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abderrahimATENCIÓN A LA DIVERSIDAD.

INTEGRACIÓN DEL ALUMNADO MARROQUÍ.

Cirilo Ruiz Manzanero

EDICIONES MARAÑÓN

©Texto Cirilo Ruiz Manzanero

©Ilustraciones María Jesús Rodríguez de Oro

Rosa Esther

Ediciones Marañan

ISBN: 84-931687-9-3

Aran juez, 2003

índice

I La despedida5

II "Luz de la noche" también está en España11

III El colegio y la circuncisión16

IV Los nacimientos22

V Las navidades y algunas fiestas de Marruecos 27

VI El Ramadán 33

VII Hospitalidad en una noche de Ramadán 38

VIII Raúl y Abderrahim van de boda 44

IX La familia de Raúl va a Marruecos 51

Glosario de palabras

Abderrahim “La despedida” I-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

La despedida

Los candiles de todo el valle se iban apagando poco a poco. Parecían las luces de colores intermitentes que adornaban las casas de Fez en las que se celebraban las bodas del verano. Abderrahim, ocho años, estaba sentado en una piedra delante de la casa con la mirada perdida en una gran luna roja. Dentro, en un rincón del corral, junto a una esquelética parra, cenaba dos pollos con ensalada todo el grupo de los hombres, su abuelo, sus tíos y su padre. Las conversaciones de los mayores le llegaban lejanas y difusas, sin prestar atención, porque su cabeza fotografiaba y se concentraba en cada uno de los lugares por los que había correteado de día y de noche sin que nadie ejerciese el más mínimo control sobre él.

La casa de fkih, el cura del pueblo, estaba a oscuras. Tenía que levantarse a las tres y media de la madrugada para llamar al primer rezo. La mezquita con su techo de paja podría revelar tantos y tantos cañazos en la cabeza y en el trasero con los que el fkih reclamaba la atención en el aprendizaje del Corán.

—¡Abderrahim!Antes de que le llegase la última sílaba de su

nombre, se había cubierto con manos y brazos la cabeza y la cara pero la caña impactaba inflexible en la espalda o en las corvas. En cinco años de infructuoso aprendizaje, Si Moha-med, el fkih, al que su abuelo pagaba los palos que recibía con aceite, trigo, aceitunas y alguna gallina, jamás con dinero, nunca erró ni la trayectoria ni el destino de aquellos trayazos. ¡Qué puntería! Después de todo no le guardaba ningún rencor. Aquel viejo de barba blanca y chilaba parda y roída por abajo, que ya había medido con el mismo metro a su padre, no podía entender que para él memorizar los rezos era menos importante que oír los cantos de las chicharras debajo de los pinos, corre detrás de los pollitos, descubrir porqué las chicas meaban agachadas y ellos de pie, traer agua con el borrico sujetándose en el rabo, ordeñar la vaca junto a su tía, hacer cuevas en el almiar de paja o buscar nidos de verderones.

¡Qué lejos se imaginaba la escuela! A ella le llevó su abuelo por primera vez recorriendo los cinco kilómetros que la separaban de la casa, cuando cumplió los seis años. Su madre le había

puesto la primera chilaba y le había comprado unas babuchas amarillas nuevas. Le recibieron un grupo de chicos con la cabeza totalmente rapada, una forma de ahorro en el campo, y el maestro con una vara de acebuche de medio metro de largo en la mano derecha.

—Allí aprenderás muchas cosas nuevas — le había dicho su madre la noche anterior.

Abderrahim comprendió rápidamente que la nueva doctrina la debía asimilar con el mismo método, el del palo, y el miedo le recorrió las partes más castigadas del cuerpo pensando cuál de ellas recibiría el primer aviso.

No llegó a desatar la cuerda que sujetaba el pizarrín y el cuaderno porque, en cuanto el maestro se dirigió al grupo de los mayores y dio media vuelta, saltó por la ventana y echó a correr monte arriba sin volver la cabeza. Se paró junto al pozo para tirar chinas al fondo, oir el chapoteo y contar las ondas hasta que desaparecían conteniendo la respiración.

Cuando vio que los otros chicos se dirigían a sus casas, él se encaminó a la suya.

—¿Qué tal te ha ido? —le preguntó su madre.—¡Mal! El maestro no nos hace caso. Se va y

los chicos mayores nos pegan. Allí no voy a aprender nada. Yo creo que no voy a ir más a la escuela.

—Mañana te llevo yo otra vez —intervino el abuelo—. Voy al zoco y paso por la puerta de la escuela.

—¡No, si no hace falta! ¡Voy yo solo!El maestro le introdujo en la clase de la oreja

y el abuelo entendió que el día anterior había pasado algo raro. Aquel día, su primer día efectivo de escuela, sintió en sus carnes las primeras pala-bras y consejos del maestro. El frescor de la tierra del suelo donde se sentaba no pudo apagar los escozores de los primeros palos. Comprendió al instante que aquel no era el camino y no volvió a faltar salvo cuando llegaba la época de la siega o de la recogida de aceitunas o cuando le curaban la fie-bre o los dolores de cabeza con rodajas frescas de patata o hierbas del campo.

Aprendió a leer y a escribir de derecha a izquierda con más esfuerzos que los demás porque era zurdo. Cada vez que cogía la tiza para

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garabatear una letra, el maestro se colocaba por encima de su hombro dándose pequeños golpe-citos con la vara en la mano, esperando que esa traicionera tendencia física se le olvidara, para lanzar el trozo de acebuche contra los dedos y descargar en ellos toda su furia docente.

—¡Esa no es la mano, animal! ¡La izquierda está maldita por Dios! Solo se usa para limpiarse el culo. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? ¡Recuerda las palabras del profeta!

Hamid, "Bocarrota", que se sentaba junto a él, se reía con la cabeza gacha buscando la cara contraída de Abderrahim cuando recibía el estacazo, aun a sabiendas de que, a la salida de la escuela, aquella victoria del enemigo le pudiera costar un par de puñetazos y alguna patada en las piernas.

Sin embargo, junto a Mohamed, el de los pies torcidos porque uno miraba al norte y el otro al sur, llegaron a formar un trío inseparable con el tiempo.

Hamid tenía el labio superior roto porque recibió la coz de una borrica a la que intentó colocar un cardo seco entre el rabo y las ancas. Corrió al río sujetándose con las manos el labio que le colgaba. Abderrahim y Mohamed le ayudaron a lavarse, hicieron un emplaste con menta salvaje y salitre y se lo aplicaron sobre la herida. Los gritos y ayes de "Bocarrota" debido al escozor que le producía la sal sobre la herida fresca, se oyeron en el valle.

—¡Calla! ¡La sal desinfecta y cura todo! ¿No ves lo que hacen los sacamuelas en el zoco?

—le gritaba Abderrahim mientras le sostenía con la mano izquierda la herida y le sujetaba la cabeza con la derecha.

Mohamed había nacido así, con los pies en contraposición, porque su madre durante el embarazo había tomado aceite de aviones ya que era mucho más barato. De los tres amigos era el que más pescozones, patadas y palizas recibía. Cuando hacían alguna fechoría, los tres corrían pero él se quedaba rezagado o se caía al enredársele los pies en los tomillos y palmitos o tropezar con las piedras. Abderrahim y Hamid le defendían desde una distancia de más de veinte metros, cuando tenían asegurada la retirada, lanzando una andanada de cantazos que más de una vez impactaban en la cabeza del agredido más que en la del agresor.

—¡Jo, a ver si tenéis más puntería...! —se quejaba Mohamed palpándose la cabeza.

El verano era la época del año de mayor disfrute porque disponían de más tiempo. Sentían una especial inclinación hacia los lagartos. Los vivos colores verdosos y la forma de correr ladeando cuerpo y cola con la boca abierta y sobre todo, el que estos animales fueran el terror de las mujeres, les llevaba a organizar auténticos safaris rebuscando debajo de las piedras o esperando con un palo y un saco junto a las cuevas. A Abderrahim le salió espontánea la sonrisa recordando a la vieja Fatna. Vivía sola compartiendo su casa de barro y techo de paja de una habitación, con una vaca esquelética, una oveja y tres o cuatro gallinas. Su marido la había repudiado porque no podían tener hijos sin detenerse a analizar de quién era la culpa, la ley lo permitía, y no había podido casarse otra vez.

Hacia su casa se dirigieron los tres amigos con un saco roto.

—¡Coge bien el saco! Como se escape... Prepara el palo y cuando asomé la cabeza, se la sujetas. Que como se escape te suelto dos puñetazos... —amenazaba Abderrahim a "Boca-rrota".

Mohamed llevaba un buen rato untando una ramita de retama con ajo, arriba y abajo. Abderrahim le trincó por la boca y se dirigió a los otros dos.

—Levántale el rabo, busca el culo y métele la estaca.

El animal sintió en su interior la rama con el ajo, comenzó a convulsionarse y a buscar a sus torturadores con los ojos desorbitados y con la boca abierta.

Se acercaron sigilosamente a la ventana de Fatna, recorrieron el plástico que la cubría, soltaron al animal y corrieron a esconderse tras unas carrascas. Al instante los gritos, maldiciones y carreras de la mujer rompieron la pesadez del sol de julio. Las vecinas fueron acercándose mientras los tres niños corrían cuesta abajo.

—¡La maldición de Al-lah caerá sobre vos-otros! ¡Os quemaréis en el infierno! ¡Ojalá os coma vivos una serpiente! —escupía Fatna sobre los muchachos.

Aquella noche no tomaron té ni pan con manteca y se acostaron con las dos manos en el culo para calmar los golpes de sus padres.

Los alacranes eran más peligrosos. Sus picaduras requerían los servicios del fkih. No salían

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más que de noche y por el día era necesario provocar su salida. Buscaban los agujeros y seleccionaban el de mayor anchura creyendo que en él se escondería el escorpión más grande.

—Hamid, prepara el bote y el palito. Tú, Mohamed, agáchate y mea en el agujero.

—¿Por qué yo? —protestaba Mohamed.—Porque la tienes más grande y mearás más

cantidad. Además, porque lo mando yo — sentenciaba Abderrahim.

Mohamed se acurrucó recogiendo los dos pies e intentó que el chorro saliese encogiendo con fuerza la tripa.

—¡No me sale!—¡Espera, hombre! Si es que estás muerto de

miedo...Al poco tiempo comenzaron a salirle las

primeras gotas para dar paso a una cascada amarillenta que se introducía en el agujero sal-picando las manos y los pies de sus amigos.

Hamid metía y sacaba el palito con rapidez mientras la orina de su amigo desaparecía. Los seis ojos miraban expectantes y de repente asomó el escorpión agitando el aguijón. Dieron un paso atrás pero Mohamed se enredó y cayó de espaldas. El alacrán de ocho nudos subió por el pie de Mohamed blandiendo la uña que le clavó en la pantorrilla.

Estuvo tres días sin salir de su casa. Abde-rrahim y "Bocarrota" merodeaban por los alre-dedores pero no se atrevían a preguntar por miedo al padre de Mohamed.

—¿Se va a morir? —preguntó Hamid con pena.

—¡No, hombre! ¿Cómo se va a morir si ya tiene siete años? —le contestó Abderrahim.

—¿Y qué tiene que ver la edad?—Anda, pues claro, solo se mueren los viejos,

los niños recién nacidos y las embarazadas.Mientras hablaban cada uno subido en una

oliva, iban arrancando las pequeñas aceitunas tirándolas al suelo y las iban contando a ver cuál hacía el montón más grande.

—¿Y por qué las embarazadas? —insistió Hamid.

—Porque de tanto engordar, algunas revientan como las sandías —le contestó Abde-rrahim.

—¡Ah, claro! ¿Y los recién nacidos?—Cuando nacen son tan pequeñitos que les

faltan algunas cosas del cuerpo por dentro. Si les dan bien de comer, les crecen rápidamente y viven. Si no... pues se mueren de hambre.—¡Ah! —asintió Hamid sin mucho conven-

cimiento porque en su casa siempre se había comido poco y él aún vivía.

—¿Cuántas llevas tú?—Ciento veinticinco, ¿y tú?—¡Treinta más !Mohamed no murió. Continuaron buscando

más escorpiones e investigando con ellos. Contaban los nudos, les cortaban la uña para cogerlos con las manos pero lo que más les divertía era encerrarlos en círculos de paja encendida y ver cómo se mataban unos contra otros.

Comenzó a soplar la brisa del sharqui, el viento que viene del sur y que hace más soportables las noches de verano. Ladraron tres perros y Abderrahim se agachó instintivamente para tirarles piedras. Se quedó con la mano suspendida en el aire y renunció al cantazo.

Al día siguiente se marchaba y bastantes pedradas se habían llevado. Se iba sin llegar a entender porqué se ligaban los dos perros, rabo contra rabo, y por qué la única forma de separarlos eran los gritos, las pedradas y patadas de los chicos del pueblo.

—¡Abderrahim, vamos a cenar! —la voz de su hermana Radia le devolvió a la realidad.

Los hombres se habían levantado de las esteras de paja y se levaban la boca y las manos en el tass, una jofaina con asas y con una gran tetera, que les iba pasando una de las tías. El abuelo dio un gran eructo y todos los demás comensales le contestaron con un "que aproveche". Es de personas educadas demostrar agradecimiento a la cocinera por la comida con sonoros eructos.Las mujeres y los niños cenaban en el

segundo turno de lo que habían dejado los hombres. Abderrahim dijo bismil-lah, en el nombre de Dios, expresión con la que se comienza cualquier acción, y ocupó el sitio que había dejado libre su abuelo. Lentamente iba cogiendo pellizcos de pan de la hogaza redonda que su madre había amasado y cocido en el horno familiar e introducía los dedos gordo, índice y corazón de la mano derecha en el caldo arrastrando al mismo tiempo trozos pequeños de pollo. De vez en cuando daba cortos y pequeños sorbos de té con hierbabuena.

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El grupo de hombres acosaba al padre, Mohamed, con preguntas sobre España, la casa, el trabajo, el dinero... A Mimún, el tío joven, le interesaba especialmente el coche que había traído su hermano.

—¿Y cuánto dices que te ha costado?-3.000 euros—Y eso, ¿cuántos dirham son?—Me parece que unos 30.000 dh.—¿Nada más? ¿Y es nuevo?—No, es de segunda mano. Gasta gasóil que

cuesta más barato.—Tengo algo ahorrado, ¿no me podrías

comprar uno?—No, hermano, aquí no lo podrías usar. Solo

lo pueden conducir los emigrantes.—Mohamed —casi le suplicó el abuelo—,

llévate a todos pero déjame al niño.Abderrahim giró la cabeza, miró al padre con

la esperanza de que aceptase el ruego del abuelo.—Pero, ¿qué dices? ¿No comprendes que mi

futuro y el de mi familia están en España?—Nosotros llevamos toda la vida aquí y

vamos tirando.—¡Eso, tirando! ¿Cuánto tiempo? Cuando se

partan las tierras, ¿podrá comer mi familia de lo que me toque? Mira, padre, no hay ningún emigrante que lo sea voluntariamente, ni yo tampoco, pero aquí no tengo nada que hacer. ¿Es que ya no te acuerdas de lo que te costó pagarme la patera?

—Pero... —desistió al mismo tiempo que se enjugaba unas lágrimas con el puño de la chilaba.

Abderrahim se levantó, se lavó las manos y la boca y se retiró de la mesa. Había perdido el apetito.

El abuelo cogió su candil y se encaminó a su casa-habitación. Los demás también se fueron retirando. En el centro del patio no quedó más que el perro tumbado bajo la luz de la luna y de las estrellas.

—Fátima, ¿estás dormida? —casi susurró Abderrahim.

—No, no puedo. No sé lo que me pasa esta noche, creo que estoy un poquito asustada.

—¿Quieres que nos salgamos al patio? Si seguimos hablando vamos a despertar a los padres.

Fátima se sentó en cuclillas y Abderrahim se tendió en el suelo con la cabeza apoyada en una de las piernas de su hermana.

El perro levantó la cabeza, abrió los ojos y volvió a dormirse.

—Yo no entiendo esto de cambiar de casa —Abderrahim no entendía del todo la situación—. ¿Ya no vamos a volver nunca más?

—¡Y yo qué sé! Alguna vez vendremos pero ya no será lo mismo.

—Fíjate, Hamid y Mohamed dicen que tenemos mucha suerte porque nos vamos. Pero, ¿qué sabrán ellos?

—A lo mejor es verdad. Mamá me ha dicho que en España los colegios son mejores, que vamos a vivir en una casa muy alta a la que se sube con una máquina y que tendremos una habitación para nosotros solos, que no hay que traer agua porque das vueltas a una cosa y sale sola, hay muchos coches como el de papá, no podremos ir descalzos ni llevar chilabas...

Abderrahim parpadeaba con grandes esfuerzos para controlar el sueño. Con la voz más apagada le dijo a Fátima:

—Cuéntame un cuento, el último, como los que me cuentas cuando llueve y no podemos salir a la calle. Pero que no sea de miedo.

—Dice la abuela que en su pueblo, cerca de Ketama, había un hombre al que todos llamaban "Buhali" que se volvió loco de pequeño por chupar unas ramas de adelfa. No era peligroso pero hacía cosas muy raras. Cuando cruzaba una calle lo hacía saltando sobre la pierna derecha porque la izquierda le daba mala suerte. A la mezquita entraba arrastrándose y con la cabeza gacha porque decía que allí estaba Dios y no le quería ver la cara. Si se cruzaba con un burro, se daba la vuelta y se tapaba los ojos para que no le viera. ¡Eran los demonios! Una vez se cagó en la puerta del alcalde porque pegó a un niño. Todos los días Buhali esperaba sentado delante de la puerta de la escuela a que saliesen los niños para que corrieran detrás de él y le tiraran piedras. Si cogía a uno, todos pensaban que le iba a pegar y él le besaba en la frente con grandes carcajadas. ¿Sabes por qué estaba cojo? ¡Por envidia! Se subió a un árbol para ver de cerca a los pájaros, vio cómo un jilguero arrancaba a volar y se lanzó tras él agitando con violencia los brazos.

Abderrahim sonrió suavemente con los ojos cerrados. Fátima permaneció unos instantes callada.

—¿Y qué más? ¡Sigue! ¿Qué pasó?

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—Pues que, según la abuela, comenzó a enamorarse de las cigüeñas que llegaban al pueblo en diciembre.

—¿Qué? —abrió los ojos con curiosidad y sorpresa— ¿Qué es eso de enamorarse?

—Sí, que de tantos mirarlas, llegó a quererlas como se quieren las personas. A finales de noviembre se paseaba nervioso dando palmadas por los cerros que dan al norte, esperando que apareciesen cualquier día al atardecer. Cuando, por fin, divisaba la primera pareja, brincaba, corría dándose cachetazos en los carrillos del trasero como si fuera montado en la grupa de un caballo y, a galope tendido, las acompañaba hasta la chopera, junto al río seco, donde habían dejado sus nidos la temporada anterior. Y así una pareja tras otra. Las conocía por sus vuelos, por la forma de posarse, por el tamaño del pico o de las patas, por los esfuerzos que hacían al despegar del suelo o de los árboles. Si aparecían parejas nuevas, las clasificaba en una parte de su cerebro. En la plaza del pueblo, junto a la mezquita, adoptaba las mismas posturas y se mantenía varios minutos suspendido sobre un pie mientras mantenía recogido el otro. Chasqueaba la lengua imitando el claqueteo de sus picos bajando y subiendo la cabeza mientras los vecinos daban grandes risotadas y los niños le tiraban piedras. Extendía sus dos brazos e iniciaba un planeo sobre los que le miraban para acabar aterrizando debajo de los chopos.

Cuando llegaba febrero y las cigüeñas abandonaban sus nidos para volver a Europa, donde nosotros iremos mañana, a Buhali le invadía una nube de tristeza y melancolía y se pasaba varios días llorando sin querer ver a nadie.

Pero un día de un año, las cigüeñas no regresaron más a la chopera porque dicen que el tiempo había cambiado y no había diferencia entre el verano y el invierno —Fátima miró a su hermano que tenía los ojos cerrados—. No vienen, no vienen se desesperaba Buhali mirando las nubes, el cielo y los montes. No dormía, no comía ni siquiera el cus-cus que preparaba su madre los viernes y que era su plato favorito. Hablaba solo con frecuencia pero no se le entendía nada porque soltaba palabras y frases inconexas. Su madre optó por llevarle al fkih para que le quitara el mal de ojo y las penas pero no pudo hacer nada. Tiene unos demonios muy grandes dentro del cuerpo, decía el anciano a su madre. Buhali levantaba la vista con pesadez y

farfullaba un cla-cla-cla que repiqueteaba con dolor en los oídos de la madre.

Una noche de garbi muy frío, del viento helado que choca contra las capuchas de las chi-labas, el tonto salió de su casa descalzo y desapa-reció buscando el norte. La abuela dice que se convirtió en cigüeña. Nadie lo volvió a ver.

Cuando acaba el otoño, los niños del pueblo buscan entre los nublados el vuelo de alguna cigüeña. Un niño al que le faltaba un brazo, vio una mañana un pájaro muy grande, blanco y negro, posado en la rama más alta del acebuche de la escuela. Solo lo vio él. Ese día las ramas estuvieron más silenciosas.

Fátima notó el frío en los brazos de Abde-rrahim. Se levantó, lo aupó con esfuerzo y lo introdujo en la casa. Se oyeron los ladridos de un perro.

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II

Luz de la noche también está en España

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Abrió los ojos con la nariz pegada a los cristales del barco y el mar con toda su inmensidad se le metió por los ojos. Aquel descubrimiento le llevó a compararlo con las siembras de cebada de su pueblo en primavera cuando se bambolean con el viento. Las olas eran lo mismo pero el color no.

Miró a su alrededor. Su padre, su madre y Radia dormían retorcidos en los sillones azules. Por los pasillos del barco deambulaban con pasos inseguros y yendo de un lado a otro, muchos marroquíes con chilabas, gorros y babuchas. Los cristianos, sentados en las butacas, hablaban en un idioma mucho más suave que el suyo y pensó: "¿Así tengo que hablar yo?"

Dio una patada a su hermana.—Eh, vamos a dar un paseo por el barco.Olía a café y desde lejos vieron unas

máquinas con botones de luces que echaban café con leche. Se pusieron en la fila para beberse uno. Al llegarles el turno, la camarera les preguntó:

—¿Tenéis dinero?Los dos hermanos se miraron sin entender

nada. La señorita insistió pero con el gesto universal del dinero. Lo comprendieron y se alejaron de la cafetería.

El barco dio un bandazo y les arrojó contra los cristales de los escaparates de la tienda de regalos. Se levantaron riendo y observando uno que tenía juguetes.

—Yo me pido ese coche —dijo Abderra-him.—Y yo la cajita que tiene una bailarina en la

tapa.-¿Cuál?—Esa que está junto a unos paquetes de

tabaco. —Ah, sí. ¡Vamos a cogerlos;—¿Qué dices? —le dijo Radia asustada. —¿Llevas media hora en España y ya te quieres ganar la primera paliza de papá?Pasaron junto a dos puertas en las que había

dos muñecos pintados, un hombre y una mujer. Olía a pis. Abderrahim asomó la cabeza y tiró de su hermana hacia dentro.

—Hay agua en esta taza. Vamos a lavarnos —le dijo el muchacho a Radia.

—Espera que huele mucho a orina.—Pero si está limpia.Radia le dio un cogotazo que le hizo desistir.

Se miraron en el espejo y comenzaron a hacerse burla uno al otro. Debajo del cristal había un mando

y Abderrahim no pudo resistir la tentación. Apretó y comenzó a salir agua. Quiso pararlo pero cuanto más apretaba, más agua salía. Su hermana, pensando que se podría desbordar e inundar todo el barco, intentó taponarlo con las manos. El grifo se convirtió en una fuente de aspersión que manchaba las paredes y la moqueta del suelo.

—/AJÍ, imma habiba diali¡ ¿Cómo te arreglarás para que todo lo que toques lo estropees? ¡Ayúdame, pon tus manos también¡ —le gritó Radia.

Cuantas más manos ponían, más chorros salían. Abderrahim abrió la puerta y salió corriendo seguido de su hermana. Llegaron colorados a las butacas de sus padres.

—¿Qué pasa? Abderrahim, ¿qué has hecho?—Que ha apretado una cosa redonda de la que

salía agua y no sabemos pararla —le dijo Radia.—¿Dónde? ¡Vamos a ver¡Cuando llegaron al cuarto de baño del barco y

abrieron la puerta, ya no salía agua del grifo.—¡Anda, si ya no sale¡Mohamed, el padre, se sonrió. Pensó que

poco a poco irían aprendiendo y les enseñó el funcionamiento.

Los cuatro de la familia circulaban en silencio camino de Madrid. Abderrahim y Radia, cada uno en una ventanilla, iban apoderándose de todas las imágenes recién descubiertas. El niño miraba la altura de los bloques de pisos y especialmente la cantidad y variedad de coches que circulaban por las carreteras. Radia se fijaba en las nuevas vestimentas, en las faldas que eran muy cortas y mostraban sin rubor alguno las piernas de las mujeres, todas iban sin cubrirse la cabeza y con los brazos al aire. "Ay madre, si mi abuelo viese todo esto, nos obligaría a volver al pueblo", pensó Radia.

