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LA CULTURA DEL MONTE EN EL ESTE CATAMARQUEÑO

Ruth Corcuera

Hacia el primer centenario, aun quedaban en la República Argentina zonas

rurales muy aisladas.

Desde las primeras crónicas sabemos que el este catamarqueño fue poblado

por conquistadores que llegaron a Santiago del Estero. De allí partieron las familias

que fueron beneficiadas con las Mercedes, que les otorgaban las tierras hasta donde

les alcanzara la vista. Lejos se encontraban utopías y fáciles riquezas....

Debieron superar, no solo el desconocimiento de la flora y de la fauna de un

medio desconocido, sino una fuerte resistencia de los indígenas. La posesión del agua

y el acceso a los bienes naturales que ofrecía el monte, fueron causas fundamentales

en las guerras calchaquíes. Terminadas estas cruentas guerras, los indígenas dueños

de esos montes se retiraron.

Dentro del amplio espectro de las artes populares hacia el primer centenario en

la zona del noroeste argentino, señalaremos en este artículo una de las expresiones

que atraviesa la historia de la provincia de Catamarca: el arte del algodón.

La revindicación de las pertenencias culturales nos indica que los tejidos de

materiales muy diversos son parte de nuestro patrimonio. Los elementos fácilmente

transportables, como es el caso de los textiles, evidencian identidades y a la vez

contactos entre grupos humanos diversos.

El textil no sólo es abrigo, es parte del ornamento, es calidez y presencia

cultural. Revindicar materiales tradicionales de nuestro continente sería solo

búsquedas de curiosidades arqueológicas o etnográficas si no fuese que nuestra

intención es señalar las capacidades que se tuvieron para observar el medio

circundante o quizás la habilidad para la incorporación de materiales lejanos. El

panorama cultural de esta provincia confirma que su geografía la sitúa como zona de

complementariedad e intercambio entre las forestas con sus innumerables fibras y la

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calidez de las lanas andinas1

. A lo largo de la historia de Catamarca se hiló el

algodón, el copo del fruto del palo borracho, la seda silvestre, la seda del gusano de

morera, el pelo de los prestigiosos camélidos y con la llegada europea, lana de oveja.

El reencuentro con un arte que se está perdiendo, como es el del algodón

trabajado en telar, creemos que es digno de atención, más aún cuando tuvimos

conocimiento de los esfuerzos que algunos habitantes del lugar, o bien extranjeros

que se identificaron con estas tierras, se esforzaron para que las habilidades en el

manejo de este material no palideciera. Sin embargo, consideramos que a partir de la

declinación de la vida rural y del abandono de los oficios, fue lentamente quedando en

el olvido como otros productos salidos del telar criollo. Las particularidades de los

camélidos, vicuña, llama, alpaca y guanaco, su finura y exotismo, generaron una

admiración que excede lo nacional y les ha permitido permanecer vigentes. Con

respecto a estos camélidos nos hemos referido en otros trabajos, exaltando sus

virtudes2

.

Sin embargo al arte del algodón no se lo identifica como tradicionalmente

americano, es probable que esto suceda por desconocimiento de su pasado

precolombino, puesto que las informaciones que hasta hoy poseemos nos la

proporciona la historia y ésta, hasta ahora, indica un origen europeo.

Nostalgias del algodón blanco

Testimonio del origen de las semillas de algodón en la antigua Gobernación

del Tucumán pueden encontrarse en documentos del siglo XVI. Siguiendo al

investigador Roberto Levillier podemos conocer las inquietudes de los primeros

habitantes, quienes vivían rústicamente con gran ausencia de asistencia espiritual y

material.

Corrobora lo expresado el informe de Juan Cano, alcalde de Santiago del

Estero, cuando manifestó que: "venido el sacerdote [de Chile] e trayéndose las plantas

e semillas de algodón que tiene dicho, los españoles se quietaron mucho más en la

tierra, e se dieron a sembrar el dicho algodón e a plantar viñas, higueras e otros

árboles fructíferos, se fue trayendo ganado del Perú, e se dieron a criar, y se empezó

1 Ver el trabajo de José A. PÉREZ GOLLÁN acerca del tráfico caravanero y los consiguientes intercambios entre la Puna y el Chaco. 2 Corcuera, Ruth, Herencia Textil Andina, Dupont, Bs.As., 1987 y Ponchos de las Tierras del Plata, Fondo Nacional de las Artes, Bs. As., 2000.

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a comunicar esta tierra con Chile y el Pirú, y se fue sustentando esta ciudad" (Levillier

1920, 184).

De estos documentos se desprende que no tenían acceso al algodón silvestre,

cuya presencia en nuestro continente se encuentra documentada por la

arqueología. Un cuarto de siglo más tarde, la gobernación del Tucumán se convertía

en una fuerte productora de algodón y desde entonces, esta producción no cesó

aunque con altibajos hasta el siglo XX.

En los inicios de ese siglo comenzó a vislumbrarse el abandono del tejido de

algodón en telar. Prueba de ello son los esfuerzos que se hicieron desde las primeras

décadas para recrear aquella industria.

La subestimación de los oficios es histórica. Roberto J. Levillier, indagando

acerca de la psicología de los conquistadores y de los pobladores que los siguieron,

señalaba como premisa común a ellos: “ambicionar ser todo menos labriego", razón

por la cual el trabajo manual quedaba fuera de sus objetivos. Pero en América, no

todos fueron favorecidos por las minas de plata, como aquellas de Potosí, o por

los grandes cañaverales. Nuestras tierras debieron ser "arañadas" para conseguir el

agua para un molino de harina o para acelerar el proceso del tejido. Sin contar

que sequías o pestes fueron comunes en esta historia.

