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Universidad Nacional de General Sarmiento Instituto de Desarrollo Humano LA CRISIS EN CRISIS El surgimiento de lo político en las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001 Camila Cuello Tesis para optar por el título de Licenciada en Estudios Políticos Directora: Julia Gabriela Smola 2015

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Universidad Nacional de General Sarmiento

Instituto de Desarrollo Humano

LA CRISIS EN CRISIS

El surgimiento de lo político en las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001

Camila Cuello

Tesis para optar por el título de Licenciada en Estudios Políticos

Directora: Julia Gabriela Smola

2015

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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Índice

Agradecimientos ........................................................................................................................... 5

Introducción .................................................................................................................................. 6

Capítulo 1: Las narraciones del 19 y 20 de diciembre de 2001 ..................................................... 12

I. Introducción ..................................................................................................................... 12

II. La construcción narrativa de la acción. ............................................................................. 13

III. De la heterogeneidad de perspectivas. 19 y 20: ¿Manifestaciones políticas o

antipolíticas?.................................................................................................................................16

a. Manifestaciones políticas ................................................................................................. 17

b. Manifestaciones antipolíticas ........................................................................................... 29

IV. Los puntos de contacto de ambos enfoques. .................................................................... 36

Capítulo 2: Redefiniciones acerca de lo político .......................................................................... 40

I. Introducción ....................................................................................................................... 40

II. Prejuicios contra la política ................................................................................................. 41

III. Los supuestos tras los análisis de las manifestaciones de diciembre.................................... 48

IV. Espacios de aparición: el sentido de la política según Hannah Arendt. ................................ 54

a. Pensar sin barandillas ....................................................................................................... 55

b. La centralidad de la esfera pública .................................................................................... 58

c. Acción, Discurso y Libertad en la noción arendtiana de la política. .................................... 61

d. La manifestación política .................................................................................................. 68

Capítulo III: El sentido político de las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre ........................ 74

I. Introducción ..................................................................................................................... 74

II. Más allá del acontecimiento: La historización de las manifestaciones del 19 y 20. El

contexto político, económico y social. ...................................................................................... 77

III. Múltiples dimensiones de la movilización: saqueos, protesta sindical, piquetes y

cacerolazos. ............................................................................................................................. 84

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3

IV. El sentido político de las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001 ...................... 90

Palabras Finales ......................................................................................................................... 110

Bibliografía ................................................................................................................................ 115

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Si es cierto que todo pensamiento se inicia con el recuerdo, también es cierto que ningún recuerdo está seguro

a menos que se condense y destile un esquema conceptual del que depende para su actualización.

Las experiencias y las narraciones que surgen de los actos y sufrimientos humanos, de los acontecimientos y sucesos,

caen en la futilidad inherente al acto y a la palabra viva si no son recordados una y otra vez.

Lo que salva a los asuntos del hombre mortal de su futilidad consustancial no es otra cosa que la incesante recordación

de los mismos, la cual, a su vez, sólo es útil a condición de que produzca ciertos conceptos, ciertos puntos de referencia

que sirvan para la conmemoración futura.

Hannah Arendt, Sobre la Revolución.

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Agradecimientos

Este trabajo es la conclusión de mi carrera de estudiante de la Licenciatura de Estudios Políticos de

la Universidad Nacional de General Sarmiento, por eso como todo fin de ciclo, invita a reflexionar

acerca del camino transitado y especialmente sobre aquellas personas que lo acompañaron.

Quisiera agradecer en primer lugar a mis padres y mis hermanos, que supieron respetar y apoyar

mis elecciones. A mis abuelos, por el cariño cotidiano y la compañía en las largas tardes de mates

mientras leía los apuntes. Y a mis primas, que en cada reunión escuchaban atentamente las ideas

que surgían de este trabajo.

Mi paso por la Universidad me dejó grandes amigos, con los que compartimos, allá por los

primeros años, muchas horas de cursada y que hoy son gran parte de mí. A ellos les agradezco por

hacer más fácil este arduo camino, por animarme cuando el cansancio me ganaba. Pero sobre

todo por escucharme y prestar el hombro a lo largo de todo este trabajo, que finalmente tomó

forma de tesis.

A Maximiliano, mi amor y compañero, que comparte conmigo cada día. A él le agradezco por estar

a mi lado y brindarme siempre palabras de aliento en el momento más necesario. Pero sobre todo

por su amor y apoyo incondicional.

Quiero agradecer especialmente a mi directora, Julia Smola, por su compromiso y predisposición

constantes, sus lecturas atentas y sus comentarios siempre interesantes que permitieron, a la vez,

que esta tesis sea lo más libre posible. Pero no sólo por trabajar conmigo durante estos años, sino

también por alentar mi crecimiento al enfrentarme a nuevos desafíos.

Finalmente, agradezco a todos los docentes investigadores del área de Política de la Universidad,

por su predisposición a mis consultas, por el acompañamiento en cada una de las materias y por

permitirme discutir con ellos las ideas que forman parte de esta tesis de Licenciatura.

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Introducción

El 19 de diciembre de 2001, poco antes de las 23 horas el presidente Fernando De la Rúa leyó por

cadena nacional un breve discurso en el que declaró el Estado de Sitio vigente por 30 días. Dicha

medida, buscó dar respuesta al clima de tensión generado por la propagación de los saqueos en

gran parte del territorio nacional. Mientras se desarrollaba el discurso presidencial, comenzó a

escucharse en la mayoría de los barrios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el “cacerolazo”

reprobando el discurso y el decreto mismo del Estado de Sitio.

Al tiempo que las calles y las esquinas más importantes se cubrían de manifestantes, se pasó a una

marcha que desembocó en Plaza de Mayo y Plaza del Congreso. La masividad de esta

manifestación es una de sus características más predominantes, miles de personas de distintas

edades y clases sociales se hicieron presentes en el espacio público. La madrugada del 20 de

diciembre encontró a los manifestantes, que aún permanecían allí, a pesar de la intensa represión

policial ordenada por el Poder Ejecutivo. Tras la renuncia del entonces Ministro de Economía

Domingo Cavallo y de todo el gabinete presidencial, De la Rúa buscó acordar con el Partido

Justicialista para descomprimir así, la delicada situación institucional en la que se encontró el

gobierno. Finalmente, ante la negativa de la oposición, el presidente presentó su dimisión frente al

Parlamento.

Tales sucesos marcaron un quiebre e irrumpieron en la dinámica esperable del orden social, lo que

surge de allí, entonces, es un coro de preguntas: ¿Qué finaliza y qué comienza en diciembre de

2001? ¿Quiénes son aquellos que aparecen en el espacio público golpeando sus cacerolas? ¿Cuál

es el significado de las consignas que allí expresaron? Y finalmente, ¿Cómo pensar políticamente

una manifestación que –en gran medida– pone en cuestión las categorías mediante las cuales fue

analizada? En efecto, el aparato conceptual o más bien, la manera de pensar la política enfrentó

ciertas limitaciones a la hora comprender y explicar los acontecimientos decembrinos.

Yendo al punto, lo que motiva este trabajo es explorar el sentido político de una manifestación

que, en tanto acontecimiento, es constitutivamente fugaz e irrepetible. Así, en las páginas que

siguen, proponemos abordar los interrogantes planteados desde una perspectiva teórica que dé

cuenta de la politicidad contenida en la aparición de nuevos actores a la luz de lo público que

erigen consigo nuevos espacios de visibilidad, más allá de su inevitable fragilidad.

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Con dichos interrogantes en mente, organizamos nuestro trabajo en tres capítulos. En el primero

de ellos, llevaremos a cabo una revisión de los principales trabajos inmediatos posteriores a las

manifestaciones de diciembre de 2001. Puesto que, antes de emprender nuestro análisis,

debemos tener en claro cuáles son las diversas interpretaciones que se han articulado sobre las

manifestaciones. Estas, como todo fenómeno complejo, abarcan múltiples dimensiones –sociales,

políticas, culturales, institucionales, y económicas– que adquieren distintos grado de relevancia y

centralidad. Dedicaremos entonces las primeras páginas, al análisis del conjunto de publicaciones

sobre ambas jornadas. Para ello, enmarcaremos nuestra lectura en las conceptualizaciones de

Hannah Arendt y Paul Ricoeur acerca de la idea de narración, entendiendo que los diversos

enfoques construyen múltiples relatos. Allí, el conjunto dispersos de datos se hilvana en una

trama, que los organiza más allá de la mera sucesión cronológica e imprime sobre ellos un nuevo

orden de inteligibilidad que los dota de sentido.

Por consiguiente, en nuestro recorrido por las múltiples publicaciones plantearemos un

ordenamiento que atraviesa transversalmente los límites impuestos por las orientaciones teóricas

y los campos disciplinares, para atender a la manera en que se han cualificado a las

manifestaciones, bajo dos términos –en primera instancia– contrapuestos. Por un lado, aquellos

estudios que sostienen que el 19 y 20 son manifestaciones políticas, y por otro lado, los análisis

que afirman su naturaleza antipolítica. A partir de esta distinción inicial, desarrollaremos los

puntos más relevantes de cada enfoque, y lo que resulta más interesante aún, las cuestiones

donde los distintos estudios convergen, a pesar de su distancia teórica y conceptual.

Así, al poner el acento en la dimensión configurativa de toda narración, adquiere relevancia el

cuerpo teórico, o en otras palabras, los supuestos sobre los cuales se hilvana la trama allí

contenida. Llegando al final del recorrido, exploraremos los supuestos que subyacen bajo los

distintos estudios y qué entiende cada vertiente por los términos de política y antipolítica. En este

primer capítulo, no sólo construiremos un mapa de interpretaciones en el cual situar nuestro

trabajo, sino también, y sobre todo, identificaremos los puntos en donde los análisis presentan

ciertos obstáculos para pensar el sentido político de las manifestaciones decembrinas.

Dado que no pretendemos adoptar en nuestro análisis un punto de vista neutral –ejercicio que

además, resultaría imposible– es necesario precisar los conceptos que emplearemos. A ello, estará

dedicado el capítulo dos, en donde presentaremos nuestro marco teórico que estará compuesto

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principalmente por los argumentos que Arendt expone en su noción de política. Para ello

abordaremos los ejes centrales que estructuran la comprensión arendtiana: la centralidad que

adquiere el espacio público, donde son hombres son capaces de ejercer la libertad contenida en la

acción y el discurso.

A continuación, recuperaremos la interpretación del pensamiento arendtiano propuesta por

Etienne Tassin bajo el término de manifestación, que enfatiza en una aproximación

fenomenológica de la política, al plantear dos dimensiones: el actuar colectivo, por un lado, y la

visibilidad característica del espacio público, por otro. Abordaremos asimismo, las reflexiones de

Tassin acerca de la relación que se establece entre la acción colectiva y el espacio público,

existente, pero constantemente puesto en cuestión. Adelantando el curso de este desarrollo,

sostendremos junto con Claude Lefort, que no se trata allí de una dinámica de oposición entre un

espacio público instituido y la acción que en el irrumpe, sino más bien aquello que buscaremos

puntualizar es la interrelación existente entre Orden y Conflicto, o en términos de Lefort entre la

política y lo político. Así, la perspectiva lefortiana nos ayudará a pensar en la característica

conflictual de ese espacio público.

De esta manera, en las páginas que componen el segundo capítulo, presentaremos principalmente

las herramientas conceptuales de Arendt. La fertilidad de su perspectiva radica, para nuestros

intereses, en indagar la politicidad contenida en la acción y el discurso que los hombres despliegan

a la luz del espacio público. Así, los argumentos arendtianos nos permitirán redefinir aquello que

entendemos por política, siendo a su vez operacionalizados mediante ciertas reflexiones de Tassin

y Lefort.

Con este marco analizaremos, en el tercer y último capítulo, el 19 y 20 de diciembre de 2001. No

obstante, como sostuvimos algunas líneas atrás, comprendemos las manifestaciones en tanto

acontecimiento que, tal como sostiene Arendt, siempre es una novedad pero sin embargo no se

presenta deshistorizado. En sus palabras, “lo que el acontecimiento iluminador revela es un

comienzo en el pasado que hasta aquel momento estaba oculto” (2009: 41). Así, más allá de

circunscribir nuestro análisis al momento disruptivo del 19 y 20, consideramos pertinente

desarrollar el contexto político, económico y social en el cual las manifestaciones estuvieron

enmarcadas. Una última aclaración al respecto, este ejercicio se encuentra lejos de articular una

lógica causa-efecto, sino aquello que proponemos es pensar en el sentido político de una

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manifestación que en tanto acontecimiento es única y fugaz, pero que al mismo tiempo ilumina su

propio pasado.

En la misma línea, daremos cuenta de las múltiples dimensiones de la protesta social que

antecede a las jornadas decembrinas. Consideraremos allí, los saqueos, las protestas sindicales, los

piquetes y los cacerolazos acontecidos entre el 14 y el 18 de diciembre, recorte que nos permite

evidenciar suficientemente los rasgos característicos de cada forma de protesta. A lo largo de este

desarrollo reflexionaremos acerca del componente disruptivo y novedoso del 19 y 20 de

diciembre.

Algunas precisiones metodológicas devienen necesarias en esta introducción. Como se ha podido

observar desde el inicio, nuestro trabajo se encuentra circunscripto a lo sucedido los días 19 y 20

de diciembre de 2001, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, haciendo especial hincapié en las

manifestaciones desplegadas en Plaza de Mayo y Plaza del Congreso. Este recorte espacial y

temporal, responde a varias cuestiones. En primer lugar, optamos por centrarnos en las

manifestaciones del 19 y 20 por el impulso disruptivo e irrepetible que contienen, en efecto, no

negamos la productividad de pensarlas en el largo plazo –como consecuencia de las movilizaciones

sucedidas en la década del noventa– o, en el corto plazo –como parte de las protestas sociales

iniciadas casi una semana antes. Como así tampoco, escapamos de la posibilidad de reflexionar

acerca de la huella que imprimen en el periodo venidero, e incluso, –como afirman múltiples

estudios– en su impacto sobre el kirchnerismo1. No obstante, nuestro interés en las

manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001 es enfrentarnos al desafío de pensar el sentido

político de una acción que irrumpe en el espacio público instituido y pone en escena la

contingencia constitutiva de todo orden. Buscamos así, dar cuenta de la tensión existente entre lo

político como lógica conflictiva de la constitución de la sociedad y la política, como esfera

institucional de contención de ese conflicto.

1 Véase al respecto, el trabajo de Juan Pablo Cremonte “El estilo de actuación pública de Néstor Kirchner” y “Notas sobre la democracia, la representación y algunos problemas conexos” de Rinesi y Vommaro en Los lentes de Víctor Hugo. Transformaciones políticas y desafíos teóricos en la Argentina reciente (2007). Asimismo, los estudios compilados en La Grieta. Política, economía y cultura después de 2001 (2013), abordan colectivamente y desde múltiples perspectivas el impacto de las manifestaciones decembrinas, en el periodo venidero.

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En segundo lugar, respecto de la delimitación espacial, nos centraremos en las acciones llevadas a

cabo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, precisamente en las manifestaciones acontecidas

en Plaza de Mayo y Plaza del Congreso. El vasto recorrido que hemos realizado por las fuentes y la

bibliografía existente, permite sostener que el 19 y 20 fue un fenómeno con una extensión cuasi

nacional2. No obstante, dada la importancia de ambas plazas en tanto centro político, como así

también el impacto que tuvieron las acciones allí desplegadas, nos permite centrar nuestra lectura

sobre ese espacio. Ciertamente, tal como sostiene Gabriel Vommaro en gran parte, la definición

espacial tiene como resultado, la definición del quiénes,

de un lado, la ciudad de Buenos Aires y otras grandes ciudades eran sinónimo de clases medias y de movilizaciones espontáneas; del otro, los conurbanos y otros suburbios se asociaban a los pobres y a los saqueos organizados (2013: 164).

No obstante, adelantando en parte nuestro desarrollo, consideraremos que en el 19 y 20 los

actores se alejan de su pertenencia a la estructura económica y social para aparecer en el espacio

público en tanto actores primordialmente políticos.

Atendiendo a este recorte espacial y temporal, nuestro análisis de las manifestaciones de

diciembre estará basado en una reconstrucción de ambas jornadas, relevando por un lado, los

datos disponibles en los estudios publicados; y por otro lado, considerando la información

publicada por los distintos medios de comunicación de mayor alcance, radios (Radio Nacional,

Radio Mitre), televisión (tomaremos los noticieros de Canal 13, Telefé, Canal 7 y Todo Noticias) y

diarios (La Nación, Clarín y Página 12). Asimismo hemos relevado uno de los medios

independientes más activos del periodo, Indymedia. Es de gran importancia aclarar que, en el caso

de la televisión y las radios, no existe un archivo completo de las transmisiones realizadas, en

efecto, sólo trabajaremos con los fragmentos encontrados en línea. Por otra parte, dado que han

transcurrido más de diez años de los sucesos, encontramos un vasto conjunto de películas

documentales que hemos igualmente utilizado como fuentes de datos para nuestro trabajo.

Sin embargo, no debemos dejar de lado, la dificultad de trabajar a partir de fuentes periodísticas

que de por sí, contienen una serie de limitaciones: evaluación de los hechos teñidas por la postura

2 Los diarios de aquellos días registraron manifestaciones, en Rosario, Córdoba, La Plata, Mar del Plata. El

trabajo de recopilación y narración de los acontecimientos de diciembre de 2001 que llevaron a cabo Iñigo Carrera y María Cotarello (2002) en La Insurrección Espontánea sostiene que son muy pocas las provincias donde no se registran protestas: La Rioja, Catamarca, Formosa, San Luis, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

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ideológica de cada medio3, la disparidad en el tratamiento de los hechos y finalmente, como

mencionamos, la inexistencia de la totalidad de las fuentes. Sin embargo, hemos tratado de

reducir los efectos de este problema metodológico, centrándonos en los acontecimientos que las

crónicas relatan, soslayando las valoraciones de signo ideológico y comparando las acciones en la

mayor cantidad de medios posibles4.

Aquello que nos interesa reconstruir de las jornadas decembrinas, atenderá a la noción de

manifestación de la que daremos cuenta con Tassin. Es decir, nos centraremos en las acciones y el

discurso desplegado por los protagonistas en un espacio público existente, pero también

constantemente modulado por estas mismas acciones. Asimismo, nuestro análisis se nutrirá de los

aportes de múltiples publicaciones –académicas, periodísticas, entre otras– que han estudiado a

las jornadas decembrinas en la línea propuesta.

Se trata entonces de producir una narración, una puesta en trama de las manifestaciones del 19 y

20 desde una perspectiva fenomenológica que nos permita indagar el sentido político de una

manifestación que escenifica la tensión existente entre las acciones y las instituciones.

Por último, quisiéramos aclarar, que esta tesis, si bien es un trabajo de investigación en sí misma,

representa, para nosotros una apertura, una primera aproximación a una temática que nos resulta

por demás interesante y fructífera para continuar explorando. En este sentido, esperamos tener la

posibilidad de dedicarnos a ello en nuevas investigaciones.

3 Tal como sostiene Ricardo Sidicaro en La política mirada desde arriba, un diario “en tanto punto de vista sobre lo social, está necesariamente condicionado por el entramado de relaciones materiales y simbólicas del que participa el actor que lo enuncia, *y+ su visión no puede sino ser ideológica” (1993: 8). 4 Al respecto, el lector habrá detectado la ausencia de entrevistas en nuestras fuentes de información. Esto

se debe a que consideramos que no hace falta recurrir a la intensión individual de cada participante para develar el sentido político de las manifestaciones de diciembre. En este sentido, Arendt, sostiene en Sobre la Revolución “por supuesto, cada hecho particular tiene sus motivaciones, su propósito y su razón de ser, pero el acto en sí mismo, pese a que produce su propósito y manifiesta su razón de ser, no pone de manifiesto la motivación íntima del agente. Sus motivaciones permanecen en la oscuridad, no brillan sino que permanecen ocultas, no sólo para los demás, sino las más de las veces para sí mismo y no son ni siquiera descubiertas por la introspección” (2004: 130).

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Capítulo 1

Las narraciones del 19 y 20 de diciembre de 2001

“Si no hay conflictos acerca del significado,

la cuestión no es política por definición”

Eduardo Rinesi (1994)

I. Introducción

La magnitud de las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001 interpeló, a una vasta

diversidad de actores que se encontraron ante la necesidad de dotar de sentido aquello que

parecía caótico y accidental.

En efecto, todas las acciones que acontecen dentro de la esfera de los asuntos políticos, y

particularmente aquellas de la envergadura e importancia que tienen las que aquí nos convocan,

disparan una ineludible disputa por el sentido, que se materializa en la construcción de múltiples

narraciones. A lo largo de los tres apartados que componen este capítulo, planteamos un

recorrido que se inicia con las reflexiones de Hannah Arendt y de Paul Ricoeur acerca de la

relación entre acción y narración. Para situarnos así, frente a la posibilidad de analizar la manera

en la que las manifestaciones del 2001 fueron interpretadas, bajo dos términos contrapuestos:

política-antipolítica. Exploraremos aquí, las cuestiones más relevantes de los estudios publicados,

haciendo especial hincapié en la comprensión acerca de la idea de política que subyace tras los

análisis de las manifestaciones decembrinas. Finalmente, en el tercer y último apartado,

expondremos los puntos en los que las diversas narraciones convergen a pesar de su

contraposición inicial.

Recuperaremos entonces en el primer apartado, la noción de narración que ambos autores

desarrollan poniendo especial interés en su rasgo configurativo. Esto es, frente la irrupción de la

acción el sentido se construye retrospectivamente en los relatos. Es allí, en donde los

acontecimientos se vinculan entre sí, es decir, establece conexiones más allá de la mera sucesión

cronológica. Como sostiene Ricoeur “los hechos existen y es por la trama y la narración que

adquieren significación histórica” (1995: 283). Así, el efecto de sentido presente en la narración es

dado por medio de la trama en ella construida.

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La gran importancia de concebir las distintas interpretaciones de las manifestaciones del 19 y 20

de diciembre de 2001 en tanto narraciones es de dos órdenes. Por un lado, posibilita la indagación

acerca de las operaciones que se ponen en juego a la hora de construir el relato al concentrarse en

la dimensión configurativa que la narración tiene sobre las acciones. Tal como sostiene Arendt, en

el relato damos sentido a lo heterogéneo –acciones, pasiones, circunstancias, golpes de fortuna-

pero sin anularlo ni definirlo. Así, “quien dice lo que existe siempre narra algo, y en esa narración,

los hechos particulares pierden su carácter contingente y adquieren cierto significado

humanamente captable” (Arendt, 1996: 241).

Por otro lado, adquiere relevancia el cuerpo teórico, o más bien, los supuestos sobre los cuales se

construyen las diversas narraciones. La “puesta en trama” (Schuster Et. Al., 2002: 2) organiza los

acontecimientos dotándolos de un nuevo orden de inteligibilidad que los convierte en realidad. En

ese ejercicio entran en escena los supuestos a partir de los cuales ciertos datos cobran centralidad

y otros son relegados.

En función de ello, en el segundo apartado recorreremos algunos los múltiples estudios que se han

publicado al calor de las manifestaciones decembrinas, planteando un ordenamiento que

atraviesa transversalmente las divisiones impuestas por las orientaciones teóricas y los campos

disciplinares. Así, nuestro criterio de análisis se basa en la cualificación otorgada a las jornadas del

19 y 20, bajo los términos de manifestaciones políticas o antipolíticas. A partir de esta distinción

desarrollaremos las cuestiones más importantes de los múltiples relatos y, lo que resulta más

interesante aún, dedicaremos el tercer y último apartado, a explorar los puntos en los que

convergen a pesar de la aparente contraposición teórica y conceptual.

II. La construcción narrativa de la acción.

Desde la perspectiva arendtiana, las acciones y las palabras se caracterizan por ser frágiles y

efímeras, ya que corren el riesgo de desaparecer una vez realizadas o pronunciadas. Así, ante tal

fragilidad, la narración se erige como el instrumento que permite comprender lo sucedido y al

mismo tiempo preservar el momento fugaz de la acción que “solo se revela plenamente al

narrador, es decir a la mirada del historiador” (Arendt, 2009: 215). Quien es capaz de contar una

historia (story) que necesariamente se encuentra oculta para el propio actor, al menos mientras

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realiza el acto o se halla atrapado en sus consecuencias. La historia (story) como resultado

inevitable de la acción, sólo puede revelar su pleno significado cuando ésta ha terminado. Y aun

así, la comprensión es un proceso complejo que nunca produce resultados inequívocos. (Arendt,

2008).

Arendt plantea entonces, que el relato que emerge de una masa caótica de sucesos puede ser

contado con un comienzo y un fin, a partir de una mirada retrospectiva. Es decir, el narrador es

quien reconstruye la trama del acontecimiento otorgando un sentido a la acción en función de

sucesos que los propios actores no conocieron o no podían conocer. Así, el tiempo transcurrido

entre acción y narración es fundamental toda vez que es la distancia temporal del narrador la que

posibilita una acabada comprensión del acontecimiento.

En su extenso estudio Tiempo y Narración I Ricoeur afirma, en línea a lo expuesto por Arendt, que

la “historia sobreviene cuando la partida está terminada” (1995: 263). En otras palabras, la

narración se articula mediante una inteligibilidad retrospectiva. Esta “descansa en una

construcción que ningún testigo hubiera podido realizar cuando se produjeron los

acontecimientos, ya que este camino regresivo era inaccesible entonces” (Ídem: 256).

Así, ambos autores sostienen una idea de narración en tanto articulación de un sentido último de

la acción, que sólo puede conocerse mucho tiempo después de haber tenido lugar. “Sólo un

historiador puede contar este tipo de historia” (Ídem: 245).

Ahora bien, en este capítulo nos ocuparemos de las diversas interpretaciones que han sido

formuladas sobre las jornadas de protesta del 19 y 20 de diciembre. Todas ellas comparten una

característica en común: su inmediatez. La trascendencia de los acontecimientos evidenció la

acuciante necesidad de comprender aquello que había sucedido. Ante esta suerte de

convocatoria, políticos e intelectuales entablaron una disputa por el sentido de tales

acontecimientos, plasmada en publicaciones de múltiple signo. Por lo tanto nos enfrentamos a

análisis que, contrario a lo propuesto por Arendt y Ricoeur, fueron producidos al calor de los

acontecimientos. Viéndose así suprimida la distancia temporal antes citada, entre acción y

narración.

A pesar de tal dificultad, ambos autores desarrollan una serie de herramientas conceptuales que

nos permiten tratar las diversas lecturas del 2001 bajo el término de narraciones. Junto a la idea

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de narración en tanto sentido último de la acción, Arendt sostiene que tal narración es una

actividad infinita en la que siempre permanecerá abierta la posibilidad de su reconfiguración. La

clave se encuentra entonces en la operación que el narrador realiza al construir su relato.

La narración, como la otra cara de la acción, emerge una vez transcurrido el fugaz momento del

acto. Es allí donde cobra relevancia la comprensión, entendida como una actividad del

pensamiento que dota de sentido a aquello que acontece. Así, el narrador es quien, mediante el

relato construye el sentido del acto y a la vez lo salva del olvido. Ya que en el mundo

sólo permanece lo que se puede comunicar. Lo incomunicado, lo incomunicable, eso que no se contó a nadie y no dejó huella en nadie *…+ se hunde en el oscuro caos del olvido, está condenado a repetirse; y se repite, pues, aunque haya ocurrido de verdad, no encontró en la realidad un refugio estable (Arendt, 2000: 145).

De este modo, Arendt atribuye dos funciones a la narración: preservar las acciones pasadas y

otorgarles un sentido. La reconstrucción que el narrador realiza en el relato requiere la aceptación

de la naturaleza propia de las acciones que acontecen dentro de la esfera de los asuntos políticos.

La acción y el discurso que aparecen a la luz de lo público se despliegan en medio de una trama de

relaciones humanas, en el actuar junto a los otros, en la pluralidad (Arendt, 2009: 206-211).

Consecuentemente la comprensión de los acontecimientos transmitida en la narración se

encuentra atravesada por una multiplicidad de perspectivas.

Por su parte, en línea a lo expuesto por Arendt, Ricoeur afirma que el relato construido

retrospectivamente lleva consigo rasgos configuradores. Ante los acontecimientos, el narrador

despliega un relato fundamentalmente interpretativo de aquello que sucedió. Por tal motivo, la

narración expresa el punto de vista del que la narra quien establece conexiones entre hechos que

se encontraban aparentemente disociados. (Ricoeur, 1995: 286-287).

Aquello que nos interesa recuperar entonces, es la idea de narración en tanto intento de articular

una comprensión de los acontecimientos. Al mismo tiempo en que el narrador construye su relato,

dota de sentido a la acción. Sin embargo, no hay un único narrador, la pluralidad en la que se

encuentra inmersa toda acción política tiene como consecuencia la proliferación de múltiples

narraciones. Entre ellas se libra una disputa por el sentido de los acontecimientos.

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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El análisis de las lecturas del 2001 bajo el término de narraciones, nos permitirá comprender las

diversas tramas interpretativas que fueron formuladas. Siguiendo a Federico Schuster la

explicación de lo acontecido

consiste en la construcción de un relato o narración que hilvana, poniendo en serie, un conjunto abierto, creciente y potencialmente infinito de datos. Al producir la trama, los datos asumen posiciones relativas entre sí y en el todo sistemático de la narración. Si se comparara con una imagen en perspectiva, se podrá decir que algunos datos aparecerán en lugar central o protagónico y otros ocuparán un segundo o tercer plano. El criterio para estas distinciones estará establecido por los cuerpos teóricos que utilicemos, los que operan como auténticas matrices de interpretación (2005: 35. Itálicas del original).

Este ejercicio es de gran importancia si entendemos que el lenguaje es el lugar desde donde se

expresan y construyen realidades. Así, como sostiene Eliseo Verón en su clásico La Semiosis Social

“sólo en el nivel de la discursividad el sentido manifiesta sus determinaciones sociales y los

fenómenos sociales develan su dimensión significante” (1996: 126).

En este contexto, indagar el sentido articulado en la narración y el lenguaje que hacen de esas

acciones una historia, constituye una arista clave en toda aproximación a su estudio.

III. De la heterogeneidad de perspectivas. 19 y 20: ¿Manifestaciones políticas o

antipolíticas?

Tal como mencionamos al principio, la envergadura de los acontecimientos de diciembre interpeló

a una amplia multiplicidad de actores que buscaron dotar de sentido a aquello que sucedió. En

consecuencia, el corpus de interpretaciones que analizaremos refleja la diversidad intrínseca de un

conjunto de lecturas que fueron concebidas desde distintos ámbitos. A excepción de La Grieta

(Pereyra, Vommaro, Pérez, 2013), no existen publicaciones que recorran transversalmente las

múltiples perspectivas de análisis.

Por consiguiente, nuestra lectura del amplio campo de estudios sobre diciembre de 2001 no será

encauzada por las divisiones disciplinares y las orientaciones teórico políticas. Como así tampoco

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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responderá a las múltiples maneras en las que se han nombrado a los acontecimientos.5 Por el

contrario, proponemos un ordenamiento regido por la cualificación dada a las manifestaciones

bajo dos términos contrapuestos. A saber, por un lado, las publicaciones que caracterizan al 19 y

20 como manifestaciones de naturaleza política y por otro, aquellas que sostienen que ambas

jornadas de protesta están signadas por la irrupción de la antipolítica.

El análisis de ambas declinaciones nos permitirá construir un mapa interpretativo, que recorra

transversalmente los límites impuestos por las diversas nominaciones del acontecimiento, los

campos disciplinares y las orientaciones teórico políticas. La indagación en tales términos,

constituye el puntapié inicial para repensar los acontecimientos de diciembre a la luz de nuevas

herramientas conceptuales.

a. Manifestaciones políticas

En los apuntes publicados por el Colectivo Situaciones, ambas jornadas expresan la emergencia de

un “conjunto de prácticas y lenguajes que dan lugar a un nuevo tipo de intervención en el ámbito

político y social” (2002: 10). La apertura que implica la insurrección de diciembre es recorrida por

una nueva radicalidad que comienza a protagonizar el espacio abierto. En él, la multitud6 que

5 En su artículo Tras las lecturas y las huellas de diciembre de 2001, publicado en La Grieta (Pereyra, Vommaro, Pérez, 2013), Maristella Svampa expone tres interpretaciones de lo ocurrido el 19 y 20 de Diciembre propuestas en términos de Crisis, Argentinazo y Acontecimiento. 6 En su análisis, el Colectivo Situaciones (2002) toma el concepto de multitud que ha sido desarrollado teóricamente por Michael Hardt y Toni Negri en Imperio (2000) y continuado posteriormente en Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio (2004). El uso del concepto se encuentra enmarcado en una Crisis de Civilización (Matellanes, 2003) donde “el nuevo proyecto estatal supone a corto plazo, la interrupción abrupta –ya no sólo racionalizada, sino naturalizada ideológicamente- de los dispositivos de la propia reproducción social: el estado se desentiende progresivamente de poblaciones y territorios; en fin, de la cohesión social” (Matellanes citado en Colectivo Situaciones, 2002: 21). En este marco, se desarrolla un análisis sobre el funcionamiento del poder con fundamento en la biopolítica: una nueva modalidad de dominio de la economía, las ciencias biológicas y la técnica. Bajo las condiciones de biopoder, las luchas adquieren una forma de resistencia distinta de la subjetividad política estatal. El nuevo protagonismo de la multitud va de lo disperso a lo múltiple. En palabras de Hardt y Negri: “en la medida en que la multitud no es una identidad (como el pueblo) ni es uniforme (como las masas), las diferencias internas de la multitud deben descubrir `lo común´ que les permite comunicarse y actuar mancomunadamente” (Hardt y Negri, 2004: 17). En el mismo sentido, el Colectivo Situaciones lleva a cabo su análisis de las organizaciones piqueteras y las asambleas barriales, entendiendo que representan la organización política de la multitud. Volviendo a tomar a Hartd y Negri la resistencia moderna revela una “tendencia creciente a la organización democrática, desde las formas centralizadas de la dictadura revolucionaria hasta las organizaciones en red que excluyen la autoridad en las relaciones de colaboración” (2004:18).

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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actuó como multiplicidad sin centro, impulsó la ampliación y profundización del ideal democrático

buscando acentuar el componente participativo y deliberativo que vincula la sociedad con el

Estado. Desde esta lectura, la experiencia de los piqueteros y las asambleas barriales constituyen

ejemplos de dicha posibilidad.

La política del 19 y 20 radicaría, para esta interpretación, en la irrupción de una multitud que

despliega su poder soberano prescindiendo de cualquier tipo de organización centralizada

demostrando así la inexistencia de un autor único y representable. En este sentido, se acentúa una

“elaboración multitudinaria y sostenida de rechazo a toda organización que pretendiese

representar, simbolizar y hegemonizar la labor callejera” (Colectivo Situaciones, 2002: 37).

Sin embargo, el análisis afirma que el rechazo de esta insurrección desapegada de las formas

tradicionales de la política –partidos y sindicatos– constituye un acto destituyente

de hecho, el movimiento del 19 y 20 fue más una acción destituyente, que un clásico movimiento instituyente *…+ fueron las potencias soberanas e instituyentes las que entraron en rebeldía sin pretensiones instituyentes *…+ sino ejerciendo sus poderes destituyentes sobre los poderes constituidos. (Ídem: 42. Itálicas del original).

Así en el enfoque propuesto por el Colectivo Situaciones, las manifestaciones de diciembre

representan una apertura política hacia un nuevo tipo de protagonismo social. No obstante, dicha

política es entendida en términos destituyentes frente a las instituciones del sistema

representativo.

Esta conclusión deriva de una concepción de la política centrada en las prácticas del contrapoder.