Llegaron al Despeñaperros y realizaron la primera parada. Pasaron al bar y se sentaron en una mesa de un rincón. Mohamed pidió bocadillos de tortillas y cuatro botellas de zumos. Abderrahim se incorporó y se dirigió con el bocadillo hacia el mostrador. Se quedó observando los embutidos y especialmente un jamón colocado sobre una tabla.

—Papá, ¿qué es esto?—Una pierna de jaluf, de cerdo.—¡Qué asco¡ ¿Comen los nazzarani, los

cristianos, esta carne?

—Sí, y ellos dicen que está muy bueno.—Solo de pensarlo me dan ganas de vomitar.—Tú eres musulmán y desde pequeño estás

acostumbrado a oír que el cerdo es un animal maldito y ellos no lo tienen prohibido.

—¿Por qué nosotros sí y ellos no?—Nuestro libro sagrado, el Koran, cuenta que

el Profeta Mahoma, cuando Al-lah le dictó nuestra religión, nos prohibió comer carne de cerdo porque este animal, en aquellos tiempos, se criaba entre las porquerías y a veces se alimentaba de ellas también. Podría transmitirnos enfermedades y está bien no comerlo. Tengo un amigo cristiano que discute conmigo diciendo que hoy, los cerdos están en granjas, comen buena comida, están vigilados por veterinarios...

—¿Por quién?—Sí, por médicos para animales.—¿Los cristianos tienen médicos para los

animales? —Abderrahim se reía imaginando que los cristianos o estaban locos o a él le faltaba mucho por aprender. Su abuelo curaba a la muía con emplastes de vinagre, a las vacas con hierbas del campo, a las ovejas con pócimas que hacía su tía Hafida, y sin problemas.

—Y... hay algunos musulmanes que lo comen y yo sé que eso es jaram, pecado, pero es su problema. Hay que ser tolerantes y sobre todo respetuosos. Es Al-lah quien nos tiene que juzgar y no los hombres.

—¿Tú has comido alguna vez?Mohamed dudó unos segundos.—No, yo nunca lo he probado. A veces me

pregunto el porqué hay cosas que son pecado para unas religiones y no lo son para otras. La vida se encargará de enseñaros.

No había terminado su padre de dar explicaciones, cuando el chico se percató de un grupo de niños que jugaba en un rincón del restaurante con cuatro muñecos de Pokemon. Se acercó y se quedó contemplando los juegos

—¿Quieres jugar con nosotros? —le preguntó el que parecía más decidido.-¿Ah?—¿Eres extranjero? Jugar, mira, así —le

insistió el niño con gestos.Abderrahim se sentó con ellos y pronto

entendió que para los juegos casi no son necesarios los idiomas.

La familia se incorporó y el padre llamó al

muchacho.—¡Que nos vamos¡Se levantó, cogió dos muñecos y...—Oye, que los muñecos son nuestros.El chico intentó quitárselos de las manos y

Abderrahim, creyendo que le iba a pegar, le lanzó un puñetazo en la cabeza. Rompió a llorar y acudieron sus padres.

—¿Qué pasa? ¿Quién te ha pegado? —los padres se volvieron hacia la familia de marroquíes.

Mohamed cogió los dos muñecos y se los dio al niño español.

—Perdonen, es que es la primera vez que está en España y él creía que se los regalaban. Perdonen, de verdad —les suplicó Mohamed.

Los padres españoles se retiraron con su hijo.—Estos moros...

Los dos niños hicieron el resto del viaje dormidos. En el portal de la casa su padre les despertó.

—¡Eh, que estamos en casa!Abderrahim venía soñando con sus amigos

"Bocarrota" y con Mohamed, el de los pies torcidos. Estaban subidos en un árbol observando los tres huevos del nido de verderón. "Bocarrota" los quería coger para ver cómo estaban los pollitos por dentro. Abderrahim le había soltado dos guantazos para hacerle comprender que si los abría, se morirían los pajaritos. Cuando consiguió abrir los dos ojos, no vio árboles, nidos ni a sus amigos. Estaba en el centro de una plaza con jardín y rodeado de grandes bloques de viviendas. El poco cielo que veía le parecía mucho más gris.

—Ponte las zapatillas y no olvides que aquí no se anda descalzo. Coge las dos bolsas pequeñas —le dijo su padre.

—¿Cuál es nuestra casa?—Esa, la de ahí arriba.—¿Cómo vamos a subir?—¡Espera!Entraron en el ascensor y su padre apretó el

botón que indicaba el tercero. Abrió la puerta del piso y aunque su padre les explicaba cómo era la casa, los tres, la madre y los dos hijos, no escuchaban, miraban asombrados la cantidad de muebles, el suelo de madera, muchas camas, armarios, lámparas, la cocina con un montón de máquinas y luz eléctrica que solo habían visto una vez en Fez.

—Os voy a enseñar cómo funciona el cuarto de baño —les indicó el padre a los tres—. Esta taza es para hacer pis y para hacer caca.

—¿Qué? ¿Cómo nos tenemos que poner? —le interrogó la madre.—Es muy sencillo. Os sentáis y cuándo

acabéis, os limpiáis con este papel y tiráis de aquí —les dijo señalando el botón de la cisterna—. Este es el grifo y ésta, la ducha, como el hamman nuestro pero más cómodo. Buscad vuestra habitación, tiene dos camas.

Abderrahin se quedó en el cuarto de baño. Apretó el botón de la taza, se asustó y estuvo a punto de salir corriendo. Abrió el grifo de la ducha y el del lavabo dejándolos abiertos. El sabía que, como el del bar, se cerrarían solos.

El padre oyó el ruido del agua.—¿Quién ha dejado los grifos abiertos? ¡Que

aquí se paga el agua!—¡Yo! ¿No se cierran solos?—No, tienes que girar a la derecha. ¡Y ponte

las zapatillas!Radia dio al interruptor de la televisión,

esperó y se giró al ver que no salían imágenes. No había dado dos pasos, cuando la tele comenzó a hablar. Los dos hermanos se quedaron escuchando el mismo lenguaje que el de los niños del bar. Apareció un anuncio de colonia en el que una mujer en traje de baño, casi desnuda, se frotaba el cuerpo. Los dos agacharon la cabeza y Abderrahim se sonrió con picardía mirando de reojo a su hermana que tenía la cara como un tomate. Radia desconectó el aparato y salió del salón. Abderrahim, viéndose solo, volvió a conectarlo pero las imágenes eran de coches, de playas, de comidas y trenes. Encendía y apagaba sin cesar la tele buscando a la mujer del bañador pero no la consiguió encontrar. Se recostó sobre la pared y, de repente, se encendió la lámpara del salón.

—¡Radia, Radia, ven que aquí hay magia! Se ha encendido la luz sola.

Se movió y se apagó.—¡Ay madre! ¿Lo ves?Cada vez que cambiaba de postura, la lámpara

se encendía o se apagaba. Le costó su tiempo percatarse que movía la llave con la espalda, la tenía detrás. A Mohamed le vinieron a la cabeza las mismas situaciones que él sufrió cuando llegó a España.

—Aicha, ven a la cocina. Vamos a preparar la

cena que estos tienen que madrugar mañana para ir al colegio.

Bueno, ya empezamos, pensó Abderrahim, aquí también hay escuela. ¿Cómo sería el palo de los maestros españoles? Abrió la puerta y se metió en el ascensor. Le había gustado subir y bajar. Apretó el botón de la alarma, sonó el timbre y oyó un ruido de puertas que se abrían. Pulsó el número dos y salió corriendo hacia la puerta que él creía que era la suya. Llamó y salió una señora con los rulos puestos. Dio un paso hacia atrás y...

—¡Ahí va! Tú no eres mi madre—¡Hola niño! ¿Eres extranjero? ¡Ah!, eres

morito. Te has equivocado de casa. Ven que te subo a la tuya.

Fue a cogerle de la mano y Abderrahim escondió la suya.

—Ven, hombre, si no te voy a hacer nada.Le hizo gestos con la mano y subió tras ella.

Cuando se encontró en su casa, su padre le preguntó:

—¿De dónde vienes? ¿Qué has hecho ahora? Llevas dos horas aquí y ya empiezas. ¡Gracias señora!

—No pasa nada, no ha hecho nada malo, es que se ha equivocado de piso —le contestó la mujer aplacándole y posiblemente librándole de los primeros tortazos con sabor español.

—Cuando terminemos de cenar, os bañáis y a la cama. Mañana os llevaré al colegio para hacer la inscripción y para que lo conozcáis.

—Si hace dos días que me bañé —le replicó Abderrahim.

—Aquí os tenéis que bañar todos los días. Se hace rápido y con comodidad. No vayan a decir los españoles: "¡Qué sucios vienen estos moritos!" Tenemos que acostumbrarnos a su vida pero sin perder nuestras tradiciones, nuestra cultura, nuestra religión y demás cosas de Marruecos. Ya veréis, no es difícil. Además lavarse es bueno, no se desgasta la piel, seguro.

Ya en su habitación y cada uno en su cama, el niño le dijo a su hermana:

—Radia, no me duermo. ¿Me puedo acostar contigo? Tengo miedo.

—¿De qué? Están papá, mamá y aquí está todo cerrado. Anda, vente.

Abderrahim se acurrucó y se abrazó a su hermana.

—Fíjate, estoy mirando por la ventana y solo

veo otras ventanas. Allí veía las estrellas y hablaba todas las noches con ellas hasta que me dormía.

—¿Que hablabas con las estrellas? ¡Tú estás un poco loco! ¿Y de qué?

—Cuando era más pequeño y me costaba trabajo dormirme, mamá me decía que contase ovejas y así cogería el sueño. Al principio me dio resultado pero más tarde, observando el cacho de cielo que entraba por el ventanuco del dormitorio y como resultaba aburrido, me dije que no las iba a contar, las tendría, las estrellas serían mis ovejas. El cielo es como el prado grande que crece en pri-mavera junto al río, pero aún más grande. En él pasta todo mi ganado. Las hay pequeñas, medianas y de mayor tamaño. Hay una que reluce más que las demás, le puse de nombre "Luz de la noche", y es la jefa, la que conduce a todas las demás. A partir de ella reconozco cada uno de los grupos que forman. Es que son como nosotros, tienen sus grupos de amigos. Hay algunas noches que se me pierden algunas, desaparecen sin darme cuenta, pero a los pocos días reaparecen buscando el calor de la manada. Son juguetonas, saltari-ñas, caprichosas. ¿Te has dormido?

—No, pero casi.—Bueno, mira, hay dos grupos, uno más

grande que otro, digo de mis ovejas, claro, que forman dos carros sin muías. Sí, parecen, según están colocadas, dos carros y en el extremo del más pequeño, ¿sabes quién está?

—¿Quién?—"Luz de la noche". Es chula, de verdad.

Siempre me señala Ketama, allá en los montes. Cuando el tío Mimún iba a trabajar a Ketama, la abuela le decía: "Ten cuidado, no te pierdas" ¡Qué tonta! Solo con mirar a "Luz de la noche" sabría ir

y volver.Abderrahim miró con el rabillo del ojo a su

hermana y vio que ya se había dormido. Le dio una patada.

—Jo, déjame dormir.—Si ya acabo. Un día, bueno una noche,

desaparecieron todas mis ovejas y estuve esperando horas y horas. Buscaba hacia Ketama y "Luz de la noche" no aparecía, miraba hacia el río y tampoco, ni las pequeñas ni las grandes. ¿Sabes lo que pasó? Me di cuenta después de un buen rato.

-¿Qué?—Pues que había nubes, el cielo estaba

completamente nublado. Claro, las ovejas también duermen y se meten en los apriscos. Las nubes son las sábanas con que se quita el frío mi ganado.

Miró otra vez a su hermana y se había vuelto a dormir. Ya no quiso despertarla. Se levantó y miró a través de la ventana de su habitación. Nada, solo otras ventanas y ropa tendida. Sacó la cabeza al exterior y miró hacia abajo. ¡Qué altura! Estaba más cerca de ellas y no conseguía localizarlas. Levantó el cuello y, por encima del último piso, aparecieron mirándole de la misma forma que en Marruecos. Apoyó los codos en el alféizar y las contó. Sí, allí estaba "Luz de la noche" y parecía que le sonreía. Abderrahim no entendía cómo siendo tan pequeñitas podrían haber llegado al mis-mo tiempo que él a España. ¿En qué viajarían? Tampoco le importaba mucho porque lo más importante es que estaban con él y podría jugar con ellas todas las noches que no tuviese sueño.

Continuó recostado en la ventana hasta que sintió frío en los brazos. Volvió a la cama, a su cama, y se arropó con la sábana. El miedo había desaparecido y el sueño le venía de camino.

Abderrahim “El colegio y la circuncisión” III ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

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Abderrahim “El colegio y la circuncisión” III ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

III El colegio y la circuncisión

Mohamed llevaba de las manos a Radia y Abderrahim. Este iba con la cabeza gacha dando patadas a los papeles y a los botes que se encon-traba en el camino. Al llegar al colegio preguntaron al Conserje si podrían ver al Director.

—Tienen que esperar. Aún no ha llegado. Siéntense en ese banco de la entrada.

Abderrahim jugaba con las piernas y levantaba la mirada cada vez que veía algún niño o niña pensando para sí "ése me gana, tiene más fuerza que yo" o "a éste le puedo con facilidad". Un grupo de maestros pasó junto a ellos y una de las profesoras comentó:

—¡Vaya, más moritos...!—¡Calla! Seguro que el padre sabe hablar

español —le recriminó una compañera.Radia había observado que en el nuevo

idioma, la palabra que más había escuchado era la de "moritos".

—Papá, todos los españoles dicen "morito" y nos miran. ¿Qué significa esa palabra?—Se refieren a nosotros, a los marroquíes. Es

la palabra que más vais a oír durante los primeros meses que estéis en España. Os la pueden decir de dos formas, con dos significados aunque sea la misma palabra, en sentido cariñoso y para ofenderos. Mi consejo, por ahora, es que paséis del que os quiera insultar con la palabra.

—Pero, ¿qué significado tiene?—Mirad, en España estuvieron los árabes más

de 800 años, nuestros antepasados, y durante mucho tiempo se les llamaba moros. Al final lograron echarlos hacia el norte de África, hasta Marruecos, pero el nombre lo continúan utilizando especialmente para ofendernos. Lo que muchos españoles no saben es que por las venas de muchos de ellos corre sangre "mora".

—¿Son como nosotros, de nuestra familia? —intervino Abderrahim.

—No exactamente. Cuando los árabes españoles, porque eran españoles ya que habían nacido aquí, llegaron a Marruecos, muchos de ellos llevaban apellidos españoles, Ruiz, Aragón, Páez,

Requena, Bermejo, Torres, porque se habían casado con cristianos o cristianas. Cuando seáis mayores y conozcáis a personas de Fez, de Tetuán o de Rabat veréis que tienen estos apellidos.

—¡Nosotros, no! —Abderrahim lo dijo con rabia al mismo tiempo que echaba la zancadilla a un niño gordo que pasaba junto a él.

El niño miró con cara de pocos amigos a Abderrahim y se contuvo al ver al padre que ya le había dado un pellizco en el brazo.

—¡No empieces el primer día...! Nosotros somos beréber y no árabes. Vosotros sois marro-quíes, beréber y musulmanes por la religión.

—Que pueden pasar ya —les interrumpió el Conserje.

Se presentaron al Director y éste condujo a los niños a sus respectivas aulas, Abderrahim a la clase de 3o en el segundo piso y Radia a la de 5o, en el primero.

Marina era la profesora de Abderrahim. Este la observó en un primer vistazo. Gorda, pelo rizado recogido con una goma, gafas de miope, zapatos de medio tacón y vestido de flores llamativas, sonrisa forzada de bienvenida. "No le caigo bien pero ella a mí tampoco. Creo que podré con ella", pensó Abderrahim.

—¡Hola guapo! Mirad, niños, éste es nuestro nuevo compañero. Es de Marruecos y es la primera vez que viene a un colegio español. ¿Cómo te llamas?

Abderrahim no entendía nada y miraba fijamente a los ojos de la maestra.

—Mira, yo —se señalaba a sí misma— Marina ¿y tú? —dijo apuntándole.

El niño comprendió al instante.—Ana, Abderrahim, magrebi, beréber, meshi

"morito" —le contestó con decisión.—¿Cómo? ¿Qué dices? —le interrogó des-

concertada.—Seño, dice que se llama Abderrahim, que es

marroquí y beréber y que no es morito -aclaró Driss, otro niño marroquí de la clase que llevaba dos años en la escuela.

—Ah, se me olvidaba que tú hablas el

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marroquí. Me tendrás que ayudar. Bien, bien, mira te vas a sentar —llevó de la mano a Abderrahim hasta el penúltimo asiento de una fila-junto a Laura que es una de las mejores niñas de la clase. Ella te ayudará bastante.

Abderrahim se quedó de pie junto al pupitre, por nada del mundo se sentaría junto a una chica.

—Siéntate, por favor —le insistió Marina.—Profe, dice que él no se pone junto a niña

—le aclaró Driss.—Bueno, pronto empezamos. Vale, Driss,

que se siente contigo.La Seño le dio un lápiz, un cuaderno y una

goma de borrar. Le dibujó unos círculos, unos palotes y unas curvas que parecían serpientes y le señaló la tarea. Borró las curvas porque le recordaban culebras y él las tenía pánico, garabateó dos círculos y tres palotes y se cansó. Cogió la goma de borrar y comenzó a hacerla cachitos, se los ponía sobre la mano derecha y con los dedos gordo y corazón los lanzaba con fuerza a la cabeza de los demás. Laura recibió el impacto y le miró con mala cara. Abderrahim le sacó la lengua y Laura le contestó con una "caña".

A los pocos minutos, Driss levantó la manó y pidió permiso a la maestra.

—Seño, pis, por favor.—Vale, pero no tardes.-Fein mashi —preguntó Abderrahim a su

compañero.—Ana fia bula —le contestó en marroquí.-¡Ah...!Media hora más tarde Abderrahim se acercó a

la mesa de la maestra y le dijo:-Bul-¿Qué?—Bul, bul —repitió cruzando las piernas y

señalándose la bragueta.—Ah, pis, se dice pis. Vale, vete. Dris acompáñale que no sabe dónde está el water.Al entrar al cuarto de baño de los chicos,

descubrió tres lavabos, cuatro retretes y cinco urinarios que le resultaban nuevos. Su compañero le explicaba para qué servían mientras él abría los tres grifos dejando que el agua corriese libremente. Desde que llegó a España le encantaba que el agua se encontrase tan fácilmente sin tener que ir a buscarla con el burro. En uno se lavó las manos, en otro la cara y en el último se mojó el pelo.

—Eh, ¿haces pis o qué? —le dijo Driss.

—¿Dónde?—Pues en los urinarios, aquí.Comenzó a mear y fue soltando un cho-rrito

en cada uno de los urinarios.—Pero ¿qué haces? Vas a manchar el suelo.—Tú me has dicho en los urinarios, no en uno

solo —le aclaró Abderrahim.Antes de regresar a la clase, tiró de todas las

cadenas de los retretes para observar cómo salía el agua.

De nuevo en su pupitre, dibujó unos cuantos palotes y acabó la línea de círculos. Volvió a levantar la mano y dijo en voz alta a la Seño.

-Pis—¿Otra vez? Anda, vete.No pasó por los servicios. Recorrió todo el

pasillo curioseándolo todo. Apretó los interruptores de la luz y los volvió a desconectar. Se paró ante un mural en el que había dibujado un gran árbol lleno de bolas de algodón. Fue arrancando trozo a trozo, los juntó hasta formar una pelota y se puso a jugar con ella por el pasillo. En una de las carreras se fijó en un interruptor que tenía dibujada una campana. Apretó y sonó el timbre. No se encendió ninguna luz. Volvió a tocar y el timbre sonó más tiempo. Asomó la cabeza el Conserje y Abderrahim subió las escaleras sin mirar hacia atrás. Al entrar en el aula la Seño estaba comentando.

—Hoy se ha equivocado el Conserje. Aún no es la hora del recreo. Debe tener el reloj mal. No salimos todavía.

Con la cabeza agachada sobre el cuaderno, el muchacho apretaba el lápiz sin apenas respirar. A la media hora volvió a sonar el timbre y todos salieron al recreo. Raúl organizó en un momento los dos equipos de fútbol. Situó al nuevo alumno en el suyo y comenzó el partido. Abderrahim no sabía las normas y cada vez que le llegaba la pelota, la atizaba en cualquier dirección, hacia su portería o hacia la contraria.

—No, así no. Tú siempre chuta a ésa de ahí —le regaño Raúl.

Y Abderrahim, ni caso, a su bola, patadas allá y acá, fuera del campo, hasta sacar de quicio al capitán quien se encaminó a él con rabia.

—¿Eres tonto o qué? ¿No te he dicho que para allá?

Le apretó en el brazo y Abderrahim le lanzó una patada a las espinillas. Raúl contraatacó con un

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Abderrahim “El colegio y la circuncisión” III ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

puñetazo junto a la oreja y los dos rodaron por el suelo jaleados por los demás compañeros. "Dale, dale", decían animando a Raúl. Intervino el profe que cuidaba del recreo llevándose a los dos de las orejas hasta un banco. Las miradas que se lanzaron cada uno en el extremo del banco eran los indicios de una declaración de guerra.

Sonó el timbre de entrada y Abderrahim se levantó, se dirigió al tronco de un árbol y se puso a mear sin rubor alguno delante de un grupo de chicas de su clase.

—Anda, tiene el pito pelado —comentó Carolina con sonrisa picarona.

—Es verdad, no lo tiene como mi hermano —certificó Laura.

—¿Por qué será?—Ya tiene mote el morito. A partir de hoy le

llamaremos "pito pelao"—Eso, eso, "pito pelao, lo tiene colorao" —

remató Carolina.¡Qué descubrimiento! Habría que preguntarle

a la profe por qué. Pero ¿quién se atrevería?—Que se lo pregunte María que es medio

tontorrona, bueno, la más inocente —dijo Laura—. María, dile a la Seño por qué Abderrahim no tiene el pito como los niños españoles.

—¿Por qué yo? Si yo no se lo he visto —pro-testó la niña.

—A ti te quiere Marina.Y a ella se dirigió María. La profe se sor-

prendió de la pregunta y...—Eso se llama circuncisión. En su país e

hace a los hombres solamente cuando son pequeños.

—¿Para qué? —Laura continuó la conversación.—La punta del pene de los niños —sonrisas

en toda la clase— está rodeada de una piel que lo cubre y solo asoma el agujerito por donde sale el pis. No os riáis porque muchos de vosotros, cuando seáis mayores, os tendréis que operar y os dolerá mucho. Se llama fimosis.

—Anda, a mi hermano lo han operado de eso. Lo he oído en mi casa y no querían explicar la operación, solo me han dicho que no era peligrosa —dijo Pepe.

—Hay muchas religiones —continuó Marina— que tienen por costumbre o como obligación hacerlo: los hebreos, los musulmanes... Pero no sé mucho sobre esto. Si queréis, llamamos al papá de Abderrahim y que nos lo explique esta tarde.

—¡Bieeen! —corearon todos los niños—Dris, explícaselo a Abderrahim y dile si

puede venir su padre a las tres.Abderrahim se puso colorado y agachó la

cabeza. Por la tarde, Driss le dijo a la Seño que el

papá de Abderrahim no podía venir porque le tocaba el turno de tarde en la fábrica pero que, si no le importaba, vendría al día siguiente por la mañana. Y al día siguiente...

—Niños, a ver, prestad atención. Éste es el papá de Abderrahim que nos va a hablar sobre una de sus costumbres, la circuncisión. Poned atención y haced las preguntas que queráis pero con orden.

—Gracias, profesora. Es importante para niños y profesores conocer otras costumbres y culturas para que podamos entendernos mejor. Tenemos que pensar que los nuestro no es lo mejor, es sencillamente distinto —Moha-med se sentía importante ante el auditorio.

—¿Por qué habla usted tan bien el español? —interrumpió Raúl.

—Llevo en España diez años y además, he estudiado —le contestó el señor Mohamed.

—¿En Marruecos se estudia? —insistió Raúl.—Pues claro, en Marruecos y en todos los

sitios. Os decía que somos distintos. Si miráis a vuestros compañeros españoles, veréis que unos son rubios, otros morenos y otros de color castaño, unos más bajos que otros o más delgados y casi con toda seguridad, muchos de vosotros no han nacido en Madrid sino en otras provincias. Eso no quiere decir nada, simplemente que sois diferentes pero, al fin y al cabo, niños.

—Pues mi papá dice que los talibanes son muy malos —le cortó Laura.

Mohamed se sonrió.—Es posible que algunos pero no todos. La

maldad y la bondad están en todas partes, aquí, en Francia, en Estados Unidos.

—¿Por qué habéis venido a España tantos moros? ¡Anda, perdón! —le preguntó Raúl otra vez.