Es Levillier, una vez más, quien señaló que "estábamos signados para el

trabajo, para el esfuerzo" y fue el algodón y el esfuerzo para conseguirlo, uno de los

hechos que nos marcó por siglos. Nuestros antepasados, cuando no podían

disponer de mano de obra indígena, la que en Catamarca fue escasa luego de las

grandes rebeliones (1630-1633 y 1658- 1666), debieron acudir a la mano de obra

esclava o a soluciones menos costosas. Así fue como numerosas familias recurrieron

a "conchabados" o a miembros de sus extensas redes para poder subsistir.

La provincia estaba marcada por un hecho que incidió en el desarrollo de la

industria familiar del tejido de algodón: la dificultad para obtener los “géneros de

Castilla”, es decir los llegados del exterior, debido a su aislamiento geográfico. Tal

como lo relata Armando Bazán:

“La ubicación marginal de Catamarca y La Rioja, respecto del camino real que

iba de Buenos Aires al Perú, creaba a sus vecinos una sensible desventaja para el

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aprovisionamiento de indumentaria importada de España, herramientas de labranza y

otros objetos, que llegaban en los navíos de registro autorizados por el Rey para

beneficio de la provincias. Los precios de las telas y paños de extranjería eran

carísimos, y las herramientas de hierro se vendían a un peso la libra. Por este y otros

motivos, el Cabildo catamarqueño hizo una presentación al rey Carlos II exponiendo

la situación desventajosa de Catamarca y La Rioja en el ámbito del Tucumán. Eso

sucedió el primero de diciembre de 1692.

Entre otras quejas, mencionaban los cabildantes, el excesivo precio de telas y

paños de extranjería y de labranza. Así "quedamos desnudos", decían los

denunciantes y “teniendo que cultivar los campos con azadones de palo” (Bazán,

1999, 71).

Pero el tejido no fue considerado una labor "denigrante", sino un recurso más

dentro de la vida cotidiana de la sociedad criolla. "No existía casa ni rancho donde no

hubiese un telar" en el siglo XVII (Bazán, 1999).

El algodón precolombino

No obstante carecer de evidencias arqueológicas de algodón precolombino en

Catamarca, contamos con datos que nos permiten suponer su existencia. El algodón

es muy antiguo en el continente americano y se halla ampliamente documentada su

presencia en los yacimientos arqueológicos de la costa peruana (3.000 A.C). De

manera tal que el investigador Federico Engel consideró el algodón como elemento

que permite reconocer períodos arqueológicos. De acuerdo con ello, estableció un

período pre-cerámico sin algodón y otro con algodón. La domesticación habría

ocurrido durante el transcurso del tercer milenio antes de Cristo y las últimas

investigaciones dan cada vez cifras más tempranas respecto de su origen. Se

conocen cuatro especies cultivadas, dos de ellas (Gossypium arboreum y Gossypium

herbaceum) son originarias del viejo mundo, y las otras dos (Gossypium hirsutum y

Gossypium barbadense) son del nuevo mundo.

"El origen de los algodones del nuevo mundo ha sido un asunto de mucho

interés para los genetistas, desde que ellos han descubierto que estas dos especies

de Gossypium del nuevo mundo son haloplolipoides (Corcuera 1987, 20). Es decir,

ellas son híbridas resultantes de una suma del número de cromosomas de un algodón

cultivado en Asia y un algodón silvestre del nuevo mundo. La tendencia parece ser

considerar que hubo una fusión entre una planta silvestre peruana (Gossypium

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raimondi) o un ancestro similar y uno asiático cultivado, probablemente el Gossypium

arboreum. Entretanto no es posible postular ninguna hipótesis de valor en relación al

problema.

Con el pasar del tiempo, el algodón, por su flexibilidad, fue reemplazando a las

fibras rígidas y semirrígidas, usadas hasta entonces, apareciendo técnicas que habían

tenido su campo se ensayo en la cestería, "las telas con técnicas como entrelazado y

anillado superan por su flexibilidad a las fibras usadas anteriormente y aparece el

Gossypium barbadense peruvianum (Engel, 1957,101).

La especie Gossypium barbadense es típicamente americana y se halla en los

valles andinos, desde Colombia hasta Bolivia, "superponiéndose aproximadamente al

área ocupada por las altas culturas precolombinas" (Carnevali 1970, 280).

Sabemos que el algodón era conocido y ampliamente utilizado en el imperio

Inca que, como cultura pan-andina, lo trasladó por sus dominios. Por el momento, no

contamos con mayores datos que nos permitan elaborar una hipótesis más acabada

respecto de la existencia del algodón precolombino en Catamarca. Sin embargo,

gracias a diversos trabajos arqueológicos realizados en la provincia de San Juan,

vecina culturalmente, verificamos su presencia en esa región3

.

En el siglo XIX, en su obra Calchaquí, Adán Quiroga se refiere a la vestimenta

de los antiguos catamarqueños, rescatando la presencia de algodón en sus travesías:

“Por el examen minucioso de las telas halladas por mí en Pomán, Tinogasta,

Belén, Santa María y Valles Calchaquíes, he llegado a la conclusión de que la materia

prima de las telas son del siguiente material, en el orden de numeración: de lana de

llama, de guanaco, de vicuña, de algodón, de lana de alpaca y de oveja, esta última

del tiempo de la colonia, como es natural. El algodón que constituía una gran industria

en Catamarca calchaquí y colonial era una materia prima de la mayor importancia”

(Quiroga 1992, 455-456).