La línea de argumentación sostenida a lo largo del estudio, parte del desarrollo de un proceso de

transformación que apunta a entender la constitución de la nueva sociedad de mercado y del

entramado de poder que produce espontáneamente subjetividades, ya no por medio de la

intervención de las instituciones estatales, sino a través de la intervención directa de los flujos de

capitales, de las formas del consumo y de la sociedad del espectáculo. (Colectivo Situaciones,

2002: 19-27).7

7 Un análisis en el mismo sentido, que a la vez es retomado por el Colectivo Situaciones es el que realiza

Ignacio Lewcowicz en una serie de notas publicadas al calor del 2001 llamada Sucesos argentinos. Cacerolazo y subjetividad postestatal (2002). Y posteriormente desarrolladas en profundidad en Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez (2012).

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En este contexto, los nuevos métodos de resistencia van constituyendo otra forma de política, que

ya no consiste en un paso de lo fragmentario a lo centralizado –estatal– sino en una “afirmación

subjetiva que transforma la dispersión en multiplicidad” (Colectivo Situaciones, 2008: 86). A la luz

de tales consideraciones, este enfoque analiza las manifestaciones de diciembre de 2001 como el

estallido de un nuevo protagonismo social que despliega su lucha ante el aparato del estado

transformado bajo la sociedad de mercado.

Así, esta perspectiva sostiene una idea de política que se desarrolla bajo la forma de lucha y

resistencia ante la gestión de lo estatal. La potencialidad del agotamiento de la subjetividad estatal

y de la emergencia de un nuevo protagonismo social cobra sentido a la hora de “comprender

cómo la relación entre `política´ -luchas infinitas por la base que son productoras de valores de

justicia- y `gestión´ es tan inevitable como necesaria *…+” (Colectivo Situaciones, 2002: 209). Al

proponer la lectura del 2001 en tales términos teórico-conceptuales, necesariamente la política

desplegada en las manifestaciones adquiere un rasgo negativo, a decir de los autores constituye

un acto destituyente.

Otra de las interpretaciones sobre las manifestaciones de diciembre de 2001 proviene desde los

partidos de izquierda. Como consecuencia de la fragmentación de la izquierda argentina, es

posible encontrar múltiples lecturas sobre ambas jornadas8. Aquí tomaremos las reflexiones de

8 Si bien no es el propósito de nuestro trabajo realizar un análisis exhaustivo de las diversas posiciones que al interior de la izquierda se desarrollaron sobre los sentidos y significados de las jornadas de protesta de Diciembre de 2001, es de gran importancia señalar la existencia de diversos enfoques. El término Argentinazo fue acuñado por el Partido Obrero y por el Movimiento de los Trabajadores Socialistas. Este último realiza una lectura de los acontecimientos, no sólo retomando la tradición del Cordobazo, sino que los contextualiza como parte del proceso de Revolución Socialista Mundial comenzado durante los años 30´ (Rosa, 2011). La situación revolucionaria que para estos análisis representaron las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001 se plantea como un desafío de conducción por parte de los trabajadores organizados. Las limitaciones de tal situación repercutieron negativamente sobre los posibles devenires de las jornadas de protesta ya que su potencia se diluyó. Desde su lectura al calor de los acontecimientos, el MST propone la necesidad de una Asamblea Constituyente en donde el pueblo decida no sólo el presidente sucesor sino todos los aspectos con vistas a reorganizar el país (Tchila, 2001). Frente a ello, desde el Partido Socialista de los Trabajadores se propone pensar a los acontecimientos de Diciembre no como un Argentinazo unificador de las distintas protestas, sino que retomando las conceptualizaciones de Lenin, se nombran a las manifestaciones del 19 y 20 en términos de Jornadas Revolucionarias. En éstas se desarrolló un conjunto de actos que las fueron componiendo: huelgas, saqueos, cacerolazos, movilizaciones y La Batalla del 20 de Diciembre (Feijoo, 2011). De esta manera, al establecer un término distinto del Argentinazo se distancia a su vez de la tradición de –azos en la que éste es inscripto, y remarca las diferencias entre el protagonismo de la clase obrera organizada en el Cordobazo y en las jornadas de Diciembre (Castillo, 2002). A pesar de la carencia en éstas últimas de la presencia organizada tras partidos de la clase obrera, se destaca en el análisis su participación en las manifestaciones del 2001. Es

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Jorge Altamira publicadas en las páginas de Prensa Obrera, inmediatas a las manifestaciones, y

compiladas posteriormente en El Argentinazo. El presente como historia (2002).

Desde esta perspectiva, las jornadas de protesta del 19 y 20 de diciembre son entendidas como el

producto directo de un “largo proceso de crisis política y descomposición económica *…+ es la

culminación de la completa incapacidad de la burguesía nacional para dirigir el país y el resultado

más acabado de un largo saqueo imperialista” (Altamira, 2002: 33). En tal contexto, la naturaleza

política del estallido reside, para esta lectura, en la articulación de una lucha no sólo contra el

gobierno nacional sino contra todo régimen político y económico. Asimismo, su potencialidad

estriba en la posibilidad de encauzar las demandas bajo una orientación política revolucionaria y

una organización capaz de enfrentar al estado en todos sus planos.

En líneas generales, el enfoque de Altamira coloca en el centro de la escena a la clase obrera como

actor fundamental, tanto de las huelgas y protestas que precedieron9 al estallido de diciembre

como de las manifestaciones del 19 y 20. Al mismo tiempo, brega por el rol conductor que debe

asumir el Partido Obrero10 para alcanzar el éxito de la rebelión popular que, “solo triunfará con un

justamente tal carencia de dirección el límite de las Jornadas Revolucionarias, en donde el partido debe imponer una dirección y una salida de la crisis por medio de su traducción en términos de lucha de clases. En tal desafío, a su vez, se plantea un enfrentamiento con los sectores autonomistas de las Asambleas populares y del Movimiento Piquetero respecto de las demandas antipolítica de éstos, al negarse a plantear la lucha desde el clasismo. Debido a ello y sin el liderazgo obrero las Jornadas Revolucionarias no lograron constituir una respuesta a la crisis del poder (La verdad Obrera, 2006). Con el paso del tiempo, en las distintas publicaciones de los partidos de izquierda aquí mencionados en cada aniversario de las jornadas de Diciembre, se vuelven a presentar análisis sobre lo acontecido y el devenir del lugar de los partidos frente a la llamada “recomposición del orden”. Es en las lecturas posteriores que se marcan más claramente las estrategias y propuestas que cada partido planteó en dicha coyuntura y que sostienen en la actualidad. Siguiendo la propuesta de Natalucci (2008) decidimos excluir del análisis al PC ya que por el tipo de estrategia adoptada, al ser parte de la CTA se diferencia de los casos del PO, PTS y MST. 9 El cambio del rol del Estado frente a las provincias, como resultado de las reformas neoliberales de la década del noventa estuvo acompañado por profundos conflictos en el interior del país. Las provincias con menos recursos o las menos favorecidas por la distribución coparticipada de los recursos fiscales estuvieron sometidas a crisis cíclicas de financiamiento de su gasto público, generando dificultades para el sostenimiento del empleo público, que representa la principal fuente de trabajo de las regiones. Las huelgas y movilizaciones de maestros, trabajadores de la salud y municipales confluyeron, en algunos casos, con los enfrentamientos entre las elites locales y la crisis de determinados sectores económicos (pymes y comerciantes). Algunos de los ejemplos más destacados de estas puebladas o estallidos sociales son los de Santiago del Estero (1993), Cultral-co y Plaza Huincul (1996), Tartagal y General Mosconi (1997) y Corrientes (1998) (Pereyra, 2008; Svampa y Pereyra, 2009). Nos referiremos a ellos en el capítulo tres. 10

En este punto, quisiéramos remarcar la siguiente situación: es significativo que, para los partidos de izquierda y particularmente, para el Partido Obrero, los altos porcentajes de voto nulo y voto en blanco de las elecciones de octubre de 2001 sumado a la consigna Que se vayan todos, que no quede ni uno solo oída

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gobierno de trabajadores, ninguna otra clase puede sustituir al proletario en promover un

desenlace victorioso para el pueblo de la presente crisis revolucionaria” (Ídem: 31).

Hasta aquí, hemos presentado dos perspectivas del 2001 articuladas, si se quiere, desde un

enfoque en el cual se da lugar a un análisis militante. En palabras del Colectivo Situaciones

esto no significa que descreemos de todo purismo del conocimiento, de cualquier consideración académica y descartamos cualquier pretensión de descripción objetiva. De hecho, creemos que una de las innovaciones del protagonismo social es anudar una ética del saber a las formas concretas de la existencia. (2002: 11).

Ambas publicaciones asumen en sus páginas las exigencias epocales y generacionales que la crisis

presenta. Así, en el análisis propuesto por Altamira se vislumbra constantemente el aspecto

normativo que impone desde su propio lugar en la conducción del Partido Obrero. Situación que

no resta importancia a las publicaciones, sino más bien, le otorga un matiz distinto a los análisis

articulados en el ámbito académico.

Desde el campo sociológico se han llevado a cabo estudios del 2001 centrados en las nuevas

protestas sociales: actores, niveles de acción y formas de organización colectiva. (Svampa, 2002a;

2002b; 2005; 2006; 2008; Svampa y Pereyra, 2008). En este marco, se afirma la convergencia en

las jornadas de diciembre de dos movimientos análogos de la sociedad: es la expresión de un

proceso de acumulación de luchas frente al excluyente modelo neoliberal, como así también el

estallido de una nueva política espontánea volcada en las calles.

A la luz de la perspectiva propuesta por Maristella Svampa, las manifestaciones del 19 y 20 de

diciembre también son políticas. Dicha politicidad se entiende bajo la forma de demandas anti-

políticas articuladas en el primer momento de efervescencia de las protestas. Éstas se encuentran

reflejadas en el fuerte rechazo hacia el sistema representativo o de delegación de soberanía y,

asimismo en los reclamos de democracia directa o participativa. (Svampa, 2002a; 2006).

en las manifestaciones de diciembre, no constituyen un cuestionamiento hacia ellos. Por el contrario en su visión, los resultados electorales revelan la enorme confusión política por la que atraviesa el país, “su repudio o castigo al político tradicional por un supuesto incumplimiento de programa o hasta de promesas, o por la generalizada corruptela, se encuentra totalmente alejado de las definiciones que exige la crisis política” (Altamira, 2002: 73). De esta manera, a lo largo del análisis los políticos de izquierda se presentan enfrentados a la clase política y por lo tanto fuera de ésta. Tal como menciona Cafassi “como si la crisis no los incluyera, sino que aludiera a todo el resto *…+” (2002: 14).

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En otras palabras, la política desplegada en ambas jornadas de protesta toma la forma de prácticas

contestatarias que dirigen un cuestionamiento a las instituciones del sistema representativo. Es allí

donde estriba el componente destituyente de las manifestaciones, condensado en la consigna Que

se vayan todos, que no quede ni uno solo. No obstante, tal como propone Svampa este estallido de

la política en tanto enfrentamiento al sistema institucional, fue dando lugar a la articulación de la

palabra en las asambleas barriales. Es allí donde la protesta anti-política del 19 y 20 se reelabora al

inaugurar espacios políticos de sociabilización de actores heterogéneos11, establecidos sobre

nuevas bases solidarias.

Las asambleas barriales constituyen un espacio de organización y de deliberación que se piensa en ruptura con las formas tradicionales de representación política y a favor de otras formas de auto-organización de lo social, con aspiraciones a la horizontalidad y proclives al ejercicio de la acción directa (Svampa, 2002b: 4).

Esta línea de argumentación pone a la luz los límites propios de la dinámica asamblearia, heredera

de las protestas decembrinas, al sostener el desarrollo de una cierta tendencia autorreferencial de

las asambleas que, encapsuladas en la lógica de recuperación del protagonismo, no lograron

articular sentidos alternativos de lo político

de hecho, la consigna `que se vayan todos´ mostraba una gran limitación, en tanto y en cuanto era una consigna puramente destituyente, una consigna negativa a partir de la cual no pudieron articularse políticas unificadoras, proyectos alternativos en común a partir de los cuales confrontar el régimen que estaba en crisis (Svampa, 2006: 2. Itálicas nuestras).

Cabe señalar que las limitaciones de las asambleas no sólo se expresan en su propia lógica. Según

Svampa el fracaso mayor del movimiento asambleario se refleja en la incapacidad de éstas para

generar una nueva institucionalidad encauzada a través de una reforma política

hay que añadir que, tanto la demanda de recuperación del Estado `desde abajo´, así como los anhelos de una democracia participativa, implicaban una reforma política,

11 Si bien en sus múltiples publicaciones Svampa sostiene que el fenómeno de las asambleas barriales ha sido protagonizado por la clase media, a la vez hace referencia al “cruce social” que se da dentro del movimiento asambleario. “Con ello, nos referimos al hecho de que las asambleas barriales han sido, por encima del visible predominio de los sectores medios, un espacio marcado por una vocación por la diversidad social. *…+ En realidad el cruce, como lugar de expresión de la diversidad, reenvía también, no sólo a una cuestión de dinámica interna, sino a las demandas de vinculación con otros actores movilizados y organizados, entre ellos, piqueteros, trabajadores de fábricas recuperadas, cartoneros, entre los más importantes”(2002b: 23).

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algo que estuvo muy lejos de ser pensado desde el espacio institucional. Más bien, parte de esas demandas sufrieron tentativas de cooptación por parte del sistema institucional, para terminar siendo objeto de una apropiación ilegítima por aquellos mismos partidos políticos –y aquellos mismos dirigentes– que fueron responsables de su vaciamiento (Svampa, 2005: 157).

Desde esta perspectiva, las asambleas barriales inauguran nuevos espacios políticos de

participación, mediante la reelaboración de las demandas oídas en diciembre. Sin embargo,

concluye en que las numerosas dificultades encontradas ante la construcción de una nueva

institucionalidad, cristalizaron núcleos de tensión cuyo desenvolvimiento conflictivo condujo a la

crisis y debilitamiento de los nuevos movimientos sociales, que aparecían como legítimos

herederos de las protestas del 19 y 20.

Ahora bien, en las tres lecturas que hasta aquí hemos desarrollado, la cualidad política de las

manifestaciones descansa en una concepción del término que gira en torno a las prácticas

contestatarias y a la lucha frente a las instituciones del sistema representativo. Tanto el Colectivo

Situaciones, como Altamira y Svampa proponen un enfoque de las manifestaciones de diciembre

centrado en la esfera de la política no institucional, que se despliega bajo la forma de luchas

autonomistas o emancipatorias. Entendiendo por política sólo a las prácticas de confrontación con

el sistema representativo y el régimen económico. En este sentido, es que Rinesi en Política y

Tragedia expone el reduccionismo analítico en el que se recae al considerar que el significado de la

palabra política se encuentra solamente en el campo de la contestación o impugnación de los

órdenes institucionales. (2011: 16-20).

Las últimas publicaciones académicas que quisiéramos mencionar aquí, son aquellas que han sido

desarrolladas desde el ámbito de la ciencia política. Si tomamos las reflexiones teóricas de Lefort,

estas lecturas se centrarían en lo que el autor considera como la política: “una esfera de

instituciones, de relaciones, actividades que aparece como política, distinta de otras esferas que

aparecen como económica, jurídica, etc.” (2004: 39). En consecuencia las preocupaciones que

orientan las reflexiones en este campo de estudio, giran en torno a la preservación de un conjunto

mínimo de derechos y libertades ciudadanas, así como en las dimensiones institucionales y

procedimentales del juego político.

Isidoro Cheresky (2002a; 2002b; 2003; 2007) por medio del estudio de los resultados electorales

de 1999 y 2001, sostiene que la abstención, el voto negativo, la fluctuación del voto y el

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debilitamiento de la cohesión partidaria evidencian la existencia de una crisis de representación

“puesto que el elegir mismo era cuestionado en esa oportunidad” (Cheresky, 2003: 42). Dicha

crisis se manifiesta al reflejar a una ciudadanía desapegada de la clase política que dice

representarla, pero paradójicamente, no así de la vida pública puesto que continúa asistiendo al

proceso electoral. Mediante el voto nulo y el voto en blanco “las elecciones han sabido recoger

incluso el cuestionamiento de los canales que ofrece y en ese sentido pueden albergar la crisis de

representación” (Ídem: 48).

En este marco, las movilizaciones de diciembre constituyen un punto álgido de activación de la

ciudadanía en conjunto con una extraordinaria ampliación del espacio público. Allí es donde

convergen los signos de autonomía y descontento respecto de la relación electiva con los partidos

políticos y las candidaturas. Esta convergencia negativa –en tanto reacción a las iniciativas

estatales– es la que permite “la coexistencia heterogénea y presenta la novedad de una acción

que no reviste la forma de un movimiento social, es decir, no tiene al menos inicialmente, otro

reclamo general que el utópico pero significativo `Que se vayan todos´” (Cheresky, 2002c).

Para el autor, el repudio a la representación política desplegado en ambas jornadas de protesta

constituye el síntoma de una profunda crisis de representación que, aunque negativamente, ha

guardado una significación política.

Se trata de la expresión de un veto a las iniciativas gubernamentales y de un cuestionamiento general a los dirigentes. Es también una experiencia que ha revelado la capacidad de ejercer poder y que ha colocado la relación entre la sociedad y los dirigentes en nuevos términos: las instituciones hasta ahora vigentes aparecen debilitadas y a merced de un poder difuso de `la calle´ (Cheresky, 2002c: 16. Itálicas nuestras).

Así, la lectura de Cheresky pone el énfasis, en la brecha del mecanismo de representación que se

expone como resultado de la disociación entre las demandas de la ciudadanía y las propuestas

políticas existentes.

En este sentido, en el 19 y 20, la propia representación política fue objeto de una crítica múltiple.

Junto al descontento sobre el sistema electoral, que permite presentar opciones consideradas

cerradas y de voto a ciegas, emergen los cuestionamientos a los abultados ingresos de la clase

política, a los voluminosos planteles de personal y a la existencia de órganos sobredimensionados

o innecesarios. Estos últimos, encierran la vocación de algunos sectores “de reducir la política a su

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mínima expresión, pues su concepción antipolítica considera a esas instituciones una traba para la

espontaneidad de la actividad social y en particular de los mercados” (Cheresky, 2005: 9. Itálicas

nuestras). Sin embargo, desde esta perspectiva, el cuestionamiento al sistema representativo

desplegado en diciembre “pone en evidencia un reclamo de carencia política, es decir, que se

busca una representación pero se expresa insatisfacción con las alternativas que se proponen”

(Cheresky, 2003: 49).

Conviene destacar entonces, que para Cheresky las manifestaciones de diciembre son de

naturaleza política. No obstante, dicha politicidad se expresa negativamente tomando la forma de

“una reacción, un plebiscito negativo frente al poder” (2002b: 23). Así, cualquier tentativa de

reinstitucionalización, a futuro, deberá tener en cuenta la disposición desconfiada y vigilante de

los movilizados.

Desde dicha lectura, esta situación limita la capacidad de restablecer, a partir de allí, el sistema

representativo. Las protestas en tanto reacción a las iniciativas estatales, despliegan a la vez

demandas fragmentadas y puntuales y en algunos casos contradictorias entre sí que no podrán adquirir coherencia y en buena medida ser superadas sino es por una iniciativa de orden general que aparezca como justa, tarea que supone actuación y revalidación de una representación política (Cheresky, 2005: 12).

Así, las manifestaciones del 19 y 20 permanecen en los límites de la ampliación del espacio público

y la activación ciudadana, debido a su incapacidad de generar nuevos sentidos o un programa de

acción política desde las bases. A partir de aquí, para asir la productividad política de la sociedad

movilizada, es indispensable la reconstrucción del sistema representativo.12 El desafío de

reconstrucción de tal orden y, en particular del lazo de representación, dependen del surgimiento

de nuevas fuerzas políticas y eventualmente de la renovación de las tradicionales.

Fiel al objeto de estudio que ha sido delimitado por la propia ciencia política, Cheresky analiza las

protestas de diciembre enfatizando, por un lado, el rol de la ciudadanía en tanto portadora de

12 En el análisis llevado a cabo por Cheresky en La política después de los partidos podemos encontrar el desarrollo de dicha afirmación en la coyuntura abierta por el primer gobierno de Néstor Kirchner en 2003. Desde este enfoque, la presidencia de Kirchner constituye una rehabilitación de la política después de la crisis de representación. Sin embargo, el gobierno contó con límites impuestos por la movilización popular. Esta situación ilustra, para Cheresky, que la activación ciudadana detenta más una capacidad de veto que una iniciativa programática. (2007: 32-33).

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derechos y libertades y, por otro, las instituciones del sistema representativo. Así, despliega una

noción de política centrada en dichos componentes. Esta delimitación teórico-conceptual tiene

como consecuencia la lectura de los acontecimientos del 19 y 20 en términos de veto y

cuestionamiento a las prácticas estatales.

Otro análisis articulado desde el ámbito de la ciencia política es el realizado por Juan Carlos Torre

en Los Huérfanos de la política de partidos. En línea a lo propuesto por Cheresky, Torre lleva a

cabo un análisis en busca de la naturaleza y los alcances de la crisis de representación. Mediante el

estudio de los resultados electorales de 1999 y 2001 sostiene que la crisis de representación

partidaria expresa el “desencuentro entre la vitalidad de las expectativas democráticas y el

comportamiento efectivo de los partidos” (2003: 647). Esta brecha que se abre entre

representantes y representados no permite afirmar la existencia de una resignada desafección

política, sino que

el clima de cuestionamiento que rodea a los partidos indica en verdad la distancia entre lo que la oferta partidaria ofrece y las mayores y plurales exigencias de sectores importantes de la ciudadanía, en particular, el electorado independiente de centro-izquierda y centro-derecha (Torre, 2003: 647).

No se articula entonces, para Torre, un cuestionamiento equitativo para todos los partidos, sino

que su impacto es relativamente más limitado para el principal de ellos, el justicialista. De acuerdo

con los resultados de las elecciones de octubre de 2001, la conjetura sobre la transformación del

desenlace electoral en una prueba del descrédito de los partidos políticos en su conjunto, es

posibilitada por el comportamiento del electorado no peronista:

quienes contribuyeron principalmente a fijar esa interpretación fueron, por un lado, el electorado de centro-derecha y, por otro, los disidentes por izquierda de la Alianza, los ex votantes del Frepaso. Mediante un voto negativo y un voto positivo, altamente impugnador, unos y otros convirtieron a su respectivo inconformismo con la oferta partidaria existente en el problema político de la crisis de la representación partidaria en Argentina (Ídem: 651. Itálicas nuestras).

Al explorar la naturaleza y los alcances de la crisis, Torre expone una concepción de

representación centrada en la demanda de los ciudadanos de rendición de cuentas respecto de los

actos y promesas de sus representantes (Yabkowski, 2010). Ante la intolerancia de las prácticas de

la clase política, las manifestaciones constituyen una “suerte de exorcismo colectivo que atribuyó

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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la causa de los problemas económicos y sociales a la responsabilidad de unos políticos venales e

incompetentes” (Torre, 2003: 652) silenciando otros factores de incidencia.

En esta clave interpretativa, el movimiento por los derechos humanos ha sido el disparador del

cambio en la cultura política de amplias franjas del electorado, ya que “proveyó los materiales

para la construcción simbólica de una crítica más general a toda forma de ejercicio discrecional de

los poderes públicos” (Torre, 2003: 653). Así, ante la visión del vínculo de representación como

autorización sostenida por lazos de identidad entre representantes y representados, los nuevos

movimientos de ciudadanos13 crean las condiciones para una visión alternativa, basada en las

demandas de rendición de cuentas de los actos de sus representantes.

De este modo, para el autor, en la confrontación expuesta en diciembre de 2001 entre los

ciudadanos y la clase política, los primeros ejercen una “desconfianza vigilante en el lugar de la

vida política ocupado por las seguridades de la confianza solidaria” (Ídem: 650).

Retomando el argumento de Torre, las manifestaciones de diciembre condensan el reclamo que

había sido expuesto en las urnas en 1999 y 2001. Así, las manifestaciones del 19 y 20 son de

naturaleza política, siendo ésta entendida como el cuestionamiento a las formas y las prácticas

adoptadas por la clase política.

Ahora bien, hasta aquí hemos desarrollado el primero de los dos grandes ejes ordenadores

propuestos al inicio: las lecturas de las manifestaciones en clave política.

En los análisis desarrollados por el Colectivo Situaciones, Altamira y Svampa, las jornadas del 19 y

20 toman la forma de manifestaciones políticas ya que en ellas se despliegan prácticas

contestatarias y de cuestionamiento hacia las instituciones del sistema representativo. Así, no

niegan la cualidad política de las manifestaciones –como sí hacen otros análisis que revisaremos

más adelante– sino que ésta es entendida a partir de la oposición a un determinado régimen

político.

Junto a tales publicaciones hemos mencionado los análisis propuestos por Cheresky y Torre. De

manera similar a los anteriores, estos autores plantean que ambas jornadas son de naturaleza

13

Aquí Torre menciona a las organizaciones ciudadanas construidas con independencia de las estructuras partidarias: Poder Ciudadano, Conciencia, Ciudadanos en Acción, ente otras, cuya actividad principal apunta al fomento de la participación cívica y al control de las acciones gubernamentales.

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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política ya que ponen en evidencia un reclamo de la ciudadanía de carencia política frente a la

oferta electoral. Sin embargo, Cheresky y Torre sostienen que dicha política se manifestó tomando

la forma de una reacción, un plebiscito negativo frente al poder, condensado en la utópica

demanda del que se vayan todos. Así, por fuera de los canales institucionales, la ciudadanía se

pone en el centro de la escena ejerciendo un veto a las iniciativas gubernamentales junto a un

cuestionamiento a sus dirigentes.

De esta manera, el conjunto de las publicaciones aquí presentadas plantean lecturas de las

jornadas decembrinas desde diversos ámbitos, campos disciplinares y corrientes ideológicas. No

obstante, en su conjunto los análisis convergen al concebir la cualidad política de las

manifestaciones en términos puramente negativos, ya sea, destituyentes, contestatarios o

ejerciendo su capacidad de veto e impugnación.

Teóricamente, la idea de negatividad en la política fue desarrollada por Lefort en la lectura que

realiza de la división entre el pueblo y los Grandes propuesta por Maquiavelo. En este sentido,

Lefort afirma que

lo sustancial es la división, en la cual se constituyen dos clases antagónicas. Y lo esencial es que estas dos clases no ocupan una posición simétrica. El deseo de los Grandes apunta hacia un objeto: el otro *…+. El deseo del pueblo, por el contrario, hablando rigurosamente, no tiene objeto. Es la operación de negatividad […+. La imagen que dirige el deseo de los grandes es la de tener; la imagen que dirige el deseo del pueblo es la de ser. La negación del dominio, de la opresión por este último, engendra en efecto la representación de una identidad sin referencia […+ (1988: 112-113. Itálicas nuestras.)

Aquello que nos interesa recuperar de las reflexiones de Lefort, es la afirmación de la negatividad:

el ser a partir del deseo de no ser oprimido. En esta línea es que afirmamos, que las

interpretaciones del 19 y 20 en términos de manifestaciones políticas otorgan tal cualificación al

centrarse en las prácticas contestatarias y de lucha frente a un sistema institucional que se

entiende como forma de dominación14. Así es que, para las múltiples lecturas, la política

desplegada en ambas jornadas de protesta es constitutivamente negativa.

14 Es importante aclarar una diferencia aquí existente, mientras que las lecturas sobre diciembre que venimos citando, comprenden a las instituciones en tanto forma de dominación, Maquiavelo las estudió en tanto resultado del conflicto entre el pueblo y los grandes.

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b. Manifestaciones antipolíticas15

Las reflexiones que Edgardo Mocca ha volcado en la prensa presentan a las jornadas decembrinas

como una crisis polivalente que afecta no sólo a la política, sino también a gran parte de las

instituciones de la sociedad16. Así, cuestiona las lecturas que se remiten al 19 y 20 sólo como un

fenómeno de declinación –o de metamorfosis– de la representación política. Para el autor, las

circunstancias que rodearon al estallido de diciembre constituyen un factor de gran importancia:

confluyen de una manera inhabitual la debacle económica (el default y la posterior devaluación), política (renuncia de De la Rúa y vertiginosa sucesión presidencial en el curso de pocos días) y social (rebelión generalizada que proclama a viva voz su repudio por todos los políticos: `Que se vayan todos, que no quede ni uno solo´ es la voz predominante de una heterogénea y a veces autocontradictoria demanda colectiva) (Mocca, 2002b: 274).

Bajo tal contexto, la crisis de representación no adopta la forma pasiva de la apatía electoral, sino

que se encarna en movilizaciones de múltiple signo donde se mezclan la protesta activa, la

voluntad de participación y la descalificación generalizada de la clase política. Las demandas

articuladas en dichas movilizaciones resultan de una operación reduccionista al “cargar a la cuenta

de una particular insolvencia de los políticos y los partidos políticos argentinos la explicación de

toda la situación” (Mocca, 200b: 256). Desde esta perspectiva, en las jornadas del 19 y 20 se asiste

15 A diferencia de lo que ha propuesto Svampa (2006) con el término anti-política entendido como demandas políticas que adquieren la forma de un cuestionamiento a las instituciones de la democracia representativa; el conjunto de autores que aquí desarrollaremos proponen una concepción de la política centrada exclusivamente en el sistema institucional. En consecuencia, sostienen que en las manifestaciones del 19 y 20 se articulan demandas absurdas, cuya consumación tendría como resultado la desaparición de la política. (Mocca, 2002a; 2002b; 2005; Botana, 2005; Palermo, 2002; Bonvecchi, 2002). 16 Consideramos necesario recuperar los análisis que Edgardo Mocca ha realizado sobre el 2001 en su contexto inmediato, a pesar de que el autor las haya reconsiderado al analizarlas dentro de la coyuntura kirchnerista abierta en 2003. En una serie de entrevistas, noticias y disertaciones Mocca sostiene que con el tiempo hemos podido pensar la crisis argentina distinto a como la pensábamos en la inmediatez, en 2002. Así, su lectura en la actualidad enfatiza el rol central que ocupa la política luego del derrumbe del 2001 “Algunos estaban muy entusiasmados porque veían en las asambleas barriales de aquellos años a los nuevos soviets y en realidad se estaba descascarando la política como herramienta de transformación. La política tenía que entrar en descomposición para poder surgir”. (Entrevista a Mocca en Grieco, 2011). Asimismo, el kirchnerismo es el hijo directo del derrumbe: “después del terremoto político y social de 2001, solamente una política activa y urgente de reparación de daños sociales podía asegurar un piso básico de estabilidad democrática” (Mocca, 2012).

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a la irrupción de la antipolítica en la medida en que las demandas giran en torno al gasto político,

las listas sábana17 y los sueldos de los legisladores.

Dichas demandas estuvieron centradas en aquello que la política no debe ser, diluyendo lo

específicamente político en otros campos de acción. Por consiguiente “se le reclama a la política

que no respeta las leyes de la economía; a los políticos que no mantienen una conducta honrada,

que no tienen principios ideológicos firmes o que no escuchan a la gente” (Mocca, 2002b: 261). Así

para Mocca, se desplazan los reclamos respecto de las tensiones del sistema representativo y de

los partidos políticos que en él actúan. Nada se dice acerca de las falencias políticas de los

políticos:

de su incapacidad para generar consensos activos y productivos, de su ineptitud para reformar y crear instituciones, de su falta de claridad para producir sentidos colectivos, de su insuficiencia para plantear y trazar diferencias que permitan construir pautas de identificación (Ídem: 261).

Esta retórica antipolítica, es social e ideológicamente transversal. Aunque el centro está en las

clases medias urbanas, esta lectura sostiene que su influencia se extiende de modo imparable

hacia arriba y hacia abajo en la escala social. Paradójicamente, el discurso también es apropiado

por los miembros de la clase política: los funcionarios y representantes desfilan ante los medios de

comunicación repartiendo invectivas contra la corrupción y la venalidad de los políticos. En este

sentido, establecen una diferenciación entre políticos profesionales, de conducta corporativa,

cómplices de escándalos de corrupción y los otros políticos, los nuevos políticos que se

autodefinen por su fidelidad genérica a la gente18.

17 En la jerga política argentina se llama lista sábana a la boleta que incluye candidatos para varias categorías de cargos, pegadas entre sí una al lado de la otra, por ejemplo, gobernador y vicegobernador, senadores provinciales, diputados provinciales, intendentes, y concejales. Este tipo de boleta genera lo que se conoce como “efecto arrastre”, que se da cuando el votante se concentra en la categoría que considera más relevante (presidente o gobernador, por ejemplo), votando a los candidatos para el resto de las categorías sin prestar mayor atención a quiénes son los postulantes. (Observatorio Electoral Argentino) 18 El término la gente representa a un gran colectivo estadístico que surgió en la política argentina durante la década del 90. Su lugar dentro del discurso político de la época se expresó por medio de las encuestas y los sondeos de opinión. “La nueva apelación política a `la gente´, que ha proliferado en el discurso de dirigentes pertenecientes a tradiciones partidarias e ideológicas disímiles, así como en las referencias periodísticas constituyen una forma de pretensión representativa que evidencia, a la vez que intenta superar la crisis de las formas tradicionales” (Vommaro, 2003: 80). De esta manera, en el discurso político, la gente es un sujeto irrepresentable, solo asequible si se logra interpretar lo que ella quiere. (Veáse al respecto, Vommaro, 2008).

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En consecuencia desde esta lectura, la consumación de las “demandas de la antipolítica no tendría

como resultado una mejor política sino la desaparición de la política diluida en otros órdenes de la

acción social” (Ídem: 261), ya que detrás de los reclamos se encuentra la simplificación de los

conflictos y su reducción a problemas morales, ideológicos o económicos. Esta división del mundo

entre corruptos y decentes es incapaz de dar cuenta de la complejidad de la crisis por la que

atraviesa el país. Así, se canaliza la angustia y la frustración hacia la clase política percibida como

principal responsable del caos económico y social.

Tal situación, lejos de generar las condiciones para una reforma política se presenta en esta

vertiente analítica como un círculo vicioso en donde

la impotencia de la política generó desafección en la sociedad. La desafección de la sociedad vació de recursos a la dirigencia política y este vaciamiento de recursos de poder alienta a la desafección devenida en rebeldía activa (Mocca, 2002a: 14).

En este contexto, los reclamos y las demandas de las manifestaciones tal como se presentan en

ambas jornadas abonan a “situaciones de absoluto vaciamiento de poder en las que la demanda

de orden justifique salidas autoritarias en cualquiera de sus formas” (Mocca, 2002b: 276).

Para esta línea de argumentación, las jornadas de diciembre presentan la oportunidad de llevar a

cabo una deliberación respecto de nuestro régimen político: sobre cómo fortalecer el poder

estatal democrático, preservarlo de su crónica inestabilidad y de los bloqueos propios de la

estructura federal del país. Sin embargo, tal oportunidad se diluye en el momento en que las

demandas giran en torno a una certidumbre extremadamente simplificadora que canaliza el odio y

la angustia colectiva en dirección antipolítica.

De acuerdo con lo expuesto, Natalio Botana en diversos artículos publicados en el diario La

Nación, enfatiza el rol de la crisis económica en los cacerolazos del 19 y 20 ya que

la legitimidad de las democracias modernas es un genio de dos cabezas: sin constitución económica, la vigencia de la constitución política (lo hemos comprobado en los comicios de octubre) oscila en la impotencia. Y a la inversa: sin constitución política –sin la decisión concensuada de un sistema representativo empeñado en defender el orden de las finanzas públicas– la constitución económica es una entidad inconsistente (Botana, 2001).

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En consecuencia, la estremecedora agresión del corralito bancario19 provoca la reacción

espontánea de la sociedad –agobiada, sin trabajo, con sus ahorros congelados y sus sueldos

retenidos– que vuelca a las calles el cuestionamiento y la impugnación del sistema representativo.