—No, si no me importa. Se nota que lo has dicho sin mala intención. Hay países pobres y ricos. Marruecos es pobre y no hay trabajo para todos. Si no hay trabajo, no hay comida y hay que buscarla para nuestros hijos. Seguramente que alguno de

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vuestros abuelos tuvo que marcharse a otros países no hace tantos años para buscar el pan de sus hijos. El mundo es muy grande y todos cabemos dentro de él.

—No interrumpáis tanto al señor Mohamed. Dejadle hablar y al final preguntáis —propuso Marina.

—La circuncisión se llama en árabe tahara.—¿Cómo? —volvió a interrumpir Raúl.—Ta-ha-ra —repitió a golpes el padre— Esta

palabra significa purificación. Es un mandato religioso de nuestra religión, algunos dicen que no es obligatoria. No viene de los tiempos de nuestro Profeta Mahoma sino de tres mil años antes, de los tiempos de Abraham. La profesora de religión católica os habrá hablado de Abraham ¿verdad?

—La profe de religión es muy aburrida —replicó Raúl—, siempre estamos pintando vírgenes.

—¡Vale, Raúl! —le recriminó Marina.—La circuncisión se hace por higiene o

sanidad y consiste en cortar un trozo grande de piel que los niños tienen en la punta del pene —risitas, bajadas de cabeza y miradas de picardía entre los alumnos—. Se suele practicar a distintas edades pero es muy recomendable hacerlo cuando el niño es pequeño, entre los dos y los siete años. Antiguamente, especialmente en los pueblos, la practicaba el barbero quien con una cuchilla muy afilada cortaba a sangre fría, sin anestesia, el prepucio, así se llama esa piel. —Muchos de los niños, sin darse cuenta, se llevaron las manos a la entrepierna y se cruzaron los pies—. La realizan los musulmanes, los judíos y otras muchas religiones del mundo. En la Europa occidental, en la que vosotros vivís, se está imponiendo esta costumbre para evitar las operaciones de fimosis cuando se es mayor, porque es mucho más dolorosa. El tahara se suele practicar en la época del Mulud, el nacimiento de Mahoma, y hoy se utiliza la anestesia para que el niño no sufra. Si os contase cómo fue la mía... ¡qué dolor!

—¡Cuéntenosla, por fal —la morbosidad y la curiosidad de los niños iban en aumento.

—Al final, y si no le importa a la profesora. Ese día es una gran fiesta para toda la familia y especialmente para el niño. Este recibe muchos regalos, se viste de forma tradicional con babuchas amarillas, unos pantalones anchos hasta la rodilla que se llaman sarual, un chaleco, y sobre todas estas vestimentas, se le coloca una capa llamada

silham. Ah, se me olvidaba, también lleva un gorro rojo muy bonito, el tarbuz. Toda la familia va a la mezquita, a la iglesia para que me entendáis.

Abderrahim se aburría porque no entendía nada. Levantaba la cabeza cuando oía alguna palabra en beréber y volvía a hacer rodar su lapicero por el pupitre.

—¡Qué raros son estos moros! —comentó Carolina con su cara de bonachona bobería.

—Y eso es todo, chavales —concluyó el padre de Abderrahim.

—¿No nos iba a contar su circuncisión? — le recordó Laura.

—No tenemos tiempo. Hay que hacer otras cosas —dijo la profe.

—¡Síiiií...! -gritaron todos los alumnos.—Esto es importante. Así aprenderemos otras

cosas que la clase del otro tercero no sabrá —Raúl sabía buscar soluciones y convencer a

la maestra.—Bueno, ¿nos lo cuenta?—Con mucho gusto —hizo una pausa—.

Hacía días que venía observando que en mi casa había actividades inusuales. Mi madre y mis tías estaban preparando dulces especiales, habían hecho limpieza general en toda la casa, habían ido a comprar a la ciudad. Mis hermanos mayores me miraban de forma especial, con más mimos de lo acostumbrado. La solución me la dieron mis compañeros de escuela al día siguiente: "Es la fiesta del Mulud y ahora se hacen los tahara. Por la edad que tienes, puede ser que te toque a ti". jVVy imma habiba diali!, pensé yo, eso es, seguro.

—¿Que significa lo que ha dicho? —volvió a preguntar Raúl.

—¡Ay madre mía! Hasta ese momento lo había visto tan lejano... Además yo, con siete años, creía que todos los niños que estaban circuncidados se quedaban sin pito, que ya no podrían mear nunca más y ¿qué iba a hacer yo con la orina? La noche anterior a la fiesta hubo tormenta, a mí me han dado mucho miedo las tormentas, y aquello era un mal presagio. Cuando las grandes gotas de agua chocaban contra la paja del techo de mi casa, los relámpagos iluminaban mi habitación y los truenos retumbaban en mis oídos, grandes lágrimas corrían por mis mejillas en silencio para que no me oyesen mis hermanos y no pensasen que yo era más cobarde que ellos. Me dormí tarde y tuve un sueño horroroso en el que un gigante con una navaja de

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afeitar corría detrás de mí y yo no podía moverme. Cuando estaba cerca de mí y mis pies eran incapaces de despegarse del suelo, levantó la cuchilla, yo me tapé con las manos el cuello y... me desperté sudando — toda la clase estaba en silencio y con los ojos abiertos—. Por la mañana mi madre me lavó con agua caliente en un barreño y al verme desnudo pensé que, a partir de hoy, ya no sería yo, me faltaría algo.

—¿No tenéis baños o duchas? —preguntó Laura.

—En los pueblos no hay agua corriente, en las ciudades sí.

—¡Qué atrasados viven los moros! — comentó Laura a Cristina en voz baja.

—Te he oído pero no tiene importancia porque además es verdad. Bueno, depende, en las ciudades tienen de todo pero en los pueblos... Para lavarnos utilizamos los hamman, los baños públicos y a ellos vamos cada semana para hacer una limpieza a fondo. Se paga pero poco. Son como las saunas de aquí. Bueno, como os decía, me fui vistiendo con una capa de tela blanca y sobre ésta, otra de color rojo adornada con cintas de colores y mi cabeza ceñida con una cinta de seda. Sobre mi hombro colgó una cajita de plata que se llama tahlil en la que iban varios amuletos y mi tía me pintó las manos y los pies con henna, una pasta de color rojizo que se ponen algunas mujeres españolas en el pelo para que les brille más. Me tomó mi tío en brazos para que no tocase la tierra ya que cualquier niño en el día de su circuncisión tenía baraka, suerte, y no podía pisar el suelo, y me subió al caballo más bonito del pueblo que iba muy enjaezado camino de la mezquita. Detrás del cortejo iban varios chicos con cañas y palos de los que iban suspendidos trapos y pañuelos a modo de banderas, un grupo de músicos con sus gaitas, tambores y panderetas, mi padre con los parientes más cercanos y los convidados. Al llegar a las puertas de la mezquita, vi que algunos niños de mi edad y vestidos como yo, salían llorando. Mi tío volvió a tomarme en sus brazos y así me introdujo en la mezquita. Al fondo estaban colocados cinco hombres con una camisa y unos pantalones como únicas vestimentas y remangados hasta los hombros, cuatro de ellos estaban sentados, el quinto de pie para recibir a las "víctimas". Dos de los sentados tenían en las manos los instrumentos para dar el corte, unas tijeras grandes y una cuchilla

superafilada, y los otros dos una bolsita con polvos blancos que no sabía para lo que eran. Mi tío se acercó y besó la cabeza del que presidía. Me agarraron con fuerza los dos que tenían las manos libres y de nada me sirvieron mis esfuerzos, mis gritos y llantos. Los ojos los tenía fuera de mí y no se apartaban de aquella cuchilla que a mí me parecía una guadaña vengadora. "No te muevas porque te dolerá más", me decía el presidente. Ni le escuché. Me bajaron los pantalones y aquella guillotina se dirigió a cámara lenta hacia mí, fueron los segundos más largos de mi vida, y... ¡zas!

—¡Ay! —gritó inconscientemente María.—Eso, ¡ay! dije yo, pero ya no había remedio,

me había quedado inútil para toda la vida. Me echaron un desinfectante y vi que uno llevaba lo que yo creía era mi colita en la mano y la arrojaba a la bolsa —toda la clase menos Abderrahim guardaba un silencio sepulcral y esperaba el desenlace—. Lo tuve todo tapado durante tres días y sin embargo yo podía mear. Claro, me dije, me han dejado solamente el agujero para orinar. Cuando mi madre me quitó los vendajes, ¡sorpresa!, vi con enorme alegría que no me faltaba nada.

Toda la clase dio un suspiro de alivio y respiró profundamente no se sabe si por el mismo relato o porque Mohamed aún continuase vivo.

—A partir de ese día, yo me sentí más machote, como si me hubiese hecho mayor de repente. Iba a la escuela y me acercaba sin miedo al grupo de los mayores. Cuando hacíamos pis en grupo era el primero en ponerme y... bueno así fue mi circuncisión.

Los alumnos aplaudieron inconscientemente.—Gracias, señor Mohamed —le dijo Marina

cuando estuvieron solos—, además de los niños, yo también me voy a casa sabiendo algo más sobre su cultura.

A partir de aquel segundo día, Raúl, potencial enemigo de Abderrahim, sintió una especial simpatía hacia él. Pidió a la Seño que le sentase junto a su mesa y se hicieron amigos inseparables.

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Abderrahim “Los nacimientos” IV -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

IV

Los nacimientos

A los dos meses de estancia en España, Abderrahim conseguía entender casi todo lo que escuchaba y hacerse comprender ayudado por los gestos. Su amistad con Raúl cada día se acrecentaba más. Todos los días quedaban en el parque para jugar y aquella tarde estaban construyendo castillos de arena con el agua que cogían de una fuente.

—Ya no podemos coger más agua, está mirando el jardinero —comentó Raúl.

—Nos queda por terminar la última almena. Tranquilo que yo lo arreglo —le contestó Abderrahim.

Comenzó a mear en un agujero y con un palo lo fue amasando hasta rematar el castillo.

—¡Jo, qué chulo nos ha quedado!No había concluido la frase Raúl, cuando una

niña de unos tres años pasó por encima de la construcción destruyendo la torre más alta y parte de las murallas.

—¡Y una mierda! ¡Esta niña es tonta! Se va a enterar —Abderrahim se levantó con furia y agarró a la niña del vestido.

—Eh, déjala que está su madre. Además es una chica —le contuvo Raúl.

—Por eso mismo, porque es una niña — respondió Abderrahim.

—¿Y qué? Los chicos somos iguales que las chicas.

—En Marruecos, no. ¿Cómo va a ser igual mi hermana que yo? Cuando se casan las personas, lo primero que quieren tener es un hijo. Y si tienen una hija, no paran hasta conseguir el niño. Las mujeres comen después que los hombres. Si tenemos invitados que no son de la familia, todas se quedan en la cocina hasta que se van. Mi abuelo habla con mi padre de las cosas importantes, de las tierras, del dinero, pero con mis tías jamás. Cuando los amigos de mi padre vienen a casa, mi madre siempre se queda en la cocina.

—Si oyera mi madre esto. ¡Con el genio que tiene!

—Mira, ¿ves esa mujer embarazada? Por cierto, ¿aquí no revientan?

-¿Qué?—No, nada. Si esa señora tiene un hijo, toda

la familia se alegrará más. No ves que los hijos trabajamos y traemos dinero a la casa.

—Aquí también trabajan las mujeres.—¡Qué raros sois! En Marruecos, cuando

nace un niño, las mujeres gritan siete veces los yu-yus y si es una niña, solamente cinco.

—¿Qué son los yu-yus7.—Son unos gritos que dan las mujeres con la

boca medio cerrada y sacando la lengua en cualquier ocasión de alegría para la familia. Además matan una vaca cuando es niño y una gallina cuando es niña.

—Yo no entiendo todavía lo que es eso pero he oído hablar a mis hermanos y a mí me parece que eso es machismo.

—¿Machismo?—Sí, que solamente el hombre es importante.—¡Pues claro! Esa señora tiene un niño dentro

de la barriga, ¿cómo se lo sacan? En mi pueblo decían los mayores que venía una cigüeña, se lo cogía de la tripa y lo dejaba en la casa de la mujer. Pero como ya no vienen las cigüeñas... Hasta Buhali se fue con ellas. Además yo creo que lo de la cigüeña es mentira porque yo estuve en casa de mi tía Hafida cuando nació mi primo Karem y no vi ninguna cigüeña.

—¿Quién es Buhali?—Era un loco del pueblo de mi abuela. Algún

día te contaré la historia.—Aquí las llevan al hospital "Doce de

Octubre" y allí paren. Las aprietan en la tripa hasta que sale el niño.

—¿Por dónde sale?—¿Eres tonto o qué? Pues, por el culo.-¡Ah...!—¡Raúl, sube a merendar! —la mamá le llamó

desde la ventana del piso.—Sube conmigo —le invitó Raúl—Me da vergüenza.—¿Por qué? ¿No somos amigos?Subieron a la casa, se lavaron las manos y

entraron a la cocina.—¡Hola! ¿Quieres merendar tú también? — le

preguntó la madre a Abderrahim?—No, gracias. Mi papá me ha dicho que no

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Abderrahim “Los nacimientos” IV -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

coma nada en otras casas.—¿Por qué?—Porque nosotros no podemos comer cerdo.—Ah, es verdad. Mi marido tampoco come

porque tiene alto el colesterol, mucha grasa en la sangre. No te preocupes, te preparo un bocadillo de queso. Eso sí lo puedes comer ¿verdad?.

—Eso sí.Mientras los dos niños se comían los

bocadillos, la madre los observaba en silencio. ¡Qué distintos y qué bien se llevaban! Raúl con el pelo largo y rubio, blanco como la leche y una cuantas pecas alrededor de la nariz y Abde-rrahim, moreno como si hubiese tomado el sol en la playa y con el pelo ensortijado, un poco más bajito y más delgado, ojos negros como el acebache.

—Mamá, ¿qué es el machismo? —preguntó Raúl

Abderrahim se puso colorado y dio una patada en la espinilla a su amigo por debajo de la mesa.

—Pues..., cuando los hombres creen que son más que las mujeres.

—Es que Abderrahim dice que...—Pero dice mi papá que en mi país —le cortó

Abderrahim para arreglar la situación— también están cambiando las cosas. Un día un primo de mi abuela de Beni Guerir nos contó un cuento sobre las mujeres, sobre si eran listas o tontas. El Sultán se había casado con una mujer muy lista.

—¿Qué es un Sultán?—El que más manda. —¿Como el rey?—Digo yo. Pues esta mujer le daba consejos

en todos los asuntos del país. Un día llegaron dos yiblis, dos campesinos. Uno tenía una yegua y otro una borrica que habían tenido un potrito y un borriquito el mismo día. Cuando fueron a verlas, encontraron debajo de la burra al potro y debajo de la yegua al pollino. Fueron al Sultán y éste les dijo que a cada uno de ellos les correspondía el animal que estaba debajo de su animal. Se enteró la mujer y mandó llamar a los dos yiblis que estaban enfadados y confusos y les dijo: Id al Sultán y decidle que teníais un campo de cebada en la costa del mar y que salieron los peces y se lo comieron. Cuando él os diga que desde cuándo los peces comen cebada, le respondéis que desde la misma hora en que las burras paren potros y las yeguas borriquitos. Se lo contaron al Sultán y éste se dio cuenta que era su mujer quien se lo había dicho. Por

meterse en sus asuntos y porque no quería que fuese tan inteligente como él, le dijo que se fuera del palacio y que le pidiera lo que más quisiera de él. Y ella, que era muy, pero que muy lista, y que lo que más quería era al propio Sultán, le dio una droga por la noche y se lo llevó dormido.

—¿Esto es verdad?—No, hombre, es un cuento nada más.—En esto de las mujeres y de los hombres, unos países van más adelantados que otros pero seguro que vosotros tenéis muchas cosas mejores que las nuestras —le dijo la mamá a Abderrahim.Acabaron la merienda y pasaron al cuarto de

Raúl. Abderrahim observó la habitación y vio un ordenador, una estantería con muchos libros, dos camas por lo que dedujo que dormiría con alguno de sus hermanos, una caja con muchos juguetes, dos balones... ¡Cuándo podría tener él tantas cosas! La verdad, pensó, es que no sabía qué se podía hacer con todo.

—Mira, tengo un rompecabezas sin acabar. Vamos a terminarlo. Es de 500 piezas y me está dando una lata... —le sugirió Raúl.

-Vale.Discutían sobre cuál era la pieza idónea,

cuando Abderrahim le confesó a su amigo:—¿Sabes por qué te he hablado de la señora

embarazada? Yo creo que mi madre también lo está. Día a día le va creciendo la tripa y eso no es normal.

—Sois dos hermanos ¿no? Uno más no pasa nada.

—No, si no es por eso. Si es un chico, todas las atenciones serán para él y si es una chica... bueno, ¡qué más da!

—Ya te acostumbrarás. ¿Cómo celebráis las fiestas del nacimiento y del bautizo en tu pueblo?

—Bueno, en mi casa no lo he visto porque soy el pequeño pero ya te he dicho que estuve en el nacimiento de uno de mis primos y normal, era normal.

—Claro, para ti es normal pero seguro que no son como aquí.

—Es verdad. Mi madre nos llevó a Radia y a mí al pueblo donde vive mi tía porque decía que íbamos a tener más familia. Llegamos y estaba toda la casa llena de gente. En un momento las mujeres se metieron en la habitación, los hombres se salieron a la calle y los niños nos quedamos

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Abderrahim “Los nacimientos” IV -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

remoloneando junto a la lumbre. Vino una mujer vieja que era la partera, la que ayudaba a las mujeres a parir. Es que en el campo no tenemos hospitales. No oíamos al niño y llamaron a los tolba.

—¿A los qué?—A los estudiantes de religión para que

pidieran a Al-lah que fuese todo más fácil. Cuando oí unos gritos como los de un gatito pequeño, me acerqué al quicio de la puerta y vi que la partera tenía entre sus manos una cosa diminuta, renegrida y fea a la que sin lavar la estaba rodeando todo su cuerpo con unas fajas.

—¿Para qué?—Anda, ¿y yo qué sé? Una de las mujeres

salió a la puerta de la casa y dio siete yu-yus. Mira, me dije, ya tengo otro primo. Ya sabía que nos tendríamos que quedar en el pueblo de mi tía ocho días por lo menos.

—¿Por qué?—Porque la fiesta del bautizo se celebra a los

siete días y se llama sebaa que significa siete, claro.—Aquí —le interrumpió Raúl—, en los

bautizos, se lleva al niño o a la niña a la iglesia y el cura les echa agua por la cabeza y les dice que se van a llamar José, María, Antonio o como quieran. Luego nos vamos a un restaurante a comer toda la familia.

—Y allí también comemos. Por la mañana cogieron a mi primo Karem y lo metieron en un barreño con agua caliente en el que había un huevo, una moneda de plata y un anillo de oro y lo lavaron por primera vez desde que nació. ¡Qué suerte bañarse cada siete días! No me preguntes que no sé para qué lo ponen. Será por cosa de suerte o así. Lo lavaron, lo secaron y le pintaron las manos y los pies con henna, ese polvo rojizo que lo debe curar todo. Nos salimos al corral y mi abuelo que era el más viejo de la familia, cogió un cuchillo muy largo y degolló una vaca mirando a La Meca que es nuestra ciudad santa, diciendo: "Alhamdo Lillahi, rab ilaalamin, arrahman irrahim, malek yaum iddin, eyaka naa-budu..." —Abderrahim lo decía todo seguido y muy deprisa.

—Buf... ¿qué es eso? ¿Te lo sabes de memoria?

—Pues claro, buenos cañazos me costó aprenderlo. Son rezos en árabe. Y luego dijo: Este niño se llamará Abdelkarem. Y comimos y ya está.

Abderrahim miró por la ventana y se dio

cuenta que había anochecido.—¡Madre mía! ¡Hoy mi padre me mata!—Te acompaño yo y le digo dónde hemos

estado, ¿vale mamá? —le propuso Raúl.—Bueno —dijo la madre.Ya en la calle y hasta que llegaron al portal de

Abderrahim, éste tocaba el timbre de una casa y Raúl el de otra sin contestar a las voces del telefonillo. Pasaron delante de los contenedores de basura y Abderrahim se dirigió hacia el amarillo. Vio un coche rojo al que le faltaba la tapa de las pilas.

—¿Esto no es de nadie?—No —contestó Raúl—. Lo han tirado.—No entiendo cómo tiráis en España cosas

tan nuevas. Si lo cogieran mis primos... Yo me lo llevo.

Dio una patada a una piedra, corrió tras ella y le hizo una propuesta a su amigo.

—Te hago una apuesta. Vamos a ver quién da primero desde aquí a esa farola.

—Jo, macho, si nos ven, nos ponen una multa.

—Pero si no hay nadie.Abderrahim lanzó la primera y pasó a cinco

dedos de la bombilla.—¡Uy, casi la doy! ¡Tira tú!Raúl estaba poco convencido pero por no ser

menos valiente que su amigo, se agachó, apuntó y la piedra pasó lejos de la farola.

—¡Vaya puntería! Fíjate.Cogió de nuevo la piedra, guiñó el ojo

derecho y cuando iba a soltar la mano, se abrió un portal del que salió un vecino.

—Eh, ¿qué hacéis?Salieron disparados hacia el portal de

Abderrahim. Les abrió la puerta la madre echándose las manos a la cabeza.

—Está bueno tu padre. Prepárate.Abderrahim miró a Raúl con sonrisa de miedo

y se encogió de hombros. Raúl observó la luz que salía por el quicio de la puerta del salón y vio al padre arrodillado sobre una alfombra pequeña con las manos en la cara.

—Jo, tu padre está llorando —casi le susurró a Abderrahim.

—¡Que no, que está rezando!Raúl no entendía eso de rezar así en las casas.

El padre salió del salón con cara de pocos amigos pero al ver a Raúl se le suavizó el gesto.

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—¡Que sea la última vez que llegas a casa a estas horas!

—Perdone, señor Mohamed, la culpa es mía. Hemos estado en mi casa jugando y no nos hemos dado cuenta del tiempo —le dijo Raúl mirando al mismo tiempo de reojo a la madre y comprobando que efectivamente estaba embarazada.

—Pero, con lo cerca que vivimos, podríais haber avisado.

—Baba, llevas razón , no volverá a pasar — le aseguró Abderrahim.

Raúl se despidió y su amigo lo acompañó hasta la puerta. Mientras esperaban el ascensor, Raúl le dijo en voz baja a Abderrahim:

—¡Qué forma de rezar tan rara! ¿Tú también rezas?

-¿Yo? ¡No! ¿Y tú?—Yo tampoco, además no he hecho todavía

la primera comunión.—¿Qué es eso?—Ni yo mismo lo sé con seguridad. Dicen

que nos comemos a Dios y que para eso tenemos que estar limpios de pecado. Por eso nos confesamos.

—Al-lah u Akbar, vosotros estáis más locos que nosotros. ¿Cómo te vas a comer a Dios con lo grande que debe ser? Y lo de confesar ¿qué es?

—Pues que vamos al cura y le decimos todo lo que hemos hecho mal y luego nos perdona.

—Pero, ¿cómo voy a contar yo a nadie todo lo que hago mal al día? ¡Para que me peguen! Nosotros lo hacemos más fácil, rezamos cinco veces al día en la mezquita o donde sea y ya está.

—¿Así es vuestra religión? ¡Qué fácil!—Bueno, tenemos otras cuatro normas. La

más importante es creer que solo hay un Dios y luego dar limosna a los pobres, hacer el ayuno en el mes de Ramadán e ir a La Meca, nuestra ciudad sagrada, una vez en la vida, si se puede. Lo demás es cosa de nosotros y Al-lah.

Ya dentro del ascensor, Raúl le dijo a Abderrahim:

—¿Ramadán? Ya me lo explicarás otro día. De todas formas, esto de la religión es mucho lío para nosotros. Hasta mañana.