3 MICHELI, Catalina Teresa: “Textilería de la Fase Punta del Barro”, en M. Cambier, La Fase Cultural Punta del Barro, pág. 141-188. Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo Universidad de San Juan. P. 143 y 170 menciona hilo de lana con alma de algodón y un hilo 4 cabos de algodón en Basurero Norte Pág. 123:2 fechados de Basurero Norte: 320 +-60 +-DC y 410 +-DC . 1988 Textilería Incaica en la Pcia. de San Juan. Los ajuares de los Cerros Mercedario, Toro y Tambillos. Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo Universidad de San Juan. San Juan. En pág. 30 menciona uso de algodón en ajuar del Cerro El Toro.

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Alen Lascano afirma que la gobernación del Tucumán, antigua Tucma,

conocía y tributaba algodón a partir de la dominación del incario y, siguiendo a

Garcilaso de la Vega, sostiene que fue durante el reinado de Viracocha que:

“curacas y lenguaraces concretaron un sometimiento pacífico, haciendo ver las

excelencias y hazañas de los Incas, tras lo cual, en calidad de presentes, mandaron

embajada al Cuzco con mucha ropa de algodón, mucha miel muy buena, cera y otras

mieses y legumbres de aquella tierra que de todas ellas trajeron parte, para que en

todas ellas se tomase la posesión; no trajeron oro ni plata porque no la tenían los

indios", (en Alem Lascano, 1992:33).

Durante el incario los entierros de altura son demostrativos de uso de algodón,

aparecen así prendas con este material entre otras montañas en el Aconcagua y el

Lullaillaco.

Los Jesuitas que nos han dejado una información muy amplia acerca de la

naturaleza de este continente, registraron la presencia del algodón silvestre. Entre

ellos debemos nombrar a Sánchez Labrador, quien lo menciona como existente en el

campo paraguayo cuando realizaba un viaje desde la misión de Belén -sesenta

leguas al norte de Asunción- a Chiquitos y expresó que los indígenas guaycurues

llamaban gota- mongo al algodón silvestre (Sánchez Labrador, 1910).

La altura de esta planta nativa y la rapidez de su crecimiento la hacía fácil de

recoger, su fibra era suave y por lo tanto sus telas no eran bastas. Sánchez Labrador

nos da otros datos: eran las mujeres quienes lo hilaban mientras que los hombres lo

tejían.

Este conocimiento de la Compañía respecto de las bondades del algodón

silvestre nos lleva a preguntarnos si también contaban con información acerca de su

existencia en Catamarca antes de fundar las haciendas de Alpatauca, Santa Rosa y

Desmonte4

.

A comienzos del siglo XVI, numerosos guaraníes salieron del Paraguay hacia el

oriente boliviano y, a fines del siglo XVII alcanzaron Orán y sojuzgaron a los chans del

Alto Pilcomayo. Naturalistas como Tadeo Hanke, hacia fines del siglo XVIII y Alcides

D`Orbigny, en el siglo XIX, en sus recorridos por aquellos lugares señalaron la

4 Corcuera, 2000.

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presencia del algodón salvaje. “Es posible suponer que aquellos guaraníes conocidos

como chiriguanos fueron difusores del barbadense típico de semillas arriñonadas que

actualmente vegetan el noreste boliviano hasta Salta y Formosa” (Carnevali 1970,

283). Los temidos chiriguanos conocieron el algodón pero quizás su ferocidad hizo

que, tanto los misioneros como los españoles establecidos tempranamente en Tarija,

Orán y Salta, no se apropiaran del conocimiento de ese recurso. Estamos inclinados a

creer que una barrera cultural pareció relegarlo al olvido.

En cuanto a la producción local, Catamarca junto con las misiones guaraníticas,

fue una zona productora de lienzos y de ponchos de algodón. La producción de

algodón de las haciendas catamarqueñas era importante y sus excedentes se dirigían

a los Colegios de Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe. En Catamarca, las estancias

jesuíticas no compitieron con los tejidos producidos tradicionalmente con lana de

camélidos por los grupos familiares.

En aquellos siglos el abastecimiento del algodón se logró en torno de tres focos

de producción: Cochabamba, Catamarca y las Misiones. En los dos primeros se

producían los llamados tocuyos, lienzos de diferentes calidades. Los lienzos

catamarqueños eran más pequeños que los de las misiones, por lo general de cinco,

diez o quince varas, debido a que se trataba de telares criollos más pequeños y

primitivos.

Preguntarnos acerca de la pervivencia del algodón precolombino exige conocer

las posibles facilidades ambientales de ciertos lugares para que ello se dé. Aún lo

hallamos en las llanuras bajas, que hoy pertenecen al Departamento del Beni

(Bolivia), en donde se recogen las aguas del llano oriental.

Anuales inundaciones cubren los campos que hace siglos eran

recorridos por tribus que surcaban los senderos selváticos y se desplazaban

por los ríos que bajan de las regiones andinas. El algodón silvestre está

unido al panorama étnico cultural del oriente salteño y noroeste de Formosa.

Hoy está refugiado entre las malezas del monte.

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Recobrando la memoria: el algodón de colores

El algodón precolombino, que presenta diferentes colores en su forma natural,

hoy es objeto no sólo de interés científico como parte del patrimonio americano, sino

que alienta objetivos económicos. Asi es como el algodón de color, amarillo y de

diferentes tonos del beige al castaño, grises, azules y liláceos, se están cultivando en

zonas cálidas del Perú, en los Valles del Huallaga.5

Estos algodones de colores, que

también se encuentran en Centro América en forma natural, aun son utilizados para la

confección de kushmas, camisas, en la comunidad indígena Ashanika, en la selva

peruana. El algodón pigmentado que utilizan es completamente natural. James

Vreeland, un arqueólogo atraído por este tema, observó que en Huanchaco en las

cercanías de la ciudad de Trujillo (Perú) desde épocas muy antiguas, los pescadores

fabrican sus redes con algodón amarronado que se mimetiza con el color del mar,

facilitando así su tarea. Este arqueólogo, en sus recorridos por las serranías

peruanas, identificó setecientas variedades de algodón nativo. Estas investigaciones

actualmente están unidas a la producción de ropa con este rico material.