No obstante, estas protestas antipolíticas representan el signo contestatario de la descomposición

del orden y de la disolución social: “ausente la representación legítima, la violencia que resulta de

la participación directa y sin reglas puede ahondar el descalabro del régimen político” (Botana,

2002b. Itálicas nuestras).

En medio del derrumbe rentístico, la caída de la confianza pública y la turbia relación que se ha

trabado entre los gobernantes y los gobernados, “la gente invade las ciudades a golpes de cacerola

para reclamar, impugnar y derribar gobiernos pero carece de alternativas” (ídem). El heterogéneo

y contradictorio estallido revela no sólo la ausencia de autoridad gubernamental sino también las

carencias de un Estado inerme sin resortes para asegurar el orden.

Al igual que lo propuesto por Mocca nos enfrentamos a una polarización de posibilidades: “o al

estilo de una dictadura se mata, o se sobrevive en circunstancias de cuasianarquía, con la política

de espectadora” (Botana, 2002a: 241).

Es de gran importancia señalar que en este enfoque, la naturaleza antipolítica de las jornadas se

ejemplifica estableciendo una comparación con el Estado de Naturaleza hobbesiano. En este

contexto, Botana sostiene la imposibilidad de articulación de las demandas de diciembre con el

sistema institucional

no pensamos ni actuamos institucionalmente ¿Qué oferta de reemplazo hace la sociedad argentina después del 20 de Diciembre que no sea el rechazo unido al denuesto? Vivimos las horas de la Democracia Denegatoria; abandonamos de un golpe el cuadrante de la Democracia Constructiva (Botana, 2002a: 246).

Finalmente, acorde con el enfoque propuesto, la consumación de una reforma política cumple un

importante rol a la hora de traducir en términos políticos el cuestionamiento desplegado en las

jornadas de diciembre. En este sentido, “si el pueblo pretende reasumir la soberanía, es preciso

tener presente que ese gesto puede abrir una trayectoria renovadora, capaz de generar nuevos

19 Se denominó corralito a la política de restricción a la libre disponibilidad de dinero en efectivo impuso el gobierno de De la Rua en Diciembre de 2001. “La medida impedía que cualquier ahorrista (aunque no estrictamente todos) retirara la totalidad de sus fondos del sistema bancario, evitando así la salida de circulante del sistema bancario” (Aldestein y Vommaro, 2014:102).

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partidos y liderazgos, o bien enterrarse en un pantano autoritario, violento y agresivo” (Botana,

2002c).

Así, ante la desintegración generada por el estallido de la antipolítica debe llevarse a cabo

la reforma del Estado y de los partidos –reforma política en el pleno sentido de la palabra– debe ser vista como un objetivo por alcanzar y como una plataforma indispensable para que la renovación prospere. *…+ es preciso contar con un mínimo de tiempo para decantar nuevos liderazgos, rehacer en la medida de lo posible el circuito de confianza entre electores y elegidos (dañado desde octubre del año pasado) y mostrar a la opinión que no todo está perdido (Idem).

Esta lectura del 19 y 20 en términos de manifestaciones antipolíticas hizo eco dentro del ámbito

académico. Los artículos compilados por Marcos Novaro (2002) en El derrumbe político en el ocaso

de la convertibilidad exponen, desde diversos recorridos, el análisis del 2001. Allí, las

manifestaciones de diciembre constituyen el estallido de una crisis de representación que remonta

sus causas a las características del régimen político adoptadas desde la transición a la democracia.

Enmarcada en dicha crisis, la implosión de la representación política se manifestó en primer lugar,

en el así llamado voto bronca20 de octubre de 2001, “tras varios ciclos muchos votantes dejaron de

someter a juicio las acciones pasadas de los que gobernaron al perder la esperanza de que los que

los reemplazaran fueran mejores” (Palermo, 2002: 304). En segundo lugar, a partir de la

presidencia de Menem, y en los días 19 y 20 como punto culminante, se expresó la

política de la antipolítica, denostando a los partidos, los políticos profesionales, haciendo una presentación de su autoridad política esencialmente apartidaria y supuestamente tecnocrática, inaugurando un juego que el resto de la clase política fue sintiéndose obligada a jugar hasta que se convirtió en regla (Ídem: 306).

En este sentido, las manifestaciones de diciembre son la llegada al punto más bajo del camino, las

bases sociales y culturales de la comunidad política están profundamente erosionadas. En palabras

de Palermo, “los piqueteros, los cacerolazos y otras formas de protesta no hacen sino poner en

20 “Se denominó voto bronca a la suma de votos en blanco y votos anulados o impugnados que se efectuaron en las elecciones legislativas de octubre de 2001, en la antesala de la crisis de diciembre de ese año. *…+ Se lo denominó bronca porque expresaba un sentimiento de desilusión, desencanto y rechazo a la clase política por los impactos de la crisis económica y política y lo que se entendía como la generalización de prácticas asociadas a la corrupción en el contexto de los dos primeros gobiernos de la Alianza”. (Aldestein y Vommaro (Coord.) 2014: 361).

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acto esta cuestión. La desobediencia civil está golpeando incesantemente la puerta de la política

convencional y ésta no sabe qué hacer con ella” (Palermo, 2002: 321).

Así, inmersas en un proceso mayor de crisis del régimen político, las protestas constituyen la

irrupción de la antipolítica: “cuando los caceroleros pasan de golpear a hablar, dejan oír las

banalidades y trivialidades más increíbles –la antipolítica del sentido común, en el mejor de los

casos– cuando no directamente disparates *…+” (Ibídem). La presión pública ejercida por las

manifestaciones está así mal orientada, la “absurda demanda de `que se vayan todos´” (Palermo,

2002: 324. Itálicas nuestras) representa, desde esta perspectiva, la naturaleza antipolítica del ruido

de las cacerolas inmersas en una crisis esencialmente política.

El cuestionamiento hacia la clase política, el recorte del gasto, la reducción de las legislaturas, la

disminución del número de diputados entre otras, desplaza el sentido de las demandas hacia un

profundo rechazo del sistema político representativo. Sin proporcionar cuestionamientos respecto

de su funcionamiento, como tampoco propuestas tendientes a su reconstrucción.

Este último punto, es de vital importancia para esta lectura, ya que la reconstrucción de la

representación y de los vínculos fiscales tiene como condición la consumación de una reforma

política apropiada que no sea concesiva al cambiante estado de ánimo de las masas. “Idealmente,

se trata de cambiar las reglas del juego para incentivar comportamientos tanto de representantes

como de representados que los aproximen y dinamicen la vida política y de los partidos” (Palermo,

2002:323).

En consonancia a lo propuesto por Mocca y por Botana se presenta necesario transformar las

demandas antipolíticas desplegadas en diciembre bajo los términos de la política institucional. Así,

junto con la reconstrucción del vínculo político y económico de la ciudadanía con el Estado, es

posible –y necesario– institucionalizar otras formas de participación. Palermo expone cuatro líneas

de trabajo en dicha dirección: la primera es la que combina con los mecanismos representativos,

mecanismos de deliberación y participación directa de los ciudadanos; la segunda es la extensión y

el fortalecimiento de los mecanismos de accountability social, es decir, las formas de acción de los

ciudadanos que reclaman; la tercera de las líneas son las acciones combinadas de participación

directa, a partir de iniciativas de la sociedad civil, que tienden a fortalecer lo público; y la cuarta

son las iniciativas de participación directa en la gestión, formuladas e implementadas desde los

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partidos y los poderes políticos pero que van al encuentro de la sociedad civil. (Palermo, 2002:

328-330).

Cualquiera que sea la opción elegida, “los fuertes vientos de la reforma institucional están

soplando en una dirección equivocada” (Palermo, 2002: 328). Muchas de las iniciativas empeoran

los problemas, ya que responden a la lógica antipolítica de reducción de las instituciones, a favor

de efectos a corto plazo y en función de respuestas a demandas segmentadas y de gran visibilidad.

En esta línea, las reacciones de la ciudadanía toman la forma de una acción pública expresiva

construida a partir de la indignación frente a los poderes públicos exigiendo soluciones

inmediatas.

si el propio nacimiento en el seno de la sociedad civil de estas iniciativas supone al mismo tiempo un interrogante, un fuerte cuestionamiento dirigido al mundo de la política oficial, partidaria y asociativa preexistente, para que ese cuestionamiento no se esterilice es necesario que sea capaz de contribuir al fortalecimiento de lo público, exactamente lo contrario, por ahora, a lo que apunta su retórica (Novaro, Et. Al., 2002: 352-353).

Así, desde el ámbito académico se ha puesto el énfasis en la necesidad de traducir en términos

institucionales, y por lo tanto políticos, las demandas articuladas por la ciudadanía en las

manifestaciones de diciembre. Para esta perspectiva, son las acciones contestatarias y de

enfrentamiento al sistema institucional las que otorgan a las protestas su cualidad antipolítica.

Hemos presentado hasta aquí las lecturas, que ciertos académicos e intelectuales han construido

de las jornadas de diciembre de 2001, bajo el término de manifestaciones antipolíticas. Dicha

caracterización se encuentra cimentada en una concepción de la política que coloca el acento en

los mecanismos institucionales. Por consiguiente, los múltiples recorridos analíticos enfatizan

sobre alguna de estas dimensiones: en las transformaciones sufridas en el régimen político

(Metamorfosis de la representación; surgimiento de una clase política; características propias del

liderazgo de la Alianza; incapacidad de los partidos políticos, entre otros); y en el ámbito

económico (Corralito bancario, desempleo, default). Desde tales lecturas, las manifestaciones de

diciembre se interpretan como consecuencia de la lógica que adquiere el juego institucional.

Esta situación permite desarrollar un enfoque institucionalista, que caracteriza a las protestas

como antipolíticas al sostener que las acciones y los discursos en ellas desplegados no forman

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parte de lo propiamente político. Aún más, la política está ausente en el discurso de los actores

aunado en el absurdo y contradictorio reclamo del Que se vayan todos, que no quede ni uno solo.

En esta lectura el coro de la antipolítica debe ser transformado y traducido en términos

institucionales –y por lo tanto políticos– para lograr encauzar la oportunidad de cambio que la

crisis abre.

IV. Los puntos de contacto de ambos enfoques.

Llegando a la conclusión de este primer capítulo, consideramos necesario volver sobre las

reflexiones que hemos desarrollado en torno a la relación entre acción y narración. Como hemos

mencionado, la clave de lectura que atraviesa nuestro recorrido por los múltiples análisis parte de

la existencia de una disputa por el sentido de los acontecimientos. Así, los intentos de

comprensión articulados desde distintos ámbitos, se materializan en la construcción de múltiples

narraciones que dotan de sentido a la acción.

Ante tal situación, hemos propuesto ordenar el corpus de interpretaciones atendiendo a la

cualificación otorgada a las manifestaciones de diciembre es decir, centrándonos en el sentido que

concedían a las mismas. Bajo la dicotomía política-antipolítica, atravesamos transversalmente los

límites impuestos por los campos disciplinares y las orientaciones teórico políticas, para lograr

reconocer los puntos en los que las diversas narraciones convergen.

Al colocar el énfasis en la idea de narración en tanto comprensión de los acontecimientos, cobran

importancia los supuestos sobre los cuales se construyen los análisis del fenómeno. Así, a pesar de

la distancia analítica y conceptual que se interpone entre las diversas narraciones, sostenemos que

es posible hallar ciertos puntos de contacto.

El primero de ellos refiere a la envergadura concedida, por los distintos autores, a las instituciones.

Tal como hemos mencionado anteriormente, las lecturas del 19 y 20 bajo el término de

manifestaciones políticas, otorgan tal característica al hacer hincapié en el rasgo contestatario que

adquieren ambas jornadas de protesta. Así, para los diversos análisis, lo político existe cuando se

cuestiona a la política institucional. Es decir, tanto el Colectivo Situaciones como Svampa,

Altamira, Cheresky y Torre interpretan las manifestaciones a modo de enfrentamiento entre éstas

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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y las instituciones del sistema representativo21. En consecuencia, al caracterizar al 19 y 20 en

contraposición a un determinado orden, necesariamente la política –cuando exista– será

constitutivamente negativa-destituyente-impugnadora-contestataria. En el extremo opuesto de la

dicotomía, las prácticas de cuestionamiento hacia el sistema institucional expresan la cualidad

antipolítica de las manifestaciones. Paradójicamente, también desde esta perspectiva es posible

sostener el sesgo destituyente e impugnador de las acciones de protesta, a pesar de la distancia

teórica identificada entre las diversas publicaciones.

Así, en las múltiples narraciones que hemos analizado se atribuye un rol central a las instituciones

ya que la existencia misma de lo político gira en torno a la destitución o no de la política.

Asimismo, encontramos un segundo punto de convergencia: en su conjunto los estudios

expuestos exigen de los actores de las manifestaciones el desarrollo de identidades, intenciones y

planes de acción estratégicos que permitan establecer objetivos y programas. Tal requisito se

expresa claramente en la demanda que los diversos autores dirigen en torno a “transformar esa

espontaneidad en algo productivo que implique reglas de organización, propuestas y deliberación

que puedan dar lugar a decisiones” (Portantiero, 2002: 27). En tal sentido, las diversas

perspectivas sostienen la insoslayable necesidad de concreción de una reforma política, derivada

en dos vertientes: por un lado los estudios que exigen la traducción “desde arriba”, de las

demandas de la ciudadanía en términos que tengan como consecuencia un mejor funcionamiento

del sistema institucional (Cheresky y Blanquer; Torre; Mocca; Botana; Novaro), y por otro, aquellos

que afirman la necesidad de la creación de un régimen político nuevo, “desde abajo” (Colectivo

Situaciones; Altamira; Svampa).

En suma, las diversas perspectivas aquí presentadas proponen pensar los acontecimientos del 19 y

20 desde el impacto que las acciones de protestas tuvieron en las instituciones del sistema

representativo y en el devenir de los propios actores que las protagonizaron. Para unos, las

manifestaciones fueron políticas porque se enfrentaron al sistema institucional, para otros, fueron

antipolíticas justamente por esta misma razón. Así, todos los análisis confluyen en un último punto

de contacto al sostener que frente a la recuperación del sistema representativo, llevado a cabo

21En el caso de los análisis propuestos por el Colectivo Situaciones, Jorge Altamira y Maristella Svampa, el enfrentamiento a las instituciones representativas, se encuentra enmarcado en un cuestionamiento más amplio dirigido hacia el sistema económico y político.

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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con la presidencia interina de Eduardo Duhalde y coronado por la asunción de Néstor Kirchner en

2003, las manifestaciones de diciembre finalmente fracasaron.

Para aquellos estudios que vislumbraban una cualidad política en las jornadas de protestas, la

mentada normalización institucional deviene en la pérdida de la potencia de las organizaciones

surgidas al calor del 2001. En términos de Svampa esta situación se manifiesta en el proceso de

cooptación22 llevado a cabo por los mismos dirigentes a los cuales cuestionaban. Por otro lado,

para las lecturas que caracterizaban al 19 y 20 como manifestaciones antipolíticas el fracaso

descansa en la incapacidad de los actores políticos –líderes y partidos– de traducir las demandas

desplegadas en cuestionamientos dirigidos al propio funcionamiento del sistema político y a partir

de allí la concreción de una reforma tendiente su mejoramiento.

Así, los supuestos sobre los cuales se erigen tales lecturas son dos: por un lado, sostienen la

centralidad de la esfera institucional; por otro, afirman la existencia de un actor político

preexistente a su aparición en el espacio público, al que le exigen el desarrollo de estrategias y

programas de acción que consecuentemente fracasan o triunfan.

Desde un punto de vista teórico, Hannah Arendt ha reflexionado al respecto demostrando cómo

tras estas demandas se sostienen supuestos a los que la pensadora llama prejuicios contra la

política (Arendt: 2009). Estos conciernen a todos los términos por medio de los cuales se piensan

los acontecimientos políticos:

22 Si bien la discusión en torno a la cooptación no es un tema central a lo largo de nuestro trabajo, quisiéramos exponer algunas consideraciones al respecto. La consagración de Néstor Kirchner como presidente, junto con una renovada esperanza en su figura, tiene como consecuencia para Svampa (2008) el fin de los tiempos extraordinarios; inmersas en dicho contexto “las asambleas barriales comenzaron a declinar, atrapadas en una lógica de confrontación entre las tendencias autonomistas y las presiones de los partidos de izquierda por hegemonizar el proceso. Pero lo cierto es que los actores movilizados, asambleístas y piqueteros, no lograron dotar de contenidos precisos a las demandas de creación de una nueva institucionalidad. Con el correr de los meses, como ya había sucedido con la consigna Que se vayan todos, la apelación `Por un nuevo argentinazo´ fue vaciándose de sentido y cristalizó en una suerte de pulsión repetitiva” (Svampa, 2008: 157). De esta manera, nos propone pensar que ante una suerte de retorno de las instituciones tradicionales y representativas del Estado, el potencial político presente en el movimiento asambleario y en las organizaciones piqueteras se ve anulado por la presencia de un nuevo gobierno que busca interpelarlos desde distintas estrategias –cooptación, represión o aislamiento. Frente a tales consideraciones es posible sostener que los resultados positivos, en cuanto a participación, en las elecciones de 2003 no suponen un retroceso en la conciencia política. En este proceso, “la gente de los sondeos de opinión ha empezado a compartir su sitio con la gente (que es la misma) que se moviliza en las calles, plazas y rutas y también (porque también es la misma) con la que decide apostar fuerte en el juego político-institucional en general y en el juego electoral en particular”. (Vommaro y Rinesi, 2007: 457. Itálicas del original).

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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sobre todo a la categoría medios-fines, que entiende lo político según un fin último extrínseco a lo político mismo; también a la presunción de que el contenido de lo político es la violencia y, finalmente, el convencimiento de que la dominación es el concepto central de la teoría política (Arendt, 2009: 98).

Aquello sobre lo que Arendt nos impulsa a pensar es fundamentalmente, la comprensión que las

diversas perspectivas desarrollan sobre la política y las consecuencias analíticas que desde allí se

derivan. En particular, los cuestionamientos teóricos de Arendt acerca de la relación que se

entabla entre política, actores e instituciones, son pertinentes a la hora de abrir el debate sobre la

manera en que los diversos estudios, aquí explorados, han comprendido las manifestaciones de

diciembre.

Dedicaremos el siguiente capítulo a exponer, entre otras cuestiones, la última afirmación que aquí

apenas hemos esbozado: el modo en que los supuestos sobre la política actúan dentro de los

análisis que las múltiples publicaciones han desplegado sobre los acontecimientos del 19 y 20. A

partir de allí, buscaremos responder a tales supuestos mediante una teoría que se libre de los

prejuicios contra la política y posibilite comprender el accionar de diciembre, concibiéndolo más

allá del éxito o del fracaso de los objetivos de sus actores respecto del impacto institucional y de

su propio devenir en el tiempo. Así, el disparador de nuestras reflexiones gira en torno a la

pregunta por el sentido político de las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001. La

construcción de nuestra perspectiva retomará principalmente las reflexiones teóricas de Hannah

Arendt, ayudándonos con ciertas conceptualizaciones propuestas por Etienne Tassin y Claude

Lefort.

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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Capítulo 2

Redefiniciones acerca de lo político

Todo pensamiento comienza con el lenguaje cotidiano

y se aleja de él (Arendt, 2006)

Con el colapso de las certezas, con el deterioro de sus fundamentos y la borradura de sus horizontes,

se ha hecho posible –e incluso necesario- retomar la cuestión de lo que se ha denominado

“la esencia de lo político” (Lacoue-Labarthe y Nancy, 1997)

I. Introducción

En el capítulo anterior expusimos los estudios que se han publicado al calor de las manifestaciones

decembrinas, explorando a su vez, las cuestiones más relevantes y los puntos de contacto que es

posible encontrar entre ellas. Tal como venimos sosteniendo, entendemos a las diversas

publicaciones en tanto narraciones, que en el mismo relato dotan de sentido a los

acontecimientos. Así, cobra relevancia la dimensión configurativa de toda narración y a la vez, los

supuestos sobre los cuales dichas narraciones se erigen. En este sentido, a lo largo de las páginas

que siguen expondremos los conceptos mediante los cuales construiremos nuestro relato de las

manifestaciones de diciembre, es decir, aquí daremos forma al marco teórico.

Con este objetivo en mente, organizamos el presente capítulo en tres apartados en donde

recorreremos, principalmente, los argumentos teóricos de la noción arendtiana de la política, para

luego operacionalizarlos, con ciertas conceptualizaciones de Tassin y Lefort.

Así, comenzaremos este capítulo analizando la afirmación que apenas hemos esbozado en las

últimas líneas de la sección anterior: las diversas publicaciones sobre las manifestaciones del 19 y

20 de diciembre de 2001 despliegan sus análisis sobre supuestos arraigados en los prejuicios

contra la política. Exploraremos entonces, en el primer apartado, cuales son los prejuicios que,

según Arendt, se oponen a la comprensión teórica de lo que verdaderamente se trata en la

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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política. Estos prejuicios se asientan sobre juicios que en el pasado tuvieron su fundamento

legítimo en la experiencia, e impiden, por ello, pensar el presente. Sin embargo, los prejuicios

contra la política no se revelan explícitamente, sino que existen bajo la forma de supuestos sobre

los cuales se erige el pensamiento. Así, nos ocuparemos aquí de analizar, la manera en que tales

supuestos aparecen tras los análisis de las manifestaciones del 19 y 20, con el objetivo de

deconstruir las caracterizaciones en términos de políticas o antipoliticas que los diversos estudios

realizaron sobre ellas.

Ante esto, para vislumbrar el sentido político de las manifestaciones de diciembre, en tanto

novedad, es necesario abordar su análisis desde una comprensión fenomenológica de la política.

En tal dirección, es que recuperaremos en el segundo apartado, las reflexiones de Arendt en torno

a la relevancia del espacio público y de la acción y el discurso allí contenido. Para luego abordar,

en el último apartado, la lectura que elabora Etienne Tassin, a través de su noción de

manifestación, donde recoge las dos dimensiones de la comprensión arendtiana de lo político: el

actuar colectivo por un lado, y la visibilidad característica del espacio público por otro. Asimismo,

consideraremos la tensión que el autor expone entre ambas dimensiones ayudándonos de las

reflexiones de Claude Lefort, en torno a la característica conflictual de la política.

Daremos cuenta entonces aquí, de la tensión existente entre la forma que asume la política y el

incesante movimiento de aparición y ocultamiento del modo de institución de la sociedad. En

otras palabras, aquello que nos interesará recuperar es la noción misma de lo político en tanto

contingente y por ende, conflictual. Tal como sostiene Rinesi, la política “se manifiesta siempre

bajo la forma de un proceso permanente, un movimiento incesante y una tensión ineliminable

entre esos dos extremos” (2011: 19).

De este modo, cuando finalicemos nuestro recorrido teórico contaremos con las herramientas

conceptuales que nos permitirán abordar la pregunta por el sentido político de las

manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001. Ejercicio al cual nos abocaremos en el próximo

capítulo.

II. Prejuicios contra la política

Con el propósito de definir aquello que entiende por política, Arendt comienza por abordar los

prejuicios que todos los hombres albergan contra ella. Estos prejuicios pueden apoyarse en

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realidades innegables y reflejar una situación presente y realmente existente. Sin embargo, no son

juicios, ellos muestran que “hemos ido a parar a una situación en que políticamente no sabemos –

o todavía no sabemos– cómo movernos” (Arendt, 2009: 49).

Que los prejuicios tengan un lugar preponderante en la vida cotidiana, y por lo tanto en la política,

no es algo que debería intentar cambiar. Esto se debe a que el hombre no puede vivir sin ellos,

pues nadie se encuentra en la posición de juzgar de nuevo todo aquello sobre lo que se le pidiera

un juicio a lo largo de su vida. En este punto surge en la actividad de juzgar un primer criterio que

consiste en los prejuicios que nos resultan confiables. Por eso, escribe Arendt, “la política siempre

ha tenido que ver con la aclaración y disipación de prejuicios, lo que no quiere decir que consista

en educarnos para eliminarlos” (Ídem: 52).

Esta justificación del prejuicio como criterio para juzgar en la vida cotidiana tiene sus límites, sólo

es válida para prejuicios auténticos, es decir, para aquellos que no afirman ser juicios. Es posible

reconocer tales prejuicios en el hecho de que apelan a un se dice, se opina –no necesariamente

explícito– que no genera ningún compromiso. Al mismo tiempo, encierran un juicio que un día

tuvo su fundamento legítimo en la experiencia; “sólo se *convierte+ en prejuicio al ser arrastrado

sin el menor reparo ni revisión a través de los tiempos” (Ídem: 53). Su amenaza reside

precisamente aquí, puesto que siempre está anclado en el pasado se adelanta al juicio y lo impide,

dificultando con ello una verdadera experiencia del presente.

Al recurrir al pasado, la legitimidad de los prejuicios se ve limitada a épocas históricas en donde lo

nuevo es relativamente raro en las estructuras políticas y sociales, y lo viejo predomina. De esta

manera, los prejuicios se enraízan en la experiencia –pasada– y su función es preservar a quien

juzga de exponerse abiertamente a la realidad de los acontecimientos23. Así, la sustitución del

juicio por el prejuicio, resulta especialmente peligrosa cuando afecta al ámbito político, donde no

es posible actuar sin juicios porque el pensamiento político se basa esencialmente en la capacidad

de juzgar24. En este sentido, los prejuicios contra la política “confunden con político aquello que

23

En este sentido Arendt afirma que “las cosmovisiones e ideologías cumplen tan bien esta misión que protegen de toda experiencia, ya que en ellas todo lo real está al parecer previsto de algún modo”. (2009: 55). 24

Según Arendt, cuando nos enfrentamos a algo completamente nuevo, para lo que no disponemos de ningún criterio es posible poner en funcionamiento la capacidad humana del juicio, que alude a la aptitud para diferenciar antes que a la capacidad de ordenar y subsumir.

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acabaría con la política25 y presentan lo que sería una catástrofe como si perteneciera a la

naturaleza del asunto y fuera, por lo tanto inevitable” (Arendt, 2009: 49).

Arendt sostiene la existencia de tres prejuicios contra la política: el primero es el recurso a un

modo de pensamiento instrumental o teleológico, que adopta la categoría medios-fines, como si la

política estuviese al servicio de un fin último extrínseco a ella misma; el segundo refiere a la

asimilación del contenido de la política con la violencia para alcanzar tal fin; y por último el

tercero, es el convencimiento de que la dominación es el concepto central de la teoría política

(Arendt, 2009). Examinemos entonces en qué consiste cada uno de ellos para ver la manera en

que aparecen tras los análisis de las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001.

Ante la pregunta por el sentido de la política, Arendt afirma que se han ensayado diversas

respuestas desde la tradición26. Todas ellas, son justificaciones y definiciones que “vienen a

designar la política como un medio para un fin más elevado, fin último por cierto, cuya

determinación ha sido muy diversa a través de los siglos” (Arendt, 2009: 67). En este sentido, el

pensamiento adopta una lógica instrumental, pues interpreta que la política existe en función de

un propósito exterior a sí misma.

La tradición del pensamiento filosófico, sostiene que la política es una necesidad ineludible para la

vida humana, tanto individual como social. La existencia del hombre no es autárquica, y por lo

tanto su cuidado y subsistencia concierne a todos; esta mutua dependencia es la condición sin la

cual la convivencia sería imposible. Así, desde esta perspectiva, se considera que el fin último de la

política es asegurar la vida en su sentido más amplio, es decir, es el medio que hace posible al

individuo perseguir en paz y tranquilidad sus propios objetivos, cualesquiera que éstos sean.

Dado que se trata de una convivencia entre hombres, para la tradición, el cuidado de la existencia

sólo puede tener lugar mediante un Estado que, en tanto poseedor legítimo del monopolio de la

violencia, evite una guerra de todos contra todos.

25

Dichos prejuicios que “acabaría*n+ con la política”, corresponden a una época –la de Arendt– cuyas experiencias fundamentales son el totalitarismo y la amenaza del exterminio total por las armas nucleares. “Tras los prejuicios contra la política se encuentra hoy en día *…+ la esperanza de que la humanidad será razonable y se deshará de la política antes que de sí misma (mediante un gobierno mundial que disuelva el estado en una maquinaria administrativa, que resuelva los conflictos políticos burocráticamente y que sustituya los ejércitos por cuerpos policiales” (Arendt, 2009: 50) 26 La relación entre las reflexiones de Arendt y la tradición filosófica y cristiana será abordada en el próximo apartado.

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Estas reflexiones, según Arendt, afirman como evidente que allí donde los hombres conviven, hay

y siempre ha habido política. Como argumento, recurren a la definición aristotélica del hombre

como un ser vivo político, sin embargo, esta interpretación descansa en un antiguo malentendido.

Para Aristóteles, escribe Arendt,

la palabra politikon, era un adjetivo para la organización de la polis y no una caracterización arbitraria de la convivencia humana, no se refería de ninguna manera a que todos los hombres fueran políticos o a que en cualquier parte donde viviesen los hombres hubiera política, o sea, polis (2009: 68).

Aquello a lo que remitía tal adjetivo era a la particularidad de que el hombre puede vivir en una

polis, siendo esta la forma suprema de convivencia humana. La política, por lo tanto, en el sentido

aristotélico, no es una obviedad ni se encuentra donde quiera que los hombres convivan. Es sólo

en la polis, en donde el hombre es capaz de actuar en libertad. Esto por supuesto, no significa que

la política se entendiera como un medio para posibilitar la libertad humana, “ser libre y vivir en la

polis eran en cierto sentido uno y lo mismo” 27 (Arendt, 2009: 69).

Por el contrario, el prejuicio moderno sostiene que la política es una necesidad inevitable y que la

ha habido siempre y por doquier, al tiempo que reinterpreta la idea clásica de la libertad en

términos que otorgan un rol central a la dominación, y por lo tanto a la violencia. De esta manera,

afirma que

la política es un medio para un fin superior y que en ella sólo se trata de la libertad en la medida en que ha dejado libres determinados ámbitos. Sólo que ahora la libertad ya no es una cuestión de pocos, sino al contrario, de muchos, los cuales ni deben ni necesitan preocuparse ya de los temas de gobierno porque la carga del orden político necesario para los asuntos humanos se deposita sobre unos pocos (Arendt, 2009: 87).

En otras palabras, el dominio del Estado en tanto legítimo poseedor de la violencia es el medio por

el cual los hombres tienen asegurada su libertad, entendida ésta en tanto acción soberana, “un

libre albedrío, independiente de los demás y en última instancia capaz de prevalecer ante ellos”

(Arendt, 1996: 176).

27

Pero sólo en cierto sentido, puesto que para participar de los asuntos de la polis, los hombres debían encontrarse libres de las obligaciones necesarias para subsistir. Esta liberación, es un fin que se conseguía por medio de la coacción y la violencia, basadas en la dominación que cada hombre ejercía sobre otros –por ejemplo los esclavos. Esta no es en sí misma política, sino que constituye la condición pre-política indispensable para gozar de la libertad de lo político.

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Así, la remisión moderna de la idea libertad a la supervivencia de la humanidad, tiene como

consecuencia que la política “no se trate ya más que de la mera existencia de todos *ésta+ es la

señal más clara de la desgracia a la que ha ido a parar nuestro mundo –una desgracia que, entre

otras cosas, amenaza con liquidar a la política” (Arendt, 2009: 92). La noción de la política como un

medio para un fin situado por fuera de su ámbito, se expresa en una definición de Estado que en

tanto poseedor del monopolio legítimo de la violencia es indispensable para la convivencia de los

hombres. Esto significa que desde la Edad Moderna, en general “el poder se asimila a la violencia

debido a que la manifestación más común del poder político es la dominación por parte del

Estado” (Tassin, 2002: 153).

Las teorizaciones sobre el concepto de la política, ponen en funcionamiento un enfoque

instrumental en el cual, independientemente de los fines a los que busque arribar, la violencia es

el contenido específico que le es propio. Aquí encuentra Arendt el segundo prejuicio: la acción

violenta constituye el contenido de la política.

El punto nodal de este prejuicio es la identificación teórica del poder político con la violencia

“como si esta fuese prerrequisito del poder y el poder nada más que una fachada” (Arendt, 2006:

63). Tal prejuicio proviene del legado de la política romana que produjo un desplazamiento de la

autoridad hacia la violencia, presente en el pensamiento moderno desde una perspectiva

revolucionaria. Desde este enfoque, la cuestión de la fundación como comienzo radical, es la

acción política central que establece el espacio público-político y hace posible la política. Tanto

Maquiavelo como Robespierre consideraban que

para ese `fin´ supremo todos los `medios´, y en especial los medios violentos, estaban justificados. También ambos entendieron el acto de la fundación como algo inserto en el hacer; para ellos, literalmente, la cuestión era `hacer´ una Italia unificada o una república francesa y su justificación de los medios de violencia estaba fundada en una argumentación subyacente que, asimismo, le otorga una inherente aceptabilidad; no se puede hacer una mesa sin destruir árboles, no se puede hacer una tortilla sin romper huevos, no se puede hacer una revolución sin matar gente (Arendt, 1996: 151).

Aquí se trata de una violencia fundacional, pero violencia al fin, con la que el poder se confunde en

el acto por el cual un Estado arriba a su existencia y un pueblo se convierte en comunidad. Arendt,

sostiene que es necesario plantear una distinción entre Poder, Potencia, Fuerza y Violencia, para

repensar el poder político en su relación con la violencia. En este sentido,

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poder (power) corresponde a la capacidad humana, no simplemente para actuar, sino para actuar concertadamente. El poder no es nunca una propiedad de un individuo; pertenece a un grupo y sigue existiendo mientras el grupo se mantenga unido *…+. Potencia (stenght) designa inequívocamente a algo en una entidad singular o individual; es la propiedad inherente a un objeto o persona y pertenece a su carácter, que puede demostrarse a sí mismo con otras cosas o con otras personas pero que es independiente de ellas *…+ La fuerza (force) que utilizamos en el habla cotidiana como sinónimo de violencia, especialmente si la violencia sirve como medio de coacción, debería quedar reservada, en su lenguaje terminológico, a las `fuerzas de la naturaleza´, a la fuerza de las circunstancias, esto es, para indicar la energía liberada por movimientos físicos o sociales. *…+ La violencia (violence) se distingue por su carácter instrumental. Fenomenológicamente está próxima a la potencia (strenght), dado que los instrumentos de la violencia, como todas las demás herramientas, son concebidos y empleados para multiplicar la potencia natural, hasta que, en la última fase de su desarrollo, puedan sustituirla (Arendt, 2005: 147-149).

En un sentido político, el poder es propio de una comunidad y no de un individuo. Así, la fuerza de

ésta reside en su poder, la del individuo en su potencia; solo puede asociarse con la violencia por

su asimilación con la coerción o con la obligación.

Es necesario considerar que la violencia no existe por sí misma, sino que es la manifestación

instrumentada de la potencia o de la fuerza. En este sentido Arendt afirma, “la violencia es, por

naturaleza, instrumental; como todos los medios siempre precisa de una guía y una justificación

hasta lograr el fin que persigue” (2005: 70). Sin embargo, la violencia que se ejerce por fuerte o

eficaz que fuera, nunca constituye por sí misma un poder y está absolutamente desprovista de un

sentido político aunque se manifieste en el espacio público. Tal como menciona Arendt, “hablar de

poder no violento es una redundancia. La violencia puede destruir al poder; es absolutamente

incapaz de crearlo” (2005: 158).

En oposición a la idea de que la violencia es el medio especifico del poder político del Estado,

Arendt establece que “nunca ha existido un gobierno exclusivamente basado sobre los medios de

violencia” (2005: 152). Tal como menciona Tassin, hay una contradicción inherente a la violencia

como medio político: “la violencia necesita del poder y no a la inversa” (2002: 173). Su crecimiento

indefinido, destruye al poder para manifestarse como puro terror28.