—Hasta mañana, Raúl —se despidió Abde-rrahim

Una vez en la cama, Abderrahim daba vueltas y vueltas sin conseguir dormirse. Era el peor momento del día. Todo iba demasiado deprisa para

comprender este nuevo sistema de vida tan lleno de novedades y confusiones. ¡Con lo fácil que había sido su vida en el pueblo! Pensó en sus amigos Hamid "Bocarrota" y Mohamed, el de los pies torcidos. ¡Cómo os hecho de menos! A vosotros, al pueblo, a la gente, hasta a los palos de los maestros y del fkih. Es que aquí hay menos cielo, menos campo, menos animales. Bueno, hay pero están tan lejos... Si vais por las calles ves a mucha gente que siempre va deprisa y sobre todo coches, muchos coches, que en cualquier momento te pueden atrepellar. No huele a moñiga de vaca ni de burro o caballo, huele como si se estuviese quemando algo continuamente. Los árboles son árboles pero con otros colores. Mi madre nos echa la leche de un cartón y tiene un sabor raro. ¡Cómo me acuerdo del olor de la leche calentita y espumosa de la vaca de mi abuelo! No se oyen los balidos de las ovejas o las cabras porque no hay y sin embargo comemos cordero. ¿Dónde los tendrán? Yo no veo a ningún niño cuidando ovejas al borde de los caminos o carreteras como allí. Estamos en noviembre y todavía hay tomates. Si las frutas y hortalizas son del verano, ¿cómo consiguen cultivarlas? Os aseguro que no tienen el mismo sabor que las nuestras. ¿Y el frío? También es distinto, aquí hace mucho más. Menos mal que tenemos calefacción, unos aparatos que se calientan y que nos calientan y no sé lo que tienen dentro. Lo mejor es lo del agua, no tenemos que ir a buscarla con el borrico, sale de unos tubos. A veces echo de menos ir a buscarla porque mientras esperábamos nuestro turno, hablábamos, tirábamos piedras, nos reíamos de las muchachas, mirábamos al gorrión que bebía en el charco, nos subíamos al acebuche y tirábamos piedrecitas a los cántaros de las mujeres... Ah, y se comen a Dios. No os riáis, es verdad. Tengo un amigo que se llama Raúl con el que hago picias pero... Si le digo vamos a buscar lagartos, ¿os acordáis de la vieja Faina?, me dice que no hay, que los ha visto en la televisión o en los libros. La televisión es una caja eléctrica en la que ves muchas cosas y te habla la gente. Todos están pendientes de ella. En casa de Raúl, mi amigo, siempre está encendida. Visten muy bien y hay que ir con zapatillas todo el día. Me teníais que haber visto los primeros días hasta que me acostumbré, cómo tropezaba en todos los sitios. Mi padre me dice que esta vida es mejor pero yo aún no lo entiendo. Sé hablar español y ¿qué? Yo necesito

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hablar con mis estrellas que aquí son más pequenitas y más vergonzosas, correr por la ladera de los montes, hacer pis, aquí se dice así, donde quiera, echar carreras subidos en los burros, tirar piedras a los pozos y oír el chapoteo, buscar los nidos de los pájaros y observar cómo nacen y crecen los pajaritos, cortar amapolas y apretarlas

hasta convertirlas en sangre...

Abderrahim se dio media vuelta en la cama y vio la ventana del vecino por el cristal de la suya. Se durmió enseguida sin darse cuenta que necesitaba la libertad que proporciona la falta de progreso.

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Abderrahim “Las navidades y algunas fiestas de Marruecos “ V-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

V

Las navidades y algunas fiestas de Marruecos

Aquella mañana de diciembre, Abderra-him iba al colegio acompañado de su hermana Radia. Los tejados estaban blancos de escarcha y una niebla húmeda resbalaba en las ramas de los pocos árboles del parque. En los aleros de los tejados se veían chupones como caramelos, que Abderrahim cortaba, chupaba y los tiraba calándose los guantes de lana. Las manos se le quedaba ateridas y todo el cuerpo se le encogía.

—Radia, ¡qué frío hace en España!—Mucho más que allí. ¿Te has lavado la

cara? Llevas los pelos alborotados.—Cuando metí los dedos debajo del grifo,

creí que me daba algo y como no estaba mamá, me he lavado como los gatos. ¿Se me nota mucho?

—¡Pues claro! Te ha dicho papá, y lleva razón, que tenemos que ser tan o más limpios que los de aquí para que no digan que los "moros" vamos sucios.

—Además se me cortan las manos. Recuerdo que el abuelo me decía que si te meabas en las manos, se te curaban. Pero, ¿cómo voy a hacer eso aquí?Abderrahim se unió a Raúl y pasaron juntos al

aula. Marina, la profesora, comenzó la sesión dándoles una noticia.

—Buenos día. Antes de comenzar la clase, vamos a preparar una actividad para las navidades que llegan pronto.

—¡Bieeeen...! —corearon al unísono todos los alumnos.

Abderrahim miró con cara de sorpresa a su amigo.

—¿Qué son las navidades?—Son unas fiestas muy importantes. Tenemos

vacaciones, hacemos comidas especiales y nos regalamos cosas.

—A ver, Abderrahim y Raúl, prestad atención —les interrumpió Marilinia—. He pensado que podíamos hacer un Belén viviente. Hace años que no se ha hecho y es algo bonito y que gustará a vuestros padres.

—Yo me pido la Virgen —dijo Carolina.—De eso nada, la Virgen seré yo —le con-

testó Laura.

—Bueno, bueno, tranquilos, lo haremos por votaciones. Pero saldréis todos aunque sea de pastores, de pajes o en cualquier papel.

Abderrahim escuchaba pero no entendía nada. Miró a Raúl y éste le dijo:

—Luego te lo explico.—Hay cinco papeles importantes —continuó

Marina —, la Virgen, San José y los tres Reyes Magos y para los demás, cualquiera puede ser. A ver, voluntarias para la Virgen.

Levantaron la mano cinco niñas, Laura entre ellas que fue la más votada. Para San José se ofrecieron Pepe y Raúl. Este dirigió una mirada amenazadora al resto de la clase que fue suficiente para salir elegido.

—Seño —dijo Raúl—, yo creo que de rey Baltasar debería ser Abderrahim. Como es tan moreno, no hará falta maquillarle.

—De eso nada —le replicó Pepe escocido por la pérdida de la votación—. El es musulmán y esto es cosa de cristianos.

—¡Racista de mierda! —le replicó Raúl de malas maneras y en voz baja—. Cuando salgamos al recreo te vas a enterar.

—Sería bonito y una forma de entender bien la Navidad que Abderrahim hiciese el papel. Claro, haría falta el permiso de su padre.

—Yo me encargo de hablar con él —propuso Raúl.

Abderrahim estaba de espectador silencioso sin comprender bien de qué se trataba. Una vez asignados todos los papeles y concluida la primera sesión, sonó el timbre del recreo. Salieron al patio y cuando estaban en el campo de fútbol, Raúl se dirigió a Pepe.

—¿Qué es lo que pasa contigo, so mierda!—No, si yo lo decía porque como es de otra

religión... —le contestó acobardado Pepe.—Ah, creía...Los dos amigos se colocaron en un rincón de

tierra del patio y comenzaron a jugar a las canicas.—Bueno, ¿qué es eso de las navidades? —

preguntó Abderrahim.—Es la fiesta más importante del año.

Recordamos que Jesús nació en un pesebre en

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Abderrahim “Las navidades y algunas fiestas de Marruecos “ V-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Belén, por eso llamamos belenes a las figuritas que ponemos por este tiempo en nuestras casas. Sus padres eran María y José.

—Ahí va, si esos nombres me parece que están en el Corán. Jesús es Isa, María es Marian y José es Yusef. Son profetas como Mahoma.

—Nosotros decimos que Jesús es el hijo de Dios.

—Pero, ¿Dios tiene hijos?—Bueno, eso dicen. Pues, en esos días se reúnen todas las familias para cenar en la casa del abuelo, es la Nochebuena.—También me suena esa palabra. La he oído

en Marruecos cuando venden mantecados y dicen "muchabuena, muchabuena".

—Esa noche nos dan regalos pero lo mejor de Navidad son los Reyes Magos. Ese día nos traen juguetes por la noche y dicen que los dejan estos reyes en los zapatos pero eso es cosa de niños pequeñitos, yo sé que es mentira. Seguro, los compran los padres.

—¿Y yo seré uno de esos reyes? Por lo que me estás contando, me parece que nosotros también tenemos dos fiestas parecidas a éstas: el Aid el Que-bir, fiesta del cordero o fiesta grande y la Haguzza o fiesta de los regalos para los niños.

—Tira tú, que te toca. ¿Cómo son esas fiestas?—La primera se celebra a los setenta días de

concluido el Ramadán, ya te lo explicaré cuando llegue, y todas las familias de Marruecos tenemos que matar un cordero. Mi padre sabe mejor que yo porqué se mata y para recordar no sé qué cosa. Y la Haguzza es una vieja que viene aproximadamente en enero y nos deja regalos a los niños por la noche. Dicen que es bruja pero una bruja buena. Yo sí me lo creo.

—Pero si no hay brujas. ¿Tú las has visto? Eso son tus padres, seguro, como aquí.

—A lo mejor. Pero muchas noches de invierno debajo de mi almohada han aparecido agujas e hilos y muchos regalos. Mi madre me decía que era la Haguzza que había pasado por mi casa. Dicen que si el niño o la niña han sido buenos en la casa y en la calle, han aprendido bien las lecciones del Corán, han comido terid sin hartarse.

—Y eso ¿qué clase de comida es?—Son unos pasteles de hojaldre rociado con

caldo, canela y azúcar que hacía mi abuela para esa noche. Estaban buenísimos. Y a los niños malos les abría la tripa y se la llenaba de paja —Abderrahim

se quedó un momento pensativo—. Ahora que lo pienso, yo no he conocido a ningún niño que le hayan abierto la tripa y se la hayan llenado de paja y mira que los había malos. Yo mismo, por ejemplo. Llevas razón, debe ser mentira. Son los padres, seguro.

—¿Qué regalos os traía esa bruja?—Cuando me levanté el año pasado, encontré

en mi cama un puñado de cacahuetes, cinco dirhams, dos lapiceros y un tirachi-nas. ¡Qué tonto he sido! ¿Cómo me va a regalar una bruja buena un tirachinas con la cantidad de picardías que se pueden hacer con él? ¿Y a vosotros?

—Los reyes de mi casa me trajeron dos jue-gos guays de la play station en los que el héroe mata sin piedad a todo el que se le pone por delante, un patinete pero con batería para no tener que hacer esfuerzos y un escalestrix. Los de mis abuelos, una bicicleta de montaña.

—¿Para qué sirve eso del escalestrix?—Es una pista de coches que va conectada a

la electricidad y compites con tu hermano o con un amigo para ver quién llega antes a la meta. A veces juega con nosotros mi padre

—¿En la calle?—No, en mi habitación.—¡Qué curioso, vosotros jugáis siempre en la

casa, no utilizáis casi nada la calle o el campo! Y la bicicleta es para el parque, todavía no te he visto que vayas a algún sitio con ella. Si tuviese yo una...

—Es que mi padre dice que es peligroso.—Entonces, ¿para qué os hacen esa clase de

regalos? En mi pueblo los coches los hacíamos con cajas de madera a las que atábamos una cuerda y organizábamos carreras por las calles. Como no había bicicletas, cogíamos el asa redonda de metal de un barreño y con un palo y un gancho recorríamos cualquier camino y no creas que es fácil conducir. Casi todos los juguetes los inven-tábamos nosotros. Si supieras lo que se puede hacer con un tirachinas...

Sonó el timbre y subieron a clase. Abde-rrahim iba poco a poco haciéndose dueño de aquellas letras tan raras, componiendo palabras y frases que le sonaban de oírlas en la calle y especialmente iba asumiendo todas aquellas normas de comportamiento y disciplina que a veces le parecían tan inútiles. Tenía un profesor de apoyo, Jesús, que le corregía constantemente pero sin pegarle en los dedos, la nueva postura para escribir,

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de izquierda a derechas, y que a él le resultaba más fácil porque las líneas las veía mucho más lejos que cuando aprendía en el colegio de su pueblo.

—¿Qué tal lo llevas, Abderrahim? —le pre-guntó Jesús.

—¿Qué? Si no me he llevado nada.—No, si te quiero decir que si vas bien en

España.—Bueno, shuía, anda, perdona, poco a poco

voy estando mejor. Me acuerdo mucho de mi pueblo pero como aquí también tengo un amigo, Raúl, que siempre está conmigo, me lo paso bien. Ahora voy a hacer de un rey que es negro y que no me acuerdo cómo se llama.

—¡Baltasar!—Eso. Vamos a hacer un teatro con Marina y

como es negro y yo soy bastante moreno... No sé cómo me va a salir.

—Vais a hacer un Belén viviente, ¿no? Bien, seguro, tú haz lo que te diga la Seño y todo irá bien. ¿Te deja tu padre?

—Hoy voy a ir con Raúl para pedirle permiso.Se abrió la puerta y entró Raúl.—Que nos va a leer el teatro Marina, ¿puedes

venir?—Sí, sí, claro, que vaya —le contestó Jesús.La profe ya había comenzado la lectura

dirigiendo la mirada a cada uno de los actores cuando debían intervenir. Al llegar a la escena de los Reyes Magos, la Seño miró a Abderrahim y leyó muy despacio recalcando las palabras:

—"Una estrella nos ha guiado hasta aquí. Somos de Oriente. Yo te traigo mirra...". Esto es lo que tienes que decir, nada más. ¿Lo puedes repetir?

—Una estrella está aquí. Yo llevo...—Mirra. Bueno ya lo aprenderás.—¿Qué es mirra?—Es curioso, los otros reyes no me preguntan

qué es lo que llevan y tú, sí.—Es que me gusta saber lo que llevo en las

manos.—Mirra es como una colonia, se saca de los

árboles de Arabia y se pone en el cuerpo para oler bien.

—Ah, debe ser parecido a una barra de olor que se dan los que van a la mezquita y la traen de Arabia. ¿Y la estrella? Seguro que es "Luz de la noche".

—¿Luz de la noche? ¿Quién es?—Es una estrella amiga mía con la que hablo

todas las noches.Marina se sorprendió al comprobar la fantasía

que guardaba la cabeza de aquel niño marroquí. Al salir del colegio Raúl acompañó a

Abderrahim a casa de éste para pedir la autori-zación al padre. No hubo problemas y firmó el papel. Por la tarde y después de merendar, Abderrahim le propuso a Raúl:

—¿No hay río en el pueblo?—Sí, pero está un poco lejos. Además mi

padre no me deja ir. Dice que es peligroso.—Aquí todo es peligroso. ¿Por qué? ¿Quieres

que vayamos? ¿Cuánto tardamos?—Un cuarto de hora pero...—Nos da tiempo. ¡Vamos!Aunque Raúl no estaba convencido, no quería

ser menos atrevido que su amigo y los dos emprendieron el camino.

—"Una estrella nos ha guiado hasta aquí. Somos de Oriente. Yo te traigo mirra..."

—¿Qué? Ah, es lo del teatro. "Una estrella nos ha guiado hasta aquí. Yo traigo y mira..."

—No, "somos de Oriente" y se dice mirra, mirra, mirra...

—Mirra, ya está. ¿Ves esos agujeros peque-ños en el borde del camino? Son las casas de los escorpiones. Ahora, en invierno, están dormidos pero en verano, salen por la noche y son peligrosos. Se puede jugar con ellos. Mira, mira esos dos pájaros blancos y negros.

—¿Dónde?—Ahí, junto a esas zarzas.—¿Qué zarzas?—Tío, es que no sabes ni lo que son zarzas.

Esos arbustos que tienen pinchos y dan moras al final del verano. Están muy ricas y mi madre hace mermelada con ellas. Los pájaros se llaman urracas. Se comen todos los animales muertos que hay por el campo y así lo limpian todo de carroña. Es verdad que también se comen los huevos de los nidos que encuentran y los cazadores las odian. En mi pueblo nos daban medio dirham por cada una que matábamos. Mira, los tirachinas sirven para eso. También se les puede enseñar a hablar.

—Venga ya, no te enrolles.—Que sí, hombre. Yo tuve una amaestrada —

Raúl iba ensimismado con las historias de su amigo admirándose cada día más de las cosas nuevas que estaba aprendiendo— "Boca-rrota" y yo cogimos un gato muerto, ¡cómo olía!, y preparamos liga.

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Abderrahim “Las navidades y algunas fiestas de Marruecos “ V-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

—¿Qué es liga?—Goma quemada que es muy pegajosa.

Dejamos al gato muerto debajo de un árbol y a su alrededor, pusimos toda la liga oculta con pajas y palitos para que no se viera. Nos ocultamos detrás de unas zarzas y a esperar. A los cinco minutos dos urracas revolotearon sobre el gato. ¡Qué listas son, cómo sospechaban que allí había algo raro! Pero el hambre es muy mala y una de ellas se posó a distancia y se fue acercando dando saltos, andan así. Se fue aproximando hasta poner sus dos patas sobre la liga. Intentaba despegarse pero cuanto más esfuerzos hacía, más se pegaba. "Bocarrota" se lanzó hacia ella y la agarró por el cuello. "Que la ahogas, animal, y la quiero viva le dije". Me la pasó y me soltó tal picotazo en la mano que estuve a punto de soltarla. La agarré con fuerza de las patas y la coloqué boca abajo. Me buscaba las manos pero no llegaba.

—¿Y qué hicisteis?—La llevamos a mi casa y la metimos en un

cubo de plástico en la cuadra de las vacas. Todos los días la llevábamos pan mojado y se lo dejába-mos dentro. Al día siguiente se lo había comido. Con el tiempo nos ganamos su confianza y a los cuatro días comía en nuestras manos. "Ahora le vamos a enseñar a hablar" le dije a mi amigo. Dicen que es bueno meterla dentro de un cántaro y gritarle la palabra que quieres que aprenda porque allí resuena mucho.

—¿Qué le enseñasteis? —pregunto Raúl lleno de curiosidad.

—Una palabra fea.—¿Qué palabra?—No te la puedo decir, suena muy mal.—Si es en árabe me da igual porque como no

sé lo que significa...—Mesjot—¿Qué quiere decir? —le insistió Raúl con

más morbo que curiosidad.—No, no te lo digo. Sé que un día le dije mesjot y ella contestó con bastante claridad mes-jot. Mi madre que estaba echando comida a la muía lo oyó y sin esperarlo me dio dos bofetadas que casi me hacen rodar por los suelos. Pero la urraca habló.Llegaron a la ribera del río. Al separar unos

carrizos para verlo mejor, una bandada de ánades y de pollas de agua fueron arrastrando alas y patas por el agua hasta llegar al lado contrario.

—A31 imma habiba, la cantidad de animales que tenéis aquí —dijo Abderrahim alucinado.

—Ni lo sabía —le contestó Raúl.Los sauces descansaban sus ramas sobre el

césped helado. Los chopos habían perdido sus hojas y parecían figuras esqueléticas. El río había ido formando un talud alto que impedía llegar fácilmente a la orilla. Abderrahim se hizo hueco entre las cañas y se preparó para bajar.

—¿Qué vas a hacer? Como te escurras, te vas al río —le dijo Raúl.

—Ya verás cómo no —le contestó su amigo.Abderrahim se deslizó arrastrando el culo

sobre la tierra al mismo tiempo que iba amor-tiguando la fuerza de la caída agarrándose a las hierbas más altas.

—Venga, baja, no seas cobardica.Raúl hizo la misma operación pero al ir

bajando, oyó un desgarro del pantalón por detrás. Llegó junto a su amigo y se palpó el culo.

—Bueno, me he hecho un agujero en los pantalones. Ya verás mi madre.—A ver. ¡Bah, eso no es nada! Ya nos

inventaremos algo.Abderrahim buscó piedras lisas y las fue

tirando de costado al agua. Las piedras chocaban contra la superficie e iban dando saltos hasta sumergirse.

—Vamos a ver cuál de los dos consigue que las piedras den más saltos —le animó Abderrahim.

Raúl lanzó una que se hundió en el primer golpe.

—No, así no. Tienes que torcer el brazo, inclinar el cuerpo buscando la línea del agua y entonces tiras. Mira, así.

La piedra dio siete golpes. Raúl lo volvió a intentar y consiguió dos. Pasaron un buen rato con el aprendizaje hasta lograr tres o cuatro pero sin llegar a superar a Abderrahim que sabía perfec-tamente la técnica aprendida con las vacas, las ovejas y los pájaros en su pueblo. Se colgaron de la rama verde de un sauce y comenzaron a balancearse. Los saltos cada vez eran más largos. En uno de ellos Abderrahim vio un agujero en el talud del río y se dirigió hacia él.

—¿Sabes de qué este agujero? —le preguntó a Raúl.

—Y yo qué sé, lo habrá hecho el agua.—No, macho, es la puerta de una madriguera

de topos.

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Abderrahim “Las navidades y algunas fiestas de Marruecos “ V-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

—¿Qué clases de animales son?—También pueden ser de ratas de agua. Si

son topos, son unos animales muy graciosos que debieran llevar gafas porque la luz del día les molesta y cierran los ojillos. Viven siempre debajo de la tierra, cavan galerías por las que se desplazan buscando las raíces de las plantas para alimentarse. Es muy difícil verlos y normalmente salen por la noche. Las ratas de agua son otra cosa.

—A mí me dan mucho miedo —le inte-rrumpió Raúl.

—A mí, no. En mi pueblo se metían en los agujeros de las cuadras y dejaban el rabo fuera. Me agarraba con fuerza y a veces me quedaba con los pelillos en las manos y se lo dejaba pelado pero cuando conseguía sacarlas, daban saltos de más de un metro. Corríamos tras ellas hasta matarlas. Las de río no son iguales, comen cosas más naturales y en mi pueblo conozco a un viejo que las pelaba y se las comía.

—¡Qué asco!Abderrahim cogió una vara larga y comenzó a

meter y a sacar.—Hay algo pero no sé qué es -comentó el

marroquí remangándose.—¿Qué vas a hacer? —se asustó Raúl.—Voy a ver lo que es —introdujo el brazo

hasta el hombro—. Le toco las patas pero no consigo cogerlo.

—Déjalo, además ya es tarde.El sol comenzaba a arrastrarse sobre los

montes pelados del pueblo y los dos amigos emprendieron el regreso al pueblo.

—Ahí va, la redacción sobre Navidad — recordó Raúl— Aún no la hemos hecho.

—Yo le voy a decir a mi padre que me ayude y contamos algo sobre la fiesta de nuestra Pascua.

—Y los pantalones, ¿qué voy a decir en mi casa?

—No me amueles, le dices a tu madre que te los has roto en el tobogán y ya está.

Al día siguiente a primera hora Marina pidió las redacciones y se paró en la de Abderrahim por curiosidad.

—¿Quién te ha ayudado? ¿Sobre qué la has hecho?

—Me ha ayudado mi padre y como nosotros no celebramos la Navidad, me ha dicho que a lo mejor era interesante contar algo sobre el Aid el Quebir.

—¿Sobre qué? —preguntó la Seño interesada.—Es nuestra Pascua, la fiesta más grande de

los musulmanes.La letra del papá de Abderrahim era grande,

clara y bien perfilada. No tenía faltas de ortografía. La profe leyó por encima y se dio cuenta que aquello podría interesar a toda la clase, incluso a ella misma.

—Os voy a leer esta redacción. Poned atención porque son cosas totalmente nuevas. "... A esta fiesta se le llama en marroquí Aid el Quebir que significa Fiesta Grande porque es la fiesta más importante del año musulmán. Se celebra a los setenta días de haber acabado el mes de Ramadán, el mes de ayuno obligatorio. Recordamos el sacrificio que hizo el patriarca Abraham cuando Dios, para probarlo, le ordenó que sacrificara a su hijo. Un ángel le detuvo la mano y le mostró un cordero que debía ocupar el lugar de su hijo. Esa mañana y después de rezar, cada padre de familia debe matar un cordero. En los pueblos nos reunimos todas las familias para celebrarlo juntos. Los niños estrenan ropa nueva y especialmente van a la mezquita vestidos con trajes típicos tradicionales. Los hombres y los niños llevan una chilaba blanca con capucha y babuchas blancas o amarillas. Debajo de la chilaba, llevamos los pantalones hasta las rodillas, el sarual, del que ya os he hablado anteriormente. En las ciudades huele a chamusquina todo el día porque grupos de jóvenes se juntan en las esquinas para quemar y limpiar las cabezas y las patas de todos los corderos. Es que aprovechamos todo del cordero. Como no tenemos neveras, las mujeres refríen el cordero para que dure muchos días. La última comida del borrego es la tahelía. Se hace con la carne que queda en la espina dorsal y se adereza con azúcar por eso, cuando la ves, tiene un color oscuro. Es imposible comer pan con ella porque es muy pesada. Pero os aseguro que está muy rica. Antiguamente decían que en esta comida echaban una mosca verde, dbena del hind, pero yo no lo he visto en mi vida. La fiesta dura tres días y también nos felicitamos pero en lugar de decir "Feliz Navidad", nos decimos Mubruk el Aid, Feliz Fiesta. Los que van a La Meca de peregrinos, si pueden,

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Abderrahim “Las navidades y algunas fiestas de Marruecos “ V-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

aprovechan esta fiesta para hacerlo y cuando vuelven tienen el título de hach, son como más santos. Yo aún no he ido. Además de esta fiesta grande, tenemos el Aid el Seguir, Fiesta Pequeña, que se celebra al día siguiente de Ramadán, el Achor en la que tenemos obligación de dar limosna a los pobres, el diez por ciento, y el Mulud o nacimiento del profeta Mahoma..."—¡Qué asco, se comen una mosca! —dijo

María arrugando la cara.—No, no dice eso, dice que él lo había oído

pero que no lo había visto nunca. De todas formas lo más importante es que sepamos que además de nuestras fiestas, hay otras de distintas culturas y religiones que son tan importantes como las nuestras —sentenció Marina.

Abderrahim ese día se sintió más importante en la clase.