En los jardines de Asunción del Paraguay, las plantas que dan capullos de

colores, productos de paciencia y jardinería, son orgullo de las propietarias6

.

El algodón: moneda y ropa de prestigio

Como hemos señalado con anterioridad, durante todo el periodo virreinal, el

algodón representó para la región de Catamarca un recurso de primera importancia.

Alen Lescano de acuerdo a un documento de 1585, señala que cuando se

distribuyeron las primeras encomiendas entre los antiguos pueblos indígenas de la

gobernación del Tucumán, aparecieron como tributos de ellos "ropas y lienzos,

alpargatas y calcetas y otras telas que todo se hace de algodón" (Alen Lascano, 1992:

77). La difusión de la "ropa de la tierra" era extensiva en zonas donde los "géneros de

Castilla" resultaban extremadamente caros debido a los fletes. En aquellas regiones

la mayoría de la población era "gente de mantas y camiseta" (Alen Lascano, 78). La

habilidad estaba instalada y si el acceso al material era posible, frente a la carencia de

metálico era natural que se estableciese como moneda. Así, el Cabildo de Catamarca

sostenía en 1684 que el algodón era la mejor moneda de la ciudad. Se saldaban las

cuentas con algodón como moneda corriente.

5 Especial report the peruvian Textil Sector goes ecological, september, 1994 6 Comunicación personal del prof. Pastor Arena.

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Respecto de la importancia del comercio del algodón, en Ponchos de la Tierra

del Plata, nos hemos ocupado de describirlo con mayor profundidad.

En el siglo XVIII se presentaron nuevas situaciones concernientes a la

producción del algodón asentado entre nosotros. A mitad de ese siglo la

competencia de las cotonías estampadas de Barcelona y la lenta introducción de

algodones ingleses por contrabando se fue haciendo notar. Pero en esos primeros

siglos de vida de los europeos en tierra americana, así como no estaba dentro

de los objetivos ser labriego y, pese a ello muchos tuvieron que serlo, tampoco

estaba vestir "a lo labriego". Si se llegó a tal auge de la ropa de la tierra fue por

necesidad o por costumbre, puesto que entonces, como lo fue siempre, la ropa

también era imagen de la condición social. En la Gobernación del Tucumán como en

otros lugares de Hispanoamérica, podemos advertir que existió una estética

encomendera. Aquellos que podían económicamente dar imagen de su poder se

vestían con telas importadas. Los documentos nos lo revelan y la esposa del

gobernador Ramírez de Velazco bien lo supo, doña Catalina Ugarte con sus trajes de

brocato aparece como uno de los puntos de fricción entre este gobernador y sus

súbditos a fines del siglo XVI. Para estos españoles, la ropa del basto algodón era

para confeccionar los lienzos de sábanas, manteles, ropas de uso cotidiano y todo

aquello que no entraba en el juego de las apariencias.

El cultivo del algodón y la fabricación de piezas no fue ajeno al interés de los

funcionarios que vivían en estas tierras. Prueba de ello es el informe del gobernador

Riglos a fines del siglo XVIII. Riglos envía desde Moxos al Virrey del Río de la Plata

muestra de la producción confeccionada por indígenas a partir del algodón americano

conforme al gusto europeo7

. Los conflictos nacían debido a las directivas de la

metrópoli influenciadas por los intereses económicos que allí se daban respecto de

América.

A comienzos del siglo XIX, tenemos un panorama de profundas diferencias

entre la vida urbana y la campaña. En el mundo rural la producción era de carácter

familiar y cuando tenía algún excedente iba a mano de los intermediarios, los

"tratantes", o bien a ser intercambiados por yerba, velas, etc. Por entonces fue que el

7 Asociación Lucha para la Parálisis Infantil.

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algodón comenzaba a languidecer; el Virrey Sobremonte fue uno de los funcionarios

de la Corona que alentó la fabricación algodonera y señaló que la falta de agua para

riego era uno de los principales obstáculos a los que se enfrentaban las actuales

provincias del noroeste para hacer redituable esa producción.

El cultivo del algodón y su manufactura también estuvo en el pensamiento de los

hombres de Mayo. Poco antes de producirse a Revolución Hipólito Vieytes

manifestaba en el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (1802-1807) la

necesidad de incentivar la producción agrícola. Preocupaciones similares expresaba

Manuel Belgrano en el Correo de Comercio (1810-1811) señalando las posibilidades

textiles de diversas regiones, tales como la explotación del chaguar y otras fibras de

zonas cálidas. Belgrano promovía la educación, la agricultura y la dedicación al

trabajo como la mejor vía para combatir la desidia, por él considerada como el mayor

de los males y advertía y advertía acerca de la falta de aprovechamiento de los

recursos naturales. Los conceptos que hoy manejamos como el de la ecología, nueva

ciencia, se hallan en la obra de Manuel Belgrano. Entre sus preocupaciones se

encontraba el del poco aprovechamiento del algodón silvestre y señalaba con

asombro que pese a su existencia en la frontera norte de Jujuy, se abastecían

comprándolo al Valle de Catamarca a cuatro pesos la arroba, en lugar de explotar el

existente. Belgrano no sólo expresaba reconocimiento por la producción, sino que

también se interesó por crear escuelas de hilado de algodón, tomando como ejemplo

las de “lencería y de hilo” en Galicia y en el principado de Asturias.