28

En este sentido, Arendt sostiene que “el terror no es lo mismo que la violencia; es, más bien, la forma de Gobierno que llega a existir cuando la violencia, tras haber destruido todo poder, no abdica, sino que, por el contrario, sigue ejerciendo un completo control” (Arendt, 2005: 75). La autora está aquí reflexionando específicamente sobre el totalitarismo, así, prosigue: “la diferencia decisiva entre la dominación totalitaria

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Tras la aparente confusión entre los términos, descansa el tercer prejuicio: la convicción de que el

problema central de la teoría política refiere a la dominación. La equiparación del poder político

con la violencia, y del estado como su organización legítima, sólo tiene sentido si se concibe a la

dominación como la cuestión crucial de la política. Así, las diversas corrientes del pensamiento,

han colocado a la noción de dominio en el centro de sus reflexiones. Sus definiciones, no sólo

derivan de la antigua noción de poder absoluto que acompañó la aparición del Estado-Nación

europeo, sino que también coinciden con los términos empleados desde la antigüedad para definir

las formas de gobierno como el dominio del hombre sobre el hombre: de unos o pocos en la

monarquía y en la oligarquía, de los mejores o de muchos en la aristocracia y en la democracia.

Estas conceptualizaciones, que Arendt encuentra, entre muchos otros, en John Stuart Mill,

descansan sobre una relación de mando y obediencia donde se despliegan dos inclinaciones: “una

es el deseo de ejercer poder sobre los demás; la otra *…+ la aversión a que el poder sea ejercido

sobre uno mismo” (Stuart Mill, 2001: 59 y 65). De esta manera, tal como sostiene Tassin

la definición de la dominación como una potencia reconocida y legitimada, y la asimilación del poder al poder de mando, es decir, el poder de ser obedecido, nos obligan entonces a reconocer en la violencia (la coacción física) el medio, no normal, sino específico, por el cual se ejerce el poder en el marco del estado (2002: 154).

Cualquiera sea la forma que adopte el poder político, es decir gubernamental, consiste siempre en

reconocer a uno o a varios la capacidad –legítima– de establecer reglas, de imponer su

cumplimiento y finalmente de tomar decisiones imperativas para todos. No obstante, existe otra

tradición, escribe Arendt, en la cual se pensaba en un concepto del poder y de la ley cuya esencia

no se basaba en la relación de mando y obediencia. La noción de república constituye una forma

de gobierno en la que el dominio de la ley, pondría fin al dominio del hombre sobre el hombre. La

noción de obediencia allí desplegada refiere al

apoyo a las leyes a las que la ciudadanía había otorgado su consentimiento. *…+ se supone que bajo las condiciones de un gobierno representativo el pueblo domina a quienes gobiernan. Todas las instituciones políticas son manifestaciones y materializaciones de poder; se petrifican y decaen tan pronto como el poder vivo del pueblo deja de apoyarlas (Arendt, 2005: 56).

basada en el terror y las tiranías y dictaduras, establecidas por violencia, es que la primera se vuelve no sólo contra sus enemigos, sino también contra sus amigos y auxiliares, temerosa de todo poder, incluso del poder de sus amigos. El clímax de terror se alcanza cuando el Estado policial comienza a devorar a sus propios hijos, cuando el ejecutor de ayer se convierte en la víctima de hoy (Ídem: 76).

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Por lo tanto, el consentimiento de la ciudadanía a quienes la gobiernan nunca es indiscutible, en la

misma medida en que lo es la obediencia que puede exigir un acto de violencia. Es decir, la

obediencia con la que puede contar un delincuente cuando roba con la ayuda de un arma. La

tradición republicana supone que bajo las condiciones de un gobierno representativo, es el apoyo

del pueblo el que presta el poder a las instituciones y asimismo determina la existencia de las

leyes29.

Sin embargo, estas nociones continúan colocando a la dominación en el centro de sus reflexiones,

en tanto la relación de mando y obediencia ya no se despliega entre los hombres, sino entre los

hombres y la ley. De este modo, la cuestión crucial de la teoría política es, y ha sido siempre,

responder a los interrogantes: ¿Quién manda a quién? y, asimismo, ¿Por qué obedecer?

Tales son los prejuicios contra la política que, según Arendt, dificultan la comprensión política de

las experiencias del presente. Estos prejuicios toman la forma de supuestos sobre los cuales las

reflexiones se asientan. En efecto, es posible sostener que ante las manifestaciones del 19 y 20 de

diciembre de 2001, las diversas publicaciones ponen en funcionamiento nociones y conceptos que

derivan de una comprensión de la política bajo lo que Arendt entiende como prejuicios contra la

política. Veamos ahora si esta elaboración arendtiana puede iluminar, o más bien, poner en

evidencia los supuestos que subyacen tras los análisis de las manifestaciones 19 y 20 de diciembre

de 2001.

III. Los supuestos tras los análisis de las manifestaciones de diciembre

Tanto los estudios que caracterizan a las jornadas del 19 y 20 bajo el término de manifestaciones

políticas –negativas–, como aquellos que las califican de antipolíticas, colocan en el centro de sus

análisis a la categoría medios-fines y recurren así a un modo de pensamiento teleológico que

entiende a la política como un medio que permite alcanzar un fin extrínseco a ella misma. Bajo

29 En este sentido, eventualmente el pueblo tiene la capacidad de alterar la relación de mando y obediencia que entabla con las leyes puesto que “todas las instituciones políticas son manifestaciones y materializaciones del poder; se petrifican y decaen tan pronto el poder vivo del pueblo deja de apoyarlas” (Arendt, 2005: 56).

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ésta lógica, para los múltiples estudios de lo sucedido en diciembre debe surgir un producto que

en tanto resultado de las manifestaciones, logre capturar su significado.

Para estos estudios, la consumación de una democracia directa, o al menos más participativa es el

medio que permitirá garantizar la soberanía del pueblo. En otras palabras, desde estos enfoques el

resultado lógico del fuerte cuestionamiento hacia las instituciones representativas, desplegado en

diciembre, es la concreción de una reforma política. Si bien es cierto que el contenido de dicha

reforma varía de acuerdo a la caracterización –en términos de políticas o antipolíticas– que las

diversas publicaciones desarrollan sobre las jornadas, también es cierto que el lugar analítico que

ocupa tal reforma es equivalente en todas ellas.

Recordemos brevemente dos ejemplos para constatar dicha afirmación. Por su parte, Svampa,

expone que las manifestaciones de diciembre son de naturaleza política, puesto que dirigen un

cuestionamiento hacia el sistema institucional condensado en el que se vayan todos,

posteriormente articulado en el seno de las asambleas barriales. En su argumento, sostiene que

tanto los anhelos de una democracia participativa, como los de la recuperación del estado “desde

abajo” implican la concreción de una reforma política que sea capaz de sentar las bases de un

nuevo régimen. En definitiva, la política contenida en las manifestaciones como así también en las

asambleas barriales se entiende como un medio para lograr un fin más allá de ella misma, un

nuevo orden. Así, el sentido político de diciembre queda ligado a la capacidad lograr este

propósito que, a decir de la autora, finalmente fracasa frente a la recuperación del sistema

representativo de 2003.

Desde una perspectiva opuesta, para Mocca, las manifestaciones del 19 y 20 son antipolíticas ya

que sus demandas giran en torno al gasto político, las listas sábanas y los sueldos de los

legisladores. La consumación de dichos reclamos no tendría como resultado una mejor política

sino la desaparición de ésta en otros órdenes de la sociedad. Ante tal diagnóstico, este enfoque

sostiene que frente al cuestionamiento antipolítico de las protestas, la política se encuentra

dentro del ámbito institucional. Es allí, en donde se debe llevar a cabo una deliberación acerca del

régimen político: cómo fortalecer el poder estatal democrático y preservarlo de su crónica

inestabilidad. De esta manera, la política entendida institucionalmente debe ser capaz de traducir

los reclamos antipolíticos oídos en las manifestaciones y a partir de allí producir una reforma

política que tienda a mejorar el funcionamiento del sistema representativo. Nuevamente la

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política es el medio y la reforma su fin supremo, que al no alcanzarse, sanciona el fracaso de

ambas jornadas.

En síntesis, ya sea bajo la exigencia de una reforma que dé como resultado la construcción de un

régimen político alternativo o sea una reforma que traduzca las demandas de diciembre en

términos que tengan como consecuencia un mejor funcionamiento del sistema político –líderes y

partidos– en ambas perspectivas, tal reforma se concibe como el fin último de las manifestaciones

de diciembre. Es decir que estas, son un medio para un fin supremo.

Esta concepción de la política en términos teleológicos tiene como consecuencia una reducción

analítica del poder en términos de mando y obediencia e iguala así el poder con la violencia. En

este sentido, diversos estudios –Svampa, Colectivo Situaciones, Altamira- sostienen que el

componente político de las manifestaciones de diciembre descansa en su carácter contestatario

frente a un Estado, entendido como la expresión hegemónica de la violencia y la dominación.

Ambas jornadas expresan así, la resistencia ante un orden político –pero también social y

económico– que oprime demandando obediencia, situación que se encuentra materializada en la

represión lanzada por las fuerzas policiales. Tal como sintetiza el Colectivo Situaciones la “crisis es

sinónimo de alteración de las capacidades de dominación” (Colectivo Situaciones, 2002: 190). Así,

desde estas perspectivas el rasgo político central de las manifestaciones de diciembre es su

facultad de poner en cuestión el Orden, tanto al sistema político, como al régimen económico y

social.

Como ya hemos señalado, desde un enfoque completamente opuesto, –Mocca, Botana, Bonvecchi

y Novaro– asientan la caracterización antipolítica de las manifestaciones precisamente en esta

cualidad contestaria. Puesto que, como mencionamos anteriormente, desde esta perspectiva, la

política existe en la medida en que se despliega dentro de los canales institucionales. Es el Estado

el que debe detentar el monopolio de la violencia y a través de ella, asegurar la obediencia a la ley.

Por lo tanto, para estos análisis las manifestaciones no son políticas ya que se enfrentan al poder

legítimo del Estado y buscan alterarlo.

De esta manera, la cuestión de la dominación constituye el eje central del modo en el que las

diversas perspectivas entienden a la política contenida en diciembre. Así, resulta crucial la

capacidad de las protestas de alterar la relación de mando y obediencia.

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Ahora bien, según Tassin “la fuente de los prejuicios que ordinariamente hacen concebir a la

política como un medio coercitivo para ejercer una dominación reside en *…+ la creencia en la

voluntad” (2007: 106. Itálicas del original). Esta creencia permite sostener que toda acción política

procede y se funda en una voluntad,

lo cual significa no solamente que las acciones políticas obedecen a una voluntad –o sea a un cierto tipo de intencionalidad que les daría sentido y las justificaría-, sino también que la voluntad es el principio de legitimidad de las políticas democráticas modernas. *…+ parece ir de suyo que el pueblo quiere, que es de este querer de donde nace su poder soberano, y de allí el poder gubernamental que se presenta como el representante de esta soberanía popular (Ídem: 106-107).

Así, para Tassin, la voluntad y la soberanía son los ejes centrales que estructuran los prejuicios

contra la política. Entendiéndose en torno al concepto de libertad propuesto desde la filosofía,

según el cual, los hombres son libres cuando “dejan el campo de la vida política, ocupado por la

mayoría y *…+ no se experimenta en asociación con otros sino en interrelación con el propio yo

*…+” (Arendt, 1996: 169). Esta noción de libertad, ha sido pensada como una producción de la

voluntad, una facultad subjetiva que el hombre ejerce en soledad30.

Esta idea de libertad, desarrollada desde la filosofía, como voluntad de poder31 tiene según

Arendt, dos consecuencias para la teoría política, que nos interesan remarcar. La primera de ellas

es que nos ha conducido a identificar el poder con la opresión, o con el dominio ejercido sobre los

demás. La segunda es que el ideal de la libertad es la soberanía, entendida como el ideal de un

libre albedrío, “de intransigente autosuficiencia y superioridad” (Arendt, 2003: 254)32.

El quid de la cuestión es que desde la tradición filosófica, e incluso enfatizada en el nacimiento de

las ciencias políticas y sociales, se construye una brecha entre los conceptos de libertad y política,

30 En este sentido la influencia de la tradición cristiana se convierte en el factor decisivo. Arendt encuentra en San Agustin una concepción de la libertad como una emanación de la voluntad: “la ciudadela interior ofrece, en efecto, la imagen de una dominación de sí, adquirida al precio de una sumisión de sí” (Tassin, 2007: 110). 31

Aquello que aquí se entiende como voluntad, surge del conflicto entre el querer y el poder, entre un “yo quiero” y un “no puedo lo que quiero”. Por lo tanto es un concepto doble, para que una voluntad quiera, debe querer contra una voluntad que resiste y es en este movimiento en donde experimenta su impotencia desde el momento mismo de su afirmación. La incapacidad de poder lo que quiere, para querer verdaderamente y ser así un verdadero poder, la transforma entonces en “voluntad de opresión, en voluntad de poder” (Ídem: 111). 32

Arendt prosigue esta cita: “Ningún hombre puede ser soberano porque ningún hombre solo, sino los hombres, habitan la Tierra, y no, como mantiene la tradición desde Platón, debido a la ilimitada fuerza del hombre, que le hace depender de la ayuda de los demás” (2003: 254).

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atravesada por la noción de voluntad-poder. La idea de libertad premoderna y secular insistió en

separar la “libertad de los súbditos y de cualquier participación directa en el gobierno” (Ídem:

162).

A la luz de estas reflexiones, es posible sostener que los supuestos sobre los cuales se asientan los

intentos de comprensión de las manifestaciones de diciembre, se encuentran a la vez enraizados

en una idea de acción política en tanto acción voluntaria, libre y por lo tanto, soberana.

Bajo tales términos, sostienen la existencia de un actor político homogéneo y preexistente a su

aparición en el espacio público que debe tener intensiones claras y objetivos a ser cumplidos por

medio de su acción en lo público. De esta manera, los autores consideran que los protagonistas de

ambas jornadas de protesta deben ser capaces de concretar aquellas consignas que enunciaron,

puesto que las analizan como acciones voluntarias sobre las cuales el actor guía su accionar. Aquí

entonces hay dos pasos: el primero refiere a la afirmación de la existencia de un actor con

voluntad, es decir, movido por una intensión y un deseo; el segundo sostiene una noción de acción

estratégica que lleva a cabo esa voluntad y por lo tanto moviliza una lógica de medios-fines que se

despliega a la luz de lo público.

Así, las diversas perspectivas exigen de los protagonistas de las manifestaciones el desarrollo de

programas y planes de acción estratégicos. Asimismo, dicha acción debe ser libre33 –en términos

filosóficos– y soberana, es decir, independiente de los demás e incluso prevaleciendo contra ellos.

Por lo tanto, la acción política bajo tales términos entendida se define por medio de la capacidad

de los actores de imponer su voluntad. Tal como expresa el Colectivo Situaciones,

de una u otra forma, la política sería el lugar de mando, el sitio conductor *…+. Hacer política ya no sería preguntarse qué hacer con `lo que pasa´, sino cómo hacer que pase lo que deseamos, a partir de controlar lo que pasa a ser lo importante: `los asuntos del poder´ (2002: 152).

Así, desde esta perspectiva, las manifestaciones de diciembre son políticas toda vez que se

enfrentan a la opresión ejercida desde el régimen político y disputan el lugar de mando. Al tiempo

33 En las reflexiones que Arendt aborda en ¿Qué es la libertad? (1996) traza dos genealogías opuestas del concepto de libertad: la filosófica y la política, recuperamos en este apartado la primera de ellas. En este sentido, la tradición filosófica transportó la idea misma de la libertad del campo de la política a un espacio interior, la voluntad, en donde el hombre se abre a la introspección. Esta experiencia, siempre presupone un apartamiento del mundo, para encontrar refugio en una interioridad a la que nadie más tiene acceso.

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que estas prácticas de oposición deben ser libres, es decir, responder al ideal de libertad en tanto

soberanía. Es imperativo que la política de las manifestaciones sea capaz de existir

independientemente de los demás (Estado, partidos políticos, líderes y sindicatos) e incluso

imponiéndose contra ellos. Es en esta línea que puede entenderse la insistencia de Svampa

respecto del sentido político de las jornadas de diciembre, que sólo podrá conservase si se

mantiene alejado de las estructuras institucionales. 34

Ya hemos mencionado, que la caracterización de las manifestaciones como antipolíticas coloca a la

política dentro del ámbito institucional. Este enfoque entiende que la política estatal es el medio

por el cual los hombres tienen asegurada su libertad. No obstante, la idea de libertad aquí

desplegada responde a la noción de voluntad que puntualiza Tassin. En otras palabras, estos

estudios sostienen que los hombres son libres desde el momento en el cual se encuentran exentos

de ocuparse de los asuntos del gobierno. Así, su libertad existe en el ámbito de la vida y la

propiedad35.

Los análisis en tales términos llevan consigo el supuesto de que –parafraseando a Tassin– va de

suyo que el pueblo quiere. En el reconocimiento de la existencia de una voluntad que pertenece al

pueblo o a una comunidad de actores, la política institucionalmente entendida, coloca en el centro

de sus reflexiones a una idea de Estado capaz de representar el poder soberano y de gobernar en

su nombre. A la vez que este poder que detenta el Estado se identifica con la opresión y por lo

tanto con la violencia.

Toda vez que las protestas se enfrentan a las instituciones que posibilitan la existencia de la

sociedad –y por lo tanto de la política– no contienen en sí mismas una esencia política. Aún más, la

imposibilidad de reconocer una voluntad en las manifestaciones de diciembre se evidencia, para

34 Recordemos que Svampa sostiene que el sentido político de las manifestaciones del 19 y 20 finalmente fracasa frente a la recuperación institucional de 2003 debido al proceso de cooptación que sufren los diversos movimientos surgidos al calor de las manifestaciones. 35

En el caso del análisis de desarrolla Botana en La República Vacilante es de central importancia la arista económica de la crisis. Al punto de afirmar la necesidad de una “Constitución Económica” basada en la seguridad y la certeza del sistema rentístico (moneda, ahorro, pago de impuestos, control del gasto público). Ciertamente, para Botana el 19 y 20 fue producto de las medidas impuestas por el corralito bancario, así es posible vislumbrar en sus reflexiones una idea de política en primer lugar, ligada al Estado, en tanto institución que canaliza las demandas y por lo tanto debe recuperar la centralidad en medio de las protestas; y por otro, que hace hincapié en la cuestión de la libertad, en particular ligada a la propiedad, que el Estado ser capaz de asegurar. (2002: 45-59).

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estos autores, en el irracional conjunto de demandas desplegadas en ambas jornadas. Al mismo

tiempo se otorga gran importancia a la representación como canal a través del cual los hombres

actúan. Esta última cuestión se evidencia en la afirmación de Botana, “es preciso inevitablemente,

crear o recrear las formas de la representación política” (2002a: 250). Es decir, el fuerte

cuestionamiento desplegado en diciembre debe ser encauzado institucionalmente y por lo tanto

transformado en términos políticos.

Lo que aquí sostenemos entonces, es que los múltiples análisis sobre las manifestaciones de

diciembre descansan sobre supuestos, que en términos de Arendt, se originan en los prejuicios

contra la política. En consecuencia el sentido político de los acontecimientos, bajo tales términos

entendidos, se encuentra ligado a su capacidad de reformar o fundar un nuevo orden y en este

sentido, se consideran que fracasan. Puesto que se interpreta a la acción política como acción

voluntaria que responde a una intención y por ende, es capaz de establecer estrategias para

conseguir objetivos. De no alcanzar esta exigencia, la acción política acaba por no tener sentido.

Comprendemos entonces, a la luz de las reflexiones de Arendt y Tassin, que aquello que se

vislumbra en los análisis sobre las manifestaciones de diciembre es la consolidación de la

separación entre la libertad y la política y, asimismo, entre éstas y la acción.

Como sostiene Arendt, estos prejuicios tienen una legitimidad inherente y solo podemos

comprenderlos cuando ya no cumplen su función, es decir cuándo ya no son apropiados para que

quien juzgue compruebe una parte de la realidad. Es en estos momentos donde se hace necesario

volver a cuestionarse sobre lo político, para esto recuperaremos las conceptualizaciones de Arendt

con el objetivo de analizar el sentido político de las manifestaciones de diciembre de 2001.

IV. Espacios de aparición: el sentido de la política según Hannah Arendt.

Tal como venimos señalando, la dificultad de aprehender lo ocurrido en las jornadas del 19 y 20 de

diciembre de 2001 se debe a que las múltiples perspectivas de análisis desarrollan una noción de

política en la que predomina la separación entre política, libertad y acción. Entonces, ¿en qué

medida es posible comprender el sentido político de las manifestaciones sin caer en la búsqueda

de los propósitos de los actores ni de un curso objetivo de acción? Y aún más, ¿cómo pensar

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políticamente un acontecimiento que a la vez pone en cuestión las categorías tradicionales de lo

que se entiende por política?

Para responder estos interrogantes, es necesario abordar los acontecimientos desde una

comprensión de la política elaborada a partir de una “fenomenología de la acción y no a partir de

la consideración de los derechos, de las convenciones o de las instituciones, o más aún, de las

cuestiones de organización económica y social” (Tassin, 2010: 1). En este sentido, las reflexiones

de Hannah Arendt respecto de la idea de política podrán acercarnos al análisis de las

manifestaciones de diciembre bajo los términos expuestos.

a. Pensar sin barandillas

A lo largo de sus ejercicios de pensamiento, Arendt busca construir una noción de política que

recupere la importancia del espacio público y de la acción que en él se desarrolla. Así, parte de los

cuestionamientos dirigidos a la tradición del pensamiento occidental por un lado; y a la

modernidad por otro36. Lo fundamental aquí es que, asentadas en la tradición, tanto la filosofía

como la ciencia política sostienen una idea de política en la cual se disocia a la acción de la política

y por lo tanto, pierde centralidad el espacio público.

El enorme peso de la contemplación en la jerarquía tradicional tiene como consecuencia el

alejamiento del pensamiento respecto de la acción y, también, la construcción de ideas y

conceptos en tanto verdades absolutas. La creciente distancia entre filosofía y acción, se ve

plasmada en la exigencia que experimentaban los filósofos de la antigüedad por librarse de las

actividades políticas para ejercer un pensamiento puramente teórico y no práctico.

El lugar que ocupa la tradición en el pensamiento arendtiano se encuentra plasmado en la noción

de tiempo desarrollada en el prefacio a Entre Pasado y Futuro. Allí sostiene

36

Ante todo, se opone a la existencia de verdades absolutas a partir de las cuales la filosofía y las ciencias políticas reflexionan sobre los acontecimientos. En este sentido, “si presuponemos que existe algo así como una esfera independiente de puras ideas, todas las nociones y conceptos no pueden sino estar relacionados, porque todos deberían su origen a la misma fuente: la mente humana en su extrema subjetividad, no afectada por la experiencia y sin ninguna relación con el mundo *…+” (Arendt, 2008: 53).

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observado desde el punto de vista del hombre, que vive en el intervalo entre pasado y futuro, el tiempo no es un continuo, un flujo de sucesión ininterrumpida, porque está partido por la mitad, en el punto donde `él´ se yergue; y `su´ punto de mira no es el presente, tal como habitualmente lo entendemos, sino más bien una brecha en el tiempo al que `su´ lucha constante, `su´ definición de una postura frente al pasado y al futuro otorga existencia (Arendt, 1996: 16-17).

Lo que Arendt propone es que la tradición se erige como un puente sobre el punto de ruptura en

el cual se encuentran los hombres. Sin embargo, al hablar de tradición no se refiere meramente al

pasado, sino tal como afirma Margaret Canovan “es una particular y selectiva relación con el

pasado, manipulando y reforzando ideas, experiencias y estructuras y suprimiendo otras (1994:

69).

Si bien es cierto que dicha tradición comenzó a debilitarse a medida que avanzaba la Época

Moderna, esto no implica necesariamente que sus nociones y conceptos hayan perdido poder

sobre el pensamiento. En este sentido, Arendt sostiene que Marx, Kierkegaard y Nietzsche fueron

los primeros que se atrevieron a pensar sin la guía de ninguna autoridad; con todo, aún se

encontraron inmersos en las categorías de la gran tradición al postular una inversión de su orden

jerárquico37 y reflexionar sobre las experiencias sin plantear un nuevo comienzo ni reconsiderar el

pasado.

No habría entonces una ruptura respecto de la concepción tradicional de la política, sino todo lo

contrario, continuidad. Esta cuestión se evidencia, para Arendt, en la noción de política imperante

en la Edad Moderna, en la cual es inherente la distancia entre los hombres y la acción política, así,

lo que hoy en día entendemos por gobierno constitucional *…+ no se trata, al menos en primer lugar, de hacer posible la libertad para actuar y dedicarse a la política, puesto que estas son prerrogativas del gobierno y de los políticos profesionales, que por la vía indirecta del sistema de partidos se ofrecen al pueblo para representarle dentro del estado o eventualmente contra éste (Arendt, 2009: 90).

Aquello que Arendt sostiene es que los intentos por construir un pensamiento político que logre

sobreponerse a las conceptualizaciones y nociones derivadas de la tradición no se materializaron,

puesto que ésta continuó presente tras los supuestos sobre los cuales se erigió la comprensión de

la política. Esto es así, en primer lugar porque en lo fundamental, persiste la distancia entre acción

37

En este sentido, Arendt afirma “Las operaciones rotatorias con las que termina la tradición dan a luz el comienzo en un doble sentido. La aseveración misma de uno de los opuestos –fides contra intellectus, práctica contra teoría, vida sensual perecedera, contra verdad permanente, invariable, suprasensual– necesariamente trae a la luz al opuesto repudiado y demuestra que ambos tienen significado e importancia solo dentro de esa oposición (1996: 42).

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y política, ya que la participación de los ciudadanos en el gobierno es necesaria en la medida en

que solo traza fronteras al espacio estatal para alcanzar la libertad fuera de él38. En segundo lugar

y de más importancia aún, porque el entendimiento moderno, plasmado en la ciencia política y la

filosofía, establece una identificación entre las esferas pública y social39 y en consecuencia pierde

importancia el espacio público.

De por sí esto implica una serie de problemas, el surgimiento de la esfera social, cuya forma

política se encontró en el Estado-Nación, dificulta profundamente la capacidad de entender la

decisiva división “entre las esferas pública y privada, entre la esfera de la polis y la de la familia, y

finalmente entre actividades relacionadas con un mundo en común y las relativas a la

conservación de la vida” (Arendt, 2003: 42). La supresión de la línea divisoria entre ambas esferas

tiene como consecuencia una concepción de sociedad como una especie de administración

doméstica colectiva en la cual, la política se entiende como un medio destinado a protegerla. Al

tiempo que todas las cuestiones que anteriormente pertenecían a la esfera privada familiar se han

convertido en interés colectivo.

Una de las cuestiones que aquí aparece y que resulta central para comprender la noción moderna

de la política, es que la emergencia de la sociedad no sólo borró la línea fronteriza entre lo privado

y lo político, sino que también cambió la significación de las palabras. En este sentido, “la política

no es más que una función de la sociedad [y] acción, discurso y pensamiento son

fundamentalmente superestructuras relativas al interés social” (Arendt, 2009: 45). La magnitud

del triunfo de la sociedad, se evidencia para Arendt, en la sustitución de la acción por la conducta

de esta manera,

38 En cierto modo, en estas reflexiones Arendt atraviesa el problema de los prejuicios contra la política, que hemos tratado en el apartado anterior cuando sostiene: “la participación de los ciudadanos en el gobierno, en cualquiera de sus formas, es necesaria para la libertad sólo por que el gobierno, puesto que necesariamente es quien dispone de los medios para ejercer la violencia debe ser controlado en dicho ejercicio por los gobernados. Se comprende pues que con el establecimiento de una esfera –como siempre limitada– de acción política aparece un poder que debe ser vigilado constantemente para proteger la libertad. *…+ Dicho con otras palabras, en la relación entre política y libertad, la Edad Moderna, también entiende que la política es un medio y la libertad su fin supremo” (Arendt, 2009: 91). 39

Esta identificación proviene de la errónea traducción de las expresiones griegas al latín y su adaptación al pensamiento cristiano romano.

Al respecto, Arendt sostiene “la moralidad cristiana, diferenciada de sus

preceptos religiosos fundamentales, siempre ha insistido en que todos deben ocuparse de sus propios asuntos y que la responsabilidad política constituía una carga, tomada exclusivamente en beneficio del bienestar y la salvación de quienes se liberan de la preocupación por los asuntos públicos” (2003: 68-69).

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es decisivo que la sociedad, en todos sus niveles, excluya la posibilidad de acción, como anteriormente lo fue la esfera familiar. En su lugar, la sociedad espera de cada uno de sus miembros una cierta clase de conducta, mediante la imposición de innumerables y variadas normas, todas las cuales tienden a `normalizar´ a sus miembros, a hacerlos actuar, a excluir la acción espontánea o el logro sobresaliente (Arendt, 2009: 51).

Habiendo entonces marcado la separación que establece el pensamiento moderno entre acción y

política y asimismo la identificación entre las esferas política y social, lo fundamental para Arendt,

es el debilitamiento de la capacidad de los hombres para la acción y el discurso –capacidades

esencialmente políticas– desterradas a la esfera de lo íntimo y lo privado relegando así, la

importancia del espacio público.

En consecuencia, aquello que ocupa a Arendt es recobrar la centralidad de la esfera pública y de la

acción política, cuestiones ocultadas por la tradición y negadas en la modernidad. Precisamente,

estas dos cuestiones abordadas por el pensamiento arendtiano son las que nos interesa recuperar

para repensar el sentido político de las manifestaciones de diciembre.

b. La centralidad de la esfera pública

El punto de partida de las reflexiones que la autora despliega en la Condición Humana es el rescate

de la distinción entre las esferas pública y privada. El término público refiere a dos fenómenos

estrechamente relacionados, pero no idénticos. En primer lugar, significa que todo lo que aparece

en público puede verlo y oírlo todo el mundo, a la vez que tiene la mayor publicidad posible. Esta

apariencia compartida, con otros que ven y oyen lo mismo, constituye la realidad del mundo, para

Arendt, que depende de la existencia de una esfera pública que ilumine las acciones y posibilite su

surgimiento de la oscura existencia privada40. En segundo lugar, lo público significa el propio

mundo, en cuanto es común a todos y diferente del lugar poseído privadamente en él. En esencia,

40

Es de gran importancia precisar en este punto, que las acciones expuestas a la brillante luz de la constante presencia de los otros en la esfera pública son aquellas que se consideran apropiadas, dignas de verse u oírse. De manera que lo inapropiado se convierte automáticamente en asunto privado. Arendt da como ejemplo el amor, que “a diferencia de la amistad, muere, o mejor dicho, se extingue en cuanto es mostrado en público. *…+ Debido a su inherente mundanidad, el amor únicamente se hace falso y pervertido cuando se emplea para finalidades políticas, tales como el cambio o salvación del mundo” (2003: 61).

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este mundo constituye un espacio que a la vez une y separa a los hombres al mismo tiempo y

posibilita su relación sin caer en el hacinamiento de la sociedad de masas41.

La fundamental importancia de la esfera pública, bajo tales términos entendida, radica para

Arendt, en que la realidad que allí aparece depende de la “simultánea presencia de innumerables

perspectivas y aspectos en los que se presenta el mundo común y para el que no cabe inventar

medida o denominador común” (Arendt, 2003: 66). Así, este espacio que une y separa a los

hombres, posibilita la existencia de una multitud de espectadores iguales entre sí, que ante los

acontecimientos, se ubican en diferentes posiciones y dan cuenta de una variedad de

perspectivas. En tanto todos se hayan interesados por el mismo objeto, su identidad comienza a

discernirse a la vez que conserva la pluralidad inherente de lo público. Por el contrario, ver los

asuntos desde una única perspectiva tiene como consecuencia el fin de este mundo en común.

Al recuperar esta múltiple significación de la esfera pública, como espacio en donde los hombres

aparecen ante los demás y por lo tanto cobran existencia, Arendt devuelve al término privado su

original sentido privativo. Así, apartarse de la luz de lo público representa estar privado de la

realidad que proviene de ser visto y oído por los demás, de hallarse relacionado y separado de

ellos a través de un intermediario mundo en común. “El hombre privado no aparece, y por lo

tanto, es como si no existiera” (Ídem: 67)42.

La estrecha relación entre lo público y lo privado en la Edad Moderna, ha inducido la completa

extinción de la diferencia entre ambas esferas y por lo tanto ha resultado en la pérdida de la

centralidad del espacio público. Tal como menciona Anabela Di Pego “es posible agrupar los rasgos

41 Aquello a lo que queremos referir con la idea de hacinamiento, remite a la noción de la esfera pública en tanto mundo en común que une a los hombres y no obstante impide que se desplomen unos sobre otros. Para Arendt, “lo que hace tan difícil de soportar a la sociedad de masas no es el número de personas, o al menos no de manera fundamental, sino el hecho de que entre ellas el mundo ha perdido su poder para agruparlas, relacionarlas y separarlas” (Ídem: 62). 42 Esto se explica en parte porque las actividades de los hombres dentro de la esfera privada se encuentran en su totalidad subsumidas a la necesidad biológica de vivir. Así, no queda lugar para la libertad, en la medida que ésta supone la liberación del yugo de la necesidad y la interacción entre iguales, condición no existente entre los miembros de la familia puesto que se basa en una relación asimétrica de mando y obediencia.

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que contraponen el ámbito privado al ámbito público en las siguientes pares de conceptos:

necesidad/libertad, violencia-fuerza/diálogo, asimetría/igualdad, gobierno/isonomía” (2006: 2).

Al plantear este problema, las reflexiones arendtianas tienen como objetivo rescatar la distinción

entre las esferas pública y privada para revelar el lugar que allí ocupa la política. En este sentido,

sostiene que es en el espacio público donde los hombres aparecen ante la presencia de otros,

construyendo a la vez su realidad.

Se trata del espacio de aparición en el más amplio sentido de la palabra, es decir, el espacio donde yo aparezco ante otros como otros aparecen ante mí, donde los hombres no existen meramente como otras cosas vivas o inanimadas, sino que hacen su aparición de manera explícita (Arendt, 2003: 221).

Los hombres aparecen ante los otros como iguales y por medio de la acción y el discurso

configuran una trama de relaciones humanas que perdura conformando un mundo en común que

trasciende a las generaciones. Es allí donde radica la posibilidad del surgimiento de la política, en

palabras de Arendt,

si comprendemos lo político en el sentido de la polis, su objetivo o raison d´être sería el de establecer y conservar un espacio en el que pueda mostrarse la libertad como virtuosismo: es el campo en el que la libertad es una realidad mundana, expresable en palabras que se pueden oír, en hechos que se pueden ver y en acontecimientos sobre los que se habla, a los que se recuerda y convierte en narraciones antes de que, por último se incorporen al gran libro de relatos de la historia humana. Lo que ocurre en ese espacio de apariencias es por definición político *…+ (1996: 167).

Con esta extensa cita, recuperamos la centralidad del espacio público y de la acción y en

consecuencia redefinimos aquello que entiende por política. Sin embargo, resta aún dar cuenta de

los ejes centrales que estructuran la noción arendtiana de la política.

A modo de breve aproximación, es posible sostener que para Arendt “la política se basa en el

hecho de la pluralidad de los hombres *…+ se trata de estar juntos y los unos con los otros de los

diversos” (Arendt, 2009: 45). Así, la aparición de los hombres a la luz de lo público, crea un espacio

entre ellos, que a la vez los une y los separa mediante la acción y el discurso. Para la autora, “lo

público” no es un lugar, sino más bien un espacio virtual y también una dinámica. Es decir, surge

cuando los hombres se encuentran en la acción y el discurso. Por lo tanto, de esta manera

entendido, no todos los espacios en común que los hombres comparten son públicos, sólo lo son

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aquellos que posibilitan a los hombres aparecer qua hombres, a través de actos y de palabras43.