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Abderrahim “Las navidades y algunas fiestas de Marruecos “ V-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

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Abderrahim “El Ramadán” VI-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

VI

El Ramadán

La representación del Belén viviente fue todo un éxito para los padres y madres, especialmente para los de Abderrahim que era la primera vez que asistían a una obra de este tipo en una escuela. Aicha, la madre, no se enteró de los diálogos pero disfrutó viendo a su hijo ataviado con el traje que ella misma le había hecho. Marina estaba también contenta a pesar del incidente que protagonizaron Raúl y Abderrahim en plena actuación. A Pepe le cor-rrespondió el papel del pastor que anunciaba la aparición de una estrella. Tenía que irrumpir sobresaltado en escena haciendo grandes gestos con las manos y señalando el cielo de papel azul por el que una mano oculta desplazaba una estrella de papel de plata. Los dos amigos lo tenían bien pensado.

—Antes de que salga Pepe al escenario, nos colocamos los dos a su lado. Yo le doy un empujón y tú le echas la zancadilla al mismo tiempo —le dijo Abderrahim a Raúl.

—¡Vale! —le contestó Raúl con sonrisa de auténtico picaro sin pararse a pensar en las consecuencias.

"Un ángel nos ha..." y sin acabar la frase, Pepe rodó cual largo era por todo el escenario ante las carcajadas de toda la clase y la sorpresa de la profe. El gorro se le cayó y la mochila se le dio la vuelta. Se incorporó con lágrimas en los ojos y mirando con rabia poco contenida a los dos amigos que se tapaban la boca con las manos. La frase completa le salió a trompicones. Pepe les acusó ante la Seño y ellos lo negaron diciendo que se le habían enredado los pies en los cables de las luces. Palabra contra palabra, los dos amigos se libraron de un buen castigo.

Volvieron de vacaciones y el primer día de clase cada alumno contó lo que les habían traído los Reyes Magos o Papá Noel: juegos de vídeo-consolas, bicicletas, juegos reunidos, muñecas que hablan y hacen pis solas, mono-patines con motor, balones reglamentarios...

—¿Y a ti, Abderrahim? —le preguntó Marina.—Nada, como somos musulmanes... Bueno,

los papas de Raúl me han regalado un balón de fútbol —contestó Abderrahim mirando de reojo y con agradecimiento a su amigo.

—¿Ya se conocen vuestros padres?—No, aún no. Pero este mes, seguro porque

como es el mes de Ramadán, mis papas van a invitar a cenar a los padres de Raúl.

—Muy bien, muy bien, a eso se le llama integración, buena convivencia, aunque seamos diferentes. Por cierto, ¿cómo es Rabadán o Ramadán?

—¡Ramadán! Es el nombre de un mes de nuestro calendario, me parece que el noveno.

—Nos tienes que contar algún día en qué consiste o te lo cuenta tu padre y tú lo escribes.

-¡Vale!Nunca se hubiera imaginado Abderrahim el

protagonismo que estaba teniendo entre tantos cristianos. Lo que no apreciaba Marina es que tantas atenciones estaban originando el rechazo de un pequeño sector de la clase.

Salieron al recreo y Raúl bajaba comiéndose el bocadillo por las escaleras. Abderrahim lo miró con apetito.

—¿No traes hoy bollo? Si se te ha olvidado, te doy un pedazo del mío —le invitó Raúl.

—No, es que hoy hago Ramadán y no puedo comer nada hasta que suene el cañón, digo hasta que sea por la tarde.

—¿Todos hacéis el Ramadán, eso de no comer por el día?

—No, solamente los mayores pero nosotros nos vamos entrenando y solemos hacer algún día al mes, especialmente el día 26 de ese mes.

—¿Por qué ese día?—Ese día te conduce a la noche del 27 que se

le llama en árabe Lilat al Qadr o Noche del Destino o del Poder. Es la noche más importante del año y todo el mundo se lo pasa rezando en las mezquitas.

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Abderrahim “El Ramadán” VI-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Dicen que bajan los ángeles a la tierra y todo lo que les pidas, se te concederá. Yo, la verdad, aún no he pedido nada. Bueno, pedí una noche que no me sacaran de mi pueblo pero como no era la Noche del Destino, pues mira, aquí estoy. No me arrepiento.

—¿Cómo pueden aguantar las personas sin comer todo el día? ¡Qué cosa tan rara!

—Es cuestión de acostumbrarte. Yo le he oído decir a mi padre que se pasa muy mal los primeros días pero luego... Pero si supieras lo bien que se lo pasan en las ciudades. Cuando suena el cañón, la ciudad se queda desierta, todo el mundo se recoge en sus casas para hacer la primera comida o el desayuno.—¿Disparan un cañón?—Sí, porque así se entera toda la gente de que

ya se puede comer.—¡Qué gua-j ver disparar un cañón de ver-

dad!—Lo mejor llega después. Dice mi padre que

todas las calles se llenan de gente, abren las tiendas y las cafeterías toda la noche hasta que unos señores recorren las calles tocando un tambor que quiere decir que "a por la última comida ya que va a empezar otro día de ayuno". En los pueblos es más aburrido porque no cambia nada, todo sigue igual, lo único es que comemos un poco mejor.

Antes de que sonara el timbre, Abderra-him propuso a su amigo ir esa tarde al río otra vez

—Yo, con tal de estar a la hora de hacer la primera comida del día en mi casa...

—Vamos solos o se lo digo a Juanito, Mariano y Driss.

—Como quieras. Estamos en el mes dos y he visto en el cielo una bandada de grullas. Mi padre dice que cuando vuelven las grullas de África, va a comenzar el buen tiempo. ¿Te has fijado cómo vuelan?—No, yo casi nunca miro al cielo a no ser que

oiga un avión de esos que explotan y sueltan humo.—Pues el cielo nos puede enseñar muchas

cosas. Las grullas van en forma de flecha, una delante que hace de piloto y guía y las otras se reparten en dos filas. Son listas, de verdad. No necesitan mapas ni carreteras, ellas saben dónde

van y de dónde vienen.Aunque el sol de aquella tarde de febrero no

calentaba demasiado, los chicos llegaron al río con las sudaderas atadas a los ríñones.

—No hagáis ruido —les dijo Abderrahim asomando la cabeza entre las espadañas.

—¿Por qué? —le preguntó Driss.—¿Tú eres de pueblo o de ciudad?—Yo soy de Casablanca.—Claro, normal, por eso no sabes que en esta

época, cuando va a comenzar la primavera, todas las aves de los ríos están haciendo sus nidos, incluso alguna de ellas ya puede tener los huevos —afirmó Abderrahim sintiéndose importante ante todo el grupo.

Introdujeron sus cabezas entre las aneas y salieron disparadas dos ánades.—Esas tienen el nido por aquí cerca, vamos a

buscarlo —les dijo Abderrahim—. Tenéis que pisar encima de donde haya más matojos para no mojaros los pies. Abrid las espadañas que estén medio rotas porque cerca puede estar el nido.

—¡Aquí, aquí!—gritó Mariano.—¡No chilles, melón —le recriminó Abde-

rrahim— que vas a espantar a las demás!—¿Dónde? ¡Ahí va, ya me he calado las dos

deportivas! —dijo Driss mirándose los dos pies.El nido aún no tenía huevos pero ya estaba

acabado. Abderrahim posó una de sus manos dentro y comprobó que estaba caliente.

—¡Eh, mirad, éste tiene dos huevos! —gritó Raúl.

—¡A ver, a ver! —dijeron todos a la vez.—No se os ocurra tocarlos. Tienen pinti-tas

para que se confundan con el carrizo.—¿Por qué? —le preguntó Mariano.—Para que las culebras no los vean, aunque

son muy listas y los huelen —le contestó Abderrahim ya con los pelos de punta solamente de nombrar a las culebras.

—Ojalá viéramos alguna —dijo Driss.—Mchi riel jará —le contestó en árabe y de

malas maneras Abderrahim.—¿Por qué las tienes tanto miedo? —le pre-

guntó Raúl.—Son viscosas, asquerosas, siempre con la

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Abderrahim “El Ramadán” VI-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

lengua fuera partida en dos y además porque mi abuelo me contó una historia de una culebra y desde entonces las tengo tanto miedo...

—¿Qué historia? —insistió Raúl con curio-sidad.

—Cuando mi abuelo era pequeño, en su pueblo, una mujer tenía un hijo al que daba teta todos los días. El niño era muy llorón y la madre lo acostaba junto a ella. Cuando lloraba, le arrimaba la teta y ella seguía durmiendo. Pero aquel niño por más que mamaba, no engordaba y la madre comenzó a preocuparse. Lógicamente le llevaron al fkih pero éste no encontraba solución aunque se dio cuenta de que allí pasaba algo raro. La madre le observaba por las noches y no veía nada raro. Pero una noche en la que el niño estaba mamando en silencio, la madre se despertó y vio sobre su cama una serpiente que chupaba de su teta.

—¡Ay madre! —dijeron todos al unísono.—Pues sí, la muy lista metía su rabo en la

boca del niño para que se callase y mientras, ella se aprovechaba de la leche de la madre. A aquella señora le costó mucho tiempo olvidar y dice mi abuelo que se cambió de casa. Desde entonces las tengo tanto miedo que tengo pesadillas y solo de hablar se me erizan los pelos.

Recorrieron las orillas del río tirando piedras hasta llegar a una chopera. Sobre una salguera enorme había dos grajillas. Abderrahim se agachó, cogió dos piedras para tirárselas y al levantar la vista vio un nido de cigüeñas.

—¡Ahí va, aquí están las cigüeñas del Buhali!—¿Quién es ése? —le preguntaron.—Un loco del pueblo de mi abuela que

desapareció para buscar a las cigüeñas y nunca más se le vio por el pueblo. Seguro que está Buhali por aquí, pero cualquiera le encuentra. Dice mi hermana que se convirtió en cigüeña...

—Yo creo algunas veces que estás un poco loco —le dijo Raúl.

Abderrahim se sonrió, no prestó mucha atención a lo que le dijo su amigo y se dio cuenta que el sol estaba muriendo.

Al entrar en su casa se encontró con las tazones de sopa humeante sobre la mesa, los platos

de dátiles, higos secos y cacahuetes, vasos con zumo de naranja y zanahoria, la tetera, las pastas, las shubaquías. Todo estaba preparado para la primera comida de ese día de Ramadán. Mohamed, el padre, miró los papeles sobre los horarios de los rezos que se los habían mandado de la Mezquita de Madrid.

—¡Ya es la hora! Voy a rezar.Todos esperaron alrededor de la mesa a que

finalizase.-¡Bismil-lah! —dijo el padre cogiendo el

tazón con ambas manos y dando grandes sorbos a la harera.

Todos bebían sopa entre trozo y trozo de los demás alimentos.

—Abderrahim, ¿qué tal el día? ¿Has aguan-tado bien el ayuno? —le preguntó el padre.

—Bien, Raúl me quería dar un trozo de su bocadillo. No entiende bien lo de no comer por el día. Por la tarde hemos ido al río y se me ha pasado el tiempo sin darme cuenta —le contestó Abderrahim.

—Tened cuidado. ¿Saben los padres de tus amigos que van al río?

—No lo sé. Yo creo que se lo pasan bien, aprenden muchas cosas. Yo creía que los niños españoles sabían más cosas de los animales y las plantas.

—Aquí tienen otra forma de vivir y se divierten con otras cosas.

—Será porque las tienen, si no las tuvieran...—Mira, mañana, si pueden venir, vas a invitar a los padres de Raúl a cenar a casa. Así nos conocemos y aprenderán algo de nuestras costumbres para que vean que no somos tan raros.—Jo, baba, a mí me da vergüenza. Yo se lo

digo a Raúl mañana en el colé y por la tarde ya me dará la contestación.

—¡Vale! Aicha, —se dirigió a su mujer -preparas un tayine de cordero y le pones

todas las cosas que lleva.—No tengo almendras ni ciruelas secas — le

contestó Aicha.—Cómpralas por la mañana en el super-

mercado.

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Abderrahim “El Ramadán” VI-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

—Si no sé hablar. ¿Cómo las voy a pedir?—Tranquila, las buscas, las coges y las llevas

donde cobran.En Marruecos las mujeres no tienen por

costumbre salir a la compra. Piden al marido lo que hace falta y es éste quien lo compra. Ellas se encargan de preparar las comidas y atender a los niños pero todo dentro de la casa. El reino de la mujer suele ser la cocina. Otra costumbre más.

Radia y Abderrahim se ducharon y se acostaron. Mañana no harían ayuno pero sí tendrían colegio. El niño antes de acostarse, se asomó por la ventana para despedirse de "Luz de la noche". Estaba nublado. Hoy no la vería pero se consoló pensando que dormiría con unas sábanas algodonosas de nubes nuevas.

Una luz cegadora que llenaba toda la habitación, le hizo abrir los ojos. En el centro de la puerta de su habitación y aumentada la imagen por la sombra de las luces, se erguía una cobra enorme que le miraba fijamente a los ojos y le invitaba a acompañarla. Se aferró a los laterales de la cama y hasta ella se acercaron dos serpientes de tamaño mediano que le despegaron las manos sin violencia y le condujeron a través de unos pasillos sin final a una gran sala. La gran cobra tomó asiento en un trono real mientras las demás serpientes le hacían una gran reverencia. Abderrahim se restregó los ojos con fuerza, se pellizcó en las manos e intentó escapar pero sus pies permanecían pegados al suelo. Se hizo un silencio y habló la reina de las serpientes:

—Este muchacho —se dirigió a un grupo de boas que llevaban pelucas blancas— nos odia, nos tiene miedo porque toda su vida se la ha pasado matando a muchas de nuestras hermanas sin motivo justificado y sin apreciar que si estamos en la tierra, es porque la limpiamos de toda clase de alimañas. No somos malas, somos necesarias para que exista equilibrio en la naturaleza. Yo te acuso ante este tribunal y será él quien decida cuál debe ser tu castigo.

A Abderrahim comenzaron a fluirle grandes lágrimas que resbalaban por la cara y se paraban en sus labios haciéndole percibir un sabor salado que le hacían sangrar por la boca.

—No, pero si yo... —balbucía el niño sin saber qué decir.

El grupo de boas cuchicheaba en voz baja hasta que la que estaba sentada en el centro se dirigió a la reina con voz solemne:

—Majestad, —la cobra se colocó sus enormes gafas— este tribunal ha decidido por unanimidad que este niño vivirá todo lo que le quede de vida con nosotras, en nuestro palacio. Necesitará un tiempo de adaptación y lo pasará en una celda vigilado por dos culebras de agua.

—No, yo no, yo me quiero ir con mis padres —gritaba y protestaba Abderrahim mientras un coro de serpientes diminutas entonaba una canción lánguida y triste.

—Se hará como el tribunal ha decidido — dijo la reina retorciendo sus fauces mientras hablaba y sacando su lengua bífida con frenesí

— . ¡Que sea conducido a los sótanos de palacio!

Tres serpientes de cascabel comenzaron a hacer sonar sus colas y Abderrahim sin darse cuenta, se vio suspendido por los aires y dirigido hacia la parte baja del palacio. Dos culebras estaban delante de la puerta de la celda en la que fue encerrado. El cuarto no tenía ventanas ni puerta pero desde dentro se veía con claridad todo lo que sucedía fuera. Abderrahim hundió sus manos en lo invisible pero siempre tropezaba con algo irreal que le impedía escaparse.

Comenzó a llorar. Lloraba sin ganas pero sin parar. Las lágrimas cada vez eran más grandes y ya no le resbalaban por las mejillas, caían directamente al suelo invisible de su celda. No desaparecían, unas se mezclaban con las otras y lo que en un principio fue un charco pequeño, se fue convirtiendo en una gran masa de agua salada que le fue cubriendo poco a poco los pies, las rodillas, la cintura, el pecho...

—Me voy a ahogar en mis propias lágrimas. ¡No puede ser! ¿Por qué no desaparecen?

Le cubrieron los hombros y el cuello. Cuando le llegaban a la barbilla tuvo que hacer un gran esfuerzo y levantar la cabeza para no tragárselas. Se sentía húmedo, mojado, empapado, agobiado... Sin tener dónde asirse y sin poder levantar más el

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Abderrahim “El Ramadán” VI-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

cuerpo, dio un grito desgarrador y de impotencia...—¡Mamá, mamá...!Abrió los ojos y todo lo que vio fue oscuridad.

Sintió a su lado el suave respirar de su hermana Radia. Se tocó el cuerpo y...

—¡Ahí va, me he meado! ¡Ha sido una pesadilla!

Respiró con nerviosismo y cuando se levantó le dijo a su madre:

—Mamá, me he hecho pis en la cama. No me había pasado nunca pero es que he tenido un sueño horrible y...

—No pasa nada, hijo, —le interrumpió su madre— dúchate. A algunos niños les pasa y no tiene importancia. ¡Ah, no se lo digas a tus amigos porque se pueden reír de ti!

—Es que las serpientes...Por la tarde del día siguiente, a punto del

atardecer, cuando no se ve un hilo en el horizonte y es la hora de la primera comida de un día normal de Ramadán, la familia de Abderra-him estaba preparada para recibir por primera vez desde que estaban en España, a una familia cristiana. La mesa del comedor estaba cubierta con un mantel blanco y sobre él, conformando una auténtica paleta de pintor, muchos platos pequeños con aceitunas verdes y negras, pisto de berenjenas, tomates y pepinos, higos secos, dátiles, cacahuetes, shubaquías, pastas de forma de media luna y triangulares, tazones vacíos, vasos de colores, dos jarras con zumos de naranja y zanahoria. Los padres, Mohamed y Aicha, se habían vestido con ropas típicas de su país. El padre llevaba una chilaba blanca y unas babuchas amarillas y la madre, un kaftán bordado con hilos de plata con un cinturón dorado y unas babuchas brillantes. A la madre se le notaba bastante su embarazo.

—Abderrahim, quiero que especialmente hoy te portes bien. Cuando terminemos de cenar, Radia y tú os vais con Raúl a vuestra habitación. La visita

durará poco porque es la primera vez que vienen, así que... ya sabéis - les dijo Mohamed a los dos señalándoles con el dedo índice levantado.

Los dos hermanos estaban a punto de estallar de alegría. Nunca hubieran imaginado que el primer mes de Ramadán de España pudieran tener visita de españoles.

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Abderrahim “Hospitalidad en una noche de Ramadán” VII-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Hospitalidad en una noche de Ramadán

Sonó el timbre de la puerta.—¡Ya están aquí! —gritó Abderrahim no

pudiendo contener la emoción y los nervios.—Tranquilo, bueno, por lo menos inténtalo

—le sugirió el padre.Mohamed abrió la puerta.—¡Buenas tardes! ¡Bienvenidos a nuestra

casa! Soy el padre de Abderrahim y me llamo Mohamed —les dijo de un tirón sin tan siquiera respirar.

—¡Buenas! ¡Muchas gracias! Yo soy Pedro y ésta es mi señora, Paula.

—Pasen, pasen ustedes.—Gracias. Si no te importa nos tuteamos.—Bien, encantado.Al entrar al salón, Mohamed presentó a Aicha

advirtiéndoles que no hablaba nada de español. Las madres se saludaron con dos besos pero se produjo un instante de confusión porque Aicha, según las costumbres marroquíes, intentó dar un tercero que Paula no entendía y después de retirarse se vio obli-gada a volver a besar. Las dos mujeres se echaron a reír lo que relajó de manera especial ese primer encuentro.

Se acomodaron alrededor de la mesa. Los niños ya habían desaparecido y tuvieron que llamarles para cenar.

—¡Bismil-lah! Siempre comenzamos a comer con esta expresión. Podéis comer de todo y si algo no os gusta, no os sintáis obligados —mientras Mohamed explicaba, Paula miraba la mesa con atención y sobre todo se fijaba en el vestido de Aicha—. Nosotros solemos comer con la mano

derecha, vosotros tenéis vuestros platos y cubiertos, así que... ¡sin problemas!

—Bueno, ¿qué tal la nueva vida en España? —preguntó Pedro sin saber muy bien por dónde hilvanar la conversación.

—Poco a poco, es cuestión de tiempo, sobre todo para mi mujer. Los niños tienen facilidad para adaptarse. Bueno, ya veis lo bien que se entienden Raúl y Abderrahim.

—Es verdad, parece mentira que con el poco tiempo que llevan juntos, se entiendan tan bien. Raúl habla constantemente de Abderrahim.

—Mi hijo ha tenido mucha suerte y se ha ido adaptando con más facilidad. ¡Perdón! — Mohamed interrumpió la conversación para ayudar a Aicha que venía con una sopera humeante de harera— Es una sopa como las vuestras. La tomamos siempre pero especialmente en Ramadán. Está hecha con fideos, garbanzos, tomate, carne que tenga hueso y bastantes especias. En muchas casas se abusa del picante pero le he dicho a Aicha que no echara mucho.

Pedro probó la primera cucharada y cerró la boca con rapidez al mismo tiempo que ahuecaba los carrillos removiendo la lengua. Estuvo a punto de llorar.

—¡Cuidado, que pela! -avisó a su familia.—Es verdad, lo tomamos todo ardiendo.

Echadle un poco de limón que le da mejor sabor.Aicha dio un primer sorbo sonoro y largo.

Raúl no pudo contener la risa y Pedro le avisó con la mirada. Abderrahim le miró con cara de no saber. Mohamed se dio cuenta y aclaró la situación.

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Abderrahim “Hospitalidad en una noche de Ramadán” VII-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

—Sorber con ruido no es falta de educación en una mesa de marroquí. Tiene su explicación. Al tomar todo tan caliente, necesitamos dar grandes sorbidos para que el aire entre con fuerza en la boca y enfríe la comida. Ya sé que aquí no se ve bien pero...

Con la sopa iban mezclando los dulces y dando pellizcos pequeños a las shubaquías con lo que todos los sabores juntos, salado, agrio, dulce, picante, proporcionaban sensaciones nuevas a los invitados.

Pedro y Paula acabaron su tazón aprobando con gestos la sopa pero Raúl dejó casi todo lleno porque decía que tenía pimiento. Abderrahim y Radia repitieron. Retiraron las tazas y Aicha apa-reció con una gran fuente de colores con una tapa de forma cónica. La dejó sobre la mesa y Mohamed la destapó. También humeaba.

—Es un tayine de cordero.—Un ¿qué? —preguntó Paula.—Un guiso de cordero pero con cosas que

vosotros no soléis utilizar. Lleva ciruelas secas, almendras, pasas y, claro, las especias. También se mezclan los sabores. Nosotros lo comemos directamente en la fuente, vosotros podéis echaros en los platos.

—Esto sí que me gusta —le dijo Raúl a su amigo— pero ¿por qué lo coméis con las manos? ¿Y si las tenéis sucias?

—Ningún marroquí puede sentarse en la mesa sin lavarse las manos. Lo como así porque me resulta más fácil y no gastamos en cubiertos. Y mi padre no está haciendo lo que se suele hacer en Marruecos.—¿Qué es?—La persona más importante en la mesa

suele seleccionar y escoger con los dedos los mejores trozos de carne para ponerlos en los platos de los convidados.

—¡Qué asco! —lo dijo bajito.Radia se levantó para coger la botella del

zumo, dio con el codo al vaso de Raúl quien recibió sobre sus pantalones todo el contenido. Se levantó de un salto y dio un golpe a la mesa con las dos rodillas haciendo tambalear los demás vasos y tirando dos de ellos.

—¡Hala, menos mal que no he sido yo...! —comentó Abderrahim.

—No pasa nada, tranquilos. Limpiaros bien y ya está —tranquilizó Mohamed a todos.

Paula, mientras iba comiendo, no apartaba los ojos de cualquier rincón de la casa observando la limpieza, el orden y sobre todo ciertos adornos decorativos que evidentemente eran de Marruecos. En un rincón y sobre una mesi-ta pequeña pintada de flores, había un cacharro de alpaca de dos piezas, un recipiente y una gran tetera encima, dos bandejas doradas en las paredes y una, también de alpaca, al lado de la mesa.

—¿Para qué sirve eso tan bonito? —se dirigió a Aicha señalando la tetera blanca— ¡Ah, perdona, no me he dado cuenta que no hablas español!

—Sirve para lavarse las manos antes y des-pués de las comidas —le contestó Mohamed mientras Aicha sonreía—. La señora de la casa acompañada de la criada pasa uno a uno por todos los invitados. Es un detalle de buen recibimiento y hospitalidad. Hoy casi está en desuso en las ciudades por el agua corriente, en el monte aún continuamos usándolo.

—¿Cuándo le toca a tu mujer? ¿Sabéis ya lo que va a ser? —continuó Paula.

—Creo que aún le faltan dos meses. Será una niña pero a Abderrahim no le hemos dicho nada para que no se lleve una desilusión, él quería un niño.

—Sí, ya habló con Raúl de ese tema. ¿Qué otras comidas típicas hay en Marruecos?

—Especialmente y sobre todas el cus-cus que viene a ser como el cocido madrileño vuestro, distintos tipos de tayines, el mechui o cordero asado, el pollo a la moruna... Pero me sorprende que haya muchos españoles que piensen que solamente tenemos comidas típicas, también comemos alubias, fideos, huevos, lentejas, verduras...

—A nosotros nos suena el cus-cus —comentó Pedro entonando una canción muy vieja que decía "El cus-cus que hacen los moros..." .