La Independencia tuvo para aquel sistema un cambio geopolítico. Hasta

entonces se dependía fundamentalmente de los circuitos económicos que tenían dos

metas, hacia el norte, Bolivia, el Alto Perú, y hacia el Sur la salida al Pacífico.

Consideramos que el desarrollo de las minas de cobre de Chile en el siglo XIX fue el

único tamo vigente dentro de la ruptura de los dos sistemas de intercambio a lo largo

del milenio.

Durante las guerras de la Independencia y el periodo de anarquía siguiente, las

extensiones de cultivo algodoneros se redujeron significativamente, sin embargo no

sucedió lo mismo con el arte del tejido puesto que, en plena época de turbulencia se

llevó a cabo el primer envío a una exposición internacional. Partieron las muestras a

Inglaterra. En la Exposición Internacional de Londres Catamarca obtuvo el primer

premio por tejido de algodón y lana “al estilo Calchaquí”. Clemente Onelli en su obra

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Alfombras, tapices y tejidos criollos, señaló que, desde el año 1840 a 1865, en las

exposiciones de Londres los algodones Catamarqueños recibieron el 1º Premio y lo

mismo ocurrió en las sucesivas exposiciones. El algodón catamarqueño tuvo altas

distinciones, particularmente el que provenía de los Departamentos de Piedra Blanca

(hoy Fray Mamerto Esquiú), Belén y Andalgalá.

Sin embargo, hacia 1862 las hectáreas dedicadas al cultivo llegaban solo a

cincuenta y, a fines del siglo XIX en un resurgimiento breve alcanzó a ochocientas

setenta y nueve hectáreas.

Víctor Martín de Moussy en su Descripción geográfica y estadística de la

República Argentina publicada en París en 1864, se refirió brevemente a la industrias

catamarqueñas diciendo que: “…en cuanto a la pequeña industria local ha progresado

y se asemeja a la de Tucumán (…) se tejen todavía algunas telas de calidad de lana,

telas con puntillas, paños para ponchos, aperos de caballos, se fabrican muy buenas

mantas cortas (medias, mantas, chalinas, etc) en lana y algodón; se cortan y tiñen los

pellones; se curten los cueros, en fin se hacen magníficos bordados (…)

Generalmente todos estos objetos salen de manos de las mujeres, que son activas y

fuertemente laboriosas”. (Argerich, 1995, 106).

Hacia fines de 1913, José Alsina Alcobert, experto ya en telares, tinturas y

diseños de algodón, lanas y sedas, llega a la Argentina desde Barcelona junto con su

padre y su hermano. Barcelona era uno de los centros industriales en el área textil

más desarrollados en Europa instalado en Catamarca que ya poseía desde 1910 la

escuela de Artes y Oficios, pone en funcionamiento un taller particular conocido como

“Tejedurías Calchaquíes”, donde no solo se producían productos de pelo de vicuña,

pelo de guanaco, lana, seda y algodón, sino también se llevaba a cabo la enseñanza

de tejidos antiguos y modernos. Todo se realizaba con materias primas y mano de

obra local instruida por él para el trabajo en telares manuales y automáticos, máquinas

de hilar, devanadoras, tomas, lisos, lanzaderas, urdidoras, hilos y anilinas. Así, a

través de su taller, entró en contacto con gran cantidad de tejedoras caseras,

convirtiéndose en asesor y defensor de los productores del interior, especialmente en

textiles, y en promotor de los temas y motivos locales en la mayor parte de los

trabajos.

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La llegada de Alsina Alcobert coincide con un deseo de progreso y renovación

en la sociedad. La llegada del ferrocarril (1868, periodo sarmientino) trae nuevas

expectativas. La influencia del pasaje de la línea ferroviaria por la provincia de

Córdoba acerca el arte popular de Quilino a los pobladores catamarqueños, así se

difundieron canastillos y pantallas construidas con paja de trigo y plumas coloridas.

En el siglo XIX este noroeste comienza a preguntarse el destino de su cultura y

entre ellas, las de las artes populares. El planteo de Ricardo Rojas en su Restauración

Nacionalista y la llamada Generación del Centenario de Tucumán juegan un papel

fundamental en la defensa de estas artes.

Catamarca: artes y oficios

El siglo XX con respecto al arte americano, atrajo hacia el tema textil tomas de

posición que poseen incluso perfil político. Respecto de sus objetivos las Escuelas de

Artes y Oficios que empezaron a crearse habían nacido del temor por la “desvirtuación

de la identidad nacional a causa de las corrientes inmigratorias”. Pensamiento

compartido por numerosos hombres de la época.

Cuando se crearon las escuelas de Artes y Oficios tuvieron entre otros

propósitos no solo el de ofrecer una fuente de trabajo, sino la formación integral. Se

trató, en el siglo XX de dignificar a hombres y mujeres mediante una actividad que no

los alejara del material que estaba en su propia historia y además proporcionarles un

recurso económico.

Una de las particularidades de aquel modo de encarar la enseñanza residía en

considerar los saberes propios con los que contaban, algo que puede resultar obvio en

la actualidad pero que, sin embargo, durante décadas se intentó desterrar. Quienes

por nuestra disciplina trabajamos frecuentemente con personas analfabetas sabemos

que de ninguna manera el analfabetismo es sinónimo de ignorancia8

.

