde

    luego vio ser cosa atroz y enorme, y que haba deserla muy funesto, pues todos sus haberesconsistan en lo que consuma diariamente la ciudad

    en el sustento y la decencia. El da siguiente fuellevado al Senado cierto Lucio Tarquinio, el cual

    decan que yendo a encontrar a Catilina, haba sidocogido en el camino. Rste ofreci que descubrira laconjuracin, con tal que se le indultase, y siendo

    mandado por el cnsul declarar lo que supiese, dijoal Senado casi lo mismo que Volturcio de las

    disposiciones tomadas para quemar la ciudad ymatar a los fieles a la repblica, y de la venida de losenemigos, aadiendo que le haba enviado MarcoCraso para decir a Catilina que no le acobardase la

    prisin de Lntulo, Cetego y otros conjurados, y

    que por lo mismo se diese ms prisa en acercarse aRoma para sacarlos cuanto antes del peligro yanimar a los dems, Cuando oyeron nombrar a

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    Craso, sujeto noble, riqusimo y de suma autoridad,

    unos tenindolo por cosa increble, otros, bien quelo creyesen, considerando que en un tiempo comoaquel convena ms templar que irritar a un hombretan poderoso, y los ms de ellos por particulares

    obligaciones que a Craso deban, claman a una vozque es falsa la declaracin de Tarquinio, y piden

    que se vuelva a tratar de ello en el Senado.Propnelo de nuevo Cicern y resulvese apluralidad de votos que la noticia es falsa y que

    Tarquinio se mantenga preso hasta declarar porsugestin de quin ha fabricado tan enorme

    calumnia,,. No falt en aquel tiempo quiensospechase que Publio Autronio haba sido elinventor de aquella mquina, con el fin de que el

    nombre y poder de Craso y el riesgo que igualmentecorrera su persona, pusiese ms fcilmente a

    cubierto a los dems. Otros decan que Tarquinioera un echadizo de Cicern, por medio de queCraso alborotase la repblica, tomando a su cargo laproteccin de los malvados, segn tena de

    costumbre. Yo mismo o despus a Craso decir

    pblicamente que Cicern era quien le haba puestotan afrentosa nota.

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    Pero esto se aviene mal con que en el mismo

    tiempo ni Quinto Catulo, ni Cayo Pisn pudieronconseguir de l por amistad, por ruegos ni dinero,que los albroges u otro delator nombrasencalumniosamente a Cayo Csar, de quien ambos

    eran mortales enemigos; Pisn, porque Csar lehaba convencido en juicio de haber por cohecho

    sentenciado injustamente a muerte a ciertotranspadano; Catulo, porque siendo de avanzadaedad y habiendo obtenido los primeros empleos, no

    poda sufrir que en competencia suya se hubiesedado el pontificado a Csar, que era an mozo. Y la

    ocasin no poda ser mejor para autorizar lacalumnia, porque Csar por su insigne liberalidadcon sus amigos y por los espectculos magnficos

    que haba dado al pueblo, se hallaba sumamenteadeudado. Pero al fin, desengaados de que no

    podan inducir al cnsul a tan gran maldad, ellos pors mismos (hablando a unos y a otros y fingiendocosas que decan haber odo a Volturcio y a losalbroges) conciliaron a Csar tan grande

    aborrecimiento, que algunos caballeros romanos de

    los que guardaban armados el templo de la Con-cordia, dejndose llevar de lo grande del peligro odel impulso de su generosidad para acreditar ms su

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    amor a la repblica, le pusieron al pecho las espadas

    al tiempo que sala del Senado.Mientras en l se trataban estas cosas y seacordaba la recompensa que deba darse a loslegados de los albroges y a Tito Volturcio, por

    haberse hallado ciertas sus declaraciones, loslibertos y algunos ahijados de Lntulo andaban cada

    uno por su lado solicitando por las calles a losartesanos y a los siervos para libertarle; otros hacanpor ganar a los capataces de ciertas cuadrillas de

    gente agavilladas, que sola alquilarse para inquietara la repblica. Cetego por su parte rogaba, por

    medio de emisarios, a sus familiares y libertos, genteescogida y abonada para cualquier arrojo, quehechos un pelotn penetrasen con sus armas hasta

    donde l estaba. El cnsul, que entendi lo que seiba preparando, dispone su gente segn el tiempo y

    caso pedan, junta Senado y propone en l: qu lespareca se hiciese de los que estaban presos? Yapoco antes la mayor parte de los votos los habadeclarado traidores a la repblica. Decio Junio

    Silano, que por hallarse designado cnsul fue

    preguntado el primero, vot por entonces, quedeban condenarse a muerte, y no slo ellos, sinotambin Lucio Casio, Publio Furio, Publio

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    Umbreno y Quinto Anio, si pudiesen ser habidos.

    Pero despus, hacindole fuerza el razonamiento deCayo Csar, dijo se conformara con el dictamen deTiberio Nern, que era que se volviese a tratar elpunto y entretanto se doblasen las guardas. Csar,

    cuando le lleg su vez, siendo preguntado por elcnsul habl de esta suerte:

    Padres conscriptos: Los que han de dardictamen en negocios graves y dudosos deben estardesnudos de odio, de amistad, de ira y compasin.

    No es fcil que el nimo descubra entre estosestorbos la verdad, ni nadie acert jams siguiendo

    su capricho. Prevalece el nimo, cuando se aplicalibremente; si nos preocupa la pasin, ella domina,el nimo nada puede. Gran copia de ejemplares

    pudiera yo traer padres conscriptos, de reyes yrepblicas que por dejarse llevar de la compasin o

    del enojo tomaron resoluciones de Marco Crasopara decir a Catilina que no le acobardase la prisinde Lntulo, Cetego y otros conjurados, y que por lomismo se diese ms prisa en acercarse a Roma para

    sacarlos cuanto antes del peligro y animar a los

    dems. Cuando oyeron nombrar a Craso, sujetonoble, riqusimo y de suma autoridad, unostenindolo por cosa increble, otros, bien que lo

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    creyesen, considerando que en un tiempo como

    aquel convena ms templar que irritar a un hombretan poderoso, y los ms de ellos por particularesobligaciones que a Craso deban, claman a una vozque es falsa la declaracin de Tarquinio, y piden

    que se vuelva a tratar de ello en el Senado.Propnelo de nuevo Cicern y resulvese a

    pluralidad de voto