Así, esta noción de espacio público es central para nuestro análisis, puesto que es allí donde los

hombres ejercitan la liberad contenida en las capacidades –esencialmente políticas– de acción y

discurso. Esta postulación implicará –como veremos a continuación– la resignificación de los

términos centrales: acción, discurso y libertad.

c. Acción, Discurso y Libertad en la noción arendtiana de la política.

En líneas generales, es posible afirmar que desde la perspectiva de Arendt, la política es producto

de la acción. En consecuencia, su pensamiento parte del rescate de la capacidad humana de

actuar. Dado que ésta “no es solamente aquello a lo que están consagrados la mayoría de los

hombres, sino también aquello de lo que ningún hombre puede escapar totalmente” (Arendt,

2008: 89). Ante esto establece una distinción entre tres dimensiones de la condición humana:

labor, trabajo y acción44. Para Arendt, esta última es la que se encuentra conectada con la esfera

política de la vida, valoración que recupera de la opinión prefilosófica de la polis griega.

43 Así, no todos los momentos en los cuales los hombres están juntos responde a la existencia del espacio público. Los campos de concentración son un ejemplo de ello y esto no se debe a que estén rodeados por cercos, sino que allí no hay acción ni discurso. Arendt aborda esta cuestión en el ensayo titulado: Las técnicas de las ciencias sociales y el estudio de los campos de concentración en donde sostiene, “los campos de concentración son los laboratorios en que se experimenta la dominación total [esta] se alcanza cuando la persona humana, que de algún modo es siempre una mixtura particular de espontaneidad y condicionamiento, ha sido transformada en un ser enteramente condicionado cuyas reacciones pueden calcularse, incluso en el momento de ser llevada a una muerte segura” (2005: 295) 44 Por medio de la labor, los hombres producen lo vitalmente necesario que debe alimentar al proceso de la vida del cuerpo humano. A pesar de desenvolverse en un tiempo rectilíneo desde el nacimiento hasta la muerte, la labor se despliega en una temporalidad cíclica que sigue al movimiento circular de las funciones de nuestro cuerpo. Situación que significa que la actividad del animal laborans no conduce nunca a un fin, mientras dure la vida es pura repetición. Asimismo, a diferencia de las demás dimensiones de la condición humana, la labor se halla bajo el signo de la necesidad. Los bienes de consumo son su resultado inmediato y los menos durables de las cosas tangibles, ya que “a pasar de ser fruto de la mano del hombre, van y vienen, son producidas y consumidas, en consonancia con el siempre recurrente movimiento cíclico de la naturaleza” (Ídem, 2008: 94). Es de importancia contemplar que, para Arendt, el movimiento de la labor se produce esencialmente en el espacio privado. Este es el único que corresponde estrictamente a la “experiencia de la no-mundanidad *…+ donde el cuerpo humano, a pesar de su actividad, vuelve sobre sí mismo, se concentra sólo en estar vivo, y queda apresado en su metabolismo con la naturaleza, sin trascender o librarse del repetido ciclo de su propio funcionamiento” (Arendt, 2003: 124). Por su parte, el trabajo, distinto de la labor de nuestros cuerpos, refiere a la fabricación de la variedad inacabable de cosas, cuya suma constituye el mundo en el que vivimos. Su resultado no son los bienes de consumo, sino los objetos de uso, y su uso no causa su desaparición, por lo tanto dan al mundo estabilidad y

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La condición básica, tanto de la acción como del discurso es la pluralidad humana, la cual tiene el

doble carácter de igualdad y distinción. Si los hombres no fueran iguales, no podrían encontrarse,

si no fueran distintos, no necesitarían del discurso ni de la acción para poder entenderse. Así, la

condición de pluralidad humana es “la paradójica pluralidad de los seres únicos” (Arendt, 2003:

200). Es por medio del actuar y del hablar que los hombres se presentan unos a otros, no como

objetos físicos sino qua hombres. Estas son las actividades, que no pueden abandonarse, sin

abandonar al mismo tiempo la vida humana, dado que con palabra y acto ingresamos en el

mundo.

De lo que se trata así, es de dar cuenta de la importancia de la acción en la noción arendtiana de la

política. Actuar, en su sentido más general significa “tomar una iniciativa, comenzar (como indica

la palabra griega archein, `comenzar´, `conducir´ y finalmente `gobernar´) poner algo en

movimiento” (Ídem: 201). La propia naturaleza de la acción irrumpe en el nexo de las secuencias

calculables ya que “siempre que ocurre algo nuevo se da algo inesperado, imprevisible, y en

último término, inexplicable causalmente” (Arendt, 2009: 64). Debido a esto, Arendt asemeja la

acción a la idea de milagro, contemplado y experimentado desde el punto de vista de los procesos

en los que penetra. Dado que el hombre es capaz de actuar, significa que cabe esperar de él lo

inesperado, lo infinitamente improbable.

No obstante, la acción no es sólo el comienzo de algo sino de alguien, pues la aparición del

hombre en el mundo ante otros, iguales pero distintos, tiene como consecuencia la revelación del

quien en el mismo acto. En este sentido, Arendt afirma “con palabra y acto nos insertamos en el

mundo humano, y esta inserción es como un segundo nacimiento, en el que confirmamos y

asumimos el hecho desnudo de nuestra original apariencia física” (2013: 201). Se trata entonces,

del descubrimiento del quien distinto a la pregunta de qué es alguien, referida a sus cualidades.

solidez. El proceso de fabricación del homo faber está en sí mismo determinado por las categorías de medio y fin. “La cosa fabricada es un producto final en el doble sentido de que el proceso de producción termina allí y de que sólo es un medio para producir tal fin” (Arendt, 2008: 98) en consecuencia su característica primordial es la de ser predecible. A diferencia del animal laborans, cuya vida social carece de mundo, el homo faber está plenamente capacitado para crear una esfera pública propia, aunque ésta no sea una esfera política. La cuestión esencial es que los hombres productores de cosas, “mientras se entregan activamente a la producción, las formas específicamente políticas de estar junto a otros, de actuar de acuerdo y hablar entre sí, están por completo al margen de su productividad” (Arendt, 2003: 180).

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Esta revelación nunca puede realizarse como fin voluntario, como si uno dispusiese de este quien.

Por el contrario, es más probable que el quien se presente más claro e inconfundible a los demás y

permanezca oculto para la propia persona. Así, tal como expresa Tassin, para Arendt, “el actor

surge de sus actos antes de preexistir a ellos, el actor es el hijo de la acción, no su padre” (2010: 8).

Habiendo dicho esto, podemos afirmar que la acción en tanto segundo nacimiento, produce al

actor, lo engendra y lo hace manifiesto.

Algunos párrafos atrás, nos referimos no sólo a la acción sino también al discurso debido a que el

acto primordial y específicamente humano debe contener al mismo tiempo la respuesta a la

pregunta planteada a todo recién llegado ¿Quién eres tú?. La revelación de quién es alguien está

contenida tanto en sus palabras como en sus actos, y esto se debe a que

sin el acompañamiento del discurso, la acción no sólo perdería su carácter revelador sino también su sujeto, *…+ y aunque su acto pueda captarse en su cruda apariencia física sin acompañamiento verbal, sólo se hace pertinente a través de la palabra hablada en la que se identifica como actor, anunciando lo que hace, lo que ha hecho y lo que intenta hacer (Arendt, 2003: 202).

Lo que se desprende de lo anterior es una primera aproximación a la relevancia de la acción y el

discurso en el pensamiento arendtiano. Puesto que en la revelación del quien mediante el discurso

y el establecimiento de un nuevo comienzo a través de la acción, los hombres irrumpen dentro de

la ya existente trama de relaciones humanas. Allí, del mundo de cosas en que los hombres se

mueven surgen sus específicos, objetivos y mundanos intereses. Dichos intereses constituyen algo

del “inter-est, que se encuentra entre las personas y por lo tanto puede relacionarlas y unirlas”

(Ídem: 206). La mayoría de los actos y las palabras se refieren a alguna objetiva realidad mundana,

que se encuentra en este en medio de, no tangible pero existente, erigido en el momento en que

los hombres actúan y hablan unos para otros.

Como consecuencia, este espacio creado entre los actores se trata de un

espacio de aparición en el más amplio sentido de la palabra, es decir, el espacio donde yo aparezco ante otros como otros aparecen ante mí, donde los hombres no existen meramente como cosas vivas o inanimadas, sino que hacen su aparición de manera explícita (Arendt, 2003: 221).

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En este punto es donde resulta esencial la centralidad de la esfera privada, puesto que únicamente

a la luz de lo público puede un asunto aparecer en su plena realidad y se muestra en tantas facetas

y perspectivas como seres humanos implique.

Lo decisivo, es que los hombres adquieren la facultad de ver los temas desde distintos ángulos, lo

que políticamente significa que cada uno percibe los muchos puntos de vista posibles sobre el

mundo. Este mirar junto a otros, los capacita para intercambiar el propio y natural punto de vista,

hecho que posibilita el surgimiento de la discusión, que en términos políticos trata de convencer y

persuadir. Es importante tener presente, que esta capacidad depende por completo de la

presencia e igualdad de derechos de todos45.

Ciertamente, tal como menciona Fina Birulés (2009), es fundamental recuperar la relevancia del

espacio público como lugar de aparición,

la función del ámbito público es, en Arendt, iluminar los sucesos humanos al proporcionar un espacio de apariencias, un espacio de visibilidad, en que hombres y mujeres pueden ser vistos y oídos y revelar mediante la palabra y la acción, quienes son (Birulés, 2009: 21).

Lo que aquí sostenemos entonces es la cualidad reveladora de la acción y del discurso que se

consuma a la luz de lo público. A través de la publicidad propia de esta esfera, los hombres entran

en escena ante otros creando a la vez el espacio en donde actúan. Por lo tanto, éste “precede a

toda formal constitución de la esfera pública y de las varias formas de gobierno, o sea, las varias

maneras en las que puede organizarse la esfera pública” (Arendt, 2003: 222).

En tanto la creación de esta esfera es posible gracias a la reunión de los hombres, su permanencia

se encuentra sujeta a ella. Por lo tanto el espacio público no sólo desaparece con la dispersión,

sino también con la desaparición o interrupción de las actividades. Es precisamente a esta

45Al respecto Tassin reflexiona sobre la noción de derecho en Arendt: “porque el derecho a tener derechos es el derecho a actuar y a hablar. [estas] son las dos actividades que definen la condición propiamente política de los hombres. *…+ Actuar juntos, con los otros (y no solamente los unos contra los otros), tal es el contenido de un vivir-juntos político propicio para la realización de cada singularidad. Pues al mismo tiempo que se instaura un mundo común en el cual cada uno puede reconocerse, y en el seno del cual cada uno puede verse garantizar un lugar distinto, se teje un lazo político constitutivo del lazo humano propiamente dicho. El espacio al que accede el ciudadano en pleno derecho –aquel a quien se le reconoce el derecho a tener derechos y cuyos derechos son respetados– es condición para la instauración de un mundo en común. Y la comunidad de dicho mundo es indisociable de la pluralidad de las singularidades que lo perfilan” (Tassin, 2004: 133).

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fragilidad46 a la que Arendt se refiere cuando afirma “siempre que la gente se reúne, se encuentra

potencialmente allí, pero sólo potencialmente, no necesariamente ni para siempre” (Ídem: 222).

Con lo expuesto hasta aquí, estamos en condiciones de afirmar que para el pensamiento

arendtiano la política surge del actuar juntos, de compartir palabras y actos. “Así, la acción no sólo

tiene la más íntima relación con la parte pública del mundo en común a todos nosotros, sino que

es la única de las actividades que la constituye” (Arendt, 2003: 221). En ninguna otra parte, ni en la

labor, sujeta a las necesidades de la vida, ni en la fabricación, dependiente del material dado,

aparece el hombre libre para actuar. Sólo lo es, en aquellas actividades cuya esencia es la libertad,

desplegadas en esa esfera que no debe su existencia a nada más sino al hombre mismo. Escribe

Arendt “el individuo en su aislamiento nunca es libre; solo puede serlo cuando pisa y actúa sobre

el suelo de la polis” (Ibídem). Porque tal como menciona Di Pego es en este ámbito político donde

los hombres “manifiestan su espontaneidad, hacen cosas inesperadas, introducen novedades, en

definitiva son libres” (2005: 43).

De esta manera, entendida arendtianamente, la libertad constituye la razón de ser de lo político.

Así, establece una estrecha relación entre la libertad y la capacidad humana de actuar, se trata

entonces, de “la libertad de dar existencia a algo que no existía antes, algo que no estaba dado, ni

siquiera como objeto de conocimiento o de imaginación y que por tanto, en términos estrictos, no

se podía conocer” (Arendt, 1996: 163).

No se trata entonces meramente, de establecer una relación entre acción y libertad, sino aquello

que Arendt propone es que los hombres son libres en la medida en que actúan ya que “ser libre y

actuar son la misma cosa” (1996: 165). La pensadora busca disipar así, el prejuicio que identifica a

la libertad con el dictado de la voluntad, por un lado; y con la soberanía por otro. Como hemos

46 En contraposición con la fragilidad y falta de fiabilidad de los asuntos humanos, existe otra característica de la acción. Es el hecho de que no hay ninguna posibilidad de deshacer lo que hemos hecho. Así, para Arendt “los procesos de acción no sólo son impredecibles, son también irreversibles. *…+ esta peculiar resistencia de la acción, aparentemente en oposición a la fragilidad de sus resultados, sería del todo insoportable si esta capacidad no tuviera algún remedio en su propio terreno. La redención posible de esta desgracia de la irreversibilidad es la facultad de perdonar y el remedio para la imprevisibilidad se halla contenido en la facultad de hacer y mantener promesas. Ambos remedios van juntos: el perdón está ligado al pasado y sirve para deshacer lo que se ha hecho; mientras que atarse a través de las promesas sirve para establecer en el océano de inseguridad del futuro islas de seguridad sin las que ni siquiera la continuidad, menos aún la durabilidad de cualquier tipo, sería posible en las relaciones entre los hombres”. (Arendt, 2008: 106).

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mencionado algunas páginas atrás47, la idea de la existencia de un actor con una voluntad

soberana, capaz de llevarla a cabo en soledad e independientemente de los demás nos aleja de

una comprensión de la libertad en tanto concepto político.

Puesto que la acción para ser libre,

ha de estar libre de motivaciones, *…+ y de su presunta finalidad como efecto predecible. Esto no significa que motivos y finalidades no sean factores importantes en cada acción independiente, sino que son sus factores determinantes [sin embargo] la acción es libre en la medida en que es capaz de trascenderlos (Arendt, 1996: 163).

Al mismo tiempo Arendt rompe la identificación tradicional entre libertad y soberanía, ya que si

ambas fueran lo mismo, ningún hombre sería libre sino todo lo contrario. Esto se debe a que el

ideal de autosuficiencia y superioridad de la soberanía es contradictorio a la propia condición de

pluralidad de los hombres, que habitan el mundo en dependencia los unos de los otros.

En definitiva la libertad, entendida aredtianamente, no es una cuestión de voluntad o soberanía,

sino que es una cuestión de poder. Tal como afirma Tassin “la libertad se mide con lo que yo

puedo hacer y no con lo que yo quiero hacer” (2007: 110. Itálicas del original).

No obstante, en esta identificación entre libertad y política, Arendt no entiende a la política como

un medio para asegurar la libertad, en tanto fin supremo. Para apartarse de ello, desarrolla una

clara distinción entre fin y sentido. Al respecto, sostiene que el fin de algo “aparece cuando la

actividad que la creó ha llegado a su término” (Arendt, 2009: 133). Por ello, la lógica de medios-

fines se encuentra presente en la actividad del homo faber, donde el proceso de producción es el

medio que da origen a un producto, devenido en fin. Como mencionamos algunas páginas atrás,

dado que la acción y el discurso irrumpen en la trama de las relaciones humanas, provocando

procesos y consecuencias impredecibles e independientes de su impulso inicial, nunca termina. En

efecto, ya que es imposible predecir las repercusiones de la acción es inadecuado analizarlas

desde las categorías del pensamiento teleológico, es decir, no se puede deducir de ella un

determinado fin.

Ante esto, Arendt dirá que el sentido de una cosa, a diferencia del fin, “está siempre encerrado en

ella misma y el sentido de una actividad solo puede mantenerse mientras dure esa actividad”

47 Ver: Apartado I. Los prejuicios contra la política

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(Ibid). Es por ello que Arendt sostiene que “el sentido de la política es la libertad” (2009: 62). La

libertad misma es política.

De esta manera entendida, el sentido de la política expresada en la acción y el discurso sólo puede

basarse en su propia realización y no en su motivación ni en su logro. En otras palabras, agota su

pleno significado en la actuación, realidad que es posible enunciar en el paradójico fin en sí mismo,

porque la acción y el discurso no persiguen un fin, sino que su significación yace en la propia

actividad. En términos de Arendt “los medios para logar el fin serían ya el fin; y a la inversa, este

fin no puede considerarse un medio en cualquier otro aspecto, puesto que no hay nada más

elevado que alcanzar que esta realidad misma” (2003: 229).

Por lo tanto, el sentido político del acto y de la palabra es independiente de la victoria y de la

derrota de los supuestos fines que dieron el impulso inicial a la acción. Este punto es de vital

importancia para nuestro objeto de estudio –las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de

2001- ya que las reflexiones de Arendt nos dan la posibilidad de resignificar políticamente actos y

discursos, como diría Tassin, más allá del éxito o del fracaso de los mismos.

Se trata entonces de pensar, junto con Arendt, a través de una noción fenomenológica de la

política, la riqueza de la aparición de los hombres a la luz de lo público. Sin intentar deducir de ello

cursos objetivos de acción, intencionalidades ni estrategias a partir de los cuales sancionar el

significado de tales actos. Sino, todo lo contrario, bajo este marco teórico buscamos aprehender el

sentido político de una manifestación que en tanto acción irrumpe en la ya existente trama de la

relaciones humanas y crea lo inesperado.

Esta noción arendtiana de lo político ha impulsado numerosas lecturas, que dan cuenta no sólo de

la actualidad de su pensamiento, sino también de su fecunda capacidad de renovar los conceptos

de análisis político. Entre ellas, nos interesa recuperar la perspectiva que desarrolla Etienne Tassin

que nos servirá ahora para pensar en una noción de política en la cual el conflicto es una pieza

central de análisis.

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d. La manifestación política

En la conferencia titulada: La manifestación política: más allá del acierto y del fracaso, Etienne

Tassin (2010) propone una lectura del pensamiento de Arendt que hace hincapié en su

aproximación fenomenológica de la política. En sentido, nos interesa recuperar la noción de

manifestación en donde recoge las dos dimensiones de la comprensión arendtiana de lo político:

el actuar colectivo por un lado y la visibilidad característica del espacio público por otro.

La manifestación, escribe Tassin

hace visible una comunidad de actores al tiempo que rompe los marcos convencionales de una gramática política que se reduce a sí misma a las prácticas de poder gubernamental y de oposición a dicho poder. A la vez insurgente e instituyente –al menos en potencia, ya que es realmente insurgente en contadas ocasiones–, fractura el orden de lo visible al mismo tiempo que revela a los actores, expone a las comunidades contestatarias y restituye continuamente el espacio público de aparición que le es propio (2010: 1).

El punto de partida de la lectura de la acción política en tanto manifestación, es la redefinición del

espacio público-político como espacio de aparición de una visibilidad compartida pero siempre

cuestionada y en consecuencia, conflictual. Distanciándose de los análisis habbermasianos del

espacio público48, Tassin sostiene que desde la perspectiva de Arendt, el carácter político de este

espacio no reside en la producción de una decisión colectiva legítima sino en el “hecho de la

participación en el debate, en el hecho de que aquello de lo que se trata haya sido discutido. *…+ lo

que es político es discutir, no decidir” (Tassin, 2010: 4). Así, enfrentarse con otros en el espacio

público es la actividad política misma.

La manifestación, en tanto que contiene a la acción, es un segundo nacimiento. Aquí Tassin

recupera las reflexiones de arendtianas respecto de la condición de natalidad. Escribe Arendt,

como todos llegamos al mundo por virtud del nacimiento en cuanto recién llegados y principiantes, somos capaces de comenzar algo nuevo; sin el hecho del nacimiento, ni siquiera sabríamos que es la novedad, toda la acción sería mero comportamiento, bien preservación (2005: 112).

48

Habermas plantea un modelo de espacio público discursivo o argumentativo estructurado sobre el uso público y crítico de la razón. Así, este espacio está destinado a producir una comunidad de acuerdos consensuales. Desde esta perspectiva, el horizonte teleológico del espacio público sería el de producir las condiciones de posibilidad de una toma de decisión legítima desde el momento en que refleja a la vez una posición mayoritaria y racional. (Habermas, 1991).

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En efecto, quien sale a la luz es el actor, no el autor. Por ello, la acción no debe ser analizada como

si el autor tuviese la clave del actuar por ser su causa. Así como produce al actor, la acción da a luz

a una comunidad de actores, ya que es la única actividad que pone en relación a los hombres,

directamente sin intermediarios. Ninguna comunidad que preexista a la acción puede ser su

producto, ya que en su aparición en el espacio público, los actores abandonan sus identificaciones

sociales, clasistas, de género o culturales en general. Desde esta perspectiva, la acción política

rompe con las categorías sociales e inventa a su pueblo en el actuar (Tassin, 2010). Pueblo, por

cierto, frágil y efímero que engendrado, en y por la acción, no dura sino en la medida en la que

dura la acción.

Al tiempo que produce a una comunidad de actores, la manifestación despliega consigo un espacio

de visibilidad en el que se hace manifiesta. Así, desde la lectura que propone Tassin, la acción

política es instituyente de actores y espacios. Sin embargo, esta institución trae consigo una

paradoja: “porque es necesario que un espacio público esté políticamente garantizado para que

en él una acción pueda realizarse, *…+ pero este espacio mismo nace de las acciones emprendidas

que lo reactivan y lo modulan constantemente” (Tassin, 2010: 9). De esta manera la acción

instituye su propio espacio de visibilidad inscribiéndolo en un espacio de aparición instituido.

Creemos de fundamental importancia, para nuestro análisis de las jornadas del 19 y 20 de

diciembre del 2001, recuperar las reflexiones que Tassin elabora acerca de la relación conflictual

entre lo instituyente y lo instituido. En este sentido, afirma

el espacio público es el espacio requerido para que se desplieguen las manifestaciones políticas, así como el modo de operar de los gobiernos, pero este espacio proviene y se nutre de las luchas sociales y políticas que lo reinventan cada vez. La institución inicial de la que procede no tiene otro destino que ser puesta continuamente en tela de juicio y ser re-actualizada por las acciones contestatarias o demostrativas que esta institución autoriza y que a su vez la ponen en cuestión. (2010: 9).

Esta dimensión fenoménica del espacio público invita a considerar de otra manera el sentido de

las manifestaciones políticas. Puesto que es en la acción misma en donde la política encuentra su

realización, la perspectiva arendtiana sitúa lo político más allá del acierto y del fracaso. De hecho,

en palabras de Tassin, la acción falla casi siempre,

es bastante en vano esperar de ella una eficacia proporcional a la inversión que ella representa. Pero ahí está la paradoja: es en esta derrota casi asegurada que anida su

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victoria, puesto que aleja lo más posible la política de toda ingeniería social. La política es la producción de lo visible y su contestable partición y repartición (partage) y no la disposición siempre contra-efectiva del poder, o la gestión siempre decepcionante de lo social (2010: 1).

De esta manera se trata de pensar en una noción de política que en tanto manifestación, irrumpe

cuando los hombres abandonan la esfera privada para enfrentarse con otros a la luz de lo público,

y se manifiestan en tanto comunidad de actores que disputan los límites impuestos por las

instituciones y las leyes. Es en este sentido que Arendt sostiene que la acción irrumpe dentro de la

ya existente trama de relaciones humanas forzando todas las limitaciones y cortando todas las

fronteras.

Teniendo en cuenta lo expuesto es importante, antes de abocarnos al análisis de las

manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001, abordar la característica que asume este

espacio público y las acciones que allí se despliegan. Así, el espacio público que pensamos aquí, a

través de Arendt y Tassin es conflictual. En este sentido, es que entendemos la paradoja que

marca Tassin entre el espacio público instituido y la acción política que en el irrumpe. No se trata

entonces, de una relación de oposición entre ambos sino de una interrelación entre Orden y

Conflicto. Precisamente, es esta la tensión que Claude Lefort (1988) marca entre lo instituyente y

lo instituido.

En este marco, Eduardo Rinesi en Política y Tragedia dispara el siguiente interrogante ¿Cómo

pensar la política? Su respuesta recupera las cuestiones fundamentales del pensamiento

lefortiano, así sostiene que “el espacio de la política se define exactamente en esa tensión –en ese

punto de cruce– entre las instituciones formales y las prácticas sociales (...) entre las instituciones

y los acontecimientos, entre la autoridad y la novedad”. (Rinesi, 2011: 19-20). En este conflicto

irresoluble e inerradicable es el lugar en el cual se expresa cabalmente la política, por ello, tal

como afirma Rinesi el pensamiento trágico es harto fecundo para pensar esta cuestión. Ya que “la

tragedia es un modo de lidiar con el conflicto, con la dimensión de la contradicción y de

antagonismo que presentan siempre la vida de los hombres y las relaciones entre ellos *…+” (2011:

11).

En este línea, es que consideramos relevantes las reflexiones de Claude Lefort, puesto que

entendemos que el conflicto, es una de las nociones centrales del problema de lo político en el

pensamiento lefortiano, ya que sólo a través de él, los individuos y los grupos se sitúan dentro de

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un mundo en común y se afirman como miembros de una comunidad49. Esto puede sostenerse

porque, Lefort afirma la ausencia del fundamento positivo de la sociedad, tal como marca Oliver

Marchart (2009), es esta “la que puede y debe servir como el único fundamento o la única ley

disponible para el pensamiento filosófico”. (Marchart, 2009: 121).

Esta manera de pensar lo político, insiste en que la visión moderna de la política como un

subsistema social, tiene en sí un significado político

el que algo como la política haya venido a circunscribirse en una época, en la vida social, tiene precisamente un significado político que no es particular, sino general. Es la constitución del espacio social, la forma de la sociedad, la esencia de lo que antaño se denominaba la ciudad, lo que es puesto en juego a partir de este acontecimiento. Lo político se revela así no en aquello que denominamos actividad política, sino en el doble movimiento de aparición y ocultamiento del modo de institución de la sociedad. Aparición, en el sentido en que emerge a lo visible el proceso por el cual se ordena y unifica la sociedad, a través de sus divisiones; ocultamiento, en el sentido en que un sitio de la política (sitio donde se ejerce la competencia entre partidos, y donde se toma forma y renueva la instancia general del poder) es designado como particular, mientras se disimula el principio generador de la configuración del conjunto. (Lefort, 2004: 39).

Tal como se sigue de esta extensa cita, Lefort sostiene que lo político –como la forma y el modo de

institución mismos de la sociedad– aparece y a la vez se oculta. En este doble movimiento se

encuentra la “retirada de lo político”, noción que refiere al olvido de la contingencia originaria

donde funciona la política como administración de lo dado, de lo instituido.

Podemos, pues, sostener que la diferenciación entre lo político – como principio generador de la

forma de la sociedad- y la política –como el campo donde compiten los protagonistas cuya acción

reclama el ejercicio de la autoridad pública- constituye otra manera de nombrar la contingencia,

síntoma del fundamento ausente de la sociedad. Sin embargo, Lefort afirma que lo político funda

la sociedad y le da su forma, operando sobre múltiples dimensiones y divisiones y, que a pesar de

ellas, la sociedad logra verse a sí misma como una unidad. Lograr la conformación de esta

49La valoración positiva del conflicto en Lefort, proviene de sus primeros estudios sobre Maquiavelo. Allí sostiene que el descubrimiento de Maquiavelo, que le permitió fundar el pensamiento político moderno, es la existencia de un conflicto irreductible en el centro de toda forma de gobierno. “En el capítulo noveno de El Príncipe Maquiavelo declara que los nobles, por un lado y el pueblo, por otro, están comprometidos en una lucha irresoluble a causa de sus umori opuestos. Mientras que el humor, o el deseo de los nobles es mandar y oprimir, el pueblo no quiere ser mandado ni oprimido” (Lefort, 2010: 382).

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totalidad requiere una división originaria, esto es, la división entre la sociedad y ella misma como

su otro.

Es precisamente este proceso de autoexternalización, esta negatividad irresoluble, lo que funda la

sociedad al tiempo que le impide alcanzar un estado de plena reconciliación y de plena identidad

consigo misma. Así, el pensamiento debe comenzar por la división primaria, constitutiva del

espacio social, que Lefort llama “el enigma de la relación entre el adentro y el afuera” (2000: 225).

Aquí radica la productividad del poder, que pone en escena (mise-en-scene), representa a la

sociedad para sí misma y, en ese mismo movimiento le da una forma (mise-en-forme) y le otorga

sentido al hacerla inteligible (mise-en-sens). .

De esta manera, por medio del poder, la sociedad se divide y erige un afuera frente a sí misma,

ejercicio que produce el surgimiento de un antagonismo entre la sociedad y su afuera. Junto a ello,

existe en el adentro, un antagonismo igualmente irresoluble entre sus miembros. Estas dos

dimensiones primordiales constituyen el núcleo mismo de lo político.

El conflicto político, en este sentido, no elimina la división social originaria, sino que la transforma

en diferencia política. Aquí radica la cuestión fundamental que nos interesa recuperar de las

reflexiones de Lefort, a saber, en la relación conflictual y tensional entre lo político y la política, no

como dos esferas ónticas separadas sino intrínsecamente entretejidas. Es a partir de este

momento político que es posible pensar de nuevo sobre la noción misma de lo político,

contingente y por ende, conflictual.

Ahora bien, la clave de lectura que atraviesa los diversos autores que hemos desarrollado,

responde al interrogante por el sentido de la política. Puesto que, para poder pensar en lo que

tienen de novedoso, de ruptura y de continuidad los acontecimientos que irrumpen en el espacio

público, es insoslayable adentrarnos en los conceptos por medio de los cuales reflexionamos. De

aquí que, las teorizaciones de Arendt, reforzadas por ciertos conceptos de Tassin y Lefort, nos

permiten un acercamiento fenomenológico a los acontecimientos políticos.

A lo largo de estas páginas recuperamos primordialmente, la noción arendtiana de la política. En

tanto manifestación, ésta se despliega por medio de la acción y el discurso que irrumpe en el

espacio público, instituyendo a la vez comunidades de actores y nuevos espacios. Esta acción es

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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política más allá del establecimiento de un curso objetivo o de intencionalidades y estrategias, en

otras palabras es política pero no necesariamente fundacional.

Así, frente a la idea de la política en tanto esfera social, delimitada y posible de ser aprehendida,

Arendt y Lefort nos ayudan a pensar la dimensión contingente de todo orden social. Es allí, en esa

forma siempre incompleta de la sociedad, en donde se ubica lo político. A partir de la acción y el

discurso, de la manifestación política, los hombres son capaces de irrumpir en la ya existente

trama de relaciones humanas y crear la novedad. Al tiempo que revelan quienes son, despliegan

consigo un espacio público político en el mismo momento en el que se encuentran y se relacionan

los unos con los otros.

La acción política, de esta manera entendida, puede ser llamada a justo título instituyente, de

actores y de espacios. Sin embargo, consideramos fundamental recuperar la paradoja, existente

en las reflexiones de Arendt y puntualizada por Tassin respecto de esta cualidad, puesto que una

acción política que instituye un espacio público requiere de un espacio previamente instituido que

posibilite el accionar.

No se trata entonces, de pensar las manifestaciones políticas contra lo instituido, contra las

instituciones de la democracia representativa, sino de pensar una manifestación política que

expone la tensión entre las instituciones y las prácticas de oposición, es decir, entre el Orden y el

Conflicto. Es esta tensión en tanto proceso constante, insoslayable e irreductible el lugar en donde

la política aparece en su máxima expresión, en dónde su propio sentido emerge.

Finalmente, si adoptamos las reflexiones que tanto Arendt como Lefort despliegan a lo largo de

sus publicaciones, compartimos con ellos la necesidad de “acercar” el pensamiento a la

experiencia. Así, nuestro análisis de las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001 tiene

como objetivo volver a pensar el sentido político de un acontecimiento que rompe con las

categorías tradicionales del pensamiento político. A dicho ejercicio dedicaremos el siguiente

capítulo.

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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Capítulo III

El sentido político de las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre

Pensar no significa moverse en lo ya pensado, sino volver a comenzar y, más precisamente, volver a comenzar poniendo el pensamiento

a prueba del acontecimiento (Lefort, 2000)

I. Introducción

En el capítulo anterior desarrollamos los argumentos teóricos que sostendrán nuestra lectura

acerca de las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001. Siguiendo la postura de Arendt,

pincipalmente, pero también de Tassin y Lefort, planteamos allí una aproximación fenomenológica

de la política que enfatiza el rol de la acción y el discurso, enmarcados en un espacio público

políticamente garantizado, pero también constantemente puesto en tela de juicio. En este sentido

es que recuperamos la característica conflictual de esta esfera, en tanto espacio, pero también en

tanto dinámica, que contiene el constante movimiento de aparición y ocultamiento de la forma y

el modo de institución de la sociedad. Así, a través del discurso y la acción contenidos en la

manifestación, los hombres son capaces de irrumpir en la ya existente trama de relaciones

humanas y crear la novedad de su propia aparición a la luz de lo público en tanto actores

fundamentalmente políticos.

Esta manera de pensar lo político, nos proporciona las herramientas conceptuales necesarias para

dar respuesta a nuestra pregunta por el sentido político de las manifestaciones del 19 y 20. Tal

interrogante resulta pertinente, si consideramos la manera en la que las diversas publicaciones

han reflexionado sobre el acontecimiento. Recuperando el estudio que hemos realizado en el

capítulo uno, el 19 y 20 ha sido analizado en torno a dos caracterizaciones opuestas, a saber,

aquellos enfoques que afirman que ambas jornadas son políticas, pero negativas –destituyentes,

impugnadoras, contestatarias– y por otra parte, las publicaciones que sostienen que las

manifestaciones están signadas por la irrupción de la antipolítica.

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Paradójicamente, las múltiples interpretaciones centran sus argumentos en una idea de política

que otorga un rol central a las instituciones y asimismo al devenir de los actores de ambas

jornadas. En consecuencia, el sentido político de las manifestaciones –cuando existe– se

encuentra ligado a su componente contestatario y de oposición al dispositivo institucional,

adquiriendo por ello el rasgo destituyente. Precisamente allí, radica para otros, la caracterización

antipolítica del 19 y 20, puesto que constituyen un enfrentamiento que tendrá como resultado la

desaparición de la política en otros órdenes de la sociedad. Al mismo tiempo, los diversos estudios

exigen de los protagonistas el desarrollo de planes de acción estratégicos que tengan como

resultado la concreción de las demandas desplegadas en diciembre.

En función de ello, a lo largo de las páginas que siguen buscamos plantear una perspectiva de

estudio novedosa, en dos términos: por un lado pensar en la naturaleza de la acción y el discurso

en el espacio público, más allá del éxito o del fracaso de las demandas oídas en ambas jornadas. Y

por otra parte, –y quizá más ambicioso aún– resignificar el sentido político de una manifestación

que engendra consigo, nuevos actores y nuevos espacios públicos en donde la política se hace

posible. Se trata entonces de reflexionar sobre el 19 y 20 desde ese punto de cruce constitutivo de

la política misma, es decir, sobre esa tensión ineliminable e inerradicable entre las instituciones y

la acción, o en términos de Lefort, entre la política y lo político.