Si la escuela tiene por propósito educar y no solo instruir, los saberes que debe

contemplar no son solo aquellos que conforman la currícula de lo que se conoce como

8 CORCUERA, Ruth y M.C. DASSO “Arte y persistencia. Reencuentro con la estética de la alteridad” mimeo 2001, y CORCUERA, Ruth y M.C. DASSO “Globalización y mujer” en: Archideo, L (ed.)Epistemología de las Ciencias Sociales. La globalización, CIAFIC, Bs.As. 2001, pp 181-218.

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educación sistemática y formal, sino todos los que comprenden y explican el universo

de ideas: la oralidad, el diálogo con los mayores, la construcción del relato, la

imaginación y la capacidad creativa, el mundo del diseño y colores, la habilidad del

manejo de fibras e instrumentos y, lo que es aun más importante, la concepción del

tiempo, las “canciones y las plegarias”. Recuperar el arte del algodón en telar

posibilitaría no solo la adquisición de un oficio y su consecuente ingreso económico,

sino el desarrollo de aptitudes imprescindibles para la vida en sociedad y que exceden

la producción de una prenda. El compromiso y la responsabilidad que se establece

con la tarea y la satisfacción y el orgullo que provoca una obra bien acabada van más

allá de la confección de un poncho.

La denominada “mística docente” como otros rasgos de esta cultura del monte

catamarqueño se hace presente al observar los esfuerzos que hacía Juan Bautista

Quiroga desde el aislado puesto de Santa Lucía, en tener su biblioteca, sus libros de

aprendizaje de francés y la minuciosa cuenta de las ventas de ganado. Estas ventas

estaban destinadas a solventar los estudios de su hijo Roberto en la ciudad de San

Fernando del Valle de Catamarca. De estas libretas también se desprenden el tipo de

ropas en uso, como casimires catamarqueños (barracanes de Santa María), en este

caso de aspecto urbano y del transporte en épocas cercanas al primer centenario.

Roberto recibiría el prestigioso título de maestro. En 1909 Ricardo Rojas publicó la

Restauración Nacionalista y a partir de ella el arte indígena será observado por otras

ópticas. En su Silabario del Arte Americano (1930) subraya la concepción del tiempo

intrínseca en los textiles, en los cuales la ausencia de encuadramiento indica una

visión abierta, casi infinita y un concepto filosófico del tiempo diferente de la

cosmovisión de occidente. A Rojas lo seguirán otros estudiosos del arte. Numerosos

intelectuales se propusieron transferir al mundo de la escuela estas nuevas

apreciaciones con respecto al patrimonio cultural y aun más, al textil. Fue así como

aparecieron revistas con temas indigenistas, como es el caso de Viracocha, publicada

por Leguizamón Pondal y Gelli Cantilo en Buenos Aires hacia 1923, dirigida a los

niños9

.

Pero la educación mediante el arte textil, especialmente de las mujeres durante

todo el período virreinal, fue obra de la Iglesia y de la tradición familiar incluso se

continuó o se continúa en toda América Hispana.

9 Ramón Gutiérrez y Rodrigo Gutiérrez Viñales. Fuentes Prehispánicas para la conformación de un arte nuevo en América. Pág. 85. En Temas de la Academia Nacional de Bellas Artes, 2000.

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Sea para el culto, para la vida familiar de los españoles o criollos, los jóvenes

fueron incorporados a las artes del tejido, como era natural en esos tiempos.

Congregaciones y conventos actuaron como mediadores entre el patrimonio europeo y

las capacidades de las indígenas, luego de las mestizas y de las criollas. Los

documentos nos indican que las mujeres de familias españolas de arija – Bolivia – se

consideraban en el siglo XVIII habilísimas tintoreras. Es decir que los conocimientos d

eas viejas americanas habían hecho de ellas excelentes artesanas de este arte en un

medo nuevo. De Cuzco a Córdoba, el arte del algodón como el de la lana va a producir

un muestrario, el cual mediante la utilización de patrimonios de ambos mundos ha

sobrevivido como tejido criollo. Hacia fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX el

Obispo Fray José Antonio de San Alberto promovió en Córdoba y en el noroeste

argentino el tejido como arte y oficio y a ello se debe que sea recordado por las

tejedoras.

La Escuela de Artes y Oficios de Catamarca, creada en 1910, respondía a todas

esas tradiciones y a las tensiones de la época. Ella contaba con talleres de

carpintería, mecánica, escultura en madera y yeso, talabartería y encuadernación.

Dos años más tarde, se crearon los talleres de modelado y dibujo, de cestería y

también de alfarería.

Alsina Alcolbert, a fines de 1913, inauguró en Catamarca su taller particular

“Tejedurías Calchaquíes”, el cual se convirtió rápidamente en proveedor de mantas y

otros artículos del Congreso Nacional, de los Ferrocarriles, Casa de Gobierno

Provincial y otras reparticiones del Estado junto a los encargos particulares.

Entre tanto, a partir de 1914, la Escuela de Artes y Oficios de Catamarca, contó

con un anexo para mujeres, que incluía un taller de tejido en telares, cuya enseñanza

duraba cuatro años. El aprendizaje se iniciaba con hilado a lana y a rueca, continuaba

con bordado de tapices, seguía con trabajo de alfombras, luego cortinados y, en el

último año, se hacía toda clase de tejidos, tanto de estilo antiguo como moderno y

hasta gobelinos.

En 1919, a través de un decreto del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública

de la Nación, el Ing. Alsina Alcobert fue designado maestro de tejido en telares de la

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Escuela de Artes y Oficios. En 1924, fue nombrado profesor de dibujo en la escuela

Profesional de Mujeres y, para 1931, ya era maestro de tejidos en ambos institutos.