—Es la más tradicional para cualquier musulmán. Lo solemos comer los viernes, el día religioso de la semana, cuando nos juntamos casi toda la familia. Es sémola diminuta que se cuece al vapor en una cuscusera. Los hay de verduras, de carne de vaca, de pollo o de cordero. En muchos países musulmanes se come con las manos, también

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Abderrahim “Hospitalidad en una noche de Ramadán” VII-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

en el sur de Marruecos, pero nosotros lo comemos con cuchara. Aunque los hay en restaurantes, no tienen nada que ver con los que se hacen en las casas. Ten en cuenta que en preparar un buen cus-cus, Aicha puede echar toda la mañana.

—Me tenéis que dar la receta para hacerlo —dijo Paula.

—Primero lo coméis otro día aquí, en casa, y luego Aicha te explica todos los pasos.

Los tres niños jugaban con el balón que los padres de Raúl habían regalado a Abderra-him. Radia estaba de portera sobre su cama y los dos niños chutaban de cabeza anotando en una libreta los goles marcados. Radia no paraba ni uno.

—Esto es muy aburrido, siempre ganáis. Me voy.

—¡Y una mierda! Tú te quedas hasta que nos cansemos. Además voy perdiendo... —le replicó Abderrahim.

Mientras discutían los dos hermanos, Raúl abrió el armario y vio una chilaba de su tamaño, la cogió y se la puso.—¿De quién es?—¡Mía! —le contestó su amigo— ¡Te cae

fenomenal! Espera te vas a poner las babuchas y el tarbuz también.

—¿El qué?—El gorro rojo.Una vez vestido de marroquí, Raúl se fue

como una flecha hacia el espejo del armario y sonrió al verse tan distinto. No estaba tan mal. Lo de ser moro no era tan malo como se comentaba por el pueblo.

—Vamos a que te vean tus padres —le empujó Abderrahim saliendo él primero— ¡Atención, señoras y señores, Mulay Sultán Raúl ben Pedro malek del reino musulmán de este pueblo viene vestido y preparado para ir a rezar a la mezquita! ¡Cha, cha, chan...!

Los cuatro padres volvieron las cabezas al mismo tiempo mientras Paula lanzaba una car-cajada.

—¡Anda, qué guapo vas! Pareces un mo..., un marroquí de verdad. ¿Vais así vestidos siempre?

—Depende —contestó Mohamed—, los días grandes de fiesta, los días de Rama-dán, cuando hay alguna visita especial, las bodas, los bautizos..., nos ponemos las mejores chilabas. Por la calle hay

gente que utiliza otra clase de chilaba para los días de diario, sobre todo en los pueblos porque en las ciudades la gente viste como aquí, con sus vaqueros, chaquetas, chándal... Ahora, a partir de la guerra de Afganistán y de lo de Bin Laden, hay una fiebre por recuperar las vestimentas antiguas. Yo creo que es cuestión de tiempo y sobre todo de gente que no piensa con la cabeza. Ser buen musul-mán o buen cristiano no es cuestión de lo que te pongas por fuera sino de lo que sientas por dentro.

—¡Es verdad! —confirmó Pedro.Aicha, después de un buen rato en la cocina,

salió con una bandeja en la que había una tetera y ocho vasos junto a dulces de diferentes formas. Mohamed vertió un poco de té en uno de los vasos, lo probó y lo volvió a echar en la tetera removiéndola. Echó en todos los vasos y fue pasándolos uno a uno a cada uno de los invitados.

—¿Lo habéis probado alguna vez? —les pre-guntó.

—No, nunca. Yo he oído hablar del té con hierbabuena pero probarlo, nunca. Huele muy bien —dijo Pedro.

—¡Cuidado que también quema!—Está bueno —Paula había dado el primer

sorbo— pero está muy dulce.—Nosotros lo tomamos bastante dulce.Raúl lo probó e hizo una mueca de asco

mientras los dos hermanos tenían sus vasos asidos por el borde y por el fondo para no quemarse. Volvieron a su habitación y Abderra-him enseñó a Raúl la forma marroquí de jugar al parchís.

En el salón ya se había roto la tirantez que produce la primera visita a casa ajena y Pedro se animó a preguntar.

—Mohamed, ¿por qué viniste a España?—No vine voluntariamente, llegué obligado

por la necesidad. Allí no tenía trabajo ni perspectiva de tenerlo. ¿Qué hacía yo con mi familia? Un primo que vive en Cáceres me animó y preparamos el viaje. Pagué 300.000 ptas de las de antes a las mafias y vine encerrado en unos catres en la furgoneta de un emigrante francés. Lo malo no fue el viaje, lo peor llegaría más tarde al buscar y aceptar trabajos sin papeles, sin contratos, con jornadas de sol a sol, con lluvia y frío, en chabolas, escapando de la guardia civil. Pero lo que más me dolía era la incomprensión de algunos españoles

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Abderrahim “Hospitalidad en una noche de Ramadán” VII-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

que sin saber nada de la situación de una persona, se atrevían a juzgar, a insultar, a marginar por el hecho de ser moro o porque la televisión daba datos de que la delincuencia aumentaba en España porque había muchos inmigrantes. Yo no venía a ser delincuente ni ladrón, yo llegué a España para que mi familia pudiera comer.

—Llevas razón, en mi fábrica he escuchado comentarios de ese tipo y tengo que decir que yo mismo he participado en ellos. Creo que os vemos diferentes, pensamos que nos vais a quitar el trabajo.

—Os equivocáis, nadie quita el trabajo a nadie. Date una vuelta por el pueblo, y mira que hay marroquíes, y verás qué clase de trabajo tienen. ¿A cuántos españoles ves currando en el campo, de pastores, de guardas de noche, de criadas, en la construcción ...? ¿Os enteráis de cuánto nos pagan? ¿Sois conscientes del trabajo que nos cuesta encontrar casas de alquiler por el hecho de ser moros? ¡Y pagamos!

Pedro se fue sintiendo poco a poco peor al escuchar los argumentos serios de Moha-med. Paula permanecía callada y atenta.

—Llevas razón. Si no hubiese inmigrantes, no sé quién iba a hacer esos trabajos. Los españoles nos hemos vuelto tan señoritos que aunque estemos apuntados en el paro, rechazamos ofertas si no nos convienen. Además, lo he oído en la tele, los inmigrantes están engordando los números de afiliación a la Seguridad Social y serán los que paguen las jubilaciones de los que tienen más de cincuenta años porque la población activa española está descendiendo por la baja natalidad.

Paula probó un dulce redondo y esponjoso, lo saboreó y se dirigió instintivamente a Aicha.

—¿De qué está hecho? ¡Anda, qué tonta, otra vez! Mohamed hizo la traducción y él se encargó de contestar.

—Se llama mluzza y están hechos de almendra machacada, huevo y azúcar. Los ingredientes más usados por la mujer marroquí en todos los dulces son las almendras, los dátiles, el azúcar, el huevo, la manteca, el hojaldre hecho en casa, y todos son productos naturales. ¡Ah!, y los hacemos en nuestros hornos que están en las puertas de las casas del pueblo.

—Yo ya no puedo más —intervino Pedro— ,

la verdad es que son un poco empala... —¡Zas! se escuchó un ruido de cristales rotos en la habitación de los chicos.

Los cuatro se levantaron y al abrir la puerta vieron que los tres chicos estaban recogiendo con cuidado los cristales de la lámpara que aún se movía en el techo.

—He sido yo, papá —dijo Raúl con cara de haber roto más de un plato en su vida—, al dar un cabezazo al balón...

—No pasa nada —le tranquilizó Mohamed—. Lo importante es que no os hayáis cortado.

En la sala, Pedro miró el reloj.—¡Ahí va, si es tardísimo! Nos tenemos que

ir.—¿Ya? ¿Ahora que empezábamos a estar a

gusto?—Mañana hay que trabajar. Mohamed, dile a tu mujer que muchísimas gracias por todo. De verdad, nos alegramos mucho de haber venido.—Nosotros también. Además, lo he hablado

con mi mujer en la cocina, os invitamos a que conozcáis Marruecos, bueno, nuestro pueblo y los alrededores, este verano, en las vacaciones. Veréis en directo lo que os contaba antes.

—No te digo que no. Ya hablaremos cuando llegue el buen tiempo.

—¿De verdad vais a venir al pueblo? —saltó Abderrahim lleno de alegría y mirando a Raúl.

—¡Tranquilos! !Ya veremos!Abderrahim se metió en la cama pero por más

esfuerzos que hacía, no conseguía dormir. Su mente estaba ya en el pueblo con su amigo Raúl. Se colocó las dos manos debajo de la cabeza, sobre la almohada, y cerró con suavidad los ojos. Pasados unos minutos, los dos amigos estaban sentados debajo del árbol que había en la puerta de la escuela esperando la salida de sus amigos, "Bocarrota" y Mohamed el de los pies torcidos. Abderrahim hacía figuras en la tierra con una rama seca y Raúl miraba con atención una yunta de burros que subía y bajaba por una ladera conducidos por un campesino.

—¿Qué están haciendo? —preguntó el español al marroquí.

—Estamos en época de siembra y están arando. El muchacho que va detrás de los animales

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Abderrahim “Hospitalidad en una noche de Ramadán” VII-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

va tirando la cebada. Ojalá llueva después, si no, todo se perderá y esa familia pasará hambre durante el verano.

Se oyó un alboroto de voces y gritos. Los niños salieron en tropel por la puerta del colegio. Bocarrota sonrió al ver a Abderrahim y Mohamed se acercó a ellos suspendido en el aire, como si dispusiera de algún resorte mágico.

—¡Baja! —le indicó Abderrahim— ¿Por qué vas en volandas?

—Como tenía los pies mal, me llevaron mis padres a un fkih de Kenitra que tiene fama en Marruecos. Me dio unas hierbas y estuve durmiendo cuatro días. Cuando desperté, solamente con desearlo o pensarlo, me levantaba y podía ir volando. A partir de ahora no me voy a llevar todos los palos de la gente cuando hagamos alguna picia.

—¿Esto solo pasa en Marruecos? —preguntó Raúl asombrado.

—¡Noooo! Yo los he visto en España —le contestó Abderrahim.

—Podíamos ir a la Cueva de los Milagros —les propuso "Bocarrota".

—Está llena de murciélagos y chupan la sangre de las personas —le replicó Mohamed.

—¡Anda, miedoso, si a ti no te pueden hacer nada, vuelas como ellos —le dijo Bocarro-ta—. ¡Hala, vamos!La entrada a la cueva estaba cubierta por una

tupida telaraña sobre la que más de doce arañas situadas en círculo y con las bocas abiertas, daban palmadas haciendo un ruido ensordecedor.

—Son las guardianas de los misterios pero son inofensivas —aclaró Bocarrota mientras que con un palo largo rasgaba la tela para dejar libre el paso.

Se adentraron por un camino estrecho que cada vez se hacía más profundo. Todo los techos de roca de la cueva estaban ocultos por la gran profusión de murciélagos suspendidos que miraban hacia el suelo con los ojos abiertos y con sonrisas inexpresivas. Si la distancia entre el suelo y el techo se acortaba, los cuatro amigos tenían que inclinarse para no rozarlos. Los vampiros no se moverían hasta que uno de ellos comenzase el vuelo. Una rendija soltaba un tenue chorro de luz proporcionando un aspecto aún más mágico a la estancia.

—Mirad, hay un dragón bebé en ese rincón —les sorprendió Raúl.

—¿Dónde? —contestó Abderrahim.—Justo detrás de ti.—¡Ah, eso es una lagartija!—No, no, las lagartijas no tienen cuernos sobre las narices ni abren la boca como ese bicho.No había terminado la frase Raúl cuando el

pequeño dragón soltó por sus narices un chorro de fuegos artificiales de todos los colores que envolvió a todo el grupo. Los cuatro se encogieron instintivamente pensando que era su último movimiento pero se sorprendieron mirándose unos a otros al comprobar que el disparo del animal no les quemaba sino que les empapaba de algo que no se veía pero que no era agua. Todos los murciélagos de la gruta comenzaron a aplaudir el ataque del otro animal juntando unas alas con las otras a un ritmo frenético que casi rompe los tímpanos de los oídos de los niños.

El camino se fue haciendo cada vez más estrecho hasta que llegar a una encrucijada de la que partían cuatro ramales más.

—Hay que tener mucho cuidado para no perdernos —advirtió Mohamed—. Lo mejor es que nos agarremos de las manos unos a los otros.

Raúl iba el último asido a la mano de Abderrahim. En una de las curvas de la senda, Raúl dio un tropezón, se escurrió y todo su cuerpo excepto su brazo se desgajó de la mano de Abderrahim quien no sintió la ausencia de su amigo. Raúl gritaba pero no le oía ninguno del grupo que se iba alejando cada vez más hasta hacerse invisibles.

—Raúl, ya queda poco para encontrar la otra salida de la cueva. No tengas... —Abderra-him no pudo acabar la frase porque al darse la vuelta para mirar a su amigo no vio más que el brazo de éste junto a su cuerpo—. ¡Eh, chicos, que Raúl se ha perdido!

Los otros dos se volvieron hacia Abderra-him sin mostrar aparente inquietud, como si todo fuese normal. Raúl, mientras tanto, descendía por un precipicio sin sentir vértigo, ingrávido, como si no pesase, sin notar dolor en la parte de brazo que le faltaba. Al querer parar su caída, dio con la rodilla en un saliente húmedo y viscoso de la roca y

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Abderrahim “Hospitalidad en una noche de Ramadán” VII-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

arrastró a un grupo de murciélagos que levantaron el vuelo precipitadamente. Todos los demás los imitaron y la cueva se convirtió en un bullicio escan-doloso de alas que iban y venían por todas partes. Uno de los murciélagos, al sentir y oler la sangre del hombro de Raúl, se adhirió a la herida como una gran ventosa y comenzó a succionar sangre que le iba resbalando por las comisuras de los labios. Todos los demás animales, al grito de "¡al nazzarani, al nazzarani!", se ava-lanzaron sobre él y lo cubrieron totalmente de cuerpos peludos y ojos penetrantes. Raúl continuaba sin sentir dolor, era agradable.

Abderrahim se agitaba con violencia tratando de ayudar a su amigo. Tiraba de las sábanas y de las mantas para proteger y espantar a los murciélagos. Cuando se percató de que su amigo iba perdiendo imagen, que iba desapareciendo entre las alas de aquellos bichos peludos, se tapó la cara con las manos, abrió los ojos y comprobó que su habitación estaba como siempre. Miró la cama de su hermana y ésta dormía. Volvió a cerrar los ojos y todas las imágenes se le acumularon otra vez en sus pen-samientos. Se levantó, bebió un vaso de agua y se metió otra vez en la cama.

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Abderrahim “Raúl y Abderrahim van de boda” VIII------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

VIII

Raúl y Abderrahim van de boda

Abderrahim se estaba atando los cordones de las deportivas y su madre se agachó para ayudarle. Acercó su tripa a la cara del niño y éste sintió de cerca la sensación del embarazo tan adelantado de su madre y además notó que algo se movía dentro de ella. Se aguantó las ganas de preguntar porque le daba demasiada vergüenza sin saber explicar por qué.

Cuando se encontró con Raúl en la fila del colegio le contó lo que había visto.

—Es el niño, ¿verdad?—¡Pues claro! Es que ya ha pasado mucho

tiempo y debe estar muy grande.—Claro, la veo yo que anda con las manos en

las caderas y que le cuesta mucho trabajo levantarse cuando se agacha. Pero digo yo que cómo se le habrá metido el niño dentro de la tripa.

—En cuanto comience la clase se lo pregunto a Marina.

Sin haber terminado de sacar los libros sobre la mesa, Raúl se dirigió a la profe.

—Profe, la mamá de Abderrahim está embarazada, muy embarazada. Tiene un niño en la tripa pero, ¿cómo se ha metido dentro el bebé?

Marina no esperaba tan especiales buenos días.

—En algunas ocasiones los papas se quieren mucho y de ese amor tan grande sale un bebé.

—¿Solamente en algunas ocasiones? —pre-guntó Raúl desconcertado— Mis papas se quieren siempre y solamente somos dos hermanos.

—Es que en esas ocasiones se quieren de una forma especial. Habéis estudiado, desde que estabais en Infantil, todas las partes de vuestro cuerpo y una de ellas, el pene en los hombres y la vagina en las mujeres —los niños se sonreían sin saber por qué—, se juntan en ese amor especial y crean un niño nuevo. El papá echa unas semillas en la vagina de la madre y ya está.

—¿Por dónde salen las semillas? —preguntó Pepe.

—Por el pene.—Pero si por el pene solamente sale el pis —

le contestó Raúl asustado.—¿Nosotros también podemos fabricar

niños? —No, todavía no, cuando seáis más mayores.—¿Así de sencillo? —volvió a insistir Raúl.—Faltan más cosas por contar pero ya os iréis

enterando cuando lleguéis a 5o y 6o. Y ahora vamos a comenzar. ¡Ah!, os habéis dado cuenta de que somos dos más en clase. Mirad, la niña rubia que está junto a María, es Iliana —todos se volvieron a mirarla—, es de Rumania y vive aquí con sus padres. Sabe poco español pero aprenderá rápidamente. El otro niño, el que está junto a Pepe es...

—¡Marroquí! —la interrumpió Abderra-him y se dirigió al nuevo alumno.

—¿Mneim ntdlEl niño no respondió porque no entendía la

pregunta. —Que no, Abderrahim, que no es de

Marruecos, es ecuatoriano —le aclaró Marina.—Es que como es tan moreno como yo...—No todos los morenos son marroquíes ni

todos los negros son africanos.Jorge es de un país que está en América del

Sur que se llama Ecuador. Habla español como nosotros y también ha venido a vivir aquí. Y vamos a comenzar ya ¿no? Ayer estuvimos leyendo un cuento en el que unos niños inventaban juegos nuevos que no tenían nada que ver con los que jugáis actualmente. Se me ha ocurrido que podíamos preguntar en casa a los padres y a los abuelos los juegos con los que ellos pasaban el tiempo cuando eran niños y que no serían como los monopatines, bicicletas y play station que tenéis ahora. Tenéis que hablar con ellos y mañana los traéis escritos en vuestros cuadernos. ¡Atención!, haced dibujos de ellos porque los voy a colocar en la pared.

Por la tarde quedaron los dos amigos en casa de Raúl para ver a su abuelo y preguntarle cuáles eran sus juegos favoritos. Por el camino

Abderrahim “Raúl y Abderrahim van de boda” VIII------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Abderrahim iba comentando a su amigo:—Yo no tengo abuelo aquí pero no me hace

falta porque los juegos de Marruecos no tienen nada que ver con los de aquí. Allí tenemos menos juguetes y nos tenemos que apañar nosotros y nuestra imaginación.

—¡Hola, abuelo! —Raúl dio un beso al abuelo y Abderrahim instintivamente le dio otro.

—¿Este es tu amigo morito?—Marroquí, abuelo, marroquí, que no se dice

morito.—Pues en la guerra de España vinieron

muchos moros y así les llamábamos.—Pero ahora decir "moro" molesta y además

la guerra ya hace muchos años que acabó.—¡Vale, vale! ¿Qué queréis?—Dice la Seño del colé que nos tienes que

contar los juegos de tu tiempo.—Anda, hermoso, si ya casi no me acuerdo...—Pues a algo jugaríais, digo yo. Si no tenias

tele, ni bicis, con algo os entretendríais.—Pues jugábamos al pillo-pilla, unos eran

ladrones y otros policías. Había uno que se llamaba Zorro, pico, taina en el que nos dividíamos en dos equipos. Echábamos a suerte y el que perdía se ponía agachado y agarrados unos a otros. Los del equipo contrario tenían que ir saltando uno a uno hasta caer con fuerza sobre los otros y decir zorro, pico, taina que eran tres posturas del brazo. Si acertaban la postura o alguno se caía, tenían que ponerse ellos de burro. Nos pegábamos unos golpes. Es que éramos muy bestias...

—¿Te acuerdas de alguno más? El abuelo fue recordando y Raúl tomando apuntes en un cuaderno. La zapatilla, la taba, las carreras con aros de asas de cubos de zinc, el cirio... Cuando el abuelo narraba este último, Abderrahim le interrumpió.—Ése es como uno que jugábamos en mi

pueblo, el Sab-sab el ket. Cada jugador tiene un palo largo con punta y todos ellos tiran a una raya. El que más lejos se queda, es el burro que tendrá que ir tirando un palo corto a cada uno de los jugadores y éstos le pegarán con el suyo para mandarlo lo más lejos posible. Cuando el burro va a buscarlo, los demás cavan un agujero en el sitio del burro que cada vez harán más profundo. Ahora, si uno no atina a dar al palo pequeño, ése será el nuevo burro.

—¿Y cuándo se acaba el juego? —le preguntó Raúl.

—Cuando el agujero es tan hondo como la altura del palo corto. Se entierra en él el palo corto y todos los jugadores aporrean la tierra para que le cueste más trabajo sacarlo al que ha perdido. Mientras lo saca, los demás le golpean en la espalda con los zapatos. Y además cantábamos una canción:

Dame el visado y el pasaporte de casa a Marsella Mi madre toujours no la voy a olvidar.

—¿Qué quiere decir? —le preguntó Raúl.—No sé, es algo de los franceses.El abuelo se reía para sus adentros al escuchar

la estrofa pensando que hasta los niños pedían el visado y el pasaporte en sus juegos.

—Aquí se le golpeaba con los palos largos, éramos más bestias que en tu país —precisó el abuelo.

—Hay otro parecido pero no se pega a nadie. Cada uno con un palo largo tiene que levantar sin tocarlo con las manos, uno más pequeño y, antes de que caiga al suelo, atizarle con el grande hasta llegar a una meta. Claro, gana el que antes llega. Este se llama el Ket, el gato.

—Ahora que me acuerdo, a ése también jugábamos nosotros —le dijo el abuelo.

—Y teníamos más —continuó Abderra-him—, el Kshira que era como el hokey pero con una ficha de corcho que hacíamos de la corteza de los alcornoques, el Shirra, parecido al béisbol con bates de palos de olivo con porras en las puntas y muchos juegos de chicas. Algunas veces jugaba con mi hermana a la Mtaisha, igual que los columpios del parque pero en los árboles, al Mlakef que consistía en ir recogiendo piedras del suelo pero con una mano solamente. ¡Ah!, y a los novios y a las novias, Larosa o Laros. Hacían las muñecas con cañas y trapos.

—¿Te das cuenta Raúl de lo fácil que es divertirse cuando no tienes televisión ni esas cosas que tenéis los chicos de España? —se dirigió el abuelo al nieto.—Ya, dice la Seño que nosotros no tenemos

imaginación, que nos falta in...—Inventiva.—¡Eso!, que somos como las máquinas, que

no pensamos.Los dos niños tomaron las notas y volvieron a

casa de Abderrahim. Al entrar se encontraron con

Abderrahim “Raúl y Abderrahim van de boda” VIII------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Mohamed y Abderrahim se asustó.—¿ Baba, pasa algo? —le preguntó preocu-

pado.—Que mamá se ha puesto mala y la tengo que

llevar al hospital.—¿Es grave?—No, mañana ya estará bien.Abderrahim no lo entendía bien. ¿Cómo podía

saber que mañana ya estaría bien su madre? Miró con ojos acuosos a Raúl y éste le dijo en voz baja:

—Ya lo sé, tu mamá va a dar a luz. Vas a tener un hermanito.

—¡Es verdad!Mohamed salió con una bolsa y dando la

mano a Aicha que iba encogida y con las manos en la tripa.

—Esta noche vais a dormir solos. Yo vendré en cuanto pueda. Si necesitáis algo, se lo pedís a los padres de Raúl. Tenéis mantequilla, pan y mermelada en la nevera y Radia ya sabe hacer el té. Si no he llegado por la mañana, os laváis bien, pero bien, desayunáis y os vais a la escuela. Radia, portaros bien y no hagáis ninguna tontería, especialmente tú, Abderrahim.

Salieron los padres de la casa y se quedaron los dos niños solos.

—¿Cómo os vais a quedar solos? —les dijo Raúl a Radia un poco asustado.

—No pasará nada, estamos acostumbrados de Marruecos —le respondió Radia.

—De todas formas yo se lo voy a decir a mis padres.

—Que no, que no pasará nada.Nada más entrar en su casa, Raúl se lo

comentó a sus padres y éstos sin pensárselo, fueron a la casa de los marroquíes y casi tuvieron que obligar a los dos hermanos a ir a la suya.

—Abderrahim y Raúl duermen en la misma cama y tú, Radia, en el sofá del salón. ¿Tiene tu padre móvil? —les preguntó Pedro.

El papá de Raúl llamó a Mohamed y rápidamente quedaron de acuerdo, agradeciendo repetidas veces la atención de la familia española.

Los tres niños pasaron al cuarto a jugar con la play mientras Paula hacía la cena sin antes olvidar que los dos marroquíes no podían comer cerdo.

—Raúl, ¿este traje es tuyo? —preguntó Radia.

