«la eneida». libro iv. delia
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Libro IV, la Eneida
Dido y Eneas
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Dido empieza a sentir un sentimiento por el troyano Eneas, que no había experimentado desde Siqueo, su marido ya fallecido. Y es, precisamente, por éste, la razón por la que no puede entregarse a Eneas. Pero todo cambia al hablar con su hermana Ana, quién le dice que si es un amor sincero, Siqueo no lo tomará como una traición y le advierte sobre las ventajas materiales que tendría el casarse con un excelente guerrero como lo es Eneas para Cartago.
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Siguió aumentando la pasión de Dido por el guerrero gracias a las palabras de la hermana de la reina. También los dioses se involucraron en esta relación. Juno, diosa del matrimonio, y Venus, diosa del amor y madre de Eneas, trazan un plan para unir, al fin, al troyano y a Dido en matrimonio.
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Se corre, entonces, el rumor de lo descuidado que está
dejando el reino de Cartago la pasional Dido por
Eneas, llegando el murmullo también a Yarbas,
pretendiente durante mucho tiempo
de la reina.
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El propósito de ambas diosas era mandar una nube cargada de lluvia cuando Eneas, Dido y los soldados estuviesen de caza con el fin de que la pareja se adentrase en una cueva mientras el resto huía del agua.
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Presionado por las peticiones de Yarbas, Júpiter ordena al mensajero Mercurio que entregue a Eneas el siguiente mensaje: su misión no ha sido la de quedarse en Cartago sino el fundar una nueva estirpe en Italia.
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Eneas: “He de partir: debo dejar atrás esta tierra que me invita al amor.”
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Dido intuye el engaño de Eneas y acierta. Presa de la ansiedad, la
reina replica al troyano sus continuas promesas de
amor eterno, que ahora
solo había quedado en un fugaz romance.
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A pesar de la súplicas de Eneas por el perdón, ya
que es el destino lo que le hace marchar, Dido no entra en razón y estalla
en lágrimas.
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La reina de Cartago se desmaya repentinamente y es trasladada por sus doncellas a su aposento. Eneas, entristecido, la ve marchar pero continua con su camino.
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Mientras los troyanos preparaban su marcha, Dido los divisaba
desde su habitación.
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Dido a su hermana Ana: “Ana, tú siempre mereciste la confianza de Eneas. Ve, te lo ruego, y habla con él. Pregúntale humildemente a qué se debe su prisa, y pídele que me conceda un último favor: que aplace su partida hasta que cuente con vientos favorables. No pretendo que sea mi esposo para siempre, no le pido que renuncie a su glorioso destino: sólo quiero que me dé tiempo para aceptar mi dolor antes de que se vaya con los suyos. Si atiende a mi súplica, yo le corresponderé con mi muerte.”
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Al negarse Eneas, Dido planea su suicidio. Le dice a Ana que ha pedido ayuda a una hechicera para olvidar a Eneas y para esto necesita una hoguera con todos los objetos del guerrero troyano.
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Sumida en un mar de dudas, entre vivir o morir, Dido se decide cuando ve partir, muy a su pesar, a Eneas de las costas de Cartago hasta desaparecer lentamente en el horizonte.
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Después de maldecir a Eneas y a su pueblo, Dido se
despide de su hermana por última vez diciéndole que
va a salir al patio a quemar los objetos de su amado.
Pero éste no era el verdadero propósito de la reina.
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“He fundado una gran ciudad, he vengado a mi esposo y he castigado a mi hermano por su crimen.
Habría sido feliz, demasiado feliz, si los troyanos no hubiesen desembarcado jamás en mis costas.
¡Moriré sin venganza, pero al menos moriré! Ya es la hora de descender hacia las sombras. Que desde
la alta mar el cruel troyano vea las llamas de esta hoguera, para que quede grabada en su alma la
certidumbre de mi muerte.”
Pronunciando estas palabras, Dido coge una espada y se atraviesa con ella el pecho.
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Cuando Ana ve la escena corre sollozando hacia su moribunda hermana,
lamentándose de haber creído la mentira de Dido
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Todo Cartago lloraba mientras la reina sufría entre la vida y la
muerte.
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Juno, al ver la agonía de Dido, manda a Iris para que recoja del cuerpo el alma de la reina de Cartago. Y, cortando un mechón de cabello fue como la vida de Dido se apagó para siempre.
Delia Aragonés Salas