Cuatro años más tarde, se lo designó profesor de dibujo técnico para tejidos.

Alsina Alcobert trató de popularizar peines e introducir otros elementos que

ayudasen a la correcta confección de las piezas. Prueba de lo correcto de sus

enseñanzas es que, en la Exposición Nacional de la Industria en Buenos Aires (1920)

obtuvo una mención especial Entre los trabajos que allí se presentaron figuraban

toallas de granité, otras de estilo inglés de algodón criollo de varios colores, salidas de

teatro realizadas en algodón mercerizado en el taller10

, chales, chalinas, caminos de

mesa, carpetitas de Holanda y alfombras de lana criolla en colores teñidos con

vegetales. El mismo año en la Exposición Textil llevada a cabo en Catamarca con

motivo del Centenario de su autonomía, fue premiado por la invención de telares

automáticos adaptados por primera vez al antiguo telar criollo.

El interés de Alsina Alcobert por los materiales textiles hizo también que se

preguntase acerca de la existencia de algodón precolombino en Catamarca,

especialmente en Piedra Blanca, ya que había advertido ejemplares que crecían

espontáneamente. Gran parte de ellos eran de algodón blanco y de color vicuña que,

aunque mezclados y ahogados entre otras plantas, tenían un buen desarrollo y su

propietaria incluso hilaba y tejía el hilo color vicuña. Otro material en el que también

reparó, fue el conocido popularmente como “seda de coyuyo”, “lanita de monte” o

“purucha”11

. Sin embargo, no alentó la producción de este capullo que él denominaba

de bicho canasto, debido a que por ser una oruga polífaga, los pobladores creían que

podía perjudicar los algodonales, situación que no se da con el gusano de seda,

bombix moris, que se alimenta exclusivamente de morera. Fue con el apoyo de la

Universidad de Tucumán que logró instalar una industria serícola en Catamarca,

aunque el precursor en ese emprendimiento había sido Estanislao Maldones. Diversas

piezas, algunas de las cuales aún se conservan, demuestran el éxito alcanzado, con

esa industria serícola.

El emprendimiento de Alsina Alcobert dio por resultado la Tejeduría Doméstica,

una institución que duró hasta 1941 y que benefició a 5.000 familias del noroeste

argentino. 10 Prenda lujosa utilizada por las mujeres en la década del ’20 con motivos de l’ art déco. 11 Del orden de los lepidópteros , familia saturnidae, género rothschilda especie a definir.

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Otra fundación de gran importancia para la cultura catamarqueña fue la creación

de la Escuela Regional de Maestros. Esta nucleaba a una juventud inquieta de

conocimientos, inteligente, desinteresada, como lo recuerdan las inolvidables páginas

de Los Regionales de Fausto Burgos.

Existía en estos grupos una influencia innegable de la Generación del

Centenario, cuyo centro era Tucumán. Carlos B. Quiroga cuenta que el centro

científico y literario que se formó con el nombre de “Adán Quiroga” reunía a

distinguidos estudiantes. Integraron un grupo escritores como Arturo Marasso, Carlos

B. Quiroga, Gustavo Levene, César Carrizo, Juan Alfonso Carrizo y Fausto Burgos.

La figura principal del Centenario fue Juan B. Terán y su creación más relevante

la fundación en 1912 de la Universidad Nacional de Tucumán. Para todas las Artes

Populares y su presencia alrededor de 1910, fue innegable la influencia de lo que se

llama la “Generación del Centenario”. La revalorización del Tucumán como elemento

dominante de ese pensamiento, no solo se limitaba a la actual provincia de Tucumán.

Para Terán, Rouges, Padilla y Lillo, del Tucumán formaban parte Salta, Jujuy,

Catamarca y Santiago del Estero. Este sería el corazón de la Nación Argentina y hacia

ese fin se orientaron los afanes de todos esos grupos. Si nos atenemos a aquello en

que no había casa en la cual no hubiese un telar, el tejido tuvo fuerte presencia.

Dentro del grupo de la Generación del Centenario se encontraba Fausto Burgos

(1888-1953), que tuvo una actitud destacada en todas las áreas del Folklore. Fue

Burgos quien difundió la obra de los peruanos Luis Varcarcel y Uriel García, a quienes

dedicó ensayos. Burgos tuvo gran intervención en los festejos de 1910 y décadas

después, con su esposa María Elena Catullo, publicó su libro sobre tejidos incaicos y

criollos12

.

Ernesto Padilla quien propició muestras y certámenes, no solo en Tucumán sino

en todo el Noroeste Argentino, formó un verdadero grupo de apoyo al arte popular. “De

su amigo Adán Quiroga, de Lafone Quevedo, de Larrouy, de Ambrosetti, aprendió a

valorizar la historia íntima de los pueblos y de los hombres que tenía sus raíces en las

pequeñas cosas de la vida cotidiana; veía en las orillas de los ríos el curso del pasado

12 “Notas para una antropología telúrica de la obra de Fausto Burgos” por Alberto Lagos Freire. En Generación del Centenario y su proyección en el Noroeste Argentino 1900-1950. Ed. Centro Cultural Alberto Rougés. Fundación Miguel Lillo, Tucumán 2003.

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porque allí tuvieron su hábitat los indígenas antes de la llegada del español, y en ellas

se fundaron las primeras poblaciones blancas”13

.