—Sí, me lo han comprado porque vamos a la boda de un primo la semana que viene. Es aquí, en

el pueblo, pero el banquete se celebra en Madrid.—¿Qué es eso del banquete? —dijo Abde-

rrahim.—¡La comida! ¿Es que en vuestras bodas no

hay comida especial?—Sí, claro, pero en la casa del novio o de la

novia.—Entonces, ¿no habéis visto nunca una boda

cristiana en España?—No, si no hemos tenido casi tiempo. Bueno,

yo vi una en la tele —le respondió Radia—, en una iglesia muy grande. La novia llevaba un vestido con un rabo muy largo y una corona o algo parecido en la cabeza. La gente estaba muy quieta, no se movía ni bailaba. Había un cura con unas ropas brillantes que levantaba y bajaba la mano. Al final los dos novios se dieron un beso en la boca delante de toda la gente. ¡Qué vergüenza!

—Chicos, ¡a cenar! —les llamó Paula.Mientras cenaban, Raúl les decía a sus padres

que sus amigos no habían estado nunca ni conocían una boda española. Pedro se quedó un momento pensativo.

—Pues si quiere tu padre —se dirigió a Abderrahim— nos acompañas a la boda de mi sobrino y así lo ves de primera mano.—¡Bien, papá! Lo estaba pensando pero por

si me decías algo... —gritó Raúl con alegría.—A propósito —continuó Pedro—, ¿cómo

son las bodas en vuestro pueblo? ¿Habréis ido a alguna?

Sí, a la de mis padres —contestó Abderrahim instintivamente.

—Pero, ¿qué dices? —le dijo Radia riendo-Si no habíamos nacido todavía.

—Es verdad, ¡qué tonto soy!—Hemos ido a las bodas de la familia y a las

de todos los vecinos —continuó Radia— porque allí se invita a todo el pueblo. Claro, somos tan poquitos. Se suelen celebrar durante el verano y si vais, seguramente que os invitarán a alguna.

—¿Tenéis cura como nosotros? —les pre-guntó Paula.

—No, allí el fkí...—¿Cómo?—Sí, el que hace de cura. Va a las bodas pero

como un invitado más. Es que los novios no van a las mezquitas.

—¿Con lo religiosos que sois y no tenéis ni cura ni iglesia en las bodas? —preguntó Paula

Abderrahim “Raúl y Abderrahim van de boda” VIII------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

sorprendida.—No sé pero allí no vamos.—Bueno, ¿y qué? —preguntó Raúl. —Las bodas duran tres días. El primer día van los toiba...—¿Los qué?—Los que estudian la religión. Van a la casa

del novio con todos los hombres para rezar cosas del Corán. Las mujeres están en una habitación y los hombres en otra, nunca se pueden juntar.

—¿Por qué no se pueden juntar? —les pre-guntó Paula teniendo en la mente la palabra "machismo".

—Pues, porque serán costumbres de ellos —le contestó su marido adivinando las intenciones—. Continúa, Radia.

—Después de rezar, llegan los músicos. Dos o tres que tocan gaitas, como una flauta, se les llama gaiata, y los que tocan el tambor y el bombo a los que llamamos tóbala. Están tocando un tiempo y la gente se va reuniendo y se va animando más. Fíjate, van hasta los pocos que no están invitados.

—¡Ah, sí! A éstos se les llama "los de las motos" —interrumpió riéndose Abderrahim— porque son como los que conducen las motos sin tener los papeles.

—Después de un rato en el que la gente no para de tocar las palmas, así —Radia interrumpió el relato para imitar el sonido de las palmas, juntando las dos manos estiradas y ahuecando la parte central con lo que el ruido es mayor y Abderrahim la acompañó haciendo movimientos con todo el cuerpo y siguiendo el ritmo—, todos toman el té y los dulces que se hacen en las casas, parecidos a los que comisteis en mi casa la noche del Ramadán. Luego entra la otra orquesta.

—¿Otra? —se sorprendió Pedro.—Sí, ésta es de más lujo, cuesta más dinero.

Está formada por un violín que se llama en marroquí kamanya, una pandereta o hender, un bongo o derbuka y dos bailarinas.

Abderrahim comenzó a sonreír con picardía y Pedro le observó.

—¿Por qué te ríes, Abderrahim? —le pre-guntó.

—Porque salen al centro de la habitación, con la tripa al aire, y bailan moviéndose así —se lanzó a un rincón del salón y comenzó a contorsionarse moviendo el culo y la tripa con sensualidad y con un poco de teatro.

Raúl se levantó, se colocó junto a su amigo y los dos bailaron de forma ridicula pero provocando las risas de todos.

—Todos los hombres que están en la boda —continuó Radia— dejan dinero en el cinturón de las bailarinas para que la orquesta toque su canción preferida. El novio va vestido con una chilaba blanca muy de lujo, tiene los ojos pintados de kohol.

—¿Qué es eso? —preguntó Paula interesada. —Unos polvos que se ponen en los ojos para que brillen más. Normalmente se los ponen las mujeres pero en las bodas, también los hombres. También lleva un puñal que se llama jomllar para demostrar que es el más importante de la reunión. A su lado, va su visir, su asistente, el que le aconseja lo que tiene que hacer en la boda. Después, se cena el cus-cus, el cordero y los tayines y a dormir.—¿Ya nos vamos? —le preguntó su hermano.—¡No, son los de la boda! Al día siguiente,

por la mañana, comienzan los músicos a meter ruido y despiertan a todo el mundo. Acompañan al novio y le hacen los regalos.

—Aquí también hacemos regalos, casi siempre dinero —dijo Paula.

—Allí, dinero nunca. Regalan corderos, gallinas, alguna vaca, cosas que tenemos en el campo. Los animales que teníamos nosotros en el pueblo eran los de la boda de mis padres. Bueno, pues, todos juntos van a buscar a la novia.

—Hombre, ya era hora que apareciera la novia —intervino Paula otra vez—. ¿Es que es menos importante que el novio?

—No sé, a mí me parece que no porque va mucho más guapa que el novio. Va vestida con un traje muy brillante, el kaftán, con muchos collares y plata por todas partes. Este traje se lo tapa con una capa, el silham, y un velo bordado le oculta la cara. Sube a una muía con cara de tristeza para demostrar que le da pena abandonar su casa y todos se dirigen a la casa del novio que será la suya.

—Cuenta lo de la buardía —le instó Abde-rrahim.

—¡Ah, sí! Es un grupo de hombres que van vestidos de gala con unas escopetas muy largas, no he visto ninguna igual aquí, bailan y disparan al aire con mucha pólvora.

—Todos los chicos íbamos detrás recogiendo la pólvora que se les iba escapando —dijo

Abderrahim “Raúl y Abderrahim van de boda” VIII------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Abderrahim— para hacer bombas. Había uno al que le faltaban dos dedos de la mano porque un día se le disparó sin querer.

—Llegan a la casa y ya se quedan a vivir. ¡Y se acabó la boda!

—¿Y el tercer día? ¡Falta uno! —le preguntó Raúl.

—¿Ah, sí? ¿No he contado lo de la herma!—¡No! ¿Qué es eso?—Unos polvos que se mojan en agua y se

dan, haciendo dibujos, en las manos, mi madre lo sabe hacer, en los pies y en el pelo para que brille más. Ese día es el de las mujeres.

Terminaron la cena y los niños se lavaron las manos en el cuarto de baño.

—Me he quedado con ganas de preguntarles por qué los marroquíes se casan con cuatro mujeres —le dijo Paula a su marido.

—No tengo ni idea pero son poco inteli-gentes, con lo que cuesta aguantar a una... — dijo Pedro riendo.

Abderrahim escuchó el comentario desde el servicio.

—Mi padre tiene una mujer y mi abuelo también una solamente, pero mi vecino, Hicham, tiene tres y no se llevan mal. Tiene más tierras y animales que nosotros y son las mujeres las que trabajan y lo arreglan todo. Una cuida los animales y los saca al campo, la segunda siega, coge las aceitunas y hace cosas en el campo y la más joven siempre está trayendo leña para el horno.

—Anda, y él ¿qué hace?—Pues... va al zoco a comprar y... Yo casi

siempre le veo debajo de un árbol en verano y en el cafetín en el invierno.

—¡Jo, así da gusto! Ya quisiera yo tener cinco o seis para no tener que trabajar. ¿A cuál de ellas quiere más?

—¿Es que se quieren los maridos y las mujeres?

—Pues claro, ¿no has oído a Marina?—Pues querrá a las tres igual. Yo qué sé.Cuando estuvieron en la cama, Abderrahim le

contó a Raúl dos historias que había escuchado a su abuelo y que hablaban de matrimonios.

—Raúl, una vez le preguntó un campesino a otro por qué Abdelatif y Sohar, un matrimonio del campo, se llevaban tan bien. Le contestó que porque Abdelatif, el marido, hacía todo lo de la casa. Su amigo se quedó extrañado y le

volvió a preguntar: ¿Y Ali y Marian, el matri-monio vecino, que también se llevan muy bien? Su amigo le respondió: Porque Marian, la mujer, lo hace todo.—¿Qué quiere decir el cuento? —le preguntó

Raúl sin entender nada.—Que cualquier matrimonio puede vivir muy

a gusto y no importa quién de los dos trabaje.—¿Y el otro cuento? —insistió Raúl.—Un Sultán tenía tres mujeres, una era árabe,

otra turca y la tercera marroquí. Un día el marido les hizo a las tres la misma pregunta: ¿Cómo sabéis que ya ha amanecido, que ya es de día? La turca le contestó que porque oía balar a las ovejas. La árabe que porque sentía el frío de los pendientes en sus orejas.

—¿Y la marroquí?—Le dijo: Sé que ha amanecido cuando ya no

tengo sueño.—Tampoco entiendo nada.—Pues que las tres pensaban de distinta

manera pero siempre hay una que es más lista que las demás; pues ésa es la favorita del marido.

—¡Qué complicado es esto! Yo, cuando sea mayor, no me voy a casar; me quedaré siem-pre con mi madre.Ese día Abderrahim tuvo un despertar

especial. Su padre le colocó las manos frías sobre la cara aún caliente.

—¡Eh, que tienes una hermanita!El niño pensaba que estaba soñando. Radia

esbozó una sonrisa somnolienta. Raúl miró sin decir nada a su amigo. Al final tenía que ser una chica, otra chica.

Cuando iban camino de la escuela, Abde-rrahim no hablaba.

—¡No pasa nada, jo! ¿Qué más da chico que chica? Lo importante es que tú ya no serás el pequeño —le quiso animar Raúl.

—Ya, pero...Por la tarde, los dos hermanos fueron a ver a

su madre y a la nueva hermana al hospital. Radia pasaba sus manos sobre la carita de la niña. Abderrahim, cuando la vio, sonreía pero sin decir nada aceptando con su silencio de buen grado al nuevo miembro de la familia.

—¿Cómo se va a llamar? —le preguntó a su padre.

—Como la hija del profeta, Fátima Zohra.—Aquí no damos los gritos como en

Abderrahim “Raúl y Abderrahim van de boda” VIII------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Marruecos.—No, creerían que estamos locos.—Pero la fiesta, el sebaa, sí la celebraremos,

¿no?—Algo haremos.—Pues tendrás que invitar a los padres de

Raúl.—Claro, solo faltaba.—Por cierto, me han invitado a la boda de un

primo de Raúl. ¿Puedo ir?—¿Por qué no?Llegó el sábado, el día de la boda de los cristianos, y Aicha vistió a Abderrahim con lo mejor que tenía y éste acompañó a Raúl a la iglesia del pueblo. Toda la gente iba vestida con trajes nuevos. Cuando iban a pasar a la iglesia, Abderrahim se quedó parado.—¿Qué te pasa? —le dijo Raúl.—Es que me da un poco de corte, como yo no

he entrado nunca en una iglesia... Yo creo que no será pecado.

—Venga, déjate de rollos y pasa.Era mucho más grande que la mezquita de su

pueblo. Había bancos, muchas luces y flores. Lo que más le llamó la atención fue la gran cantidad de estatuas, casi todas con barbas y algo en la mano, pero especialmente un hombre casi desnudo al que le caía sangre por las manos, pies y cabeza y que estaba clavado en unos maderos.

—¡Madre mía, qué miedo da ese hombre! —dijo Abderrahim un poco asustado— ¿Quién es y qué ha hecho?

—Es Jesucristo, el niño del Belén que hicimos en el colé.

—¿Ya tan grande? ¿Por qué lo han matado?—No lo sé pero fueron los judíos.—Ya decía mi abuelo que los liehudi, los

judíos, no son buenos. Nosotros no podemos tener estatuas.

El niño marroquí no perdió detalle de toda la ceremonia. Veía cómo la gente se levantaba, se arrodillaba, hacía cosas con las manos y al final, llegó a la conclusión de que todas las religiones deben ser parecidas, por lo menos en los gestos.

Cuando llegaron al banquete y Abderrahim vio tal cantidad de comida no pudo por menos que recordar a sus dos amigos, Bocarro-ta y Pies torcidos.

—Si pillaran en mi pueblo esta comida. Por cierto, ¿no será cerdo?

—No, es cordero.—De todas formas, yo creo que aquí gastáis

sin medida porque estoy viendo a los camareros que se llevan platos casi llenos y a algunos invitados que guardan los langostinos en bolsas de plástico.

—Sí, es verdad, algunos lo hacen pero está mal visto.

—Mal visto, ¿por qué? En las bodas de Marruecos te dan una bolsa de papel para que te lleves todos los dulces que te sobran o no puedes comer; se le llama el "pasaporte". Y si no te lo llevas, es una falta de educación. Ahora reparten cigarros grandes y pequeños. —Y a nosotros también, ya verás.

-¿Qué?Al llegar la madrina a su lado, Raúl extendió

su mano y recibió un cigarro rubio.—Dame otro para mi amigo. —La mujer miró

al marroquí pero también le dio el suyo.—¿Y qué vamos a hacer con los cigarros? Yo

no he fumado en mi vida.—Ni yo, pero nos los ponemos en la boca y

los encendemos para hacer que fumamos.—¿Delante de toda la gente?—No, en los servicios.Al final, cuando el follón era mayor, los dos

amigos se dirigieron a los servicios en los que ya estaban algunos niños con cigarrillos encendidos. Raúl encendió el suyo casi con los ojillos cerrados. Chupaba y soltaba el humo sin tragárselo.

—Ven, que te voy a encender el tuyo.—Si no sé cómo hay que hacer.—Es fácil, chupa fuerte y sueltas el humo

cuando lo tengas en la boca.Abderrahim se colocó el cigarro en los labios

sujetándolo con los dedos rígidos, aspiró profundamente y el humo se le coló sin querer en sus pulmones vírgenes. Se le encogió todo el cuerpo, cerró los ojos y comenzó a toser sin poder controlarse. Cada convulsión corporal iba acompañada de un montón de lágrimas que le resbalaban por las mejillas. Se le fue cambiando el color de la cara pasando de rosa a pálido sin olvidar cualquier gama de grises. Se le volvió a encoger todo el cuerpo en un esfuerzo sobrehumano y descargó sobre la pared del cuarto de baño los langostinos, el zumo, el cordero y la tarta. Raúl se asustó al ver a su amigo en ese estado.

—Tío, ¿qué has hecho?

Abderrahim “Raúl y Abderrahim van de boda” VIII------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

—Y yo qué sé —le respondió Abderrahim— . Aspiré y... ¡Qué mal estoy! ¡Fumar es una

mierda! Los que fuman están locos y a ti te falta poco. No volveré a coger un cigarro en la vida.

Abderrahim “La familia de Raúl va a Marruecos” IX--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

IX

La familia de Raúl va a Marruecos

Faltaban veinte días para las vacaciones de verano y los dos amigos contaban uno por uno los que les quedaban para ir a Marruecos. La familia de Raúl estaba preocupada por todo lo referente al viaje: los pasaportes, qué coches necesitaban, si había que llevar comida, harían falta algunas vacunas, si tendrían que cambiar los euros por monedas de allí, el tema de la isla de Perejil aún estaba muy reciente, no había embajadores... Todas las preguntas que cualquier viajero, sobre todo si va con niños, se hace cuando sale de España hacia un país distinto. Mohamed les fue disipando las dudas.

—Ya sé que somos más desconocidos y un poco más atrasados que vosotros —le decía al papá de Raúl— pero, tranquilos, tenemos médicos, hospitales, las mismas enfermedades que vosotros, carreteras más o menos buenas, autopistas, lo de Perejil fue una anécdota... Solamente necesitáis el pasaporte porque el dinero lo podemos cambiar allí mismo, en el mercado negro.

—¿El mercado negro? —preguntó Pedro.—Sí, en lugar de cambiar los euros en los

bancos, los cambiamos a personas que se dedican a negociar con el dinero europeo y que te dan más dirham que en los sitios oficiales. Y de comida nada, estaría bueno que estuvieseis de invitados y llevaseis comida. Tranquilos, que vais a comer bien y, si me apuras, cosas más naturales que en España.

En el colegio los dos niños mostraban un nerviosismo especial que tenía preocupada a Marina. Al final de la clase de aquel día, la profe mandó quedarse a los dos chicos para hablar con ellos.

—Vamos a ver, ¿qué os pasa que estáis tan nerviosos?

—¡Que nos vamos de vacaciones a Marruecos! —contestó Raúl sin poder disimular su alegría.

—¿Que os vais a Marruecos? ¿Cuándo? ¿Con quién? —Marina sintió un poco de envidia.

—Nos vamos las dos familias a mi pueblo durante quince días —replicó Abderrahim.

—Anda, ¡qué bien! ¿Y a qué parte de Marruecos?

—Mi pueblo está a 90 kilómetros de Fez. Es un pueblo muy pequeñito —continuó Abderrahim sin poder detenerse y tratando de resumir lo que verían y lo que harían— en el que no hay agua corriente ni luz eléctrica pero eso casi no tiene importancia. Para llegar a él hay que ir en muía porque la carretera se acaba a 13 Km. Hay muchos animales y mucho campo. Los niños estamos todo el día por el monte haciendo picias y divirtiéndonos.

—Entonces, ¿tampoco tendréis servicios?—¿Y para qué se necesitan con el campo tan

grande que hay?La última noche no pudieron dormir y sobre

todo cuando vieron las maletas y los bultos cargados en los coches. Los padres decidieron viajar por la noche para que los niños fuesen durmiendo y para iniciar el recorrido por Marruecos de día. Abderrahim iría en el coche del papá de Raúl para compensar el peso del coche de su padre que iba cargado hasta arriba con regalos y ropa para toda su familia.

Cuando los dos niños abrieron los ojos se encontraron con un pedazo de mar que se abría paso entre grúas y chimeneas de una refinería, en Algeciras. En el puerto y junto a los muchísimos barcos, su alegría les empujaba a hacer preguntas.

—¿Cuál es el nuestro? —preguntaba Raúl a su padre.

—No sé, Mohamed es el que se encarga de todo. De todas formas son todos casi iguales a excepción de los de carga que llevan esas chi-meneas tan grandes.

—¿Los camiones también entran en el barco?—Creo que sí.—Entonces se hundirá, seguro. Es que parece

el camión más grande que el barco.—Pues... te pones el salvavidas y nadas como

los delfines —le contestó el padre en broma.Introdujeron los dos coches y subieron a las

Abderrahim “La familia de Raúl va a Marruecos” IX--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

salas. Les parecía estar viviendo una película de la tele. Inmediatamente los dos chicos comenzaron a curiosear.

—¡Eh, no os vayáis muy lejos! —les dijo Pedro.

—¡Tranquilo! Los barcos de ahora están cerrados completamente y no hay peligro de que se caigan al mar —le contestó Mohamed— . Hay dos formas de cruzar el Estrecho de Gibraltar, por Ceuta o por Tánger, ya en Marruecos. Lo hacemos por Ceuta porque es más barato y además podemos llenar los coches de gasóil que también cuesta menos que en la península. Pedro, cuando lleguemos a la frontera marroquí, me dejas que rellene yo todos los papeles y no te asustes de nada de lo que veas.

—¿Por qué? ¿Es que pasa algo? —le preguntó Pedro un poco preocupado.

—No, bueno pasan las cosas normales de la frontera marroquí en Ceuta.

Pedro se quedó un poco intrigado. Las dos mujeres aun sin entenderse todavía, se habían metido en la tienda de regalos. Paula compró dos frascos de colonia y un pañuelo de seda para el cuello. Todo era baratísimo porque en esa tienda no se pagaban impuestos.

La aduana española la pasaron sin problemas, solamente con mostrar los pasaportes. Al llegar a la marroquí, aunque era muy temprano, toda ella hervía de gente que iba vestida a la manera del país. A la familia de españoles le faltaban ojos para poder quedarse con todas las imágenes que pasaban por delante de ellos: aduaneros de verde, policías de azul todos con grandes bigotes y debajo del labio inferior unas pocas barbas, lo que ellos llaman dbena o mosca y que afirman ser signo de virilidad, campesinas con toallas en la cabeza y sombreros de paja con borlas azules de lana, hombres taciturnos con chilabas marrones. Todos iban a Ceuta. Mientras Mohamed esperaba su turno para hacer los papeles le contaba a Pedro:

—Todos van a Ceuta a trabajar o a comprar contrabando.

—¿Contrabando?—Sí, todo el norte de Marruecos vive de lo

que se compra en Ceuta, barato, claro, y se revende en cualquier zoco del país.

—¿No se pagan los derechos de aduanas?—Mira, mira ese grupo de mujeres que van

cargadas. Observa al policía.—Le están dando algo y pasan sin problemas.—¡Dinero! Es el "impuesto revolucionario".

¿No has visto que he metido un billete de 10 euros en los pasaportes? Los papeles se arreglan más rápido. Si no, tendríamos que esperar hasta dos horas. No te asombres de nada de lo que veas en el viaje. En mi país todo puede pasar y todo es posible.

Pedro se encogió de hombros y lo aceptó como algo nuevo.

—¡Ah!, también hay corrupción entre la policía y la guardia civil de Ceuta, lo habrás leído en los periódicos —concluyó Mohamed mientras le alargaban los pasaportes ya diligenciados.

—¿Estamos ya en Marruecos? —preguntó Raúl.

—No, cuando crucemos aquella barrera. El viaje de ida lo vamos a hacer por el interior y volveremos por la costa para que veáis las dos partes. La primera gran ciudad que nos encon-traremos será Tetuán y no pararemos a no ser que lo necesitemos.

—Esa ciudad fue española durante el Pro-tectorado de Franco —dijo Pedro.

—Casi todo el norte, el sur de los franceses.Rodearon Tetuán y tomaron la carretera hacia

Fez. Cruzaron las estribaciones de la cordillera del Rif dejando a un lado Chefchauen la ciudad a la que llegaban los hippys en los años 70 procedentes de Torremolinos para experimentar nuevas sensaciones. La primera parada se hizo al mediodía en una gran explanada en la que solamente había pequeños chi-ringuitos con corderos muertos colgados de ganchos.

—¡Vamos a comer! Paula que no te dé asco nada porque nosotros aún continuamos vivos pero si tienes algún problema, lo dices.La familia española miraba y callaba.

Abderrahim les observaba con sonrisa de supe-rioridad. Los novatos eran ellos. El estaba en su terreno y se sentía importante. Comieron chuletas de cordero, ensaladas con muchas especias y té.

—¿Cómo podéis comer carne con té tan dulce o con zumo? —preguntó Pedro.

Abderrahim “La familia de Raúl va a Marruecos” IX--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

—La costumbre.—A mí me va a costar porque aquí, beber

vino o cerveza, nada de nada.—Claro, está prohibido. Pero hay bares y

hoteles que tienen permiso para despacharla.Después de la comida, las mujeres y los niños

se quedaron dormidos. La siguiente parada la hicieron en Fez, cerca del pueblo de Abderrahim. El calor del verano del centro de Marruecos se iba notando y las botellas vacías de agua Sidi Ali o Sidi Harazen se iban amontonando en la bandeja trasera.

—Esta ciudad es muy grande y me he fijado que tiene murallas —preguntó Pedro.

—Dicen que es la ciudad más antigua del país. Los sultanes Idrisíes que fueron los primeros, descienden de aquí. Tiene más de un millón de habitantes. La veremos despacio.

—Antes de parar, hemos dejado otra ciudad y me ha parecido ver también unas ruinas.—Sí, Meknes y las ruinas romanas de

Volúbilis, nosotros las llamamos Ualili.—También las visitaremos.Mientras tomaban un refresco a casi 40° a la

sombra de una Jacaranda, Raúl y Abderra-him miraban cómo un grupo de niños se jugaba el dinero con unas cartas dobladas. Paula se fijaba en las ropas de las mujeres, unas iban tapadas y otras con vestidos europeos. Pedro estaba callado.

—¿En qué piensas Pedro? —le preguntó Mohamed— Me parece que estás sufriendo la pri-mera reacción que tienen los turistas novatos.

—Bueno, no sé, me estaba fijando en la cantidad de niños mal vestidos que hay por las calles, los pobres con harapos, los chalets tan exageradamente grandes que había antes de entrar en Fez... Es muy grande el contraste.