Nuestra argumentación, entonces, comenzará por abordar el contexto económico, político y social

que enmarca al 19 y 20. No buscamos, sin embargo, pensar las manifestaciones de diciembre en

tanto consecuencia de las profundas transformaciones operadas en la estructura socioeconómica

de nuestro país, acontecidas durante un periodo mucho más extenso del que abarca este trabajo.

Más bien, el desarrollo de este primer apartado, responde a nuestra concepción de las

manifestaciones en tanto acontecimiento, que como tal constituye una novedad pero no se

presenta deshistorizado y por ello requiere una contextualización. En palabras de Arendt,

no sólo el verdadero significado de todo acontecimiento trasciende siempre cualquier número de `causas´ pasadas que le podamos asignar *…+ sino que el propio pasado emerge conjuntamente con el acontecimiento. Sólo cuando ha ocurrido algo irrevocable podemos intentar trazar su historia retrospectivamente. El acontecimiento ilumina su propio pasado y jamás puede ser deducido de él (2008: 41).

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En la misma línea, el segundo apartado dará cuenta de las múltiples dimensiones de la protesta

social que antecede a las manifestaciones. Consideraremos allí, los saqueos, las protestas

sindicales, los piquetes y los cacerolazos ocurridos entre el 14 y el 18 de diciembre, puesto que

sostenemos que dicho recorte temporal refleja suficientemente las diversas formas que adquiere

la protesta, sus modos de manifestarse e incluso sus propias identidades sociales y políticas. Este

desarrollo nos ayudará a reflexionar sobre el rasgo novedoso y de ruptura de las jornadas del 19 y

20. En este sentido, buscamos marcar la transformación que se opera de la protesta social a una

manifestación política.

Finalmente, en el último apartado pondremos en funcionamiento las herramientas conceptuales

desarrolladas en el capítulo dos, para analizar las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de

2001 bajo los términos expuestos. Asimismo, nuestra perspectiva se nutrirá de diversos estudios

académicos que han pensado a las jornadas en la línea propuesta. Tal como sostuvimos desde el

inicio, junto con Arendt y Ricoeur, la narración es el instrumento que nos permite comprender lo

sucedido. Es nuestra mirada retrospectiva aquella que nos permite, transformar una masa caótica

de sucesos en una narración que se hilvana en una trama con un comienzo y un final. En palabras

de Arendt, “es tarea del historiador descubrir, en cada periodo dado, lo nuevo imprevisto con

todas sus implicaciones y sacar a relucir toda la fuerza de su significado” (2008: 42. Itálicas del

original).

Así, “la actividad de contar no consiste simplemente en añadir unos episodios a otros, sino en

elaborar totalidades significativas a partir de acontecimientos dispersos” (Ricoeur, 1999: 104).

Aquello que proponemos, entonces, en el último apartado de este capítulo es una narración

acerca de las manifestaciones del 19 y 20, en la cual se construye una trama que buscará

recuperar la centralidad del espacio público y a la vez de las acciones y las palabras, que allí se

despliegan. Vislumbrando el sentido político, más allá de su fragilidad constitutiva.

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II. Más allá del acontecimiento: La historización de las manifestaciones del 19 y 20. El

contexto político, económico y social.

El régimen político-económico que nació en 198950 surgió del derrumbe de la transición

democrática y de su fracaso económico. En medio de una crisis hiperinflacionaria51, Carlos Menem

asumió anticipadamente52 la presidencia el 9 de julio de 1989.

Desde el inicio de su mandato, las propuestas del menemismo convergieron con lo que después se

llamaría el Consenso de Washington: la apertura de la economía, la privatización de las empresas

públicas, la reforma del Estado, la desregulación de los mercados y, en particular, de la actividad

financiera. Sin embargo, la nueva política económica se desplegó en el mismo contexto de alta

inflación con el cual había finalizado el gobierno de Alfonsín, para 1990 la inflación anual fue de

1.400%. Con la llegada de Domingo Cavallo al Ministerio de Economía, se puso en marcha una

reforma monetaria fundada en un sistema de caja de convertibilidad con un tipo de cambio fijo,

sobrevaluado, de un peso por un dólar53. Simultáneamente, la apertura del mercado y la rebaja de

50

Al respecto, consideramos que tal como sostiene Matías Muraca (2007) el proceso de constitución del neoliberalismo como modelo comenzó a imponerse de manera coactiva en el golpe de Estado de marzo de 1976. En este sentido, dicho proceso “puede ser leído en las reformas estructurales materialmente realizadas sobre todo en los años de la dictadura, puede ser registrado también en los discursos políticos en general y en los discursos de quienes comienzan a ser presentados como portadores de un saber experto: los economistas *…+” (Muraca, 2007: 57). No obstante, el modelo neoliberal devendrá hegemónico en los años noventa, luego de que el proceso de transición democrática iniciado en los años ochenta, diera como resultado una democracia liberal, que en términos de José Nun es más liberal que democrática. “O sea, que cuando hoy se habla de `democracias liberales´ se incurre deliberadamente en una exageración retórica que convierte lo adjetivo en sustantivo. Nos hallamos en verdad ante `liberalismos democráticos´ *…+” (Nun, 2000: 147). Así, el componente liberal precedió al componente democrático. Sin ánimos de caer en reduccionismos, podemos afirmar que la posición neoliberal sostiene que la intervención del Estado produce ineficiencias en la economía y puede ser la causante de una merma de las libertades personales fundamentales, a las que se entiende basadas en la libertad de mercado. (Véase Morresi, 2007). 51 Entre febrero y agosto los precios subieron el 1.700%, el tipo de cambio se devaluó casi cuatro veces y los salarios Reales cayeron el 30%. Al momento en que asumió Menem, el índice de precios alcanzaba el 200% mensual. A grandes rasgos, la crisis hiperinflacionaria estuvo caracterizada por la cesación de pagos de la deuda externa, un elevado déficit fiscal, una profunda recesión, saqueos a los comercios por parte de la población desabastecida y una violenta represión que conllevó numerosas muertes. (Ferrer, 2008) 52

La crítica situación le permitió a Menem condicionar la asunción anticipada del poder al apoyo legislativo de la oposición, especialmente de la Unión Cívica Radical. En consecuencia logró concentrar un conjunto muy importante de recursos y atribuciones de excepción para profundizar la reforma neoliberal del estado frente a la emergencia económica asociada a la crisis. 53

El sistema emergente fue bimonetario, con dos monedas, el peso y el dólar; en realidad se trataba de un régimen dolarizado que surgió de la destrucción de la moneda nacional por la hiperinflación previa. En palabras de Aronskind “el tipo de cambio fijo cumplía diversas funciones: en primer lugar, para buena parte de la población que había sufrido largos años de una inflación elevada, el `ancla´ cambiaria fue un alivio de tipo psicológico-social, una suerte de antídoto eficaz contra la ìnestabilidad´. *…+ En segundo lugar, resolvía

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los aranceles a la importación, disciplinaron los precios internos de los bienes transables, así la

tasa de inflación declinó desde casi el 40% en febrero de 1991. Esta “mejora” de la situación fiscal

estuvo signada por dos hitos importantes: la reforma del Estado y las privatizaciones. Con el apoyo

legislativo de la UCR y de sus propias fuerzas partidarias, Menem logró, a mediados de 1989, la

aprobación de las leyes de Reforma del Estado y de Emergencia Económica, que habilitaron al

Poder Ejecutivo Nacional, entre otras cosas, a privatizar las empresas públicas a cambio de títulos

de la deuda externa, mediante Decreto de Necesidad y Urgencia54 y a eliminar las regulaciones

estatales de diversas actividades económicas55.

Las privatizaciones fueron la pieza clave del programa de reforma estructural por la magnitud del

patrimonio involucrado y porque hicieron posible cerrar el ciclo de endeudamiento iniciado por la

dictadura cívico-militar y comenzar uno nuevo, de mayor envergadura durante los años noventa.

La voraz transferencia al capital privado de empresas públicas y áreas estratégicas, que

históricamente habían permanecido bajo la administración del Estado nacional, se produjo

paralelamente con las privatizaciones en los niveles provincial y municipal, mediante la

descentralización y desfinanciación de empresas o actividades dependientes del presupuesto

nacional. La mayor parte de las ventas y concesiones se llevó a cabo entre 1990 y 1994, hacia fines

problemas para la economía individual de los consumidores. La proliferación de créditos personales y empresarios en moneda extranjera creaba un vasto público temeroso de cualquier deslizamiento cambiario. Quienes lograron preservar sus fuentes de trabajo accedían a bienes importados de los más diversos mercados a precios accesibles. En tercer lugar, era funcional a los intereses de amplios sectores del empresariado concentrado que, fruto de la extranjerización, se habían transformado en remisores de utilidades, y por lo tanto, defendían el mantenimiento de un dólar crecientemente barato, que abultaba las ganancias obtenidas en el mercado local. *…+ Por último, el tipo de cambio servía al capital financiero global: el esquema que adoptó Argentina permitió colocar masas importantes de fondos a altísimas tasas de interés durante muchos años” (2013: 179). 54 Menem prolongó la situación de Excepción más allá de la urgencia de la situación económica, y la económica y la transformó en una forma de gobierno destinada a perdurar durante sus dos mandatos, que desde la óptica de la eficacia, lógica predominante de la época, parecía concebirse como un estilo superior. “El presidente desde 1989 hasta fines de 1994 recurrió en 309 oportunidades a Decretos de Necesidad y Urgencia, cantidad que se incrementó con posterioridad a pesar de la limitación sancionada en la reforma constitucional de 1994. Si se tiene en cuenta que entre 1853 y 1983, durante los periodos constitucionales, se dictaron normas de esa naturaleza en 25 oportunidades y en 10 durante el gobierno de Alfonsín, se puede medir el gran salto cuantitativo” (Flax, 2004: 20). 55

Estas medidas reestructuraron el gasto estatal mediante la suspensión de los regímenes de promoción industrial y todo tipo de subsidio o exención impositiva del sector privado, y estableció un tratamiento igual para el capital nacional y el extranjero. Asimismo, permitía la remisión ilimitada de las utilidades al exterior y la suspensión del régimen `compre nacional´ que daba prioridad a los proveedores nacionales en el abastecimiento de insumos de las empresas estatales.

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de la década, prácticamente no quedaban activos productivos o servicios públicos de

infraestructura en manos del Estado56.

Tal como indica Ferrer

en 1992 parecía instalado el milagro argentino, que era presentado en el país y en el resto del mundo como el ejemplo más notorio del éxito de la política neoliberal. Durante los dos años siguientes, el aumento del producto fue cercano al 6% anual (2008: 409. Itálicas del original).

Sin embargo, el sistema comenzó a desequilibrarse desde distintos frentes. La apertura comercial

y la sobrevaluación cambiaria generaron un déficit en el balance comercial de casi 10 mil millones

de dólares entre 1992-1994. En paralelo, la deuda externa57 a fines de 1994 alcanzaba los 86

millones de dólares, 50% más que en 1991. Los ingresos fiscales incrementados inicialmente

gracias a las privatizaciones, se fueron deteriorando debido al impacto de la reforma del sistema

previsional –que transfirió a entidades privadas la recaudación del sistema mientras las

prestaciones seguían a cargo del Estado– y los servicios de la deuda externa. Esta situación

incrementó la demanda de crédito internacional, por lo cual, la política económica permaneció

aún más sujeta a las expectativas de los mercados. El estallido de la crisis de la deuda mexicana

impactó fuertemente en Argentina, debido al aumento de la tasa de interés por parte de Estados

56 El programa involucró la enajenación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la concesión o licencias para la explotación de las compañías encargadas de prestación de servicios de transporte y distribución del gas y de todas las firmas de generación, transmisión y distribución de energía eléctrica, la venta de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTel), Aerolineas Argentinas, algunos astilleros y siderúrgicas, químicas del área de defensa y diversos bancos estatales. También se dio en concesión al capital privado, la explotación de los tramos rentables de la red ferroviaria –el resto fue clausurado– y de la red vial, la empresa de agua potable y saneamiento del área metropolitana de Buenos Aires y muchas empresas provinciales más pequeñas. Además, se concesionaron los puestos más importantes del país, los canales de radio y televisión y las empresas de servicios postales, entre otras. (Basualdo, 2006). 57 El proceso de endeudamiento externo es crucial para el periodo que aquí estamos analizando, si bien el crecimiento de la deuda comenzó a partir de la dictadura militar, adquiere singulares características durante la década del noventa. Como sostiene Eduardo Basualdo “el endeudamiento externo operó como una masa de capital varolizable para los grupos económicos y las empresas transnacionales que concentraron en grueso de la deuda externa privada. Dicha valorización fue posible por las diferencias que se establecieron a favor de la tasa de interés interna respecto a la internacional que se mantuvieron a lo largo del periodo debido a que endeudamiento estatal en el mercado financiero impedía la reducción de la primera de ellas. De esta manera, el capital concentrado local se apropia de una ingente masa de excedente que proviene de la notable pérdida de ingresos que soportaban los asalariados a partir de la instauración de la dictadura militar. A esta primera redistribución del ingreso se le suma la que implementa la nueva dinámica estatal, que, de acuerdo a las evidencias disponibles, comprometió durante esa década casi el equivalente al Producto Bruto Interno generado en un año” (1999: 4).

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Unidos que desestabilizó el sistema financiero impulsando la fuga de capitales y la drástica

disminución del crédito internacional.

De manera simultánea, se deterioraron las condiciones sociales, para 1994 la tasa de desempleo

supero el 10% de la población económicamente activa, mientras que los asalariados habían

perdido el 30% de sus ingresos. Al mismo tiempo, los trabajadores sufrieron una modificación de

sus derechos históricos mediante la flexibilización laboral, que involucraba la disminución de los

costos de contratación y despido, y la posibilidad de efectuar contrataciones sujetas a frecuentes

reformulaciones. Por otra parte, redefinió el ajuste de los salarios en función de los incrementos

de la productividad de la empresa, que en la práctica, tendió a congelar los salarios del sector

formal de la economía. Asimismo, el Estado introdujo la descentralización del sistema de

negociaciones colectivas en el conjunto de las relaciones laborales, permitiendo que rigieran

convenios establecidos en las empresas58.

La evolución de la proporción de la población por debajo de la línea de pobreza, registró la misma

tendencia, así, “los pobres eran el 21, 5 de la población en 1997 y el 27% al finalizar el periodo en

2000. Los indigentes eran el 3% para alcanzar el 7% en 2000” (Aronskind, 2001: 5). Esta situación

se encontró acompañada por un fuerte crecimiento de la desigualdad de ingresos y al mismo

tiempo una disparidad geográfica en su distribución59. En este marco, tal como mencionan Acuña,

Kessler y Repetto las políticas sociales estuvieron caracterizadas por “la descentralización de los

servicios universales y de la operatoria de programas nacionales, la privatización/desregulación de

parte de la seguridad social y la focalización en materia de combate a la pobreza” (2002: 11). En

58 En este sentido, es importante tener en cuenta el rol que durante los años noventa tuvo el sindicalismo. Tal como menciona Victoria Murillo “las transformaciones estructurales incluidas en el proceso de reforma estructural tuvieron un doble efecto en los sindicatos. Por un lado, introducen la flexibilidad numérica y salarial a través de las nuevas modalidades de contratación, aumentando la competencia salarial y laboral para los sindicatos, y pueden afectar la capacidad de sindicalizarse de los trabajadores flexibles cuya estabilidad laboral es más endeble. Pero el otro lado, mantienen la estructura organizativa de los sindicatos e introducen nuevas oportunidades para el desarrollo de recursos organizativos a partir de la participación en actividades mercantiles. Este doble efecto está relacionado con el proceso de negociación entre un gobierno peronista y uno de los principales aliados históricos de dicho movimiento. Esto ha producido mayores concesiones y retrasos en el terreno de las reformas laborales que en el de otras reformas, pero al mismo tiempo ha permitido mantener la relación entre peronismo y la mayoría de sus sindicatos con un nivel de conflictividad mayor que durante la administración radical anterior” (1997: 429). 59 En la ciudad de Buenos Aires el ingreso per cápita medio es más de 4 veces superior al de provincias como Salta o Jujuy. (Acuña, Kessler y Repetto, 2002).

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consecuencia, la implementación de los programas resultaba ineficiente ya que muchas veces

estaban superpuestos y no llegaban a los sectores más necesitados.

Durante la década del noventa, se observa entonces un panorama de creciente fragmentación

social, un aumento de la desigualdad y una creciente heterogeneidad en el interior de cada clase.

En este sentido,

el modelo destruyó las bases sobre las que se había erigido la resistencia obrera, las fábricas y los barrios obreros, los espacios de sociabilidad y debilitó a los sindicatos. Pero tuvo una consecuencia imprevista: tendió a homogeneizar a una parte de los sectores populares, al empujarlos afuera del sistema formal y arrebatarles sus derechos laborales de ciudadanos (Aronskind, 2001: 8).

Así, hacia mediados de la década estaba en formación un nuevo movimiento social y emergían

actores, como los piqueteros y los desocupados, que empleaban formas de acción novedosas que

desconcertaban a las autoridades.

El primer corte de ruta en Cultral-Co y Plaza Huincul, a partir del 21 de junio de 1996, de una

semana de duración, representó el nacimiento del movimiento piquetero. A partir de allí hubo

cambios y avances: los cortes comenzaron a ser planificados, con objetivos precisos y coordinados

con otras luchas. El piquete se convirtió muy rápido en una forma de protesta masiva que abarcó

todo el territorio nacional y fue utilizado por diversos actores con variados objetivos.

Favorecidas por la convergencia de estos procesos sociales, se constituyeron hacia finales de la

década organizaciones piqueteras que se agruparon en virtud de tres tradiciones político-

ideológicas en las que se inscribían sus principales dirigentes. (Svampa y Pereyra, 2009). Los más

importantes y masivos movimientos piqueteros fueron los que se insertaron en estructuras de

movilización nacionales que ya existían.

Por un lado encontramos la Federación de Tierra y Vivienda (FTV) que surgió a partir de la

consolidación de un dirigente barrial de La Matanza, Luis D´Elía. La FTV es una organización que

nucleó a movimientos ligados al problema de la tierra y la vivienda, cuya creación estuvo vinculada

a la CTA. Por otro lado, la Corriente Clasista y Combativa fue la organización que más creció en los

últimos años de la década al incorporar a numerosos movimientos de desocupados.

Por fuera de estas estructuras de movilización, un amplio número de dirigentes territoriales

desarrollaron organizaciones que tuvieron cierto grado de articulación, pero su rasgo principal fue

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la negativa a incorporarse a los grandes movimientos de desocupados. Así surgieron en todo el

país Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) y otros movimientos similares como el

Movimiento Teresa Rodríguez.

Por último, algunos partidos políticos de izquierda se volcaron a la organización de los

desocupados, conformando organizaciones de clara filiación partidaria. Entre ellas, el Polo Obrero

(ligado al Partido Obrero) fue una de las experiencias más exitosas.

Así, enmarcados por las transformaciones económicas llevadas a cabo a lo largo de la década del

noventa, surgieron nuevos movimientos sociales que emplearon acciones directas, tales como los

cortes de ruta, para visibilizar sus reclamos.

En términos generales, el sistema económico argentino estuvo subordinado a factores fuera de

control dado que fue puesto en marcha un proceso sin precedentes de extranjerización y

concentración del poder económico60. En este sentido, queremos remarcar, tal como lo hace

Karina Forcinito la importancia y la centralidad del Estado en dicho proceso

una vez institucionalizada la reforma neoliberal en los sectores de infraestructura, en abierta contradicción con la idea de `Estado prescindente y no-intervencionista´ que impulsan sus defensores, no modificó la centralidad que asumen las políticas públicas, por acción u omisión y el aparato del Estado mismo –involucrando todos sus niveles de decisión– como mediación clave para la apropiación y redistribución del excedente económico a favor de las fracciones dominantes del capital y en detrimento de la clase trabajadora argentina(2005: 103).

Asimismo, tanto el sistema político, como las relaciones de representación fueron transformados

desde el año 1983, con la consolidación del componente liberal de la democracia recientemente

recuperada. Éste desestimuló la participación popular y consolidó el ejercicio de los

representantes, de su derecho a deliberar y gobernar en nombre del pueblo. Así, durante la

década del noventa, la visión de la democracia como gobierno para el pueblo, es llevada adelante

por aquellos que deben deliberar y gobernar en su nombre, lo más lejos posible del control de los

60

Ciertamente la orientación general de los cambios en curso continuará estando definida por la fuerte dependencia del gobierno respecto de los intereses y las preferencias de los grandes grupos económicos y los acreedores externos. Estas influencias están mediatizadas por la acción del equipo económico, que buscará encauzarlas y redefinirlas de acuerdo con la lógica de su racionalidad tecnocrática pero también en función de las necesidades políticas de la administración de Menem. (Véase al respecto, Gerchunoff y Torre, 1996)

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ciudadanos y en el límite, negociando a solas y en secreto su futuro61. En este contexto, en el

lenguaje político, periodístico y cotidiano, comenzó a circular la idea de los políticos como un

grupo separado de la sociedad que progresivamente comenzaría a volverse extraño a ella: la clase

política62.

Esta percepción estuvo afianzada por los numerosos casos de corrupción a gran escala que

estuvieron en su mayoría ligados al proceso privatizador. Esta corrupción tomó la forma de redes

sociales que posibilitaron el intercambio político y económico de determinados grupos

corporativos impunes con accesos privilegiados a las decisiones y a los recursos públicos. La

alianza gestada entre políticos y empresarios se propuso como un mecanismo de traducción de

intereses para ambas partes, transformándose con el tiempo en un estado dentro del estado,

donde se desarrollaron actores “anfibios” que se ocupan de fundir lo privado con lo público. (Flax,

1997). Tal como sostiene el juez Baltazar Garzón, “la razón principal de la corrupción, debe

encontrarse en el hecho de que algunos políticos o funcionarios públicos, cuando llegan al poder,

consideran que se trata de una parcela suya *…+ Pasan así a disfrutar de `su´ cargo, `su´ puesto, `su´

ministerio, `su´ gobierno” (Baltazar Garzón citado en Joly, 2003: 237).

En este marco, en los comicios del 24 de octubre de 1999 resultó electa la fórmula de la Alianza

compuesta por Fernando De la Rúa y Carlos “Chacho” Álvarez. Su plan proponía restablecer la

transparencia y la decencia en el manejo de los asuntos públicos y reanimar la economía

manteniendo el régimen de convertibilidad. El gobierno heredó una situación crítica y un modelo

definitivamente agotado y no tuvo vocación ni capacidad para cambiar el rumbo. Decidido a

mantener la paridad cambiaria, desarrolló una serie de iniciativas de política económica que los

mercados financieros y los proveedores de ayuda externa consideraron inconsistentes.

61

Hacemos referencia aquí al Pacto de Olivos de 1993, donde Menem y Alfonsín acordaron a puertas cerradas la necesidad de una Reforma Constitucional que permitiera a Menem postularse nuevamente a la presidencia. 62 Este contexto político, es analizado bajo el término Crisis de Representación, recordemos que a lo largo de nuestro primer capítulo hemos desarrollado un estudio acerca de las principales publicaciones (Cheresky y Blanquer, 2003; Novaro, 2002; Torre, 2003; Pucciarelli, 2002) que han tratado a las manifestaciones de diciembre de 2001 como el estallido de una crisis de representación que tiene su origen en la década del noventa.

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Así, para 2001 el regreso de Cavallo al Ministerio de Economía dio cuenta del marcado rumbo

neoliberal del gobierno de la Alianza al tiempo que buscó acercar al país a los organismos de

crédito internacionales. El fracaso en las negociaciones con el FMI y los Estados Unidos respecto

de la reestructuración de la deuda provocó para fines de noviembre la escasez de dinero para

afrontar las obligaciones pautadas en el pasado. En este marco, Cavallo anunció las restricciones al

retiro de fondos de los bancos y a las transferencias al exterior, llamado comúnmente corralito,

medida que afectó principalmente a los ahorristas de clase media a los que se les confiscaron sus

ahorros y asimismo se restringió la disponibilidad de los sueldos63. Este conjunto de medidas

provocó un amplio rechazo entre los afectados que articularon distintas acciones de protesta

frente a las entidades bancarias64. Un ejemplo de ello, fue el apagón y el cacerolazo convocado por

la Coordinadora de Actividades Mercantiles Empresarias (CAME) el día 13 de diciembre, contra la

bancarización forzosa y el congelamiento de los depósitos.

III. Múltiples dimensiones de la movilización: saqueos, protesta sindical, piquetes y

cacerolazos.

Así, las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre, irrumpieron en un contexto de crecimiento del

nivel de protestas a lo largo del territorio nacional65. Este proceso comienza a mediados de la

década del noventa66 y los días previos a la caída de De la Rúa muestran una intensificación

63 El primero de diciembre se dictó el Decreto de Necesidad y Urgencia N° 1570 que estableció una nueva operatoria bancaria, dentro de la cual se prohibió los retiros en efectivo que superaran los doscientos cincuenta pesos o dólares por semana, por parte del titular de las cuentas, medida que en la práctica impedía a los trabajadores disponer de sus sueldos. 64 Tal como hemos desarrollado en el primer capítulo, ciertos análisis sostienen que las medidas impuestas por el corralito fueron la causa de las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001. (Véase por ejemplo Botana, 2002a). Si bien es cierto que el rechazo a las medidas económicas se ha llevado a cabo mediante acciones directas, tales como los cacerolazos y los apagones, no es posible considerarlas como única causa de los acontecimientos del 19 y 20. 65 Véase al respecto: Schuster y Pereyra, 2001; PIMSA 1997, 1998, 1999 y 2000; OSAL, 1999, 2000a, 2000b, 2001. 66

Como mencionamos, importantes organizaciones de desocupados fueron adquiriendo visibilidad e importancia. Las organizaciones piqueteras, formadas como movimientos barriales en todo el país, generaron una importante capacidad de negociación, especialmente en el ámbito de las políticas sociales. En algunos casos, se dio la confluencia de los conflictos con los enfrentamientos a la elites locales, la crisis de determinados sectores económicos, como las pymes, los comerciantes y la desligitimación progresiva de los referentes políticos produjo ciclos de intensa movilización y confrontación que se denominaropn puebladas o estallidos sociales. Entre los que se destacan los de: Santiago del Estero (1993), Cutral-Có y Plaza Huincul (1996) Tartagar y General Mosconi (1997) y Corrientes (1996). (Pereyra, 2008).

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significativa de la movilización social. Sin embargo, no es posible homogeneizar este entramado de

protestas y movilizaciones, por el contrario, resulta conveniente diferenciar algunas de sus

dimensiones principales: saqueos, protestas sindicales, piquetes67 y cacerolazos. A continuación

daremos cuenta de algunos de los episodios más importantes ocurridos entre el 14 y el 18 de

Diciembre, que evidencian el nivel creciente de la movilización social. Reconocemos a su vez, que

una reconstrucción detallada de los acontecimientos excede por mucho nuestras posibilidades, así

como el objetivo de este apartado, no obstante el trazado de las dimensiones mencionadas nos

permitirá contemplar a grandes rasgos el clima previo a las jornadas del 19 y 20.

Por su parte, los saqueos son la expresión de la magnitud de la crisis del país y en cierto sentido,

también una forma de protesta y de presión política. Asimismo, existieron antecedentes durante

el gobierno de Alfonsín: en el mes de mayo de 1989 se dieron a conocer las noticias sobre los

saqueos a comercios, “entre el 23 y el 31 de mayo se contabilizaron 329 saqueos: 35% en Rosario,

30,4% en GBA y 27% en Córdoba” (Ortiz y Schorr, 2006: 481).

El viernes 14 de diciembre se desarrollaron los primeros saqueos en Mendoza y Rosario, donde

hombres, mujeres y niños se concentraron frente a supermercados, exigiendo alimentos. Según

las crónicas los manifestantes expresaron “tenemos hambre y vamos a llevarnos comida” (Clarín,

16/12/2001). Asimismo, otro foco apareció en Entre Ríos donde al mediodía, tres grupos que

sumaban más de mil personas comenzaron el saqueo de un supermercado en quiebra. Estas

situaciones se desarrollaron en gran parte del territorio nacional.

Es importante destacar que, estos acontecimientos repercutieron débilmente en los principales

diarios, la problemática apareció tratada en las páginas de Clarín68 y La Nación69 recién el domingo

16. No obstante, con la sucesión de saqueos en el primer cordón del Gran Buenos Aires el tema

67 El piquete es un corte de ruta que interrumpe la circulación por un tiempo determinado. El uso del término se generalizó durante la década del noventa y ha quedado preponderantemente asociado a la organización y movilización de desocupados La puesta en escena del piquete consiste en la concentración sobre la calzada y la quema de neumáticos produciendo altas columnas de humo negro. (Aldestein y Vommaro, 2014). 68

Dirario Clarín: Hubo otro saqueo en Mendoza donde ahora reparten comida (16/12/01); Roban alimentos en Concordia (16/12/01). 69

Diario La Nación: Tensión en Rosario por intento de saqueos a supermercados: la policía detuvo a 12 personas (15/12/01); Obligado Carrefour entregó comida: Cientos de personas rodearon una sucursal en Avellaneda (16/12/01); Más saqueos en Comercios de Mendoza y Entre Ríos: Mujeres y personas mayores ingresaron en supermercados para robar comida (17/012/01).

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llegó a las tapas y el clima social comenzó a tensionarse aún más. El lunes 17 de diciembre en

Avellaneda más de 160 personas estuvieron horas frente a Carrefour exigiendo alimentos que la

empresa había prometido el día anterior. Tal como marca Raúl Fradkin

las áreas que se han movilizado hasta la noche del martes 18 no eran homogéneas. Dos provincias con gobiernos aliancistas (Mendoza y Entre Ríos) y dos con gobiernos peronistas (Santa Fe y Buenos Aires). Pero tienen en común varios aspectos: se trata de algunas de las principales ciudades del país, están situadas en las provincias más ricas y todas tienen altísimas tasas de desocupación (2002: 27).

Finalmente, para la madrugada del miércoles 19 de diciembre, los saqueos se desplegaron en

múltiples localidades del GBA: unos 60 vecinos de la villa 9 de Julio de San Martín se presentaron

frente a un local de la cadena Día % reclamando comida que le fue prometida para la tarde. Al

mismo tiempo, se reunieron 200 personas en San Miguel frente a Disco y 300 frente al Carrefour

de San Isidro, y a las 9 de la noche, en San Miguel unas 150 personas “asaltaron” varios negocios y

fueron reprimidos por la policía.

El estudio al respecto que ha llevado a cabo Javier Auyero (2007), enfatiza en la movilización

clientelar de los punteros justicialistas y en la inacción de la policía bonaerense70. Si bien ambos

componentes resultaron claves para dar cuenta de los primeros saqueos, creemos que esta

hipótesis es insuficiente en relación a la generalización del fenómeno71.

La segunda dimensión a considerar son las protestas desarrolladas por distintos gremios y

centrales sindicales. Sus demandas fueron diversas, contra la ley de Reforma Laboral, la apertura

comercial que afectó a la industria nacional, el pago de los salarios con LECOP72, entre otras. Su

70 A lo largo de su análisis, Auyero busca escudriñar la zona gris donde la vida cotidiana, la violencia partidaria y la violencia colectiva se entrecruzan, prestando especial atención al papel de los punteros políticos y agentes de la policía. Los primeros detentan el poder de manejar amplias franjas del conurbano y en consecuencia tienen la capacidad de organizar las olas de saqueos sufridas en diciembre; los segundos colaboran mediante la ausencia, inactividad o complicidad (o todas estas cosas juntas). (Auyero, 2007). 71 Si bien es prácticamente imposible dar cuenta de todos los saqueos sucedidos entre los días 16 y 20 de Diciembre –cuestión que además excede el objetivo de este apartado- consideramos de gran utilidad para comprender el fenómeno la cuantificación que al respecto llevan a cabo Iñigo Carrera y María Cotarello “se calcula que participan de los saqueos unas nueve mil personas en San Fernando, Pilar, Derqui, Escobar, Boulogne, San Isidro, Vicente López, Malvinas Argentinas, Merlo, Maquinista Savio, José C. Paz, San Miguel, Moreno, Villa Trujuy, Villa Tesei, El palomar, Caseros, San Martin, Billinghurst, Villa Ballester, Ciudadela Norte, Ramón Castillo, Ramos Mejía, Lomas del Mirador, José Ingenieros, Tapiales, La Tablada, José León Suárez, Lomas de Zamora, Villa Fiorito, Lanús, Banfield y Quilmes” (2002: 26). 72 Las letras de Cancelación de Obligaciones Provinciales fueron bonos de emergencia emitidos entre 2001 y 2002 por el gobierno de De la Rúa en un esfuerzo por reducir el déficit público bajo las exigencias del FMI.

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principal característica es que se encuentran enmarcadas en las tradicionales estructuras

sindicales, que si bien habían perdido afiliados –y por lo tanto fuerza política– a consecuencia de la

alta tasa de desempleo y subempleo, ciertos sindicatos como los de docentes y de estatales han

tenido un importante rol.

El jueves 13 de diciembre, se realizó la séptima huelga general contra el gobierno de De la Rúa en

repudio a las medidas económicas del ministro Cavallo, siendo éste un blanco personalizado de la

protesta. Convocada por las tres centrales sindicales –CGT Daer, CGT Moyano y CTA- alcanzó una

alta adhesión en todo el país. Según las crónicas ante el paro, De la Rúa declaró: “este es un paro

cuyos motivos no están claros. Al parecer se vinculan con las medidas bancarias” (Clarín,

14/12/01). Por su parte, el lunes 17, un paro de los trabajadores ferroviarios dejó totalmente

inactivo el servicio de trenes de todo el país. La medida fue tomada por los dos gremios, La

Fraternidad y Unión Ferroviaria, en solidaridad con los empleados de la compañía Ferroexpreso

Pampeano que había suspendido sus operaciones y amenazaba con despedir a 800 empleados. El

martes 18, industriales y trabajadores del calzado protestaron conjuntamente frente al edificio de

la cancillería en reclamo de mayor protección para esta rama de la producción. En la

manifestación participaron militantes del sindicato del sector, y el líder de la CGT Rodolfo Daer

junto a dos mil personas.

Tras la ola de saqueos, la CTA convocó a una marcha que sumó a dos mil maestros, judiciales,

administrativos y trabajadores de hospitales públicos. Asimismo, las dos CGT convocaron a un

paro general para los días 20 y 21.

Finalmente, las dos últimas dimensiones, piquetes y cacerolazos, a diferencia de los saqueos y las

protestas sindicales, constituyen formas novedosas de participación y organización73. Como hemos

mencionado, el piquete o corte de ruta ha surgido en el marco de los procesos de privatización de

Así, “aún bajo la vigencia de la convertibilidad, las relaciones mercantiles pasaran a depender de catorce bonos moneda al margen del sistema monetario oficial. *…+ se estima que 38% de la moneda en circulación está compuesta por estos bonos. Obviamente, esas cuasi-monedas públicas y privadas se aceptaban con una elevada depreciación” (Macedo Cintra y Farhi, 2002: 94). 73 En el contexto internacional, los cacerolazos surgieron en Chile, dónde a principios de los años setenta –durante el gobierno de Salvador Allende–, se tocaron las cacerolas, inicialmente, para protestar por el desabastecimiento de alimentos, convirtiéndose en uno de los principales detonantes de la caída de Allende. (Trafilaf, J.C. y Montero, R.; 2001).

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las empresas públicas a mediados de la década del noventa, particularmente en provincias del

interior (Neuquén y Salta).Tal como menciona Svampa

el movimiento piquetero nace allí donde la desarticulación de los marcos sociales y laborales se realiza de manera brusca y vertiginosa, allí donde la experiencia de la descolectivización adquiere un carácter masivo, allí donde el desarraigo tanto como la desocupación reúnen en un solo haz un conglomerado heterogéneo de categorías sociales (2009: 19).