Diversas fuentes en el arte textil

Para el Centenario, tenían plena vigencia tres fuentes culturales con respecto a

este arte. La primera de ellas era la que ofrecía el monte, algodón castaño y seda

silvestre (rothchildia saturnidae). La segunda era el gran patrimonio heredado por

5.000 años de cultura andina, entre las que se destaca la gran habilidad hilandera a

partir de la riqueza en camélidos. La tercera fue el aporte ibérico en el campo de los

tejidos. La lana de oveja reemplaza en parte a los camélidos y aparece una nueva

estética de origen europeo.

En cuanto al arte de la talabartería de acuerdo a la tradición oral, los ancasteños,

pobladores de los faldeos del este, eran los más hábiles del norte argentino para

fabricar petacas de cuero crudo, monturas y todos los elementos relativos a la vida

ecuestre.

Rafael Cano relata que estos personajes poseían una gran habilidad para sacar

las pieles en forma de bolsas a ciertos animales pequeños, como corzuelas, zorros,

gatos y chanchos del monte (jabalíes). De allí que los forasteros solían quedarse

embobados al detenerse frente a sus ranchos de quincha de jarilla, y ver estas bolsas

colgadas de los tirantes en las cuales conservaban: arrope, aloja, agua ardiente, y

pequeñas chuspas de cuero en la que tenían tabaco picado y chala planchada para

armar cigarro14

.

Estas habilidades que transcribió Cano, se mantuvieron hasta avanzado el siglo

XX. El manejo de las maderas permitió la fabricación de elementos cotidianos: bateas,

estribos, sillas, camas, mangos de hachas, etc. El mobiliario acudía a los tientos como

correspondía a un sitio donde la actividad ganadera era importante, sin bien no podía

competir con la de la pampa húmeda.

Devociones

13 Pág. 494 “La Generación del Centenario y su proyección en el Noroeste Argentino (1900-1950). Actas de las III Jornadas. Tomo II . Ed. Centro Cultural Alberto Rougés. Fundación Miguel Lillo, Tucumán, 2000. 14 Catamarca del ochocientos. Ed. De Autor. Bs.As. 1961. Rafael Cano . Pág. 51-52.

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Dentro de la utilización de las maderas del monte, un lugar especial le

corresponde a las tallas religiosas. Los habitantes del este catamarqueño fueron

naturalmente devotos y consecuentes con la Evangelización. El culto a la Virgen del

Valle, nacido durante las guerras calchaquíes se fue acrecentando con el tiempo. En la

campaña las sencillas tallas, objeto de devoción tuvieron permanente presencia.

Imágenes de la Virgen o de santos de factura muy simple sirvieron durante siglos para

sus devociones. Como señala J.X. Martíni, “no se trataba de una búsqueda estética,

porque su motivación primordial no era estética”15

sino el diálogo sencillo y la

necesidad de mantener su amparo.

La investigadora Celia Terán acude a las palabras del crítico Achille Benito Oliva

que “en suma, el arte encuentra dentro de sí la fuerza para establecer la reserva

donde obtener la energía necesaria para construir las imágenes, y las mismas

comprendidas imágenes como extensiones de lo imaginario individual que asume un

valor objetivo y verificable de la intensidad de la obra. Porque sin intensidad no hay

arte”.16

Este arte popular posee todas esas facetas, es una expresión simple de arte

sagrado.

Pasadas varas décadas encontramos en la revista de economía regonial de

1965, un relevamiento de la estructura regional de la economía argentina en el que

participaron varios investigadores entre ellos Augusto Raúl Cortazar, Bernardo Canal

Feijoo, Enrique Palavecino y Delia Millán de Palavecino y Bruno Jacovella entre otros.

Este último nos dejó interesantes observaciones acerca de esta cultura del Monte,

entre ellas se destaca el espíritu de libertad, la hospitalidad y un gran apego a lo

artesanal. Observaciones similares encontramos en el Catálogo de la Primera

Exposición representativas de Artesanías Argentinas, llevado a cabo por el Fondo

Nacional de las Artes en 1968. Este catálogo exhibe un registro de alfareros,

imagineros, artesanos de instrumentos musicales, artesanías de la fibra vegetal,

artesanías del cuero, artesanías de la madera, astas y otras, artesanías de los

metales, artesanía de la máscara y artesanía del tejido. 15 Pág. 12. Martini. Celia Terán. Arte y Patrimonio en Tucumán. Siglos XVI y XVII. Ed. Telefónica y Fundación Padilla. 16 Pág. 14. Martini. Celia Terán. Arte y Patrimonio en Tucumán. Siglos XVI y XVII. Ed. Telefónica y Fundación Padilla.

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Desde estos últimos datos al presente, las actividades artesanales han ido

cambiando, en cierta forma retomando la vida cotidiana de los inicios del poblamiento.

El monte vive del pastoreo de cabras y ovejas y la recolección de frutos silvestres

como algarroba, mistol y tuna para la elaboración de arrope. La falta de agua

imposibilita un desarrollo sustentable.

Un arte precioso y exótico como es del tejido de seda silvestre que aun existe en

los montes de Ancasti, no se puede circunscribir al arte textil, sino a las posibilidades

de vida de sus hilanderas y tejedoras. Señalamos que según nuestro conocimiento

este es el único sitio en América donde se sigue tejiendo este material17

.

Las artes populares, vigentes en el Centenario aun no se han extinguido y

buscan nuevos caminos para no desaparecer.

El rasgo principal de la gente de estos montes es representar un autentico estilo

de la vida criolla. El arte de cuero está ligado a la vida ecuestre que fue el nexo de

todos estos poblados y cuyo aspecto más importante, es su espíritu de libertad.

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17 Este tesoro textil ya fue tratado ampliamente en Mujeres de seda y tierra.

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