—Un poco más exagerado que en España pero, ¿no hay pobres y abandonados en las calles de Madrid? Es cierto que las cifras no engañan y que los datos de paro, de pobreza y de renta per cápita están ahí, pero una de las cosas, te lo digo sinceramente, por las que me alegro que hagáis este viaje es para que os deis cuenta de que la emigración en muchos casos está justificada. Más adelante veremos más en el Marruecos profundo, el de los pueblos.

Pero no te quiero dar el viaje. Tú ten claro que vienes a Marruecos a conocer un país nuevo y

misterioso muy alejado de la cultura occidental, con tradiciones y cultura distintas, serás un turista siempre. Coge, imprégnate de todo lo que quieras, olvídate de las miserias y cuando vuelvas a España no pienses que sabes mucho de este país. Te aseguro que querrás volver.

Al atardecer, el sol se estaba ocultando tras la Medina Antigua de Fez, tomaron la carretera a Taza. Llegaron a Oued Amlil donde les esperaba el abuelo de Abderrahim, Sidi Ahmed, con tres muías y un burro. Se saludaron con efusión entre lágrimas de alegría. Quiso conocer de inmediato a su nueva nieta. La besó en la frente. Mohamed presentó a los invitados. Paula le extendió la mano y el abuelo se dirigió hacia Pedro quien le alargó la suya. Si Ahmed se la apretó con efusividad y al mismo tiempo le estampó cuatro besos en las mejillas sin darle tiempo a reaccionar. Pedro miró a Mohamed desconcertado.

—¡Es la costumbre! Es señal de buen reci-bimiento.Colocaron los bultos en los animales y subieron a ellos. La cara de los españoles estaba marcada por el miedo y por la intriga. Jamás habían montado en muías. —Tranquilos, que no os pasará nada. Las bestias están acostumbradas —les dijo Moha-med.

Raúl y Abderrahim montaron en el burro con una cara de alegría increíble.

—Este burro me conoce muy bien. Le he hecho tantas perrerías que somos como hermanos —le dijo Abderrahim a Raúl riéndose.

—Durante el camino, me tienes que dejar conducirlo.

—¡Vale! Es muy fácil. Coges las riendas y él te llevará sólo.

Un candil de petróleo iba alumbrando la caravana nocturna camino de Aulad Ahmed, el pueblo de Abderrahim. Pedro se reía y Paula se removía y cambiaba de postura cada cinco minutos porque se sentía muy incómoda. Raúl tomó las riendas del burro sintiéndose un caballero de la Edad Media sobre su caballo. Al poco rato el burro hizo un movimiento raro y se salió del camino.

—Oye, que este bicho se está poniendo borde —le dijo Raúl a su amigo.

—Sujétalo bien y tira de la cuerda a la derecha, hasta que coja el camino otra vez. Te falta

Abderrahim “La familia de Raúl va a Marruecos” IX--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

costumbre.El burro dio un giro brusco y violento y

comenzó a correr sin parar.—¡Tira de las dos cuerdas a la vez! ¡Nos va a tirar! —le gritó Abderrahim muerto de risa.—Tú le has hecho algo —miró hacia atrás y

vio que su amigo iba descalzo de un pie.—Le iba metiendo el zapato entre el rabo y el

culo para ver qué tal conducías.—Eres un... ¡Cógelo tú!Llegaron al pueblo del que solamente se veían

cuatro o cinco luminarias encendidas. Todos los demás miembros de la familia les esperaban junto a la puerta de la casa, sentados en un poyo de ladrillos y yeso. Saludos y más saludos y Mohamed les fue enseñando la casa, la primera casa de un marroquí en la que iban a vivir durante unos días. Tenía un gran patio central al que daban bastantes habitaciones adosadas unas a otras pero con puertas diferentes.

—Cada habitación es como una casa —les explicaba Mohamed—. En una de ellas viven mis padres, en la otra mi hermana y mi cuñado con sus hijos, en esa de ahí todos los solteros y la última la tenemos reservada para las visitas. Será la vuestra.

Al entrar en la casa-habitación, Mohamed se quitó instintivamente los zapatos antes de pisar la estera de paja que había en el suelo.

—Es una costumbre —les dijo—. Vosotros, haced lo que queráis. Me gustaría que os sintierais como en vuestra propia casa, bueno un poco más incómodos.

Paula hizo un recorrido rápido por la estancia. No había camas. Un baúl en un rincón, muchos catres con esponjas sobre ellos que rodeaban la gran sala, mantas apiladas en otro rincón, una jarra con agua y dos vasos sobre una diminuta mesita, ese era todo el ajuar.

—Mohamed, ¿dónde se duerme? —preguntó Paula.

—En estos catres. Se llaman mtarbas. Por el día sirven para sentarse y por la noche se convierten en camas. Son cómodos, ya lo veréis. Lo que os resultará complicado es el tema de los servicios. No tenemos. Tenéis que salir al campo o a las cuadras de los animales.

—Nos lo imaginábamos —dijo Pedro— No te preocupes, ya nos arreglaremos. No hace tantos

años en España sucedía lo mismo.La familia española colocó las maletas y sacó

lo indispensable. El candil de gas iluminaba escasamente la sala dándole un aspecto de película en blanco y negro. Sus sombras les perseguían por todos los rincones. Raúl estaba un poco asustado. Mohamed les llamó para cenar. Bajaron al patio central donde ya corría un poco el aire fresco de la noche aliviando el calor de todo el día.

Toda la familia, incluidos tíos y primos estaban acomodados sobre unas mantas y una estera de paja, los hombres junto a los platos y las mujeres y niños pululando entre la cocina y el grupo. Mohamed acercó a la familia española pero Paula se dio cuenta que las mujeres marroquíes no iban a comer.

—¿Las mujeres no comen con nosotros, Mohamed?

—Ya os lo expliqué en España.—Pues, estoy pensando que yo también me

espero al segundo turno —le replicó Paula reivindicando el papel de la mujer.

—Te entiendo pero sería una falta de con-sideración a mi familia. Hay un refrán en España que dice: "Allá donde fueres, haz lo que vieres". Tengo yo más interés que tú en cambiar muchas cosas de mi país pero te aseguro que aunque ésta es importante, las hay mucho más.

—Llevas razón, Mohamed, —le dijo Pedro—, aún no hemos aterrizado y...

—¡Vamos a cenar! —le interrumpió Moha-med.

La velada se alargó hasta que Raúl y Abderrahim se quedaron dormidos sobre las mantas agotados por el viaje. El matrimonio español salió al campo entre ladridos de perros y volvió al dormitorio.

—Aquí sobra poco de todo. ¿Te has fijado cómo van vestidos los niños pequeños? Además van todos descalzos.

—Pues anda que las mujeres... Con cuatro trapos van apañadas —le contestó Paula.

—Bueno, no nos vamos a deprimir el primer día. Ya veremos.

La primera noche en Marruecos fue movida sin que hubiese un problema serio. Los animales de las cuadras vecinas y los perros de la calle se

Abderrahim “La familia de Raúl va a Marruecos” IX--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

conjuraron a distintas horas para no dejar dormir a los españoles. La vaca a la una de la madrugada, el burro sobre las tres, los gallos a las cuatro y los perros siempre que oían cualquier ruido extraño conformaron una orquesta nocturna que les tuvieron en vela. A Pedro le vino a la memoria las noches de verano cuando sus padres le llevaban a casa del abuelo en el pueblo. A las seis de la mañana todo el mundo estaba levantado para comenzar las tareas. Mohamed esperó hasta que aparecieron los tres con los ojos a medio abrir y aspecto de cansados. Después de desayunar les llevó a recorrer el pueblo de seis casas solamente con techos de uralita o latón y paredes de barro.

Los dos niños salieron del patio central y se encontraron en la puerta a Bocarrota y Pies Torcidos. Abderrahim les habló en árabe y los dos miraron a Raúl con risitas. Conectaron al momento y quedaron para el día siguiente porque ése se iban a Fez. Durante el trayecto en muía para recoger el coche, Pedro y Paula iban observando el campo, las tierras, las siembras, los campesinos. El espectáculo resultaba desolador. Aquel año había llovido poco y las consecuencias eran palpables en las caras de las personas, en su forma de vestir y especialmente en su forma de mirar.

—Mohamed, esta gente ¿de qué va a vivir? —preguntó Pedro preocupado.

—Si les queda algo por vender de la cosecha anterior, irán tirando hacia delante pero si no tienen nada que será lo más normal, de lo que les den las familias, de pedir por las calles o vendiendo lo poco que tienen. Si reúnen dinero suficiente para pagar a las mafias del norte, el miembro más joven o más capaz de la familia se arriesgará e intentará llegar "al paraíso de Europa" esperando que la suerte cam-bie. ¡Cambia tan pocas veces! Sin ir más lejos, tenemos un caso muy reciente en mi familia, mi primo. Es el hijo de un hermano de mi padre al que las cosas no le van nada bien. Vendió parte de las tierras para conseguir el dinero suficiente y pasar a España. Ha estado dos años en Tánger esperando poder "saltar" y al final, aquí está sin dinero y haciendo cestas de palmito para poder malcomer.

—¿Qué hace el gobierno?—El gobierno no llega hasta estos lugares.

Creo que todo se queda en Rabat y Casablan-ca —contestó Mohamed sin querer profundizar más en el

asunto.Antes de coger el coche, se sentaron en la

terraza de un cafetín. Compraron agua y tomaron un té. Varios niños rodearon la mesa a una distancia prudencial observando a los extranjeros. Abderrahim y Raúl se sentían muy importantes desde la inconsciencia de su situación. Cogieron sus botellas de coca-cola y se sentaron en el bordillo de la acera. Dos niños más mayores que ellos hablaron con Abderrahim.

—¿Quién es éste?—Un amigo español. Vivimos en el mismo

pueblo y vamos juntos al colegio. ¿Queréis? - Abderrahim les ofreció su botella.

—Dile a tu amigo que nos dé algo de dinero —le dijo uno de ellos mientras bebía.

—Él no lleva, lo tiene su padre.—¡Pues que se lo pida! —insistió de peores

maneras— Si no, os vamos a pegar.Abderrahim no esperó más palabras y se lanzó

contra él a puñetazos y patadas. Raúl no se enteraba de qué iba el asunto. Rápidamente intervinieron los padres y la reyerta no llegó a más.

A punto de levantarse de la mesa, se les acercó una señora de mediana edad con un pasaporte marroquí en las manos. Estuvo hablando un buen rato con Mohamed.

—¿De qué hablabais? —preguntó Pedro.—El pasaporte es de su hijo y como ha visto

que sois extranjeros, me pedía que lo llevaseis para arreglarle los papeles y poder entrar en España. He tratado de convencerla de que era imposible y me ha llegado a ofrecer el dinero que quisiera. Dice que con los coches que traemos, allí se debe vivir muy bien.

—¡Madre mía! Si hubieses querido...—A Ketama llegó un emigrante bien vestido

procedente de Bélgica diciendo que necesitaba varios obreros para su fábrica. Fue recogiendo pasaportes y papeles y anotando sabe dios qué en una libreta. Claro, antes exigía a cada uno de ellos 10.000 dirhams, casi 1.000 euros, para la tramitación de cada expediente. Una mañana el fkih del pueblo recibió una llamada telefónica diciéndole que debajo de una de las alfombras de la mezquita, estaban todos los pasaportes. El pájaro había volado.

—¡Qué sinvergüenza!

Abderrahim “La familia de Raúl va a Marruecos” IX--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

—No es el primer caso del que juega con la ignorancia de la gente para ofrecerles el oro de Europa.

—Vosotros también contribuís a que la gente se ilusione. Seguro que cuando venís de vacaciones gastáis sin tino, invitáis a todo el mundo. Y lo que no saben es la cantidad de malos ratos que pasáis.

—¡Es verdad! Llegar a España es fácil rela-tivamente, lo difícil es establecerse.

Llegaron a Fez y se introdujeron en la Medina Antigua. Paula y Pedro iban con la boca abierta entre el laberinto de calles, callejones y rincones que se cruzaban unos con otros, todos ellos abarrotados de gente. Las tiendas del oro, las de los hilos de múltiples colores y los bazares llenos de cosas típicas de Marruecos hacían las delicias de Paula que quería pararse en todas. Abderrahim y Raúl iban más pendientes de los chicos con los que se cruzaban y que siempre dirigían sus miradas hacia ellos. Salieron de la ciudad después de visitar las medersas, las tiñerías donde tuvieron que tapar-se las bocas con los pañuelos por lo mal que olía y donde vieron a niños de corta de edad sumergidos en las pozas de tinte y sosa hasta la cintura. A Paula se le quitaron las ganas de comprar cuando comparaba la vida de sus hijos con la de aquellos niños. Llegaron a Meknés donde Paula y Pedro aprovecharon una cafetería para pasar a los servicios. Comieron en el camino hacia Volúbilis, Abderrahim y Raúl se durmieron quedándose en el coche mientras los padres recorrían la ciudad romana.

Al regresar al pueblo y antes de dejar el coche y coger las muías, Mohamed se pasó por el zoco para comprar unos gallos. Se acercaron al puesto de venta y seleccionó a dos de ellos. Mientras hablaba con Pedro y Paula, el muchacho de la tienda los mató cortándoles el cuello y dejándoles que se desangraran.—Oye, Mohamed, tú me has dicho que no

podéis comer carne que no se haya matado por un musulmán mientras dice una oración —le comentó Pedro con sonrisa irónica.

—Anda, pues claro.—¡Qué casualidad! He estado pendiente del

chico que los mataba y no ha dicho ninguna oración.

—Bueno, pues se le habrá olvidado. ¿No

metéis la pata también vosotros en vuestra religión?—No, si era porque como te pones tan

intransigente con la comida en mi casa...A la familia de españoles les estaba gustando

el viaje no sólo por lo novedoso que les resultaba sino por la hospitalidad con que aquellas personas de pueblo les estaban obsequiando continuamente. Pedro sentía que el trato en España se había vuelto demasiado frío e impersonal y sin embargo, allí, en un lugar perdido del mundo, con escasas comodidades, con miseria por todas partes, limitados, el calor humano, la sencillez y la generosidad afloraban en cualquier momento. Así se lo comentó a Mohamed.

—Es lo único que podemos dar —le res-pondió el marroquí—. De todas formas, estáis de viaje por unos días nada más y la hospitalidad es uno de los principios básicos de todo buen musulmán.

Ifrán es una ciudad creada artificialmente en torno al palacio de invierno del rey. Casi todas sus casas son pequeños chalets o palacetes de la gente más acomodada de Rabat y Casablanca donde pasan largas temporadas esquiando. Mohamed les quiso llevar allí porque es un lugar donde el calor del verano apenas se nota y para que viesen mucho más vivamente el agravio comparativo entre ricos y pobres. La obsesión del marroquí era justificar de cualquier forma la emigración.

Los dos niños se quedaron en el pueblo con Bocarrota y Pies Torcidos.

—¿Qué hacemos? ¿Adonde podemos ir? — les preguntó Abderrahim.

—Podríamos ir a buscar nidos de urraca — le contestó Bocarrota.

—¡Bien, vale! —contestaron al unísono.Bajaron hasta el río seco. Los pocos árboles

estaban pelados de hojas y entre sus ramas se veían con claridad los nidos de las urracas. Bocarrota se encaramó al primero sin resultado porque el nido estaba vacío. Pies Torcidos subió gateando al más alto.

—Como se le enreden los pies, se va a pegar un estacazo que ya verás —le dijo Raúl a su amigo.

—Tranqui, que ése tiene más habilidad que los gatos.

—Eh, tiene dos huevos —dijo Pies Torcidos.—Cuidado, que no se te rompan —le ame-

Abderrahim “La familia de Raúl va a Marruecos” IX--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

nazó Abderrahim mientras subía a una acacia.Raúl miraba a los tres chicos pero no se

decidía.—¡Venga, sube! —le animó Abderrahim.El español dudaba entre la nula pericia que

tenía para subirse a un árbol y el no quedar mal delante de aquellos niños marroquíes. Finalmente se decidió. Se agarró al tronco mientras Bocarrota le sujetaba y empujaba en el culo. Cuando se vio en las cruces del árbol, miró hacia abajo y a los demás muchachos con una sonrisa victoriosa. ¡Era la primera vez que se subía a un árbol! Se acercó hasta un nido.

—¡Ahí va! ¡Éste tiene dos pajaritos! —gritó loco de alegría por el descubrimiento.

—Cógelos y los metes dentro de la camiseta para que no se te caigan —le dijo Abderrahim—. ¡Baja ya y con cuidado!

Miró hacia el suelo dos veces y comprobó que subir le había resultado demasiado fácil para lo complicado que se le presentaba bajar.—No te agarres así al tronco que los vas a

aplastar —le gritó Abderrahim.Raúl lo quiso hacer con tanto cuidado que

cuando le quedaban dos metros para llegar al suelo, se le escurrió una mano y todo su cuerpo fue a dar contra el suelo. Cayó sobre el brazo izquierdo y todo el grupo de niños oyó el chasquido.

El abuelo fue el primero en reaccionar. Sujetó el brazo con dos tablas mientras Raúl lloraba sin cesar. Le bajaron al pueblo en un tractor y allí tomaron un taxi que les condujo al hospital, en Fez. Llamaron a los padres a través del móvil y antes de llegar ellos al centro, ya estaban los padres esperando en la puerta.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Mohamed a Abderrahim con cara de pocos amigos.

—Nos hemos ido a buscar nidos y se ha caído del árbol.

—No te doy un guantazo porque tenemos visita —le contestó en árabe—. ¿No te das cuenta que hay que tratar muy bien a los invitados? ¡Eres la monda!

Paula estaba más asustada que Pedro quien tranquilizó a Mohamed.

—En España también le podría haber pasado. Lo único que quiero es que le atiendan bien. ¿Tienen buenos aparatos los

hospitales de aquí? No importa pagar lo que sea.—Tú mismo lo vas a ver. El que va a un

hospital en Marruecos y tiene dinero, no tendrá problemas.

Le hicieron dos radiografías comprobando que la rotura era limpia. Le escayolaron y a casa con algunos calmantes para el dolor.

—He visto que algunos enfermos entraban al hospital con sábanas y mantas —le comentó Pedro a Mohamed—. ¿Qué significa?

—En los hospitales públicos, bueno también en los privados, el enfermo se lleva la ropa de su casa.

—¿No tenéis Seguridad Social?—No, aún no. Las medicinas y los gastos de

hospital los paga la familia.—Y si no tienen dinero, ¿qué pasa?—Pues eso me pregunto yo muchas veces. La

respuesta te la puedes dar tú mismo.Los días de calor intenso del centro de

Marruecos iban pasando. Los invitados no tenían tiempo para aburrirse porque cada día se veían sorprendidos por una visita nueva, por alguna invitación a comer en casa de algún familiar y especialmente por largas veladas nocturnas bajo la luz de la luna y algún candil mortecino en las que iban repasando la realidad del país y comparándola con la de España. Abderrahim iba mostrando a su amigo Raúl todos los lugares en los que había transcurrido su infancia: la escuela con suelos de tierra de la que se escapó el primer día, el árbol en el que el niño vio a Buhali convertido en cigüeña, la casa de la vieja Fatna, la del lagarto, la casa del fkih del que tantos cañazos había recibido por no saberse bien el Corán, el pozo, el monte donde los jabalís arrancaban con sus hocicos los palmitos que ellos mismos se comían crudos, la mezquita a la que entró Raúl sin que nadie le viese y la casa del ciego del pueblo, Si Hicham, que les contaba cuentos fantásticos y de mucho miedo. ¡Ah!, también fueron de safari de escorpiones. Raúl disfrutó y aprendió de aquella aula de naturaleza como jamás habría soñado.

Dos días antes de regresar a España, los cielos se cubrieron de nubes negras amenazando tormenta. Los truenos y los relámpagos sor-prendieron a los cuatro niños intentando capturar

Abderrahim “La familia de Raúl va a Marruecos” IX--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

un lagarto. No les daba tiempo a resguardarse en su casa y se metieron en la que más cerca estaba, la de Si Hicham.

—Pasad, pasad, las tormentas de verano son muy peligrosas —les dijo el anciano que caminaba con una garrota y llevaba sobre la cabeza una taquía de lana—. No sería la primera vez que un rayo del cielo cayese sobre cualquier persona y la matase. Mi casa es segura, hamdoli-lah. Además, ésta es de las que duran. ¿Os hago un té?

Sin esperar respuesta, el viejo colocó el cazo con agua sobre su mejmar mientras resoplaba en las brasas. Los cuatro niños permanecían en silencio. Raúl examinaba la casa con detalle percibiendo que allí no había nada que sobrase. Cada relámpago que entraba por el ventanuco de la casa suponía un respingo y un ¡ay! de Raúl. Tenía un temor especial a las tormentas.

—No tengas miedo, niño —le dijo Si Hicham.—¿Qué dice? —preguntó Raúl a Abderrahim.—Anda, ¿eres español? —se dirigió el anciano

a Raúl en un casi perfecto castellano.Los tres marroquíes no daban crédito a lo que

estaban oyendo, un viejo de su pueblo hablaba español y nadie lo sabía.

—¿Cuándo ha aprendido usted a hablar español, ammol —le preguntó Abderrahim.

—Hace tantos años... Yo estuve en España cuando la guerra.

—¿Qué guerra?—Cuando Franco.—Mi abuelo también estuvo —intervino Raú —. Me lo ha contado muchas veces. A lo mejor se conocieron allí.—No sé, éramos tantos que... Recuerdo que

pasamos en barco y... ¡Esperad, que os voy a servir el té.

El té humeaba y los cuatro marroquíes daban grandes sorbos. Raúl esperaba a que se enfriase un poco. Bocarrota y Pies Torcidos se iban enterando de la conversación a trozos, los que les iba traduciendo su amigo.

—Pues, una noche de invierno, estábamos todos los moros en unas trincheras al lado de un pueblo que se llamaba... ¿cómo se llamaba? ¡Ah! sí, creo que se llamaba Morota.

—¿No será Morata? —le dijo Raúl.—Eso, Morata. Estaba al lado de otro que se

llamaba Chinchón.—Claro, los dos están muy cerca del mío.—Habíamos encendido una gran hoguera para

calentarnos a pesar de que un capitán nos había dicho que por la luz de la lumbre nos podían ver los aviones enemigos. El frío era más poderoso que el miedo. Además estábamos ya muy acostumbrados a morir después de ver caer a tantos. Junto a mí estaba recostado un muchacho mucho más joven que yo que se pasaba los días y las noches acordándose de su madre y rezando a Al-lah para poder volver a verla. Era su única aspiración.

Los cuatro niños, con los vasos en las manos y los ojos abiertos como platos, no perdían ni un detalle de las palabras del viejo.

—De repente y a lo lejos —continuó Si Hicham—, comenzamos a oír el zumbido de los aviones que se acercaban. Intentamos apagar con los pies y con los mismos palos las llamas. Demasiado tarde. Las primeras bombas con sus silbidos cayeron a nuestro alrededor levantando nubes de tierra y polvo. El chico se agarró a mí sin apenas dejar moverme. ¡Tírate al suelo, cúbrete bien!, le dije. El joven repetía una y otra vez: ¡Ah. Imma habiba diali, ah imma habiba diali! Me tiré sobre él cubriéndole con todo mi cuerpo y...

—Os cayó la bomba y le mató —dijo Abde-rrahim asegurando la solución.

—Sí, cayó justo a nuestro lado.—Y ¿qué pasó? —preguntó Raúl.—La bomba se llevó parte de mi pierna

derecha pero el muchacho se salvó y creo que pudo volver a ver a su madre al hamdoli-lah. Estuve varios meses en un hospital pero pude regresar aquí, a mi pueblo. Desde entonces odio las guerras. Cualquier estallido me trae malos recuerdos. Muchas veces me he preguntado por qué tuvimos que ir nosotros a una guerra que no era la nuestra y no he encontrado una buena respuesta.

Un rayo de sol penetró por el ventanuco junto a olor a tierra húmeda.

—Bueno, ya ha pasado, ya no llueve.En cuanto volvieron a la casa, Raúl dijo a su

padre que había estado hablando con un viejo que sabía español y que había estado cerca del pueblo.

—¿Quién? —le preguntó Mohamed.—Si Hicham, el viejo que nos cuenta historias

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—le respondió Abderrahim.

Y llegó el día de la marcha. Todos se habían levantado más tristes que de ordinario. Se les notaba en la cara. Mientras iban cargando las maletas, todo el mundo se arremolinaba junto al coche. Apareció la madre de Mohamed con un queso fresco, dos tarros de miel, una hogaza de pan y una caja de dulces.

—Son para el viaje —dijo Mohamed.—No sé —replicó Pedro casi con lágrimas en

los ojos— cómo agradeceros las atenciones y la

hospitalidad con la que nos habéis acogido. Este viaje nos ha servido, además de para conocer algo de vuestro país, para constatar que las buenas personas están en cualquier parte del mundo.

Raúl se abrazó con Abderrahim entre lágrimas.

—Hasta septiembre.—¿Qué llevas escrito en la escayola? —le

preguntó Paula.—Son los nombres de mis amigos montos,

Bocarrota y Pies Torcidos. La guardaré toda la vida.