A lo largo de la década ha sido un recurso político de peso creciente, protagonizado

fundamentalmente por movimientos de desocupados y piqueteros que llegados a diciembre de

2001, ya contaban con varios años de discusión y experiencia sobre su definición identitaria y

organizacional. Por este motivo, las jornadas del 19 y 20 no constituyen fechas claves para la ya

larga lucha de los desocupados y los piqueteros.

Simultáneamente al paro general de las tres centrales sindicales, el 13 de diciembre, en Tapiales

los desocupados de la Corriente Clasista Combativa cortaron la autopista Ricchieri frente al

Mercado Central; en Florencio Varela, el cruce de las Av. San Martín e Hipólito Yrigoyen; en

Avellaneda, los accesos al puente Pueyrredón y, en Lomas de Zamora, el puente La Noria. Una

dirigente de la CCC declaró “tenemos que echar a De la Rúa y Cavallo, decir no al pago de la deuda

externa, al arancelamiento de la Universidad y la municipalización de las escuelas” (La Nación,

14/12/01). El día siguiente, en medio de los saqueos, las organizaciones de desocupados cortaron

rutas y avenidas en la Capital y en zona sur del GBA en reclamo de puestos de trabajo y el pago de

los plantes de empleo. Entre sus acciones, en la Capital cientos de desocupados interrumpieron el

tránsito en Juan B. Justo y Warnes, mientras en Florencio Varela manifestantes de la Coordinadora

de Trabajadores Desocupados Anibal Verón cortaron la ruta 2.

En algunos casos, los movimientos de desocupados se concentraron, sin saqueos, frente a

supermercados, reclamando alimentos. En Quilmes, dos mil desocupados de la CTD Aníbal Verón

realizaron piquetes al mediodía frente a los supermercados Auchan, Vital y Carrefour; pidieron

que aportaran alimentos y que se pagaran los subsidios del Plan Trabajar, estas acciones se

extendieron a lo largo del territorio nacional.

En el caso de los cacerolazos, estuvieron protagonizados por los sectores medios urbanos de

Buenos Aires, en reclamo a las medidas económicas impuestas por Cavallo –más específicamente

dirigido al corralito–, y a la caída de las ventas en sus comercios, entre otras. El 14 de diciembre se

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produjo en Capital el primer cacerolazo, protagonizado por la clase media en protesta por el

congelamiento de las cuentas bancarias. El lunes 17 unas 400 personas, entre comerciantes y

empresarios del partido de La Matanza, cortaron desde el mediodía la Av. General Paz, a la altura

de Lomas del Mirador. En medio de la ruidosa concentración expresaron su rechazo a las medidas

económicas impuestas por el gobierno y en reclamo al pago en término de haberes de jubilados y

estatales de la zona. Al mismo tiempo, en el barrio porteño de Nuñez, comerciantes y vecinos

cortaron la Av. Cabildo al 3700, en señal de protesta y preocupación por las ventas que según

expresaron “cayeron un 30% en las últimas tres semanas” (Clarín, 18/12/01). Por este motivo

también protestaron vecinos y comerciantes del barrio de Caballito en la esquina de Acoyte y

Rivadavia.

Esta forma de manifestación tiene su centro en la noche del 19 de diciembre, fecha del primer

gran cacerolazo. La irrupción de los sectores medios, se transformó progresivamente en al menos

dos movimientos: uno concentrado decididamente en recuperar los ahorros confiscados. Otro, el

de las asambleas barriales, que tal como menciona Inés Pousadela “fueron el subproducto

organizativo del espontaneísmo de las jornadas de protestas” (2011: 37). Luego del surgimiento de

las asambleas, los cacerolazos pudieron repetirse gracias a los recursos organizativos que éstas

pusieron en movimiento, pero en ese mismo acto perdieron su espontaneidad característica.

Lo aquí expuesto, da cuenta de las múltiples dimensiones de la protesta social que antecede a las

manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001. No obstante, más allá de la diferenciación

analítica que hemos propuesto, consideramos que cada forma de protesta –saqueos, protestas

sindicales, piquetes y cacerolazos– no son sólo hechos yuxtapuestos entre sí, ni formas de

expresión de diferentes sectores políticos y sociales, sino que forman parte de una totalidad, que

ninguna de ellas abarca por sí sola. En este sentido, Schuster (2006) se refiere al desarrollo de un

“ciclo de protestas”74 en el cual se intensifican los conflictos y la confrontación con el sistema

social.

74

Con el concepto “ciclo de protestas”, Sydney Tarrow se refiere a “una fase de intensificación de los conflictos y la confrontación con el sistema social, que incluye una rápida difusión de la acción colectiva de los sectores más movilizados a los menos movilizados; un ritmo de innovación acelerado en las formas de confrontación; marcos nuevos o transformados para la acción colectiva; una combinación de la participación organizada o no organizada; y unas secuencias de interacción intensificada entre disidentes y autoridades que pueden terminar en reforma, la represión y, a veces, en una revolución”(1997: 263-264). En base a ello, el trabajo de Schuster distingue la existencia de dos ciclos de protestas: “El primero comienza en el cuarto

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Más allá de la lectura bajo esta idea de “ciclo”, creemos fundamental recuperar el carácter

fragmentario y heterogéneo de las protestas, dado que cada forma articuló demandas referidas a

su pertenencia de clase, género, entre otras. Tal como menciona Norma Giarraca son protestas en

defensa y preservación frente al avance neoliberal, así, están fuertemente orientadas a

preservar los derechos sociales adquiridos durante el siglo XX (condiciones de trabajo, salarios dignos, educación pública, etc.); preservar pequeños patrimonios familiares (como son los casos de pequeños y medianos empresarios agrarios o industriales amenazados por sus deudas); demandar un ingreso mínimo frente a la pérdida del trabajo remunerado (la lucha de los desocupados), etc. (2002:2).

Así, a pesar de la presencia concomitante en el espacio público, las diversas protestas no

protagonizaron una acción en conjunto, cuestión que cambia radicalmente a partir de la

declaración del Estado de Sitio. Anticipando el curso de este desarrollo, señalaremos que las

jornadas del 19 y 20 de diciembre marcan un giro respecto del sentido de la protesta que se aleja

de su orientación social y toma la forma de una manifestación política.

IV. El sentido político de las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001

Hemos planteado ya en el capítulo anterior, la lectura que Tassin propone del pensamiento

arendtiano bajo la noción de manifestación. Allí recoge dos dimensiones de lo político: el actuar

colectivo por un lado, y la visibilidad característica del espacio público, por otro. Esto es

precisamente aquello que nos interesa recuperar del 19 y 20: la aparición de múltiples actores que

protagonizan una acción en conjunto a la luz de un espacio público que a la vez se redefine en y

por la acción. Así, se trata de pensar en el sentido político de una manifestación que produce una

comunidad de actores –por cierto frágil y efímera– y despliega consigo un espacio de visibilidad

compartido, pero siempre conflictual.

trimestre de 1993, alcanza su punto más alto un año más tarde y luego desciende sistemáticamente hasta el tercer trimestre de 1996. El segundo comienza en el cuarto trimestre de 1996, llega a su punto más alto en el segundo trimestre de 1997 y luego comienza a declinar hasta alcanzar su punto más bajo en el cuarto trimestre de 1999. *…+ Sin embargo, a pesar de su ritmo más discontinuo, desde el segundo trimestre de 200 hasta el primer trimestre de 2002, cada una de las fases de intensificación de las confrontaciones es más importante que la anterior, en términos de cantidad de protestas” (Shuster, Et. Al., 2006: 31).

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Frente a esto, el punto de partida de nuestra lectura acerca del 19 y 20 es la reacción del Estado al

creciente clima de tensión, signado por el incremento de saqueos, violencia y represión en gran

parte del Conurbano Bonaerense. Al promediar el día 19, el Jefe de la policía Federal, Rubén

Santos, convocó a todos los miembros de la fuerza a sus respectivos puestos de trabajo para

intervenir en los disturbios. Una medida similar, se tomó en Buenos Aires, donde Ernesto Soria

Paz, vocero del ministro de seguridad bonaerense Juan José Álvarez declaró “todos deben estar

abocados a esta tarea de reprimir desmanes. La prioridad es esto” (La Nación, 20/12/01).

Enmarcado en este contexto, en el interior del gobierno comenzó a fraguarse la hipótesis de que,

en algunos casos, los saqueos estaban siendo organizados.75 Dicha cuestión constituyó uno de los

principales argumentos a través de los cuales el gobierno justificó la declaración del Estado de

Sitio en el discurso que De la Rúa brindó poco antes de las 23 horas. Esta medida respondió a “los

hechos de violencia generados por grupos de personas que en forma organizada promueven

tumultos y saqueos en comercios de diversa naturaleza” según argumentaba el texto del decreto

1678/2001 del Poder Ejecutivo.76 Y agregaba, “considerando que han acontecido en el país actos

de violencia colectiva que han producido daños y puesto en peligro personas y bienes con una

magnitud que implica un estado de conmoción interior”. El discurso finalizó con un pedido expreso

de apoyo de la dirigencia política77: “convoco una vez más a la responsabilidad de la dirigencia

75 En este sentido, el ministro de trabajo José Gabriel Dumond declaró: “Es necesario recobrar la calma. Conocemos la realidad, es muy difícil, muy dura. El activismo político se ha montado sobre la necesidad” (La Nación, 20/12/01). Por su parte, el vocero presidencial, Juan Pablo Baylac, denunció que se había detectado la presencia de “activistas” en algunos saqueos a supermercados. “En algunos casos existe activismo e inducción a la violencia y, en otros, una situación concreta de requerimiento alimentario” (Audio de la conferencia de prensa de Juan Pablo Baylac, 19/12/01). Asimismo, el Ministro del Interior Ramón Mestre declaró la mañana del 19 de diciembre “los saqueos no son por hambre, se llevan bebidas alcohólicas, se trata de una cuestión política” (La Nación, 19/12/01). 76 La norma mencionada fue derogada dos días más tarde mediante el decreto 1689/2001 firmado por el propio De la Rúa, cuyo texto sostiene que “en esa instancia corresponde disponer su levantamiento, a fin de restablecer la plena vigencia de las garantías consagradas por la Constitución Nacional”. El mismo día, 21 de diciembre asumía el presidente interino Ramón Puerta y declaraba el Estado de Sitio en todo el territorio de la provincia de Buenos Aires por el término de diez días. 77

Sin embargo, los representantes de la oposición, particularmente del Partido Justicialista, declararon incesantemente en los medios de comunicación la incapacidad de De la Rúa para solucionar la acuciante situación. Al respecto De la Sota dijo que “el gobierno no existe *…+ reina en el país la anarquía” (La Nación, 20/12/01) y asimismo que no quiería “participar de la concertación con un bombero, porque no estamos para apagar incendios sino para construir” (Clarín, 20/12/01). Duhalde por su parte afirmó “el gobierno no puede sacar al país de este caos” (La Nación, 20/12/01).

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nacional y pido a mis compatriotas mantener la calma y colaborar para el restablecimiento del

orden”78.

Así, la reacción del estado frente al creciente clima de tensión puede ser analizada en dos niveles,

el primero de ellos, el simbólico; el segundo, el material.

En el nivel de lo simbólico se halla la imposición del Estado de Sitio que, no es sólo la expropiación

de los derechos de la ciudadanía79, sino que constituye el despojo de la propia condición de

ciudadanos. Puesto que, retomando las reflexiones de Arendt, la ciudadanía se define activamente

en la “continua participación en todas las cuestiones de interés público” (1999: 85). En efecto, la

declaración del Estado de Sitio prohíbe a los ciudadanos reunirse en el espacio público, y por lo

tanto existir políticamente. Escribe Arendt, “estar privado de *ese espacio+ significa estar privado

de la realidad, que humana y políticamente hablando, es lo mismo que aparición” (2003: 221-222).

Tal como hemos desarrollado en el capítulo anterior, la existencia de la esfera pública es

particularmente relevante para la noción arendtiana de la política, puesto que es allí en donde la

libertad se materializa, expresada en palabras que se pueden oír y en hechos que se pueden ver.

78 Quisiéramos transcribir algunos fragmentos del discurso presidencial que resultan primordiales para comprender la lectura que realiza el gobierno nacional acerca de los saqueos: “Comprendo las penurias que atraviesan muchos de mis compatriotas, las comprendo y las sufro; pero la mayoría sabe que con violencia e ilegalidad no se sale de los problemas. Los problemas hay que enfrentarlos y eso estamos haciendo. *…+ En el contexto económico y social donde muchos argentinos sufren problemas, grupos enemigos del orden y de la República aprovechan para intentar sembrar discordia y violencia, buscando crear un caos que les permita maniobrar para lograr fines que no pueden alcanzar por la vía electoral”. Así, el presidente enfatiza en el rol que ocupan los violentos y agitadores que buscan fomentar el caos y la violencia con fines de desestabilización política. Y prosigue, dando un claro mensaje, en el mismo sentido, hacia los medios de comunicación: “pido a mis compatriotas mantener la calma y colaborar para el restablecimiento del orden, como así también a las organizaciones sociales y especialmente a los medios de comunicación a contribuir a recrear el clima de paz necesario para recuperar la seguridad y la tranquilidad en todo el país. *…+ Es mi compromiso trabajar para resolver la emergencia social. Sé distinguir entre los necesitados y los violentos o los delincuentes, que aprovechando esta situación utilizan el desorden para crear caos. *…+ Así como enfrenté los problemas económicos, así como dispuse medidas de emergencia para asistir a los más necesitados, decidí poner límites a los violentos que se aprovechan de las penurias ajenas” (Discurso de De la Rúa en Cadena Nacional, 19/12/01. 22:41 horas). La lectura desde el gobierno entonces, plantea un contexto de violencia organizada que se aprovecha de los más necesitados con objetivos claramente políticos. 79

Bajo el análisis de Cheresky en La ciudadanía en el centro de la escena, “la ciudadanía que ha alcanzado el centro de la escena pública reviste o ha recuperado dos connotaciones características: el de conjunto de individuos depositarios de los derechos humanos y políticos, y el de los individuos miembros de la comunidad política, es decir, presentes de algún modo en el espacio público” (2006: 8).

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Así, la medida impuesta por De la Rúa constituye la clausura simbólica y efectiva del espacio

público y, a la vez, la apropiación de la acción y del discurso que permite a los ciudadanos aparecer

y exponer en el mismo acto las pruebas de su ciudadanía. Al tiempo que, les ordena replegarse en

la oscuridad de la esfera privada, en donde los hombres no existen, en un sentido político ya que

no pueden ser visto ni oído por los demás. En definitiva, la declaración del Estado de Sitio atenta

contra la libertad de los hombres de aparecer a la luz de lo público, ante otros –iguales pero

distintos– y erigir por medio de la acción y el discurso un espacio entre, un mundo en común en

dónde la política se hace posible.

Es por demás significativo, la forma en que el documental Argentina: Colapso 2001 recupera las

declaraciones de De la Rúa, quien allí sostiene: “Fue una medida simbólica, no para implementarla

en el sentido de privar el derecho de reunión, ni restringir libertades”80 (Fernando De la Rúa, 2011).

Es justamente allí, en el orden de lo simbólico, donde la declaración del Estado de Sitio interpela a

los ciudadanos, al producir la rememoración a los tiempos de la dictadura cívico-militar en la

restricción de la libertad política. En efecto, tal como afirma Alejandro Grimson es necesario

considerar las sedimentaciones históricas de la configuración de la cultura política argentina. Así,

en las jornadas del 19 y 20 se procesan y resignifican las experiencias pasadas, en este sentido,

frente a los saqueos a los supermercados y las protestas, el presidente pronuncia las palabras decisivas: declara el Estado de Sitio. El fantasma de la dictadura aparece en su constelación semántica relacionada a los derechos humanos. Quienes creyeron que el 19 de diciembre las personas salieron a la calle por sus ahorros no entendieron qué significaba para quienes se dirigían a Plaza de Mayo las palabras “estado de sitio”. (2011: 36).

En esta línea de análisis, es posible volver sobre la idea de acontecimiento planteada en la

introducción a este capítulo, cuando pensamos en una manifestación que detenta un rasgo

novedoso, pero que no se presenta completamente deshistorizada. Así, el peso simbólico del

Estado de Sitio remite a una historia y una memoria del pasado reciente, firmemente rechazado

por la sociedad en su conjunto. Hay un momento crucial de ambas jornadas, que refleja lo que

aquí sostenemos: es el protagonizado por las Madres de Plaza de Mayo, cuando en su rutinaria

ronda de los jueves a la pirámide del centro de la plaza, fueron investidas por la policía montada.

80

En efecto, la declaración del Estado de Sitio, no necesita no ser real, para tener una dimensión simbólica. En otras palabras, más allá de que De la Rúa declarara que la medida no buscaba restringir la libertad, la sola declaración pone en movimiento una memoria y una tradición que le atribuye un valor simbólico fuertemente ligado a la dictadura.

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Esta imagen, de represión hacia aquellas personas que son un símbolo de lucha contra la

dictadura81, materializa el valor simbólico del Estado de Sitio en tanto medida que prohíbe el

acceso al espacio público y en efecto, la libertad de existir políticamente.

De aquí que sea posible sostener, que desde el primer momento las manifestaciones del 19 y 20

detentan un arraigado sentido político, puesto que abren una disputa por la libertad, cercenada

con la declaración del Estado de Sitio.

Es precisamente a partir de allí, en dónde las protestas dan el giro que marcábamos algunas

páginas atrás, las demandas ya no se plantean, solamente, en torno a reivindicaciones sociales,

sino que adquieren un tono marcadamente político. Siguiendo el razonamiento propuesto por

Giarracca las manifestaciones de diciembre, a diferencia de las protestas que las precedieron

no se presenta[n] como una acción en el orden de lo particular, es decir, por reclamos defensivos de sectores particulares (desocupados, maestros, campesinos, etc.) sino que se muestra[n] como una acción de ciudadanos donde las identidades sociales quedan suspendidas y donde el reclamo se enmarca en el orden de la política (2002: 6).

Así, la aparición de los hombres en el espacio público desafía abiertamente la declaración del

Estado de Sitio y materializa, a la vez, la apertura de una disputa por la libertad contenida en su

capacidad de acción y de discurso. Esta presencia inesperada se acentúa, como ya veremos, en las

acciones que los protagonistas desplegaron para permanecer en ese mismo espacio y

resignificarlo ante la imposición del dispositivo represivo institucional.

Lo que aquí sostenemos, entonces, es la relevancia que adquiere la declaración del Estado de Sitio

en tanto acontecimiento que da inicio a una manifestación política. Tal afirmación es posible toda

vez que concibamos el discurso de De la Rúa como un acto de habla performativo ilocucionario

(Austin, 2008) en donde el discurso en sí mismo es un tipo de acción. Frente a ello, para que las

palabras que declaraban la expropiación de la libertad funcionasen, debía existir una comunidad

de sentido en donde se impusieran efectivamente. O, como sostiene Judith Butler –recuperando

las reflexiones de Austin– para que el acto de habla funcione “se requieren ciertas circunstancias,

así como un campo de poder a través del cual se puedan materializar sus efectos”(2004: 31).

81

Es indudable que la imagen de la represión sobre las Madres remite inmediatamente al periodo dictatorial, donde resistieron innumerables avanzadas de las fuerzas de seguridad. No hay entonces, grandes diferencias entre ambos momentos.

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Sin embargo, el discurso en tanto acto, “es siempre en cierta medida desconocedor de aquello que

produce” (Ídem: 28) y por lo tanto es imposible predecir sus consecuencias. En este sentido, los

significados que adquiere el acto de habla y los efectos que produce excede aquello que había

previsto. Desde esta perspectiva, el discurso de De la Rúa no funcionó, o más bien no funcionó en

la dirección pretendida, ya que generó una acción completamente contraria a la

enunciada82.Quienes debían recluirse en el ámbito privado aparecieron a la luz del espacio público,

simbólica y efectivamente clausurado, rompiendo así, con la cadena esperable de sucesos.

Es por demás significativo, que el ruido de las cacerolas haya comenzado cuando De la Rúa aún

estaba leyendo su discurso. La declaración del Estado de Sitio impulsó a los hombres que, en su rol

de audiencia, habían pasado largas horas siguiendo la evolución de los acontecimientos por

televisión. Paulatinamente, comenzaron a recorrer un trayecto en el cual abandonaron la

seguridad del espacio privado y con él su condición de espectadores y aparecieron a la luz de lo

público, constituyéndose al mismo tiempo en actores.

Las diversas crónicas dan cuenta de este paso gradual: en el primer momento la protesta se

desarrolló desde los balcones, lugar que puede ser percibido como la línea fronteriza entre el

espacio privado y el público. A la vez que, todavía en carácter de espectadores, numerosas

personas se asomaron a sus ventanas a escuchar y mirar lo que pasaba afuera. Posteriormente, se

reunieron en sus respectivas puertas, desde dónde se articularon los primeros sonidos y voces de

protesta, portando distintos trastos de cocina como ollas, sartenes, tapas, espumaderas,

hervidores, cucharones y demás objetos que produjeran ruido. Para luego reunirse en las distintas

calles y esquinas más importantes de algunos barrios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires83. Al

tiempo que improvisaron fogatas con basura, los recipientes plásticos que la contenían y demás

82 En este sentido Butler sostiene “un acto de habla puede ser un acto sin ser necesariamente eficaz. Si emito un performativo fallido, es decir, si doy una orden y nadie la escucha ni la obedece, o si hago una promesa y no hay nadie a quien hacérsela, sigo realizando un acto, pero realizo un acto con muy poco o con ningún efecto (o al menos no con el efecto que el acto promete). Un performativo es eficaz, no sólo cuando realizo el acto, sino cuando a partir de ese acto se derivan un conjunto de efectos. Actuar lingüísticamente no implica necesariamente producir efectos, y en este sentido, un acto de habla no es siempre una acción eficaz. Decir que existe una confusión entre habla y acción no quiere decir necesariamente que el habla actúe de forma eficaz” (2004: 38). 83

Según relata el diario La Nación en su versión On-line el 20/12/01 las esquinas en donde se congregaron los vecinos fueron: Belgrano y Jujuy; Santa Fe y Pueyrredón; Aráoz y Charcas; Santa Fe y Coronel Díaz; Díaz Vélez y Acevedo; Perón y Medrano; Alsina y Entre Ríos; Rivadavia y Larrea; Uriburu y Córdoba; Rivadavia y Nazca; La Plata e Independencia; Quinquela Martín y Montes de Oca. (La Nación On-line, 20/12/01).

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objetos inflamables. La presencia de los manifestantes en las calles y avenidas provocó la

interrupción fáctica del tránsito: colectivos, taxis y autos se solidarizaron con quienes marchaban

tocando las bocinas.

De estas reuniones espontáneas84, se pasó a la marcha que tomó rumbo por las distintas avenidas

de la ciudad, para finalmente converger en el centro político85: Plaza de Mayo y Plaza del

Congreso.86 Efectivamente, en la aparición de los cuerpos a la luz de lo público, los hombres se

presentan unos a otros dando paso una acción, que por su propia naturaleza irrumpe en el nexo

de las secuencias calculables y crea con ella algo nuevo, inesperado y en último término

inexplicable causalmente. Tal como sostuvimos con Tassin, este encuentro da a luz no sólo a un

actor, sino también a una comunidad de actores que movilizan sus identificaciones sociales,

clasistas de género o culturales en general. Y esto constituye un rasgo novedoso, no sólo por “la

participación de personas que nunca lo habían hecho antes” (Pousadela, 2009: 26), sino también,

y de mayor importancia aún, porque a partir del desconocimiento del Estado de Sitio, los actores

protagonistas de las manifestaciones desafían a la autoridad y abren una disputa con el sistema

institucional por la libertad y la resignificación de ese espacio virtualmente clausurado. Esta

desobediencia civil “desafía a la ley y a las autoridades establecidas sobre el fundamento de un

disentimiento básico” (Arendt, 1999: 78).

Efectivamente, nos encontramos con una acción que irrumpe a pesar de la clausura impuesta por

el Estado de Sitio. Tal como desarrollamos, junto con Arendt, en el capítulo anterior, esta acción

no sólo es el comienzo de algo, sino de alguien. La aparición de los hombres ante los demás tiene

84 Como sostiene Schuster “La espontaneidad de este primer gran cacerolazo, sin duda es, una de sus principales características, pudo reconocerse en el detalle de la vestimenta de los participantes. Saltos de cama, ojotas, pantuflas, remeras raídas, pantalones cortos, camisetas, etc. Simbolizan el inmediato tránsito de lo privado a lo público” (2002: 22). 85 Tal como marca Silvia Sigal (2006) históricamente la Plaza de Mayo ha sido un sitio de gran importancia política, es allí donde se desplegaron las mayores manifestaciones argentinas desde el advenimiento del peronismo. 86

Al respecto, es relevante aclarar que lo sucedido el 19 y 20 de diciembre de 2001 tiene un alcance nacional, es decir, las manifestaciones no sólo fueron un fenómeno porteño, sino que también se desarrollaron en las provincias del interior. Como indica Vommaro “hay una compleja relación entre demandas inteligibles en relación con realidades geográficas diferentes, pero articuladas en sus modos de aparición simultáneos en la dialéctica Capital/Interior” (2013: 164-165). Asimismo, dentro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hubo manifestaciones en distintos puntos, no sólo en las plazas que mencionamos sino también frente a las casas de algunos políticos.

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como consecuencia la revelación del actor en el mismo acto. En palabras de Pousadela éstas

personas se

convirtieron en actores en el momento en que, sin saber muy bien porqué –o acaso sabiéndolo pero desconociendo si sus motivaciones se compadecían con las de cada uno de los demás– corrieron a sus cocinas a buscar ollas, sartenes y cucharones para golpear *…+ (2009: 28).

Es en este camino en donde los espectadores se convierten en actores, desde el momento en el

cual toman el coraje suficiente para aparecer a la luz de lo público. Coraje que,

antes que nada consiste en abandonar el refugio del ámbito de lo privado para exponerse en el espacio público, el coraje de comprometerse en los combates políticos para entonces tener prueba de su propia ciudadanía. (Tassin, 2010: 11).

Aquí, resulta fundamental el carácter transgresor de una acción que “al margen de su específico

contenido siempre establece relaciones y por lo tanto tiene una inherente tendencia a forzar

todas las limitaciones y cortar todas las fronteras” (Arendt, 2003: 214). Así, en las manifestaciones

de diciembre se despliega el reconocimiento y la revelación de los actores que abandonan no sólo

la seguridad del espacio privado, sino también su pertenencia a la estructura económica y social.

Esto es así porque, mediante su acción a la luz de lo público, el actor se revela no como un fin

voluntario, es decir, como si dispusiese de este quien. Por el contrario, la acción en tanto segundo

nacimiento engendra al actor y lo hace manifiesto. El hecho que intentamos indicar es que, como

sostiene Schuster la acción misma es

un salto contingente que tiende un puente entre las condiciones sociales preexistentes y un nuevo escenario, en el cual los sujetos están implicados en una manera en que no lo estaban antes. *…+ La acción demuestra a los propios miembros de la protesta que son algo más que su posición estructural (2005: 52-53).

Desde este punto de vista, las manifestaciones de diciembre expresan la suspensión87 temporaria

de las identidades sociales previas, a la vez que se erigen en ellas nuevos actores que irrumpen en

una trama ya existente, dando paso a la novedad de un recién llegado, que expone su presencia

en el espacio público. Estos actores se diferencian de sus pertenencias sociales como así también

87

Al respecto, Giarraca (2003) habla de suspensión de las identidades sociales previas, antes que de ruptura puesto que en los meses siguientes a las jornadas del 19 y 20 los manifestantes vuelven a reubicarse en distintas posiciones: desocupados, ahorristas, piqueteros, etc.

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de sus trayectorias políticas, para converger en una esfera en común en la cual se relacionan sin

intermediarios. En esta misma línea, Ariel Wilkis y Gabriel Vommaro afirman que

la movilización popular constituyó un espacio de encuentro inédito, una experiencia del otro-semejante con quien no se compartía necesariamente ni pertenencia partidaria, ni pertenencia sindical, ni prácticas culturales, ni localización geográfica (2002: 112).

En efecto, tal como propone Tassin, este estar juntos produce una comunidad de actores88, por

cierto frágil, efímera y conflictiva, engendrada en y por la acción.

Volvemos entonces a insistir, en el quiebre que marcábamos entre el heterogéneo conjunto de

protestas sociales desplegadas en las jornadas previas, y el reclamo político aunado en las

manifestaciones del 19 y 20. Ciertamente el punto de inflexión estuvo signado por la declaración

del Estado de Sitio, a partir de allí la manifestación es política porque su principal demanda gira

entorno a la libertad. No obstante, no cualquier heterogeneidad a la luz del espacio público es

política y no cualquier reclamo particular se hace en nombre de la libertad89.

88 Quisiéramos detenernos, brevemente por cierto, en esta idea de comunidad de actores puesto que, como hemos visto en el capítulo uno, la perspectiva de análisis propuesta por el Colectivo Situaciones, nombra a dicha comunidad bajo el término multitud –también utilizado por otros autores, véase por ejemplo María Moreno (2010). Indudablemente, el concepto permite pensar en una figura social heterogénea y abarcativa, sin embargo, diferimos con esta categoría teórica, recuperada de las reflexiones de Hardt, Negri y Virno, en lo referido al componente histórico presente en el discurso articulado por esta comunidad de actores. Es decir, las consigas del 19 y 20 son un acto de enunciación que produce efectos, que da a luz una consistencia a partir de la fragmentación, es decir a una multitud. No obstante, más allá del efecto de esas palabras, podemos pensar en el contenido perlocucionario del discurso expresado, porque junto al que se vayan todos, que no quede ni uno sólo, también se oyó Argentina, Argentina; sin peronistas, sin radicales, vamos a vivir mejor. Frente a un concepto de multitud que enfatiza en el discurso en tanto recurso acústico de los cuerpos presentes en el espacio público, optamos por recuperar la densidad histórica de las palabras allí articuladas. 89 Mientras desarrollamos este trabajo de investigación durante los años 2013 y 2014, asistimos a un fenómeno que hizo uso del cacerolazo como forma de protesta, ciertamente gestada en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Nos referimos aquí, a los diversos cacerolazos en oposición al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, organizados desde las redes sociales –en especial Facebook y Twitter. Éstos fueron denominados en función a la fecha en cual ocurrieron, 18S (18 de septiembre), 8N (8 de noviembre) y 13D (13 de Diciembre) entre otros. El más convocante de ellos fue el 8N en dónde logró generarse una movilización de miles de personas a nivel nacional abarcando varias provincias argentinas. Ahora bien, efectivamente es posible establecer cierto paralelismo entre estos cacerolazos y las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001: en ambos los actores protagonistas aparecieron en el espacio público prescindiendo de los partidos políticos y las organizaciones sindicales. Aquello que prevaleció en ambas jornadas fue la presencia de banderas argentinas y además la inexistencia de “voceros” de la protesta. A pesar de ello, consideramos que los cacerolazos del 13S, 8N o 13D articulan demandas que giran en torno a la libertad entendida en términos liberales, –libertad de consumo, libre mercado, propiedad privada, entre

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Entiéndase bien, la relación que planteamos entre el carácter político de las manifestaciones de

diciembre y la disputa por la libertad allí desplegada no responde a una lógica de medios-fines,

según la cual la política sería un medio para asegurar la libertad. Por el contrario, siguiendo las

reflexiones de Arendt, el sentido político de las jornadas de diciembre surge en el momento en el

cual los actores aparecen a la luz de lo público, justamente cuando esa libertad es negada por el

Estado de Sitio, y erigen con ellos un nuevo espacio en donde se abre paso una comunidad que

existe en la acción y el discurso.

En efecto, tal como retomamos con Tassin, cuando abordamos la fuente de los prejuicios contra la

política, no es posible derivar de esta pluralidad la existencia de una única voluntad indivisible y

soberana que debe cumplirse por medio de la acción en el espacio público. Nos alejamos

entonces, de los estudios que sostienen que los protagonistas del 19 y 20 actúan voluntariamente

y llevan consigo a la esfera pública determinadas demandas que deben articular estratégicamente

para concretarlas. En este sentido, cuando los diversos enfoques reflexionan acerca de la

heterogeneidad propia de las demandas desplegadas, sancionan que éstas son, en el mejor de los

casos, contradictorias o bien directamente utópicas y carentes de sentido político. Analíticamente,

estas caracterizaciones expresan un pensamiento normativo, es decir, postulan que debe existir

entre los protagonistas una voluntad ciudadana, personal y ya general por sí misma, y por lo tanto

coherente, capaz de guiar las acciones en el espacio público. No obstante, esta idea de voluntad

única “procede a la invalidación de la pluralidad cuyo principio reside en una singularización de los

actores y de los locutores en el seno de un espacio público de apariciones (acciones) y de

deliberaciones (palabras)” (Tassin, 2007: 114).

Más bien, pensamos en una comunidad de actores bajo la apariencia de una

pluralidad activa, no bajo la apariencia de una dominación soberana sino como una libertad entendida como poder comenzar, no bajo la apariencia de una voluntad autónoma sino como una interacción conflictiva de la pluralidad (Tassin, 2007: 115).

otras. Específicamente, las reivindicaciones oídas fueron heterogéneas, y en gran parte, marcaron una clara oposición al gobierno, podemos enumerar algunas de ellas: Yo no la voté, Contra la Korrupción, Contra la Inflación, Contra la Re-re y la reforma constitucional, Por un poder Judicial Independiente, Hoy decimos BASTA, queremos vivir en paz, Yo no te tengo miedo, Basta de mentirnos, Korruptos, Respeten la Constitución, No al cepo al dólar. Podemos afirmar entonces, que los reclamos contra el gobierno no giran en torno a una idea de libertad política –en tanto libertad de acción y de discurso– sólo posible dentro de la esfera pública. Sino más bien, estos cacerolazos demandan una libertad que se goza en el ámbito de lo privado.

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Aquello que buscamos recuperar entonces, es la potencia de una comunidad plural de actores que

se instituye como tal en el mismo momento en el que aparece a la luz de lo público. Es en ese

espacio en donde se enfrentan los unos y los otros para materializar a través de la acción y del

discurso el conflicto por la libertad, abierto con las instituciones del sistema político. En efecto,

esta comunidad no es un cuerpo empujado por una sola voluntad, como un individuo, sino que en

ella converge la capacidad de los hombres de comenzar algo nuevo, de ser libres y a través de esa

misma libertad actuar y deliberar. Y esto es sumamente relevante más allá de la concreción de las

demandas articuladas y el devenir de los actores de las manifestaciones.

Así, la ocupación de ambas plazas da cuenta de una acción en conjunto que está acompañada por

un discurso que la hace inteligible. Sin embargo, ésta es una presencia incómoda para las

instituciones que buscan, desde el primer momento, inmovilizar a los actores reprimiendo su

capacidad de acción y su libertad contenida en el acceso al espacio público.

En este sentido, no resulta un dato accesorio el momento preciso en el cual comienza la represión.

A ella nos referimos cuando hablamos del nivel material de la reacción estatal, puesto que allí se

concreta el sentido que encarna la declaración del Estado de Sitio. Ya no es sólo una medida del

orden de lo simbólico, por el contrario, la represión del Estado apunta directamente a expropiarles

a los actores el espacio público en disputa. Una crónica del canal Todo Noticias, muestra el exacto

momento en el que la represión se inicia, una y otra vez, la periodista aclara: “no hubo ningún

hecho que provocara la represión, los manifestantes no querían traspasar las vallas que rodean a

la Casa Rosada” (Todo Noticias, 20 de diciembre de 2001. 00:51 hs). Es evidente entonces, que

aquel que reacciona –ante la acción de los manifestantes– es el dispositivo institucional,

perturbado por la presencia de tantas personas que le disputan la autoridad, el espacio público y

con ello el sentido de la palabra política.

Así, a partir de la represión del día 20 las manifestaciones adquieren una nueva configuración, la

gran mayoría que había llegado con sus familias, hijos pequeños y muchos jóvenes y mayores

habían sido disuadidos efectivamente por los gases y aquellos que permanecieron en la plaza

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trasladaron la resistencia frente a las fuerzas policiales a lo largo de la Avenida de Mayo, la Plaza

del Congreso, el Obelisco, y las diagonales Norte y Sur. 90

Con el correr de las horas, la lógica que guía las acciones represivas del Estado escenifica esta

doble reacción a la que hicimos alusión, al comienzo de este apartado. A lo largo de la jornada del

20 de diciembre, las fuerzas de seguridad buscaron, cada vez más violentamente desalojar las

plazas. El continuo avance de la policía, provocó corridas y dispersión entre las calles aledañas y el

Obelisco, oportunidad que se aprovechó para vallar el espacio y evitar así su ocupación. Sin

embargo, ante esta situación, los protagonistas volvieron a hacerse presentes una y otra vez. La

brutal represión arrojó, para la mañana del día 20, dieciséis víctimas fatales y una gran cantidad de

detenidos91.

El comienzo de la jornada laboral, sumó más de doscientas personas a Plaza de Mayo, algunos

oficinistas que se dirigían a sus trabajos y asimismo hizo su aparición la izquierda (Partido Obrero,

MAS y la Izquierda Unida). Para ese momento, la plaza se encontraba vallada por la mitad por las

fuerzas de seguridad, lugar desde donde nuevamente se desató un avance policial que obligó a los

90 Paralelamente a estos primeros incidentes en Plaza de Mayo, grupos de manifestantes atacaron las casas de los políticos identificados con el gobierno y con el “modelo económico” continuado desde el gobierno de Menem: a la 1.30 unas sesenta personas apedrean e intentan incendiar la entrada al edificio de la calle Costa Rica al 4100, en Palermo, donde vive el renunciante jefe de Gabinete Chrystian Colombo. En el mismo barrio, es atacado el frente del edificio de Paraguay 4032, donde vive el ex vicepresidente Carlos Álvarez. En recoleta, decenas de personas tiran bolsas de residuos frente al petit hotel donde vive María Julia Alsogaray, en Junín al 1400, al tiempo que lanzaban insultos contra la ex funcionaria menemista. Lo mismo sucede a cuatro cuadras de allí, en Callao 1550, donde vive Agustina De la Rúa, hija del presidente. Trescientas personas realizan un escrache y apedrean la casa del Jefe de Gobierno porteño Aníbal Ibarra, en Villa Ortúzar. Un grupo de manifestantes, pasan la noche frente a la casa de Cavallo y sigue gritando y golpeando las cacerolas hasta la mañana. (La Nación, 20/12/01; Página 12, 21/12/01) 91 A consecuencia de la represión policial murieron entre 36 y 39 personas, hubo centenares de heridos y 4500 detenidos. El 80 por ciento de los fallecidos eran menores de 30 años y al menos seis tenían entre 13 y 18. En la actualidad, el ex presidente De la Rúa, junto a otros imputados enfrenta un juicio del cual fue sobreseído en primera instancia por el juez federal Claudio Bonadío. Luego, por mayoría y con la disidencia del juez Horacio Cattani, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal confirmó el sobreseimiento. Esa resolución fue impugnada por el Centro de Estudios Legales y Sociales y el Ministerio Público Fiscal, pero la Sala I de la Cámara Federal de Casación Penal rechazó la impugnación. Ante esta decisión, el CELS presentó un recurso extraordinario federal que deberá resolver la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN) para determinar la responsabilidad de De la Rúa por las muertes y lesiones producidas a diversos manifestantes durante la represión del 20 de diciembre. (Centro de Estudios Legales y Sociales).

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manifestantes a replegarse por las diagonales Norte y Sur, en donde se reagruparon y volvieron

sobre la plaza, así sucesivamente durante cuatro horas92.

Ciertos estudios, en particular aquellos provenientes desde la izquierda –ya analizados en el

primer capítulo– concuerdan en llamar a aquella jornada La Batalla del 20, imprimiendo sobre ella

un tinte épico que se conjuga con una caracterización de las manifestaciones en tanto Insurrección

en contra de la opresión del sistema93. No es este el sentido al que aludimos cuando nos referimos

a los acontecimientos, puesto que desde estas lecturas se enfatiza en el componente contestatario

–y por lo tanto negativo– de ambas jornadas.

Tratamos entonces de recuperar el rol fundamentalmente político que ocupa el espacio público en

las manifestaciones, puesto que en tanto espacio físico, pero también en tanto dinámica, es el

marco que contiene la libertad de acción y de discurso. Es por ello que la presencia en este espacio

es de suma importancia, ya que, tal como sostiene Tassin, mientras permanezcan allí, los

protagonistas de las manifestaciones detentan un poder, que no sólo pone en cuestión al

dispositivo institucional sino también que erige una comunidad de actores y al mismo tiempo

construye el espacio público en el cual actúa. En palabras de Arendt, desde este momento, “ya no

son hombres aislados, sino que, vistos desde afuera constituyen un poder cuyas acciones sirven de

ejemplo y cuyas palabras son escuchadas” (1999: 105).

Tal como sostuvimos en el capítulo dos, la acción debe estar acompañada de un discurso que la

haga inteligible y que, al mismo tiempo, revele a su actor protagonista. Sin embargo, el discurso

que se abre paso en las manifestaciones de diciembre no responde a la manera en que

92 Aquí las diversas noticias y estudios marcan la importancia de SIMECA (Sindicatos Independiente de Mensajeros y Cadetes) que, durante las cuatro horas que duraron los enfrentamientos, las motocicletas auxiliaron a los heridos trasladando a las personas baleadas y golpeadas hasta las ambulancias cercanas a la plaza. Dos de los motociclistas serían asesinados por la policía en medio del operativo represivo. Los motoqueros de SIMECA fueron luego de ambas jornadas de protesta de alguna manera “idealizados” por los distintos medios: “Allí se concentraba medio centenar de motoqueros con sus motos rugiendo, como hermosos ángeles del Infierno” (Página 12, 21/12/01); “Ese día los motoqueros fueron una especie de ángeles rugientes” (La Nación, 22/12/01); “Ayer fueron la montada del pueblo” (Indymedia, 21/12/01). 93

Recordemos el tratamiento que hemos realizado en nuestro primer capítulo, sobre la lectura que realizan el Colectivo Situaciones (2002) y Altamira (2002) respecto de ambas jornadas de protesta. Allí se pone el acento en su rasgo contestatario y destituyente que se despliega en forma de lucha ante el régimen político y económico. (Ver Capítulo I, Apartado: La manifestación política).

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tradicionalmente se ha pensado el discurso político,94 pero no por ello deja de ser político. Las

palabras en el 19 y 20 toman la forma de consignas que, a primera vista desconectadas entre sí,

trazan un horizonte de sentido que va más allá de la mera literalidad. En efecto, pensar el discurso

de ambas jornadas exige, no sólo considerar la consigna Que se vayan todos, que no quede ni uno

sólo, sino también vincular su enunciación con otras que sonaron simultáneamente. Porque junto

al Que se vayan todos, se escuchó No al Estado de Sitio; Argentina-Argentina; A dónde está que no

se ve, esa gloriosa CGT; Sin radicales, sin peronistas, vamos a vivir mejor; Salta, salta, salta,

pequeña langosta, De la Rúa y Ménem son la misma bosta, combinadas con la entonación del

himno nacional argentino.

Sin embargo, la consigna Que se vayan todos, que no quede ni uno solo es quizá la más resonante

de las jornadas decembrinas. En consecuencia, ha sido objeto de numerosas interpretaciones que

se mantienen ligadas a la literalidad de su enunciación, e incluso, desde la perspectiva propuesta

por el Colectivo Situaciones –ya vista en el capítulo uno– se acota el análisis al acto de producción

de un enunciado en sí, al considerar que “las palabras no significaban, sólo sonaban. Expresaban

los recursos acústicos de quienes allí estaban *…+” (2002: 34).

En efecto, entender literalmente la consigna implica inmediatamente sancionar su fracaso, ya sea

porque su insuficiencia pasa por su carácter plenamente negativo, o bien por excesiva o imposible.

Retomemos brevemente, a modo de ejemplo, algunos de los estudios que hemos analizado en el

primer capítulo. Por su parte, Svampa (2006) sostiene que la consigna Que se vayan todos

contiene grandes limitaciones, dado que expresa un componente puramente destituyente, a partir

del cual no se articularon proyectos alternativos que enfrentaran al régimen que estaba en crisis.

Asimismo, desde una perspectiva teóricamente opuesta, las reflexiones de Mocca (2002b)

también sostienen el carácter destituyente de esta consigna al sancionar que su realización tendría

como resultado la desaparición de la política en otros órdenes de la sociedad.

94

Nos referimos aquí a la idea de discurso político, en tanto que este es enunciado por los líderes políticos. En La palabra adversativa (1987), Eliseo Verón busca construir una tipología de los discursos sociales, determinando cuáles son las características propias del discurso político. Estas herramientas analíticas son puestas en funcionamiento, entre otros, en su estudio en colaboración con Silvia Sigal Perón o Muerte (2003) en donde plantean cómo los actores políticos, a través de los enunciados, buscan la legitimidad de la empresa política de la que forman parte y con la cual se identifican.

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Así, los análisis desde estos enfoques abonan a la idea de que, al fin de cuentas no se fue nadie,

puesto que “si es pensada como posible guía de acción su inconsistencia se vuelve evidente”

(Fernández, 2006: 39).

Frente a esto, si tomamos por objeto el acto de enunciación, es decir en términos de Émile

Benveniste si junto con la enunciación “consideramos sucesivamente el acto mismo, las

situaciones donde se realiza *y+ los instrumentos que la consuman” (1997: 84), advertimos que

este juega un papel clave e ineludible a la hora de entender qué pusieron en juego los actores

protagonistas de las manifestaciones. Porque, como sostiene Scillamá

a través de la genérica facultad del lenguaje, los hombres nos dicen que son cuerpos capaces de actuar, que son animales políticos, pero nos muestran también de algún modo su historia, haciendo que el significado del evento del habla exceda por mucho el hecho –genérico, físico– de hablar (2007: 339).

Así, nuestro análisis del discurso articulado en el 19 y 20, busca dar cuenta de la sucesión de dos

términos: el primero de ellos refiere, justamente, al acto mismo de enunciación. En otras palabras,

el acento está puesto en el momento en el cual los protagonistas enuncian las consignas. A partir

de allí, en un segundo término, podemos pensar en lo que efectivamente dijeron en ese discurso.

De este modo, nuestras reflexiones parten de la noción de performatividad del lenguaje, que

remite a la capacidad inherente a toda enunciación pública de redefinir las reglas que constituyen

el campo simbólico dentro del cual se produce y se reconoce. Entendemos entonces, junto con

Arendt, que a través de la palabra hablada los actores se revelan, anunciando lo que hacen, han

hecho e intentan hacer. Así, las consignas forman parte del reconocimiento y de la revelación que

los actores experimentan a través de la experiencia del estar juntos.

Aquello que nos interesa sostener aquí, es que se haya dicho Que se vayan todos, que no quede ni

uno solo forma parte de la afirmación de un actor colectivo que surge como producto de la

manifestación. Lo que se performa entonces, o se actúa a través de la frase, es la aparición de esta

comunidad de actores a la luz de lo público. Tal como sostiene Pérez, el lenguaje en tanto acción

“escapa a la pura referencia para revelar una relación entre hombres que hablan unos entre y para

otros *…+” (2005: 322).

De tal modo, podemos sostener que la potencia del Que se vayan todos, que no quede ni uno sólo

no estriba ya, en su literalidad explicita, sino en la afirmación de una comunidad de actores que

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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erige con ella un nuevo espacio público en donde la libertad es posible. En efecto, al dar cuenta un

actor instituido en el momento en el que enuncia su discurso, es posible abordar el segundo

término que hemos expuesto, es decir analizar qué dijeron en esas consignas. En este sentido,

pensar más allá de las textuales palabras que se enunciaron, significa no mantenerse ligado a la

idea del que se vayan todos sino reflexionar acerca de los actores que lo pronunciaron.

Nuevamente, proponemos distanciarnos de las lecturas que vislumbran el sentido de las

manifestaciones en tanto oposición a determinado orden institucional –ya sea en contra de los

partidos políticos, la clase política o los sindicatos– para pensar en una manifestación política que

expone la tensión entre el Orden y el Conflicto.

Es justamente allí enmarcada en esa tensión, en donde la consigna Que se vayan todos, que no

quede ni uno sólo adquiere un significado político. Es posible interpretarla, entonces, como la

afirmación de la aparición de una comunidad de actores que sanciona: no necesitamos que nadie

actúe en nuestro nombre, estamos acá, váyanse todos porque estamos acá. En consecuencia, se

responde inmediatamente al interrogante que múltiples estudios plantean al considerar la

consigna: si se van todos, entonces ¿quién va a venir? ¿quién va a quedar?. Porque, al menos

durante las jornadas del 19 y 20, es posible sostener que se fueron todos, y lo que quedó fue la

manifestación de una comunidad de actores en la calle, manifestación de su existencia política que

erige y ocupa el espacio público en donde aparece.

Luego podrán volver los partidos políticos, la clase política o los mecanismos de representación del

sistema, pero ya nunca como antes de la manifestación de este actor colectivo. En este sentido, tal

como sostienen Rinesi y Vommaro

no es menos cierto que algunos (y algunos que no carecen de importancia) sí se fueron, que la insinuación de un curso reformista en el contexto de una plena continuidad institucional no es poca cosa, que después de diciembre de 2001 muchos de los temas que entonces se ventilaron han ingresado definitivamente en la agenda política nacional y no pueden ser desconsiderados por ningún gobierno que aspire a representar los sentimientos mayoritarios de la ciudadanía, y sobre todo que el aprendizaje democrático realizado por esa ciudadanía y por sus gobernantes durante esos meses de tan intensa actividad no tiene marcha atrás y configura una garantía democrática fundamental hacia el futuro (2007: 454-455. Itálicas de original).

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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El discurso de diciembre a la vez, interpela a los actores y les propone el desafío de inventar

nuevos sentidos e inaugurar nuevas formas de acción. En términos de Fernández la trascendencia

de la consigna se encuentra

justamente en el vacío que deja cuando reclama aquello que no es posible. Vacío de sentido que desde sus errancias necesarias y –a partir de las latencias que provoca– demanda un desafío colectivo; la ineludible invención de lo por-venir. *…+ Podría decirse que es una consigna que, desde sus significancias vacías desafía, provoca a la dimensión instituyente de la imaginación colectiva *…+ (2006: 40). 95

Sin embargo, tal como venimos sosteniendo, este discurso no sólo enfrentó a los actores al desafío

de lo por-venir sino que también los situó en una historia. Porque junto al Que se vayan todos, que

no quede ni uno sólo se pronunciaron otras consignas que refieren a lo que Grimson llama “las

sedimentaciones de la configuración de la cultura política Argentina” (2013: 33). Estas, “arrojan

sedimentos constitutivos de los modos de imaginación política, de la institución de los campos de

posibilidad y de las formas de identificación” (Ibíd.).

En esta clave entendemos las frases que se escucharon el día 20 pasado el mediodía: Salta, salta

salta, pequeña langosta, De la Rúa y Ménem son la misma bosta; Sin radicales, sin peronistas

vamos a vivir mejor; A dónde está que no se ve, esa gloriosa CGT. Estas consignas que los actores

articularon de manera más o menos consciente muestran así, la complicidad entre un pasado y un

presente y nos lleva a pensar nuevamente en la idea de trama. Puesto que el sentido contenido en

el discurso del 19 y 20 no radica únicamente en la inmediatez del aquí y ahora plasmado en el Que

se vayan todos, que no quede ni uno sólo. Es necesario pensar la acción y el discurso de las

manifestaciones que, en tanto acontecimiento, recuperan y producen una trama, porque

al tiempo que mira a la desidentificación del presente con el relato dominante sobre su pasado, la acción política nutrida del recuerdo supone un reconocimiento que no prescinde de los modos en que la tradición ha operado y opera en la construcción de identidades políticas (Scillamá, 2007: 34)

95 En su análisis Ana María Fernández hace uso de la categoría de significante vacío propuesta por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en Hegemonía y estrategia socialista quienes consideran que el discurso no es “una entidad meramente `cognositiva´ o `contemplativa´; es una práctica articulatoria que constituye y organiza a las relaciones sociales” (2004: 133. Itálicas de original). En este sentido, el punto nodal o significante vacío funciona como un centro a partir del cual se articulan los distintos elementos y se construye así, el sentido –al menos parcial– del discurso.

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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En este sentido, tal como abordamos en el capítulo dos, Arendt sostiene que los hombres viven en

el intervalo entre pasado y futuro, y es en esa brecha en donde se define su postura frente a

ambos. Aquello que vislumbra, entonces, el conjunto de las consignas enunciadas en las

manifestaciones es una particular postura frente a un pasado en común del que los actores se

distancian. En efecto, solamente en este registro de la tradición y la memoria se produce el

reconocimiento de quienes somos y consecuentemente, hacia donde nos dirigimos.

Frente a esto, quisiéramos abordar una última cuestión que refiere al carácter político del discurso

de diciembre. Éste no proviene de los tradicionales enunciadores políticos, aquellos que tenían

autorizada la palabra96, sino que las consignas desplegadas en diciembre constituyen una puesta

en escena de la opacidad constitutiva de lo social. A decir de Pérez este discurso,

no resulta ya una discusión entre interlocutores constituidos sino una interpelación que pone en juego la propia situación de interlocución. La discusión no se enfoca sobre lo que se hace sino sobre la autoridad que habilita la toma de la palabra, es decir, lo que está en juego es la propia fisonomía de la comunidad, la cuenta de sus partes (2005: 337).

Así, permítasenos insistir una vez más, el sentido político de la acción y del discurso desplegados

en diciembre, solo puede entenderse si recuperamos la centralidad que asume el espacio público.

En tanto espacio de visibilidad, es el lugar en el cual los hombres aparecen y pueden ser vistos y

oídos, revelando así, su condición de actores. A través de la publicidad propia de esta esfera, se

crea un espacio en medio de, que pone en relación a los actores sin intermediarios. Tras esta

relevancia, radica la paradoja marcada por Tassin acerca de la interacción entre un espacio público

políticamente garantizado y las acciones que lo reactivan y lo modulan constantemente. Tal como

sostiene Arendt, “ninguna civilización hubiera sido posible sin un marco de estabilidad, para

facilitar el fluir del cambio” (1999: 103).

Tal como venimos afirmando, esta noción de espacio público, no solo remite a un lugar físico en

donde los actores aparecen, sino también es una lógica y una dinámica propia de una comunidad

política cuyo rasgo esencial es la contingencia de su constitución. En otras palabras, los actores de

las manifestaciones de diciembre, no sólo aparecieron en las plazas como espacio público

96 Al respecto Rinesi y Vommaro sostienen que representantes electos por la ciudadanía, son aquellos autorizados a “articular una palabra política capaz de ordenar el espacio de las discusiones, y de los debates” (2007: 437).

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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existente, sino que también erigieron con su acción un nuevo espacio que surge del encuentro de

los hombres bajo un contexto plural.

No obstante, este espacio instituido no es una esfera comunitaria y unificadora, al contrario, debe

ser percibida como

lugar de tensiones y contradicciones, de conflictos y de choques, porque es el lugar en el que se producen los actores emancipándose de sus identidades sociales y culturales, de su pertenencia grupal o comunitaria, de sus orientaciones y de aquello que les ha sido signado y fijado por ley. Lugar pues, de manifestaciones y protestas que desconfiguran y reconfiguran la planificación establecida, redistribuyen los puestos y los roles, descomponen y recomponen las relaciones sociales bajo el régimen conflictivo de una visibilidad compartida pero siempre disputada (Tassin, 2010: 10).

Esta dimensión fenoménica de la acción política y del espacio público, invita a volver a pensar

sobre el sentido político de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Puesto que, es posible

sostener junto con Arendt, Tassin y Lefort, que ambas fueron manifestaciones profundamente

políticas ya que expresaron desde el primer momento, el conflicto abierto con el dispositivo

institucional por la libertad contenida en la acción y el discurso. Compréndase bien, aquello que

buscamos marcar aquí es que en la forma siempre incompleta de la sociedad es en donde se abre

paso lo político. Las manifestaciones de diciembre en tanto de acción, irrumpen en la ya existente

trama de relaciones humanas y crean la novedad de la presencia de los cuerpos a la luz de lo

público.

De esta manera entendidas, las jornadas decembrinas no representan únicamente una dinámica

de oposición entre las protestas y el dispositivo institucional, sino que aquello que develan es la

profunda interrelación que se entabla entre el Orden y el Conflicto. Tal como sostiene Scillamá la

política no debe ser pensada “ni `desde abajo´ ni `desde arriba´, sino como el médium en donde

ambas instancias se cruzan disolviendo sus límites” (2007: 343).

Efectivamente, las manifestaciones de diciembre son políticas, toda vez que expresan la tensión

constitutiva entre el Orden y el Conflicto. Ambos se encuentran en un enfrentamiento en un

choque entre dos lógicas. La acción en conjunto desplegada por los actores que aparecen a la luz

de lo público, es a su vez una acción política ya que su telón de fondo es la disputa por la libertad –

de acción y discurso- cercenada desde el primer momento por la declaración del Estado de Sitio.

Esta medida, significó la suspensión del Orden y la apertura del Conflicto con éste. Allí es donde

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reside exactamente la política: en el conjunto de actividades desarrolladas en ese espacio de

tensión que se abre entre las grietas de todo orden.

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Palabras Finales

En el último apartado del capítulo anterior, hemos desarrollado nuestro análisis de las

manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001, el cual, constituye el punto de llegada del

recorrido que nos planteamos a lo largo de nuestra tesis. De esta manera, ya expusimos los

argumentos que sostienen nuestro distanciamiento de los diversos estudios que analizan ambas

jornadas y asimismo, sustentamos la clave de lectura propuesta. Permítasenos repasar, en estas

páginas finales, los puntos salientes de cada capítulo y la estrecha relación que poseen,

enfatizando así, lo más relevante de los argumentos que hemos presentado.

En efecto, en el primer capítulo llevamos a cabo un estudio del conjunto de las primeras

publicaciones que han abordado las manifestaciones de diciembre. Allí consideramos, los

enfoques provenientes de distintos ámbitos y campos disciplinares, teniendo como resultado un

corpus de estudios teórica y conceptualmente heterogéneo. Así, buscamos dar cuenta de la vasta

diversidad de perspectivas de análisis que se han articulado al calor de los acontecimientos. Este

primer capítulo funciona, entonces, a modo de un estado de la cuestión que arroja un mapa de

interpretaciones en donde situar nuestro trabajo. Con el objetivo de asir el multiforme conjunto

de publicaciones, planteamos un ordenamiento que atraviesa transversalmente los límites

impuestos por los campos disciplinares, las orientaciones políticas y más aún, las maneras en que

se ha nombrado al 19 y 20.

En función de ello y del objetivo de nuestra tesis, propusimos analizar los diversos enfoques a

partir de la cualificación que han otorgado a las manifestaciones en términos de políticas o

antipolíticas. Apoyándonos en las reflexiones de Arendt y Ricoeur enfatizamos en la dimensión

configurativa de toda narración que dota a la contingencia de los sucesos de una trama que devela

su significado. Así, desde esta perspectiva otorgamos relevancia a los supuestos sobre los cuales

los análisis se erigen, para deconstruir a partir de allí, la noción de política que se articula tras la

caracterización de política o de antipolítica de ambas jornadas. Llegando a la conclusión de este

capítulo, atenuamos los límites que contienen tales términos –en primera instancia

contrapuestos– cuando afirmamos la existencia de ciertos puntos de contacto, en los que el

conjunto de las publicaciones converge. El primero de ellos, refiere a la centralidad otorgada a las

instituciones, puesto que las diversas lecturas analizan a las manifestaciones a través de ellas. Es

decir, tal como sostuvimos, la cualidad política o de antipolítica de ambas jornadas reside en su

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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carácter contestatario, destituyente, impugnador del orden que asumen las manifestaciones. En

efecto, retomando las conceptualizaciones de Lefort, la existencia misma de lo político gira en

tono a la destitución o no de la política. La segunda cuestión, alude a la exigencia que los diversos

estudios imponen sobre los actores de las manifestaciones, respecto del desarrollo de identidades,

intensiones y planes estratégicos de acción que deben ser cumplidos por medio de su acción en el

espacio público. Al afirmar la existencia de un actor político preexistente a su aparición en la esfera

pública, se hace necesario que las manifestaciones den como resultado la construcción de un

nuevo régimen político, o bien, la reforma de sus elementos más cuestionados. En consecuencia,

todos los análisis confluyen en un último punto de contacto, al sostener que frente a la

recuperación del sistema representativo, llevado a cabo con la presidencia interina de Eduardo

Duhalde y luego, por la asunción de Néstor Kirchner en 2003, las manifestaciones de diciembre

finalmente fracasaron.

Llegados a este punto, afirmamos junto con Arendt, que tras estas demandas se sostienen

supuestos a los que la pensadora llama prejuicios contra la política. Así, los intentos de

comprensión de los acontecimientos políticos por medio de tales prejuicios, los aleja de la

posibilidad de pensarlos políticamente. Esta cuestión dio inicio a nuestro segundo capítulo, en

dónde desarrollamos el modo en que tales prejuicios aparecen tras los análisis del 19 y 20 de

Diciembre de 2001. A partir de allí, buscamos responder a tales supuestos, mediante una teoría

que permita comprender el sentido político de las manifestaciones de diciembre, concibiéndolo

más allá del éxito o fracaso de los supuestos objetivos de sus actores respecto del impacto

institucional y de su propio devenir en el tiempo. En esta dirección es que recuperamos las

reflexiones de Arendt, presentando los principales argumentos de su noción de política: la

centralidad que adquiere el espacio público, y la acción y el discurso que allí se despliegan.

Asimismo, optamos por poner el acento en una aproximación fenomenológica de esta idea de

política, retomando para ello, la lectura que propone Etienne Tassin, en su noción de

manifestación, en donde recupera dos dimensiones cruciales: el actuar colectivo, por un lado, y la

visibilidad característica del espacio público, por otro. Finalmente, abordamos la naturaleza de

este dicho espacio, ayudándonos de ciertas teorizaciones de Claude Lefort, quien pone el énfasis

en su dimensión conflictual.

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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Dado que insistimos desde el inicio de este trabajo, en la relevancia que adquieren los supuestos

sobre los cuales se erigen los análisis o narraciones de los acontecimientos, consideramos

insoslayable presentar los conceptos mediante los cuales construimos nuestro propio relato de las

manifestaciones de diciembre. Y más aún, como sostienen Eduardo Rinesi y Gabriel Nardacchione

porque ambas jornadas no pueden ser pensadas apenas como

la debacle de un gobierno o de un cierto proyecto político, sino que implicaba también, o arrastraba, o debía arrastrar, *…+ la correlativa debacle de un cierto modo de conceptualizarse la vida política, e incluso, la naturaleza misma de la política, que nos parecía que había entrado en crisis. La debacle, digamos así, de un cierto aparato conceptual, de un cierto dispositivo categorial, de un cierto `paradigma´ teórico *…+ (2007: 9-10).

A razón de ello, las páginas dedicadas en esta tesis al desarrollo del marco teórico responden a la

importancia de la capacidad interpretativa de una teoría que nos arroja nuevas claves de lectura,

para destilar de allí, conceptos que contribuyan a una comprensión política de los

acontecimientos.

Así, en el último capítulo pusimos en funcionamiento dichos conceptos con el objetivo de pensar

en el sentido político de una manifestación que en tanto acontecimiento, es constitutivamente

fugaz e irrepetible. Mostrando, que la declaración del Estado de Sitio es el acontecimiento clave

que da inicio a las manifestaciones, y que a la vez, permite afirmar su naturaleza política. Puesto

que, la clausura simbólica y efectiva de la esfera pública, atentó contra la libertad de los hombres,

es decir, su capacidad de aparecer a la luz de lo público, ante otros –iguales pero distintos– y así,

existir políticamente. De esta manera, la transformación de los espectadores en actores se da en el

momento en el cual los cuerpos aparecen en la esfera pública abriendo una disputa con el

dispositivo institucional, por la libertad contenida en la acción y el discurso.

Aquello que recuperamos una y otra vez a lo largo de estas páginas, es la importancia insoslayable

de la presencia de los cuerpos en Plaza de Mayo y Plaza del Congreso. Es decir, lo trascendental es

que hay acción a pesar de la clausura institucional impuesta por el Estado de Sitio. Y tales acciones

estuvieron acompañadas por un discurso que las hace inteligibles y que revela al mismo tiempo a

su actor. Es allí, en su aparición a la luz de lo público en donde los actores se erigen a sí mismos en

una comunidad, a la vez que construyen y dotan de sentido el espacio en dónde actúan.

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En efecto, el sentido político de las manifestaciones de diciembre radica en el conflicto abierto con

las instituciones representativas por la libertad. En términos de Lefort, el 19 y 20 pone en escena

la contingencia de la propia constitución de la sociedad, al develar la profunda interrelación entre

el Orden y el Conflicto. Es allí, en donde la política se hace posible, en el momento en el cual las

acciones irrumpen en el espacio público y se cruzan con las instituciones.

Y esto resulta sumamente significativo, más allá del devenir sus actores y su impacto institucional.

Tal como sostienen Rinesi y Vommaro la gente que salió a la calle,

se emancipó, al menos parcialmente, de esas otras voces que hablaban en su nombre, y logró construir una vasta y heterogénea serie de espacios de movilización, de expresión y participación en los que se reveló la disposición de los más diferentes actores sociales y políticos *…+ a tomar los asuntos públicos en sus manos. Y esto constituye un cambio decisivo más allá de la suerte que corrieron las distintas asambleas barriales, foros y asociaciones creadas al calor de los acontecimientos de diciembre de 2001 y los meses que siguieron (2007: 455-456. Itálicas del original).

Permítasenos insistir por última vez, el sentido de las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de

2001 es político positivamente porque en ellas se instituye una nueva comunidad de actores, que

abre un nuevo espacio público, en el cual disputan a las instituciones la libertad contenida en su

acción y su discurso, en definitiva, pone en escena la existencia misma de la política. En este

sentido, es por demás significativa la aparición de los cuerpos a la luz de lo público y la ocupación

de este espacio conflictivo y plural en donde se manifiesta un actor colectivo y múltiple a través de

sus acciones y su discurso. Y esto relevante, más allá del “éxito” parcial, frágil, paradójico o más

aún, entendido como “fracaso” de los supuestos objetivos de las manifestaciones, del impacto

institucional y del devenir de sus actores.

A dicha cuestión quisimos aludir con el título de esta tesis, en efecto, pensar el 19 y 20 en tanto

Crisis significa abordarlo desde una noción de política que concibe al conflicto en tanto

cuestionamiento o impugnación de un determinado orden. Lejos de ello, propusimos volver a

pensar en las manifestaciones de diciembre ubicados en ese punto de cruce, entre el dispositivo

institucional y las prácticas que continuamente lo reconfiguran y lo modulan. Así, la crisis ya no

remite solo al agotamiento de un determinado orden, sino que se presenta como una oportunidad

que posibilita la irrupción de la política.

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Ahora bien, tal como mencionamos en la introducción, esta tesis es también una apertura a

nuevos interrogantes que esperamos continuar en investigaciones venideras. En este sentido,

habiendo ya dado cuenta de la potencialidad política contenida en las manifestaciones del 19 y 20

en tanto acontecimiento, esencialmente frágil, fugaz e irrepetible, creemos necesario ampliar el

análisis del fenómeno considerando no sólo las manifestaciones, sino también la coyuntura

política abierta a partir de tales acontecimientos hasta la nueva configuración política inaugurada

en mayo de 2003 con la asunción de Néstor Kirchner a la presidencia. En efecto, recuperando por

última vez las reflexiones de Arendt, la fragilidad propia del espacio público que se erige en el

encuentro de los hombres por medio de su acción y su discurso, será superada con la construcción

de un espacio político concreto que sobreviva en adelante y permita a los libres e iguales

encontrarse siempre.

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125

Fuentes

Prensa gráfica

La Nación

Clarín

Página 12

Indymedia (On-line)

Desde el 14 al 23 de diciembre de 2001

Audiovisual:

Televisón

Fragmentos de coberturas televisivas encontrados On-Line

Móvil de Todo Noticias en Plaza de Mayo el 19/12/01 desde las 11.50 de la noche hasta las 2 de la

mañana. En youtube: https://www.youtube.com/watch?v=uYFXcx153ro

Móvil de Todo Noticias en Plaza de Mayo y Casa Rosada el 20/12/01 en la renuncia de De la Rúa en

Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=ljLWmguC-8Y

Móvil de Canal 13 en Plaza del Congreso, Plaza de Mayo, Obelisco el 20/12/01. En Youtube:

https://www.youtube.com/watch?v=8hwhUiqCprU

Imágenes de Telefé en las inmediaciones de Plaza de Mayo, el 19/12/01 en Youtube:

https://www.youtube.com/watch?v=uYFXcx153ro

Radios

Fragmentos de Radio Nacional.

19/12/01

Crónica de la intersección de las calles Corrientes y Cerrito

Audio del discurso presidencial que declara el Estado de Sitio.

20/12/01

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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Crónica de represión y destrozos en el Obelisco.

Noticia de Renuncia de De la Rúa desde la Casa Rosada.

Crónica de la represión a las Madres de Plaza de Mayo

Fragmentos de Radio Mitre

19/12/01

Declaraciones de De la Rúa respecto de la asistencia a provincias del Interior

Declaraciones de De la Sota (Gobernador de Córdoba) respecto de la rebelión fiscal.

Declaraciones de Lamberto (Diputado) por el Recorte en el presupuesto.

20/12/01

Declaraciones de Jaunarena (Ministro de Defensa) respecto de la renuncia de De la Rúa.

Entrevista a Marcelo Lezcano (Economista) para crear un comité de crisis.

Entrevista a Hugo Miguens (Presidente de la Cámara Argentina de Distribuidoras Mayoristas)

respecto de los saqueos.

Entrevista a Anibal Ibarra (Jefe de Gobierno) por la renuncia de De la Rúa.

Películas documentales

19 y 20 de diciembre de 2001 (2011) Dirigido por Carlos Echeverría, T.V pública: 140 minutos.

2001: relatos en primera persona (2011) TV pública: 58 minutos.

Argentina Latente (2007) Dirigida por Fernando Pino Solanas: 100 minutos.

Argentina, Colapso 2001 (2011) Discovery Channel: 40 minutos.

Argentinazo (2002) El Ojo Obrero: 19 minutos.

Diciembre Sangriento (2002) Dirigido por Alejandro Marín: 48 minutos.

Estampas de la Crisis (2005) Dirigida por Alberto Cirigliano, Universidad Nacional de Cuy: 37

minutos.

Gustavo Benedetto, presente. (2002) Avi Lewis: 45 minutos.

La dignidad de los nadies (2005) Dirigida por Fernando Pino Solanas: 120 minutos.

Las Madres (2002) Grupo de Cine Insurgente: 37 minutos.

Memoria del Saqueo (2003) Dirigida por Fernando Pino Solanas: 120 minutos.

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La Crisis en crisis: el surgimiento de lo Político en las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001

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Motoqueros, 20 de diciembre de 2001 (2011) dirigida por Pablo Torello, Centro de Producción

Audiovisual, Universidad Nacional de la Plata: 52 minutos.

Nadie se fue (2008) por Sur-le-Champ: 97 minutos.

Por un nuevo cine un nuevo país (2001) dirigido por Fernando Krichmar, Myriam Angueira, ADOC:

30 minutos.

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